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La Rebelión de Atlas

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La Rebelión de Atlas

Capítulo I - El tema
-¿Quién es John Galt?
El libro comienza con esta pregunta. Presenta a Eddie Willers que mientras va a su trabajo
en Taggart Transcontinental recuerda su infancia y niñez. Había pasado la mayor parte
de esa época con los hijos de los Taggart y ahora trabajaba para ellos, igual como lo
habían hecho su abuelo y su padre. Recordó cuando tenía 10 años y su querida y única
compañera le había dicho que cuando fueran grandes harían lo que fuera correcto y algo
grande que deberían descubrir que era.
El edificio de Taggart Transcontinental en Nueva York era el edificio más alto y orgulloso
de la calle. Eddie Willers cada vez que entraba en él experimentaba una sensación de
alivio y de seguridad. Era un lugar de eficiencia y poder. De allí salían los trenes que
cruzaban el continente tal como venía sucediendo generación tras generación. Taggart
Transcontinental cuyo lema era "De océano a océano." Willers se dirigió al despacho de
James Taggart, presidente de la compañía.
James Taggart estaba sentado a su escritorio, Eddie lo trataba de Jim. El ferrocarril
Taggart Transcontinental, una red de líneas que cruzaban el país desde Nueva York hasta
San Francisco, un trazo rojo iba desde Cheyenne, Wyoming, hasta El Paso, Texas, se
trataba de la línea Río Norte de Taggart Transcontinental. Había ocurrido otro accidente.
Sus rieles estaban en muy malas condiciones era necesario cambiarlos todos. James
opinaba que todas las compañías tenían problemas, era algo nacional, pero transitorio.
Eddie le describió la situación de la línea Río Norte: en los últimos 6 meses no habían
cumplido ni una sola vez con el horario; Orren Boyle le había notificado que no podían
entregarle los nuevos rieles como lo habían prometido; la competencia Phoenix Durango
les estaba quitando todos los clientes, entre ellos la petrolera Wyatt. Ante el enojo de Jim,
Eddie optó por retirarse de la oficina, se encontró con Pop Harper, el jefe de Personal que
estaba arreglando una máquina de escribir.
Dagny Taggart escuchaba la música de una sinfonía mientras estaba sentada junto a la
ventanilla de un vagón del Taggart Comet. No la había escuchado antes pero sabía que
era de Richard Halley, su compositor favorito. Un joven guardafrenos era quien la silbaba.
Le dijo que era el quinto concierto de Halley.
Despertó sobresaltada, el tren estaba detenido. Una luz roja estaba encendida. Ella se
identificó como la vicepresidenta de operaciones de la empresa y le ordenó continuar
hasta recuperar el tiempo perdido. Se puso a pensar que tenía que hacer algunos cambios
entre ellos cambiar al superintendente de la división Ohio por el brillante joven Owen
Kellog que estaba como ayudante en la estación terminal de Nueva York, en cuanto
regresara hablaría con él.
Dagny al bajarse del tren silbaba el concierto N° 5 de Halley. El joven guardafrenos la
miraba. Dagny entró en la oficina de James Taggart y se sentó frente a él. Eddie Willers
también estaba y tomaba notas, era el ayudante especial de la vicepresidenta de
operaciones y debía estar siempre en las reuniones importantes de Dagny.
Dagny comenzó diciendo que la línea Río Norte estaba más mal que lo que había pensado,
pero estaba convencida de que la salvarían. Luego le dijo a su hermano que había pedido
nuevos rieles a Rearden Steel y había cancelado el contrato con Associated Steel de Orren
Boyle. Los rieles no serían de acero sino que del nuevo metal, el metal Rearden. Luego
de intercambiar opiniones con su hermano se retiró a su oficina y le pidió a Eddie que la
comunicara con Ayres de Ayres Music Publishing Company. Ayres le informó que
Richard Halley no componía desde hacía ocho años y que le confirmaba que solo había
escrito cuatro sinfonías.
Eddie le informó que Owen Kellog había solicitado una entrevista con ella, le respondió
que lo mandara a buscar porque le tenía una sorpresa, lo nombraría director de la división
de Ohio. Owen le respondió que lamentablemente no podía aceptarlo porque se retiraba
de la empresa por motivos personales.
Capítulo II - La cadena
Mientras el tren de la línea Taggart iba rumbo a Filadelfia desfilaban por sus ventanillas
una serie de edificios y construcciones con luces brillantes, al final había un edificio de
oficinas con un cartel que decía "Rearden Steel". Un pasajero del tren, un periodista
comentó al ver el letrero que Hank Rearden era el tipo de hombre que le gustaba ponerle
su nombre a todo lo que tocaba.
