Todas las madres del mundo, de Gustavo
Martín Garzo: reconfigurar las maternidades
en 59 microficciones*
Todas las madres del mundo, by Gustavo
Martín Garzo: Reconfiguring Motherhoods
in 59 Short Stories
RECIBIDO: 23 DE MARZO DE 2021
ACEPTADO: 28 DE MAYO DE 2021
CARMEN MORÁN RODRÍGUEZ
Dpto. de Literatura española y T.ª de la Literatura y Literatura comparada
Universidad de Valladolid
Pza. del Campus, s/n. Valladolid, 47011
carmen.moran@uva.es
Orcid ID 0000-0002-3074-2414
Resumen: El artículo aborda el análisis de uno de
los pocos títulos de Gustavo Martín Garzo correspondientes al género de la microficción: Todas las madres
del mundo (previamente publicado como Pequeño
manual de las madres del mundo). La crítica ha dedicado poca atención a este libro, probablemente porque se identifica a su autor con la escritura de novelas, género al que pertenecen sus títulos más
celebrados. Sin embargo, como tratamos de demostrar en las siguientes páginas, Todas las madres del
mundo aborda un tema recurrente en toda la obra de
Martín Garzo, la maternidad. Para ello, el autor recurre a una escritura breve y nodal, donde la categoría
de “libro” no funciona como una mera recopilación
de relatos o una convención editorial, sino que constituye una forma de lectura topológica y relacional.
Se conforma así un ciclo temático de piezas narrativas breves, similar a un catálogo o un bestiario, lo
que resulta una opción idónea para abordar la complejidad de la experiencia de la maternidad abordada
desde ángulos insólitos y a veces poco complacientes, pero no faltos de humor.
Palabras clave: Microficción. Microrrelato. Maternidad en la literatura. Gustavo Martín Garzo.
Narrativa siglo XXI.
Abstract: This article analyses of one of the few
titles by Gustavo Martín Garzo corresponding to the
microfiction genre: Todas las madres del mundo
(previously published as Pequeño manual de las madres del mundo). Critics have paid little attention to
this book, probably because its author is identified
with the writing of novels, genre to which its most
celebrates titles belong. However, as we try to
demonstrate in the following pages, Todas las madres del mundo addresses a recurring theme in all
Martín Garzo’s work: motherhood. For doing so,
the author uses a brief, nodal writing, in which the
concept of ‘book’ does not work as a simple compilation of stories or an editorial convention, but
rather constitutes a pattern of relational and topological reading. The result is a thematic cycle of
short narrative pieces, similar to a catalog or a
bestiary, which is an ideal option to deal with the
complexity of motherhood from unusual points
of view –sometimes weird or dark, but with a hue of
humour.
Keywords: Short Short Fiction. Very Short Fiction.
Maternity in Literature. Gustavo Martín Garzo. 21st
Century Narrative.
* Este trabajo se ha realizado en el marco de las actividades del Proyecto de Investigación “Fractales. Estrategias para la fragmentación en la narrativa española del siglo XXI” (PID2019-104215GBI00), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
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RILCE 37.3 (2021): 1066-89
ISSN: 0213-2370
DOI: 10.15581/008.37.3.1066-89
MORÁN RODRÍGUEZ. TODAS LAS MADRES DEL MUNDO, DE GUSTAVO MARTÍN GARZO
INTRODUCCIÓN: PLANTEAMIENTO Y OBJETIVOS
l que nos proponemos estudiar en estas páginas es un libro en cierta forma marginal dentro de la trayectoria de Gustavo Martín Garzo. En primer lugar, apareció en 2003 en una editorial de alcance mediano –y hoy
extinta–, RqueR, cuando hacía ya años que sus títulos con mayor repercusión
se publicaban en Lumen y Destino.1 En estos dos grandes sellos se publicaría
el libro en las sucesivas ediciones posteriores (2010 y 2018, respectivamente),2
aunque con un cambio en su título, que pasaría a ser Todas las madres del mundo. Por otro lado, rehúye, como veremos, toda adscripción genérica, presentándose al lector como un libro extraño: es significativo que, mientras que en
la web de la Agencia Literaria Balcells aparece etiquetado como “No ficción”,3
la entrada de Wikipedia correspondiente al autor lo clasifica bajo el epígrafe
“Narrativa”, aclarando “50 relatos breves” –en realidad, como veremos, son 59
y no 50 los textos incluidos en el libro–. Más adelante habrá ocasión de volver
sobre la adscripción genérica de Todas las madres del mundo.
Los estudios críticos que se han ocupado de la producción narrativa de
Gustavo Martín Garzo han atendido a su producción novelística (Tseng), al
conjunto de sus títulos clasificables como producción infantil y juvenil (Núñez
de la Fuente 2017) o a diversos aspectos y títulos particulares (Santos Zas; Núñez de la Fuente 2014; 2016; Morán Rodríguez 2010; 2012; 2014), pero no han
estudiado este libro. Tampoco lo hace Sánchez Souza (2016), que analiza la narrativa breve del autor pero se centra únicamente en El amigo de las mujeres.
La elección de un número de textos no redondo, como 59, la falta de sistematicidad en las categorías (o, mejor dicho, la apariencia de sistematicidad y
su súbita y repetida ruptura) apuntan justo en contra de lo que el título definitivo del libro promete: no se agotan en él todas las madres del mundo, pues
la maternidad es irreductible a una lista cerrada, ni tampoco hay un manual
E
1. Lumen pertenece al grupo Penguin Random House Mondadori, mientras que Destino es del
Grupo Planeta. RqueR era una editorial independiente fundada por Esther Tusquets, su hija Milena y su hermano Óscar tras abandonar la dirección de Lumen. Martín Garzo había publicado
en sellos pequeños (como Los infolios o Barrio de Maravillas), hasta que Esther Tusquets decidió publicar en Lumen El lenguaje de las fuentes, libro que dio a conocer a su autor a nivel nacional e internacional. El tema de Pequeño manual de las madres del mundo hubo de interesar sobremanera a Esther y Milena Tusquets, autoras ambas comprometidas con la maternidad como
tema literario.
2. Salvo indicación contraria, cito siempre por la última edición, en Destino (2018).
3. http://www.agenciabalcells.com/autores/obra/gustavo-martin-garzo/pequeno-manual-de-lasmadres-del-mundo/.
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definitivo que explique sus mil y una realizaciones. Para ello, Martín Garzo recurre a una escritura breve y nodal, donde la categoría de libro no funciona
como una mera recopilación de relatos o una convención editorial, sino que
constituye una forma de lectura topológica y relacional (en el sentido que le
da a estos términos Fernández Mallo 156-57). En nuestro análisis plantearemos, en primer lugar, la historia editorial del libro, deteniéndonos sobre todo
en los elementos paratextuales que han acompañado al texto e interactuado
con él en las sucesivas ediciones. A continuación, examinaremos la estructura
narrativa del libro y las consecuencias que esta tiene sobre su problemática
adscripción genérica, considerando sus relaciones con formas diversas, todas
ellas ajenas al canon más convencional. A través de esa escritura topológica,
nodal y fluida, que recuerda al catálogo o al bestiario, Gustavo Martín Garzo
elabora un elenco deliberadamente incompleto de figuras maternas.
