https://doi.org/10.34024/prometeica.2024.29.15192
DEL PEQUEÑO ALBERT A LA SITUACIÓN EXTRAÑA
CLAVES PARA REPENSAR LA ÉTICA EN EXPERIMENTACIÓN E INVESTIGACIÓN
PSICOLÓGICA
FROM LITTLE ALBERT TO THE STRANGE SITUATION
Keys to rethinking ethics in psychological experimentation and research
DO PEQUENO ALBERT À SITUAÇÃO ESTRANHA
Chaves para repensar a ética na experimentação e pesquisa psicológica
Cristopher Yáñez-Urbina
(Universidad Autónoma de Barcelona, España)
cristopher.yanezurbina@gmail.com
Claudia Calquín Donoso
(Universidad de Santiago de Chile, Chile)
claudia.calquin@usach.cl
Carlos Ramírez Vargas
(Universidad de Chile, Chile)
carlramirez@ug.uchile.cl
Recibido: 13/06/2023
Aprobado: 09/02/2024
RESUMEN
El artículo problematiza el abordaje de la ética en la investigación en psicología con infancias
en el siglo XX y su articulación con los códigos y principios éticos. Se elaboran tres puntos
de inflexión con la literatura en la materia, a saber: (1) un cuestionamiento en la producción
de universales que ponen siempre la exclusión de un singular susceptible de ser sometido a
suplicio, (2) desplazamiento de la idea de que existe una buena y una mala lectura de los
documentos prescriptivos para instalar un énfasis en la multiplicidad de lecturas y usos que
se desprenden de los marcos legales, normativos, deontológicos y heurísticos; y (3) una
observación de la figura del investigador realzando su carácter marcado en una posición
dentro de dinámicas socio-histórico-materiales. Son abordados dos casos de
experimentación con infancias en psicología, correspondientes al caso del Pequeño Albert
por John B. Watson y Raslie Rayner en 1920, y el protocolo experimental de la Situación
Extraña realizado en la década de 1970 por Mary Ainsworth y que fue la base de la Teoría
del Apego inventada por John Bowlby. Se concluyen una serie de desafíos para la formación
en ética de la investigación en psicología que exceden los márgenes de un enfoque centrado
en el conocimiento y manejo de marcos legales, normativos, deontológicos y heurísticos
para la resolución de dilemas éticos.
Palabras clave: bioética. ética de la psicología. historia de la psicología. infancia.
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ABSTRACT
The article problematizes the approach to ethics in psychology research with children in the
20th century and its articulation with ethical codes and principles. Three points of inflection
with the literature on the subject are elaborated, namely: (1) a questioning in the production
of universals that always put the exclusion of a singular susceptible to be subjected to torture,
(2) displacement of the idea that there is a good and a bad reading of prescriptive documents
to install an emphasis on the multiplicity of readings and uses that arise from legal,
normative, deontological and heuristic frameworks; and (3) an observation of the figure of
the researcher enhancing his character marked in a position within socio-historical-material
dynamics. Two cases of experimentation with infants in psychology are addressed,
corresponding to the case of Little Albert by John B. Watson and Raslie Rayner in 1920, and
the experimental protocol of the Strange Situation carried out in the 1970s by Mary
Ainsworth and which was the basis of the Attachment Theory invented by John Bowlby. We
conclude a series of challenges for training in research ethics in psychology that exceed the
margins of an approach centered on the knowledge and management of legal, normative,
deontological and heuristic frameworks for the resolution of ethical dilemmas.
Keywords: bioethics. ethics of psychology. history of psychology. childhood.
RESUMO
O artigo problematiza a abordagem da ética na pesquisa psicológica com crianças no século
XX e sua articulação com códigos e princípios éticos. São elaborados três pontos de inflexão
com a literatura sobre o assunto, a saber: (1) um questionamento da produção de universais
que sempre colocam a exclusão de um singular suscetível de ser submetido à tortura, (2) o
deslocamento da ideia de que há uma boa e uma má leitura de documentos prescritivos para
instalar uma ênfase na multiplicidade de leituras e usos que surgem a partir de
enquadramentos legais, normativos, deontológicos e heurísticos; e (3) uma observação da
figura do pesquisador reforçando seu caráter marcante em uma posição dentro da dinâmica
sócio-histórico-material. São abordados dois casos de experimentação com bebês na
psicologia, correspondentes ao caso do Pequeno Albert, de John B. Watson e Raslie Rayner,
em 1920, e ao protocolo experimental da Situação Estranha, realizado na década de 1970
por Mary Ainsworth e que foi a base da Teoria do Apego inventada por John Bowlby. Ele
conclui uma série de desafios para o treinamento em ética de pesquisa em psicologia que
vão além das margens de uma abordagem centrada no conhecimento e no gerenciamento de
estruturas legais, normativas, deontológicas e heurísticas para a resolução de dilemas éticos.
Palavras-chave: bioética. ética da psicologia. história da psicologia. infância.
Introducción
A partir del desarrollo de los Juicios de Núremberg, diversos campos de estudio comenzaron a
problematizar de manera sistemática e institucional las implicancias éticas de la experimentación e
investigación con humanos y no-humanos (Lima y Omat, 2016; Roland, 2011). La psicología no queda
exenta de esta tendencia y, en virtud de ello, la bibliografía especializada da cuenta de dos estrategias de
abordaje privilegiadas para la formación profesional inicial y continua en esta materia.