Un hombre solitario lo observaba todo, era el inicio del primer pedido de metal Rearden
que la empresa iba a atender. Era Hank Rearden. Vio como vertían el metal en una hilera
de moldes que esperaban ser llenados. Un obrero le sonrió pues comprendía lo que él
sentía. Tenía que estar presente esa noche. Hank le devolvió el saludo y regresó a su
oficina y luego caminó hasta su casa. Llevaba en el bolsillo un brazalete con forma de
cadena, fabricado con metal Rearden. Habían transcurrido 10 años para fabricarlo. Lo
tenía como regalo para su "esposa", no la mujer con quien estaba casado, sino que era
para una abstracción llamada "esposa".
Entró a su casa en la colina. Alrededor de la chimenea estaban su esposa Lillian, su madre,
su hermano Philip y Paul Larking, un amigo. Lillian lo saludó con sarcasmos, su madre
le reprochó su tardanza, Larkin lo saludó sonriente y Philip le dijo que trabajaba
demasiado. Su madre le comentó que su amiga, la señora Beecham, lo había estado
esperando para contarle del trabajo que realizaban en la escuela parroquial y de las clases
de artesanía.
Lillian lo comprometió para 3 meses más, el 10 de diciembre celebrarían su aniversario
de matrimonio con una fiesta. Hank les contó que había llegado tarde esa noche porque
habían producido el primer metal Rearden y le entregó el brazalete a Lillian.
Lillian le agradeció el regalo y su madre lo criticó, le dijo que era una egoísta y que
debería haberle regalado una joya de diamantes. Hank mientras escuchaba a sus familiares
pensaba por qué su madre insistía en continuar viviendo con ellos. Paul Larkin lo felicitó
y le dijo que ojalá no se le presentaran complicaciones porque sus relaciones públicas no
eran buenas la prensa no le era favorable, estaban en su contra. Finalmente le preguntó
por su hombre de Washington, debería preocuparse y luego dijo ¿quién es John Galt?.
Phil le dijo que estaba agotado, había estado visitando personas para recaudar fondos para
los Amigos del Progreso Mundial, necesitaban 10,000 dólares. Hank le respondió que él
le daría el dinero, que llamara a su secretaria la señorita Ives. Phil le pidió que fuera en
efectivo pues no quería que se supiera que él donaba el dinero, los Amigos del Progreso
Mundial no querían que figurara en la lista de benefactores
Capítulo III - La cumbre y el abismo
El lugar era como una bodega, de techo bajo, reservados circulares, sin ventanas, en la
cumbre de un rascacielos de 60 pisos. Era la taberna más exclusiva de Nueva York.
Estaban reunidos James Taggart, Orren Boyle, Paul Larkin y Wesley Mouch. Hablaban
en voz baja. Orren le explicaba a James que tenían todo planeado para fabricar los rieles,
pero factores insospechados lo impidieron. James explicó que su hermana había
convencido al directorio de cancelar el contrato con ellos.
Según Orren la desunión era la causa principal de todos los problemas sociales. En la
sociedad industrial ninguna empresa podía triunfar si no compartía los problemas que
afectaban a las otras. Associated Steel tenían las más modernas instalaciones del país pero
la obtención del hierro era un problema nacional. No pudieron conseguir mineral. Paul
Larkin explicó que la industria minera se estaba viniendo abajo: agotamiento de las minas
y desgaste del equipo, escasez de materiales, dificultades de transporte y otros. Orren
manifestó que todo el mundo debía compartir los problemas de los demás, su intención
era la preservación de una economía libre, economía que actualmente estaba siendo
sometida a una dura prueba, debía demostrar su validez social y desarrollar un espíritu de
cooperación pública de lo contrario todo se vendría abajo; Wesley Mouch aprobó lo dicho
por Orren pero nadie le prestó atención.
Orren Boyle había surgido de la nada hacía 5 años. Era tema preferido de la prensa. Se
había iniciado con 100.000 dólares de su propiedad y un préstamo del gobierno de 200
millones. Encabezaba una enorme organización que había devorado a muchas compañías
más pequeñas. Lo cual probaba, tal como le gustaba decir, que la capacidad individual
aún tenía posibilidades de ser exitosa en el mundo. La única justificación para la
existencia de la propiedad privada era el servicio público. Indudablemente, aprobó
Wesley Mouch.
Luego Orren le comentó a James Taggart que el metal Rearden era un fraude colosal. Que
el Consejo Nacional de Industrias Metálicas había nombrado un comité para estudiar el
asunto ya que su uso podía constituir un peligro público. Taggart le preguntó a Boyle
cómo estaban las cosas en México, ¿en las minas de San Sebastián?. Los cuatro adoptaron
una actitud rígida, tenían fuertes inversiones en esas minas. Boyle les respondió que todo
estaba perfecto. En esas montañas existían los mayores yacimientos de cobre del mundo.
