Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                
Historiografías feministas para la descolonización Alejandra Londoño Bustamante1 Pensando en el punto partida1 Aún me pregunto hasta dónde elegimos… Me explico: ¿Por qué nos preocupamos por unos temas y problemas y por qué no por otros? Las preguntas de investigación son a la vez pesquisa sobre uno mismo, son la vida colectiva que habla, por lo menos eso son para mí. Quizá por eso considero que los entramados que propone la objetividad borran o silencian lo mucho que de uno hay en lo que aparece científicamente como lo de todos, eso que aparece sin rostro, pero que finalmente son nuestras vidas siendo parte activa y a la vez resultado de muchas historias. Y es justo desde este punto de partida, y reconociendo que mucha agua ha corrido en los análisis de la Historia, que aún considero necesaria una revisión crítica a la disciplina histórica tradicional en Colombia desde la mirada del feminismo descolonial. Si bien desde múltiples lugares disciplinares, temporales y espaciales 1 Historiadora y magíster en Estudios de género por la Universidad Nacional de Colombia (unal). Es docente universitaria en temas étnico-raciales y de género en la misma unal e integrante del Área de Pedagogía del Centro Nacional de Memoria Histórica. Ha sido investigadora de temáticas vinculadas a la historia social y política de las mujeres en el siglo xx colombiano, indagando por las implicaciones de la reconstrucción histórica desde una perspectiva feminista y descolonial; así mismo se ha ocupado de indagar la construcción de pedagogías para los procesos de memoria histórica en Colombia y, específicamente, para la enseñanza de la historia del pasado reciente. Además, se ha ocupado de trabajar temáticas vinculadas a las dinámicas del militarismo y la militarización en el capitalismo neoliberal en territorios latinoamericanos y del Caribe. Columnista y cofundadora de la revista Marea, es afrodescendiente y activista feminista. 336 Alejandra Londoño Bustamante se han construido críticas agudas a la narración hegemónica de la Historia, urge una mirada en la que se integren: el análisis sobre la colonialidad del género, del poder, del saber y del ser presente en la discursividad histórica; la pregunta por la experiencia de quien investiga; las implicaciones de pensar los tiempos de las historias no como líneas evolutivas, y el diálogo con “fuentes” consideradas no legítimas desde esta disciplina. Así, este artículo, que hace parte de un largo camino y no es el punto de llegada, abre una serie de preguntas y reflexiones en torno a la construcción de las historias, al tiempo que esboza algunos retos políticos, epistemológicos y metodológicos de la observación e interpretación del tiempo pasado. Será necesario en este punto de arranque aclarar que una buena parte de las reflexiones que aquí expongo son un fragmento del resultado de mi investigación de tesis para optar al título de magíster en Estudios de género, trabajo en el que, a partir de teorías feministas críticas, descoloniales y de los estudios culturales, cuestiono las implicaciones de escribir las historias desde los cánones hegemónicos que rigen esta disciplina. La tesis anómalas y peligrosas. El proyecto normalizador hacia las mujeres en Antioquía durante la primera mitad del siglo xx tenía como pretensión dar un espacio escrito a la voz de un grupo de mujeres tildadas como locas o enajenadas, al tiempo que evidenciaba sus resistencias frente a los sistemas de dominación. Así mismo, a través de esta tesis busqué desordenar el tiempo lineal y causal en el que generalmente se narra la Historia, entrelazando diferentes momentos históricos, en la cual mi propia historia de vida se presenta como uno de los puntos de inicio. No es pretensión de este artículo presentar o establecer conclusiones universalistas o universalizantes. Los análisis que aquí presento hacen parte de diálogos que, hasta el momento en el que inicié la tesis, había sostenido principalmente con las formas de hacer Historia de las academias andinas colombianas y a mi experiencia más vital, anclada justamente a este territorio. De hecho, estoy convencida de que si mi historia y mis diálogos estuvieran anclados a territorios como el Pacífico o el Caribe colombiano, el resultado sería completamente diferente. Historiografías feministas para la descolonización 337 Algunos aspectos de la hegemonía presente en la disciplina histórica tradicional. Una narración del pasado que mucho tiene que ver con el presente que silencia El androcentrismo, la construcción de verdades únicas, la linealidad narrativa, la lectura evolucionista de los hechos y los acontecimientos, la pretensión de objetividad de quien escribe o investiga, el universalismo y la causalidad e, incluso, la selección del hecho y del acontecimiento histórico no son acciones ingenuas ni espontáneas. Están presentes en la narración hegemónica de la Historia (esa que se escribe con H mayúscula) y son coherentes con la manera en que se estructuró el pensamiento moderno eurocéntrico. En atención a esta lógica, la disciplina histórica ha contado con la legitimidad para describir e interpretar el pasado; el oficio del historiador/a se ha relacionado con la cientificidad y, en consecuencia, la escritura de la Historia se presume objetiva, irrefutable, neutral y verdadera. Dicha legitimidad ha generado el silenciamiento y la eliminación de otros lugares, prácticas y discursos a través de los cuales individuos, comunidades y colectividades sociales han construido los relatos de su pasado. En el contexto sociopolítico colombiano (y seguramente en muchos otros), la narración hegemónica de la Historia ha estado directamente vinculada a la construcción de verdades y saberes que son legitimados mediante la expansión violenta del pensamiento moderno, estructurado sobre relaciones de poder de la matriz colonial; esto es, relaciones racistas, capitalistas y patriarcales. Estas relaciones, a su vez, se manifiestan en prácticas políticas, económicas y cotidianas, y en la construcción de verdades y saberes, y actúan como maquinarias de poder discursivo que intervienen en la formulación de verdades históricas. Dichas verdades históricas no sólo son un recurso discursivo que queda encerrado en las aulas de clase de las universidades o en pequeños círculos de investigación coordinados por reconocidos historiadores, ¡no!, ya que éstas circulan a través de vehículos tales como el sistema educativo público y los medios masivos de comunicación, entre otros, con lo cual llegan a lugares inespera- 338 Alejandra Londoño Bustamante dos y generan adhesiones y arraigos políticos, económicos e incluso culturales, y aunque por supuesto existen resistencias y posibilidades de acción —¡qué haríamos sin ellas!