En primer lugar, se encuentran las propuestas que tienden a privilegiar el reconocimiento de marcos
legales, normativos y deontológicos que delimitan la actividad profesional y disciplinar, así como
también la reflexión en torno a principios éticos universales, para brindar herramientas conceptuales
útiles para la toma de decisiones en situaciones conflictivas (Díaz-Barriga et al., 2016; Kapoulitsas y
Corcoran, 2017; Koller, 2007; Palencia y Ben, 2013; Pasmanik et al., 2009; Pérez, 2019; Rodríguez et
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al., 2017; Winkler et al., 2014; Winkler et al., 2016). En segundo lugar, también se han desarrollado
aproximaciones que emplean casos ejemplares de la historia de la psicología como modelos para
problematizar y brindar estrategias heurísticas para pensar los dilemas éticos (Grinager y Yajir, 2002;
Horman, 2006; Lahman et al., 2010; Ormart et al., 2013) o bien para justificarlos por haber sido las
únicas formas de llegar a determinados resultados (Tolich, 2014).
Frente a este escenario, cabe preguntarse si dicho abordaje es suficiente y si es posible afrontar el desafío
ético en la investigación y quehacer de la psicología desde otras directrices y estrategias analíticas que
puedan ser empleadas de manera diversificada en la formación profesional. Siguiendo a Haraway (2004),
una mirada alternativa requiere poner énfasis en los mecanismos por los cuales la subjetividad del
investigador es neutralizada para la producción de conocimiento objetivo y cómo ello posibilita su desresponsabilización como burócrata de las prácticas científicas (Agamben, 2012; Arendt, 2003) en la
construcción de dinámicas de excepcionalidad política (Agamben, 2005).
Pensar los desafíos éticos desde esta postura implica tres puntos de inflexión con respecto a una
estrategia que se centre en el conocimiento y manejo de herramientas y conceptos de los marcos, legales,
normativos, deontológicos y heurísticos. En primer lugar, requiere cuestionar las formas de producción
de universales que suponen siempre la exclusión de un singular susceptible de ser sometida a suplicio
(Agamben, 2006). Segundo, desplaza la idea de que existe una buena y mala lectura de los documentos
prescriptivos, para instalar un énfasis la multiplicidad de lecturas y usos que se desprenden de los marcos
legales, normativos, deontológicos y heurísticos (Atkinson y Coffey, 2004; Jacobsson, 2006; Prior,
2008). Finalmente, requiere de una observación atenta a la figura del investigador realzando su carácter
marcado en una posición dentro de las dinámicas socio-histórico-materiales (Cornejo y Salas, 2011;
Haraway, 1995).
De tal manera, el presente artículo problematiza el abordaje de la ética en la investigación tomando en
consideración los tres postulados anteriores, desde un análisis de la de investigación psicológica en el
siglo XX y su articulación con los códigos y principios éticos. En este sentido, destacamos las
experiencias vinculadas al trabajo con infancias, debido al carácter preponderante que han adquirido en
las investigaciones, políticas sociales e intervenciones al interior de la disciplina de la psicología como
motor para el desarrollo de capital humano desde la estimulación temprana (Calquín et al., 2019, 2020).
Siendo así, nos centramos en los casos del Pequeño Albert, llevado a cabo por John B. Watson y Raslie
Rayner en 1920, y el protocolo experimental de la Situación Extraña realizado en la década de 1970 por
Mary Ainsworth y que fue la base de la Teoría del Apego inventada por John Bowlby.
La infancia entra al laboratorio
Resulta fácil hacer una vinculación entre el campo de la historia de la psicología y el de la historia sobre
la infancia. Desde los abordajes psicoanalíticos de la sexualidad infantil, pasando por las investigaciones
del aprendizaje y sus diversas vertientes, hasta las teorías del desarrollo neuronal, cognitivo y
socioemocional es posible encontrar una serie de conexiones entre la producción de conocimiento en el
campo de la psicología y la creación de programas e instituciones de intervención en infancia a nivel
internacional (Rojas, 2001). No obstante, dicha asociación no siempre ha sido tal, puesto que la
introducción de la infancia en el campo de conocimiento de la psicología tiene lugar como norma a partir
de la primera década del siglo XX (Ferreira, 2012).
En el campo de la historia de la psicología, es conocida la afirmación que diferencia aquel "largo pasado"
de la disciplina de su "reciente historia" (Ferreira, 2012). El primero, vinculado al recorrido de los
diversos desarrollos de campos como la filosofía, la teología y la fisiología que paulatinamente
comenzaron a articular una nueva ciencia que, en relación al segundo, comenzaría su historia con la
fundación de un primer laboratorio experimental dedicado a su estudio (Tortosa y Civera, 2006) y al
desarrollo de una comunidad investigativa (Benjamin, 2000).
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De tal manera, a partir del clásico texto de Edwin G. Boring (1995) titulado Historia de la psicología
experimental, se fecha el "origen" de la psicología científica en 1879 con el laboratorio de Wilhelm
Wundt en la Universidad de Leipzig. Esta situación adquiere sentido al entender la influencia de
Titchener, un reconocido wundtiano, en la formación doctoral de Boring; además de su necesidad por
delimitar un campo de acción que diferenciara a la filosofía (que agrupaba a la gnoseología y la estética
como teorías del conocimiento sensible) de la psicología (Lafuente, 2011). Siendo así, para dicho autor
la psicología científica es la que investiga empíricamente, principalmente procedimientos
experimentales, con sujetos adultos y sanos, tal cual era la premisa del laboratorio de Wundt (Benjamin,
2000).
