Ciencia y Sociedad, Vol. 42, No. 3, julio-sepiembre, 2017 • ISSN: 0378-5697
VESTIR AL OTRO EN EL CARIBE. ROPAS PARA INDIOS Y POBRES
Dress the Other in the Caribbean. Clothing for Indians and the Poor
Roberto Valcárcel Rojas1
“[los indios]... son buenos para les mandar, y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester, y
que hagan villas, y se enseñen a andar vestidos y a nuestras
costumbres. Estas son sus palabras formales del Almirante”.
Fray Bartolomé de Las Casas (1875, p. 377)
Resumen1
Abstract
La desnudes indígena fue enfrentada desde el proyecto de
evangelización y civilización desplegado por España en el
Nuevo Mundo. No solo se trató de una supuesta confrontación ética y moral sino de un acto de dominación en el
que imponer la norma de vestir a los indígenas, servía para
atacar sus identidades originarias y construir un nuevo ser,
el indio. El uso y comercio de la ropa de segunda mano funciona varios siglos después como un recurso de señalización
y explotación de la pobreza. En este texto relexiono sobre
estos dos momentos donde la ropa sirve para construir la
identidad y naturaleza de los subordinados, y apuntar sobre
la ubicación marginal del Caribe en los diseños de estructuración del poder global. A través del análisis histórico sobre
manejo de ropa entre indígenas de las Antillas Mayores, y la
vivencia antropológica en espacios comerciales de la ciudad
de Santo Domingo, República Dominicana, se constata la
reiteración de los mecanismos de dominio y el papel central
de la cultura material en estos.
he indigenous nudity was faced from the project of
evangelization and civilization develop by Spain in the
New World. It was not only an alleged ethical and moral
confrontation but an act of domination in which dressing
the indigenous, served to attack their original identities
and build a new being, the Indian. he use and trade of
second-hand clothing functions several centuries later as a
resource for signaling and exploitation of poverty. In this
text I relect on these two moments where clothing serves
to build the identity and nature of subordinates, and to
show the marginal location of the Caribbean in the designs of global power. hrough the historical analysis on the
use of clothing among indigenous people of the Greater
Antilles, and the anthropological experience in commercial spaces of Santo Domingo city, Dominican Republic,
it is veriied the reiteration of the mechanisms of domination and the central role of material culture in these.
Palabras claves: Indio; indígenas; Caribe; ropa de segunda mano
Keywords: Indian; Indigenous; Caribbean; second-hand
clothing.
1. Investigador Posdoctoral en la Universidad de Leiden.Profesor invitado del Instituto Tecnológico de Santo Domingo
(INTEC), República Dominicana. Email: rv.rojas68@yahoo.es
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Roberto Valcárcel Rojas
Entre sus múltiples sorpresas, el Nuevo Mundo
ofreció a los europeos un escenario de gentes desnudas. Como pecaminoso, lascivo e ignorante de
una mínima civilidad, se consideró este hábito indígena, en el que otros vieron la naturaleza sencilla
de gente inocente y carente de maldad. Cubrirse el
cuerpo solo con ornamentos, pinturas corporales y,
en ocasiones, mínimas prendas y objetos destinados
a proteger los genitales, deinía un modo particular
de interactuar con el clima y la naturaleza caribeña,
de expresar percepciones estéticas y rituales, visiones del cuerpo y su simbolismo construidas a lo
largo de siglos de vida en ambientes tropicales.
El proyecto colonial atacó la desnudez en cualquiera de sus expresiones. El vestuario deinido desde
una perspectiva occidental, se impuso como herramienta de subordinación y construcción del individuo dominado. Como ha dicho Enrique Dussel
(1994), el descubrimiento fue encubrimiento pues
el Otro, el vencido, fue ocultado y transformado.
Literalmente, la ropa que cubrió estos cuerpos
sometidos y oprimidos ayudó en tan lamentable
tarea.
Quinientos años después, las ropas han adquirido un protagonismo que no habían tenido en la
región desde aquellos días de fundación colonial.
Las prendas desechadas por los poderosos o sus
sistemas de consumo, hacen un recorrido planetario para anclarse en el lado pobre del mundo.
Vuelven como parte de un negocio global que,
entre sus muchas facetas, señaliza la miseria tanto
por el uso de esta ropa como por su comercialización. Son indumentarias signadas, como las
entregadas generalmente a los indios, por el hecho de estar destinadas a gente secundaria, prescindible. En este texto relexionamos sobre estos
dos momentos donde la ropa sirve para construir
la identidad y naturaleza de los subordinados, y
apuntar sobre la ubicación marginal del Caribe
en los diseños de estructuración del poder global.
