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a h m Órgano oicial de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina Publicación fundada en 1959 ANALES DE HISTORIA DE LA MEDICINA AÑO (VOL.) 24, Nº 1 DICIEMBRE, 2016 ISSN 0719-9333 Anales de Historia de la Medicina 2017 H I P ÓCRAT E S ANALES DE HISTORIA DE LA MEDICINA Publicación fundada en 1959 Órgano oicial de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina Correo electrónico: anales.hm@gmail.com FUNDADOR Enrique Laval Manrique DIRECTOR Julio Cárdenas Valenzuela EDITOR Marcelo López Campillay ANALES DE HISTORIA DE LA MEDICINA AÑO (VOL.) 24, Nº 1 DICIEMBRE, 2016 Agradecemos la colaboración de Colegio Médico de Chile, A.G. Anales de Historia de la Medicina: ISSN 0719-9333 es continuación de: Anales chilenos de Historia de la Medicina (ISSN 0718-3380) 1959-1973. Volúmenes 1 al 15 Anales chilenos de Historia de la Medicina (ISSN 0718-3380) 2006-2007. (An. chil. hist. med.) Volúmenes 16 y 17. Publicación anual Las opiniones expresadas en esta edición son de exclusiva responsabilidad de los autores de los artículos. © Sociedad Chilena de Historia de la Medicina Derechos reservados para todos los países. Inscripción Nº 156.948 Código Internacional Revista ISSN 0719-9333 An. hist. med. (En línea) e-mail: anales.hm@gmail.com Diseño y diagramación: Macarena Piña SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA DE LA MEDICINA Fundada el 4 de abril de 1955 www.historiamedicina.cl Correo electrónico: sociedad.chilena.hm@gmail.com Directorio del periodo 2013-2016 Presidente Julio Cárdenas Secretario Marcelo López Tesorero Jaime Cerda Lorca Protesorera Mireya Olivares Directores Yuri Carvajal Carmen Noziglia Eduardo Medina Í N D I C E ANALES DE HISTORIA DE LA MEDICINA AÑO (VOL.) 24, Nº 1 DICIEMBRE, 2016 1. EDITORIAL Marcelo López Campillay 7 Compromiso con la Historia de la Medicina 2. ARTÍCULOS ORIGINALES Pablo Camus Sergio Valenzuela 8 ¿Más ciencia o más clínica? Desarrollo curricular en las primeras décadas de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile Eric Díaz Delgado 21 El Terremoto de Valparaíso del año 1906: acción de urgencia sanitaria y atención médica frente a la tragedia sísmica en la labor del Dr. José Grossi González Guillermo Neumann 32 Atención sanitaria en la colonia de Llanquihue: inicios y desarrollo entre 1853 y 1869 Coral Cuadrada 46 Teoría y la práctica de la medicina en la Edad Media 3. DOCUMENTOS Enrique Laval Alejandro Lipschutz Myriam Ortega Meza José Lara Rojas 74 77 85 Sobre el día del Hospital en Chile La muerte de la bruja Historia del Hospital Doctor Gustavo Fricke de Viña del Mar 4. RESEÑAS Felipe Martínez Fernández 94 Bulevar de los pobres: Racismo cientíico, higiene y eugenesia en Chile e Iberoamérica, siglo XIX y XX Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 T E O R Í A Y L A P R Á C T I C A D E L A M E D I C I N A E N L A E D A D M E D I A 1 Coral Cuadrada2 R E S U M E N Esta aportación se enmarca en una serie de nuevas relexiones sobre temas ya tratados por la historiografía, porque admiten nuevos acercamientos. En este caso he analizado la teoría y la práctica de la medicina en la Edad Media, desde la perspectiva de la antropología histórica. La metodología seguida ha sido la del vaciado bibliográico de la literatura cientíica española y extranjera, así como la utilización de fuentes publicadas existentes y materiales de archivo, aumentados con los escritos y tratados de los pensadores de la época médicos, morales, normativos, notariales, además de la literatura coetánea. Las fuentes primarias son básicamente catalanas, francesas e italianas, dado que es en estas áreas geográicas donde realizo mis investigaciones. Desde estos planteamientos he podido acercarme a la cultura médica, desde sus primeras realidades en los monasterios altomedievales; he contemplado el divorcio entre la medicina y la cirugía, así como la inluencia de la religión en la enfermedad y la forma de aceptarla. En el apartado dedicado a la terapéutica he estudiado la inluencia de la medicina galénica, la diagnosis, el pronóstico, la terapia. En la sección de farmacia he considerado los tipos de remedios, la tratadística, la especiería, y un breve apunte de medicina popular. La última parte de mi exposición ha tenido en cuenta la profesionalidad, el comportamiento médico y sus normas, así como las relaciones de los médicos con las ciudades y con los enfermos. Palabras clave: medicina medieval, terapéutica, farmacia, comportamientos médicos. A B S T R A C T This contribution is framed in a series of new relections about subjects already treated by historiography, because they admit new approaches. In this case, I have analysed the theory and the practice of medicine in the Middle Ages, from the perspective of the historical anthropology. The methodology followed has been the bibliographical screening of scientiic literature both Spanish and foreing, as well as the utilisation of existing published sources and archive materials, incremented with the writing and treaties of period thinkers – medical, moral, normative, notarial, in addition to contemporary literature. The primary sources are Catalan, French and Italian, given that it is in those geographical areas where I carry out my research. From those approaches I have been able to get closer to the medical culture, from its beginnings in the Early Middle Ages monasteries; I have witnessed the divorce between medicine and surgery, as well as the inluence of religion on disease and the way to accept it. In the paragraph dedicated to therapeutics, I have studied the inluence of bio-pharmaceutical medicine, diagnosis, prognosis and therapy. In the pharmacy section, I have considered the types of remedies, the treatises, the apothecary and a brief note on popular medicine. The last part of my exhibition has considered the professionalism, the medical behaviour and its rules, as well as the relationships between doctors and cities and the diseased. Keywords: Medieval medicine, therapeutics, pharmacy, medical behaviours 1. El presente artículo ha sido publicado nuevamente a in de corregir algunos errores de la edición de Anales de Historia de la Medicina del año nº 2015. 2. Profesora titular. MARC (Medical Anthropology Research Center). Universitat Rovira i Virgili (Tarragona). Correo: coral.cuadrada@urv.cat Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 47 Introducción: situándome epistemológicamente …cuando el médico va al enfermo, primero lo ha de confesar y después, sin ninguna negligencia ni avaricia, ha de hacer aquello que sabe y que puede curarlo, tanto si es pagado como si no; y ha de medicar a los pobres por amor de Dios, con más diligencia que los ricos por dineros; ha de huir de cualquier pleito y de toda riña, ha de ser agradable a todos y prudente, y no ha de ser ávido de pago. Antonio PUCCI, Libro di varie storie, siglo XIV (1). Sobre la evolución del pensamiento cientíico medieval pesa todavía una condena demasiado absoluta y teñida de oscurantismo, de ignorancia y de desidia cultural, salvo honorables excepciones. El racionalismo mecanicista que ha modelado tanto nuestra mentalidad y nuestra cultura nos lleva a excluir el elemento mágico y los aspectos irracionales de la ciencia, mientras desprecia los logros técnicos del pasado. Varios síntomas nos indican que algo se movía bajo el aparente estancamiento de la ciencia médica en la Edad Media: las diicultades angustiosas en busca de la verdad, las contradicciones, las ingenuidades, los errores, la defensa a ultranza de unas cuántas «verdades» de los ilósofos antiguos y de los naturalistas..., mientras eran presentes, a pesar de que fuera en un grado modesto, la voluntad de sobreponer experimentación y veriicación a los textos clásicos y el esfuerzo de racionalización, junto con la tentativa de encontrar soluciones interpretativas de cualquier tipo en la astrología, en la magia, en la ilosofía, en la práctica empírica, en la alquimia. Dicho esto, tampoco se puede ignorar la realidad de un desarrollo cientíico-tecnológico insuiciente para incidir de manera bastante signiicativa en la evolución de los fenómenos más importantes desde el punto de vista sanitario. En otras palabras: en general, la medicina medieval no podía provocar modiicaciones positivas sobre la duración mediana de la vida, la mortalidad infantil, la difusión de las enfermedades infecciosas y el control de las epidemias. A pesar de todo, Foucault airmó que la etnología sabe perfectamente que la medicina puede ser analizada desde el punto de vista de su funcionamiento social, y dicho análisis no concierne exclusivamente a la persona del médico –con su poder, sus secretos, sus amenazas, sus prescripciones y la fuerza inquietante que posee–, sino también a las formas que adopta su práctica y a los sujetos y objetos que pueden ser medicalizados. Cada cultura deine de una forma propia y particular el ámbito de los sufrimientos, anomalías, desviaciones, perturbaciones funcionales, trastornos de conducta que corresponden a la medicina, suscitan su intervención y le exigen una práctica especíicamente adaptada […] Ya es hora de que esta nueva conciencia de la medicina pase a ser objeto de análisis histórico. Durante demasiado tiempo la historia de la medicina ha sido una cronología de los descubrimientos: se contaba cómo la razón o la observación habían triunfado sobre los prejuicios, sorteando los obstáculos e iluminando las verdades ocultas. En realidad, si de verdad se quiere que la historia de las ciencias o de las ideas adquiera un mayor rigor, es preciso sin duda alguna desplazar su territorio tradicional y sus métodos. Hay que intentar –sin que se pueda evidentemente lograrlo por completo– etnologizar la mirada que nosotros dirigimos sobre nuestros propios conocimientos: captar no sólo la forma mediante la cual se utiliza el saber cientíico, sino también el modo en el que son delimitados los ámbitos que este saber cientíico domina, así como el proceso de formación de sus objetos de conocimiento y el ritmo de creación de sus conceptos. Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 48 Hay que restituir, en el interior de una formación social, el proceso mediante el cual se constituye un “saber”, entendiendo éste como el espacio de las cosas a conocer, la suma de los conocimientos efectivos, los instrumentos materiales o teóricos que lo perpetúan. De este modo la historia de una ciencia ya no será la simple memoria de sus errores pasados, o de sus medias verdades, sino que será el análisis de sus condiciones de existencia, de sus leyes de funcionamiento y de sus reglas de transformación. (2) Es desde este enfoque que propongo abordar la cultura y la práctica de la medicina en el Medievo, desde la perspectiva de la antropología histórica. médicos el jardín para las hierbas con dieciséis parcelas para las diversas plantas. (3) Fijémonos en la distribución espacial del plano, relejo de una sistemática completamente racional de las necesidades, síntesis simbólica de la concepción conjunta de la cocina y farmacia, vida y muerte, cuidado y espíritu, juventud y vejez, enfermedad y transmisión cientíica. 