Sin embargo, el laboratorio de Leipzig no fue la primera apuesta por realizar una psicología empírica,
sino que ya en el siglo XVIII es posible rastrear algunos intentos por otorgar un estatus de cientificidad
a la psicología, a pesar de no ser experimental (Vidal, 2000). De acuerdo a Araujo y Pereira (2014), aquí
es posible encontrar la figura de Christian Wolff y su apuesta tanto de una psicología racional, centrada
en el estudio de la naturaleza y esencia del alma como fundamento del conocimiento, como de una
psicología empírica, dedicada al estudio del alma desde la experiencia (Molina, 2010). Ambas
construidas bajo el supuesto de que el alma se caracteriza por su transparencia y, desde allí, su
factibilidad de ser estudiada (Ferreira, 2012)
En contraposición a la propuesta de Wolff, el filósofo Immanuel Kant problematiza las nociones de la
psicología racional, puesto que para Kant el conocimiento no es posible solo por medios de los
conceptos, sino que es necesaria la intuición (Richard, 1980). Por lo tanto, concluye que la psicología
racional es imposible y todo esfuerzo en dicha dirección sería en realidad una psicología especulativa,
la cual tampoco podría ser considerada una ciencia al no tener un claro objeto de análisis, ni contar con
un método de estudio objetivo (Ferreira, 2012).
Producto de dichas críticas, en el siglo XIX hubo un masivo movimiento de la ciencia psicológica al
alero de la fisiología como estrategia para identificar un objeto de estudio empírico (Tortosa y Civera,
2006). Al mismo tiempo que se incorporan estrategias metodológicas enfocadas en proveer de
objetividad al estudio, siendo la más destacada la introspección experimental desarrollada por Ludwig
Von Helmholtz y, posteriormente, empleada también por Titchener y Wundt. Según Ferreira (2015),
este abordaje puede ser entendido como una tecnología del yo particular enfocada en preparar a “sujetos
expertos” que doten de imparcialidad en la investigación a través de un modo específico de producción
de conocimiento en donde se “neutraliza” la experiencia para poder acceder al fenómeno. (impronta
racionalista)
Entonces, lo que podríamos llamar una suerte de mitología del origen de la psicología en el laboratorio
de Wundt es en realidad el resultado de una serie de procesos de crítica y reformulación que culmina en
la construcción de estrategias de producción de hechos científicos en base a una objetividad que pretende
neutralizar lo que sería para esta mirada el sesgo de la experiencia de un sujeto experimental que, es a la
vez experto e investigador activo (Ferrerira, 2015; Haraway, 2004). No obstante, a comienzos del siglo
XX, y a propósito del trabajo de Oskar Pfungst en el que estudia la capacidad del caballo Hans para
poder contestar problemas matemáticos golpeando sus patas, la resolución de la introspección
experimental es puesta en tela de juicio debido a sus falencias (Ferreira, 2012).
Con la finalidad de no otorgar explicaciones paranormales o dotar al caballo de capacidades cognitivas
superiores, Pfungst desarrolla la hipótesis de que el observador emite alguna señal inconsciente al
caballo cuando éste se acerca a la respuesta. De tal manera, relata Ferreira (2012), que fue necesario
introducir un procedimiento en donde el participante desconoce la cuestión propuesta en el experimento.
Luego de algunos ensayos, Pfungst detecta que los participantes realizan un sutil cambio de postura
cuando Hans se acerca a dar una respuesta correcta.
A partir de dicho momento, la participación de sujetos expertos como observadores entrenados dentro
del campo experimental, comenzó a ser criticada por considerarse distorsionadores de la investigación
(Ferreira, 2015), dando cabida a la crítica de la psicología de la Gestalt y el conductismo. Según Ferreira
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(2012), la primera radicaliza el argumento de Pfungst, centrándose en controlar no al sujeto experimental
sino al experimento para generar descripciones honestas en base a un método fenoménico. Mientras que
el conductismo recurre a un cambio en el objeto de estudio y su abordaje experimental, así sustituye la
mente y la conciencia por los mecanismos de regulación de la conducta que son observables y
cuantificables de forma objetiva en cualquier organismo que responda pasivamente al ambiente. Por lo
tanto, ambos abren las puertas del laboratorio a la participación de "sujetos ingenuos", permitiendo la
entrada de animales, mujeres y niños dentro del campo de la experimentación, siendo allí el momento
en el cual comienza la asociación entre psicología e infancia.
El caso del Pequeño Albert
La figura de John B. Watson resuena en los anales de la psicología. Reconocido por considerarse el
padre del conductismo (Tortosa y Civera, 2016) y por haber tenido una acelerada y truncada carrera que
comienza con el desarrollo de su tesis doctoral en la Universidad de Chicago sobre el aprendizaje en
animales en 1903 y culmina en 1920 con los escándalos sobre su divorcio y la relación que mantenía
con una de sus ayudantes de investigación, Rosalie Rayner (Gondra, 2014).
A lo largo de su trabajo rechazó los conceptos de mentalismo provenientes de las anteriores escuelas y
defendió acérrimamente la posibilidad de convertir a la psicología en una ciencia objetiva, enfocándose
en los patrones de adquisición de hábitos (Tortosa y Civera, 2006). En este ámbito escribe el texto
Psychology as the Behaviorist views it, en donde señala:
La psicología tal como un conductista la ve es una rama experimental puramente objetiva de las ciencias
naturales. Su meta teórica es la predicción y el control del comportamiento. La introspección no forma parte
esencial de sus métodos, ni el valor científico de sus datos depende de la disposición con la que se prestan
a la interpretación en términos de conciencia. El conductista, en sus esfuerzos por obtener un esquema
unitario de respuesta animal, no reconoce una línea divisoria entre el hombre y la bestia. El comportamiento
del hombre, con todo su refinamiento y complejidad, forma solo una parte del esquema total de
investigación del conductista [traducción propia] (Watson, 1913, p. 158).
