Hamlet Español
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Hamlet
Por
William Shakespeare
PERSONAJES
HAMLET
Acto Primero
Escena I
Explanada delante del Palacio Real de Elsingor. Noche obscura.
Escena II
amigo de Hamlet soldado
HORACIO, MARCELO y dichos.
HORACIO.- Amigos de este país.
MARCELO.- Y fieles vasallos del Rey de Dinamarca.
FRANCISCO.- Buenas noches.
MARCELO.- ¡Oh! ¡Honrado soldado! Pásalo bien. ¿Quién te relevó de la
centinela?
FRANCISCO.- Bernardo, que queda en mi lugar. Buenas noches.
MARCELO.- ¡Hola! ¡Bernardo!
BERNARDO.- ¿Quién está ahí? ¿Es Horacio?
HORACIO.- Un pedazo de él.
BERNARDO.- Bienvenido, Horacio; Marcelo, bienvenido.
MARCELO.- ¿Y qué? ¿Se ha vuelto a aparecer aquella cosa esta noche?
BERNARDO.- Yo nada he visto
MARCELO.- Horacio dice que es aprehensión nuestra, y nada quiere
creer de cuanto le he dicho acerca de ese espantoso fantasma que hemos visto
ya en dos ocasiones. Por eso le he rogado que se venga a la guardia con
nosotros, para que si esta noche vuelve el aparecido, pueda dar crédito a
nuestros ojos, y le hable si quiere.
HORACIO.- ¡Qué! No, no vendrá.
BERNARDO.- Sentémonos un rato, y deja que asaltemos de nuevo tus
oídos con el suceso que tanto repugnan oír y que en dos noches seguidas
hemos ya presenciado nosotros.
HORACIO.- Muy bien, sentémonos y oigamos lo que Bernardo nos
cuente.
BERNARDO.- La noche pasada, cuando esa misma estrella que está al
occidente del polo había hecho ya su carrera, para iluminar aquel espacio del
cielo donde ahora resplandece, Marcelo y yo, a tiempo que el reloj daba la
una...
MARCELO.- Chit. Calla, mírale por donde viene otra vez
BERNARDO.- Con la misma figura que tenía el difunto Rey.
MARCELO.- Horacio, tú que eres hombre de estudios, háblale.
BERNARDO.- ¿No se parece todo al Rey? Mírale, Horacio.
HORACIO.- Muy parecido es... Su vista me conturba con miedo y
asombro.
BERNARDO.- Querrá que le hablen.
MARCELO.- Háblale, Horacio.
HORACIO.- ¿Quién eres tú, que así usurpas este tiempo a la noche, y esa
presencia noble y guerrera que tuvo un día la majestad del Soberano Danés,
que yace en el sepulcro? Habla, por el Cielo te lo pido.
MARCELO.- Parece que está irritado.
BERNARDO.- ¿Ves? Se va, como despreciándonos.
HORACIO.- Detente, habla. Yo te lo mando. Habla.
MARCELO.- Ya se fue. No quiere respondernos.
BERNARDO.- ¿Qué tal, Horacio? Tú tiemblas y has perdido el color.
¿No es esto algo más que aprensión? ¿Qué te parece?
HORACIO.- Por Dios que nunca lo hubiera creído, sin la sensible y cierta
demostración de mis propios ojos.
MARCELO.- ¿No es enteramente parecido al Rey?
HORACIO.- Como tú a ti mismo. Y tal era el arnés de que iba ceñido
cuando peleó con el ambicioso Rey de Noruega, y así le vi arrugar ceñudo la
frente cuando en una altercación colérica hizo caer al de Polonia sobre el
hielo, de un solo golpe... ¡Extraña aparición es ésta!
MARCELO.- Pues de esa manera, y a esta misma hora de la noche, se ha
paseado dos veces con ademán guerrero delante de nuestra guardia.
HORACIO.- Yo no comprendo el fin particular con que esto sucede; pero
en mi ruda manera de pensar, pronostica alguna extraordinaria mudanza a
nuestra nación.
MARCELO.- Ahora bien, sentémonos y decidme, cualquiera de vosotros
que lo sepa; ¿por qué fatigan todas las noches a los vasallos con estas
guardias tan penosas y vigilantes? ¿Para qué es esta fundición de cañones de
bronce y este acopio extranjero de máquinas de guerra? ¿A qué fin esa
multitud, de carpinteros de marina, precisados a un afán molesto, que no
distingue el Domingo de lo restante de la semana? ¿Qué causas puede haber
para que sudando el trabajador apresurado junte las noches a los días? ¿Quién
de vosotros podrá decírmelo?
