TINKUY n°12
Mayo 2010
Section d’études hispaniques
Université de Montréal
Lenguas en el norte grande de Chile:
antecedentes históricos y situación actual
Víctor Fernández
Université de Montréal
_____
Introducción. Periodo prehispánico. Periodo de la conquista. Periodo
colonial. Periodo republicano. Periodo actual. Conclusión.
_____
Resumen
Este trabajo se interesa por el español hablado en el “Norte Grande” de Chile,
particularmente por el que se habla en la región andina de San Pedro de Atacama. Si se
asume que un estado de lengua real es resultado de estados anteriores y de circunstancias
particulares, para comprender el momento actual de la lengua española hablada en el
pueblo andino de San Pedro de Atacama y sus alrededores, resulta pertinente centrarse
primero en los antecedentes históricos de la lengua. Así, pues, el objetivo de este trabajo
es revisar el proceso histórico de las lenguas en el pueblo de San Pedro de Atacama,
desde el periodo prehispánico hasta la actualidad, de modo particular en lo que concierne
al estatuto y a la vigencia de las lenguas, es decir, en lo que se refiere al prestigio social y
político con que cuenta (o no) una lengua determinada en un periodo determinado y a la
regularidad (o irregularidad) de su uso.
Mediante el empleo de diferentes fuentes históricas (p. ej., las técnicas de la arqueología, de
la etnohistoria y de la lingüística descriptiva y comparada, transcripciones de documentos
sobre las políticas lingüísticas hispanoamericanas, las primeras constituciones políticas
chilenas y un cierto número de estudios actuales), el panorama histórico ofrecido describe, a
grandes rasgos, cuatro periodos diferenciados en el tiempo: el periodo prehispánico; el
periodo de la conquista y de la colonia; el periodo republicano; y el periodo actual
Résumé
Ce travail s’intéresse à la langue espagnole qui se parle dans le « Grand Nord » du Chili,
plus particulièrement dans la région andine de San Pedro de Atacama. Si nous présumons
qu’un « état de langue réelle » est le résultat d’« états antérieurs » et de circonstances
particulières, il est pertinent, pour saisir le « moment actuel » de l’espagnol qui se parle
dans la région de San Pedro de Atacama, de nous concentrer d’abord sur les antécédents
historiques de la langue. Ainsi, l’objectif de ce travail est de réviser le parcours historique
des langues de la région de San Pedro de Atacama, depuis la période préhispanique
jusqu’à la période actuelle, particulièrement en ce qui concerne le statut et la vigueur des
langues, c’est-à-dire en ce qui a trait au prestige social et politique dont une langue
déterminée jouit (ou ne jouit pas), au cours d’un laps de temps déterminé, et à la
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régularité (ou à l’irrégularité) de son utilisation.
À l’aide de différentes sources historiques (ex. : les techniques de l’archéologie, de
l’ethnohistoire et de la linguistique descriptive et comparée, les transcriptions de certains
documents sur les politiques linguistiques hispano-américaines, les premières
constitutions politiques chiliennes et un certain nombre d’études actuelles), le tour
d’horizon historique que nous offrons décrit, à grands traits, quatre périodes différenciées
dans le temps : la période préhispanique, la période coloniale, la période républicaine et la
période actuelle.
El “estado de lengua” real […]
es siempre “resultado” de otro anterior y,
para el propio Saussure,
es “producto de factores históricos”
Coseriu 18
1. Introducción
De modo general, en lo que al estado actual de la lengua española en Chile se
refiere, una gran parte de estudios (socio)lingüísticos, altamente reconocidos,
advierte una relativa uniformidad idiomática a lo largo de todo el país (Wagner
1996, 223). En efecto, a pesar de extenderse a lo largo de más de 4200 kilómetros,
de norte a sur, a menudo se sostiene que, a diferencia del español de Bolivia o del
español del Perú, “el español de Chile está sometido a muy poca variación
regional” (Lipski 219). No obstante estas acertadas observaciones, cabe precisar
que ya en los estudios decimonónicos del lingüista germano-chileno Rodolfo
Lenz1 (1940), los cuales, según Oroz (28), representan las primeras descripciones
rigurosamente científicas del español en Chile, se advierten fenómenos de
variación lingüística, en gran medida, con referencia al influjo de la lengua
mapuche en el español del centro y del sur del país (Lenz 230-34), pero también
con referencia al influjo que tuvo el “antiguo imperio quichua” (Lenz 229) en el
español del norte de Chile2. A partir de la observación de estos fenómenos, Lenz
distinguió, sin nombrarlas, cuatro zonas dialectales para Chile (Wagner 2006, 16).
Un poco más de medio siglo después, “Oroz […] hace suyas las distinciones de
Lenz” (Wagner 2006, 17) y divide el país en cuatro zonas dialectales bien
1
Estos estudios fueron publicados, en alemán, entre 1891 y 1893. La publicación de los mismos en
español data de 1940. La traducción estuvo a cargo de Amado Alonso y Raimundo Lida.
2
Según el filólogo dominicano Henríquez Ureña (360), en cuanto al español que allí se habla, el
norte de Chile estaría integrado a la tercera zona dialectal (sobre un total de cinco) que distingue
para el español de América: “la región andina”. Además de abarcar el norte chileno, esta zona
abarca el Ecuador, el Perú y la mayor parte de Bolivia. En cuanto al español hablado en “la mayor
parte de Chile” (Henríquez Ureña 360), éste constituye, según el autor, una zona por sí solo, la
cuarta.
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definidas: la zona nortina, la zona central, la zona sureña y la zona Chiloé (Oroz
1966, 46). En la actualidad, tanto a partir de los estudios previos anteriormente
citados como a partir del examen de los materiales recopilados para el Atlas
Lingüístico Etnográfico de Chile (ALECh) (Wagner 1998; Wagner 2006), se
sigue postulando la existencia de cuatro zonas dialectales en lo que al español en
Chile se refiere. La actual división se aparta de la de Oroz (1966) únicamente “en
que no se considera a Chiloé como una región específica, no obstante lo cual al
sur del [río] Bío-Bío se siguen distinguiendo dos regiones” (Wagner 2006, 18). A
grandes rasgos, las otras dos regiones siguen siendo las mismas que Oroz (46)
identificó como “central” y “nortina”.
Objetivo
Si bien este trabajo se incluye dentro de un proyecto mayor que tiene como fin la
comprensión del estado actual de la lengua española hablada en el norte grande
de Chile3 (o zona nortina), de modo particular en lo que se refiere al español
hablado actualmente en el pueblo andino de San Pedro de Atacama y sus
alrededores, el objeto de este trabajo se va a centrar en los antecedentes históricos
que subyacen al estado actual del español atacameño, tales como la presencia de
las diferentes lenguas indígenas en dicha región y las diferencias de colonización
y de “integración” de las regiones del norte a la entidad nacional chilena, después
de haber sido arrebatadas a Perú y a Bolivia tras la Guerra del Pacífico (18791884). En la línea de ese propósito, se señala el siguiente objetivo: estudiar la
situación histórica de las lenguas en lo que hoy es el norte grande de Chile, desde
el periodo prehispánico hasta la actualidad, de modo particular en lo que al
estatuto y la vigencia de las lenguas se refiere, es decir, en lo que concierne al
prestigio social y político con que cuenta (o no) una lengua determinada en un
periodo determinado y a la regularidad de su uso. Para ello se han establecido, a
grandes rasgos, cinco periodos diferenciados en el tiempo —el periodo
prehispánico, el periodo de la conquista, el periodo colonial, el periodo
republicano y el periodo actual— en los cuales se intentará dar cuenta de las
diferentes lenguas usadas, de su estatuto y de la vigencia de su uso, mediante el
empleo de diferentes fuentes históricas4.
