Ateísmo, amor
y justicia en el
pensamiento de
Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios
después de la muerte
de Dios
Mario Di Giacomo
AtEísMo, AMor y jUsticiA
En EL pEnsAMiEnto DE EMMAnUEL LEvinAs.
Un DiáLoGo con Dios
DEspUés DE LA MUErtE DE Dios
MArio Di GiAcoMo
Universidad Metropolitana,
Caracas, Venezuela, 2017
Hecho el depósito de Ley
Depósito Legal: M I 2017000659
ISBN: 978-980-247-258-1
Formato: 15,5 x 21,5 cms.
Nº de páginas: 556
Diseño y diagramación:
Jesús Salazar / salazjesus@gmail.com
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Prof. Rossana París
Prof. Alfredo Rodríguez Iranzo (Editor)
A veces, sólo el silencio sangra las heridas
índice
Agradecimientos
13
prólogo (En torno a la errancia como morada)
por sandra pinardi
15
introducción
25
i.
Levinas, lector de Husserl
31
1.1.
Contra el naturalismo: en busca del sentido
31
1.2.
La conciencia como intencionalidad
37
1.2.1. Las Abschattungen como idelidad de la conciencia
a lo concreto
40
1.2.2. La conciencia: posición absoluta
y su autotrascendencia en la intencionalidad
48
1.3.
Actos objetivantes vs actos no-objetivantes de la conciencia
56
1.4.
La intuición, acto teorético o sede primera de la verdad
60
1.5.
¿Aut prius vita quam doctrina aut prius doctrina quam vita?
70
1.6.
La conciencia distendida; el tiempo
79
1.7.
La reducción fenomenológica o neutralización de la vida
dogmática del sujeto
82
1.8.
El rostro que derrota al Ego ilustrado
91
1.9.
Síntesis pasiva, luz opaca del “inconsciente fenomenológico”
(o de la vigilia mínima del ego)
93
II.
Totalidad e ininito: la totalidad como violencia
103
2.1.
Un Dios de activos vestigios
103
2.1.1. Mesianismo secular
108
2.1.2. Un Dios elusivo
111
2.2.
Contra las ilosofías digestivas
118
2.3.
Soledad en la relación; relación en la soledad
126
2.4.
Un tiempo más allá del presente
131
2.5.
Claridad y retorno
138
2.5.1. Olvido de la reciprocidad
145
2.5.2. Me voici!
152
2.6.
Magisterio de la exterioridad
160
2.7.
Egoísmo y gozo
167
2.7.1. Interioridad receptiva
183
Tiempo
189
2.8.1. Tiempo y mesianismo
194
Entrega sin reservas
199
2.10. La errancia como morada
207
2.8.
2.9.
2.10.1. La restitución de las ausencias
213
2.10.2. Hospitalidad
217
2.11. Esperanza
227
2.12. El rostro de la epifanía
231
2.12.1. Ethica, veritas prima
2.13. El cuerpo en el pensar
237
247
2.13.1. Nomadismo y promesa
254
2.14. La obra en la bancarrota de la voluntad
260
2.15. Muerte y sufrimiento
272
2.16. Caricia, alteridad y trascendencia
280
2.16.1. Ventura y desventura de la paz institucional
280
2.16.2. Más allá del amado
290
2.16.3. Caricia
295
2.16.4. Fecundidad y futuro
305
2.16.5. El hijo
309
2.16.6. Deseo y errancia
313
2.16.7. Deseo y pasividad
322
2.16.8. Intersubjetividad y exilio
329
2.17. El perdón en la ética del exilio
342
2.18. Quicio y continuidad
352
2.19. Respeto del ser
357
2.20. La libertad, soledad compartida
366
III.
De otro modo que ser: tránsito desde la epifanía del rostro
al nexo entre el Decir y lo Dicho
377
3.1.
Proemio de un tránsito
377
3.2.
Traición del Decir
379
3.3.
El Bien como disolución del orden maniiesto
386
3.4.
Ruptura de la esencia
391
3.5.
El Decir: parresía y exposición
394
3.6.
Intemperie y exilio antes que logos
400
3.7.
Morir por…
408
3.7.1. Obediencia
412
3.7.2. Alienación vulnerable
418
3.7.3. Sensibilidad
425
3.8.
La política del Decir
432
3.9.
Responsabilidad
442
3.10. La singularidad en cuestión
452
3.11. Carne y signiicado
461
3.11.1. Sabiduría del amor
467
3.12. Anarquía
475
3.13. Profetismo y justicia
487
3.14. Kenosis
497
4.
505
Conclusiones
4.1.
505
4.2.
509
4.3.
513
4.4.
516
4.5.
520
4.6.
523
4.7.
526
4.8.
530
Bibliografía
543
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Agradecimientos
Esta conversación con Emmanuel Levinas, fragmentada e
interminable, nómada como una tribu en el desierto, comenzó a
mediados de los años 90. Resultado de un magníico no se qué de
esa ya vieja interpelación surgió este texto, inconforme a veces
con sus propios signiicados, conforme otras veces. Doy gracias,
pues, a esa interpelación oscura, a ese diálogo de alteridades y a
la noche que las resuelve.
A Sandra Pinardi, quien animó y prefació este esfuerzo de
poner a conversar la palabra con el silencio que la funda, estoy
profundamente agradecido.
A la Universidad Metropolitana, institución que en medio
de las penosas adversidades políticas, sociales y económicas
que nos ha tocado vivir sigue apostando, mediante ediciones y
publicaciones, por la permanencia del mérito académico, por
la tradición universitaria y por el rigor del saber. Por un saber
13
Mario Di Giacomo
muchas veces no bienvenido por los mandarines de la política o
los espadones de turno. No hay mayor desafío al autoritarismo
que seguir pensando, pensando lo pensado, a in de que el futuro
se abra, de que el porvenir tenga siempre ante sí lo impensado. Y
no hay mayor desafío al autoritarismo que entregarle por medio
de argumentos las contradicciones en las que habitualmente
incurre, tanto en sus prácticas como en sus más que eventuales
desmanes discursivos. Ni el libro ni la Academia se desaniman
ante la palabra envalentonada ni frente a los gestos cerrados al
otro. Un argumento, un libro, la universalidad de la Academia son
el ejemplo de que la riqueza del saber y de la vida no pueden sino
contener en sí a los otros, la alteridad, la maravillosa presencia de
aquello que nos saca de nuestros lugares habituales. Al evocar a
Levinas y a la alteridad que continuamente este autor menciona,
no hago más que dejar atrás la prisión en que consiste un texto
provisto de un solo signiicado. Dejo atrás la violencia del texto
único de los tiranos. Una vez más, gracias a la UNIMET y al prof.
Alfredo Rodríguez por dejarme abierta la posibilidad de pensar
y de pensarnos, de vivir nuestro contexto y de comprenderlo a
través de un texto y de los lectores eventuales de ese texto.
Por último, dejo mi testimonio de gratitud al prof. Jesús
Hernáez, lector y corrector de este texto, y al padre Manuel
Teixeira SCJ por su ayuda en el esclarecimiento de algunos
conceptos de origen teológico.
14
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
prólogo
(En torno a la errancia como morada)
Hay tiempos y circunstancias en los que lo impensable
adquiere igura y presencia, tiempos y circunstancias que parecen
haberse abandonado a su propio desfallecimiento, en los que el
“mundo” se enfrenta directamente con sus sombras y heridas, con
sus fracasos y isuras. En esos tiempos y circunstancias aparece
para el pensador un reclamo y una exigencia ineludible: la de
observar críticamente sus propios lugares y formas de vida, la
de buscar comprender cómo aquello que se creía imposible ha
llegado a ser, ha podido habitar entre nosotros. En este lúcido
y relexivo libro Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de
Emmanuel Levinas. Un diálogo con Dios después de la muerte
de Dios de Mario Di Giacomo se reconocen esos reclamos y
exigencias, porque si bien es una interpretación dedicada y
detenida es también un diálogo en el que dos tiempos y lugares se
convocan mutuamente, se encuentran fructíferamente.
15
Mario Di Giacomo
Walter Benjamin proponía que la historia del sentido, de
la signiicación, se construye a partir la “cita secreta” que se
produce entre “hechos” o “textos” cuando desde un presente y sus
circunstancias eso “ya sido” o “ya dicho” se ilumina y, entonces,
algo que allí permanecía oculto e impenetrable se redime, se hace
presencia y presente. Así, a partir de la indagación de Di Giacomo,
entre los textos de Emmanuel Levinas que aquí se trabajan y esta
civilización al descampado (sin abrigo ni retención, hipotecada
al espectáculo y al mercado) en la que se ha convertido nuestro
mundo, se produce una “cita secreta”, un vínculo no evidente,
tampoco explícito, gracias al que nos enfrentamos nuevamente
con la urgencia de encontrar un pensamiento –una comprensión
y una interpretación- que permita conjurar “el momento de
inhumanidad del hombre”: aplazándolo o debilitándolo. En efecto,
en la pregunta por el “abandono de lo humano”, por la supremacía
del dominio o por la subjetividad autorreferencial, parecieran
converger experiencias tan distanciadas como la de los campos
de exterminio Nazis y la de una Latinoamérica (una periferia)
que se concibe rezagada, que se percibe a sí misma alejada. Se
trata de una exploración “común” por los lugares inhóspitos de la
facticidad y del poder, así como por la posibilidad de abrir la razón
y el pensar a una nueva clase de sujeto, al despertar ineludible
que trae consigo dar lugar a la sensibilidad y la afección, y a los
enigmas de lo humano.
Mario Di Giacomo asume este reclamo y esta
exigencia leyendo, indagando, hurgando, en cierto sentido
16
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
arqueológicamente, en el difícil proyecto de re-fundación de la
ilosofía que propone y enuncia Levinas, en el que la ética es una
ética soberana, una “ilosofía primera”, que persigue entender al
hombre y al mundo a partir de un fundamento y unas coordenadas
distintas a las que han sido legadas por la tradición ilosóica
occidental. Un pensamiento que, al comprender la ética como
“ilosofía primera”, busca nuevos horizontes desde los que atender
y entender al sujeto, pensándolo más allá del “ser”, fuera de la
primacía de la identidad y del dominio racional, como la secuela
de un encuentro inefable con el prójimo. Una ética soberana que
se dona como una región siempre inaugural constituida desde el
ser-juntos, en el ser con-otros.
Su crítica radical al pensamiento que comprende al hombre
y sus acciones desde la primacía del saber, y desde el poder
que de ello deriva, se consolida en un pensamiento abierto, que
se retrae a la totalización, que se engrana en lo que desborda,
como se desborda el rostro del Otro en su expresión. Sólo a
través de un pensamiento que trascienda la identidad es posible,
para Levinas, convertir el poder en justicia, y la comprensión
en responsabilidad. Por ello, el proyecto ilosóico de Levinas
intenta desplazar o reemplazar esos modos de conocimiento
que reducen el ser a la identidad (el Mismo) y que desde el
dominio, desde el poder, pretenden atrapar y poseer al Otro, y
a la alteridad en general, convirtiéndola en mundo instituido y
comprensión, en signiicado dado y reiteración, obliterando con
ello su condición de exterioridad, y la distancia y resistencia que
17
Mario Di Giacomo
le son consustanciales. En este sentido, Levinas se distancia del
conocimiento -que anula la exterioridad- y propone un pensar
instaurado en la interlocución, a saber, en un Decir1 capaz de
hacerse cargo de la irrupción del Otro (de la exterioridad por
excelencia) y de los quiebres e inquietudes que ese encuentro, que
ese asalto, efectúan sobre la identidad y el mundo constituido,
sobre el presente y la presencia.
En este recorrido del camino despejado por Levinas,
Mario Di Giacomo no sólo busca comprender y valorar las
potencialidades de este pensamiento como modo de reformular
las relaciones de pensamiento y existencia, sino que además
intenta encontrar un itinerario que le permita convocar la justicia
y promover el aplazamiento de esos momentos de in-humanidad
que abundan en este mundo desértico, abandonado al dominio, la
violencia y el mercado. Por ello, nos dice: “La ética debe existir,
incluso en el espectáculo de un Dios destronado; el mal no tendrá
sitio a pesar de esa catástrofe la última palabra. Un mundo dejado
de Dios tendrá que encontrar todavía una palabra, o un gesto,
que señale justamente que el Bien (Dios) no ha desaparecido por
completo”. En efecto, Mario Di Giacomo se sitúa en un mundo
1
18
Levinas propone una diferencia entre “el Decir” y “lo Dicho”. El Decir es distinto
de lo dicho, es la palabra que excede el logos: el ser, lo signiicado, el mundo.
Tiene que ver con la resonancia de signiicaciones olvidadas, con la posibilidad
de aproximarse al prójimo que no se agota en la donación de sentido. Levinas
dice: “…será necesario remontarse al Decir que signiica antes de la esencia,
antes de la identiicación (…) Se trata de una signiicación referida al otro en la
proximidad que decide sobre cualquier otra relación, que se puede pensar en tanto
que responsabilidad para con el otro y se podría llamar humanidad…” Levinas, E.
De otro modo que ser o más allá de la esencia. Salamanca, Ediciones Sígueme,
2005. P. 97
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
que pareciera encontrarse en el ocaso de su propia luminosidad:
de su racionalidad excesiva y excedente, que pareciera haber
olvidado sus propios horizontes y deseos, sin embargo, su empresa
hermenéutica es crítica también con respecto a la radicalidad del
pensamiento levinasiano, de allí que este libro esté atravesado
por un dialogo tenso, sin concesiones, en el que Di Giacomo
rescata aun potencias para la racionalidad, siempre y cuando ésta
pueda inmiscuirse en los difíciles lugares del cuerpo, el amor, el
sufrimiento, la violencia, sin afán absolutista, y entienda y atienda
el engranado de rupturas, diferencias y diacronías en los que se
instala en devenir existencial. Un diálogo tenso, una indagación
que transita a lo largo de todo el libro desde la detallada inspección
de dos aspectos fundamentales del pensamiento de Levinas, por
una parte, el de la transformación del sujeto en el horizonte de una
relación con el Otro en la que el “yo” se abre a la extrañeza, a la
distancia infranqueable, a la exterioridad del Otro dándole lugar,
y por la otra, el del poder del lenguaje y su violencia inherente.
La irrupción del Otro y su in-initud son el terreno en el que
Mario Di Giacomo se propone dilucidar los modos posibles de
una ética verdadera para el presente, y a pesar de sus sospechas
y desacuerdos con Levinas, llega a la conclusión de que “Sólo
en el Otro encontramos la condición de posibilidad de un mundo
habitado éticamente, solamente en el ateísmo encontramos las
condiciones sine quae non de la vinculación que nos pone en
común, más allá de lo común representado”. En el pensamiento
de Levinas, como mostrará Di Giacomo con precisión, una
19
Mario Di Giacomo
verdadera relación ética está siempre determinada y regida por el
Otro, por el prójimo, debido a eso, pareciera entonces, que la ética
es ya siempre, anticipadamente, un donar o entregar, y un donar-se
o entregar-se, a la revelación y manifestación de una singularidad
que excede cualquier intento de domesticación, comprensión
y apropiación. El Otro es expresión, es la “huella del ininito”,
una suerte de trazo o huella de lo divino en el mundo, que se ha
hecho cuerpo y vida, que se maniiesta como fragilidad, desnudez
y vulnerabilidad. La relación con esa in-initud sólo puede ser
pensada en términos de fecundidad –de procreación-, es decir,
como un hacer-se a sí mismo más allá del ser, un hacer-se y hacer
del mundo un “entre-nosotros”. La fecundidad es la comprensión
del ser no como algo dado o realizado, ni como un proyecto,
sino como un “estar siendo cada vez otro”, en el que el “estar
siendo” adviene como una transformación radical del Mismo en
su “acogida” de la “estancia del otro en sí”. De allí que, Mario Di
Giacomo, en su lectura de Levinas airme el asomo de un sujeto
distinto y distante del moderno, un sujeto en el que “…el ser brota
–o retoña- en el sobresalto causado por la interpelación del Otro.
Por eso, antes que docilidad del espíritu frente a la solicitación
del ser, docilidad del espíritu frente a la solicitación del Otro: ‘el
sujeto es un anitrión’, recibe la tessera hospitalis incluso antes
de haberla otorgado, pues ella es condición de posibilidad de la
visita misma. El anitrión se descubre así como la casa elaborada
para “hospitalizar” al ser separado”.
El problema del lenguaje y su violencia, por su parte,
20
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
traspasa en este libro no sólo todos sus análisis e interpretaciones,
sino la escritura misma del texto, su propio “decir”. Un problema
inmensamente complejo al cual quizás sólo podemos acercarnos
desde y en preguntas. ¿Cuál es el lenguaje, la palabra propia,
de ese sujeto anitrión, de ese sujeto que está “sujeto” al Otro?
¿Cuál es el lenguaje del dar-se, qué palabra puede hacerse cargo
de lo que es siempre inapropiable? ¿Cómo será ese lenguaje que
intenta decir lo otro del ser, ese lenguaje capaz de “traducir” la
experiencia ética originaria en la que la “unicidad insustituible de
una persona que se expone a otra persona”? Mario Di Giacomo,
de la mano De otro modo que ser o más allá de la esencia, busca
esbozar una respuesta a partir de un hurgar tanto en las propuestas
de Levinas como el las sombras o lugares abandonados que esas
propuestas generan. Levinas distingue al interior del lenguaje dos
fórmulas expresivas, el Decir y lo Dicho, y establece entre ellas
una relación fundamento/fundado: el Decir es el fundamento de
lo Dicho que es, siempre, un modo del conocer. El Decir, que se
opone a la primacía ontológica de lo Dicho, no puede ser pensado
como una mera enunciación, como un “acto de habla”, sino más
bien como un responder, un dar-lugar (al Otro, al prójimo) previo a
cualquier reconocimiento. Este dar-lugar, es inmemorial, anterior
a cualquier acto de habla, a la enunciación, y justamente porque
es un dar-lugar, este Decir previo a la enunciación, al habla, es una
pasividad extrema: “El acto ‘de decir’ desde el comienzo debería
haber sido introducido aquí como la suprema pasividad de la
exposición al Otro, que es precisamente la responsabilidad para
21
Mario Di Giacomo
con las libres iniciativas del otro.”2 El Decir previo es la acción
en la que la responsabilidad se concreta, ya que en ese Decir el
sujeto de-pone su soberanía y su espontaneidad pero sigue siendo
sujeto –una unidad irremplazable-, y actúa entonces desde y en su
sujeción al otro, actúa para-el-otro y por-el-otro. Como bien dice
en la introducción, para Di Giacomo “el dinamismo del desdecir
lo Dicho y las acepciones asentadas en la historia y el lenguaje
se halla lejos del triunfo. Con lo cual el lenguaje uniicador de
la ontología no puede ni debe ser descartado, así como tampoco
el sitio trascendental que, a su pesar, el pensamiento de Levinas
debe construir para pensar más allá de la esencia”.
Ambos temas, ambos problemas de indagación culminan, en
este libro, con un lúcido y extenso examen acerca de la posibilidad
de la justicia en estos tiempos de ausencia y vacío, una revisión
que le permite proponer cómo tendría que ser ese pensamiento
que nos compete, y que nos reclama, contemporáneamente, así
como cuál lenguaje, cuál Decir podría ofrecerlo adecuadamente.
Y uno podría entender esa meditación inal sobre la justicia y
el lenguaje como la comprensión de que, antes del saber o del
hacer, nos encontramos siempre frente a la responsabilidad
irrenunciable, fundante, irreductible y solitaria de dar lugar a lo
humano, de retrasar constantemente el momento de inhumanidad.
Por ello debemos atender y constituir, enunciar y promover una
ética que coloque a los hombres en la obligación de rehacer
continuamente sus modos de comprensión y valoración bajo
2
22
De otro modo que ser. Ediciones Sígueme, Salamanca, 2003, p. 100
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
el imperativo de cuidar la vida de todos, de cualquiera. En este
sentido, la errancia es la morada: ni revelación ni representación,
sino un apasionamiento que está más allá de cualquier imagen o
enunciado posible, en la ausencia misma de iguras, y que como
el amor es, a la vez, una experiencia imposible y urgente, una
experiencia siempre emergente.
Sandra Pinardi
Prof. de Filosofía Contemporánea
Universidad Simón Bolívar
Universidad Católica Andrés Bello
23
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
introducción
En este trabajo, sin dejar de acudir constantemente a
otras obras del autor, se examinan dos textos fundamentales de
Levinas, Totalidad e ininito y De otro modo que ser, o más allá
de la esencia. Existe una interrupción, ciertamente, en el tránsito
entre esas dos obras, sin embargo, también se mantiene una
continuidad fundamental relacionada con la crítica al absolutismo
teorético y con la bienvenida a una ética todavía posible, más
allá de toda disposición intencional, en sentido husserliano,
o intelectual, en sentido lato. Hemos querido pensar, junto
a Levinas, la transformación de Dios a partir de Su muerte, la
destrascendentalización de la razón en un nuevo tipo de sujeto,
adverso al sujeto moderno, y la posibilidad de que la sensibilidad
no se oriente a la última palabra que el pensamiento suele guardar
para sí. Especulación de rupturas y continuidades, la de Levinas
nos enfrenta a los riesgos de una ética aún permisible, fundada
en el enigma del Otro, en su rostro y en su rara proximidad.
El Dios mortiicado de la teología y los conceptos que de Él
25
Mario Di Giacomo
se predican son modulados en un alegato metafísico que corre
allende la esencia y de todo discurso saturado. Tanto el “rostro”
de Totalidad e ininito como el “Decir” de De otro modo que ser
representan la repugnancia levinasiana a la clausura semántica y
a la culminación del signiicado. Si el hombre está en proceso,
no puede existir, de él, ninguna clase de ultimidad. La diferencia
asumida entre ontología y metafísica sigue este curso: para aquélla
se reserva lo que la tradición occidental ha querido revelar del ser
bajo el dominio de la luz, constituyéndolo en ente, transparencia
y manipulación, mientras que para ésta se guarda el enunciado de
una anarquía constantemente en ciernes capaz de dar al traste con
los sentidos asentados, debido a la violencia que éstos conservan
en su interior.
En el primer capítulo analizamos la concepción que
tiene Levinas de la fenomenología husserliana en La teoría
fenomenológica de la intuición, haciendo especial énfasis tanto
en el concepto de “intencionalidad” como en el de “conciencia”,
sin dejar de mencionar el de “tiempo”. Asimismo, unas palabras
fugaces se referirán a la noción de “síntesis pasiva”, de origen
husserliano, de la cual el desarrollo del pensamiento de
Levinas no niega ser deudor. En Husserl, la conciencia aparece
como sinónimo de libertad antropológica, empero, termina
concibiéndose como autoposición absoluta que deriva en el olvido
de sus mismas sombras y de su propio contexto de nacimiento;
la doctrina primaría entonces sobre la vida. Obviamente, Levinas
manifestará su desacuerdo con semejante absolutización de la
26
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
conciencia, pues es necesario tener en mente que ya desde la
temprana obra La teoría fenomenológica de la intuición cuestiona
el excesivo teoricismo -o intelectualismo- de su maestro, a cuyo
pensamiento intentará oponer otros modos intencionales de
referirse a su mundo el hombre.
En el segundo capítulo abordamos los complejos temas de
Totalidad e Ininito, resumidos en los conceptos de “ateísmo”,
“deseo”, “Otro”, “epifanía del rostro”, “cuerpo” y en el criterio
de demarcación entre metafísica y ontología, introduciendo
comentarios de peso u objeciones de varios lectores de Levinas,
en especial de Derrida, crítico implacable, pero al mismo tiempo
admirador sin dobleces del ilósofo judío. Aquí posee relevancia,
como la tendrá en De otro modo que ser, aunque conforme al
par conceptual Decir-Dicho, la idea de un ininito que se hurta
a las pretensiones sofocantes de cualquier tipo de totalidad, sea
teorética, histórica o civilizatoria. El tema de la caricia y de la
trascendencia en ella incorporada no podrá dejar de tener un
tratamiento destacado.
En el tercer capítulo nos centramos en el “Decir” y lo “Dicho”,
conceptos medulares que aparecen en De otro modo que ser, obra
en la cual se aspiraba a superar el lenguaje ontológico presente aún
en Totalidad e ininito. A nuestro juicio, el dinamismo del desdecir
lo Dicho y las acepciones asentadas en la historia y el lenguaje
se halla lejos del triunfo. Con lo cual el lenguaje uniicador de
la ontología no puede ni debe ser descartado, así como tampoco
27
Mario Di Giacomo
el sitio trascendental que, a su pesar, el pensamiento de Levinas
debe construir para pensar más allá de la esencia.
Nuestras conclusiones, tal vez un poco extensas, rematan este
trabajo, incluyendo las críticas a su proyecto y a la imposibilidad
teórica en la que derivan los argumentos del autor: usar el lenguaje
para ir más allá del lenguaje. En nuestras objeciones y comentarios
no dejarán de iniltrarse fuentes “espiritualistas” o de raíz
cristiana, aunque bastante desfundamentadas (kenosis, v.g.), así
como algunas relexiones inspiradas en pensadores de la Escuela
de Francfort (Adorno y Horkheimer, por ej.). Un mundo dejado
de Dios, si es que el mundo en efecto lo está, se autoexige pensar
desde esa lejanía o desde esa muerte. Quien escribe no cree que Él
esté muerto, por cierto, menos para Oriente que para Occidente,
y no por un prurito de creyente, que es lo menos relevante en
términos ilosóicos, sino porque su presencia rebrota modulada
o redimida en los trascendentales que no podemos dejar de erigir,
a in de que el pensamiento mismo conserve la coherencia a la
que tradicionalmente ha aspirado. ¿Pensamiento provocador el de
Levinas? Sin dudas. ¿Trufado de giros poéticos deseosos de dar al
traste con los cercos ontológicos y con el dominio de la luz? A no
dudarlo. Pero también pensamiento no hurtado a las repeticiones
excesivas, a tropos un tanto confusos y a una cierta idiosincrasia
conceptual. No obstante, y maravilloso, pensamiento que quiere
pensar más allá (o acaso más acá) de lo que le es legítimo por
obediencia a una dignidad humana que no es mercancía para el
intercambio, ni circunstancia tasable, ni, mucho menos, sustancia
de un sacriicio. Es decir, pensar empecinadamente –sin pensarlo
28
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
realmente- ese resto enigmático que el concepto y la totalidad
han dejado fuera de sí. Pensamiento del allende en el ahora,
de la profecía en el presente, del desierto semoviente tras su
oscuro horizonte, de la diferencia y de lo irrecuperable. En in,
pensamiento de un olvido. Y del adiós.
Hemos respetado la grafía mayúscula utilizada en la
traducción castellana de los textos para los términos “Otro”,
“Mismo”, “Bien”, “Decir” y “Dicho”.
29
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
i. Levinas, lector de Husserl
1.1.
Contra el naturalismo: en busca del sentido
En La teoría fenomenológica de la intuición, tesis doctoral
del ilósofo, cuya primera edición está fechada en 1930, dada a
luz por Vrin, se propone Levinas seguir los razonamientos de
Husserl, más allá de la forma estática de una ilosofía acabada,
de modo de “seguir su sabio tejido”1, el cual nos colocaría
en presencia de las cosas mismas, zu den Sachen selbst. El
lenguaje fenomenológico analizado por Levinas no querrá ser ya
simplemente una relexión sobre la ciencia misma, es decir, una
epistemología, en la medida en que la ilosofía, la gran ilosofía,
se ha quedado estancada debido al progreso de las ciencias de
la naturaleza y de la historia. Querrá ser también, más allá de
los problemas epistemológicos planteados por la fenomenología
trascendental, una comprensión de la ontología que anida en
1
Emmanuel Levinas, La teoría fenomenológica de la intuición, Salamanca, Sígueme,
2004, p. 23. Se abreviará LTFI.
31
Mario Di Giacomo
la ilosofía husserliana. Las ontologías regionales son ahora
abordadas por ciencias particulares, agotando, prima facie, la
totalidad de lo cognoscible, al menos desde el punto de vista de un
saber emancipado. Así, la ilosofía, ante el avance de la ciencia,
se ha quedado sin objeto. Sin embargo, la ciencia misma puede
ser un centro de relexión, un conocimiento del conocimiento,
que quedará plasmado en un abordaje epistemológico de los
problemas traídos a colación por la fenomenología. Entretanto,
la ilosofía se ha contraído a teoría del conocimiento, mientras
que una teoría acerca del ser se ha vuelto imposible. Sin embargo,
Husserl no querrá dejar a las ciencias positivas la última palabra
acerca del sentido, por eso intenta elevar la fenomenología a
ultima ratio de éste y de la fundamentación de las demás ciencias
particulares. La concepción deformada del ideal ilosóico pasa
por su realización a través de las ciencias positivas. Esta nueva
ciencia, la fenomenológica, querrá liberar al hombre de su
mera facticidad, constituyéndose en fondement des sciences de
la nature et de l’esprit, de la logique, de la psychologie, de la
théorie de connaissance, même de la métaphysique2, de manera
que las ciencias de los datos se cimientan sobre las ciencias
eidéticas, y son éstas las que dan razón de las ciencias fácticas. El
retorno a la ilosofía signiica para Husserl un cierto alejamiento
2
32
Emmanuel Levinas, “Sur les <<Ideen>> de M. E. Husserl”. En: Revue
Philosophique de la France et de l’Étranger, Paris, No. CVII, Janvier a Juin 1929,
p. 230. En “Phénoménologie” escribe Levinas: Comme dans son célèbre article
de 1910 sur La philosophie en tant que science rigoureuse, Husserl maintient
le caractère scientiique de la philosophie, base de toutes les autres sciences.
Emmanuel Levinas, “Phénoménologie”. En: Revue Philosophique de la France et
de l’Étranger, Paris, tome CXVIII (Nos. 7 et 8), Juill.-Aout 1934, p. 420.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de la tecniicación de la vida, buscando de este modo la επιστημη
olvidada. Como la ilosofía, “la επιστημη reclama la búsqueda
de las fuentes últimas del sentido, la revelación radical de los
presupuestos y el examen de los fundamentos”3. La tecniicación
de las ciencias, aunque produzca obras humanas admirables,
implica el alejamiento de la tarea ilosóica, encargada de ir tras
un telos, el sentido.
En su disputa contra el psicologismo, Husserl, dice Levinas,
airma que aquél hunde sus raíces en una teoría sobre el ser,
llamada naturalismo. Si la ilosofía naturalista es superada, lo
será no simplemente por medio de la alusión epistemológica
propia del lenguaje fenomenológico, sino, más bien, mediante
un lenguaje fenomenológico que, arraigado en el fenómeno
primitivo de la intuición, arrojará a su vez su propia teoría del ser,
su propia ontología. La fenomenología, en tanto que análisis de
la conciencia constituyente, será d’après Husserl une ontologie et
une science eidétique4. La existencia devendrá, por consiguiente,
en el objeto de una indagación fenomenológica sui generis capaz
de superar la concepción del ser entendido como materia inerte,
es decir, como un conjunto de cosas materiales sobre las cuales
las ciencias naturales no buscan sino un ideal de objetividad que
se anuncia en lo concreto. La ley, empero, siempre inductiva y a
posteriori, expresaría la idealidad de unas relaciones que intentan
3
4
Aaron Gurwitsch, “La última obra de Edmundo Husserl”. En: Lecciones y Ensayos,
Buenos Aires, No. 6, 1957, p. 25.
Emmanuel Levinas, “L’oeuvre d’E. Husserl”. En: Revue Philosophique de la
France et de l’Étranger, Paris, No. CXXIX, Janvier-Juin 1940, p. 48.
33
Mario Di Giacomo
superar la ingenuidad perceptiva. La estructura legaliforme del
ser percibido, y trascendida su inmediatez en las leyes causales,
también intenta rebasar, eliminar y suprimir los factores
meramente subjetivos del fenómeno en estudio. Es como si el
ser estudiado no se presentara ante nosotros ni compareciera ante
una conciencia, o ésta no fuese un foro ante el cual acredítanse los
fenómenos; es como si la (noción de) regularidad se la aportasen
los hechos mismos: “¿Cómo entender entonces que el objeto
lógico tenga una relación con el sujeto y que, sin embargo, revele
una legalidad independiente del mismo?”5. Si la ley natural es el
resultado inductivo de una serie de regularidades, su necesidad
no es necesidad, sino meramente probabilidad. Si el naturalismo
ha partido de una lealtad a la experiencia, ella misma, dice
Levinas, ha traicionado ese principio positivista en identiiant
dogmatiquement <<expérience>> et <<expérience sensible>>6.
Pero si lo sensible no es capaz de garantizar por sí sola la verdad
de sus enunciados a causa del mismo carácter de que consta lo
sensible, entonces no existen verdades necesarias ni generales.
El escepticismo se encuentra a la vuelta de la esquina. Sólo que
el escepticismo encontrado padece de un problema performativo:
Toute scepticisme est absurde car il se réfute lui-même7. Sin
ambages, la intención de Husserl quiere hacer depender los
hechos naturales del modo de ser de la conciencia, en la medida
en que ella se da a sí misma como tema, puesto que a ella aparecen
(se donan) los distintos objetos intencionales. La fenomenología
5
6
7
34
LTFI, p. 131.
Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 238.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
sería así la única ciencia que asume a la conciencia como su
tema propio en cuanto en ella se maniiestan las cosas, en cuanto
sólo en ella se producen los modos de revelación existencial
de las cosas, en una actitud cognoscitiva divorciada tanto de la
ingenuidad del sentido común como del dogmatismo inadvertido
de las ciencias empíricas. En éstas, los hechos individuales siguen
estando atravesados por la contingencia, no por la necesidad,
aunque se quiera ver en la ley una trascendencia objetiva capaz
de explicar las regularidades que ella expresa. En compendio, “La
ley de la naturaleza resulta esencialmente de la inducción”8, no de
una necesidad a priori ni de una causalidad en general.
A esta mala metafísica habría que oponer la airmación de
que la existencia no puede jamás prescindir de sus modos de
aparecer, que la clausura de la idealidad legaliforme que pone a
la naturaleza, de un lado, y a un sujeto que se borra frente a ella,
del otro, es aún ingenua cuando se trata de confrontar los espejos
epistemológicos que producirán la verdad fenomenológica. En
otros términos, la naturaleza, lo existente, se ofrece a un alguien.
Se aparece a una subjetividad, por lo tanto se repudia en este
contexto un objetivismo desprovisto de historia y de sujeto (el
cual, empero, reingresará en las críticas que se formulan a la
conciencia husserliana, también desprovista de la historia y de sus
sombras): “La naturaleza se revela en una serie de apariciones o
de fenómenos subjetivos (subjektive Erscheinungen) cambiantes y
8
LTFI, p. 145.
35
Mario Di Giacomo
múltiples”9. De modo tal que la naturaleza es siempre pros hemas,
para nosotros. Por consiguiente, el pensamiento es siempre el
pensamiento de alguien, la operación de alguna inteligencia, de
lo contrario las idealidades que el pensar mismo encuentra en
el tiempo no se referirían a una producción subjetiva, sino a un
anonimato de no se sabe bien qué entidad pensante. Ello derivaría
en la “reducción de lo ideal y del yo al pensar que no es el pensar
de un yo”10. Y el análisis que dejaría de lado la actitud ingenua
ante el mundo pasa por el análisis de la signiicación de ese modo
de darse el objeto a la conciencia, en la misma aparición suya
en la conciencia. La actitud natural ante el mundo acepta, pues,
un ser en sí, dejando de preguntarse por el sentido del “hecho
de ser dado”11 (Gegebenheit), sin mayores miramientos. A juicio
de Herrero, la transformación del ser en Husserl lleva al rechazo
tanto del realismo ingenuo que admite una existencia mitológica
del mundo dado, como del idealismo más radical que ve en el ser
trascendente una mera construcción del espíritu12.
No obstante, existe una vinculación secreta entre la
“autocomprensión positivista de las ciencias”13 y la ontología
tradicional: a la inmortalidad del orden cósmico se le otorgaba
un origen cuasidivino, independiente de los pocos afortunados
dotados para contemplar la inteligencia inscrita en la naturaleza,
9 LTFI, p. 31.
10 Emmanuel Levinas, Fuera del sujeto, Madrid, Caparrós, 2002, p. 163.
11 LTFI, p. 153.
12 Cfr. Francisco Javier Herrero, De Husserl a Levinas. Un camino en la
fenomenología, Salamanca, Universidad Pontiicia de Salamanca, 2005, p. 298.
13 Jürgen Habermas, Ciencia y técnica como “ideología”, 2ª ed., Madrid, Tecnos,
1994, p. 161.
36
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
reproducida miméticamente en ellos, dándose a sí mismos ese
orden imperturbable. La noción ancestral y venerable de teoría
(theorein) queda estrechamente emparentada con ese orden en
sí del mundo que la ciencia positiva hace suyo acríticamente,
rebasando con ello la mirada del sujeto que habría de abordarlo:
el préstamo que hace la ciencia positiva de la gran teoría incluye
“la suposición ontológica fundamental de una estructura del
mundo independiente del cognoscente”14. La desacreditación
de la siempre inevitable mediación de la subjetividad no haría
sino hacer recalar a las descripciones objetivistas del mundo de
la ciencia en una ilusión de objetividad que considera hechos y
relaciones estructurados desde siempre en un topos considerado
“en sí”. El sujeto obra adecuadamente si en la descripción de
tales hechos y relaciones se “borra” a sí mismo, detallando en una
estructura elaborada conforme a leyes un presunto orden ideal
del mundo, de manera semejante, pues, a la ontología a la que sin
saberlo se unce.
1.2.
La conciencia como intencionalidad
Husserl ha querido, contra tal objetivismo, poner de relieve
los rendimientos de una subjetividad creadora de sentido, aunque,
a la postre, en opinión de Habermas, tal empresa fracasa15. Se
14 Ibid., p. 163.
15 Cfr. Ibid., p. 165. A este respecto, aduce Jorge Novella: “Se aprecia cómo la
concepción positivista de la ciencia priva a ésta de todo sentido humano, pues su
afán de reducir todo a hechos, abstrae y anula la subjetividad. La crisis a la que se
reiere nuestro autor es la crisis de la existencia humana, que contempla cómo la
barbarie y la irracionalidad son los protagonistas de su tiempo. En el arranque de
esta crisis está el modelo de ciencia imperante, de ahí que sea preciso un paradigma
37
Mario Di Giacomo
remedia esta ingenuidad mundanovital por medio de una teoría
del conocimiento que echa su mirada sobre la vida vivida sin
problematizaciones gnoseológicas, haciendo de ella su objeto,
cuyo telos sería la elucidación de una vida ingenuamente ejercida.
Ciertamente, en la aparición fenoménica subjetiva se puede
separar un polo subjetivo de un polo objetivo: aquél es el acto
de conciencia de la aparición de éste. No obstante, siguiendo a
Levinas, no podemos pensar en la fenomenología cual un acto
subjetivo separado del polo objetivo al que se reiere16. La unidad
intencional es unidad intencional y punto, a saber, sujeto y objeto
no se presentan como en ella como entidades incomunicadas a las
cuales prestaría vínculo un puente denominado “intencionalidad”;
en la unidad intencional ambos polos se prersentan irmemente
vinculados. Impide dicho vínculo la concepción de una res extra
animam absolutamente trascendente a los actos del sujeto (lo
que introduciría el germen del agnosticismo respecto a ella), y
la visión de un sujeto que o construye dentro de sí al objeto de
acuerdo con las leyes inmanentes de la subjetividad, o se lanza
tras el objeto intentando superar su propia clausura subjetiva.
La unidad intencional expresa la concreción de sujeto y objeto.
Ella expresa la unión entre ser y conciencia, no el encuentro
dudoso entre sustancias disímiles, colocadas una frente a la
de ciencia distinto del positivista, una nueva fundamentación de la ciencia”. “Crisis
de las ciencias, Lebenswelt y teoría crítica”. En: ∆αιµων. Revista de Filosofía,
Universidad de Murcia, nº 16, Enero-Junio 1998, p. 104.
16 Oigamos lo que Finke tiene que decir al respecto: Vulgarmente hablando, el
noema es el polo objetivo de la conciencia intencional accesible –tras la epojé- al
fenomenólogo. En su pura intencionalidad como tal, el noema tiene su correlato
individual en el acto intencional de la conciencia: la noesis, Cfr. Stale R. S. Finke,
“Husserl y las aporías de la intersubjetividad”. En: Anuario Filosóico, 1993 (26),
p. 333.
38
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
otra. El vínculo con el objeto no requiere en lo absoluto de
una mediación externa, intercalada entre sujeto y objeto, antes
bien, el mencionado vínculo c’est la conscience elle-même17.
La conciencia misma es el vínculo inmediato y primitivo con el
objeto, es decir, la conciencia es esencialmente intencionalidad.
Dicho de otra manera, la conciencia es autotrascendencia, no
se deine ni por su contención ni por los muros ediicados a su
alrededor; así lo explicita Levinas: Tout ce qui est conscience
n’est pas replié sur soi-même, comme une chose, mais tend vers le
Monde. Le concret suprême dans l’homme, c’est sa transcendance
par rapport à lui-même. Ou, comme disent les phénoménologues,
c’est l’intentionalité18. Aunque los estados subjetivos no se dirigen
stricto sensu a nada objetivo en el mundo, sin embargo, airman
un nexo especíico con él, cumplen algo en él o se objetivan en
él. También ellos dilucidan, en su propia y peculiar forma de
manifestarse, nuestra inherencia en el mundo, ils soutiennent (les
phénoménologues), en conséquence, que le monde lui-même — le
monde objectif— n’est pas fait sur le modèle d’un objet théorique,
mais se constitue au moyen de structures, beaucoup plus riches,
et que seuls ces sentiments intentionnels sont à même de saisir19.
17 Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 243.
18 Emmanuel Levinas, “Fribourg, Husserl et la Phénoménologie”. En: Revue
d’Allemagne et des Pays de Langue Allemande, Paris, 5º. Année, N. 39, Janvier
1931, p. 407.
19 Ibid., p. 408.
39
Mario Di Giacomo
1.2.1. Las Abschattungen como idelidad de la conciencia a lo
concreto
Pero el polo objetivo, esto es, la cosa, la res, aparece a
través de una multiplicidad de escorzos, matices o perspectivas,
resultado de una vida más en movimiento que ija o estatizada.
Es decir, cada Abschattung ofrece una visión unilateral de
la cosa, y la multiplicidad de éstas, debido a la dinamicidad
somática que inscribe una multiplicidad de Abschattungen,
remite a una intención de cumplimiento. La idea de relatividad
de cada escorzo “nos remite al mismo tiempo a un ideal superior
de ser absoluto”20. Este contacto con lo concreto, esta idelidad
al movimiento mismo de la vida nos permite recuperar en este
punto las palabras que Checchi de Descubriendo la existencia
con Husserl y Heidegger toma literalmente: on peut dire que
la phénomenologie révendique le privilège imprescriptible du
monde perçu par l’homme qui vit sa vie21. Por lo tanto, la cosa
no puede sino darse en un lujo de percepciones subjetivas, cuyos
cortes transversales son parciales o unilaterales, pero cuya visión
longitudinal debe apuntar a la unidad de la cosa percibida en la
multiplicidad de sus propias unilateralidades. La conciencia no es
pensada como una sucesión de puntos o instantes aislados en sí
mismos, pues en ella no hay momentos puntuales desvinculados.
Antes bien, consciousness of the present is always interwitned
with consciousness of the past and of the future, and this is the
very reason why consciousness is a lux and not a succession
20 LTFI, p. 33.
21 Tania Checchi, “Presentación”. En: LTFI, p. 11.
40
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
of separate punctual instants22. Hay, pues, una unidad detrás
del conjunto de Erscheinungen, horizonte en el que conluye la
multitud de captaciones sensibles. La percepción de la cosa, así
mismo lo reconoce Levinas, es un proceso ininito, ella se nos
da por medio de sus múltiples aspectos a través de un proceso
perceptivo inagotable (ello impedirá, al límite, el esclarecimiento
total o evidencia, porque se parte de una multiplicidad de aspectos
en los cuales se anuncia y dona la cosa, aspectos que son, por
deinición, inexhaustos y probablemente contradictorios, pues
los actos perceptivos de lo mismo siempre pueden ser ainados o
modiicados; en apariencia, justamente aquí se merma, ab ovo, el
ideal de claridad e inteligibilidad del discurso husserliano. El ideal
fenomenológico pierte de esta manera las llaves del reino, pero se
abre al futuro, a lo ininitamente futuro, a lo ininitamente otro),
cuyo núcleo radica en la cinestesia misma del sujeto: “El mundo
no se constituye como una unidad estática de golpe entregada a
la experiencia, sino que se reiere a “puntos de vista” libremente
adoptados por un sujeto que, esencialmente, anda y posee órganos
móviles: si tal movimiento del ojo … entonces tal modiicación
de lo visto, si tal inclinación de la cabeza … entonces tal cambio
del espectáculo, si tal movimiento de la mano que palpa …
entonces tal novedad en el relieve”23. Esta subjetividad, airma
Levinas en el mismo texto, no parece afectada por los atributos de
un inmóvil dios intramundano, por el contrario, “el movimiento y
22 Rudolf Bernet, “Levinas’s critique of Husserl”. En: Simon Critchley and Robert
Bernasconi (Eds.), The Cambridge Companion to Levinas, Cambridge, Cambridge
University Press, 2004, p. 84.
23 Emmanuel Levinas, Descubriendo la existencia con Husserl y Heidegger, Madrid,
Síntesis, 2005, p. 227.
41
Mario Di Giacomo
el andar están en la subjetividad misma del sujeto”24, de manera
que no existe un solo peril de aquello que aparece, sino una
multiplicidad de apariciones-periles que se identiican en algo a
pesar de la dispersión aparente del aparecer.
Los retoques sin in que se ponen en juego tienen que
remitir a una identidad de lo que aparece como lo mismo, pese
a la multitud de dibujos que posibilita. Por consiguiente, borrar
de nuestro horizonte de comprensión justamente aquello que
posibilita la comprensión se nos muestra como un total sinsentido.
En la medida en que en la subjetividad se encuentra la aparición
de lo que aparece, la eliminación de ella parece un contrasentido.
Sería como borrar la cooriginariedad que se da entre conciencia y
mundo, entre polo subjetivo y las Erscheinungen. En ello la ciencia
natural devela su propio fracaso o su propia incomprensión, y
la ingenuidad presuntamente superada por la ciencia se revela
adosada a esa misma ingenuidad. Además, la ciencia no ha
entendido que el modo de darse la realidad material es por medio
de la relatividad-unilateralidad de las diversas Abschattungen. A
contrario, ella concibe el ser como un ser absoluto alcanzable,
interpretando todo como naturaleza, como algo físico, incluyendo
la conciencia: “La objetividad, la realidad, la existencia del
fenómeno psíquico desaparecerían si lo despojáramos de su
pertenencia a la naturaleza”25. En otras palabras, el naturalismo
concibe la totalidad del ser de la misma manera que considera
la cosa material. Por ello, dice Levinas, materia y conciencia se
24 Ibid., p. 228.
25 LTFI, p. 38.
42
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
identiican en última instancia, produciendo en consecuencia una
“reiicación de la conciencia”26. Con ello, “la ciencia positiva
es ciencia que se ha perdido en el mundo”27 y borrado el telos
resultante de su autocomprensión y de sus propias prácticas. Así,
pues, la naturalización de la conciencia airma su parentesco con
las esencias de las cosas materiales. Aquélla no es distinta en
su modo de existir del modo de existir de la materia inerte. La
conciencia es naturaleza y, eo ipso, se ubica en un espacio y tiempo,
por detrás de ella se conseguirían sus elementos constitutivos. El
naturalismo ha absolutizado así, en tal homogeneidad, conciencia
y mundo, provocando la aparición de un ser absoluto sin grandes
variaciones. Excitaciones de órganos, reacciones de los sentidos
serían la respuesta natural-causal que lo real ejerce sobre la
conciencia. Las respuestas subjetivas son el efecto de una causa
natural que alcanza de alguna manera al sujeto. Si lo material y lo
subjetivo están unidos en una misma naturaleza, el conocimiento
se explicará como “un proceso causal que se da entre en el ser
material y el ser psíquico”28. Pero al interior de su no-reconocida
metafísica el naturalismo está dispuesto, como hemos visto, a ir
detrás del datum (los datos inmediatos, múltiples y cambiantes)
en pos del quaesitum, aquello que efectivamente da cuenta de la
apariencia de la que se parte, pero que se recusa. Por ello la misma
intuición es recusada, porque no es más que apariencial y caótica.
Ella sería, en todo caso, la coartada para remontarse hasta el mundo
legaliforme que constituye la estructura verdadera del caos en que
26 LTFI, p. 39.
27 Herrero, p. 123.
28 LTFI, p. 41.
43
Mario Di Giacomo
residimos si nos atenemos al dominio de lo particular sensible. Si
“lo inmediato no es sino aparente”29, entonces la intuición no se
integra en el método cientíico, no forma parte de él, ni se remonta
más allá de una siempre incomprensible inmediatez. Sin embargo,
¿puede existir el ser detrás de la conciencia? ¿No es ella algo así
como el origen del mundo? ¿La pretendida objetividad metódica
de las ciencias es apta para soslayar justamente la automediación
imprescindible que la conciencia (o la subjetividad) representa?
La respuesta será, a todas luces, negativa. Levinas, citando
Ideen, se rehúsa a aceptar que la cosa material, trascendente a
la conciencia, no dependa de la misma conciencia, aunque su
independencia no es mera ilusión: “Por ahora todos nuestros
análisis nos llevan a decir con Husserl que <<el mundo de la res
trascendente depende necesariamente (ist angewiesen an) de la
conciencia…>>”30. Levinas asevera que la respuesta husserliana
corre por la vía teorética de poner en conexión necesaria a la res
extra animam con la misma conciencia. Pero para Husserl la
conciencia es más que la despierta, más que conciencia atenta:
existen aspectos del fenómeno central de los cuales ella no está
pendiente. Existe un trasfondo que no puede ser totalmente
iluminado en un solo acto, y del cual la conciencia se percata
en un acto de apropiación. En cada nuevo acto de atención,
el anterior por así decir se oscurece, cae en la sombra sin por
ello desaparecer totalmente, mientras el nuevo ocupa el lugar
central en el que se iluminaba el anterior. Al discriminar por
29 LTFI, p. 43.
30 Ideas #49 citado por E. Levinas en LTFI, p. 47.
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Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
obra del trasfondo eventualmente objeto de sucesivas y distintas
cogitationes, Husserl ha llevado a efecto una distinción entre
conciencia actual y conciencia inactual o potencial31. Con ello,
no ha hecho sino mostrar una cierta independencia del mundo
trascendente con respecto a la conciencia, pero que sólo se abre
en la inmanencia de ésta. Los horizontes de constitución de
los fenómenos todavía marginales son el fundamento de una
posibilidad de la que todavía la conciencia no ha dado cuenta.
Al hacer excepciones (Herausfassungen), al tomar en cuenta
aspectos antes no considerados, ciertas fachadas del mundo de la
oscuridad que rodea al objeto trascendente se iluminan, mientras
que las ya consideradas pasan a la sombra, de acuerdo con una
potencialidad siempre evocable. La actualidad se rodea de un
halo de inactualidad y la inactualidad es siempre susceptible de
hacerse actual. El lujo de las vivencias conscientes se encuentra
rodeada por un ‘halo de potencialidad’32, por un horizonte que
desborda una actual atención explícita a algo determinado:
ese horizonte de indeterminación es el suelo que fecunda mi
capacidad de atención, pero que en un momento de inactualidad
es vivido de manera no totalmente consciente. No podemos vivir
todas nuestras vivencias actualmente, sino progresivamente,
trasladando eventualmente la mirada atenta a algún aspecto del
halo de potencialidad (transfondo) ya referido, arrancándolo, por
así decir, de su anonimia, a in de trasladarlo a la actualidad de
la mirada. La mirada atentiva, de un lado, es capaz de enfocarse
31 Cfr. LTFI, p. 48.
32 Cfr. Herrero, pp. 134-135.
45
Mario Di Giacomo
sobre algo que destaca en el halo de inactualidad o trasfondo,
al cual antes no había considerado; por el otro lado, aunque el
yo se halle contraído a un minimum, él sigue existiendo pese a
no haberse concentrado sobre ese algo que llamará su atención.
Así, pues, hay grados en la afección perceptiva, con los cual los
estímulos sobre el yo se deinen por su grado de lejanía (Ichferne)
o cercanía a él (Ichnähe)33; este último es el que anima, partiendo
de la atención, esto es, al desplazamiento atencional, al cogito del
sujeto. Por otra parte, la mirada echada sobre cada horizonte de
constitución de la res no signiica sino que la conciencia puede
volver una y otra vez sobre el objeto e identiicarlo, o modiicar
cada apreciación o cogitatio anterior. De allí que “la cosa nunca
es totalmente conocida”, escribe Levinas, “su percepción se
caracteriza esencialmente por el hecho de ser inadecuada”34.
Ella se me da (aparece) a través de modiicaciones sucesivas. La
mirada echada sobre cada horizonte de constitución de la res no
signiica sino que la conciencia puede volver una y otra vez sobre
el objeto e identiicarlo, o modiicar cada apreciación o cogitatio
anterior.
Existen, pues, “horizontes de indeterminación”35 hacia los
que la percepción está siempre abierta, pero abierta solamente
como posibilidad, anunciando otros actos perceptivos de la cosa,
que únicamente se me da (aparece) a través de modiicaciones
sucesivas. La mirada echada sobre cada horizonte de constitución
33 Cfr. ibid., p. 290.
34 LTFI, p. 50.
35 Jean François Lyotard, La fenomenología, Barcelona, Paidós, 1989, p. 31.
46
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de la res no signiica sino que la conciencia puede volver una y otra
vez sobre el objeto e identiicarlo, o modiicar cada apreciación
o cogitatio anterior. De allí que la cosa nunca es plenamente
conocida, porque “su percepción se caracteriza esencialmente
por el hecho de ser inadecuada”36. En esto consiste el “en sí” del
mundo de las cosas: los aspectos en que ellas se anuncian son por
deinición ilimitados. La cosa se vincula con la conciencia, en
esta vinculación existe, aparece ante alguien; pero, por otro lado,
ella misma, la cosa, no alcanza toda su completitud en el conjunto
de periles en los que se anuncia para esa misma conciencia: la
experiencia antropológica del mundo no está nunca acabada, y
la verdad que se sugiere se encuentra en devenir, revisándose,
corrigiéndose y superándose a sí misma37. Así pues, cada anuncio
de la cosa en los distintos horizontes de constitución guarda en
sí la negación de la cosa misma: un nuevo escorzo, una nueva
cogitatio, pueden poner en entredicho la comprensión asentada
acerca de ella. La cosa en sí no parece estar más allá de sus modos de
aparición a la conciencia, ni, contra el naturalismo, es una realidad
oculta tras los fenómenos que durante un tiempo nos confunden,
hasta que son domesticados mediante un corsé metodológico
que los inserta dentro de la estructura anticipante del pronóstico.
Tenemos enfrente, entonces, una teoría del conocimiento en la
que la idea de objeto se encuentra en el corazón mismo del sujeto:
no existen un sujeto y un objeto enfrentados entre sí, cuyo puente
sería tendido por una teoría del conocimiento. La verdad cientíica,
36 LTFI, p. 50.
37 Cfr. Lyotard, p. 51.
47
Mario Di Giacomo
tal como la entiende Husserl, dice Lyotard, ya no se funda ni en
Dios, como en Descartes, ni en el a priori del sujeto trascendental
kantiano, sino en el inmediatismo de una evidencia por la cual
“hombre y mundo resultan originariamente concordes”38. Sin
demasiadas explicaciones, la relación sujeto-objeto disuelve su
problemático vínculo en esta presunta inmediatez.
1.2.2. La conciencia: posición absoluta y su autotrascendencia
en la intencionalidad
Los modos de aparición de la cosa no expresan sino la
existencia de la cosa desde múltiples perspectivas. No obstante,
la aparición de la cosa material indica siempre su negación o
modiicación ulterior, a saber, “la posibilidad de ser otra cosa”39, un
nuevo enfoque produce una discordancia con el o los precedentes.
No ocurre así en la posición absoluta de la conciencia, pues de ésta
es imposible deducir que no existe; suponer que la propia vivencia
que se da en ella y con ella no existe, dice Levinas, mencionando
a Husserl, es un sinsentido40. La conciencia deviene así “el único
ser necesario, la única causa sui”41. El carácter absoluto de la
conciencia signiica, primero, su indubitabilidad; segundo, a
diferencia de la cosa externa, siempre remitida en su propio ser
a la conciencia, la existencia de la conciencia es lo que posibilita
38
39
40
41
48
Ibid., p. 53.
LTFI, p. 56.
Ideas # 46, cfr. LTFI, p. 56.
Leszek Kolakowski, Husserl y la búsqueda de la certeza, Madrid, Alianza, 1977, p.
63.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
su autorrelexión; tercero, la vida de la conciencia es siempre
vida consciente, siempre se encuentra cabe-sí, ella no aparece
como la res material en una serie de fenómenos o apariciones
subjetivas, sino que está “continuamente presente a sí misma”42.
La conciencia es, pues, conciencia de y conciencia con sus
vivencias (Erlebnisse). Siempre está presente a sí misma signiica
que no aparece ante sí del mismo modo que la cosa exterior43. Sin
embargo, la cosa exterior en el proceso de conocimiento no está
separada del modo de aparición ante la vida subjetiva de quien
conoce. Sería éste, según Levinas, “el paso adelante dado por
Husserl con relación a Descartes”44. Conciencia y mundo exterior
existen, cada uno, de manera diferente.
En la lectura llevada a cabo por Levinas se señala que
en el pensamiento de Husserl se da “un cierto primado de la
conciencia”45, pues justamente en ella aparece el ser del mundo,
acontece el modo de darse la cosa material; aparición y modo
de darse que no encubren tras esa subjetividad de la aparición
algo más sustancial y preciso, como querría el naturalismo que
Husserl rechaza. Y la conciencia misma existe absolutamente,
42 LTFI, p. 62.
43 Aparece, sin embargo, una diicultad difícilmente superable en la vuelta que la
conciencia lleva a cabo sobre sí misma al haber Husserl privilegiado una visión
objetivante en su epistemología: aunque la conciencia se nos presenta cual un ser
absoluto que no se da a través de escorzos, el primado de la visión concibe la
autorrelexión de la conciencia en analogía con la percepción de los objetos, con
esto la conciencia va a ser descrita como una clase de ob-jeto (Gegenstand) que
se da en la relexión, relexión en el sentido objetivista del término. Con lo cual
justamente aquello que se rehúsa a ser objeto pasa a ser de hecho objetivado en la
relexión que lo aborda.
44 LTFI, p. 61.
45 LTFI, p. 63.
49
Mario Di Giacomo
está puesta absolutamente, en la medida en que ella es consciente
de sus propias vivencias, es decir, de la vida subjetiva que en
ella se pone en juego y que no aparece ante sí del mismo modo
como aparece la res materialis. Si la conciencia existe de una
manera distinta a la que el naturalismo ha absolutizado, entonces
“la idea de ser de la que se vale el naturalismo no es aplicable a
todo lo existente y que la existencia existe de otro modo”46. Esto
es, la conciencia no existe del mismo modo como existe la cosa
material; además, sólo en ella, a diferencia de lo que ocurre con
la cosa, brota la signiicación del mundo. Levinas, comentando a
Husserl, nos está explicando que el ser coincide con la conciencia
y que la signiicación del ser debe ser buscada justamente en
este ámbito de constitución. Simili modo, así es como debería
interpretarse la airmación husserliana en el #49 de Ideas de que la
conciencia nulla re indiget ad existendum47: no existe algo latente
por detrás de la conciencia más verdadero que la conciencia, no
hay un detrás en el que habitaría el ontos on, el ser verdadero,
el ser auténtico. Así se evadiría la objeción naturalista de que la
signiicación de la vida es un “mero fenómeno subjetivo e incapaz
de decirnos algo sobre el ser”48. Por el contrario, al sujetarse tan
ceñidamente conocimiento y objeto de conocimiento, conciencia
y aparición de la res en ella, no sólo obtenemos la posibilidad
de transitar de una teoría del conocimiento a una teoría del ser,
puesto que ésta consistirá en lo fundamental en el estudio del
ser tal como él se revela a la conciencia, sino que obtenemos
46 Ibid.
47 Cfr. LTFI, p. 63. Cfr. E. Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 246.
48 LTFI, p. 63.
50
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
también un signiicado de mundo que jamás podría prescindir
de su encuentro con la conciencia, de su modo de aparecer ante
ella, y, por ello, de la elaboración de una teoría acerca del ser. No
obstante, la vida concreta aparece de distintas maneras ante la
conciencia, por lo tanto, “ser no signiica lo mismo para cada una
de dichas regiones (de objetos)”49. Es preciso, entonces, examinar
cómo son constituidos los distintos objetos en el encuentro con la
conciencia. En su donación a ésta.
Ahora bien, al no separar la conciencia del objeto (crítica a
Descartes50), de la aparición de éste en la vida del sujeto, logrando
así construir una teoría del ser partiendo de una epistemología,
entonces la fenomenología de Husserl tiene el mérito de “haber
puesto en el corazón mismo de la conciencia el contacto con el
mundo”51. Por lo tanto, la conciencia es ya siempre conciencia
de algo, su carácter propio es el de trascenderse, su esencia es
estar siempre en relación con la alteridad o con una trascendencia.
Es decir, en relación con algo que no es ella misma, pues la
conciencia es conciencia de sí, “pero también y sobre todo de algo
distinto que ella: de su correlato intencional, de su cogitatum”52,
sin el cual no se produciría la Sinngebung; L’extériorité de l’objet
représente l’extériorité même de ce qui est pensé par rapport à la
pensée qui le vise. L’objet constitue ainsi un moment inéluctable
du phénomène même du sens53. La intencionalidad, corazón de la
49
50
51
52
53
LTFI, p. 63. Paréntesis añadido.
Cfr. LTFI, pp. 60-61.
LTFI, p. 71.
Levinas, Fuera del sujeto, p. 164.
Levinas, “L’oeuvre d’E. Husserl”, p. 50.
51
Mario Di Giacomo
conciencia, es un modo de darse en la que el cogitare está dado de
consuno con el cogitatum54, jamás separado de él.
La conciencia es así apertura, apertura que no se confunde
con la vida íntima de la conciencia porque se abre a algo distinto
de las Erlebnisse interiores del ego, preservándose de este modo,
en la lectura husserliana, el ser del objeto. Con lo cual éste se
protegería, in principio, de su deglución por parte de una conciencia
que querría hacerlo suyo. Sin embargo, este acto de trascendencia
de la conciencia, que Husserl llama intencionalidad, no debe ser
entendido como el puente epistémico que liga el sujeto al objeto.
La conciencia es el ser, lo contiene por su misma esencia de
autotrascendencia. En suma, no existen stricto sensu dos polos
separados entre sí que formularían una necesidad: la necesidad de
un vínculo entre ellos. Para Husserl, de acuerdo con la lectura de
Levinas, “El vínculo entre sujeto y objeto constituye en fenómeno
verdaderamente primero, y es en él donde podemos encontrar eso
que llamamos <<sujeto>> y <<objeto>>”55; la intencionalidad
caracterizaría el modo de existir de la conciencia. Con lo cual se
echa de ver que la intencionalidad supera la concepción según
la cual la conciencia es una sustancia que por medio del atributo
‘intencionalidad’ se dirige a otra realidad sustancial, con la cual
el vínculo queda en penumbras. La intencionalidad es el elemento
central de la conciencia, por así decir, su esencia, que se relaciona
de inmediato con su objeto, evitando así una suerte de clausura
54 Cfr. Herrero, p. 154.
55 LTFI, p. 70.
52
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de la conciencia o a una autocontención que no daría lugar a
una trascendencia genuina. No existe, pues, una res cogitans,
de un lado, que existe de manera indubitable y que luego se
relaciona con la res extensa, del otro, en un nexo problemático.
En la percepción tenemos el original mismo del objeto, sin la
intercalación de una imagen mental entre el objeto percibido
y la conciencia percipiente. Asimismo, la intencionalidad no
es únicamente teorética, airmación fundamental para quienes
han visto en Husserl, incluyendo a Levinas, un ilósofo que par
excellence aborda al mundo de manera exclusivamente teórica
o ha privilegiado en exceso el modo teorético del abordaje. Por
lo tanto, hay distintas regiones de objetos, distintos en cada
caso, en los cuales se cumple la intencionalidad. Si por Erlebnis
(vivencia) se entiende “todo aquello que se encuentra en el lujo
de la conciencia”56, tal estado de conciencia ‘intenciona’ objetos
que no son él mismo, esto es, se relaciona con objetos que no son
necesariamente de carácter material. Los actos de conciencia, en
efecto, son conciencia de algo, pero el ‘algo’ en cuestión no puede
comprenderse, por ejemplo, como mera percepción objetual, a
semejanza de una percepción cósica o material. Además, alega
Zubiri, así como “toda conciencia es conciencia de algo, así toda
conciencia es conciencia de alguien”57. Existe un alguien por
detrás de esa conciencia de algo. Entonces, la intencionalidad
incluye algo más que esa alteridad cósica, incluye deseos,
valoraciones, juicios estéticos. De este modo se amplía tanto
56 LTFI, p. 65.
57 Citado por Herrero, p. 215.
53
Mario Di Giacomo
la concepción de objeto como la de la intencionalidad misma.
Para ser más claros, aquí se señala una superación de la simple
vida teorética del espíritu: éste es más que teoría, se relaciona
con el mundo más allá de la mirada objetivante58. Por esto, las
vivencias corren más allá de los abordajes puramente teóricos, la
vida del espíritu ‘intenciona’ objetos no materiales; de aquí que la
‘intención’ de objeto llega a ser distinta en cada caso. Levinas lo
expresa de la forma siguiente: “todas las formas de nuestra vida
–la vida afectiva, la vida práctica, la vida estética- se caracterizan
por su relación al objeto”59. La mirada de la conciencia cumple
con su objeto, se traslada a lo ajeno, pero bajo la premisa de una
concepción ampliada de objeto y a una extensión de la relación
de la conciencia intencional debido al tipo de objeto con el cual
se relaciona en cada caso. Levinas cita a continuación este pasaje
de Ideas (#84): “Toda valoración es valoración de un Wertverhalt
(estado de valores), todo deseo, deseo de un Wunschverhalt,
etc. El actuar va dirigido a la acción; el amar, a lo amado; la
satisfacción, a lo que es satisfactorio, etc.”60. Si la intencionalidad
deine a la conciencia (no es un atributo suyo ni una propiedad),
la airmación de que la conciencia es siempre conciencia de algo
equivale a decir que, por supuesto, no existe “noesis sin noema,
cogito sin cogitatum, pero tampoco amo sin amatum, etc.; es
decir, en suma, que estoy ligado con el mundo”61.
58 Comenta Mosès: À cette tradition ontologique, qui privilégie la théorie, le savoir
et le pouvoir sur les choses, Levinas oppose une réalité plus originelle, celle de
l’éthique fondée sur le face-à-face immédiat avec Autrui. Stéphane Mosès, “Levinas
lecteur de Derrida”. En: Cités, 2006/1 - n° 25, p. 78.
59 LTFI, p. 71.
60 Ibid.
61 Lyotard, p. 71.
54
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
La intencionalidad se comprende así como la totalidad de
diferentes ‘alienaciones’ en las cuales desde siempre se encuentra
comprometida, y el aislamiento de los polos que la integran, polo
subjetivo y polo objetivo, es inadmisible, excepto analíticamente.
El yo que aparece en los actos que ‘intencionan’ algo es el punto
del cual emergen tales actos y al que retornan los rendimientos de
éstos. Pero lado objetivo y lado subjetivo se copertenecen en los
actos intencionales. El yo siempre va acompañado del mundo o
de la relación intencional que lo deine. Lo volitivo y lo afectivo,
la relación práctica con la que ordenamos el mundo, el amor que
permite la disposición de eventos entrañables y la experiencia
estética que abre el camino a dimensiones subjetivas que no
han sido exploradas rebasan el acto simplemente perceptivo.
Estas dimensiones ‘intencionadas’ pertenecen también a la
esfera objetiva62 del espíritu y no merecen ser descaliicadas por
subjetivas o arbitrarias, pues intervienen en la constitución de
nuestro mundo. La donación de sentido (Sinngebung) corre allende
la representación teórica de un Sachverhalt, de un estado de cosas
que se expresa materialmente (S es P, por ejemplo); la concreta
vida antropológica se pleniica de signiicados cuyos líneas van
por distintas vertientes, que buscarán entre sí articulación y
complementación. No existe vida desinteresada, la vida es ya, en
sí misma, interés, búsqueda de sentido y orientación, a través de
‘intenciones’ situadas más allá de lo puramente representativo. El
mundo no es solamente mundo representado, es mundo querido,
odiado, mundo objeto de praxis, hecho de belleza, deformidad,
62 LTFI, p. 72.
55
Mario Di Giacomo
bondad y maldad. Esto también provee de existencia al mundo,
le otorga consistencia ontológica “en la misma medida que las
categorías puramente teóricas de la espacialidad, por ejemplo”.63
1.3.
