LA TRADICIÓN TEUCHITLÁN
Dr. Rodrigo Esparza López
Centro de Estudios Arqueológicos
El Colegio de Michoacán, A.C.
Q
uizá una de las mayores contribuciones a la
arqueología del occidente de México durante la
segunda mitad del siglo XX fueron los estudios de
la tradición Teuchitlán. Ese modelo de organización
social fue concebido por el antropólogo americano
Phil Weigand Moore (1934-2011) en la década 1960
para la región de los Valles de Tequila (Jalisco) (ig.
1). La tradición Teuchitlán, a casi cincuenta años de
ser acuñada, aún es un tema de debate y discusión,
ya que se forjó en un periodo donde los alcances de
las investigaciones estaban apegados a los estudios
antropológicos para entender el desarrollo sociocultural
presente y a estudios regionales donde la ecología
cultural de Steward (1955) y Armillas (1949) ponían
de antemano la relación hombre-naturaleza. Quizá el
mayor beneicio que trajo la aparición de la tradición
Teuchitlán fue que rompió con ciertos dogmas sobre
el origen de las sociedades del Occidente, atadas por
lo regular al centro de México. Sus características
se distinguen de todas las culturas mesoamericanas,
sobre todo en el diseño arquitectónico basado en
círculos concéntricos denominados guachimontones.
Fig. 1. El doctor Phil Weigand (1934-2011) en el sitio Guachimontones.
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¿Pero por qué tradición y no cultura? Según Phil
Weigand, esto se debe a que su propuesta se centra
en que los rasgos son de larga duración y que se
interconectan en el tiempo. Ese proceso tuvo como
resultado una tradición política y socioeconómica
de elite que se sobrepuso a una serie de culturas
regionales o subregionales (Weigand, 2008).
Debemos aclarar que antes de la aparición de la
tradición Teuchitlán existieron otros investigadores
que distinguieron ciertos rasgos únicos en la región.
Nos referimos en primer lugar a la exploradora
inglesa Adela Breton, quien llegó a Tequila en 1895;
fue la primera en esbozar una serie de dibujos sobre
las tumbas de tiro en Etzatlán y en reconocer la
existencia de grandes talleres de obsidiana y de
peculiares estructuras circulares en Teuchitlán.
Aunque sus observaciones fueron clave para nuevas
exploraciones, sus hallazgos pasaron al olvido con
el tiempo (Weigand y Williams, 1997). En 1896 llegó
Carl Lumholtz a la región de Tequila. Él se reirió
al hallazgo en el pueblo de la Estanzuela de una
colección de ollas pintadas al seudocloisonné, a las
que asoció con una plataforma circular; sin embargo,
no llegó a deinir mejor el contexto (Lumholtz, 1960).
Pasaron varias décadas hasta que a inales de 1960,
por cuestiones algo fortuitas, llegaron a Teuchitlán
Phil Weigand y Acelia García de Weigand. Ellos se
percataron de la importancia del sitio Guachimontones
para la arqueología regional e iniciaron una
investigación sistemática de los rasgos característicos.
El estudio consistió en un análisis arquitectónico de
los patrones circulares monumentales, el desarrollo
de inferencias sobre la organización social del
complejo funerario de tumbas de tiro asociado a
la tradición Teuchitlán y el establecimiento de una
secuencia cultural y cronológica a partir de un marco
neoevolucionista (López-Mestas y López, 2001).
En general, la tradición Teuchitlán representa el primer
experimento conocido de un estilo de vida civilizado
en el occidente de Mesoamérica. Inició en tiempos
tan tempranos como 1000 a.C., y un siglo antes de
la era cristiana alcanzó un alto nivel de complejidad
en la organización social, caracterizado por las
tumbas de tiro de estilo El Opeño (Weigand, 2008).