Nos movemos entre el análisis histórico y la vivencia antropológica, para constatar la reiteración
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de los mecanismos de dominio y el papel central
de la cultura material en estos.
La paga de los caciques Yaguax y Caicedo
Ciudades, iglesias, fuertes, estancias, casas de paja y
piedra, fueron levantadas por los indígenas en la isla
de La Española, corazón del esfuerzo colonial en el
Caribe. En 1506, en pago por su labor en las obras
de la ciudad de Santo Domingo, se dio a los caciques Yaguax y Caicedo, y su gente, “24 camisas de
lienzo labradas y unas naguas de paño y tres bonetes
colorados de grana y dos sombreros guarnecidos y
dos pares de caraguelles (sic)” (Mira Caballo 2000,
p. 107). La ropa, inicialmente, llegó a los indígenas
–junto a cascabeles y cuentas de vidrio– como regalo
o elemento de trueque, parte de un mundo exótico y
nuevo cuya materialidad querían captar. Para 1506 se
había convertido en medio de retribución del trabajo
que se veían obligados a realizar pero, sobre todo, en
elemento del accionar de civilización y aculturación
destinada a transformar al indígena en “indio”: un
ser obligado a seguir las normas de apariencia, vida
y credo del mundo colonial, donde se abandonan las
viejas prácticas identitarias –como las modiicaciones
y pinturas corporales–, se adquiere una nueva lengua
y se diluyen las antiguas pertenencias étnicas.
Como parte de la encomienda, sistema que obligaba a una comunidad o grupo de indígenas, a
trabajar para un español durante varios meses al
año a cambio de supuesta instrucción civilizatoria
y religiosa, se ordenó al encomendero proporcionar
vestimenta o los medios para comprarla. El pago
de un peso de oro al año, a usar en la adquisición
de ropas, fue establecido en las Leyes de Burgos de
1512. Para los caciques y sus mujeres se preveía una
cantidad de dinero mayor a in de darles un ajuar
más completo y adecuado a su rango. En la moderación a las leyes (1513) se mandaba que, en dos
años, ya todos los hombres y mujeres debían andar
vestidos (Muro 1956, p. 62).
Vesir al Otro en el Caribe. Ropas para indios y pobres
El padre Bartolomé de Las Casas comenta la imposibilidad de vestir a los indios con tan reducidos
fondos. De cualquier modo se fomentó la práctica, aun cuando en el interrogatorio jeronimiano
de 1517 se critica la baja calidad de los vestidos.
Eran fabricados de lienzo delgado y usados por
los indios hasta podrírseles sobre el cuerpo (Mira
Caballos 1997, p. 137). Según Gonzalo Fernández
de Oviedo, con el tiempo el uso de ropa comenzó a generalizarse y, hacia la década del treinta del
siglo XVI, la mayoría de los indios en estancias y
pueblos de La Española estaban vestidos. El gusto
por la ropa terminó por imponerse entre muchos,
particularmente entre los caciques y sus capitanes.
Vestir a los indígenas se consideró parte del esfuerzo evangelizador, medio para apartarlos de una
apariencia y un pensamiento salvaje, de actitudes
pecaminosas (igura 1). El uso de ropa se convirtió
en una marca de cristiandad entre indígenas y esclavos africanos. El rechazo a su empleo o la desnudez, servía para identiicar a fugitivos y cimarrones,
a gente fuera de la imagen requerida por el nuevo
orden (Larrazabal 1975, p. 108 citado por Kulstad
2008, p. 267).
En los primeros contactos en Las Antillas y
Yucatán, las prendas entregadas a los indígenas en
intercambio o regalo incluyeron bonetes, jubones,
sayos, zaragüelles y, sobre todo, camisas. El listado
de la ropa entregada en Puerto Rico entre 1515 y
1517 al cacique de Caguas, sus capitanes, indios y
naborias por su trabajo en la hacienda Real del Toa,
incluye 115 camisas en distinto tipo de tejido, tres
sayos, 38 caperuzas, dos bonetes, siete pares de enaguas, 46 paños de cabeza, 10 pares de alpargatas y
14 zaragüelles, además de un par de zapatos de cordobán, un cinto y algunos otros objetos (Tanodi,
1971).