Actos objetivantes vs actos no-objetivantes de la
conciencia
Si, como nos lo ha expuesto Levinas, “la intencionalidad
se presenta como la esencia misma de la conciencia”64, entonces
aquélla es constitutiva de todas las formas de ésta, incluyendo la
inactualidad de la atención posible a un trasfondo que desborda la
actividad misma de la conciencia. Actualidad y potencialidad de
la conciencia pertenecen a la conciencia, son sus modi operandi
sobre el algo al cual siempre se enfrenta, con el cual ya se relaciona.
La conciencia activa y despierta es un modo subjetivo, un cogito
actual que, evidentemente, es conciencia atenta de algo; en el
ámbito potencial, el cogito inactual no se ocupa directamente del
algo con el cual se relaciona, sin embargo, como airma Husserl
en Ideas, aunque la conciencia no se ocupe directamente del algo
con el cual se relaciona, es siempre conciencia de algo65. Y la
conciencia misma tiene un carácter personal: la vida vivida, los
actos que se han constituido a partir de ella, pertenecen a un yo,
horizonte irreductible de los actos de conciencia. Éstos no serían
explicables dentro de una esfera anónima incapaz de dar cuenta
63 LTFI, p. 73.
64 LTFI, pp. 74-75.
65 Cfr. LTFI, p. 74.
56
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de tales actos; existe, pues, “un yo que vive en dichos actos”66,
capaz de elaborar síntesis, de formular juicios, de actuar con
espontaneidad y libertad, en suma. Pero a pesar de la importancia
del ego activo, la esfera potencial aparece también como un ámbito
suyo. El pensamiento se aparta de ella, mas con la constante
posibilidad de regresar a ella. El trasfondo aparentemente omitido
por la conciencia sigue estando allí a in de que ésta retorne a él,
haciéndolo objeto de una cogitatio explícita en razón de que lo que
permanece en el fondo permanece ya siempre como la esfera de
un abordaje actual. Aspectos de la cuasi-nada del fondo aparecen
ante el sujeto cuando su mirada los atrae hacia sí, mediando un
foco de atención que antes no había ocurrido; “El trasfondo de
la conciencia pertenece al yo como suyo; es, por así decirlo, el
campo de su libertad”67.
Los Erlebnisse o estados de conciencia se caracterizan por el
intento de acompasarse a la riqueza misma de la vida concreta. Y los
estados de conciencia pueden ser vividos sin que alguien relexione
sobre ellos, sólo en el acto relexivo devienen objetos: Les <<états
de conscience>> (Erlebnisse) sont vécus par le <<moi>>, mais
ne deviennent ses objets que dans la rélexion68. Debido a ello,
bajo el cono de luz relexivo la vida consciente se modiica: el
vigor de lo vivido, la fuerza de una afección ocurrida antes de la
relexión, se modera bajo el lumen escrutador de la conciencia,
ingresa a una dimensión distinta de vivacidad y de presencia.
66 LTFI, p. 70.
67 LTFI, p. 79.
68 Levinas “Sur les <<Ideen>>”, p. 251.
57
Mario Di Giacomo
De allí que, además del abordaje teórico, la intencionalidad
‘intenciona’ otros tipos de objeto. No obstante, la perspectiva
levinasiana insiste en caliicar de intelectualista el pensamiento
husserliano, por ejemplo: “La teoría y la representación juegan
un papel preponderante en la vida; sirven de base a toda la vida
consciente…”. “Husserl airma el primado de la conciencia
teórica desde el principio de su ilosofía, desde la elaboración del
concepto de intencionalidad”69. En Ideas, explica Levinas, al lado
subjetivo de los actos intencionales Husserl lo denomina noesis,
y a sus correlatos, a aquello de lo que la conciencia es conciencia
lo denomina noema. Éste debe ser entendido no como el algo
que se encuentra fuera de o más allá de la conciencia, sino el
objeto percibido con “toda la complejidad de sus predicados y,
sobre todo, con sus modos de aparecer y de darse”70: el noema
no está exento de relexión, no es algo concebido más allá de
ésta, sino que resume los distintos escorzos que producen la
consideración de la cosa y el conjunto de predicados que irán
caracterizándola (quid del objeto). Dicho conjunto de predicados
“encargados de expresar el quid intencionado (…) es llamado
materia en las Investigaciones lógicas, y sentido (der Sinn) del
nóema en Ideas. El Sinn (sentido) constituiría das volle noema (el
noema completo71)”. Ciertamente, si se quiere respetar la riqueza
y multiformidad de la vida concreta, Husserl habrá de tomar en
cuenta también los actos no-objetivantes, como lo hace en el
análisis fenomenológico de Ideas. De modo tal que el análisis de
69 LTFI, p. 81.
70 LTFI, p. 82.
71 LTFI, p. 84.
58
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la riqueza de la vida incorporará en sí aquellos aspectos que no
son reducidos a un papel predominantemente teórico. Es decir,
existe un espacio en la obra husserliana (Ideen) que permite la
entrada a intencionalidades no puramente teóricas. Y Levinas lo
reconoce al airmar que tener sentido no es idéntico a solamente a
representar: el mundo ensancha sus límites, será considerado como
espacio de cosas, ciertamente, pero también de usos y de valores,
esto es, siguiendo la estela heideggeriana, incluirá también el
ámbito práctico de la vida fáctica, previo a la relación conciencia
teórica-mundo. El ideal fenomenológico de claridad merma en
la incorporación de la historicidad de la vida en una subjetividad
destrascendentalizada; le drame de l’existence, avant la lumière,
fait l’essentiel de la spiritualité72. Pero es aquí donde, justamente,
vacila Husserl, en opinión de Levinas. Vacilación producida en
el espacio que separa a las Investigaciones lógicas de Ideas, es
decir, del primado de la conciencia teórica a la consideración de
los actos no-objetivantes73. Los actos volitivos, estéticos, la praxis
y los deseos son más que simples actos teóricos, no obstante,
sigue comentando Levinas, ellos deben adquirir la forma de un
objeto teórico, capaz de ser abordado por los actos objetivantes.
Voluntad, deseo, belleza, aunque distintos en esencia del objeto
materialmente percibido (objeto propio de la representación74),
72 Levinas, “L’oeuvre d’E. Husserl”, p. 84.
73 Cfr. LTFI, pp. 90-92.
74 Deinamos con Herrero, interpretando éste las Investigaciones lógicas, qué se
entiende en este ámbito por “representación”: todo acto en el que algo se nos
hace objetivo en un cierto sentido estricto, a modo de las percepciones y de las
intuiciones paralelas que aprehenden el objeto de un golpe (in einem Grif), en un
rayo de mención. Cfr. p. 229.
59
Mario Di Giacomo
“deben tener aún, hasta cierto punto, el modo de existencia del
objeto teórico”75. Por lo tanto, esta clase de objetos puede ser
abordada desde la perspectiva de un acto objetivante, aun no
siendo una clase de objetos en el sentido tradicional del término.
Sólo aquello que ‘objetiva’ puede entregar el objeto, sólo la
estructura de los actos objetivantes contempla un objeto qua
objeto.
1.4.
La intuición, acto teorético o sede primera de la verdad
Ahora bien, el acto de la intuición se caracteriza porque
los objetos se dan a sí mismos, “se dan en persona (zur
Selbstgegebenheit kommen)”76, como lo dice el mismo Husserl
en Ideas. La relación con el objeto es la conciencia misma.
La conciencia misma no es más que relación, expresada en la
intencionalidad. El fenómeno originario o Urphänomen maniiesta
esa relación con el objeto que se conigura como la unidad básica
de la conciencia intencional77. De modo que la intuición, el acto
por el cual se posee un objeto, debe ser descartada como una
noción que señalaría un evento sensible anterior a la intervención
del espíritu. El objeto, pues, se presenta ante la conciencia en un
acto intuitivo bajo la forma de la percepción, la imaginación y la
memoria. La percepción, por su parte, es el momento intuitivo
privilegiado, pues pone delante de sí a su objeto “<<en carne y
75 LTFI, p. 91.
76 LTFI, p. 97.
77 Cfr. Herrero, p. 83.
60
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
hueso>>”78, <<en chair et en os>>79. Según el Husserl que Levinas
lee, el pensamiento es ya siempre trascendencia; basta que él se
dé, para que la trascendencia se dé, al mismo tiempo en él, car
pensée et pensée qui se transcende sont synonymes80, siempre el
pensar piensa un “algo”, no simplemente piensa, toda vez que el
fenómeno primario de la relexión n’est pas un <<je pense>> (ego
cogito), mais un <<je pense un objet>> (ego cogito cogitatum)81.
Debido a eso, Husserl ha interpretado a Descartes ampliando las
dimensiones del ego cogito, en otras palabras, la conciencia, en la
epojé, soledad ilosóica auto-reveladora, muestra “el campo de
las cogitationes y de sus cogitata correspondientes, como esfera
apodíctica del ser absoluto, esfera que tiene prioridad y prelación
con respecto a los restantes campos del ser y de la existencia, ya
que constituye su presupuesto apodíctico absoluto”82.
La percepción termina siendo, aparte de una privilegiada
intuición originaria, una donación de ser, ella “nos ofrece el
ser”, escribe Levinas83. Hay una plenitud realizativa en el
acto perceptivo: éste es presentacional, por así decir, más que
representacional, pues alcanza al ser mismo, o, como ya señalamos,
al ser en persona. Llamaremos a esto intencionalidad perceptiva,
que Husserl distingue de la intencionalidad signiicativa. Ésta
78
79
80
81
LTFI, p. 99.
Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 260.
Ibid., p. 254.
Ibid. Leemos en Herrero: “La intencionalidad es un modo de darse en la que el
cogitare está dado de consuno con el cogitatum”. Op. cit., p. 154.
82 Gurwitsch, p. 22.
83 LTFI, p. 99.
61
Mario Di Giacomo
podrá apuntar a un objeto; aquélla ya siempre lo ha alcanzado84.
Con ello, a juicio de Levinas, se revela que el acto intuitivo no
carece de razón, sino que ésta ya ha comparecido en el ejercicio
de aquél, pues la intuición posee un carácter “evidencial” en el
conocimiento, el ser se presenta en original en ella. La intuición
sería un acto de la razón y la razón comenzaría allí en la evidencia
proporcionada por la intuición. Escuchemos a Levinas: L’acte de
la raison est l’acte intuitif (…) Ce qui caractérise l’essence de la
raison (…) c’est un certain mode de se rapporter à l’objet où ce
dernier est donné avec évidence et est présent <<en personne>>
devant la conscience85. De modo que el objeto apuntado en la
signiicación puede ser visto en la intuición que lo presenta,
con lo cual el cierto vacío que reside en la signiicación se llena
o se realiza (Erfüllung) con la presencia en carne y hueso del
objeto. Así, las intenciones signiicativas han de esperar por la
conirmación o por la confutación del momento perceptivo.
Una percepción adecuada puede madurar una signiicación
previamente elaborada; las percepciones subsiguientes pueden
en principio renier les perceptions précédents86. Es imposible
aprehender la cosa de un solo golpe o de un solo vistazo, porque
84 Cfr. LTFI, p. 102.
85 Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 260. También para Herrero la verdad no comienza
con el juicio; más bien sucede lo contrario, el juicio presupone este fenómeno
primero de la verdad que consiste en encontrarse delante del ser. La intuición es
un darse originario, posición (aparecer en persona una cosa) de datitud originaria,
fundamento (Grund) de legitimidad que tiene ese darse originario. Al abrirnos a las
cosas mismas, la intuición se coloca en un nivel pre-predicativo, es una evidencia
pre-predicativa, donación pre-predicativa. La sensibilidad es ya susceptible de
razón, pues ya, a propósito del objeto sensible, se puede hablar de existencia o de
no existencia. Cfr., pp. 262-266.
86 Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 246.
62
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
ella es concebida por Husserl como perpetuamente inacabada en
términos perceptivos. La percepción de las cosa, en suma, est un
processus inini. Nous n’accédons à la chose que par les aspects
ininis qu’elle ofre à nous. Il faut tourner autor d’elle87. Pero
si la frustración entre la percepción y la intención signiicativa
se produce, aún hay allí espacio para la verdad. Por eso “la
discordancia debe entenderse como un tipo de realización. El
objeto debe darse para que esta discordancia se produzca y, si
la intención signiicativa se frustra, existe de cualquier modo
un lugar para la verdad”88. La decepción, la discordancia, la
expectativa frustrada determinan también el lugar de la evidencia:
donde hay discordancia, allí ella no existe (existe la evidencia
de una discordancia). Su negatividad se incorpora al espacio
más amplio en que consiste el conocimiento. Por ello concluye
Levinas que aquélla “es un fenómeno positivo”89.
Pero sabemos que vivir no es solamente percibir, mantener
intenciones perceptivas, sino también moverse en la esfera
judicativa, por ejemplo, en la forma predicamental del verbo
ser como cópula. Aunque esta forma categorial del ser-cópula
no forma parte del objeto, como sí, en cambio, cualidades como
el color o la intensidad90. Por consiguiente, la síntesis que se
produce en el acto judicativo se encuentra aquende los actos
objetivos, tal como lo ha visto la síntesis kantiana, de manera que
87
88
89
90
Levinas, “L’oeuvre d’E. Husserl“, p. 57.
LTFI, p. 103.
Ibid.
LTFI, p. 106.
63
Mario Di Giacomo
la espontaneidad de la conciencia que vincula “la multiplicidad de
datos dispares”91 está referida exclusivamente a aquélla, es decir
al carácter propio de la conciencia. De modo que se abre aquí
ex abrupto un territorio apto para el nacimiento de una mirada
agnóstica: los actos sintéticos categoriales que producen el juicio
entre datos u objetos están problemáticamente relacionados con
la existencia de esos mismos objetos. Si las formas categoriales
pertenecen sólo al ámbito subjetivo de la conciencia, no se ve
cómo el juicio internamente producido en él pueda referirse
necesariamente a aquello que –precisamente- dice referirse. La
formulación copulativa del juicio parece no poder salir entonces
de la vida íntima del espíritu, malogrando su adecuación con el
mundo. La existencia del objeto queda así muy lejos de la esencia
que la conciencia le coniere, e incluso, en un idealismo exagerado,
el ser trascendente consistiría en “una cierta construcción del
espíritu”92. La epistemología se ha alejado de esta guisa un buen
tramo de la ontología. A in de vadear esta peligrosa geografía,
Husserl querrá leer que tales “formas pertenecen a la esfera de
los objetos”93. De suerte que la forma categorial en cuestión “no
es un predicado real de la cosa, ni el resultado de la relexión
sobre la conciencia. Es la estructura ideal del objeto”94. Ahora
bien, la percepción sensible se caracteriza por la signiicación
evidente, por realizar la signiicación de forma evidente. Y
aunque la incompletitud de la percepción nos entregue al objeto
91
92
93
94
64
Ibid.
LTFI, p. 122.
LTFI, p. 106.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
como de golpe, en persona, y éste, el objeto sensible se dé de
manera directa (in schlichter Weise, escribe Husserl, citado por
Levinas, en las Investigaciones lógicas95), la percepción tiene un
carácter recurrente, por la cantidad de actos unilaterales con los
cuales aprehende el objeto. Pero al mismo tiempo, el atomismo
de las visiones unilaterales se supera a sí mismo en la síntesis
que se ejerce sobre ellos; la unión de ellos se debe a que los
actos perceptivos unilaterales constituyen algo así como “un solo
acto que se estira”96, de manera que es siempre el mismo objeto,
bajo otra perspectiva de la percepción, el que es aprehendido. El
‘acto estirado’ de las muchas percepciones es un solo acto cuyo
horizonte identiica la unidad del objeto tratado. Pero los actos
categoriales ya no se encuentran solos, aislados de aquello que
sintetizan. Ellos encuentran su fundamento en la percepción
sensible. De aquí que la espontaneidad del espíritu no se aleja
en demasía de la esfera objetiva que aborda. El iat del espíritu
se hallaría, por ende, acotado por los actos perceptivamente
fundados. Por lo tanto, el resultado de la síntesis del espíritu,
“el resultado del acto categorial (como el acto de coligación o
relación) consiste en aprehender objetivamente aquello que fue
intuido con anterioridad…”97. La ontología viene a ser así el
cimiento de la lógica.
Ahora bien, las formaciones categoriales del espíritu
efectivamente establecen una relación entre los objetos:
95
96
97
Cfr. LTFI, p. 108.
LTFI, p. 109.
LTFI, p. 111.
65
Mario Di Giacomo
los Sachverhalte (que incorporan ya un cierto discurrir del
pensamiento) que de allí se deriven permiten que el objeto exista
de otra manera, pero no dañan la integridad del objeto percibido.
Por ello distingue Levinas entre el estado de cosas (Sachverhalt),
objeto del juicio, y la percepción sensible. Entonces, como bien
dice nuestro autor, el carácter de la síntesis, el acto del juicio, no
es el sitio originario de la verdad, sino uno derivado: “no es en
el juicio donde la verdad comienza. La función del juicio es bien
distinta: consiste en construir una nueva forma de objeto, esto es,
un ser de otro grado”98. Hay algo que se despertó más temprano
que el juicio, mas éste se caracteriza por ser una declaración
kerygmática, por traer hasta el sujeto la extraña novedad que
identiica en él esto en tanto que aquello99. Por consiguiente, el
fenómeno originario de la verdad está en otra parte, se ubica en
otro sustrato, a diferencia de Kant, por ejemplo, para quien la
ley del pensamiento es la que impera sobre lo real. El criterio
de verdad para se encontraría entonces en la facultad de juzgar,
a la cual la estética trascendental ofrece una materia de síntesis.
Para decirlo con las observaciones levinasianas sobre la relación
histórica entre lógica y ontología, “Y si para Leibniz la lógica
analítica es el criterio de verdad, para Kant lo será la lógica
sintética, que permite pasar de un concepto al otro sin que uno
esté contenido en el otro”100. Al parecer, estamos en la noria. La
relación sujeto-objeto, aunque quiera respetar al objeto, privilegia
la esfera subjetiva que alcanza al objeto conforme a una serie de
98
99
100
66
LTFI, p. 113.
Cfr. Levinas, Descubriendo la existencia, p. 315.
LTFI, p. 117.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
actos espontáneos judicativos, sede de la verdad. Para Husserl,
por el contrario, rechazando las doctrinas tradicionales de la
adaequatio, la verdad no consiste en un vínculo sujeto-objeto
que descansa fundamentalmente en un espíritu reiicado101.
Según este Husserl, el ser se nos presenta directamente y
la adaequatio entre cogito y res no es posible sino a partir de
este hecho originario: tenemos ante nosotros directamente el
ser intuido, por consiguiente el lugar primario de la verdad se
encuentra justamente aquí, “en esta presencia de los objetos ante
la conciencia”102, hallando el juicio su pavimento en este cara
a cara originario. La adaequatio entre ambas dimensiones, es
decir, la verdad judicativa, no es sino el resultado de un ser que
se encuentra ya siempre frente a la conciencia, de un esse que
funciona como correlato de la subjetividad, al que ésta siempre
apunta. Husserl piensa que se adecua el objeto signiicado con el
objeto intuido, “el objeto es el mismo en los dos actos, y no se
encuentra en dos planos distintos del ser. Si el juicio puede ser
verdadero, no es en cuanto juicio, en cuanto airma una cosa sobre
otra, sino en cuanto intuición, en cuanto su correlato, el estado
de cosas (Sachverhalt), se encuentra delante de él, como la cosa
de la percepción se encuentra delante de la intuición sensible”103.
Si existen síntesis categorial y espontaneidad del espíritu, ellas
no son las responsables de crear el objeto; antes bien, ellas son
posibles porque el objeto ya ha entrado en el corazón mismo de
la conciencia gracias a la intencionalidad que la deine. El juicio,
101
102
103
Cfr. LTFI, p. 118.
LTFI, p. 118.
Ibid.
67
Mario Di Giacomo
en cuanto acto sintético, constituye una nueva forma de objeto, un
ser de otro grado104. Entonces, la intuición sensible ofrece actos
simples de percepción, mientras lo categorial se funda en ellos. La
objetividad fundada viene acoplada a un acto perceptivo fundante
que le sirve de base. Ni la existencia del mundo prescinde de su
propia esencia, ni las esencias (que un subjetivismo trascendental
suscribiría) son el producto de una conciencia reiicada, capaz
de constituir una homogeneidad a partir de los facta bruta que
ingresan intuitivamente al espíritu.
Husserl, por ende, ha buscado la verdad más acá del juicio,
encontrándola “en la intuición, comprendida como intencionalidad
que alcanza el ser, en la <<visión>>, como fuente última de toda
aserción razonable”105. La intuición es concebida, por lo tanto,
como evidencia inmediata, como presencia en persona del objeto
ante la conciencia, como “forma originaria de la datitud”106. De
allí que es un fenómeno primario sobre el cual deben cimentarse
los demás actos de la conciencia. La visión aparece entonces
como razón, mientras que la lógica subjetiva parece no haberse
despistado, manteniendo así un vínculo estrecho con el objeto
a ser conocido. La evidencia aparece, por de pronto, como
la pénétration même du vrai. El milagro de la claridad, insiste
Levinas, est le miracle même de la pensée. La relation entre
objet et sujet n’est pas une simple présence de l’un à l’autre
mais la compréhension de l’un par l’autre, l’intellection; et cette
104
105
106
68
Cfr. Herrero, p. 257.
LTFI, p. 119.
Herrero, p. 93.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
intellection c’est l’evidence107. Ninguna cosa es impermeable
al espíritu, lo que el espíritu encuentra quiere ser comprendido
por éste, pues el ser posee signiicación, sin dudas, para él.
Los contenidos de la conciencia son signiicaciones o están
penetrados de signiicación, y si existe signiicación, ello se
debe a la presencia de la conciencia, cuya estructura es conferir
signiicado108. Así, permanecen juntos e identiicados intelección,
claridad y evidencia. El espíritu es toujours actif109, es la actividad
luminosa y continuamente actuante por la cual aparece algo
extraño a la subjetividad, lo donado a ella, que queda a su vez
absorbido y alumbrado por ella.
El juicio, manifestación de la espontaneidad del espíritu, no
crea el objeto ni se justiica a sí mismo, sólo es posible “sobre la
base de la intencionalidad, sobre la base de la presencia originaria
de la conciencia ante el mundo”110. En consecuencia, el ser ya
siempre está en contacto con la subjetividad y en la intuición se
puede analizar el origen mismo de la noción de ser, ésta se encuentra
siempre ligada a la experiencia concreta, a “la vida concreta de la
conciencia”111 que respira en la intuición. Asimismo, la intuición,
amarrada a la sinuosidad de lo concreto, no es sino expresión de
lo concreto, del aspecto cinético, móvil, de lo concreto, reacio
éste a ser paralizado en formaciones ideales112. “El origen del
107
108
109
110
111
112
Levinas, “L’oeuvre d’E. Husserl”, p. 53.
Ibid., p. 61.
Ibid.
LTFI, p. 123.
LTFI, p. 124.
Cfr. LTFI, p. 149.
69
Mario Di Giacomo
ser está en la vida”113. La evidencia consiste en la visión directa
del objeto. Husserl ha refutado del empirismo la reducción de lo
general a regularidades que surgen de los individuos en estudio
o de sus epifenómenos, descartando con ello la contracción de la
ontología al naturalismo cuestionado114.
1.5.
¿Aut prius vita quam doctrina aut prius doctrina quam
vita?
Husserl querrá formular un mundo ideal, un modo distinto
de ser y una nueva dimensión del examen del ser del mundo. El
eidetismo husserliano no viene a ser una hipóstasis de distintas
experiencias empíricas uniicadas in extremis115, pues la idealidad
lógica del objeto expresa su propia “estructura necesaria”116. Sólo
esa esencia hace posible la comprensión de la dimensión empírica
113
114
115
116
70
LTFI, p. 131.
Tal como comenta Chestov, la evidencia es la suprema instancia donde el
espíritu humano se satisface por completo, de lo contrario, nuestro saber es
fantasmático, ruinoso, alejado de las leyes inmutables requeridas por el rigor de
la ciencia verdadera: Encore une fois, aucun des philosophes contemporains n’a
parlé de la verité autonome avec autant d’audace, de forcé et de perspicacité.
Husserl se refuse aux compromis qui séduisent la majorité des philosophes. Ou
bien l’évidence est la suprème instance où l’esprit humain obtient satisfaction
complète, ou bien notre savoir est fantomatique, mensonger, et alors, tôt ou tard,
le chaos, la folie règneront sur terre, le sceptre de la raison tombera entre les
mains du premier venu, et la <<vérité>> n’aura plus rien de commun avec
ces lois stables, immuables que cherchaient et trouvaient jusqu’ici les sciences
rigoureuses. Sénèque a excellemment formulé le principe fondamental de la
philosophie antique: ipse creator et conditor mundi semel jussit, semper paret.
Léon Chestov, “À la mémoire d’un grand philosophe, Edmond Husserl”. En:
Revue Philosophique de la France et de l’Étranger, Paris, No. CXXIX, JanvierJuin 1940, p. 16.
Cfr. LTFI, p. 138.
LTFI, p. 140.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
del objeto. La lógica husserliana, escribe Levinas, vendría a ser
“una ciencia de la forma del objeto en general”117 (lo coloreado no
puede ser pensado sin la materia que lo soporta, por ejemplo; las
regiones de objetos, todas sin excepción, no pueden ser pensadas
sin las formas “objeto”, “relación”, “orden”, “propiedad”, “síntesis
predicativa”, todas ellas son reguladas por leyes eidéticas118).
El objeto poseería así un conjunto de predicados esenciales
inseparables de él que atañen de toda necesidad a la esencia del
objeto. Si esto es así, entonces existe un tipo de conocimiento
distinto al privilegiado por el pensamiento naturalista, es a
priori, se funda en la necesaria estructura lógica del objeto y
es presupuesto por cualquier otro tipo de conocimiento. Ahora
bien, dicha clase de conocimiento no sólo es apodíctico, también
supone una dignidad ontológica a todas luces superior119. Es cierto,
se parte del mundo tal como se da perceptual y concretamente a
la conciencia, sin embargo y como crítica a Husserl, la actitud
eidética tiende a separarse de la existencia individual para apreciar
solamente el aspecto esencial que aquélla de algún modo revela.
La actitud fenomenológica asume que la realidad individual ha
de someterse a la así llamada “reducción eidética”, la cual corroe
el primado al mundo de la percepción (que no es matemático ni
geométrico, sino inexacto120), cediendo el paso a una realidad
inerte. Si la inmediatez de la percepción se borra, ni bien se borra
en la reducción, ¿no corremos el riesgo en ella y por ella de alojar
117
118
119
120
LTFI, p. 141.
Cfr. Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 236.
Cfr. LTFI, p. 144.
Cfr. LTFI, p. 151.
71
Mario Di Giacomo
el vínculo con las diversas concreciones del mundo?121 “En
absoluto”122, responde Levinas. Es la inexactitud lo que caracteriza
a la percepción, no la exactitud que la vida cientíica ha dado en
primar: no se poseen, in primis, objetos perfectamente deinidos,
como los matemáticos, sino objetos de contornos imprecisos,
vagos, difuminados. Si el mundo tiene una forma, esa forma es,
a nativitate, aproximativa, vaga, nunca exacta o geométrica; “el
mundo de los conceptos cientíicos exactos es un derivado”123.
Lo inexacto prima sobre lo exacto, el mundo concreto sobre el
mundo ideal, no siendo este mundo sino la corrección matemática
de aquél. Más bien, antes que la reducción eidética, antes que el
no-reconocimiento de que ontológicamente el mundo cientíico
es posterior al mundo de la percepción, al menos en la exposición
hecha en la LTFI, lo que reprocha Levinas a Husserl es el carácter
intelectual que desde su nacimiento posee la intuición, que objetiva
la cosa percibida. ¿De entrada nuestra relación con lo real es una
relación con <<meras cosas>>124, aunque Husserl tome en cuenta
los objetos no meramente cósicos, como la axiología, la belleza,
la moral? ¿La alteridad es ya siempre de entrada un elemento
tematizable de la conciencia? ¿No existe, antes bien, un “antes”
preteorético que conmueve la vida pura de la conciencia, “es que
el pensante no se ha expuesto ya (…) a la desnudez sin defensa
del rostro, patrimonio o miseria de lo humano”125, es que acaso el
121
122
123
124
125
72
Cfr. LTFI, p. 148.
LTFI, p. 149.
Ibid.
LTFI, p. 160.
Levinas, Fuera del sujeto, p. 170.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
pensamiento propiamente ilosóico no se embriaga, sin quererlo,
de una vida emotiva que se levanta por las mañanas mucho antes
que él?
Volvamos atrás. No hay conciencia sin intencionalidad,
por lo tanto, no existe conciencia sin objeto. Una conciencia
sin objeto se hundiría en la tintura de su propia noche. La
relexión volcada sobre una conciencia sin objetos, cerrada
en su interioridad y jamás abierta a lo otro, derivaría en una
relexión vacía, carente de “objeto”, se ejercería sobre la nada en
que consiste esa conciencia recursiva e impenetrable. Pero si la
conciencia es intencionalidad, de modo que migra hacia ella la
alteridad, entonces la relexión sobre la conciencia se “tiñe” de
objeto gracias a los actos con los cuales ‘intencionamos’ las cosas
del mundo. Es decir, los acontecimientos de la conciencia caen
bajo la luz de la mirada relexiva. El mundo de los objetos aparece
ahora de manera noemática; los actos de la conciencia son objeto
de una toma de conciencia relexiva (Selbstbesinnung). Colocar
entre paréntesis al mundo equivale a que la conciencia se mire a sí
misma. Si la posición del mundo ha sido suspendida, no por ello
ha sido también anonadada, porque ella en una forma modiicada
entraría en la conciencia, permitiendo a la conciencia ser de veras
consciente de sí126. El ser que ha aparecido en la intuición bajo
una determinada forma de darse o de aparecer, reaparece ahora
bajo una escrutación de la vida cognitiva misma127, intentando
126
127
Cfr. Lyotard, p. 36.
Cfr. LTFI, p. 162.
73
Mario Di Giacomo
dar sentido a cada una de las regiones objetuales. Por ello la
fenomenología se convierte tanto en ciencia crítica del sentido
del conocimiento, como realización del ideal fundamentador de
la prima philosophia128. Los fenómenos cognoscitivos son vistos
por la fenomenología como sus objetos, ella, la fenomenología,
sería el análisis de los actos de conciencia en que se exhiben y se
hacen conscientes. El aparecer mismo del phainomenon es objeto
de la cogitatio relexiva. A esto se denomina ‘fenomenología’.
La relexión se vuelca sobre la misma vida subjetiva en que
se constituye el ser, mas el ser mismo ha adquirido la forma
de noemata, es decir, de correlatos de los actos de conciencia
relexionados por ésta. Levinas es explícito a este respecto: “Más
allá del quid del objeto, que interesa a la actitud natural, la actitud
relexiva se pregunta por el <<cómo>>, por cómo el objeto se
da, por lo que quiere decir ser un objeto”129. Pero como el ser
se nos da de manera objetualmente distinta, cognitiva, volitiva y
valorativamente, entonces la relexión acerca del modo de darse
el objeto será propiamente un esclarecimiento del mismo ser130.
Este esclarecimiento no consiste sino en la relexión del modo
de constitución de los diversos tipos de objeto en la conciencia,
iluminando los modos de existencia de las regiones objetuales,
empero, presentados bajo un modo noemático. El ser examinado
en la conciencia aparta de sí la actitud ingenua ante el mundo
128
129
130
74
Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 248.
LTFI, p. 163.
Cfr. LTFI, p. 163. Aquí mismo Levinas amplía esta idea. Los objetos de las
distintas regiones tienen diversos modos de objetividad, de suerte que poseen
cada una su especiicidad existencial. La existencia no es, por ende, aplicable
indistintamente a las diferentes regiones del ser.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
y brota en aquélla en la forma de noema. Como corolario de
la vuelta de la conciencia sobre sí misma y como efecto de la
superación de la actitud natural ante las cosas del mundo, la vida
pasa de ser vida vivida a ser vida relexionada.
El mundo dejado atrás alora entonces como mundo
reencontrado en una igura noemática, lo cual, según Levinas,
llevaría a la autoconirmación del poder del yo, “capaz de aclarar
todos los rincones oscuros donde su señorío fuese contrariado”131.
Los datos leales a una cierta opacidad se topan, pues, con una
voluntad intencional apta para convertirlos en claros y distintos
con el in de otorgarles una signiicación. La tarea ininita de la
autoconciencia será la de obrar esta reducción a transparencia
de todo aquello que se le enfrente en una trama de opacidad.
Los datos turbios son inadmisibles. Aquí nadie puede ni debe
ser leal a un no elegido secreto. El itinerario descrito permite, a
fortiori, a la vida consciente ser objeto de la conciencia132. La vida
espontánea, la vivida, gozada, sufrida, valorada en un montón
de vivencias cotidianas tiene que ser detenida en la relexión
que la agobiará como objeto133. La forma originaria de la vida
131
132
133
Emmanuel Levinas, “Ética como ilosofía primera”. En: A Parte Rei. Revista de
Filosofía, no. 43, enero 2006, p. 14.
Cfr. LTFI, p. 168.
Aunque Levinas acepta que la fenomenología husserliana desea aferrarse a las
sinuosidades de la vida misma, no hesitará en tacharla, en numerosos pasajes de
sus obras, de objetivista, y de haber privilegiado en exceso la tesis intelectualista
que la subordina a la representación. Así, por ejemplo, en Totalidad e ininito
(2ª. ed, Salamanca, Sígueme, 1987): “La tesis husserliana del primado del acto
objetivante, en la que se ha visto el apego excesivo de Husserl a la conciencia
teórica y que ha servido de pretexto a todos los que lo acusarían de intelectualismo
(…) conduce a la ilosofía trascendental a la airmación –tan sorprendente
75
Mario Di Giacomo
vivida espontáneamente de la que desea dar cuenta la relexión
fenomenológica ya no es espontaneidad de la vida. La relexión
sobre la vida se encuentra (o construye) la siguiente aporía: quiere
después de los temas realistas que parecía abordar la idea de intencionalidad- de
que el objeto de la conciencia, distinto de la conciencia, es casi un producto de la
conciencia como <<sentido>> dado por ella, como resultado de la Sinngebung”
(p. 142). El dominio del que piensa sobre lo pensado es total y creador; se lleva
a cabo con una donación de sentido: el objeto de la representación se reduce a
noemas. Lo inteligible es lo reducible enteramente a noemas (cfr. p. 142). En
la intencionalidad el Mismo está en relación con el Otro, “pero de tal manera,
que el Otro no determina en ella al Mismo, sino que es siempre el Mismo el
que determina al Otro”. “La representación es la fuerza de tal ilusión y de tales
olvidos. La representación es un puro presente. La posición de un puro presente
sin atadura, aun tangencial con el tiempo. Vacío de tiempo que se interpreta como
eternidad” (pp. 143-144). En De otro modo que ser, o más allá de la esencia
(Salamanca, Sígueme, 1987) nos dice: “El ser no será, por tanto, la construcción
de un sujeto cognoscente, al contrario de lo que pretende el idealismo. (…) El ser
no procederá del conocimiento. (…) La visión del ser y el ser remiten a un sujeto
que se ha levantado más temprano que el ser y el conocimiento, más temprano
o más acá, en un tiempo inmemorial que ninguna reminiscencia podrá recuperar
como a priori” (pp. 72-73). En Dios, la muerte y el tiempo (Madrid, Cátedra,
1994): “La fenomenología ha empezado a encontrar sentido a lo que no es
cognoscitivo. El sentimiento, el acto o la decisión también tienen sentido. (…) La
lección de las Ideen es que todo es siempre transformable en saber; que toda tesis
axiológica es siempre transformable en tesis dóxica. Que, en el fondo de toda
vida psicológica, se encuentra una visión teórica. Y las Logische Untersuchungen
habían recuperado la tesis de Brentano según la cual <<todo lo intencional que se
vive, o bien es en sí una (simple) representación, o bien tiene una representación
como base>>” (p. 224). En Descubriendo la existencia con Husserl y Heidegger:
“La intencionalidad no es, por tanto, patrimonio del pensamiento representativo.
Todo sentimiento es sentimiento de algo sentido, todo deseo es deseo de lo
deseado, etc. Lo aquí mentado no es un objeto contemplado. Lo sentido, lo
querido o lo deseado no son cosas. (…) Pero para Husserl lo deseable y lo querido
son susceptibles de teoría, de contemplación. (…) En Husserl la conciencia
teórica es, pues, a la vez universal y primera” (pp. 52-53). En este orden de ideas,
aunque ilosóicamente muy distante de Levinas, Habermas, bajo el paradigma
del giro lingüístico que nos ha permitido retraducir las representaciones a formas
proposicionales, suele cuestionar la preeminencia del modelo epistemológico
objetivante: “La historia de la ilosofía de la conciencia de Descartes a Husserl
enseña que no es en modo alguno casual que las categorías mentalistas básicas
se orientasen por la idea de una representación de objetos, es decir, por la idea
de una relación sujeto-objeto”. Jürgen Habermas, Pensamiento postmetafísico,
Madrid, Taurus, 1990, p. 143, nota 5.
76
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
descubrir aquello que es originario, anterior al enfoque relexivo y
fundamento de éste, por medio de una actitud relexiva que no es
sino posterior a la vida simplemente vivida. Por lo tanto, la vida
pensada que da cuenta de la vida vivida, ¿encuentra su fundamento
en ésta, pero ésta no sabe de sí misma sin aquélla? El regocijo y
la pena, el gozo y el dolor encuentran la conciencia de sí mismos
en una subjetividad ahora volcada sobre sí que hace de la vida su
objeto: “las vivencias (Erlebnisse) no se revelan a la conciencia
más que modiicadas por la relexión”134, ni se presentan ante
ella en su situación originaria en cuanto espontaneidad vivida sin
mayores complicaciones de orden teórico. La vida vivida es vida
vivida, y punto135. Por cierto, en la paráfrasis que Levinas hace
del parágrafo # 70 de Ideas, escribe esto: “el gozo y la cólera
sobre los que relexionamos son de un orden distinto al del gozo y
la cólera simplemente espontáneos”136. Prius vita quam doctrina,
para hacerlo más breve. Pero para advertir que es primero la vida
que la doctrina, es de la doctrina de donde surge la conciencia de
dicho prius, así como la de que el objeto sobre el cual se ejercita
134
135
136
LTFI, p. 169.
Para Kant, alega Chestov, la razón y la ética se han transformado, en palabras
de Lutero, en bellua qua non occisa, homo non potest vivere. De ahí procede
la ilosofía existencial: no es “comprender”, sino vivir lo que necesita el
hombre. Y Kierkegaard opone, se atreve a oponer, sus ridere, lugere, detestari
al “comprender”, a lo que segrega la ilosofía especulativa. Cfr. León Chestov,
Kierkegaard y la ilosofía existencial, Buenos Aires, Sudamericana, 1951,
pp. 81-82. La razón debe ser destronada del sitio privilegiado en que le han
colocado Antiguedad, Medioevo cristiano y Modernidad, cada uno a su manera.
El carácter objetivante de la especulación va a sufrir una transformación en los
textos de Levinas, pero la universalidad se querrá mantener intacta, más allá de
las diicultades inherentes a una razón especulativa. Sin embargo, existen riesgos
en abogar discursivamente más por una universalidad, por así decir, sentida, que
por una universalidad racional. Levinas ha decidido tomar ese riesgo.
LTFI, p. 170.or
77
Mario Di Giacomo
la relexión ha sido independiente de ésta. Por ello Husserl, citado
por Levinas, señala lo siguiente: “el método fenomenológico se
mueve exclusivamente en el ámbito de los actos de relexión”137,
con lo cual la conciencia misma se transforma en un objeto
‘intencionado’, pues ella también se presenta en persona ante la
“intuición inmanente”138 o relexión. De allí que el privilegio de
la conciencia consista en la luz que ella echa sobre sus propios
actos, más allá de la espontaneidad de las vivencias que los
han hecho posibles. La razón tiene un papel indudablemente
esclarecedor y la ilosofía guarda aún en Husserl el programa de
una racionalidad irrebasable. Husserl continuaría así la tradición
ilustrada que coloca en el centro de todas las posibilidades
descifradoras a la misma razón. Ésta puede llegar, “en conjunto,
a un esclarecimiento total del ente, aun cuando esto suponga un
proceso indeinido”139. Esta feraz ilustración admite, sin dudas,
acercamientos progresivos, asintóticos (las cosas individuales se
acercan a la idea en sentido kantiano, mas nunca la realizan140),
a lo que ha de ser develado, acercamientos distintos al ésprit de
géometrie, y más bien cercanos al ésprit de inesse, pero jamás
aceptará frente a la razón la opacidad inescrutable del ente en su
totalidad.
137
138
139
140
78
LTFI, p. 167.
LTFI, p. 168.
Fink citado por Herrero, p. 80.
Cfr. Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 250.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
1.6.
La conciencia distendida; el tiempo
La conciencia se ha convertido en la sal de la tierra, en
esa instancia preponderante que captura el sentido genuino del
mundo en la plenitud de sus concreciones, concreciones que
le salen al paso a la conciencia en diversas regiones de objetos
‘intencionados’. La fenomenología brota así, ante nosotros,
como una ciencia eidética y descriptiva de la conciencia141 que
comprende la vida y el mundo, objeto intencional. Yendo por
detrás de lo vivido, encuentra el sentido de éste; yendo por detrás
de lo vivido, se sobrepone a la actitud natural o ingenua ante el
mundo, aunque la relexión advierte algo que es de importancia
suma: el objeto sobre el cual se relexiona es un objeto anterior
a ésta, ha existido antes que ésta. Pero no ha existido de manera
atómica, puntiforme142, en cada uno de los escorzos practicados.
El presente no es nunca solamente presente, se encuentra ya
siempre atravesado de retenciones, obra de la memoria que
141
142
Cfr. LTFI, p. 174.
Desde la óptica fenomenológica, no existe cogitatio temporalmente puntiforme
del objeto ni se da ninguna percepción limitada a la pura actualidad. Ella entra
en un río que viene con su atrás y su adelante. Mediante aquí se extiende hacia
un horizonte de pasado (retención), mientras que por medio de éste anticipa la
cosa como futura (protención), más allá del horizonte actual. La identidad del
objeto descansa aquí, pero como identidad continuamente modiicable, pues es
aprehendido en diferentes actos de conciencia. Cfr. Kolakowski, p. 57. También
Herrero: La intencionalidad no se conforma con la impresión del presente
fugaz, sino que en su interior se vive de consuno tanto el horizonte de pasado
constituido por las retenciones, como la anticipación de futuro que nos acercan las
protenciones (cfr., p. 213). La retención considera que aunque haya desaparecido
el dato hylético, se sigue reteniendo el mismo objeto. La conciencia del ahora,
sobre la base de una materia A, se transforma continuamente en una conciencia
de pasado, mientras se erige una nueva conciencia de ahora. La retención es una
intencionalidad peculiar, ya que su estructura no cuenta ya con ninguna base
hylética que le sirva de soporte (cfr., p. 277).
79
Mario Di Giacomo
aprehende el pasado, y del porvenir que lo alienta: la vida vive
de las articulaciones elaboradas dentro de un lujo que “no
puede comenzar ni terminar”143, el objeto “dura”144, encontramos
unidad porque encontramos duración y viceversa. El tiempo da
forma a las vivencias y la unidad de ellas se elabora dentro de
una duración interior que sujeta pasado y futuro en un presente
siempre evanescente: se da una constante emergencia de una
nueva presencia o de un nuevo presente. El ser pasado “revive”
en la conciencia que va en su búsqueda, es decir, en la conciencia
que lo retiene: la actividad retencional impide que el pasado se
hunda del todo en su nada. Él, el pasado, puede ser convocado
ante el foro del presente, es decir, puede ser presentiicado aunque
su ahora efectivo o su presente viviente se hayan disipado.
Existe un punto fontanal (Quellpunkt), una impresión originaria
(Urimpression), en los que arranca el objeto entendido bajo un
formato temporal: el objeto retenido nunca pierde su capacidad
de reaparecer intencionalmente en la forma del presente, pero, por
supuesto, el objeto retenido y traído a la dimensión presentacional
no podrá ser idéntico al objeto en su forma genuinamente presente,
tal como aparecía fontanal u originariamente.
La conciencia nunca deja de luir, nunca concluye, estira
sus esbozos hacia el porvenir que lo convoca (lo cual nos trae
a la mente la distentio animi agustiniana). En esto consiste la
143
144
80
LTFI, p. 172.
Francisco Conde Soto, “Importancia y evolución del concepto de conciencia
del tiempo en la fenomenología de Edmund Husserl”. En: Contrastes. Revista
Internacional de Filosofía, Universidad de Málaga, vol. XV (2010), p. 108.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Zeitbewusstsein: el punto del presente nunca es puntual, nunca
deja de estar acompañado por la memoria de lo vivido, ni nunca
deja de estar conducido por la espera de lo que vendrá. Ella es
el mismo luir en el conjunto de retenciones y protenciones que
la acompañan, y ella es la complexión de las vivencias que de
allí resultan. Un determinado ahora se transforma en un ahorarecuerdo y corre a constituirse como un ahora-pasado, por eso toda
vivencia efectiva tiene necesariamente un horizonte de pasado y
un horizonte de futuro145. El pasado nunca se hunde en su propia
erosión, sin dejar ningún rastro, y el porvenir no surge ex nihilo
ante la mirada, sin explicación alguna, aunque éste, el horizonte
de futuro, ámbito hacia el cual el pensamiento avanza, se presenta
indeterminado (al menos, más que el momento presentacional
–Präsentation- y el momento retencional146). Objeto, mundo
e historia son el resultado de esa subjetividad profunda que
pone orden en la corriente de la conciencia en su lujo temporal
inmanente. Sin embargo, en palabras de Levinas, la intuición
de esencias ha intentado comprender las sinuosidades propias
de la vida concreta, ha deseado descorrer el velo que oculta la
vida llevada a cabo en la actitud natural o ingenua, pero se ha
quedado a medio camino: la vida ha pasado a ser considerada, ya
no vivida; esta relexión sobre la vida está demasiado separada de
la vida misma. Además, la reducción fenomenológica147 supone
145
146
147
Cfr. Alfred Schutz y Thomas Luckmann, Las estructuras del mundo de la vida,
Buenos Aires, Amorrortu, 2001, p. 68.
Cfr. Wilhelm Szilasi, Introducción a la fenomenología de Husserl, Buenos Aires,
Amorrortu, 1973, p. 111.
Con el propósito de aclarar la distinción entre epoché y reducción, citaré el
siguiente pasaje de Adrián Escudero, bastante nítido a este respecto: “Sin entrar
81
Mario Di Giacomo
una ruptura que lleva a cabo “violentamente”148 el hombre con
su propia actitud natural, que no es contemplativa, al “pasar a la
relexión sobre la vida, acto puramente teórico”149.
1.7.
La reducción fenomenológica o neutralización de la
vida dogmática del sujeto
Al “reducir” la trascendencia del mundo, produciendo sobre
él una neutralización existencial, la mirada de la conciencia
se concentra únicamente en el ser que aparece ante ella150.
Como una nuez hermética, la conciencia se retira del mundo,
permaneciendo a solas con la donación del mundo. La vida es
ahora para la conciencia, vida sobre la cual la conciencia ejerce
sus actos relexivos, mientras el material hylético se deja atrás,
entre paréntesis. En tal donación del mundo a la conciencia, aquél
permanece excluido por obra de la reducción fenomenológica,
148
149
150
82
en detalles, la reducción fenomenológica de la que habla Husserl se compone
de la epoché y la reducción. La epoché, por una parte, designa la ruptura, la
cancelación, la exclusión o la suspensión de nuestra creencia implícita de un
mundo independiente de la conciencia. Esta asunción realista está profundamente
arraigada en las ciencias y en la vida cotidiana. Pero, una fenomenología que
pretende ir a las cosas mismas tiene que neutralizar este prejuicio metafísico y
cientíico con el que operamos en la llamada actitud natural. La reducción, por
otra parte, remite a la tematización de la correlación entre subjetividad y mundo,
es decir, nos retrotrae de la esfera natural a su fundamento transcendental.
Por tanto, podemos atribuir a la reducción fenomenológica dos tareas: una
de limitación (Einschränkung) del mundo natural y otra de reconducción
(Zurückführung) a la vida subjetiva”. Jesús Adrián Escudero, “La actualidad de
la fenomenología husserliana: Superación de viejos tópicos y apertura de nuevos
campos de exploración”. En: Eidos: Revista de Filosofía de la Universidad del
Norte, Barranquilla, Nº18 (2013), pp. 22-23, nota 10.
LTFI, p. 175.
Ibid.
Cfr. Herrero, p. 164.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
pero es reencontrado, escribe Levinas, en la inmanencia de
la misma conciencia, reconcentrada sobre sí al interior de sus
paréntesis; Le monde, les objects des sciences naturelles et des
ontologies, exclues par la <<réduction>>, se retrouvent –entre
<<guillemets>> comme Husserl s’exprime- dans la sphère
immanente de la conscience où ils sont étudiés en tant que
noèmes151. Por lo tanto, el mundo excluido por mor de la epoché
se conserva aún en la conciencia bajo un título noemático. En el
giro relexivo la conciencia se presenta ante sí misma, comparece
ante sí, de modo que es capaz de encarar el conjunto de las
vivencias que han sido admitidas en el lujo en que ella consiste.
Los paréntesis fenomenológicos no expresan sino la noción de
libertad anidada en toda conciencia: ésta vive para su vocación,
liberada del resto de las contingencias a las que se ha enfrentado.
La autotransparencia es el destino de una vida espiritual que se
quiere liberada de cualquier género de opacidad: La possession
totale de soi dans la rélexion n’est que l’envers de la liberté152.
Si la vida se posee totalmente a sí misma en alguna parte, esa
parte es precisamente la conciencia entendida como iluminación
inequívoca del mundo, prestando a éste inteligencia y sentido. Para
esta transición entre mundos, Levinas alega que Husserl no ofrece
suicientes explicaciones: ¿cómo sería capaz el “<<dogmático
de nacimiento>> llegar a ser consciente de su ingenuidad?”153
151
152
153
Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 255.
Levinas, “L’oeuvre d’E. Husserl”, p. 69.
LTFI, p. 191. Con la expresión “dogmático de nacimiento” se reiere Levinas,
siguiendo muy de cerca a Husserl, a la actitud ingenua del hombre ante su mundo,
es decir, a la actitud existencial que no se ha vuelto relexiva ni ha producido una
distancia con respecto a él, suspendiendo de este modo los hábitos cotidianos
para ir así más allá del mundo y viviendo de la libertad de la teoría pura. En tal
83
Mario Di Giacomo
También Herrero cree que faltan explicaciones a este brusco giro
de la conciencia sobre sí misma, de esta conversión del hombre
en homo philosophicus154. Pero justamente en este punto aparece
la sospechosa autoobjetivación de la conciencia, el giro por el
cual ella se convierte en su propio objeto, derivando de esta guisa
en la inevitable aporía de ser sujeto y objeto de sí misma a la
vez: se somete pasivamente a una indagación relexiva mediante
el cumplimiento de su actividad intencional. Esta instancia
coniguradora, para poder ser un momento estructurante mediante
sus propios actos cognoscitivos, se autoprocura una dinámica
neutralizadora: despojándose de su pellejina empírica y lanzando
al olvido momentáneo todos los restos existenciales, alcanza esa
región donde la mirada y lo mirado se funden en una totalidad
uniicada (Alleinheit) en el interior de quien mira. Puesto al margen
del tiempo, el momento conigurador o lado originario de la vida
interviene, sin embargo, en el tiempo siendo su propio hontanar
de sentido. Otro brusco salto del pensamiento husserliano, en el
cual no nos detendremos, radica en el paso de la concepción de
una conciencia fundamentalmente objetivante, de acuerdo con
Levinas, a la constitución intersubjetiva del mundo, el paso del
ego solitario a un “nosotros” posible. No bastará tampoco una
teoría de la empatía (Einfühlung) prometida en el primer volumen
de Ideas155. El otro en Levinas no se reducirá a ser el espejo de mí
mismo, un otro especular de mí, como podría ocurrir en Husserl:
154
155
84
suspensión de la actitud ingenua habitaría entonces una conversión del sujeto que
impregnaría la totalidad de su vida. La libertad o, mejor, su manifestación, es la
consecuencia de la suspensión de los lazos cotidianos y acríticos con su mundo.
Cfr. Herrero, p. 344.
Cfr. Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 265.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la alteridad del otro no sería más que “una especie de alteración
propia”156, un análogo de mí. No, en el ilósofo lituano, el Otro es
lo que yo no soy. La pobreza de existir sólo como ego absoluto
se compensaría, en el caso de Husserl, con un nuevo giro, el giro,
poco explicitado, hacia un mundo compartido.
La posible respuesta a esta metanoia del sujeto tal vez
se encuentre en la víspera de una catástrofe fundada en las
consecuencias prácticas de la ciencia moderna. Según Habermas,
son las crisis las que cambian la perspectiva de los enfoques y
la legibilidad de los problemas. Es la crisis y la contingencia
histórica lo “que arranca a Husserl del olvido objetivista del
mundo y de sí. La presión que ejercen (…) tales situaciones
crisis, ya sean históricas o biográicas, cambia objetivamente las
condiciones de tematización y es la que empieza engendrando una
distancia capaz de arrojar luz sobre lo que nos es más próximo y
obvio”157. En el momento del mayor soledad surge la necesidad
de comprensión. Las crisis son responsables de la rehistorización
y mundanización de la conciencia y de sus problemas. Si por el
cuerpo somos mundo158, por medio de los traumas existenciales,
156
157
158
Herrero, p. 393.
Habermas, Pensamiento postmetafísico, p. 95.
Cfr. Lyotard, p. 125. Por “rehistorización” y “mundanización” entiende Levinas
la posibilidad de que la teoría pura husserliana no borre por completo el suelo
de nacimiento que ya siempre la impregna. Historia y tiempo no deberían ser
depurados al extremo o expulsados de un pensamiento que desea adherirse a
las sinuosidades de la vida y a una corporalidad que casi trascendentalmente
le acompaña. El mundo no es sólo una estructura noemática para Levinas, ni
la conciencia puede ir más atrás o más allá de la historicidad en la reducción
fenomenológica. Ésta, la reducción, puede asumirse como una intencionalidad
que se da un mundo, sin dudas, a escala noemática, pero el prius de la vida vivida
y el interlocutor genuino, en términos levinasianos, son despedidos en la apuesta
85
Mario Di Giacomo
biográicos o sociales, recordamos el mundo que somos gracias
a nuestro cuerpo. La “limpia cesura”159 entre conciencia y
mundo, entre actitud constituyente y actitud dogmática, entre
actitud teórica pura y los intereses que ya siempre mueven al
conocimiento, es así disuelta. El shock existencial descosiica
los productos humanos, permitiendo que éstos se recuperen
del olvido que borró a sus antiguos creadores. Explicitando
a Berger y Luckmann, Habermas señala: “La cosiicación
implica que el hombre es capaz de olvidar su autoría del mundo
humano, y además que la dialéctica entre el productor humano
y sus productos se ha perdido para la conciencia. El mundo
cosiicado es per deinitionem un mundo deshumanizado”160.
La subjetividad debe, pues, reclamar para sí, más allá de una
cosiicación (Verdinglichung161) pseudoindividualizadora, lo que
le ha sido coniscado, porque la subjetividad es entendida como
realización trascendental del sentido, o como intersubjetividad
lingüística estructurada como mundo con sentido (Lebenswelt)
debido a constituciones antecedentes. Por lo tanto, la subjetividad
trascendental, en este momento del pensamiento husserliano, se
159
160
161
86
husserliana por la teoría pura. El pathos como origen de la conciencia escapa
de la misma conciencia (la tarea heideggeriana consiste en recuperar semejante
pathos): la oscuridad y el no-saber que ya siempre envuelven a la conciencia son
conjurados en la presunta transparencia de la misma conciencia, evitando así
que a ella le sean devueltos los predicados signiicativos de una realidad que le
antecede. Parecería por tanto que un objetivismo de nuevo cuño, el husserliano,
es la resultante tanto de la crítica al objetivismo de las ciencias positivas como de
su corsé formalizante.
Jürgen Habermas, El discurso ilosóico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1993,
p. 171.
Ibid., p. 102.
Cfr. Theodor Adorno, Consignas, Buenos Aires, Amorrortu, 2009, pp. 11, 120,
172.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
zafa de su lancinante soledad, porque advierte que ya siempre
se encuentra acompañada de otros rendimientos subjetivos
anteriores a ella, constituciones precedentes, por cuya gracia a
ella le es permitida una renovada actividad constituyente.
En lo que lleva razón la fenomenología es en que la
conciencia no puede ser estudiada como se estudian las cosas del
mundo: aquélla, cuya existencia es absoluta, no se puede poner
fuera de juego, excluirla de los juicios cuyo destino es la conciencia
misma. Sería un contrasentido que la conciencia quisiera dar
cuenta de sí misma autoexcluyéndose al mismo tiempo. Residuo
de la reducción, su existencia es indudable. Escribe Levinas en
Sur les “Ideen”: Si la position de l’existence du monde est toujours
susceptible de doute, la position de l’existence de la conscience
résiste à tout doute. La conscience se presente donc comme
résidu qui résiste à l’εποχή phénoménologique et toute vérité qui
la concerne est absolument certaine162. Asimismo, ella es el lugar
donde el mundo se abre, se ofrece y se dona. Ella se topa con el
ser, adquiriendo éste sus modos de acuerdo con las regiones de
objetos de que se trate. Pero la conciencia sí puede permanecer
encerrada con sus noemata, que es la forma que en ella adquieren
los objetos en los actos por los cuales ella, la conciencia, retorna a
sí misma. La tesis de la reducción fenomenológica deja por fuera
de la conciencia la actitud ingenua del hombre ante su mundo
y, a su vez, deja a la conciencia a solas con ella misma y con el
mundo de los objetos, ahora sólo noemáticamente subsistentes,
162
Levinas, “Sur les <<Ideen>>”, p. 246.
87
Mario Di Giacomo
gracias a la cual en el fenómeno emerge el sentido163 debido a
la atención ija y irme de la misma conciencia. La conciencia
se ha retirado hasta sus cuarteles de invierno para entender al
hombre (a la conciencia) en las diversas clases de relaciones que
es capaz de mantener con su mundo. La concreción del mundo
aparecería ahora, no antes del “valor absoluto”164 que la reducción
signiica. El sentido propiamente concreto (teórico) de la vida
aparece en esta subjetividad que relexiona sobre la vida sin jamás
confundirse con ella165. Remontarse hasta esas alturas signiica
que la conciencia tiene un valor ontológico radical, descubierta
por la reducción, de manera que ya no es interpretada como
fundamento de una teoría del conocimiento, aunque también lo
sea. La conclusión de Levinas es diáfana: después de todo este
largo esfuerzo de Husserl llegamos a comprender que “la ilosofía
comienza con la reducción”166, o sea, con la separación de la
vida, más concretamente, con la escisión entre el hombre y su ser
inacabado, su ser histórico.
Desde la óptica de Levinas, la historicidad y el tiempo no se
comprometen en el privilegio de la actitud teórica167 cuando ésta
163
164
165
166
167
88
Cfr. Levinas, Fuera del sujeto, p. 166.
LTFI, p. 183.
Cfr. LTFI, p. 183.
LTFI, p. 189.
En Dios, la muerte y el tiempo, p. 224, Levinas comenta que la fenomenología ha
empezado a encontrar sentido también en lo no-cognoscitivo. El sentimiento, la
praxis, la decisión, también lo poseen. Por eso creemos que habla de la ‘sabiduría
del amor’ para encontrar un sentido distinto al inscrito en el amor a la sabiduría,
contrariando la larga historia de la luz de Occidente. Pensamos que ninguna
Ilustración se daría por satisfecha con una universalidad que rebasare a la razón
o que pretenda haber nacido en un antiquísimo antes, al cual la razón
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
se neutraliza la actitud ingenua del hombre ante su mundo. La
reducción coincide, pues, con la ilosofía, con la autorrelexión
de la conciencia, no obstante, es justamente aquí, piensa Levinas,
por donde se iltra una “actitud suprahistórica”168 que “sostiene
168
no daría, jamás, alcance. Pero sigamos con Levinas: “La lección de las Ideen es
que todo es transformable en saber. Que, en el fondo de toda vida psicológica,
se encuentra una visión teórica”. Absorción de lo vivido en lo contemplado,
irrespeto de la diferencia originaria de parte de una ilosofía digestiva que quiere
alcanzar e iluminar al ser a toda costa. Levinas, lo sabemos, querrá partir de
la ética que propicia una subjetividad alterada, incapaz de tragarse a su Otro,
pero vinculada a él no obligadamente. Así, pues, la rosa de la razón apenas se
arrastra sobre el presente. Se desgarra sobre el corazón del presente. Que razón
e historia se identiiquen, total o parcialmente, es la obra de los monstruos de
la imaginación humana, inventándose teodiceas ya sin Dios. Por eso, en el
peligroso ocaso de la razón (la razón suele estar acosada por sus ocasos), como
escribe Tilliette, “la necesidad de ilosofar de otro modo se inscribe en la obra
fascinante, incomprensible fuera de la Shoa, de Emmanuel Lévinas”. Xavier
Tilliette, El Cristo de la ilosofía, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1994, p. 246. Sin
demasiada soltura, por las consecuencias involucradas en la siguiente airmación,
da la impresión de que en el mundo actual los enunciados ilustrados se han
desecado o sus fuentes agotadas. El modelo de convivencia plural y paciicada
empieza a verse cautivo de modos dogmáticos y excluyentes, inadecuados para
la consolidación de los diálogos posibles. Un cierto Occidente parece no poder
ni querer prescindir de la imposición de la pax por la vía de la violencia, y un
cierto Oriente ya no ceja en su empeño de airmar su identidad mediante una
religión que se airma en la segregación del otro, o en su conversión forzada. El
gendarme del mundo y sus aliados parecen capaces de echar por tierra gobiernos
establecidos con la excusa de la democratización del orbe y de la implantación
de la libertad, pero incapaz, muy incapaz, de lograr que esa intervención creadora
no devenga en un desastre sociopolítico dentro de los espacios “liberados”.
Así tenemos hoy en día un nuevo caos geopolítico como consecuencia de la
implantación de valores occidentales, incluyendo su tipo de política, y un revival
de Dios y de la religión, los cuales testimonian que sus respectivas defunciones
se anunciaron apresuradamente
LTFI, p. 191. Podemos pensar que la suprahistoricidad husserliana puede ser
compensada con el mundo de la vida (Lebenswelt), entendido como un análogo
de la subjetividad trascendental solitaria, o como su historizado sustituto. La
irrupción de la “arqueología de comunidades culturales” llena el vacío de una
subjetividad dejada a solas, demasiado a solas con el mundo. Para el asunto
de la “arqueología”, véase S. Finke, p. 356. En la Krisis, al solipsismo de las
operaciones trascendentales se le hace decaer de su primado absoluto y de su
estrecha soledad mediante el reconocimiento de una intersubjetividad que está a
89
Mario Di Giacomo
toda nuestra vida consciente”169. La historicidad se pierde en
la eidetización del mundo y la “intuición adquiere un carácter
intelectualista”170. No sé sabe ya dónde ubicar la vitalidad del
sujeto: si bien en la vida espontáneamente vivida en actitud
ingenua, si bien en la autorrelexión de la conciencia que dona
sentido a los procesos intencionales. Las semillas dispersas de la
vida vivida hallarían su germinación ordenada en la vida relexiva.
Sin embargo, como bien sabemos, la teoría no agota el todo de
la vida, ni los rendimientos teóricos de la intencionalidad dan al
traste con su vitalidad. Asimismo, la reducción fenomenológica,
en la medida en que es incapaz de liberarse del lenguaje con el
que se piensa, permite la entrada allí dentro de una semántica
historizada de la cual es imposible desprenderse.
169
170
90
la base del sujeto. Un mundo previamente constituido, y que es el fruto y el acervo
de interpretaciones de generaciones precedentes, opera ya como fundamento
del saber del que es imposible escapar. El mundo de la vida simbólicamente
constituido e inevitablemente heredado se iniltra por doquier en las operaciones
lógicas del sujeto. Aparece como un trascendental disminuido al cual remite
la normalidad de un mundo, pero también como momento que garantiza una
unidad mínima dentro de los requerimientos subjetivos. Las subjetividades
se saben uniicadas mediante el recurso a la constitución de un mundo que
aparece a la conciencia como siempre dado de antemano, anterior incluso a
cualquier coniguración epistémica. Puede decirse que el rendimiento puro de la
subjetividad, protagonista escandalosa de su soledad ilosóica, reconoce ahora
la necesidad de un comercio espiritual cuyo mercado de saberes preconstituidos
se encuentra en la plaza pública adscrita al mundo de la vida. Para el tema del
mundo de la vida en la Krisis, puede verse M. Di Giacomo, “El Lebenswelt
husserliano: Entre el retiro trascendental y el ruido y la furia del mundo”. En:
Lógoi. Revista de Filosofía, Caracas, Nº 11, 2007, pp. 39-74.
LTFI, p. 191.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
1.8.
El rostro que derrota al Ego ilustrado
Hombre que prosigue los recursos básicos de la Aufklärung,
Husserl no habría sabido sino seguir las líneas de una
autocomprensión moderna en el sentido de que la razón, incluso
dentro de un proceso indeinido de esclarecimiento, es capaz
de dar cuenta de los enigmas del mundo: la razón no encuentra
obstáculos ante las opacidades que se le enfrentan, haciéndolos
transparentes en la conciencia y desde el carácter dativo de los
fenómenos en ella. En este orden de cosas, Herrero airma que
Levinas proseguiría de manera heterodoxa los principios que
animan el discurso fenomenológico en el sentido de conceder
un primado a la “Sinngebung ética”171, anterior a la Sinngebung
teórica, elemento discursivo ya presente en la observación
husserliana acerca de la importancia de realidades no objetivables.
Vale decir, junto a Marion, que la fenomenología levinasiana, si es
caliicable de esta forma, aun partiendo de la fuente husserliana,
incorpora en sí una contraintencionalidad (counter-intentionality),
atiende a contrafenómenos (counter-phenomena172), pues no se
enfoca en la constitución de objetos, sino al rostro que derrota
la mismidad del sujeto. El privilegio de la vida, irreductible y
originaria con respecto a la conciencia, arroja un doble resultado
histórico que sin embargo resulta complementario: un Husserl
seguidor a pie juntillas del programa de la Modernidad y un
171
172
Herrero, p. 361.
Jean-Luc Marion, “The Voice without Name: Homage to Levinas”. En: Jefrey
Bloechl (Ed.), The Face of the Other & the Trace of God. Essays on the
Philosophy of Emmanuel Levinas, New York, Fordham University Press, 2000,
p. 224.
91
Mario Di Giacomo
Levinas reacio a aceptar en su integridad los dichos de ese mismo
programa; “Se trata, una vez más, de asumir desde el mismo
inicio de la relexión ilosóica el presupuesto incuestionable de
la existencia de una racionalidad en tanto capacidad máxima que
el hombre tiene para poder acceder al esclarecimiento último y
deinitivo de la realidad. Desde esta misma perspectiva me permití
ya caracterizar al maestro como un hombre de la Aufklärung y
defender, igualmente, mi interpretación de la aportación ilosóica
de Levinas como un ensayo, precisamente, en aras de reformular
radicalmente el programa diseñado por la modernidad”173. La
reformulación tacha al sujeto como principio incontrovertible
de la ilosofía occidental, suplantándolo por una sujeción al Otro
que no dejará sin embargo de producir subjetividad, pero de
acuerdo con el registro de una pasividad fundamental, antes de
que aparezca el sujeto endiosado de la Modernidad.
Sin embargo, la universal racionalidad moderna no puede
ser destronada totalmente, puesto que Levinas se rehúsa a admitir
la relatividad de su propio planteamiento ilosóico, de modo que
un resto de universalidad sobrevive en su mismidad discursiva.
La autosuiciencia de la razón es siempre impracticable, primero,
porque no puede sino saber y saber-se a menos que esté iniltrada
de mundo, pero, además, porque la arrogancia de la razón en
su carácter de develadora de los enigmas del mundo descubre
a la postre que hubo una vida mucho antes que ella y que, por
consiguiente, no puede resolverse, por más que así lo anhele, en
173
92
Herrero, p. 354.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la plena celebración de sí misma174.
1.9.