—, no es un secreto que el impacto dañino de estos discursos es profundo y extenso. Lo que sale de la pluma y boca del historiador puede moldear las interpretaciones del pasado, lo cual ha sido de mucha utilidad en diferentes momentos y contextos para quienes son poseedores del poder político y económico en nuestros territorios. Aunque los ejemplos al respecto pueden ser muchos, quiero enunciar un par de ellos que nos ayuden a profundizar el análisis del poder en disciplinas como la Historia. El dominicano Néstor Rodríguez (2005) señala que durante y después de la dictadura (1930–1961), la historia oficial en República Dominicana fue puesta al servicio del poder hegemónico, y usada como instrumento legitimador de la ideología dictatorial, lo que posibilitó, incluso, la creación de la Academia Dominicana de Historia, la cual fue fundada por el dictador Rafael Leónidas Trujillo, y contó con el respaldo de reconocidos intelectuales de la época. La Historia promovida desde este espacio ha desempeñado un papel fundamental para institucionalizar una narrativa particular de la nación blanca, burguesa, católica y de ascendencia española que sirvió como justificación del horror cometido durante la Dictadura, y que hoy hace parte de un imaginario colectivo presente en conversaciones de colmados, de buses… conversaciones en las que circula la imagen de una República Dominicana blanca en contraposición con el Haití de negros, demonios y pobres por castigo. Por su parte, el uruguayo Carlos Demasí señala: Cuando el historiador inicia su labor de investigación sobre determinados hallazgos del pasado, se encuentra frente a unos valores y a una información ya elaborada. En muchas ocasiones el historiador hace un ejercicio de integración de datos dentro del paradigma explicativo ya construido. Este ejercicio responde a una identificación concreta de distribución del poder. De esta manera el historiador aporta en el arraigo de una política del olvido. […]. La construcción de memoria, en el caso de la dictadura uruguaya, está sustentada en Historiografías feministas para la descolonización 339 la necesidad de instituir el olvido como manera de sostener el ideal de democracia perfecta, esto se da a partir de exaltar la idea de solución pacífica de los conflictos, a través de elementos simbólicos y espacios formativos como lo es la escuela. Esto produjo en la sociedad uruguaya una lucha de memorias que contribuye al olvido social (Demasí, 2004: 141). Haciendo referencia a la enseñanza de la Historia durante la dictadura uruguaya (1973–1985), Carlos Demasí nos deja ver cómo la alianza entre Historia y sistema educativo posibilitó un cambio en las aulas de clase a favor de los intereses dominantes, lo que implicó una enseñanza unicausal, lineal y pretenciosamente objetiva en donde las y los estudiantes recibieran una información por parte de sus maestros, validada en “rigurosos” trabajos de historiadores que justificaran las atrocidades del periodo dictatorial. En el caso colombiano —que claramente no es particular— y haciendo una enunciación en términos muy generales, el problema se hace evidente en los tiempos, personajes, hechos y acontecimientos que se seleccionan para narrar una Historia en la que la prioridad ha sido el relato de la nación criolla y mestiza. Los libros, las universidades, los museos e incluso una buena parte de la producción audiovisual están plagados de los rostros de una élite criolla blanco mestiza, católica, moderada, recatada y fiel cumplidora del deber ser. Una Historia que comienza en la mal llamada “Conquista” (que no es conquista, sino genocidio colonial) y recorre los albores de la Independencia, para luego entrar a un siglo xx de constantes movimientos políticos y económicos, un siglo narrado una vez más a través del protagonismo de las mismas élites que emergen en el relato del siglo xix. El historiador Jorge Orlando Melo, en un recorrido por la historiografía colombiana y referenciando a la Academia Colombiana de Historia afirma: Todos estos sectores conciben la historia como un conocimiento de eficacia moralizante y ejemplar, cuya función principal es despertar, en lectores y estudiosos, sentimientos patrióticos y de reverencia hacia el pasado y hacia las figuras a las cuales puede atribuirse mayor influencia en la conformación de las instituciones básicas del país. 340 Alejandra Londoño Bustamante Esto quiere decir que lo históricamente significativo está definido por criterios extracientíficos, en este caso por criterios morales y nacionalistas, lo que implica la sobrevaloración de aquellos periodos e incidentes propicios para la manifestación de virtudes ejemplares, que se dan principalmente en un marco de actividades militares y, en menor grado, para virtudes de orden “civilista”, en épocas de graves conflictos políticos (Melo, 1942: 17). Esta afirmación de Jorge Orlando Melo evidencia un secreto que a voces conocemos todas las personas que pasamos por la academia histórica colombiana, en donde la pretensión de descripciones rigurosas y objetivas del pasado no es más que uno de los engranajes de un juego de poder en el que el pasado se presenta en función de la construcción de adhesiones y, por tanto, de identidades colectivas en el tiempo presente. Es un juego de miradas hacia atrás que posibilita movilidad y re-establecimiento de poderes en el presente. El criollo triunfante de grandes batallas independentistas, el de los cuadros rimbombantes en museos, es la representación de lo que “somos”. Negros, negras afrodescendientes e indígenas, en estos relatos, hacen parte de un pasado que debe ser recordado como parte del tiempo que ya no somos, que quizás nunca fuimos.2 Se hace necesario, entonces, entender la disciplina histórica tradicional, las narraciones que desde ésta se construyen y los métodos y metodologías que se utilizan para seleccionar y analizar las fuentes, como manifestaciones del pensamiento moderno colonial en función de la transmisión de una selección de hechos, acontecimientos y acciones de algunos personajes en el tiempo pasado; es decir, una maquinaria narrativa de poder construida en 2 Esta afirmación implicará un análisis más detenido y cuidadoso del estudio del mestizaje como campo de poder racial en Colombia y de los discursos del mestizaje promovidos desde la disciplina histórica, los cuales son fundamentalmente un relato de nación racista que hoy sigue presente en el discurso de lo que “somos”. Ésta es una problemática que quiero enunciar como parte de los efectos de la narración hegemónica de la Historia en territorios como el colombiano y que desarrollaré con mayor detenimiento en otro trabajo que adelanto. Historiografías feministas para la descolonización 341 la Modernidad, que en contextos como el colombiano ha respondido durante mucho tiempo a intereses muy concretos. El historiador asiático Ranajit Guha analiza la relación entre la Historia, la historiografía y el Estado para el caso de la India, demostrando que la Historia es una narrativa del poder estatal que configura ciudadanías o subalternidades, hegemonías o dominios (Guha, 2002: 44).3 Con el fin de ir más al fondo de la cuestión y complejizar el análisis del poder que ostenta la disciplina Historia tradicional, considero importante planear algunos aspectos con respecto al concepto de hegemonía, lo cual considero necesario para problematizar, entre otras cosas, la relación de saber-poder en la que está inmersa la Historia. Retomo, para ello, una definición de hegemonía propuesta por la teoría marxista contemporánea, específicamente por el sociólogo afrojamaiquino Stuart Hall (1981) en su interpretación de Antonio Gramsci. Para Hall, la hegemonía es una alianza de fracciones dominantes de clase, en la que no sólo se obliga a una clase subordinada a conformarse a los intereses de la clase dominante, sino que se ejerce una “autoridad social total” sobre esas clases y sobre la formación social en general. En este juego de poder, las clases dominantes no sólo dominan, sino que además dirigen y conducen para así obtener el consentimiento de las clases subordinadas. Es así como la hegemonía deja de ser una evidente relación de poder de arriba hacia abajo, para convertirse en una combinación de fuerza y consentimiento que se expande en distintas direcciones. 3 Aunque lo escrito en este artículo no analiza las acciones, la agencia ni las fugas a la hegemonía de la narración histórica, es necesario que mencione que ese proyecto de nación del que hace parte la historia oficial no ha triunfado en todos los territorios de Colombia —en este caso—, y aunque es un proyecto con mucho poder, no ha logrado consolidarse a lo largo y ancho de nuestros territorios gracias a las luchas ancestrales de pueblos y comunidades, de colectivos y organizaciones políticas que construyen otras narrativas, historias y acerca de su pasado y de lo que son, generando mecanismos para la difusión de los mismos, lo cual representa una tensión permanente desde las y los subalternizados. 