HISTORIA EDITORIAL Y ASPECTOS PARATEXTUALES DEL LIBRO
Si comparamos la primera edición con las dos posteriores, veremos que prácticamente no hay diferencias que conciernan al contenido textual,4 pero sí importantes diferencias paratextuales y, concretamente, peritextuales.5 En primer
lugar, el título original, Pequeño manual de las madres del mundo, pasa a ser en
las ediciones de Lumen y Destino Todas las madres del mundo, título que puede
resultar más sintético o esencial pero que, sobre todo, evita el matiz prescriptivo que acaso podía percibirse en el primero. No podemos descartar tampoco que el cambio viniese motivado por el traslado de editorial, y que el primero fuese más del gusto de Esther Tusquets (quien más tarde, en 2010,
4. La única referencia que atañe al contenido es algún pequeño cambio en la ordenación de los textos. En las ediciones de 2003 y 2010 el undécimo texto es “Las que se infantilizan”, que en la
edición de 2018 pasa a ser ocupar el puesto 55, intercambiando su lugar con el titulado “Las madres niñas”; también alteran su lugar “Las madres hacendosas” (49 en 2003 y 2010; 44 en 2018),
“Las madres despreocupadas” (50 en 2003 y 2010; 45 en 2018), “Las madres maestras” (44 en
2003 y 2010; 49 en 2018) y “Las que no saben educar” (45 en 2003 y 2010; 50 en 2018).
5. Genette llama paratexto a “aquello por lo cual un texto se hace libro y se propone como tal a sus
lectores, y, más generalmente, al público” (7), peritextos a los paratextos situados “alrededor del
texto, en el espacio del volumen, como título o prefacio y a veces inserto en los intersticios del
texto, como los títulos de capítulos o ciertas notas” (10), e identifica como peritextos editoriales
“toda esa zona del peritexto que se encuentra bajo la responsabilidad directa y principal (pero no
exclusiva) del editor; o quizás, de manera más abstracta pero más exacta, de la edición; es decir,
del hecho de que un libro sea editado y eventualmente reeditado, y propuesto al público bajo
una o varias presentaciones” (19); serían, pues, peritexto editorial, la cubierta y contracubierta,
las solapas, el formato, papel, composición tipográfica, etc., elementos que corren bajo la responsabilidad del editor, “en acuerdo eventual con el autor” (19).
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titularía un ensayo suyo Pequeños delitos abominables). Los textos son cincuenta
y nueve en las tres ediciones y no presentan variantes, aunque en la primera
edición aparecen numerados y en las posteriores no lo harán.
En los tres casos nos hallamos ante ediciones ilustradas, pero tanto las
ilustraciones interiores como la portada cambian en todas ellas, lo que sin
duda confirma su carácter decididamente ancilar, complementario al texto: estamos lejos del libro en el que la narración verbal y la eidética van de la mano
conformando un relato intermedial; tampoco hay un trabajo de colaboración
mano a mano entre escritor e ilustrador (como sí sucede, por ejemplo, en otro
libro de Gustavo Martín Garzo, La puerta de los pájaros, donde las doce ilustraciones de Pablo Auladell, si bien posteriores al texto, son fruto de un alto
grado de implicación entre la escritura y la ilustración). No es, en definitiva,
un libro intermedial, aun cuando Martín Garzo ha mostrado, a lo largo de su
trayectoria, un elevado interés por lo artístico como fuente de inspiración. Así,
El valle de las gigantas surge de la contemplación del cuadro Hilas y las ninfas,
de John Waterhouse, y recrea el mito a partir de los inquietantes detalles del
cuadro prerrafaelita, que por sugerencia del escritor apareció como motivo de
la portada, lo que confirma la importancia de los paratextos en su obra. Y el
motivo de la Anunciación, tan relevante en sus ficciones, le lleva también a escribir acerca de las pinturas de Fra Angélico sobre el tema en un breve artículo titulado “Las hadas en la cocina” (Martín Garzo 2020, 11).
En el caso de la edición de 2003, los textos se acompañan de ilustraciones de Cristina Blanch, mientras que la portada, diseño de Eva Blanch y Óscar
Tusquets, es una composición a partir de instantáneas, al estilo de esas espontáneas imágenes de fotomatón: aparecen en primeros planos sonrientes madres junto a sus hijos; las fotos cubren la portada, visibles pero sin orden ni simetría, con cierto aparente descuido que superpone unas, semioculta otras...
Un agradecimiento situado en la página de créditos, dirigido a esas madres, hijos e hijas mencionados por su nombre de pila, nos da una idea de los posibles
lazos de amistad con los ocasionales modelos. En cualquier caso, la motivación
de la portada respecto del libro es muy alta, y en ese sentido puede valorarse
como un acierto, porque coincide con el sentido de los breves textos de este
Pequeño manual, que son también como instantáneas o fogonazos constituyentes de una desordenada galería. En cuanto a las ilustraciones de Blanch,
sencillos dibujos en blanco y negro que acompañan a cada uno de los textos,
si algo cabe decir de ellas es que evitan con gran cuidado cargar las tintas sobre lo desasosegante que late en no pocas de las estampas: por ejemplo, en
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“Las madres vampiro” se elude dibujar a la criatura monstruosa y perversa que
en todos evoca el epígrafe, y en su lugar se opta por un murciélago; más acusado es el tabú en la ilustración correspondiente a “Las que mataban por pena”
(79), donde solo se muestran los pies inertes de una madre y un hijo sobre una
mancha oscura, de sangre. Aunque algunos lectores quizá observen que justamente la evitación de lo escabroso llama más la atención sobre ello, me parece claro que a la hora de publicar el libro ha primado el deseo de no subrayar
de ninguna manera el elemento perturbador de los textos, tan propio por otra
parte de Martín Garzo –para constatarlo baste recordar El valle de las gigantas,
donde las figuras femeninas se asocian al vampirismo o el canibalismo, aunque
también a la inocencia (Morán Rodríguez 2014)–. En el caso del libro que
ahora nos ocupa, que su tema haya podido fijar un objetivo de venta que lo
convierta en libro-regalo y que la ilustración esté al servicio de tal fin explicaría que las imágenes hagan de prudente contrapeso de la letra.
En la edición de Lumen se recurrió a fotografías, no solo para la cubierta, sino también para las páginas interiores, en sustitución de las ilustraciones.
En este caso, la independencia entre imágenes y texto es más acusada todavía
que en el caso anterior, ya que, si los dibujos de Blanch habían partido de la
escritura de Martín Garzo, ahora encontramos que se ha recurrido a fotografías preexistentes. En los créditos del libro podemos ver la propiedad intelectual de las fotografías insertas en esta edición: todas pertenecen al proveedor
de imágenes libres de derechos Getty Images, excepto las de las páginas 103,
115, 147 y 219, que pertenecen al archivo Alinari. La conexión entre texto y
foto es, pues, una conexión a posteriori, propuesta por el editor para la interpretación del lector, y fiada a la contigüidad de ambos discursos en un mismo
formato. La correspondencia entre cada una de las fotografías y el texto al que
precede o sigue es desigual: mientras que en algunos casos no hay una relación
obvia, en otros sí se intuye una motivación: así, la imagen que ilustra “Los niños muertos” muestra, significativamente, el rincón de una habitación infantil, con una cuna vacía y unas ropitas de niño colgadas. Y la fotografía que corresponde a “Las ogresas” revela el gesto, muy habitual, de una madre que
besa (o simula comer) los pies de su pequeño. Así pues, en cierto modo sí puede decirse que se establece un diálogo entre esas fotografías aprovechadas para
la edición y la obra de Martín Garzo, un diálogo sumamente contradictorio,
pues mientras que las imágenes –técnica e incluso artísticamente correctas–
muestran la maternidad de una manera aparentemente convencional, como
podría hacerlo un álbum fotográfico por encargo de los que desde hace algu1070
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nos años se ha puesto de moda preparar para recordar los primeros días de
vida de los niños y la experiencia de la maternidad reciente, todo lo contrario
ocurre con los textos, que ofrecen una mirada perturbadora y algo perversa
(pero también benévolamente irónica) sobre la cuestión, y que nos conducen
a reinterpretar las imágenes de otro modo.
