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EPÍGRAFE UN DEBATE HISTÓRICO De la disputa del a la disputa contra el positivismo _________________________________________________________________ Sergio Martínez Botija, UAM, España Jesús Pinto Freyre, UAM, España Adrián Santamaría Pérez, UAM, España Palabras clave: positivismo; sociología; Adorno; Popper; crítica; valor; hecho INTRODUCCIÓN L a ponencia de la que este texto da cuenta consistía, en un inicio, en un estudio sobre la primera parte de la llamada disputa del positivismo . Esta se desarrolla en los años 60 del pasado siglo XX, en torno al tema de la metodología de las ciencias sociales. Los contendientes, dos teorías filosóficas que tendrán posturas bien definidas (y contrapuestas) respecto de este tema, serán, por un lado, la teoría crítica, y por otro, el racionalismo crítico. La segunda, el racionalismo crítico, será la teoría desarrollada por Karl Popper en el ámbito de la filosofía de la ciencia. El elemento crítico anti-positivista es, como el propio nombre muestra, fundamental en este enfoque (Popper afirmará, en su autobiografía, que fue él quien acabó con el positivismo), aunque no conviene olvidar lo que tiene de propositiva. Este elemento común a ambas concepciones, esto es, la crítica del positivismo especialmente en lo que a filosofía de la ciencia se refiere- es lo que habrá de ser destacado en este escrito. Además, nos interesará analizar lo que ambas propuestas tienen que decir respecto al positivismo, para poder establecer una crítica propia debidamente, pues, a nuestro juicio, resulta una de las concepciones de la ciencia con más predicamento, pero que, al mismo tiempo, ha sido demostrada como más desatinada del total de las que se han propuesto. Ésta disputa será, precisamente, uno de los pocos momentos en los que estas dos teorías, principales y primeras críticas de la filosofía de la ciencia de corte positivista, convergerán y serán contrapuestas. LA DISPUTA DEL POSITIVISMO Entrando ya en la disputa misma, partiremos del Congreso de la Sociedad Alemana de Sociología de Tübingen, celebrado en el año 1961. Dos filósofos importantes del momento, de tan distinto talante como son Theodor W. Adorno y Karl R. Popper, jefes-de-fila, respectivamente, de la «teoría crítica de la sociedad» y del «racionalismo crítico» (Muñoz, J., 1972, p. 8), son invitados para hablar de un mismo tema: la lógica de las ciencias sociales . En forma de co-ponencia, Popper y Adorno (en orden respectivo) expusieron sus posturas sobre la metodología de las ciencias sociales ante la audiencia allí presente. Pese a que el motivo fundamental de este acto era generar un debate entre estas dos posturas respecto de la sociología (claramente enfrentadas y en contradicción), finalmente no hubo un enfrentamiento directo entre ambas. Sin embargo, esto no supuso un obstáculo para que, pocos años después, ambas posiciones (encarnadas en otros sujetos) volvieran a encontrarse, solo que esta vez de una manera abiertamente enfrentada. La polémica inaugurada en 1961 por Popper y Adorno tiene así su continuación en dos autores pertenecientes a las dos escuelas que se confrontaban: Por un lado, Jürgen Habermas representará a la escuela de Frankfurt y a la teoría crítica (aunque en una forma del marxismo ciertamente más moderada, cuasi-socialdemócrata); por el otro, Hans Albert representará al racionalismo crítico (siendo él mismo el principal sistematizador de las tesis popperianas). La disputa se reanudará con el trabajo de Habermas Teoría analítica de la ciencia y dialéctica (Habermas, J., 1972a), presentado en 196 en el Homenaje a Adorno . Albert responderá en 196 con El mito de la razón total (Albert, H., 1972a), a lo que Habermas responderá, de nuevo y en el mismo año, con Contra un racionalismo menguado de modo positivista (Habermas, J., 1972b). Por último, Albert volverá a contestar en 1965 con ¿A espaldas del positivismo? (Albert, H., 1972b). Todo esto no excluye, por supuesto, que otros autores participasen indirectamente en la polémica, como puede ser el caso de Herbert Marcuse, quién en su libro El hombre unidimensional (Marcuse, H., 2010) realiza ciertas críticas a la filosofía analítica que se pueden entender en el marco de esta disputa. Sin embargo, podemos afirmar con bastante seguridad