HORACIO.- Yo te lo diré, o a lo menos, los rumores que sobre esto
corren. Nuestro último Rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fue
provocado a combate, como ya sabéis, por Fortimbrás de Noruega estimulado
éste de la más orgullosa emulación. En aquel desafío, nuestro valeroso
Hamlet (que tal renombre alcanzó en la parte del mundo que nos es conocida)
mató a Fortimbrás, el cual por un contrato sellado y ratificado según el fuero
de las armas, cedía al vencedor (dado caso que muriese en la pelea) todos
aquellos países que estaban bajo su dominio. Nuestro Rey se obligó también
a cederle una porción equivalente, que hubiera pasado a manos de
Fortimbrás, como herencia suya, si hubiese vencido; así como, en virtud de
aquel convenio y de los artículos estipulados, recayó todo en Hamlet. Ahora
el joven Fortimbrás, de un carácter fogoso, falto de experiencia y lleno de
presunción, ha ido recogiendo de aquí y de allí por las fronteras de Noruega,
una turba de gente resuelta y perdida, a quien la necesidad de comer
determina a intentar empresas que piden valor; y según claramente vemos, su
fin no es otro que el de recobrar con violencia y a fuerza de armas los
mencionados países que perdió su padre. Este es, en mi dictamen, el motivo
principal de nuestras prevenciones, el de esta guardia que hacemos, y la
verdadera causa de la agitación y movimiento en que toda la nación está.
BERNARDO.- Si no es esa, yo no alcanzo cuál puede ser..., y en parte lo
confirma la visión espantosa que se ha presentado armada en nuestro puesto,
con la figura misma del Rey, que fue y es todavía el autor de estas guerras.
HORACIO.- Es por cierto una mota que turba los ojos del entendimiento.
En la época más gloriosa y feliz de Roma, poco antes que el poderoso César
cayese quedaron vacíos los sepulcros y los amortajados cadáveres vagaron
por las calles de la ciudad, gimiendo en voz confusa; las estrellas
resplandecieron con encendidas colas, cayó lluvia de sangre, se ocultó el sol
entre celajes funestos y el húmedo planeta, cuya influencia gobierna el
imperio de Neptuno, padeció eclipse como si el fin del mundo hubiese
llegado. Hemos visto ya iguales anuncios de sucesos terribles, precursores
que avisan los futuros destinos, el cielo y la tierra juntos los han manifestado
a nuestro país y a nuestra gente... Pero. Silencio... ¿Veis?..., allí... Otra vez
vuelve... Aunque el terror me hiela, yo le quiero salir al encuentro. Detente,
fantasma. Si puedes articular sonidos, si tienes voz háblame. Si allá donde
estás puedes recibir algún beneficio para tu descanso y mi perdón, háblame.
Si sabes los hados que amenazan a tu país, los cuales felizmente previstos
puedan evitarse, ¡ay!, habla... O si acaso, durante tu vida, acumulaste en las
entrañas de la tierra mal habidos tesoros, por lo que se dice que vosotros,
infelices espíritus, después de la muerte vagáis inquietos; decláralo...
Detente y habla... Marcelo, detenle.
MARCELO.- ¿Le daré con mi lanza?
HORACIO.- Sí, hiérele, si no quiere detenerse.
BERNARDO.- Aquí está.
HORACIO.- Aquí.
MARCELO.- Se ha ido. Nosotros le ofendemos, siendo él un Soberano,
en hacer demostraciones de violencia. Bien que, según parece, es
invulnerable como el aire, y nuestros esfuerzos vanos y cosa de burla.
BERNARDO.- Él iba ya a hablar cuando el gallo cantó.
HORACIO.- Es verdad, y al punto se estremeció como el delincuente
apremiado con terrible precepto. Yo he oído decir que el gallo, trompeta de la
mañana, hace despertar al Dios del día con la alta y aguda voz de su garganta
sonora, y que a este anuncio, todo extraño espíritu errante por la tierra o el
mar, el fuego o el aire, huye a su centro; y la fantasma que hemos visto acaba
de confirmar la certeza de esta opinión.
MARCELO.- En efecto desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que
cuando se acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro
Redentor, este pájaro matutino canta toda la noche y que entonces ningún
espíritu se atreve a salir de su morada, las noches son saludables, ningún
planeta influye siniestramente, ningún maleficio produce efecto, ni las
hechiceras tienen poder para sus encantos. ¡Tan sagrados son y tan felices
aquellos días!
HORACIO.- Yo también lo tengo entendido así y en parte lo creo. Pero
ved como ya la mañana , cubierta con la rosada túnica, viene pisando el rocío
de aquel alto monte oriental. Demos fin a la guardia, y soy de opinión que
digamos al joven Hamlet lo que hemos visto esta noche, porque yo os
prometo que este espíritu hablará con él, aunque ha sido para nosotros mudo.
¿No os parece que dé esta noticia, indispensable en nuestro celo y tan propia
de nuestra obligación?