1. La cultura médica En el periodo altomedieval, la práctica médica había sido reservada casi exclusivamente a dos categorías de personas: los eclesiásticos y las/os curanderas/ os. Los primeros desarrollaban una doble función: por un lado, asegurar la asistencia a los enfermos, siguiendo las reglas cristianas; de la otra, garantizar la conservación de la cultura médica, a través de la continuidad de las tradiciones monásticas. El monasterio tenía un inirmitorum donde se llevaba a los monjes enfermos para tratamiento, una farmacia y un herbario con plantas medicinales. El capítulo 36 de la Regla de san Benito especiicaba que se debía de atender a los hermanos enfermos, los huéspedes, los pobres y los extranjeros. A medida que las órdenes monásticas se iban estableciendo se aplicaba la Regla y se mejoraban las condiciones. Así, la simple celda separada para un monje enfermo en muchos casos llegó a ser una institución de magnitud. Ejemplo de ello lo tenemos plasmado en el plano arquitectónico de San Gall en 820: hospital con salas para pacientes graves –cubiculum valde inirmorum–, para el médico jefe –mansio medici ipsius– y para los otros médicos – domus medicorum. Cerca está la farmacia –armarium pigmentorium–, y detrás de las habitaciones de los Figura 1. Planta de San Gall. El ejercicio de la medicina por parte de los monjes estaba circunscrito a su misión caritativa: en el siglo IX, la biblioteca del monasterio de San Gall poseía seis obras de medicina y mil de teología. La mayoría de los textos médicos, escritos en latín, eran fragmentos simpliicados o resúmenes de las grandes obras griegas y tenían un marcado carácter práctico, porque entonces casi nadie sabía griego. Galeno, conocido a través de los comentaristas, era una autoridad indiscutible y, por eso, de una de sus Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 49 obras se dedujo la tesis del pus laudabilis, según la cual el pus era un producto natural que favorecía la curación de las heridas, hecho que imposibilitó los progresos en la curación de las infecciones (4). Las herbolarias y los curanderos, en cambio, conformaban una categoría heterogénea y no fácil de deinir, que reunía personas sin estudios que transmitían el oicio de padres a hijos, de madres y abuelas a hijas y nietas, basándose en prácticas antiguas y espontáneas, una mezcla de remedios sugeridos por el sentido común además de creencias ancestrales. de la Medicina; que por consiguiente tiene una dependencia muy inferior y subordinada, aunque muy util á esta, asi como la Farmacia; 4. que la Cirurgía es un medio, un auxilio de que se vale la Medicina, lo mismo que la Dieta y la Farmacia; 5. que la Medicina debe emplear, dirigir y gobernar la Cirurgía en la curación de las enfermedades externas é internas; 6. que es un absurdo mirar la Medicina y la Cirurgía como iguales en dignidad. En la Edad Media el divorcio entre la medicina y la cirugía fue muy explícito –consecuencia del debate sobre si la medicina había de ser considerada scientia o ars mecánica–, a pesar de que la separación se había insinuado ya en la medicina alejandrina y se había acentuado porque Galeno, una vez llegado a Roma, abandonó la práctica quirúrgica y dijo que sólo era una forma de tratamiento. El cirujano restaba postergado al médico. Una subordinación longeva. El doctor Jaime Menós y de Llena (5), primer médico de los ejércitos de S.M.C., escribe en 1784 una memoria en la que deiende con ardor la sumisión que deben los cirujanos y boticarios a los médicos. Comienza deiniendo la Medicina y a ella le atribuye las ramas de la Fisiología (con Anatomía, Física y algunas partes de las Matemáticas), Patología y Semeyotica; estas tres tratan conocimientos especulativos, es decir, teóricos. La Hygiene y Terapéutica (con Dieta, Farmacia y Cirugía) constituyen la práctica. Concluye: Por otro lado, en el periodo medieval actuaron factores decisivos que aumentaron los grados de separación entre medicina y cirugía, entre los cuales hay que resaltar los siguientes: en primer lugar, para el cristianismo de entonces el cuerpo del hombre era una vil prisión del alma y, por lo tanto, el organismo humano no requería ningún tipo de atención o de estudio. En segundo lugar, desde la perspectiva islámica, los argumentos eran bastante similares, puesto que se creía que el cuerpo de los muertos era sucio e impuro y que había que abstenerse de tocarlo o de mancharse con su sangre. En tercer lugar, la medicina en la Edad Media tenía un signiicado carácter especulativo: primaba la teoría médica y, en cambio, la labor manual era despreciada; en consecuencia, la práctica quirúrgica fue quedando en manos de los barberos. En 1673 Dionisio Daza Chacón, vallisoletano, primer cirujano de los ejércitos de Carlos I y luego de Felipe II, escribió una Práctica y teórica de cirugía en romance y en latín (6) donde se comprueba la persistencia secular de esta implicación manual: Esta simple y elemental nocion de las diferentes partes de la Medicina es esencialísima é iluminosa. Nos hace ver con evidencia 1. que la Medicina abraza la universalidad de los conocimientos y socorros relativos á la conservación y restablecimiento de la salud; 2. que ella encierra en sí indispensablemente á la Cirurgía en su idea y extensión; 3. que la Cirurgía es un ramo de la quinta parte Tambien se diine, teniendo solo respeto a lo que suena el vocablo, y a su etymologia, y assi dezimos que la Cirugia es arte manual, la qual se exercita en el cuerpo humano para desarraigar las enfermedades externas. Esta distinción se sacó de Galeno; aunque dize que se amplia a todas las artes que se hacen con las manos, aunque no sean Cirurgicas. Pero por esto no entendáis que la Cirurgia sea arte como otra Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 50 qualquiera: porque dize Aristoteles y Galeno que es de las mas artiiciosas de quantas ay. Llamase arte manual por la etymologia del vocablo, porque chir en Griego quiere decir mano, y ergia quiere dezir obra. En cuarto y último lugar, en 1163 se promulgó el famoso edicto del concilio de Tours, Ecclesia abhorret a sanguine, con el cual oicialmente se prohibía la práctica quirúrgica a los clérigos, prohibición promulgada por el papa Inocencio III, vigente en 1215. La orden se fundamentaba en el derecho canónico, porque consideraba que la culpa de la muerte de un hombre anulaba por siempre jamás el ejercicio sacerdotal; por lo tanto, quedando los clérigos al margen de la cirugía, se evitaba que sus eventuales errores los excluyeran del sacerdocio. El edicto, pues, no prohibía la cirugía, sino el que esta fuera practicada por monjes insuicientemente preparados, aunque fuera interpretado como desprestigio para la cirugía, en el sentido de que la Iglesia consideraba la práctica de la misma indigna de aquellos que realizaban una misión divina. y adecuada, en cambio, para charlatanes y aventureros. No es extraño, entonces, que en el mismo siglo, los cirujanos-barberos empezaran a aumentar de estatus en toda Europa occidental. A este empobrecimiento de la medicina, el cristianismo reintrodujo un elemento religioso: la enfermedad era el castigo a los pecadores, el resultado de la posesión del demonio, la consecuencia de un acto de brujería o una prueba a la que los hombres y mujeres eran sometidos, por lo que debía ser aceptada como algo inevitable. La oración y la penitencia eran la solución para alejar el mal. La religión enseña al pueblo de Dios que el dolor les acerca a la divinidad, exhortándoles a la paciencia, de esta manera los mortales honoran a Cristo muerto en la cruz. Para san Agustín (354-430) «Nadie sufre inútilmente». Por un lado sufrir es una prueba de Dios que el hombre ha de soportar para acercarse a El; del otro, puede ser voluntario, como se hacía en los períodos de ascesis o de ayuno. De esta forma la violencia inligida al cuerpo permite sentir el dolor de Cristo en la cruciixión: «La enfermedad y el sufrimiento son deinidos en el Libro de Isaías como la parte que escoge Cristo mismo, Hombre de dolor, despreciado, que carga con todos nuestros males» (7). «Aprender a soportar el dolor como un don de Dios es un sacriicio que acerca al iel a Cristo, como un medio de redención» (8). A lo largo de los siglos XIII y XIV se produjo, en Cataluña, como en toda Europa, la coincidencia de profesionales médicos formados en las universidades con otros que, a pesar de tener una base teórica de la materia, carecían de formación universitaria –el grupo más numeroso de estos últimos era el de los médicos judíos– y unos terceros que ejercían sobre una base exclusivamente empírica. Los médicos formados en los Estudios Generales fueron escasos al principio, y tampoco fueron conscientes, tal vez porque su escasez no podía cubrir la demanda de servicio, del ascendente que tenían en la profesión. En cambio, la sociedad sí que conió en ellos, dejando en sus manos el establecimiento de unas normas de idoneidad para trabajar en el campo de la salud, así como los tuvo también como consejeros en otros ámbitos, como el de la justicia, en un proceso que McVaugh (9) caliica de medicalización de ciertos asuntos de trascendencia social. Las profesiones relacionadas con el cuerpo humano eran las de físico, cirujano, apotecario, barbero e inirmarius. Este último se encontraba en cada monasterio –como vimos– y capítulo catedralicio, para la atención de sus hermanos, pero con una intervención que no era solo de vigilancia sino también de actuación, tanto en el mantenimiento de la salud –sangrías y purgas– como en la administración de medicinas y establecimiento de dietas, siempre bajo supervisión de un físico. Aquí empieza un punto conlictivo en tanto que, hoy en día, aún continúan las desavenencias entre los expertos en delimitar la diferencia entre médico Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 51 y físico. Se encuentra la deinición de físico como médico teórico, y hay estudiosos que opinan que médico signiica solo físico. Pero en la Corona de Aragón estos términos no eran sinónimos en los inicios del Trescientos, porque médico podía aplicarse tanto a un físico como a un cirujano. De hecho, en las provisiones que Alfonso el Benigno dictó en las Cortes de Valencia en 1329 se indicaba: «Metges, axí físichs com cirurgians, les receptes que dictaran hagen a dictar en romanç…» (10). Médico aparece a veces con un caliicativo –medicus phisice, medicus cirurgie– y, a medida que avanza el siglo, la palabra médico se hace menos frecuente, mientras surge esporádicamente el título phisicus et cirurgicus, en un intento de especiicar ambas ramas. 