Hay poca información sobre Cuba, aunque en
1524 –en su testamento– Diego Velázquez lega ropas a sus indios. Esta sería distribuida a través de los
caciques para poder beneiciar a todos. Menciona
Figura 1. Dibujo del siglo XVI de mujer indígena del norte de Sudamérica. Tomado de he
Pierpont Morgan Library (1996)
el vestuario como algo entregado de manera usual a
los indios y especiica el nombre de ciertos indios y
naborias favorecidos; indica dar sayos, zaragüelles,
camisas y zapatos a los hombres, y camisas, enaguas, servillas y paños a las mujeres. La entrega por
Gonzalo de Guzmán a sus indios de Bocas de Baní,
de 50 camisas de presilla, conirma la tendencia vista en La Española y Puerto Rico, en torno al carácter básico de la camisa en el ajuar establecido para
el indio. Zaragüelles y enaguas, como prendas para
las piernas, completaban la vestimenta para el caso
de hombres y mujeres, respectivamente. Estas se
repartían con menos frecuencia, quizás por su mayor resistencia y durabilidad. Se dan también sayos,
pero en poca cantidad y por su carácter de vestido
a usar sobre la camisa, tal vez solo a los caciques. La
presilla y otros tejidos bastos son los usados para
confeccionar estas prendas.
Quizás algunos tipos de camisa fueran largas y se
usaron como pieza única. Entierros con camisas
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Roberto Valcárcel Rojas
Figura 2. Tela de lino, asociada posiblemente a elementos de vestuario; 2cm de largo el fragmento
mayor. Encontrada en un entierro indígena del siglo XVI. Sitio El Chorro de Maíta, Cuba. Foto del
autor.
largas o con camisas, zaragüelles o enaguas, podrían
generar los patrones tafonómicos de rellenamiento
diferido identiicados en las costillas, y en costillas
y coxales de individuos indígenas en el cementerio
del sitio arqueológico El Chorro de Maíta, en Cuba
(igura 2) (Valcárcel Rojas, 2016).
En la Europa del siglo XVI sobre la camisa y las calzas se portaban varias prendas. Andar solo con camisa se consideraba estar desnudo y no era común
ni decente, incluso entre pobres, aun cuando en el
campo los labradores lo hicieran (Bernis, 1962).
En el Caribe, muchas veces el clima obligó a los españoles a estar en camisa, pero no era apropiado y
la tendencia era a vestir del mejor modo posible. El
control de la ropa generó peleas entre los colonos y
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protegerlas del robo de piratas y corsarios fue toda
una prioridad.
La posibilidad de la desnudez aproximaba a indígenas y europeos, y habría supuesto toda una
crisis de civilidad y de cristiandad, de pérdida de
control sobre los dominados. La desnudez fue excluida para ambos bandos. Náufragos y sobrevivientes de expediciones la mencionan tanto para
ilustrar la desesperación real de los que vivieron
estos hechos como el heroísmo que otros les atribuyen (Glantz, 2005). En cualquier caso aparece
como algo antinatural, inherente a una situación
límite que, a toda costa, se intenta evitar y es solo
explicable en aquellos indios imposibles de civilizar y salvar.
Vesir al Otro en el Caribe. Ropas para indios y pobres
A los ojos europeos la desnudez de los hombres era
signo de una naturaleza inferior y, la de la mujer
indígena, evidencia de su disponibilidad para una
sexualidad lujuriosa. La desnudez y su condición
femenina las ponían fuera de cualquier consideración y respeto. Sobre ellas se volcó el lado reprimido de una moral hipócrita y de una falsa religiosidad, que las cosiicó y vejó. Usar ropas no las puso
a salvo de su destino de concubinas y sirvientas, de
propiedades para el trabajo, los hijos y el sexo.
Vestir a los indios con las telas más pobres y las prendas mínimas, quedando desnudos según criterios
occidentales, reproducía los códigos estamentales
hispanos; colocaba al indígena en los estratos más
bajos del ambiente colonial. Usar ropas implicaba
además, la pérdida o fuerte atenuación de aquellos
símbolos de identidad conectados con la desnudez,
como el empleo de pinturas y ornamentos corporales. En 1566 el Concilio de Quito, en Ecuador,
insistió en vestir a los indios y erradicar las pinturas
corporales por su conexión con prácticas mágicas y
heréticas (Patiño, 1990). El mal estaba en sus cuerpos desnudos o –quizás dirían los mismos indios–,
vestidos de ancestros y mitos.