2. Periodo prehispánico
Si bien no se puede precisar una fecha exacta de ocupación, lo más probable es
que los primeros pobladores en transitar por el área norte de lo que hoy es Chile lo
3
Se entiende por “norte grande de Chile” la zona que abarca la XV Región de Arica y Parinacota,
la I Región de Tarapacá y la II Región de Antofagasta.
4
Los datos propiamente históricos de los cuatro primeros periodos proceden, en gran parte, de
Villalobos et al. (1974) y Villalobos (2002).
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hicieron alrededor del año 10 000 antes de la era común5 o AEC (Lumbreras
1990, 13-34; Villalobos et al. 1974, 15-21). Las huellas más antiguas, a saber
Ghatchi I, fueron ubicadas al noroeste del actual pueblo de San Pedro de
Atacama, y, a partir de éstas, se puede afirmar que las bandas de Ghatchi se
dedicaban de modo casi exclusivo a la caza. Cerca del 4000 AEC, la presencia de
conchales6 (Queani en Arica, Punta Pichalo en Pisagua, Antofagasta, Taltal, La
Herradura y Guanaqueros, por citar algunos sitios) da cuenta de un cambio de
rubro, principalmente cerca de la región costera. Si bien tanto el instrumental
como las técnicas de caza se siguieron desarrollando, fue el desarrollo del
instrumental y de las técnicas de pesca que, mediante su mejora continua, otorgó
mayor estabilidad alimenticio-económica a las bandas, y que, de modo eventual,
les permitió establecerse en asentamientos casi permanentes. Sin embargo, el
asentamiento, por decirlo así, definitivo coincide con las primeras muestras de una
agricultura rudimentaria, las cuales aparecen hacia el año 3000 AEC y pueden
relacionarse con tentativas análogas en toda el área andina7. Las primeras
especies en cultivarse fueron algodón y calabazas; luego se agregó el maíz, la
papa y la quínoa. De ahí que se pueda afirmar que hacia comienzos de la era
común o EC, una vez adiestrados el instrumental y las técnicas agrícolas, gran
parte de las poblaciones ubicadas en el norte grande de Chile, cerca de la costa, en
las cuencas de los ríos, en los oasis y en los valles transversales se dedicaron al
trabajo de la tierra a tiempo completo y, en consecuencia, se convirtieron en
poblaciones sedentarias. La incorporación y el desarrollo de elementos culturales
como la cerámica, la domesticación de llamas y alpacas, la elaboración de
cucharas de maderas, tabletas y tubos para aspirar niopo (o rapé) y el uso de los
metales (oro, plata, cobre, etc.) son otros elementos que dan cuenta de este nuevo
tipo de organización en sociedades sedentario-agrícolas.
En el caso de las lenguas, con el recurso a las técnicas de la historia, la
arqueología, la antropología, la etnohistoria y la lingüística descriptiva y
comparada, se ha podido, en gran medida, reconstruir la historia idiomática del
continente americano de la época preconquista (Torero 16). Según el lingüista
peruano, con los datos que hoy se tienen, si en esa época alguien hubiera podido
recorrer el continente americano del Pacífico al Atlántico y del polo norte al polo
5
La denominación era común sustituye, de modo alternativo, la referencia al año de nacimiento de
Cristo como modo de medir el tiempo. De ese modo se adopta un enfoque universal, alejándose de
la parcialidad cristiana. Así, “antes de la era común” (AEC) equivale a “antes de Cristo” (a. C.); y
“de la era común” (EC) equivale a “después de Cristo” (d. C.).
6
Principalmente compuestos de conchas, los conchales son grandes acumulaciones de restos de
origen marino.
7
A partir de Lumbreras (1981), para los fines de este trabajo, se define el área andina como una
zona que abarca gran parte del territorio ecuatoriano, todo el Perú, casi todo el territorio boliviano,
el noroeste argentino y el norte de Chile; y cuyo eje geográfico principal es la cordillera de los
Andes.
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sur, “habría comprobado entre sus pueblos la existencia […] de numerosísimas
(no menos de dos mil) lenguas distintas” (Torero 16), de uso relativamente
extendido entre los hablantes. En el norte de lo que hoy es Chile, los grupos
humanos prehispánicos más representativos fueron, sin duda, la cultura San Pedro
o atacameña, cuyo auge abarca desde el año 300 hasta el año 1000 EC, y la
cultura diaguita, cuyo nivel más alto fue alcanzado hacia el 1000 EC. De la
llamada cultura atacameña, cuyo centro se ubicaba principalmente alrededor de
los oasis y de las cuencas que bordean ríos como el San Pedro, el Loa, el Vilama,
el Puritama, o el Puripica, en la actual II Región de Antofagasta, se sabe que sus
pobladores tenían una lengua común, con distintas variedades dialectales,
conocida como kunza, que significa “nuestro”, o como lican antai, literalmente
“lengua de la comunidad” (Adelaar 376). Durante el siglo XIX, el kunza recibió
una cantidad significativa de atención en variadas publicaciones (Adelaar 376).
Sin embargo, esta atención giraba de modo principal en torno al prolongado
proceso de extinción que afectó a la lengua de los atacameños. En efecto, a pesar
de que, en el tiempo presente, en Chile, 21 015 personas se consideran
pertenecientes al pueblo atacameño (INE 2008, 40), ya nadie habla la lengua
kunza, quedando de ella sólo reflejos toponímicos, listados de elementos léxicos y
algunos apuntes gramaticales elaborados en la segunda mitad del siglo XIX, entre
otros, por Echeverría y Reyes, Moore, Philippi, San Román, von Tschudi y Vaïsse
et al. (cit. en Adelaar 376; Oroz 45; Torero 495). De la llamada cultura diaguita,
la cual se ubicaba principalmente al sur del salar de Atacama, entre el noroeste
argentino y los valles transversales de las actuales regiones de Atacama y
Coquimbo, se sabe que sus pobladores hablaban kakán. Durante un largo periodo
de tiempo, se consideró que tanto el kunza como el kakán pertenecían al mismo
grupo lingüístico; sin embargo, la ausencia de datos fidedignos sobre la lengua de
los diaguitas excluye la confirmación de esta hipótesis (Nardi 1979, cit. en
Adelaar 376). Según Torero (493), el kakán, así como muchas otras de las
llamadas “lenguas menores” del periodo prehispánico, desapareció sin dejar más
señal que la toponímica y un puñado de elementos léxicos.