342 Alejandra Londoño Bustamante Para Stuart Hall, el análisis del concepto hegemonía implica mucho más que una mirada exclusiva sobre las estructuras, o, en otras palabras, de las relaciones netamente económicas y productivas. Así, el autor sitúa la discusión en las superestructuras, entendidas como espacios sociales, culturales, ideológicos y como formas de concebir el mundo, en las cuales se constituye la hegemonía propiamente dicha. Stuart Hall profundiza este análisis de la siguiente manera: Las superestructuras de la “hegemonía” trabajan mediante la ideología. Ello significa que las “definiciones de la realidad”, favorables a las fracciones de la clase dominante e institucionalizadas en las esferas de la vida civil y el Estado, vienen a constituir la “realidad vivida” primaria para las clases subordinadas. De este modo, la ideología suministra el “cemento” de una formación social, “preservando la unidad ideológica de todo el bloque social”. Esto no se debe a que las clases dominantes puedan prescribir y proscribir con detalle el contenido mental de las vidas de las clases subordinadas (éstas también “viven” sus propias ideologías), sino a que se esfuerzan, y en cierto grado consiguen, por enmarcar dentro de su alcance todas las definiciones de la realidad, atrayendo todas las alternativas a su horizonte de pensamiento (Hall, 1981: 239). En ese sentido, la Historia tradicional puede ser entendida no sólo como disciplina, sino además como un discurso hegemónico, como un espacio de transferencia de las ideologías de las clases dominantes e institucionalizadas; como una esfera que constituye realidades del tiempo pasado que están directamente vinculadas al presente. Parafraseando a Hall, la Historia como discurso hegemónico es un campo que atrae todas las alternativas a su horizonte de pensamiento, es además un medio de formación social que puede moldear las memorias colectivas. La revisión del saber-poder presente en la disciplina histórica en territorios que han sido colonizados debe pasar además por el análisis de la colonialidad del saber, lo cual nos puede permitir una complejidad mayor de la revisión crítica de los modos en que se produce, se reproduce y se justifica la existencia objetiva, descriptiva, lineal y causal de este campo disciplinar. Historiografías feministas para la descolonización 343 La colonialidad del saber desde la definición propuesta por el venezolano Edgardo Lander (2000), resulta útil en este debate, ya que permite que le quitemos una nueva capa a la cebolla, y se revele otro lado aparentemente borroso de la disciplina histórica tradicional, ya no sólo vinculado a la construcción de verdades en función de hegemonías, sino además a la negación rotunda de otras formas de acceder al conocimiento del pasado. Este rostro de la Historia que se asume como un espacio productor de saberes racionales, menosprecia otros conocimientos y saberes que no cumplen con los principios modernos y coloniales de neutralidad, objetividad y rigor histórico. Entre archivos, principalmente escritos, estos rostros de la Historia se imponen violentamente sobre conocimientos del pasado que no responden a la racionalidad científica moderna y que, por tanto, no cuentan, desde la mirada histórica, con validez y legitimidad, para hacer parte o para construir narraciones, descripciones e interpretaciones del pasado. Así, quien está validado por las estructuras institucionales modernas para escudriñar en el pasado, narrar y trasmitir interpretaciones será el historiador moderno y letrado; acciones mediante las cuales, durante siglos han intentado borrar (entre otras) narraciones históricas de las luchas y resistencias de pueblos indígenas y afrodescendientes (para el caso colombiano), para darle prioridad a Historias blancas, criollas y mestizas y, en consecuencia, a sus aportes en la configuración de una idea de nación que beneficie a quienes ostentan el poder. En esta relación narrativa hay una tensión permanente, ya que del otro lado de la moneda se encuentran colectividades o comunidades para quienes la interpretación del pasado no necesariamente está en la voz del historiador. Sin embargo, no podemos olvidar que existe la hegemonía y, por tanto, ésta es una relación de poder, y no es en nuestros pueblos donde hoy contamos con el poder para hacer de las historias ancestrales y no hegemónicas una posibilidad de transformación en el tiempo presente. 344 Alejandra Londoño Bustamante Ni cercana, ni comprometida. Un acercamiento al problema de la objetividad y la veracidad de las fuentes en la disciplina histórica Uno de los principales elementos que sostiene la hegemonía de la disciplina histórica es el principio de la “objetividad”, exigencia a la que me vi sometida durante toda mi formación como historiadora. Nuestro trabajo consiste en rastrear “verdades”, a partir de las cuales otras disciplinas construyen análisis, de ahí la tendencia descriptiva preponderante en los estudios historiográficos. Carlos Antonio Aguirre Rojas, teórico e investigador mexicano señala al respecto: El primer pecado capital de los malos historiadores actuales es el positivismo, que degrada a la ciencia de la historia a la simple y limitada actividad de la erudición. Muchos historiadores siguen creyendo hoy en día, en pleno comienzo del tercer milenio cronológico, que hacer historia es lo mismo que llevar a cabo el trabajo de investigación y de compilación del erudito. […] Una historia que, limitando el trabajo del historiador, exclusivamente al trabajo de las fuentes escritas y de los documentos, se reduce a las operaciones de la crítica interna y externa de textos, y luego a su clasificación y ordenamiento, y a su ulterior sistematización dentro de una narración que generalmente, sólo nos cuenta en prosa lo que ya estaba dicho en verso en esos mismos documentos (2002: 37). La “objetividad” está atravesada por necesidades de asepsia política, por múltiples exigencias en el manejo del tiempo y, por supuesto, por el cuidadoso abordaje de las fuentes. El objeto de estudio no puede ser cercano; de ahí la importancia de conservar una distancia temporal prudente. El académico antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot plantea al respecto: Cuando la historia se constituyó como profesión en el siglo xix los investigadores, muy influenciados por las perspectivas positivistas, trataron de teorizar la distinción entre el proceso histórico y el Historiografías feministas para la descolonización 345 conocimiento histórico. De hecho, la profesionalización de la disciplina en parte está fundamentada en esa distinción: cuanto más alejado está el proceso sociohistórico de su conocimiento, más fácil es reinventar un profesionalismo científico (Trouillot, 1995: 4). Desde mi lugar como historiadora, el problema de perspectivas y posturas que defienden y exigen con tanta vehemencia la objetividad, y que como señala Trouillot son elementos constitutivos de la profesionalización de la Historia, no es solamente que se limiten al trabajo de erudición y descripción plana, sino que olvidan que quien relata ocupa un lugar fundamental en la definición del problema a investigar, así como en la formulación de hipótesis e, incluso, en la selección de las fuentes, pretendiendo borrar que quien investiga hace parte de la historia. El positivismo presente en la disciplina histórica, es en el fondo y hasta en la superficie, el encubrimiento de las relaciones de poder que allí mismo se narran como descripciones de hechos propios del tiempo histórico. Trouillot señala al respecto: Los principios de estas perspectivas [positivistas] todavía