2. La terapéutica La medicina se basaba en la medicina galénica proveniente de la teoría aristotélica de los cuatro elementos: aire, fuego, tierra y agua, combinada con la materia: caliente y húmeda, fría y seca; y asociada a los pensamientos y a la relexión de los Escritos hipocráticos. Desde un punto de vista psicológico se hablaba de sangre, lema, atrabilis (bilis negra) y bilis (bilis amarilla). Con el aire, la sangre es caliente y húmeda. La lema es húmeda y fría y seca a la manera del fuego. La sangre y la bilis son fácilmente identiicables, la lema puede corresponder a la linfa, pero no tenemos equivalencia isiológica actual con la atrabilis. La salud en la Edad Media se deinía como un equilibrio perfecto del conjunto de los humores en el cuerpo. Un equilibrio que podía ser alterado (discrasia) por agresiones externas (alimentación, por ejemplo), o internas (vejez). La alteración de los humores en el organismo conllevaba la degradación del estado general del enfermo. El médico había de esforzarse en encontrar el tratamiento adecuado para restablecer –o conservar– este delicado equilibrio, permitiendo a los humores viciados quedarse en un lugar del cuerpo o evacuarlos. La medicina, hasta el siglo XIII, fue una medicina de luidos, purgativa, de los similares o los contrarios, a in de permitir al enfermo reencontrar su equilibrio humoral. Figura 2. Hospital del Ceppo, Pistoia, friso de Della Robbia Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 52 Galeno introdujo en las teorías hipocráticas una ulterior subdivisión cuantitativa: cada calidad elemental se manifestaba en cuatro grados y la terapia también tenía que basarse en fármacos oportunamente graduados en la composición y dosis. En el Regimen Sanitatis Scholae Salerni (11) estas teorías se adoptan al pie de la letra: sean lo más precisas posible, enlazándolas con las enseñanzas de sus antecesores. Usa los cinco sentidos (además de un sexto: el entendimiento según Hipócrates), e interroga al enfermo buscando deinir las circunstancias de la aparición de los males, luego moviliza todas sus capacidades para establecer su pronóstico. …en el cuerpo humano hay cuatro humores: la sangre, la cólera, la melancolía y la lema. La tierra corresponde a la melancolía, el agua a la lema, el aire a la sangre, la fuerza ígnea a la cólera. La sangre es húmeda y caliente, pareciendo al aire; la lema es fría y húmeda, como el agua. La cólera es seca y caliente y se asemeja al fuego; la melancolía es fría y seca, como la tierra. Por el olor aprecia los orines –espelle livide et puant (f.9)–, l’excreta, heridas y aliento del paciente y su piel; mediante la vista examina el entorno, su aspecto general, facies –la face est rubiconde–, sus ojos –les yeulx sont concaves et enfossez (f.2v); por el gusto caliica el sudor –Aulcune fois est amere ey signiie cole, se elle est salée elle signiie leum salse (f.17v)–; a través del oído recoge las quejas del enfermo y lo ausculta –La cure de la Pierre est triple. L’une est preferuative, l’autre mitiative de douleur et l’autre vraye douleur. La mitigative de douleur cest se on ne peut picer et que on aye gran douleur au penil et es lieux prochains (f.14)–; a través del tacto toma el pulso y lo valora, palpa la piel –la chaleu n’est pas pongitive ne mordicative au taster (f.2). A la cólera se atribuía el origen de algunas de las enfermedades más difundidas: la sarna, la tisis, la malaria y la lepra. El complejo sistema anatómicoisológico de Galeno ponía el hígado en el centro de las actividades vitales, es decir, la formación y distribución de la sangre; el hígado era la sede del espíritu natural, innato, en cada sustancia animada, y derivaba directamente del espíritu cósmico. La circulación de la sangre, según las teorías galénicas, seguía un curso no circular sino intermitente, y el contacto con el aire pulmonar originaba el espíritu vital, hospedado en el ventrículo izquierdo del corazón. En la cavidad craneal, el espíritu animal era responsable de las funciones psíquicas superiores y de la vida de relación. La diagnosis de la enfermedad se basaba en escasos elementos fundamentales que constituían el ritual de cada visita médica: el aspecto del enfermo, el examen del pulso, de la orina, de la sangre, del esputo. En la introducción a Fleur de Lys en medecine de Bernat de Gordon (12) precisa que quiere que su obra sea un texto completo, claro y metódico, que trate todas las enfermedades «universales». El médico de Montpellier se empeña en dar nociones temporales en sus descripciones, a in de que Por lo tanto el diagnóstico era una labor especulativa, en la que el médico, ilósofo y colaborador del orden cósmico y divino, procuraba entrever el origen profundo y el alcance real del mal que aquejaba a su paciente, además del temperamento del mismo en su sentido más amplio. En su primera visita, como acabamos de ver, observaba la enfermedad, anotaba sus síntomas, el aspecto de sus pacientes, y a menudo tomaba el pulso, palpaba determinadas zonas del cuerpo del enfermo y examinaba su orina. La observación de la orina era uno de los actos clave del examen paraclínico del médico medieval. Gracias a esta secreción natural del cuerpo podía identiicar numerosas discrasias que desequilibraban la salud de la persona. Este examen procedía de la tradición hipocrática: «Llega también que las materias excretadas por la vejiga dan más luces sobre las enfermedades que las materias excretadas por las carnes», que perdura durante el Medievo. Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 53 El procedimiento debía ser el siguiente (13): ....la orina contenida en un vaso simbolizaba: en su capa superior, la cabeza; en la siguiente, el pecho; en la tercera, el vientre; en la cuarta, el aparato génito–urinario. Si cuando la orina era sacudida la espuma bajaba a la segunda región del líquido y sólo muy lentamente volvía arriba, ello signiicaba que los órganos del pecho eran el asiento de la enfermedad, pero si subía con rapidez era que la enfermedad se limitaba a la cabeza. El pronóstico era un acto esencial destinado al practicante para curar al paciente, el resultado de varios elementos que el médico analizaba, mezclando conocimientos teóricos sobre la enfermedad, anamnesis y entorno del enfermo, más las observaciones clínicas y paraclínicas que podía recoger, así como los síntomas que el doliente padecía. Con todo, en su ejercicio y sus enunciados el médico estaba inluenciado por la religión, y sus dichos podían parecer profecías. «Hace falta que el médico sea tal como un profeta, a in de que pueda juzgar no solo el presente sino también el pasado y el futuro» (14). El cuidador no debía basarse únicamente en los signos clínicos físicos, había de tomar en cuenta también la virtud del enfermo para aplicar el tratamiento correcto, o sea que había de vincular sus observaciones con los conocimientos teóricos. De esta forma la virtud era más importante que la enfermedad. Elaborada la diagnosis, el médico, al prescribir la terapia, tenía que tener en cuenta toda otra serie de consideraciones que iban desde el temperamento del enfermo hasta la posición de los astros o el estado del cielo, y basarse, en último término, en una serie de reglas empíricas. Los remedios que siempre se aconsejaban, salvo raras excepciones, consistían en sangrías, baños y, sobre todo, dietas. Los eruditos medievales consideraban que la digestión humana seguía un proceso parecido al acti¡o de cocinar. La transformación de los alimentos en el estómago fue vista como la continuación de la preparación iniciada en la cocina, así, para que la comida fuera adecuadamente «cocinada» en el cuerpo, y para que los nutrientes fueran correctamente absorbidos, era importante que el estómago se llenara de forma apropiada. Ello signiicaba que los alimentos más fácilmente digeribles habían de ser consumidos primero, los platos más pesados después. Si no se respetaba el orden se creía que los nutrientes pesados se hundían en el fondo del estómago bloqueando el conducto de la digestión y entorpeciéndola, pudiendo causar putrefacción y malos humores en el vientre (15). El trabajo del médico era el de encontrar la solución para recuperar el deseado equilibrio, sinónimo de salud: en primer lugar, se prescribía reposo, esperando que los poderes naturales combatieran el mal; si no se obtenía el resultado esperado, el médico intervenía alterando la alimentación del enfermo con el objetivo de purgar la enfermedad; si, a pesar de todo, el desenlace tampoco era satisfactorio, se recomendaba la sangría. Uno de los primeros en proponer en el ámbito médico escritos en formato de consilia –ya existentes en la esfera jurídica– fue Taddeo Alderotti, célebre médico boloñés, en ellos se puede seguir los pasos terapéuticos usuales. Los consilia eran textos breves de estructura tripartita: después del casus, en el cual el médico presentaba una enfermedad y un paciente particular del que se brindaban detalles personales –nombre, edad, a veces origen y profesión, síntomas–, venía la dieta que consistía en el desarrollo de consejos de naturaleza higiénica (con una parte dedicada a la alimentación generalmente bastante desarrollada), y una cura basada en una farmacopea particular. El segundo género eran los regimina sanitatis. Ejemplo es el de Arnau de Vilanova (16), en el suyo, escrito en 1307 para el rey aragonés Jaime II: Los cuerpos templados no deben usar de la fruta en lugar de mantenimiento y comida, sino de medicina: es a saber, para preservarse de algún accidente dañoso que de las cosas concurrentes Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 54 debe temerse. […] Pues no se ha de comer por gusto, sino para provecho, pues es cierto que usar de la fruta solo para recreo impide la conservación de la sanidad. Y por cuanto en el estío se inlama la sangre con el ardor del aire, y en el mismo estío y otoño y con la sequedad se asutila y adelgaza, por eso entonces conviene, para templar la sangre, usar de frutas húmedas y frías. Fiel a los conceptos de la medicina antigua, el médico medieval practicaba una medicina de contrarios y similares: «c’est pas ire le doit faire estre doulx et debonnaire. Se c’est par tristesse on luy dit faire joye et lyesse, se c’est par faim on lui doit donner à menger». Calienta el cuerpo (fricciones) o lo enfría (baños); alivia la envoltura corporal permitiendo la evacuación de los humores viciados (enemas, sangrías) o conforta al enfermo con cuidados de la misma complexión. Existe, por tanto, todo un arsenal de posibilidades terapéuticas a su disposición. Arnau de Vilanova elaboró un discurso dietético sobre el balneum. Distinguió entre el baño húmedo y el de vapor o sauna: el primero sirve para lavar, el segundo para provocar la sudación. Cuando se detectaba iebre con temperatura elevada, el cuerpo caliente presentaba signos clínicos especíicos –calor, pulso acelerado, faz lívida, piel enrojecida…–, entonces era aconsejable dar un baño frío al enfermo, para que, de un lado, se refrescara y, del otro, permitiera a los poros abrirse y facilitar la evacuación del sudor y los humores malignos. Se podían proponer baños terapéuticos con substancias añadidas al agua, y también baños de aguas especiales. El papa Inocencio III redescubrió las virtudes de las aguas caldas de Viterbo. Gregorio IX las visitaba regularmente para curar sus cálculos. Más tarde, la preocupación de higiene individual y la necesidad de cuidados eicaces los testiican entre otros Boccacio (17): l’Abate di Clugnì, uno de’ più ricchi Prelati del Mondo, che trovavasi a Corte essendo dal male di stomaco gravemente incomodato, venisse confortato ad andarsene a’ Bagni di S. Casciano per tornare in sanità… […] Aveva il Papa saputa la presura dell’ Abate, e comechè molto gravata gli fosse, veggendolo, il domandò, come i Bagni fatto gli avesser prò. Y Petrarca, en una carta, relata que ha de recorrer a los baños de Abano, cerca de Padua, para curar una tormentosa enfermedad. Tassoni, en sus comentarios de los sonetos petrarquianos, explica del verso Misero, ond’ io sperava esser felice: «Cioè io solo trovo la pietà sorda; e miseria, ond’ io attendea felicità. Il pover’ uomo era andato a’ bagni per le doglie» (18). Era seguramente el origen de un desarrollo cierto de la práctica termal, maniiesta en Italia en especial a partir del siglo XIV. Los practicantes, en tanto que expertos de los asuntos de la naturaleza, fueron regularmente convocados por las autoridades para evaluar las calidades de las aguas y de sus territorios (19). Se recomendó a los leprosos los baños en aguas sulfurosas (20). Para favorecer la evacuación, Bernard de Gordon escribió que «On doit vomir et apres se le ventre n’est lache, on doit faire suppositoires ou clysteres». Para aliviar el cuerpo el médico preconizaba tradicionalmente utilizar supositorios o lavados con enemas. La evacuación de materias es el primer punto abordado para cuidar la pleuresis: «Au commencement on doit considerer s’il est constipé se faites cristere ou suppositoire selon la convenance des choses particulieres». San Vicente Ferrer, dominico valenciano, haciendo referencia al Libro del Eclesiástico, en sus sermones aconsejaba la conveniencia de evitar hartarse, como hacían algunos, que después de comer se sentían tan mal que habían de ponerse los dedos en la garganta para vomitar y calmarse, pudiendo así descansar. Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 55 Recomendaba también el consumo de un solo tipo de comida y de bebida, dado que así se evitaban muchas enfermedades (21). Los médicos creían que la causa fundamental de la enfermedad era la gran cantidad de sangre que había en el cuerpo humano. Con la sangría se pretendía eliminar la sangre, del mismo modo que se hacía con los bubones, mediante el bisturí. Las prescripciones de los médicos, a menudo, sólo agravaban las enfermedades, sobre todo con las sangrías, uno de los remedios más extendidos. Había dos métodos para hacerlas: el primero consistía en abrir una vena con un bisturí, y el segundo se realizaba mediante la aplicación de sanguijuelas en las zonas afectadas del enfermo. Durante una succión, una sanguijuela podía incrementar su peso hasta ocho veces. Estas operaciones no requerían ninguna especialización, y las podían practicar cirujanos, médicos, barberos e incluso curanderos. En la sangría, podía llegarse a extraer medio litro de sangre, de forma que el enfermo entraba en un estado de somnolencia y tranquilidad que se consideraba beneicioso, porque la iebre disminuía. No obstante, lo que sucedía en realidad era que la pérdida de sangre provocaba un debilitamiento mucho más grande del paciente, que prácticamente se quedaba sin defensas y a menudo moría despacio debido a la debilidad que todo esto le producía, sobre todo si eran mujeres embarazadas o enfermos graves. Un relato nos lo ofrece Brooks en su novela El año de la peste (22): El barbero-cirujano había pedido que bajaran el niño a la planta baja, porque creo que no consideraba que trabajar en el apretado piso superior fuera digno de él. El señor Hadield había hecho sitio en su mesa de trabajo, y habían extendido el pequeño Edward, desnudo. Al principio no vi al niño, porque la igura del cirujano me lo tapaba, pero cuando se retiró para coger su bolsa, me estremecí. La pobre criatura estaba cubierta de sanguijuelas que con sus ventosas le chupaban la sangre de los brazos, delgados, y del cuello, retorciendo el cuerpo redondo y viscoso mientras se hartaban de lo lindo. Supuse que era una suerte que el pequeño Edward delirara debido a la iebre y no se diera cuenta de nada. Mary tenía la cara crispada por la preocupación y sostenía la mano inerte del niño. El señor Hadield estaba junto al cirujano y asentía con deferencia cada vez que el hombre hablaba. —Es un niño pequeño, y por eso no será necesario sangrarlo mucho para restaurar el equilibrio de sus humores —dijo el cirujano al señor Hadield, que sostenía los hombros de Edward. Cuando transcurrió el tiempo que consideró oportuno, el cirujano pidió vinagre y lo aplicó a los animalitos, hinchados, que se retorcieron todavía más para esquivar aquella sustancia irritante, y soltaron su presa. Con una serie de habilidosos arranques, el cirujano separó todas las sanguijuelas y con unos trapos de hilo que le proporcionó el señor Hadield enjugó el hilillo de sangre que dejaban. Después lavó cada sanguijuela en un vaso de agua y las puso todas en una bolsa de cuero llena de chichones que no paraban de moverse. —Si al atardecer el niño no ha mejorado, le tienen que dar una purga y hacerlo ayunar. Les daré una receta para una tintura que le aliviará las tripas. La utilización generalizada de la lebotomía y su frecuencia excesiva, con los riesgos consiguientes, se adivina detrás de las advertencias dirigidas a los pacientes. Así, por ejemplo, Chunradus citando a Razes, enumera los daños de un exceso de sangrías: De la frecuente extracción de sangre se siguen daños en la complexión o hidropesía, se acelera la vejez, se destruye la virtus apetitiva, sobreviene pequeñez de pulso y debilidad en el corazón, hígado y estómago, temblor, parálisis Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 56 y apoplejías y después debilidad en todas las fuerzas. Y por ello la sangría frecuente debe ser abandonada. Las cautelas que se advierten en estos textos acerca de la excesiva práctica de la sangría deben ser puestas en relación con lo que expresan otro tipo de fuentes. Así, en los Costumbrarios de las órdenes monásticas se encuentran referencias a la necesidad de sangrarse más veces en el año que las que se enuncian en los regimina sanitatis. La procedencia altomedieval de esas otras fuentes hace pensar en que la práctica de la lebotomía disminuyó a lo largo de la Edad Media (23). Como vemos, pues, se intentaban llevar a cabo algunas medidas destinadas a la curación de los enfermos. Los médicos efectuaban tratamientos destinados a sacar el veneno y la infección del cuerpo, sangrando, purgando con lavativas, cortando o cauterizando los bubones, o aplicando compresas calientes. También se recetaban pociones que contenían especias raras y polvo de esmeraldas y de perlas, siguiendo la teoría, no desconocida en nuestra medicina actual, que la sensación de curación de un paciente es directamente proporcional al coste del tratamiento. El único caso de medicina preventiva que relejan las crónicas lo encontramos en la manera en como Guy de Chauliac, médico de Clemente VI, aisló al supremo pontíice en sus apartamentos del palacio papal de Aviñón, prohibiéndole terminantemente que recibiera visitas y haciéndole sentar en medio de dos grandes fuegos durante todo el caluroso verano provenzal. El aislamiento y el calor infernal que reinaba en las cámaras papales contribuyeron, sin duda, a asustar las pulgas transmisoras de la enfermedad (24). La terapia médica estaba en gran parte basada en sustancias de origen vegetal. En este campo, los conocimientos y el uso de hierbas y raíces exóticas eran amplísimos. Para ilustrar esta airmación, a continuación reproduzco la lista de las virtudes terapéuticas del romero, que tienen valor de prevención y curación de las afecciones más diversas, proporcionadas por un notario lorentino, Zucchero di Bencivenni, autor en 1310 de una vulgarización de la obra célebre Régime du corps, escrita en francés por el médico Aldobrandino de Siena (1256) y dedicada a Beatriz de Provenza (25): Aquí empiezan las virtudes que Dios demostró del romero, y son XXVI. [...] según un monje de Inglaterra que las trajo escritas de la India a su abad. I. Si alguien tiene débiles y enfermos los pies, que corte la raíz del romero y que la haga hervir en vinagre fuertísimo, y que con este vinagre se lave a menudo los pies, y así los hará fuertes y sanos. II. Si alguien se resiente de catarro, que coja la corteza del romero y que haga humo, que lo reciba en los agujeros de la nariz y así se alejará el catarro. III. Si alguien tiene mal en los dientes o tiene un gusano dentro, que coja romero y lo queme, que tome los carbones y los ponga en un trapito verde y que lo roce contra los dientes; el gusano morirá y los dientes se guardarán en salud. IV. Si alguien usa estufa de romero, se mantendrá joven y reconfortará todos sus miembros. V. Si alguien tiene la costumbre de comer romero, su cuerpo no tendrá ninguna enfermedad mala, le conservará en salud y lo mantendrá muy fresco. VI. Si pones romero en tu casa, no tendrás miedo que ni serpientes ni escorpiones, ni otro animal venenoso te puedan hacer daño. VII. Si alguien hace jarabe de romero y acostumbra a beber el vino que hay dentro, tendrá la virtud de no tener apostema en el cuerpo. VIII. Si alguien pone romero en su huerto o en viña o en jardín, el huerto y la viña y el jardín crecerán en gran abundancia y disfrutará la vista quien lo verá. Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 57 IX. Si una serpiente se ha metido en un agujero y tú pones romero y prendes fuego, el humo entrará dentro del agujero y la serpiente o bien saldrá fuera o bien morirá adentro. X. Si alguien sufre alguna corrupción de aliento y no puede hablar, haz un fajo de romero y en aquel fajo cuece pan, y de aquel pan cocido hazle comer. XI. Si quieres mantener tu rostro bellísimo y claro, toma romero y haz hervir las hojas en vino blanco puro: lávate la cara, mantendrás el rostro bellísimo y harás buen color. XII. Si pones hojas de romero bajo la cama, tendrás la virtud de no dejar sufrir ninguna pesadilla a nadie. XIII. Si alguien tiene llagas, toma hojas de romero, aplástalas y ponlas encima y tendrás la virtud de curarlas. XIV. Si alguien pone hojas de romero en las botas, el vino se conserva y se guarda de toda acidez y de todo mal sabor. XV. Si tienes el cuerpo debilitado por un sudor desordenado, toma las hojas de romero, hazlas hervir en agua, con aquella agua lávate la cabeza y serás liberado. XVI. Si has perdido las ganas de comer, toma las hojas de romero y hazlas hervir en agua de fuente; con aquella agua rebaja el vino y haz sopa. XVII. Si alguien sufre locura, toma grandes cantidades de hojas de romero y hazlas hervir en agua; que se bañe con aquella agua y se curará. XVIII. Si para andar o por ardor de estómago, o quizás por movimiento de cólera, o quizás por algo desordenado tienes sed, hierve hojas de romero en agua y bébela con zumo de granadas. XIX. Si alguien toma lores de romero, las pone en un trapito y las hace hervir en agua hasta que se reduce a la mitad, el agua que se bebe sirve contra cualquier enfermedad que tenga dentro del cuerpo. XX. Si alguien toma lores de romero, las seca y hace polvo, cuando las pone en el brazo derecho, el hombre tiene la virtud de mantenerse alegre y dichoso. XXI. Si alguien toma lores de romero y las come con miel o con pan de centeno, o con otro pan, no irá en contra de él ninguna mala bestia. XXII. Si alguien sufre deposiciones desordenadas, hay que hacer hervir lores de romero con vinagre fuerte y después ponerlo sobre el cuerpo del enfermo, y le provocará estreñimiento. XXIII. Si a alguien se le hincharan los muslos por la gota, hierva lores de romero en agua y después póngalas sobre los muslos con un trapito. XXIV. Si alguien pone lores de romero entre los trapos o entre el grano o entre los papeles o entre los libros, los guarda y los conserva seguros de piojos y de gusanos. XXV. Si alguien se siente de veneno, hay que hervir lores de romero y beber la cocción tibia. XXVI. Si alguien se siente de tisis, hay que hervir lores de romero en leche de cabra porque el uso de esta cocción es de gran eicacia para los tísicos. 