Síntesis pasiva, luz opaca del “inconsciente
fenomenológico” (o de la vigilia mínima del ego)
En el volumen XI de Husserliana175 se compilan los
manuscritos en los cuales el estudio de la pasividad ocupa un
lugar prominente, a in de examinar las signiicaciones primitivas
y su proceso de formación. Aunque no es un núcleo de relexión
del presente trabajo, dejaremos apuntadas algunas líneas sobre un
tema que va cobrando cada vez más importancia en la actualización
174
175
Para Henry, dos acontecimientos capitales marcan los límites del método
fenomenológico: 1. El descrédito de la realidad de esta vida, en lo fundamental,
vida singular, la de tal o cual yo particular. Según Husserl, la singularidad de esta
vida, de la cogitatio y de su existencia real, no tiene ninguna importancia. Esta
ilosofía no desea narrar la historia de X o de Y, de biografías particulares. Que
uno primero tenga hambre o que se angustie no reviste ningún interés para ella. 2.
Husserl nos coloca ante la puesta entre paréntesis de la vida singular, cuyo interés
cientíico se suprime. En su lugar aparece un objeto nuevo, no la vida variable en
su acontecer y espontaneidad, sino la esencia de la vida trascendental universal.
Este reemplazo por la esencia de la vida asegura todas las propiedades esenciales
de ésta; la gran tarea eidética es la de investigar la forma esencial global de
la subjetividad que actúa trascendentalmente. El giro temático consiste en la
sustitución de las cogitationes singulares por el eidetismo, con lo cual queda más
que claro que la fenomenología es una ilosofía trascendental, porque sustituye
las cogitationes singulares por sus esencias, por objetividades ideales. Pero la
posibilidad de dichas esencias intuibles en una vista clara y distinta se desploma
si resulta de un proceso de ideación que descansa sobre cogitationes singulares
y reales inaccesibles al ver. Tal es la aporía contra la que acaba estrellándose el
método fenomenológico. Cfr. Michel Henry, Encarnación. Una ilosofía de la
carne, Salamanca, Sígueme, 2001, pp. 99-106.
La más importante contribución de este volumen, escribe Biceaga, titulado
Analysen zur passiven Synthesis. Auf Vorlesungs –und Forschungs- manuskripten
1918-1926, cuyo título en inglés debemos a Steinbock (Analyses Concerning
Passive and Active Syntheses, 2001), es la compleja explicación de los fenómenos
de asociación y afección (Cfr. Víctor Biceaga, The Concept of Passivity in
Husserl’s Phenomenology, Canada, Nipissing University, 2010, p. xiii, nota 8).
93
Mario Di Giacomo
del pensamiento husserliano, el cual, con Finke, parece acertado
denominar “el enigma de la génesis pasiva”176.
Las síntesis pasivas, síntesis en las cuales la actividad
relexiva y absolutamente consciente del ego no está totalmente
presente, aparecen como un fundamento pre-theoretical, prepredicative, pre-linguistic177, más que como un resultado de la
actividad egoica. Es importante resaltar que el tema de las síntesis
pasivas es el emblema de un giro en la fenomenología husserliana.
Ciertamente, no se da en ellas plena actividad egoica y son
anteriores a los rendimientos de los actos propiamente egoicos.
Son algo así como cumplimientos o realizaciones (Leistungen)
that come about independently of categorial operations without
requiering the participation of the active ego178. El estrato en
el cual se produce este tipo de síntesis no se justiica desde la
actividad constitutiva de la autoconciencia trascendental. Dicho
estrato es inaccesible a la autoconciencia, o sólo es accesible,
posteriormente, mediante un acto de relexión que dé cuenta de
176
177
178
94
Finke, pp. 327-359.
Biceaga, p. xvi.
Ibid. Por detrás de la constitución se esconde una pasividad fundamental dada en
el mundo pre-predicativo trufado de previas actividades intencionales, mundo no
abordable objetivamente puesto que es él quien posibilita la vision. Existe una
pasividad anterior a la conciencia donadora de sentido, lectura que renueva la
vision rígida acerca de un Husserl instalado en la pureza de los actos objetivantes,
y la misma esboza el puente hacia la hospitalidad y la vulnerabilidad humanas
presentes como momentos fundantes en Levinas. Señala Wolf que de este modo
la philosophie de Husserl aide Lévinas à cultiver une réceptivité à ce qui est de
l’ordre de la passivité, comme la sensibilité et la vulnérabilité, et de l’altérité,
comme la soufrance de l’autre. Le développement des idées de passivité et
d’altérité, qui sera si important pour Lévinas, est donc entre autres redevable
à cette lecture de Husserl. Ernst Wolf, De l’éthique à la justice. Langage et
politique dans la philosophie de Lévinas, Dordrecht, Spinger, 2007, p. 14.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
esa actividad “pasivamente” sintética. Semejante síntesis de la
conciencia no deviene en conciencia de la síntesis, sino, de ser el
caso, posteriormente. A juicio de Henry, el aspecto originalmente
pasivo de tales síntesis signiica que, siendo siempre operativas,
el fenomenólogo las descubre sólo a posteriori, esto es, el
ego trascendental las descubre y en este descubrimiento se
autodescubre pasivo con respecto a ellas, puesto que se cumplen
en el yo independientemente de la actividad consciente de
éste179. El nexo con el mundo es profundamente viejo, previo a
la conciencia del nexo. Vida anónima, oscura, que es menester
restituir tanto al objeto mismo y a la conciencia, haciendo
que ambos aloren hasta la posesión consciente de lo que ese
sustrato de síntesis ha constituido. Existiría, pues, un “antes”
de la toma de posición del ego propiamente activo, sitio éste en
el cual habitualmente se ha hecho radicar la síntesis subjetiva.
En su núcleo, este tipo de pasividad no debería arrojar actividad
sintética alguna, sin embargo, es menester reconocerle una cierta
actividad en la pasividad, como lo indica el mismo Husserl en
Ideas II180, apunta Biceaga. Hay, entonces, una síntesis primitiva,
elaborada de acuerdo con un bajo nivel de energía egoica que la
conciencia propiamente dicha “ya siempre encuentra hecha”181,
sobre la cual la conciencia activa, la lógico-eidética, enfoca su
atención para analizarla o relexionar sobre ella. Desde la óptica
de Biceaga, los datos hiléticos no son una escombrera desordenada
179
180
181
Cfr. Henry, pp. 81-82.
Biceaga, p. xix.
Marc Richir, “Síntesis pasiva y temporalización/espacialización”. En: Acta
Fenomenológica Latinoamericana. Volumen IV (Documentos), Lima, Pontiicia
Universidad Católica del Perú, 2012, p. 670.
95
Mario Di Giacomo
de materia sensible, sino que ellos vienen preestructurados
en complejos móricos o uniicados. El ego conserva así, por
consiguiente, un lado pasivo que no es totalmente pasivo, pero
que, al mismo tiempo, no puede ser completamente activo.
En las síntesis pasivas, el ego conserva a minimal form of
activity182 que de alguna manera iltra y acompasa lo que entra
(inconscientemente) en la conciencia, o sin el control propio de
la conciencia plenamente activa y despierta, engendradora de
las signiicaciones (Sinngebungen). La pasividad en cuestión
no señala una acción mínima y ciega de la propia conciencia: la
acción mínima que aquí se supone guarda una cierta semejanza, a
juicio de Biceaga, con lo que ocurre en el sueño. Aquí retenemos
un control mínimo del medio ambiente, pues algo en nosotros
está despierto en el sueño si hay un compromiso pendiente a la
mañana siguiente (si él es signiicativo, solemos levantarnos a
tiempo sin la ayuda de la alarma del reloj183). Hay, por lo tanto,
un impacto inconsciente sobre el ego, pese al bajísimo nivel de
subjetividad puesto en operación. Por tal bajo nivel de actividad
subjetiva consciente se denomina pasiva a esta clase de operación
sintética; ella es pasiva precisamente en virtud de una actividad
sintética en que la conciencia es pasiva como tal, síntesis pasiva
en virtud de otra cosa que llamaremos, siguiendo a Husserl,
“inconsciente fenomenológico, donde se constituyen las unidades
fenomenológicas como tales”184. Pero esas unidades producidas
pasivamente están a la orden de un más elevado nivel de actividad
182
183
184
96
Biceaga, p. xix.
Ibid.
Richir, p. 671.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
racional. Ahora bien, si existe un “iltrado inconsciente” que de
alguna manera preordena lo que ingresa a la conciencia, no cabe
duda de que se da una operación embrionaria eidética en el corazón
de la pasividad, y que, en consecuencia, dentro de una ‘inatenta’
atención al mundo ya la conciencia ha prestado atención al
mundo. De lo cual se desprende que hay una pre-intencionalidad
ya en obra entre conciencia y mundo, aunque aquélla no se
percate relexivamente de su, por así decir, toma inconsciente
de mundo, o de la afección a la que ha sido expuesta por éste.
Asimismo, los actos propiamente intencionales, conscientes
y relexivos, are immersed in or sorrounded by the passive
elements185, siendo aquéllos, para Husserl, comenta Biceaga,
superiores a los sintético-pasivos, y éstos deben ser sometidos, si
han devenido en alienación cultural, o en sedimentación acrítica
de hábitos, asociaciones y creencias, a una superación relexiva
con el propósito de paliar las orientaciones irracionales de una
ciencia desorientada y de las crisis civilizatorias. Si bien los
sujetos no llegan a autocomprender la totalidad de los asuntos
que les conciernen, sí pueden, en casos críticos, iluminar las
signiicaciones heredadas e ilustrar a la misma ciencia, para que
ambas sean capaces de reencontrar las sendas perdidas del sentido.
Así, pues, lo imperativo in Husserl’s view, is a carefully
synchronized collective anamnesis that would invigorate the
ability of science to relect upon its fundamental task186. La
pasividad indica tanto el no-control absoluto del ego, puesto que
185
186
Biceaga, p. xx.
Ibid., p. xxiii.
97
Mario Di Giacomo
ella se despliega sin “su consentimiento”, como una afección
que sufre la conciencia a partir de una pasividad que no regula
conscientemente187. En ella se da, en consecuencia, una openness
to alterity, apertura a la alteridad que ya ha desbordado la
presunta autosuiciencia del ego188. De aquí que el mismo ego
–autorrelexivo, autoconsciente, creador de sentido, esto es,
activo- se encuentre ya siempre atrapado en medio de un proceso
que comenzó bastante antes que él189. Hay, entonces, un nivel de
constitución muy profundo, por detrás del umbral de atención
consciente al objeto, forma de decir que lo teorético no es en
esencia fundante y que la vida no se desarrolla, in primis, como
pura teoría, como contemplación distante del objeto considerado.
Citando a Serrano, Checchi habla del “problema de la
conciencia interna del tiempo y sus síntesis pasivas, esto es,
hacia un nivel de constitución tan profundo -<<por debajo del
umbral fenoménico de la atención>>- que ya no es posible
buscar una constitución ulterior”190. Si los actos intencionales
de la fenomenología son actos constituyentes, entonces ella,
la conciencia, “contribuye activamente en la génesis de su
187
188
189
190
98
Levinas enfatizará el aspecto originario de la pasividad, corrigiendo en alguna
medida la posición asumida por Husserl. La expresión “síntesis pasiva” esconde
la paradoja de la existencia de algo así como una “actividad pasiva”. Levinas
la aprovechará para proponer la idea de una “conciencia sin sujeto”, de una
receptividad inmemorial, en consecuencia, la posibilidad de que la condición de
“apertura” del sujeto sea pensada de modo trascendental. Cfr. Herrero, p. 402.
Cfr. Biceaga, p. 9.
Cfr. Ibid. p. 16.
Tania Checchi, “Estudio conclusivo. De la intencionalidad a la herida: la
radicalización de la fenomenología en Emmanuel Levinas”. En: LTFI, p. 197.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
objeto”191, que culminará en una Sinngebung. Empero, si existe
una profunda constitución inmanente, producida bajo el régimen
no vigilante de un ego mínimo, entonces, ¿la intencionalidad –se
pregunta Checchi192- que se dirige a un objeto que la trasciende
sería una nueva intencionalidad, sumada a la anterior? Insistimos,
sin embargo: no queremos decir que no exista actividad egoica
en esa capa profunda de silencio y de sentido, sino que esa
actividad constitutiva del yo no puede ser interpretada desde el
punto de vista de la autoconciencia, más bien aquella actividad
es inaccesible a ésta o no es el resultado de ésta. El “enigma
de la génesis pasiva” es el enigma de un mundo pasivamente
organizado por medio de un nivel inferior de actividad egoica.
Es, parafraseando a Levinas193, conciencia sin sujeto, sujeto
desprovisto de una conciencia totalmente vigilante y despierta,
actividad pasiva del tiempo de la cual ningún sujeto podría
vindicar iniciativa alguna, ella ocurre, pasa, se da: el acto creador
no supone ningún Dios ni su sustituto, el ser humano. Escudero
llega a señalar que pasivo “no signiica un estado de inactividad,
sino más bien un estado de estar involuntariamente inluenciado
y afectado por algo, mientras que en la síntesis activa el sujeto
juega un papel productivo en la constitución de los objetos”194.
De allí que en el nivel propiamente pasivo, la intencionalidad,
191
192
193
194
Stephan Strasser. “Antiphénoménologie et phénoménologie dans la philosophie
d’Emmanuel Levinas”. En: Revue Philosophique de Louvain. Quatrième série,
Tome 75, Nº 25, 1977, p. 108.
Cfr. Checchi, “Estudio conclusivo”, p. 198.
Cfr. Levinas, Descubriendo la existencia, p. 317.
Jesús Adrián Escudero, “Husserl y la neurofenomenología”. En: Investigaciones
Fenomenológicas, No. 9, 2012, p. 179.
99
Mario Di Giacomo
violentando su signiicado tradicional en cuanto actividad
constituyente, continúa Adrián Escudero, “funciona de manera
anónima, involuntaria, espontánea y receptiva”195. Por eso, los
lujos perceptuales no pueden ser inhibidos por la majestad de
un ego controlador. Quizás por esta vía de la pasividad receptiva
y de una intencionalidad no-teórica penetra en el pensamiento
de Levinas el primado de la vida ética, la relación con el Otro,
que ya no viene dada de manera representativa, paso adelante
dado por Husserl en Ideas cuando airma que los actos noteóricos constituyen objetos con una estructura ontológica nueva,
irreductible. La relación con el Otro “puede ser investigada como
intencionalidad irreductible, incluso si se debe terminar por ver
en ello la ruptura de la intencionalidad”196.
Fascinado por su propia caída, el yo omnipotente se ve
envuelto entonces en una vinculación irreprimible. El orden de esta
clase de pasividad equivale a la kenosis del sujeto constituyente,
a su inanición. Acaso este nuevo modelo de intencionalidad
axiológica resulta de la ruptura con un yo dominante, poco
respetuoso de la alteridad y trascendencia del otro hombre, tal vez
de allí surja la respuesta a la palabra de Dios en el rostro del Otro,
el inevitable salmo responsorial de la hospitalidad levinasiana ante
el Otro. Éste, como Dios, nunca aparece, no es fenómeno, no toma
cuerpo en una tematización cualquiera. Siguiendo lo anterior, es
justamente en este punto en el cual cobra toda su relevancia la
195
196
100
Ibid.
Emmanuel Levinas, Ética e ininito, Madrid, Machado Libros, 2000, p. 32.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
mutación de la concepción del ego en el pensamiento de Levinas:
“Subversión del yo que no es su extinción”197.
Sin embargo, dice Derrida198, a pesar de los temas de una
intencionalidad pasiva o intuitiva y de la génesis pasiva, a pesar
de que hay algo de la subjetividad ya cogido en el silencio prerelexivo de la viva vivida, el concepto de intencionalidad,
fundamentalísmo en la fenomenología husserliana, permanece
atrapado dentro de la tradición de una metafísica voluntarista, esto
es, más simplemente, en la metafísica. En efecto, la metafísica
expresa una voluntad de orden y, como causa causarum del
orden, una voluntad de inalidad, una voluntad de telos y una
orientación hacia el sentido. Aunque la metafísica tradicional,
no la que reposa en el sujeto constituyente, descree de tal orden
como creación subjetiva del mismo, la cual la concibe como una
simple síntesis categorial del sujeto cognoscente, ella misma no
es sino la no-reconocida expresión de un sujeto que cree ver el
orden de manera objetiva, más allá de sí mismo y de sus síntesis
creadoras de mundo. Por lo tanto, leyendo ahora desde nosotros,
aun en la metafísica no subjetivizada, no provista de formidables
creadores antropológicos, se encubre el enorme sujeto que da a luz
a una inteligencia objetiva inscrita en la misma naturaleza: Dios
y metafísica, ontoteología, en una sola palabra, decantan sobre el
mundo sus propios residuos de racionalidad. El mundo la espejea,
mientras el sujeto no-moderno, en su misma disminución, se
197
198
Ibid., p. 33, nota 2.
Cfr. Jacques Derrida, La voz y el fenómeno, Valencia, Pre-Textos, 1985, p. 80.
101
Mario Di Giacomo
desconoce como productor del espejo y de sus iguras originales.
Esto es, como productor último de sentido: una metafísica sin
sujeto descubre hoy el sujeto de la metafísica. Por supuesto, al
interior de una ilosofía hodierna encerrada en el cascarón de
su propia initud. La metafísica en general, reconocida o no su
voluntad de procurar orden en la totalidad del ser, es sentido y
dominio, sentido del dominio y, a su vez, dominio del sentido. Uno
y otro relejan, respectivamente, tanto al sujeto moderno como al
sujeto premoderno. Relejan la voluntad de que el absurdo no sea
la última palabra de las cosas.
Existe, pues, una capa de silencio previa al sentido pero
portadora de sentido, susceptible de análisis en los actos eidéticos
que la reduzcan o que sea objeto de una mirada concentrada.
Así, pues, el “proto-yo”199, el “detrás” de la actividad del sujeto
trascendental, será desocultado por la actividad propiamente
espontánea del yo, mediante ese acto prominente el silencio será,
en consecuencia, tomado, descubierto, conquistado por la palabra.
En última instancia, por el logos consciente y relexivo. Vicisitud,
pues, del silencio. El triunfo inicial del silencio sería revelado, a
la postre, por el logos. Por la voluntad de logos, por la marcha
siempre inexacta, incompleta, imprecisa, hacia una transparencia
constantemente elevada a idealidad del conocimiento. El silencio
se halla, entonces, dispuesto a recibir la palabra, a revelarse en
ella. Silentium non honoratur silentio.
199
102
Conde Soto, p. 116.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
II. Totalidad e ininito: la totalidad como violencia
2.1. Un Dios de activos vestigios
Dios es el nombre de una palabra desmesurada. De una
palabra sin mesura200. El Otro, en la relación interhumana que
Levinas examina, también. No es mi intención participar sin
ambages de lo que Janicaud201 llamó el “giro teológico de la
fenomenología francesa”, pero tampoco lo será dejar de subrayar
ciertos rasgos asombrosamente aines al lenguaje teológico.
Como respuesta al lenguaje objetivante, Levinas interpreta al
prójimo como el nombre de una trascendencia, pero de manera
semejante a lo que ocurre con lo divino, conceptual thinking
itself is trascended202. O de manera semejante a lo que escribe
Marion en torno al argumento ontológico203: éste indica no la
200
201
202
203
Jacques Rolland, “Advertencia”. En: E. Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p.
9.
Citado por Herrero, p. 397, nota 96.
Citado por Renée van Riessen, Man as a Place of God. Levinas’ Hermeneutics of
Kenosis, Amsterdam, Springer, 2007, p. 158, nota 3.
Cfr. Jean-Luc Marion, “Is the Ontological Argument Ontological? The Argument
According to Anselm and Its Metaphysical Interpretation According to Kant”.
103
Mario Di Giacomo
captura de la esencia de lo per se Trascendente, sino justamente
el extremo de una imposibilidad que intenta apuntar más allá
del plano conceptual, más allá del lenguaje mismo. Trasladada
esta comprensión al plano inmanente, el prójimo se hurtaría a la
comprensión objetivante que, según Levinas, ha privilegiado el
método fenomenológico, especíicamente, el husserliano. Con
ello, el punto de partida absoluto, desaiando así la tradición en la
cual se ha deinido la Modernidad, no se halla situado dentro de
una subjetividad constituyente, capaz de trasformar toda alteridad
en el lenguaje de lo Mismo y en reducir lo otro a la inmanencia
de un trabajo trascendental subjetivo, propio de la conciencia.
Levinas “rechaza de plano la fenomenología trascendental del
ego constituyente (constitución de lo Otro por lo Mismo) que
Husserl había establecido, no sin sorpresa, en su giro idealista”204.
La subjetividad aparece, por el contrario, como resultado de una
alteración no conceptual que el Otro provoca en el Mismo: se
es Yo en la medida en que no se es Yo, en la medida en que la
autoidentidad es alterada por un recibimiento que, en Levinas,
alora como involuntario. La experiencia de alteridad supone
entonces un abajamiento de la estructura constitucional de un yo
hecho para la conquista de todo aquello que no sea él mismo,
de allí que la relación constituida a partir de la modiicación de
ese tipo de ego se considerará “bajo una perspectiva radicalmente
anti-apriórica del yo205”. Sin embargo, la negación del componente
categorial no equivale, a secas, a la extirpación necesaria de un
204
205
104
En: Journal of the History of Philosophy, 30:2 (1992:Apr.), pp. 201-218.
Herrero, p. 107.
Herrero, p. 396.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
a priori que opera ya no bajo la luz de la razón, sino bajo el
enigma del rostro, la substitución y la obediencia. Lo que deine
al rostro no es el logos, sino su exilio, su condición de apertura, su
clausura imposible. La ipseidad se encuentra entonces en éxodo,
fuera de sí, lanzada a una exterioridad blindada al abordaje de la
intencionalidad, pero no por eso desprovista de un exceso que
por ahora denominaremos hospitalidad del Mismo, “ex-cedencia
del Bien como transesencia ética”206, en que se escuchan aún los
ancianos ecos del platonismo. Lato sensu, y merced a las distancias
que Levinas marcará con su maestro, pues la fenomenología
entrará en el pensador judío en una fase de ruptura con la
subjetividad trascendental, a esta fenomenología, si aún lo es,
podríamos denominarla junto a van Riessen, the phenomenology
of ethical experience207.
Pero la fase de presencia de la alteridad ante el Mismo
escapa al riesgo homogeneizador del concepto, la presencia
está y no está al mismo tiempo, su donación al Mismo aparece
en la forma de una trascendencia, para evitar ser agotado en su
diferencia por la labor subsumidora de los conceptos. La ilosofía
digestiva daría paso así a un inicio metafísico que ha destronado
el imperio racional-volitivo del yo moderno, precipitándose
al reino de la pasividad absoluta, vivido bajo la sombra del
Bien. Excusada del saber objetivo, una ilosofía otra aspiraría a
“separarse de la presencia”208, es decir, dirigiéndose a un tiempo
206
207
208
Herrero, 31. También p. 48, donde aparece la expresión platónica epékeina tes
ousías.
Van Riessen, p. 13.
Oscar Lorca, Palabras preliminares a Emmanuel Levinas, “Ética como ilosofía
105
Mario Di Giacomo
sin violencia, a un tiempo que no dispone de las cosas, un tiempo
que, trayéndolas continuamente al presente, olvida justamente
la diferencia en que se constituyen. Voluntad de saber capaz de
apresar lo conocido, “actividad que se apropia y comprende la
alteridad de lo conocido”209. Soberanía del presente, soberanía del
saber representativo, en el cual nada podría permanecer siendo
otro, pues en la apropiación (hostil) del ser por el saber se llega al
extremo de hacer equivalentes saber y conciencia.
Una intersubjetividad metafísica y apriórica, pero nunca
categorial-conceptual, se decanta a partir del pensamiento de
Emmanuel Levinas. Presencia y ausencia al mismo tiempo del
Otro, rostro fenoménico que llama a un vínculo anterior a la obra
de la razón: el Bien es anterior a cualquier otra clase de vínculo y
el fruto de la ciencia es siempre antecedido por un nexo fundado
en un primado ético. El misterio de Dios (Bien) es reformulado en
una ilosofía obligada a pensar después de la catástrofe. La ética
debe existir, incluso en el espectáculo de un Dios destronado;
el mal no tendrá a pesar de esa catástrofe la última palabra.
Un mundo dejado de Dios tendrá que encontrar todavía una
palabra, o un gesto, que señale justamente que el Bien (Dios) no
ha desaparecido por completo. Después de Auschwitz (de sus
múltiples formas, las cuales impiden una fe acrítica en Dios y la
espera de su justicia), no justiication can be found for evil and the
existence of evil cannot be reconciled with the existence of a good
and omnipotent God. Nor can history provide such a route, for
209
106
primera”. En: A Parte Rei. Revista de Filosofía, no. 43, enero 2006, p. 5.
Levinas, “Ética como ilosofía primera”, p. 11.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
history does not have a “happy ending.” Evil means above all:
the sufering of others, which is totally pointless and absurd. But
precisely this pointlessness and absurdity refer to a task: the task
of not looking away and not abandoning the other210.
Empero, el abandono de la creencia ingenua en la justicia
de Dios no signiicará para Levinas la defección de la tarea ética,
siempre por hacer, siempre por consumar. Un Dios mitigado por
su propia indiferencia no podrá ser, no obstante, la coartada de
que la moral se considere una farsa. A este respecto, salvatis
salvandis, podríamos traer a colación la fuerza reparadora del
punto de vista mesiánico: la redención subsiste incluso en el
agujero dejado atrás por un Dios ausente, y el conocimiento no
puede sino ir tras su estela. La teología ha de soportar la prueba
de ingresar en lo profano, prescindiendo sin embargo del objeto
de su dinamismo. El reino mesiánico sobre la tierra se constituirá
a partir del rostro o no se hará. Valen para Levinas las palabras
que Horkheimer reservó para la teoría crítica: “sabe que Dios no
existe pero cree en Él”211.
210
211
Van Riessen, p. 115. El Lager consistió en un experimento de paciicación
total, mediando la eliminación de la personalidad jurídica, la destrucción de la
personalidad moral mediante la desconianza general (todos nos hallamos en
estado de sospecha), la erosión de la autoimagen, del aprecio por sí mismo, de la
memoria.
Jürgen Habermas, El futuro de la naturaleza humana, Barcelona, Paidós, 2002,
p. 143.
107
Mario Di Giacomo
2.1.1. Mesianismo secular
En este orden de ideas, el mesianismo secular quedaría así
expurgado de toda fuerza que no provenga de sí mismo: él a solas
con un mundo que ahora es capaz de prescindir de los registros
protológicos y escatológicos. La violencia intramundana requerirá
de un mesianismo del mismo tenor, es decir, de un mesianismo
intramundano. Si se quiere, de un mesianismo expurgado de
Dios y provisto de una teología de la orfandad, de la teología aún
posible para nosotros. El Dios ya extinguido se redimiría así, más
que en la ley y sus constituciones, más que en la institucionalidad
de un presente encerrado en sus altas murallas, en la justicia, en
la justicia que habrá de venir, pero que desde ya mortiica como
semilla subversiva y con su fuerza débil, sin ejército y sin armas,
la cosiicada gloria de los poderes establecidos. Existe, pues, un
poder en la debilidad, casi un incondicional que permite que hoy
Dios ocurra212, a pesar de su muerte. Dios se analogaría entonces
más al nombre de “una potencia que de un poder, una posibilidad
rebelde que inquieta al mundo, esperanzado con una justicia
venidera e impaciente con la injusticia…”213. Dios, potencia
contra poder, “se parece más a la justicia que a la ley”214. Un
poder mesiánico débil, repitiendo a Benjamin, recorre la noche
de la injusticia cometida, impidiéndole una soberanía absoluta,
enilando los frutos de tales memorias hacia el porvenir, hacia
212
213
214
108
Cfr. John Caputo, “Hermenéutica espectral: sobre la debilidad de Dios y la
teología del acontecimiento”. En: Gianni Vattimo y John Caputo, Después de la
muerte de Dios, Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 104.
Ibid., p. 103.
Ibid., nota 19.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
eso que justamente no ha llegado todavía. Benjamin concibe
une faible force messianique sur laquelle le passé fait valoir
une pretension 215. La felicidad no puede colmar el cáliz del ser
si la redención no es completa. En realidad la redención nunca
se completa, el espectro mesiánico lo sabe, por consiguiente,
acampa en el territorio de todo ahora, aunque éste haya superado
ciertas injusticias pasadas. Por así decir, todo presente se asienta
sobre una erosión fundamental; todo presente, en el cual anida
una semilla mesiánica, un acontecimiento redentor, vive de
una disolución eventual. En caso contrario, estaríamos cautivos
de un pensamiento idolátrico y de una política autoritaria. El
amor venturi será por siempre amor venturi216, imposibilidad de
clausura, negación de la autosatisfacción en la presunta plenitud
de todo presente. Expresándolo en el lenguaje levinasiano de De
otro modo que ser, en el fondo lo Dicho se asienta la erosión
del Decir. Siempre existirá una distancia insuperable entre el
mesianismo incondicional y los mesianismos históricos. El orden
de lo constituido pierde fuerza al interior de su propia fuerza, pues
él, ese orden, paradójicamente, encerraría su misma exclusión,
esto es, aloja lo que excluye, conservando a su vez, de este modo,
aquello que in extremis lo erosiona. La política mesiánica, dice
215
216
Walter Benjamin, “Sur le concept d’histoire”. En: Walter Benjamin, Œuvres III,
France, Gallimard, 2004, p. 429.
Caputo, p. 82. El mesianismo nunca está acabado porque la justicia jamás se
realiza del todo. El presente es la noche de un acontecimiento liberador, la
aventura de eso que aún no existe y que no existirá tampoco plenamente en el
futuro que gracias a él se conquista. El porvenir, llegado su ahora, caerá también
bajo el inlujo de lo plenamente mesiánico, de la insatisfacción fundamental en
la cual lo humano y su dinamicidad se radican. Todo presente guarda, in nuce,
un ajuste de cuentas fundamental que le permitirá superarse a sí mismo. Facere
Deum sería, en última instancia el dinamismo interminable de facere iustitiam.
109
Mario Di Giacomo
Caputo, lucha contra el Estado, que no es más, para Levinas,
que un pagan idol, ella está siempre en el Estado pero más allá
del Estado y contra el Estado, al mismo tiempo ihhabit and
transcend it, convirtiéndose de esta guisa en una trascendencia
en la inmanencia, en un más allá en el más acá que corre el riesgo
de autoabsolutizarse. Dicho mesianismo no sería sino la vocación
de lo aún por realizar, en virtud de lo cual las decantaciones
estatales e institucionales llegan a ser self-interrupting, autodeconstructing217.
La fuerza mesiánica débil se hace cargo de aquello que de otro
modo estaría en riesgo de perderse para siempre. La salvación se
adhiere a un pequeño salto en la catástrofe, en el tiempo monótono
del ahora que obtiene su justiicación como por fuera de sí mismo,
más allá de sí mismo, aunque al interior de sí mismo. La penitencia
de la memoria presente se justiica como escrupulosa redención
del pasado. Porque el futuro secular, igualado con progreso a
secas, parece el manso trasunto de una escatología avergonzada
de sí misma. De otra parte, esta intervención salvadora del pasado
en el ahora redime no sólo al pasado, sino que le insinúa al ahora,
en el futuro, su propia salvación. La tinta corre en favor de la
postulación de una justicia todavía posible, de una luz en la que
se pueda reparar la diluida justicia divina. La catástrofe nos ha
dejado en esta deriva, los textos sagrados, en sus promesas y en
sus rigores, pertenecen ahora a los altos anaqueles más que a la fe
217
110
Todos las citas en inglés provienen del texto de John Caputo, “Adieu-sans Dieu:
Derrida and Levinas”. En: Jefrey Bloechl (Ed.), The Face of the Other & the
Trace of God. Essays on the Philosophy of Emmanuel Levinas, New York,
Fordham University Press, 2000, p. 291.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de los ieles congregados en derredor de ella. Los santuarios no
saben cómo responder las verdaderas preguntas. Las preguntas
lacerantes. Es ésta la diicultad hoy de la continuación de un
diálogo con Dios, de cuyo sigilo el mundo se ha exonerado.
Por decirlo de otra forma, se trata de continuar la comunicación
con un Dios ausente, de una comunicación atea con Dios, para
formularlo paradójicamente, o de una comunicación al interior de
una incandescente nostalgia. Aquí todavía Dios tiene que ocurrir
partiendo de una conversación ética con el Otro y desdiciendo con
el Decir lo Dicho. Facere veritatem, siguiendo a san Agustín y los
actos de habla, signiica también, forzando los términos, facere
Deum, permitir que su faz, gracias a la inmanencia de su cruz sin
ya registros escatológicos, no se vaya del todo, evitando así, eo
ipso, suprimirnos a nosotros mismos y fracturar la continuidad de
nuestra propia autocomprensión cultural. La reparación tiene que
ser posible, de lo contrario, no seríamos plenamente humanos.
Él, sin embargo, puede todavía estár presente y ausente al mismo
tiempo, in reality through the traces he leaves behind in the face
of the other person. The trace is not just a word, it is the proximity
of God in the countenance of my fellow-man218.
2.1.2. Un Dios elusivo
Como el rostro de un Dios retirado, el del prójimo también se
evade, gestando así un montón de furias hermenéuticas abocadas
a algo no concebido objetualmente. Por consiguiente, las furias
hermenéuticas no logran ser sino hermenéuticas de una furia.
218
Van Riessen, p. 184.
111
Mario Di Giacomo
“La furia descifradora de los intérpretes”219 es posibilitada por un
Dios esquivo, elaborando a partir de la imposibilidad humana de
un acertado sermo de Deo un discurso que siempre permanecerá
por detrás de la esencia divina. Indica Van Riessen, siguiendo la
idea de Janicaud ya aludida, lo siguiente: Dominique Janicaud
surmised that phenomenology is taken hostage in Levinas by “a
theology that does not want to say its name.”220 El lenguaje se
ofrece así como la excusa para hacer hablar ese locus que por
deinición se encuentra desempalabrado. Sólo Dios podría hablar
con propiedad de lo divino. Sin embargo, aun siendo fuente de
la palabra, Él se hurta a la misma palabra que ha hecho posible.
Esa hermenéutica siempre inacabada arrastra consigo una alergia
a cualquier fórmula fundamentalista, en cuyo seno el rostro
secreto de Dios y su cifra más oculta quedarían cosiicados ante la
mirada humana. Este horizonte desfundamentador que tiene por
fuente la misma luz da ocasión a que ésta, la luz, en su vocación
inaccesible, impida la cosiicación que deviene de una lectura
acaso demasiado exhaustiva de las entrañas de la trascendencia.
No anda desacertado Habermas cuando evoca, en la presencia de
aquellas místicas desinstitucionalizadoras, una cierta resistencia a
los órdenes constituidos como resultado de la rigurosa obediencia
a un Dios separado, demasiado separado. La ausencia activa de
Dios permite a éste ser constantemente renovado en un discurso
humano: el peregrinaje del que nos hace cautivos la tradición
religiosa va de la mano con esos discursos que no guardan de la
219
220
112
Habermas, El discurso ilosóico…, p. 222.
Van Riessen, p. 12.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
divinidad más que la errancia de su objeto, reducido entre nosotros
a huella, mera traza, teofanía, coartada de una siempre renovada
impotencia. También ésta gesta su obra, crea cultura, permite que
el olvido no se convierta en una amenaza total para la memoria.
En el denuedo de su propia renovación, los discursos despliegan
su propia marcha sin hogar y sin patria, debido a la promesa de
una patria, de un hogar y de un alto deinitivo en el camino que ha
trazado la misma promesa. La luz fundamentadora, envuelta en la
noche de su cáscara trascendente, no brota ante los ojos humanos
sino como un santuario al que el pensamiento tiene que volver
recursivamente para pensar una vez más el objeto posible de un
noema más elevado, mucho más, que la noesis que lo enfoca.
Noema imposible, pues, para la amplitud de esta noesis.
Ahora bien, si el Dios pensado ontoteológicamente no puede
pasar por el cedazo de un horizonte teórico de constitución, y, por
consiguiente, ya no resulta válidamente vinculante en el marco de
comprensión de la ilosofía actual, entonces parece que debería
ceder su puesto a una versión de sí mismo por la cual una peculiar
revelación se continúe al interior de la palabra humana. ¿Dios se
reitera y a la vez se retira en el rostro del Otro? ¿Es el rostro del
Otro una versión de viejas trascendencias? ¿Es la perspectiva de
Emmanuel Levinas acerca del prójimo una “perspectiva criptoteológica”221 que, teniendo in mente la posible tematización de
un Dios imposible, hace descender sobre lo humano el carácter
221
Jürgen Habermas, Entre naturalismo y religión, Barcelona, Paidós, 2006, p. 211,
nota 18.
113
Mario Di Giacomo
inapresable de una divinidad oculta? ¿Qué tipo de discurso ético
puede brotar de tal opacidad? Menos que luz y escorzo, menos que
horizonte y perspectiva, el lenguaje de Levinas es un lenguaje en
contra de la violencia que subsume y uniica. Que armoniza en el
desierto. Curiosamente, la paz buscada se expresa en la violencia
topológica de un lenguaje que no desea ser confundido con una
psicología de la proximidad ni con una ontología renovada, la
cual, para Levinas no hace sino repetir violencias de otrora:
violencias tan viejas como la memoria que las guarda; como la
ilosofía, que las maniiesta; como la urdimbre cientíico-técnica,
que las reproduce sin reconocerlas en la igura redentora de su
propia narrativa. Tal vez en el pensamiento de Levinas, extraño
pensamiento que quiere pensar en contra de la occidentalización
del pensamiento que reitera, se produce esa maravillosa inversión
que desconcierta a la misma ilosofía en lo que ésta arrastra
desde sus orígenes: el amor a la sabiduría se ha convertido en
la sabiduría del amor222. La desmesura inscrita en la palabra de
Dios es sin embargo el vínculo con una humanidad que cumple
su obra bajo esta intemperie. La desmesura que Dios inscribe,
permite, al mismo tiempo, un tipo de relación que no se apoya
en simetría alguna: el amor que responde al Amor es el pálido
222
114
Creo afortunado este pasaje de Oscar Lorca (p. 2) que antecede al texto
levinasiano: “El título de la conferencia no deja de sugerir que, por lo pronto,
se hablará de una inversión de los papeles jugados por dos de las disciplinas
fundacionales en el ámbito del pensamiento occidental: el tránsito de la ethica
ancilla philosophiae a la philosophia ancilla ethicae, y siendo esto válido hasta
cierto punto, en el fondo, lo que se tiene ya de suyo en vistas es lo otro de la
ilosofía, que, parafraseando al propio Levinas, no es ya el amor a la sabiduría,
que terminó siendo o fue siempre un querer el saber, sino que, más allá de la
sabiduría del conocer, una sabiduría del amor o sabiduría en forma de amor”.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
relejo de una gratitud que Dios mismo no aguarda. Rechazando
simetrías entre lo Mismo y lo Otro, entre el Yo y el Otro, Levinas
querrá instituir en una sensibilidad abierta hasta el escarnio una
lengua de la hospitalidad, una política de la hospitalidad, un
acogimiento del Otro que es ya respuesta a una interpelación que
ninguna respuesta está en capacidad de satisfacer. Contra toda
simetría, el prójimo es recibido sacudiendo de la tranquilidad de
todo cálculo, de toda contabilidad, de todo ideicomiso. Aquí,
en esta gloria, se desliza la obra de una generosidad radical, la
cual exige del Otro simplemente su ingratitud, pues la gratitud
no sería sino el movimiento de retorno al origen del movimiento,
fracturando entonces el desequilibrio entre el Otro y el Mismo223.
Por así decir, el yo no desea ser remunerado merced a la gratitud
del Otro, no se paga a sí mismo en el retorno de la palabra del
Otro. El retorno satisfecho a sí mismo por medio de la gratitud
“debida” no produciría sino insatisfacción ética.
La verdadera generosidad exige, en consecuencia, una
“ingratitud del Otro”224, pues “la gratitud sería, precisamente, el
retorno del movimiento al origen”225, la enfermedad del retorno.
A esto lo llama Levinas “liturgia”226. La paradoja consiste en que
223
224
225
226
Cfr. Jacques Derrida, Adieu à Emmanuel Levinas, Paris, Galilée, 1997, p. 29.
Emmanuel Levinas, La huella del otro, México, Taurus, 2001, p. 54.
Ibid.
Cfr. Ibid. Dice Van Riessen (p. 91): How can true alterity be found? How can you
track down the “one meaning” which cannot be reduced to a pluralism? Levinas’
answer is: the one Meaning is a movement which goes outside of the identical
to direct itself at something that is absolutely other. He describes this movement
as “Oeuvre” (with a reference to hermeneutics) or “Liturgy.” What is a work?
Radically considered, it is a movement which goes from the Same to the Other
and never returns to the Same.
115
Mario Di Giacomo
para ser iel al pensamiento de Levinas habría que separarse de
él, pues la verdadera lealtad a sus textos está en ser ingrato con
ellos, en no dejarse atrapar por la gratitud227. Solamente en la
más absoluta deslealtad y en el desconocimiento de una deuda
textual se está en la huella de lo que él ha pensado. La verdadera
generosidad se resuelve en su negación; la genuine gratitude, en
su contrario. Dice Bruns que Blanchot ha dicho en Etre juif: The
word exodus and exile indicate a positive relation with exteriority,
whose exigency invites us not to be content with what is proper
to us (that is, with our power to assimilate everything, to identify
everything, to bring everything back to our “I”)228. En el retorno
de la gratitud (en el deseo de gratitud) se visualiza una caridad
inconclusa, aún más, una caridad que nunca empezó. Encallado
en las arenas de su propio ser, la inmanencia no se presta a las
sacudidas esenciales de una trascendencia: la exterioridad, en su
inalienable desmesura, no deja indemne la unidad interior de una
singularidad con la que se relaciona, pero sin ahogarse en ella.
De manera similar a lo que ocurre dentro del vínculo con Dios,
227
228
116
Returning to the quotation from 'The Trace of the Other' and the question of
ingratitude, Derrida would like to sew a seamless, lawless work and then give it
to Levinas with a lawlessness that would escape the temporality and speculative
logic of the rendez-vous. However, the only way in which a text for Emmanuel
Levinas can be written which would return Levinas's act of radical generosity
is by being ungrateful and by writing a faulty text. Ingratitude is the only mode
in which one can write a text for Levinas if that text is going to maintain the
ethical structure that Levinas's·work sets to work. Simon Critchley, The Ethics
of Deconstruction: Derrida and Levinas, Second Edition, Edinburgh, Edinburgh
University Press, 1999, p. 111.
Gerald Bruns, “The concepts of art and poetry in Emmanuel Levinas’s writings”.
En: Simon Critchley and Robert Bernasconi (Eds.), p. 232, nota 22. Ver también:
Gerald Bruns, Maurice Blanchot: the refusal of philosophy, Baltimore, John
Hopkins University Press, 2005.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la desmesura sustancial entre Mismo y Otro implica hacerse
responsable de una cercanía fundada en la retracción, de un
encuentro sin esperanza de retorno229, de un movimiento en el que
el Yo se evacua a sí mismo, de una dinámica incapaz de englobar
aquello con lo cual las proximidades se relacionan, desprovistas
de apetitos imperiales. Y esa interrupción de la luminosidad del
Yo por el Otro, en ese encuentro intempestivo constituido de
“repentes”, se da inicio al tiempo, destruyendo de esta guisa
“la primacía del tiempo de los relojes”230, del “tiempo lineal y
homogéneo”231. El Otro que sacude al Yo, the other within the
same, in spite of me232, es el tiempo, o el comienzo del tiempo en el
Yo. Neutralizada queda así una digestive philosophy233, tanto como
una miraba bañada por la plenitud de la luz. El heliocentrismo y la
heliopolítica que se hacen del mundo político y ilosóico suprime
las diversas formas de alteridad a in de que la unidad de lo mismo
se aserene en el silencio de lo uno constituido. Por detrás de la
res cogitans y más atrás de los aprioris cognitivos, Levinas nos
persuade de la existencia de un a priori más fundamental que las
condiciones de posibilidad del conocimiento, ésas sin las cuales
no se darían ni el sujeto cognoscente ni, por supuesto, el objeto
conocido, éste ahora urbanizado en las cláusulas inmanentizadoras
de la conciencia.
229
230
231
232
233
Cfr. Jacques Derrida, La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989,
p. 129. Nos detendremos especíicamente en el capítulo titulado “Violencia y
metafísica”.
Levinas, Ética e ininito, p. 29.
Ibid.
Simon Critchley, “Introduction”. En: Simon Critchley and Robert Bernasconi
(Eds.), p. 21.
Ibid., p. 16.
117
Mario Di Giacomo
2.2. Contra las ilosofías digestivas
En esas condiciones subjetivas trascendentales comienza
justamente, para Levinas, la muerte de la exterioridad, de la otredad,
de la trascendencia. La palabra profética querría así rescatar el
respeto de la singularidad irreductible del Otro, l’extraordinaire
singularité du fait d’autrui234 que no se relaciona de una manera
intelectual con el mundo, sino que, ante todo, goza de él o sufre
de y con él. El Otro ya no puede ser capturado en el esquema
de un análisis del cual brotaría un concepto que lo pondría a
disposición del Mismo, sufriendo la violencia de una conversión:
ser ahora, justamente, lo Mismo. Da la impresión de que Levinas
quiere colocar la heterogeneidad en la fuente de su propio pensar,
de modo que el vínculo entre alteridad y mismidad, entre el Yo
y el Otro, mantengan una relación que no desconoce en ninguna
instancia la soledad fundamental del sujeto235. La relación no está
incursa en ningún tipo de totalidad ni en una dialéctica al inal de la
cual se cumple el programa del retorno hegeliano, ni escatológica,
en el sentido del cumplimiento al detalle de la promesa ofrecida,
es decir, escatología orientada por una conciliación consumada
en totalidad redimida; escatología como cumplimiento de una
promesa al inal de los tiempos o como fruto de una historia que
se autoesclarece y paciica en su devenir. La conciliación inal
como fruto de la historia es ideología, apunta Guillot236, y una
234
235
236
118
Yves Thierry, Discussion avec l'ontologie (Levinas et Merleau-Ponty). En: Cités,
2006/1, n° 25, p. 102.
Cfr. Emmanuel Levinas, Totalidad e ininito: Ensayo sobre la exterioridad, trad.
de Daniel Guillot, 2ª. ed., Salamanca, Sígueme, 1987, p. 28. Se abreviará TI.
Cfr. Daniel Guillot, “Introducción”. En: TI, p. 42.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
escatología que va en pos de un futuro efectivamente alcanzable
se torna en represión justiicada en y por ese mismo futuro, el
cual o se burocratiza o se aplaza continuamente. La comunidad
ética, diseño de una emancipación posible, es eo ipso una nueva
servidumbre trastornada con el discurso de una libertad en la que
al individuo se le impide insurgir. Esos mundos plagados más de
normas que de personas merecen solamente un nombre: inierno.
Por consiguiente, se trata de un pensamiento abierto al futuro,
pero el futuro mismo no es concebido teleológicamente, ya que
la teleología cierra un proceso, junta en un tejido los hilos sueltos
que corren o en la historia o en la naturaleza, clausura la multitud
de las signiicaciones en un sentido único, al cual aquéllas se
inclinarían. Es ésta una escatología privada de Totalidad, de Uno
y de los movimientos que a ellos conducen o producen. El tema
escatológico no se aboca a una Versöhnung deinitiva, ni parcial,
more hegeliano, sino que permanece abierta, vinculada con la
exterioridad sin incluirla en el abismo del sujeto, signiicación
redimida en la libertad que ninguna palabra puede coniscar ni
hacerla propiedad suya. El irrebasable Espíritu Absoluto o ha
fenecido o se ha descompuesto237. La palabra profética de Levinas
desearía rescatar en toda su dignidad al Otro en cuanto Otro. La
escatología que tiene en mente relaciona, vincula, enlaza lo que
por naturaleza está absuelto. Es relación más allá de la totalidad,
más allá de la luz conciliadora del retorno, más allá de una
signiicación por siempre cautiva de la verdad de un contexto.
Invocación, pneumatismo, anarquía, desobjetivación, el trabajo
237
Cfr. Jürgen Habermas, Israel o Atenas, Madrid, Trotta, 2001, p. 89.
119
Mario Di Giacomo
de Levinas es an efort at translating incommensurables, a
troping of that which cannot be troped, an unassimilable excess
that resists apprehension in propositional discourse. This ‘more’
that remain beyond spoken or written language is the otherness
of the other person, an otherness that cannot be conigured as
a content of consciousness...238. Esta escatología toma sobre sus
espaldas la posibilidad de una signiicación sin contexto, de un
signiicado orientado por la idea de ininito, siempre refractaria a
los márgenes del pensamiento.
Así pues, Totalidad e Ininito, por ejemplo, como la obra de
Levinas en general, es “… una defensa de la subjetividad, pero
no la tomará al nivel de la protesta puramente egoísta contra la
totalidad, ni en su angustia ante la muerte, sino como fundada
en la idea de lo ininito”239. La subjetividad guardaría en sí, por
consiguiente, en el primado del ininito, esta exigencia de por
sí imposible, el asombro de contener más de lo que ella puede
efectivamente contener. El Otro es, pues, asombro, interrupción
de mí mismo, negación de la subjetividad como yo puedo,
como yo pienso, como conatus, como desesperada y salvaje
airmación en el propio ser, para aproximarla, por el contrario, a
una pasividad marcada por el acogimiento: algo me afecta, algo
me impresiona, deslizándose en mí con el sigilo de un ladrón240,
238
239
240
120
Edith Wyschogrod, “Language and alterity in the thought of Levinas”. En: Simon
Critchley and Robert Bernasconi (Eds.), p. 188.
TI, p. 52.
Cfr. Emmanuel Levinas, De otro modo que ser, o más allá de la esencia,
Salamanca, Sígueme, 1987, p. 227. Se abreviará DOM.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
escribe Levinas. Y yo no recuso mi propia hospitalidad en el
encuentro. El Otro se convierte entonces en la manantía del
tiempo, en la hora mesiánica en la salida de lo propio y del entorno
de sus inconmovibles certezas. El Otro, si cabe la expresión, sin
quererlo, sin ni siquiera imaginarlo, puede ser la salvación del
Mismo. Salvación sin voluntad ni responsabilidad, salvación sin
sujeto que sin embargo espesa su propia subjetividad. Pregunta
Guillot con razón, ¿hasta dónde esta descripción del Otro no es una
descripción teológica encubierta, que hace referencia en última
instancia a la trascendencia?241 ¿Hay una trastienda teológicomesiánica en ese Otro que una hospitalidad involuntaria acoge?
¿De qué olvido vive la asimetría esencial de las almas, marcadas
por una intención trascendente, por la revelación epifánica del
rostro, inaprehensible justamente por su trascendencia?
La relación con la alteridad se caracterizará por la noliquidación de la alteridad. Para llevar a cabo este propósito, el
Otro es la seña ante la cual el pensamiento no desenfunda los
conceptos a in de captarlo objetualmente, ni tampoco esgrime
el propio egoísmo que engulliría la tranquila diferencia que
aborda. Si la soledad de los discretos es el comienzo absoluto,
si la heterogeneidad es la inmemorial raíz de todo lo que ha
de suceder, el Otro ha de ser pensado, así lo airma Levinas,
anterior a toda iniciativa, a toda violencia, a todo imperialismo
reductor, a toda intransigencia del Mismo242, pues la relación
241
242
Cfr. Guillot, p. 39.
Cfr. TI, p. 62.
121
Mario Di Giacomo
entre Mismo y Otro no se piensa a la manera de una totalidad, ni
la totalidad, pasando por las etapas previas del espíritu, guía el
recorrido hasta la consumación de un inal majestuoso. No. La
subjectivité n’est pas le Moi, mais moi243; la subjetividad no es el
Yo en mayúsculas, sino el yo en minúsculas; la primera palabra
no es el ego cogito de Descartes, no es el autocercioramiento en
el crisol fundador (y fundidor) del yo. Lamenta Levinas que el
mismo Dasein de Heidegger no esté nunca hambriento244, que
la precomprensión esencial en que anida, aunque referida a un
orden eminentemente práctico245, no esté fundada en la relación
ética con el ser humano, relación anterior a las fronteras de un
ego que no sabe cómo desprenderse de sí. En la monotonía de sí
mismo no encuentra la experiencia, no que liquide al tiempo, sino
que lo provoque. Sin embargo, la heterología en su fuente, este
“pensamiento puro de la diferencia pura”246 no se presta a la moda
del relativismo en la cual los sujetos se extraviarían en la multitud
de sus propios desconciertos. Levinas parece más bien apostar por
un camino moral cuya enseña obra antes de toda signiicación,
antes de toda donación de sentido, antes de toda Sinngebung,
antes de cualquier abordaje ontológico del ser: como fuente de
signiicado, tal enseña es anterior a las signiicaciones que se
encarnan en el espíritu objetivo, en la cultura, en el saber y en la
243
244
245
246
122
Critchley, “Introduction”, p. 22.
Cfr. Ibid., p. 21.
Cfr. Franco Volpi, Heidegger y Aristóteles, Buenos Aires, FCE, 2012, p. 95.
Cfr. Derrida, “La escritura y la diferencia”, p. 206. Un comentario acerca de la
heterología de Levinas y la aporía que ella lleva consigo puede verse en John
Caputo, The Prayers and Tears of Jacques Derrida. Religion without Religion,
Bloomington-Indianapolis, Indiana University Press, 1997, p. 21.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
ontología. ¿Qué signiica que los actos intencionales son actos
constituyentes? La consciencia es una instancia constituyente,
puesto que ella contribuye activamente a la génesis de su objeto.
El acto intencional culminará en una donación de sentido, en
una Sinngebung. Pero a la idea de Husserl opondrá Levinas otra:
sufrir. El sufrimiento equivale a la imposibilidad de comportarse
como un actor desinteresado respecto a su existencia concreta.
De allí Levinas desarrollará una ilosofía de la paciencia en la que
el ego solitario de Husserl, aún solitario en Levinas, se verá en
la situación de generar vínculos con el Otro, con la solicitación
que Éste aporta y con el ‘sí’ que lo acoge. La pasividad extrema
se transforma así en una matriz del sufrimiento. Levinas trata
igualmente el problema del sufrimiento moral, describiendo
largamente el desconsuelo de quien llega a un mundo dominado
por la violencia y la injusticia, sintiéndose responsable por los
crímenes de los demás, responsable incluso de la responsabilidad
de los demás247.
El Otro es el horizonte a partir de cuya aparición mi
autosuiciencia satisfecha cae, despertando la conciencia del in
de mis poderes o indicándome el in de ellos248. Pero esa aparición
que irrumpe en el silencio que circunscribe al mismo no destruye
su soledad. La soledad debe permanecer como condición
justamente de la relación, como condición de un universo nominal.
Si la heterología es fundante, los sujetos relacionados están, in
247
248
Cfr. Strasser, pp. 108-109.
Cfr. TI, p. 109.
123
Mario Di Giacomo
principio, absueltos de la relación. Una relación no tiene por qué
anular la distancia, confundiendo en una unidad los términos
relacionados, más bien la airma y la exige: hay distancia porque
hay relación y hay relación porque hay distancia. Como ocurriría
dentro de una producción nominalista del mundo, Levinas se cuida
de establecer nexos sustanciales entre los seres, que derivarían de
una unidad anterior a ellos y que ellos manifestarían de acuerdo
a una lógica disminuida. Si en Dios, en ese Dios continuamente
esquivo de la obra levinasiana, y sin embargo omnipresente, no
existen tampoco ideas generales, entonces el individuo, incluso
eidéticamente, posee el más elevado de los primados. Los
individuos, perfectamente separados en el pensamiento divino,
no sufren ni de fusión ni de confusión en éste, se asemejan por
su unicidad demasiado todavía a la misma unicidad de Dios,
pero como que allí inaliza la analogía. No obstante este déicit
analógico, todavía estamos demasiado cerca de las inmediaciones
donde reside la divinidad. Y Dios mismo tendría que ponernos
en guardia contra Su cercanía excesiva, preveniéndonos de un
contacto con sus mismos suburbios. Si Dios es el nombre de una
desmesura, Él mismo habría de protegernos de su propia sustancia:
la belleza (o el horror) de su alteridad podría aniquilarnos en un
instante. Podríamos morir de su belleza. La Palabra de Dios es
la mediación indispensable que protege la separación exigida.
Kadosh, separación, alejamiento de lo santo, de lo sagrado; la
palabra donada permite una exégesis indeinida, más propia de
lo humano, más que una muerte suscitada en la plenitud de la
belleza. Esa belleza sería algo así como la parálisis de la initud
124
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
y de su iel compañero, el tiempo: parálisis de la dimensión
humana, parálisis aún inhumana, que exige un Ininito hecho a
nuestra medida; ininito todavía desmesurado, pero sometido a
una recurrentes interpretaciones, índice de un traumatismo que
mora en el lenguaje, de un lenguaje que no es sino descarnada
expresión del deseo, de un deseo por lo divino, pero también,
como continuación de este mismo deseo, deseo de lo que está
más allá de toda esencia y de todo presente, de todo aquello que
una conciencia puede recoger en la luz del presente. Más allá
de un pensamiento devorador que no querría dejar por fuera de
la esencia ni siquiera las migajas caídas fuera de ella. Es decir,
misterio.
Pero en esta extraña escatología Dios es todavía demasiado
Dios, y sería mejor que faltara un poco en el mismo discurso a
in de mostrar que un deshilachamiento inicial y constitutivo
beneicia a la ética que está por aparecer ante nosotros. Además,
Dios sigue siendo un alto representante de esa totalidad a la que
Levinas no dejará de rehusarse a lo largo de su pensamiento:
Dios se pliega en sí mismo a in de que la creación se cumpla.
Asimismo, el ser separado, excusado de toda clase de uniicación,
llevando a cabo su “existencia sabática”249, autónoma, renuncia a
la totalidad en una contracción que deja en libertad al mismo ser
separado. De modo tal que la relación arraiga no en una necesidad
de conquista del Otro o en una ontología que lleva hasta la unidad
descomedida la alteridad que encuentra insoportable para el
249
TI, p. 126.
125
Mario Di Giacomo
pensamiento, en un “imperialismo ontológico”250 cuya vocación
se orienta a reducir las distancias entre el Mismo y el Otro, en
reducir lo Otro a la esencial egoidad del Sí Mismo. La ilosofía,
de esta guisa, no sería sino una egología, la alimentación de lo
Mismo por el Otro, en la cual el Otro ha desaparecido en su
condición de Otro. Liberar al Otro signiica que su más íntima
determinación no está en las categorías mías que, suscitadas por
su presencia, terminan por neutralizar su separación. En la estela
de la vía eminencial de la teología, que no es en el fondo sino
de el triunfo de la negación de la determinabilidad de Dios, la
comprensión verdadera, la que únicamente vale a tales alturas,
es que la “incomprensión es lo único que le conviene”251, que
ella nos pone en nuestro sitio a nosotros y a Él. Indica el mismo
Rolland que el esfuerzo de Levinas consiste, acaso, en conceder
a Dios su libertad, cautiva de la ilosofía, de lo que Heidegger
denominó ‘ontoteología’252.
2.3. soledad en la relación
Levinas comparte con Heidegger la crítica del teoricismo de
Husserl, en el cual el sujeto mantiene una relación objetivante del
mundo, mediada por la representación: el objeto mundano es el
noema de una noesis (Vorhandenheit). El reclamo fenomenológico
de Levinas sostiene que en la profunda experiencia subjetiva
250
251
252
126
TI, p. 68.
Jean-Luc Marion, El fenómeno erótico, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2005,
p. 175.
Cfr. Jacques Rolland, “Epílogo”. En: Levinas, Dios, la muerte, y el tiempo, p.
283.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
hay siempre un compromiso de responsabilidad con el Otro;
the ethical relation takes place at the level of sensibility rather
than consciousness253. Pero el umbral en el que Dios se anuncia
y se retira, el umbral de una luz que no es sino retracción, es
también la puerta por la que el misterio, siempre esquivo, no
dejará de comunicarse en la libertad del Otro. El telos de este
pensamiento está en liberar a Dios y en liberar el ininito que el
nombre de Dios encerraría, pero también en “soltar” el misterio
del Otro, en absolverlo o en redimirlo en una separación ininita
que convoca al vínculo. La hospitalidad acoge una separación, y
no existiría hospitalidad social alguna sin esa separación, sin esa
experiencia de desvinculación sans laquelle aucune respiration,
aucune inspiration spirituelle ne serait posible254. En la raíz del
vínculo no está inscrita necesidad alguna; no al menos como en
el discurso ontológico que tiende a emparentar en la necesidad
lo que aparece como diverso ante la mirada. Diversidad que la
misma mirada objetiva cuando reiica bajo el impulso teorético
que anida en la conciencia. El acogimiento, la hospitalidad, para
no ser simples prisiones deben guardar una distancia respetuosa
con el Otro, solicitud y acogimiento no pueden concluir en la
anoxia de la visitación. En el lenguaje humano estaría inscrito
el deseo por el ininito, tanto más ininito cuanto más el lenguaje
lo traiciona, evade, oculta: ininito que es tanto más ininito en la
medida en que no es coniscado por la plenitud de una esencia.
Guardaría entonces nuestro lenguaje una traza original de ese
253
254
Cfr. Critchley, The Ethics of Deconstruction, p. 271.
Derrida, Adieu…, p. 163.
127
Mario Di Giacomo
ocultamiento, un deseo originario de revelar una revelación que
sólo se maniiesta por su traza, por su huella, por su destello. El
pensamiento del ser sería un actus secundus, la excusa para una
ulterior invocación y una liturgia, una liturgia sin economía, que
no es sino mera invocación y gasto, suscitada y solicitada por ese
más allá que ser. “Liturgia” –exclama Levinas-, “la ética misma”255.
La autonomía del ser separado en su ateísmo esencial256 mantiene
una distancia infranqueable y franqueada al mismo tiempo. La
distancia franqueada no es anulación del Otro por el Mismo,
el franqueamiento del ser separado no erosiona la soledad. La
autonomía es tal que la búsqueda no disuelve el ininito que media
en la relación, no acorta la inconmensurabilidad de lo relacionado,
porque la búsqueda despertada por el deseo no ha sido convocada
ni por la carencia (informitas, en el maravilloso y peculiar estilo
de Escoto Erígena, según la cual los seres initos son movidos
hacia el ininito en un circuito de amor que va del no-ser al ser,
porque su ser necesita de aquel Otro que los los colme, guiándolos
al más alto cumplimiento, ahora sometido ese cumplimiento a
los rigores de una devaluación ontológica), “ni por el recuerdo
de un bien perdido”257 (no hay recuerdos borrados por aguas
mitológicas, ni una mayéutica limitada a esclarecer lo que ya se
poseía o a recordar una totalidad que in nuce se encuentra más
o menos viva dentro de quien recuerda). La búsqueda la realiza
aquel a quien nada falta, por lo tanto, la verdadera libertad de la
búsqueda radica aquí, en el ser separado, exento de necesidades,
255
256
257
128
Levinas, Humanismo…, p. 53.
Cfr. TI, pp. 82 y 83.
TI, p. 85.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de la urgencia de un cálculo. Sin embargo, el ateísmo no reservará
para sí la última palabra. El vacío dejado por un Dios ausente no
liquida la posibilidad del Bien; The experience of God’s absence
leads to a phase of atheism, but atheism does not have the inal
say in Levinas258. En efecto, como veremos a lo largo del texto,
ni el ateísmo tantas veces nombrado en Totalidad e ininito, ni la
trascendencia, no menos mencionada en ese mismo libro, tienen
la última palabra. La ultima linea rerum la escriben las manos de
una justicia aún posible y de una trascendencia atravesada por
una somaticidad insalvable. La vida siempre está por venir, por
recomenzar; el porvenir es la astilla que desde ya guarda todo
presente, esto es, la vida del presente no se encuentra simplemente
a solas con su presente.
Como indica Catherine Chalier, la idolatría se cierne al
pensar a Dios en términos de solicitudes y expectativas humanas;
hay que romper con esa concepción buscando a Dios sobre la
base de la separación, incluso del ateísmo259. Dirá Levinas que
cálculos, urgencias, medidas, comparación de incomparables
brotan solamente de esta iniciación ética, de esta ética como inicio,
de esta anarquía, de este origen más viejo que cualquier memoria,
irreductible a esa fatalidad que llaman ontología. Reductio ad
unum, gloria del pensamiento en la anulación de la alteridad, en
la subsunción de las diferencias en la unidad de apercepción. Lo
múltiple deja de ser la inquietud del pensamiento, la multitud de
258
259
Van Riessen, p. 114.
Cfr. Catherine Chalier, “Levinas and the Talmud”. En: Simon Critchley and
Robert Bernasconi (Eds.), p. 105
129
Mario Di Giacomo
puntos separados deja de cobrar vida propia al ser insertada en la
perfección orgánica del sistema: partes explicadas por la totalidad,
totalidad que se explica en sus partes. Levinas propone llamar
religión al nexo establecido entre el Mismo y el Otro, sin constituir
por ello una totalidad. A la inteligencia del ser le precede un
extraño dispositivo: el de la vulnerabilidad del ser separado. Pero
la ilosofía de Levinas en sí misma es umbral, umbral en el que
el lenguaje tiene que negar su vocación esencialista y empeñarse
en un combate contra sí mismo, lenguaje en conlicto, lenguaje
que persigue una huella, una traza, lenguaje obligado a estar por
detrás de sí mismo, lenguaje que es ambigüedad, como el umbral
al que apunta; en él la Trascendencia no se deja percibir sino en
las palabras que la traicionan al esforzarse por traducirla260. Si
Lo conoces no es Dios; simili modo, sólo en la traición puede
anunciarse algo de la Trascendencia, sólo en la palabra evasiva
Dios es Dios, y la trascendencia, trascendencia. Negación del
lenguaje en el lenguaje, como si la llegada de tal imposibilidad al
lenguaje humano abriera a este mismo lenguaje, nuestro lenguaje,
al pensamiento de esa misma imposibilidad. Obra de ese ininito,
el tiempo resultaría de la ruptura intempestiva de su advenimiento,
de la conmoción de las propias entrañas, del magníico temblor
en una dicha acomodada sólo a sí misma, sorda a la vocación del
ininito. La dicha no consiste en un presente autocontenido en la
plenitud mercantil, presente que no es sino presente y vulgaridad
de un tiempo sin trascendencia donde cada criatura del mundo se
presenta como cosa y mercancía, como institucionalidad que no se
260
130
Rolland, “Epílogo”, p. 283.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
abre al futuro, poniendo todos los bienes a disposición del hambre
de sólo presente. A este estado de inmediatez, de inminencia y de
gasto sin posterioridad hemos sido hoy citados: tiempo agotado
en el aquí y ahora, tiempo desprovisto de futuro, donde cualquier
cosa es consumible, donde el gozo agota la cosa, pasando de cosa
en cosa, sin la larga paciencia de pensar en un tiempo en el cual
uno mismo no exista, en el cual las cosas, las del mundo y las del
hombre, no sean ya meramente cosas, sino también ocasión de
una liturgia, de un esfuerzo sacramental, de una humildad y de
un vestigio.
2.4. Un tiempo más allá del presente
Hablando acerca de Bloch, Levinas comprende el tiempo
como esperanza. Locus de la esperanza, el tiempo espera por un
mundo en el que hombre y trabajo ya no sean simples mercancías261
ni meras prostitutas al servicio del dinero y del mercado. En este
anuncio emancipatorio la crítica utópica y el principio esperanza
se hacen del presente. Según Bloch, nos hallamos en un mundo
inacabado que aguarda y anticipa un hogar. El mundo de la
errancia y sin patria deinitiva es el escándalo del capitalismo, en
el cual hasta la más elevada dignidad, hasta lo santo, se despoja de
su valor para adquirir un precio o su intercambiabilidad universal,
rompiendo así con el primado de cualquier singularidad, con la
irreductibilidad de cualquier valor y de cualquier individualidad.
Las transacciones, máxime en el orden global apto para tragar
261
Cfr. Dios, la muerte y el tiempo, p. 116.
131
Mario Di Giacomo
las diferencias, jueguen éstas o no en contra del nuevo orden
mundial del capital, obligan a una generalización conmensurable,
liquidando el respeto por la particularidad, personal o de ethos.
A juicio de Levinas, en la economía se totaliza la singularidad de
seres de los que no hay concepto. El dinero corruptor de la voluntad
es la mediación por excelencia. Mantiene a los individuos fuera
de la totalidad, ya que disponen de él, y, al mismo tiempo, los
engloba en la totalidad, ya que en el comercio y la transacción
el hombre mismo es vendido y comprado. “De ese modo, resulta
ser el elemento abstracto en el que se realiza la generalización
de lo que carece de concepto, la ecuación de lo que no tiene
cantidad”262. Ortopedia de una globalización que quiere a la vez
hombres y mercancías, personas y su inmediata negación en el
servicio que ellas prestan a lógica de la mercancía. En un contexto
como el nuestro, preñado por el signiicante maestro “economía”,
donde el mundo no es sino una gigantesca industria (magna totius
mundi fabrica), o en el cual la política es dictada por imperativos
económicos263, la interpretación del ser viene irmemente adosada
262
263
132
Emmanuel Levinas, Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro, Valencia, PreTextos, 2001, p. 50. En cursivas en el original.