Por otra parte, se sabe que tanto el pueblo aymara como la lengua aymara, que
fue la principal lengua de expansión de la influyente civilización Tiwanaku8,
tuvieron y siguen teniendo una presencia permanente e histórica en el norte de lo
que hoy es Chile (Adelaar 260; Gundermann 2004, 127; Gundermann, González y
Vergara 2007, 123; Hardman 1-2; Lipski 222; Ludwig 357; Wagner 2005, 193). A
pesar de que durante este periodo la lengua aymara nunca logró desplazar o
superponerse totalmente a lenguas locales como el kunza y el kakán9, y que hacia
8
Para un estudio amplio sobre la influencia de Tiwanaku en las cercanías de San Pedro de
Atacama, basado en el análisis de isótopos del estroncio, consúltese Knudson 2007.
9
Adelaar (376) señala que hacia finales del siglo XVIII, aún se usaba la lengua kunza, aunque la
comunidad de hablantes no debe haber sobrepasado los mil individuos. En 1858, von Tschudi
estimó que los usuarios de kunza no sobrepasaban los 200 (cit. en Adelaar 377). En Mostny 1954
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el año 1000 EC, cuando la civilización Tiwanaku se desintegró, “las poblaciones
que estuvieron sujetas al imperio [de Tiwanaku] volvieron a adoptar sus antiguas
tradiciones locales” (Villalobos et al. 1974, 25), en lo que respecta de modo
exclusivo a la lengua, la evidencia de los estudios recién señalados permite asentir
que, por diversas razones —quizá para establecer y sostener redes de intercambio
cultural y comercial amplias—, las comunidades locales, en este caso, atacameños
y diaguitas, terminaron por mantener, en distintos grados y variantes, el aymara.
De hecho, todavía a finales del siglo XVI, refiriéndose al espacio del territorio
andino, el clérigo Balthazar Ramírez afirmaba que “la lengua aymará es la más
general de todas, y corre desde Guamanga, principio del obispado del Cuzco,
hasta casi Chile o Tucumán”10 (cit. en Cerrón-Palomino 1999, 139). Según
Adelaar (171) el área ocupada por la lengua aymara, tanto durante como después
del periodo prehispánico, fue tan extensa que las llamadas “lenguas menores” (o
locales) como el kunza y el kakán, e incluso el mapudungun, la lengua de los
mapuches, se vieron en parte influenciadas por ésta. En la actualidad, la lengua
aymara se encuentra extendida por una amplísima región, la cual, además de
incluir el norte grande de Chile, incluye el altiplano boliviano y el sureste peruano
(Cerrón-Palomino 2007, 131; Gundermann 1994, 127; Hardman 1). Según datos
procedentes del Instituto Nacional de Estadísticas de Chile (INE 2008, 40), en el
tiempo presente, con 48 501 personas, es decir, con un 7 por ciento del total de la
población indígena del país, la presencia aymara en Chile es la segunda con
mayor importancia, detrás del pueblo mapuche que, con 604 349 personas (87,3
por ciento), ocupa el primer lugar11. Sin embargo, cabe aclarar que no todos los
aymaras que viven en Chile son hablantes de la lengua aymara. Según
Gundermann (1994, 135) y Gundermann, González y Vergara (2007, 126), un
estudio realizado en los años ochenta estimó que, en lo que a Chile se refiere, sólo
14 924 individuos se autodefinen como hablantes de aymara. Más adelante se
verán más detalles al respecto.
Otra civilización altiplánica de gran influencia en lo que hoy es Chile fue la inca.
Si bien se piensa que en sus orígenes esta civilización estuvo compuesta por
hablantes de aymara, o más bien de puquina12, sus representantes usaron el
(cit. en Adelaar 377), se señala que el kunza sólo contaba con un puñado de “semi-hablantes”.
Como se ha señalado anteriormente, los datos sobre la lengua kakán son prácticamente
inexistentes y, sobre todo, poco fiables. Sin embargo, se cree que tuvo el mismo destino que la
lengua kunza.
10
Más adelante se verá que, desde un punto de vista geográfico, la región a la que el clérigo
Balthazar Ramírez alude como “hasta casi Chile” corresponde, en la actualidad, al norte grande de
Chile.
11
El tercer lugar lo ocupa el pueblo atacameño con un 3 por ciento; “todos los demás grupos
[alacalufe, colla, quechua, rapa nui y yámana] tienen menos de un 1 por ciento de la proporción de
la población indígena” (INE 2008, 40).
12
Existe un gran debate en torno a cuál era lengua originaria del pueblo inca. A partir de su
interpretación de la lengua de un cantar asignado al cronista Juan de Betanzos (Suma y narración
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quechua como lengua y el Cuzco como sitio de la expansión del imperio
Tahuantinsuyo, de modo particular entre los siglos XV y XVI, bajo los mandos
sucesivos de Pachacuti Inca Yupanqui (1438-1463), quien integró los territorios
contiguos al Cuzco; su hijo Tupac Inca Yupanqui (1471-1493), quien expandió el
imperio a los territorios que hoy corresponden a Perú, Ecuador hasta Quito y el
extremo norte de Chile; y el hijo de éste último, Huayna Cápac (1493-1525),
quien llegó hasta lo que hoy es Bolivia, el noroeste argentino e incluso la zona
central de Chile, hasta el río Maule13. Entonces, en lo que atañe a Chile, toda la
región recién aludida pasó a formar parte de los territorios conquistados por el
imperio inca. Los atacameños y los diaguitas, que según Villalobos et al. (1974,
68) fueron los grupos humanos más evolucionados de la región, puesto que
poseían una jerarquía política a la que de cierto modo debían tributar y formaban
poblados fijos dotados de sistemas agrícolas con explotación intensiva de la tierra
y uso de métodos artificiales de irrigación, no tardaron ni en adoptar las
innovaciones técnicas y culturales con las que contribuía el imperio inca ni en
reconocer su superioridad y soberanía. Bajo el mando de Huayna Cápac, quien fue
el penúltimo gobernante del incanato, se intentó imponer la lengua quechua como
la lengua general en todos los territorios conquistados. Sin embargo, en el caso del
norte de lo que hoy es Chile, dos factores frenaron el desplazamiento total de
lenguas locales como el kakán y el kunza. Por una parte, pese a haberse
caracterizado por ser expansivo-militar en el uso del territorio, el Tahuantinsuyo
también era un imperio abierto al multiculturalismo, en el cual las comunidades
locales pudieron conservar cierta autonomía sociocultural (Mannheim 16). Por
otra parte, a diferencia de las regiones que circundaban la capital inca, la presencia
física de los incas en lo que hoy es Chile nunca fue muy cuantiosa (Lipski 220).
Debido a esto, se puede decir que, en lo que a la lengua se refiere, la supremacía
del quechua corría de modo disparejo a lo largo de dicho espacio. Si bien es cierto
que bajo el incanato la lengua quechua era considerada por muchos como la
“absolutamente general” (Cobo 1653, cit. en Cerrón-Palomino 139), se cree que,
en el mundo andino, hubo al menos tres lenguas generales, posteriormente
reconocidas como tales por el propio virrey Toledo: “tales lenguas eran el
quechua, el aimara y el puquina” (Cerrón-Palomino 139). De ahí que se pueda
afirmar que, si bien de jure el quechua fue la lengua que se pretendió imponer
como general en todos los territorios conquistados por el imperio inca, en lo que
concierne a lo que hoy es Chile, por lo menos hasta el río Maule, fueron diversas
las lenguas utilizadas durante este periodo. En efecto, los pueblos que habitaban
de los incas), Torero 1994 (cit. en Rivarola 133) se inclina por el aymara. En cambio, a partir del
mismo texto, Cerrón-Palomino 1998 señala que “no obstante su base aimara, hay indudables
rasgos puquinas en el texto transmitido por el cronista español, con lo cual la hipótesis del puquina
como lengua secreta de los incas sigue siendo la más plausible” (cit. en Rivarola 133).