La más interesante de las imágenes de esta edición es la de la portada. Se
trata de un detalle tomado de una imagen de David Hurn, fotógrafo de la
agencia Magnum. En la instantánea, fechada en 1958, contemplamos a una
niña de unos seis años, rubia, calzada con unos zapatos de tacón que le quedan
grandes y empujando un cochecito de bebé de juguete; la expresión absorta y
acaso desolada de la niña, mirando algo fuera de nuestro campo visual, bien
puede encarnar las angustias que inevitablemente acompañan a la experiencia
de la maternidad, aun cuando esta sea vivida de tantas maneras diferentes
como madres hay.
Por lo que respecta a las ilustraciones de Marta Gustems para la edición
de Destino, se trata de una serie de veinticinco acuarelas en color, una de ellas
correspondiente a la portada y las otras veinticuatro a otros tantos relatos. Es
llamativo que entre los treinta y cinco textos no ilustrados se encuentren precisamente los que tratan matices más oscuros: así, carecen de correlato visual
“Las ogresas”, “Los niños muertos”, “Los niños deformes”, “Las madres vampiro”, “Las madres asesinas”, “Las que mataban por pena”, “Las que abortaban” o “Las madres de los asesinos”.
De lo que hasta ahora hemos dicho se infiere ya que es posible ver en este
libro, con ilustraciones (de Blanch o de Gustems) o con fotografías (del banco de imágenes Getty, de Alinari y David Hurn), un libro regalo o un libro objeto –en algunos centros comerciales se prepararon expositores con él para el
Día de la Madre, e incluso venta de ejemplares firmados–. Frases promocionales como “Un precioso homenaje a las madres”, con que las librerías físicas
y virtuales anuncian el libro, apoyarían esta impresión (y no es que el libro no
sea “un precioso homenaje a las madres”, pero sí parece que el eslogan soslaya discretamente la manera poco complaciente, compleja, sin duda mucho
más rica, en que lo es). Es esta del libro-regalo una imprecisa categoría que
hace referencia a las cualidades materiales del volumen como atractivo fundamental del mismo, más allá del contenido de su texto –que a veces parece pasar a segundo plano–. Lo cierto es que en los últimos tiempos proliferan en las
librerías las ediciones ilustradas, los libros con formato de álbum, etcétera, y
no es en absoluto ajeno a este fenómeno el hecho de que estas presentaciones
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atractivas actúen como “valor refugio” en tiempos en los que el texto es fácilmente reproductible (y pirateable) en su morfología digital: las características
materiales son, entonces, un valor añadido que lo digital no ofrece –no, al menos, de una manera satisfactoria (recordemos que muchos lectores renuentes
a lo digital siguen incluyendo entre sus principales objeciones la nostalgia del
olor del papel)–. Algunos de esos productos son auténticos libros intermediales, donde las fotografías, dibujos o juegos tipográficos desempeñan un papel
muy diferente al de la mera ilustración; no es este el caso de Todas las madres
del mundo en ninguna de sus tres ediciones, donde, como vemos, las imágenes
se limitan a acompañar al texto, ilustrándolo pero sin suscitar un mensaje complejo a partir de la conjunción de ambos medios. Sin embargo, este Pequeño
manual sobre Todas las madres del mundo, aunque pueda parecer de circunstancias, es un título que trata aspectos centrales en la obra de Martín Garzo y lo
hace de una manera original.
NATURALEZA GENÉRICA DEL LIBRO: ¿MICROFICCIÓN? ¿CICLO? ¿BESTIARIO?
Los cincuenta y nueve textos que conforman el libro son muy breves –entre
200 y 500 palabras–, pero el efecto visual de que el texto ocupe una sola página, que reforzaría la impresión de estar ante una serie de microrrelatos, solo
lo encontramos –y no en todos los textos– en la edición de Destino. En la primera edición (RqueR, 2003) los relatos oscilaban entre dos y tres páginas (a
excepción del 59, dedicado a “La Virgen María”, notablemente más breve que
el resto); la caja de escritura –bastante reducida– aparecía enmarcada por una
delgada orla negra que intensificaba la impresión de breviario o catálogo. La
edición de Lumen, en gran formato y con una caja de escritura amplia y una
tipografía también grande que hace que prácticamente en todos los casos se
rebase la página, desdibuja en cierta forma esa impresión.
Significativamente, el término microrrelato no aparece en la contraportada del libro, ni Gustavo Martín Garzo recurre a él nunca. No es la primera vez
que el autor cultiva la escritura de notas breves, ni tampoco la primera en que
elude aplicar para tal escritura la etiqueta de microrrelato. Ya sucedía así con
El amigo de las mujeres (1991), cuyas estampas son en su mayoría más breves
que las que aquí nos ocupan. El autor reconoce la importancia de aquel título
temprano de su producción, refiriéndose a él como “una especie de semillero
[...] un libro matriz que contiene gran parte de todos mis libros y obsesiones
futuras de una manera distinta” (Sánchez Sousa 2014), pero rehusando explí1072
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citamente emplear el término microrrelatos, pese admitir que los rasgos considerados definitorios del microrrelato se dan en esa colección de textos:
Yo lo único que he escrito ha sido narrativa y entonces pienso que son
textos narrativos, textos breves. Es verdad que tienen este afán, como
son textos breves, de tener un final que sorprenda, que más o menos
atraiga al lector, le sitúe ante algo diferente. Y en ese sentido participa
probablemente de lo poético, que siempre busca ese instante de iluminación, de epifanía, de encuentro con algo inesperado. Pero, no sé. Yo diría que son pequeños relatos. (Sánchez Sousa 2016, 451)
En este caso, la brevedad sí es un rasgo con repercusión cualitativa y no meramente cuantitativa, ya que, aceptemos o no que el microrrelato es un género diferente del relato,6 hemos de convenir que el relato brevísimo ha creado
una tradición de escritura, edición y lectura bajo el modelo de la colección relacional, recursiva o fractal, forma reticular que si bien puede ser apreciada por
los lectores como sorprendente, no lo es tanto que produzca en ellos perplejidad, desconcierto o extrañeza, pues estos textos de gran brevedad aparecen
frecuentemente en este tipo de asociación textual.
