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TEMA 4: EL PERÍODO DE REGENCIAS DURANTE EL REINADO DE ISABEL

II: REVOLUCIÓN LIBERAL Y PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1843)

- LA PRIMERA GUERRA CARLISTA


- LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1833-1840)
- LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843)

Con el reinado de Isabel II se instauró en España la monarquía liberal.


Mientras se libraba la guerra carlista, la monarquía implantó el régimen liberal. Ahora
bien, con el establecimiento del Estado liberal surgieron las diferencias entre los
mismos liberales, que presentaban profundas diferencias ideológicas.
Los MODERADOS defendían la soberanía compartida entre las Cortes y
el rey, una organización administrativa uniforme y centralizada para toda España y
sufragio censitario restringido a las clases propietarias , lo que impidía el acceso de las
clases populares a la política. Fueron apoyados por la nobleza y la burguesía.
Los PROGRESISTAS eran partidarios de un liberalismo más amplio.
Defendían la soberanía nacional, el establecimiento de limitaciones al poder de la
corona y un sufragio más amplio.. Se apoyaba en las clases medias de las ciudades,
parte del ejército y los profesionales liberales.

LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1839)

Tras la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833 y la subida al


trono de Isabel II se desencadenó un conflicto que ya venía gestándose de antes. Carlos
María Isidro, a través del Manifiesto de Abrantes, reclamaba el trono desde Portugal.
En distintos puntos de España hubo levantamientos a favor éste, pero, poco a poco, la
guerra que se desataba no era solo una guerra dinástica sino un enfrentamiento entre
los partidarios del Antiguo Régimen y los que querían convertir a España en un Estado
liberal. La regente María Cristina buscó el apoyo de los liberales, única fuerza capaz de
defender los derechos al trono de Isabel II.
En el plano ideológico, los carlistas eran partidarios del absolutismo
monárquico, la defensa de la religión y de los fueros que se identificaban con el
Antiguo Régimen. Entre los carlistas se encontraban miembros del ejército y la mayor
parte del clero, parte de la nobleza y del campesinado. El bando isabelino contó con el
apoyo de parte de la nobleza, del funcionariado y altas jerarquías de la Iglesia, altos
mandos del ejército, burguesía y clases populares urbanas.
En resumen, el carlismo triunfó, sobre todo, en las zonas rurales, y
especialmente en el norte, País Vasco y Navarra, al considerarse amenazadas por el
liberalismo uniformista y centralizador, pero tuvo escaso arraigo entre las masas
urbanas que rechazaban el absolutismo.
Podemos diferenciar tres fases en esta Primera Guerra Carlista:

PRIMERA FASE (1833-1835): Destacan los triunfos carlistas. El


pretendiente don Carlos se estableció en Navarra con un gobierno alternativo al de la
regente. La buena suerte de los carlistas se trunca en 1835, cuando el coronel carlista
Zumalacárregui, el principal organizador del ejército carlista del norte, muere en el
cerco de Bilbao, la única gran ciudad que estuvo a punto de caer en sus manos, ya que
su dominio se basaba, sobre todo, en el medio rural. También hubo partidas carlistas
en Cataluña, en la parte montañosa del norte, y en el Maestrazgo y el Bajo Aragón,
puestas bajo la dirección del militar Ramón Cabrera

SEGUNDA FASE (1835-1837): Se caracteriza por las grandes expediciones


carlistas para enlazar y estimular las partidas dispersas por el país. En 1836 tiene lugar
la primera de ellas, la del general Miguel Gómez. Partió del País Vasco y consiguió
llegar a Galicia; después se dirigió a Valencia y luego hacia Andalucía. La expedición no
logró consolidar el carlismo en ningún punto y terminó regresando hacia el norte. Al
año siguiente, en 1837, tuvo lugar la “Expedición Real”, que partió de Navarra en
mayo, bajo la dirección del propio Carlos María Isidro, y a la que se unió Ramón
Cabrera, llegando a las afueras del Madrid en septiembre; sin embargo, la acción del
General Espartero obligó al pretendiente a regresar al País Vasco. Los fracasos militares
carlistas empezaban a escindir a los dirigentes carlistas, conscientes de la imposibilidad
de una victoria militar

TERCERA FASE (1837-1839): se caracteriza por el agotamiento de los


contendientes, interesados en buscar la paz. Al fin, el general carlista Maroto firmó el
Convenio de Vergara (agosto de 1839) con Espartero por el que se ponía fin a la
guerra. Los carlistas reconocían la derrota, pero conservaban sus grados militares en el
ejército de Isabel II. Además, el gobierno se comprometía a tratar en las Cortes el tema
de los fueros del País Vasco y Navarra. El convenio no fue aceptado por Carlos María
Isidro, que cruzó la frontera con Francia en septiembre de 1839.