Sin ser el objetivo de este artículo la profundización sobre el despliegue conceptual y metodológico de
Watson, es necesario destacar que según su postura el conductismo es una forma de obtener una
aplicación práctica de los procedimientos empleados para ser llevados en una diversidad de campos,
entre ellos la educación (Watson, 1913). En esta línea, a partir de 1920 publica algunos trabajos en donde
focaliza la atención en la aplicación práctica de su enfoque en el campo de la crianza (Bigelow y Morris,
2001) a partir de un desplazamiento que va desde la investigación con animales hacia la experimentación
con niños (Tortosa y Civera, 2006). Esto marca un precedente en la concepción moderna de infancia
como un sujeto a modelar y que se encuentra presente en sus planteamientos contrapuestos a las ideas
innatistas. De ahí la conocida frase que lleva al paroxismo la utopía de la República de Platón:
Dadnos una docena de niños sanos, bien formados y un mundo apropiado para criarlos, y garantizamos
convertir a cualquiera de ellos, tomado al azar, en determinado especialista: médico, abogado, artista, jefe
de comercio, pordiosero o ladrón, no importa los talentos, inclinaciones, tendencias, habilidades,
vocaciones y raza de sus ascendientes. Lo confesamos: rebasamos lo hasta hoy establecido por nuestras
experiencias, pero también lo han hecho así durante miles de años los defensores de la parte contraria. Por
supuesto, de efectuarse este experimento, deberíamos ser nosotros quienes habríamos de especificar la
forma de criarse a los niños y el tipo de mundo en el cual habitarían (Watson, 1947, p. 130).
En esta línea, el trabajo Conditioned emotional reactions (1920), escrito en conjunto con Rosalie Rayner,
es conocido por ser el reporte del experimento sobre el Pequeño Albert. El estudio en cuestión, buscaba
resolver cuatro preguntas de investigación: (1) ¿Es posible condicionar el miedo a un animal por medio
de su presentación visual y simultáneamente golpear una barra de metal? (2) Si el condicionamiento
emocional es establecido ¿Puede ser transferido a otros animales u objetos? (3) ¿Cuál es el efecto del
tiempo sobre las respuestas emocionales condicionadas? y (4) Si luego de un periodo razonable las
respuestas no desaparecen ¿qué método experimental puede ser utilizado para su remoción?
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Según sus autores, un estudio de estas características requería superar las dificultades que presentaban
los trabajos conductistas hasta el momento realizados con animales. De este modo, Watson introduce un
nuevo sujeto experimental, los humanos sanos y que no hubieran sido influenciados por variables
sociales y de otro tipo. En dicho sentido, Albert, como un niño nacido y criado en un hospital y sin
experiencias de socialización familiar, aparece como una seductora opción para el desarrollo del estudio.
Volviendo sobre el experimento, antes de someterse al protocolo diseñado por Watson y Rayner, el
Pequeño Albert debía pasar una serie de pruebas para confirmar sus respuestas ante determinados
estímulos. Siendo así, los primeros resultados evidencian que no mostraba signos al presentarle animales
como ratas y monos, o máscaras con pelos o algodón e, incluso, papel de periódico quemado. Sin
embargo, el ruido de una placa metálica golpeada con un martillo fue el primer estímulo que provocó su
llanto. Así lo consignan las notas de campo del experimento:
Uno de los dos experimentadores hizo que el niño volviera la cabeza y fijara su movimiento; el otro,
colocado detrás del niño, dio un fuerte golpe a la barra de acero. El niño volteó violentamente, se comprobó
su respiración y se levantaron los brazos de una manera característica. En la segunda estimulación ocurrió
lo mismo, y además los labios empezaron a fruncirse y temblar. En la tercera estimulación, el niño se
rompió en un repentino llanto. Esta es la primera vez que una situación emocional en el laboratorio produce
temor o incluso llanto en Albert [traducción propia]. (Watson y Rayner, 1920, p. 113).
Dichas pruebas fueron suficientes para considerarlo como un sujeto idóneo para el estudio, dando inicio
a las rondas experimentales cuando Albert cumple la edad de once meses y tres días. El protocolo
consistía básicamente en presentar una rata hasta que él se relacionara con ella y en dicho momento la
placa de metal es golpeada. Luego de una serie de intentos, las notas del experimento describen su actitud
emocional frente a la rata sin la necesidad de ser acompañada por el sonido:
Rata sola. En el instante en que se le mostró a la rata, el bebé comenzó a llorar. Casi al instante, giró
bruscamente hacia la izquierda, se dejó caer sobre el lado izquierdo, se levantó gateando y comenzó a
arrastrarse tan rápidamente que lo atraparon con dificultad antes de llegar al borde de la mesa [traducción
propia] (Watson y Rayner, 1920, pp. 114-115).
De esta manera, el experimento brindaba evidencia a la primera pregunta planteada, siendo necesario
para Watson y Rayner (1920) proceder con la segunda, esto es, qué tan transferible es el
condicionamiento a otros animales y objetos. El protocolo consistía en alternar la exposición a una serie
de cubos de juguete con la de una rata, lo que se realizó 5 días posteriores a la sesión anterior. En ella,
se muestra que la conducta no se transfiere a los cubos. No obstante, al presentarse un animal con rasgos
similares al ratón, como es el caso de un conejo, su reacción es similar (Figura 2), así lo mencionan las
notas de la investigación:
Conejo solo. El conejo fue repentinamente colocado sobre el colchón frente a él. La reacción fue
pronunciada. Las respuestas negativas comenzaron de inmediato. Se inclinó lo más lejos posible del animal,
gimió y luego se echó a llorar. Cuando el conejo se puso en contacto con él, enterró la cara en el colchón,
luego se levantó a gatas y se arrastró, llorando mientras avanzaba. Esta fue una prueba muy convincente
[traducción propia]. (Watson y Rayner, 1920, p. 6).