Tiene razón Ripalda: la política se reorganiza a in de estar, en lo fundamental, al
servicio del capital, neutralizando la participación por medio de prebendas sociales
que desvanecen las preguntas relativas al sentido de lo que socialmente hacemos
o dejamos de hacer. La ciencia, antes eslabón crítico de un proceso emancipatorio
en ciernes, no ha venido sino a aliarse con el gran capital transnacional,
convirtiéndose ella misma en mercancía. Más marxistas que Marx, los señores del
establishment global del presente mantienen frente a sí y frente a la sociedad en
su conjunto la convicción de que su mitología blanca, el mercado, es eicaz ante
las amenazas que eventualmente puedan surgir dentro de una convivencia que
mantiene latentes sus conlictos. En el ilimitado movimiento, hoy sin fronteras,
del capital, un sujeto cuasiautónomo (Cfr. Karl Marx, El capital. Crítica de la
economía política, Madrid, Akal, 1976, libro I, tomo I, p. 206), casi un monstruo
insaciable, cuyo disfraz particularizado es la mercancía, los demás sujetos de la
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
al mundo del laboratorio y de la fábrica264, mundo disponible en el
mercado y en su inminencia favorecida por el sistema inanciero
internacional. El presente debe ser gozado hasta la muerte,
imperativo categórico que, alimentándose de la inmediatez, se
harta en ella.
El discurso acerca de la separación debe convertirse al
discurso majestuoso: por eso nos obsesiona Levinas. Por un
lenguaje que corre al lado de la esencia, señalándola sin tocarla,
o huyendo de ella al apenas apuntar su presencia. El lenguaje
de Levinas no desea destacar la dignidad de presentes eternos
264
historia o han fenecido o se han empequeñecido hasta tal punto que no merecen
ser llamados sujetos, o no merecen su propia historia por haber sido cooptados
burocráticamente en formas ministeriales adosadas al poder constituido. Al entrar
en la administración y en la jerga funcionarial, el poder de la crítica de algunos
movimientos sociales ha sido amansado. Para quienes no están satisfechos con
la dictadura de lo real, piensa Ripalda, Marx debe seguir siendo una inspiración,
no un método, y mucho menos, decimos nosotros, un cuartel de ideas terminadas
que conluyen en un aparato doctrinal que ha eliminado de sí justamente lo que
Marx nunca hubiese practicado: la crítica permanente y la utopía que de ella se
desprende, es decir, una vida individual llevada verdaderamente a término, capaz
de desplegar sus personalísimas virtualidades en un orden sociopolítico ya no tan
plagado de tantos obstáculos para ese in. Fin expresivo de una política libertaria.
Véase José María Ripalda, “¿Qué hacer con Marx?”. En: Isegoría. Revista de
Filosofía Moral y Política, nº 50, enero-junio 2014, pp. 21-35. Por otra parte,
la sociedad digital, encargada de producir tecnócratas incapaces de velar sus
propias praxeis, se contrae a salvíicas consignas simplonas, a lo políticamente
correcto, al cliché de una felicidad intramundana que está siempre a punto de
alcanzarse. La pobreza conceptual de esas prácticas, además de portar consigo
elementos poco democráticos (únicamente los poseedores de la techne ocupan
el sacerdocio de la salvación), sirven a la consolidación de proyectos poco
democráticos, por secretistas, fundados en una ideología que nos dice no hay otra
cosa para remendar los capotes de la sociedad actual. Contraídas a 140 caracteres
la comunicación y la relexión, parece cuesta arriba lograr que el pensamiento
profundice en la opacidad de la sociedad tecnológica y entorno a los poderes
globales, aunque ella reclame para sí una transparencia casi absoluta.
Cfr. Levinas, Humanismo…, p. 41.
133
Mario Di Giacomo
ni de una conciencia que retendría en sí para siempre, en su
propia dimensión atemporal, tanto pasado como futuro, en una
dominación irremediable del ser entendido entitativamente,
disponible a la manipulación de la luz. Aquí el sujeto ha perdido
su poder soberano. Su fantástica idealización se ha ido a pique,
porque al in se ha leído en ella el surgimiento de un dominio
que arrasa con las diferencias, entendidas éstas ontológica y
culturalmente. La urbanización de formas de vida es el resultado
de una burocracia instrumentalizadora para la cual no existe lo
sagrado sino en la forma de la razón cientíico-técnica, que obliga
a la diversidad a vestirse en la violencia de la unidad requerida
históricamente, unidad que los datos formalizados justiican. Este
pathos no se reconoce como pathos, su expresión patética de
dominio, paradójicamente, autoencubre su dominio, practicando
su violencia ideológica bajo las vestes de una naturalidad
racionalista. La razón monológica es, por lo pronto, puesta en
cuestión. Al autor le gustaría concebir una razón menos rigurosa,
una razón en el éxtasis, pues, ¿no es acaso la demencia de la
divinidad razón? La demencia de lo divino puede ser la razón en
éxtasis o el éxtasis de la razón (la razón en su límite, fecundada en
el asombro del límite), más allá de sus formulaciones apaciguadas
o monótonas: Levinas piensa que la razón no tiene interlocutores,
es una y se mueve en la dinámica de un horizonte demasiado chato.
Y sin embargo, Levinas tampoco aspira a correr el riesgo de una
apresurada lectura que relativice los momentos constituyentes del
ser separado. Ser separado que instaurará, y que ya ha instaurado,
ante todo una ética, es decir, un modo de establecer los vínculos
134
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
con el Otro, una religiosidad del Otro y en el Otro. Así, la verdad
primera defenderá siempre y en todo lugar la anciana soledad del
ser separado, pero también, y primordialmente, una experiencia
absoluta de interpelación, no-relativizable.
Al menos en el Medioevo el signiicado del homo artifex
posee una resonancia teológica. La resemantización de que es obra
la acción humana pasa por la transformación de la autoconcepción
antropológica dominante y del modelo contemplativo que tiene
en su base, de semblante helénico, por supuesto. Cada vez menos
serviles, las artes mechanicae van a ser llamadas a las ilas de una
redención discursiva capaz de asimilar las fábricas y los talleres
artesanales a una sutil comunicación con la actividad divina.
Ellas se orientan a revaluar una opción terrestre, menos convicta
en este momento de una mirada que amalgama en una sola
repulsión todas las inactualidades del exilio, para así ser coronada
en la promesa escatológica que ya siempre nos espera. La nueva
teología luye en el mismo sentido, exaltando al homo artifex,
créé à l’image de Dieu et dont l’activité laborieuse prolongeait
celle du Créateur265. El homo artifex no dejaría de ser, pues, la
imagen del Summus Artifex. Habituándose al mundo, la salvación
se prolongaría precisamente en la actividad laboriosa del artíice
humano, que es semejante a la del Creador. Del desdichado exilio
vamos transitando hacia una feliz colonización, a una valiosa
265
André Vauchez, «“Homo mercator vix aut numquam potest Deo placere”:
quelques rélexions sur l’attitude des milieux ecclésiastiques face aux nouvelles
formes de l’activité économique au XII et au début du XIIIe siècle». En: Actes
des congrès de la Société des historiens médiévistes de l’enseignement supérieur
public. 19e congrès, Reims, 1988, p. 214.
135
Mario Di Giacomo
habituación: el cielo no se halla tan lejos de la tierra, después de
todo, pues en la vindicación de la humildad artesanal el homo
faber recientemente descubierto y reevaluado266 va a destronar
el primado de la vita contemplativa, haciendo de lo facticio y
de la imitación y transformación de la naturaleza el índice de
una cooperación con la voluntad divina. Caben aquí aquellas
palabras de Juan de Salisbury (s. XII) citadas por Le Gof: “Feliz
exilio el de aquél que tiene por morada este lugar”267. Hoy, la
acción formulada para el régimen en que vivimos se encuentra
calada de trivialidad, mientras el misterio se encuentra aplazado
como lectura de otro momento. El despotismo fáctico es un
hecho cumplido que no requiere el examen de condiciones de
posibilidad ni de la historia que lo trajo hasta aquí. Actuar para
un tiempo no-presente contiene en sí nobleza, según el parecer de
Levinas, existe nobleza en actuar en pro de lo lejano, liberado de
la opresión de mi tiempo y del instante presente. Actuar para lo
lejano, para un tiempo liberado de este tiempo, “en el momento
en que triunfaba el hitlerismo, en las horas sordas de esta noche
sin horas, es sin duda la cima de esta nobleza”268. Sin embargo,
da la impresión de que el misterio debe aguardar en su noche
hasta que el formalismo embrutecido imponga su domesticación
a escala planetaria. El presente parece más presente que nunca, y
el futuro es únicamente la perfección tecnológica de este mismo
presente269.
266
267
268
269
136
Cfr. Jacques Le Gof, Los intelectuales en la Edad Media, Barcelona, Gedisa,
1996, p. 65.
Ibid., p. 38.
Levinas, Humanismo, p. 54.
Coincido plenamente con las siguientes palabras de Habermas, extrapolables del
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
De acuerdo con Levinas, “El tiempo sería la explosión del
más Ininito en el menos: lo que Descartes llamaba la idea de
Ininito. El tiempo equivaldría a la forma de “ser” del Ininito.
Esta forma es la manera de soportar el Ininito; es la paciencia. El
Mismo no está en reposo, la identidad del Mismo no es aquello a
lo que se reduce todo su signiicado. El Mismo contiene más de
lo que puede contener, y eso es el deseo, la búsqueda, la paciencia
y la extensión del tiempo”270. Tiempo que no es una vana suma
de ayeres, de ayeres que se acumulan sin consternación alguna,
sin interrupción obsesiva y sin traumatismo. Parafraseando la
lectura que de Pushkin hace Levinas, no deseamos ni un tiempo
ni una vida como serie interminable de comidas271, cual sucesión
prodigiosa de distracciones, como si las almas no se dejaran
asombrar por el más allá de otras almas. Ayeres, comidas, sueños
vacíos, distracciones del espíritu, todos imperturbables, viviendo
de distracciones administradas.
270
271
mundo judicial al mundo caído en el orden global administrativo: “El mundo del
derecho es un mundo de burocracia. En las historias de Kluge, una tras otra, la
burocracia da prueba de su propia racionalidad irracional”. Jürgen Habermas,
Fragmentos ilosóico teológicos, Madrid, Trotta, 1999, p. 127. Hasta el milagro
debe traspasar las quisquillosas esclusas de los papeles y los procedimientos, del
tiempo perdido en formalidades antes que en cuestiones de fondo. La racionalidad
parece consistir en el número multiplicado de formatos que se han completado
o de las encuestas que han veriicado, mediante algoritmos, lo que generalmente
todo el mundo sabe. La burocracia no sabe sino restar tiempo vital al tiempo del
que disponemos.
Cfr. Dios, la muerte y el tiempo, p. 137.
Ibid., p. 43.
137
Mario Di Giacomo
2.5. claridad y retorno
Entre la metafísica del ser (antiguos) y la metafísica de la
subjetividad (modernos) se encuentra, in uno actu, una simétrica
complicidad de inteligibilidad y sistema, reproduciendo en uno y
otro caso el nunc stans de una divinidad silenciosa. Dicha tradición
de inteligibilidad supone la iluminación del ser, la exposición
en el lenguaje del brillo de la esencia, y ésta, la esencia misma,
como parte de la arquitectura de un sistema y explicación cabal
incluso de los rincones a los que la luz llega débilmente, como
discurso que retoma y sutura sus propias heridas. Destituido
Dios, esta coexistencia de términos diferentes en la unidad de
un tema, volumen o libro se llama ‘sistema’272. La idea de la
ilosofía ha sido la iluminación del ser y la transparencia de éste
dentro del sujeto: “La tarea de la ilosofía ha sido el retorno a su
isla para encerrarse allí en la simultaneidad del instante eterno,
para aproximarse a la mens instantanea de Dios”273. Psiquismo
contraído a saber, saber iluminador e iluminado, apofansis,
totalidad: el vínculo entre las cosas que resultaba de la mens
divina es suplantado por un vínculo nacido de la mens humana,
pero fundado en el mismo propósito, en el mismo telos y en la
misma claridad. Levinas reivindica la patética de la ilosofía de
la existencia dirigida en contra de la ilosofía relexiva, porque
intenta el descubrimiento de un psiquismo irreductible al saber,
vindicando el carácter de la intuición sensible en el pensamiento
272
273
138
Cfr. DOM, p. 245.
DOM, p. 137.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de Kant. De acuerdo con Guillot, Levinas no habría hecho sino
llevar hasta el fondo la radicalidad heideggeriana, impugnando la
ilosofía como primacía de lo Uno o del Todo sobre la diversidad,
y pensando hasta el in una “… ilosofía de lo concreto que
no acepta amortiguar, en la generalidad, la singularidad de lo
individual”274. Clima antihegeliano del que se impregna Totalidad
e ininito.
Seducida por la luz, la relexión ilosóica de Occidente, pese
al sudor que pueda surgir en el rostro del Espíritu, no ha dudado
en continuar obrando bajo el signo de la comprensión y de la luz,
de la visión formalizante o matemática de la inteligibilidad. El
sudor del Espíritu vendría a compensarse por el in alcanzado,
mientras que los nudos de opacidad no serían sino la coartada
de un trabajo negativo que termina por mostrar su necesidad e
inteligibilidad dentro del armazón de una transparencia espiritual
que la mente del ilósofo recorre cabalmente; que nada quede
por fuera signiica justamente la conversión de toda opacidad
en un momento imprescindible de un retorno pneumático de
la conciencia a sí misma. Hegel sería de esta guisa un espíritu
obsedido por la mismidad y las trampas lógicas en las que el otro
del otro terminaría siendo ser-para-sí: “… Sí-mismo, reconciliado
consigo mismo, Absoluto al in que, a fuerza de matar (recuérdense
las bellas lores aplastadas por las botas de siete leguas del Espíritu
del Mundo) lo que le hace ser, sigue siendo in aeternum, gozando
274
Guillot, “Introducción”. En TI, p. 20.
139
Mario Di Giacomo
de sí mismo, es decir: de sus muertes”275. La multiplicidad aquí es
entendida como una serie de momentos negativos del despliegue
ordenado de una universalidad, cuya justa disposición dentro
del Orden que les da nacimiento o las encuentra la conciencia
después del esfuerzo progresivo del concepto. Lo negativo y lo
individual no consistirían sino en un momento despreciable de un
proceso en el que sólo cuenta la identidad, principio y in de un
dinamismo que sólo es caótico en su supericie, pero cientíico en
su fondo. Así, pues, la reconciliación se efectúa bajo el registro
de una claridad mediada, fabricada a partir del largo peregrinaje
espiritual que reconstruye una historia en la que el sujeto
encuentra las debidas correspondencias. Drama de la historia
que se recupera a sí misma de sus propios extrañamientos, el
pensamiento hegeliano se querrá rebasado, pero, con él, también
los demás nombres (sucedáneos) de la Modernidad y su lógica
identitaria: el sujeto es el que constituye el ser de las cosas; el
ego cogito es el comienzo del Ich denke de Kant y el Ich arbeite
de Marx, hay diferencias con el tiempo, pero, en realidad son “lo
mismo”276.
Habría que destruir la apariencia de otredad y exterioridad
de la cosa con respecto al espíritu, pues éste realiza la conjunción
entre exterioridad e interioridad por medio de una apropiación
275
276
140
Félix Duque, “Introducción”. En: Emmanuel Levinas, El tiempo y el otro,
Barcelona, Paidós-UAB, p. 1993, p. 15.
Enrique Dussel, “Para una fundamentación ilosóica de la liberación
latinoamericana”. En: Enrique Dussel y Daniel Guillot, Liberación
latinoamericana y Emmanuel Levinas, Buenos Aires, Bonum, 1975, p. 20.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
según la cual ya nada (o poco) permanece ajeno a la actividad
del conocimiento277. Más que la potencia “de una subjetividad
que se da alcance a sí misma tras empezar alienándose de forma
inconsciente en sus propios productos”278, ahora, conforme a
Levinas, la tarea de la ilosofía se desplaza hacia una manantía
destrascendentalizadora: el lugar vacío dejado por el deceso de la
potencia subjetiva pasa a ser ocupado por la facticidad histórica.
Tiempo y existencia intramundana son los obedientes sustitutos
del viejo gendarme del ser u ocupan el lugar evacuado de una
conciencia trascendental envejecida. Destronada la idea de la gran
ilosofía que sublima u oculta “bajo transiguradores conceptos
generales”279 los sufrimientos concretos, el pensamiento se habrá
de orientar en los términos de una crítica a la razón cuyas promesas
se han diluido, sin por ello caer en el peor de los pesimismos ni en
la sinrazón de una crítica que, a su pesar, presupone los criterios
de la razón. El ataque a la razón se hará argumentativamente,
esto es, desde ella misma, sin dejar de considerar los tránsitos
históricos en que ella se despliega. Sólo así la razón podría todavía
mantenerse sobre sus pies.
La gloria es justamente esta impotencia: la impotencia de
abarcar al Otro en su totalidad, constituyendo de esta forma la
totalidad en Mí, haciéndolo una parte de Mí mismo. Levinas se
resiste a colocar una comunidad en el origen: el lenguaje deviene
277
278
279
Cfr. Ernst Bloch, Sujeto-objeto. El pensamiento de Hegel, México, FCE, 1985,
pp. 42-43.
Jürgen Habermas, Textos y contextos, Barcelona, Ariel, 2001, p. 63.
Ibid., p. 116.
141
Mario Di Giacomo
en un conlicto por evitar ser perturbado comunitariamente
en el origen. Éste debe guardar en sí el secreto constituyente
de unicidades volcadas las unas a las otras, sin la catástrofe de
una reunión que les haría extraviar su unidad constitutiva. La
posibilidad del vínculo se encuentra en la llamada que abre al
vínculo, o en el vínculo que se postula desde una llamada, una
solicitud, una visitación. Pero llamada, vínculo, solicitación no
representan una nostalgia por un origen perdido en el que la
alteridad ni padece ni lame sus propias heridas como alteridad. La
unidad no está allí como la compensación de las heridas sufridas
ni la alteridad representa el pecado mortal de una airmación sin
medida de lo inito, “la alteridad no es un agravio”280. No hay
epistrophé en esos initos separados, no hay en una reditio ad
fontes la redención de una alteridad esencial. Ni la alteridad es
castigo, caída en la babilonia de lo múltiple, ni el retorno al origen
es redención a la cual antecede un purgatorio que resulta de la
autoairmación de las diferencias. Aquí, pues, en la elusiva luz
de este contexto, el ateísmo es la gloria del creador, su misma
gracia. Separada pero capaz de relación, el alma es “naturalmente
atea”281. Es “gloria del creador haber puesto en pie un ser capaz
del ateísmo”282. Sin embargo, este ateísmo de la separación
al que Levinas pondera positivamente, no signiica sino una
defensa originaria en contra de las tendencias abismáticas que
empujan a los seres a mortiicantes huidas: si el vínculo entre los
separados se produce, se produce desde una separación fundante
280
281
282
142
TI, p. 263.
TI, p. 82.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
y originaria. El vínculo no es fruto de una necesidad por el Otro,
en el sentido de que el Otro estaría allí para compensar los hoyos
de las propias carencias. Por consiguiente, la separación, en la
peculiar expresividad de Emmanuel Levinas, merece el nombre
de gloria283: la desmesura de lo que aborda al Mismo lo fecunda
en el desorden procurado. La mismidad es centrifugada. La
gloria de la trascendencia, que es irrupción y ruptura en quien
acoge, se convierte en fecundidad. Kenosis como abandono y
desapropiación del Yo, asunción de lo humano y su individualidad
inefabile triomphans, puerta de la potencia obediencial por la
cual, si antes entraba Dios, ahora ingresa el hombre284.
Este tipo de Yo pone a salvo la posibilidad de un conocimiento
válido y universal, pero se encuentra “radicalmente solo; toda
diferencia o trascendencia es reconducida a su poder constituyente
e identiicador: la autorreferencialidad de la conciencia parece
consolidarse como su estructura más íntima”285. Si nada ha de
ser concebido por el saber sino como un propio autoproducto,
entonces toda trascendencia ubicada más allá de él debe sufrir
las consecuencias debidas a tal airmación. Los procesos vitales
entendidos como el más allá del yo (el mundo) deben ser acallados
283
284
285
Cfr. DOM, p. 56.
Sé que “Hermenéutica espectral: sobre la debilidad de Dios y la teología del
acontecimiento”, de Caputo, se inserta en las líneas conceptuales de la teología
del acontecimiento, sin embargo, está uno tentado a analogar el acontecimiento
(un algo no presente, no acabado, no formado, una promesa, lo imprevisible,
lo inexpreso en lo expresado, no reducible a lo fáctico, lo que se convoca y
se inscribe en el dolor y en la oración, la inquietud de lo que aún no es) con
la anarquía del Decir en Levinas y con la kenosis del sujeto entregado a una
obediencia sin límites. Cfr.
Checchi, “Estudio conclusivo”, p. 218.
143
Mario Di Giacomo
ingresándolos en la esfera productiva de la subjetividad. En
Levinas, la subjetividad no se halla fuera de juego, empero, el
sujeto entendido como pasividad se vincula como ofrecimiento
y don, como morada y Bien286. El para-sí de todo retorno de la
conciencia muda. La alienación contenida en el para-Otro se
guarda del para-sí del Mismo, alienación auténtica para Levinas,
que desgarra el Bien originario desde donde él quiere hablar. Y el
para-el-Otro, que es el sentido, llega hasta por-el-Otro, pero para
nada, porque es una ofrenda que no espera nada a cambio, porque
es la respuesta que sólo puede acordarse desde una plenitud que
ladea al mismo sujeto que la vive. De este modo, prosigue Levinas,
solamente el para-el-Otro, pasividad más pasiva que cualquier
pasividad, se guarda del para-sí. El para-sí no signiica sino el
triunfo del egoísmo en la misma ofrenda, en la donación en la
entrega, y, por ende, inversión de la entrega, de la donación y de
la ofrenda. El rostro del Otro que llama “obliga sin fuerza (…) Es
una obligación sin fuerza”287. Desde esta subjetividad, airmada en
la noluntad, se hace en el Mismo según el Otro, mediando el Bien.
En Levinas, la exposición al Otro signiica modiicar la identidad
del Mismo y admitir que el tiempo ocurra como una fractura en
el tiempo, como una expectativa de la cual no resultará nunca lo
esperado, en la cual no hay nada que esperar como inalidad suya.
La Odisea, cuya culminación es la patria y un héroe envejecido,
es también, pese al nóstos que lo caracteriza, una historia de
286
287
144
Cfr. DOM, p. 110.
F. Guwy, “La asimetría del rostro. Entrevista a Emmanuel Lévinas”. En: Andrés
Alonso Martos (ed.), Emmanuel Lévinas. La ilosofía como ética, València,
Universitat de València, 2008, p. 23.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
interminables encuentros288. Ciertamente, frente a un personaje
provisto de un pasaje de ida y vuelta, Levinas preferirá a uno sin
retorno, para el cual la tierra quede lejos. La errancia, sin lugar
a dudas, en Odiseo se interrumpe, reencontrando la amplissima
domus en la cual el orden aparece de nuevo posible. En suma,
nuestro autor, como asevera en “Violencia y metafísica” Derrida,
“… no ama a Ulises, ni las astucias de este héroe demasiado
hegeliano, de este hombre del nóstos y de la circularidad, cuya
aventura se cierra en totalidad. A menudo la toma con él”289.
2.5.1. olvido de la reciprocidad
Levinas está persuadido de que su lectura de para-el-Otro
corresponde a un olvido de la reciprocidad, más aún, en el olvido
del olvido de la reciprocidad, en el olvido de la huella de algo
correspondiente a la reciprocidad; aquí, el amor no es amor
burgués, no es una inversión de los amantes (vidas juntadas y
sostenidas a partir de emolumentos materiales que se concretan
en una zona de confort, sustituyendo el patetismo del amor y del
misterio que lo hizo posible), que ya no son la carne del amor
en esa inversión de bienes y afectos en provecho de dos vidas
que se juntan. En este amor no se espera correspondencia290, es
una incursión del Otro en el Mismo que recibirá correspondencia
288
289
290
Cfr. DOM, p. 140.
Op. cit., p. 210, nota 80.
Cfr. DOM, p. 142.
145
Mario Di Giacomo
porque no ha habido intención de ella. Tampoco hay, desde luego,
sincronía. El presente no consiste en una sinopsis monstruosa
donde caben los otros momentos del tiempo ni es el fuego
perpetuo de una retención y de una prospección que en él se
hacen transparentes, haciéndolo a él mismo transparente. La
memoria, dentro de este esquema conceptual que está sediento
por ir más allá de lo conceptual, en pos de un a priori anterior al
ontoepistémico, no es capaz de reunir en sí lo inmemorial: ese
pasado de un tiempo nunca bastantemente ido, nunca domesticado
por ningún presente, que constituye el horizonte de posibilidad
de una ilosofía primera que corre por detrás del privilegio que
se le ha concedido al ser. Concesión indebida, desde el punto
de mira de Levinas, pues éste no contempla la diacronía, esto
es, la deslealtad del presente consigo mismo, como un defecto
del tiempo, como la negatividad de un tiempo que no se alcanza
nunca a sí mismo. Gracias sean dadas al ininito por un tiempo
que nos permite desdecirnos, rompiendo la plenitud de lo que
ya hemos dicho. La diacronía y lo inmemorial, no recuperables
en ninguna memoria, no se presentan como pura pérdida, más
bien acarrean consigo signiicación, una signiicación anterior a
la signiicación en la que conversan el ser y la conciencia. Con
lo cual, “… detrás del ser y su postración se escucha el eco de
otras signiicaciones olvidadas en la ontología y que reclaman ser
investigadas”291. Sujeto y ser pensados al margen, en un cuasi-nolugar, “un al margen del absoluto que ya no se dice en términos
291
146
DOM, p. 88.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de ser, tampoco en términos de ente”292. Bañado en una bondad
originaria, el Bien mismo es la signiicación. Como Platón,
Levinas coloca en este origen inmemorial una inquietud ética,
cuya transformación política está a cargo de sus disminuidos
productos, pero se deben a ella. Fuera de la conciencia habría
entonces una pre-original imposición del Bien, algo más primitivo
que cualquier presente y que cualquier conciencia presente a sí
misma en el acto de autocerciorarse. Es como si la bondad fuese un
instinto, como si la bondad se expresara a partir del sujeto de una
manera involuntaria e incluso inconsciente. Aunque el abandono
de la conciencia soberana representa la lucha de Levinas con la
arrogancia moderna, la pregunta cae inexorable, semejante al
cuestionamiento que aquél ha hecho al Heidegger de la Kehre:
¿Vuelve a triunfar en Levinas lo impersonal, el mundo del Se
anónimo, a pesar de todas las preocupaciones de un discurso
que intenta hablar de una originariedad no consciente, es decir,
haciendo consciente a ese inconsciente originario?
Levinas habla desde un nominalismo distinto al del
liberalismo que hace del Otro ocasión de una lucha o de un
beneicio. En tal antropología de la hostilidad la paz de los vivos
habrá de pasar por la mediación refrenadora del estado. Y los vivos
podrán ser convocados a la anulación de su propia singularidad
merced a un “… orden objetivo al que no pueden sustraerse”293.
La razón de estado moviliza a los seres de acuerdo a un presunto
292
293
DOM, p. 63.
TI, p. 49.
147
Mario Di Giacomo
estatuto superior a ellos y en ese mismo movimiento los moviliza
en contra de sí mismos. Sin embargo, los muchos acuden a una
unidad estatalizada como condición de posibilidad de su propia
sobrevivencia, pues una antropología de base conlictiva, con
unas condiciones elementales que no pueden llevar sino al
conlicto recíproco, concluirá en la legitimidad del aparto estatal
y de su razón, por encima de cualquier otra razón. El mismo Kant
de Zum ewigen Frieden parte de unas condiciones antropológicas
que sólo han introducido en el origen el bellum omnium contra
omnes, de modo que la paz aparece como la contención de de
una agresividad primigenia, y es ésta siempre vestigio de algo
que puede recomenzar: la guerra como conditio sine qua non de
la paz, guerra siempre refrenada, pues la hostilidad es capaz de
renacer bajo nuevas formas, comerciales, globales, mercantiles
o abiertamente bélicas. Sin embargo, en Kant se abre un espacio
para el porvenir, porque él, a diferencia de Hegel, “no cierra el
universo”294, permitiendo una cierta celebración del futuro a través
de un progreso indeinido que, ciertamente, no dejaría de otorgar
un carácter algo melancólico a su ilosofía. Para Levinas, el Otro
deja de ser una limitación del Mismo, pues tal limitación sólo
invita a la guerra, a la dominación, a la precaución: la relación
con el Otro no sería así más que una invitación (contenida o no,
virtual o no) a un riesgo, a un armisticio quebradizo. Por otra
parte, habrá religión para el texto de Levinas, esto es, vínculo,
precisamente allí donde ya nunca se ha producido ni religión ni
vínculo. Ruinas no totalmente sidas de lo sagrado, a saber, una
294
148
Bloch, p. 459.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
religión no obligada por un vínculo ontológico o teológico que
precedería al vínculo de los separados. Hablamos entonces de una
religión que no aliena a los separados. La religión será tanto más
religión en la medida en que prescinda de un vínculo anterior
al que será entablado; la religión, en este contexto, partiría del
ateísmo previo del ser separado. No hay mérito en un vínculo
logrado si él está ya presupuesto en una ontología fundamental. En
realidad, en Levinas no hay mérito moral alguno en la vinculación
o en la obsesión por el Otro, metido en la piel del Mismo sin la
anuencia de éste. La alteridad, pues, no brota de una fractura de
la unidad precedente y constitutiva, sea ontológica (Dios, eidos,
forma), sea política (estado, eticidad, espíritu). Pero entonces el
vínculo está animado por una fuerza anterior a la que la unidad
expresa. Luchando contra la unidad, la alteridad se airma con
toda su potencia, construye su armazón de vínculos, gesta su
religión de soledades. ¿Desde dónde se articula esa armazón? ¿De
qué pathos se nutre esta ambición nominalista?
Las almas que se buscan Levinas no impugnan la soledad
radical del existente: aun vinculadas, las almas no saltan por
encima de su soledad constitutiva. La vinculación ni salva
ni desconoce la soledad fundamental del sujeto295 y Levinas
pretenderá llevar este Faktum anterior a todo hecho hasta sus
últimas consecuencias. De una forma u otra, lo único que puede
salvarme de mi insalvable soledad es el Otro, interrumpiendo
el silencio de mi Yo, rompiendo con el monólogo de la razón
295
Cfr. Guillot, “Introducción”. En: TI, p. 28.
149
Mario Di Giacomo
o quebrando el soliloquio de una subjetividad excitada en el
lecho procustiano de la unidad. Pero esta salvación, suscitada
por el deseo, por el deseo de aquello que se hurta a la condición
de objeto cognoscible, no salva, al menos no de una soledad
radical. La alteridad no está allí para testimoniar la verdad de
una alicción ni es el cadalso en que se lavan los pecados de una
airmación ininita. La alteridad, el tremendamente separado del
Mismo, suscita el deseo, la desmesura llama al abordaje a un
pensamiento que piensa más de lo que piensa296. Sólo el ininito
puede mediar entre seres así separados. No es el acontecimiento
de la luz el que cobra el primado dentro de la tradición óptica
de la ontología occidental ni son los horizontes de constitución
que producen un noema los que prevalecen en este acercamiento
entre los misterios. La búsqueda del Otro es una búsqueda sin
necesidad297, pues el ser separado busca al Otro no acuciado ni
por la carencia ni por el recuerdo de un bien perdido298. Pero esta
libertad, añade Levinas, no tiene la última palabra, mi libertad
no es el último gesto de mi mundo299. Este deseo no va en pos
del reconocimiento, no conduce a instituciones tras las cuales se
encuentra una violencia olvidada, pues la reconciliación dialéctica
296
297
298
299
150
Cfr. TI, p. 85.
Un comentario de Gilbert a Levinas permite apreciar la diferencia sustantiva
entre necesidad y deseo: “En consecuencia, el deseo se distingue de la necesidad
en que, en el caso de la necesidad, el bien en el horizonte del dinamismo le colma
al darle satisfacción, mientras que el deseo tiende a una presencia que le invita
siempre a ir más lejos. (…) El deseo no tiende a asimilar aquello hacia lo que
tiende, salvo que se repliegue sobre la necesidad”. Paul Gilbert, Metafísica. La
paciencia del ser, Salamanca, Sígueme, 2008, p. 341.
Cfr. TI, p. 85.
Cfr. TI, p. 123.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
tiende a perder de vista el resentimiento en que se apoya. Deseo
sin vencedores y sin vencidos, deseo sin retorno de lo deseado,
reconocimiento sin amos y esclavos, erogación y derroche. O,
al menos, consolidación de un servicio en una pasividad que
no puede comprenderse ni como señorío ni como su contrario,
servidumbre.
El interés por el Otro guarda en sí el núcleo de un desinterés
y la escatología propuesta no será a la postre sino una gratuidad
integral. No existe retribución ninguna en el encuentro de las
soledades, y sin embargo hay retribución, pero no es la retribución
razonable, erigida a partir del cálculo, la mediación o la política300.
El retorno in patria no será la recompensa del sujeto expatriado;
contra Odiseo, Levinas opta por Abraham, cuya errancia ha
dejado atrás sus propias huellas. La religión como culto del lugar
se disuelve en una condición peregrina desprovista de domus. Del
desierto y de la errancia no permanecerían sino la erosión y la
lejanía. En Levinas, la relación con el ser siempre se encuentra
precedida por una relación no epistémica con los entes, que
luego se expresa ontológica o gnoseológicamente. De acuerdo
con Pintor Ramos, la conciencia teórica es neutralizada en una
experiencia de alteridad a la cual aquélla no sabría responder sino
en una anulación homogénea e impersonal. El primado teorético
no hace sino suspender la alteridad301, ingresando en la medida
homogénea de la inmanencia. Nada más espantoso para Levinas
300
301
Cfr. DOM, p. 47.
Cfr. Levinas, Ética e ininito, p. 54.
151
Mario Di Giacomo
que el triunfo de la impersonalidad, el arrebato de lo anónimo, la
implantación victoriosa de das Man (il y a), de un ‘hay’ que no es
sino opresión y asixia. De este ser y de una mismidad clausurada
sólo libera la exterioridad, la visita de un afuera totalmente
afuera302. En esta inversión de primados, en esta sensibilidad
previa al contacto epistémico y en “esta experiencia no-griega,
la ética es prote philosophia, pues al develamiento del ser en
general, como base del conocimiento, le antecede la relación con
el ente que expresa: el plano ético precede al de la ontología”303.
2.5.2. Me voici!
En Totalidad e ininito Levinas había sugerido que el ser
no se coloca bajo la luz epistémica de otro, que lo devela en esa
misma luz, sino que se presenta él mismo en una manifestación
única. La experiencia de alteridad es la experiencia absoluta
que no puede ser comprendida como develamiento, sino como
revelación y manifestación de un rostro más allá de la forma304.
El respeto divino por la marcha de su obra se expresa en su propia
retracción (tsimtsum), y con ello se desliza hacia la retraducción de
un vínculo que debe mantener indemne los términos vinculados:
Dios no absorbe al mundo que crea, antes bien, se retira de
él, a in de que sus propios productos vivan de una autonomía
suiciente. De manera análoga, la anunciación del Otro signiica
tanto su incanjeabilidad irreductible como la negación a entrar
302
303
304
152
Cfr. Gilbert, p. 179.
Antonio Pintor-Ramos, “Introducción”. En: DOM, pp. 27-28.
Cfr. TI, p. 89.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
en categorías que acabarían con la escatología que allí habla. El
ser, pues, se dice, el rostro habla. La manifestación kath’auto
del ser consiste en decirse a nosotros, en que nosotros, auditores
de su palabra, escuchamos su expresión. La manifestación por
excelencia consiste en expresarse, en decir, antes que ser atrapado
en una categoría, en un concepto, en un saber, en la paz de lo
Dicho. “En el corazón mismo de la totalidad, está presente como
ausencia obsesionante, una dimensión profética que, evadida
eternamente de todos los sistemas, es desorden y fuente de
subversión permanente en cada uno de ellos, con el sólo auxilio
de la palabra y la mirada”305, es decir, en el corazón mismo de
la imperturbable totalidad existe una herida siempre abierta, en
carne viva, refractaria a la docilidad sistémicamente administrada.
El extranjero está ante mí como extranjero, no como categoría, y
en el movimiento de su expresión llama y convoca: asistimos a
su revelación. Padecer de Ininito es la Gloria, la Trascendencia,
la altura. Hacia allí caemos cuando nos enilamos hacia el
mundo humano, cuando nuestra subjetividad se advierte tejida
con su carne, anterior a cualquier representación orientada a
los conceptos del entendimiento. La expresividad no deshace el
imperio del concepto, pero sí es anterior a él.
El modo relacional entre el Yo y el Otro es expresividad,
cuya clave, asegura Levinas, es la interpelación, el vocativo. El
invocador no diluye su condición individual en una quididad ni
desaparece tras las líneas de una deinición apropiada. Mientras
305
Daniel Guillot, “Emmanuel Levinas, evolución de su pensamiento”. En: Enrique
Dussel y Daniel Guillot, p. 121.
153
Mario Di Giacomo
el interpelado, continúa Levinas, es llamado a aportar su palabra,
“su palabra consiste en <<auxiliar>> a su palabra del otro, en
estar presente”306, disponible para el otro: ¡me voici, hineni!
Es como el eco del ¡Heme aquí, Señor! La ausencia activa de
Dios es así sublimada en la ausencia activa del Otro. Espejo
de su propia expresión, siempre está ausente de mi lenguaje,
sustantivamente propenso a caer en esencialismos. Levinas, así
lo dice explícitamente en De otro modo que ser, intenta pensar
la posibilidad de un desgarrón de la esencia307, esa realidad
donde toda excepción se recobra, donde todo margen consigue
su centro, desde los griegos hasta Husserl, e incluso Heidegger.
No en el Platón que postula un más allá de la esencia (epekeina
tes ousías308), el Bien refractario a la paz que anhela la razón,
más allá de la totalidad que ella construye. Para ella no existen
diásporas ni individuos en exilio. La esencia rompe con esos
éxodos trayéndolos todos a una unidad normalizada: que nada
quede sin ser explicado, que nada caiga fuera del concepto,
éste sería el imperativo categórico de la esencia. La metafísica
es, por eso, deseo de más allá, pero más allá dentro del vínculo
que une lo separado; la paradoja consiste en que el deseo debe
triunfar en su renuncia a lo que desea, pues en la medida en
que no se apropia de lo deseado, en la medida en que lo ininito
sigue siendo ininito, en esa misma medida el deseo por el Otro
triunfa. Triunfa en el respeto por el Otro, cuya alteridad no ha
sido sacriicada en el altar del Mismo, pero fracasa puesto que
306
307
308
154
TI, p. 92.
Cfr. DOM, p. 51.
Cfr. DOM, p. 47 y TI, p. 125.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
su tendencia no se cumple en una saciedad, no culmina en el
acto que lo apacigua. Escuchemos a Derrida: la trascendencia
metafísica es deseo309. Deseo no-hegeliano, sino respeto del Otro
en tanto que Otro gracias a un momento ético-metafísico que la
conciencia debe prohibirse transgredir. Levinas separa el deseo
del goce, lo que no parece hacer Hegel: el goce está simplemente
diferido en el trabajo, mientras el movimiento del deseo no
puede ser lo que es más que como paradoja, como renuncia a lo
deseado. La metafísica del deseo es metafísica de la separación
ininita. El deseo es apertura y libertad, y lo ininito que se desea
puede dirigirlo, pero jamás saciarlo. Este deseo no es apetencia
refrenada, como ocurre en la dialéctica analizada por Hegel, y
que culmina en la inversión de las iguras enfrentadas, merced al
trabajo y la muerte. Es, más bien, apertura a una trascendencia que
no puede caber en la interioridad de aquel con quien se relaciona.
Si cupiese, si la inmanencia fuera el hogar por excelencia de la
exterioridad, se cumpliría el inierno del deseo, se apagaría como
deseo, moriría la trascendencia. Más adelante, agrega Derrida:
este deseo metafísico no busca, como el hegeliano, consumir310.
Strasser, por su parte, compara el deseo del que habla Levinas
con las experiencias emocionales de Heidegger, Sartre y Marcel,
Nous sommes donc tentés de comparer le désir dont parle Levinas
avec les expériences émotionnelles que Heidegger, Sartre, Marcel
ont décrites311.
309
310
311
Derrida, Violencia y metafísica, p. 126.
Ibid.
Así aclara Strasser su punto de vista: Les phénoménologues existentialistes
ont attiré l'attention sur le caractère révélateur de certaines expériences
émotionnelles; songeons à l’angoisse chez Heidegger, à la nausée chez Sartre,
155
Mario Di Giacomo
¿Cómo asociar deseo y pasividad, cómo evitar que la
pasividad se pierda en el impulso arrollador del deseo? ¿Cómo
presentar ante nosotros una subjetividad más pasiva que toda
pasividad312, una pasividad que en su exposición al Otro no se
convierte en actividad, una ceniza de la cual absolutamente no
renace un acto, un deseo sin eros? La paradoja radica en que el
deseo concebido por Levinas presenta un rostro pasivo y se funda
en una anomalía: la de una idea descomedida que no puede ser
ni idea en mí ni producto de mí, pero que indica trascendencia,
desinterés en el mismo deseo o enuncia al deseo como desinterés.
La afectación existe en el sujeto de la afección, pero ésta ocurre
a pesar del sujeto, como a sus espaldas, no obstante, viviendo en
sus cercanías. Menos que a una función biyectiva, Levinas aspira
a una transitividad sin retorno, no cautiva ya de las hijas del sol
quienes nos han encerrado en la geometría del ser. Escuchemos
entonces a Levinas: Para que el desinterés sea posible en el deseo,
para que el deseo más allá del ser no sea una absorción, es preciso
que lo deseable o Dios permanezca separado en el deseo: cercano
pero diferente, lo cual es el verdadero sentido de la palabra
santo313. Pero entonces, ¿de los retazos del Dios destruido hemos
heredado una ética aún posible? ¿De los escombros de un Dios
nunca bastantemente ido y sin embargo completamente lejano
se precipita una trascendencia intramundana, que en el Otro se
cumple? ¿La búsqueda del Dios escondido, se intercambia por
312
313
156
à l’espoir chez Marcel. Chez aucun de ces auteurs «expérience» ne veut dire
objectivation et thématisation d'un étant. P. 122.
Cfr. DOM, p. 59.
Cfr. Dios, la muerte y el tiempo, p. 261.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
una búsqueda en el Otro, prójimo y cercano, último refugio de
Aquél? Una religión abonada por el ateísmo, ¿dónde se ha visto?
Un ateísmo con apertura religiosa, ¿dónde?
Sin ninguna duda, después de Auschwitz no es posible
la justiicación de Dios; podrá subsistir la fe entre sus propias
sombras, “pero si todavía hay una fe, es una fe sin teodicea”314,
responde Levinas a Guwy. En la estela del riesgo y en la del
olvido de Dios, empero, la sombra de Éste se desliza en cada uno
de los singulares, los cuales guardan desde un origen inmemorial
su singularidad. El Dios que crea sin necesidad alguna encuentra
su expresión inmanente en el ser separado, vinculado por medio
de una religiosidad “producida” entre él y el Otro. Habría que
preguntarse si la autocreación de Dios no encuentra también su
espejo disminuido en la autocreación del sí Mismo cuando acoge
en sí al Otro, en un vínculo similar al teológico por el cual Dios ni
crea por necesidad de su naturaleza ni se vincula obligatoriamente
con un producto al que, stricto sensu, nada debe. La airmación de
Dios adquiriría la forma de un cumplimiento ético. Cuanto más
lo neguemos, tanto más lo airmamos; cuanto más énfasis pongan
las líneas ilosóicas en una ausencia, tanto más airmarán una
presencia, mas no ousía, sino parousía, parousía que escapa a la
esencia y, casi llegaríamos a airmarlo, a su propia presencia.
Este libro, Totalidad e ininito, nos dice Levinas, “presentará
la subjetividad, recibiendo al Otro, como hospitalidad”315.
314
315
Guwy, p. 24.
TI, p. 52.
157
Mario Di Giacomo
En contra del pensamiento de Husserl, no postulará la
intencionalidad, recibida en aquél por vía de Brentano, como
siendo aún adecuación al objeto, como conciencia que se hace de
su objeto y participa activamente en su constitución. Adecuación
intelectual que “agotaría e interiorizaría toda distancia y toda
alteridad verdaderas”316, la exterioridad se reabsorbería, por
ende, en el alma de quien contempla. Conforme a Levinas, la
misma intencionalidad supone la idea de ininito, hoc est, la idea
de un desbordamiento en la que ya mora el pensamiento, “la
inadecuación por excelencia”317. La experiencia fundamental es,
pues, semejante desbordamiento del pensamiento objetivante por
una experiencia olvidada de la cual vive318. El pensamiento se
nos presenta, en consecuencia, con la capacidad de pensar algo
que al mismo tiempo no puede pensar. Relación mediada por
la trascendencia, si es que la trascendencia puede mediar cosa
alguna, introduciendo entre ambos una distancia ininita, que
resguardaría la relación a causa de la distancia mediadora. De
esta guisa, la relación se salva de ser una implantación en el Otro
y una confusión con él, pues la relación no perjudica la identidad
del Mismo, su ipseidad319. No obstante, relación y distancia no
habrán de dejar inmaculados ni al Mismo ni al Otro. No se pueden
resguardar tanto en su nominalidad los términos relacionados que
se llegue al punto de dejar en un sitio muerto las consecuencias de
la relación. Si bien no se trata de entiicar al Otro para apresarlo,
se puede designar una relación en la cual el contacto con ese
316
317
318
319
158
Derrida, Violencia y metafísica, p. 159.
TI, p. 53.
Cfr. TI, p. 54.
Cfr. TI, p. 65.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
intangible aparezca como no-contacto, como no-lesión o como
no-gozo, pese a no comprometer la integridad del roce con eso
que siempre escapa. Pero la idea de ininito impone, a su vez,
una asimetría, una inadecuación, vale decir, un recibimiento que
excede el aforo de la propia capacidad: soy la posada inadecuada del
Otro, el posadero de una exterioridad llamado “huésped ininito”.
Posada de una absolución. Despachando de sí la participación, el
yo “airma” su dependencia ante una exterioridad, exterioridad
que no es absorbida en un juego tacaño entre Yo y Otro.
El camino ilosóico no lleva en este punto a una reducción
del Otro a una donación de Sentido, a una Sinngebung, sino a una
noción de sentido muy anterior a la Sinngebung, que es, a la vez,
independiente de la iniciativa y del poder. La obediencia no es
ordenada jamás por nadie: el Otro, convertido en rostro y fuente
de sentido, abaliza el camino de una soberanía en ruinas y depone
el primado del ser por el del ente, de la “anterioridad ilosóica
del ente sobre el ser”320. El rostro del Otro parece estar ubicado
siempre más allá de mí y más acá de mí, lejos de mi soberanía
de amo del mundo y de sus eventos. La inmediatez no fractura el
misterio, lo hace más impresivo, lo convierte en una mayéutica
sin recuerdo. La enseñanza verdadera no puede provenir de allí
donde todo el saber está contenido en una mandorla mística que
habría simplemente que suscitar, esperando por el despertar de los
antiguos recuerdos. No hay, por consiguiente, adaequatio. Y sin
embargo, hay una recepción, una apertura, un acogimiento que
320
TI, p. 75.
159
Mario Di Giacomo
es enseñanza321. Subjetividad entendida a partir de su impotencia
para encerrarse en su interior. Aquí no se hallará a sí misma,
sino justamente a una trascendencia. Entonces la subjetividad se
entiende como apertura, pero apertura que no es ya la esencia
del ser que se abre para mostrarse. En la sensibilidad, “se pone
al descubierto, se expone un desnudo más desnudo que el de la
piel (…) desnudo de una piel ofrecida al contacto, a la caricia que
siempre, y aun en la voluptuosidad equívocamente, es sufrimiento
por el sufrimiento del otro”322.
2.6. Magisterio de la exterioridad
La sensibilidad es una ciudad abierta. No podemos describir
la positividad del rostro que nos sale al paso y que acogemos involuntariamente. Sospechamos estar en los límites de una teología
negativa que lleva hasta sus últimos excesos al lenguaje para
decir de Dios justamente lo que no podrá decir, nostalgia de una
teología negativa incapaz de resignarse a olvidar la positividad
321
322
160
Cfr. TI, p. 75.
Humanismo del otro hombre, pp. 122-123. Existen signiicaciones humanas
allende la esencia y el aparecer, allende el develamiento del ser. En De otro modo
que ser (p. 259), Levinas se pregunta si puede tener la apertura otro sentido que
el de la accesibilidad de los entes a través de puertas y ventanas abiertas, otra
signiicación que la del develamiento. En la p. 260 de la misma obra explicita
el talante de estas signiicaciones diversas: “… la apertura del espacio signiica
el margen en el que nada cubre nada, la no-protección, el reverso del repliegue,
lo sin-domicilio, el no-mundo, la no-habitación, el reparto sin seguridad”. La
intemperie, en una palabra; el dar sin recibir, en suma; la gratuidad total de la
entrega, en in. La total exposición del dar sin resarcimiento, sin ni siquiera la
espera de un posible resarcimiento. El amor incubado en la caridad no solamente
da sin recibir, es que no pensaría, ni siquiera remotamente, en el evento de la
reciprocidad ni en el retorno de lo dado.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de Dios, trazando su ininitud fuera de la razón posible, pues el
triunfo de la negación (o de la oscuridad de Dios) consiste en
aprehender las cualidades positivas del ininito a través de una
analéctica que no descubre de Dios sino su estar siempre más
allá del esfuerzo humano. La expresión afortunada de Maritain
es reveladora: lo que desearía una negatividad de esta clase es
desligarse del modo limitado de los conceptos, asunto imposible,
no por un conocimiento intelectual que trascendería el sí y el no,
sino por una pasión de las cosas divinas que gusta y toca mediante
el no la profundidad ininita del sí323. Profundidad ininita, al modo
del Deus absconditus, que representa la bancarrota del lenguaje
y del pensamiento que con Él se vincula. De la teología negativa
permanecerá apenas la conciencia de la propia ignorancia, no
conocimiento de quid sit Deus, ese maravilloso océano sin orillas,
capturable sólo por medio de un concepto sin orillas que nunca
poseeremos. Dios queda más allá de nuestras orillas, puesto
que pensar su nombre rebasa el poder de nuestros conceptos; su
realidad persistirá excesiva, incircunscrita e incontenida324. Lo
curioso de esta revelación es la persistencia del vínculo con algo
notablemente separado. El lenguaje corre el riesgo de perderse
para siempre en esas vías en las que el ser se conoce justamente
cuando es esquivo, precisamente cuando se le desconoce. Extraño
diálogo, pues, entre la palabra y el silencio. En la teología
negativa no ha triunfado el silencio, pero ya siempre ha triunfado.
323
324
Jacques Maritain, Los grados del saber, Buenos Aires, Círculo de Lectores,
1983, p. 385
Como escribe santo Tomás con respecto a Dios: sed relinquit rem signiicatam
ut incomprehensam, et excedentem nominis signiicationem). Suma teológica,
Madrid, BAC, 1959, ST, I, 13, 5.
161
Mario Di Giacomo
El lenguaje de esta impotencia por caracterizar lo más allá de
todo desarrollo humano construye obra. La impotencia construye
obras de pensamiento, engendra la belleza de un lenguaje que
se pierde a sí mismo y trastorna la seguridad de la ontología al
colocar como fundamento último a una airmación que justamente
rechaza nuestros esencialismos deseosos de conquistar el corazón
de las cosas. Mundo en estado de sitio ante el pensamiento, pero
también pensamiento fuera de su sitio cuando enfrenta algo que,
estando en el mundo, está como fuera del mundo. Lo cumbre del
caso es que en estas vinculaciones tan características (vinculación
sin vinculación, nexo sin nexo, ininito que llama, convoca,
etc.) se instala un régimen obediencial no llevado a efecto bajo
ninguna igura soberana. Parece que cualquier tipo de soberanía
es para Levinas la enseña de una arbitrariedad y una represión,
de la pérdida de libertad en la que ya siempre estamos porque
ya siempre estuvimos. El más allá de la memoria es este a priori
vinculante y la libertad ejercida en la vinculación. Más allá que
toda memoria es decir más allá del ser, más allá de cualquier
totalidad posible, quedando ese origen vinculante por fuera
del movimiento englobador que lo quisiera traer a la luz de la
conciencia, como si quedase ileso de un abordaje lingüístico que
lo transformará en desnuda esencia óntica u ontológica, pues el
lenguaje no puede jamás atraparse a sí mismo en la búsqueda de
su más íntimo origen.
De acuerdo con nuestro autor, la ilosofía ha tendido
a sustituir personas por ideas, interlocutores por temas, la
exterioridad de la interpelación por la interioridad de la relación
162
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
lógica, los entes por la remisión al Neutro de la idea, del ser, del
concepto325. Como si esa sublimación en los conceptos hicieran
indoloro el paso de los hijos del mundo por su mundo. Como si
la memoria del sufrimiento se apagara cuando el sufrimiento se
desliza noéticamente hacia aquello que en lo sucesivo habría de
compensarlo en la burocracia de los estados, las administraciones
y los rendimientos del bienestar. Ni siquiera una memoria
reparadora dejaría de pie el dolor de los hundidos, hundidos en el
Staat y en el Volk, porque se airmaron a sí mismos por fuera del
Volk y del Staat, o porque determinados Volk y Staat recusaron
mediante la represión aquello caliicado de “exterioridad”. A la
violencia del concepto corresponderían en el ámbito sociopolítico
la unidad forzada del estado, de la eticidad y de la comunidad. En
“Metafísica de lo humano” Levinas apunta: “el establecimiento
del primado de lo ético es una de las metas de esta obra”326.
Mientras la ética aparezca como metafísica del ser separado, es
decir, como una relación con lo trascendente que no se aboca a
totalidad alguna y arrebatando el primado tanto al esse como a la
conciencia, entonces la libertad es lo “puesto” al inicio del sistema,
sistema que en el pensamiento de Emmanuel Levinas se rehúsa a
ser sistema, a saber, recusa el encadenamiento ontológico del ser
separado. Teoría y praxis no juegan, por consiguiente, a su anciano
separatismo, antes bien, en su nuevo enlace se despliega una “ética
originaria”327 que “… desemboca consciente y temáticamente
en la religión (puesto que ab initio la ética sería ya de siempre
325
326
327
Cfr. TI, p. 110.
TI, p. 102.
Félix Duque, Residuos de lo sagrado. Tiempo y escatología: Heidegger/LevinasHölderlin/Celan, Madrid, Abada, 2010, p. 19.
163
Mario Di Giacomo
religión)”328. La interlocución entre desiguales implica tanto la
expulsión de las simetrías que supuestamente se entablan entre
los que se arriesgan al diálogo, como la expulsión del espíritu de
las palabras que corren entre los interlocutores de la retórica, de
la demagogia, de todo aquello que pueda ser imputado de engaño,
dominio y explotación. La interlocución, a la vez que desigualdad
y asimetría entre los interlocutores, signiica el aloramiento de
la justicia; el discurso es discurso con Otro que no es nuestro
“compañero de esclavitud”329, no es alguien sujeto a mis mismas
palabras, a mis mismas semánticas o a mis mismas convicciones.
La justicia consiste en reconocer en el Otro a mi maestro330,
vale decir, ver en él la ruptura de mi encierro. Una pedagogía
que desacomoda a una intimidad equilibrada, satisfecha de las
convicciones que los demás no tendrían sino que reiterar.
En esta ética el discurso de asoma como un rechazo
del lenguaje del engaño, de la seducción no profética, de la
retórica como provecho del dueño de la palabra. En esta ética
el discurso coincide con la justicia. No con el derecho, sino con
la justicia, anterior al mismo derecho. Magisterio de la escisión,
semejante discurso no puede signiicar sino thauma: asombro
que da al traste con los propios silencios semánticos pues se
produce en una experiencia reveladora fuera del concepto. La
pluralidad interlocutiva en la separación producirá como fruto
una comunidad sin violar aquélla: religión de desiguales en
328
329
330
164
Ibid., p. 23.
Platón, Fedro. Citado en TI, p. 95.
TI, p. 95.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
una comunidad cuyas unidades discretas no desaparecen en el
vínculo. La paz no está en lo ya Dicho, sino en el Decir, o en
el mismo discurso que es ya siempre entrega, auto-donación,
“ofrecimiento del mundo al otro: la trascendencia no es una
visión del Otro, sino una donación original”331. Allende las
empresas cognitivas, cercioradoras y autofundamentadoras de la
conciencia, discurso y lenguaje no ponen in primis en común una
representación del mundo ni codiican en unidades sólidamente
razonadas el sentido de hombre y mundo, ellos son en sí mismos
un ofrecimiento. El lenguaje sería la ofrenda que ex-pone, llama y
clama. La trascendencia no cabe en lo que los escorzos ayudarían
a esencializar. Para Levinas el lenguaje de la trascendencia es el
primer gesto ético332. El mundo común que instaura la palabra
debería ya siempre respetar la trascendencia entre hablantes, por
lo cual ninguna palabra asumiría para sí la arrogancia de ingerir
la alteridad. La relación con el Otro escapa de los márgenes de la
ontología y de la precedencia de la comprensión. El Otro en esta
ilosofía es invocado, “es lo que llamamos religión. La esencia
del discurso es la plegaria”333. Aquí mora una heteronomía, pues
la soberanía del sí mismo ha de ser descentrada para ganarse a sí
misma, sin que esa ganancia sea el resultado del cálculo ponderado
a partir del enfrentamiento con otra subjetividad. El Otro es un
señorío: del ininito que separa a los interlocutores amanece el
señorío del Otro, esto es, un plus más allá de la conciencia del
331
332
333
TI, p. 191.
Cfr. TI, p. 192.
Emmanuel Levinas, Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro, Trad. de José
Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2001, p. 19.
165
Mario Di Giacomo
Mismo en el llamado del Otro por la aparición del traumatismo
del asombro y de un “defecto de plenitud”334. En el ofrecimiento,
el defecto de plenitud implica la idea de no-sacriicio del Otro.
El deseo por el Otro no se cumple como voluptuosidad, menos
aún como una escena antropofágica más de Occidente. Deseo
sin eros, sin hambre y sin voluptuosidad. Mayéutica de la
exterioridad activada a tergo de los interlocutores. No se palparía
en ningún otro sitio con más vehemencia tal derrocamiento del
sujeto moderno y de su voluntad, ni tampoco la destitución de los
lugares impersonales del nacimiento de una enseñanza. Levinas
apunta a un doble género de superación: superación de la voluntad
como conquista y dominio y superación de un señorío que habla
desde no se sabe dónde o que habla desde la impersonalidad de
un dónde, desde una mayéutica sin rostro. Aquí, por el contrario,
se trata, en contra del neutro de la idea, y por tanto en contra de la
disolución del gozo y de la alegría concretos, del padecimiento y
de la pena concretos.
Despidámonos pues del anestesiamento de la memoria,
la cual ha de ser olvidada en una epoché que borra las fuentes
en las que se sacia. El vaciamiento del tiempo en la obra
conceptual entendida como eternidad constituye para Levinas
una representación “desarraigada”335; lo noemático sublima las
sombras de todo origen para no dejar nada clandestino en él
merced a la luz que hace desaparecer las diicultades de un mundo
opaco, con lo cual se ha permitido concebir a la conciencia como
334
335
166
TI, p. 197.
TI, p. 144.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
origen creador de sus productos. Levinas se maniiesta en contra
del ideal de una teoría supratemporal que domina al mismo
pensamiento de Husserl: la ilosofía parecería en esta concepción
tan independiente de la situación histórica del hombre que la
teoría consideraría todo sub specie aeternitatis. En esto consiste
el retroceso del tiempo, le recul du temps336. Borrada la opacidad
en el elemento de la noesis, se borra asimismo el origen mismo
que ha hecho posible el advenimiento de la conciencia a sí misma;
el polo-objeto de ella prácticamente tendría un origen subjetivo
pleno. La Sinngebung olvidaría la huella de la exterioridad que
se inserta en el “adentro” inmarcesible de la conciencia. De
acuerdo con Levinas, el verdadero y único señorío es el de la
exterioridad, de donde proviene la enseñanza, pero una enseñanza
que ya no sencillamente suscita un recuerdo, administra una
presigniicación, resucita una totalidad en ciernes ya contenida
en el individuo. El señorío íntimo, moderno o no, viene a ser
contestado por el señorío de la exterioridad. La ilosofía de la
nostalgia por el origen da lugar así a una ilosofía de la errancia y
del encuentro. Pero el verdadero encuentro solamente puede ser
un desencuentro.
2.7. Egoísmo y gozo
La sociedad es el lugar de los distintos, cuyas relaciones se
establecen desde aquella separación metafísica, por consiguiente,
la relación comienza desde una cierta plenitud, y una “existencia
336
Strasser, p. 102.
167
Mario Di Giacomo
sabática”337 del individuo. La totalidad ha dejado de invadir los
terrenos baldíos del ser, pues la ontología no es un ejército en
marcha sobre un territorio que reclama a un nuevo señor o a un
nuevo reino. La dependencia existe, pero es una dependencia que
ante todo se muestra en una emancipación originaria anterior a
la producción sistémica que hilvana sus propios cabos sueltos.
Colocar al ateísmo en el origen es consagrar la libertad de las
relaciones que se establecerán, más aún, es determinar el respeto
en la relación o la relación como respeto de eso que la razón no
abarca338. ¿Cuál es la razón de esto que va más allá de la razón o
que se coloca más atrás de la razón, como fundamento incluso de
ella? ¿Cómo evitar que en esta ilosofía de antes que el ser triunfe
el irracionalismo, por ubicarse detrás del logos apofántico? Al
337
338
168
TI, p. 126.
Levinas cuestiona la visión de una humanidad constituida “de hombres
intercambiables, de relaciones recíprocas. La sustitución mutua de los hombres,
falta de respeto original, hace posible la explotación misma. (…) La justicia
consiste en hacer de nuevo posible la expresión en la que, en la no-reciprocidad,
la persona se presenta como única. La justicia es derecho a la palabra. Tal vez
aquí se abre la perspectiva de una religión y se aleja de la vida política, a la
cual la ilosofía no conduce necesariamente”; TI, p. 302. Desde el ángulo de
Levinas, la persona no puede cobrar los caracteres de una mercancía cualquiera,
intercambiable como toda mercancía: la unicidad se resiste a la medida común
impuesta por la concepción mercantil de la vida y a la comprensión de lo
humano como mero recurso, susceptible de perder la singularidad de su rostro
en el intercambio que sufre como simple recurso. Si Dios no gusta que se tasen
sus obras ni puede ser tasado por su obra, en la obra de Levinas que venimos
analizando, la persona, en su rostro, tampoco puede llegar a ser objeto ni de
tasaciones ni de justiicaciones que permitan una medida común. La liturgia
establecida entre el Mismo y el Otro es liturgia precisamente porque no se da
un agotamiento semántico ni se produce la captura del Otro dentro de los límites
de un concepto, sino que el Otro, desbordando todo concepto y presente en una
distancia ininita, recibe la palabra y praxis de acuerdo con un orden expresivo.
El lenguaje muda su campamento de los territorios sedimentados para ir en pos
de ese territorio en el cual el lenguaje se supera a sí mismo o supera sin cesar “la
Sinngebung por la manifestación”; TI, p. 300.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
desfallecer la razón como resultado de la crítica implacable a una
razón identiicada con un poder despótico, ¿qué nos queda, el
registro monádico de libertades insuprimibles, incapaces de hilar
su contacto con las demás libertades?
En el gozo, el individuo se airma en su separación atea339: la
complacencia de una interioridad habitando en el gozo la encierra
en sí misma. Sin embargo, a la aparente absolutización de esa
interioridad debe oponérsele un momento que la haga salir de sí,
a in de evitar que la complacencia sea absorbida por un destino
semejante al de la mera animalidad340. El amor a la vida que el
gozo espejea y el gusto que se activa en los objetos embellecidos
son ya más que animalidad pura y simple. La vida ya gusta de la
vida antes de pensar el ser y de relexionar sobre sí, pues las cosas
no son apenas polos intencionales. “La vuelta a la vida como
fruición perenne”341 desmiente el papel fundamental que Husserl
ha atribuido al poder constituyente de la conciencia como si ésta
fuese el iat del mundo. La forma misma de la conciencia se nos
muestra en su pura y seca autorreferencialidad en la medida en que
ella sólo atiende a la aparición de lo que le aparece, dejando en
suspenso la realidad de toda trascendencia. En términos absolutos,
la conciencia nulla re indiget ad existendum. Sólo la conciencia
puede hacernos inteligible la signiicación del ser del mundo, que
consiste precisamente en su encuentro con la conciencia, su modo
de aparecer ante ella: aquí se analiza el fenómeno tal como la
339
340
341
Cfr. TI, p. 134.
Cfr. TI, p. 167.
Checchi, “Estudio conclusivo”, p. 211.
169
Mario Di Giacomo
conciencia lo constituye. No obstante, de acuerdo con Levinas, la
exuberancia de la vida abreva antes en la vida que en la conciencia,
recorre un camino de beatitudes sensibles antes de ser angostada
por los mecanismos de la representación. Antes de ser contraída a
conceptos o a esencias, es ocasión de gozo, mientras la conciencia
teórica llega más tarde a la vida que la vida gozada. Las cosas
de las que vivimos no son objetos de una intencionalidad ni
nacen absolutamente al interior de una conciencia constituyente,
nous en juissons342. La vida es vivida ya siempre antes como
vida exuberante, no como existencia trufada de necesidades ni
maldición bíblica en la nostalgia de lo perdido. Incluso en sus
necesidades el ser humano se complace, gusta de la vida, porque
ésta se transforma en el fulcro mismo de una realización gozosa,
en algo más que necesidad. “Vivir es gozar de la vida: desesperar
de la vida sólo tiene sentido porque la vida es, originalmente,
felicidad. La felicidad es realización: está en un alma satisfecha y
no en un alma que ha extirpado sus necesidades, alma castrada”343.
La vida postulada como separación y gozo parece no poder salir
de sí, más allá del egoísmo que circunscribe a todo ser separado.
Tampoco la necesidad puede ser la manantía originaria del vínculo
con el Otro. El amor a la vida se expresa, entonces, de una manera
aparente, como encierro en el propio gozo, gozo anterior al acto
intelectual de pensar el ser o de pensar el gozo. La vida sensible
“se ve absuelta de su ineluctable desembocar en un objeto, se
concreta como gozo y completa el círculo de una inmanencia que
342 Strasser, p. 105.
343 TI, p. 134.
170
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
ya no es solo saber (…) la sensibilidad se ha visto absuelta de su
instrumentalización”344. La vitalidad no se cierra en un noema,
ya que encuentra la cuña de una exterioridad de la que no puede
hacerse cargo. No al menos como conciencia autosuiciente.
Surge así “la vigilia del yo”345, el corazón vela.
¿Por qué el encierro de amor a la vida superaría al encierro
gnoseológico que aparta de sí a la vida? En la realización del
goce, ¿dónde se anuncia el espacio para el arraigo del Otro? Allí
donde la mismidad vive de su propio señorío, ¿por qué el Otro
debería trastornar el gozo? Si la presencia del Otro cuestiona este
egoísmo, ¿cómo lo cuestiona y entra en la dicha del Mismo a
in de disputar una existencia que es en su origen felicidad? La
idea es superar la excelencia de la soledad sin extirparla y retraer
el gozo que acentúa el egoísmo por medio de una socialidad
concebida más allá de la impersonalidad que informa la vida. Allí
donde no hay un rostro y no habla nadie no hay libertad. Aun en
el vínculo, siempre separados; aun juntos, separados. La sociedad
se concibe a partir de una separación constitutiva: el individuo no
garantiza su eternidad en la especie impersonal que lo continúa,
ni la vida abstracta le permite tener una lengua al individuo, sobre
quien ella triunfaría. Entramos de esta suerte en otra bocacalle
teórica. Ipseidad acotada en el gozo, acentuada en la vida como
gozo, realización en un amor a la vida que no puede escapar a
un coninamiento del individuo en sí mismo. Por otro lado,
344
345
Checchi, “Estudio conclusivo”, p. 219.