que los citados artículos constituirán la espina dorsal de esta segunda parte de la polémica. Ésta, cabe añadir, se caracterizará por la imagen altamente distorsionada que cada bando tendrá del otro, siendo frecuentes las acusaciones difícilmente sostenibles si atendemos escrupulosamente a lo que ambas teorías afirman (como la acusación por parte de Habermas hacia Albert de positivista, o la que se lanza en el sentido contrario de metafísico ininteligible), así como las críticas que dejan intacto a su blanco, en tanto que parten de esa distorsión de base. Aquí nos centraremos en la primera parte de la disputa, esto es, lo que corresponde a las ponencias de Popper y Adorno presentadas en el congreso de 1961. Propondremos, concretamente, una explicación para la acusada falta de debate en el mismo, que no será otra que la siguiente: y es que, si bien existían claras diferencias entre ambos, cada uno no estaba hablando, al exponer su postura, contra el otro. Por el contrario, ambas teorías tenían un enemigo común, un enemigo contra el que pensaban ambas pero que no estaba presente en el diálogo: esto es, la concepción positivista de la ciencia, y más concretamente, de las ciencias sociales. Una concepción que, a decir de ambos, imperaba en las propias ciencias de esta índole, y a la que ambos se oponían fuertemente y por diversos motivos, aunque desde distintas perspectivas. POSITIVISMO Conviene clarificar cuál es esta concepción de las ciencias sociales, y podemos hacerlo en torno a dos tesis fundamentales (que se encuentran en clara dependencia, pero que podemos diferenciar conceptualmente por mor de la claridad en nuestra exposición). En primer lugar, la ciencia en general, y la ciencia social en particular, consistiría, según esta postura, en una recopilación de datos empíricos, provenientes de los hechos estudiados. Esta primera tesis estaría ya presente en Auguste Comte, el fundador de la escuela positivista. Para éste, la ciencia debe prescindir de toda especulación o metafísica (Comte, A., 2011), atendiendo tan solo a los hechos y a la observación. Mediante estos procedimientos, debe buscar regularidades en la realidad, y, en base a estas, formular leyes que los expliquen. El científico debería limitarse, de esta manera, a observar los hechos mismos y a describirlos, y a enunciar leyes basadas siempre en estas mismas observaciones. Además, la sociología (tanto para Comte, padre del positivismo, como para sus herederos contemporáneos) funcionaría también de esta manera, pues su objetivo sería desentrañar las leyes necesarias que rigen el funcionamiento de la sociedad. En este punto, la sociología es idéntica a la astronomía (Comte, A., 2011), pues ambas descubren leyes necesarias del funcionamiento de sus objetos, que nos permitirían realizar predicciones completamente exactas respecto de éstos. Este es el modelo de explicación nomotético-legaliforme. En segundo lugar, se concibe que la objetividad de la ciencia viene dada por los científicos mismos, en tanto que parten de una neutralidad valorativa (o desvinculación axiológica, utilizando la expresión de Max Weber). Esto quiere decir que, a la hora de hacer ciencia, el científico ha de hacerlo libre de toda valoración posible, de todo valor que pueda interferir con su investigación de los hechos puros. El científico emplearía, así, meramente la función descriptiva del lenguaje, dejando de lado cualquier otra. De esta manera, el científico social, al llegar a su laboratorio , se pondría la bata de científico y se quitaría los valores, colgándolos en la percha y recogiéndolos solo al terminar su labor científica. Los valores, a decir de esta concepción positivista, se encuentran completamente aislados de los hechos, pues son algo de naturaleza bien diferente. Un enunciado sobre los hechos tiene condiciones de verdad, un enunciado sobre valores no. No resulta contrastable, lo que lo convierte en algo completamente ajeno a la ciencia (que, como hemos dicho, versa sobre los hechos puros), en algo falso. Así es como concluyen que la ciencia ha de estar separada de cualquier clase de valor que pueda sesgar la investigación, de cualquier marco ético (retomando la terminología utilizada por otro de los ponentes del congreso) que pudiera guiar la investigación científica. POPPER: LA LÓGICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES Frente a esta concepción positivista, Popper propondrá (ojo aquí al trabalenguas) que la ciencia no es una mera recopilación de datos. Esta no es la manera que tenemos de operar en la ciencia, pues ésta está compuesta por teorías, las cuales no consisten meramente en un registro. Muchas de ellas nos proporcionan conocimiento de la realidad, y gracias a ello lo ampliamos constantemente. Así, no hay ninguna ciencia puramente observacional, sino solo ciencias que más o menos consciente y críticamente elaboran teorías. Esto vale también para las ciencias sociales (Popper, K., 1972, p. 116). Ahora bien, a su vez, cuanto más conocemos, más nos damos cuenta de nuestra propia ignorancia: surgen problemas, inadecuaciones entre nuestro conocimiento y la realidad (como, por ejemplo, fenómenos que se quedan sin explicación). Estos problemas constituyen el campo de la ciencia, y la labor de ésta es buscar una solución a ellos, por lo que la labor de los científicos es buscar y proponer soluciones posibles para los mismos. Para Popper, el conocimiento no comienza con percepciones u observación o con la recopilación de datos o hechos, sino con problemas. […] Todo problema surge del descubrimiento de que algo no está en orden en nuestro presunto saber; o, lógicamente considerado, […] en el descubrimiento de una contradicción entre nuestro supuesto conocimiento y los supuestos hechos (Popper, K., 1972, p. 102). Estas soluciones son a lo que previamente nos hemos referido como teorías , que, de esta forma, no serían sino intentos de explicación de algo en el mundo que se escapa a nuestra comprensión, y que, por tanto, nos resulta problemático -en otras palabras, soluciones a un problema teórico. La particularidad de las ciencias sociales a este respecto es que sus problemas no son meramente teóricos, imputables a una inadecuación entre sujeto y objeto, una contradicción entre el conocimiento y la realidad; sino que también son prácticos. Pero estos problemas prácticos (como pueden ser la pobreza o la injusticia) dan paso, a su vez, a problemas teóricos, y a una reflexión sobre los mismos. Sigue siendo entonces un asunto de nuestro conocimiento, pues nuestro problema práctico implica un fallo teórico de fondo: no comprendíamos bien la realidad del problema o los medios que hemos empleado para intentar solucionarlo, y por eso persiste. También puede ser, no obstante, que no comprendiésemos todas las consecuencias que acarreaba la influencia de una determinada medida o institución. En cualquier caso, la solución de estos problemas prácticos pasa por la solución de determinados problemas teóricos, o, lo que es lo mismo: necesitamos una mejor comprensión de los procesos sociales para mejorar la sociedad. Todo este proceso de búsqueda y selección de soluciones no es, sin embargo, algo que ocurra al margen de la comunidad científica, sino que, por el contrario, las soluciones han de ser aceptadas mediante consenso en dicha comunidad (este punto conecta con la crítica de Popper de la segunda de las tesis positivistas). Popper criticará, a su vez, la idea de objetividad científica que tiene la concepción positivista de la ciencia: a saber, la de la neutralidad valorativa. Así es como se entiende la objetividad en las ciencias naturales: el científico ha de experimentar y observar el mundo sin partir de ningún presupuesto, lo que garantizaría esta objetividad. Este modelo es, de esta manera, llevado a las ciencias sociales. Pero Popper no se limitará a decir que no es adecuado para las ciencias sociales, sino que para él parte de una concepción errada de la empresa científica en general. El investigador natural no está libre de valores en ningún caso: también es humano, y despojarle de estos valores sería despojarle de su humanidad. Por lo tanto, tiene tantos valores como todos (de los que no se puede desprender), y no solo morales o políticos, sino también valores científicos (hay quien diría que estos son también valores morales en algún sentido), que guían su investigación, en sus métodos y en la elección de a qué problemas atender. De esta manera, el científico natural es tan partidista como el resto de los hombres (Popper, K., 1972, 109). Pero Popper va incluso más lejos a este respecto, afirmando que incluso el