Posteriormente, a la edad de 11 meses y 20 días, el experimento siguió con la posibilidad de extrapolar
la conducta al momento de ser expuesto ya no solamente a un ratón y un conejo, sino que también hacia
un perro. Esta situación posibilitó pasar a la tercera pregunta sobre la permanencia de dichas conductas
en el tiempo. Por lo cual, unos meses después y a la edad de 1 año y 21 días, fue sometido nuevamente
a una sesión en donde se le presentó un abrigo de piel y una máscara de navidad. En ambos casos, su
reacción fue extrapolada y mantenida en el tiempo, así lo señalan las notas del estudio:
Máscara de Papá Noel. Retirada, gorgoteando, luego la abofeteó sin tocarla. Cuando su mano se vio
obligada a tocarlo, gimió y lloró. Su mano se vio obligada a tocarla dos veces más. Gimió y lloró en ambas
pruebas. Finalmente lloró ante el mero estímulo visual de la máscara [traducción propia] (Watson y Rayner,
1920, p. 10).
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Así, las primeras tres preguntas fueron contestadas, mostrando que es posible generar una reacción
aversiva a un animal, que esta puede ser extrapolada a otros animales y objetos, y que se mantienen al
menos por un mes. No obstante, la cuarta pregunta del estudio, referida a la posibilidad de remover el
condicionamiento, no fue posible de ser abordada, ya que Albert abandona el hospital el mismo día de
la sesión de la máscara de navidad.
El caso del Pequeño Albert quedó signado como uno de los estudios paradigmáticos que justificaban la
necesidad de directrices éticas en la experimentación sobre todo si se trababa de niños/as. No obstante,
es necesario revisar cómo los estudios posteriores si bien se guiaron por esto principios, lo cierto es que
los daños no desaparecieron con ellos.
Irrupción de los códigos de ética
Tal como se puede apreciar, el estudio de Watson y Rayner (1920) sometió a un recién nacido a un
traumatismo creado, lo que desembocó en una serie de polémicas en torno a los límites de la
experimentación psicológica. Esto, se agudizó luego de los juicios de Núremberg una vez terminada la
Segunda Guerra Mundial, en donde médicos e investigadores del régimen nazi fueron condenados por
sus "crímenes científicos" 1. Este acontecimiento marca un antes y un después, debido a que el Código
de Núremberg se instauró como el primer protocolo deontológico para regular la experimentación y el
tratamiento médico con humanos, el cual fue adoptado tanto por las disciplinas científicas y los
organismos internacionales, y que se comenzó a implementar y replicar en una seguidilla de otros
códigos (Lima y Ormat, 2016).
No obstante, luego de la promulgación del código y otras medidas, encontramos investigaciones e
intervenciones que podrían ser igualmente de cuestionables (Ormart et al., 2013). De esta forma, emerge
la pregunta sobre las características internas de estos reglamentos deontológicos que rigen la
experimentación con "humanos" y, sobre todo, cuáles son las excepciones que los mismos códigos
posibilitan para el desarrollo de prácticas investigativas basadas en el suplicio de los sujetos
experimentales.
Los juicios de Núremberg fueron una serie de procesos llevados a cabo en contra de dirigentes,
funcionarios y colaboradores del régimen nacionalsocialista liderado por Adolf Hitler, como una forma
de hacer justicia por los diferentes crímenes y abusos contra la humanidad cometidos en nombre del
Tercer Reich. Entre ellos destaca la participación de médicos involucrados en experimentaciones con
humanos capturados como prisioneros de guerra. Así, el Código de Núremberg es elaborado por el
Tribunal Internacional de Núremberg (1946) como una forma de instalar directrices que debían guiar los
experimentos con humanos desde una perspectiva de Derechos Humanos.
En tal sentido, se establecieron diez criterios, a saber:
1) El consentimiento voluntario del sujeto humano es absolutamente esencial.
2) El experimento debería ser tal que prometiera dar resultados beneficiosos para el bienestar de la
sociedad, y que no pudieran ser obtenidos por otros medios de estudio. No podrán ser de
naturaleza caprichosa o innecesaria.
3) El experimento deberá diseñarse y basarse sobre los datos de la experimentación animal previa
y sobre el conocimiento de la historia natural de la enfermedad y de otros problemas en estudio
que puedan prometer resultados que justifiquen la realización del experimento.
4) El experimento deberá llevarse a cabo de modo que evite todo sufrimiento o daño físico o mental
innecesario.
1
Esta cuestión resulta del todo paradójica si se tiene en consideración que, tal como lo relata Esposito (2006), en 1933 se publica una
circular en la Alemania nazi que prohíbe la experimentación en animales, esto pocos años antes del inicio de la experimentación con judíos
y prisioneros de guerra eslavos que poseían el extraño estatuto de no ser considerados ni animales ni humanos, sino en una gradación
zoológica como no-humanos. Esto, porque el objetivo del régimen nazi no era el exterminio de los judíos por razones política o ideológicas,
sino por razones sanitarias: la eliminación de lo no-humano como potenciación e inmunización de lo verdaderamente humano en el hombre.
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5) No se podrán realizar experimentos de los que haya razones a priori para creer que puedan
producir la muerte o daños incapacitantes graves; excepto, quizás, en aquellos experimentos en
los que los mismos experimentadores sirvan como sujetos.
6) El grado de riesgo que se corre nunca podrá exceder el determinado por la importancia
humanitaria del problema que el experimento pretende resolver.
7) Deben tomarse las medidas apropiadas y se proporcionarán los dispositivos adecuados para
proteger al sujeto de las posibilidades, aun de las más remotas, de lesión, incapacidad o muerte.
8) Los experimentos deberían ser realizados sólo por personas cualificadas científicamente. Deberá
exigirse de los que dirigen o participan en el experimento el grado más alto de competencia y
solicitud a lo largo de todas sus fases.
