Clasicismo Musical
Clasicismo Musical
Clasicismo Musical
Ya en 1814 el escritor Ernst Hoffmann reconoció la originalidad e integridad del
nuevo lenguaje y señaló que el nuevo arte de Haydn, Mozart y Beethoven tuvo sus
orígenes a mediados del siglo XVIII. Hacia la década de 1720 apareció un nuevo estilo
muy influyente, el rococó, cultivado principalmente en Francia. El llamado estilo
expresivo surgió algo más tarde, y estuvo básicamente asociado a los compositores
alemanes. Ambos estilos se desarrollaron a partir de la práctica difundida en el barroco
de poner el mayor interés melódico en las voces superiores. La importancia de la voz del
bajo disminuyó de forma radical, dado que su papel quedó postergado al de mero
soporte de la línea melódica principal en la voz superior.
Rococó fue un término utilizado, en un principio, para designar los elaborados
ornamentos en materia de decoración e interiorismo empleados en Francia durante el
periodo de la Regencia. Galante era el término popularmente utilizado para indicar lo
moderno, elegante y sofisticado. En la música, el estilo del rococó estaba asociado a la
aristocracia, mientras que el estilo expresivo pertenecía a la clase media y estaba
fundado sobre los sentimientos individuales. Ambos lenguajes fueron absorbidos más
adelante dentro del clasicismo.
Los cambios en el lenguaje musical se centraron en los nuevos enfoques de la
melodía y la armonía. Durante el periodo del barroco el carácter básico de un
movimiento siempre era consistente. Tenía un único tema declarado al comienzo, y
luego, en lugar de la cadencia habitual, era desarrollado y articulado por medio de la
repetición secuencial de frases. Los compositores preclásicos mantuvieron la estructura
basada en tonalidades relativas, pero comenzaron a introducir un grado mucho mayor
de contraste dentro de los movimientos. La continuidad de los compositores del barroco
fue reemplazada por frases más articuladas, que por primera vez crearon un nuevo
problema de fluidez. El material melódico a menudo se basaba en acordes y se
caracterizaba por una renovada simplicidad. Se rechazó el vocabulario armónico y tonal
de los compositores del barroco y el ritmo armónico se hizo más lento: las progresiones
convencionales a menudo soportaban una gran actividad dentro de la estructura.
Los nuevos lenguajes musicales permitieron la aparición de toda una gama de
géneros musicales. En la música para teclado, el compositor francés François Couperin
fue un ejemplo de estilo galante, y cultivó piezas de género descriptivo, así como piezas
para clavicordio llamadas ordres, cuyos movimientos de danza suelen tener títulos
estrambóticos. De las muchas danzas del barroco, sólo el minué conservó su lugar en la
música de cámara y en las composiciones para orquesta clásica. Era característico del
rococó, con sus refinados pasos y gestos pequeños, pero demostró ser capaz de un
desarrollo sofisticado a manos de Haydn y Mozart. El periodo del clasicismo fue testigo
de un cambio radical en el papel de los instrumentos de teclado, a medida que iba
desapareciendo de forma gradual la función del bajo continuo. Un hecho simbólico fue la
decadencia de la sonata a trío, una de las formas instrumentales básicas del barroco.
Ello dio pie al cuarteto de cuerda, cuya espectacular difusión fue uno los mayores logros
de Haydn.
Durante el periodo barroco, los instrumentos de tecla sólo desempeñaron un
papel importante en las sonatas para dos, tres o más instrumentos, pero en la primera
mitad del siglo XVIII surgió la sonata para solista, que luego llegó a conquistar la
importante posición que aún conserva. Uno de los compositores que más contribuyó a
este género fue el italiano Domenico Scarlatti, cuyas sonatas virtuosas muestran un
importante entendimiento del idioma musical y del enfoque experimental, tanto en las
progresiones armónicas como en la estructura musical. A menudo introducía contrastes
temáticos que podrían considerarse como un rasgo de modernidad.
Si la ligereza de sentimiento de Scarlatti lo conecta con el rococó, C. P. E. Bach
es la quintaesencia del 'sentimentalismo'. Fue él quien declaró que los objetivos
principales de la música son los sentimientos y por ello era necesario que el músico
tocase con el corazón y se viera comprometido emocionalmente. La expresión de Bach
sobre las sutiles sombras de la emoción se asocia con el interés por la calidad vocal de
sus sonatas y fantasías. La exteriorización de sentimientos y la propensión a las
lágrimas y a los suspiros caracterizaron también al movimiento literario conocido como
Sturm und Drang (tormenta e impulso), que tomó el nombre de una obra teatral de 1776
escrita por Friedrich Maximilian von Klinger. Este movimiento previo al romanticismo
concedía una gran importancia a la libertad personal del artista que se tradujo en la
música en una gran intensidad emocional y en un arranque de pasión que caracterizan
algunas de las piezas para teclado del propio C. F. E. Bach. También afectó a una parte
de la música instrumental y para orquesta del joven Haydn, quien reconoció libremente
su deuda con el viejo compositor.