MARCELO.- Sí, sí, hagámoslo. Yo sé en donde le hallaremos esta
mañana, con más seguridad.
Escena V
HAMLET solo
Escena VI
HAMLET, HORACIO, BERNARDO y MARCELO
Escena VII
Hermanos, hijos de Polonio LAERTES, OFELIA
Sala de la casa de Polonio.
Escena VIII
POLONIO, LAERTES, OFELIA
Escena IX
POLONIO, OFELIA
Escena X
HAMLET, HORACIO, MARCELO
Explanada delante del Palacio. Noche obscura.
Escena XII
HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET
Parte remota cercana al mar. Vista a lo lejos del Palacio de Elsingor.
Escena XIII
HAMLET, y después HORACIO y MARCELO
Acto Segundo
Escena I
POLONIO, REYNALDO Criado de Polonio
Escena II
POLONIO OFELIA
Escena III
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO, acompañamiento.
Ricardo y Guillermo: cortesanos Salón de palacio.
Escena IV
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, acompañamiento.
POLONIO.- Señor, los Embajadores enviados a Noruega, han vuelto ya,
en extremo contentos.
CLAUDIO.- Siempre has sido tú padre de buenas nuevas.
POLONIO.- ¡Oh! Sí ¿No es verdad? Y os puedo asegurar, venerado
señor, que mis acciones y mi corazón no tienen otro objeto que el servicio de
Dios, y el de mi Rey; y si este talento mío no ha perdido enteramente aquel
seguro olfato con que supo siempre rastrear asuntos políticos, pienso haber
descubierto ya la verdadera causa de la locura del Príncipe.
CLAUDIO.- Pues dínosla, que estoy impaciente de saberla.
POLONIO.- Será bien que deis primero audiencia a los Embajadores; mi
informe servirá de postres a este gran festín.
CLAUDIO.- Tú mismo puedes ir a cumplimentarlos e introducirlos. Dice
que ha descubierto, amada Gertrudis, la causa verdadera de la indisposición
de tu hijo.
GERTRUDIS.- ¡Ah! Yo dudo que él tenga otra mayor que la muerte de su
padre, y nuestro acelerado casamiento.
CLAUDIO.- Yo sabré examinarle.
Escena V
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, VOLTIMAN, CORNELIO,
acompañamiento.
Escena VI
CLAUDIO, GERTRUDIS y POLONIO
Escena VII
POLONIO, HAMLET
Escena VIII
HAMLET, RICARDO, GUILLERMO
RICARDO.- Buenos días, señor.
GUILLERMO.- Dios guarde a vuestra Alteza.
RICARDO.- Mi venerado Príncipe.
HAMLET.- ¡Oh! Buenos amigos. ¿Cómo va? ¡Guillermo, Ricardo,
guapos mozos! ¿Cómo va? ¿Qué se hace de bueno?
RICARDO.- Nada, señor; pasamos una vida muy indiferente.
GUILLERMO.- Nos creemos felices en no ser demasiado felices. No, no
servimos de airón al tocado de la fortuna.
HAMLET.- ¿Ni de suelas a su calzado?
RICARDO.- Ni uno ni otro.
HAMLET.- En tal caso estaréis colocados hacia su cintura: allí es el
centro de los favores.
GUILLERMO.- Cierto, como privados suyos.
HAMLET.- Pues allí en lo más oculto... ¡Ah! Decís bien, ella es una
prostituta... ¿Qué hay de nuevo?
RICARDO.- Nada, sino que ya los hombres van siendo buenos.
HAMLET.- Señal que el día del juicio va a venir pronto. Pero vuestras
noticias no son ciertas... Permitid que os pregunte más particularmente. ¿Por
qué delitos os ha traído aquí vuestra mala suerte, a vivir en prisión?
GUILLERMO.- ¿En prisión decís?
HAMLET.- Sí, Dinamarca es una cárcel.
RICARDO.- También el mundo lo será.
HAMLET.- Y muy grande: con muchas guardas, encierros y
calabozos, y Dinamarca es uno de los peores.
RICARDO.- Nosotros no éramos de esa opinión.
RICARDO.- Para vosotros podrá no serlo, porque nada hay bueno ni
malo, sino en fuerza de nuestra fantasía. Para mí es una verdadera cárcel.
RICARDO.- Será vuestra ambición la que os le figura tal, la grandeza de
vuestro ánimo le hallará estrecho.
HAMLET.- ¡Oh! ¡Dios mío! Yo pudiera estar encerrado en la cáscara de
una nuez y creerme soberano de un estado inmenso... Pero, estos sueños
terribles me hacen infeliz.
RICARDO.- Todos esos sueños son ambición, y todo cuanto al ambicioso
le agita, no es más que la sombra de un sueño.
