Este documento resume las sesiones 22 a 25 del Concilio de Trento sobre los sacramentos de la Eucaristía, el Orden, el Matrimonio, y otros temas como el Purgatorio, las reliquias e indulgencias. En estas sesiones, el Concilio define la doctrina católica sobre estos sacramentos y temas, y condena herejías como negar la presencia real de Cristo en la Eucaristía o la naturaleza sacramental del sacerdocio y el matrimonio.
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
95 vistas21 páginas
Este documento resume las sesiones 22 a 25 del Concilio de Trento sobre los sacramentos de la Eucaristía, el Orden, el Matrimonio, y otros temas como el Purgatorio, las reliquias e indulgencias. En estas sesiones, el Concilio define la doctrina católica sobre estos sacramentos y temas, y condena herejías como negar la presencia real de Cristo en la Eucaristía o la naturaleza sacramental del sacerdocio y el matrimonio.
Este documento resume las sesiones 22 a 25 del Concilio de Trento sobre los sacramentos de la Eucaristía, el Orden, el Matrimonio, y otros temas como el Purgatorio, las reliquias e indulgencias. En estas sesiones, el Concilio define la doctrina católica sobre estos sacramentos y temas, y condena herejías como negar la presencia real de Cristo en la Eucaristía o la naturaleza sacramental del sacerdocio y el matrimonio.
Este documento resume las sesiones 22 a 25 del Concilio de Trento sobre los sacramentos de la Eucaristía, el Orden, el Matrimonio, y otros temas como el Purgatorio, las reliquias e indulgencias. En estas sesiones, el Concilio define la doctrina católica sobre estos sacramentos y temas, y condena herejías como negar la presencia real de Cristo en la Eucaristía o la naturaleza sacramental del sacerdocio y el matrimonio.
Descargue como PPTX, PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pptx, pdf o txt
Está en la página 1de 21
CONCILIO DE TRENTO SESIÓN XXII
DE LA INSTITUCIÓN DEL SACROSANTO SACRIFICIO DE LA MISA
Si alguno dijere que en el Sacrificio de la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio, o que el ofrecerlo no es otra cosa que dársenos a comer Cristo, sea anatema. Si alguno dijere que con las palabras: Haced esto en memoria mía (Lc. 22, 19; 1Cor 11, 24), Cristo no instituyó sacerdotes a sus apóstoles, o que no les ordenó que ellos y los otros sacerdotes ofrecieran su cuerpo y su sangre, sea anatema. Si alguno dijere que en el Sacrificio de la Misa sólo es de alabanza y de acción de gracia, o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz, pero no propiciatorio; o que aprovecha al que lo recibe, y que no debe ser ofrecido por los vivos y los difuntos, por los pecados, penas, y otras necesidades, sea anatema. Si alguno dijere que hecha la consagración no está el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo en el admirable sacramento de la Eucaristía, sino solo en el uso, mientras que se recibe, pero no antes, ni después; y que no permanece el verdadero cuerpo del Señor en las hostias o partículas consagradas que se reservan, o quedan después de la comunión; sea anatema. Si alguno dijere, o que el principal fruto de la sacrosanta Eucaristía es el perdón de los pecados, o que no provienen de ella otros efectos; sea anatema. Si alguno dijere, que en el santo sacramento de la Eucaristía no se debe adorar a Cristo, hijo unigénito de Dios, con el culto de latría, ni aun con el externo; y que por lo mismo, ni se debe venerar con peculiar y festiva celebridad; ni ser conducido solemnemente en procesiones, según el loable y universal rito y costumbre de la santa Iglesia; o que no se debe exponer públicamente al pueblo para que le adore, y que los que le adoran son idólatras; anatema sea. Si alguno dijere, o que el principal fruto de la sacrosanta Eucaristía es el perdón de los pecados, o que no provienen de ella otros efectos, anatema sea. Si alguno dijere, que no es lícito reservar la sagrada Eucaristía en el sagrario, sino que inmediatamente después de la consagración se ha de distribuir de necesidad a los que estén presentes; o dijere que no es lícito llevarla honoríficamente a los enfermos, anatema sea. Si alguno dijere, que Cristo, dado en la Eucaristía, sólo se recibe espiritualmente, y no también sacramental y realmente, anatema sea. Si alguno negare, que todos y cada uno de los fieles cristianos de ambos sexos, cuando hayan llegado al completo uso de la razón, están obligados a comulgar todos los años, a lo menos en Pascua florida, según el precepto de nuestra santa madre la Iglesia, anatema sea. Si alguno dijere, que no es lícito al sacerdote que celebra comulgarse a sí mismo, anatema sea. Si alguno dijere, que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía, anatema sea. CONCILIO DE TRENTO SESIÓN XXIII
SOBRE EL SACRAMENTO DEL ORDEN SACERDOTAL