9) En el curso del experimento el sujeto será libre de hacer terminar el experimento, si considera
que ha llegado a un estado físico o mental en que le parece imposible continuar en él.
10) En el curso del experimento el científico responsable debe estar dispuesto a ponerle fin en
cualquier momento, si tiene razones para creer, en el ejercicio de su buena fe, de su habilidad
comprobada y de su juicio clínico, que la continuación del experimento puede probablemente
dar por resultado la lesión, la incapacidad o la muerte del sujeto experimental.
Una lectura atenta a cada uno de estos criterios deja en evidencia cierta ambigüedad en varias
dimensiones. En otras palabras, si bien el código otorga derechos básicos a los sujetos experimentales,
también brinda criterios a partir de los cuales es posible obviarlos. En tal sentido, el uso de
argumentaciones y expresiones como: "que no pudieran ser obtenidos por otros medios" (criterio 2),
"resultados que justifiquen la realización del experimento" (criterio 3), "daño físico o mental
innecesario" (criterio 4), "producir la muerte o daños incapacitantes graves" (criterio 5), "nunca podrá
exceder el determinado por la importancia humanitaria del problema" (criterio 6), "proteger al sujeto de
las posibilidades, aun de las más remotas, de lesión, incapacidad o muerte" (criterio 7), "el sujeto será
libre de hacer terminar el experimento" (criterio 9), y "el científico responsable debe estar dispuesto a
ponerle fin en cualquier momento" (criterio 10), cumplen una doble función tanto de delimitar la acción
como de ofrecer la posibilidad de romper con esos mismos límites.
Así, el código se configura como una forma de excepción. Dicho de otra forma, como un conjunto de
normativas que son garante de derechos de protección de la vida, a la vez que también lo son de la
suspensión de los mismos (Agamben, 2005). Siendo una dinámica que puede ser encontrada en otros
documentos de la misma índole que surgieron posteriormente y que en la actualidad operan y se
mantienen vigente, tales como: la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos
promulgados por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
[UNESCO] del año 2005; y para el caso específico de las disciplinas psicológicas, se encuentra la
Declaración Universal de Principios Éticos para Psicólogas y Psicólogos (International Union of
Psychological Science, 2008); a nivel local, el Código de Ética Profesional del Colegio de Psicólogos
de Chile (1999).
Frente a este escenario, cabe preguntarse por cómo son llevados a cabo las experimentaciones con
infantes en aquello que desde ahora en adelante podemos denominar el laboratorio post-Núremberg. La
respuesta la podemos encontrar en el mismo terreno de la gestión del riesgo que fundamenta nuestra
propuesta investigativa, es decir, recurrimos a uno de los experimentos clásicos de la teoría del apego
desde donde se asientan sus bases, la Situación Extraña reportada por Mary Ainsworth y Silva Bell
(1970).
Experimentación infantil de Mary Ainsworth
A diferencia del caso del pequeño Albert, el experimento que implementan Ainsworth y Bell (1970) es
presentado en un formato totalmente diferente. En el primero, la argumentación es en base a la
oportunidad de tener a un recién nacido en contexto hospitalario. Mientras que, en el segundo, los
argumentos se vinculan a otorgar un sustento empírico a las teorizaciones sobre las relaciones tempranas,
a la vez que ofrecer beneficios para el desarrollo teórico como a nivel social.
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Si bien Ainsworth y Bell (1970) reconocen ampliamente su cercanía con la perspectiva etológica y
evolutiva, al alero de experimentos previos de John Bowlby y Harry Harlow, también destacan que las
investigaciones en apego no logran abarcar algunos indicadores necesarios para plantear un estudio
adecuado para el tratamiento de conductas indeseables para la sociedad. Dicho giro en el discurso sobre
la experimentación humana no es inocente, pues responde a los criterios ya expresados en el Código de
Nuremberg (Tribunal Internacional de Núremberg, 1946) que justifican su implementación en base a los
aportes que brinda a la sociedad y que no podían ser estudiados de otra forma. En dicho sentido, hasta
ahí pareciese que el estudio no presentaba ningún inconveniente; sin embargo, a la hora de analizar en
qué consiste particularmente la propuesta metodológica de las investigadoras es posible comenzar a
vislumbrar la lógica que opera en los códigos deontológicos.
El experimento fue denominado como Situación Extraña y corresponde a la producción artificial de una
situación de alto estrés emocional para un infante, con la finalidad de indagar en una dinámica que no
puede ser abordada de otra forma. Tal como se puede apreciar en la Figura 1, el experimento es dividido
en 8 etapas secuenciales con una duración de tres minutos cada una, en donde el niño es expuesto a
diferentes situaciones que varían entre estar con la madre y una extraña, estar solo con la madre, estar
solo con la extraña y estar absolutamente solo. En todo este periodo, las observaciones son registradas
de acuerdo a dos niveles de medición. El primero en términos de la conducta global del niño, ya sea
interactuando con la madre o con la extraña. Mientras que, el segundo, diferencia la interacción por cada
una de las etapas, en los cuales en algunos episodios se observa el vínculo con la madre, otros con la
extraña y un tercer grupo en términos globales.
Figura 1: Síntesis del protocolo experimental de la Situación Extraña
En este punto, son de particular interés los episodios cuatro, seis y siete (Figura 1), en los cuales primero
el niño es dejado con la extraña; luego es dejado totalmente solo; y finalmente vuelve a ser acompañado
por la extraña. Según Ainsworth y Bell (1970), la duración de estos tres episodios puede ser menor a los
tres minutos reglamentarios siempre y cuando los niveles de estrés emocional del infante así lo requieran.