Así lo ha notado, ya desde hace tiempo, la crítica que ha estudiado estas
obras que se presentan como un todo articulado en partes relacionadas de diversas maneras entre sí y con el orden superior de significación. Tal y como
advierten Gelz (2010; 2015) y Zavala, el microrrelato tiende a presentarse,
más que como una mónada aislada (según lo estudiaba Lagmanovich), en formas agregadas –auténticas mórulas narrativas–. Al abordarlas, los críticos suelen tomar como centro de referencia (porque gran parte de las obras también
lo hacen) la novela. Andreas Gelz, en su estudio sobre la tradición de la escritura breve en francés, observa que esta surge a mediados del siglo XX en tensión con la novela, ya que autores como Barthes, Perec o Grangaud asumirían
esta como punto de referencia, aunque cuestionándola “como forma y género
literario” (2010, 116) mediante la abolición de la secuencialidad temporal y de
la causalidad. En otros casos, tanto o más que la novela, el horizonte de expectativas genéricas que se afirma y se niega mediante la escritura breve y dis-
6. No es nuestra pretensión aquí tomar partido entre los autores que consideran fundamentada la
autonomía genérica del microrrelato (Lagmanovich 2005; 2006; Valls 2008; 2012; Andres-Suárez 2010; 2012) y los que, como Roas (2008; 2010), aportan argumentos para considerar el microrrelato una variante más dentro de un género tan amplio y polimorfo como el cuento moderno.
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persa podría ser el ensayo, con la veta autobiográfica, personal, que le es propia desde la formulación del género por Montaigne (pienso en las notas de
Barthes y en el Genette de Bardadrac, Codicille y Apostille que, además, se presentan bajo la forma de diccionarios o enciclopedias). En tales casos, la única
unidad temática y argumental que presta sentido final al conjunto de anotaciones es, en una mise en abyme que compromete lo extraliterario con lo literario, la persona del autor con el texto presentado bajo el signo de su nombre.
Lo cierto es que estas mórulas narrativas son muy frecuentes en la producción literaria de las últimas décadas y –lo que quizá es más importante– se
presentan bajo formas tan variadas que la crítica ha respondido multiplicando
las categorías clasificatorias, como con acierto ha sintetizado Gelz (2015, 129),
desde el “fragmentarismo”, hoy más bien postergado a causa de sus connotaciones románticas y nostálgicas de una supuesta unidad primigenia,7 hasta opciones en favor de lo serial, lo cíclico o lo fractal. Este último término, que se
ha impuesto exitosamente en los últimos años, es el que prefiere Zavala.
Aunque su estudio no se aplica al microrrelato, sino al cuento, no es improcedente acudir al estudio de Antonaya acerca de los ciclos de relatos. En él
la autora examina, desde una perspectiva teórica e historiográfica, las relaciones operantes entre las partes y el todo en un conjunto de obras que se han
asimilado a la novela o el cuento, cuando las relaciones para e hipotácticas entre las unidades narrativas componentes dan lugar a obras que se acogen a un
género diferente, en todo caso intermedio entre ambos, que sería el ciclo de
cuentos, cuya visibilidad en las letras hispánicas es –como Antonaya de hecho
señala– considerablemente menor que en otras tradiciones, especialmente la
7. Vicente Luis Mora nos recuerda que lo fragmentario no es una forma de discurso o pensamiento, sino la forma pura del pensamiento, y con Talens diferencia entre escritura fragmentada y escritura fragmentaria (93). Mientras que los textos acogidos a la primera de esas categorías remiten a una unidad reconocible, reconstruible, los segundos están huérfanos de esa unidad última
que los articularía en un todo comprensible más allá del puro conjunto de fragmentos. Por su
parte, Fernández Mallo habla de “la falacia del objeto fragmentado” (191) y advierte que “afirmar que una obra es fragmentada equivale a no haber entendido la mecánica interna de la misma. En
efecto, en sentido estricto, no puede existir una obra absolutamente fragmentada, pues, de existir, el cerebro no podría tan siquiera percibirla como tal” (195). Llamamos fragmentada a la obra
que no presenta un vector temporal en su disposición externa ni tampoco en la narrativa interna, reconstruible por el lector: “La lógica interna de la obra fragmentada se conduce por otro
tipo de criterios, por ejemplo, analógicos, conceptuales, relaciones semánticas y metafóricas”, de
manera que la enciclopedia sería un buen ejemplo de esa narración a la que insistimos en llamar
fragmentada a pesar de que el término “no es inocente, oculta un vicio que conviene señalar. Decir que algo es fragmentario alude a la presunta existencia de un mundo previo, perfectamente
unido y estable, que después fue roto” (195).
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anglosajona, pese a que no faltan ejemplos. Aunque Todas las madres del mundo
no constituye, en modo alguno, un ciclo de cuentos, las observaciones de Antonaya para este género nos ayudan a calibrar mejor los recursos de este libro
deliberadamente concebido fuera de los géneros al uso.
Lo primero que observamos es que no existe en el libro de Gustavo Martín Garzo una trama-marco. Sin embargo, este recurso facilitador de la hipotaxis, característico de las antiguas colecciones de cuentos, al estilo de Las mil
y una noches, el Sendebar, el Calila e Dimna o El conde Lucanor, no es ajeno al
autor que nos ocupa. Son varias las novelas de Martín Garzo en las que el género se tensiona, aproximándose al modelo de ciclo narrativo: Antonaya (450)
propone como ejemplo Las historias de Marta y Fernando (cuyo título ya apunta a esa pluralidad narrativa), pero otras plenamente identificables como novela revelarían, en un análisis narratológico detenido, una compleja estructura en que parataxis e hipotaxis de diversos grados se combinan para dar cabida
a historias puestas en boca de diferentes personajes que, de este modo, actúan
como personajes-narradores al estilo de Las mil y una noches. Es el caso de La
soñadora (2001) y Donde no estás (2016), aunque en mayor o menor medida casi
todos los títulos del autor recurren a esta fórmula narrativa. No sucede así en
Todas las madres del mundo, donde el papel que la instancia narrativa de la historia-marco desempeñaba en aquellas colecciones vienen aquí a ejercerlo elementos paratextuales como puedan ser el título, la materialidad del libro en su
concepción editorial acompañada de imágenes, etc. Sin duda, nos encontramos ante un adelgazamiento de los lazos intratextuales en que descansaba la
literatura cíclica, pero adelgazamiento no significa absoluta desaparición, y
la agrupación de los textos es relevante, aunque de una manera temática más
que argumental.
Las piezas narrativas que componen Todas las madres del mundo no guardan entre sí ningún tipo de orden relacional con un sentido progresivo. Aunque en la primera edición los textos iban numerados, significativamente esta
indicación desaparece en las ediciones posteriores, y el único retazo de continuidad entre las piezas –exiguo, aunque no desestimable– viene dado por las
referencias cruzadas entre unas y otras. A pesar de que stricto sensu cada una de
las 59 estampas son argumentalmente independientes (si es que de argumento puede hablarse, pues el desarrollo narrativo es exiguo), la fuerte unidad de
sentido que entrelaza las historias bajo el motivo de la maternidad actúa no
solo como aglutinante, sino como marco de significado, ya que es de la acumulación de casos o estampas de la que surge el sentido final, aunque abierto,
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del libro, y en el que cada una de ellas funciona plenamente. Desgajar alguna
no le arrebata toda su significación, pero sí aspectos importantes de ella. A ello
se suma que la independencia queda atenuada por los sutiles lazos que se tienden entre los textos: si bien en ningún caso uno de ellos da continuidad narrativa a otro, con notable economía de medios se hace explícita una conexión
que en casi todos los casos afecta a textos que aparecen juntos en la ordenación del libro, de manera que la contigüidad es también, en esas ocasiones, una
continuidad. Y una continuidad que además busca el contraste. Porque en prácticamente todos los casos la vinculación se logra solo mediante un conector
(de ahí que hablásemos de economía de medios) y, casi siempre este es de carácter adversativo. En algunos casos, los textos no son contiguos, por lo que el
conector tiene un efecto de cohesión más llamativo. Así, “Las madres imprudentes” (el noveno de la colección) comienza: “Pero también había madres
que amaban los peligros” (39), que establece una conexión lógica y de continuidad con “Las madres temerosas”, que ocupa el sexto lugar y comienza “Era
normal que las madres se angustiaran por cualquier cosa” (31). Solo en una
ocasión el autor recurre a un conector aditivo, al comenzar “Las que se infantilizan” con la afirmación “Y había mujeres que parecían volverse niñas cuando parían” (44); en este caso el efecto de extrañamiento se logra porque realmente no existe ningún tipo de continuidad con el texto anterior, de manera
que el conector no supone una vinculación discursiva al elemento precedente,
sino una ilación más difusa con todas las partes del libro (las precedentes y las
siguientes), indicando que existe una solidaridad de sentido entre ellos. Muchos menos son los casos en que el texto contiene una referencia interna explícita a algún otro ejemplo del libro: uno de ellos es “Las madres pulpo”, que
comienza “Si en las sabanas africanas las madres más envidiadas eran las elefantas, en los fondos marinos eran sin duda las madres pulpo” (127), y que por
tanto remite a “Las madres elefante”; otro caso lo encontramos en “Las madres fantasiosas”, donde se señala: “Estas madres podían confundirse con las
temerosas, que también se pasaban el día de sobresalto en sobresalto” (63).