conforman el sentido que tienen de la Historia la mayoría de las personas de Europa y Norteamérica: el papel del historiador consiste en revelar el pasado, descubrirlo, o por lo menos, aproximarse a la verdad. Dentro de este punto de vista, el poder no es problemático y es irrelevante para la construcción de la narrativa como tal. En el mejor de los casos, la Historia es una Historia sobre el poder, una historia sobre aquellos que vencen (Trouillot, 1995: 4). El debate en torno a la objetividad y a las relaciones de poder que encubre, señalado con gran lucidez por Trouillot, implica además, reflexiones en torno a las fuentes legítimas y no legítimas y a su selección para ejercicios investigativos de carácter histórico. ¿Qué hace que un documento escrito en el siglo xix por un escribano criollo o español sea más confiable que la oralidad trasmitida generación tras generación en una comunidad afrodescendiente o indígena; representaciones espirituales, un relato trasmitido de generación en generación, la pintura, la fotografía, un 346 Alejandra Londoño Bustamante tejido, la música, los registros audiovisuales o la literatura? La diferencia quizás esté en los lugares que ocupan en dichas relaciones tanto los sujetos históricos como quienes narran las historias (que también son sujetos históricos); es decir, el escribano cuenta con un lugar de poder racial, geopolítico, de género que se refuerza con el poder político otorgado por un orden monárquico —hoy estatal— que lo autoriza para escribir la verdad; el campesino o campesina, la indígena o la descendiente de personas esclavizadas en África que relata la historia oral de su pueblo, no. Estas relaciones han definido una serie de diferencias jerárquicas fundamentales para la consideración de las fuentes veraces. En una paráfrasis a la antropóloga estadounidense Ana Laura Stoler (2010), el archivo es un lugar de producción de conocimientos y no un lugar de recuperación de conocimiento. Son documentos legales y, en esa medida, son sitios para construir etnografías del Estado, de la Iglesia y de las instituciones de poder y sus modos de operar en espacios específicos. Los archivos son un medio, una representación y un espacio en el que se encuentran comprimidas las posturas emergentes e históricas de instituciones estatales. Esta interpretación de los archivos escritos no sólo devela las relaciones de poder en las que están inmersos este tipo de documentos, sino que, también, los sitúa en el mismo nivel de fuentes que no gozan de tanta legitimidad entre las y los historiadores. Los archivos escritos, la oralidad, la literatura, la pintura u otras fuentes, son espacios de producción de saberes y conocimientos y, por ende, deben ser leídos, interpretados y analizados con el mismo cuidado a la hora de afirmar que en ellos se encuentra “la verdad”. Volviendo a Stoler (2010), este análisis crítico no constituye un rechazo a los archivos coloniales como fuentes del pasado (de hecho, creo que aún nos falta mucho por leer en los silencios impuestos de esos archivos). Más bien, apunta hacia un compromiso constante con tales archivos como artefactos culturales de producción de hechos, de taxonomías en el hacer y de diversas nociones sobre lo que ha configurado la autoridad colonial. En suma, no pretendo hacer una invitación a marginar o a no utilizar documentos o archivos institucionales. Por lo contrario, Historiografías feministas para la descolonización 347 considero fundamental que éstos sean consultados, pero con plena conciencia de las condiciones de producción en torno al poder en las que están inmersos, y sorteando el encantamiento de su hegemonía; es decir, tratar de evitar que la preponderancia o legitimidad de estos documentos borre de nuestro panorama investigativo como historiadoras/es la posibilidad de explorar otras fuentes, textos o memorias, relatos, versiones. Es importante y necesario dudar y sospechar de todo aquello que los historiadores consideran fuente verídica y rigurosa, es urgente escuchar nuestras historias, es necesario oír nuestros silencios, el texto que es tejido, que es trenza, que es cultivo; escucharnos en la cocina, debajo del palo de mango, en la esquina del barrio, escucharnos y buscar allí posibles respuestas históricas a los dolores sociales, políticos y económicos que todos los días nos golpean, pero también a las resistencias que somos o podemos ser. Las respuestas ya no están en ese “adentro-afuera” moderno, blanco y colonial, pues justo ahí es donde seguimos en el fracaso. Escucharnos es lo que hará de las historias una posibilidad de acción y cambio. Ahora, una investigación o un ejercicio pedagógico o de organización social que tenga como punto de partida una mirada histórica feminista y descolonizante tiene el reto de incorporar la vida, esas otras fuentes, voces y memorias, ya no sólo para ambientar o para que esas otras representaciones decoren lo que escribimos e interpretamos. No será suficiente un simple reconocimiento. Aquí las implicaciones son políticas y deben atravesar la reflexión teórica y metodológica. Esas que han sido consideradas fuentes no rigurosas o representaciones, pero no verdades deben tensionar las versiones del archivo del escribano, deben ser voces activas en el ejercicio de contrastación, voces que discutan, reviertan o validen y, sobre todo, voces que nos ayuden a pensar en un mundo diferente al desastre colonial, racista, capitalista y patriarcal que vivimos. Otra de las implicaciones de pensar las historias desde una perspectiva feminista y descolonizante tiene que ver con la necesidad de quebrantar el inmarcesible principio de la “objetividad”. La pregunta de investigación, o el recorrido investigativo puede 348 Alejandra Londoño Bustamante —o no— estar atravesada por la experiencia de quien investiga, y esa experiencia no debe ser un silencio cómplice de la pretensión de rigor moderno colonial. Según Mauricio Archila (1997), el trabajo de las y los historiadores contribuye a entender las sociedades desde una labor del presente, pues su comprensión no es posible sin el conocimiento histórico. Así, quienes escriben la historia deben ser considerado/ as como funcionarios/as de la memoria de la sociedad. Es desde las necesidades actuales y situaciones presentes que le hacemos preguntas al pasado. Para Archila, el historiador o la historiadora es también una narrador/a que interpreta hechos, consciente no sólo del lugar que enuncia, sino de los intereses y poderes a los que obedece. Debe responsabilizarse, así, del significado de su oficio. Es de vital importancia ser conscientes de nuestra responsabilidad en la transmutación del pasado, entender que el conocimiento que construimos no es ingenuo y que jugamos un papel en la sociedad contemporánea. Contribuimos no sólo a entender nuestra sociedad, sino a construirla o a destruirla. En ese sentido, el oficio del historiador o de la historiadora es una actividad del presente. Por su parte, teóricas feministas como Patricia Hill Collins (1990), Sandra Harding (2004), Eli Bartra (2010), Dona Haraway (1988), entre otras, se han encargado de debatir y construir perspectivas feministas para la investigación que reconocen y otorgan un lugar a las experiencias de quien investiga, y que han sido denominadas el punto de vista feminista, el conocimiento situado o el lugar de enunciación. Patricia Hill Collins (1990), en una discusión con las descripciones objetivas y transculturales de la sociología, subraya que las mujeres negras pueden alcanzar una conciencia colectiva de sus propias condiciones y posibilidades que no sólo les han servido para organizar sus luchas sociales, sino, además, para interpretar y comprender sus condiciones y posibilidades. La experiencia y no la objetividad sociológica son el motor de un pensamiento que, aunque