El retorno masivo. Pacas en la Duarte
La Duarte es una avenida que hoy sirve de eje
–y da nombre– a un peculiar universo comercial
de la ciudad de Santo Domingo, esa que ayudaron a construir la gente de los caciques Yaguax y
Caicedo. Las pacas de ropa de segunda mano son
bultos pesados y coloridos, de cien libras de peso,
que conviven con vendedores y dueños, amontonándose en almacenes o improvisados depósitos,
tras haber cruzado algún mar u océano. De ellas
brotan pantalones, vestidos, camisetas, blusas; se
ordenan según su calidad en ininitas hileras o,
principalmente, se amontonan para crear una peculiar orografía de pobreza. La paca es una especie
de barco negrero donde la ropa es amontonada,
comprimida, aplastada, para ser sacada y transportada más allá del mundo de sus usuarios originales.
Se le ultraja física y espiritualmente. Es difícil pensar que alguna vez esa ropa relucía en una tienda,
que muchas de esas ajadas prendas fueron miradas
y tocadas por cientos de personas ponderadas, elogiadas; que alguien pudo ahorrar durante meses
para hacerlas suyas o de otro, en un acto de lujuria
consumista o bondad.
Las personas hunden sus manos en las montañas de
vestuario de segunda mano, bucean tras la prenda
adecuada, la elegida, la más barata, la que se ajusta
a la ocasión o al bolsillo. Estratos de ropa se acumulan en los cajones para ser, inalmente, removidos
cuando la posibilidad de vender se agota aunque
muchas piezas deben permanecer allí, olvidadas,
en un trasiego interminable de cosa desechada, de
basura de primer mundo en un antro del tercero.2
Cuando visitas la Duarte, recuerdas los textos del
arribo europeo en el siglo XV. La basura es cambiada por oro, se repite el acto comercial, ya sin
exotismos y resigniicaciones indígenas. Los viejos
valores que ponderaban el brillo de la mayólica y
las cuentas de vidrio, su origen lejano, su misterioso camino y a sus poderosos proveedores, mientras
subestimaban el afeminamiento, la debilidad y cotidianeidad del oro, fueron sustituidos. Hace mucho
se instauró un gusto homogeneizado, dictado por
los conquistadores de siempre y por las necesidades
de gente más pobre que sus ignorados ancestros de
entonces, aun cuando transiten vestidos.
Acá hay una vieja camisa Perry Ellis, una sudadera
Adidas, un pantalón Old Navy. En la capa formada
por la ropa depositada la pasada semana abundan las
de tallas xl, algo pasadas de moda, dejadas por jubilados que descansan muchos miles de kilómetros
2. Un cuidadoso análisis del comercio de ropa de segunda mano,
su amplitud global y sus múltiples signiicados e implicaciones
se puede encontrar en los trabajos de Andrew Brooks (2015),
Hansen (2004a, 2004b) y Norris (2010), entre otros autores.
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Roberto Valcárcel Rojas
Figura 3. Venta de ropas de segunda mano en la avenida Duarte, Santo Domingo, República
Dominicana. Foto del autor.
al norte. Las camisetas GAP de hace cinco años
se conservan bien, fueron compradas por docena
cuando alguien quiso cambiar su ropero, quizás
feliz porque la economía de su país ya tenía mejor
tono. En una esquina hay un feliz bolsón de trajes
de baño, prácticamente nuevos, porque ese año el
viaje a las playas de Portugal o a las Bahamas se
canceló. La camiseta con la máscara de Spider-Man
fue comprada en la Comic-Con del 2014, en San
Diego. Es una talla S y está muy gastada; era de
un hombre delgado o de un muchacho; tal vez la
usaron con intensidad y cariño, fue la Woody del
armario, o sufrió los muchos cambios de estante en
sucesivas tiendas de ropa de paca. Está muriendo
ahora en una caja de cartón donde venden cosas a
diez pesos, sucias, ajadas, miradas de reilón por la
anciana cansada, de bolsa semivacía (igura 3).
Cavando en las ropas hay compradores de muchos
tipos, mayormente gente de a pie, paleando sus necesidades, pero no todos son pobres de solemnidad.
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Algunos van tras la ropa que, en tiendas regulares,
cuesta diez o quince veces más; la moda y la estética internacional o la quimérica búsqueda de la
diferencia en un mundo global nos alcanza. Ya no
somos culpables de no tener ropa típica y resolvemos pareciéndonos a alguien, imaginándonos, lotando en la icción que logramos pagar. La ropa es
inocente y también quienes la necesitan; otra cosa
es la vanidad y peor, el lucro.