Para entender mejor en qué consistió la tradición
Teuchitlán, debemos preguntarnos cuáles fueron
los factores naturales o sociales que catapultaron
la región de Tequila. El más signiicativo de ellos
fue el ambiental: la composición isiográica de la
región, con cuencas endorreicas, similares a las de
otras partes de Mesoamérica, como el caso de la
Cuenca del Valle de México o la Cuenca de Pátzcuaro
en Michoacán (ig. 2). Es decir, se trata de un
desarrollo cultural en el que el ambiente coadyuvó
para una evolución repentina. Para autores como
Williams (1996), las cuencas de Etzatlán-Magdalena
y Teuchitlán fueron áreas importantes de desarrollo
debido a los recursos naturales y la diversidad de
ecosistemas: playas, lagos, pantanos y barrancas, un
enorme potencial que el hombre aprovechó desde
tiempos remotos. Existen vestigios de que el hombre
incursionó en esos valles desde la prehistoria (como
las puntas de proyectil del tipo Folsom realizadas
en obsidiana de la región con una antigüedad de
9000 años A.P.) (León et al. 2006). El registro
arqueológico evidencia el uso de plantas lacustres
para la construcción de viviendas, como el otate o los
juncos; la dieta dentro de las unidades habitacionales
era rica en animales de diferentes ambientes: peces,
ranas, tortugas, venado, jabalí, perro y una gran
variedad de aves, entre otros (Weigand, 2008) (ig. 3).
Fig. 2. Vista del paisaje actual de la región del volcán de Tequila.
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Fig. 3. Enterramiento de un perro en las inmediaciones del círculo 3 de
Guachimontones (ca. 100 a.C.).
Además de la abundancia de agua, había yacimientos
de minerales que fueron aprovechados durante ese
periodo. Por ejemplo, hacia el sur del valle se encuentra
la Sierra de Ameca, donde se han registrado minas
prehispánicas de hematita, cuarzo, cobre, oro y plata.
Muchos de esos recursos fueron aprovechados durante
la Colonia, cuando Etzatlán fue una de las poblaciones
mineras más importantes de la Nueva Galicia
(Gonzalo et al., 2000). La minería fue primordial para
el desarrollo de la tradición Teuchitlán, sobre todo la
explotación de obsidiana, ya que los aloramientos, de
excelente calidad, ofrecían inigualables oportunidades
para la especialización y el comercio regional y a
larga distancia. Hasta la fecha se han localizado más
de cincuenta aloramientos individuales, la mayoría
con evidencias claras de explotación prehispánica.
Esa riqueza de obsidiana hace del eje volcánico
Tequila-Coli el cuarto yacimiento más grande de
ese mineral en todo el mundo (Weigand y García de
Weigand, 1994, 2004; Esparza y Ponce, 2005, Esparza,
2008). Hablaremos más delante de la importancia
de la obsidiana a nivel económico y de contacto.
El núcleo duro de la
tradición Teuchitlán
S
egún Weigand, esta tradición tiene varios
postulados que se pueden deinir en siete
características visibles en el contexto arqueológico:
1) monumentalidad arquitectónica basada en círculos
concéntricos, llamados guachimontones, que puede
estar asociada a las tumbas de tiro, incluyendo el
desarrollo de una jerarquía regional de sitios según una
construcción ceremonial y la densidad de población;
2) intensiicación agrícola con el uso de chinampas
terrazas y canales; 3) especialización artesanal,
sobre todo en cerámica; 4) especialización en la
extracción de obsidiana, 5) economía expansionista
con comercio a larga distancia; 6) un sistema
de escritura ideográica encontrada en cerámica
ceremonial de tipo seudoclosionné,1 y 7) organización
y modiicación del paisaje a gran escala, incluyendo
fortiicaciones en las fronteras (Weigand, 1993).
Estas características provocaron un debate en la
comunidad académica, sobre todo porque muchos de
sus postulados están basados no en excavaciones sino
en recorridos de supericie y colecciones particulares.
Debemos considerar que con el avance de los
trabajos arqueológicos y los nuevos fechamientos
podremos concretar o desechar varios de esos puntos.