3. La farmacia Tampoco eran extraños a la farmacopea del tiempo los remedios de origen animal y mineral. Cuernos de cabra, de ciervo, corazón de lobo, sangre de cabrito, uñas de asno, escorpiones, todos entraban en buena ley en muchas de las más difundidas recetas de la época. El deber de recoger, conservar y mezclar los ingredientes pertenecía, cuando la especialización ya era acentuada, a los especieros, que transformaban los elementos en jarabes y píldoras. La tradición enseñaba que de una mezcla de múltiples ingredientes se obtenían medicamentos eicaces para combatir enfermedades de varias características. Una de las medicinas más en boga, la triaca, estaba compuesta de un número impreciso, pero siempre muy elevado, de Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 58 elementos de diferentes tipos, variables según los lugares donde se elaboraba. Servía para afecciones de cualquier tipo, desde la peste a la iebre, desde la tisis a la tos. La preparación de la triaca veneciana era incluso un acontecimiento público, una forma de espectáculo abierto a todo el mundo (26). En cuanto a los ingredientes, se utilizaban desde el opio al azafrán, hasta semillas de anís y valeriana, para acabar con uno de los elementos básicos: la carne de víbora capturada en montañas lejanas. La tratadística farmacéutica se abasteció, hasta el inal del Cuatrocientos, de guías prácticocientíicas redactadas por autores de competencia probada y dirigidas a un ámbito de expertos. Tan sólo en 1498, con el Ricettario composto dal famosissimo chollegio degli esimi doctori della arte et medicina della inclita città di Firenze, se pasó a una literatura de tipo público y oicial. Por orden del gobierno lorentino, comisiones mixtas de médicos y farmacéuticos compilaron códices que reunieron, uniformándolas, prescripciones y preparaciones de medicamentos, estableciendo normas precisas en las operaciones a llevar a cabo. La descripción del buen farmacéutico ideal pertenece a uno de los tratados más populares, el Compendium aromatariorum de Saladino d’Ascoli, un médico que vivió en la primera mitad del siglo XV y que se licenció en la escuela de Salerno. Las exhortaciones de Saladino a los farmacéuticos, algunas genéricas, remiten a la esfera de la moral, pero otras, bien precisas, hacen pensar que, en realidad, la corrección y preparación profesional debían de ser virtudes bastante raras (27). Un notable cientíico de la primera mitad del siglo XVI, Paracelso, declaraba su desprecio por los médicos y farmacéuticos: «en vuestras cajas y en vuestros vasos no hay más que engaño; y cómo que son de madera, también los doctores y los farmacéuticos son de madera; el parecido se encuentra con su parecido». Dejando de lado esta airmación, veamos a continuación las cualidades que recomienda a un buen farmacéutico (28): Digo que el farmacéutico no tiene que ser un chico demasiado joven, ni soberbio, pomposo, o dedicado a las mujeres y a las vanidades; que se abstenga del juego y del vino, que sea sobrio, que no se abandone a los desmadres y que desprecie los banquetes; que en cambio sea atento, solícito, de ánimo humilde y honesto, temeroso de Dios y de su propia conciencia. Que sea recto y justo, consciente sobre todo hacia los pobres. Que sea también muy instruido y que sea experto en su arte, no un torpe novel, porque tiene que tener entre las manos la vida humana, que es el bien más preciado del mundo. Que no sea ni avaro, ni amante del dinero, y que no se muestre interesado a hacerlo todo sólo por dinero como hacen los avaros. Y también que no venda a precios más caros del que hace falta, porque es mejor tomar con moderación y con honestidad que robar mucho y ser maldecido por los pobres. Que el farmacéutico sea también un hombre iable, maduro y serio, de buena Figura 3. Tacuinum sanitatis, c.1400, f.53v. Biblioteca Nacional de Viena. Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 59 conciencia, como ya he dicho, para que no se deje llevar, por amor o por miedo o por dinero, a hacer cualquier cosa en contra de la propia conciencia y contra el buen nombre del médico, y esto es que no suministre a ninguna mujer preñada medicinas para abortar; y el mismo, que ni el temor de los poderosos ni el poder del dinero no lo induzcan a preparar medicinas o pociones venenosas; de lo contrario, que se guarde de confeccionar jarabes y peladillas con miel cuando se tienen que hacer con azúcar, porque esto haría daño al enfermo y derrocharía el trabajo del médico. La especiería medieval correspondía, pues, grosso modo, a la farmacia moderna. El especiero de entonces vendía, es verdad, también miel, azúcar, peladillas, cera, puesto que muchos de estos ingredientes entraban en las preparaciones farmacéuticas. Los deberes de estos profesionales, empero, eran mucho más complejos; no se podían limitar a la venta de los preparados. Para procurarse los medicamentos tenían que realizar toda una serie de operaciones antes de poder poner a la venta jarabes, ungüentos, cocciones, polvo, píldoras y aceites. Por ejemplo, tenían que pulir las drogas, secarlas; salar los ingredientes base para conservarlos, humedecerlos, cocerlos, cortarlos, triturarlos, sacar el zumo, destilarlos, etc. Las drogas preparadas de este modo se conservaban en cajas de madera, saquitos de tela o vasos de cerámica. Los líquidos elaborados eran guardados en vasos de vidrio o cerámicos, y las píldoras en bolsas de cuero. En el siglo XIV se difundió el uso de jarras de boca ancha, destinadas a contener sustancias viscosas. Los instrumentos de los cuales el especiero estaba necesitado eran múltiples: cuchillos, tijeras, ralladores para pulir y desmenuzar las drogas, cribas y cedazos para decantar las impurezas, morteros, sartenes, ollas para cocer y amalgamar. La medicina popular ha aprendido, a lo largo de siglos de experiencia, a elaborar remedios particulares contra las enfermedades, que tienen poco en común con la cultura médica de las universidades. Las prescripciones y las recetas son poco costosas, a menudo absolutamente gratuitas, como las plegarias. La que traigo a consideración pertenece a la cultura siciliana de inales del Cuatrocientos; el ambiente es el de Sciacca, vivaz puerto de la costa meridional de la isla. La oración, o quizás mejor, el conjuro, consiste en una canción enfadosa donde parece que el ritmo —bien bien el de un ritual mágico— sea más importante que el sentido de las palabras (29): Óptima y devotísima plegaria contra el cáncer y también contra otras enfermedades que se tiene que rezar tres días después de la misa de la Virgen María a condición de que el rezador y el paciente estén en ayunas. + Jesús Cristo iba por la vía y lo escuchaban y decía Jesús Cristo + donde vas y respondió voy por ciudades y casas para sangre vivir y carne comer y dijo vuelve atrás aquí no puedes entrar por los doce papas que en Roma son avisados y por los doce papas que en Roma están viviendo y por las doce misas que en Roma se han celebrado + amar + amar que largo puede durar + por el nombre de Jesús Cristo que mal no esté aquí + Amén. En la dicotomía entre ciencia y tecnología, la primera era entendida como especulación ilosóica y disputa dialéctica; la segunda, como artesanía, manualidad, en deinitiva como empirismo asistemático. De esta distinción derivaba la gradación en cinco grupos en la escala de profesionales de la medicina: físicos, cirujanos, barberos, apotecarios y practicantes sin licenciar o no profesionales. A su vez, esto también implicaba la separación entre médicos «físicos» y cirujanos, una separación social y iscal que creaba un abismo entre unos y otros. Los numerosos barberos se dedicaban a las operaciones consideradas más comunes y más humildes: sangrías, extracciones dentarias, incisiones en los bubones, aplicación de Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 60 sanguijuelas, curas de las heridas más simples... en realidad, estos eran los médicos de la gente pobre o de pueblos pequeños. En la Corona de Aragón, en la segunda mitad del Trescientos se prohíbe que las personas sin titulación universitaria puedan ejercer la medicina, de forma que quedan recluidas a la marginalidad curanderas, viudas y vecinas que habían adquirido los conocimientos gracias en la transmisión femenina, cotidiana y cerrada, ajena a las redes de transmisión masculinas. El interdicto promulgado desde las altas instancias, en el intento de anulación de la medicina natural y popular, genera dos consecuencias inmediatas: por un lado, la sociedad continuará solicitando los servicios de estas mujeres, aunque con recelos porque el miedo y la infamia enrarecen el ambiente que las rodea; del otro, las maneras de vivir de las curanderas adoptarán, poco a poco y cada vez más, los elementos típicos de la marginación —soledad, domicilio aislado de los núcleos de población, vida errante...—. La precaria aceptación social, por lo tanto, las señalará gradualmente como seres asociales: es entonces cuando aparece la palabra bruja. Una muestra de esta desconianza generalizada nos llega de la mano de Brooks: Pero de sus conocimientos sobre hierbas, yo no quería saber ni jota. Una cosa era que la mujer de un pastor [anglicano] entendiera de tales temas, y otra muy diferente que lo hiciera una viuda como yo. Sabía la facilidad con que la gente corriente transforma una viuda en bruja, y la primera causa suele ser que va lirteando con hierbas medicinales. Cuando yo era pequeña, circulaba por el pueblo una historia alarmista sobre brujas, y la acusada, Mem Gowdie, era la astuta mujer a la cual todo el mundo acudía en busca de remedios y cataplasmas y solicitándole ayuda para los partos. Había sido un mal año para las cosechas, y muchas mujeres habían abortado. Cuando nacieron unos gemelos muertos, unidos por el esternón, muchos empezaron a hablar de brujería y a cambiar la mirada hacia la viuda Gowdie. El señor Stanley decidió estudiar las acusaciones y se llevó Mem Gowdie al campo, donde la interrogó solemnemente a solas durante muchas horas. No sé qué pruebas le hizo pasar, pero después de aquello, el señor Stanley declaró que la consideraba completamente inocente y regañó los hombres y las mujeres que la habían acusado. Pero también pronunció duras palabras contra Mem, porque explicó que desaiaba la voluntad de Dios diciendo a la gente que podían evitar las enfermedades con sus tisanas y sus bolsitas de hierbas. El señor Stanley creía que las enfermedades las enviaba Dios para probar y castigar las almas que quería salvar. Si intentábamos evitarlas, no aprenderíamos las lecciones de Dios, y acabaríamos sufriendo tormentos peores que la muerte. 