13
Según Oroz, en gran medida, “los incas subyugaron el país [solamente] hasta las riberas del río
Maule”, porque en este punto “encontraron la tenaz resistencia de los indios del sur de Chile” (38),
es decir, los mapuches.
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dicha región y que estaban sujetos a dicho imperio, a saber los atacameños y los
diaguitas, mantuvieron, en distintos grados y variantes, el uso generalizado de las
lenguas aymara y el uso local de las lenguas kakán y kunza, haciéndolas convivir
con el uso pragmático del quechua14.
La evidencia de los estudios citados hasta aquí indica que lo más probable es que
al llegar los españoles a América, en lo que hoy es Chile, desde el río Maule hasta
la actual frontera con el Perú, se hayan hablado (por lo menos) las cuatro lenguas
recién señaladas15. Dos de éstas, las lenguas aymara y quechua, contaron con el
prestigio que les daba su estatuto de “lenguas generales” (o extralocales), mientras
que al ser consideradas como “lenguas menores” (o locales), como se ha señalado
anteriormente, las lenguas kakán y kunza quedaron destinadas al desplazamiento
lingüístico en los periodos siguientes.
3. Periodo de la conquista
Los primeros exploradores europeos en aventurarse por el actual territorio
chileno lo hicieron por el extremo sur del continente americano, hacia el año
1520. La expedición estaba a cargo de Hernando de Magallanes, un navegante
portugués al servicio de la corona española. Su misión principal consistía en
encontrar un paso a las islas Molucas, que eran entonces renombradas por sus
riquezas. Por eso, su interés en las tierras que reconocieron en lo que hoy es el
extremo austral de Chile fue exigua y rápidamente siguieron su curso, a través del
Pacífico, hacia las famosas islas. La conquista de Chile se llevó a cabo unos
cuantos años más tarde, o más precisamente a partir de 1536, desde el Perú,
“como una prolongación de las empresas conquistadoras que se desplazaban hacia
el sur por el Pacífico y cuyo centro estaba en la ciudad del Cuzco” (Villalobos et
al. 1974, 91). De ahí que se pueda afirmar que, de modo inicial, la conquista de
Chile tuvo los mismos propósitos iniciales que guiaron a dichas empresas, es
decir, el dominio de los territorios y de los pueblos conquistados y la imposición
de la lengua española y de la religión católica como herramientas de dominio.
Cinco años después de la partida, el 12 de febrero de 1541, Pedro de Valdivia,
hombre de confianza de Francisco Pizarro, fundaba la ciudad de Santiago del
Nuevo Extremo (en la actualidad, simplemente Santiago), la cual fue la base
primera del asentamiento español en Chile.
14
En el tiempo actual, con 6175 personas, la población quechua representa el 0,9 por ciento de la
población indígena en Chile. Lamentablemente, a partir del censo nacional 2002, no se tienen
datos sobre el número de hablantes de quechua en Chile. Se espera que para el próximo censo
nacional, previsto para el año 2012, se repare este “olvido”.
15
Según el jesuita español José de Acosta, al llegar a América, los conquistadores se toparon con
“una verdadera selva de idiomas” (1588, cit. en Rivarola 130).
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Ahora bien, en lo que al norte grande de lo que hoy es Chile se refiere, es posible
afirmar que la presencia que los llamados “conquistadores de Chile” tuvieron en
dicha localidad fue intrascendente.
Primero, la región en cuestión se caracterizaba (y se caracteriza) por una serie de
accidentes geográficos y un clima semiárido o árido, dependiendo de la cercanía a
la costa y la altura. Estas características la siguen haciendo en la actualidad una
región difícilmente accesible y habitable, por lo que de modo popular, desde la
conquista, se conoce la región como “el despoblado de Atacama”. Para los
conquistadores chilenos, esto significó una minusvalía de su potencial de
asentamiento. Así, pues, a la luz de lo anterior, éstos siguieron ya sea su rumbo
hacia el sur, en busca de riquezas y tierras con un cierto potencial de
habitabilidad, o bien la ruta de regreso, volviendo al dominio de lo que hoy es
Perú. Cabe mencionar que, a pesar de ser relativamente “poblados”, durante y
después del imperio incaico, los oasis ubicados en San Pedro de Atacama y sus
alrededores funcionaron principalmente como un punto de abastecimiento natural
para quienes transitaban por los Caminos del Inca. En dicho lugar, convergían las
rutas de Cobija (una ciudad del litoral que hoy ha desaparecido) a Potosí y de
Arequipa a Copiapó. Hacia el sur, por la costa, esta última se prolongaba hasta el
valle del Mapocho, en el cual, en la actualidad, se encuentra la ciudad de
Santiago, y en el cual, en el siglo XVI, los conquistadores de Chile reconocieron
condiciones óptimas para establecerse: “las aguas del río, los cultivos de los
indios y las arboledas dispersas, creaban un ambiente propicio [para el
asentamiento]” (Villalobos et al. 1974, 97).
Segundo, porque los pueblos atacameños y diaguitas, quienes en su conjunto
alcanzaban apenas los 81 000 individuos, presentaron una escasa oposición (al
igual como lo hicieron con las expansiones de los imperios Inca y Tiwanaku) y,
con respecto a la población indígena localizada entre el área central y el sur de
Chile, a saber un millón de mapuches, representaban un contingente reducido de
mano de obra potencial para los conquistadores españoles (Villalobos et al. 1974,
70).
Tercero, porque de modo tradicional se considera que, una vez concluido el
proceso de conquista de Chile, el territorio del llamado “reino de Chile” se
extendía desde el valle de Copiapó hasta el seno de Reloncaví (Villalobos et al.
1974, 102), el cual, ubicado en la X Región de Los Lagos, marca el fin del valle
central. Entonces, la región que corresponde hoy al norte grande de Chile quedó
bajo la jurisdicción de la Audiencia y Cancillería Real de Lima16 (Villalobos
16
Existe una gran polémica en lo que a la distribución territorial de tierras conquistadas en el norte
grande de Chile se refiere, particularmente en lo que atañe a los territorios circundantes al desierto
de Atacama. En efecto, esta región fue reclamada numerosas veces por la Audiencia y Cancillería
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2002, 79). De ahí que resulte pertinente, para dar cuenta de la situación de las
lenguas en esta región durante el periodo colonial, utilizar como fuente los
numerosos documentos a partir de los cuales se puede comprender la situación de
las lenguas en el Virreinato del Perú. Durante dicho periodo, este último
comprendió la totalidad del área andina bajo distintas formas de domino de sus
autoridades.