1
Habría que comentar que este postulado aparece en el año 1985 en el capítulo: “Evidence for Complex Societies During the Western Mesoamerican
Classic Period”, del libro de The Archaeology of West and Northwest Mesoamerica. Para ese entonces todavía no existían fechamientos coniables
para esta tradición. Con el tiempo se comprobó que el tipo de cerámica a que se refería Weigand no correspondía a las fases tempranas de desarrollo de
la tradición Teuchitlán, sino a las posteriores a su debacle, es decir, al Epiclásico (450-900 d.C.), por lo que este postulado ha sido debatido y refutado.
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Cronología
L
a primera cronología propuesta por Weigand
(1993) para la tradición Teuchitlán estaba basada
en los cambios arquitectónicos y en las exploraciones
de supericie, cuestión por la cual se le cuestionó
que no existían fechamientos absolutos, además de
que no se podían fechar unidades habitacionales
o sitios sin arquitectura monumental. Para el año
2008 Beekman y Weigand propusieron una nueva
cronología basada en los fechamientos por C-14 de
la región Valles, entre ellos Huitzilapa, Navajas, Llano
Grande y Guachimontones, que incluía cuatro fases
llamadas Tequila (cuadro 1) para la región de ese
nombre, aunque se quedaron las fases para cada sitio.
La cronología más aceptada a la fecha es la siguiente:
Fases
tradición
Teuchitlán
Fechas
calibradas
Guachimontones
Tabachines
(Galván, 1991)
Sayula
(Valdez et al.
2005)
Colima
Kelly (1980)
Tequila IV
200-500 d.C.
Ahualulco
Verdía tardío
Comala
Tequila III
100 a.C.-200 d.C.
El Arenal B
300-100 a.C.
El Arenal A
Verdía
temprano
Usmajac
Ortices
Tequila II
Tabachines
tardío
Tabachines
medio
Tabachines
temprano
Tequila I
800-300 a.C.
San Felipe
Cuadro 1. Cronología de la tradición Teuchitlán y su comparación con otras
cercanas (modiicado del original de Beekman y Weigand, 2008).
Arquitectura
L
a arquitectura quizá sea el sello más distintivo
de esta tradición, por las edificaciones
realizadas a partir de círculos concéntricos (figs.
4 y 4a). Sabemos que en Mesoamérica existieron
otras estructuras circulares, pero para que una
estructura pueda ser denominada guachimontón
debe tener cinco elementos constructivos: 1)
un altar circular central aterrazado de uno o
varios niveles y aplanado en la parte superior;
2) un patio circular elevado que da vuelta
al altar, cuyo suelo suele consistir en tierra
arcillosa limpia y compacta; 3) una plataforma/
banqueta circular que rodea por entero el patio
circular y el altar; 4) encima de la plataforma/
banqueta circular, 4 a 16 plataformas/pirámides
cuadradas o rectangulares especiadas de manera
uniforme, aunque a menudo presentan tamaños
y elaboración distintos, y 5) en ocasiones los
edificios presentan debajo del patio o en el altar
central cámaras fúnebres del tipo tumba de tiro.
Las exploraciones llevadas en los sitios
Guachimontones, Loma Alta, Navajas y Mesa Alta,
entre otros, han ayudado a corroborar esos postulados.
Las excavaciones dentro de los propios ediicios han
constatado que para iniciar la construcción de un
guachimontón se prendía una gran pira en la planta
de cada ediicio, como parte de una ceremonia de
puriicación e iniciación. Gracias a ello se han logrado
algunos fechamientos por C-14 y paleomagnetismo,
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Fig. 4. Vista general del sitio arqueológico Guachimontones.
sobre todo en los sitios Guachimontones, Navajas
y Loma Alta (Beekmand y Weigand, 2008; Weigand
y Esparza, 2007). También se ha podido identiicar
una evolución arquitectónica que va de ediicaciones
sencillas con plataformas circulares aisladas durante la
fase más temprana (fase Arenal, 800-300 a.C.), hasta
las de mayor complejidad, con un número mayor de
plataformas laterales (hasta 16), conexiones a juegos
de pelota y plataformas residenciales (fase Teuchitlán,
200 d.C.-400 d.C.). En la construcciones de mayor
tamaño se observan hasta cuatro etapas constructivas,
como en el caso del círculo 2 “La Iguana”, en
Guachimontones. Al parecer su uso fue ceremonial.