afán por la verdad que caracteriza a los científicos y que da sentido a la ciencia y a la investigación científica es un valor. Es, en alguna medida, una forma de fe: la fe en la razón. Ser racional es una elección, pero no es una que se pueda tomar racionalmente, sino que es un acto de elección previo a ella misma, irracional: nuestras motivaciones y nuestros ideales puramente científicos, como el ideal de la pura búsqueda de la verdad, hunden sus raíces más profundas en valoraciones extracientíficas, y, en parte, religiosas. El científico objetivo y «libre de valores» no es el científico ideal. Sin pasión la cosa no marcha, ni siquiera en la ciencia pura. La expresión «amor a la verdad» no es una simple metáfora (Popper, K., 1972, p. 111). En este sentido, se muestra absurda toda pretensión de neutralidad valorativa por parte del científico. Sin embargo, aunque éste no pueda dejar de ser parcial, y, por tanto, no pueda ser en sí mismo objetivo, ello no conlleva que no haya posibilidad de objetividad en la ciencia. Por el contrario, para Popper la objetividad de la ciencia es un hecho, en sí mismo, indiscutible. Pero esta proviene precisamente del carácter social de la misma, del hecho de que no es realizada por científicos aislados sino por una comunidad de estos. Las soluciones propuestas por los diversos científicos son, sin duda, parciales. Pero estas propuestas son presentadas a la comunidad científica, y a su interior son discutidas y se intentan refutar. Aquellas que son refutadas quedan descartadas, mientras que las que resisten siguen sometidas a intentos de refutación. Nunca podemos demostrar que una solución es verdadera, pero, mediante este proceso, vamos descartando las que no lo son, de forma de que se alcanza un cierto consenso respecto a ellas. Pero lo fundamental es que la parcialidad inevitable de los científicos deja de importar en el momento en el que sus propuestas se discuten en el seno de una comunidad, en la cual conviven personas de muy diversos valores: la objetividad de la ciencia no es asunto individual de los diversos científicos, sino el asunto social de su crítica recíproca, de la amistosa-enemistosa división del trabajo de los científicos, de su trabajo en equipo y también de su trabajo por caminos diferentes e incluso opuestos entre sí. De ahí que dependa parcialmente de esa vasta serie de relaciones sociales y políticas que en cuanto a tal crítica la hacen posible (Popper, K., 1972, p. 110). Por muy contrarios que sean los valores de los proponentes de una determinada solución con respecto a los de otros científicos, estos se verán obligados a aceptarla provisionalmente si no es refutada y se presenta como la mejor alternativa. A este respecto son importantes las diversas virtudes científicas que Popper señala, como, por ejemplo, la honradez intelectual, que es justo la que obliga al científico a aceptar provisionalmente las teorías que más intentos de refutación han superado y a rechazar las que han sido refutadas, independientemente de que sus valores le acerquen más a una u otra. De esta manera, la objetividad de la ciencia proviene de su método, que es objetivo y que no es otro que el de la crítica social de las teorías. Y lo es en tanto que la refutación es objetiva, pues depende de la categoría de la contradicción lógica, la cual lo es de manera evidente. Todas estas críticas de Popper a la concepción positivista de las ciencias sociales se encarnan en la crítica que realiza de la antropología de su tiempo. El antropólogo, tal y como lo presenta Popper (Popper, K., 1972, pp. 107-109), se muestra a sí mismo como una figura que se limita a la contemplación de la conducta de otros seres humanos desde fuera. Solo observa, nunca participa, y no le interesa el contenido en tanto que tal, por lo que propiamente es, no formándose ninguna opinión de él; sino que le interesa solo en tanto que síntoma, que dice algo de un determinado grupo o individuo. No valora, por ello, el contenido de verdad de ningún enunciado que se presente ni de ninguna conducta, y mucho menos lo valora moralmente. Su labor es únicamente la de recopilar todos los datos posibles sobre ella, y transmitirlos con objetividad. Esta antropología, habiendo logrado dar con resultados interesantes, se concibe como un modelo para la propia