subalterno, ha generado posibilidades de acción y de construcción de conocimientos entre las mujeres negras. Harding (2004), a través del punto de vista, plantea que no necesitamos —y de hecho no debemos— escoger entre buena polí- Historiografías feministas para la descolonización 349 tica y la buena ciencia, porque la primera puede —al menos en algunos casos— producir la segunda, y la segunda requiere —al menos en algunos casos— de la primera. La teoría del punto de vista articula la importancia de la experiencia de un grupo, de un tipo distintivo de conciencia colectiva, que puede ser alcanzada a través de las luchas del grupo por obtener el tipo de conocimiento que necesita para sus proyectos (Harding, 2004: 59). Por su parte, Donna Haraway, a través de la teoría del situated knowledges plantea que para las feministas el problema es cómo tener simultáneamente una descripción de la contingencia histórica radical para todas las afirmaciones de conocimiento y de los sujetos de conocimiento, esto es una práctica crítica para reconocer nuestras propias tecnologías semióticas para crear significados, y un compromiso en serio con las descripciones fieles del mundo real (Haraway citada por Harding, 2004: 63). Rossana Guber (2001) ha abordado la reflexividad como la consciencia de quien hace investigación sobre su persona y sus condicionamientos sociales y políticos. Para Guber, existe una interpretación de los hechos de quien investiga y, por tanto, es importante considerar la subjetividad y la intersubjetividad en el proceso de investigación, y examinar críticamente el efecto que producen los puntos de vista de quien investiga en el desarrollo de la investigación. Las teóricas feministas del punto de vista, el conocimiento situado y la teoría de la reflexividad interpelan postulados tales como la posibilidad de acceder al conocimiento absoluto de lo estudiado, la necesidad de ser “objetivo” en cuanto no cercano ni comprometido políticamente con el objeto de estudio, y la presunta capacidad que posee el investigador o investigadora para predecir y controlar sus emociones y pasiones. Yo diría que aquí lo importante es que la investigación y la escritura histórica dejan de ser acciones propias de eruditos académicos para convertirse en un espacio de acción política que dialoga con la historia que somos y dibuja las historias que queremos ser. Así, las historias dejan de ser exclusivamente un esfuerzo comprensivo del pasado, y esto se logra —entre otras cosas— a través de preguntas como las que plantea la pensadora, escritora y 350 Alejandra Londoño Bustamante activista maya kaqchikel (de Guatemala) Aura Cumes: ¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos? ¿Qué hacemos con lo que han hecho de nosotros? ¿Cómo podemos llegar a ser lo que queremos ser?4 Preguntas a las que no llegaremos si aún pensamos que la Historia es una narración objetiva y lejana a nuestras posibilidades de acción, o que poco tiene que ver con el presente que somos y construimos. Por tanto, considero que enunciar el lugar que ocupamos o reconocer por qué hacemos determinadas preguntas y no otras es una decisión de quien escribe; sin embargo, es imperativo que en la construcción de relatos históricos empecemos a darle un espacio a los lugares que ocupamos, lo cual constituye una decisión política. Así mismo, se vuelven fundamentales preguntas que activistas feministas negras vienen poniendo en debates públicos en los últimos años, como por ejemplo, la pregunta por quién escribe y sobre quién escribe, un debate en el que se invita con vehemencia a pensar que cuando el/la historiadora, antropóloga o socióloga investiga desde un lugar de privilegio racial o de género a una comunidad de la que no hace parte, está reforzando dinámicas de poder propias de la colonialidad del saber, pero además poniendo en práctica un recurso racista que opaca las voces de académicas y sabedoras de las comunidades que por efectos del racismo estructural serán menos escuchadas que quienes portan privilegios y desde sus lentes interpretan mundos a los que no pertenecen. Enuncio este debate, dejando claro que si bien, no hago un desarrollo profundo del mismo, considero que es fundamental para continuar abriendo diálogos en torno a la importancia del conocimiento situado o el lugar de la experiencia e incluso, en este punto considero que este texto tendría que rehacerse a partir de otras fuentes y voces, porque muchas de las citadas hacen parte de ésta práctica de apropiación de saberes racista. 4 Estas preguntas hicieron parte de un diálogo que sostuvimos Aura Cumes, Carmen Cariño y yo en un curso virtual que dictamos en el año 2017 como parte de las estrategias de formación del Glefas. El curso se llamó “Racismo, mestizaje y jerarquización entre mujeres en América Latina”. Historiografías feministas para la descolonización 351 Quizás la ruptura con la objetividad provenga de reconocer lo mucho que de una hay en eso que “científicamente” aparece como lo de todos y todas, y convertirla en parte de lo que narramos, reconociéndonos parte, reconociéndonos moldeables, pero también activas y, en consecuencia, productoras de la historia y de las interpretaciones que hacemos de ésta. Algunos aportes a la lectura de la(s) historia(s) desde una mirada feminista descolonial A partir de la crítica expuesta, empecé a explorar otras posibilidades teóricas y metodológicas de la narración de la Historia que me permitieran ahondar en otras formas de hacer, pensar y de escribir historias más cercanas a la intención de consolidar una propuesta histórica y feminista que aporte a proyectos descolonizadores. He de aclarar que esta primera exploración, que arrojó como resultado mi tesis de maestría, es aún un largo camino por recorrer, una puerta abierta. De hecho, hoy me pregunto por las posibilidades de acción y de cambios reales que tenemos en la historia escrita, que es en sí misma parte de una larga imposición colonial. Como campo teórico-político, la historia escrita desde una perspectiva feminista y descolonial es una propuesta de análisis crítico, contrahegemónico y de conocimiento situado, en la cual se esbozan una serie de elementos que complejizan las reflexiones alrededor de la disciplina histórica tradicional y la historiografía feminista occidental.5 En esa medida, pretende interpelar la cons5 Durante la segunda mitad del siglo xx, en la narración histórica colombiana aparecieron con fuerza los estudios históricos de las mujeres. En este país tomó especial relevancia el trabajo de investigación de Michelle Perrot y del medievalista Georges Duby, quienes en los años noventa publicaron cinco tomos de La historia de las mujeres en Occidente. Así mismo, bajo la dirección académica de Magdalena Velásquez, en los años noventa fue publicada en Colombia la Historia de las mujeres en Colombia. Menciono estas dos obras que han sido pioneras en las escuelas de historia colombianas, sin embargo, han sido muchas las autoras e investigadoras que a partir de los 352 Alejandra Londoño Bustamante trucción misma del sujeto universal mujer y los vínculos que en el tiempo se tejen para que se construya —o para construir— lo que conocemos como Historia, para así pensar la genealogía de la construcción de los sujetos históricos denominados “mujeres” por el mundo occidental y moderno. Es, pues, una propuesta antes que nada política y emancipadora de comprensión del pasado para la acción en el presente que vivamos. Es un diálogo comprensivo a través del cual se exploran los sentidos de la construcción de los sujetos construidos como mujeres y de sus interacciones. De esta forma, la historiografía feminista para la descolonización no busca hacer la Historia de la “mujer” o de “las mujeres”, sino articular diálogos para comprender, en palabras de Aura Cumes: “cómo llegamos a ser lo que somos” y “cómo podemos llegar a ser lo que queremos ser”, a través del conocimiento y la reapropiación de esas historias vitales que habitan la oralidad, la música, las formas de relacionamiento. La investigación histórica feminista y descolonial pone en diálogo y en tensión las herramientas del amo6 con las experiencias recursos de la historia tradicional se han preguntado por los lugares ocupados por las mujeres en el pasado. Aunque más adelante haré mención de este aspecto, considero importante nombrar que un pequeño grupo de historiadoras feministas en Colombia, a partir de esta emergencia de los estudios históricos de las mujeres, y en la línea de autoras francesas, españolas y estadounidenses empezaron posicionar la historiografía feminista (y ya no sólo la historia de las mujeres) como una corriente investigativa al interior de los estudios históricos. 