4. La asistencia médica Probablemente inluido por la presencia de la Escuela de Salerno, Roger II de Sicilia estableció, en 1140, un examen oicial como requisito para ejercer la medicina en su reino. Federico II, en 1240, reguló los estudios médicos, de manera que todo aspirante había de seguir tres cursos preparatorios, cinco especíicos de ciencia médica en Salerno y un año de práctica bajo la vigilancia de un médico antes de poder ejercer por su cuenta (30). La presencia del Estudio de Montpellier indujo al legado del papa Gregorio IX, Guido de Sora, en 1239, a prohibir ejercer la medicina en el señorío sin haber aprobado un examen ante dos maestros de la facultad seleccionados por el obispo de Maguelona. Esta norma fue conirmada por Jaime I en 1272. El requisito previo de conocimiento teórico de la medicina se extendió a Cataluña. Parece que las dos primeras ciudades que lo adoptaron fueron Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 61 Cervera en 1291 y Valls en 1299. En esta última se vetó administrar ninguna medicación sin estudios médicos; una norma de 1319 es más explícita (31): No sia nuyl hom ni nulla fembra, estrany ni privat, crestià ni jueu ho sarray, qui gos úsar en nulla manera, el loch ni el terme de Vayls, d.oici de metge de fesica, ne de art de medecina, tro que sia examinat o examinada el dit loch en presencia de la cort e dels jurats. Ne encara, com examinats serán, no gosen usar sens licencia de la cort e dels jurats, la qual licencia ayen auer en escrit, segelat ab lo segeyl dels jurats. Con todo, estas normas, dada la demanda de atención médica y la escasez de expertos con formación teórica, quedaron más en el nivel de los deseos que en el de realidades. Sin embargo, son interesantes porque nos ofrecen un listado de personas dedicadas al ámbito de la sanidad: hombres y mujeres, cristianos, judíos y musulmanes. Si el interés de Jaime II por la medicina fue constante y tuvo consecuencias positivas para esta ciencia en su reino, su hijo y sucesor Alfonso el Benigno continuó, posiblemente por razones personales, porque fue sietemesino y la importancia de la complexión en el mantenimiento de la salud se consideraba esencial. A este rey se debe la primera supervisión del ejercicio médico en uno de los territorios de la confederación catalano-aragonesa, según el fuero valenciano de 1329 (32): Manam e establim que.l justicia e els jurats cascun any, lo terç jorn ans de Nadal, eligen II isichs de actoritat, los quals sien examinadors de tots los metges de física qui novellament vinguen per praticar en la ciutat e en les viles del regne, e aquell que trobaran suicient e que almenys haja oÿda art de física o medicina per IIII anys, en estudi general, sia reebut a praticar la dita art, e en altra manera no sia reebut. E si sens la dita examinatió e licèntia usarà, sia caygut en pena per cascuna vegada de C morabatins d’or, dels quals la terça part sia de la cort e la terça de la universitat del loch e la terça de l’acusador, e sots la dita pena, partidora segons que dessús, alcun isic no particip en los salaris dels apothecaris e que açò juren cascun any l’endemà de Ninou, per lo qual sagrament prometen e sien tenguts de tatxar tempradament lo salari dels apothecaris, quantesque vegades ne serà qüestió, e si alcun isich caurà en la dita pena e pagar no la porà, sia gitat del loch a tots temps. La supervisión se aplicaba también a los cirujanos, aunque no se les pedía estudios previos, y a los barberos que deseaban ejercer como cirujanos o médicos. Las lecturas sobre la regulación del ejercicio de la medicina, contrastadas con ejemplos de la vida cotidiana, llevan a concluir que las normas eran un ideal que no se podía seguir. Así, si el concilio de Tarragona de 1243 prohibía a los cristianos, tanto laicos como clérigos, recibir asistencia médica de un judío, hecho que en Béziers (1246) y en Albi (1254) llegó hasta la pena de excomunión. Jaime II consultó con médicos judíos de manera regular, y su hijo Alfonso el Benigne consideró al juez Alazar Avinardut su médico de mayor conianza. Las normas del comportamiento médico parece que ya fueron estipuladas en Florencia en el siglo XII, donde existían médicos pagados por el ayuntamiento. La relación entre trabajo y salario no era uniforme, y este último era directamente proporcional a la fama y al prestigio de que disfrutaban los médicos aceptados. A veces los municipios preveían la asistencia gratuita a los pobres y los militares, pero el resto de ciudadanos estaban obligados a pagar sus prestaciones. La ciudad de Bolonia estipuló en 1214 un contrato con el célebre cirujano Ugo de Borgognoni, de Luca, y se reservó incluso el derecho de regular los pagos privados, estableciendo pagos ijos a exigir partiendo del censo iscal: gratuidad completa para los pobres, un cargamento de leña para la clase mediana y uno de forraje —o veinte sueldos— para los ricos. Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 62 A continuación veremos cómo los ciudadanos de Siena pedían un cirujano para la ciudad (33): [16 de diciembre de 1396] Al Magníico Señor Prior de la ciudad de Siena y al capitán del Pueblo de esta ciudad. Muchos de vuestros ciudadanos, amantes de vuestro buen estado y honor, hacen presente como en esta ciudad, hecho que se comprende fácilmente, sea necesario tener un médico quirúrgico para aquellos sucesos que ocurren todos los días, sea a vuestros ciudadanos, sea a los forasteros, sobre todo a los mercenarios, cuando están en vuestra ciudad; es conocido que en los infortunios graves que suceden a vuestros ciudadanos hay que hacer venir médicos forasteros, los cuales piden por día 3 y 4 lorines y también 5 [...], el que representa un peso insoportable para los ciudadanos y para el decoro del Común, y supone un riesgo para todos en tales circunstancias, que tienen que esperar por largo tiempo la llegada del médico y en la espera pueden morir fácilmente por curas poco apropiadas. Todos están preocupados por los accidentes que pueden pasar: [...] dignaos a hacer decidir y decretar por tal que vos, Señor, podáis hacer venir un médico, doctor en cirugía, por el tiempo que os parezca; que sea de un lugar distante de más de L millas y que su salario no supere los LXXX lorines anuales como máximo, de lo contrario el Común de Siena se gasta C. Y que en su elección se ponga expresamente esta condición: en el supuesto de que se le llamara para la cura de cualquier ciudadano, que no pueda hacer ningún pacto para recibir nada [...]. Y porque el dicho médico es pedido también por los escolares que lo quieren escuchar —y son más de seis— sea también obligado a leer cirugía, a las horas convenidas, por dicho sueldo. Según las provisiones y los decretos gubernativos, la ciudad de Venecia habría pagado, en el siglo XIV, doce médicos y doce cirujanos para las necesidades de la población. Según datos aproximativos, se atribuye en la ciudad, al inicio de la centuria, unos 100.000 habitantes; es decir que habría habido un médico y un cirujano a disposición de cada 8.333 personas. De hecho, el salario estatal no era muy elevado; de aquí viene que el número deseado no fuera nunca alcanzado en el transcurso de los años, en especial por la categoría más aristocrática de la clase médica, la de los doctores en medicina. Las diicultades crecían en tiempos de epidemia, ya fuera por las muertes que causaba el contagio entre los mismos profesionales de la sanidad, ya fuera porque a menudo estos marchaban, olvidando sus deberes, para no correr riesgos. En 1382, durante una epidemia, el Concilio Mayor se vio obligado a prohibir a los cirujanos dejar la ciudad sin autorización del gobierno, e instó los que se habían alejado a volver en doce días, bajo pena de no cobrar el salario público en diez años, además de la pérdida de la ciudadanía y la prohibición de poder volverla a solicitar. Los pagos de estos médicos contratados variaban según sus capacidades —de una libra a trece— y era diferente para médicos y cirujanos. Los especialistas de la medicina tenían clara una frase: «Inirmorum cura ante omni adhibenda este, ut sicut re vera Christo, ita eis serviatur»; es decir, a los enfermos se les tiene que dar asistencia médica como si fueran el mismo Cristo. Desde una interpretación religiosa, se desprende que el objetivo de la atención médica no es otra cosa que un acto de misericordia. La relación médico-paciente era de amistad, hasta que se racionalizó y se legisló; a partir de entonces las relaciones empezaron a ser de conianza o de desconianza del enfermo hacia el médico, puesto que se basaban en un contrato establecido según el binomio servicio/dinero. En ciudades de la Toscana se estipularon penas por los posibles errores que se podían cometer. Por ejemplo: una sangría mal hecha implicaba una multa de 150 sueldos; una sangría a una mujer libre sin la presencia de sus allegados diez sueldos, puesto que rompía el protocolo establecido; la muerte de un sirviente, la entrega de otro; y si un Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 63 enfermo moría, no se percibían honorarios. Por otro lado, la oposición entre el remedio natural y el sobrenatural, como por ejemplo las prácticas supersticiosas, condicionaban la amistad del enfermo con el médico. Para el médico, esta idea de amistad era diferente. El tratamiento médico era vivido, sobre todo, como un acto de amor, el amor de Dios relejado en los hombres, cuestión muy lógica, atendido el elevado teocentrismo de la sociedad medieval. Aun así, de hecho el médico no era sólo un cristiano más o menos piadoso, o un técnico bueno o malo, sino una persona, sometida, como tantas otras, a la seducción del dinero y de la fama. Si el médico atendía pobres, el diagnóstico consistía en pronunciar un nombre latinizado para designar un diagnóstico: pestilencia, disentería... o, a lo sumo, el médico se acercaba a la cabecera del enfermo, le preguntaba por su dolor, le tomaba el pulso, le comprobaba la orina y entonces le diagnosticaba la afección. Más adelante, con la mejora de las técnicas, se empezó a hacer exploraciones más a fondo, o a juzgar mediante la ciencia y la razón. En cuanto al tratamiento, se aplicaba una técnica u otra según el conocimiento y la moral cristiana. En resumen, si bien la relación médico-paciente para el enfermo era de amistad, para el médico estaba en función «del amor a su arte». Arnau de Vilanova recomendaba, para el ejercicio de la práctica médica, que se había que ser «ambiguo al pronosticar, justo al prometer, circunspecto al responder, no prometer la salud sino idelidad y diligencia, modesto al conversar, benévolo, paciente, perseverando, valiente, perspicaz, discreto, vigilante, solícito y iel». Una buena parte de la literatura médica medieval, pensada para el público más grande de los profanos, se inspiraba en un modelo uniforme, un tipo de breviario de la salud que contenía las reglas principales sobre la dietética, la higiene personal, la calidad de los alimentos o la virtud de las plantas. Estos escritos tomaron el nombre de Tacuinum Sanitatis, Theatrum Sanitatis o Regimen Sanitatis y se basaban en fuentes de origen clásico y árabes. Entran dentro de este género literario los consejos para conservar la salud que presentaré a continuación, escritos por uno de los médicos más famosos del siglo XIII, el lorentino Taddeo Alderotti, para un amigo suyo, Corso Donati. Nacido el 1223, Alderotti enseñó en Bolonia a partir del 1260 y fue un médico de mucha fama y muy rico (34): Puesto que la condición del cuerpo humano es mutable, no conservando la compresión y consistencia que tuvo en el momento del nacimiento, fue de necesidad y oicio encontrar ciencia y arte, por las cuales en sanidad el cuerpo del hombre se conserve. Pero, movido por las plegarias de un amigo mío y también por la utilidad de todo hombre, que vive según costumbre de las bestias, y por la conservación de la sanidad y de la vida, me propuse a mí mismo de recoger los dichos y los libros de los antiguos Filósofos en este escrito, como de seguido diré. Por eso te escribo a tí, amigo queridísimo, puesto que tú deseas conservar tu vida en salud, y echar muchos peligros y malicias de tu cuerpo; haz atención, con diligencia, a estas advertencias, sacados de los libros de medicina. Cuando te levantes por la mañana de la cama, distenderás tanto como puedas tus miembros, para que se conforten con la naturaleza; el calor natural da confort y fortiica los miembros. También te peinarás la cabeza, porque al peinarlo se disuelve lo de fuera de la cabeza y por esta disolución se alivia el cerebro. También te lavarás las manos y la cara con agua fresca, para que se te haga un color bueno y claro [...]