sociología, pareciendo así que esta última debiera ser una suerte de antropología aplicada a la sociedad occidental. Pero, para Popper (como ya hemos visto) la ciencia, y en concreto la sociología, no puede renunciar a la teoría. Aquella no puede ser una mera recopilación de datos, sino que ha de ser un conjunto de teorías que tratan de dar solución a determinados problemas científicos. Tampoco concibe la posibilidad de que el científico se comporte de la manera en la que se supone que lo hace el antropólogo, pues, como hemos visto, esta neutralidad valorativa, esta ausencia de valores, es del todo imposible. La sociología ha de proceder como ya hemos formulado, esto es, mediante la propuesta y critica de posibles soluciones a los problemas que se le presentan, y es de esta manera como alcanza su objetividad. ADORNO: SOBRE LA LÓGICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES Tras la ponencia de Popper, Adorno procedió a realizar la suya, que debía seguir la forma de co-ponencia. Es decir, debía partir de lo dicho por Popper, y, en base a eso, exponer y contraponerle sus propias ideas. Y así lo hizo: fue comentando las principales tesis expuestas por Popper una por una, pero no se contrapuso a ellas en casi ningún momento. Por el contrario, la dinámica general fue la de sumarse a las tesis y críticas lanzadas por Popper hacia la concepción positivista de la ciencia, aunque reformulándolas desde sus propios planteamientos. Es por esta dinámica por lo que afirmamos que, en el caso de estas dos ponencias, el enemigo fundamental de cada teoría no estaba encarnado en la otra, sino en un tercero ausente: el positivismo. Adorno, por su parte, muestra su acuerdo con la idea de Popper de que la ciencia parte de los problemas y viene constituida por ellos. Sin embargo, en el caso de las ciencias sociales, estos problemas no se reducen, como sí lo hacen para Popper, al orden del conocimiento, sino que son problemas que se encuentran en la misma realidad social y que surgen de una contradicción que se da en ésta y no meramente en el orden del saber. La sociedad es contradictoria, y son estas contradicciones las que constituyen el objeto de la ciencia social y de la sociología. No obstante, ello no quita en ningún caso que existan contradicciones también en el orden del saber, o, lo que es lo mismo, inadecuaciones de la conciencia del sujeto con respecto de la realidad. Sin embargo, estas contradicciones no son, para Adorno, solubles simplemente mediante la adquisición de un mayor grado de conocimiento, sino que pueden tener su origen en la realidad misma. En palabras de Adorno, la contradicción no tiene por qué ser, como Popper supone al menos aquí, una contradicción meramente «aparente» entre el sujeto y el objeto, imputable exclusivamente al sujeto en calidad de insuficiencia del juicio. Antes bien puede tener su lugar -un lugar en extremo real- en la propia cosa, siendo, en consecuencia, ineliminable del mundo por simple aumento del conocimiento o por mayor claridad en las formulaciones (Adorno, T., 1972, p. 124). Una contradicción en el orden del conocimiento tiene su origen en una contradicción real, que se da en la sociedad; y, por tanto, solo es eliminable si se elimina la contradicción de la realidad social. Hay, en efecto, una apariencia que es falsa, pero que, a su vez, es una apariencia socialmente necesaria, que viene generada por la contextura misma de la realidad. Trasluce aquí la noción marxista de ideología o fetichismo. Pensemos, por ejemplo, el segundo en su declinación religiosa: este, el fetichismo religioso, es, para Marx, una ilusión de la conciencia, un error de los sujetos. Pero este error, esta contradicción del conocimiento respecto de la realidad tiene su origen en una contradicción en la realidad misma: a saber, en la lucha de clases. Es por esto mismo que la sociología no puede distinguir propiamente entre los problemas sociales y sus problemas teóricos inmanentes sin errar, puesto que ella también es en cierta manera una ideología. Además, dado que la sociedad es en sí misma contradictoria, la sociología no puede menos que reflejar esta contradicción, si no quiere caer en la contradicción más funesta de todas: entre ella misma y su objeto (Adorno, T., 1972, p. 122). Pues una ciencia que se contradice con su propio