4. Periodo colonial
Como se ha señalado anteriormente, en lo que a las lenguas se refiere, las ideas
y propósitos iniciales de los primeros conquistadores se dirigieron hacia una
rápida y forzosa hispanización idiomática17. Según Rivarola (135), esto fue así de
modo particular en el área andina. Efectivamente, antes de que se dieran por
terminadas del todo las empresas de conquista, las primeras medidas ordenadas
por la corona española para sus incipientes colonias atendían, de modo principal, a
la “escolarización, con enseñanza implícita del español” (Solano LX). Un ejemplo
de ello reside en el siguiente fragmento de la “Instrucción al Gobernador de las
Indias ordenando que se formen pueblos con la población indígena dispersa y que
les enseñen a leer y escribir. 1503” (cit. en Solano 6-7), en el cual, se sobrentiende
que el instrumento de la enseñanza es el español:
mandamos al dicho nuestro Gobernador que […] haga hacer en cada una
de las […] poblaciones y junto con las […] iglesias una casa en que todos
los niños que hubiere en cada una de las dichas poblaciones, se junten cada
día dos veces, para que alli el dicho capellán los muestre a leer y a escribir
y santiguar y signar y la confesión y el Paternoster y el Avemaria y el
Credo y Salve Regina.
La voluntad de hispanizar a los pueblos locales se siguió reiterando, con
distintos grados de intensidad, en un gran número de instrucciones, ordenanzas y
reales cédulas emitidas a lo largo del periodo colonial (los documentos sobre
política lingüística recopilados en Solano). Sin embargo, debido a ciertas
circunstancias que se enumeran a continuación, la hispanización idiomática total
que se pretendía en un inicio se vio dificultada y nunca fue cabalmente
completada.
Real de La Plata de los Charcas, entre su creación, en 1559, y las guerras de independencia. No
obstante, según los documentos coloniales sobre reparto territorial que se manejan, el desierto se
sitúa “en el término septentrional que divide del Perú a este reino de Chile” (Leyes de Indias cit.
en Villalobos 2002: 81). Según Villalobos, esto vale decir, “Charcas no aparece para nada. No hay
territorios intermedios entre Chile y el Perú” (2002, 81).
17
Según Solano (LX), la “conquista lingüística” del nuevo mundo se consideraba tanto el principal
vehículo del proceso de aculturación de los pueblos conquistados, como una herramienta de
dominación.
130
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El primer elemento que se debe tener en cuenta es el factor identitario. En
efecto, según Frago García y Franco Figueroa (181), en un inicio, en el seno de
sus identidades, los pueblos indígenas no sintieron la necesidad del uso del
español. En consecuencia, desde el mismo momento en que se intentó imponer el
español como la lengua de uso general en los territorios conquistados y
colonizados, su hegemonía fue puesta a prueba. Cierto, como se verá más
adelante, tarde o temprano los pueblos indígenas tuvieron que reconocer en el
español una lengua de prestigio, de movilidad y de industria; sin embargo, por lo
menos en un inicio, no lo reconocieron como un elemento constitutivo de sus
particularidades culturales. Desde el punto de vista de la “necesidad de identidad”
(Maalouf 156), los pueblos indígenas resistieron, de modo casi natural, las
medidas explícitamente asimilacionistas de la corona española y mantuvieron
vivo el uso de sus lenguas identitarias, particularmente dentro de sus
comunidades, haciéndolas coexistir, por cuestiones únicamente pragmáticas, con
el uso del español. Esto fue y es así al menos para aquellos cuya conciencia propia
depende de la vitalidad de su cultura18.
Por otra parte, la necesidad de evangelización en lenguas indígenas es un factor
que se debe tener muy en cuenta (Alvar 44), puesto que es principalmente en
beneficio de la aculturación religiosa que se sacrificó la empresa inicial de
aculturación idiomática (Rivarola 135), y que, en consecuencia, el mantenimiento
de ciertas lenguas indígenas se vio fortalecido. En efecto, a partir de mediados del
siglo XVI, las recomendaciones de las órdenes religiosas modificaron la actitud
oficial inicial y se dispusieron ordenanzas que dictaminaron que era necesario
promover el estudio y la estandarización de las lenguas indígenas de uso general
—en este caso, el aymara y el quechua— para escribir y difundir los textos de la
evangelización entre la población indígena19 (Frago García y Franco Figueroa
184). En la ciudad de Lima, por ejemplo, ya en 1614, con 1720 personas, los
“misioneros lingüistas” representaban el 6,9 por ciento de la población total de la
ciudad. A título de comparación, con 1978 personas, la población indígena que
vivía en Lima representaba el 7,9 por ciento (Cook 151). De modo interesante,
cabe anotar que es prácticamente improbable que se empleara en la
evangelización un número muy grande de idiomas fuera de las llamadas “lenguas
generales”; más bien, “la tendencia parece haber sido […] aprovechar para la
evangelización las lenguas de mayor difusión” (Rivarola 137). En el caso del
aymara y del quechua, esto explica en parte el hecho de que durante el periodo
colonial, pese a la llamada “desintegración” de los imperios Tiwanaku e Inca, el
18
Para un análisis detenido sobre la importancia del reconocimiento de las particularidades
culturales de los miembros de grupos culturales específicos, puede consultarse Maalouf 1998.
19
La difusión del evangelio en lenguas indígenas estuvo principalmente a cargo de misioneros
jesuitas y dominicos. Este fenómeno facilitó el proceso de estandarización de lenguas como el
aymara y el quechua, ya que las dotó de escritura, y por tanto de una forma discernible y de una
relativa estabilidad que permitieron la difusión.
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uso de estas dos lenguas se mantuviera en regiones en las que se hablaban también
otras lenguas indígenas20 (que tarde o temprano fueron cayendo en desuso), e
incluso de que se extendiera a regiones donde no había llegado durante el periodo
prehispánico. Existen varias fuentes que demuestran la importancia que se
concedió al aymara y al quechua para la evangelización durante este periodo. Por
su importancia vale la pena citar las siguientes publicaciones: en 1560, fray
Domingo de Santo Tomas publicó, en Valladolid, Grammatica, o, Arte de la
lengua general de los indios de los reynos del Perú (1995) y Léxico quechua
(2006); en 1584, se publicó Doctrina Christiana, y catecismo para instrucción de
los indios (1984), texto trilingüe en aymara, quechua y español, que estuvo a
cargo del Tercer Concilio Limense; en 1607 y 1608, el jesuita español Diego
González Holguín publicó, respectivamente, Gramática y arte nueva de la lengua
general de todo el Perú llamada lengua Qquichua, o lengua del Inca (1607) y
Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua Qquichua o del
inca (1952); en 1612, el jesuita italiano Ludovico Bertonio, publicó Vocabulario
de la lengua aymara (2006).