Al igual que las cerámicas indígenas en las entrañas
de los campos caribeños, las ropas gritan historias,
pero no hay tiempo para escuchar ni oídos atentos.
Llega otra paca y las prendas de cien pesos serán
vendidas para que las comercien en otro lugar o
viajarán al cajón de las de cincuenta pesos en una
triste caída con inal en los basureros de las afueras, consumidas como combustible en alguna industria, o quién sabe cómo. Los objetos se hacen
cada día más anónimos, más usables, más fáciles de
abandonar. Pasaron las épocas donde los pobres no
Vesir al Otro en el Caribe. Ropas para indios y pobres
podían tener ropas de ricos y aparentar un estatus
inalcanzable, por su sangre, raza, color, nacimiento. Ahora, ocasionalmente y con un poco de suerte,
el vendedor de plátanos puede aspirar a llevar una
camisa dejada por el dueño de la tienda de autos,
sin embargo, no engañará a nadie ni tendrá nunca
ni una tuerca de su Porsche.
Hay otros símbolos y la masiicación de la producción, su transnacionalización, ha abaratado mucho
la indumentaria. La gente de Bangladesh fabrica
mares de ropa para marcas de moda, mientras les
pagan salarios absurdos y mueren en fábricas abarrotadas. Los pobres de allá cosen lo que los pobres
o menos pobres de aquí, usarán cuando los ricos o
menos ricos de dondequiera, decidan pasar a otro
color, otra textura, un nuevo guiño de Zara, o una
feliz ocurrencia de Calvin Klein. Se democratiza la
estética en un desfase de ilusiones y en una carrera
de olvidos que al inal la pobreza rentabiliza porque
la gente necesita vestirse, y los que tienen no dejan de crear formas para ganar más dinero. Vender
la basura a los del sur o a los pobres del norte, es
una de ellas. Se debe dejar espacio para lo verde, la
vida salvaje y las mascotas, aunque la inmundicia
inalmente termine subiendo porque el planeta, y
perdonen la machacona repetición, es uno solo.
Hay mucha ropa donada, movida al comercio, o de
ventas inicialmente hechas para conseguir fondos
humanitarios. De cualquier modo, la marea de lo
usado avanza, uniicando nuestra materialidad y,
en alguna medida nuestra apariencia, en un proceso donde el simbolismo material del poder busca
nuevos posicionamientos. En la loma de vestidos
se encuentran las maquiladoras de Latinoamérica
y Asia; hay sangre de niño de la India y los recuerdos de un muchacho de Dublín. Está la buena fe
de una anciana de Florida y se coló una playera
de aquel actor junto al pantalón que un haitiano
agradecido –y casi indiferente a la solidaridad internacional– vendió en su negocio de la frontera
con República Dominicana.
Los textiles cosidos, presillados, remachados, se
traican en pacas que son abiertas en muchos lugares del Caribe y el mundo. Encarnan –como
nunca antes– nuestras interconexiones, universos
y destinos, diciéndonos que somos uno solo y, a
la vez, múltiples y diversos. Las ropas nuevas y
viejas, desechadas, movidas en las pacas, rompen
y crean diferencias, pero no son usadas por sus primeros compradores, aunque puede que –casi harapos– vuelvan a la muchacha latina que las cosió.
Seguimos teniendo dos bandos en eso de producir,
poseer y consumir.
La Duarte es una avenida oscura, bordeada de basura y frágiles puestos de venta, surcada por un río
interminable de automóviles, motos, carros abollados y gente. Una más en el dominante lado pobre del planeta. Ese orina a la vista de todos, unos
comen y otros anuncian sus productos; aquellos
piden limosnas, el “pelo malo” se enmascara tras
mechones de lugares inimaginables, se negocia o
sugiere algún servicio sexual, la mayoría intenta
vender o comprar al mejor precio, se trabaja hasta el cansancio, se vislumbra una pistola, la lluvia
llega de repente, magníica y tropical, y deja una
línea de costra negra en las aceras, un mar de bolsas plásticas. Todos saben que las pacas vienen de
Estados Unidos, Europa, Corea del Sur. Es un negocio de cientos de miles de toneladas métricas y
millones de dólares, preocupante para productores,
exportadores y vendedores de ropa, que da trabajo a muchas personas. Del ambiente deprimente y
caótico de la Duarte brota dinero; de seguro, muy
poco permanece allí.