objeto no aporta, sin lugar a duda, ninguna clase de conocimiento, y solo logra fetichizarse (Adorno, T., 1972, p. 125), es decir, autonomizarse de su objeto. Por otra parte, Adorno también realiza en su ponencia una crítica a la noción de objetividad como neutralidad valorativa. Se suma, en este sentido, a la crítica popperiana: el científico, como todo ser humano, no puede dejar de lado sus valores. El científico social pertenece de igual manera a determinada parte de la sociedad, y es esta pertenencia la que determina sus valores. Independientemente de cuáles sean estos valores, lo que es claro es que está determinado a tener algunos. Además, también ocurre que el mismo objeto del que decide ocuparse un científico (o sea, los hechos y problemas que considera y a los que dedica su atención) viene ya, en sí mismo, cargado de ellos. Se diluye la dicotomía entre hecho y valor, pues la asunción de todo hecho o problema como relevante o como sencillamente existente supone, también, la asunción de unos valores, una cierta conducta valorativa que es inseparable de la conducta supuestamente neutra. Siguiendo a Adorno, puede decirse que la cosa, el objeto del conocimiento sociológico, es algo libre de imperatividad, algo meramente existente -solo mediante los cortes de la abstracción acaba convirtiéndose en talen tan escasa medida como están en su sitio los valores en un más allá, en un cielo de las ideas. […] Una consciencia científica de la sociedad que presume de libre de valores desatiende a la cosa no menos que aquella otra que se remite constantemente a unos valores más o menos decretados y arbitrariamente estatuidos. […] A decir verdad, el comportamiento neutral en el orden valorativo resulta imposible no solo psicológicamente, sino también de manera objetivada. La sociedad, a cuyo conocimiento ha de apuntar en última instancia la sociología, si no quiere reducirse a mera técnica, solo cristaliza efectivamente a la luz de una concepción de sociedad justa, en torno, en fin, a una idea de sociedad cabal (Adorno, T., 1972, p. 134). Entraremos posteriormente en este último punto. De esta forma es como Adorno, igual que Popper, señala la imposibilidad de una neutralidad valorativa. Sin embargo, de nuevo igual que Popper, aquél no está dispuesto a renunciar a la objetividad de la ciencia. Por ello, señala que la objetividad de una ciencia proviene del hecho de que su método se adecúe a su objeto y de que se corresponda de alguna manera con él. En el caso de la sociología, su objeto, la sociedad, es contradictorio, y, por tanto, la sociología ha de ser capaz de atender a esta contradicción adecuadamente y recogerla (como ya hemos dicho más arriba). La sociedad, además, funciona como una totalidad, es decir, mediante el estudio de una de sus partes no se puede conocer adecuadamente el todo, y todas sus partes se han de entender en su interrelación con el resto. Así, la sociología tampoco puede ocuparse de una parte de la sociedad aisladamente, sino que ha de tomarla en su interrelación con el resto de ellas, llevando a cabo una comprensión holística de la misma. Cabe añadir que Adorno considera, al igual que Popper, que la sociología ha de ser crítica con sus propios planteamientos y conceptos. Pero precisamente porque la sociología se corresponde con su objeto, esta crítica es al mismo tiempo una crítica de la sociedad existente: la crítica no puede consistir en una mera reformulación de enunciados contradictorios en aras a la recuperación de la conformidad y armonía del complejo científico […] una teoría crítica de la sociedad encauza en otra dirección la permanente autocrítica del conocimiento sociológico (Adorno, T., 1972, p. 131). Y dado que este tomar la sociedad como una totalidad nos lleva a entenderla necesariamente como un solo problema, la sociología solo puede ser critica si es capaz de imaginar otra sociedad diferente a la existente, si puede oponer a esta sociedad contradictoria una sociedad justa (como previamente habíamos adelantado). En última instancia, la sociología ha de posicionarse respecto de la sociedad existente, ha de valorarla y juzgarla. Si no se hace esto, se adopta una postura de resignación respecto de la realidad social. Adorno lanza su arsenal crítico contra una ciencia que él considera que funciona de manera