Italia era uno de los principales centros musicales en el periodo del clasicismo y
fue allí donde brotaron las primeras semillas para el desarrollo de la sinfonía. La
obertura de ópera se estableció en Italia alrededor de 1700, pero no fue hasta mucho
más tarde cuando sus tres secciones fueron separadas del teatro para ser interpretadas
aparte. Los primeros compositores italianos de sinfonías fueron Guiseppe Tartini y
Giovanni Battista Sammartini. Sin embargo, pronto se impuso el predominio alemán en
ese campo, especialmente en Mannheim, donde se hizo famosa la orquesta dirigida por
Johann Stamitz bajo el patrocinio del elector Karl Theodor por su disciplinada precisión,
que causó una gran impresión en Mozart. La escuela de Mannheim combinó el lirismo
italianizante con la fuerza dramática de recursos instrumentales tales como el crescendo
y el trémolo. El desarrollo de la orquesta clásica también debe mucho a los
compositores austriacos Georg Matthias Monn y Georg Christoph Wagenseil, cuyo
eclecticismo moderó la simplicidad del nuevo estilo y mantuvo los instintos de la
experiencia contrapuntística. Las bien documentadas distinciones de los estilos
nacionales a mediados del siglo XVII, dieron pie a una perspectiva verdaderamente
internacional durante la época de Haydn y Mozart. Johann Christian Bach, hijo menor de
Johann Sebastian Bach, tras estudiar en Alemania e Italia, comenzó con éxito una
carrera como compositor e intérprete en Londres después de haber sido organista de la
catedral de Milán. La gracia, elegancia y a veces melancolía de su lenguaje musical
muestran la influencia inmediata del joven Mozart.
El desarrollo de la comedia tuvo una importante influencia en el terreno de la
ópera a lo largo del siglo. Los intermedios cómicos, que se representaban entre los
actos de las óperas serias, introdujeron personajes, intrigas y situaciones extraídas de la
vida real. La opera buffa pronto se independizó en obras como La serva padrona (1733),
de Giovanni Battista Pergolesi. El género comenzó a adquirir una enorme influencia, que
no perdió hasta las tres colaboraciones de Mozart con el libretista Lorenzo da Ponte: Las
bodas de Fígaro (1786), Don Giovanni (1787) y Così fan tutte (1790).
Durante el clasicismo también se produjo un movimiento de reforma de la ópera
seria que trajo consigo una reducción de la importancia del aria y un incremento de los
valores dramáticos, de los recitativos acompañados y de los coros. Invocando la razón y
el buen gusto, Christoph Willibald Gluck describió así el virtuosismo vocal o los ritornelli
orquestales interminables: "... siempre me he esforzado en mi música por destacar el
texto de una manera simple y natural por medio de la expresión y la declamación
adecuadas". La insistencia de Gluck de que toda ópera debía poseer un significado
moral y expresar las emociones humanas, le han convertido en una figura destacada del
clasicismo. Pero, a finales del siglo XVIII, la enorme influencia de la ópera seria italiana
decaería, y los últimos exponentes de su refinada elegancia fueron compositores como
Johann Adolf Hasse y Niccolò Jommelli.
Más que cualquier otro compositor, Haydn logró sintetizar durante la década de
1770 los lenguajes anteriores, combinando lo culto y lo popular, lo cómico y lo serio.
Entre los elementos más importantes del principio del clasicismo está la articulación de
formas a gran escala y el empleo de la modulación entre la tensión y el relajamiento,
que cultivaron tanto Haydn como Mozart. Si bien la interacción de forma y contenido
implica una variedad de proporciones tonales dentro de cada movimiento individual,
algunos elementos de la relación entre materia y tonalidad han dado lugar a la aparición
del término, a veces confuso, de forma sonata. Se trata en este caso del desarrollo de la
estructura binaria del barroco que puede verse, sobre todo, en los primeros movimientos
de las obras clásicas. El término "principio de la sonata" describe de manera más
adecuada un procedimiento que refleja el lenguaje musical natural de la época y que
podía fácilmente combinarse con otros elementos como el rondó e incluso la fuga. El
desarrollo de los motivos de Haydn a partir de su material, suele contrastar con la vena
italianizante de la lírica de Mozart, incluso aunque las estructuras de sus respectivas
formas musicales se parezcan en lo superficial. La universalidad alcanzada por Haydn
se vio reforzada en su música por ciertos toques de folclore, uno de los medios con los
que pretendió responder a las expectativas de su público. Sus doce Sinfonías de
Londres (nº 93-104, 1791-1795) ilustran con efectividad el alcance de su estilo orquestal
de la madurez.