HAMLET.- El sueño, en sí, no es más que una sombra.
RICARDO.- Ciertamente, y yo considero la ambición por tan ligera y
vana, que me parece la sombra de una sombra.
HAMLET.- De donde resulta, que los mendigos son cuerpos y los
monarcas y héroes agigantados, sombras de los mendigos... Iremos un rato a
la corte, señores; porque, a la verdad, no tengo la cabeza para discurrir.
LOS DOS.- Os iremos sirviendo.
HAMLET.- ¡Oh! No se trata de eso. No os quiero confundir con mis
criados que, a fe de hombre de bien, me sirven indignamente. Pero, decidme
por nuestra amistad antigua, ¿qué hacéis en Elsingor?
RICARDO.- Señor, hemos venido únicamente a veros.
HAMLET.- Tan pobre soy, que aun de gracias estoy escaso, no obstante,
agradezco vuestra fineza... Bien que os puedo asegurar que mis gracias,
aunque se paguen a ochavo, se pagan mucho. Y ¿quién os ha hecho venir?
¿Es libre esta visita? ¿Me la hacéis por vuestro gusto propio? Vaya, habladme
con franqueza, vaya, decídmelo.
GUILLERMO.- ¿Y qué os hemos de decir, señor?
HAMLET.- Todo lo que haya acerca de esto. A vosotros os envían, sin
duda, y en vuestros ojos hallo una especie de confesión, que toda vuestra
reserva no puede desmentir. Yo sé que el bueno del Rey, y también la Reina
os han mandado que vengáis.
RICARDO.- Pero, ¿a qué fin?
HAMLET.- Eso es lo que debéis decirme. Pero os pido por los derechos
de nuestra amistad, por la conformidad de nuestros años juveniles, por las
obligaciones de nuestro no interrumpido afecto; por todo aquello, en fin, que
sea para vosotros más grato y respetable, que me digáis con sencillez la
verdad. ¿Os han mandado venir, o no?
RICARDO.- ¿Qué dices tú?
HAMLET.- Ya os he dicho que lo estoy viendo en vuestros ojos, si me
estimáis de veras, no hay que desmentirlos.
GUILLERMO.- Pues, señor, es cierto, nos han hecho venir.
HAMLET.- Y yo os voy a decir el motivo: así me anticiparé a vuestra
propia confesión; sin que la fidelidad que debéis al Rey y a la Reina quede
por vosotros ofendida. Yo he perdido de poco tiempo a esta parte, sin saber la
causa, toda mi alegría, olvidando mis ordinarias ocupaciones, y este accidente
ha sido tan funesto a mi salud; que la tierra, esa divina máquina, me parece
un promontorio estéril, ese dosel magnifico de los cielos, ese hermoso
firmamento que veis sobre nosotros, esa techumbre majestuosa sembrada de
doradas luces, no otra cosa me parece que una desagradable y pestífera
multitud de vapores. ¡Que admirable fábrica es la del hombre! ¡Qué noble su
razón! ¡Qué infinitas sus facultades! ¡Qué expresivo y maravilloso en su
forma y sus movimientos! ¡Qué semejante a un ángel en sus acciones! Y en
su espíritu, ¡qué semejante a Dios! Él es sin duda lo más hermoso de la tierra,
el más perfecto de todos los animales. Pues, no obstante, ¿qué juzgáis que es
en mi estimación ese purificado polvo? El hombre no me deleita... ni menos
la mujer... bien que ya veo en vuestra sonrisa que aprobáis mi opinión.
RICARDO.- En verdad, señor, que no habéis acertado mis ideas.
HAMLET.- Pues ¿por qué te reías cuando dije que no me deleita el
hombre?
RICARDO.- Me reí al considerar, puesto que los hombres no os deleitan,
qué comidas de Cuaresma daréis a los Cómicos que hemos hallado en el
camino, y están ahí deseando emplearse en servicio vuestro.
HAMLET.- El que hace de Rey sea muy bien venido, Su Majestad
recibirá mis obsequios como es de razón, el arrojado caballero sacará a lucir
su espada y su broquel, el enamorado no suspirará de balde, el que hace de
loco acabará su papel en paz, el patán dará aquellas risotadas con que sacude
los pulmones áridos, y la dama expresará libremente su pasión o las
interrupciones del verso hablarán por ella. Y ¿qué Cómicos son?
RICARDO.- Los que más os agradan regularmente. La compañía trágica
de nuestra ciudad.
HAMLET.- ¿Y por qué andan vagando así? ¿No les sería mejor para su
reputación y sus intereses establecerse en alguna parte?
RICARDO.- Creo que los últimos reglamentos se lo prohíben.
HAMLET.- ¿Son hoy tan bien recibidos como cuando yo estuve en la
ciudad? ¿Acude siempre el mismo concurso?