Por lo que respecta a la narratividad interna, de cada uno de los textos,
esta es escasa, aunque no completamente nula. Lo expositivo y lo descriptivo
prevalecen sobre lo narrativo, especialmente en la parte inicial de cada texto,
que semeja una entrada de diccionario o manual; pero la semblanza –el cuerpo de la entrada correspondiente a cada uno de los tipos de madre– implica la
explicación de su comportamiento, y esta constituye un relato, si bien breve y
sumamente abstracto. Tal abstracción es efecto de la ausencia de un cronoto1076
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po y de personajes individualizados. Si Antonaya señala la unidad de tiempo y,
sobre todo, de lugar, como elementos cohesionadores de gran importancia en
el ciclo de cuentos, en Todas las madres del mundo encontramos que la única
unidad es que ninguno de los relatos tiene siquiera una localización particular
identificable, más allá de menciones generales y sumamente imprecisas (el
parque, la calle, la escuela, la butaca de un cine). La imprecisión se intensifica
más aún al no haber en ninguna de las estampas un solo personaje individualizado; ni siquiera un personaje que aparezca en singular. Siempre, sin excepción, estas notas están protagonizadas por personajes colectivos y plurales: “las
madres” agrupadas por diversas actitudes y perfiles. Sin embargo, al avanzar
en la lectura de cada uno de los breves textos, comprobamos que lo descriptivo cristaliza en la exposición de un comportamiento particular, una estampa
sumamente concreta que contrasta con el protagonismo colectivo. Como se
puede ver en este ejemplo, la exposición del tipo de madre cobra rápidamente la forma de un mínimo relato que lo ilustra, y que a la concreción –en principio incompatible con la exposición de una tipología general– une lo extravagante o disparatado, introduciendo un elemento de ironía:
“Las madres hacendosas”
Las madres hacendosas no dejaban ni un solo momento de lavar, limpiar
y ordenar la casa. Bañaban a su pequeña tres veces al día, la cambiaban de
ropa siempre que podían, aireaban su cuarto, y todo a su alrededor tenía
que relucir como un espejo. Y no era tanto que estuvieran obsesionadas
con los microbios o que fueran unas perfeccionistas, que a lo mejor antes de tener a su hijita ni siquiera se habían preocupado de la casa, sino
que a partir de su nacimiento había despertado en ellas su dulce alma de
criadas. Eso era la maternidad para ellas, como entrar en una casa a servir. Y su hija, claro, era la única dueña. Tenían que estar pendientes de su
ropa, de los horarios de sus comidas, de sus baños y de sus sesiones de belleza, pues su única misión era que no le faltara de nada y que siempre estuviera impecable. Y luego, les bastaba con verla tan resplandeciente en
su cochecito lleno de medallones y de sábanas bordadas para sentir el orgullo legítimo que debían de sentir las doncellas rusas que atendían a los
hijos del zar cuando, después de arreglarlos y peinarlos, los dejaban en
manos de sus padres para que estos los mostraran en las recepciones a los
embajadores extranjeros. ¡Y pensar que los bolcheviques los habían mandado matar! El mundo está completamente loco. Qué tenía que ver la re[147]
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volución con la muerte de unos niños tan educados. Bastaba este pensamiento, y el recuerdo de esa matanza cruel, para que sus corazones se estremecieran con la idea de que a su hijita pudiera pasarle algo igual y que
fuera presa de la locura, por ejemplo, del repartidor de butano. Pero enseguida, sobre todo cuando terminaban de vestirla y se la quedaban mirando como si fuera la Virgen Niña en un altar engalanado, aquellos temores desaparecían. Entonces estaba tan guapa que, de no haberles
parecido una falta de respeto, se habrían puesto a bailar y a batir palmas
ante ella. Luego salían a la calle y elegían para pasear los lugares más frecuentados. “¿A que no has visto nada igual?”, parecían preguntar con sus
ojos a los paseantes cuando pasaban a su lado. Y, si por ellas fuera, habrían
llevado una campanilla para advertirles a todos que estuvieran atentos y
que no se perdieran aquella hermosura. Y cuando finalmente se detenían
en uno de los bancos del paseo, su excitación era tanta que no podían evitar inclinarse sobre su hijita y preguntarle al oído con su mejor sonrisa:
“¿Quiere algo más la señora?”. (116-17)
El protagonista, gramaticalmente plural, se comporta de un modo que sorprende por ser, en su estrambótico comportamiento, sumamente particular e
individualizado, y pese a la brevedad del texto observamos cómo, en su deriva
in crescendo hacia el absurdo, contiene incluso el germen de un “relato dentro
del relato” –la fantasía de la obnubilada madre sobre los hijos del zar–, convocado por el hilo de conciencia (plural) de las madres hacendosas, aunque expuesto por el narrador mediante un estilo libre indirecto que encontraremos
en otras páginas del libro.
En “Las madres envidiosas” encontramos otro ejemplo de planteamiento en principio plausible que, sin embargo, evoluciona hacia un desenlace descabellado. El texto comienza describiendo la escena cotidiana de las madres
que en el parque preguntan los adelantos de los demás niños (“se enteraban de
si dormía bien o mal, si era buen comedor, si ya se miraba las manos o había
empezado a articular sílabas y a llevarse los objetos a la boca”, 260), para enseguida describir las fantasías de algunas madres –las madres envidiosas del título–, que miraban con codicia los hijos de las otras, a los que siempre encontraban cualidades mejores que las de sus propios bebés:
Y tenían a menudo la tentación del rapto, de aprovechar un instante en
que las madres de los bebés más rollizos estuvieran distraídas para cambiarlos por el suyo y escapar a toda prisa [...] Su fantasía [era] ir tomando
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de los bebés ajenos sus partes mejores y cambiarlas por las del suyo. De
forma que de uno tomarían los pies, de otro los ojos y las orejas, de otro
su apetito y sus carnecitas tan prietas, o de otro, en fin, el brillo de su piel
o aquellas encías perfectas donde dos pequeños dientes anunciaban dulces perversidades. Y así, un buen día tendrían por fin con ellas al bebé
perfecto, y serían la envidia de todas. (261)
No menos sorprendente es el desenlace de “Las madres dadivosas”, donde el
carácter positivo que en principio tiene el rasgo que representa esta categoría
se desarrolla de manera imprevisible y, sobre todo, en conflicto con los sentimientos asociados a la maternidad.