6 En 1984 la escritora afroamericana, feminista, lesbiana y activista por los derechos civiles Audre Lorde, en su texto La hermana, la extranjera, señalaba que “las herramientas del amo jamás desmontarán la casa del amo”. Estoy completamente de acuerdo con lo planteado por ella. Cuando hablamos de investigación y de historia escrita, apelamos a las herramientas del amo, conversamos ya con los mecanismos interpretativos impuestos por la colonia, de ahí que esté claro que un ejercicio de escritura histórica feminista y descolonial no desmontará la casa del amo; sin embargo, en este contexto, es posible que el análisis comprensivo de lo que somos, a través de una mirada crítica del pasado, nos posibilite encontrar las herramientas propias, unas que sí aporten a cambios y a proyectos descolonizadores y, por tanto, emancipatorios. Historiografías feministas para la descolonización 353 comunitarias y colectivas para una comprensión profunda de las respuestas que encontremos a la pregunta “¿cómo llegamos a ser lo que somos?”. Ahora, si bien a partir de esta propuesta cuestiono el eurocentrismo, la colonialidad del saber, el androcentrismo, la linealidad de la narración histórica hegemónica, la violencia epistémica de esta disciplina y los métodos y metodologías de investigación y de enseñanza de la Historia, no pretendo abstraerme por completo de lo construido por las corrientes historiográficas tradicionales (este modo de escritura, de hecho, me aleja de ese quiebre radical). Rahadni Guha lo plantea así: Esta historiografía elitista, a pesar de sus carencias, no deja de tener utilidad. Nos ayuda a conocer mejor la estructura del Estado colonial, el funcionamiento de sus diversos órganos en determinadas circunstancias históricas, la naturaleza de la alianza de clases que lo sostenía; algunos aspectos de la ideología de la élite como ideología dominante del periodo […]. Y, sobre todo, nos ayuda a entender el carácter ideológico de la propia historiografía (Guha, 2002: 35). En ese sentido, la revisión de las formas tradicionales de hacer Historia: de las descripciones, los análisis, de las técnicas y de los métodos investigativos ya construidos será fundamental para elaborar propuestas críticas tanto a la disciplina misma como a la narración del pasado, así como para construir nuevas miradas e interpretaciones que integren otras fuentes, nuevas voces, otras historias y que analicen el tiempo en el que se tejen hechos y acontecimientos de manera cíclica o espiral y no lineal. Así mismo, el análisis histórico feminista y descolonial coloca en el debate historiográfico la pregunta por el conocimiento situado. Los sesgos, los relatos, las historias de vida individuales y colectivas de quien o quienes investigan ocupan un lugar en la construcción del conocimiento, que se pueden evidenciar desde el momento mismo en el que se formula el problema de investigación o se construyen las hipótesis. El sesgo es una posibilidad en lugar de una limitación, es un ejercicio crítico y consciente a través del cual quien investiga reconoce sus saberes, historias y 354 Alejandra Londoño Bustamante posiciones. Para Archila (1997), los y las historiadoras somos como novelistas que debemos armar una trama a partir de los datos que poseemos. Construimos un argumento y narramos historias. Sin embargo, esos datos que poseemos no siempre están asociados a documentos o fuentes oficiales, el dato puede ser un fragmento de nuestra propia historia en el tiempo presente o pasado cercano que nos lleva a preguntarnos por procesos históricos. La investigación social que se asume desde la teoría del punto de vista feminista o conocimiento situado, adopta una mirada no sólo crítica sino, además, activa en la transformación política, social, cultural y económica de las relaciones humanas hegemónicas. No es en vano que esta propuesta aparezca en los contextos de los países llamados del “Tercer mundo”, y que sea producida por sujetos subalternos, afectados por relaciones de poder derivadas de la raza, clase, sexo y sexualidad. La revisión crítica de la Historia tradicional, el análisis crítico de quién escribe, así como la investigación y la enseñanza de historias desde una perspectiva feminista descolonial implica además un análisis de los sistemas de opresión y la forma como éstos actúan sobre los hechos y acontecimientos históricos, lo cual debe quedar explícito en esa nueva narración. El capitalismo, el racismo y el patriarcado son sistemas interdependientes que se manifiestan en prácticas políticas cotidianas e institucionales y que, además, actúan como maquinarias de poder discursivo que penetran la construcción de saber y las relaciones de poder. Angela Davis (2004) señala, al respecto, la deuda que tenemos las historiadoras con la reconstrucción y el análisis de las historias de las mujeres negras durante el periodo de la esclavitud. El llamado de Davis trasciende los discursos de la inclusión y la igualdad presentes en los relatos de la historia de las mujeres, de ahí que su propuesta plantee otras posibles rutas para construir análisis históricos feministas, descoloniales y antirracistas. El texto de Angela Davis, además de ser una “reveladora” propuesta de las posibilidades políticas y metodológicas para construir historias otras, es un gran aporte a la perspectiva de investigación feminista, debido a la des-universalización que construye la Historiografías feministas para la descolonización 355 autora del sujeto mujer a partir de las experiencias vividas por las mujeres negras tanto en el periodo oficial de la esclavitud en Estados Unidos, como en la época actual. El trabajo de cuidado, la maternidad, el trabajo en la agricultura, la relación con el esposo y las relaciones familiares son algunos campos de relaciones sociales a través de los cuales Davis analiza y cuestiona la mirada homogénea que la historia y algunos feminismos han construido de un supuesto “sujeto mujer”. La propuesta analítica de Davis es una crítica radical a la narración histórica capitalista, racista, colonial y patriarcal que ha ocultado sistemáticamente las prácticas de resistencia y sublevación de las mujeres negras en el contexto de la esclavitud. Un ejercicio de borramiento que se constituye en una práctica de poder; pero además, la pregunta que siembra Davis y que tiene que ver con la necesidad de investigar y escribir las historias de las mujeres negras es fundamental, no sólo porque en este cuestionamiento subyace un llamado a describir “lo sucedido”, sino porque allí hay pistas importantes para desanudar preguntas en torno a lo que somos y a lo que podemos llegar a ser. Finalmente, es una pregunta por las estructuras de poder y por los mecanismos a través de los cuales esas estructuras construyen a las mujeres negras e imponen un destino para ellas y, por extensión, para todo un pueblo. En un intento por recoger algunos aspectos propositivos de este apartado, diría que una reconstrucción de las historias desde una perspectiva feminista (hoy hasta dudo del feminismo, pero sigamos…) para la descoloniazación debe enfrentarse, entre otras, a las siguientes implicaciones: 1) Asume la narración del pasado y sus vínculos con el presente como un ejercicio activo de responsabilidad política y del pensamiento. 