. También lávate bien la nariz, el pecho y los Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 64 dientes, porque el estómago y el pecho se alivian [...] lavando los dientes con cortezas de árboles calurosos y secos en sabor tu lato acontecerá bueno y oloroso, y los dientes se purgarán de cualquier mal. Y a veces te harás fumigaciones en el cerebro de cosas preciosas; es decir, en tiempo de calor de cosas frígidas, es decir rosas, sándalo y cosas parecidas; y en tiempo frío de cosas calientes, es decir mirra, aloe y otras de parecidas. Y esta fumigación te abrirá la nariz y el cerebro, no te dejará enfermar y te engordará la cara. También adornarás tu persona de bellos vestidos, puesto que el ánimo se alegrará; y andarás masticando hinojo, anís, porque el estómago se conforta, y tendrás buen apetito al comer [...]. Después de estas cosas fatigarás el cuerpo, con templanza, porque la fatiga trae mucha virtud, el calor natural conforta y elimina antes de comer lo que es superluo. [...] Cuando comas y bebas, come tranquilo, y mastica bien, tanto que se haga líquido, porque es más ligero para la digestión; y no quieras hacer como muchos, que a cada mordisco beben, sino que cuando habrás comido beberás lo necesario. Toma solamente un alimento, y especialmente aquel que sea más adaptado a tu naturaleza, en el cual más se adapta. Mira de no comer demasiado [...] y levántate de la mesa con hambre; no te llenes de forma que el cuerpo se duela, ni te agraves con soberbios alimentos porque te harán débil, y te cambiará el color del rostro y te aparecerán en el cuerpo muchas enfermedades, como por ejemplo iebre, hidropesia y otras. [...] Y en tu comida tienes que observar el orden, tienes que comer dos veces al día, dos comidas; y si sólo una, una comida. Y si tú no observas el orden, te acontecerá esto: que si tienes por costumbre dos veces al día y sólo comes una, tu virtud y sustancia se debilitan. Y si tienes por costumbre una comida y comes dos, verás como te llega la pereza al cuerpo, y el alimento no se digiere, y vienen malicias y vicios y ventosidades porque habrás puesto en el vientre cosa superlua y no necesaria. Cuando te levantarás de la mesa, te lavarás muy bien las manos, que no quede ningún resto, porque hace daño a la cara y a los ojos; y también te refrescarás la boca, que no te quede ningún rastro de comer, porque la boca y los dientes se corromperían y tendrían mal in. [...] Te comunico, amigo, que la condición de tu cuerpo lo tienes que confortar de este modo. Primero, que en el tiempo de la primavera comas poco [...] castrados, cabritas, faisanes, gallinas, cocinado de acelgas, caldo de guisantes, parecidas cosas te confortarán. Y come poco, porque en este tiempo los cuerpos son llenos de humores, y no te llenes de alimentos. También usarás la fatiga con templanza, porque sacará alguna coas algo superlua, y la consumirá. No dejes que por la mañana no te levantes a tiempo, y haz de purgarte el pecho y el estómago por lebotomía, y hazte sacar sangre, y también por el abultamiento del vientre, porque en la estación próxima no te encuentres lleno de humores. En este tiempo usarás de la mujer, porque es muy generativo para tener hijos. Y esto va bien para levantarse por la mañana, la mente se alegra, y el ánimo y el cuerpo se confortan mucho. Después del tiempo de la primavera sigue el verano, su principio es a mediados de junio y dura hasta mediados de septiembre, su tiempo es caluroso y seco, la condición es muy destemperada y por eso muchas cosas se enganchan a los cuerpos. Usarás a menudo el Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 65 vómito, porque purga el cerebro y el cuerpo se alivia. Usarás comer y bebida ácidas y húmedas y frígidas, como la lechuga y acelgas. Usarás carne de cabrito, de ternera de leche, gallinas; y guárdate de ajos y cítricos, y de comidas calientes y secas, y no usarás muchas especias. También te aconsejo de no fatigar mucho el cuerpo, y que tengas cuidado con la lujuria, porque si lo usas demasiado en este tiempo, seca el cuerpo y debilita la virtud natural. A menudo te bañarás el cuerpo con aguas dulces, es decir, en baños; y lávate a menudo las manos y el rostro con agua fresca, y dormirás en un lugar templado con la cabeza muy cubierta. Este tiempo es óptimo para las mujeres y para los viejos de complexión frígida, pero para los hombres calientes y secos es pésimo, porque con frecuencia los hace caer en iebres agudísimas y pésimas, y a sufrir muchas angustias. Después sigue el tiempo del otoño que empieza a mediados de septiembre y dura hasta mediados de diciembre. Este tiempo es muy contrario a los cuerpos humanos, para su complexión y para su compresión, porque genera mucha melancolía y mucha iebre, por eso te conviene saber guardar tu cuerpo, y hacer dieta. [...] El cuarto tiempo es el invierno, que empieza a mediados de diciembre y dura hasta medio marzo, y su naturaleza es muy frígida y húmeda, y en este tiempo se generan muchas enfermedades; y por eso guárdate de comidas frígidas y húmedas, es decir, de cerdo, de pescado, de lechuga y de cosas parecidas, porque traen mucha lema. Usarás alimentos calientes y secos, porque el calor natural está apremiado dentro del cuerpo por el frío de fuera, y es más fuerte alrededor del corazón y del estómago; y puedes comer más que en otros tiempos, porque se digiere mejor. Este tiempo es útil a los hombres calientes, pero a las mujeres y a los viejos y a los jóvenes que son de complexión frígida y húmeda, les es contrario. Ahora bien, la opinión de los coetáneos hacia los médicos medievales no era muy positiva. Les reprochaban que eran hombres privilegiados, ignorantes y amantes del dinero. En cuanto a privilegios y riquezas, sólo hay que recordar que, entre otros derechos, podían llevar vestidos singulares —el manto forrado de piel de conejo y el sombrero rojo—, podían ser exonerados del servicio militar y de guardia (en Milán), no habían de pagar tasas (en Mantua, Verona, Como, Civittavecchia) o tener que pagar algunas gabelas (Génova, Pisa, Luca, Siena, Bolonia, Ferrara, Brescia, Nápoles), e incluso podían participar de derecho en los gobiernos municipales y recibir honores fúnebres iguales a los de los nobles y magnates (Pistoia). Por todo esto, la vena satírica de los escritores de la época encontró en los médicos un ilón importante. Un ejemplo de la poca fe hacia los medios de curación lo encontramos en Bernat Metge, quien, en 1388, junto con un tal Francesc Rahedor, fue acusado de ciertos delitos cometidos en la corte de Juan I. El escritor y funcionario barcelonés aprovechó su estancia en la prisión para escribir un poema humorístico, titulado Medecina apropiada a tot mal, en forma de epístola dirigida a su amigo P. Margarit, antiguo consejero real, a quien transmite una burlesca receta, mediante la cual podrá curar: se trata, por un lado, de una versión humorística de los electuarios que los poetas escribían con la inalidad simbólica de curar enfermedades amorosas; y, de la otra, de un escarnio de la farmacopea medieval (35). Paolo da Certaldo (36), mercader lorentino, en su libro de buenas costumbres (Libri dei buoni costumi), da el siguiente consejo: «El enfermo que deja que el médico actúe a su aire se hace daño a sí mismo; al médico que te medica, muriendo no le tienes que dejar nada si no quieres tu muerte, pero curando dale del que es tuyo si aprecias la vida». En la conocidísima novela de Boccaccio, El Decamerón, Bruno y Bufalmacco se mofan de un maestro médico, Simone della Villa (37), que, Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 66 desde Florencia, junto con otros conciudadanos, «vuelven aquí de Bolonia, como juez, como médico, como notario, con las ropas largas y anchas y con las escarlatas y los armiños y con otras muchas apariencias de grandeza, las cuales se siguen cada día. Entre ellos, un maestro, Simone della Villa, más rico en bienes paternos que en ciencia...» Según la opinión de Franco Sacchetti, poeta y político, en el siglo XIV, todos los médicos que corrieron al cabezal del moribundo Dino del Garbo «no es que no supieran de medicina, es que no sabían ni tomarle el pulso» (38). Por su parte, Poggio Bracciolini, humanista toscano también del Trescientos se presenta en su colección de cuentos cómicos (Liber facientarum) como un médico improvisado para hacer dinerillos: distribuye a sus crédulos pacientes una píldora milagrosa contra cualquier contratiempo; por ejemplo, con seis píldoras un labrador consigue encontrar el asno que había perdido (39). Contra los médicos, Francesco Petrarca tenía razones especiales y un largo y explícito rencor. En 1352 escribió al papa Clemente VI, enfermo, exhortándole a hacer frente a la locura de los «charlatanes», cosa que provocó la ira de uno de ellos. De la polémica entre ambos nacieron las Invective contra medicum, de las cuales extraigo dos párrafos: Crees, pues, que el ser necesario implica la nobleza de un arte. Y es bien al contrario. Sino un labrador sería el más noble de todos los trabajadores: el zapatero, el panadero, y por eso tú, si dejaras de matar, serías considerado de gran valía [...] te probaré que, en cambio, estás al servicio de algo muy bajo. Buscaré de decirlo en la manera más educada que sea posible: si alguna cosa tiende a otra y a otra se reiere y por otra ha sido creada, será sin fallo a su servicio, tal como tú lo quieres. Pero tu medicina busca el dinero y en el dinero se reiere y por el dinero subsiste. Concluye, dialéctico: pues está al servicio del dinero. [...] Hay una sola cosa [...] por la cual puedo justiicar en ti el estudio de la elocuencia ajena: si con la elocuencia tu buscas, no digo suplir tus defectos y la impericia profesional, sino esconderlos, y mientras abiertamente matas te esfuerzas en demostrar que la culpa no es tuya sino del enfermo, y de quien tiene alrededor, de la naturaleza. [...] vosotros matáis en medio de peroratas, de clamores. Esta es vuestra medicina, esta es vuestra retórica; y mientras ninguna otra clase de personas tendría que ser más desnuda de lores retóricas y tiene menos necesidad de ellas, todavía pretendéis ser considerados rectores y oradores y poetas y ilósofos y apóstoles y resucitadores de muertos: en realidad no sois