Ibid.
171
Mario Di Giacomo
negativa a pensar al individuo desde un pesimismo antropológico
que colocaría en los inicios de cualquier vínculo interhumano
el mismo conlicto. Levinas, bordeando el liberalismo, se aleja
sin embargo de él: los individuos conservan para sí su secreto,
no representan otra cosa ni son medios para ines ajenos a ellos
mismos. La realización de la felicidad como gozo está incursa en
una superación de la voluntad como conatus. La vida requiere
del estremecimiento del yo para ser caliicada de vida, y en
este patetismo a la vida se le va la vida, arriesgándose por la
felicidad sin caer en las redes de una ataraxia que ha renunciado
justamente… a la vida. El goce mismo en su clausura absolutista
tampoco satisface. El gozo de la vida se sumerge en la existencia,
existencia que se realiza como dicha en la oferta del ser antes
que en el pensamiento del ser. Si la vida es una existencia que
no precede a su esencia y si la esencia es su premio346, si cada
felicidad llega por primera vez347, entonces el conatus felicitario
que propone Levinas actúa como sobre la piel del ser ofrecido, se
engendra en los actos más elementales de la vida, en los que la
dicha parecería consistir en tener necesidades y en satisfacerlas.
También la concepción husserliana de la intencionalidad
culmina necesariamente en la tesis según la cual el mundo
no es sino el correlato de la conciencia intencional abridora y
constituyente. El polo objetivo, sin embargo, se irá deslizando al
interior de la misma conciencia, de manera que ésta se mostrará
como su lugar originario. Levinas desea demostrar que las
346
347
172
Cfr. TI, p. 131.
Cfr. TI, p. 132.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
cosas de las que vivimos no son simples polos intencionales, no
están constituidas por nosotros, ni son originariamente objetos
de conciencia (no comemos la idea de pan, comemos del pan
y disfrutamos de ese acto real, antes que ideal, de comer). La
intencionalidad del gozo se puede describir por oposición a la
intencionalidad de la representación, aquélla sería por así decir, de
carne y sangre348, constaría como actus primus de una necesidad
exigitiva; ésta, la representación, llegará a ser el momento de
un olvido, mediante el cual la conciencia querrá borrar de sí
todo aquello que no es ella misma. En este orden de ideas, las
348
Dekens comenta, al distinguir entre el pensamiento de Kant y el de Levinas, lo
siguiente: La première de ces réserves a trait à l'universalisation des maximes
de l'action comme condition de sa moralité. Lévinas ne s'y oppose pas en tant
qu'universalité, mais en tant que celle-ci est portée par un processus d'évaluation
de la maxime, qui lui donnerait une dimension théorique. Il n'y a en revanche pour
Lévinas qu'une universalité, c'est celle de toute l'humanité qui me regarde dans
le visage d' Autrui et dont je suis responsable, universalité de chair et de sang,
présente dans le lointain comme dans le prochain. L'universalité des maximes doit
donc être précédée par une universalité plus fondamentale, qui en est «l'originel
et généreux projet» (…) La seconde restriction est plus importante: il s'agit ici
de la distinction entre autonomie et hétéronomie et de l'airmation par Kant
de l'autonomie de la raison pratique se donnant l'impératif catégorique. Pour
Kant, c'est bien sûr la raison seule qui s'impose d'elle-même la loi morale, ou du
moins la formule, indépendamment de toute expérience. A cet égard, le concept
d'autonomie doit être considéré comme appartenant à la sphère d'immanence du
Moi que l'éthique remet précisément en question, et semble contraire à l'impératif
lévinassien, hétéronome par déinition. La question est essentielle: l'autonomie
kantienne est pour Lévinas le refus absolu de ce qui vient de l'extérieur se donner
comme obligation, et l'heteronomie la condition sine qua non de la moralité
d'une subjectivité qui ne peut être dite morale que traumatisée, dépossédée
déinitivement de son autoposition. L'impératif catégorique comme l'immoralité
même. Olivier Dekens, “Le Kant de Levinas. Notes pour un trascendantalisme
étique”. En: Revue Philosophique de Louvain, quatrième série, tome 100, nº 1-2,
2002, pp. 126-127. Mas si el imperativo categórico deriva en impotencia frente
al espíritu objetivo, sin embargo la razón práctica ha alcanzado en él un primado
por medio el cual algo tiene que llegar a ser el mundo, por ende, no posee la
consistencia de un objeto ni se lo aborda a partir de la luz de la conciencia que lo
reiica (o re-crea).
173
Mario Di Giacomo
palabras de Henry resultan esclarecedoras: “Por tanto, no es el
pensamiento -la intencionalidad, el ser-en-el-mundo-lo que nos
da acceso a la vida, sino que es la Vida la que nos brinda el acceso
al pensamiento, al no ser éste más que un modo de la vida, al ser
la Vida quien lo revela a sí mismo en ella al revelarse a sí”349.
La satisfacción no es de orden empírico ni pertenece a
su dominio, se expresa en este dominio, es cierto, pero viene
de un nivel pre-relexivo: cada necesidad satisfecha, cada
acto cumplido en el que la necesidad es atendida genera una
disposición felicitaria. El mero acto de vivir suscita la felicidad,
gozo aún egoísta del ser separado que ni aun cuestionado disuelve
la soledad, “La felicidad en la cual nos movemos ya por el simple
hecho de vivir, está, en efecto, siempre, más allá del ser en el que
se labran las cosas”350. Vida, necesidad y realización son colocados
en un mismo plano. La realización de la vida supone el in de un
conatus felicitario ubicado más acá que el ser pensado; es ser
vivido, cumplimiento de la aspiración, estremecimiento que deja
atrás la negación de la vida: ataraxia, allí justamente donde no se
siente la potencia de la vida. El suicidio, impotencia ante la vida,
no hace sino destacar negativamente el amor por la vida y el vivir
como gozo. El suicida huye de una vida que no goza, en cuyo
gesto se lee inter signos la exuberancia de una vida no poseída, de
modo que “desesperar de la vida sólo tiene sentido porque la vida
349
350
174
Henry, p. 329. Alega Checchi que la centralidad del problema de la sensación,
que no se dejará disolver en la relación intencional, nos permiten contemplar a
un Levinas que apunta “a una dirección cercana a la ilosofía de Michel Henry”.
Checchi, “Estudio conclusivo”, p. 201, nota 21.
TI, p. 132.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
es, originalmente, felicidad”351. Si huye de ella ab irato, lo hace
desde una posibilidad de plenitud sentida, pero menoscabada en
las vicisitudes de la vida realmente vivida. La beatitud encalla
como una palabra incapaz de desplegar lo prometido. El suicidio
ama la vida en la vida que objeta, “El taedium vitae se baña en el
amor a la vida que rechaza”352. Felicidad que antes que otra cosa
saborea el ser y coloca sus necesidades en su vientre, acogiendo
la respuesta que él puede proporcionar a una demanda. El pan
se come antes de pensarlo, antes de pensarlo como pan, y como
pan saboreado para una conciencia, reformulando la inmediatez
del goce en el actus secundus llamado conciencia. Antes que otra
cosa, es la respuesta a una demanda, el anhelo de una satisfacción
siempre renovada. La gracia o el sinsabor del pan comido son el
cumplimiento de una vida incrustada en el ser mucho antes de
pensarlo. Y si el sinsabor es sinsabor, y si la dicha no se colma
el arrojarse sobre el ser es porque la vida, aun en la necesidad
que la expresa, tiene que ser gozo. Felicidad positiva, extendida
en la fecundidad del logro, más que felicidad negativa, abstenida
ante las seducciones del ser por temor al sufrimiento, y más que
encierro egoísta de quien vive de la muerte que habita en su temor
a la vida. Más valor tiene un alma que se arriesga a vivir del ser
que una negada a hacerlo, viviendo en los márgenes del asedio que
la vida le procura. La vida no es solamente una Sorge reducida a
la comprensión del ser: se goza hasta del aire que se respira, del
éxtasis ante la belleza que nos sale al paso.
351
352
TI, p. 164.
TI, p. 164.
175
Mario Di Giacomo
Relación de la vida con la vida misma, el amor a la vida
no representa ni releja ielmente la vida. Todavía más, uno se
pregunta si la relexión misma sobre la vida no está ya antes
que toda cosa atravesada por el gozo, si en su fuente sensible
no gozamos y anticipamos con gozo el gozo posible. Pero la
autorreferencialidad del gozo tiene su límite interior, siempre:
este egoísmo ya inevitablemente se ha encerrado con Otro del
que goza, se ha llevado a Otro hasta sus silencios, hasta los
silencios de su dicha. El retorno al yo “no instaura la subjetividad
absoluta, independiente del no-yo. El no-yo alimenta el gozo y el
yo tiene necesidad del mundo que lo exalta. La libertad del gozo
se muestra así limitada”353. Existe un álea en el encuentro con el
Otro que trae la dicha. La plenitud del gozo no gira sobre un fondo
de garantías felicitarias debido a que las circunstancias pueden no
estar dadas para un encuentro afortunado: el pan no encuentra a su
hambriento; el hambriento no encuentra su pan, el gozo se pierde
en los desencuentros propios de una existencia contingente. El
encuentro no equivale a dicha. Pero es a ella a quien se busca, en
principio, pues la biografía que inicia su viaje lo hace amando la
vida. La caricia, que se alimenta de su hambre, es decir, de más
caricias, no es sino un aplazamiento que se deleita con el presente
en que vive, la pasividad de lo sentido tiene ya el aire de una iesta
íntima en la cual la vida se celebra a sí misma, y sólo más tarde
entra a una conciencia. La inmediatez misma se presenta como
felicidad, “La gnosis de lo sensible es ya gozo”354 y los actos
primarios de la vida se calan de tal derroche y de tal airmación,
353
354
176
TI, p. 162.
TI, p. 163.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
pero también del repudio del trabajo maldito que condena la vida
porque conduce al ostracismo al amor por ella. Aquí se pierde el
paraíso de los orígenes y el ser colmado ya no es un ciudadano
de sus fronteras. La vida tiene que producir su propia expansión,
desbordando los límites del temor, yendo más allá de sus miedos.
Tal vez en la expansión de su propio desierto permita el ingreso
del paisaje del Otro, la fecundidad de otro desierto, permiso que
no es permiso, sino una captura de sí en la mortiicación suscitada
por el Otro. Éste se convierte, por así decir, en la cruz del Mismo,
en sus lágrimas involuntarias, en derelicción y en abandono de
sus monótonos paisajes. El logos tou starou viene de muy cerca
y de muy lejos al mismo tiempo. La urdimbre entre Mismo y
Otro tiene en la luz helada de su origen dos obstáculos colosales:
separación y heteronomía, o lo que es lo mismo, pasividad
antes que voluntad, gozo que se sacia en egoísmo, sí mismo
volcado sobre sí mismo. Si brota una comunidad en la pugna
entre ininito y totalidad, ella será una comunidad nominalista
o una comunidad de separados. No olvidemos que a juicio de
Levinas el ininito se resiste a la violencia de la totalidad, y ésta
aspira incluso a determinar la libertad del ininito; para el autor
se trataría, más bien, de una totalidad no-ontológica respetuosa
del ininito. Como en la creatio ex nihilio, en la cual Dios no se
absorbe en su propia obra ni, viceversa, ésta se halla dentro de Él.
La majestad de Dios es precisamente crear replegándose, con ello
su obra cubre el espacio de su repliegue, es decir, lleva a término
la tarea de un creador replegado y formador de nuevos creadores;
la arquitectura del sistema permite que sus partes completen lo
177
Mario Di Giacomo
que paradójicamente ha dejado de acometer el mismo creador. En
palabras de la cábala luriánica, explica Habermas, la Kontraktion
Gottes o tsimtsum equivale originariamente a un todo que se
contrae para dejar espacio a sus criaturas: la contracción inicial es
presentada como un autodestierro de Dios para poner en marcha
el proceso de la creación355. El punto de vista de la redención,
punto de vista del que no se exime la ilosofía, según Adorno,
debe asumir para sí tres condiciones cuya armonía es de difícil
solución: la experiencia de Dios, la experiencia del sujeto como
sujeto humano, la fábrica de la redención dentro de una obra que
exige tanto a Dios como al hombre, por lo tanto Dios se repliega
sobre sí mismo y el hombre colonizaría el espacio del repliegue,
re-creándose en él. Cuanto más trascendente el Absoluto, tanto
mayor será la iniciativa humana. La modernidad sería ese
prometeo que deja todo en sus propias manos356, pero también el
llanto reprimido de una naturaleza incapaz ya de expresarse.
Las causae secundae reciben esa caridad desde lo Alto,
no importando si ese numen luego se transforma en pena o en
gloria de las autonomías que Dios hace brotar de sí mismo, ellas
no hacen sino relejar en el rostro su carácter de análogos de
Dios, no atrapados en el seno de Dios, pero sí en las ideas de
éste acerca de ellas. En este sentido, según Levinas, la distancia
propuesta por la teología tradicional es todavía demasiado corta,
nunca bastantemente distancia, nunca suicientemente lejana
como para permitir la separación pensada entre el Mismo y lo
355
356
178
Cfr. J. Habermas, Israel o Atenas, p. 164.
Cfr. Juan A. Estrada, Por una ética sin teología, Madrid, Trotta, 2004, p. 173.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Otro. Ubi charitas, ibi veritas, ibi Deus, ciertamente, empero,
necesitamos de un amor que permita la absoluta independencia
del ser separado, ya que la dependencia teológica, a pesar del
estiramiento que llega casi a la ruptura del lazo atado en la ininitud,
sigue siendo dependencia, y la obra de la creación es todavía obra
de un Dios retirado. No deja de tener razón Derrida: la de Levinas
sería la empresa del “pensamiento puro de la diferencia pura.
Empirismo es su nombre ilosóico, su pretensión o su modestia
metafísicas”357, quiere ser el pensamiento puro de la diferencia
pura, pues el mismo origen es ya la diferencia como origen. Para
él, cada individuo es un suceso extraordinario, escapando de las
cláusulas de cualquier totalidad establecida, incluso de las de la
historia, y consolida su unicidad en una praxis existencial. Unidad
que sólo aspira a una mayor unicidad. Ateísmo cada vez más
ateo en su misma errancia, en sus mismos vínculos, en su misma
moralidad (es como si se dijera: cuánto más ateo el ser del que
hablamos, tanto mayor es la moralidad que alora, tanto mayor es
el valor del vínculo propiciado). Además, Levinas hace explícita
su intención de salirse por fuera del marco de la ontología clásica
y del marco de las distinciones opositivas: ruptura de la totalidad,
el Yo consiste en la discreción de la totalidad, en expatriarse del
territorio que deine lo individual por oposición a lo general,
pues negarse a los pares conceptuales que expresan distinción y
oposición es concebir al ser en la dimensión de la interioridad, “en
lo en sí”358. El ser separado es único como un ángel, inscribiendo
357
J. Derrida, Violencia y metafísica, p. 206.
358
TI, p. 137.
179
Mario Di Giacomo
precisamente allí la “soledad por excelencia”359.
Ahora bien, como hemos visto, en el mismo egoísmo
corre ya interiormente el límite del sí Mismo: el sí Mismo se
halla interiormente cortado en su plenitud, pues lo que no es él
mismo ha venido hasta él para fertilizar su felicidad egoísta. La
satisfacción no puede consistir en la castración de una expansión
realizadora. La necesidad se satisface, más que se reprime. La
represión la deja viva, aspirando a destituir a sus carceleros. Aun
en la precariedad más extrema, las almas pueden saborear de
lejos una plenitud sensible. Y la nostalgia de plenitud es también
gozo, gozo como anticipación de él, gozo como su memoria. Si la
anorexia no delimita el modus de este movimiento de la vida que
tiende a alcanzar su realización, tampoco la simple complacencia
animal permite abrir la brecha para la visita del ininito (del
Otro como ser inito y separado). Egoísmo, gozo y sensibilidad,
recursividad de la interioridad del ser separado, son según el
análisis llevado a efecto condiciones indispensables para que la
soledad no se encuentre en su máximo estado, pues ha admitido
al no-yo dentro de sí, tachando así el monólogo de la soledad. Sin
embargo, “El Deseo metafísico que sólo puede producirse en un
ser separado, es decir, que goza, egoísta y satisfecho, no proviene
pues del gozo”360. El autotelismo egoísta tiene dentro de sus ilas
una heteronomía que paradójicamente lleva a acto el amor por la
vida: las puertas de la interioridad nunca están tan cerradas como
359
360
180
TI, p. 137.
TI, p. 166.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
para no permitir que entren otras autoctonías. Pero el autotelismo
inscrito en la airmación por la vida requiere del extrañamiento para
su autos y para el logro de la airmación en que se expande como
vida. La felicidad del ser separado se encuentra con la siguiente
cláusula restrictiva del egoísmo, que prima facie aparecía como
constitutivo: en esta felicidad (ni en ninguna otra, suponemos) este
ser no es causa sui361, en otras palabras, es creado o se recrea en la
ciudad ni totalmente abierta ni totalmente cerrada que él mismo
ya es. El conatus felicitario, no el de la salvaje autoairmación,
tiene que convertirse en discurso moral, transformando la
semántica del derroche y de la exuberancia de ser por uno en
el que la exterioridad no vuelva recursiva y egoístamente sobre
el yo que vive de ella. La desnuda vida autoairmada transitará,
pues, a cultura, a una cierta duración, a la estabilidad de los hilos
invisibles que atan a los hombres. En este encierro ambiguo del
ser separado debe ser sostenido el ateísmo y la religación misma,
es decir, “… hace falta (…) que en la interioridad misma que
profundiza el gozo, se produzca una heteronomía que incite a
otro destino distinto del de la complacencia animal en sí. Si la
dimensión de la interioridad no puede desmentir su interioridad
por la aparición de un elemento heterogéneo en el curso de este
descenso en sí por la pendiente del placer (descenso que, en
realidad, sólo profundiza esta dimensión), hace falta sin embargo
que en este descenso se produzca una diicultad que, sin invertir
el movimiento de la interiorización, sin romper la trama de la
sustancia interior, provea la ocasión para una recuperación de
361
TI, p. 166.
181
Mario Di Giacomo
la relación con la exterioridad. La interioridad debe, al mismo
tiempo, estar abierta y cerrada. De este modo se describe la
posibilidad de despegar de la condición animal”362. Una inquietud
puede perturbar felicidad y gozo, diferenciando lo animal de lo
humano. Un mensaje llega en la ocasión propicia perturbando
el mundo clauso de la felicidad anclada en el gozo, abriéndose
aquél, por consiguiente, al mundo de los vínculos morales con
la exterioridad. Si según Heidegger la angustia trae al Dasein de
vuelta a sí mismo y a la existencia auténtica, la unidad se realiza
entonces en el mismo existir, descendiendo de la universalidad
de la teoría hasta la existencia efectiva363, así también la ocasión
levinasiana permite el retorno del yo a sí mismo, a través del
rodeo de una exterioridad. El ser separado concreto cumple con
su concreción en la medianía del Otro, de un Otro que lo separa
de la vieja inmediatez. O que la cuestiona.
No obstante, antes de que una exterioridad de otro género
pase a ser la inquietud de una sustancia interior satisfecha, Levinas
se ve obligado a precisar ésta como el sitio de un advenimiento.
El pasillo interior en que el yo corre hacia el gozo tiene que ser
también el espacio de otros estremecimientos. Si el hombre es
un ser capaz de suicidio, lo es por amor a la vida; se fuga de la
vida, negativamente, hacia la vida. Su telón de fondo es el amor
radical por la vida y padecido en los límites que la contradicen
como si ningún mañana pudiese modiicar el rigor del presente.
362
363
182
TI, p. 167.
Cfr. Emmanuel Levinas, “Martin Heidegger and Ontology”. En: Diacritics, 26.1
(1996), pp. 30-31.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
El mañana, así sea como mañana negado por un presente en
que el dolor ya no presiente horizontes distintos, rompe la
instantaneidad del presente entendido como gozo. La sensibilidad
en la que el mundo se anuncia como lo otro de ella incorpora
un suplemento que permite otra revelación: la inseguridad entra
en el corazón del instante, abriendo el mañana en la interioridad
feliz. De manera que la interioridad no es completamente feliz, ni
siquiera es interioridad. El porvenir aparece como la condición
de posibilidad de superar el cerco de la mera complacencia. El
hombre puede aguardar, colocarse al borde de sí mismo, ser
el templo de una revelación distinta a la que auspicia el gozo,
preocuparse por eso mismo que lo desborda. Se abre así en la
interioridad “una dimensión a través de la cual podrá aguardar y
recibir la revelación de la trascendencia”364. La interioridad debe
estar abierta y cerrada a la vez: la interioridad se deine de manera
ex_tática, extaticidad receptiva o intencionalidad pasiva que
guarda en sí la apertura a lo que no es ella misma, de modo que su
clausura es la morada de un acontecimiento mayor que lo que la
misma morada puede albergar. La morada sólo es interioridad por
su capacidad de recibir estremecimientos, por su dotación para
recibir las noticias de un afuera, ora en el gozo, ora en la inquietud
del gozo, el mañana.
2.7.1. interioridad receptiva
Lo recibido, claro está, se recibe dentro, se acoge, vive en la
364
TI, p. 168.
183
Mario Di Giacomo
intimidad de alguien, pero esta relación dentro-fuera huye de la
dialéctica escisiva que resguarda una determinación conciliadora.
El magisterio de la escisión levinasiana aleja de sí tanto el
platonismo de la mayéutica alérgica a la exterioridad, como el
calvario de una dialéctica que ya siempre goza de su Pascua, pues
ésta la invade de antemano. La interioridad “… está hecha de la
extraterritorialidad en el seno de los elementos del gozo del cual se
nutre la vida”365. Y ella, es decir, la extraterritorialidad, “Se produce
en la dulzura o el calor de la intimidad”366. Es un “acontecimiento
en la ecumenicidad del ser: un delicioso <<desfallecimiento>> en
el orden ontológico”367. Algo ha quebrado la totalidad ordenada
del ser pensado y de quien lo piensa. En el cáliz propuesto mora
la ininitud. Así, pues, la separación, revelado en ella el Ininito,
rompe parcialmente consigo misma en el vínculo que establece,
vínculo indeterminado, inseguridad del mañana y morada por eso
mismo de un acontecer desbordante. Esta clase de intencionalidad
escaparía a las condiciones de la representación. Cuanto más la
extraterritorialidad entra en la interioridad del ser separado, tanto
más éste puede concentrarse en sí mismo. Cuanto más alteridad,
tanto más sí mismo.
El idealismo vive de un olvido: el olvido de la morada desde
la cual elabora su objeto, olvida la morada del a priori, el “desde
dónde” de su constitución. Levinas escribe: “… la conciencia
365
366
367
184
TI, p. 168.
TI, pp. 168-169.
TI, p. 169.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de un mundo es ya conciencia a través de este mundo”368.
Si ya hay en el ser separado posibilidad de recepción y de
acogimiento del Otro, entonces la hospitalidad idealista vendría a
representar un momento secundario de la hospitalidad. Antes del
ofrecimiento idealista, entendido como reducción de la alteridad
a las condiciones del Mismo, se ha producido el evento de la
morada que objeta las condiciones de posibilidad de la mirada
epistémica. “El recogimiento se reiere a un recibimiento”369 y
a una heteronomización que saca del recogimiento y lo acentúa.
En la soledad se está a solas ya siempre con alguien o se ha
recibido ya siempre a alguien. En ella, mis palabras ya hablan con
alguien. Pero lo verdaderamente crucial es que en la antedicha
soledad mi universo de palabras sea reempalabrado, y yo sea
desempalabrado de un montón semánticas. En la diástasis que
el acogimiento propicia entre el sí Mismo y el Otro, ¿aparece el
tiempo como trauma y ruptura, tiempo no como economía del
egoísmo del gozo, sino como trascendencia y expresión? “En el
fondo de la sequedad, en el desierto que crece, nos hace temblar
el pensamiento de Levinas. Un pensamiento que no quiere ser ya,
en su fundamento, pensamiento del ser y de la fenomenalidad,
haciéndonos barruntar una desmotivación y una desposesión
inauditas”370, pues el Otro va a venir a revelarse como el señor
del Mismo y abdicación de su yo soberano. Mas el afuera no
viene a revelarse simplemente como la erosión del sí Mismo: el
afuera señala hitos en el desierto, cumple con la modiicación
368
369
370
TI, p. 170.
TI, p. 172.
Derrida, Violencia y metafísica, p. 112.
185
Mario Di Giacomo
de su geografía, puebla un paraje parcialmente despoblado, en
in, siembra la humanidad en lo humano. En el Otro, el Mismo
encuentra su “tiempo económico”371 despachado, porque la
vocación desde el Otro “es el despertar de la conciencia”372. La
asimetría de la interlocución entablada con el Otro da inicio al
tiempo y a sus heridas, a la producción de subjetividad y al futuro
que allí se larva. Filosofía del futuro y de la espera, la de Levinas
no se rinde a la complacencia del presente, sino que atiende
perpetuamente a lo que habrá de venir. La conquista laboriosa
de la unidad queda en suspenso, sin por eso desaprovechar una
unidad aún posible, la posibilidad de ganarse perdiéndose, de ser
la puerta de entrada del tiempo o de plasmar una expiación más
allá de la culpa y de toda simetría entre culpa y expiación.
La intimidad es ya siempre intimidad con alguien, soledad
acompañada y repliegue dentro de un acogimiento. Esta
hospitalidad es identiicada por Levinas con la Mujer. Ella es
condición indispensable del recogimiento y de la casa como
interioridad; ella es simultáneamente presencia y ausencia, en
371
372
186
Checchi comenta lo siguiente a propósito del “tiempo económico”: “Una
conciencia no <<isurada>> por la irrupción del otro permanece en el tiempo
que Levinas denomina <<económico>>: la cerrazón de un instante ceñido por la
solicitud de sí y la soledad de la existencia material, circuito dentro del cual cabe
un mero <<después>> formal e idéntico y no un verdadero futuro. La conciencia
<<despierta>> se abre para relacionarse con el ininito (ese invisible que porta el
rostro del otro), como tiempo, como eticidad. No estar despierto, en este sentido,
equivale a no reconocer los propios límites, a permitir que la conciencia crezca
como una vegetación salvaje que lo va invadiendo todo”. Notas conclusivas, p.
220, n. 78.
Ibid., p. 220.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
ella se lleva a cabo el recibimiento hospitalario por excelencia373.
Mujer y morada se sinonimizan. La Mujer, independientemente
de la ausencia empírica del ser humano de sexo femenino374,
lleva a cumplimiento el asilo de una errancia en la refacción
de un viajero cansado que encuentra allí una tierra hospitalaria.
El cuerpo, índice, enseña y emblema de la separación llega a
comprender una traición posible. La soberanía del gozo en que
se vive puede trocarse en inversión de su soberanía, pues el Otro
ya siempre presente en el gozo vivido permite comprender que
no se es dueño de sí y que la contingencia afecta profundamente
el ser del gozo y el ser de quien goza. El testimonio de la vida,
aun en el gozo, se sabe atravesado de fatalidades, de duraciones
inermes o de aspiraciones efímeras. La soberanía del cuerpo
advierte la encrucijada de fuerzas que lo habitan, de ninguna de
las cuales puede hacerse por completo. La morada es morada
debido a la temible inversión que la fragilidad acarrea consigo. La
enfermedad, castigo del gozo, es siempre el horizonte posible de
la misma dicha, horizonte que debe ser perpetuamente aplazado
mediante horizontes reparadores. Estamos embarazados de
cuerpo y de otros cuerpos, explica Levinas. No obstante, la vida da
testimonio de una insuiciencia en “la inversión siempre posible
de cuerpo-amo en cuerpo-esclavo, de salud en enfermedad”375.
Y sin embargo, el estar en lo otro y en la contingencia capaz de
abreviar el gozo no signiica para este pensamiento eclipsarse en la
necesidad ni en la dependencia. El pensamiento encarnado en una
373
374
375
Cfr. TI, p. 173.
Cfr. TI, p. 175.
TI, p. 182.
187
Mario Di Giacomo
separación sigue insistiendo en su independencia como “gozosa
dependencia de la necesidad”376. Este adverbio que es el cuerpo y
esta encarnación que es el pensamiento, aun advirtiendo el riesgo
de su propia insuiciencia, se complacen aun en la necesidad de
que lo distinto de sí esté en él. Pero a toda esta dinámica interiorexterior subyace un miedo profundo que tiene que ser aplazado:
el miedo estimula el aplazamiento de una derrota, mientras la
morada acoge en principio la fragilidad de la vida. Gozo y miedo
desnudan la felicidad y su incompletitud. La errancia se recobra
en una patria precaria y la intemperie encuentra el resguardo de un
techo. El perpetuo aplazamiento de una inminencia es la morada.
Morada entendida como enfrentamiento de la adversidad, como
suspensión provisoria de aquello que ya siempre ha de venir a
través del trabajo. La inseguridad de la que protege la morada
es una inseguridad que el trabajo mismo combate. La conciencia
vive, pues, de una esencial ambigüedad y “la ambigüedad del
cuerpo es la conciencia”377. Para explicarnos mejor, se trata de que
la fragilidad de la vida se vive a través de una corporeidad que por
así decir se encuentra en entredicho, pues gozo y sufrimiento se
viven en ella de un modo originario. Pero el sufrimiento, índice
de una traición al gozo, empuja a la modiicación del mundo al
que el cuerpo se encuentra expuesto. Niño echadizo, el cuerpo en
su propia fragilidad funda una trascendencia construida alrededor
de una apropiación constructiva del tema de la inminencia: hay
que tomar el mundo, entrando en el universo del trabajo mediante
el cual se rehace a aquél, “… el hombre se opone al mundo en el
376
377
188
TI, p. 182.
TI, p. 182.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
mundo, lucha con su cuerpo por el cuerpo, vive la eternidad en el
desarrollo histórico378”. Por el cuerpo y merced a él la conciencia
soberana cae de su elevado pedestal –solitario-, encontrándose a
sí misma ya vinculada e interactuando con otras dependencias,
distanciada de la “economía de la representación”379 en la que
el pensamiento se había hecho irme. Existe una relación entre
rostro y enigma de la cual no es capaz de dar cuenta el abordaje
intencional. La alteridad precede así, con todo derecho, a la
egología apta para engullir cualquier realidad a ser enfrentada. Con
otras palabras, hay dos formas de encontrarse con la exterioridad,
mediante el recurso teorético de la intencionalidad, reductora de
lo Otro al Mismo, o por medio del vínculo con el enigma ininito
que el rostro alberga, irrecuperable en la forma de una presencia
representativa.
2.8. tiempo
La conciencia remonta el camino de esta fragilidad, resitúa
al cuerpo y se orienta así a la ediicación de un mundo y de
un porvenir que permita el aplazamiento. No se trata de una
destemporalización del ser humano, a contrario, se trata de una
cesura en el tiempo dentro del tiempo, una cesura que irrumpe
así sea momentáneamente en el excursus representado por el
trabajo la inseguridad de la vida. El presente tiene que convertirse
en otra cosa que sí mismo y el trabajo sería el instrumento del
378
379
Levinas, Descubriendo la existencia con Husserl y con Heidegger, p. 264.
Manuel Vásquez, “Presentación del enigma”. En: Levinas, Descubriendo…, p.
18.
189
Mario Di Giacomo
tiempo para detener la inminencia de la amenaza. Levinas lo
dice explícitamente: “Tener conciencia es precisamente tener
tiempo”380. Entre el tiempo que aún queda ante la inminencia
de la amenaza, y el presente, que no es sino conciencia de su
peligro (o miedo, “sentimiento por excelencia”381), se instala
la posibilidad de que la amenaza sea parcialmente conjurada
justamente utilizando el tiempo para ese in. ¿Ser para la muerte
o ser para el aplazamiento de la muerte? El tiempo aparecería así,
entonces, como el obstáculo que la vida le coloca al obstáculo
deinitivo, la muerte, por medio del trabajo, retrasando la propia
caída. La voluntad no se tiende sobre una marco supratemporal
en el que residirían una salvación eterna y una redención sin
palabras. Desde la óptica de Levinas, la voluntad se topa con el
obstáculo y le hace frente, característica propia de un ser que aun
recogido en sí mismo no hace sino relacionarse con lo distinto
de él. Gozo y sufrimiento son expresión vital de ese vínculo
que una intimidad ija con una alteridad. Pero el sufrimiento y
la inminencia son la contraseña de una entrada en un mundo
marcado por el aplazamiento, y éste viene a simbolizar tanto al
tiempo como al despliegue distinto de la vida. Trabajo y técnica
retrasan, pues, la propia caída382. Detención del tiempo dentro del
tiempo. La historicidad fundamental de la lucha y transformación
del obstáculo cae bajo la sombra de la inmanencia. El hombre no
se retrae en este aplazamiento, más bien se expone en el trabajo
y en la técnica, lo cual supone una inserción en el tiempo para
380
381
382
190
TI, p. 183.
TI, p. 183.
Cfr. TI, p. 184.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
evitar el peligro de un continuum sin isuras. El hombre vela a
partir de tal revelación. Se guarda en ella y por ella. Fragilidad,
aplazamiento (y tiempo) son el venero de la técnica con la cual el
ser separado intenta llenar el conatus felicitario. La salida del gozo
inmediato no conduce a una ataraxia, sino a una prolongación que
se ha temporalizado al advertir que esa inmediatez es siempre
susceptible de una traición. El sufrimiento no es un objeto pensado,
sino, ante todo, un sujeto sentido. El cuerpo lleva en sí su propio
gozo, pero también los estigmas posibles de su propio martirio.
La hora de la cruz debe, por lo tanto, ser diferida, sometida a
la modiicación humana de manera que el cadalso pueda ser
antecedido todavía por el gozo de lo real. Por el gozo de la vida.
La cruciixión de la initud reposa entonces sobre una inversión
fundamental, la de la ininitización de la cruz y la contención de
la inminencia. Estamos ya siempre en un ámbito de penultimidad.
Lo penúltimo retrasa el advenimiento de lo último, pues el paisaje
humano se elabera desde una fragilidad fundamental.
El inmenso tratado de hospitalidad383 que Totalidad e
ininito representa supone al mismo tiempo la excavación en
la capa más profunda de la vida que habría de anteceder a su
autoconciencia. La vida no se subordina a la representación,
pues en esta obra Levinas es un adversario decidido de la tesis
intelectualista que milita en aquel movimiento, sino que, más
bien, la vida condiciona la representación384, aunque luego, en el
esbozo de los olvidos necesarios, el idealismo aparece tramando
383
Cfr. Derrida, Adieu…, p. 49.
384
Cfr. TI, p. 187.
191
Mario Di Giacomo
el señorío de una eternidad eidética. La representación descansa
sobre el gozo y sobre los elementos que podrían resultar adversos
a ese mismo gozo: en esta sutil dialéctica de gozo y fragilidad, el
ser separado se mantiene separado y vinculado a la una, esto es,
separado en la vinculación y vinculado en la separación (¿algo
así como le plaisir d’un contact au coeur d’un chiasme?385). Pero
la representación es también una exterioridad, una salida de la
inmediatez de aquello que se ha establecido como mi atmósfera.
Hay, pues, un retraimiento en mí en la medida en que se produce
una distancia entre lo sencillamente vivido y poseído y lo
posteriormente pensado. Ocurre, entonces, “un recogimiento que
me arranca a la inmersión”386, una desposesión de la posesión que
el gozo anuncia, un acontecimiento que es un aplazamiento, una
separación que coloca unas cuantas leguas entre los elementos
inmediatos del gozo y los posteriores (el “después”) de la
representación. En la morada constituida los límites se marcan
con nitidez: el gozo va por sus fueros y la representación por los
suyos. Fueros inmediatos los unos, fueros arrogantes los otros. La
teoría corre el riesgo de no recordar el suelo en que ya siempre
se encuentra implantada, y con un segundo movimiento pretende
suplantar la no reconocida vida de la que surge, haciéndose pasar
por su momento constituyente. Pero esta separación que funda
el “después” es una posterioridad, o es el testimonio mismo del
tiempo y la erosión intelectual de un territorio que la idea se
encarga de llevar a efecto.
385
386
192
Cita del texto Noms propres, de Levinas, por Stéphane Mosès, “Levinas lecteur
de Derrida”. En: Cités, 2006/1, n° 25, p. 85.
TI, p. 188.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Lo teorético, asegura Levinas, es esencialmente un recuerdo
que querría borrar las huellas de su origen y ponerse antes que
él, “ola de marea que vuelve acariciando la playa más acá del
punto del cual ha partido, espasmo del tiempo que condiciona
la recordación”387. Así me retraigo de mi atmósfera natural,
de los elementos de los que gozo y del suplicio feliz de la
inmediatez. La memoria se tomará de este tipo de pasado, del
pasado que entra en la representación y que parece provenir de
más atrás que cualquier memoria, porque no hay ningún pasado
que pueda contender con la anchísima eternidad de ese tipo de
pasado. Memoria del “profundo tiempo ido, tiempo nunca lo
bastante ido”388. Sin embargo, hay que impugnar la plenitud
abstracta de este par de posesiones. Entre la posesión gozosa
atravesada de inmediatez (y de fragilidad) y la posesión teórica
inmersa en la eternidad eidética que suele olvidar la vida tiene
que producirse un nuevo estremecimiento, una tessera hospitalis
que sería la insignia de alguien totalmente Otro y totalmente
desconocido que sin embargo se ha alojado ya en el silencio de
nuestra intimidad: una interrupción del continuum temporal y una
ruptura en la eternidad. Tiempo capaz de admitir dentro de sí la
ruptura y su enseñanza en pro de una reconciliación desprovista
del esquema dialéctico en que los oponentes aun no sabiéndolo
ya se encuentran reconciliados. Necesitamos, por consiguiente,
de un acontecimiento que nos expulse del paraíso del gozo y de
la contemplación edénica de lo eterno, es decir, de una herida
387
388
TI, p. 187.
TI, p. 188.
193
Mario Di Giacomo
(O felix culpa389) y de un magisterio por el cual el tiempo cobre
cuerpo, adquiera su partida de nacimiento, de un tiempo que se
hurte a la monotonía del tiempo, ora como inmediatez, ora como
eternidad. Un estremecimiento de fuera por una alteridad que
es el movimiento de la temporalización: le temps est l’autre390.
Constitución de un nuevo universo pensé non plus autour d’un
moi souverain, mais à partir d’Autrui, et de tous les autres…391.
2.8.1. tiempo y mesianismo
En una visita inesperada comenzaría el tiempo mesiánico
sin voluntad mesiánica; lejano de los señoríos de la voluntad
y de su potencia, el tiempo mesiánico señala una reparación a
partir de la alteridad. Visita que permanece como una traza, una
huella que pasó y dio inicio al tiempo, aun si la cobardía del ser
afectado por la huella no osa seguir sus huellas. A la solicitud de
la visitación, a esa solicitud que solicita sin jamás solicitar, se le
puede negar la palabra, poner en sordina: responso sin palabras
porque nos negamos a ellas. Pero mi incapacidad de no-responder
y mi incapacidad para hacerme sordo a una llamada deinen tanto
el trastorno del egoísmo del yo como el anuncio de “la dimensión
ética de la visitación”392. Posibilidad siempre abierta, la negación
a una solicitud está en nuestras manos, del mismo modo que
el inierno. Aquí el inierno es cerrarse a una interpelación que
389
390
391
392
194
TI, p. 291.
Derrida, Adieu…, p. 96.
Dekens, p. 115.
Levinas, Humanismo…, p. 60.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
nos visita. No es posibilidad remota la de que el ser separado
se cierre en su egoísmo, “… es decir, en la realización de su
aislamiento. Y esta posibilidad de olvidar la trascendencia del
Otro, de desterrar impunemente de su casa toda hospitalidad (es
decir, todo lenguaje), de desterrar de ella la relación trascendente
que permite solamente al Yo cerrarse en sí, testimonia la verdad
absoluta, el radicalismo de su separación”393. La radicalización del
egoísmo no será el testimonio más alto del Yo: la clausura sorda
al mundo muestra así el rostro de una primera muerte, la muerte
del vínculo que fecunda, mas no la del que erosiona, la muerte del
vínculo que permite escapar de la desdicha de una falsa plenitud,
mas no del que autoriza a permanecer en ésta. Empero, recibir al
Otro resulta en producción de subjetividad en renacimiento de sí
mismo, con todo lo involuntaria que sea esa producción subjetiva.
Escribe Derrida, La trace de cette visitation disjoint et dérange,
comme cela peut arriver lors d’une visite inattendue, inespérée,
redoutée, attendue au-delà de l’attente, sans doute, peut être
comme une visite messianique, mais d’abord parce que son passé,
la « passée » de l’hôte excède toute représentation anamnésique;
elle n’appartiendra jamais à la mémoire d’un présent passé394.
El paso del huésped excede toda representación anamnésica;
él no pertenece a la memoria de un presente-pasado, ni es resultado
de un esfuerzo re-productivo. Si aparece en su huella, es porque,
como Dios, “mantiene todo el ininito de su ausencia”395, todo el
393
394
395
TI, p. 190.
Derrida, Adieu…, pp. 114-115.
Levinas, Humanismo…, p. 82.
195
Mario Di Giacomo
ininito del ser separado. Dios se parece a estos Otros de los que
Levinas habla y de los que describe su traza, su visitación como
rastro y como huella. Un Dios discreto que produce diferencias
discretas. Pero la huella del que nunca aparece del todo en su
propio aparecer obra en la subjetividad, y ésta no la captura sino,
justamente, como huella. Pero antes debo abandonar mi propio
egoísmo gozoso, aunque en él se encuentre ya inscrito el Otro,
y debo renunciar a la posesión eterna del objeto liberándome
de mi propio chez-moi. Es decir, me abandono a mi dar, de
manera que mi relación con el no-yo supere el emblema de mi
simple presencia y de lo que ella circunda desde la inmersión
en el gozo y en el eidos de la posesión. Reproduzco el texto de
tales abandonos: “… para que me pueda liberar de la posesión
misma que instaura el recogimiento de la Casa, para que pueda
ver las cosas en ellas mismas, es decir, representármelas, negar
el gozo y la posesión, es necesario que sepa dar lo que poseo”396.
Pero esta clase de representación será de un linaje distinto al de
la representación que vuelve a sí por medio de la memoria y de
su diferimiento, de su diferimiento y de su olvido, como hemos
visto. El Otro absolutamente Otro es una epifanía que impugna la
tranquilidad de mi posesión y la imperturbable mañana eidética.
El Mismo no se apodera del Otro, no lo suprime, no lo niega,
no lo asesina. Este ininito que abaliza la distancia entre ambos
no satura ningún recorrido: el viaje es un viaje por el ininito de
la ausencia, sin que el itinerario posea un destino prefabricado.
Tiempo que no recupera todos los extravíos por medio de la
396
196
TI, p. 188.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
retención, la memoria, la historia, tiempo que no puede recogerse
en un presente imperturbable desde el cual se elabora la sinopsis
traslúcida del ser y de la esencia. En esta temporalización que deja
“un margen”397 por fuera del absoluto se incorpora la necesidad
de un lapso de tiempo sin retorno, una diacronía refractaria a toda
sincronización. Intentar un psiquismo irreductible al saber es la
traducción del respeto por la inconmensurabilidad de la visita del
Otro al Mismo, puesto que lo que adviene como rostro epifánico
es refractario a la tematización y al tiempo sincrónico. ¿Cómo
afecta a al Sí Mismo algo más viejo que toda memoria, eso que
no es ni despliegue de un origen ni síntesis de una conciencia?
Algo me afecta, explica Levinas en De otro modo que ser,
permitiéndome salir de mis sombras. El rostro no es representación,
sino presentación, una presentación que manda, que obliga a una
respuesta, pues “es muy difícil callarse en presencia de alguien”398.
Él no está allí como el objeto de una contemplación regulada o
como polo de un intercambio simple de informaciones. Puede mi
sombra cubrirme hasta el punto de alejar de mí la llamada, puedo
seguir la estela del cetáceo en que Jonás se ha escabullido para no
escuchar el mandato de Dios de predicar a los propios enemigos.
Pero la huida es el signo de que la voz, aun en el desacuerdo,
397
398
DOM, p. 63.
Levinas, Ética e ininito, p. 74. Levinas aclara y expande su interpretación del
rostro en la entrevista que sostiene con Lenger: “No se debe equiparar el rostro
con la mera cara. La cara no es el único rostro. Una mano de Rodin, eso es rostro
(…) Y hay aquel pasaje en su novela (habla Levinas de Wassilij Grossman) donde
los presos hacían ila ante una ventanilla. Sólo veían sus espaldas, pero en sus
espaldas había de todo: alegría, miedo, esperanza, desesperación. Las espaldas
son rostro”. Levinas, La huella del otro, p. 111.
197
Mario Di Giacomo
ha sido escuchada y el mandato ha sido emitido: “mandamiento
augusto, pero sin dominación”399, dirá Levinas reiriéndose a la
illeidad400, al prójimo de De otro modo que ser. Huida, testimonio
y memoria de la vulnerabilidad. Pero la imposibilidad de escapar
de Dios, como la aventura de Jonás (la fuga del destino está
contenida dentro del mismo destino del que se huye), se repliega
dentro de uno como la imposibilidad de escapar de la demanda
del Otro, como si a pesar de la separación el Otro durmiese en
el fondo del propio ser. Entonces, ¿de qué género es la relación
con esa exterioridad que sin embargo cae en la intimidad del sí
Mismo?
Levinas llama a esta exterioridad pensada como trascendencia
enseñanza primera. La puerta no se abre para que luego esta
trascendencia hable su saber, enseñe a quien acoge: la apertura
es la enseñanza misma e imposibilidad de rehusarse a albergar
este misterio, esta altura. El rostro del maestro es altura: “Esta
voz que viene de la otra orilla enseña la trascendencia misma.
La enseñanza signiica todo lo ininito de la exterioridad. Y todo
lo ininito de la exterioridad no se muestra primero, para enseñar
a continuación: la enseñanza es su misma producción”401. ¡Et
signatum est super nos lumen vultus tuus Domine! Ahora bien, si
la exterioridad comercia con el sí Mismo, si el Otro está allí como
testimonio que es enseñanza a la vez y no es el colofón de una
399
400
401
198
DOM, p. 227.
Illeidad, en palabras de Levinas, consiste en el “desprendimiento del Ininito con
respecto al pensamiento que busca tematizarlo y con respecto al lenguaje que
intenta mantenerlo dentro de lo Dicho”. DOM, p. 224.
TI, p. 189.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
conciencia que produce activamente su objeto, ¿qué se recibe de
esta enseñanza?, ¿qué es esta enseñanza, acaso autorruptura del sí
Mismo, a partir de este momento expatriado de sus seguridades
habituales, peregrino en su casa o expulsado de ella (no existiría
así ethos de la estancia, sino el de la peregrinación)402?; ¿no
Sinngebung, sino Ética?403; ¿una ética como destierro?; ¿una ética
como obediencia sin reservas al Otro?
2.9. Entrega sin reservas
Cavell ha escrito, dice Putnam, Emmanuel Levinas is a
‘moral perfectionist’404. Pero la oferta ética de Levinas le ha
parecido escandalosa a Putnam, ya que ser ético hasta el punto
del martirio es llevar una existencia unilateral, is to live a onesided life405. Continúa diciendo Putnam, aristotélico incorregible:
la concepción levinasiana de la utopía escandaliza por inhumana,
pues ser responsable por el Otro signiica hacerme responsable
de mi propia persecución, ser responsable hasta el punto de la
responsabilidad de mi propia persecución, I am responsible to the
point of responsibility for my own persecution (in other contexts:
to the point of ofering myself as a substitute for the other –
think of a concentration camp. To the point of martyrdom)406.
La asimetría de la relación ética no debería ser llevada tan lejos
402
403
404
405
406
Alois Halder, “Heidegger y Levinas, uno en la pregunta del otro”. En: La lámpara
de Diógenes, revista de ilosofía, Nº 12 y 13, 2006, p. 61.
Cfr. TI, p. 189.
Hilary Putnam, “Levinas and Judaism”. En: Simon Critchley and Robert
Bernasconi (Eds.), p. 36.
Ibid., p. 56.
Ibid.
199
Mario Di Giacomo
como lo hace Levinas, opina Putnam, pues, en efecto, daría la
impresión de que aquél quiere presentar como ordinarios los actos
éticos puntualmente extraordinarios, ésos propios de únicamente
situaciones excepcionales. Pero existe una fuerte resonancia
bíblica que explicaría la obligación fundamental con el Otro: la
entrega sin reservas de Abraham a Dios. Abraham dijo hineni
no como una proposición descriptiva, sino autopresentativa, ese
acto de habla que dice y hace algo al mismo tiempo, modiicando
el estado de cosas preexistente: hineni performs the speech-act
of presenting myself, the speech-act of making myself available
to another407. La relación con el otro toma lugar como speech
act408 y performative doing409, el cual no puede ser reducido a
descripción simplemente constatativa. El “heme aquí” de la
obediencia absoluta (hineni, me voici) y de la entrega sin reservas
sin el cálculo de un retorno no es suicientemente inteligible si
no se está pendiente de su fuente bíblica. Estoy obligado a decir
hineni al otro, justo como el hineni de Abraham a Dios, enunciado
sin reservas. Levinas piensa que cada ser humano encontraría
su dignidad obedeciendo el mandamiento ético fundamental, el
mandamiento de decir hineni al Otro. Decir hineni es lo que llama
“responsabilidad ininita”.
Levinas sería poco cercano, pues, a una comprensión
meramente semanticista del lenguaje, por el contrario, se abre a la
dimensión pragmática que todo lenguaje ya siempre involucra, y
407
408
409
200
Ibid., p. 38.
Critchley, The Ethics…, p. 272.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
que comporta, a su vez, el aspecto de la intersubjetividad humana
y la postura ética a la que se asocia. Digamos que el hontanar
de sentido ético se encuentra en el mero acto de hablar, de
dirigir la palabra al Otro, sin restringir ese “dirigir” a una simple
transmisión de informaciones. Existiría, pues, un sentido ético
originario en nuestro lenguaje410 que nos sitúa en una relación con
el Otro, esto es, en una “dimensión dativa irreducible, que nunca
podrá comprenderse con los medios exclusivamente semánticos
de un análisis de lo meramente dicho”411. La dimensión dativa
se asocia de inmediato con un interlocutor, con la orientación
hacia un “alguien” que ha provocado la propia palabra, o la ha
solicitado, sin que en esa invocación el Otro sea admitido como
el tema de un conjunto de predicados objetuales.
Puesto en relación con lo Mismo, el Otro es empero una
absoluta alteridad refractaria al logos, y acaso fecundador de éste:
pensar perturbado por una presencia que no deriva en presencia
objetivante, capaz de caer en el ámbito reductor de lo Mismo,
excedencia resistida por estar más allá del límite (más allá de
la esencia). El anonimato del ser en su férrea igualdad se topa
con la indicación de una trascendencia, “trascendencia ininita y
diferencia inabarcable”412 escurridas por fuera de las sombras de
la mismidad, que habrán de constituir una escatología hurtada a
Dios, mas resuelta en el tiempo y en la historia. El rechazo de
la inmanencia igualadora no escapa del foco de la subjetividad,
410
411
412
Cfr. Pedro Rojas, “La ética del lenguaje: Habermas y Levinas”. En: Revista de
Filosofía, 3ª época, vol. XIII (2000), Nº 23, p. 38.
Ibid., p. 39.
Halder, p. 58.
201
Mario Di Giacomo
pues allí reside tanto la morada de lo Mismo como su errancia,
merced a la gloria que el Otro viene a procurar. Gloria incluso
en la cruciixión y en la responsabilidad ineludible por aquél.
No obstante, el foco de la subjetividad sale de sí mismo, pues
ser un in en sí mismo es todavía demasiado sí mismo. Hay un
fenómeno que escapa de toda fenomenalización establecida
y de toda irradiación luminosa que hace de lo que aparece un
escorzo objetualista, transformando al ser en ente disponible. Más
aún, “El rostro (Antlitz) del otro no es ningún fenómeno, acaso
del alter ego, del yo-tú, del prójimo (Mitmenschen); no es un
fenómeno en el orden de los fenómenos, tampoco el más alto. Es
un fenómeno del No-fenómeno, que arranca toda fenomenalidad
junto con sus diferenciaciones histórico-temporales, y es mejor
llamarlo así que palabra originaria…”413. Fenómeno anárquico,
desprovisto de arché y del logos universal que sería su estuche,
pero también su abrogación, la abrogación de su fenomenalidad
diferencial. Por eso lo que aparece a la subjetividad se encuentra
ya siempre más allá de todo origen, de todo despliegue en la
inmanencia de un pasado nunca suicientemente remoto. Para
que la diferencia no desfallezca en la intimidad del cogito, ésta
debe hallarse desde siempre desbordada por esa diferencia pura,
diferencia pura que, no obstante, habla: el habla es una primera
performatividad, es decir, la alocución por el Otro al Mismo es
un hacer. A la interpelación entre intimidades, para mantener la
atmósfera diferencial en la que Levinas desea sostener a nativitate
al ser, le repugna su inclusión en el logos y la encastración de
413
202
Ibid., p. 60.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
su membrecía en un montón de signiicaciones ya aprobadas. La
radicalidad de la separación entre lo Mismo y lo Otro “perfora la
diferencia ontológica”414, hace saltar por los aires a una metafísica
en la cual la unidad es terminus a quo y terminus ad quem de
un sistema poco capaz de tolerar las diferencias. Metafísica que
desea ser más que metafísica, ontología que desea la retracción del
ser unitario por detrás de las trincheras despóticas de una unidad
que no hace honor a la maravilla de sus márgenes. Habría, pues,
una signiicatividad por detrás de las puertas de la signiicación
ontológica, un “detrás” que permitiría la apertura de las puertas
de la signiicación en un vínculo que, permitiendo los conceptos,
estaría por detrás de éstos.
Levinas quiere pensar desde el lugar olvidado por la ontología
clásica, es decir, desde el lugar eximido de la dominación del
logos. El Otro se consolida como un extranjero que convierte al
sí Mismo en peregrino de su propia patria, de su propia morada.
Es un diálogo entre peregrinos cuya comunidad coincide en una
errancia, en un desarraigo. El fenómeno como no-fenómeno no
hace sino desnudar la intemperie de una solicitación ininita,
fenómeno que procura el puente entre subjetividades, mas no la
disolución de la una en la otra. El fenómeno de lo que aparece
no entraría dentro del reino absoluto que pone en relación el ser
y el pensar, o que suele identiicar ser y pensar: la trascendencia
del Otro es una patria muy lejana, y su proximidad, más lejana
que toda lejanía concebible. A esa lejanía sin embargo se le ha
414
Ibid.
203
Mario Di Giacomo
de responder, pues a esa turbadora presencia del Otro (huella)
no se la alcanza con el sello de un dominio: ella es la impresión
dentro de una distancia imposible de ser recorrida: le visage est
une luisance de l’Inini, une trace, bien que cette trace ne soit
pas simplement le « résidu d’une présence » antérieure mais bien
plutôt la modulation même de l’inini autrement inaccessible415.
Por eso, en el principio, la teoría dice “Praxis”, la teoría se
entiende a sí misma como praxis, como respuesta dada al Ininito
que interpela, como ofertorio, como proximidad de un montón
de separaciones. Lo Otro no querría tener nada en común con lo
Mismo ni se opondría como otra libertad a la libertad del Mismo,
ya que esta semejanza en la libertad “franquearía inmediatamente
lo ininito que me separa de ella para entrar bajo un mismo
concepto”416, de modo que el alter ego ya no sería el ego de
un alter. Por ello nada puede ser puesto en común en esta muy
característica comunidad de distintos. Tan distintos que la teoría
que los piensa podría incluso ni siquiera ser teoría en la medida
en que ésta tiende a uniicar las distinciones, producir unidad allí
donde no la hay. La impotencia de la teoría parece querer decir:
praxis como arché, praxis como anarquía, como origen e inicio
que ninguna teoría podría incautar en la violencia de sus líneas,
que ningún pensamiento podría subsumir en la unidad que se
autoprocura todo pensamiento, Por supuesto, aunque se airme en
415
Jean-Marc Narbonne, De l' « au-delà de l’être>> à l’ « autrement qu’ètre »: Le
Tournant Lévinassien. En: Cités, 2006/1, n° 25, p. 71.
416
TI, p. 189.
204
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
primer término la “Praxis”417, aunque la aparición del fenómeno se
piense por fuera de lo fenoménico, el pensamiento mismo que pone
a la praxis en un origen perpetuamente retraído es ya, lo quiera o
no Levinas, pensamiento que habla de la retracción del origen. La
destrucción de la ontología tradicional parece asomarse ya siempre
como su restitución. Como una revolución restauradora, pues si
se universaliza, contra la estancia, el desarraigo, y contra Odiseo,
a Abraham418, si se hace de cada hombre un nuevo Abraham
(un expatriado), ¿es posible creer genuinamente, más allá de la
intentio auctoris, más allá de Levinas en última instancia, que
hemos logrado evadirnos de la malla teórica que une lo diverso,
de la matriz que gesta esa unidad, aun pensando en contra de la
unidad? ¿La unicidad irreductible a lenguaje teorético no es ya a
su manera también unidad? ¿Y esta óntica no involucra asimismo
el lenguaje de una presencia entitativa que aunque inalcanzable
debe tener un rostro, a in de no perderse en el anonimato del es
gibt, del Das Man?
Por más que hagamos “saltar el círculo cerrado de la
totalidad”419 y de la autocomplacencia, por más que la alteridad se
constituya como “señorío que no conquista, sino que enseña”420,
¿no es este mismo discurso la elaboración de un lugar trascendental
que explica, de una forma u otra, la unidad experiencial entre el
417
418
Halder, p. 64.
Ulises y su ritorno in patria es vencido por Abraham, que nunca retornará a Ur.
Duque, “Introducción”, p. 20.
419
420
TI, p. 189.
TI, p. 189.
205
Mario Di Giacomo
Mismo y el Otro. El vacare Deo cambia su vocación initizándose,
es decir, haciéndose disponible para el Otro, antes que para Dios
(vacare Altero). Como si Dios se continuase en una initud que
no acepta ya ni siquiera el régimen analógico del conocimiento
divino. Pero el rostro que invade tampoco guarda en sus entrañas
el registro de una idolatría de la cual, en última instancia, habría
que liberarse. El Otro es la visita misma del ininito, y ninguna
ininitud puede ser capturada. La paradoja de la trascendencia del
ininito que nos visita en el rostro del Otro está en que nos constituye
nuestro para-sí sin que nuestro para-sí se constituya en él como
si fuera el movimiento envolvente de una inquietud narcisista.
Para que el sí Mismo se libere de sí Mismo la exterioridad tiene
que fracturar el espejo en el cual ya desde siempre aquél se mira:
la excentricidad de este movimiento es que fractura la Mismidad
para que la Mismidad, dejando de serlo, nazca al mundo moral, es
decir, al mundo en común. El lenguaje del Otro, pues, llama a la
puerta, tocando a través de una distancia, “relación con lo que no
se toca, a través de un vacío”421, pide asilo en una casa, casa que
es tanto más casa en la medida en que se encuentre interiormente
dispuesta a la errancia y a no permanecer clausa en el silencio de
unas presuntas raíces.
No hay forma de que en esta economía se derive hacia una
simple contemplación del rostro, es decir, en una idolatrización de
lo contemplado, justamente porque puede ser contemplado. El ser
separado no se relaciona, por lo tanto, con el ser separado a través
421
206
TI, p. 190.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de una contemplación que permitiese acoger objetualmente a lo
que se contempla. El acogimiento tiene que irse por fuera de este
registro aún cosiicante del Otro. El respeto por la trascendencia
del Otro signiica que la casa se abre de un modo distinto al del
registro contemplativo, y que ella sacude sus propios cimientos
en la hospitalidad que está dispuesta a prestar. La opción
levinasiana por una moralidad ubicada en el seno mismo de la
errancia señala un límite a toda imperturbabilidad cognoscitiva o
ataráxica. El mundo moral es un mundo en movimiento, negado a
cerrarse a una hospitalidad que se incuba en la solicitud del Otro
en el lenguaje que llega hasta los aposentos de la casa. Una casa
abierta es conmoción, la preparación de un viaje, el trastorno de
un lenguaje satisfecho de sus semánticas. El propio Levinas nos
conforta diciendo que esta casa “es todo lo contrario de una raíz.
Indica un desapego, un errar que la ha hecho posible, lo que no
es un menos con relación al instalarse, sino una excedencia de la
relación con el Otro o metafísica”422.
2.10. La errancia como morada
Recibir una excedencia es signiicar la enormidad de lo que
se recibe, como si la casa fuese siempre más pequeña que sus
propios huéspedes. Levinas nos persuade, contra toda reiicación
del mundo humano y contra todo anquilosamiento espiritual, que
la hospitalidad es una errancia, el ofrecimiento de un mundo que
está más acá de las palabras consagradas. Es la inhospitalidad la
422
TI, p. 190.
207
Mario Di Giacomo
que paganiza el suelo donde se está, santiicando la mismidad
del lugar. Un yo que dice ‘no’ a la visita, despojándose de la
palabra como respuesta a la palabra del Otro es una posibilidad
siempre inscrita en esta trama del ser separado: Giges es su
posibilidad, “la posibilidad de la injusticia y del egoísmo radical,
la posibilidad de aceptar las reglas del juego y hacer trampas”423.
La economía de la casa propuesta por Levinas reposa en una
errancia que no se espanta de sus sacudidas interiores, en virtud
de que la exterioridad absoluta se aborda con las manos llenas y
con puertas y ventanas abiertas. El recibimiento mismo es tiempo
y errancia. Extraña economía, en verdad, puesto que en ella se
renuncia para siempre a la quietud melancólica que nos permite
ingresar a paisajes invulnerables.
Lo establecido se halla en entredicho: la economía levinasiana
no ahorra al alma sus pasiones desequilibradoras ni tampoco
las numerosas estaciones del calvario interior: pareciera una
pascua sin cuaresma o una pascua que es únicamente cuaresma.
El establishment del espíritu encuentra su propia bancarrota al
asumirse como estacionado de una vez y para siempre en las
sombras de un lugar memorable… en el cual poco y nada ocurre.
La economía de Levinas no vive del suelo, vive contra él, contra
el culto pagano del lugar, contra la fecundidad inmóvil. Y en
lugar del lugar, del suelo y de la posesión vive de la desposesión
que se procura en el lenguaje, en el vacío que éste atraviesa para
tocar una distancia, propiciando que la misma distancia de la
423
208
TI, p. 191.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
alteridad sea una experiencia de ininito, a saber, una experiencia
más allá que cualquier otra experiencia. La desposesión es
inaudita, la distancia anuncia lo inaudito, lo reclama: la casa se
recapitaliza en su propia desposesión, pues se rehúsa a reinvertir
recursivamente el tiempo monótono de los emolumentos teóricos.
El lenguaje anuncia el tiempo ético, el comienzo del tiempo ético,
“El acontecimiento ético, situado en la base de la generalización,
es la intención profunda del lenguaje”424.
Alejada de los eventos arraigados en el cielo eterno de
la teoría, esta clase de generalización no se confunde con una
universalización teorética (topos noetos de Platón, ideas en
Dios). Ella consiste en “el ofrecimiento del mundo al Otro.
La trascendencia no es una visión del otro, sino una donación
original”425. Una promesa que no promete, una errancia que no es
sólo errancia, sino que sólo es morada en esa misma errancia. La
errancia es, per se, cruz y elevación. Pretexto y ocasión de una
generalización que pone en común y abre un mundo hasta ahora
de solamente uno. El lenguaje invita antes que exterioriza una
representación guardada en el subsuelo eidético de mí. Ofertorio
antes que concepto; ágape antes que pensamiento de éste;
ofrecimiento y donación primera, antes que donación segunda o
intelectual. Invitación a la comunidad antes que noema y noesis,
antes que pensamiento o intelección. El lenguaje, así pues, “…
efectúa la entrada de las cosas en un éter nuevo en el que reciben un
424
425
TI, p. 191.
TI, p. 191.
209
Mario Di Giacomo
nombre y llegan a ser conceptos, primera acción sobre el trabajo,
acción sin acción, aunque la palabra comporte el esfuerzo del
trabajo, aunque, pensamiento encarnado, nos inserte en el mundo,
en los riesgos y azares de toda acción”426. El lenguaje del ateísmo
se encarga de vincular sin romper con el ateísmo; el lenguaje
de la criatura separada habla en el ofrecimiento del lenguaje el
vínculo que pone en común las soledades: crea mundo a partir
de la invitación a entrar a un mundo, a participar de su riesgo, a
partir de los peligros de toda invitación. Mundo vinculado en el
contexto del ateísmo, el ininito no se retrae de sus líneas, sino
que se expresa magníicamente en él, de forma que ninguno de
los separados absorba la presencia invitada ni anule la invitación
en una violencia que acabe con el Otro. No matarás, tu ne tueras
point: “el que mata al otro debe adorarse (o adorar algo que es
él mismo proyectado: “el ídolo fabricado con sus manos”) como
“divino””427. La tentación de sistema en la constitución de un único
ego imperial no habrá de evadir el pecado de la autodivinización, y
la negación de todo lo que no sea sí mismo por mor de aquélla. Pero
“no matarás”, además del límite que sin querer impone, signiica
“tú me harás vivir”428, tú cuidarás de mí; además, no se acaba
con el Otro únicamente a través de la violencia del asesino y del
abandono. Omisión e indiferencia también destruyen. De allí que
el sujeto sin límites actúe violentamente como si nadie coartase
426
427
428
210
TI, p. 192.
Enrique Dussel, Filosofía ética latinoamericana V. Arqueológica latinoamericana.
Una ilosofía de la religión antifetichista, Bogotá, Universidad Santo Tomás,
1980, p. 130.
Guwy, p. 22.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
su libertad y como si todo lo que no es él mismo se colocase a su
disposición para recibir el dictum de su voluntad. El pensamiento
encarnado es tal porque primeramente vive de una invitación
encarnada que suele devolver lo pensado a su adverbialidad.
Adverbio del adverbio, el pensamiento ahora se sabe del mundo
porque es posterior a una invitación concreta del mundo. Hay
en ese primado del ofertorio que comuniza los mundos aislados
una performatividad, una pasión, una praxis. El lenguaje viene
con su rostro, como cada día con su pena. El rostro, pues, “no se
separa de este ofrecimiento que es el lenguaje”429. Decir lenguaje
es a la vez decir rostro, es hablar del mundo, haciéndolo común,
fuga del aislamiento en la donación: el rostro performativiza la
palabra, inviste de plasticidad al ofrecimiento. En esta existencia
remota de lo cercano, donde la exposición en la piel supera a la
exposición temática y la expresión somática del ser vivo activa
una intencionalidad no representativa, la carne se convierte en
palabra (the lesh becomes word430) y la caricia en un decir (the
caress a saying431). Nuestro sistema sensorial se abre sin capturar
y acoge sin absorber. La intencionalidad adquiere la forma de un
salmo responsorial somatizado. Por ello alega Waldenfels, we are
invited to treat our whole sensorium as a responsorium432. Una
vez más, en esta trascendencia no hay una óptica, no se inaugura
una Heliópolis, no se reinserta el triunfo de la luz.
429
430
431
432
TI, p. 192.
Waldenfels citando DOM. Bernhard Waldenfels, “Levinas and the face of the
other”. En: Simon Critchley and Robert Bernasconi (Eds.), p. 77.
Ibid.
Ibid.
211
Mario Di Giacomo
La posición crítica de Levinas “apunta más bien a situar el
pensamiento de Husserl con respecto a dos categorías planteadas
en este artículo: una visión óptica del ser y el fundamento de la
libertad. La interpretación óptica usa como modelo de intelección
el ejemplo platónico de la luz y supone la distancia del sujeto
con respecto al mundo”433. Por el contrario, el Otro leído en el
desamparo de su huella “escapa a la luz”434, ya que el sujeto pensado
por Levinas, “a través de la jouissance des nourritures terrestres,
y más aún por medio del insomnio, se desgaja violentamente de la
noche amorfa del il y a (…), sin saber todavía que esa invaginación
egoísta, individualizadora, viene secretamente guiada por la
llamada del Absolutamente Otro, determinadamente maniiesta
en cambio en el <<rostro>> de autrui…”435. Es más que luz, tal
vez la luz de la luz o la fuente fosca de ella. Quizás el corazón de
la luz sea la oscuridad, una oscuridad más fundante que la misma
luz: “Ver el rostro es hablar del mundo. La trascendencia no es
una óptica, sino el primer gesto ético”436. En dicha invitación no
existe complementariedad ni se habita en la mitología de seres
escindidos que se buscan y terminan por encontrarse en el fracaso
(Aristófanes en Banquete). No hay unidad en la polifonía de
voces emitidas, es una praxis, pero una praxis que evade todos los
discursos que se complementan, redimen y salvan. Pero es una
praxis que redime, salva, y conjunta en el desconcierto, porque,
al in y al cabo, algo hay que ganar en esta economía del derroche,
433
434
435
436
212
Daniel Guillot, “Emmanuel Levinas, evolución de su pensamiento”. En: Enrique
Dussel y Daniel Guillot, p. 64.
