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Los primeros años de este período estuvieron marcados por la presencia de los
moderados al frente de los gobiernos, como es el caso de FRANCISCO CEA BERMÚDEZ,
que presidió el último gobierno de Fernando VII, pero, para la etapa que se abría, éste
no era el político adecuado, cuyo programa consistía en oponerse tanto a los carlistas
como a los liberales. Durante su gobierno se aprobó la división administrativa del país
en provincias, a cargo de Javier de Burgos.
En enero de 1834 era llamado para formar gobierno FRANCISCO
MARTÍNEZ DE LA ROSA. Con un programa basado en un liberalismo moderado, buscó
una fórmula de equilibrio entre las tendencias liberales y el carlismo. El resultado fue la
aprobación del Estatuto Real en 1834, una carta otorgada por la corona, en la que no
se reconocían derechos individuales ni la división de poderes y sí establecía una
convocatoria de Cortes, pero la ley electoral tenía un sufragio muy restringido. A pesar
de ello, la cámara elegida resultó muy crítica y exigía profundas reformas.
Aislado y falto de apoyos, Martínez de la Rosa dimitió y fue sustituido
por el CONDE DE TORENO, también moderado. El nuevo gobierno solo duró cuatro
meses. No lograba imponerse en la guerra carlista, mientras los liberales extremistas
promovían amotinamientos populares, con asaltos y quemas de conventos en diversas
ciudades. El resultado fue la formación de Juntas revolucionarias de signo progresista
en varias capitales, que Toreno intentó disolver pero al fracasar presentó su dimisión.
Proclamado regente por las Cortes, desde muy pronto, los moderados
decidieron utilizar el pronunciamiento como vía para acabar con la regencia de
Espartero. Así, en 1841, organizado desde París por el círculo de María Cristina, hubo
un intento que finalizó con el fusilamiento de los generales implicados en el golpe.
Los problemas para Espartero vinieron de su forma de gobernar, muy
personalista y en ocasiones autoritaria, apoyándose en sus amigos personales y
alejándose del sector mayoritario del grupo progresista de las Cortes. Este
enfrentamiento, por tanto, entre las Cortes y el gobierno, ambos progresistas, podía
terminar facilitando la vuelta al poder a los moderados.
Los Sucesos de Barcelona también contribuyeron a desprestigiar a
Espartero. Entre los empresarios y los mismos trabajadores reinaba la inquietud ante
las noticias sobre un proyecto de negociación librecambista del gobierno con
Inglaterra, valorado muy perjudicial para los intereses de la industria textil catalana. El
malestar derivó hacia una insurrección social con barricadas. Las autoridades
abandonaban Barcelona mientras se constituía una junta revolucionaria. Espartero
respondió con el bombardeo de Barcelona, en diciembre de 1842, produciendo
importantes daños materiales y unos 20 muertos. Este grave incidente redujo los
apoyos hacia Espartero. El partido progresista seguía dividido. Los opositores a
Espartero pusieron en marcha un movimiento conspirativo, con levantamientos
armados por buena parte de España, al que se unieron los moderados, liderados por el
militar Ramón María Narváez, que regresa de Francia y se suma al pronunciamiento. A
continuación se enfrentó a las tropas de Espartero, sobre las que se impuso, en
Torrejón de Ardoz en julio de 1843. Espartero, sin apoyos, terminó abandonando el
país, embarcando en Cádiz rumbo a Londres.
Los primeros años del reinado de Isabel II, aún menor de edad,
estuvieron marcados por el desarrollo de la Primera Guerra Carlista, en la que se
enfrentaron los defensores del Absolutismo y los del Liberalismo, con el triunfo final de
estos últimos. En todo caso, las disputas de mayor calado e influencia histórica tuvieron
lugar entre los propios liberales, que afrontaron caminos cada vez más dispares a nivel
ideológico. Así, los moderados y los progresistas se irán alternando en el poder, algo
que continuará con la marcha de Espartero y el reinado efectivo de Isabel II en 1843,
cuando contaba con tan sólo trece años.