Que era mentira que el gobierno fuera a nacionalizarlas. Boyle le preguntó a Taggart por
qué su empresa prestaba tan mal servicio ferroviario a esa región: un solo tren de pasajeros
diario, los vagones antiquísimos y la locomotora a leña. Taggart se disculpó, era debido
a atrasos en la entrega de máquinas nuevas, luego se puso de pie y se despidió. Larkin
también se despidió, lo mismo Wesley Mouch que era el hombre de confianza de Rearden
en Washington. Taggart partió a ver a su hermana.
Dagny Taggart a los 9 años decidió que algún día dirigiría la compañía ferroviaria de su
familia, Taggart Transcontinental. A los 12 años le había comentado a su amigo Eddie
Willers que cuando fuera mayor dirigiría la compañía. A los 15 se le ocurrió que las
mujeres no dirigían compañías, pero no le preocupó mayormente. A los 16 comenzó a
trabajar como operadora nocturna de una pequeña estación del campo, mientras estudiaba
Ingeniería industrial en la universidad. Su carrera en la empresa fue rápida, ella decía lo
que se debía hacer y el resto la obedecía, su padre parecía asombrado y orgulloso. Tenía
29 años cuando él murió. El control de la compañía pasó a manos de su hermano James
de 34 años a quién eligieron por ser el hijo mayor, por su capacidad para "hacer populares
las vías férreas", su "buena prensa" y su "habilidad en Washington".
Daggny nunca aspiró a la presidencia, solo le interesaba el departamento de operaciones.
Tenía la convicción de que ella siempre estaría en condiciones de corregir cualquier
perjuicio que su hermano ocasionara, sabía que este no era lo suficientemente listo para
perjudicar demasiado a la empresa.
Lo primero que hizo James Taggart al asumir la dirección de Transcontinental fue la
construcción de la línea San Sebastián, relacionada directamente con Francisco d'Anconia
conocido como el rey mundial del cobre quien había heredado su fortuna a los 23 años y
ahora a los 36 años cotinuaba siendo famoso no solo como el hombre más rico, sino que
también como playboy. Descendiente de una de las familias más ricas de Argentina,
poseía campos ganaderos, plantaciones de café y la mayoría de las minas de cobre de
Chile. Era dueño de casi media Sudamérica y de diversas minas en los Estados Unidos.
Cuando adquirió en México kilómetros de montañas peladas los inversionistas invirtieron
grandes sumas de dinero en acciones de sus minas de cobre, llamadas Minas de San
Sebastián, entre estos inversionistas estaban James Taggart, Orren Boyle y sus amigos.
Dagny nunca pudo descubrir qué impulsó a James a tender una vía férrea desde Texas
hasta San Sebastián. Algunos directores se opusieron, pero James ganó. El gobierno
mexicano garantizó por 200 años el derecho de propiedad de Taggart Transcontinental
sobre el ferrocarril. d'Anconia había obtenido la misma garantía para sus minas.
Dagny luchó contra el tendido de la línea de San Sebastián, pero nadie le hizo caso en el
directorio que luego de analizar la importancia de las relaciones con México y la
necesidad de transporte de mercadería que el proyecto San Sebastián significaría.
Finalmente aprobó el tendido que costaría 30 millones de dólares. Dos directores
renunciaron y lo mismo hizo el vicepresidente del departamento de operaciones que fue
sustituido por un amigo de James Taggart.
La gente recién empezaba a fijarse en Ellis Wyatt porque sus actividades constituían la
primera promesa de un torrente de ganancias a punto de brotar de las muertas planicies
de Colorado. La línea Río Norte estaba por colapsar precisamente cuando más necesarios
se hacían sus servicios. Entonces Wyatt transfirió el transporte de su petróleo a Phoenix-
Durango, empresa ferroviaria desconocida y pequeña, que con este contrato saltó hacia
las alturas creciendo a medida que lo hacía Wyatt Oil.
Dagny tenía 32 años cuando le comunicó a James que pensaba renunciar pues no podía
entender el accionar de su amigo vicepresidente de operaciones. El directorio por
unanimidad la designó como nueva vicepresidenta de operaciones, de modo que ella fue
quien terminó la construcción de la línea que ya llevaba 3 años de trabajos, se había
tendido un tercio de la vía y los gastos eran superiores a lo previsto. Despidió a los amigos
de James, contrató a un nuevo contratista que terminó la obra en un año.

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