Duque, Residuos…, p. 27.
Ibid.
TI, p. 192.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
en esta multiplicación de la noche heterológica. Si la ilosofía
quiere salvarse a sí misma, deberá hacerlo en su autosupresión
ontológica. Si la ilosofía quiere de veras encarnar en el mundo
tiene que hacerse cercana (ética), dejando de sublimarse en el
ejercicio distante que el pensamiento impone. Con palabras de
Halder, “Si la ilosofía quiere hacerse práctica y eso signiica
para Levinas “ética”, tiene que religarse a la vida humana como
exigida, y la exigencia legítima de carácter incondicionado
procede para Levinas únicamente del otro”437. Sólo en el Otro
encontramos la condición de posibilidad de un mundo habitado
éticamente, solamente en el ateísmo encontramos las condiciones
sine quae non de la vinculación que nos pone en común, más allá
de lo común representado.
2.10.1. La restitución de las ausencias
La palabra profética nunca se da alcance a sí misma en el
cumplimiento de la denuncia ni en la parousía del mensaje. Aquí
no hay inales, menos aún, felices. Hay un eterno recomenzar de
las palabras ofrecidas y de las respuestas donadas, de las palabras
donadas y de las respuestas ofrecidas. Es como si el hastío de
la plenitud fuese peor que el inierno de un calvario siempre
recomenzado. En el Otro. En su interpelación ininita. Ésa que
no acabo de recabar y a la que inexorablemente respondo. Praxis
y rostro denotan una “insuiciencia sin satisfacción posible”438.
¿Adónde nos conduce esta deriva que Levinas incorpora en su
437
438
Halder, p. 66.
TI, p. 196.
213
Mario Di Giacomo
propio lenguaje, esta deriva que es su propio lenguaje? En el
rostro el ser humano reconoce un defecto de plenitud: su plenitud
no es la plenitud acabada de las cosas a las que el pensamiento
desnuda de todo misterio. El defecto de plenitud que se anuncia en
el rostro pone un límite irrebasable a la plenitud anterior, desgasta
la vanagloria del señorío y devuelve al hombre a sus propias
ausencias. A la humildad, más vieja ésta también que cualquier
memoria. El Otro, límite y gloria, pero también Ininito, no es
colmado por la voluptuosidad de ningún deseo. Entramos en el
orden del deseo, en efecto, pero la “epifanía de la exterioridad”
no visita en la sustancia de la violencia, sino en la del magisterio.
El magisterio del ininito que rompe con la autosatisfacción del
ser interior, aportando lo que éste aún no sabe, logrando que la
interioridad no se tome a sí misma por la totalidad del ser. Casa
de puertas abiertas y cerradas a la vez, que en realidad mantiene
o demasiado abiertas sus puertas o demasiado cerradas. Porque
el ateísmo para llegar a aportarse alguna riqueza debería superar
su airmación en cuanto tal. Éste se airma en la obra de Levinas
como equivalente al ser separado, como origen de cualquier
vínculo antes del cual no existe absolutamente nada, ni siquiera
el pensamiento divino. Pero, como la casa, el individuo está
abierto y cerrado al mismo tiempo. Realmente, da la impresión
de que su persistencia en la simple individualidad, pese a ser
ésta fundante, es una mala persistencia, una desviación indebida
pero siempre posible del ser separado. Si persiste en este “mal
ateísmo”, se pierde en su vieja penumbra, con su risa y su llanto:
un llanto sin nadie, llanto de nadie, risa de nada y por nadie.
214
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Entonces debe existir un poder que le traslade más acá de ese
señorío abstracto y de esa libertad falsamente absolutizada, que
encuentra su límite en una maravilla que impresiona. Aunque ello
no conduce a una Aufhebung que ya siempre aguarda dentro del
conlicto ni al perdón y a la redención desde él. La sutura entre
el Mismo y el Otro se hace “en la distancia”, sin que el trecho
entre ambos pueda ser remontado precisamente por su ininitud.
Llevada más acá de su libertad, la criatura se dispone a emprender
un viaje más allá de sí misma y de la libertad vaga de su ateísmo.
En su misma receptividad la criatura se acusa, encontrando un
“remedio” a la soledad que por siempre la acompañará; en esa
misma receptividad la criatura se revela, acusa su mismidad con
los aires del adviento, aprende de su soledad por el magisterio que
recibe. Es ésta la maravilla de la creación, a juicio de Levinas: “La
maravilla de la creación no consiste solamente en ser creación exnihilo, sino en lograr un ser capaz de recibir una revelación, de
aprender que es creado y capaz de cuestionamiento. El milagro
de la creación consiste en crear un ser moral. Y esto supone
precisamente el ateísmo, pero, a la vez, más allá del ateísmo, la
vergüenza por lo arbitrario de la libertad que le constituye”439.
Si permanece arraigada en sí misma, la criatura se constituye en
su ingenuidad y en su seguridad, así como en el tipo de libertad
que a ellas corresponde. Empero, despachando toda víspera de
hegelianismo, Levinas no hará de tal libertad una libertad concreta
en su encuentro conlictivo con otras libertades autoairmadas. El
Otro es el cuestionamiento al imperio del Mismo, el acogimiento
439
TI, p. 111.
215
Mario Di Giacomo
del Otro “es, ipso facto, la conciencia de mi injusticia, a saber,
la vergüenza de sí que la libertad experimenta”440. La catástrofe
interiorana parece ser radical, puesto que se agita el señorío de los
poderes del sí Mismo y, con ello, se remueve su identidad. Luego,
poco queda de la amplia fortaleza del Yo cuando su postura
defensiva desaparece, y, sin desaparecer su unidad, recibe.
Pero a ese Otro no puedo suponerlo sino como un ego
Otro, como el ego de Otro, so pena de reacaer en la cosiicación
de justamente lo que no debería ser cosiicado. Si no es una
cosa más del mundo, ¿qué es ese Otro al que insistentemente
se alude? Si es una cosa, pertenece al universo de las cosas
percibidas a través de la distancia de una ininidad de matices,
pues la fenomenología se nos presenta como un pensamiento
cinético: la percepción de la cosa nunca está acabada y es siempre
susceptible de ainaciones ulteriores en el lujo de la conciencia.
La cosa se perila en retoques sucesivos. La verdad, más que
un objeto, “es un movimiento”441 en cuya base se encuentra la
estructura somática del sujeto cognoscente. Entonces, si es una
cosa ese Otro, caería totalmente dentro del mundo, evitando así
ser origen de él; si es un alter ego, y aunque el lado subjetivo
de su vivencia sólo es original para él, ese algo semejante a mi
propio ego, capaz de intencionalidades teoréticas (o táctiles),
sería por consiguiente el origen del mundo. De este modo, lo que
es mío propio (mir eigenes) se reiteraría análogamente en ese otro
440
TI, p. 109.
441
Lyotard, p. 51.
216
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
supuestamente distinto de mí, absolutamente distinto de mí442. Y
ya no tan absolutamente distinto de mí. No es, como mi ego, una
cosa, entonces es más parecido a mi ego que una cosa cualquiera.
Su otredad nos señala una semejanza, la que se deseaba recusar:
el parentesco entre lo Mismo y lo Otro. Ambos son egos, alter
ego cada uno de los egos de cada uno de los egos en una iteración
trascendental. De lo contrario, no habría ni siquiera teoría de lo
que se rehúsa a la misma teoría: mi propio ego es el Otro ininito
de un Otro ininito. Con lo cual la distancia ininita se recorta,
pese a las intenciones de Levinas, pues no es en las cosas donde
el mundo nace ni en ellas brota la responsabilidad por el Otro. En
el límite, el lenguaje no sabe sino hacer lo que desde ya siempre
hace, a saber, conducirnos hasta el horizonte de una cierta unidad,
a in de que el logos mantenga su oicio como logos.
2.10.2. Hospitalidad
Dar es recibir; donar, acoger. Maternidad del origen de una
ilosofía de la errancia. La casa, si se mira con más atención,
dentro de las paradojas lingüísticas por las que apuesta Levinas,
cuanto más abierta, tanto más protegida; cuanto más cerrada, tanto
más expuesta al apocalipsis de su sólida intimidad. En la apertura
involuntaria de las almas (voluntario es solamente su contrario, la
no-respuesta a la distancia que llama), en el claroscuro de las casas
entreabiertas, la noche de la interpelación entraña una paradoja
más: el inierno de la casa voluntariamente cerrada es peor que
442
Cfr. Derrida, Violencia y metafísica, p. 168.
217
Mario Di Giacomo
el de la casa que se abre en la voz del ininito. La inmoralidad en
cuanto voluntad de clausura no haría sino engendrar una profunda
injusticia, la de no hacer justicia a la inmanencia ininita que se
aproxima. Marrándose a sí mismo en su centralidad, este lenguaje
se ve en la obligada tarea de construir una demanda que, in uno
actu, no lo sea, demanda de ir por encima de sí mismo, instándolo
a traicionarse para así no traicionar la verdad más profunda que es
la santidad íntegra del Otro. En la rue Michel-Ange, en el curso
de una de sus conversaciones con Levinas, éste confesó a Derrida:
Vous savez, on parle souvent d’éthique pour décrire ce que je fais,
mais ce qui m’intéresse au bout du compte, ce n’est pas l’éthique,
pas seulement l’éthique, c’est le saint, la sainteté du saint443. La
santidad de una persona de la cual Levinas decía entonces que es
plus sainte qu’une terre, même quand la terre est Terre Sainte.
À côté d’une personne ofensée, cette terre –sainte et promisen’est que nudité et désert, un amas de bois et de pierres”444.
Santidad que es más santa que una tierra, incluso si ésta es la
Tierra Prometida. Ésta no es más que desnudez y desierto, un
amasijo de madera y de piedras, al lado de una persona ofendida.
La reparación se focaliza entonces, ab initio, en una separación,
antes vivida que pensada, separación que se relaciona en el
ininito de la visita, pero manteniendo la interioridad de quien
acoge. La piel del ininito es la frontera que separa y vincula dos
mundos, ella expulsa al yo de su autoidolatría, mientras el yo se
mantiene como tal en el acogimiento no aprensivo del Otro por
443
444
218
Derrida, Adieu…, p. 15.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
obra de una hospitalidad que exige la separación, exigiéndola
hasta el ateísmo445. Es por eso que la separación merece el nombre
de gloria, es por eso que la desmesura introduce dignidad en la
relación de los seres recíprocamente trascendentes. El mismo
punto de ruptura se convierte de esta forma en punto de sutura,
de modo que el ininito mismo puede ser reparado, aunque el
tramo entre el Yo y el Otro sea irremontable: no existe nave para
cumplir semejante singladura; palabra y rostro son su sedal, el
sello no sella, el azolvamiento no azolva. La frontera es cercanía
e inmanencia, incluso inminencia, trascendencia en la misma
piel, aparición que se esfuma al aparecer. Pero el rostro que se
aproxima se presenta en la palabra, mas no como signiicado
ideal, sino como signiicante, como una excedencia con respecto a
las semánticas empozadas. Con ello, la presencia y expresión del
rostro presentan el signiicante446, siempre más allá o más acá del
signiicado que ya ha tenido lugar. La aparición del rostro como
signiicante comporta la movilización de todos los signiicados o
un momento anterior a toda costra semántica, a todo código que
más o menos establece las claves de una lectura. No es código
de códigos, es potencia y movimiento que ignitará los momentos
posteriores que dan vida (o muerte) al signiicado, que viven (o
mueren) del signiicado. El rostro es evangelio viviente y palabra
encarnada: anuncia algo que desborda lo anunciado, enuncia
antes del enunciado, pone en guardia los enunciados o los sitia,
desalojándolos de sus sitios osiicados, abriendo las puertas
445
446
Cfr. TI, p. 198.
Cfr. TI, p. 199.
219
Mario Di Giacomo
a la palabra en tanto que actividad y anarquía de los lugares
constituidos, o en tanto que asistencia a la subjetividad que ha
proferido la palabra. Nada sensibiliza más la piel que la misma
palabra, torsión de la palabra que abre el límite poroso y hermético
de una piel, punto en el cual se tocan sin fagocitarse los ininitos (el
respeto por el Otro). Es cierto, hay más cosas que palabras, por eso
éstas se inventan otras modulaciones, reclaman otras semánticas,
solicitan desde la dicha de un signiicado recientemente ideado,
o desde la dicha aún mayor que consiste en ir por detrás de los
signiicados que una historicidad ha petriicado.
Por el lenguaje “un ser existe para el otro”447, y en este
lenguaje que viene con su propia piel, y esta piel que se crea
o recrea en un lenguaje abre la posibilidad “… de existir una
existencia que es más que su existencia interior”448. Aquí la
conversación supera el fardo de la mortalidad, vale decir, de la
muerte que nosotros encontramos en el rostro del Otro comme
non-réponse449. La muerte sería lo sin respuesta, el escándalo de
la no-respuesta, elle est le sans-réponse450. Muerte peor que la
nadiicación, peor que la entrada en el reino inconsciente de la
nada (passage au néant451), o ingreso a otro género de existencia
(passage à une existence autre452) porque es la experiencia de
lo que no halla respuesta. Entre la subjetividad interiorana y la
447
448
449
450
451
452
220
TI, p. 200.
TI, p. 200.
Derrida, Adieu…, p. 16.
Ibid., p. 16-17.
Ibid., p. 17.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
existencia de una subjetividad agotada en la historia, Levinas
precisa una subjetividad asistida, es decir, la asistencia a un ser
que, hablando, se presenta por fuera de los bordes de un todo,
bien intelectual, bien político, haciendo destellar la franqueza
anterior a cualquier cosiicación originada en los poderes del
mundo, franqueza que desarma y rompe los cálculos, que viviica
al hombre muerto, haciéndolo habitar en la inseguridad de una
simple vocación. Aquí la independencia del ser separado no entra
en un juego de espejos en el cual las presigniicaciones detienen,
limitan o castran justamente toda separación inicial, ni ofrece
nexos a partir de creaciones corporativizadas de símbolos en la
producción burocrática del sentido. Animado a ir tras un momento
anterior a tales petriicaciones, Levinas habla de una originariedad
entendida como ofrecimiento del mundo al Otro en cuanto que
el centro de gravedad de la interioridad no se encuentra en ella
misma, sino en su afuera, en la frontera que, sin rebasar, toca:
“Ella (la existencia obligada) coloca el centro de gravedad de un
ser fuera de este ser. La superación de la existencia fenomenal o
interior, no consiste en recibir el reconocimiento del Otro, sino
en ofrecerle su ser. Ser en sí es expresarse, es decir, servir ya al
otro. El fondo de la expresión es la bondad. Ser kath’autó es ser
bueno”453.
Así pues, en la donación nativa de mundo no se entrega
un contenido intelectual de él; si en el mundo de la inteligencia
totalizante y el de la política respectiva la independencia del ser
453
TI, p. 200.
221
Mario Di Giacomo
separado se encuentra perdida, en la centralidad fundamental
del ser exterior con respecto al interior se produce un vínculo de
perdición: una piel viene hasta otra a in de des-saturar el mundo
completo que se posee. Por lo tanto, además de la perdición se da
allí desposesión, pérdida para siempre del momento centrípeto,
deriva en el Otro, y deriva gracias a él, puesto que no signiica
sino la salida del sí Mismo de sí mismo. Superar la existencia
interior puede ser una pérdida (una perdición), pero al mismo
tiempo puede representar una gracia, la de ganarse a sí mismo en
el desplazamiento del fulcro que sostiene al sistema, anterior al
sistema: la anarquía como comienzo sistemático de una pérdida que
no es sino ganancia. Levinas descree de las ganancias, demasiado
autorreferenciales como para ser bien ponderadas por él. En la
atmósfera moral que se respira en el pensamiento de Emmanuel
Levinas el yo debería borrase a sí mismo en el retorno de una
ganancia que lo tiene como su destino, debía eludir para siempre
la devolución proveniente del rostro del Otro (inabordable como
dato sobre el cual se ejerce un poder) si ella se aviene con un
recentramiento del Yo y, por consiguiente, con el fortalecimiento
de su mismidad (malhaya con un Odiseo redivivo). En este topos
ético, la esperanza es esperanza de no-retorno, esperanza de
no-devolución, gratuidad del gasto y salvación que se consume
en la no-salvación (¿salvación de qué? -nos preguntamos- ¿de
nosotros mismos, de una soledad que arde en el fuego eterno de
sus noemata?). No se consumiría ni siquiera en una nostalgia
de cumplimiento. Acto moral que surge de una dejación o de un
autoabandono, de una voluntad seca, más que el aire del desierto, de
222
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
una voluntad tenue, más que el oxígeno en las alturas. Dice Stuarn
Elliot en Ash Wednesday: “Ya no me esfuerzo por esforzarme por
tales cosas. Porque sé que el tiempo es siempre tiempo, el lugar
es siempre sólo lugar, y ruego por poder olvidar estas cosas que
discuto demasiado conmigo mismo, explico demasiado. Porque
estas alas ya no son para volar, solamente aspas para batir el
aire, el aire que ahora está totalmente tenue, seco, más tenue y
más seco que la voluntad”. Filosofía de la desmotivación y de
la desposesión absolutas, la de Levinas, gracias a su deseo de
ir por detrás del ser, de la fenomenalidad y de la luz. Semejante
deseo, a juicio de Derrida, llevará a la convicción de que aún hay
que matar al padre griego que nos mantiene bajo su ley. Eso a lo
que Platón no pudo nunca resolverse sinceramente, diiriéndolo
en un asesinato alucinatorio454, ley reiterada indeinidamente en
el pensamiento occidental que no ha hecho sino imitar aquel
gesto por el cual la Unidad es el príncipe del ser y del lenguaje.
La repetición del asesinato es inevitable (que sí sería la muerte
verdadera de Parménides y acaso el suicidio del falso parricida),
aunque el asesinato fallido de Platón alcanzaría una mejor
consumación en aquella soledad bondadosa que ha postulado
más allá del ser, estructura más allá de la totalidad y que se
muestra enigmáticamente455 y se conquista de un modo no menos
enigmático: la fuente del conocimiento es, pues, incognoscible
porque salta más atrás que el ser.
454
455
Derrida, Violencia y metafísica, p. 121.
Cfr. DOM, p. 64.
223
Mario Di Giacomo
El lenguaje relaciona términos separados e instaura la
diferencia absoluta, esto es, rompe con un mundo en común, con
una naturaleza en común, con un género común. “La palabra
procede de la diferencia absoluta”456, poder capaz de fracturar
el poder tanto del ser como de la historia. Allí donde hay un
continuum temporal o una lógica subsuntiva, la presencia del
lenguaje se convierte en una irrupción y en una interrupción de
la alteridad como tema. El hablar como solicitación se encuentra
más atrás del dominio de la visión en que el objeto es constituido
gracias a la luz del entendimiento, encerrándose así el sujeto
en una mala soledad. La buena soledad dice ‘sí’, se encuentra
desde ya siempre diciendo ‘sí’, está desde un tiempo inmemorial
acogiendo en su propia soledad la soledad del existente. No
hay ‘sí’ primero; el “sí” es ya una respuesta, il n’y a pas de
premier oui, le oui est déjà réponse457. Es necesario comenzar
respondiendo, il faut commencer par répondre. La intencionalidad
fenomenológica es así “reducida” a una primera expresividad,
expresividad ética deinida en una respuesta en la que ya siempre
se ha ingresado. La atención a la alteridad dentro de los horizontes
de constitución da paso de esta guisa a la destrucción del orden
tematizante privilegiado por la fenomenología husserliana y
por la ilosofía occidental en general. Levinas, alega Checchi,
recela de “toda ilosofía que apueste incondicionalmente por una
razón autosuiciente que extraiga de sí todo sentido posible. Los
límites de la fenomenología husserliana son, para un Levinas
456
457
224
TI, p. 208.
Derrida, Adieu…, p. 53.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
más maduro, los límites de la tradición occidental en la que
se inscribe”458. El proceso de destrascendentalización de la
ilosofía tendrá que ir dejando atrás a los dioses intramundanos,
arraigando en la riqueza constitutiva del mundo pre-relexivo o
de la historicidad en tanto que tal. El acogimiento sin por qué
del Otro es ya siempre respuesta, es el ‘sí’ como manifestación
de una praxis ejercida en la pasividad, en la absoluta quietud
de la noche subjetiva. Acogimiento y rostro, en la paráfrasis de
Derrida, parecen ser un lenguaje primitivo, una trascendencia que
ya siempre acecha en la relación entre el Mismo y el Otro, o lo
que es lo mismo, es el a priori ético que subyace con anterioridad
a toda motivación eidética.
La hospitalidad, antes que un concepto temático es un
concepto operatorio, una praxis ejercida desde el comienzo, o el
comienzo se presenta como praxis antes de toda discriminación en
relación con el Otro. Concepto que opera absolutamente y que se
retraduce a sí mismo en le premier geste en direction d’autrui459.
Rostro y hospitalidad son co-originarios, así como el léxico que
les es coextensivo, expresión ética de una relación primera y
anterior al carácter tematizador del entendimiento que opera desde
estructuras trascendentales, siendo siempre posteriores a la palabra
que dice sí al Otro. Existe, por lo tanto, una trascendencia o cuasitrascendencia que ya está obrando antes de cualquier intervención
propiciada por el entendimiento. Existiría así un momento más
primitivo que la constitución trascendental desde la cual el
entendimiento participa en la elaboración de su objeto. ¿Es la
458
459
Checchi, Estudio conclusivo, p. 217.
Derrida, Adieu…, p. 55.
225
Mario Di Giacomo
hospitalidad un gesto?, se pregunta Derrida. Enseguida responde:
Plutôt le premier mouvement, et un mouvement apparemment
passif, mais le bon movement. L’accueil ne se dérive pas, pas plus
que le visage, et il n’y a pas de visage sans accueil. C’est comme
si l’accueil, tout autant que le visage, tout autant que le lexique
qui en est co-extensif et donc profondément synonyme, était un
langage premier, un ensemble formé de mots quasi-primitifs – et
quasi-trascendentaux (…) L’accueil détermine le <<recevoir>>,
la réceptivité du recevoir comme relation éthique460. El lenguaje
presenta al trascendente o éste se presenta en lenguaje, rostro
y acogimiento. La “diferencia absoluta”461 es instaurada por el
lenguaje sin la secreta complicidad de negatividades enfrentadas.
Más allá del género en común, el lenguaje es una relación que
mantiene el absoluto de los términos relacionados. Los absolutos
relacionados en el lenguaje superan su aislamiento en él, mas no
su carácter de absolutos: el lenguaje atraviesa una distancia que
nunca será superada en el espectáculo de una visión coniscadora,
sin embargo, mantiene la distancia o él mismo es la expresión
de una distancia nunca remontada. La palabra, en este contexto,
“resalta sobre la visión”462, lo visto activa el acto que lo ve y lo
constituye, pero este mismo acto “se apropia en cierto modo
<<lo visto>>”463. La constitución así entendida y rechazada por
Levinas concluye deslizando al objeto a la actividad del sujeto,
dejando en éste el primado de una reelaboración de la misma
alteridad. Por el contrario, Levinas piensa el lenguaje como
460
461
462
463
226
Ibid.
TI, p. 208.
TI, p. 208.
TI, p. 208.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
relación entre absolutos y como presencias que se mantienen
en su separación, con lo cual la monotonía del sí Mismo en la
interpelación rostrolingüística del Otro rompe con la continuidad
del ser o de la historia. No es lícito al Mismo decir al Otro: tu
mutaberis in me. No hay dudas, para Levinas es fundamental
sostener la discreción en la misma palabra, en el mismo discurso
sostenido entre el Mismo y el Otro, para que así los interlocutores
sigan siendo interlocutores, no los objetos de un intercambio
noético: “Los términos, los interlocutores, se absuelven de la
relación o siguen siendo absolutos en la relación”464. Por supuesto,
los interlocutores pueden presentarse como temas, mas sin ser
reabsorbidos por el tema.
2.11. Esperanza
La libertad absoluta de los seres separados se mantiene
por detrás de la posible tematización, el sujeto del enunciado
permanece siempre retirado tras las líneas de su enunciación,
generando de esta guisa una suerte de reconocimiento del Ininito
que llama. Los absolutos son la fuente-matriz del tema, no un
tema más dentro del conjunto de temas posibles. Como si un
silencio evocador fuese el origen de la palabra, es menester que
toda palabra que aparece en el interlocutor respete esa oscura
trascendencia, ese más allá que se anuncia ininitamente en su
propia piel, recubierto de una piel que otra piel no es capaz nunca
de englobar. Surgimiento de la ética en la estructura del lenguaje:
464
TI, p. 208
227
Mario Di Giacomo
éste maniiesta ya siempre una distancia mantenida por detrás de
toda estructura formal constituyente y de todo tema. Antes que
otra cosa, dicha presencia que entra y no entra “… en la esfera
del Mismo, presencia que lo desborda, ija su <<jerarquía>> de
ininito”465. “Inviolabilidad ética del Otro”466 anunciada en su
santidad separada capaz de presentar a su vez la visita del ininito,
es decir, de un poder superior a cualquier soberanía sedimentada
que pone en cuestión el poder del sujeto moderno (asumido como
fuente de sus propias fuentes). El prepotente sujeto moderno,
encastillado y agotado en su extremo cumplimiento y en su
máxima energeia, ineicaz ahora para escapar de la reducción de
la praxis a la techne, debe ser depuesto. No obstante, destituirlo
de su posición central no derivará en la restauración de Dios como
prius absoluto y señor del ser467. Usa Levinas la noción kantiana
de Ininito a in de recusar un deseo que devora lo deseado, pues
lo deseado es per deinitionem superior a quien desea; presencia
desbordante, la visita del Ininito en la esfera del Mismo anuncia
a éste el in de su cautividad, la conclusión de su automirada y de
su tedioso solipsismo.
La revelación se
ética que sos-tiene el
de la conciencia cuyo
cuestionamiento parte
465
466
467
468
228
da como inicio del tiempo, “La relación
discurso, no es, en efecto, una variedad
radio parte del Yo. Cuestiona el yo. Este
del otro”468. No se trata, entonces, de un
TI, p. 209.
TI, p. 209.
Cfr. Duque, Residuos, p. 11.
TI, p. 209.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
inito relacionándose con el ininito, sino de un ininito que supone
un inito ampliándose más allá del registro mortal de una razón
teórica. El ideal de la razón, comprendido como un más allá en
que las cuentas se encontrarán deinitivamente saldadas, aparece
así como un acabamiento indeinido o perpetuamente aplazado
de una comunidad ética restaurada. Pero no hay experiencia de
tal acabamiento. La sensibilidad kantiana, expresión de initud,
queda, por así decir, revocada en la ampliación ininita de la
initud469; ésta es llamada por una conciliación futura que no
puede ser un objeto que ingresa en o activa una sensibilidad
primordial, sino que se encuentra en el más allá perpetuo de una
praxis a la que el sujeto se obliga. Kant permitiría así una ventana
en el presente, impidiendo colocar un broche al cumplimiento
al que están llamados ora el concepto, ora la historia, añadiendo
“la esperanza de un porvenir no llegado todavía, indeinidamente
abierto y que, por principio, no pertenece a ningún círculo de
la realidad presente”470. El presente no se corona a sí mismo,
eludiendo así la idolatría de un absoluto entendido como ya
existente o coagulado en un ahora histórico. La esperanza y
la religión secularizadas continúan su crítica de la injusticia,
convocan a los ieles al discurso de promesas frágiles que no han
encontrado su cielo, dan cita a una erosión inagotable “que hace
parciales y cuestionables todas las pretensiones de culminación y
cumplimiento”471. La caducidad del presente implica tanto la no469
470
471
Cfr. TI, p. 209.
Bloch, Sujeto-objeto…, p. 459.
Eduardo Mendieta, “Introducción. La lingüistiicación de lo sagrado como
catalizador de la modernidad”. En: Habermas, Israel…, p. 27.
229
Mario Di Giacomo
detención del movimiento de la historia, como la no-asunción de
que la justicia se ha consumado efectivamente en ella. Mediante
la esperanza se combaten las hipóstasis, humanas y divinas,
destruyéndose la soberanía del presente y la soberbia de sus
productos472. Si la cosiicación no es más que la elevación de un
condicionado a incondicionado, si el presente es enfocado desde
el punto de vista de la simple idolatría, entonces la esperanza
es aquello que apunta a lo verdadero en la medida en que no se
cumple en ningún presente. Así, pues, “la verdad está más allá
del ahora”473, en realidad, más allá de cualquier ahora, rompiendo
con el ahora desde el ahora. Como Josué ante Jericó, la esperanza
toca sus cornos para que las altas murallas que rodean a la cuidad
del presente se vengan abajo. Un mundo desprovisto de consuelo
encuentra a éste en el mismo desconsuelo: una negatividad pura
sobrevive y subyace al espacio convertido en negación. Hay lugar
para lo novum en un presente enterado de su humildad. Para que
esto sea posible, urge superar una razón di carattere contemplativoidealistico que presupone un mondo divenuto soltanto in quanto
passivo e contemplativo, in quanto mondo concluso, includendo
in ciò il supramondo che vi viene proiettato e in cui si rispecchia il
divenuto. (…) Dunque, il futuro di tipo autentico, procesualmente
aperto, è chiuso ed estraneo a ogni mera contemplazione474. Para
decirlo más claramente, en lo posible echa raíces la esperanza,
472
473
474
230
“La esperanza es la garantía de la verdad precisamente porque la esperanza
desenmascara lo dado de la realidad. La esperanza, el anhelo de la posibilidad
de lo que transformaría totalmente el presente, hace a la realidad incompleta y
poco concluyente. La verdad está más allá del ahora. Por lo tanto, <<el todo es lo
falso>>”. Mendieta, pp. 25-26.
Ibid., p. 26.
Ernst Bloch, Il principio speranza, 2ª ed., Milano, Garzanti, 2005, p. 11.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
en el nondum del regnum humanum, ella surge allí donde se
requiere oltrepassare l’orizzonte475, pues “la esperanza le busca
a la historia su verdad”476, verdad todavía inexistente, verdad por
hacerse y, tal vez, verdad que nunca se haga.
2.12. El rostro de la epifanía
La praxis levinasiana, pese a su opción por Kant, avanza
por otras correntías. Retengamos por el momento la importancia
de este Ininito que desborda ab ovo la capacidad acogedora
del Mismo, como si la hospitalidad estuviese ya siempre de
antemano mermada por la dimensión de altura de lo que acoge.
La interrupción de la mismidad supone el magisterio de una
visita desmesurada, acogida en una posada siempre más chica
que aquello que acoge, pues no es una mayéutica ni es pedagogía
de una oposición restauradora, no es razón impersonal obrando
desde siempre en una interioridad contenta de sí misma. El
pensamiento inicia aquí una relación con “lo que sobrepasa su
capacidad, con lo que siempre aprende sin ser contrariado. Esta
es la situación que denominamos recibimiento del rostro”477.
Se comercia con un ser separado a in de que el comercio no
caiga en las redes monopólicas del Mismo. Todo imperialismo
de la conciencia que no reconoce la existencia de fronteras
infranqueables es repudiado. O reconoce la existencia de las
fronteras solamente para conculcarlas. Con lo cual toda frontera
475
476
477
Ibid., p. 1577.
Bloch, Sujeto-objeto…, p. 475.
TI, p. 210.
231
Mario Di Giacomo
se le aparece como ocasión de una rabiosa dinámica fagocitadora,
como si lo otro de lo que dispone no tuviese su propia palabra,
o ésta se mostrare demasiado pequeña ante el discurso que la
avasalla. En una fortaleza vacía que avanza por sus fueros en
la ampliación ilimitada de sus límites todo lo otro cabe dentro
de ella, toda alteridad se vacía de su alteridad. El Otro, no hay
que decirlo, siempre toca las puertas del Mismo. Pero en el texto
de Levinas la apropiación del otro se distingue de la visita del
Otro: aquél pierde la palabra para siempre; éste la mantiene sin
perderla. El autor desea que la razón del individuo siga siendo su
razón, que las instancias que se hacen del mundo no disuelvan su
razón personal en la abstracta impersonalidad de otras soberanías:
la totalidad signiicaría la postulación de una razón superior, la
abrogación de la razón del particular en función del carácter
englobante (o tiránico) del Estado, por ejemplo. Al permanecer
en la separación, se incurre en el desbordamiento del Otro cuando
es acogido por el Mismo, el cogito superado por su cogitatum,
con el cual mantiene no obstante una relación expulsada de la
esfera del poder. La resistencia del Otro se entiende no como
límite que detiene la expansión ad extra del Mismo, sino, antes
bien, como una estructura ética de la cual se alejan las astucias y
las violencias, suplantándoselas por una respuesta. La respuesta
se hace encarnación; la encarnación, respuesta: “No lucho
con un dios sin rostro, sino que respondo a su expresión, a su
revelación”478. Ese rostro pone en cuestión al Mismo, señalando
el in de sus poderes. El poder de poder se ve así desaiado.
478
232
TI, p. 211.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Los límites de los ininitos aproximados poseen sin embargo
una maravillosa peculiaridad, pues permiten a la interioridad no
ser únicamente interioridad, saliendo de sí en una invitación
sin paralelo: “el rostro me habla”479. La violencia del destino
impersonal es evacuado en una interpelación ya siempre sensible,
en un dato que es mucho más que dato, en un dato “absolutamente
no neutralizable”480. Y semejante interpelación cae por fuera del
ámbito del poder, pues la resistencia que él opone al Mismo se
explica desde el ininito de su trascendencia, la cual no puede
subsumirse en la idolatría del dato. Es la mayor y la mejor de
las resistencias, porque detrás de ella no se encuentran barricadas
autoairmadas en una lucha de negatividades capaces de concluir
en una eliminación existencial del adversario. Aquí no se da un
superlativo del poder ni un vínculo en la violencia. La resistencia
se entiende como “la resistencia del que no presenta resistencia:
la resistencia ética”481. El quinto mandamiento se politeíza al
encarnar en una pluralidad de seres separados, adquiriendo forma
en el rostro que desde siempre trasciende la vocación urbanizadora
del Mismo, es decir, el mandato sigue proviniendo de un afuera,
señalando los límites de un encuentro al cual se le ofrece una
respuesta incluso en la no-respuesta. Pero el mandamiento ya no
se desprende de una trascendencia más allá de los conines de
una historia encarnada, sino dentro de ella y de la multiplicidad
singular que la constituye. Cada singular se expresa en su
ininitud y de su cáliz no puede desbordarse sino ella. El Uno que
479
480
481
TI, p. 211.
TI, p. 211.
TI, p. 212.
233
Mario Di Giacomo
se expresa en una diástole de historicidad ya no se recupera fuera
de esa misma historicidad. El proodos, la salida, ya no incluye su
epistrophé, su retorno. Ni Dios es ya esa pura positividad cuya
teología nos resulta imposible. La revelación es singular: del Otro
al Mismo; la expresión es singular, igualmente, del Otro al Mismo.
El magisterio se individualiza en una enseñanza que llamaremos,
junto a Derrida, heterodidáctica482, enseñanza practicada en el
borde de ininitos que se tocan.
La enseñanza del Yo por el Otro, capaz de crear incluso la
razón, “no es puramente teórica”483. Y el rostro en su exterioridad
es una expresión original que me llama desde su miseria y su
grandeza, siempre trascendente, pero al mismo tiempo también
siempre presente en la desnudez de su hambre. Presentación de
un mundo a un mundo, evadidos de la malla trascendental de la
conciencia y de la razón impersonal. En la expresividad de su
rostro y en la impresividad provocada en la casa del sí Mismo
poco parece permanecer incólume: el poder de esa desnudez
vocadora no sólo coloca un coto a las pretensiones expansivas
del poder, sino que la inmediatez de su expresión desarma o
aplaca la violencia; su primera palabra es la paz, de tal manera
que lo que se instala al inicio no es la guerra de todos contra todos
(bellum omnium contra….), sino la paz, el primer encuentro en la
desnudez inmediata de una expresión cautivadora, esto es, aquella
que nos hace cautivos frente a una exposición indefensa. Dejemos
482
483
234
Cfr. Jacques Derrida, Espectros de Marx, 3ª ed., Madrid, Trotta, 1998, p. 11.
TI, p. 263.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
a Levinas la palabra: “Manifestarse como rostro es imponerse
más allá de la forma, manifestada como puramente fenomenal,
presentarse de una manera irreductible a la manifestación, como
la rectitud del cara a cara, sin la mediación de la imagen en su
desnudez, es decir, en su miseria y en su hambre”484. Por eso ha
escrito el autor, “La epifanía del rostro es ética”485. La inmediatez
del rostro que se revela consiste en que un ser que se presenta a sí
mismo, dice por su presencia y me toca pese a la distancia que lo
separa de mí. El asesinato, físico o epistémico, queda suspendido
en esta invocación mísera y desmesurada a la vez, que no es
sino una inmediatez lingüística que está más atrás del resplandor
del ser y del pensamiento. Existe, entonces, un movimiento del
lenguaje que no ofrece, in primis, el pensamiento del ser y que
se escabulle aparentemente de toda circunstancia preexistente:
surtidor ético sin contexto486. Voz que clama desde la miseria
de su desierto, esta ilosofía primera es una vocación conjunta
entre un rostro desnudo y su expresión lingüística, más allá del
ser, o más acá de la desocultación misma del ser en la estancia
del pensar. El rostro vendría a constituir una signiicación que
precede a la Sinngebung fenomenológica.
La idea de un signiicado sin contexto no deja de tomar en
cuenta la identidad de un sujeto, sus orígenes, pertenencias y
raíces, pero ello resulta irrelevante ante el texto primigenio en
484 TI, p. 213.
485 TI, p. 213.
486 Duque, Residuos…, p. 28: “Es le visage el que revela a autrui como único, sin
contexto, más acá de toda patria y toda adscripción: Toi c’est toi. Basta”.
235
Mario Di Giacomo
que se convierte el rostro desde la perspectiva del sufrimiento;
en este momento, la relación ética prima sobre cualquier otra
relación visualizada como subsidiaria en función de ese prius
ético que decanta en Levinas como prima philosophia. El rostro
es su propio texto, texto que una hospitalidad acoge ab origine sin
preguntas, sin requisitorias. The other is “without context” and
the commandment to help him/her applies. In that situation it is
no longer important where the other comes from, where his roots
lie, and what his relation to them is. (…) At irst the “context”
of the asylum-seeker is irrelevant, it may be that the person who
ofers hospitality knows nothing about his guest’s background487.
Pero esta vocación también llama a la responsabilidad del Mismo,
disipando una libertad abstracta vivida sólo in foro interno, pues
los oídos no pueden desembarazarse de esta llamada hecha desde
la altura y la humildad del Otro. Extraña conjunción de altura y
humildad en el Otro que impide la clausura y su acedia: al llamarme
desde su miseria, no puedo hacer oídos sordos a su llamada.
En esta incapacidad para no responder franqueo mi mismidad
en relación con el Otro, es decir, no hago sino responder a su
interpelación. La libertad es así convocada. El peso del mundo
relejado en el rostro de quien visita cae sobre las espaldas del
Mismo, quiebra su espinazo para ser expulsado de la falsa gloria
especular de su ser íntimo. De esta suerte, “en la expresión, el
ser que se impone no limita, sino que promueve mi libertad, al
suscitar mi bondad”488, siendo mi bondad lo que está en el fondo
de esta irme incapacidad de decir ‘no’ al Otro que llama, y que
487
488
236
Van Riessen, p. 58.
TI, p. 214.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
se expresa en un discurso original “cuya primera palabra es una
obligación que ninguna interioridad permite evitar”489.
Estamos en el torno ético, pues: existe ante todo una llamada
(rostro que voca, palabra primera que convoca) prediscursiva que
obliga al discurso y sobre la que se funda cualquier otro discurso.
Ofrecimiento de un mundo al mundo del Mismo, en el cual residen
la responsabilidad y la bondad. Levinas parece invitarnos a creer
en una palabra capaz de trascender los yugos de los contextos y de
las semánticas preexistentes. Parecido al ojo de Dios, este logospraxis inicial relejado en el rostro y en su epifanía se anuncia
ya de antemano como el surtidor de contextos eximido de todo
contexto. Con ello, piensa Levinas, este tipo de relación ética
neutralizaría todo intento de relativizar el comercio interhumano.
Por consiguiente, existiría un primer discurso, anterior al discurso
sobre el ser que, fundado sobre una obligación ineludible, nos
insta a pensar más allá de todo relativismo posible. Existiría,
por lo tanto, “un orden ajeno al saber (…). Ética del encuentro,
socialidad. Desde la eternidad, un hombre responde de otro. De
único a único”490.
2.12.1. Ethica, veritas prima
Levinas empuña su propio discurso en los dos frentes
en los cuales combate, esto es, en el campo de una metafísica
de la presencia y en el de “una posmodernidad corrosiva en
489
490
TI, p. 214.
Emmanuel Levinas, Entre nosotros, Valencia, Pre-Textos, 2001, p. 275.
237
Mario Di Giacomo
donde el desplazamiento desemboca en el sin-sentido”491. Una
universalidad se impone, pero no desde el ser, sino desde la piel
y la sabiduría que habita más acá que el ser. En esta esencia
ética del lenguaje se sustrae el lenguaje mismo al rasero de un
pensamiento preexistente; por lo tanto, “al develamiento del
ser en general, como base del conocimiento, como sentido del
ser, le antecede la relación con el ente que se expresa; el plano
ético precede al plano de la ontología”492. Una ilosofía primera
sería así la unción que pone en movimiento la libertad del ser,
funda su obligación irrenunciable con el Otro y pone en escena
una socialidad incapaz de suprimir por completo la soledad del
ser separado. No se puede apreciar la consumación del parricidio
mientras la soledad nominal no se mantenga plenamente, en
palabras de Derrida, “… el gesto platónico será ineicaz mientras
la multiplicidad (alteridad) no sea entendida como la soledad
absoluta del existente en en su existir”493. Digamos que el ser
separado es desamparado de toda instancia que de antemano lo
implante en la unidad abrigadora. Aquí no hay abrigos, pues el
ser separado es pensado desde su discreción originaria, ya que
únicamente desde el fondo de su soledad alora la relación con
eso que no es él mismo. La grandeza de la antedicha socialidad
consiste en que se esboza y se trama desde una soledad
irreductible. Pero al mismo tiempo Levinas pretende fundar en
esta ética anterior a la ontología la “verdadera universalidad de la
491
492
493
238
Checchi, Estudio conclusivo, p. 202.
TI, p. 214.
Derrida, Violencia y metafísica, p. 122.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
razón”494. La razón se descubre por detrás de sí misma y anterior
a las prevalecientes ontologías en las cuales el ser abdica en la
universalidad de una razón infortunadamente fortalecida, a saber,
convertida en imperio sobre lo Otro y en ultimidad de lo Otro. El
amor a la sabiduría descubre una sensibilidad que lo antecede,
una piel anterior al movimiento de la razón universal y de sus
vicarios: Estado, Historia, Dios, Espíritu. El amor no signiica ni
una objetivación de lo amado ni una mera cualidad subjetiva de
quien ama, desprovista de un sentido abarcador.
En La teoría fenomenológica de la intuición escribía Levinas
a propósito de los modos de existencia distintos a los del objeto
teórico, que “lo propio del objeto amado consiste precisamente
en darse en una intención de amor, intención irreductible a la
representación puramente teórica”495. El acto de amor tiene un
sentido. La intencionalidad encarnada reclama sus derechos.
A cualquier forma inteligible que colectiviza los particulares o
que los reúne en una unidad que anula la distancia entre ellos,
debe ser precedida por una expresión, por el “testimonio de
sí”496, entendido como rostro y palabra. Aquí se “produce el
comienzo de la inteligibilidad, el inicio mismo, el principado, la
soberanía real, que manda incondicionalmente”497. El rostro es
convertido en un acontecimiento originario, anterior a cualquier
búsqueda epistémica: es un mandato que manda desde su
494
495
496
497
TI, p. 214.
LTFI, p. 73.
TI, p. 215.
TI, p. 215.
239
Mario Di Giacomo
grandeza y su miseria. Su precariedad coincide con su grandeza.
Es, en sí misma, grandeza. Por lo tanto, la pedagogía ética de la
exterioridad involucra una subversión en el primado del ser y una
signiicación ética anterior a una signiicación ontológica, una
Sinngebung ocurrida antes de cualquier Sinngebung voluntaria
surgida del entendimiento. Asimismo, a la abstracción intelectual
de la donación de signiicado y a la transformación de los entes
en índices abstractos de sí mismos, precede la relación con
entes concretos, que en su visita encarnada, con sus pelos y
señales, interpelan una respuesta a mi tranquilidad noética: mis
noemata ya no prevalecen sobre la carne y la sangre concreta de
una determinada visita. La relación interlocutiva con el Otro es
una relación con un alguien que “precede a toda ontología”498,
cuestionando mi libertad abstracta, mi iniciativa y mi poder.
“Anterioridad ilosóica del ente sobre el ser”499 denominada por
Levinas “metafísica”500, hallazgo del primado anterior al primado
del ser en el rostro concreto que irrumpe en las certezas de un
mundo. El lenguaje eidético supone, pues, como condición previa
la originariedad del rostro y, a la vez, “la sinceridad original
de una expresión”501. Un lenguaje anterior a la producción de
inteligibilidad y al comercio de los resultados de ésta implica
que el lenguaje ha reencontrado el acceso a una realidad que la
ontología tradicional ha dejado en el olvido. La palabra debe
abdicar de su primado intelectual para así retornar a su esencia de
498
499
500
501
240
TI, p. 71.
TI, p. 75.
TI, p. 71.
TI, p. 215.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
expresión, renunciando a originariedad de los actos inscritos en la
producción eidética de sentido. Rostro y lenguaje originales son
así autotestimonio, autodonación, mas no de la interioridad del
Otro, sino donación del cara a cara, de la autenticidad absoluta
del rostro, vuelto desnudez en su autopresentación y en la palabra
expresiva que ha de presentarlo. A todo registro inteligible
precede la oferta de una donación primera incapaz de esconder
la concreción de su inmediatez en los meandros de la veracidad
o de la mentira. Es como si aquí, en el rostro, en l’antériorité
philosophique de l’étant sur l’etre502, se desambiguaran todas las
posibles ambigüedades que vendrán, per fas et per nefas, durante
la posterior actividad intelectual. Es como si aquí, en la misteriosa
latitud de una ofrenda, la mentira fuese la imposibilidad más
profunda del ser humano, como si la expresión primitiva a la
que se reiere Levinas nos llevase más allá de las hipocresías del
mundo constituido, a una fuente prístina de sentido performativo,
para que allí podamos encontrar la ibra más íntima de la
conducta moral que luego nos sobrevive o se expresa malamente
en la misma historia, en las ediicaciones jurídicas y en el Estado
asistencial. La verdad práxica en el autotestimonio de la expresión
no es sino un momento anterior a la búsqueda de la verdad que
exprime a las cosas. Levinas querría situarnos en un punto -en un
rostro- en el cual decir y hacer serían, a la una, lo mismo: “Para
buscar la verdad he sostenido ya una relación con un rostro que
puede garantizarme por sí mismo, cuya epifanía, es, de alguna
manera, una palabra de honor. Todo lenguaje como cambio de
502
Derrida, Adieu…, p. 58.
241
Mario Di Giacomo
signos verbales, se reiere ya a esta palabra de honor original”503.
El rostro se garantizaría en su expresividad antes de la entrada
en escena de cualquier tipo de institucionalidad programada, antes
de que la veracidad tenga que venir garantizada por terceros,
porque el rostro en su propia víspera no engaña ni a sí mismo ni
al interlocutor al que apela, porque él, en su absoluta inmediatez,
no ha permitido aún el ingreso de los pares categoriales en los
cuales la cultura se oculta y justiica. Veracidad anterior a la
verdad-mentira, a la sinceridad-hipocresía, que se mantiene en el
plano terrestre y en el plano óntico, de modo que la producción
discursiva posterior que funda ciertas violencias tiene en su base
la extraña paz de una autopresentación entitativa, adosada a una
palabra muy alejada de la ambigüedad. Sin embargo, el habitante
de este paraíso habrá de perder su ciudadanía. Durará poco el
jardín de las delicias en el cual el hombre es todavía un dios.
La identidad tranquila del Mismo, gracias al “escándalo de
la alteridad”504, no es atacada por ésta; ésta, antes bien, le habla,
“se muestra en la expresión, en el rostro y viene de lo alto”505.
La libertad que mora en la identidad tranquila del Mismo se ve
ahora interpelada por esa altura, no limitada ni inhibida por un
tercero. La libertad se sabe arbitraria, porque sabe de la existencia
de un más allá de su soledad, la cual, como rostro y lenguaje
trascendentales, esto es, como lo que está más allá de todo género
503
504
505
242
TI, p. 216.
TI, p. 217.
TI, p. 217.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
y que funda la inteligibilidad propia de los géneros, hace saber
al Mismo de la prisión de su egoísmo. Esta visitación “consiste
en trastornar el egoísmo del Yo mismo”506, y ella es a su vez el
acontecimiento preliminar anterior al ser y el cuestionamiento
también de la conciencia que se ha autoconcebido como origen del
mundo. La opresión del presente intemporal aparece así redimido
en una visita que ningún presente puede hacer suya de una manera
absoluta cuando pretende exprimir una esencia y colocarla en
el reposo categórico de la conciencia. Si “toda complacencia
destruye la lealtad del movimiento ético”507, entonces cuanto más
una visita desarregla los límites del continente, cuanto más una
visita trae consigo las huellas de un exilio y cuanto más habla desde
su lejanísima trascendencia, vulnerando la eterna inmanencia del
Mismo, tanto más pone en el Mismo lo que no estaba en éste,
tanto más el magisterio coincide con la exterioridad que viene de
visita, “contenido que desborda el continente”508, y tanto más la
pedagogía se desenvuelve no mayéuticamente. Al poner lo que
allí no estaba, al no poder contener la vasija del Mismo la esencia
de la visitación, aquél se astilla, poniendo en cuestión la propia
libertad y entrando al umbral de la responsabilidad. De acuerdo con
Levinas, “pensar es tener la idea de lo ininito o ser enseñado”509, a
saber, desorden fecundo en la medida en que la huella del ininito
impide la clausura posterior del ser separado: separado, mas ya
no acotado por sí mismo. La visitación es un desarreglo que
506
507
508
509
Levinas, Humanismo…, p. 62.
Ibid.
TI, p. 217.
TI, p. 217.
243
Mario Di Giacomo
impide la reclusión de los seres. El existir se caracteriza entonces
como el recibimiento incesante de un signiicante que jamás será
coniscado por la conciencia ni por la violencia que ella ejerce
sobre la alteridad. El existir no podrá implicar sino una constante
recepción de la enseñanza en este incesante autodesbordamiento
(tiempo), esto es, en un vínculo anudado desde la separación y la
recepción del ininito que enseña.
El rostro es veracidad: la verdad performativa que se da su
lenguaje primigenio y lenguaje primigenio que viene encarnado
en una expresión viviente, en un rostro cuya carne nos habla. La
violencia resultaría, pues, de “la soledad de una mirada muda, de
un rostro sin palabra, la abstracción del ver”510. Es una icción un
pensar incorpóreo, sin embargo Levinas querría pensar un “desde
dónde” más atrás de la representación propia de la conciencia
intencional, más atrás de la fenomenología, es decir, anexando el
cuerpo a la acción creadora: en el cuerpo y con el cuerpo el pensar
se hunde en el mundo que piensa y va expresando, haciéndose él
mismo expresión encarnada del mundo que piensa, expresando el
mundo en el momento que lo piensa. Es como si a la inteligibilidad
anclada en el logos racional de siempre se le pudiese añadir la
inteligibilidad como proximidad, como si el Mismo estuviese
dispuesto a recibir la carga aplastante del Otro. El gesto corporal no
es un accidente del cuerpo, la excreción despreciable o sin sentido
del cuerpo, “no es una descarga nerviosa, sino la celebración del
510
244
Derrida, Violencia y metafísica, p. 134.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
mundo, poesía: el cuerpo es un sensible sentido”511. El sujeto
encarnado tiene, por así decir, carne en su lenguaje, las heridas
que no esconde no son sólo heridas espirituales que nadie ve,
que a nadie son visibles, son vulneraciones que se inscriben en el
texto de un cuerpo, siendo así su propia escritura y buscando su
propio lenguaje. La carne no miente ni se ayunta a la neutralidad
conceptual, no despersonaliza el sufrimiento ni sublima sus
alegrías: en el cuerpo y la carne se es auténticamente un sujeto
que deja de mirar a sus espaldas con el in de no visualizar las
heridas inligidas y vividas. Las heridas no se ocultan porque ya
el cuerpo y, concretamente, el rostro son el texto de las heridas,
que hablan desde sí mismas antes de cualquier intervención
sublimadora. La herida escuece y de allí la solicitación, la
palabra que unta su propio decir en la herida, como si ésta fuera
la tinta más íntima del lenguaje que debe expresarla sin empero
traicionarla. El lenguaje de la traición es posible únicamente allí
donde el encubrimiento ya forma parte del discurso y ya la cultura
ha hecho su trabajo. Aquí, antes bien, la carne viva de la alegría
y del sufrimiento son su propia expresividad, la performatividad
que junta expresión y lenguaje, haciéndose así solicitud primera,
signiicación antes que signiicado, lenguaje antes como actitud
que como representación del Otro, “irreductible a una intención
de pensamiento, irreductible a una conciencia de…, porque se
relaciona con lo que ninguna conciencia puede contener, se
relaciona con lo ininito del Otro”512. Porque “no está prohibido
511
512
Humanismo del otro…, p. 31.
TI, p. 218.
245
Mario Di Giacomo
preguntarse si, bajo la mirada de la conciencia relexionada tomada
por conciencia de sí, lo no-intencional, vivencia en contrapunto de
lo intencional, conserva y entrega su sentido verdadero”513; o si,
más bien, la donación racional de sentido olvida la dotación de un
sentido distinto al procurado por medio de la razón: al recuperar
en la transparencia el trastorno de la opacidad la conciencia en
realidad es incapaz de recuperar la totalidad a la que se siente
llamada. Un plus vivido de otra manera parece hurtarse al
dominio de la luz, sin que por ello pierda su innegable sentido.
Aquí no hay lugar para un yo formal y vacío como el kantiano.
Sujeto encarnado es lo que nos ofrece Levinas, mutatis mutandis,
un “cuerpo intencional”514 que nos abre al mundo por estar ya en
él, cuerpo y rostro singular sometidos al mundo, cuerpo y rostro
singular que son el relejo de las marcas que va dejando en ellos el
mundo cuando ellos mismos imprimen su sello en él. Ante todo,
rostro en Levinas, expresión por antonomasia de una singularidad
que habla y a la que se le habla: imposibilidad de que discurso y
respuesta caigan en la vaga abstracción de la teoría y los rostros
se hagan prescindibles en la férrea necesidad de la arquitectura de
los sistemas. El Logos no se ha hecho tanto carne cuanto rostro515.
De lo cual puede desprenderse lo siguiente: el rostro del Otro
es entonces palabra primera, expresión de una palabra primera,
y cuando se acoge un rostro se acoge también su palabra, es
decir, su expresión encarnada y su expresión empalabrada. En su
misma cooriginariedad, la expresión del rostro se da su propia
513
514
515
246
Levinas, “Ética como ilosofía primera”, p. 15.
Henry, p. 156.
Cfr. Waldenfels, p. 68.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
palabra y la palabra responde a la peculiaridad de la expresión.
Rostro, singularidad irreductible, nominalismo puro de una
sustancia de individualidad única, cuya pregunta es única como
su individualidad, cuya respuesta es otro tanto: única como su
individualidad.
2.13. El cuerpo en el pensar
Como lo mostró Merleau-Ponty, el pensar descarnado es un
mito, el pensamiento casi opera en el “yo puedo” del cuerpo516.
Esta praxis corpórea habla antes que el discurso ontológico, pues
primero que él habría una invitación signiicativa que escapa de
la monotonía teórica y se ofrece como fundamento. La idea de
lo ininito que trae consigo esa visitación (el Otro y su altura)
es todo lo contrario del ejercicio de una violencia, aunque sea
aun un desarreglo del orden inmanente y de sus límites estrechos,
porque “lejos de violar el espíritu, condiciona la no-violencia
misma, es decir, instaura la ética”517. La voz del Otro viene de
lo alto, como la voz de Dios en el Sinaí518. Viene de lo alto sin
abismarse en la perdición del anonimato, puesto que para Levinas
cualquier cosa que se hunda en el anonimato, la impersonalidad
y lo neutro, no poseen rostro519. El ininito excede los límites
de cualquier orden establecido, excede los límites de cualquier
516
517
518
519
TI, p. 219.
TI, p. 217.
Cfr. Waldenfels, p. 69.
Cfr. ibid., p. 67.
247
Mario Di Giacomo
discurso cuyos ríos semánticos ya están en lujo, opera como
un trascendental que posibilita los signiicados, pero permanece
retraído ante ellos, a la zaga de cualquier Sinngebung posible,
pero la anima, fecunda, propicia. El lenguaje se entiende en este
contexto como actitud, diferente de la naturaleza constituyente del
idealismo y su egología trascendental. Creo que el trascendental
que tiene in mente Levinas no suprime la individualidad, porque
aquél no gesta la unidad, no la produce ni la engendra, antes bien,
genera la diferencia al interior de una interpelación en la cual el
espíritu no pierde su encarnación ni borra de sí su terrenalidad,
señalando el nacimiento del tiempo. La lógica de la insularidad
en la que se había encerrado el ego se fractura, dándose así origen
a otra cosa, larvándo el comienzo de un comienzo. Comienzo
que nunca termina de terminar, pues la enseñanza que proviene
del Otro se concibe como siempre recomenzada, es decir, el
inal (acogimiento del Otro) contiene en sí su propio comienzo
(acogimiento indeinido del ininito en cada rostro recibido). De
modo que no hay inal, ésa es la enseñanza de este tipo de comienzo.
El lenguaje no es mera expresión interiorana de la conciencia
(como si se pudiese pensar la palabra antes de hablarla), sino que
“… viene del otro y repercute en la conciencia al cuestionarla.
(…) Considerar el lenguaje como una actitud del espíritu no
conduce a desencarnarlo, sino precisamente a dar cuenta de su
esencia encarnada, de su diferencia con relación a la naturaleza
constituyente, egológica, del pensamiento trascendental del
idealismo”520. Es precisamente esta visita corpórea la que viene a
520
248
TI, p. 218.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
romper la parálisis de la conciencia, inscribiendo en ella un nuevo
poder, distinto al de la razón y de los verbos que de ella dependen,
poder que no será sino expresión de la responsabilidad que se
instaura desde una separación radical: vinculación genuinamente
ética, recepción, don, manos llenas, hospitalidad.
El resultado de la encarnación del lenguaje sería la “…
prolongación del pensamiento en corporeidad”521, aún más,
parafraseando a Merleau-Ponty, Levinas lleva la encarnación a
un lugar trascendental que siempre debe suponerse anterior al
pensamiento: éste sólo puede operar desde un sistema de signos
que siempre lo antecede y piensa desde esa precedencia en
contra de los ríos semánticos establecidos, de las signiicaciones
sedimentadas y de los prejuicios empozados. El pensamiento
no parte entonces de un contexto cero que él se encargaría de
poblar de signos, al contrario, insertado en la lengua de un
pueblo o de una civilización, y operando ya desde allí dentro,
recibe “… la signiicación de esta operación misma”522. El
signo no es verbum mentis ni instrumentum rationis: el signo no
produce la signiicación. Ésta se encuentra siempre más acá en
un acontecimiento original que hace posible la función-signo: el
cara-a-cara523. La intencionalidad retrocede ante una signiicación
originalmente ética y ante una inteligencia que no es precisamente
conciencia de, sino fundamentalmente “sociedad y obligación”524.
521
522
523
524
TI, p. 218.
TI, p. 219.
TI, p. 220.
TI, p. 220.
249
Mario Di Giacomo
El idealismo del signiicado debería recordar esta verdad primera,
esta signiicación que es básicamente relación, relación con un
inteligible (el Otro) que ya no es un concepto, sino una inteligencia.
Sólo un rostro habla y las demás signiicaciones son antecedidas
por el vínculo que ya siempre ha postulado el lenguaje, porque la
esencia del lenguaje es relacional y vinculante que va más allá de
toda cosiicación posible, de manera que la conciencia se muestra
permanentemente desbordada en su propia hambre de alteridad.
Su mismo centro se halla así conmovido, pues se somete a la
visitación del Otro en una interpelación personal. Esta clase de
deseo metafísico no puede devorar el objeto al que tiende. Este
deseo, entonces, siguiendo a Derrida, no está acuciado por la
necesidad ni busca consumir el objeto de la intención525, porque
el objeto señalado se encuentra permanentemente desbordando
la intención que lo señala. Por lo tanto, aquí la conciencia ya no
es conciencia, sino una obligación que desplaza el centro de su
soberanía hacia el territorio de otro primado, inesperado primado,
en verdad: la alteridad, al ser recibida, cuestiona mi propia
suiciencia y la libertad abstracta de mi gozo solitario. En tal
vinculación “la conciencia de la obligación no es una conciencia,
ya que arranca la conciencia a su centro al someterla al otro”526.
Profundamente extraviado en la simplicidad de su laberinto, el
Mismo requerirá del Otro a in de escapar de su prisión noética:
Levinas, en vez de colocar al Otro frente al Mismo, evitando
su reiicación, lo coloca al lado, lo disuelve en la caricia que no
525
526
250
Cfr. Violencia y metafísica, p. 134.
TI, p. 221.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
podría ser objetivada, impide el escorzo (Abschattung) por medio
del cual la conciencia, siempre en movimiento, va produciendo el
noema de aquello que ha sido objetivado.
Se separa Levinas del aspecto impersonal e incorpóreo de
la razón: la razón es únicamente soledad, porque disuelve a sus
interlocutores o los sustituye por la liviandad de sus productos
impersonales. La individualidad quedaría así deshecha en el
dominio de un discurso impersonal que aplana la alteridad,
incorporándola a la semejanza que guardan entre sí los distintos.
Por consiguiente, la distinción se acaba, y la razón, en cuanto
discurso monumental, sólo puede existir ella sola y para sí sola. Los
signos darían concreción a esa similitud que la razón se encarga
de constituir desde su propio silencio. Todo individuo no está allí
sino para ser obsedido por esta búsqueda de similitud, de patrones
de igualación y de asimilación a la unidad. El orden ideal exige que
el orden individual renuncie a sí mismo, arrojando la ipseidad del
sujeto concreto “… hacia una esfera noumenal en la que ejercería
intemporalmente su papel de sujeto absoluto en el Yo pienso, o se
reabsorbe en el orden universal del Estado que, desde un comienzo,
parecía entrever o constituir”527. Es difícil que el diálogo sea
diálogo, es decir, puesta en escena de diferencias constitutivas si
se asume el orden nouménico en el cual la razón, con mayúsculas,
enarbola su primado, encerrándose en un poder constituyente. Si
se radicaliza el primado del Yo trascendental, el diálogo entre
los yoes empíricos constitutivamente distintos se minimiza,
527 TI, p. 221.
251
Mario Di Giacomo
apareciendo en su lugar un gran monólogo trascendental, abismo
y absorción de la pluralidad de los interlocutores. Asimismo, lo
que se encuentre fuera del Estado y de la Historia parece marcado
por la penitencia de no pertenecer a la razón misma que les dio
origen, con lo cual el futuro de las culturas que no han llegado a
ciertos estadios civilizatorios se encuentra en entredicho, esto es,
no poseen ni siquiera lenguaje para ingresar con su testimonio
dentro de la esfera del signiicado constituido: el parlamento del
mundo está prohibido para algunos interlocutores. La periferia no
habla ni tiene por qué hablar, pues su misma condición periférica
le ha sustraído la posibilidad de ingresar al banquete donde la
civilización festeja su propia grandeza. El juicio de la historia se
encarga, pues, de suprimir los yoes personales o colectivos, en
especial si el juicio de la historia le toca emitirlo a quien se ha
erigido en dueño y señor de una determinada historia.
Tanto en la esfera noumenal, como en la razón estatalizada,
asegura Levinas, no se produce el vínculo propuesto, porque no
existe una sociedad pensada desde el ateísmo: “No hay sociedad
en tal racionalismo, es decir, no hay relación cuyos términos
se absuelvan de la relación”528. Los excesos de la razón la han
convertido en un ente monológico –nadie le habla a nadie- o la
han hipertroiado en esa monstruosidad legal llamada Estado, en
el cual los particulares pueden ser funcionalmente suprimidos o
intercambiados como la mercancía en los mercados o como las
acciones mediante los brokers de las bolsas: en la reiicación
528
252
TI, p. 221.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
total del mundo que solemos llamar globalización, se globaliza
la indiferencia, fundamentalmente, o la diferencia pasa a ser
espectáculo que reprime la especiicidad de su voz, ingresando al
absoluto espacio mercantil donde existe cualquier cosa. Se palpan
clientes, marcas, cuñas, satisfacciones groseras administradas
desde quién sabe dónde, excepto personas. Al mundo inacabado
del capitalismo, Bloch le respondería, de acuerdo con Levinas,
mediante una esperanza utópica que guarda en su vientre el ‘no’
al presente constituido. Un contrato utópico es la única garantía
de un marxismo pensado desde la esperanza, no desde el inal de
la historia ni desde un deseo convertido, por su inactualidad, en
anorexia o en renuncia, es decir, en negación de la expresividad
propia de la particularidad de cada ser humano. Y la salvación
no puede ser una salvación consumada de una vez por todas
en la historia: ésta sería solamente la ocasión de una redención
permanente, la esperanza de que el futuro tenga por siempre la
última palabra, esperanza de que el presente no sea la clausura
única del ser humano, esperanza de ir allende un presente en
el cual unos pocos que tienen la palabra desean hacerla valer
como última. No se vive únicamente para el presente, se vive, de
alguna manera, desde el futuro529. En la reiicación únicamente
tendríamos ante nosotros la victoria de lo impersonal. Y es
justamente la tiranía de lo impersonal lo que debe ser debelado
en el pensamiento de la diferencia absoluta, en el cara-a-cara
donde “brilla la racionalidad primera”530 y el primer inteligible
529
530
Cfr. Dios, la muerte y el tiempo, pp. 116-123.
TI, p. 222.
253
Mario Di Giacomo
es el ininito expresado en el rostro. Sólo así el ininito llega a
ser, parousía privilegiada en el rostro que llama a signiicados
ulteriores. La “ley” del rostro triunfa así sobre la tiranía
impersonal de la ley. La voz sin interlocución real y coagulada en
abstracciones es la seña de nadie. El humilde cuerpo que ilósofos
y teólogos han suprimido no es sino el índice de esa separación
soledosa, de esa paradójica separación socializante. Poseer cuerpo
es ya siempre vivir separado.
2.13.1. nomadismo y promesa
El lenguaje pone el mundo en común y en la comunicación
aparece la objetividad. De esta manera el mismo uso del lenguaje
está incurso en una posesión común: él no le pertenece a nadie
en particular, permitiendo que las cosas lleguen a ser tema531 y
que la posesión consista en un absoluto. La palabra está repartida
entre el yo y los otros, de manera que el mismo lenguaje “permite
poner en duda la posesión”532; en este desprendimiento brota un
hecho fundamental: los mundos se permean gracias a la palabra
que abre las subjetividades cerradas en sí mismas y los límites
se hacen porosos en el lenguaje que es la puerta por la cual las
subjetividades se relacionan. En este punto, escribe Levinas,
se ofrece el mundo al Otro por la palabra. Pero el lenguaje no
opera en la homogeneidad de una abstracción. La razón tendrá
eventualmente un papel esencial para despojar a los particulares de
531
532
254
Cfr. TI, p. 222.
TI, p. 222.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
su particularidad al interior de un acogimiento activo: la actividad
no será sino el acto de desnudar al concreto de su concreción,
borrando así el origen de los noemata. Por el contrario, conforme
al pensamiento de Levinas, existiría una razón antes de esa
intervención activa de la razón que le sustrae la sangre y los
huesos al concreto, que lo descorporeiza, una razón que residiría
en la misma separación y en el acogimiento producido desde ella.
La insularidad que obra desde allí advierte la existencia de sus
fronteras internas, pues el Otro ha venido hasta él a cuestionar su
libertad y a poner en común, en el oicio del lenguaje, un mundo.
El rostro que visita se presenta en su altura y en su trascendencia,
“como extranjero”533, no como obstáculo de mis posesiones.