Esto constituye, tal como plantea el Código de Núremberg (Tribunal Internacional de Núremberg, 1946),
a una forma de reducir (y no eliminar) las perturbaciones emocionales a las cuales es sometido un niño
en una situación que, de partida, se define como estresante y angustiante para el infante.
Estos tres episodios son tratados en el reporte de resultados de la siguiente manera:
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La incidencia del llanto aumenta en el episodio cuatro, con la primera salida de la madre; disminuye a su
regreso en el episodio cinco, y solo aumenta bruscamente en el episodio seis cuando sale por segunda vez,
dejando al bebé solo. No disminuye significativamente cuando el extraño regresa en el episodio siete, lo
que sugiere que es la ausencia de la madre en lugar de la simple soledad lo que angustiaba a la mayoría de
los bebés, y que la mayor incidencia de llanto en el episodio seis es mayor que la del episodio cuatro debido
a un efecto acumulativo [traducción propia]. (Ainsworth y Bell, 1970, p. 57).
Como se aprecia, el llanto y el estrés emocional producido al niño es el principal fenómeno a estudiar y
no uno de los efectos colaterales del estudio que habría que minimizar. Deliberadamente se buscaba
crear una situación en donde se produjera artificialmente una perturbación en los sujetos experimentales
para dirimir si ésta es producida por la soledad o por la ausencia de la madre. En tal sentido, se buscaba
como parte del protocolo la exposición a una situación tortuosa que, no obstante, se ciñe de manera
correcta y adecuada a los códigos deontológicos sobre la experimentación con humanos al buscar
explicaciones de la angustia y no la angustia en sí misma, y al ser la única manera posible de estudiarlo
en humanos teniendo antecedentes de estudios en animales.
Hacia un modo de repensar la ética en la investigación
En el presente artículo analizamos dos casos de experimentación infantil en psicología con la finalidad
de abordar el problema de la ética en investigación desde un abordaje que escape de las directrices de la
perspectiva centrada en el conocimiento y manejo de marcos legales, normativos, deontológicos y
heurísticos. Con esta finalidad, detallamos algunos elementos históricos de la incorporación de la
infancia en el laboratorio de psicología, el caso del Pequeño Albert, la llegada de los códigos éticos a la
investigación, y el caso de la Situación Extraña. Al respecto, es importante dar cuenta de algunas derivas
analíticas del recorrido trazado para la delimitación inicial de una perspectiva de abordaje alternativa.
En primer lugar, cabe destacar que la entrada de la infancia en la investigación psicológica tiene que ver
principalmente con mecanismos que permitieran asegurar la objetividad de la investigación. Por estas
razones, Ferreira (2012, 2015) entiende que constituyen una tecnología política que robustece al campo
disciplinar de un estatus de cientificidad al incorporar sujetos ingenuos que no contaminen la asepsia
experimental. Siendo así, la infancia –como representación de la inocencia– cumple un rol fundamental
y articulador al permitir la construcción de hechos objetivables en la investigación psicológica
(Haraway, 2004).
No obstante, la infancia no solamente ocupa el lugar de una tecnología de producción de hechos
científicos, sino que también se despliega aquello que Calquín et al. (2019) denominan optimismo cruel,
es decir, una narrativa que se posiciona como promesa de salvación social desde los resultados de la
ciencia. De esta manera, se configura un discurso mesiánico (Haraway, 2004) y bélico (Calquín et al.,
2020) en las prácticas científicas que toma a estos sujetos ingenuos como mártires que permitirán
derrotar enemigos y permitir la prosperidad el mundo (Haraway, 1995).
En esta línea, tanto en el caso del Pequeño Albert como en la Situación Extraña, la infancia ocupa un
lugar ambivalente, en tanto riesgo que hay que normativizar y vida que es necesario hacer prosperar. De
tal manera, su segundo rol es la de poner en marcha aquello que Agamben (2006) denomina como una
máquina antropológica, la cual consiste en la delimitación de aquello que puede ser considerado humano
y no-humano. Sin embargo, señala Agamben, dicha humanidad solo puede ser producida en base a la
conformación de una imagen especular de lo humano, la cual queda excluida de los cánones de la
humanidad, pero sin la cual la imagen misma del hombre no podría asegurar su identidad. Por esto, la
infancia se emplea como una entidad liminal entre lo humano y lo no-humano, puesto que, sin la infancia,
que es el reverso especular del canon del hombre racional, funcional y sano, esta identidad sería
imposible de limitar y universalizar. Por esto el infante es una figura que encarna el cuerpo susceptible
de suplicio con miras a la producción de conocimiento que permita construir ciudadanos adultos sanos
y útiles para la sociedad.
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Por estas razones, Watson y Rayner (1920) buscan a un niño sano y sin experiencias sociales para poner
a prueba sus hipótesis de condicionamiento y soñar con un mundo en donde los estímulos ambientales
pudieran determinar la trayectoria vital de los individuos. Asimismo, es la misma racionalidad que se
encuentra a la base de Ainsworth y Bell (1970), al plantear que la experimentación con la angustia
infantil es la única manera de obtener indicadores que permitan la construcción de tratamientos
tempranos para conductas sociales indeseadas en base a patrones de apego.
Con dichos elementos, un tercer punto a destacar consiste en un énfasis por aquello que las
aproximaciones hacia el rigor y la calidad de la investigación han denominado como el lugar del
investigador (Cornejo y Salas, 2011). Parafraseando a Haraway (2004), entre la narrativa de la
objetividad y de la salvación, se desarrolla una tercera tecnología en las ciencias que busca erradicar la
subjetividad del investigador de sus procedimientos hasta crear un testigo modesto de los hechos.