Los chinos vigilan desde cámaras de video y altos
mostradores a los muchos empleados mal pagados
en sus tiendas abarrotadas, rodeados por mercancía barata y de corta vida. Los venezolanos venden
arepas, los cubanos compran en una batalla perdida contra el monopolio comercial de su gobierno,
los haitianos están dondequiera y hacen cualquier
cosa... los emigrantes nadan en los entornos de la
marginalidad, en un lujo bullicioso, buscando esa
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soñada mejor vida que la República Dominicana
está ofreciendo. Ni las manufacturas chinas, omnipresentes en la Duarte, detienen a las pacas.
El mercado de Santo Domingo vive un segundo
tiempo de multiculturalidad, protagonismo americano y viajes transoceánicos, solo que la carga no
está en la ciudad vieja ni es oro o perlas en ruta a
Europa, como en el siglo XVI. Son ropas que van
quedando en el camino, tras el ejercicio de poder
del capital global, lo adictivo de las modas y la desesperanza de ocultar el cuerpo, pese a ser –el nuestro– el mejor de los climas.
Al inal, las ropas
Las ropas para indios, producidas en Europa, entraron al mismo circuito comercial que movía hacia el
Viejo Mundo el oro de ríos y minas antillanas. El
entorno global iniciado en aquellos años halló en
las necesidades del asentamiento colonial, una motivación para impulsar las manufacturas; alimentó
el consumo de pueblos donde se querían replicar
las ciudades de sus fundadores y el fausto de lejanas
cortes, y reairmar viejas y nuevas diferencias. La
ropa dio a los indios la imagen y condición requerida en el plan de dominación, ayudó a aplastar su
identidad originaria y a esconder su memoria en
el universo de pobreza que construían los nuevos
tiempos de centralidad occidental. Los incorporó
al viejo ciclo europeo de cuerpos vestidos y almas
desnudas.
Ese ciclo perdura y la contracción del tiempo y
espacio que produjo la integración de América al
mundo conocido, desatando la globalización, se
reairma usando los símbolos de un consumo que
fue desarrollándose desde el “Descubrimiento”. Las
ropas vuelven de lugares lejanos para construir al
Otro, para cubrirlo y encubrirlo, en los complejos
bordes de una realidad que no podemos dejar de
mirar.
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Si la categoría de indio suplantó y homogeneizó
los viejos etnónimos, suprimiendo términos como
ciguayo, macorix, lucayo, haciendo del vestuario un
recurso de enmascaramiento y borrador de identidades y culturas, el mundo de la ropa de segunda
mano, de las pacas, hace más cercanos a dominicanos, haitianos, cubanos y venezolanos. Los coloca
de un mismo lado en la demarcación de la riqueza,
contribuye a conectarlos y a romper sus diferencias nacionales, sus estatus migratorios, sus periles
étnicos, mientras interactúan en la Duarte, en un
mismo río de pobreza.
Agradecimientos
Los resultados que se presentan fueron obtenidos como parte de las investigaciones desarrolladas por el autor en el proyecto ERC-Synergy
NEXUS 1492, sostenido por European Research
Council / ERC grant agreement n° 3192099.
El texto fue preparado durante la estancia de
investigación posdoctoral que, en el contexto del proyecto NEXUS, desarrolla el autor en
el Instituto Tecnológico de Santo Domingo,
República Dominicana, y se inserta en el trabajo
del Grupo de Investigación “Arqueología y culturas del Caribe”, adscrito a esta Institución.
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Datos de iliación
Roberto Valcárcel Rojas. Doctor en Arqueología
por la Universidad de Leiden donde actualmente se desempeña como investigador posdoctoral
adscrito al proyecto ERC Sinergy-NEXUS 1492.
Profesor invitado del Instituto Tecnológico de
Santo Domingo. Sus intereses de investigación
incluyen el estudio de las sociedades indígenas del
Caribe y los procesos de interacción cultural en la
América colonial, combinando datos arqueológicos
e históricos. Es autor del libro Archaeology of Early
Colonial Interaction at El Chorro de Maíta, Cuba
(2016), editor principal de Un rostro local para
la arqueología cubana (2016), junto a José Abreu
Cardet, y coeditor, junto a Jorge Ulloa Hung, de
Indígenas e Indios en el Caribe. Presencia, Legado y
Estudio (2016). Ha publicado artículos, como autor principal o coautor, en International Journal of
Historical Archaeology, Journal of Anthropological
Archaeology, Journal of Archaeological Science, y
Latin American Antiquity, entre otros.
E-mail: rv.rojas68@yahoo.es
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