Mi insularidad se siente afectada en esta “miseria esencial del
otro”534. Por supuesto, la insularidad está preparada para hacerse
sorda a la llamada, anulando su propia respuesta, pero “también
es capaz de recibir este rostro de lo ininito con todos los recursos
de su egoísmo: económicamente.”535
La palabra no se ha deslizado aún a la esfera teórica que
depura rostros y paisajes; en el ofrecimiento de un mundo y en la
suscitación de una respuesta, la voz que viene de la otra orilla, en
su miseria, tiene que ser socorrida con las manos llenas. Sólo una
respuesta concreta acoge una solicitación concreta. La respuesta
misma a la solicitud viene acompañada de una praxis personal:
me hago responsable de esa solicitud, ni más ni menos, aboliendo
533
534
535
TI, p. 228.
TI, p. 228.
TI, p. 229.
255
Mario Di Giacomo
en ese socorro la mediación racional que negaría la propia
particularidad. Menos mundo de teoría que un mundo del auxilio
y del don, alguien responde con una palabra acogedora. O inierno
o relación responsorial. Un umbral inito se abre al ininito, “mais
ce passage méta-physique a lieu, il se passe et passe par l’abîme
ou la transcendance de la séparation”536. Por eso, “la esencia del
discurso es ética”537, y al enunciar Levinas esta tesis, al mismo
tiempo “… niega el idealismo”538. Pero lo más extraño de esta
ética que antecede a la razón tal como la conocemos desde
antiguo es que el rostro mismo enuncia una racionalidad, más
que un sentimentalismo incapaz de dar cuenta de sí mismo, por
lo tanto, el primum intelligibile facies. El rostro es, pese al locus
desde donde piensa el autor, el primer inteligible, la fuente del
tipo de inteligibilidad que en Occidente ha prevalecido. De la que
Occidente ha sido fuente. La razón actuaría aquí como ley de la
hospitalidad539 y como signiicación ya dada en la apertura de un
mundo a otro mundo. El acogimiento señala, entonces, el lugar
de una entraña sensible a la invocación que viene desde fuera,
es una ouverture de la porte et du seuil vers l’autre, il l’ofre à
l’autre comme autre, là où le comme tel de l’autre se dérobe a
la phénomenalité, plus encoré à la thématicité540. Es un proceso
de subjetivación que no se gesta en el corazón de la interioridad,
536
537
538
539
540
256
Derrida, Adieu…, p. 88.
TI, p. 229.
TI, p. 229.
Derrida, Adieu…, p. 58: La raison à même de recevoir: que peut donner cette
hospitalité de la raison, cette raison comme pouvoir recevoir (…), cette raison
sous la loi de l’hospitalité? Cette raison comme loi de l’hospitalité?
Ibid., p. 100.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
ni siquiera en el espacio de la Razón abstracta que desnuda
en múltiples escorzos el objeto convertido en tema, sino una
subjetivación ordenada desde fuera, l’accueil du Très-haut dans
l’accueil d’autrui, c’est la subjectivité même541. Acogimiento
equivale a subjetivación. El movimiento de una heterodidáctica
sacude la intimidad de un ser satisfecho de sí. Sólo en esta
incomodidad se provoca una mutación interior y únicamente en
esta “sociedad con lo ininito”542 (heterocreación, no autocreación;
nomadismo más que sedentarismo en la producción subjetiva)
lo inito escapa de su prisión de certezas, renovando su mundo.
El homo novus no encuentra en sí rastros del maestro interior,
pues su maestro viene de fuera para así convertirlo en su tierra de
exilio. Alguien pasó por aquí. La huella. La alteridad, interpelante
e inquietante, contrarrespuesta a la metafísica de la presencia (a
la técnica que sería su última manifestación), representaría así
aquello a lo que hay que volver, pero es una vuelta a la ausencia,
un “deseo de lo invisible”543, el retorno a un desvanecimiento.
Viento del exilio, nómada perpetuamente revivido,
enfermedad recidiva, sólo en esta clase de nominalismo se deja
en paz la alteridad del Otro. La misma creatio ex nihilo representa
a un ser que se autosobrepasa en la producción de algo distinto,
rompiendo con su soledad. La diferencia reside en que la salida
teológica de esa satisfacción coincide con Dios mismo, es decir,
con su voluntad, capaz de generar en Él una escisión practicada
541
542
543
Ibid., p. 101.
TI, p. 231.
Checchi, “Estudio conclusivo”, p. 202.
257
Mario Di Giacomo
al interior de su soledad: provoca lo otro desde sí Mismo. En
el caso que nos ocupa, la subjetividad se postula como un ser
separado, “en relación con otro absolutamente otro o el Otro”544.
Sin embargo, en tal recibimiento se produce el surgimiento de
lo racional, escapando así a un horizonte arbitrario: si el rostro
aporta consigo una signiicación primera, si su invocación
coincide con una responsabilidad a la cual invita, entonces “en
el recibimiento del rostro la voluntad se abre a la razón”545. La
idea de Levinas gira alrededor de una racionalidad que no elimina
ni la interlocución ni la respuesta personal que ella involucra: la
voluntad es libre de asumir la invitación del Otro, mas “no es libre
de negar esta responsabilidad”546, no es libre de decir que una vez
expedida la invitación ésta no ha ocurrido y que no ha aportado
límites al propio ser. No se milita, pues, en una ilosofía cuyo
avance por las llanuras del ser desemboque a la supresión de la
pluralidad y la interlocución. Filosofía de plurales irreductibles
entre sí, la de Levinas no aspira a hacer abdicar la unicidad del ser
separado, cuya expresión lingüística no hace sino conirmarlos
en la separación. La palabra misma “… no tolera más que una
respuesta personal, es decir, un acto ético”547. Ni siquiera el
lenguaje y la razón conservada en él admiten la supresión de
la pluralidad en la experiencia del discurso: la experiencia y su
concreción dentro del vínculo establecido entre el Mismo y el
Otro representaría ese acto ético primero, unido, al mismo tiempo,
544
545
546
547
258
TI, p. 232.
TI, p. 232.
TI, p. 232.
TI, p. 232.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
con la razón larvada en su interior. A esta relación no objetual
con el Otro Levinas la denomina relación metafísica; ésta “realiza
un existir múltiple, el pluralismo. Pero esta relación no realizaría
el pluralismo, si la estructura formal de la relación agotara la
esencia de la relación. Es necesario explicitar el poder que tienen
los seres puestos en relación para absolverse de la relación”548. La
metafísica deja de ser concebida como una opresiva reductio ad
unum y se concibe desde sus inicios como pluralitas irreductibilis,
porque el logos que aparece allí deja de ser entendido como
discurso que contrae a los interlocutores a un diálogo en el cual
ellos mismos desaparecen o son absorbidos en última instancia
por la Palabra de un Dios silencioso. Por el contrario, el diá-logo
sólo se comprende a partir de una multiplicidad en la que cada
uno de los que tienen la palabra no la pierdan al tomarla. En
semejante politeísmo de los comienzos la cercanía se entiende
como un quemarse sin consumirse, como una excedencia que
impide reducir a cenizas el rostro de la interpelación suscitada.
La fundamentación del pluralismo –yo diría, más bien,
el pluralismo como fundamentación última- no paraliza: los
individuos poseen ventanas, toda vez que no son los dioses
epicúreos, habitantes de los intersticios del ser, donde ya ni
espantan ni importan. La excedencia de la relación es relación,
sin embargo. Es relación en la cual Levinas coloca demasiadas
cosas a la vez: salvaguarda de la unicidad, gestación ética e
inicio de la razón, encoladas las tres en la gloria de un solo acto.
548
TI, p. 233.
259
Mario Di Giacomo
Asimismo, gracias a la exterioridad, a ningún ser separado le es
dado autocomprenderse en verdad como causa sui. Semejante
solipsismo sólo es posible como mala fe o como el engendramiento
del propio inierno. Los análisis levinasianos de la separación
tienen como desenlace no la inmovilidad ni la parálisis, no la
visión oscura de un porvenir siempre inalcanzable ni la nostalgia
de cumplimiento al interior de una promesa imposible. Campo
original de paz, la separación no instituye sino la óptica de una
multiplicidad coniada al magisterio del Otro, más que a la guerra
o al conlicto. Levinas es categórico en este punto: “Nuestros
análisis de la separación han abierto otra perspectiva. La forma
original de esta multiplicidad no se produce sin embargo ni
como guerra, ni como comercio”549. No actúa la separación bajo
el epitaio de la guerra original entre los seres separados, lobos
los unos de los otros; tampoco procede bajo el estandarte de la
enemistad permanente ni ejecuta la política with the war on the
mind (Bush). Es precisamente al revés, asegura Levinas, la guerra
y el comercio suponen el rostro y la trascendencia550.
2.14. La obra en la bancarrota de la voluntad
El pluralismo de voluntades autoairmadas en la locura de
la guerra no reconoce ninguna frontera en la cual detenerse, es la
guerra expresión de la negación de formar parte de una totalidad
que pone sobre sí el estandarte de una ley. Pero en esa misma
549
550
260
TI, p. 234.
Cfr. TI, p. 235.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
negación contempla Levinas que el estado bélico es un estado
relacional, pues la guerra “… no niega la relación, porque, en
la guerra, los adversarios se buscan”551. Es como si el autor nos
dijera, de acuerdo con la paráfrasis ofrecida por Derrida, que la
guerra implica una declaración originaria de paz y que la misma
declaración de guerra es subsidiaria con relación a la declaración
originaria de paz552. El problema es entonces la constitución de un
ser separado que es a la vez libre y no-libre, de un ser que es causa
sui, esto es, libertad, y es parcialmente no-libre. Por consiguiente,
en la independencia del ser separado no puede conirmarse el tipo
de causalidad que la causa sui arrastra consigo, porque el mismo
nacimiento, jamás escogido, no es sino el mentís dado a un ser
autoconcebido como soberanía pura. Habría, pues, que pensar en
una libertad distinta a la autocausada o a la que se revela en los
límites de la guerra. Existe para Levinas un ser que siempre es
independiente, pero que en esa misma independencia revela un
ofrecimiento: ofrecimiento del Uno al Otro, ofrecimiento en que
surge el tiempo, ofrecimiento que no es sino el aplazamiento de
la muerte, el “aún no”553 frente a la muerte, el alejamiento ante
una cercanía que se impone. El mismo asesinato se conjura en el
miedo a la muerte, pues éste se transfunde en el miedo a cometer
asesinato554, en el miedo de asumir el papel que le ha tocado a la
muerte: me niego a ser esa muerte que a mí mismo ya me asesina
y a la que temo, me niego a ser el verdugo de dicha amenaza. Pero
551
552
553
554
TI, p. 236.
Cfr. Derrida, Adieu…, p. 92.
TI, p. 237
Cfr. TI, p. 258.
261
Mario Di Giacomo
si la independencia del ser separado se trastorna en la relación con
el Otro o se mortiica al ingresar en una historia y en una política
(en la simetría de un cálculo), hay que mostrar cómo la aparente
borradura de la separación se pierde y se gana a sí misma, cómo
en su misma pérdida se mantiene y puede resurgir.
Como la voluntad soberana se encuentra cuestionada,
incluso la obra que la expresa y en que ella se materializa puede
adquirir un extravío deinitivo: la obra “asume el anonimato de
la mercancía”555. Mas en ese anonimato desaparece el productor
que la ha engendrado, desaparece “el obrero mismo”556. También
en la idea de fatum observa Levinas la bancarrota de la voluntad
soberana, pues el drama vivido supone el desbordamiento de las
intenciones heoricas, su misma voluntad apresura el cumplimiento
de los designios que no se encuentran en ella o que le son extraños.
Juguete de otra voluntad, la del héroe es una voluntad poseída,
perdida en su propio ejercicio antagónico y en la autoairmación
que pretende. La obra producida es, así, separada de la voluntad
creadora. Desde la mira de Levinas, todo acto va a parar a lo
desconocido, en lo no calculado ni contemplado. Es como si la
desposesión habitara desde siempre en una voluntad que nunca se
basta a sí misma. Y no se basta a sí misma precisamente porque
ella, en su obra, recibe el sentido del Otro. La voluntad deja de
existir en cuanto empieza a depender de la Sinngebung o de la
apropiación del Otro. Aún más, en este orden de ideas, es como
555
556
262
TI, p. 239.
TI, p. 239.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
si la voluntad, entendida como voluntad soberana, nunca hubiese
comenzado o nunca hubiese existido, incluso airmándose en su
obra y en su acto. El destino de la obra modiica el destino de la
voluntad soberana: ésta se entrega a un tiempo y a una historia
de la cual no puede enseñorearse. El poder mismo de la voluntad
se pierde. El poder, adscrito así desde los inicios también a una
signiicación extraña, a una desposesión originaria, indica sus
propios límites. Perdido en una historia que se desentiende de él,
el poder de la voluntad no se sigue a sí mismo hasta su in, porque
el in no está en sus manos, porque la obra se ha extrañado en la
multitud de signiicaciones que ya no dependen de ella. Levinas
es bastante explícito en este sentido, “El poder no se confunde
con su propio impulso, no acompaña a su obra hasta el in. Se abre
una separación entre el productor y el producto. El productor, en
cierto momento, no sigue ya, se queda atrás”557.
La trascendencia inscrita en la obra señala a un autor, pero
lo señala tanto en su ausencia como en su soberanía desfallecida.
La palabra del autor de la obra es apresada en la red de semánticas
que él no habría contemplado. La voluntad pierde así los
contornos de su inicial autoposesión, se diluye en los márgenes de
otra voluntad, que isura el rigor interiorano de una clausura. La
clausura se muestra entonces imposible, a menos que renuncie a
cualquier tipo de engendramiento, a cualquier tipo de paternidad.
La paradoja de la paternidad, como la de la obra, es tener que
existir en un tiempo en el cual el productor ya no es: dejado atrás
en su obra, el productor es interrumpido por voluntades extrañas
557
TI, p. 240.
263
Mario Di Giacomo
y por la incumbencia de voliciones foráneas. Los contextos
distintos en los que la obra ingresará suponen también la entrada
a otras alienaciones, a otros extrañamientos y a otros ministerios.
Es decir, el autor es siempre un rehén de los extrañamientos que
habrán de venir, “la obra no se deiende contra la Sinngebung
del otro y expone la voluntad que la ha producido a la discusión
y al desconocimiento, se ofrece a los designios de una voluntad
extranjera y se deja apropiar”558.
¿Puedo batirme contra un tiempo sin mí? ¿Puedo luchar
contra una historia que prescinde de mi voluntad, aun inscribiendo
en ella mi propia trascendencia? La materialización de la
voluntad en la obra abaliza, por ende, un montón de límites, pero
también señala la porosidad de esos mismos límites, es decir, la
transgresión que el límite practica al interior de sí mismo:
1. No hay obra sin voluntad.
2. Una interioridad sin obra no produce historia.
3. La voluntad y la obra pierden su soberanía absoluta en la
intervención de una voluntad extranjera.
4. El querer no alcanza nunca sus propias intenciones, pues
se halla encabestrado a una servidumbre fundamental, “el hecho
de que el querer se escapa a sí mismo, de que el querer no se
contiene, equivale a la posibilidad para los otros de apropiarse de
la obra, de alienarla, de adquirirla, de comprarla, de sustraerla”559.
558
559
264
TI, p. 240.
TI, p. 241.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
5. Sin embargo, en su misma ausencia, la voluntad inscribe
en el mundo una capacidad trascendente, ya que se redime en
sus propios duelos. Ella oscila entre una servidumbre inevitable
y el aplazamiento de ésta; entre una autoairmación que deja
de ser soberana y una heteroairmación que de algún modo
airma su soberanía: “el querer de la voluntad viviente aplaza
esta servidumbre y, en consecuencia, quiere contra otro y su
amenaza”560, empero, al franquear umbrales no previstos, al dar
vida a una teleología cuyos horizontes se pierden de vista en
contextos diferentes a los de origen y nacimiento, “… la voluntad
se encuentra apresada en acontecimientos que sólo aparecerán al
historiador”561.
Habría que pensar en una subjetividad elaborada a fuer
de acogimientos no voluntarios; la voluntad no cuenta en
esta suspensión del sujeto idealizado, pues éste representaría
precisamente el fracaso de una ética posible y el de vivir para el
Bien. El ininito situado entre el Mismo y el Otro signiicaría de
esta suerte la inscripción original de la diferencia en el corazón
del lenguaje humano. Inscripción que habrá de resolverse como
acogimiento de esa desmesura, más que como pensamiento de
ella. La heterología fundante anima a Levinas a siempre posponer
los demás acogimientos al acogimiento originario del cara-a-cara.
En semejante contexto, el acogimiento de la Altura reforma la
subjetividad misma. Subjetividad desposeída, perdida y ganada
en el cautiverio del Otro. Subjectivation, sans doute, mais non pas
560
561
TI, p. 240.
TI, p. 240.
265
Mario Di Giacomo
au sens de l’intériorisation562. El sujeto es huésped, mais <<Le
sujet est otage>>, ou encoré, un peu plus loin, <<L’ipseité… est
otage>>563. El sujeto es rehén en tanto que es menos “cuestión”
que “en cuestión”564, no el ser del cuestionador o del cuestionado,
mais l’être-en-question, là où, si l’on peut dire, il se trouve mis
en cause, là où passivement il se trouve et se trouve contesté,
interpellé, accusé, persécuté, mis en cause565. Y la responsabilidad
por el Otro, es decir, producción pasiva de subjetividad no
signiicará jamás voluntad altruista, ne saurait jamais signiier
volonté altruiste566. Pues la voluntad es una facultad, en este
contexto, inexistente.
Insatisfecho con la modernidad de una subjetividad
constituyente origen del mundo, Levinas dejará a la zaga la
producción del mundo a partir de una interioridad poderosa
capaz de crear lo que no es ella misma, apareciendo así como el
fundamento (Grund) de todo lo otro de sí, como próte philosophía,
pero no dejará de tomar en cuenta el papel fundamental en que
consiste la producción de subjetividad en la propia alienación de
ésta en la estructura kenótica que la caracteriza. ¿Reformulación
de una teología avergonzada de sí misma después de la
autovulneración de lo humano en la Shoá? ¿Destrucción de la
comprensión familiar de la presencia de un Dios providente en la
vida de cada una de sus criaturas? Tal vez. ¿Ruinas de la justicia
562
563
564
565
566
266
Derrida, Adieu…, p. 101.
Ibid., p. 102.
Cfr. ibid., p. 104.
Ibid., p. 104.
bid., p. 105.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de Dios, que ha padecido y muerto sin resurrección después de
las cenizas escupidas por una centuria penosa? Seguramente. En
todo caso, Levinas se ha visto obligado a reformular el trabajo
divino, concentrándolo en una humanidad sufriente. Pero si la
hospitalidad abre sus puertas de par en par, el enriquecimiento de
la apertura decanta una subjetividad transformada. En Levinas,
como en la teología de san Agustín o de santo Tomás, la pérdida
del acontecimiento llamado Gracia radica justamente en la
voluntad de “no” ante el llamado de la divinidad; positivamente,
la voluntad, stricto sensu, es incapaz de alcanzarla por sí sola.
Sólo el misterioso suplemento del cual no somos partícipes puede
conceder al alma eso a lo que aspira, pero que le es negado en la
estrechez de sus fuerzas naturales. No abro voluntariamente las
puertas, las cierro. No obstante, el acto de cerrarlas es el emblema
de una afección que ya ha ocurrido, impresionando la apertura
que ya siempre soy. Puedo resistirme a mi hospitalidad, en lo que
no me hallaré jamás indemne es en el hecho de que la apertura, a
pesar de mis pesares, ya ha ocurrido, incluso si cierro con violencia
las puertas abiertas de mí mismo. El yo dominante sería aún
dominante únicamente en su forma negativa, en su manifestación
cavernaria, donde el Bien no se expande ni el sujeto se enriquece.
Guardado en el vientre de sus certezas y seguridades, vive de sus
clausuras, a saber, del egoísmo de una particularidad incapaz de
ensancharse, admitiendo la manifestación en él de aquello que
él no es, porque nadie se encuentra totalmente en casa cuando
está a solas consigo mismo, nobody is entirely at home with
himself 567. Levinas comes up with the hypothesis that the story
567
Van Riessen, p. 44.
267
Mario Di Giacomo
of the dominant and conquering subject presupposes something
else: a soul that is the opposite of this will to dominate and to
conquer. On the basis of what follows we can describe this soul
as “kenotic.” It constitutes the secret orientation of the whole
process of self-knowledge and self-enrichment that is depicted in
the Phänomenologie. Why is this so? Levinas shows that without
this kenotic soul, consciousness would not be able to return to
itself.568
La realidad del querer nos expulsa de la noche de
la interioridad sólo para ingresar en el perímetro de otras
oscuridades. Al salir del interior, al truncar la centralidad en razón
de mi querer, no seré en mi obra más que “un acto truncado”569,
pero por ello, aun en mi soberanía abdicada, sobrevivo en mis
propias ausencias, incluso en la apropiación hostil que hacen de
mí nuevas lecturas. El pobre querer no atrapa ni su cordura ni sus
vanas aspiraciones. Sin mí, una parte de mí inicia su peregrinaje,
corre hacia tierras extrañas, larva su propio exilio. Aun en la
extremaunción y en sus óleos sobrevivo a mi muerte, soy el
supérstite de un naufragio predicho inmemorialmente. Mensaje
sin mensajero, un kerigma solutus, suelto, absuelto, que va en
busca de nuevos autores. Ni siquiera atado a mástiles o a la roca
de la muda soledad puedo dejar de sucumbir ante una autonomía
(la de la obra, por supuesto) que es desgracia de la autonomía de
la voluntad que la ha producido.
568
569
268
Ibid., pp. 202-203.
TI, p. 241.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
De algún modo la misma obra se convierte en mi propio
enmudecimiento. En el capitalismo, bajo el imperio total de la
mercancía fetichizada, la obra ha sufrido una transformación: no
es sino un determinado valor de cambio con el que se pretende
suprimir (o hacer equivalente) la actividad del productor que se
encuentra tras ella. La obra desaparece en el dinero mismo con
el que se la compra y el productor se resigna a la inmediatez del
valor asignado, de manera tal que la trascendencia en la que se
inscribiría su subjetividad (su propia realización) se pierde en
el confín de un intercambio generalizado y en el anonimato de
los espacios contractuales. La auto-redención expresiva inserta
en la propia obra se anula entre anonimatos y equivalentes
universales donde aparecen obras sin productores, o donde el
único actor es la omnisapiencia reguladora de los mercados, esa
formidable coincidentia oppositorum, esa fantástica coincidentia
inconmensurabilium, superior incluso a Dios en eso de armonizar
las diferencias surgidas en el espacio que gobierna. Como un
dios, el capital debe sufrir la negación de su divinidad, debe ser
descubierto tanto en las articulaciones que lo han convertido en el
espíritu del mundo, como en las determinaciones íntimas por las
cuales adquiere una potencia ilimitada de crecimiento, adjudicando
tasa entre artículos no conmensurables: plusvalía y acuerdos
contractuales que en apariencia se muestran desvinculados de los
factores de poder. La religión del dinero no querría dejar escapar
nada de su fantástico fagocitamiento, nada debe ser dejado aparte
de su dinámica transformadora, ni la poesía, ni el amor, ni la
belleza, ni la espiritualidad, pues ya nada, en lo absoluto, vale per
269
Mario Di Giacomo
se, sino sencillamente, per aliud, de acuerdo con los estipendios
que se deriven de los intercambios y de las prácticas que exijan
los mercados globales (la imposición de la libertad mediando
la inteligencia de los misiles): “… el mercado transforma todo
bien en mercancía. La fragancia de la rosa, el ilo de la espada,
la magia de la sonata, el paladeo del pan no son para el mercader
sino lo que se paga por ello. Y todo lo no vendible, como la
luna (por ahora), el horizonte o la generosidad, queda fuera de
consideración; salvo que se convierta en vendible y, como el
amor, deje así de ser lo que era”570. Mientras tanto, mientras la
diástole de su expansión a escala global se va consumando, el otro
Dios, el alterativo y escatológico571, ha desaparecido de sus viejos
territorios, pues el dios del dinero y de los mercados mundiales
no acepta competidores ni, mucho menos, la posible profecía
eicaz en denunciar la globalización de una vida unidimensional.
El dinero tal como lo entiende el capitalismo, de acuerdo con
Marx, se convierte en “equivalente general”572, con él los diversos
productos humanos “se equiparan efectivamente unos a otros”573,
pues ha sido convertida en una mercancía que funge como
“equivalente de otras distintas”574. Pero esos mismos mercados
570
571
572
573
574
270
José Luis Sampedro, Economía humanista. Algo más que cifras, 3ª ed., Barcelona,
Mondadori, 2009, p. 90.
Cfr. Dussel, Filosofía ética…, p. 136.
El capital, tomo I, p. 122. Escriben Horkheimer y Adorno en Dialéctica de la
Ilustración (9ª ed., Madrid, Trotta, 2009, p. 63): “La sociedad burguesa se halla
dominada por lo equivalente. Ella hace comparable lo heterogéneo reduciéndolo
a grandezas abstractas. Todo lo que no se agota en números, en deinitiva en el
uno, se convierte para la Ilustración en apariencia; el positivismo moderno lo
conina en la literatura”. Véase también: Adorno, Consignas, pp. 47-48.
El capital, tomo I, p. 122.
Ibid., p. 124.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
son el resultado de una alianza, querida o no, voluntaria o no, con
el Technoscientiic development (that) provided the conditions
for economic globalization575, mediando la “racionalidad de la
ganancia”576 y sus espectros iltrados microfísicamente en el tipo
de relacionalidad que difunden a nivel global. Ya sabemos de
los derivados de una lógica mercantil que nivela las diferencias
culturales a través de praxeis tecnocráticas que borran los
fundamentos mundanovitales. Así, pues, the ininite eidos of
Europe –de acuerdo con Granel- turns out to be another name for
the cultural uniformization subservient to the unique and indeed
ininite goal of wealth production577.
Frente a los mercados, los individuos se apersonan como
movilizadores de una maquinaria universal de la que ellos son
simples engranajes, aunque convencidos de ser los sujetos
del proceso: mientras más sujetos al proceso, más sujetos del
proceso, más ceñidos a un presente que todo cosiica y que
presenta al futuro como ya alcanzado. Las lágrimas de la historia,
tanto en penas como en redenciones, ya han sido vertidas. En un
marxismo expresivista, el fruto de la alienación es la retención
del hombre en el más acá de sus posibilidades y en el aquende de
todo cumplimiento posible. En este marxismo el sufrimiento de
la necesidad no se satisface en la anorexia, sino en la satisfacción,
y la necesidad sentida se convierte, eo ipso, en ámbito de
575
576
577
Gérard Granel, citado por Biceaga en la nota 41, p. 119.
Enrique Dussel, Filosofía de la cultura y la liberación. Ensayos, México,
Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2006, p. 288.
Granel, citado por Biceaga en la nota 41, p. 119.
271
Mario Di Giacomo
realización y de gestación de nuevas necesidades578. Aunque se
elimine el trabajo maldito, ese trabajo que no crea ni refugio ni
casa, en que el cuerpo no se aparta de su vieja indigencia, aunque
se elimine el mundo absurdo de la Geworfenheit579, sin embargo,
no existe un horizonte capaz de consolidar ni una desalienación
total, ni, a fortiori, una expresión total del hombre en sus obras:
el hombre es hijo de su futuro, este marxismo no desfallece en
el clímax despótico de una nomenklatura. Pero en el in de la
historia que Occidente suele escribir en sus grandes relatos el
futuro ya no sonríe desde lejos, ni en su inminencia se presienten
otras posibilidades, incluso la posibilidad siempre tardía de salvar
al presente de sí mismo. No hay, pues, una lágrima inal más allá
de estas precarias murallas del ahora que salve del torbellino de
dolores que nos abruma. Ni la última, la que salva, derramada al
borde del vórtice que se alimenta de una violencia ensimismada.
2.15. Muerte y sufrimiento
Bien, la voluntad produce obras y éstas actúan como la
lealtad al productor que se continúa en ellas, y como traición,
pues él ya no está en un cierto instante, mientras ellas deben
seguir sin él. Una voluntad extraña se apropia de la voluntad en
el sentido de que las signiicaciones vienen dadas ahora no por
una autonomía que llamaremos primera, sino por una autonomía
segunda, que desborda la intentio auctoris, las semánticas nativas
578
579
272
Cfr. TI, p. 164.
Cfr. TI, p. 165.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
y los contextos de nacimiento. Orillas disímiles se aproximan
incluso después de la muerte del productor: la obra habla de esa
vida y de esa muerte, pero es capaz de asumir otros signiicados
al ser extrañada en otro orden de signiicaciones y en otro orden
de voliciones. Así como la palabra no se apresa nunca a sí misma,
la voluntad creadora permanecerá siempre rezagada frente a sus
propios productos, objeto ahora de otras concesiones de sentido
y de otras tiranías. Pero el rigor del extrañamiento también se
cumple en el rigor de otra violencia, que viene de lejos y de cerca:
también la muerte amenaza desde el más allá, y así la voluntad
es cercada por la voluntad de Otro580. La alteridad de la muerte
indica también el límite del propio poder. Alteridad que no
puedo asumir por completo, su cercanía indica amenaza y, a la
vez, aplazamiento. Ya desde siempre lucho con ella, y la tregua
entre ella y yo sólo puede igurarse como aplazamiento, como
retraso de una inminencia, como prórroga de un asesinato que ya
se ha domiciliado en mí581. Mi propia temporalidad corre por dos
vertientes: corre hacia la muerte (el Sein zum Tode, la máxima
virilidad del Dasein heideggeriano, dice Levinas582), y corre
valladamente hacia esa misma muerte, por lo tanto, “ser temporal
es ser a la vez para la muerte y tener aún tiempo, ser contra la
muerte”583. La muerte que ya siempre corre a mi encuentro se
encuentra con mis otros encuentros, con el encuentro de mi
voluntad con la voluntad de Otro. Con ello se quiere decir que
580
581
582
583
Cfr. TI, p. 247.
Cfr. TI, pp. 246-247.
Cfr. El tiempo y el otro, p. 111.
TI, p. 248.
273
Mario Di Giacomo
la exposición a la muerte no signiica el enseguida de la muerte,
sino su aplazamiento, incluso en la traición a la voluntad por el
signiicado conferido a su obra por la voluntad del Otro.
La exposición siempre futura a la muerte deja tiempo y
este tiempo guarda en sí el misterio creador de un aplazamiento,
la esfera productiva en la cual la voluntad se sabe interpelada,
conservada ielmente o simplemente traicionada. En su misma
alienación, la voluntad ya se sabe liberada de una inminencia
mortal, de la imposibilidad absoluta de toda posibilidad. En esta
exposición a la muerte, exposición a algo que nunca se atrapará
del todo, la voluntad “… tiene el tiempo de ser para el Otro y
de recobrar así un sentido a pesar de la muerte”584. Así conserva
tiempo, aplaza la violencia, porque no somos únicamente hoy,
presente o ahora. Hay majestad en vivir más allá del presente,
reservándonos para algo más que las urgencias del tiempo. Si
el presente estuviese acabado, no existiría lágrima reparadora,
la consolación no tendría el espacio de dolor donde ejercerse ni
el perdón vendría a visitar a las almas ofendidas. Clavado a mí
mismo, no me está permitido recomenzar, ni sentir el perdón, ni
la esperanza; tampoco, hacer una promesa o engendrar una nueva
vida585. El Otro me libera del peso de mi soledad, and also opens
within my life the dimension of a present, a future and a past
whose meaning is no longer established in me, and which for this
very reason I cannot appropriate586. La muralla del instante que
584
585
586
274
TI, p. 249.
Cfr. Bernet, p. 95.
Ibid., p. 94.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
nos cerca se encuentra ya perforada en nuestra misma espera, la
impresión originaria no es la experiencia de autoafección, sino
la de heteroafección587: pasividad respecto del Otro, sufrimiento
por el Otro, habitación del Otro. En suma, la impresión originaria
es la experiencia de algo que nunca se encuentra en la propia
interioridad totalmente presente, sino que está allí como una traza
de alguien que ya pasó, como huella de una presencia, como
registro inmemorial de algo ocurrido, como pneumaticidad. Leve
como la respiración.
De este modo, el instante detenido queda corregido en
nuestras esperas, el padecimiento impotente que espera por su
lágrima indica la separación del presente con respecto a sí mismo,
una anticipación del porvenir, una precaución ante la totalidad
asumida arbitrariamente por el presente. La misma lágrima que
el dolor aún no ha sabido cómo dejar escapar aguarda por otro
tiempo, más allá de este instante en el que ya el dolor ya es.
El porvenir es el shofar, sonido que no es sino una víspera o el
acontecimiento de una inminencia: vestíbulo que convoca a una
liturgia aún no ocurrida y a unos ieles aún no congregados. Las
campanas llaman a contrición a los ieles, el dolor y la reparación
no pueden sino provenir de eso que precisamente aún no ha
llegado, y la gloria que nos embarga incluso en el dolor que nos
acosa se adivina en la distancia practicada con respecto al mismo
presente: sin salir de la opresión de él, se anticipa una salida de él.
El porvenir es, pues, lo que no se capta, lo que cae sobre nosotros
587
Cfr. ibid., p. 91.
275
Mario Di Giacomo
y se apodera de nosotros, dejándose apenas intuir. El porvenir es
lo otro, la dimensión a la vez catastróica y gloriosa de mí mismo.
La relación con el porvenir es la relación misma con el Otro588.
Pero en el sufrimiento físico “…nos encontramos
arrinconados contra el ser”589. El sufrimiento consiste en vivir lo
insoportable en un presente que se ha hecho eterno, como si ello –lo
insoportable- no pudiese ser echado fuera de las horas que quedan
por vivir, como si sufrimiento y tiempo estuviesen hechos el uno
para el otro, de manera que a ello hay que añadir un suplemento a la
dolencia, un suplemento denominado ‘desesperación’. El presente
pierde su hermosa fragilidad al cosiicarse, secándose la elasticidad
de sus límites y distanciándose del nuncio del porvenir. Las horas
de sanación no habrán de venir. “Toda la agudeza del sufrimiento
se debe a la imposibilidad de huir de él”590. La verdadera agonía
comienza cuando la esperanza se ha retirado del todo y no se
produce un quiasma en el corazón mismo del presente. Las horas
no son sino la duración constante de aquello que ya no puede
ser calmado. Sin lenitivos, en el silencio de unas paredes que se
reiteran una y otra vez, ésta es la primera muerte, pues la voluntad
ni siquiera puede aprestarse a lealtades o a traiciones situadas en
el porvenir. Ella es, por así hablar, leal a su sufrimiento, ceñida
a él, pues no existe sino en él y totalmente en él. La proximidad
extrema del mal –nos advierte Levinas- deshace la voluntad, que
la pone a merced de una sumisión total591. Valen en este punto
588
589
590
591
276
Cfr. El tiempo y el otro, p. 117.
TI, p. 251.
TI, p. 251.
Cfr TI, p. 252.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
las airmaciones de Henry sobre el dolor y el sufrimiento: Dolor
puro como sufrimiento puro, inmanencia de este sufrimiento,
sufrimiento sin horizonte, sin esperanza, totalmente ocupado de sí
porque ocupa todo lugar, de modo que para él no existe otro lugar
más que el que ocupa. Le resulta imposible salir de sí, escapar de
sí mismo592. Para el que sufre no existe el tiempo593, no existe un
refugio. Atrapado por sus imposibilidades, imposibilidad de huir,
imposibilidad de retroceder, se encuentra acorralado por la vida
y por el ser594.
El sufrimiento, en su presente eterno y su sujeto acorralado,
conduce a la “imposibilidad de retroceder”595, hasta la
desintegración de la voluntad por la dolencia. No obstante, en esa
abdicación del yo y en su transformación en cosa o mortaja de sí
mismo, aunque el ser libre deja de ser libre, “es aún libre”596. Incluso
acosada en y por el sufrimiento puede la voluntad privada de la
libertad de movimientos conservar “una mínima distancia frente
al presente”597, puesto que la amenaza inmovilizadora todavía
no ha llegado del todo ni ha cancelado el último movimiento de
la voluntad acosada. Continúa amenazando desde el porvenir,
pero mientras no llegue del todo hasta el ser al que acosa sólo es
conciencia de amenaza, o sea, posibilidad de que la imposibilidad
llegue a término. Esta pasividad que muda en esperanza, distancia
592
593
594
595
596
597
Cfr. Henry, p. 79.
Cfr. Henry, p. 80.
Cfr El tiempo y el otro, p. 110.
TI, p. 251.
TI, p. 252.
TI, p. 252.
277
Mario Di Giacomo
mínima del presente con respecto a sí mismo, “es la paciencia, la
pasividad del sufrir y, sin embargo, el dominio mismo”598.
¿Qué paraliza más a nuestra libertad, el sufrimiento o la
muerte? ¿Cuál sería la prueba suprema de la libertad, la muerte o el
sufrimiento? “La prueba suprema de la voluntad (y de la libertad)
no es la muerte, sino el sufrimiento”599, contesta Levinas. El odio
que busca humillar a otro querría que éste nunca abdicase de su
condición de sujeto, es decir, que se sepa íntimamente indefenso,
como un objeto, ante la humillación en el odio inligida. Pero en
esa condición objetual sigue siendo sujeto: el que humilla tiene
ante sí un objeto que nunca será del todo objeto, porque tiene
que ser consciente de su reiicación, y no puede ser consciente
de su reiicación sin un mínimo de subjetividad que satisfaga
el reconocimiento que desearía el verdugo. De este modo, la
víctima no puede ser bastantemente objeto, porque para ser
bastantemente objeto se debe evitar a toda costa la lucidez del
objeto que se sabe como objeto, a saber, como sujeto. Concluye
Levinas: “De aquí el carácter insaciable del odio; está satisfecho
precisamente cuando no lo está, porque el otro no lo satisface más
que al convertirse en objeto, pero no podría llegar a ser jamás lo
bastante objeto porque se exige, al mismo tiempo que su caída, su
lucidez y su testimonio”600. El victimario debería entonces algo
todavía a su víctima, justamente el par de reconocimientos de
ésta que le sustraerían la objetualidad que aquél requiere para su
598
599
600
278
TI, p. 252.
TI, p. 253 (paréntesis añadido).
TI, p. 253.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
odio: la condición de victimario y su propia condición de objeto.
La violencia puede ser soportada en esa paciencia, “la pasividad
extrema llega a ser el dominio extremo”601. Cum impotens, tunc
potens sum: hay un resto de gloria en la tribulación, ni siquiera
en el acorralamiento máximo de la voluntad por el sufrimiento
desaparece aquélla, permaneciendo sólo éste. La objetualidad
retrocede cuando está a punto de vencer, cuando está a punto de
quebrar las resistencias del sujeto. Incluso en ese límite, cuando
el sujeto se halla en trance de desaparecer, aparece la paciencia,
opuesta al gesto del gran sujeto imperial, y rebrota una voluntad
transformada, no una voluntad ensoberbecida, cuyo centro
de gravedad se desplaza fuera de sí misma yendo más allá del
egoísmo. Va en pos de un mundo y de lo más concreto de él,
va por alguien y para alguien, porque todavía se “puede morir
por alguien y para alguien”602. Apunta Strasser: À partir de cette
situation Levinas développe une philosophie de la patience. Il
montre que la conscience, précisément en tant que conscience,
conserve toujours une distance minimale à l’égard du mal qui la
menace. Grâce à ce fait l’extrême passivité peut se transformer
en une maîtrise de la soufrance; elle peut devenir patience603. Es
decir, se puede ser por el Otro y para el Otro, mas sin el ímpetu de
una voluntad hiperexcitada que en todo mete baza asumiéndose
a sí misma como fundamentum inconcussum, y, a veces, como el
inicio del mundo, como su iat.
601
602
603
TI, p. 252
TI, p. 253.
Strasser, p. 109.
279
Mario Di Giacomo
Al descentrarse, la voluntad emprende su otro camino,
su camino por el Otro, comenzando a querer como deseo y
bondad604. La muerte, en tanto que violencia y alienación, escapa
totalmente al poder de la voluntad; pero si ésta se convierte en
vida para otra vida, la muerte podría no poseer la última palabra,
de modo que la hora postrera, la que necat, no llegaría jamás a la
voluntad ni la alcanzaría en una aniquilación absoluta. Comienza,
a partir de este momento, el análisis levinasiano de la esfera de
la interioridad (pp. 254-261) en contraposición a la esfera de la
moral objetiva: la libertad como la contraprestación institucional
que, empero, lesiona el duel de deux singularités605. El duelo de las
singularidades permite que la vida interior, antes de ser incautada
por una estructura jurídico-política, sea el acontecimiento del
ser en el sentido de poder incubar allí un horizonte ininito,
ofreciéndole una morada.
2.16. caricia, alteridad y trascendencia en el pensamiento de
E. Levinas
2.16.1. Ventura y desventura de la paz institucional
En Naturalismo y religión606, Habermas critica la
perspectiva críptico-teológica de Levinas, airmando que el
cuidado ilimitado de un individuo, único, insustituible, apto para
conducir a situaciones morales virtuosas resultan ser atípico en
604
605
606
280
Cfr. TI, p. 253.
Derrida, Adieu…, p. 63.
Cfr. Habermas, Entre naturalismo y…, pp. 211 y 283.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
relación con las obligaciones jurídicas. Es cierto. No hay tacha
en la observación habermasiana. Sin embargo, al pensador judío
le caben las palabras que Nietzsche escribe en su Zaratustra,
wir boten diesem Gaste Herberge und Herz: nun wohnt er bei
uns, “dimos albergue y corazón a ese huésped: ahora habita en
nosotros”607. Levinas requiere una alienación distinta a la de la
historia y al espíritu objetivo que de ella dimana, necesita de una
voluntad capaz de sustraerse a la impersonalidad del juicio de la
historia, la cual “mata la voluntad como voluntad”608, y la palabra
que viene con ella ya no es la palabra de un alguien uno, ya no es
el verbo inseparable de la persona que lo proiere, ya no se da en
persona, más bien ha devenido antes en voz sirviente que en voz
creadora609. Hegel ha tenido razón, contra Kant, en que la buena
voluntad no guarda en sí la libertad verdadera, pues la impotencia
es la genuina consecuencia que de ella se desprende mientras los
pueblos se jactan de sus conquistas sobre otros pueblos. De modo
que la entrada en la vida institucional de los pueblos supone una
paciicación en el cual un texto escrito conserva los términos de
la libertad conseguida después de muchos esfuerzos. Aunque
nacen de una violencia apaciguada, las instituciones no están allí
sino para prolongar la duración del ser humano y extender los
plazos frente al colofón de una inminencia. La libertad se protege
así de la violencia y de la muerte, aunque no del egoísmo (la
libertad constituida puede no ser más que un modo de establecer
calladamente privilegios, de instituir violencias más sutiles en la
607
608
609
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, 9ª ed., Madrid, Alianza, p. 91.
TI, p. 254.
Cfr. Derrida, Violencia y metafísica, p. 137.
281
Mario Di Giacomo
ciencia, aparentemente neutral, de los códigos positivos).
Es cierto, escribe Levinas, que “la voluntad mortal puede
escapar de la violencia al expulsar la violencia y el homicidio
del mundo, es decir, al beneiciarse del tiempo para retardar cada
vez más los plazos”610. La burocracia nos resguarda, pues, de
la muerte y de las violencias inscritas en el orden de un tiempo
no institucionalizado. Pero el combate de la violencia, sostiene
Levinas, airma otras violencias, envuelve en sí otras tiranías: la
tiranía de igualar todas las diferencias mediante el rasero único
inscrito en la universalidad de la ley. La paz razonable entra en el
orden humano mediante la medida, la compensación y el cálculo,
la guerra se continúa por otros medios, y el comercio y el mercado,
los nuevos nombres de Dios y de la harmonia praestibilita,
la expresan renovadamente. Es así que el linaje de esta paz se
asienta sobre intereses inestables; un modus vivendi suplanta el
orden moral, asignando redistribuciones y recompensas a in de
procurar armonía donde realmente ella no entra. Los silencios de
tal paz suponen demasiados secretos. Es una paz adúltera, apta
para traicionar la lealtad previamente jurada. La cohabitación
transparente se convierte en ilícita, los intereses desbordan
indeinidamente sus pactos y se disponen a urdir arcanos alejados
de los públicos que pagarán sus costos. “La lucha de todos contra
todos se convierte en intercambio y comercio”611, por eso es
inestable la paz, fracasa ante los intereses. El interés en la paz
610
611
282
TI, p. 255.
DOM, p. 47.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
es subvertido por el conlicto de los intereses. En realidad, aun
dentro de esta paz no hemos salido del escenario bélico ni del
telos hipócrita de que está transido612. En este orden fáctico de
lo único que podemos estar seguros es de su perentoriedad: el
comercio y la guerra se enganchan al orden inescrupuloso de la
cupiditas lucri, a la vanagloria del poder, al ensanchamiento de
los privilegios. La muerte de Dios y su sustituto inmediato, el
hombre, avalan la inmediatez de los frutos logrados. Además,
el presente puede ser descargado de todo aquello que no sea él
mismo, a saber, el futuro está ya aquí, en el presente, por obra
y gracia de una institucionalidad que hace del porvenir una
mercancía a disposición, aparente, de todos: no hay que esperar,
hasta lo que vendrá puede ser devorado hoy mismo.
El luto, pues, ha de guardarse por un futuro que nunca habrá de
venir hasta nosotros. Puede existir, entonces, un orden inhumano,
aunque ya se esté inserto en el orden humano institucional, aunque
la monotonía burocrática haya mordido la espontaneidad de la
que se nutre lo viviente. Incluso el ámbito espiritual es sometido
a presiones racionalizadoras mediante la “esloganización” de los
más íntimos discernimientos del espíritu, pues nada debe escapar
de la lógica de la estandarización y de la reglamentación de una
existencia administrada. Un funcionariado se apodera del espíritu.
612
No obstante, hay que mantener ese orden que guarda la paz, así sea en la abstracción
de la ley. No es menester tentar los límites haciendo de éstos el espectáculo donde
medra una inautenticidad lejana, muy lejana, de la ética del rostro. Con todas sus
guillemets, explica Derrida, la démocratie est <<meilleure>> que la tyrannie.
Jusque dans sa nature <<hypocrite>>, la <<civilisation politique>> reste
<<meilleure>> que la barbarie. Adieu…, p. 198.
283
Mario Di Giacomo
Sin embargo, citando a Gadamer, “Es posible que vivamos en el
mundo de la adaptación, la reglamentación y la valoración excesiva
de toda capacidad de adaptación. Pero intentamos defendernos de
esta excesiva presión para que nos adaptemos”613, renovando las
preguntas, animando el espíritu de interrogación, único capaz de
dar al traste con estas muertes preprogramadas del ser humano
y con la lúgubre concepción de la naturaleza como simple taller
de producción técnica614. El duelo de las singularidades se trueca
en un duelo en contra de la singularidad gracias al imperio de
la ley y a la tiranía de un mundo fajado institucionalmente. En
la mediación negadora de las instituciones, sin que ello consista
en una airmación embrutecida, el diálogo entre uno y otro
pierde su singularidad, extraviándose en la voz coniscadora de
las mediaciones. Este fantasma que ya siempre acosa a la moral
no tiene derecho a la última palabra, puesto que es injusta para
la subjetividad qua subjetividad, remite a la singularidad a una
condición que signiica casi su propia ausencia: está presente
prácticamente sin tomar la palabra, está por allí, pero no en
persona, sino pagando el precio de la despersonalización. Así
pues, “existe una tiranía de lo universal y de lo impersonal, orden
inhumano, aunque distinto de lo brutal. Contra él se airma el
hombre como singularidad irreductible, exterior a la totalidad en
la que entra y aspira al orden religioso en el que el reconocimiento
del individuo le concierne en su singularidad, orden del gozo que
no es ni cesación ni antítesis del dolor, ni fuga ante él (como lo hace
613
614
284
Hans-Georg Gadamer, El giro hermenéutico, Madrid, Cátedra, 1998, p. 238.
Cfr. ibid., p, 223.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
creer la teoría heideggeriana de la Beindlichkeit)”615. Aunque la
historia institucional signiique una paciicación de los conlictos y
el alargamiento de los plazos ante la inminencia de la muerte, ella
misma supone en su misma aparición una pérdida, un extravío: la
voz propia como un niño expósito es echada a las artimañas de los
papeles y de los procesos, o escuchada indirectamente, como si
ya no pudiese ser ella misma, en un discurso en el cual la voluntad
“… ha perdido su dignidad de unicidad y de comienzo, en el que
ya ha perdido la palabra”616.
Las cosas están claras para Levinas, pues la paciicación
institucional acarrea consigo otras violencias pese a los beneicios
que ha prometido. Si la institucionalidad calma ante el acecho
de ciertas amenazas, ella misma es acecho y amenaza. Para que
la dignidad personalísima no se diluya, y con ello la justicia y la
responsabilidad, es menester que además de los juicios universales
instituidos exista un juicio sin intermediarios, en el cual y por el
cual se interpele la propia voz, es decir, la voz que se sostenga a
sí misma en el juicio, que se encuentre in propria persona en su
proceso. Si la alteridad no es un agravio ni un momento purgativo
a causa de la unidad abandonada, si el Otro hace nido en el Yo de
615
616
TI, p. 256. La perturbación afectiva de la Beindlichkeit le resulta a Levinas
excesivamente recursiva, inquietud del sujeto que remonta y se reiere al sujeto:
emociones que repercuten en él y solamente en él. Para escapar del mí ocupado
en mi muerte, Levinas releja el suplemento emocional visado en la entrega
al Otro, en la perturbación afectiva anclada en el temor por la muerte del otro
hombre, desbordando de esta guisa la ontología del Dasein heideggeriano. Cfr.
Entre nosotros, p. 176. Según la relexión levinasiana, la ontología de Heidegger
seguiría siendo egología, egoísmo (Cfr. Derrida, Violencia y metafísica, p. 131).
TI, p. 256.
285
Mario Di Giacomo
acuerdo con un magisterio, entonces la libertad sólo comenzaría
allí donde la arbitrariedad ha sentido vergüenza de sí misma, donde
esa libertad ha sido cuestionada en un juicio personal, el juicio del
Otro, proceso que reclama una “apologética”617. Hacer apología
es sostener el discurso personal como discurso personal, “de mí
a los otros”618, salvando la mediación igualadora de un tercero.
Sólo en este tipo de juicio, eximido de la razón impersonal y de
la validez universal de ciertos argumentos, dejaría de zozobrar
la unicidad y la singularidad del yo que piensa. Es menester, por
consiguiente, “… que el juicio sea ejercido sobre una voluntad
que pueda defenderse en el juicio y, por su apología, estar presente
en su proceso y no desaparecer en la totalidad de un discurso
coherente”619. La mediación no ha de apagar la voz de lo mediado
ni el timbre particular de su voz; el rostro no ha de ser suprimido
ni en el juicio viril de la razón pura ni tampoco en “el juicio
viril de la historia”620. El control de los burócratas encontraría
así un límite en la unicidad que está por detrás de los archivos
semánticos constituidos. Lo invisible debe hacerse evidente, pero
no en la evidencia pura de la razón, sino en la creación a partir de
una subjetividad no suprimida. La manifestación de lo invisible
consiste en una producción, en un decir, en una movilización
que corre por cuenta de una expresividad situada antes de las
semánticas del orden: “La verdad de lo invisible, se produce
ontológicamente por la subjetividad que la dice”621. En esta
617
618
619
620
621
286
TI, p. 263.
TI, p. 264.
TI, p. 257.
Cfr. TI, p. 257.
TI, p. 257.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
producción ontológica se mina la grandilocuencia histórica, se
encuentran palabras antes que su Palabra. Lo invisible, que no es
sino el agravio de la historia confundida con la razón, saca a lote
la singularidad al hacer suya la palabra más acá de los cuerpos
jurídicos visibles y de las arquitecturas legalistas.
Se descosiican, por sonsiguiente, los cánones constituidos,
a recordar que por detrás de ellos existe la singularidad, fuente
de algo distinto a los poderes constituidos dentro de la historia.
Aunque ésta se desarrolle racionalmente, la unicidad no debe sufrir
su colonización ni ésta ha de ser el eclipse de aquélla. Si de la fuente
inagotable de la singularidad surgen los visibles, ¿en qué consiste
esa singularidad refractaria a los argumentos?; ¿en qué se funda
una singularidad incapaz de integrarse en una totalidad?; ¿de qué
se habla cuando se habla de algo que resiste a la totalidad, externo
a ella y sin embargo fuente de ella? Evidentemente, el tercero o la
mediación representan la estructura política de la sociedad, y con
ello el passage de la responsabilité éthique à la responsabilité
juridique, politique – et philosophique622. La sujeción al Otro es
estremecida por un vínculo que aloja el vínculo primero. Pero si
se desea estar por detrás de las potestates constituidas, las cuales
representan el fait accompli de la anulación de la singularidad,
entonces ésta tiene que mantenerse en una de las orillas del
insuprimible hiato entre singularidad y universalidad de la ley.
El sujeto ético debe mantenerse en su distinción frente al sujeto
cívico, el ciudadano no tiene por qué absorber al ético, aunque en
622
Derrida, Adieu…, p. 64.
287
Mario Di Giacomo
la dimensión propiamente política los seres dejan de ser rostros
y pasan a ser esa abstracción llamada “ciudadano”, como “una
multiplicidad en un género”623, perdiendo así su inequívoca
unicidad. Escuchemos a Derrida: la distinction devrait rester
tranchante entre le sujet éthique et le sujet civique624. Si de aquí
despunta la justicia, ella ha de ser distinguida del derecho, canon
de la estabilidad y de las equivalencias, de la equidad debida
al otro y de las reglamentaciones universales. Derrida se siente
tentado a aproximar esa idea de justicia a la que tiene in mente
Levinas, a saber, un derecho ininito con relación al Otro, a la
instauración de una “disimetría absoluta”625.
Hiato, pues, entre ciudadanía y moralidad. Ésta, primería y
originariedad en tanto manifestación ética por excelencia del ser
separado; aquélla, el ámbito paciicado por la ley. En este reino
de absolutos no se está en capacidad de determinar quid sit el
Absoluto, ya que representar el Absoluto, en deinitivas, no es
sino recaer en la idolatría. No obstante, la relación con ese “algo
más”626 presente y ausente a la vez no determinable en sentido
categórico marca el movimiento de una ética no reducida a mera
teoría. Quizás caben aquí las palabras que Habermas cita del
viejo Horkheimer: “a la religión judía no le importa tanto cómo
es Dios sino cómo es el hombre”627. Paradójicamente, se confía
a una razón desniveladora, capaz de interpelar el procusto en
623
624
625
626
627
288
Entre nosotros, p. 253.
Derrida, Adieu…, p. 65.
Jacques Derrida, Fuerza de ley. El <<fundamento místico de la autoridad>>,
Madrid, Tecnos, 2002, p. 51.
Cfr. Max Horkheimer, Teoría crítica, Barcelona, Barral, 1973, pp. 223 y 225.
Habermas, Textos y contextos, p. 133.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
que se domicilian las mediaciones estatalistas. Por consiguiente,
y a pesar de la cultura e historia signadas por una mediación
jurídico-política, todavía permanece un resto detrás de ellas en
el cual el yo consigue un lugar evacuado de la moral objetiva
(Sittlichkeit). El lugar asignádole se encuentra siempre más allá
de una moral objetiva, porque solamente así es posible rescatar
una subjetividad y una verdad no ahogadas por la verdad de una
tiranía. El juicio verdadero, no el impersonal ni el de la historia,
conminan a responder, no el del mimetismo social en la gloria
de cuyos ídolos me llego a amar a mí mismo628, conminan
a responder a esa haecceitas que ya no se abriga en preceptos
universales ni elude su responsabilidad personal ante la apelación
que le es formulada. Sin embargo, en este espacio pre-ético
también se encuentra fuera de juego el principio universal de la
conmensurabilidad que hace equivalentes cosas y casos entre
sí distintos. De modo tal que los límites establecidos por una
ley objetiva son recusados en este movimiento que va hasta su
multiplicado proton, hecho de diferencias iniciales. Únicamente
en este locus privilegiado encuentra suelo la justicia primera y la
responsabilidad correspondiente.
Los límites jurídicos son límites subsidiarios. En esta esfera
primera en la que al yo no le es dado ocultarse y al que nadie
puede ocultar, el juicio no aliena ya la subjetividad, antes bien,
la profundiza. Profundización de la cual yo mismo no me evado
a la hora de asumir una responsabilidad que me ha elegido. “No
628
Cfr. Marion, El fenómeno…, p. 56.
289
Mario Di Giacomo
poder ocultarse: he aquí el yo”629, no poder no ser responsable, he
aquí, al límite, la palabra del yo antes de que la justicia coloque
límites a esa justicia originaria. Producción de subjetividad no
eidética: es un solo acto la realización del yo y la conminación que
se me hace de responder, además de la presencia de una justicia
sin límites y por fuera de los cálculos de una justicia codiicada.
No obstante, ésta, “ha de ser constantemente protegida contra su
propia dureza”630. La dura lex encuentra de esta guisa su frontera
en el recuerdo de la summa iniuria que procuraría una aplicación
sin atenuantes. El rigor no debe dejar de lado la benevolencia
ininita, la legislación no se malquistará con el Bien, de ello da
prueba fáctica la constante mutatio legum que intenta otrogar
cabida al dinamismo de una vida que deviene.
2.16.2. Más allá del amado
La paradoja del lugar privilegiado que Levinas rescata
descansa precisamente en una sobreexigencia ética: en mis
responsabilidades nadie puede reemplazarme, “cuanto mejor
cumplo con mi deber, menos derechos tengo: más justo soy y más
culpable”631. Inversión, pues, de lo que hemos aprendido como
derecho y como justicia, responsabilidad ininita con la visita
ininita del Otro y con las exigencias también ininitas “de servir
al pobre, al extranjero, la viuda y el huérfano”632; exigencia, en
629
630
631
632
290
TI, p. 259.
Entre nosotros, p. 277.
TI, p. 258.
TI, p. 259.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
suma, de servir los rostros vulnerables (y vulnerados del mundo),
exigencia, por in, de que la justicia será siempre posible, ya que
está más allá de toda justicia ediicada, más allá de todo signo y
de todo aparato jurídico construido en y desde la historia633. El
yo deja de contemplar los argumentos universales de una razón
impersonal y cesa de contemplarse en ellos: yendo por detrás de lo
constituido, este yo se recrea en la visita del agravio en el rostro del
Otro. Visita que suscita en mi palabra una respuesta. Mi respuesta,
y la de más nadie, porque de esa visita no puede dar cuenta sino
la palabra de quien hospeda. En esto consiste la bondad, pues
ésta “se implanta en el ser de tal modo que el Otro cuenta allí
más que el yo mismo”634. Esta implantación desvía del camino
hacia la muerte, auspicia la bifurcación de un camino univalente,
aplazando con eso la llegada al hito terminal de un recorrido.
Al ser por el Otro y para el Otro, no nos espera simplemente la
muerte; la bondad, que abre a la visita y al porvenir, aplaza la
muerte, girando sus fondos sobre una trascendencia en la que el
yo se sobrevive, sobre una circunstancia todavía no presente y
seguramente nunca presente. En el “aún no” de la paternidad,
633
634
Aun sin el Dios de la teología, el mundo plural de Levinas nos recuerda aquellos
deberes absolutos de la criaturas con respecto a su Creador, referidos por san
Agustín: al amor ininito de éste toca una exigencia ininita, totum exigit te qui
fecit te. En Levinas, la exigencia ininita queda contraída a una responsabilidad
por el Otro que no viene a cuento como la contraprestación de un favor recibido
ni como el pago de una deuda a saldar. En el origen de la ética levinasiana se
erige la ley de la desmesura, de la desigualdad y de la inconmensurabilidad, la
cual trae consigo la noción de respeto por el Otro y la creación de subjetividad en
el Mismo. Un desorden fundamental que no hace sino conirmar la superioridad
de la moral sobre las leyes, de la ética personal sobre la ética encarnada en las
instituciones, de la justicia subjetiva sobre la justicia universal, de la religión
sobre la política.
TI, p. 261.
291
Mario Di Giacomo
“de la cual la fecundidad biológica no es más que una de las
formas”635 se puede vivir más allá de los límites de esta vida y
de todo presente posible para nosotros en cuanto seres initos. Mi
vida, por lo tanto, puede vivir un tiempo sin mí. Y yo, un tiempo
sin ella. Así, pues, ni la initud ni el Estado (otra forma de decir
“muerte”) tienen la última palabra, como tampoco, reiterando en
este punto a Horkheimer, la tendrá la injusticia636. La diferencia
entre el juicio histórico y el juicio del Otro, ante el cual desempeño
mi propia apología, radica, por lo tanto, en que en aquél la tercería
ha suprimido la toma de palabra personal, mientras que en éste la
palabra no me abandona. En este punto, la violencia de la razón
no “reduce la apología al silencio”637 ni anula el discurso personal
en la trama objetiva de los argumentos universales. La apología
solamente podría callar sin violencia en su propia autorrenuncia.
Para Levinas, este plano de la apología autoenmudecida rescata
la libertad personal y la trascendencia, pues en ella la mudez no
635
636
637
292
TI, p. 261.
“Si tuviera que explicar por qué Kant perseveró en la creencia en Dios, no
encontraría mejor referencia que un pasaje de Víctor Hugo. Lo citaré tal como
me ha quedado grabado en la memoria: una mujer anciana cruza una calle, ha
educado hijos y cosechado ingratitud, ha trabajado y vive en la miseria, ha amado
y se ha quedado sola. Pero su corazón está lejos de cualquier odio y presta ayuda
cuando puede hacerlo. Alguien la ve seguir su camino y exclama: <<ça doit avoir
un lendemain>>, esto debe tener un mañana. Porque no eran capaces de pensar
que la injusticia que domina la historia fuese deinitiva, Voltaire y Kant exigieron
un Dios, y no para sí mismos. El Bien supremo en el Más Allá es la prolongación
del objetivo que se habían propuesto lograr en este mundo. En los conceptos de
Dios y de moralidad descubren nuevamente sus propio sentimientos, de la misma
manera que en el concepto de naturaleza descubren el propio entendimiento”.
Horkheimer, Teoría crítica, p. 212. Véase también, del mismo autor, Anhelo
de justicia (Madrid, Trotta, 2000, p. 242), donde expresa lo siguiente: “de tal
modo que los hechos atroces, la injusticia de la historia pasada, no sean el destino
último, deinitivo, de las víctimas”.
TI, p. 264.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
proviene de fuera ni es normativamente aplicada, y, además, sólo
en ella se expresa el triunfo sobre la muerte y sobre el egoísmo
de un yo insularizado. Mi propia obra no está jamás totalmente
en mis manos; he aquí la grandeza de no vivir únicamente del
presente y en el presente, la grandeza de que el cálculo será
enmudecido por la inminencia de lo extraordinario, por un futuro
que atraviesa la plena transparencia del presente, opacando tal
plenitud, y por un pasado en el cual el presente se ha retocado: no
hay consumación de los adverbios, el amanecer nunca amanece
por completo y el ocaso nunca se hunde totalmente en su noche.
Escribe Levinas, “Renunciar a ser el contemporáneo del triunfo
de la propia obra signiica que este triunfo tendrá lugar en un
tiempo sin mí, signiica apuntar hacia este mundo sin mí, apuntar
a un tiempo más allá del horizonte de mi tiempo. Escatología
sin esperanza para sí o liberación respecto de mi tiempo”638. No
gobierno mi tiempo, no me gobierna mi tiempo, el porvenir ya
estuvo aquí, en medio de todas las cosas presentes.
Aquí, en efecto, nos abrimos al mañana, ya que lo personal,
incluso en su enmudecimiento, se transporta más allá de sí
mismo justamente hasta esa latitud donde la palabra personal ha
desaparecido por obra del amor y de la fecundidad, más fuertes que
la muerte639. El amor permite el movimiento de la trascendencia:
638
639
Levinas, La huella del otro, p. 55.
Escribe Miguel García-Baró (“Filosofía, religión y crisis”. En: Taula, Quaderns
de pensament, Nº 33-34, 2000, p. 64): “Ahora bien, el movimiento por el que se
realiza la evasión de la esencia del ser no puede, por principio, consistir en una
actividad subjetiva, una empresa o hazaña del yo. Si fuera eso, se daría tan sólo
lugar, otra vez, a la lamentable (históricamente cargada de culpas, además) marea
ascendente de la voluntad de poder que señala la esencia de la ontoteología. Un
293
Mario Di Giacomo
en el rostro del amado se va más allá de él, porque a través del
rostro “iltra la oscura luz que viene de más allá del rostro, de lo
que aún no es, de un futuro jamás bastante futuro, más lejano que
lo posible”640. Ya en la piel del amado estoy ininitamente lejos
del amado, en su piel, que es cercanía y deseo, ya me sobrevivo a
mí mismo, mientras soy interpelado por un futuro en el cual seré
y no seré a la vez. O en cuyo seno viviré entre sombras.
640
294
yo aún más interesado, más conativo, más grueso y dispuesto a tragar en su
mismidad los límites mismos de la totalidad, es el verdadero resultado nihilista
de esta escapatoria icticia. De lo que ha de tratarse es, precisamente, de dejar de
entender al yo como un fragmento más de la esencia del ser. El yo que se descubre
activo, libre, cognoscente, explorador del mundo y diseñador de técnicas, el yo
sujeto de la evidencia siempre en avance, gracias a la cual las incertidumbres de lo
real van asimilándose en la cotidiana mismidad de todo lo nivelado y dominado,
no es lo originario en la subjetividad. Muy al contrario, para que este yo haya
llegado a ser, ha tenido que tener lugar una genealogía que no parte de ente
alguno, sino de algo así como un adelgazamiento originario, una contracción de
sí mismo inicial. En deinitiva, un ser que se ve luego investido de poderes, pero
que de suyo es previo a todo poder: una creación en la que todo es heteronomía,
todo es palabra que instaura y convoca, orden que se hace para sí misma el oyente
a ella adecuado”. El tsimtsum divino habría sido releído por Levinas al interior de
una escala humana, muy humana, a in de evitar la importuna omnipotencia del
sujeto moderno, destrascendentalizando los arrestos de una razón autosuiciente.
Sólo en la delgadez originaria del yo y sólo en la contracción (involuntaria, en
el caso humano) de su soberanía puede aparecer lo otro como Otro, es decir, la
soberanía de la alteridad haciéndose un espacio de magisterio en una mismidad;
ésta, a causa de tal visita, deja de ser mismidad entendida como desconocimiento
del Otro, como relejo especular de sólo sí misma. En Levinas, el amor escapa
al énfasis de una furia controladora y a la voluntad de dominio que coopta todos
los resquicios de una modernidad incapaz de interpretar el oscuro dorso de su
aparente transparencia (deslucida transparencia). Frente al espíritu controlador
y a la voluntad de poder, aparecerán la pasividad del sujeto, morada del Otro, y
la inversión de la clásica deinición de la ilosofía como “amor a la sabiduría”.
Toma la palabra, por consiguiente, separada de la irracionalidad que se le podría
imputar, la sabiduría del amor, el amor videns, el amor que conduce a lo lejano,
el amor que previene amando. Aunque Occidente tenga que perseverar en el
dominio de la luz, y aunque Levinas se oponga entre sombras a la concepción
irracional del Bien, la oscuridad del amor termina siendo más lúcida que la
claridad de la luz.
TI, p. 265.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
El tiempo auténtico que hace salir al sujeto de la oscura
anonimia del il y a es “un tiempo abierto al porvenir en el que el
pasado <<llama>>, <<interpela>> al yo sin ser recuperable”641. El
claroscuro de la trascendencia vive de estos equívocos eróticos:
gozar del Otro es estar ya siempre allende sí mismo y allende el
Otro, es estar en su piel y, al mismo tiempo, lejos de su piel. En
la proximidad erótica del Otro “se mantiene íntegra la distancia,
cuya parte patética está producida, a la vez, por esa proximidad
y esa dualidad de los seres”642. La caricia, alimentada por la
eternidad de su hambre, se transfunde en el más allá de la caricia,
como si su verdad viniese de ese lugar donde la caricia ha dejado
hace mucho tiempo de existir. Sí, el amor no reúne mitades que,
extraviadas, se buscan hasta la fusión egoísta de una Unidad al
in reencontrada. A juicio de García-Baró, Levinas no acude a
“complementar los entes con otro ente que formara, reunido con
los anteriores, la verdadera y rotunda totalidad (tal movimiento
estúpido lo realizaría la ontoteología); sino, justamente, a lo de
otro modo que ser, a lo abierto o ininito, a lo no totalizable. O,
también, a lo otro, sencillamente (aunque este recurso sin matices
fue justamente criticado desde el principio por Derrida)”643.
2.16.3. caricia
El amor levinasiano esconde la trémula constatación de
641
642
643
Checchi, Estudio conclusivo, p. 201.
Emmanuel Levinas, De la existencia al existente, Madrid, Arena, 2000, p. 129.