Mozart también fue consciente de la necesidad de ser accesible, pero al mismo tiempo
en la década de 1780 se sintió atraído por la realización de un fructífero estudio de los
complejos procedimientos de J. S. Bach. El contrapunto siguió existiendo a partir de
entonces no sólo en contextos sinfónicos como la Sinfonía nº 41 en do mayor, Júpiter
(1788), sino también en géneros menos obvios, como los conciertos para piano.
También supuso la profundización de las posibilidades dramáticas de la música de
Mozart para el teatro, sobre todo en el trazado de personajes individuales dentro de
conjuntos. Sus finales operísticos demuestran una organización magistral de las
estructuras tonales a gran escala. El lenguaje musical de Mozart reconcilia influencias
opuestas. La yuxtaposición instintiva de elementos italianos y vieneses queda
especialmente reflejada en sus grandiosos logros en la ópera seria, la opera buffa y en
el Singspiel alemán. En la música religiosa de este periodo se puede observar un
enfoque menos integrador, que coloca las arias de estilo italiano de ópera seria muy
cerca de elaboradas fugas corales.
La retórica tuvo una influencia significativa sobre la composición musical de esa
época. Las pequeñas dificultades que introducían los compositores clásicos en sus
intentos expresivos confieren hoy día un significado más real a la interpretación.
Particularmente ricos en información sobre las reglas no escritas de la época y las
muchas analogías con la oratoria tienen su origen son los tratados de Quantz (1752),
Leopold Mozart (1756), C. P. E. Bach (1753, 1762), Daniel Gottlob Türk (1789) y otros.
En cuanto a la música española no se puede pasar por alto la estancia en la
península del gran compositor italiano Domenico Scarlatti en el periodo inmediatamente
anterior al clasicismo. En esa época de tránsito, Scarlatti fue a Lisboa como maestro de
capilla de Juan V de Portugal y maestro de la infanta María Teresa Bárbara, para la que
escribió la mayor parte de sus 550 sonatas. Scarlatti pasó luego a España como
profesor de música de Fernando VI y de su esposa Bárbara de Braganza.
Otro compositor italiano, Luigi Boccherini, se trasladó a Madrid en 1769 con el
cargo de compositor y virtuoso de cámara del infante don Luis. Juan Crisóstomo de
Arriaga, que nació en Bilbao en 1806, fue discípulo suyo, así como de François Joseph
Pétis y de Pierre Baillot. Arriaga escribió tres cuartetos para instrumentos de cuerda, una
obertura y sinfonía para gran orquesta, un Stabat mater, una salve, una misa, romanzas
y cantatas y también las óperas Edipo, escena para tenor y orquesta (1818) y Los
esclavos felices (1820).
En el panorama musical español sobresale el músico valenciano Vicente Martín y
Soler. Estrenó con mucho éxito en Italia donde se le conocía como Martini lo Spagnolo.
Más tarde en Viena llegó a competir con Mozart. Martín y Soler es autor de Una cosa
rara (1786), obra de la que el compositor austriaco recoge un fragmento en el Don
Giovanni. También es autor de L’arbore di Diana y de otras óperas. Contemporáneos de
Mozart fueron también el padre Antonio Soler, Antonio Eximeno, Juan Andrés y Esteban
Arteaga, Blas de la Serna y Jacinto Valledor.
Es discutible hasta qué punto el estilo clásico sobrevivió durante el siglo XIX. La
música de Beethoven está muy estructurada y, en ese sentido, es clásica, pero con un
concepto más extendido de la estructura armónica. Por otra parte, la accesibilidad dejó
de ser prioritaria en su música de madurez. El impacto de la Revolución Francesa tuvo
una influencia mayor sobre el romanticismo. El declive en la productividad y el aumento
de la conciencia de sí mismo aleja a Beethoven de Haydn y de Mozart.
El compositor vienés Franz Schubert contuvo su impulso lírico en un amplio juego
armónico dentro de enormes estructuras, como sus sonatas para piano tardías y la
Sinfonía nº 9 en do mayor, La grande (1825). Sin embargo, dentro de los Lieder de
Schubert, la preeminencia clásica de la forma se trastoca en imaginación intuitiva, más
característica del romanticismo. Si bien las estructuras clásicas mantuvieron una
posición importante durante el siglo XIX, fueron las formas, más que los principios, las
que han sobrevivido en la obra de muchos compositores románticos.