Si alguno dijere, que no hay en el nuevo Testamento sacerdocio visible y externo; o que no hay potestad alguna de consagrar, y ofrecer el verdadero cuerpo y sangre del Señor, ni de perdonar o retener los pecados; sino sólo el oficio, y mero ministerio de predicar el Evangelio; o que los que no predican no son absolutamente sacerdotes, anatema sea. Si alguno dijere, que no hay en la Iglesia católica, además del sacerdocio, otras órdenes mayores, y menores, por las cuales, como por ciertos grados, se ascienda al sacerdocio, anatema sea. Si alguno dijere, que el Orden, o la ordenación sagrada, no es propia y verdaderamente Sacramento establecido por Cristo nuestro Señor; o que es una ficción humana inventada por personas ignorantes de las materias eclesiásticas; o que sólo es cierto rito para elegir los ministros de la palabra de Dios, y de los Sacramentos, anatema sea. Si alguno dijere, que no se confiere el Espíritu Santo por la sagrada ordenación, y que en consecuencia son inútiles estas palabras de los Obispos: Recibe el Espíritu Santo; o que el Orden no imprime carácter; o que el que una vez fue sacerdote, puede volver a ser lego, anatema sea. Si alguno dijere, que la sagrada unción de que usa la Iglesia en la colación de las sagradas órdenes, no sólo no es necesaria, sino despreciable y perniciosa, así como las otras ceremonias del Orden; anatema sea. Si alguno dijera, que no hay en la Iglesia católica jerarquía establecida por institución divina, la cual consta de Obispos, presbíteros y ministros; anatema sea. Si alguno dijere, que los Obispos no son superiores a los presbíteros; o que no tienen potestad de confirmar y ordenar; o que la que tienen es común a los presbíteros; o que las órdenes que confieren sin consentimiento o llamamiento del pueblo o potestad secular, son nulas; o que los que no han sido debidamente ordenados, ni enviados por potestad eclesiástica, ni canónica, sino que vienen de otra parte, son ministros legítimos de la predicación y Sacramentos; anatema sea. Si alguno dijere, que los Obispos que son elevados a la dignidad episcopal por autoridad del Pontífice Romano, no son legítimos y verdaderos Obispos, sino una ficción humana, anatema sea. CONCILIO DE TRENTO SESIÓN XXIV
SOBRE EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
Si alguno dijere, que el Matrimonio no es verdadera y propiamente uno de los siete Sacramentos de la ley Evangélica, instituido por Cristo nuestro Señor, sino inventado por los hombres en la Iglesia; y que no confiere gracia, anatema sea. Si alguno dijere, que es lícito a los cristianos tener a un mismo tiempo muchas mujeres, y que esto no está prohibido por ninguna ley divina, anatema sea. Si alguno dijere, que sólo aquellos grados de consanguinidad y afinidad que se expresan en el Levítico, pueden impedir el contraer Matrimonio, y dirimir el contraído; y que no puede la Iglesia dispensar en algunos de aquellos, o establecer que otros muchos impidan y diriman, anatema sea. Si alguno dijere, que la Iglesia no pudo establecer impedimentos dirimentes del Matrimonio, o que erró en establecerlos, anatema sea. Si alguno dijere, que se puede disolver el vínculo del Matrimonio por la herejía, o cohabitación molesta, o ausencia afectada del consorte, anatema sea. Si alguno dijere, que el Matrimonio rato, mas no consumado, no se dirime por los votos solemnes de religión de uno de los dos consortes, anatema sea. Si alguno dijere, que la Iglesia yerra cuando ha enseñado y enseña, según la doctrina del Evangelio y de los Apóstoles, que no se puede disolver el vínculo del Matrimonio por el adulterio de uno de los dos consortes; y cuando enseña que ninguno de los dos, ni aun el inocente que no dio motivo al adulterio, puede contraer otro Matrimonio viviendo el otro consorte; y que cae en fornicación el que se casare con otra dejada la primera por adúltera, o la que, dejando al adúltero, se casare con otro, anatema sea. Si alguno dijere, que yerra la Iglesia cuando decreta que se puede hacer por muchas causas la separación del lecho, o de la cohabitación entre los casados por tiempo determinado o indeterminado, anatema sea. CONCILIO DE TRENTO SESIÓN XXV
SOBRE EL PURGATORIO, LAS RELIQUIAS Y LAS INDULGENCIAS
Habiendo la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, según la doctrina de la sagrada Escritura y de la antigua tradición de los Padres, enseñado en los sagrados concilios, y últimamente en este general de Trento, que hay Purgatorio; y que las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los fieles, y en especial con el aceptable sacrificio de la misa; manda el santo Concilio a los Obispos que cuiden con suma diligencia que la sana doctrina del Purgatorio, recibida de los santos Padres y sagrados concilios, se enseñe y predique en todas partes, y se crea y conserve por los fieles cristianos. Manda el santo Concilio a todos los Obispos, y demás personas que tienen el cargo y obligación de enseñar, que instruyan con exactitud a los fieles ante todas cosas, sobre la intercesión e invocación de los santos, honor de las reliquias, y uso legítimo de las imágenes, según la costumbre de la Iglesia Católica y Apostólica, recibida desde los tiempos primitivos de la religión cristiana, y según el consentimiento de los santos Padres, y los decretos de los sagrados concilios. Habiendo Jesucristo concedido a su Iglesia la potestad de conceder indulgencias, y usando la Iglesia de esta facultad que Dios le ha concedido, aun desde los tiempos más remotos; enseña y manda el sacrosanto Concilio que el uso de las indulgencias, sumamente provechoso al pueblo cristiano, y aprobado por la autoridad de los sagrados concilios, debe conservarse en la Iglesia, y fulmina antema contra los que, o afirman ser inútiles, o niegan que la Iglesia tenga potestad de concederlas. FUENTES DE CONSULTA DENZINGER, ENRIQUE, El Magisterio de la Iglesia, Barcelona, Herder, 1955, pp 244-279