2) Reconoce los límites coloniales y modernos de la Historia escrita disciplinar y, en esa medida, juega conscientemente con los límites, posibilitando diálogos y puentes interpretativos de las narraciones del pasado en los que la voz autorizada no es la construida desde la hegemonía. 356 Alejandra Londoño Bustamante 3) Destruye los sujetos universales y los análisis que universalicen la interpretación, incluso los construidos por el feminismo. 4) Entiende la Historia a partir del reconocimiento de la existencia de múltiples historias que se reafirman y tensionan entre sí, y que están adscritas a sistemas de opresión y, por tanto, a juegos de poder. 5) Reconoce el conocimiento situado o lugar de enunciación de quien investiga. Diría el historiador de Trinidad y Tobago C. L. R. James: los grandes hombres hacen historia, pero sólo la historia que les es posible hacer. Su libertad de acción está limitada por las necesidades de su ambiente. Describir los límites de esas necesidades y la realización, total o parcial, de todas las posibilidades, es la verdadera tarea del historiador (1963: 17). Así, el conocimiento situado o el lugar de la experiencia debería convertirse en una herramienta no sólo para quebrantar la objetividad y para que quien investiga reconozca sus sesgos, sino además como una práctica de conciencia política que destruya el lente interpretativo colonial y racista, posibilitando que los pueblos se narren a sí mismos y no a través de intérpretes ajenos a sus experiencias históricas más vitales. 6) Supera la lectura evolucionista y causal de los hechos y de los acontecimientos históricos. 7) Trasciende el análisis de una historia estática, empolvada en anaqueles y consignada en el pasado sin efectos o aspectos que vuelven a emerger en el tiempo presente. 8) Y, en el campo metodológico, supone una revisión crítica de lo que hasta ahora ha sido considerado como las “fuentes legítimas” para la reconstrucción de acontecimientos y hechos, así como de la lectura lineal y causal del tiempo. Intentando concluir La crítica a la disciplina histórica que enuncio en este artículo no es nueva, y ha tenido algunos impactos en otros campos de las Historiografías feministas para la descolonización 357 ciencias sociales y humanas. Sin embargo, a la fecha las principales escuelas historiográficas, en este caso colombianas, no han permitido que estas reflexiones permeen lo suficiente las formas de hacer historias y, por lo contrario, se han opuesto enfáticamente, o han dado apertura a algunas experiencias, pero en espacios marginales. El impacto generado en las ciencias sociales y humanas a partir de procesos históricos y debates académicos tales como las investigaciones de corte antirracista, los movimientos indígenas, negros afrodescendientes y campesinos en América Latina, o movimientos políticos y sociales como el movimiento estudiantil Mayo del 68, los desarrollos teóricos propuestos por pensadoras/es afrodescendientes e indígenas en América Latina, los estudios culturales en Estados Unidos, la Independencia de la India y África y, con ello, la aparición de los estudios postcoloniales y subalternos, los estudios feministas, no han tocado con suficiente fuerza la disciplina histórica colombiana, la cual se mantiene como un centro de poder productor y reproductor de las relaciones de poder. Es necesario reconocer cambios recientes, tales como el paso de una disciplina histórica cuyo objeto de estudio era fundamentalmente la historia política y económica, a otra interesada en el estudio de la vida cotidiana, los movimientos sociales o historias desde abajo, los procesos identitarios y las relaciones de poder. Sin embargo, es pertinente, también, no perder de vista que estos campos de especialización de la disciplina no sólo son espacios marginados, sino que, además, difícilmente se han desvinculado del tipo de narración descriptiva, causal, lineal y objetiva que aún ignora la importancia de la reflexión teórica, filosófica y epistemológica que conduzca a posiciones estructurales más críticas, complejas y situadas. El debate acerca de la construcción de historias desde una mirada feminista, descolonial y, por tanto, contrahegemónica, tampoco ha sido un problema ampliamente discutido al interior de la teoría feminista en Colombia. Aunque recurrentemente las historiadoras feministas nombran la necesidad de construir historias otras que no sólo reconstruyan, sino que resignifiquen los lugares que en la Historia han ocupado las mujeres, aún no se supera 358 Alejandra Londoño Bustamante la lógica descriptiva mujerista, y poco se ha complejizado la construcción misma del sujeto histórico mujer, las implicaciones de escribir diferentes historias en territorios como el que habitamos, y la relación de esta construcción con la colonialidad y con los sistemas de opresión, ordenadores de las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Se hace necesario aclarar que esta crítica no pretende borrar los importantes aportes de teóricas que se reivindican como historiadoras feministas, y que tanto en Colombia como en otros territorios han hecho aportes importantes para posicionar la historiografía feminista como una corriente epistemológica, algunas de éstas: Girlandrey Sandoval Acosta, Scott, Silvia Federici, Lola Luna, Alicia Miyares —entre otras que seguramente se me escapan—. Igualmente, considero significativo enunciar los aportes que a las ciencias sociales y humanas han hecho corrientes feministas radicales como el black feminism, el feminismo materialista, el feminismo autónomo, el feminismo comunitario, el feminismo popular, el feminismo negro en lo que hoy conocemos como latinoamericana y el lesbianismo feminista. Finalmente, las construcciones teóricas y los debates políticos planteados por éstas y otras autoras y activistas políticas han posibilitado que hoy me pregunte tanto por la historiografía como por los métodos y metodologías para la reconstrucción de historias desde una perspectiva feminista descolonial. No obstante, lo analizado hasta el momento de la historiografía feminista en Colombia, evidencia una serie de vacíos políticos y metodológicos. No es sencillo superar el acumulado de aprendizajes de siglos de pensamiento colonial, salir del discurso lineal, universalista, causal e, incluso, esencialista, o —en el peor de los casos— dejar de ser relato útil de los poderes hegemónicos. La historiografía feminista o los estudios históricos de las mujeres que he revisado hasta el momento en Colombia siguen anclados a la reconstrucción de hechos históricos femeninos en los que la feminidad es un hecho natural y no una construcción histórica anclada a relaciones del poder colonial; o a la lógica de la inclusión —bastante liberal por cierto— de las mujeres en la narración histórica, o a la consideración de que la disciplina históri- Historiografías feministas para la descolonización 359 ca es un medio para convertir a las mujeres en actoras y protagonistas de la Historia rescatando sus voces perdidas y silenciadas. Girlandrey Sandoval plantea al respecto: La historiografía feminista permite la reconstrucción de los hechos históricos femeninos diferenciados de las periodicidades convencionales, con base en un saber hacer histórico que replantea la utilización de las fuentes, las categorías de análisis, la dicotomía público/privado, e incluye la redefinición del concepto de política y participación política. [...] El modelo de la historiografía