Pertenecían a esa clase especial de seres que solo saben disfrutar de las
cosas a través de los demás. De niñas solían dar a sus compañeras y amigas todo lo que tenían: los lapiceros, los compases, las gomas del pelo, la
merienda. Si iban con una amiga a la pastelería y solo tenían dinero para
comprarse un pastel, preferían que fuera su amiga quien se lo comiera;
cuando salían con chicos, estos conseguían con facilidad lo que querían,
pues negarles algo le habría parecido una descortesía imperdonable. Y no
es que ellas no tuvieran deseos, sino que lo que verdaderamente las fascinaba eran los deseos de los demás. Vivían para satisfacer esos deseos, puede que porque ellas mismas fueran incapaces de sentirlos, o al menos con
el mismo grado de intensidad. ¿Importaba saber la razón? En realidad el
mundo estaba lleno de seres así, cuya vida era estar a la escucha de lo que
querían los otros. Los grandes cocineros, las chicas de los clubs, los gondoleros que paseaban a los enamorados, los escritores y los cineastas, pertenecían a este tipo de seres que, después de ayudar a las novias a bañarse y a preparar su ajuar, las acompañaban hasta los brazos de sus amantes
limitándose a pedirles que tuvieran cuidado. Por eso, cuando alguna de
ellas tenía finalmente un niño, se transformaba para él en una madre maravillosa que solo vivía para satisfacer sus caprichos. Pero también tenía
reacciones extrañas que sus conocidos y familiares no podían entender.
Por ejemplo, cuando en los paseos soleados se encontraba con una amiga, y de pronto, al verla inclinarse sobre sus hijitos con el rostro iluminado por el deseo, le decía sin pensárselo: “¿Te gusta? Pues si quieres te
lo doy”. (63-65)
La generosidad del tipo aquí descrito se torna inesperadamente ligereza o frivolidad, rasgos casi incompatibles con la idea de maternidad al uso; el efecto
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de sorpresa resulta potenciado por la súbita introducción del estilo directo
(“¿Te gusta? Pues si quieres te lo doy”) en una frase que queda suspendida, sin
respuesta, dejando el desenlace enigmáticamente abierto.
En los ejemplos que acabamos de citar, como en todos los demás del libro, el tiempo verbal predominante es el pretérito imperfecto, que por una
parte aleja temporalmente la acción –aunque nunca aparecen precisiones que
sitúen esta en un tiempo concreto– y, por otra, la impregna de un aspecto durativo. El resultado es, pues, que las estampas se sitúan en un tiempo “fuera
del tiempo”, más mítico que cronológico, el mismo tiempo de los cuentos tradicionales (el imperfecto es también el tiempo gramatical que utilizan los niños cuando juegan a recrear una realidad diferente de la inmediata y tangible,
en el llamado uso lúdico del pretérito imperfecto). Los ejemplos se suceden de
principio a fin, pues todos y cada uno de los textos son abordados desde esa
perspectiva temporal, y ese predominio absoluto del pretérito imperfecto solo
se compensa en ocasiones en aras de la consecutio temporum o del estilo directo, introducido ocasionalmente.
Si el título es el elemento peritextual fundamental en el que descansa la
unidad de sentido de la obra, el cambio de Pequeño manual... a Todas las madres
del mundo no debe ser pasado por alto. El primero contenía una indicación genérica (Genette 52), al presentarse como manual, que identificaba el libro
como un catálogo no únicamente descriptivo, sino también prescriptivo –aunque el adjetivo pequeño rebajase un tanto las pretensiones de autoridad. Este título vincula la obra nuevamente a El amigo de las mujeres, donde el término
amigo podía ser tomado en el sentido de guía o prospecto (similar al que en inglés tiene companion, aunque este último suele subordinarse a otro libro al que
complementa). Se trata de un título que adscribe de entrada el libro, genéricamente, al manual o catálogo, la obra de referencia, no ficcional (recordemos
que en la web de Carmen Balcells el libro aparece clasificado como no ficción).
Son, como la enciclopedia, libros en los que el orden cronológico (incluso el
orden cronológico no lineal) deja de ser pertinente, en favor del orden topológico (Fernández Mallo 157). La sustitución de ese primer título por el de Todas las madres del mundo omite la adscripción genérica explícita, y tal vez busque evitar lo que en Pequeño manual pudiera sonar a prescripción –a pesar de
que el sentido irónico de tal prescripción resultaba claro desde el índice del libro–. No obstante el cambio, el libro continúa presentándose morfológicamente como una tipología o repertorio, si bien sumamente atípica, como
comprobamos al examinar cada una de las entradas.
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La numeración de los textos que aparecía en Pequeño manual de las madres
del mundo se suprime en Todas las madres del mundo (2010; 2018), pero sí se mantienen los títulos que encabezan los textos. De los cincuenta y nueve marbetes,
treinta y seis siguen una misma estructura sintáctica: comienzan por “Las madres” y les sigue un adjetivo, o bien un sustantivo o un complemento prepositivo en función adjetival del núcleo nominal “madres”. Así, “Las madres trapecistas”, “Las madres ciegas”, “Las madres vampiro”, “Las madres de los poetas”,
“Las madres de los asesinos”, etc. En un caso el orden se invierte, antecediendo el adjetivo al sustantivo: “Las otras madres”. Del resto de textos, ocho siguen
una estructura similar a la anterior, aunque omitiendo precisamente el sustantivo “madres” (“Las ogresas”, “Las que se infantilizan”, “Las que mataban por
pena”, “Las que abortaban”), cinco rótulos más desplazan el objeto de interés,
y comienzan “Los hijos” o “Los niños”, o en un caso “El niño”. Un conjunto
minoritario no sigue ninguno de estos esquemas: “El corazón”, “Las enseñanzas de la demografía”, “El jardín imperfecto”, “El canto más hermoso”, “Lo que
callan las madres”, “Los tres cerditos”, “El complejo de Edipo” y “La Virgen
María”. Aun dentro del primer grupo, el más numeroso y que mayor cohesión
presta al conjunto, podemos diferenciar entre aquellos títulos en los que el complemento adjetival hace referencia no solo sintáctica sino también semántica a
las madres, y aquellos en los que la referencia semántica se desplaza a los hijos.
Entre los primeros se encontrarían, por ejemplo, “Las madres fantasiosas”, “Las
madres pájaro” o “Las madres hacendosas”; el segundo grupo lo conforman
“Las madres de los príncipes” o “Las madres de los santos”.