RICARDO.- No, señor, no por cierto.
HAMLET.- ¿Y en qué consiste? ¿Se han echado a perder?
RICARDO.- No, señor. Ellos han procurado seguir siempre su
acostumbrado método; pero hay aquí una cría de chiquillos, vencejos
chillones, que gritando en la declamación fuera de propósito, son por esto
mismo palmoteados hasta el exceso. Esta es la diversión del día, y tanto han
denigrado los espectáculos ordinarios (como ellos los llaman) que muchos
caballeros de espada en cinta, atemorizados de las plumas de ganso de este
teatro, rara vez se atreven a poner el pie en los otros.
HAMLET.- ¡Oiga! ¿Conque sin muchachos? ¿Y quién los sostiene? ¿Qué
sueldo les dan? ¿Abandonarán el ejercicio cuando pierdan la voz para cantar?
Y cuando tengan que hacerse cómicos ordinarios, como parece verosímil que
su edad si carecen de otros medios, ¿no dirán entonces que sus compositores
los han perjudicado, haciéndoles declamar contra la profesión misma que han
tenido que abrazar después?
RICARDO.- Lo cierto es que han ocurrido ya muchos disgustos por
ambas partes, y la nación ve sin escrúpulo continuarse la discordia entre
ellos. Ha habido tiempo en que el dinero de las piezas no se cobraba, hasta
que el Poeta y el Cómico reñían y se hartaban de bofetones.
HAMLET.- ¿Es posible?
GUILLERMO.- ¡Oh! Sí lo es, como que ha habido ya muchas cabezas
rotas.
HAMLET.- Y qué, ¿los chicos han vencido en esas peleas?
RICARDO.- Cierto que sí, y se hubieran burlado del mismo Hércules, con
maza y todo.
HAMLET.- No es extraño. Ya veis mi tío, Rey de Dinamarca. Los que se
mofaban de él mientras vivió mi padre, ahora dan veinte, cuarenta, cincuenta
y aun cien ducados por su retrato de miniatura. En esto hay algo que es más
que natural, si la filosofía pudiera descubrirlo.
GUILLERMO.- Ya están ahí los Cómicos.
HAMLET.- Pues, caballeros, muy bien venidos a Elsingor; acercaos aquí,
dadme las manos. Las señales de una buena acogida consisten por lo común
en ceremonias y cumplimientos; pero, permitid que os trate así, porque os
hago saber que yo debo recibir muy bien a los Cómicos, en lo exterior, y no
quisiera que las distinciones que a ellos les haga, pareciesen mayores que las
que os hago a vosotros. Bienvenidos. Pero, mi tío padre, y mi madre tía, a fe
que se equivocan mucho.
GUILLERMO.- ¿En qué, señor?
HAMLET.- Yo no estoy loco, sino cuando sopla el nordeste; pero cuando
corre el sud, distingo muy bien un huevo de una castaña.
Escena IX
POLONIO y dichos.
Escena X
HAMLET, RICARDO, GUILLERMO, POLONIO Y CUATRO CÓMICOS
Escena XI
HAMLET solo
Acto Tercero
Escena I
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA, RICARDO, GUILLERMO
Galería de Palacio.
Escena II
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA
Escena III
CLAUDIO, POLONIO, OFELIA
Escena V
OFELIA sola
Escena VI
CLAUDIO, POLONIO, OFELIA
Escena VII
CLAUDIO, POLONIO
Escena IX
HAMLET, POLONIO, RICARDO, GUILLERMO
Escena X
HAMLET, HORACIO
Escena XI
CLAUDIO, GERTRUDIS y HAMLET, HORACIO, POLONIO,
OFELIA, RICARDO, GUILLERMO, y acompañamiento de Damas,
Caballeros, Pajes y Guardias. Suena la marcha dánica.
CLAUDIO.- ¿Cómo estás, mi querido Hamlet?
HAMLET.- Muy bueno, señor, me mantengo del aire como el camaleón,
engordo con esperanzas. No podréis vos cebar así a vuestros capones.
CLAUDIO.- No comprehendo esa respuesta, Hamlet; ni tales razones son
para mí.
HAMLET.- Ni para mí tampoco. ¿No dices tú que una vez representaste
en la Universidad? ¿Eh?
POLONIO.- Sí, señor, así es, y fui reputado por muy buen actor.
HAMLET.- ¿Y qué hiciste?
POLONIO.- El papel de Julio César. Bruto me asesinaba en el Capitolio.
HAMLET.- Muy bruto fue el que cometió en el Capitolio tan capital
delito. ¿Están ya prevenidos los Cómicos?
RICARDO.- Sí, señor, y esperan solo vuestras órdenes.
GERTRUDIS.- Ven aquí, mi querido Hamlet, ponte a mi lado.