Finalmente, en lo que a dificultades en el proceso de hispanización forzosa se
refiere, el factor geodemográfico es otro elemento que también se debe tener en
cuenta. En efecto, ciertas condiciones naturales del continente americano, tales
como los accidentes geográficos y el clima, y las diferencias de (des)población
indígena ocasionadas por el llamado “colapso demográfico de la población
originaria” (Cook), también influyeron en el proceso de hispanización. En las
zonas costeñas (o bajas), por tratarse de regiones de más fácil acceso para la
inmigración y el asentamiento españoles, “las lenguas indígenas […] fueron
sustituidas por el español en un periodo relativamente corto” (Rivarola 140). En
cierta medida, a esta situación contribuyó la grave crisis demográfica que sufrió la
población indígena asentada en el área andina, la cual se inició principalmente
como consecuencia de la violencia de la colonización. A raíz de ésta, en menos de
cincuenta años, la población indígena costeña disminuyó de modo muy radical. Se
estima que en 1520 esta última era de 7 619 140 personas, mientras que en 1570,
quedaban apenas 245 530 personas (Cook 53); lo cual representa una abrupta
disminución poblacional del 97 por ciento. Como se ha señalado anteriormente,
en la ciudad de Lima, por ejemplo, en 1614, la población indígena representaba
apenas un 7,9 por ciento de la población total, mientras que los españoles (38,9
por ciento) y los esclavos negros (41,9 por ciento) representaban el grueso de la
población (Cook 151). En cambio, las zonas medioaltas y altas del área andina,
que, como se ha señalado anteriormente (§ 2), son más difícilmente accesibles, y
cuyo clima es semiárido o árido, se caracterizaron por ser regiones de mayor
concentración poblacional indígena donde “no hubo un fenómeno de sustitución
lingüística como el reseñado” (Rivarola 141); la expansión del español fue un
20
Como se ha señalado anteriormente (§ 1), el norte grande de Chile era kunza y kakán hablante.
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proceso mucho más lento e irregular. En cierta medida, a esta situación
contribuyeron, por un lado, el hecho de que, con respecto a la disminución
poblacional que sufrió la población indígena costeña, la crisis demográfica que
sufrió la población indígena en las tierras medioaltas y altas fue “menos radical”;
y por el otro, el hecho de que la presencia de colonos fue mucho menor, en
comparación con la presencia que tuvieron en las zonas costeñas. Según Cook
(53), en 1520, la población indígena de las zonas medioaltas y altas era de 6 781
500 personas, mientras que en 1570, quedaban 1 045 189 personas. Esto no deja
de representar una disminución del 85 por ciento. Ahora bien, con respecto a la
población española asentada en estas zonas, la población indígena siguió siendo
numéricamente superior. En el Cuzco, por ejemplo, hacia el año 1580, con
aproximadamente 56 000 personas (Cook 216), la población indígena
representaba un 94,1 por ciento de la población total, mientras que, con 3500
personas (Cook 215), la población española representaba apenas un 5,8 por ciento
de la población total. Hasta donde se sepa, con muy pocas excepciones, los datos
hasta aquí presentados son aplicables a toda el área andina.
Así, pues, se tiene que en muchos casos las dificultades que se encontraron para
la hispanización forzosa hicieron que ésta pasara a segundo plano, mientras que la
evangelización en lenguas indígenas fortaleció la situación de mantenimiento de
las llamadas “lenguas generales”, a saber el aymara y el quechua, de modo
particular en las zonas medioaltas y altas de la región andina, en las cuales, como
se ha señalado con anterioridad, el proyecto colonial de hispanización se cumplió
de modo relativamente lento e irregular. No obstante, es sumamente importante
mencionar que, pese a la importancia que se concedió al aymara y al quechua para
la evangelización, el hecho de que los indígenas conservaran sus lenguas siempre
fue visto como un estorbo, tanto en las zonas bajas como en las zonas medioaltas
y altas. Debido a su importancia, vale la pena referirse al siguiente documento:
“Consulta del Consejo de Indias con Felipe II sobre las causas que inducen a
ordenar que los indios hablen español, con el texto de una cédula para su envío a
Indias. 1596” (cit. en Solano 112-115):
en todas las partes hay mucha variedad de lenguas: porque aunque en el
Perú se platica y habla comúnmente la general que llaman del Inca, hay en
provincias y lugares particulares de indios otras lenguas diferentes […]. Y
teniéndose esto entendido se ha deseado y procurado introducir la
castellana, como mas común y capaz […]. Por haber entendido que es gran
estorbo para la buena institución, doctrina y enseñanza de los indios, y para
encaminarlos en las buenas costumbres y vida política con que es justo que
vivan, que conserven su propia lengua con que aprenden las idolatrías y
supersticiones pasadas […] os mando que desde luego déis orden que en
todos los pueblos de indios […] los curas, sacristanes y otras personas que
lo sepan, puedan y quieran hacer con amor y caridad enseñen la lengua
castellana y la doctrina en la misma lengua […]. Y asimismo a leer en
133
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romance castellano, para que deprendiéndolo de esta manera desde la
niñez, hablen y entiendan esta lengua, dejen y olviden la propia […],
proveyendo en ello de manera que se cumpla, so graves penas.
El Consejo de Indias no obtuvo la aprobación de Felipe II, quien devolvió dicha
consulta sin firmar. Cierto, el rey no podía ignorar la conveniencia de la
hispanización para la política colonial; sin embargo, su desarrollado sentido
político “le permitía darse cuenta de que el sistema compulsivo no era el más
indicado para orientar la política lingüística en las Indias” (Zavala 1977, cit. en
Rivarola 138). Ahora bien, como recién se ha mencionado, la preocupación de la
corona por el lento avance de la difusión del español (que tuvo y tiene como
contraparte la “resistencia lingüística” de los pueblos indígenas) fue incesante.
Desde la perspectiva de la autoridad colonial, se puede decir que tal preocupación
se justificaba sin duda en que percibían el mantenimiento del uso de las lenguas
aymara y quechua (y sin duda de todas las demás lenguas indígenas) como un
factor de cohesión y de resistencia sociocultural por parte de los pueblos
indígenas. Así, pues, si bien la evidencia de los documentos citados hasta aquí
indica que lo más probable es que la evangelización de los pueblos indígenas se
siguió llevando a cabo en aymara y en quechua, reforzando la utilidad de estas
lenguas en calidad de instrumentos de comunicación amplia dentro y entre las
comunidades lingüísticas en cuestión, a partir del siglo XVII, y con mayor
intensidad a finales del siglo XVIII, bajo el mando de Carlos III, “las
orientaciones de política lingüística, incluso en materia religiosa, vuelven a tener
un matiz coercitivo” (Rivarola 139). Cabe destacar que las disposiciones
impuestas por este rey fueron resueltamente asimilacionistas y antiindígenas.
Éstas implicaron, entre otras cosas, la expulsión de los “misioneros lingüistas”, en
1767, y actos de represión violenta contra los levantamientos indígenas de finales
del siglo XVIII (Lüdtke 1988, cit. en Rivarola 139). Por su importancia en lo que
a la situación de las lenguas durante el periodo colonial se refiere, vale la pena
referirse a la “Real cédula ordenando se pongan los medios para erradicar los
idiomas aborígenes y solamente se hable español, superándose así muchos
inconvenientes. 1770” (cit. en Solano 257-261), en la cual se estipula que:
se instruya a los indios en los dogmas de nuestra religión en castellano y se
les enseñe a leer y escribir en este idioma que se debe extender y hacer
único y universal en los mismos dominios […], a cuyos fines ha ordenado
tantas veces a todas las jerarquías que se establezcan escuelas en castellano
en todos los pueblos […] para que de una vez se llegue a conseguir el que
se extingan los diferentes idiomas de que se usa en los mismos dominios, y
sólo se hable el castellano, como está mandado por repetidas leyes, Reales
cédulas y órdenes expedidas al asunto.