Hablamos de la construcción de un burócrata que solamente sigue órdenes (Arendt, 2003) y no se siente
emplazado por las posibles consecuencias de sus prácticas al separar tajantemente el acto de su
intencionalidad (Agamben, 2012), cuestión que ya había sido identificada por las investigaciones de
Weber (La Ética Protestante) a propósito de los procesos de racionalización propios de la modernidad.
Esto se observa claramente en el laboratorio post-Núremberg de Ainsworth y Bell (1970), en donde se
explicitan una serie de mecanismos que buscan reducir y no eliminar las perturbaciones emocionales
que puede acarrear la Situación Extraña. La justificación se realiza en el momento en que se entiende
que la intención del estudio es evaluar los patrones de apego y no producir malestar en el niño, siendo
toda perturbación un efecto colateral indeseado y, por lo tanto, no una consecuencia que sea de
responsabilidad del equipo de investigación.
Así, aparecen los códigos de ética como un punto de inflexión entre los casos del Pequeño Albert y la
Situación Extraña. Siguiendo a Atkinson y Coffey (2004), Jacobsson (2006) y Prior (2008), es posible
entender la proliferación y construcción de documentos normativos sobre la ética en investigación como
actores que tienen una agencia en la modulación de la conducta, el establecimiento de parámetros, la
normación de procedimientos y la delimitación de los campos de acción. Por lo tanto, cabe preguntarse
cuál es la injerencia que tienen en esta clase de dilemas éticos vinculados a la investigación.
Tal como se ha podido observar, la aparición del código de ética se articula con la borradura de la
subjetividad del investigador en su des-responsabilización de las consecuencias del experimento. Lo
cual se produce en torno a cláusulas que establecen límites claros y definidos para la investigación, pero
también posibilitan que sean vulnerados si se cumplen algunos requerimientos o la situación lo amerita.
Siendo así, en su despliegue constituye un oxímoron en las políticas del resguardo de la vida que
Agamben (2005) ha analizado bajo la figura del Estado de excepción, como un modelo que permite
aprehender los mecanismos por los cuales un orden posibilita su propio quebrantamiento en ocasiones
para garantizar su perpetuación y la eliminación de las amenazas.
En suma, los casos expuestos permiten desprender tres tecnologías articuladas entre sí en los dilemas
éticos de la investigación (Figura 2). Primero, una tecnología de construcción de hechos científicos que
genera una asepsia en la investigación, convocando a la borradura de la subjetividad del investigador
separando la intencionalidad del acto y la incorporación de sujetos ingenuos. Segundo, una tecnología
de producción de lo humano que realza el carácter salvífico de los resultados de la ciencia, los cuales
son obtenidos y universalizado en base a la inclusión-exclusión de los sujetos de experimentación.
Tercero, una tecnología de des-subjetivación del investigador que permite separar el acto de la
intencionalidad frente al sujeto ingenuo, a la par de garantizar constituirse como un testigo modesto y
objetivo en la producción de conocimiento para la salvación de la sociedad.
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Figura 2: Articulación de las tres tecnologías en los dilemas éticos
Por otro lado, un análisis de estas características conlleva inevitablemente a una crítica al enfoque
centrado en el conocimiento y manejo de marcos legales, normativos, deontológicos y heurísticos para
la resolución de dilemas éticos (Díaz-Barriga et al., 2016; Kapoulitsas y Corcoran, 2017; Koller, 2007;
Palencia y Ben, 2013; Pasmanik et al., 2009; Pérez, 2019; Rodríguez et al., 2017; Winkler et al., 2014;
Winkler et al., 2016). Lo cual se establece en tres críticas, a saber: (1) no es (solamente) el
desconocimiento de los protocolos lo que conlleva a estas dinámicas, (2) tampoco es el mal uso de las
directrices, y (3) no constituyen prácticas individuales, sino que conforman un determinado ethos
investigativo humanista, objetivista y neutralista en base al sufrimiento de una otredad como chivo
expiatorio.
En esta línea, sigue siendo sugerente la propuesta de Haraway (1995) sobre los conocimientos situados
para re-pensar las ciencias desde un lugar parcial y marcado, en donde se preste atención a las tecnologías
semiótico-materiales involucradas en las prácticas científicas y en las dinámicas que sus ensambles
producen. Cuestión que conlleva la necesidad de realzar la posición del investigador, ya no solamente
como un criterio de reflexión ética individual, sino que preponderantemente como una práctica técnica,
y por lo tanto disciplinar, de rigor científico (Cornejo y Salas, 2011).
Los desafíos de esta mirada alternativa implican abordajes que exceden los límites de este artículo, pero
es necesario destacarlos a modo de trazar una posible línea de trabajo en el área de la ética. En primer
lugar, se torna necesario examinar críticamente los discursos presentes en los códigos y protocolos
legales, normativos, deontológicos y heurísticos que rigen la investigación; así como también la forma
en la cual son construidos y puestos en práctica por parte de universidades y grupos de investigación.
En segundo lugar, se torna relevante poder hacer exámenes críticos a las justificaciones de las
investigaciones en el área de la psicología, sus promesas de salvación social y los costos asociadas a
ellas. Sin dejar de lado, los discursos sociales, institucionales y estatales sobre el rol de las ciencias en
el desarrollo, planificación y ejecución de políticas sociales.
Finalmente, un tercer terreno de indagación futura lo constituyen las prácticas mismas de investigación
y de enseñanza de la labor investigativa en la formación de estudiantes de pre y postgrado. Lo que
implica indagar en cómo se usan los protocolos, cuáles son los dilemas que enfrentan los grupos de
investigación y cómo son resueltos; además de qué estrategias pedagógicas son desplegadas en los cursos
de formación científica y de desarrollo de un ethos profesional.
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