HAMLET.- No, señora, aquí hay un imán de más atracción para mí.
POLONIO.- ¡Ah! ¡Ah! ¿Habéis notado eso?
HAMLET.- ¿Permitiréis que me ponga sobre vuestra rodilla?
OFELIA.- No señor.
HAMLET.- Quiero decir, apoyar mi cabeza en vuestra rodilla.
OFELIA.- Sí señor.
HAMLET.- ¿Pensáis que yo quisiera cometer alguna indecencia?
OFELIA.- No, no pienso nada de eso.
HAMLET.- Qué dulce cosa es...
OFELIA.- ¿Qué decís, señor?
HAMLET.- Nada.
OFELIA.- Se conoce que estáis de fiesta.
HAMLET.- ¿Quién yo?
OFELIA.- Sí señor.
HAMLET.- Lo hago sólo por divertiros. Y, bien mirado, ¿qué debe hacer
un hombre sino vivir alegre? Ved mi madre que contenta está y mi padre
murió ayer.
OFELIA.- ¡Eh! No señor, que ya hace dos meses.
HAMLET.- ¿Tanto ha? ¡Oh! Pues quiero vestirme todo de armiños y
llévese el diablo el luto. ¡Dios mío! Dos meses ha que murió y ¿todavía se
acuerdan de él? De esa manera ya puede esperarse que la memoria de n
grande hombre le sobreviva, quizás, medio año; bien que es menester que
haya sido fundador de iglesias, que si no, por la Virgen santa, no habrá nadie
que de él se acuerde: como del caballo de palo, de quien dice aquel epitafio.
Ya murió el caballito de palo
y ya le olvidaron así que murió
OFELIA.- ¿Qué significa esto, señor?
HAMLET.- Eso es un asesinato oculto, y anuncia grandes maldades.
OFELIA.- Según parece, la escena muda contiene el argumento del
drama.
Escena XII
CÓMICO 4º y dichos.
HAMLET.- Ahora lo sabremos por lo que nos diga ese actor; los Cómicos
no pueden callar un secreto, todo lo cuentan.
OFELIA.- ¿Nos dirá éste lo que significa la escena que hemos visto?
HAMLET.- Sí, por cierto, y cualquiera otra escena que le hagáis ver.
Como no os avergoncéis de representársela, él no se avergonzará de deciros
lo que significa.
OFELIA.- ¡Qué malo! ¡Qué malo sois! Pero, dejadme atender a la pieza.
CÓMICO 4.º.-Humildemente os pedimos
que escuchéis esta Tragedia,
disimulando las faltas
que haya en nosotros y en ella.
HAMLET.- ¿Es esto prólogo, o mote de sortija?
OFELIA.- ¡Qué corto ha sido!
HAMLET.- Como cariño de mujer.
Escena XIII
CÓMICO 1.º, CÓMICO 2.º, y dichos.
Escena XIV
CÓMICO 3.º y dichos.
HAMLET.- Este que sale ahora se llama Luciano, sobrino del Duque.
OFELIA.- Vos suplís perfectamente la falta del coro.
HAMLET.- Y aun pudiera servir de intérprete entre vos y vuestro amante,
si viese puestos en acción entrambos títeres.
OFELIA.- ¡Vaya, que tenéis una lengua que corta!
HAMLET.- Con un buen suspiro que deis, se la quita el filo.
OFELIA.- Eso es; siempre de mal en peor.
HAMLET.- Así hacéis vosotras en la elección de maridos: de mal en
peor. Empieza asesino... Déjate de poner ese gesto de condenado y empieza.
Vamos... el cuervo graznador está ya gritando venganza.
CÓMICO 3.º.-Negros designios, brazo ya
dispuesto
a ejecutarlos, tosigo oportuno,
sitio remoto, favorable el tiempo
y nadie que lo observe. Tú, extraído
de la profunda noche en el silencio
atroz veneno, de mortales yerbas
(invocada Proserpina) compuesto:
infectadas tres veces y otras tantas
exprimidas después, sirve a mi
intento;
pues a tu actividad mágica,
horrible,
la robustez vital cede tan presto
HAMLET.- ¿Veis? Ahora le envenena en el jardín para usurparle el cetro.
El Duque se llama Gonzago, es historia cierta y corre escrita en muy buen
Italiano. Presto veréis como la mujer de Gonzago se enamora del matador.
OFELIA.- El Rey se levanta.
HAMLET.- ¿Qué? ¿Le atemoriza un fuego aparente?
GERTRUDIS.- ¿Qué tenéis, señor?
POLONIO.- No paséis adelante, dejadlo.
CLAUDIO.- Traed luces. Vamos de aquí.
TODOS.- Luces, luces.