Se conoce que en la parte superior del altar existía
un poste de madera que se utilizaba para el ritual del
hombre pájaro o dios del viento, plasmado en las
maquetas de arcilla que han aparecido en la región de
Jalisco y Nayarit. Durante las excavaciones de Loma
Alta y Guachimontones han aparecido los fustes del
madero, el cual posiblemente medía entre 3 a 4 m de
alto desde la base hasta la punta. Por otro lado, es
frecuente encontrar sobre el altar y en las plataformas
laterales un buen número de punzones de obsidiana,
los cuales fueron utilizados para el autosacriicio, al
parecer muy común en esos centros ceremoniales.
Los rellenos de las plataformas se construyeron
a partir del trazo de muros interiores de piedra, y
el relleno de los espacios, con arcilla ina con toba.
Adentro de esos espacios era común el depósito como
ofrenda de fragmentos de huesos de los antepasados,
como parte del ritual de iniciación o de parentesco.
Fig. 4a. Vista parcial del círculo 2 “La Iguana” en Guachimontones.
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Todas las construcciones presentaban sobre los
muros de piedra un acabado de arcilla o aplanado
grueso. Los aplanados podían ser secados al sol
o quemados. Sobre las plataformas se construían
muros de bajareque y techos de palma (ig. 5). La
gran cantidad de desechos de bajareque encontrados
en estos sitios ha permitido reconstruir la técnica
de armado y establecer un fechamiento relativo
mediante paleomagnetismo, gracias a lo cual
tenemos nuevas fechas sobre distintas fases de
construcción de cada plataforma (Herrejón, 2008).
Recientemente se han realizado otros estudios de
la arquitectura de la tradición Teuchitlán, entre
los que destacan las investigaciones en unidades
habitacionales (Herrejón y Smith, 2004; Smith,
2008, Heredia, 2011), zonas habitacionales de elite
(Herrejón, 2008), el juego de pelota (Blanco, 2009),
la zona cívica religiosa (Duvall, 1999; Weigand et
al., 2008) y las obras hidráulicas (Stuart, 2005).
Fig. 5. Elementos in situ de bajareque, procedentes del círculo 1 de Guachimontones.
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Sistemas agrícolas
E
n las zonas limítrofes a la Presa de la Vega,
Río de Teuchitlán y de la extinta Laguna de
Magdalena se han hallado sistemas de irrigación
prehispánicos que Weigand caliicó como chinampas
(Weigand, 1993). No son similares a las del centro de
México para la etapa Mexica, salvo por su acomodo,
ya que están agrupadas en bloques regulares de
tamaño estándar que se dividen por canales grandes
con enormes compuertas de esclusa y represas hechas
de piedra. Estos sistemas son de los más tempranos
y extensos y de mejor diseño para pantanos en toda
Mesoamérica. Las chinampas han sido fechadas por
radiocarbono y se ha visto que son contemporáneas
a la tradición Teuchitlán (Stuart, 2005). Este nivel
de intensiicación agrícola sugiere dos hechos
sociales importantes: altas densidades de población
y un alto grado de organización social, necesarios
para promover y realizar tal hazaña de ingeniería.
Especialización artesanal
Fig. 6. Maqueta en arcilla que representa el ritual del volador.
llama la atención es una nueva técnica de manufactura
que incluyó el uso del caolín para fabricar cajetes o
cuencos de paredes muy delgadas, en especial el tipo
Oconahua rojo sobre blancos. Obviamente, también
existían otras vasijas, no tan elaboradas, para la
preparación de alimentos, con paredes más gruesas,
sin color: ollas, cajetes, cuencos, entre otros (ig. 7).