positivista (y, a su vez, errada): la sociología del conocimiento. Ésta analiza las diferentes concepciones del mundo, las cuales están determinadas situacionalmente. Es decir, en última instancia, toda concepción del mundo surge de manera necesaria de unas determinadas condiciones sociales, y es, en este sentido, necesaria. De esta manera, es irrelevante la verdad o falsedad de esta misma concepción: solo nos importa describirla y relacionarla causalmente con las condiciones que la producen. Para Adorno, en efecto, se ha de atender a la necesidad, pues estas concepciones son productos necesarios de la realidad social tal y como es. Pero al dejar de lado todo juicio sobre la verdad o falsedad, adecuación o inadecuación con la realidad, la sociología estaría dejando de ser crítica. La sociología ha de constituirse como una crítica de la ideología, de la apariencia socialmente necesaria, en resumen, de la falsa conciencia. La sociología del conocimiento atiende a los intereses que subyacen a las diversas concepciones del mundo y las explica a partir de ellos, pero en ningún momento pone en tela de juicio su verdad, no alcanza el momento crítico. A MODO DE CONCLUSIÓN Hemos visto cómo Adorno, en su ponencia, no se opone directamente a las tesis anteriormente expuestas por Popper, sino que las apoya y las utiliza como pretexto para formular sus propias críticas al positivismo. Tanto uno como otro son contundentes con su rival: sus críticas resultan bastante difíciles de evitar, y contribuirán enormemente, con toda seguridad, a acabar con la predominancia del positivismo en el panorama de la filosofía de la ciencia en el siglo pasado. Tal vez este hecho (esto es, la caída del principal rival de ambas teorías) sea precisamente lo que desencadenó la posterior encarnizada disputa entre ambas propuestas, pues, una vez caído el positivismo y disipado el polvo, éstas eran las dos teorías respecto de la ciencia social más potentes en el panorama alemán. Tampoco cabe olvidar que, pese a la coincidencia de muchas de sus críticas al positivismo, ambos planteamientos eran, en realidad, muy diferentes entre sí. Una controversia entre ellas, que no había sido posible hasta ahora, era inevitable. Pero este tratamiento de la disputa no era para nosotros sino un pretexto para lanzar una crítica contra esta concepción positivista de la ciencia, apoyándonos en lo que los autores tratados tienen que decir al respecto. Concretamente, nos gustaría decir algo respecto de la dicotomía entre hechos y valores: de la mano de Popper y Adorno hemos visto que no podemos pretender que la ciencia exista aisladamente respecto de cualquier clase de valor. El científico no puede pretender estudiar los hechos libre de toda posición propia, eso es radicalmente imposible. La ciencia tampoco excluye por sí misma la posibilidad de un marco ético que la guíe, sino que, de hecho, no puede existir sin uno, pues se basa en una serie de valores que son, en última instancia, extracientíficos. La investigación científica (así como el desarrollo tecnológico resultante) bien puede dejarse guiar por valores sociales que indiquen qué problemas son de importancia y que soluciones son deseables. REFERENCIAS Adorno, T. (1972). Sobre la lógica de las ciencias sociales. En: Muñoz, J. (ed.), La disputa del positivismo (pp. 121-138). Barcelona: Grijalbo. Albert, H. (1972a). El mito de la razón total. En: Muñoz, J. (ed.), La disputa del positivismo (pp. 181-220). Barcelona: Grijalbo. — (1972b). ¿A espaldas del positivismo? En: Muñoz, J. (ed.), La disputa del positivismo (pp. 251-286). Barcelona: Grijalbo. Comte, A. (2011). Discurso sobre el espíritu positivo. Madrid: Alianza Editorial. Habermas, J. (1972a). Teoría analítica de la ciencia y dialéctica. En: Muñoz, J. (ed.), La disputa del positivismo (pp. 147-180). Barcelona: Grijalbo. — (1972b). Contra un racionalismo menguado de modo positivista. En: Muñoz, J. (ed.), La disputa del positivismo (pp. 221-250). Barcelona: Grijalbo. Marcuse, H. (2010). El hombre unidimensional. Barcelona: Ariel. Muñoz, J. (1972). Nota marginal a una polémica. En: Muñoz, J. (ed.), La disputa del positivismo (pp. 7-10). Barcelona: Grijalbo. Popper, K. (1972). La lógica de las ciencias sociales. En: Muñoz, J. (ed.), La disputa del positivismo (pp. 101-120). Barcelona: Grijalbo.