Escena XV
HAMLET, HORACIO, CÓMICO 1.º, CÓMICO 3.º
Escena XVI
HAMLET, HORACIO, RICARDO, GUILLERMO
Escena XVII
CÓMICO 3.º y dichos.
Escena XVIII
POLONIO y dichos.
Escena XIX
HAMLET solo
HAMLET.- Este es el espacio de la noche, apto a los maleficios. Esta es
la hora en que los cementerios se abren y el infierno respira contagios al
mundo. Ahora podría yo beber caliente sangre, ahora podría ejecutar tales
acciones, que el día se estremeciese al verla. Pero, vamos a ver a mi madre...
¡Oh! ¡Corazón! No desconozcas la naturaleza, ni permitas que en este firme
pecho se albergue la fiereza de Nerón. Déjame ser cruel, pero no parricida. El
puñal que ha de herirla está en mis palabras, no en mi mano; disimulen el
corazón y la lengua, sean las que fueren las execraciones que contra ella
pronuncie, nunca, nunca mi alma solicitará que se cumplan.
Escena XX
CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO
Gabinete.
Escena XXI
CLAUDIO, POLONIO
Escena XXII
CLAUDIO solo
Escena XXIII
CLAUDIO, HAMLET
Escena XXIV
CLAUDIO solo
Escena XXV
GERTRUDIS, POLONIO, HAMLET
Cuarto de la Reina.
Escena XXVI
GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO
Escena XXVII
GERTRUDIS, HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET
Escena XXVIII
GERTRUDIS, HAMLET
GERTRUDIS.- Todo es efecto de la fantasía. El desorden que padece tu
espíritu produce confusiones vanas.
HAMLET.- ¿Desorden? Mi pulso, como el vuestro, late con regular
intervalo y anuncia igual salud en sus compases... Nada de lo que he dicho es
locura. Haced la prueba y veréis si os repito cuantas ideas y palabras acabo de
proferir, y un loco no puede hacerlo. ¡Ah! ¡Madre mía! En merced os pido
que no apliquéis al alma esa unción halagüeña, creyendo que es mi locura la
que habla, y no vuestro delito. Con tal medicina lograréis sólo irritar la parte
ulcerada, aumentando la ponzoña pestífera, que interiormente la corrompe...
Confesad al Cielo vuestra culpa, llorad lo pasado, precaved lo futuro; y no
extendáis el beneficio sobre las malas yerbas, para que prosperen lozanas.
Perdonad este desahogo a mi virtud, ya que en esta delincuente edad, la
virtud misma tiene que pedir perdón al vicio; y aun para hacerle bien, le
halaga y le ruega.
GERTRUDIS.- ¡Ay! Hamlet, tú despedazas mi corazón.
HAMLET.- ¿Sí? Pues apartad de vos aquella porción más dañada, y vivid
con la que resta, más inocente. Buenas noches... Pero, no volváis al lecho de
mi tío. Si carecéis de virtud, aparentadla al menos. La costumbre, aquel
monstruo que destruye las inclinaciones y afectos del alma, si en lo demás es
un demonio; tal vez es un ángel cuando sabe dar a las buenas acciones una
cierta facilidad con que insensiblemente las hace parecer innatas. Conteneos
por esta noche: este esfuerzo os hará más fácil la abstinencia próxima, y la
que siga después la hallaréis más fácil todavía. La costumbre es capaz de
borrar la impresión misma de la naturaleza, reprimir las malas inclinaciones y
alejarlas de nosotros con maravilloso poder. Buenas noches, y cuando
aspiréis de veras la bendición del Cielo, entonces yo os pediré vuestra
bendición... La desgracia de este hombre me aflige en extremo; pero Dios lo
ha querido así, a él le ha castigado por mi mano y a mí también,
precisándome a ser el instrumento de su enojo. Yo le conduciré a donde
convenga y sabré justificar la muerte que le dí. Basta. Buenas noches. Porque
soy piadoso debo ser cruel, ve aquí el primer daño cometido; pero aún es
mayor el que después ha de ejecutarse... ¡Ah! Escuchad otra cosa.
GERTRUDIS.- ¿Cuál es? ¿Qué debo hacer?
HAMLET.- No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el
Rey, hinchado con el vino, os conduzca otra vez al lecho y allí os acaricie,
apretando lascivo vuestras mejillas, y os tiente el pecho con sus malditas
manos y os bese con negra boca. Agradecida entonces, declaradle cuanto hay
en el caso, decidle que mi locura no es verdadera, que todo es artificio. Sí,
decídselo, porque ¿cómo es posible que una Reina hermosa, modesta,
prudente, oculte secretos de tal importancia a aquel gato viejo, murciélago,
sapo torpísimo? ¿Cómo sería posible callárselo? Id, y a pesar de la razón y
del sigilo, abrid la jaula sobre el techo de la casa y haced que los pájaros se
vuelen, y semejante al mono (tan amigo de hacer experiencias) meted la
cabeza en la trampa, a riesgo de perecer en ella misma.