nada de nada, sino palabras inútiles y vanidad sin peso [...] El habla con ornamentos se aviene al médico como los acabados de lujo a un asno (40). A continuación el poeta nos narra una experiencia personal, con el mismo tono polémico y con igual desconianza: Porque de repente el ocho de mayo me asaltó una violentísima iebre, alrededor de mi cama vinieron una multitud de médicos, en parte enviados por el señor de la ciudad, en parte espontáneamente, movidos por el amor que me tienen, y después de haber, según su costumbre, disputado largamente con sentencias contrarias, pronunciaron que en mitad de aquella noche yo tenía que morir. Había pasado ya la cuarta parte de la noche: ved, pues, que me quedaba muy poco tiempo para vivir, si hubieran sido verdaderas las palabrerías de aquellos hipocráticos. Pero yo cada día me conirmo más en mi opinión sobre ellos. Sentenciaron que el único medio para prolongarme un poco la vida era estrecharme Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 67 con no sé qué herramientas para impedir que me durmiera, y así hacerme vivir hasta el alba. [...] Y yo creo que sacarme el sueño en aquellas condiciones habría sido la mejor forma de darme la muerte. Por eso, yo rogué a los amigos, con una orden adjunta a los criados, que nada del que ordenaran los médicos se efectuara en mi persona: o si alguien quería hacer algo, que fuera siempre lo contrario de lo que ellos dijeran. Por lo tanto, pasé la noche entera absorto en un sueño profundísimo, y, como dice Virgilio, pareciendo a una plácida muerte. Ciertamente que yo a media noche tendría que haber hecho el último suspiro; los médicos volvieron por la mañana con el ánimo de asistir a mis exequias, y me encontraron ocupado, escribiendo (41). El recurso al notario era, en el mundo medieval, mucho más frecuente de lo que es en la actualidad. Incluso la salud daba motivos de contratación y de redacción de verdaderos actos jurídicos. El médico se obligaba, en un tiempo determinado, a curar al enfermo; este, a su vez, se obligaba a pagar la suma pactada cuando hubiera constatado los efectos de la curación. Acuerdos parecidos constituían, generalmente, la base del contrato notarial, como una transacción normal, que incluía también una serie de cláusulas particulares y especíicas; por ejemplo, la demanda dirigida al médico de no abandonar la ciudad. En un mecanismo de intercambio aparentemente tan rígido, los médicos intentaban, en la mayor parte de los casos, obtener un anticipo que no devolvían, fuera el que fuera el éxito de la cura. Entonces, el acuerdo degeneraba en pelea y el contrato acababa en manos del juez. Pero peor suerte tenía el paciente que se había contentado sólo con un acuerdo verbal. Veamos un contrato de cura hecho en Génova (42): 24 de junio de 1202. En el nombre de Dios amén. Yo, Ruggero di Brocha de Bérgamo, prometo y convengo darte a ti, Bosso, pañero, la curación y mejorarte de la enfermedad que tienes en tu persona, en la mano y en la boca, de buena fe y con la ayuda de Dios, de aquí a un mes y medio, de forma que podrás comer con tus manos y cortar el pan, y lanzar piedras y andar deprisa y hablar; y yo tengo que prever todos los gastos para lo que sea necesario, y tu tienes que pagarme en esta ocasión siete libras genovesas, y no tienes que comer fritos ni carne de buey o carne seca o pasta o col. Y si no observo esto que está dicho no me deberás nada [...] Yo, Bosso predicho, te prometo a ti, Ruggiero, darte y pagarte a los tres días de mi curación, siete libras genovesas, de lo contrario me obligo a pagarte el doble y podrás empeñar todos mis bienes. La documentación deja constancia de una pelea entre un cirujano y su paciente, en Spalato, entonces bajo el dominio de Venecia (43): 2 de junio debo de1487. En la presencia del Magníico Sr. Proveedor Fantino Coppo, juzgando en la lonja marítima con el noble Misser Gerolamo de Papalic, juez suyo y del Común, en presencia de otros jueces, a demanda de Mardessa Travarich del suburbio de Spalato, en una causa relativa a siete libras y cuatro dineros pequeños dados a Mestre Giovanni, cirujano, en solución parcial a un embargo, por haberse ofrecido de medicar la madre de Mardessa, enferma de mal de ojos, y de curarla de la misma enfermedad, es decir, cataratas, con estas condiciones y pactos: que si el dicho maestro Giovanni no curara su madre de esta enfermedad no tenía que cobrar nada; como que no curó la madre, e incluso la dejó en un estado peor, por otro lado rápidamente el mismo maestro Giovanni, que decía haber recibido el dinero por las medicinas para la cura y que los había consumido en medicinas, dispuesto a creer el juramento de Bertano, hermano de Mardessa, concerniente al pacto celebrado entre ellos y razón por el cual le fuer consignado el dinero a título de pago de medicinas y así se hizo Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 68 el acuerdo entre las partes; esto será aclarado cuando llegue el dicho Bertano, ausente de la ciudad de Spalato. Y también conocemos la súplica escrita al marqués de Mantua, Francesco Gonzaga, por parte de Antonio Cammelli, quien pide justicia por haber sido estafado por un médico sin escrúpulos (44): 10 de enero de 1501. Ilustrísimo y Excelentísimo Señor mío [...] para vindicar tanta injuria que tengo de un curandero español recibida, el cual va medicando este morbo francés: y mire el caso, que teniendo yo un hijo con el mal dicho, plagado en muchos lugares de la persona y deseando hacerlo curar, escribí [...] al dicho médico; [...] respondió [...] que yo lo llamara, y así lo hice. Vino una tarde y vista la enfermedad dijo: en dos meses te lo doy libre y curado. Pedí al dicho español qué tenía que hacer: el trato fue hecho en cuatro ducados y si no lo curaba me restituiría mi dinero [...] y que en ocho días volvería con unos ciertos polvos para curar las llagas y, así, en ocho días más sanaría; me prometió que no le vendría ningún mal en la boca y desde entonces hasta hoy parece que los perros se le hayan comido todo dentro de la boca [...] el día diez le hice llamar y él dijo que tenía demasiado trabajo en Mantua y que no quería venir, le llamé una segunda vez y dijo que no volvería a venir, aunque le diera mil ducados, de manera, señor mío Ilustrísimo, que el día 5 de enero expiró mi hijo de esta vida presente por la crueldad de la medicina, o sea que se tiene que entender que esto ha sido robo y homicidio y carencia de palabra. 5. Conclusión: punto y seguido En la introducción de estas relexiones señalaba la conveniencia de abordar la cultura médica medieval no solo desde una óptica historiográica, mas etnográica o, mejor dicho, desde la perspectiva de la antropología histórica. Un enfoque que no es en absoluto ninguna novedad en el marco de la historiografía europea de las tres últimas décadas (recordemos que el grupo de Antropología Histórica fundado por Jacques Le Gof en el CNRS francés data del 1978), constituyendo una renovación notable de la forma de hacer historia, en especial en Francia e Italia, aunque menos en España. La antropología y la etnografía han sido esenciales en la airmación de campos precisos de investigación, particularmente en los referidos al vínculo entre la historia física y biológica del cuerpo y de los factores bioculturales; los comportamientos alimentarios y vestimentarios, el cuerpo sufriente y la medicina; la relación del hombre o de la mujer con su cuerpo. Así, los estudios sobre las enfermedades y las epidemias (45) se han multiplicado, mientras los análisis sobre los cuidados del cuerpo han desbordado la historia tradicional de la medicina. Siguiendo los parámetros de la investigación etnográica he procedido a buscar la voz de los y las protagonistas y sobre todo dejar hablar a los documentos, los cuales provienen de las áreas italiana, francesa y catalana, ámbitos preferenciales de mi dedicación archivística. El uso de las citas no viene, pues, de ninguna intención erudita, al contrario. Se debe a la voluntad antropológica de construir la realidad en base a los actores y actrices que la conforman. Desde este planteamiento he podido acercarme a la cultura médica, desde sus primeras realidades en los monasterios altomedievales; he contemplado el divorcio entre la medicina y la cirugía, así como la inluencia de la religión en la enfermedad y la forma de aceptarla. En el apartado dedicado a la terapéutica he estudiado la inluencia de la medicina galénica, la diagnosis, el pronóstico, la terapia. En la sección de farmacia he considerado los tipos de remedios, la tratadística, la especiería, y un breve apunte de medicina popular. La última parte de mi exposición ha tenido en cuenta la profesionalidad, el comportamiento médico y sus normas, las relaciones con las ciudades y con los enfermos. Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 69 Resulta obvio que por razones de economía de espacio hay todavía muchos aspectos a tratar que se han quedado en el tintero. De ahí el punto: acabamos; y seguido: pero no concluimos. 9. McVaugh, M.R. Medicine before the plague. Practitioners and their patiens in the ceown of Aragon 1285-1345. Cambridge University Press. Cambridge, 2002: 3. 10. Colón, G. & García, A. (eds.). Furs de València VIII. Barcino. Barcelona, 1999: 136. Notas 11. 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Barcelona, 2012. 30. López Piñeiro, J.M. Breve historia de la medicina. Alianza Editorial. Madrid, 2000: 87. Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016 71 Figuras Figura 1. Planta de San Gall. Véase en la parte superior 30: Casa del avicultor. 31: Casa del jardinero, con el huerto detrás. 32: Cementerio. 33: Claustro y estancias para los oblati, para el maestro y los convalecientes. 34: Iglesia para los novicios y los enfermos. 35: Claustro y estancias para los enfermos de gravedad. 36: Huerto del hospital. 37: Habitaciones de los médicos, farmacia, habitaciones de enfermos. 38: Anexo para curas quirúrgicas. Disponible en: http://maps.nationmaster.com/ country/sz/1 [Consultada 22.08.14]. Figura 2. Hospital del Ceppo, Pistoia, friso de Della Robbia. Entre las obras de misericordia que adornan el hospital está ilustrada la visita médica. El médico está representado en el acto de tomar el pulso al enfermo y mientras examina los orines contenidos en el vaso de cristal especial. Estas eran las fases principales de la visita, junto con las prescripción de los fármacos, que el especiero del hospital anotaba en el registro correspondiente. Disponible en: https://www.lickr.com/photos/ renzodionigi/5191123725/ [Consultada 23.08.14]. Figura 3. Tacuinum sanitatis, c.1400, f.53v. Biblioteca Nacional de Viena. La miniatura, contenida en un códice madurado en el ambiente cultural padano, muestra el interior de una apotecaria. En el fondo se ven los vasos de farmacia en los que se guardan los preparados, y colgadas las bolsas en las cuales seguramente se conservan las hierbas. La igura del margen derecho parece estar machacando en un mortero. Las imágenes se referían al conocido preparado de la triaca, como resulta de la leyenda. Disponible en: http://pointsadhsblog.wordpress. com/2012/11/05/turning-herbs-into-drugs-inthe-middle-ages/ [Consultada 23.08.14] Anales de Historia de la Medicina. Año (Vol.) 24, Nº 1 Diciembre, 2016