E
s innegable la existencia de una especialización
artesanal en la producción de vasijas y figurillas
de cerámica, así como en la extracción de obsidiana
y en la elaboración de artefactos de ese material.
a) La cerámica
Los primeros asentamientos en la región ostentaban
un estilo cerámico inigualable. La delicadeza y
armonía estilística de las igurillas que representan a
hombres, mujeres, sacerdotes, jugadores de pelota,
los rituales del volador, entre otros, encontradas
en las tumbas de tiro, tienen un origen que se
remonta a casi 1,000 años a.C. (ig. 6). La cerámica
(ollas, platos, cuencos, entre otros) también guarda
relación con el estilo Capacha, que es la cerámica más
antigua localizada en el Occidente de México (hacia
1,400 a.C.) en la zona de Colima y sur de Jalisco.
La alfarería que con mayor frecuencia aparece en
la tradición Teuchitlán fue hecha en bicromía con
diseños abstractos y geométricos. Pero sin duda lo que
Fig. 7. Cerámica Oconahua rojo sobre crema.
Esa tradición alfarera perduró largo tiempo hasta el
colapso de la tradición Teuchitlán, cuando aparecieron
otros estilos cerámicos, como el complejo copa-olla,
algunos con pintura seudocloisonné, ollas con borde
engargolado, igurillas planas y sólidas del tipo Cerro
de García, entre otras, todas para el periodo Epiclásico
(Beekman, 1996; López-Mestas y Montejano, 2009).
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b) La joyería en obsidiana
Las faldas del volcán de Tequila y sus alrededores
son ricos en yacimientos de obsidiana. Durante el
establecimiento de la tradición Teuchitlán, los grupos
especializados en el mecanismo de producción
de objetos y artefactos de obsidiana fueron el
punto nuclear para el desarrollo de esa tradición.
El comercio e intercambio de la obsidiana a nivel
regional e interregional ayudó para la dispersión de los
conocimientos e ideologías de Los Guachimontones.
También existen en la región talleres especializados
en la elaboración de joyería en obsidiana, sobre
todo para la zona de San Juan de Los Arcos,
Navajas y Ahuiscuilco (ig. 8). La joyería incluía la
elaboración de láminas de obsidiana muy delgadas
para la manufactura de pendientes y espejos.
Para obtener esas láminas se partía de un núcleo
diferente, aplanado, y se usaba una técnica de
tallado similar a la kombewa, no reportada antes en
Mesoamérica (Clark y Weigand, 2009; Esparza, 2014).
Fig. 8. Joyería en obsidiana (Colección del Museo de Ameca, Jalisco).
Economía expansionista con
comercio a larga distancia
L
a obsidiana fue vital para el establecimiento de
un poderío regional y sobre todo del comercio
a larga distancia. Los estudios en la región de
Tequila hablan de una explotación constante desde
el siglo II a.C. hasta prácticamente la llegada de los
españoles (Esparza, 2014). Casos excepcionales
son los yacimientos de La Joya, El Pedernal, San
Juan de los Arcos, Navajas y Ahuisculco, donde
existen vestigios de una industria de gran tamaño.
Una vez extraídos los nódulos, son preparados
como núcleos, con plataformas de percusión, para
luego ser trasladados a los talleres cercanos. Todo
ello conllevaba un sistema de producción bien
establecido que se integró a redes de intercambio
locales a larga distancia. Weigand postuló que
el sitio Guachimontones tuvo el control general
de todos los yacimientos cercanos, cuestión que
sirvió para establecer un estado prístino que
controlaba los recursos locales (Weigand, 1993).
Sin embargo, años después, cuando se realizaron
los análisis químicos de la obsidiana procedente de
Guachimontones y de otros sitios arqueológicos,
se constató que Guachimontones no tenía el
control de todos los yacimientos sino sólo del
más cercano. Al parecer, cada sitio tenía acceso
a los yacimientos de acuerdo con su cercanía,
por lo que no es posible hablar de un monopolio
en esa industria. Lo que sí se puede constatar es
que el mercado de la obsidiana de la región de
Tequila se extendió a lugares tan alejados como la
Tierra Caliente y la costa de Michoacán (Esparza
y Tenorio, 2004), los Altos de Jalisco (Esparza,
2006), Colima (Esparza, 2006), Zacatecas
(Trombold, 1993), Sinaloa (Grave y Esparza,
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2015) y el suroeste de Estados Unidos de América
(Weigand, comunicación personal), de lo que se
deduce que era un material apreciado (fig. 9).