feminista es uno de varios que provee la epistemología feminista en diversos centros de investigación y estudio científicos. [...] Tanto en centros de investigación como en las academias de historia a nivel mundial, especializadas principalmente en la historia de las mujeres y en los Women’s Studies se abren camino desde las últimas décadas del siglo xx, los estudios que privilegian el sujeto femenino, la representación social del mismo y las dinámicas consecuentes de las interpretaciones que los hombres y las mujeres y demás géneros han hecho al respecto (2012: 62). Me atrevo a decir que este tipo de propuestas corre el riesgo de terminar haciendo parte de los discursos hegemónicos y de las lógicas reproductoras de análisis del género modernos y por tanto coloniales, que se fundamentan, por ejemplo en la idea de que existe una feminidad que es universal y que ha estado presente a lo largo de la historia que podemos narrar. Pensando en los puntos problemáticos encontrados hasta el momento en las propuestas de análisis histórico feminista en Colombia, considero que una de las primeras rupturas necesarias en el análisis y en el relato de las historias es, justamente, su lógica dicotómica y jerárquica. Este ejercicio supone, por supuesto, una implicación crítica al deshabitar lugares naturalizados y complejizarlos. Algunos de estos lugares son lo femenino, lo masculino, el hombre, la mujer, lo público, lo privado, entre otros. Esta lógica dicotómica está profundamente anclada al pensamiento moderno y construye sujetos universales que habitan en tiempos que se desarrollan de manera lineal y causal. Bajo esa perspectiva se limita la posibilidad de hacer análisis descoloniales, complejos y situados. 360 Alejandra Londoño Bustamante Esta concepción de la historiografía feminista responde, posiblemente, a la urgencia social de visibilizar a las mujeres, de “sacarlas del olvido” y “rescatar sus voces”. Sin embargo, esto no es suficiente en una lógica que piensa la construcción de saberes como herramienta estratégica para la eliminación de los sistemas de opresión. Desde una propuesta historiográfica, fundamentada en una mirada feminista que aporte a la descolonización, no basta entonces con incluir a “las mujeres” —ese sujeto que se presenta como natural y no como construcción— en la discursividad histórica dominante, pero tampoco con estudiar exclusivamente la imposición del sexismo o el sistema de dominación patriarcal, como si fueran sistemas de opresión que operaran de manera separada del colonialismo, el racismo y el capitalismo. De acuerdo con lo planteado al inicio de este artículo, la pregunta por una historiografía feminista que aporte a las descolonización es un camino que comienzo a recorrer y que espero seguir alimentando en el debate que pueda sostener con otras personas interesadas en pensar las historias desde lugares que permitan una mayor complejidad del manejo de los tiempos y de las fuentes, así como una mirada que no se limite a la interpretación causal, que genere rupturas con la objetividad, que busque en las raíces y no en los textos que hablan de la Historia, que analice la imbricación de los sistemas de opresión y que cuestione la hegemonía disciplinar histórica, para así pensar nuevas preguntas, métodos y metodologías tanto de investigación como de enseñanza de la Historia, ya no sólo para Colombia, sino además para América Latina y el Caribe, e incluso para otros territorios. Bibliografía Aguirre Rojas, C. A., Antimanual del mal historiador o Cómo hacer una buena historia crítica, México, La Vasija, 2002. Archila, M. El historiador o la alquimia del pasado, Bogotá, Universidad Nacional, 1997. Bartra, E., “Acerca de la investigación y la metodología feminista” en N. Blásquez, F. Flórez, y M. Ríos, Investigación femi- Historiografías feministas para la descolonización 361 nista, col. Debate y reflexión, México, Universidad Nacional Autónoma de México (unam), 2010. Davis, A., Mujeres, raza y clase, Madrid, Akal, 2004. Demasí, C., “Entre la rutina y la urgencia. La enseñanza de la dictadura en Uruguay” en E. Jelin y G. Lorena (comps.), Educación y memoria. La escuela elabora su pasado, Madrid, Siglo xxi, 2004. Federici, S., Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva, España, Traficantes de sueños, 2004. Guber, R., La etnografía, método, campo y reflexividad, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2001. Guerra, G. T. (s/f), “Metodología de la investigación histórica. Una crítica compartida”, Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal (Redalyc). Disponible en: [http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=25914104] (consultado el 4 de junio de 2012). Guha, R., Las voces de la historia y otros estudios subalternos, Barcelona, Crítica, 2002. Hall, S., “La cultura, los medios de comunicación y el efecto ideológico” en J. Curran, et al. (comps.), Sociedad y comunicación de masas, México, Fondo de Cultura Económica, 1981. Haraway, D., “Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo de la perspectiva parcial” en Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1991. —, “Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective”, Feminist Studies 14, 3 (1988), pp. 575-99. [Haraway, Donna. 1995. “Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial” en Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, trad. Manuel Talens, Madrid, Cátedra, pp. 313-95.] Harding, S., “Del empirismo feminista a las epistemologías del punto de vista feminista” en Ciencia y feminismo, Madrid, Morata, 1996, pp. 119-141. —, “¿Una filosofía socialmente relevante? Argumentos en torno a la controversia sobre el punto de vista feminista” en N. Blásquez, F. Flórez, y M. Ríos, Investigación feminista, col. Debate y reflexión, unam, 2004. 362 Alejandra Londoño Bustamante Hill Collins, P., “La política del pensamiento feminista negro” en M. Navarro y C. R. Stimpsom (comps.), ¿Qué son los estudios de mujeres?, México, Fondo de Cultura Económica, 1998. James, J. L. R, Los jacobinos negros, Casa de Las Américas, 1963. Lander, E. (ed.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, Clacso, 2000. Lorde, A., La hermana, la extranjera, 1984. Disponible en: [http:// glefas.org/download/biblioteca/feminismo-antirracismo/Audre-Lorde.-La-hermana-la-extranjera.pdf]. Melo, J. O., “Los estudios históricos en Colombia: situación actual y tendencias predominantes”, Revista de la Dirección de Divulgación Cultural 2 (enero-marzo, 1969), pp. 15-41, y reeditado en Sobre historia y política (Medellín, 1979). Quijano, A., “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” en E. Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, Buenos Aires, Clacso, 2005. Rodriguez, N. E., “Escrituras del desencuentro en la República Dominicana”, México, Siglo xxi, 2005. Ríos, E. M., “Metodología de las ciencias sociales y perspectiva de género” en N. Blásquez, F. Flórez, y M. Ríos, Investigación feminista, col. Debate y reflexión, unam, 2010. Sandoval, A. G., “Acciones colectivas del movimiento de mujeres y del movimiento feminista en Cali: apuntes desde la historiografía feminista”, 2012. Disponible en: [https://www.icesi.edu. co/revistas/index.php/revista_cs/article/download/1355/1759] (consultado el 10 de noviembre de 2013). Scott, J. W., “El género: Una categoría útil para el análisis histórico”. En: Lamas Marta (Comp.) El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. PUEG, México, (1996), pp. 265-302. Stoler, A. L., “Archivos coloniales y el arte de gobernar”, Revista Colombiana de Antropología 2, 46 (julio-diciembre, 2010), pp. 465-496. En línea: http://www.redalyc.org:9081/home.oa?cid=10080486 [Consultado el: 08 de febrero de 2015]. Trouillot, M. R., “Silenciando el pasado. El poder y la producción de la Historia”, España, Comares, S. L., 1995.