Esta reiteración de los epígrafes que rotulan cada uno de los textos –las
entradas, podríamos decir– confiere una fuerte unidad y refuerza la impresión
de taxonomía o nomenclátor. Sería, de hecho, la marca más visible de que nos
encontramos ante un libro de naturaleza cíclica, donde la tensión entre el todo
y las partes resulta definitoria (ver Antonaya 456). La ocasional ruptura de ese
modelo (ocasional pero repetida, pues se produce en ocho ocasiones) tiene el
efecto de desestabilizar el canon que se propone, apuntando sus grietas e inconsistencias, la incapacidad, en fin, de toda estructura rígida para dar cuenta
de algo complejo y entrópico como la maternidad. Al valorar el papel de los
epígrafes en la cohesión del libro estaríamos tratando con su estructura externa; por lo que respecta a la interna, es inexistente en este caso, porque como
ya hemos señalado no estamos ante un ciclo de relatos, sino ante un libro donde la narración –y más la que esperaríamos encontrar en el todo resultante de
la suma de las partes– desaparece, dejando su lugar a la pura mostración clasi[151]
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ficatoria, como es propio en el repertorio, el muestrario y, en fin, en la literatura taxonómica.
Es muy llamativo que, pese a presentarse como un catálogo o un repertorio, el libro no respete el orden alfabético propio de diccionarios y enciclopedias, antitético del orden cronológico que asociamos al relato. En el libro de
Martín Garzo el orden alfabético parece haber sido sustituido por un azar topológico, aunque no podemos obviar que el alfabeto es ya es en sí mismo un
orden perfectamente arbitrario que cuestiona la propia noción de orden relacional, entendiendo este como motivado o causal. En este sentido, choca el recurrir a la taxonomía, una forma ideada para la organización y jerarquización
de los seres y objetos del mundo, a fin de conformar un libro que, a la postre,
resulta evidentemente ajerárquico, cercano al álbum que Barthes propugna
como adecuada representación del mundo en tanto este (esta) es “no-uno, no
jerarquizado, disperso, puro tejido de contingencias, sin trascendencia” (Barthes 255): podríamos sustituir aquí mundo por madre, y leyendo en femenino
los adjetivos que Barthes concatena, estaríamos ante una cabal descripción de
Todas las madres del mundo.
Ya hemos señalado que la mención del género manual en el título original vinculaba este libro a El amigo de las mujeres, pero en este último no se observaba la disposición orgánica semejante al catálogo. Sí hay otro título en el
que participa, junto a otros autores, Martín Garzo, que opta por esa ordenación topológica –por una variante, además, con amplia tradición en la literatura hispánica contemporánea–. Me refiero al libro colectivo Bestiario (1997),
en que la editorial Siruela quiso dar continuidad al género medieval, ya revitalizado por autores hispanoamericanos como Arreola, Borges o Cortázar,
reuniendo seis animales imaginados por Joan Fontcuberta, José María Merino, Miquel de Palol, Álvaro Pombo y José Luis Sampedro, además de Gustavo Martín Garzo, que participó con la descripción de una criatura llamada
“Block”. Aunque Todas las madres del mundo no es un bestiario, tiene importantes puntos de contacto con el género, con el que establece una relación ambivalente.8 Por una parte, en ninguno de sus dos títulos este libro se adscribe
8. Interesante es, asimismo, el caso de Bestiaria vida, de la mexicana Cecilia Eudave, aparecido en
México en 2008 y editado en España en 2018. Aunque se trata de una novela y no propiamente
de un bestiario, los diferentes miembros de la familia de la narradora y protagonista son retratados como animales (la Basilisco, el Licántropo, el Búfalo...); aunque la obra es muy diferente
de Todas las madres del mundo, ambas coinciden en su conexión con la tradición de los bestiarios
para poner en solfa el ámbito de la cotidianeidad y las convenciones familiares y domésticas.
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a dicho modelo, y no puede decirse de él que se ajuste por completo a la definición de bestiario, “un libro de bestias, una clase de enciclopedia o un compendio de las descripciones, y, en muchos casos, representaciones gráficas de
animales fantásticos e inusuales, aunque otras veces de animales más bien comunes y pedestres” (Mendieta, cit. en González García 85). Aparecen algunas
bestias, sí, tanto fabulosas (ogresas y vampiros) como comunes (jirafa, elefante, pulpo, pez...), pero –y ahí reside buena parte de lo perturbador del libro–
mezcladas con otros textos que corresponden a perfiles humanos. Al reunir,
sin discriminación ni agrupación alguna, las primeras con las segundas, en
cierto modo las equipara todas.
González García clasifica los bestiarios españoles actuales en tres tipos:
“1) el bestiario que refleja la condición o las conductas humanas o el bestiario
moral; 2) el bestiario que pretende mostrar lo poético, lo maravilloso o lo extraordinario; 3) el bestiario cómico” (85). Todas las madres del mundo reúne rasgos
característicos del género en sus tres variantes. La homologación de madres
monstruosas o animales con madres corrientes y la asociación de todas ellas a
comportamientos paradigmáticos acercaría el libro a la primera categoría,
pero todos los textos poseen evidentes connotaciones líricas,9 y la frecuente
exageración o desarrollo absurdo de algunas conductas conducen a un efecto
cómico. Respecto del lirismo, cabe señalar que, si bien el bestiario lírico suele estar “compuesto, en su gran mayoría, por seres fantásticos” (89), el de Martín Garzo, en un giro de tuerca, es lírico pese a estar compuesto en su mayor
parte por seres reales (madres humanas o animales), aunque reducidos a un
tipo, a la encarnación por antonomasia de un rasgo. El empleo del pretérito
perfecto, ya comentado, aleja la acción temporalmente a la vez que, en el plano aspectual, la deja suspendida, de manera que se acentúa la impresión de
fantasía e irrealidad. Por lo que respecta al humor, es fundamental advertir que
las ediciones de 2010 y 2018 incorporan un peritexto, unas líneas del propio
autor en la contracubierta, que se pronuncian explícitamente acerca del sentido de su libro, apelando justamente al humor como clave del mismo: “Las madres, nuestro primer amor... He escrito este libro para que ellas sean felices leyéndolo. O, mejor dicho, para que prolonguen con su lectura la felicidad que
sienten junto a sus niños y disipen, con un poco de humor e ironía, el miedo
de verlos crecer”. No solamente es interesante el contenido de esta clave de
9. También “Block”, el animal creado por Martín Garzo para el Bestiario de Siruela, pertenecería a
esta segunda categoría (González García 90).
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lectura, sino el hecho mismo de que no aparezca en la primera edición y sí en
las dos posteriores, tal vez en respuesta a posibles lecturas reduccionistas o
suspicaces de este atípico catálogo de maternidades.
Por último, la relación con los bestiarios y también con otros libros de
carácter referencial y tipológico nos conduce a replantear el papel de los dibujos y fotografías de las tres ediciones. Si bien, como ya apuntamos, estos no
abren el libro a una significación intermedial (de ahí que haya sido posible
reeditarlo manteniendo casi idénticos textos, pero ilustrado de tres maneras
diferentes, sin alterar en lo fundamental el sentido del libro), su presencia sí
acentúa la relación con los géneros enciclopédicos, donde a menudo las imágenes complementan la información brindada por las palabras. En particular,
es frecuente en los bestiarios la presencia de imágenes y texto (aunque podamos encontrar también bestiarios sin imágenes, así como otros que consisten
únicamente en imágenes, sin texto; González García 84).