Las consecuencias más importantes de la guerra carlista fueron varias.


En lo político la monarquía, ávida de apoyos, se inclinó de manera definitiva hacia el
liberalismo. En ese mismo campo, los militares cobraron un gran protagonismo en la
vida política y protagonizarán frecuentes pronunciamientos durante el siglo XIX.

LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA (1833-1840)

Debido al nombramiento de Isabel II como reina de España en 1833,


cuando tan sólo tenía tres años de edad, tuvo que asumir las labores de gobierno
María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, madre de ésta y esposa de Fernando VII.

Los primeros años de este período estuvieron marcados por la presencia de los
moderados al frente de los gobiernos, como es el caso de FRANCISCO CEA BERMÚDEZ,
que presidió el último gobierno de Fernando VII, pero, para la etapa que se abría, éste
no era el político adecuado, cuyo programa consistía en oponerse tanto a los carlistas
como a los liberales. Durante su gobierno se aprobó la división administrativa del país
en provincias, a cargo de Javier de Burgos.
En enero de 1834 era llamado para formar gobierno FRANCISCO
MARTÍNEZ DE LA ROSA. Con un programa basado en un liberalismo moderado, buscó
una fórmula de equilibrio entre las tendencias liberales y el carlismo. El resultado fue la
aprobación del Estatuto Real en 1834, una carta otorgada por la corona, en la que no
se reconocían derechos individuales ni la división de poderes y sí establecía una
convocatoria de Cortes, pero la ley electoral tenía un sufragio muy restringido. A pesar
de ello, la cámara elegida resultó muy crítica y exigía profundas reformas.
Aislado y falto de apoyos, Martínez de la Rosa dimitió y fue sustituido
por el CONDE DE TORENO, también moderado. El nuevo gobierno solo duró cuatro
meses. No lograba imponerse en la guerra carlista, mientras los liberales extremistas
promovían amotinamientos populares, con asaltos y quemas de conventos en diversas
ciudades. El resultado fue la formación de Juntas revolucionarias de signo progresista
en varias capitales, que Toreno intentó disolver pero al fracasar presentó su dimisión.

La regente decidió entonces apostar por los progresistas para formar


gobierno en septiembre de 1835. El nuevo gabinete de JUAN ÁLVAREZ MENDIZÁBAL se
encontró una Hacienda sin fondos, y ante una guerra en la que era necesario darle un
giro a favor de los isabelinos. Así, se amplió el alistamiento de hombres para el ejército
y como vía para obtener fondos se aprobó la Desamortización de bienes eclesiásticos
en 1836. Con ella se buscaba contar con recursos para la Hacienda, hacer frente al
carlismo y atraerse a las filas liberales a los compradores de bienes desamortizados.
María Cristina no se encontraba a gusto con estas medidas, y en mayo de 1836
Mendizábal decidió dimitir ante las diferencias con la regente.
En mayo de 1836, María Cristina encargó formar gobierno a FRANCISCO
JAVIER ISTÚRIZ. Pero éste, de corte moderado, no contaba con el apoyo de las Cortes.
En verano volvieron los levantamientos populares de signo progresista contra el
gobierno y a favor del restablecimiento de la Constitución de 1812. Por fin, el 12 de
agosto de 1836 tenía lugar el Motín de los sargentos de La Granja, que obligó a la
regente a restablecer la Constitución de 1812.
Se formó entonces un nuevo gobierno con JOSÉ MARÍA CALATRAVA al
frente. Convocadas elecciones a Cortes, la nueva Cámara tuvo mayoría progresista. El
programa del gobierno consistió en acabar con las instituciones del Antiguo Régimen e
implantar un régimen liberal con una monarquía constitucional. Este proceso culminó
con la promulgación de la Constitución de 1837, aprobada con la idea de fijar un texto
estable que pudiera ser aceptado por progresistas y moderados. Se reconocía la
soberanía nacional y los derechos individuales; establecía unas Cortes bicamerales, con
un Congreso de los Diputados elegido por sufragio censitario y un Senado designado
por el rey. También quedó aprobada una nueva ley electoral que elevaba el número de
electores, aunque seguía siendo censitario y restringido.