GERTRUDIS.- No, no lo temas, que si las palabras se forman del aliento,
y éste anuncia vida, no hay vida ni aliento en mí, para repetir lo que me has
dicho.
HAMLET.- ¿Sabéis que debo ir a Inglaterra?
GERTRUDIS.- ¡Ah! Ya lo había olvidado. Sí, es cosa resuelta.
HAMLET.- He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos
condiscípulos (de quienes yo me fiaré, como de una víbora ponzoñosa) van
encargados de llevar el mensaje facilitarme la marcha, y conducirme al
precipicio. Pero, yo los dejaré hacer: que es mucho gusto ver volar al minador
con su propio hornillo, y mal irán las cosas; o yo excavaré una vara no más
debajo de las minas, y les haré saltar hasta la luna. ¡Oh! ¡Es mucho gusto,
cuando un pícaro tropieza con quien se las entiende!... Este hombre me hace
ahora su ganapán..., le llevaré arrastrando a la pieza inmediata. Madre,
buenas noches... Por cierto que el señor Consejero (que fue en vida un
hablador impertinente) es ahora bien reposado, bien serio y taciturno. Vamos,
amigo, que es menester sacaros de aquí y acabar con ello. Buenas noches,
madre.
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Acto Cuarto
Escena I
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO
Salón de Palacio.
Escena III
HAMLET, RICARDO, GUILLERMO
Cuarto de HAMLET.
Escena IV
CLAUDIO solo
Salón de Palacio.
Escena V
CLAUDIO, RICARDO
Escena VI
CLAUDIO, RICARDO, HAMLET, GUILLERMO, CRIADOS
Escena VII
CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO
Escena VIII
príncipe de Noruega FORTIMBRÁS, UN CAPITÁN, SOLDADOS
Campo solitario en las fronteras de Dinamarca.
Escena IX
UN CAPITÁN, HAMLET, RICARDO Y GUILLERMO, SOLDADOS
Escena X
HAMLET solo
Escena XI
GERTRUDIS, HORACIO
Galería de Palacio.
Escena XII
GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO
OFELIA.- ¿En dónde está la hermosa Reina de Dinamarca?
GERTRUDIS.- ¿Cómo va, Ofelia?
OFELIA.- ¿Cómo al amante
que fiel te sirva,
de otro cualquiera
distinguiría?
Por las veneras
de su esclavina,
bordón, sombrero
con plumas rizas,
y su calzado
que adornan cintas.
GERTRUDIS.- ¡Oh! ¡Querida mía! Y, ¿a qué propósito viene esa
canción?
OFELIA.- ¿Eso decís?.... Atended a ésta.
Muerto es ya, señora,
muerto y no está aquí.
Una tosca piedra
a sus plantas vi
y al césped del prado
su frente cubrir.
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
GERTRUDIS.- Sí, pero, Ofelia...
OFELIA.- Oíd, oíd.
Blancos paños le vestían...
Escena XIII
CLAUDIO, GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO
Escena XIV
CLAUDIO, GERTRUDIS
Escena XV
CLAUDIO, GERTRUDIS, UN CABALLERO
Escena XVI
LAERTES, CLAUDIO, GERTRUDIS, SOLDADOS, y PUEBLO
Escena XVII
CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES, OFELIA,
acompañamiento.
Escena XVIII
CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES
Escena XIX
HORACIO, UN CRIADO
Sala en casa de HORACIO.
Escena XX
HORACIO, DOS MARINEROS
Escena XXI
CLAUDIO, LAERTES
Gabinete del Rey.
Escena XXII
GERTRUDIS, CLAUDIO, LAERTES
Acto Quinto
Escena I
SEPULTURERO 1.º SEPULTURERO 2.º
Cementerio contiguo a una iglesia.
Escena II
HAMLET, HORACIO, SEPULTURERO 1.º
Escena III
CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, LAERTES, HORACIO, UN
CURA, DOS SEPULTUREROS. Acompañamiento de Damas,
Caballeros y Criados.
Escena IV
HAMLET, HORACIO
Salón del Palacio.
Escena V
HAMLET, HORACIO, ENRIQUE
cortesano
Escena VI
HAMLET, HORACIO
Escena VIII
HAMLET, HORACIO
Escena IX
HAMLET, HORACIO, CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES,
ENRIQUE, Caballeros, Damas y acompañamiento.
Escena X
HAMLET, HORACIO, ENRIQUE, UN CABALLERO y
acompañamiento.
Escena XI
FORTIMBRÁS, DOS EMBAJADORES, HORACIO, ENRIQUE,
SOLDADOS, acompañamiento.