En los hechos, para los pueblos indígenas, esta misiva, que sin duda marca el
momento final del proyecto colonial de imponer el español en el continente
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americano, significó que sólo mediante la adquisición de esta lengua las distintas
comunidades lingüísticas podrían integrarse en la sociedad que se les impuso,
puesto que esta última consideraba de modo negativo la presencia y el uso de las
lenguas indígenas. Según Frago García y Franco Figueroa (187), a partir de este
momento, el proceso de aculturación idiomática condicionó a tal punto la
mentalidad de todos los hablantes que por el prestigio que se adquiría mediante el
conocimiento del español, acaba comprendiéndose que el español sería, de modo
definitivo, la lengua general de la nueva sociedad impuesta. En efecto, si bien las
lenguas indígenas como el aymara y el quechua fueron enseñadas y habladas
ampliamente durante el periodo colonial, manteniéndose en uso hasta la
actualidad, en lo sucesivo, hasta el tiempo presente, la situación de estas lenguas
es de subordinación con relación al español como lengua dominante en todo el
dominio español, y, por inclusión, en toda el área andina.
Ahora bien, como se ha señalado anteriormente, el fenómeno de sustitución de
las lenguas aymara y quechua por la lengua española fue mucho mayor en
aquellas regiones donde la colonia española estableció asentamientos duraderos
de tipo urbano, dentro de los cuales desplazaron o literalmente sustituyeron a la
población indígena y sus lenguas, es decir, en zonas relativamente cercanas a la
costa y fácilmente accesibles; lo que viene a coincidir con el área donde, en la
actualidad, se encuentran gran parte de las llamadas “grandes ciudades criollas”
(p. ej. Lima y Santiago). En cambio, en las zonas medioaltas y altas de los Andes,
donde se concentró gran parte de la población indígena (la originaria y tal vez la
desplazada), el fenómeno de mantenimiento lingüístico de las lenguas reseñadas
fue mucho mayor que el observado en las zonas bajas. En gran medida, esto fue
así porque las zonas medioaltas y altas de los Andes son zonas donde
históricamente las lenguas aymara y quechua han sufrido menos presión por parte
del español.
5. Periodo republicano
En el terreno socio-político, la primera mitad del siglo XIX estuvo marcada por
las independencias de las colonias españolas en América. Éstas estaban
compuestas principalmente por españoles “criollizados” y sus sucesores criollos.
El principal objetivo del contingente republicano fue romper las amarras políticas
que lo ataban a la corona española. Una vez lograda la independencia de las
colonias, las nuevas elites criollas se impusieron como el grupo dominante de la
región. Según Lavallé (300), a pesar de haber traído la autonomía política a las
otrora colonias españolas, en lo inmediato, la independencia no provocó cambios
significativos en cuanto a las estructuras estatales, sociales y económicas. Por
ejemplo, en el Perú, que en los albores de la independencia comprendía todo el
135
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territorio de lo que hoy es el norte grande de Chile21, el tributo (que es un antiguo
impuesto racial que pagaban los pueblos indígenas) fue suprimido al día siguiente
de la independencia, pero volvió a aparecer poco después con el nombre más
neutro de “contribución indígena” (Lavallé 300).
En el terreno lingüístico, la situación fue relativamente similar. Como se ha
señalado anteriormente, en el siglo XVIII, al manifestarse las primeras señales de
oposición al control de la corona española sobre las colonias, el español ya estaba
fuertemente establecido como la lengua de la vida pública y oficial. Por tanto, al
lograrse la independencia, la permanencia del español como lengua general (o
dominante, con respecto a las lenguas indígenas) nunca se vio realmente en
peligro. En su mayoría, las nuevas elites americanas eran monolingües en español;
por tanto, pese a que se luchó tenazmente contra algunas formas de la
colonización española, en el terreno idiomático no hubo ruptura entre la corona y
los criollos sobre cuál tenía que ser la lengua de la vida pública y oficial. Durante
ambos dominios, se opinaba que era imprescindible un instrumento de cohesión y
de dominación, lo mismo en el ámbito sociopolítico que lingüístico. Pese a la
utilidad y difusión que tuvieron las lenguas aymara y quechua para la
evangelización, desde el periodo colonial, la lengua española representa ese
instrumento.
A raíz del fenómeno de mantenimiento lingüístico reseñado anteriormente, en el
caso de las lenguas indígenas, es posible afirmar que, hasta la primera mitad del
siglo XIX, las lenguas aymara y quechua aún se extendían de modo consistente a
lo largo de gran parte del área andina, en las comunidades indígenas situadas en
las zonas medioaltas y altas (p. ej. en los valles de Cochabamba, Cuzco y San
Pedro de Atacama) y, según Gundermann, González y Vergara (2007, 137),
incluso en las comunidades indígenas situadas en los valles bajos y en los centros
mineros donde los indígenas históricamente han trabajado (p. ej. cerca de la
ciudad de Iquique o Calama, en el caso de lo que hoy es Chile). Ahora bien, como
se ha visto anteriormente, la relación entre la sociedad criolla y la sociedad
indígena y sus respectivas lenguas había adquirido ciertas características
específicas que, en su conjunto, situaron a los pueblos indígenas y sus lenguas en
una condición de subordinación. En parte a raíz de esto, en parte porque desde la
“anexión” de las regiones del norte grande al estado chileno, en 1884, las culturas
y lenguas indígenas no han ocupado un lugar relevante entre las preocupaciones
nacionales relativas a los pueblos originarios, en la segunda mitad del siglo XIX
los pueblos indígenas de las zonas medioaltas y altas de lo que hoy es el norte
21
Bolivia logró salida al mar recién a partir de la constitución de 1831, en la cual, por primera vez,
se declara a la Provincia Litoral como parte integrante de su territorio (vid. el artículo tercero de
esta constitución, que puede ser consultada en línea, en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
http://www.cervantesvirtual.com).
136
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grande de Chile iniciaron un doble proceso de integración al país y de relativo
abandono de sus culturas y de sus lenguas (Gundermann, González y Vergara
2007, 138). Esto se pone de manifiesto incluso en las demandas que los pueblos
indígenas hacen a las autoridades chilenas a finales del siglo XIX y a lo largo de
gran parte del siglo XX, las cuales “están orientadas a la incorporación o
profundización del proceso modernizador e integrador, tales como la instalación
de escuelas, el mejoramiento de los caminos o el apoyo en el ámbito productivo”
(Gundermann, Vergara y González 2008, sin página). Como se puede constatar,
en todas las reivindicaciones citadas está ausente la autoafirmación identitaria.
Así, pues, a principios del siglo XX, la lengua española ya se había extendido
consistentemente en las comunidades de las zonas medioaltas y altas del área
andina, en desmedro de las lenguas originarias, particularmente en el norte grande
de Chile. En las zonas altas, por ejemplo, la expansión masiva del español tuvo
lugar, de modo particular, con la llegada de las escuelas públicas, a partir de 1930
(González 2002, 79).