Organización social
L
a “zona nuclear” de la tradición Teuchitlán en
las tierras de los Valles del Volcán de Tequila
permitió establecer a Weigand (1996) que se
trataba de una organización social basada en un
estado segmentario temprano que se expandió
hacia las tierras altas de Jalisco, Nayarit, Colima,
Guanajuato, Zacatecas y sur de Sinaloa (Weigand,
1996). La implosión demográfica y el cambio de
una arquitectura funeraria a otra monumental
en la superficie probablemente significan que
se había alcanzado un orden social estratificado
organizado como un estado segmentario que
utilizó el ceremonialismo como una herramienta
de expansión, en lugar de la conquista por
medio de la fuerza militar (Weigand, 2009).
Sin embargo, esta teoría también fue criticada por
varios investigadores, sobre todo López-Mestas,
quien sostiene que se trataba más bien de un nivel
de cacicazgo regional:
Fig. 9. Navajillas prismáticas ofrendadas en el sitio Loma Alta, Jalisco.
Pensamos que el flujo de la obsidiana a larga
distancia tuvo que estar apegado a ciertos controles
por los grupos de la elite, quienes tenían el poder
de intercambiar y recibir productos de lugares
lejanos. Dentro ese núcleo de desarrollo debió
de existir un conjunto de redes regionales que
contribuía a equilibrar los vínculos. Los lugares
de extracción masiva de obsidiana, como La Joya,
Teuchitlán/La Mora, Santa Teresa y San Juan de
los Arcos, debieron ser los ejes del comercio a
gran escala mediante los cuales se procuraban
otros bienes, como sal, algodón, crisocola, cuarzo
y en especial concha, que fue un material muy
apreciado y utilizado por comunidades de los valles
centrales jaliscienses (López-Mestas, 2011:271).
La participación en las rutas de intercambio de las elites
de los grupos que conformaron la tradición Teuchitlán,
así como el control de ciertos objetos que circularon
por ellas, coadyuvó a la concentración de poder. Estos
procesos dieron lugar al desarrollo de cacicazgos
sumamente complejos en esta región, imbuida en redes
de interacción irmemente establecidas para el Preclásico
tardío y Clásico temprano (López-Mestas, 2011:271).
El colapso de la tradicion
Teuchitlán
E
n un principio, Weigand propuso que
el colapso de esta traición se debió a la
introducción de nuevas tecnologías, como la
metalurgia y el uso del arco y la flecha, aunque
propuso que la debacle aconteció hasta el siglo
VII d.C. (Weigand, 1993); esa hipótesis ya fue
rechazada con los nuevos fechamientos por
radiocarbono. Las nuevas fechas de C-14 más
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tardías de la tradición Teuchitlán aparecen
durante el siglo cuarto después de Cristo, aunque
algunos autores consideran que fue hasta el 450
d.C. Lo que es innegable es que el colapso fue
rápido. Algunos investigadores proponen que se
debió a la influencia de ideologías provenientes
del centro de México, sobre todo de la cultura
teotihuacana, aunque existen muy pocas
evidencias materiales cercanas al núcleo de la
tradición Teuchitlán. La expansión teotihuacana
directa nunca llegó a establecerse en los valles
de Tequila. Por otro lado, se piensa que otra
causa fue el desarrollo de sociedades complejas
en El Bajío. La presencia del tipo de arquitectura
característica de El Bajío (el patio hundido
cuadrado) apareció en el núcleo de la tradición
en los siglos III y IV junto con nuevas formas
de arquitectura. Para esos siglos, el núcleo de
la tradición experimentó un cambio total en
la cerámica y en el patrón de asentimiento.
En general, las evidencias actuales sugieren
la llegada de nuevos grupos y un cambio de
idioma. Al parecer, el sitio del Palacio de
Ocomo, con su plataforma monumental, fue un
sitio clave para esta transición cultural (fig. 10).
Fig. 10. El Palacio de Ocomo, Oconahua, Jalisco.
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