La participación del lector como intérprete del sentido cíclico final (Antonaya 454) se produce en función de su horizonte de expectativas sobre la
obra y su adscripción genérica, o, en palabras de Antonaya, de sus “prejuicios
sobre su conocimiento del género y comparaciones con otras obras parecidas
o diferentes” (455). En este caso, el referente para los lectores de Todas las madres del mundo no será tanto el ciclo de cuentos como el catálogo literario, la
enciclopedia de seres fabulosos o el bestiario, por un lado, y por otro la microficción de baja narratividad –de popularidad extraordinariamente emergente en las últimas décadas. Ahora bien, si comparamos el uso que Todas las
madres del mundo hace del marco genérico del manual o el diccionario con los
ejemplos que Gómez Trueba examina al estudiar las “falsas novelas” construidas como libros de referencia, concluiremos que no existe en este caso la ambigüedad perturbadora que hace al lector dudar sobre el contenido de lo que
tiene entre manos, como sí sucede con La literatura nazi en América de Roberto Bolaño, Quimera 322 de Vicente Luis Mora o el Catálogo de libros excesivos, raros o peligrosos de Juan Bonilla (tres de los ejemplos analizados por Gómez Trueba), y como sí sucedería, por ejemplo, si Martín Garzo se hubiese
decantado por proponer su libro como un falso manual de psicología, o de
autoayuda para madres en apuros. No existe en este caso esa dimensión pragmática, y no se implica la recepción y descodificación del libro en relación con
su género literario. Pero ello no quiere decir que Todas las madres del mundo no
ironice con los manuales, catálogos y repertorios que despliegan casuísticas totalizadoras que pretenden agotar, en su descripción –y su prescripción– las po1084
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sibilidades de lo real, en especial de una realidad mucho más compleja e irreductible de lo que los manuales tratan de presentar, como es la maternidad.
Así pues, esta colección de breves prosas se articula en la forma de un volumen sin ilación narrativa global, cuya unidad es temática, algo frecuente en los
microrrelatos; pero el autor rehúsa adscribir la obra a tal género, y en su lugar
prefiere remitir a la obra referencial, taxonómica. Si bien la indicación genérica
manual del primer título desaparece en el segundo, la recopilación de tipos maternos que configuran una galería de comportamientos continúa respondiendo
al modelo del inventario o el catálogo, aunque arbitrario en sus categorías (aparecen algunos animales pero no todos, se entremezclan con los monstruos imaginarios y los tipos humanos, que a su vez unas veces responden a cualidades
morales y otras a circunstancias sociales, etc.); además, el desarrollo de las explicaciones correspondientes a cada tipo resulta en la mayor parte de las ocasiones
chocante. La completa recensión que promete el título definitivo pone en evidencia, antes que ninguna otra cosa, su inevitable fracaso, de la misma manera
que el “Emporio celestial de conocimientos benévolos” que Borges imaginó –y
que dividía, recordemos, los animales en “a) pertenecientes al Emperador b) embalsamados c) amaestrados d) lechones e) sirenas f) fabulosos g) perros sueltos
h) incluidos en esta clasificación i) que se agitan como locos j) innumerables
k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello l) etcétera m) que acaban
de romper el jarrón n) que de lejos parecen moscas”– ponía en evidencia que
“notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural” (Borges 301).10 En efecto, toda literatura taxonómica es una propuesta de
clasificación arbitraria, y su arbitrariedad se apoya sobre una hipótesis, un apriorismo conceptual o identitario –la conjetura a la que apunta Borges–, tan inmotivado en términos absolutos como necesario en el sistema que sobre él se construye: en este caso, tal apriorismo identitario es la categoría “madre”.
CONCLUSIONES
Aunque presenta proyecciones maternas sobre los bebés que rayan lo enfermizo (“Las madres hacendosas”, “Las madres envidiosas”), casos de narcisismo materno que reducen al hijo al papel de un objeto y casi un fetiche (“Las
madres sublimes”, “Las madres despreocupadas”), representaciones amenaza-
10. Borges se refiere a esta enciclopedia china titulada “Emporio celestial de conocimientos benévolos” en “El idioma analítico de John Wilkins”, relato incluido en Otras inquisiciones (1952).
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doras de la figura materna (“Las ogresas”, “Las vampiras”), otras de carácter
imaginativo y fantástico (“Las madres canguro”, “Las madres pez”) y algunas
más con un compromiso social o político (“Las que abortaban”, “Las enseñanzas de la demografía”, “Las madres solidarias”, “Las madres ricas”), el libro elude dar una imagen restrictiva de lo materno para ofrecer un mosaico de
realizaciones de la maternidad. Cabe recordar en ese sentido la advertencia
de Jacqueline Rose, quien hace notar la gazmoñería imperante aún al abordar
el tema, y sentencia: “si a una madre se le quita todo menos los sentimientos
más anodinos y dulzones, no quedará nada debajo” (105).
El análisis que hemos llevado a cabo demuestra que, pese a encontrarse
fuera del corpus de obras que mayor reconocimiento han reportado a su autor,
no es en absoluto un libro marginal, si atendemos a los intereses a los que en
él da cauce y a las soluciones literarias con las que lo hace. El asunto de la maternidad y las relaciones maternofiliales es central en toda su obra. Pero es
cierto que la historia textual del libro, y sobre todo la elección de una escritura breve, constituye una cierta marca de heterodoxia dentro del canon del
autor, quien además rechaza la etiqueta genérica de microrrelato. La articulación temática no tiene correlato argumental ni expositivo: como hemos visto,
no hay orden, si por tal entendemos continuidad o progresión, ni una serialidad más allá de la unidad de tema. El género más similar sería el del libro enciclopédico, la taxonomía en sus diversas realizaciones: esta tipología de madres presenta, en particular, puntos en común con los bestiarios, género al que
ya Martín Garzo se había acercado en una ocasión, y que brinda una excelente conjunción de lo moral, lo lírico y lo humorístico. Como toda taxonomía,
el punto de partida es un apriorismo conceptual, que en este caso es la madre,
constructo teórico a partir de nuestra percepción y nuestra experiencia, que no
es esencial, sino histórica y factual; por tanto, la taxonomía es también una
plantilla cultural que no se limita a describir las maternidades, sino que las
construye. En este caso, la selección de un número arbitrario –cuando lo que
promete el título es ofrecer un “manual” o presentarlas a “Todas”–, el manejo de criterios deliberadamente dispares al establecer las categorías y el desarrollo fantasioso de cada una de las entradas de los distintos tipos hace justo lo
contrario de lo que una clasificación pretendería hacer: pone en evidencia que
esta no es completa, que no es homogénea ni esencial, sino caprichosa, y
que nuestra impresión sobre los comportamientos de las madres –sean tópicos
culturales o perfiles descritos por autoridades del psicoanálisis– pueden ser
también contemplados a la luz del humor.
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OBRAS CITADAS
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Menoscuarto, 2010.
Andres-Suárez, Irene. Antología del microrrelato español (1906-2011): el cuarto
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Antonaya Núñez-Castelo, María Luisa. “El ciclo de cuentos como género narrativo en la literatura española”. Rilce 16.3 (2000): 433-78.
Barthes, Roland. La preparación de la novela: notas de cursos y seminarios en el Collège de France: 1978-1979 y 1979-1980. Texto establecido, anotado y presentado por Nathalie Léger. Ed. Beatriz Sarlo. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005.
Borges, Jorge Luis. Obras completas. Vol. 2. Barcelona: Círculo de lectores, 1992.
Eudave, Cecilia. Bestiaria vida. León: Eolas, 2018.
Fernández Mallo, Agustín. Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad). Barcelona: Círculo de lectores, 2018.
Gelz, Andreas. “La microficción y lo novelesco en la literatura francesa contemporánea”. Poéticas del microrrelato. Coord. David Roas. Barcelona:
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