6. Periodo actual22
Como se ha señalado con anterioridad, en la actualidad, el aymara es la principal
lengua indígena del norte de Chile, y la segunda en importancia a nivel nacional,
después del mapudungun. Ahora bien, “el estado actual de esta lengua indígena y
sus tendencias de desarrollo a futuro constituyen una materia de preocupación
para la institucionalidad pública, el mundo académico y los propios aymaras, sus
dirigentes y organizaciones” (Gundermann, González y Vergara 2007, 123). En
efecto, si bien el Ministerio de Educación de Chile (MINEDUC) cuenta con un
Programa de Educación Intercultural Bilingüe (PEIB) desde el año 1995, y que
recientemente, en el año 2008, se ha constituido de modo oficial la Academia
Nacional de la Lengua Aymara23 como parte del Programa de Recuperación y
Revitalización de las Lenguas Indígenas en Chile de la Corporación Nacional de
Desarrollo Indígena de Chile (CONADI), en la actualidad, sólo 35,2 por ciento de
quienes se consideran aymaras en Chile asegura tener un manejo “eficiente” de la
lengua indígena. Entre quienes la hablan, se usa con baja frecuencia, puesto que a
penas un poco más de un tercio de los hablantes (37,3 por ciento) sostiene
emplearla a diario. La situación es aún más alarmante si se toma en cuenta que
unas 33 500 personas (aproximadamente 70 por ciento) del total de quienes se
identifican como aymaras en Chile afirman ser monolingües en español. En
cambio, el monolingüismo aymara parece haber desaparecido casi completamente
entre los aymaras chilenos. Esto entra en contraste con el hecho de que casi la
22
Gran parte de los porcentajes que aparecen enunciados en este punto proceden de Gundermann,
González y Vergara (2007) y Gundermann, Vergara y González (2008).
23
La función principal de esta Academia es promover y desarrollar la enseñanza y el aprendizaje
de la lengua aymara, así como su uso habitual y generalizado.
137
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totalidad de estos últimos asegura tener un manejo “eficiente” de la lengua
española. Así, pues, a pesar de que, hoy en día, esta lengua vive un proceso de
redistribución y ampliación geográfica, en parte a raíz de las intensas migraciones
desde las zonas medioaltas y altas de los Andes hacia las grandes ciudades
costeras y regiones de temprana colonización, y en parte a raíz de las instancias
estatales que han iniciado un proceso de promoción y desarrollo de la enseñanza y
el aprendizaje de la lengua aymara, la situación en la que se encuentra
actualmente el aymara en Chile es una situación de “minorización” (Gundermann,
Vergara y González 2008, sin página). Incluso allí donde una cierta proporción de
personas asegura tener un manejo eficiente de la lengua aymara, el español parece
haberla reemplazado como código de comunicación.
En cierta medida, la situación actual de la lengua aymara es tributaria del tardío
reconocimiento gubernamental de los aymaras de Chile como cultura originaria,
el cual tuvo lugar recién a inicios de la década de los noventa, como parte de la
reforma de la política indígena del estado desde el modelo asimilacionista hacia
uno multi o intercultural. Hasta ese momento, “los aymaras no habían sido
incorporados a las leyes e instituciones indigenistas, cuya vigencia se extendía
fundamentalmente a los mapuches” (Gundermann, Vegara y González 2008, sin
página). No es pues de sorprender que se haya desarrollado entre los propios
aymaras una tendencia a la integración al país en desmedro de su identidad
cultural.
En el caso del quechua, hasta donde se sepa, no existe ningún estudio que haya
investigado sobre el número total de hablantes de quechua en Chile. El único dato
que se maneja con certeza mediana es que en Chile hay 6175 personas que se
identifican como quechuas (INE 2008, 40). Como se ha señalado anteriormente,
esto representa el 0,9 por ciento de la población indígena en Chile. Ahora bien, a
la luz de lo anteriormente señalado con respecto a la lengua aymara, se está en
medida de afirmar que si la situación del quechua no es igual a la del aymara, es
(por lo menos) muy similar. Aunque tal vez es peor, porque el reconocimiento
gubernamental de los quechuas como cultura originaria aún no se ha producido en
Chile y la creación de una academia quechua de la lengua es un proyecto que, en
la actualidad, apenas se contempla. Pero de ser tal como se presupone (el cual
sería el “mejor” de los casos), de las 6175 personas que en Chile se identifican
como quechuas, sólo unas 1850 personas serían hablantes de quechua, y
únicamente 615 usarían esta lengua a diario. Así, pues, se puede afirmar que la
situación en la que se encuentra actualmente el quechua en Chile, sin lugar a duda,
también es de “minorización”.
7. Conclusión
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Los precedentes (socio)lingüísticos presentados hasta aquí ofrecen una actual
imagen de crisis de las lenguas aymara y quechua en Chile. En efecto, desde la
irrupción de los españoles en América, ambas lenguas han estado sometidas a una
extensa e intensa presión para su abandono por la lengua dominante, el español.
En el caso de lo que hoy es Chile, particularmente desde la “anexión” del norte
grande al estado chileno, esta presión ha sido acompañada de una enérgica acción
estatal en favor del español (Gundermann, Vergara y González 2008, sin página).
Es difícil determinar si cambios recientes tales como el reconocimiento de los
aymaras de Chile como cultura originaria y la creación de la Academia Nacional
de la Lengua Aymara van a revertir esta situación de “minorización”, porque la
transición desde un modelo asimilacionista hacia uno intercultural es aún muy
reciente como para hablar de cambios significativos (y estables) en cuanto al
estatuto, la difusión y la frecuencia de uso del aymara. En el caso del quechua, la
cuestión es todavía más nebulosa. Sólo el tiempo y la realización de estudios
futuros irán despejando tales incertidumbres.
Por otra parte, no se puede dejar de mencionar que la relativa “convivencia” del
español con las lenguas aymara y quechua suscitó una situación de contacto de
lenguas24 que fue generando una sucesión de procesos de adaptación lingüísticocultural a partir de los cuales se dieron modalidades que se han ido convirtiendo
de modo progresivo en variedades de español propiamente andinas, relativamente
estables; de modo particular, en las zonas donde el fenómeno de mantenimiento
lingüístico ha sido mayor, pero también en las zonas bajas donde actualmente
residen migrantes procedentes de las zonas medioaltas y altas. Cierto, los pueblos
indígenas del norte grande de Chile tuvieron que adoptar el español como lengua
de uso general. Pero al hacerlo, hablaron (y siguen hablando) el español (la
lengua-meta) con interferencias de sus lenguas propias (la lengua-fuente). Por
consiguiente, en el caso del norte grande de Chile, de modo particular en lo que se
refiere al estado actual del español hablado en el pueblo andino de San Pedro de
Atacama y sus alrededores, es necesario volver a pensar la situación del español
que allí se habla, y reconocerla como un proceso ambivalente de andinización del
español y españolización del habla de los pueblos andinos de Chile.
24
Según Lipski (comunicación personal, el 19 de septiembre de 2007), en una situación de
contacto de lenguas, las transferencias lingüísticas, a saber, el préstamo lingüístico y la sustitución
lingüística, no cuestan nada y son lo primero que ocurre. Thomason y Kaufman (1988) definen el
préstamo lingüístico (borrowing) como un fenómeno que “se da en una situación de
mantenimiento de la propia lengua, a la cual los mismos hablantes le incorporan rasgos externos.
De un modo invariable, en tal situación, los primeros elementos externos que ingresan en la lengua
son elementos léxicos”; mientras que la sustitución lingüística (interference through shift) es un
fenómeno que “se da en una situación de cambio de lengua (de la lengua-fuente a la lengua-meta)
y es el resultado producido por hablantes que hablan la lengua-meta con interferencias de su
lengua materna” (cit. en Godenzzi 158).
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