Una vez aprobada la Constitución se convocaron unas elecciones que


fueron ganadas por los moderados. Los gobiernos de esta etapa se vieron influidos por
los dos militares que marcaron el curso político de la historia de España en los
próximos años: Espartero se convirtió en cabeza de los progresistas y Narváez de los
moderados.
Tras el final de la Guerra Carlista el gobierno se propuso aprobar una Ley
de Ayuntamientos donde surgieron las diferencias entre los progresistas (que
defendían la elección del alcalde por los votantes) y moderados (que pretendían que
fuese designado por el gobierno). Las Cortes aprobaron la polémica ley y los
progresistas decidieron movilizarse en contra de ella. Espartero, en la cumbre de su
prestigio militar, manifestó su rechazo a la ley que la regente terminó sancionando el
de julio de 1840. Días después, otra vez volvían a formarse juntas en las principales
ciudades del país. María Cristina, para frenar la insurrección, nombró a Espartero jefe
de gobierno, pero al no aceptar el programa del nuevo gobierno la regente presentó su
renuncia, marchando a Francia en octubre de 1840.

LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843)

Proclamado regente por las Cortes, desde muy pronto, los moderados
decidieron utilizar el pronunciamiento como vía para acabar con la regencia de
Espartero. Así, en 1841, organizado desde París por el círculo de María Cristina, hubo
un intento que finalizó con el fusilamiento de los generales implicados en el golpe.
Los problemas para Espartero vinieron de su forma de gobernar, muy
personalista y en ocasiones autoritaria, apoyándose en sus amigos personales y
alejándose del sector mayoritario del grupo progresista de las Cortes. Este
enfrentamiento, por tanto, entre las Cortes y el gobierno, ambos progresistas, podía
terminar facilitando la vuelta al poder a los moderados.
Los Sucesos de Barcelona también contribuyeron a desprestigiar a
Espartero. Entre los empresarios y los mismos trabajadores reinaba la inquietud ante
las noticias sobre un proyecto de negociación librecambista del gobierno con
Inglaterra, valorado muy perjudicial para los intereses de la industria textil catalana. El
malestar derivó hacia una insurrección social con barricadas. Las autoridades
abandonaban Barcelona mientras se constituía una junta revolucionaria. Espartero
respondió con el bombardeo de Barcelona, en diciembre de 1842, produciendo
importantes daños materiales y unos 20 muertos. Este grave incidente redujo los
apoyos hacia Espartero. El partido progresista seguía dividido. Los opositores a
Espartero pusieron en marcha un movimiento conspirativo, con levantamientos
armados por buena parte de España, al que se unieron los moderados, liderados por el
militar Ramón María Narváez, que regresa de Francia y se suma al pronunciamiento. A
continuación se enfrentó a las tropas de Espartero, sobre las que se impuso, en
Torrejón de Ardoz en julio de 1843. Espartero, sin apoyos, terminó abandonando el
país, embarcando en Cádiz rumbo a Londres.

Los primeros años del reinado de Isabel II, aún menor de edad,
estuvieron marcados por el desarrollo de la Primera Guerra Carlista, en la que se
enfrentaron los defensores del Absolutismo y los del Liberalismo, con el triunfo final de
estos últimos. En todo caso, las disputas de mayor calado e influencia histórica tuvieron
lugar entre los propios liberales, que afrontaron caminos cada vez más dispares a nivel
ideológico. Así, los moderados y los progresistas se irán alternando en el poder, algo
que continuará con la marcha de Espartero y el reinado efectivo de Isabel II en 1843,
cuando contaba con tan sólo trece años.

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