Op. cit., p. 64.
295
Mario Di Giacomo
que la fusión erótica es imposible, pues el amado como Otro se
mantiene a distancia incluso en la piel que ofrece a la caricia, en el
vínculo entre el Mismo y el Otro se mantiene la alteridad, a pesar
de ser ésta ofrecida como piel y caricia. Ni siquiera en la caricia
la alteridad admite ser subyugada. La alteridad del Otro, aun en la
piel expuesta al placer o al ultraje, sobrepasa su propio presente
vivido en la inmediatez de la caricia, trasladándose hacia otro
Otro, hacia otra alteridad, fruto del encuentro presente del Mismo
y del Otro. Aún más, en el desorden inscrito en la caricia644 lo que
está no está, la búsqueda no se colma en un contacto, el contacto
mismo no es sino la huella de algo que pasa o que ha pasado y
sólo redimido en la ininita reiteración del pasaje de la caricia,
de la repetición del placer de su transcurrir, de la recurrencia de
un presente que jamás se sostiene sustantivamente a sí mismo.
La alteridad engendra alteridad, la concupiscencia habita ya en
la trascendencia, el deseo es deseo que ningún deseo presente es
capaz de agotar en la actualidad del presente. De alguna manera
se está domiciliado ya en el futuro, o lo que es igual, el futuro
nos ha visitado siempre en el presente mismo del amor y del
erotismo, alimentándose éstos de sus propios equívocos, de sus
ambigüedades, cuyo destino es lo lejano, muy lejano (una lejanía
que ya ha venido a morar entre nosotros antes de ser concebida
entre nosotros). El deseo vive de su propio exilio, porque jamás se
encuentra cerca de sí mismo. O si está cerca de sí, inmediatamente
está, a la vez, ubicado en una distancia insalvable con respecto
de sí. Por su condición nómada, el deseo transcurre a través de
644
296
Cfr. DOM, p. 153.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
patrias provisionales y de posadas de corto aliento. Se nutre del
aire profético, cuyo sino es anunciar tiempos que no son más que
la redención del presente o la actualización de los frutos virtuales
del presente: el presente no cosecha sus propios frutos y, acaso,
tampoco sabe de ellos. El presente es como la caricia, está en
el límite del ser, disipándose en su propio anuncio. El presente,
como la caricia, no apresa nada, solicita aquello que ya nunca
será presente, pues se sitúa en el umbral del porvenir; “La caricia
consiste en no apresar nada, en solicitar lo que se escapa sin cesar
de su forma hacia un porvenir –jamás lo bastante porvenir-, en
solicitar eso que se oculta como si no fuese aún”645; ella “marcha
hacia lo invisible”, “apunta más allá de un ente”, el deseo es
alimentado “por lo que aún no es”646.
En la fenomenología de la caricia, Levinas aboga por un
deseo ubicado en el límite del no-ser, mas no en el ser que ya no
es, en el ser que se ha disipado, incapaz de seguir actualizado la
virtualidad de su potencia. El no ser, de acuerdo con Levinas, no es
aún, no es ser fallecido en su postrera actualización, no ha muerto
en su última actualidad, sino que su actualidad viene del futuro,
de un porvenir que la caricia anuncia y el presente de la caricia es
incapaz de agotar. “El cuerpo deja el orden del ente”647 cuando se
inserta en el orden de la voluptuosidad. La caricia que allí asoma
desaloja el mismo presente en el cual habita, convirtiéndolo en
un presente-futuro. El camino de la voluptuosidad saca de su
645
646
647
TI, pp. 267-268.
TI, p. 268.
TI, p. 268.
297
Mario Di Giacomo
camino al mismo presente, enilándolo hacia un horizonte que el
presente anuncia, pero que es incapaz de abarcar. La noche del
diálogo entre la piel y la piel, del diálogo carnal que trasciende
a los amantes, descubre otro murmullo en la caricia ejercida: ese
diálogo voluptuoso se cumple en tiempo presente y ya nunca
se cumple en tiempo presente. Porque la voluptuosidad, per se,
“se lanza a un porvenir ilimitado, vacío, vertiginoso”648, ella nos
coloca justamente en el sitio donde nunca estaremos ni como un
presente viviente ni como una carne herida. El porvenir se ubica
de alguna manera en los términos de su magníica inmediatez,
en virtud de que la caricia se cumple en su evanescencia puesto
que ella es fundamentalmente desorden, desgobierno, “confesión
de una violencia fracasada, de una posesión rechazada”649.
La voluptuosidad se colma en su mismo desaparecer. Incluso
estando en sí misma, incluso en la profanación de los cuerpos que
se descubren, la voluptuosidad nunca se encuentra en sí misma,
pues se ha ido ya siempre a otra parte en la caricia, su correlato,
incapaz, por fortuna, de develar el ser.
Una “fenomenología de la voluptuosidad”650 adhiere al
descubrimiento de una comunicación erótica, sin embargo
deslindada de la lucha, la fusión y el conocimiento, porque
“poseer, conocer, aprehender (son) sinónimos del poder”651,
porque más que una relexión acerca de un alma entregada a sí
648
649
650
651
298
Levinas, De la existencia al existente, p. 55.
Ibid.
Levinas, El tiempo y el otro, p. 132.
Ibid., p. 134.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
sin cesar, el pensamiento levinasiano es el acontecimiento de lo
humano ofrecido “a una relación que no es un poder”652. Eros,
voluptuosidad, deseo y caricia designan no la luz, sino la modalidad
de sostenerse más allá del ente, “entre el ser y no-ser-aún”653.
Esto es, por decirlo de otra manera, la de sostenerse más allá del
mundo de la luz y de la inteligibilidad, más allá de un mundo
sin tiempo. Tales resplandores inteligibles no deberían olvidar
lo que Marion denomina el “origen erótico de la “ilo-sofía””654,
el erotismo de la sabiduría, el gozo inscrito en el conocimiento.
Aparentemente retenida en el presente del cual goza, la caricia,
“puro desasimiento”655, alimentada de “innumerables hambres”656
y de su propia evanescencia, sin embargo se va a encontrar
atraída por un in, ella “va sin ir hacia un in”657. Ella “no sabe
lo que busca”658, su marcha atraviesa las hambres de las que se
alimenta y del futuro que desconoce, su desorden ampara dentro
de sí un orden subrepticio, porque la voluptuosidad signiica
“el acontecimiento mismo del porvenir”659: no existe porvenir
sin esa marcha que es incapaz de cosiicar su objeto y cosiicar
su destino, no tendrá lugar jamás el más allá sin “este desorden
fundamental”660 capaz de escapar a nuestras posesiones y al linaje
de nosotros mismos. En otros términos, lo mejor de nosotros
652
653
654
655
656
657
658
659
660
Levinas, Entre nosotros, p. 23.
TI, p. 269.
Marion, El fenómeno..., p. 9.
Checchi, Estudio conclusivo, p. 221.
Levinas, El tiempo y el otro, p. 133.
TI, p. 270.
Levinas, El tiempo y el otro, p. 133.
Ibid.
Ibid.
299
Mario Di Giacomo
mismos se encuentra allí, justamente allí, donde ya no habitamos,
donde nunca jamás habitaremos. En consecuencia, una vez más
nos encontramos con el claroscuro que habita entre el presente y
la superación del presente, entre el sujeto de la caricia y la pérdida
del sujeto como sujeto, entre la profanación dirigida a descubrir
lo oculto en el deseo, en la voluptuosidad y en la caricia, y el resto
que permanece por detrás de esa profanación: una conquista sin
conquistador, una colonia implantada sin colonizadores661, una
paz sin la imposición, en nombre de la seguridad personal y de
los bienes poseídos, de una obligada servidumbre662. Es como si
el hambre de la cual se nutre la caricia no supiera jamás acerca de
la desaparición del presente del que goza: la dulzura del instante
erótico ya ha trascendido sin querer el orden de las presencias. La
661
662
300
En la seducción, se produce una reversión del sujeto que seduce cuando,
ruborizándose, cae en cuenta de su poder de seducción, pero en ese mismo
acto de vergüenza, en el cual el poder aparentemente se retrae, el poder
mismo se incrementa, porque lo incrementa la mirada del otro, del seducido,
acrecentadamente seducido (encantado) merced al rubor del seductor. Sin
embargo, al mismo tiempo, el seducido se sabe así ya no objeto del seductor, ya
no destino de un poder coniscatorio, ni cosa apropiada dentro de los márgenes de
una voluntad hostil. La seducción se revierte, como el poder: pasa de un espíritu
a otro, de una asimetría a otra, castigando así la aparente unilateralidad de una
aproximación. El rubor no posee por nada del mundo el carácter corroborativo
del propio poder, sino su somático desdén. El otro personiica, inequívocamente,
el límite de la propia conquista, del propio denuedo: no es jamás el otro, por
ende, trofeo, botín o saqueo. Si el, por así decir, pillaje ha ocurrido, es porque la
voluntad asomó a su propio ocaso, tal vez a su propia ternura, la cual conirma
la pasividad del pillaje. Es semejante fragilidad la única circunstancia capaz
de poner en franca comunicación a las almas, acercando los cuerpos hasta
la intimidad pacíica de la cópula y al más allá de ésta. Este tipo de poder se
reairma en la paradoja de su impotencia, se conirma cuando ya no existe, se
da cumplimiento a sí mismo en su propia inversión. Devuelto a su impotencia,
se conirma. Restituido a su incapacidad, se colma. Encriptado en la vergüenza,
triunfa. El imperialismo seductor anochece en la pasividad, no obstante, se da
remate en ella.
Cfr. Checchi, Estudio conclusivo, p. 221.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
piel no se aborda como ente, “no se traduce en ningún concepto”663,
permanece en su ceguera como la maravillosa experiencia de los
cuerpos que se rozan en silencio. Es más silencio que palabra la
noche de los amantes. Est magna res tacere. Es más soledad de
dos, cruzados imperceptiblemente por la trascendencia, que una
socialidad de muchos.
El retiro de los amantes y el deseo umbrátil que ninguna
palabra delimita apunta empero a una socialidad ulterior, a un
tiempo que ya los ha sobrepasado, a un tiempo sin ellos y, quizás,
a un tiempo en el cual aquel viejo deseo ya ha fenecido. La
fecundidad, entonces, “hace posible una nueva humanidad”664 en
la ininición del tiempo (tiempo como ruptura con una continuidad
monótona) porque el envejecimiento adquiere signiicación más
allá de la concreción de la muerte. Existe otro tiempo en el tiempo
que pasa, no es un tiempo anónimo, hecho de rutinas y habladurías,
de autoocultamientos y seguridades. En la noche de los amantes,
la proximidad de la piel en la caricia no arroja ninguna luz ni
se coloca bajo la luz develadora de la intencionalidad objetiva.
Es una experiencia pura que ningún concepto elabora, traduce y
representa. Experiencia abierta al futuro gracias al profetismo que
rasga al presente, o por medio del cual el presente se desgarra a
sí mismo. Moreno nos recuerda la respuesta que en De otro modo
que ser enila Levinas en contra del reproche de ‘utopismo’:
“¿Pensamiento utópico? Pensamiento en otro lugar, ciertamente.
663
664
TI, p. 270.
Lorca, p. 6, nota 11.
301
Mario Di Giacomo
Al reproche de utopismo –si el utopismo es reproche, si algún
pensamiento escapa del utopismo- este libro escapa recordando
que lo que humanamente tuvo lugar jamás pudo permanecer
encerrado en su lugar”665. Por esto, contra Camus666, la vida no se
encuentra convicta, de toda necesidad, de desenlaces inútiles ni
en el marco de pasiones sin mañana.
Descubierta en la caricia, la piel, sin embargo, no se expone a
un conocimiento que daría cuenta de lo afectivo, acabando en una
estructura noemática. Aquí la intencionalidad mantiene el secreto
incluso en la develación de un cuerpo en el cuerpo del otro, el
silencio mantiene su pudor hasta en la palabra indiscreta que los
amantes proieren. Hay manifestación, descubrimiento, es cierto,
pero ambos, manifestación y descubrimiento, mantienen tras de sí
un velo de pudor y de resistencia a la luz. Levinas parece airmar
que si la caricia (deseo, voluptuosidad) se expone a la luz, deja
de ser lo que es: airmada como objeto de una intencionalidad
reveladora, la caricia ya no sería la noche de los amantes,
suspendería el gozo, perdería el equívoco de lo voluptuoso.
Alimentado de su propia hambre, hambre de sí mismo, hambre de
su perpetua reiteración, el pathos de la caricia, involuntariamente
y más allá de una gnosis reveladora, se emplaza duraderamente en
su oscuridad. No obstante, el tiempo de su noche no se encuentra
coartado por los límites de esa noche: el cuerpo del Otro y la
665
666
302
Alejandro Moreno Olmedo, El aro y la trama. Episteme, modernidad y
pueblo, Caracas-Valencia, Universidad de Carabobo-Centro de Investigaciones
Populares, 1993, p. 361.
Cfr. Albert Camus, El mito de Sísifo, 15ª ed., Buenos Aires, Losada, 1997, p. 127.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
noche de los cuerpos que se aproximan en el hambre de la caricia
están ya desde siempre fecundados por un adviento y los signos
de una trascendencia. Un Otro hace visible “la comunión de una
dualidad”667 inextinguible. Explícito es en este sentido Levinas:
“El eros no se lleva a cabo como un sujeto que capta un objeto, ni
como una pro-yección, hacia un posible. Su movimiento consiste
en ir más allá de lo posible”668.
Inmersa en la noche, la caricia no termina en esa noche,
el instante no culmina en su extremo. No queda conjurada la
muerte efectiva, pero este movimiento de la oscuridad “la bordea
y la trasciende en la fecundidad”669. La inmediatez se descubre
trascendida y el deseo arrojado más allá de sí mismo670, más allá
de su propio egoísmo. A la gnosis particular de los cuerpos que
se aman, Levinas añade un suplemento de trascendencia; pero
ésta, la trascendencia, elude tanto la posesión del Otro (captura
entitativa que sofoca el misterio de la alteridad), cuanto evita la
667
668
669
670
Marion, El fenómeno..., p. 126.
TI, p. 270-271.
Daniel Guillot, “Emmanuel Levinas, evolución de su pensamiento”. En: Enrique
Dussel y Daniel Guillot, p. 108.
Coincido con la interpretación de Félix Duque (Introducción a E. Levinas, El
tiempo y el otro): Levinas busca desesperadamente un Amour sans Eros: ágape,
caritas. Sólo en la responsabilidad por Otro puede atisbarse la traza del Dios
oculto: en el semblante de la viuda, del huérfano, del extranjero. En una palabra,
en el semblante de quienes echan de menos el arraigo. El erotismo no es sino el
simulacro de la ética, su perversión (p. 48). Pero, en este contexto, la perversión
se encuentra ya grávida de su contrario: sin quererlo, el egoísmo de dos ya está
fuera de sí. Con los términos del mismo Levinas, en El tiempo y el Otro, estamos
ante una “irradiación ética del erotismo” (p. 74); ante un eros que diiere de la
posesión y del poder en el cual el yo es todavía, incluso en su pasividad, capaz de
sobrevivir (p. 132). Cotéjese también: John Caputo, “Adieu sans-Dieu”, p. 279,
y Levinas, “Ética como ilosofía primera”, p. 20.
303
Mario Di Giacomo
posesión del Mismo por el Otro (relación señorío-servidumbre
que daría al traste con la comunidad del deseo erótico). En la
ciega episteme de los amantes se recibe al Otro; en la caricia y
en la ternura el Otro es ya una visita en la noche y el anuncio
de una trascendencia imprevisible. Imprevisible por imprevista.
Imprevisible porque en el pathos de esa noche existe cualquier
cosa, menos la voluntad de coniscar la piel del rostro que viene
de visita, y menos la voluntad de que la trascendencia sea un acto
propiamente intelectual. El movimiento hacia lo posible parece
desprovisto de una proyección del sujeto hacia lo posible, pero
eso no signiica la imposibilidad de lo posible, sino, al contrario,
su concreción. Acotada en su mismo instante, en la multitud de
hambres que la solicitan y la alimentan, la caricia, sin embargo,
está más allá de sí misma y de sus hambres, más allá de una
encerrada recursividad, más allá del vórtice que la arrastra. Si se
quiere, está ya encerrada en su propio porvenir, pues, como sin
querer, ya el porvenir la ha expulsado de sí en la desnudez de
rostro. Eros conduce, entonces, más allá del instante de la caricia,
de la inmediatez de la piel, sucumbe a la indiscreción del no-aún,
a la actividad de una ausencia, “a la fuerza de esta ausencia”671,
a “este menos que nada”672, a eso de mí sin mí. Lo aún no sido
vive subterráneamente en la signiicación de la noche de un
presente jamás acabado, de un presente ex_tático, desarmado
para atraparse a sí mismo en la deliciosa oscuridad del gozo. La
plenitud del presente advierte dentro de sí un tiempo aplazado, un
671
672
304
TI, p. 274.
TI, p. 274.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
diferimiento en el tiempo, un tiempo para el cual el presente, en
suma, vive.
2.16.4. Fecundidad y futuro
Advierte entonces el presente erótico su no-presente, puesto
que el instante se abre a su propio exilio, esto es, al orden de la
no-presencia. Al orden del Otro, cuya presencia es siempre del
linaje de la trascendencia. Por lo tanto, el presente mismo, incluso
en la noche de los amantes, se encuentra ya trascendido porque
se encuentra orientado hacia un tiempo distinto de sí mismo.
Esta herida en el corazón del presente signiica que se existe para
el Otro, esto es, para una exterioridad y para un tiempo que el
ahora no puede englobar. Existiendo para el Otro se existe de un
modo distinto a como se existe para sí mismo: en el pensamiento
de Levinas incluso la “sociedad íntima”673 de los amantes no se
encuentra nunca fosilizada en un instante, ella es ya trascendencia,
tiempo más allá de sí mismo merced a un destino todavía invisible.
Esta solicitación del porvenir descubierto fenomenológicamente
erige el hecho originario de la moralidad, pues ya siempre se existe
para el Otro (incluso en el gozo, incluso en la caricia, los cuales
en la impresividad de su inmediatez no advertirían la supresión
de tal inmediatez). Sin embargo, “ser para otro es ser bueno”674
y es cooriginario con el fenómeno del sentido. La signiicación
intencional parte de este fundamentum inconcussum: se es ya
673
674
TI, p. 275.
TI, p. 271.
305
Mario Di Giacomo
siempre para el Otro antes de que la intención de pensamiento
pueda surgir. Si la intencionalidad teórica como búsqueda y
donación de sentido sale al encuentro de lo otro, aunque luego esa
otredad sea bruscamente interrumpida en la nivelación producida
por el sí mismo, es porque justamente en el corazón de esta
metafísica del ser separado, ateísmo y exterioridad no hacen sino
mostrar que se vive y se sirve en función del acogimiento del
rostro y de su epifanía. El mismo no-saber en la oscuridad de una
noche voluptuosa se encuentra fecundado por la trascendencia,
por una transustanciación del juego de las voluptuosidades que
se hallarán, al in y al cabo, allende sí mismas. No es sólo que
el Mismo y el Otro se hallan desprovistos del poder de fundirse
en Uno a in de retornar al lugar originario en el cual residiría
una anciana plenitud, es que ni siquiera la voluptuosidad egoísta
de dos es capaz de permanecer en la dicha de su soledad. Ésta
apunta más allá de sí misma, aun la no-socialidad de los amantes
conserva en sí un destino diferente del de la soledad en que se
regocijan, de allí que “el amor no conduce simplemente, por
una vía más alejada o más directa, hacia el Tú. Se dirige en una
dirección distinta de aquella en donde se encuentra el Tú”675.
La individualidad no es sino la memoria de sus afecciones, el
producto de éstas, la fecundación desde un afuera al cual no puede
resistirse676. Esta metafísica que habita por detrás de todo tipo de
acontecimiento teórico se funda, pues, en la paradoja: el ateísmo
de partida, anexado al rostro y su exterioridad, descubre su propia
675
676
306
TI, p. 274.
Marion, El fenómeno..., p. 135.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
religación en la trascendencia moral (se vive para el Otro) que
ya siempre anima a los actos del ser separado. El Bonum es aquí,
sin dudas, previo al Verum, lo funda y le imprime un carácter
basado en el ateísmo relacional de un comienzo más viejo que
la memoria. Los actos teóricamente signiicativos tienen en su
base esta verdad primordial: el ser separado se vincula a partir de
su separación y no puede ser, en deinitivas, absuelto de ésta. La
absolución engendraría su servidumbre. La religación efectuada
desde la misma exterioridad equivale al respeto por ella, la cual
nos sale al paso como rostro y como epifanía.
Existiendo para el Otro, la moralidad se realiza, encarna y
derrama. En este prius ético, “la exterioridad es la signiicación
misma”677, y la epifanía del rostro es siempre el “antes” de
cualquier clase de intervención intelectual que dé cuenta del
mundo, es el axioma-praxis posibilitador de las signiicaciones
ulteriores. En los términos de Dussel, en contra de la racionalidad
de la dominación (que realiter no es más que dominación de un
cierto tipo histórico de racionalidad) existe una interpelación
originaria, que es, “ante todo, un acto comunicativo; es decir,
pone en contacto explícitamente en tanto personas (lo que hemos
denominado el cara-a-cara) a personas; es un “encuentro” fruto
del componente ilocucionario del “acto-de-habla” en cuanto
tal”678, quedando así el otro afectado por la sinceridad de la fuerza
677
678
TI, p. 271.
Enrique Dussel, “La razón del otro. La “interpelación” como acto-de-habla”. En:
Enrique Dussel (Comp.), Debate en torno a la ética del discurso de Apel. Diálogo
ilosóico Norte-Sur desde América Latina, México, Siglo XXI-Universidad
307
Mario Di Giacomo
expresiva del sujeto interpelante. Con lo cual, dentro del acto de
habla (Austin), se distingue claramente el momento locucionario
que contiene un mensaje transmisible o una proposición con
sentido, y la fuerza ilocucionaria, la cual “hace mención al hecho
de que ese mensaje está dirigido a alguien”679. A la vanagloria
intelectual creadora del mundo antecedería, entonces, la gloria
de los encuentros existenciales marcados por una distancia
infranqueable. Esa misma distancia, según el parecer de Levinas,
se incrusta en la misma voluptuosidad, agudizándola. Mientras
más se va mostrando imposible la fusión entre los amantes, tanto
más los cuerpos que se encuentran tratan de practicar su fusión
imposible. Pero cuanto más lo imposible se revela tal, tanto más
cada uno de los amantes goza del gozo del Otro, tanto más la
voluptuosidad misma es aquello de lo cual, justamente, se goza.
El Otro no es mío en una posesión que lo amansa o envilece, sino
que su gozo se presenta ante mí en una distancia perpetuamente
renovada de la que gozo, precisamente en y por la distancia. La
voluptuosidad renace cada vez de esa fusión imposible, de esa
distancia que se mantiene en la libertad de los amantes: mientras
más la fusión se muestra impracticable, tanto mayor es el impulso
con que los amantes se reclaman en su noche. La noche en la que
se ejerce esa distancia es la noche en la cual la voluptuosidad se
airma una y otra vez, renueva sus ímpetus. Es la noche, pues,
en la que, sin perderse nunca del todo, los amantes se pierden.
La noche habita ya en su amanecer y el ocaso no acaba nunca
679
308
Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa, 1994, p. 81.
Rojas, p. 39.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
en tanto que ocaso. En su más íntima fecundidad. El erotismo,
según Levinas, puede ya haber traído el porvenir hasta nosotros,
el futuro hasta nuestras puertas: In eroticism the subject maintains
a relation to the future which does not depend on its possibilities,
plans, and initiatives680.
2.16.5. El hijo
La voluptuosidad se transigura en fusión, pero externa a los
términos que en balde intentan fundirse, es decir, en una fusión
trascendente a la voluptuosidad de los amantes. El hijo surge
de esas noches y se sitúa fuera de ellas, es a la vez engendrado
en ellas y expulsado de ellas, “el amor busca lo que no tiene
estructura de ente, sino lo ininitamente futuro, lo que se ha de
engendrar”681. El hijo como fusión de las voluptuosidades es el
fruto de la imposibilidad, es la vida suscitada por el encuentro
de pieles ininitamente separadas y de los cuerpos que en ellas se
delimitan. En él, el mundo prolonga el mundo; en él, el simple
presente deserta de sí mismo, mientras el tiempo de los relojes682
se aparta de la existencia humana. En él, el ahora contiene su
mañana. Así deslimitado, el presente es ya adviento y porvenir,
así como este mismo presente no ha sido sino porvenir y adviento
de un tiempo que lo precede. Aquí, nada amanece del todo ni nada
cae en un crepúsculo total. El tiempo se estira sin temor a un ocaso
deinitivo. La muerte no prevalece ni siquiera en la temporalidad
680
681
682
Van Riessen, p. 31.
TI, p. 276.
Cfr. Levinas, De la existencia al existente, p. 131.
309
Mario Di Giacomo
de la cual se enseñorea. Hoy, entonces, es ya mañana, lo que está
por venir ya ha venido. En su límite interior, cada piel señala
una separación imborrable, propia de los cuerpos, en su límite
exterior -donde mora la caricia, donde la caricia se nutre de su
pasiva soberanía, donde el ininito se hace presente- la piel intenta
infructuosamente borrar el momento anterior, abriéndose al Otro.
Lúgubre sería la voluptuosidad que no guardara en sí la
herida de su presente, a través de la cual ella respira más allá de
sus límites, ya arropados por una trascendencia sida y no-sida al
mismo tiempo. El porvenir está enterrado en el presente gozoso
como el fruto que ese presente nunca contemplará ante sí. Es más,
nunca se satisface porque el milagro de la fusión corre siempre
más allá de los cuerpos que se unen, deslizándose por fuera de
quienes lo cumplirían. Ciertamente, siguiendo casi al pie de la
letra a Levinas, la voluptuosidad se complace en la voluptuosidad
del Otro, se regocija de su regocijo, mas la transustanciación del
Mismo y del Otro se cumple fuera del Mismo y del Otro, debido
a que el amor supera a los amantes. En esta trans-sustanciación
el Mismo y el Otro no se confunden, sino que precisamente, más
allá de todo proyecto posible, “más allá de todo poder cuerdo e
inteligente, engendran el hijo”683, hijo que es Otro y Mismo a la
vez, esbozado desde antes en el encuentro voluptuoso, hijo que
se ubica en el umbral de las puertas del ser y se proyecta lejos del
placer y del egoísmo de dos. Mors immortalitate plena est.
683
310
TI, p. 276.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
El porvenir se incuba en el egoísmo de un par de
voluptuosidades mutuamente complacidas. En su énfasis sobre
la inconmensurabilidad entre el Mismo y el Otro y en la tilde que
coloca en la separación ininita entre ellos, Levinas, sin embargo,
admite un cierto retorno en la dinámica de un placer regocijado en
el placer del Otro. En una extraña auto-remuneración, ciertamente
el amor por el Otro sólo puede llamarse amor si este Otro a su vez
ama, si el Mismo ama el amor del Otro, si el Mismo se convierte
en la hospitalidad de un amor y de una voluptuosidad que le viene
del Otro. Al mismo tiempo, sin embargo, y ya extraño al tiempo
de la voluptuosidad, el amor, trascendencia erigida con base en
el equívoco, tiene que estar en sí mismo durante el egoísmo de
dos y estar fuera de sí mismo durante el encierro del egoísmo. El
encierro egoísta muestra por consiguiente la trama de sus grietas;
el sujeto se mantiene adherido a una subjetividad capaz de sacarlo
de sí mismo al negarle a la identidad sus monopólicos lujos y
relujos, al interrumpir la ininita reproducción especular de sí
mismo. El sujeto, desde la óptica de Levinas, “tiene la posibilidad
de no retornar fatalmente a sí mismo, de ser fecundo y, digamos la
palabra adelantándonos, -de tener un hijo”684. El hijo, “a la vez otro
y yo mismo, se esboza ya en la voluptuosidad”685, pero su alteridad
impide que el padre se recobre totalmente en él, mermando que el
yo transfundido en el hijo profane la trascendencia del hijo, que es
ya siempre Otro. El padre se continúa a sí mismo en la paternidad,
incluso en ella lleva a cabo su unicidad y su singularidad, pero el
684
685
E. Levinas, De la existencia al existente, p. 130.
TI, p. 276.
311
Mario Di Giacomo
hijo, aunque continúe la obra del padre, “es un extranjero”686. El
yo del padre, en el hijo, “tiene que ver con una alteridad que es
suya, sin ser posesión ni propiedad”687. Si el hijo es los padres,
lo es a condición de no ser jamás una anticipación luminosa
de quienes lo engendran, porque, como la idea de Ininito, se
encuentra siempre más allá de la fuente que lo engendra. Es los
padres sin serlos nunca del todo; la iliación es el porvenir de los
sujetos que se encuentran, empero es al mismo tiempo germen del
Mismo y germen del Otro.
El sí Mismo se halla, pues, en el hijo, al interior del porvenir,
pero éste, el porvenir, no se entrega a mis poderes del mismo
modo como se entregan los entes limitados a la claridad de mi
entendimiento. El porvenir es cualquier cosa menos iluminación
total, es cualquier cosa menos poder del sujeto. La subjetividad
se proyecta a oscuras en la fecundidad que esboza al hijo:
pareciera que la voluptuosidad no es sino la coartada para que
la trascendencia ocurra, para que sin querer se ejerza. Al mismo
tiempo, la trascendencia es esa oscuridad donde el yo se pierde,
es ese horizonte que él ya no gobierna. La identidad del yo ha
tenido que isurarse a sí misma en la relación voluptuosa con el
Otro, cuyo amor ha amado, pero también, en consecuencia, se
ha desplazado a un sitio en el cual quien lo continúa, aunque lo
continúe, es un eterno desconocido. “El yo es, en el hijo, otro.
La paternidad sigue siendo una identiicación de sí, pero también
686
687
312
TI, p. 277.
Levinas, Ética e ininito, p. 60.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
una distinción en la identiicación”688. La mismidad actúa como
mismidad en la paternidad y la trascendencia que ella evoca, y,
a su vez, la mismidad se pierde para siempre al continuar, en el
hijo, hacia un territorio en que ya no es. Territorio en el cual el
yo ha perdido todos sus poderes, territorio en que lo posible no es
sino la errancia ingobernable de una mismidad casi diluida en sus
extremos. Ahora el porvenir del Mismo cesa de ser su porvenir, en
el sentido de que no gobierna la aventura a la que él mismo se ha
abierto. No hay por allí un “residuo de identidad”689, ni su tenue
hilo, no existe la posibilidad de decir ‘yo’ en el horizonte en el
cual el Mismo ha perdido su palabra, y sin embargo él se continúa
en la aventura que le ha dejado atrás para siempre. Se continúa
en ese territorio sin identidad, sin yo, sin su propia presencia de
viviente.
2.16.6. Deseo y errancia
Errancia sustantiva del deseo y del vínculo, tal relexión
asignaría así “una inaudita apatridia (Heimatlosigkeit) a las
lenguas y a los hombres”690. Nos volvemos hacia una huella,
tornamos nuestra mirada hacia horizontes desvanecidos: nada es
nuestro, nada será poseído, “pensamiento emigrante, traductor
condenado a la tristeza de la huella”691. El deseo que ha dado
nacimiento a aquella voluptuosidad se continúa, extiende y releja
688
689
690
691
TI, p. 276.
TI, p. 277.
Duque, Residuos de lo sagrado, p. 34.
Silvana Rabinovich, “Prólogo”. En: E. Levinas, La huella del otro, p. 26.
313
Mario Di Giacomo
en esa zona de oscuridad donde el yo se ha extinguido. De esta
manera, Levinas reconigura el concepto de yo, excusándolo de
ser simplemente “sujeto y soporte de poderes”692. Fecundidad
y trascendencia son el modo como el yo se recobra a sí mismo
sin retornar íntegramente a sí mismo, sin volver totalmente a sí
mismo luego de la alienación que le ha aportado la experiencia
previa del mundo. La alteridad resulta ser así intimior intimo meo
et superior summo meo. No se trata solamente de que el Otro se
ha ya siempre colocado bajo mi piel, pues de acuerdo con Levinas
me sofocaría a mí mismo estando solo yo bajo mi piel (Levinas is
not concerned with some formal element of otherness in me, but
with the Other obsessing me, getting under my skin, being already
under my skin693), sino que yo mismo, aun en la discontinuidad
que la iliación marca, me sumerjo oscuramente en el Otro, y voy
a la deriva con él. Deriva porque ya no gobierno el balanceo de
una marcha de la cual, aun siendo responsable, me he retraído.
Pero la búsqueda, así sea entre tales sombras, prosigue como
manifestación de un deseo que siempre coloca al yo más allá
de sí mismo. La ex_tática domiciliada en la voluptuosidad, a
juicio de Levinas, sigue siendo la aventura del yo, el calvario del
yo. Y su gloria. Aun bajo esos términos, “la voluptuosidad no
despersonaliza el yo extáticamente, sigue siendo siempre deseo,
siempre búsqueda”694. Aquí no hay un monolito último que
señale el in del camino de la búsqueda inscrita en el deseo, del
692
693
694
314
TI, p. 277.
T. Staehler, Plato and Levinas, the Ambiguous Out-Side of Ethic, NY, Routledge,
2010, pp 41-42.
TI, p. 277.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
deseo que no se agota en su búsqueda. La marcha del deseo es
incesante, ni siquiera la metáfora bíblica de la tierra de Ur parece
ser suiciente para una trascendencia perpetuamente renovada
y un deseo perpetuamente reactivado. La liturgia del exilio
se cumple en el porvenir del Mismo en un nuevo yo que no lo
reitera idénticamente y en el cual él no se recupera íntegramente.
La venganza de los descendientes podría consistir en destruir
tal liturgia del exilio, acabar para siempre con la incesante
renovación del Mismo en los yoes que siguen sin él la vida de él.
Pero más acá de toda venganza, Levinas está convencido de que
en esa “dualidad de lo Idéntico”695 el porvenir del Mismo es a la
vez una discontinuidad en el Mismo, su no-porvenir, pues en él
su deseo se prosigue, sin su yo, en otro yo696. Alteridad de nuevo
radical que indica la prolongación de las propias posibilidades,
695
696
TI, p. 277.
A pesar de su lucha en contra de la soberanía del yo, no parece descabellado
pensar en el retorno del sujeto a sí mismo en el hijo ni que el narcisismo se
devalúe del todo en ese Otro que el hijo representa. La ética no deja de pagarse a
sí misma algunos tributos que Levinas niega a través de todas sus lancos, puesto
que la misma trascendencia intramundana consiste (o es la ilusión) en que el
yo del padre en su desvanecimiento busque la prolongación en el hijo, morada
que resguarda en contra de una borradura total. Según Freud, “El punto más
espinoso del sistema narcisista, la inmortalidad del yo, tan duramente negada por
la realidad, conquista su airmación refugiándose en el niño. El amor parental,
tan conmovedor y tan infantil en el fondo, no es más que una resurrección del
narcisismo de los padres, que revela evidentemente su antigua naturaleza en esta su
transformación en amor objetivado”. Sigmund Freud, Introducción al narcisismo
y otros ensayos, Madrid, Alianza, 1989, p. 26. Incluso la ética “más despiadada”,
la que exige una autorrepresión continuada del sujeto correspondiente, requiere
de algún tipo de remuneración y de autorreferencialidad. No creo que la noluntad
levinasiana, el “se pasa”, el “ocurre” como sin sujeto no se exponga al mismo
reproche. La ausencia de voluntad no parece no larvar en sí sus propias ganancias.
Acaso detrás de la lucha de Levinas por evitar la recursividad de un señorío
habitual se encontraría el pecado de un no-reconocido narcisismo.
315
Mario Di Giacomo
a las cuales, sin embargo, ya no se gobierna como yo soberano.
El Mismo se prolonga como huella sin potestad en el hijo. La
relación con el Otro como amada y el hijo que la voluptuosidad
fecunda nos arranca del tiempo presente, poniéndonos en contacto
“con el porvenir absoluto o tiempo ininito”697.
Estar obsedido por el Otro complica mi estructura, ensancha
mi identidad, la hace menos restrictiva, y al mismo tiempo hace
posible la locura. No dejan de ser ciertas las siguientes palabras de
Staehler, The soul is a seed of folly698. Y mi absoluta responsabilidad
no depende del reconocimiento de semejanzas entre yo y el
Otro. No depende de un género de alma compartido, no depende
del reconocimiento en absoluto. Sin embargo, la complicación
gloriosa de la propia identidad no resulta sólo de la incorporación
del Otro que se instala en ella, conminando una respuesta. En
la larga e indeterminada marcha hacia el exilio, la liturgia de la
identidad parece tropezar con un grano de locura que se propaga
también en las generaciones sucesivas. La indeterminación de lo
posible, lo difuso del territorio en que el Mismo se interna, huye
de la luz, se va, en el hijo, hacia otra parte, así se inicia la larga
marcha hacia esos sitios en los que el yo vivirá fantasmáticamente
y será objeto, asimismo, de apropiaciones no menos fantasmáticas
de parte de los descendientes. La huella es el canto de cisne de la
huella.
697
698
316
TI, p. 278.
Staehler, p. 42.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Israel vendría así a auxiliar los excesos luminosos de
Atenas, su orgullosa Heliópolis, su claridad develadora: la
comprensión del ser bajo la óptica de la luz y de la presencia han
de ser complementados por la vertiente de la errancia, corriendo
siempre más allá de todo presente y allende la plenitud de una
esencia. Israel aportaría a Atenas el claroscuro de la profecía,
es decir, el cansancio ante el presente. La obra de acabamiento,
de completamiento (Erfüllungsbewusstsein), de raiz huserliana,
que querría la plenitud ante la conciencia, es suplantada en
el pensamiento de Levinas por el enigma, la falta, el vacío: la
aclaración cede el paso a los contornos confusos de algo que ya
no está allí para una intención escrutadora. La intención, si así
puede decirse, pierde su objeto, se transforma en intención no
pleniicada, en Sinngebung melancólica. Parafraseando a Strasser,
diremos que el enigma se sostiene en el claroscuro, se opone,
sin oponerse, al fenómeno expuesto bajo el sol de la razón cuyo
telos es una evidencia, en el límite, y como ideal epistemológico,
perfectamente inteligible699. Abandonemos, escribe Derrida,
abandonemos el lugar griego por una palabra profética que ha
soplado ya no solamente antes que Platón, no solamente antes que
los presocráticos, sino más acá de todo origen griego. Pensamiento
que quiere liberarse de la dominación griega de lo Mismo y de lo
Uno, otros nombres de la luz y del fenómeno700, otros nombres
de una ontología identiicada con la manipulación del ente, otro
nombre de un mundo exento de tiempo701.
699
700
701
Cfr. Strasser, p. 112.
Cfr. Derrida, Violencia y metafísica, p. 112.
Cfr. ibid.
317
Mario Di Giacomo
El imperialismo de la teoría ya en 1930 ponía en alerta a
Levinas, pues transformaba al ser en objeto. La empresa de
Levinas ha consistido en gestar una aparición casi contradictoria:
provocar la “epifanía de una cierta no-luz ante la que callarán
todas las violencias”702. Con ello, Levinas representaría para el
pensamiento occidental el momento de una doble lealtad: el Bien
y la verdad están en él, empero reformulados somáticamente,
seguramente fuera de un cono de luz, y más bien al interior de
una extinción-propagación lenta y paulatina. Lleva razón Chalier
en “Levinas and the Talmud” cuando airma: Levinas deines
Europa by a double loyalty, a loyalty made up of tensions and
conlicts between the Bible and the Greeks; the prophets and the
philosophers; the good and the true703. El ancestro es el Otro que
ya ha cobrado morada en el yo que de alguna forma lo continúa.
El aburrimiento de la identidad se pierde, o felix culpa, en una
juventud que el tiempo ininito reitera o que, quizás, recrea el
tiempo como tiempo ininito. La errancia del Mismo invoca
el sino de una cierta eternidad ejercida en el contexto de una
historia capaz de continuar historias pasadas. Y que por esa
continuidad no son, empero, pasado. La fecundidad detiene la
vejez, continúa la historia en la cascada de los descendientes,
pero el sujeto no se penetra de una vida eterna, éste “es mejor
a través de la discontinuidad de las generaciones, escindido
por las juventudes inagotables del hijo”704. En la fecundidad,
por decirlo de alguna manera, ya no se es individuum, sino
702
703
704
318
Ibid., p. 115.
Chalier, p. 100.
TI, p. 278.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
dividuum, se es multiplicadamente, se es el nómada de sí mismo
en la multiplicación de sí mismo, pues in fecundity my being is
interrupted and doubled, and I attain an ontological condition of
plurality, in which ‘we thus leave the Parmenidean philosophy of
Being’705. Por la discontinuidad se renueva el sujeto envejecido,
saliendo así de una presunta autoidentidad pura.
El fundamento levinasiano de la errancia carece de la
rigidez de los soportes de la metafísica clásica; el fundamento
no garantiza al ente en su presencia, la luz no devela la irmeza
de una aparición sostenida. Creo, con Staehler, que habría que
pensar el fundamento como continua evasión de sí, como difusa
prolongación del Mismo en la red de los descendientes que
escapan a su poder, habría que pensar más bien en el sentido
heideggeriano del “Ab-grund”, un suelo que es un abismo706, un
suelo que está siempre en otra parte, en el humus del porvenir.
Pero, contra Heidegger, Levinas captura una trascendencia
hurtada al mundo de la luz y de la presencia, “no para disolverse
en el anonimato del hay, sino para ir más lejos que la luz, para ir a
otra parte”707. Cansado del anonimato de los poderes impersonales
y de la intemporalidad de la verdad y del saber, Levinas rescataría
un yo que está siempre en el origen, pero jamás cristalizado en su
plenitud. Cristalizarse signiicaría encerrarse en la traba de jamás
procurarse una renovación de su propia sustancia. Los bordes que
señalan el paso entre el Mismo y el Otro se cruzan sin cruzarse
705
706
707
Critchley, The ethics of deconstruction, p. 131.
Cfr. Staehler, p. 40.
TI, p. 278.
319
Mario Di Giacomo
jamás. Pero la juventud sobre la cual discurre Levinas debe
guardarse precisamente de esa plenitud que sin sobresaltos no
representa más que el envejecimiento de una sustancia enteramente
autosatisfecha. La vejez no querría saber de sobresaltos ni
aprender en la dicha (o desdicha) de las visitas inesperadas. Esta
clase de vejez desearía de una buena vez e invariablemente la
serena monotonía de los camposantos. En la fecundidad -capaz
de separar al Mismo de sí mismo y de ir hacia una aventura de
oscuridades en la cuales el yo ya no dice airmativamente “yo”708, Levinas se rebela contra una “… extensión cerrada de luz y de
sueño, de conocimientos y de poderes. Articula el tiempo de lo
absolutamente otro –alteración de la sustancia misma de aquel que
puede- su trans-sustanciación”709. El autor sospecha de la visión
en general, puesto que la visión nos da la ilusión del poder, eso
signiica tener las cosas desplegadas y a nuestra disposición. Cree
que las metáforas visuales de la ilosofía occidental (siendo la de
theoria es la más prominente) inluyeron en el carácter totalizador
y violento de la ilosofía.
El exilio, en cambio, sería ganancia, el retorno imposible
del yo a sí mismo. Si mantener y mantenerse en la luz es volver
a sí más viejo, el ser que se mantiene en el exilio no haría
sino renovarse en eso que lo lleva más lejos que sí mismo. La
oscuridad es un carruaje de tiempo llamado a correr más lejos que
708
709
320
Aunque en un contexto ligeramente diferente, empero, siempre referido al
pensamiento de Levinas, Staehler indica que Judith Butler describe el ego como
un proceso constante de self-alteration, p. 39.
TI, p. 278.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la luz, indicando en el exilio del yo el rejuvenecimiento personal
de éste, lejos de la seducción de lo anónimo y del culto del lugar.
Aunque se nos asigne el papel de Pigmalión, obligado a ver vivir
la propia obra, ésta no se encuentra obligada con su creador y en
algún momento también se irá de él. El hijo nunca se encuentra
bastantemente alejado de su fuente ni bastantemente cerca de ella.
Y esto vale lo mismo para la fuente. Pero el hijo no es mi obra,
como lo sería una estatua o un objeto cualquiera (aunque las obras
que me representan pueden recibir una apropiación signiicativa
que ni por asomo estaba en mí), tampoco es una propiedad de la
cual dispongo a mi entero antojo, no. “No tengo mi hijo, soy mi
hijo. La paternidad es una relación con un extraño que al mismo
tiempo que es el otro (…) es yo. En este <<yo soy>> el ser no es
más la unidad eleática”710, el ser se marra a sí mismo, se pierde
en la noche que lo reitera, la ipseidad se penetra de alteridad, se
nutre de su éxodo. El Otro, en su huella, no cesa de ser el éxodo
del Mismo en una exposición sin retorno711. Incluso la expiación
signiicaría el rejuvenecimiento del yo que se pierde en el yo que
fecunda con su Otro. La historia que se continúa en el Otro en
cuanto hijo no puede evitar que además de las lecturas gloriosas
existan las lecturas expiatorias, ni puede impedir que un ligero
aire mesiánico lave las memorias de acciones poco memorables
o inste a pedir perdón por los horrores cometidos. El ser, en
su misma escisión, deja de ser únicamente sí mismo, drena su
estructura monológica y sale de la luz: entra en la oscura zona de
su multiplicidad.
710
711
TI, p. 285.
Cfr. Rabinovich, p. 28.
321
Mario Di Giacomo
2.16.7. Deseo y pasividad
El ser del ateísmo “es sociedad y, por ello, es tiempo. Salimos
así de la ilosofía del ser parmenídeo. La ilosofía misma constituye
un momento de este cumplimiento temporal, un discurso que se
dirige siempre a otro”712. Si no comprendo al Otro, entonces estoy
verdaderamente ante el Otro (si no le comprendes, es Dios, diría
san Agustín). Así, pues, “Es necesario que falten las categorías
para que no se falte al otro; pero para que no se falte al otro, es
necesario que éste se presente como ausencia y aparezca como
no-fenomenalidad. Siempre detrás de sus signos y de sus obras,
en su interioridad secreta y discreta por siempre, interrumpiendo
por su libertad de palabra todas las totalidades de la historia, el
rostro no es <<del mundo>. Es su origen. No puedo hablar de él
más que hablándole…”713.
El yo que se desplaza de exilio en exilio gracias a la
fecundidad permanece expuesto en el Otro. La transustanciación
de los amantes decanta en el hijo, pero aquéllos quedan expuestos,
como las páginas de un libro, en él. También una persona puede
ser leída, también la trascendencia en la que se ex_pone los
signiicados pueden ser transigurados. El yo es una biblioteca
visitada y transferida, es lectura y relectura, es signiicación que
un lector, un Otro, le coniere. También en la independencia
de los textos fenece la presunta soberanía del autor. Así, pues,
712
713
322
TI, p. 278.
Derrida, Violencia y metafísica, p. 139.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la subjetividad indemne deja de serlo, el ser separado es ser
vinculado, el triunfo sobre la vejez sería la ganancia de este
movimiento sin retorno. Una semántica sustituye a otra, el perdón
es capaz de congregar alrededor de sí todo un pasado y atravesarlo
con la paz que sólo los vivos saben articular: el perdón permite
la serenidad del diálogo, y si no caben las razones, o si éstas son
todavía incomprensibles ante la magnitud del agravio, al menos
deja caer desde su altura la isonomía de un arrepentimiento.
El perdón orilla el horror impersonal que ha llegado a borrar
el rostro de quienes se interpelan, margina por un momento la
sinrazón de los acontecimientos, permitiendo el avance de una
historia a partir de ahora apaciguada: los rostros se reencuentran,
las miradas dejan de evitarse, el reproche se va desvaneciendo, la
palabra retoña cuando ofendidos y ofensores comprenden que no
hay reparación en la simple inversión entre ofensores y ofendidos.
El gesto de la contrición supera con creces a la palabra en que se
expresa. La trascendencia aplaza la muerte y va en busca de otro
tiempo, corre hacia otra parte, deja bastante atrás la inminencia
en que se anuncia y va en pos del horizonte que ella ya ha abierto
desde sí. Escribe Levinas: “La trascendencia es tiempo y va hacia
el Otro. Pero el Otro no es el término: no detiene el movimiento
del Deseo. Lo otro que el Deseo desea, es aún Deseo…”714. Mi
hijo es mi propio viaje, el coche de postas de mí y de mi deseo, el
albergue que se albergará en otros albergues. El rigor mortis no
hará sino dar testimonio de que la vida, incluso en la muerte, ya
ha triunfado o ha prevalecido sobre ésta.
714
TI, p. 279.
323
Mario Di Giacomo
Nunca bastantemente lejano de él y nunca suicientemente
cercano a él, el hijo es la alteridad malamente reiterada del padre;
mientras en éste el hijo latet, en el hijo aquél patet. La noche
del exilio parece no tener in, se reproduce analógicamente
manteniendo, a la par, tanto la presencia como la ausencia.
Retirado y umbrátil, el padre se transfunde en el hijo, yéndose
con él. Pero ya se ha ido con él también el deseo, es decir, la
posibilidad de que la transustanciación no detenga su marcha en
ninguno de los albergues temporales del camino. Más que desde
una morada de queda, Levinas escribe desde las moradas de paso,
en éstas todo se ha cumplido, pero también apenas algo se ha
cumplido. Aquello que la fecundidad pone en marcha es lo que ya
marcha en ella, lo que ya se mueve en ella, lo que ya es su vértigo:
el deseo mismo, la aventura del deseo, el movimiento del deseo,
per se incesante, per se incontenible. El deseo se reproduce como
deseo en el Otro, Otro como fruto de mi propio deseo, como fruto
de la noche de los amantes, como fruto, en in, de la oscuridad.
Es menester, por lo tanto, que el deseo del que habla Levinas
permanezca en su hambre y se encuentre siempre famélico con
el in de que la trascendencia se cumpla, corriendo más allá de
cualquier cumplimiento, marchando más lejos, mucho más lejos,
que el acto capaz de sacar a lote una potencia. El deseo tendrá
que engendrar el deseo para que así la recepción del Otro esté
en condiciones de vencer tanto la vejez como la muerte: “Aquí,
el Deseo (…) se cumple, no al satisfacerse y al declararse así
necesidad, sino al trascenderse, al engendrar el Deseo”715.
715
324
TI, p. 279
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Don, ofrenda, generosidad y sobreabundancia, el deseo del
cual nos habla Levinas transigura y trans-substancia, escapa
de las redes del yo soberano para perderse así en un tiempo
hecho de turbación, en la “iniciación constante en un misterio,
más que iniciativa”716, un cuándo y un dónde en los cuales no
cuentan las intenciones de los amantes, puesto que la iniciativa
se halla detenida desde el principio, abrogando entonces al
sujeto constituyente y el ininito de su arrogancia. El deseo se
transmitiría de esta guisa como a su pesar, descontando la voluntad
de esta agenda en la cual la trascendencia airma -sin airmar- su
dominio. En la misma voluptuosidad el sujeto recibe un quantum
en la alteridad a la que acoge, de manera que el retorno a sí
mismo incluye ese acogimiento como rostro del Otro, el retorno
no se piensa más “como el sí de sí mismo”717, como un evento
masculino o una airmación agónica. El retorno del sí mismo vive
de la dualidad, habita en la escisión y se nutre del magisterio ético
en él incorporado, del cual no se es ni señor ni amo. Levinas opta
por una pasividad fundamental, opuesta a la virilidad del yo en
su ambición masculina de controlar y de poseer. Ahora bien, no
deja de producir asombro esta peculiar escatología desprovista
de retornos, de ganancias, de conquistas. Si se produce una
colonización y si la subjetividad luye y se renueva del hospedaje
que el Mismo hace de sí, ello no ha de entenderse como el botín
resultante de una ocupación voluntaria. El botín es involuntariedad
716
717
TI, p. 279.
TI, p. 279.
325
Mario Di Giacomo
y cruciixión, imposibilidad de retraerse ante la demanda que viene
de fuera, obsesión responsable por la interpelación formulada
desde la penuria. Ciertamente, la involuntariedad del vínculo
expresa el desprecio por el cálculo que la razón podría procurarse,
el alejamiento de magnitudes conmensurables que puedan ser
canceladas mediante el quantum existente entre ellas; es éste,
pues, un encuentro sin esperanza de retorno, una escatología que
no espera nada parece a veces ininitamente desesperada, una
desesperación ininita, casi negadora de los hábitos humanos,
constituidos con base en ganancias merced a las renuncias.
No obstante, aquí la renuncia cobra una signiicación
esencial en un amor ilimitado, cuyo horizonte deja atrás, muy
atrás, al presente que lo origina718. Si la dualidad de los amantes
se sostiene, eso se debe tanto a que la fusión es imposible, como
a que el poder no tiene justamente poder para terminar con la
distinción que ignita una vez, y otra, y otra, la voluptuosidad. La
voluptuosidad como recibimiento involuntario de eros libera de
la pura autopresencia de la identidad, libera al yo de sus espejos,
ensanchando su soberanía en la medida en que renuncia a ella
abriéndose al porvenir719. Análoga a la relexión de su maestro,
718
719
326
Cfr. Derrida, Violencia y metafísica, p. 129.
Caben aquí estas palabras de Ionesco que Levinas reproduce en Dios, la muerte
y el tiempo (p. 125): “Si estás loco de amor, si amas intensamente, si amas
absolutamente, la muerte se aleja”. El amor es athanasías eros, se nutre ielmente
del deseo de inmortalidad, pero también de la inmortalidad del deseo. Lo trágico
del absoluto del amor es que éste jamás se hace del absoluto, que la erotización
capaz de lanzarnos más allá del presente no está obligada a eternidad alguna y
que, un día, de pronto, sin mayores anuncios, nos obligamos a recomenzar una
vez, y otra, inando rigurosamente una vez, y otra. Marion dice, creo que con
sobradas razones, “No se muere de amor –éste es el horror. Se rehace el amor
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
“la prosa poética levinasiana se acerca –como si se tratara de un
pensar cometario- a la órbita de la meditación heideggeriana.
Para éste: <<La falta de patria viene a constituir el destino del
mundo>>”720. Si “Eros libera de este hartazgo”721 es porque
incrusta una diferencia en el seno del ser separado, que vuelve
entonces a sí bajo la modalidad de la separación, de la dualidad.
Otra piel interviene en la mía, como amor para amar, como túnica
de Neso que debo asumir. Pero ya no soy simplemente yo mismo.
El genuino encuentro desencuentra, permite al yo por in evadirse
a sí mismo. O el sí Mismo se evita fecundamente a sí mismo.
Ítaca y la paciencia de una devoción gestarían así una epistrophé
empobrecedora. Amar ser amado no está en el poder de nadie,
nadie obliga al Otro al amor: el amor se recibe, se saluda, se acoge
en la pasividad, no en la violencia de un poder soberano, cuya
intervención sacriicaría al amor (in)esperado. Sí, el amor no está
en la voluntad, no arraiga en la autoairmación, ciertamente; él
es, más bien, una espera, la llegada de alguien Otro que turba la
intimidad del Mismo, rasgando el tejido ileso de su identidad, de
manera que “la turbación del sujeto no es asumida por su dominio
720
721
como quien “rehace su vida” –éste es el horror. Si sobrevivimos al inal de la
erotización, entonces el amor no tiene rango de absoluto”; Marion, El fenómeno
erótico, p. 180. La comunión de la dualidad desaparece, éste es el desastre, eso es
lo espantoso: que la comunión jamás haya existido; o que, de haber existido, giró
sobre fondos demasiado efímeros, sobre una esclerosis aún inadvertida. También
puede ser el amor una celada de la compasión, el medio por el cual la difusión
del bien propio nos lleva a un verdadero calvario del espíritu. Escribe Nietzsche
en su Zaratustra, p. 138 en la traducción castellana: Und jüngst hörte ich ihn
diess Wort sagen: "Gott ist todt; an seinem Mitleiden mit den Menschen ist Gott
gestorben”. La compasión de Dios no es sino su propio calvario, Él muere de
los excesos de su compasión. Como un hombre cualquiera, igual que un hombre
cualquiera.
Duque, Residuos de lo sagrado, p. 30.
TI, p. 280.
327
Mario Di Giacomo
de sujeto, sino que es su enternecimiento, su modalidad femenina,
que el yo heroico y viril recordará como una de esas cosas que
contrastan con las <<cosas serias>>”722. Y el ser por y para el Otro,
lo hemos dicho ya, es la bondad. Bondad no detenida en el hijo,
bondad no detenida nunca ni en nadie, puesto que la fecundidad
y el deseo no harán sino engendrar deseo y fecundidad, es decir,
vida para el Otro y por el Otro, o lo que es lo mismo, bondad.
El destino siempre inacabado, siendo siempre “futuro
absoluto”723 no llamado a renovar con sus pelos y señales todo
un pasado, lleva desde siempre las marcas de una bondad que se
pierde de vista. Ya lo hemos advertido, el deseo echa sus raíces
en su propia hambre para de este modo permanecer insaciable, de
suerte que la bondad migre o sea la migración misma. Aquí, destino
y peregrinaje coinciden. El destino es un constante peregrinar.
La peregrinación es el destino y la patria ha dejado de existir.
En el deseo fenecen las quedas, las rutinas, las repeticiones, “en
la paternidad, el deseo que se mantiene como deseo insaciable
–es decir, como bondad- se cumple. No puede cumplirse al
satisfacerse. Cumplirse para el Deseo equivale a engendrar
al ser bueno, a ser bondad de la bondad”724. El yo absoluto se
extingue tras esa bondad que engendra bondad, bondad en la cual
la bondad se multiplica, impregnando al hospedero y procreando
nuevos hospederos. El yo producido desde una alteridad recibida
es capaz de recomenzar y de salir de su hastío, de propagarse
722
723
724
328
TI, p. 279.
TI, p. 280.
TI, p. 281.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
ininitamente en las luces y sombras del horizonte que viene.
El horizonte siempre viene, el futuro ya siempre ha venido.
No hay manera de escapar del exilio. Si el presente vive de un
yo en éxodos perpetuos, el futuro no es sino la recepción de tales
exilios y, a su vez, la gestación de nuevos exilios. Yo y producción
de subjetividad son todavía una norma, pero una norma colocada
al margen de la producción habitual de las normas al interior de
un yo guardado en su egoísmo trágico: “En tanto que modalidad
del Yo, el ser puede producirse como lo que vuelve a empezar
ininitamente, es decir, como, hablando propiamente, ininito”725.
Se gloría el yo en su propio ininito, al que se da nacimiento en
el lugar aparentemente inito que denominamos “presente”. Pero
allí mismo, en el presente, donde ya el futuro ha prevalecido, se
engendran también la socialidad y la multiplicidad. La soledad del
ser separado se llena de sus Otros, se alimenta de su carne pascual
a in de retornar a sí renacido, es decir, no como puro sí Mismo,
sino como sí Mismo embarazado de ininitud. El cáliz no contiene
la sangre de un único Cristo. Y aquí también se encuentra la otra
puerta que faltaba por abrir en el drama inconcluso del yo: la de
la intersubjetividad.
2.16.8. intersubjetividad y exilio
El drama del yo ha consistido en asumir la luz como índice
de un hastío y como el egoísmo de una ipseidad inestremecible,
725
TI, p. 282.
329
Mario Di Giacomo
mientras que, por otra parte, la oscuridad fecunda lo transporta a
esos parajes en los que, sin ser, la ipseidad es, en los cuales, sin
estar presente, la ipseidad está, realizando allí una redención de la
cual no se es, en sentido enfático, sujeto. La heliotopía se disuelve
en el fenómeno del rostro y en el enigma en que constituye la
obediencia a él, pero, contra la luz, este fenómeno consiste per se
en el cortocircuito de la aparición fenoménica, en una condición
de donación no objetivada ni constituida desde la subjetividad que
la recibe. Herrero, citando a Sartre, escribe: On rencontre autrui,
on ne le constitue pas726, el otro se encuentra, no se le constituye;
como señala van Riessen: the face of the other is confronting; it is
not an object of perception727.
Toda la dinámica de la fecundidad se ordena al registro del
profetismo. En la profecía se escapa de la objetivación, pues la
palabra va a caer justamente allí en lo no-realizado, en los bordes
externos de cualquier institución positiva, más allá de una clausura
semántica. El profetismo recusa la eternidad del ahora, abriéndolo
a algo que se encuentra más allá de él. La profecía es el espectáculo
de la redención de una vida agotada en sí misma. Semejante crisis
indica la limitación del presente y de una reparación que habita
donde él menos lo piensa. Al interior de un presente insoportable,
la profecía signiica ya el comienzo de la redención: al anunciar
lo porvenir, ella misma –la profecía- se anuncia, al ser el nuncio
de lo que vendrá, ella misma es la herida en el corazón del
726
727
330
Herrero, p. 391.
Van Riessen, p. 191.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
presente, pues la opresión aún no asixia el futuro. El presente
es denunciado desde dentro, convocado por un más allá todavía
difuso. Como dice Levinas en De otro modo que ser, el sujeto
soberano, ahora muy disminuido, será el autor de lo que le ha
sido inspirado sin saberlo, ha recibido algo así como un mandato
del cual es autor sin saber de dónde728. El mundo de la luz es
soledad y egoísmo. La oscuridad, o lo femenino, entendido como
Otro por excelencia, y el amor y la voluptuosidad, concebidos
como soledad de dos y refractarios en apariencia a la formación
de sociedad, se encuentran, sin embargo, como sin saberlo y sin
actuarlo, ya formando sociedad. La fenomenología de la piel no
permanece atrincherada en el interior de una sociedad íntima.
Por el contrario, ésta desde siempre se encuentra transgrediendo
los límites de los seres separados que coinciden en la noche del
amor. La séparation radicale comme expérience de l’alterité
de l’autre729 testimonia una experiencia de ininito, mas en esta
experiencia y en esta separación cortante lo separado se vincula,
funda su propia trascendencia, permite la transmisión de los
mundos; así, pues, “la fecundidad testimonia una unidad que no
se opone a la multiplicidad, sino que, en el sentido preciso del
término, la engendra”730.
La trascendencia queda entonces asegurada fuera de las
nociones habituales de conciencia y de poder. El amor sigue la
728
729
730
Cfr. DOM, p. 226.
Derrida, Adieu…, p. 88.
TI, p. 282.
331
Mario Di Giacomo
senda del deseo de inmortalidad (athanasías eros731), pero se
hunde en la noche de una trascendencia irrecuperable para el
sujeto que la incuba. La relación erótica, a juicio de Levinas,
contiene la exigencia contradictoria de mantener juntos tanto el yo
en la trascendencia como un sujeto que no lo es en cuanto a saber
y poder. El placer se ha descubierto no como un hecho acabado
ni como un in en sí mismo; en el texto de Levinas el placer se
muestra incapaz de cerrar las puertas a lo que no sea él mismo. Y lo
erótico, analizado desde el punto de vista de la fecundidad, implica
la relación con lo absolutamente Otro, así como la generación
de una trascendencia que se mantendrá también como Otro. La
experiencia de alteridad y de trascendencia se contiene incluso
en la cercanía de la piel que no querría ser más que cercanía,
que no mira más allá del horizonte de sus noches voluptuosas.
Lo “patético de la voluptuosidad está hecho de dualidad”732, mas,
incluso en esa dualidad, Levinas lee tanto la posibilidad de un
retorno del yo a sí mismo, como la de que la unidad se cumpla
como unidad, sin sacriicarse, empero, a la lógica de la identidad.
El plus inscrito en el Otro y en la pasividad de la herida supone
la relación con una ausencia, ausencia en el plano cognoscitivo,
“pero presencia en la voluptuosidad”733. Lo femenino sería ese
Otro que se retira en su misterio, renunciando al lenguaje que lo
desnuda734. Derrida, por su parte, analiza las dos acusaciones que
pueden hacerse al texto levinasiano acerca de lo femenino como,
731
732
733
734
332
Cfr. Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 125.
TI, p. 285.
TI, p. 285.
Escribe Derrida: L’accueil absolu, absolument originaire, voire pré-originel,
l’accueillir par excellence est féminin. Adieu…, p. 86.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
por un lado, según el androcentrisme classique735, un modo de
ser resistido a la luz, como una fuga delante de ella, como pudor,
como intimidad, como mundo doméstico alejado de la polis,
como sociedad reservada en la que las palabras pueden llegar a
sobrar, pues es “una sociedad sin lenguaje”736; y, por el otro, en
una especie de maniiesto feminista, se lo caracteriza como lo
Otro acogedor por excelencia.
Entre la hospitalidad absoluta representada y cumplida en el
ser femenino, y la gloriicación y exaltación de una domesticidad
ya existente que gloriica lo dado oscila el comentario de Derrida
acerca de Levinas. Empero, si la feminidad se entiende, más allá
de la diferencia sexual y de la biología de los géneros, leyéndosela
como una función hospitalaria, de manera que no importaría
demasiado la existencia de mujeres empíricas, entonces se
difumina el riesgo de una interpretación demasiado familiar de
las líneas levinasianas. El acogimiento por excelencia es la mujer
(o quien cumpla con ese papel o con esa función de alteridad).
Acogimiento silencioso realizado bajo la ley de la hospitalidad,
siempre de manera única e irrepetible. El ser femenino y la morada,
entendida como intimidad, son puntos cruciales del análisis de la
vida interior, “… y la ausencia empírica del ser humano de <<sexo
femenino>> en una morada no cambia en nada la dimensión de
feminidad que permanece abierta aquí, con el recibimiento mismo
de la morada”737. Sin embargo, a veces decanta en el lector la
735
736
737
Ibid., p. 83.
TI, p. 275.
TI, p. 175.
333
Mario Di Giacomo
sensación de que los textos de Totalidad e ininito a este respecto
suelen hacer votos por lo existente, consagrando una positividad
y sus usos: mujer como intimidad y hospitalidad, paternidad
como trascendencia en el hijo, familia, en última instancia, “la
maravilla de la familia”738; la mujer como recepción del semen
de la trascendencia, el hombre como paternidad que se dona en el
semen, en el semen que lo pone ya fuera de sí, en un tiempo sin
él, empero, con él. La asunción binaria de la diferencia sexual es
inaceptable hoy día, presente hecho de opciones sexodiversas ayer
impensables. Sin embargo, lo que sí se lesiona en el pensamiento
de Levinas es the ‘masculine’ economy of the same739, mas la lesión
no se muestra dispuesta a superar la metáfora androcéntrica, pues
la paternidad como trascendencia señala la persistencia de ella en
la continuación del criterio fundado en lo masculino740. Pregunta
738
739
740
334
TI, p. 310.
Stella Sandford, “Levinas, feminism and the femenine”. En: Simon Critchley and
Robert Bernasconi (Eds.), p. 143.
A juicio de Irigaray, el uno para el otro en la noche de los amantes los convierte
en messengers of a future that is still to be built and contemplated (Luce Irigaray,
“The Fecundity of the Caress. A Reading of Levinas, Totality and Ininity,
“Phenomenology of Eros””. En: Tina Chanter (Ed.), Feminist Interpretations
of Emmanuel Levinas, Pennsylvania, The Pennsylvania State University, 2001,
p. 130). Mensajeros de su propia inidelidad en el sentido de una noche jamás
quieta en sí misma, pero incluso en tal formulación Levinas otorgaría un papel
subsidiario a la amante femenina, que no es amante, sino beloved woman (p. 126),
mujer amada que ocupa un papel más subsidiario e instrumental que subjetivo
y personal dentro de la relación con la igura masculina. El amante masculino
whose double is the son (p. 132), proyectado en éste hacia el futuro gracias a la
cripta del vientre de la amada, parece así instrumentalizar la igura femenina,
comprometiéndose ella sin saberlo con el mundo de él. El amante masculino
sería entonces the sole master of desire, (p. 135), aherrojando a la mujer amada
a un destino que no es el suyo. Sería ella, pues, el puente entre el padre y el
hijo, la mediación requerida por una trascendencia que la masculinidad busca
incesantemente. Al convertir a la mujer en simple requisito mediador, la ética que
mora allende el amor y el placer se ve confutada. Ella, es, por consiguiente, de
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Derrida, sin detenerse demasiado en la alternativa inscrita en la
pregunta: Faut-il choisir ici entre deux lectures incompatibles,
entre une hyperbole androcentrique et une hyperbole feministe?
Et y a-t-il place pour un tel choix dans une éthique? Et dans
la justice? dans le droit? dans la politique? Rien n’est moins
sûr741. Sin embargo, a juicio de Sandford, la ilosofía de Levinas
no proporciona recursos para el feminismo, el pensamiento de
lo femenino en el autor lituano sigue moviéndose dentro de un
dominio masculino742.
No poder sobre el Otro, sino herida recibida en la pasividad:
subjetividad hecha más de capacidad impresiva que de ejercicios
soberanos. La pluralidad dada en el inicio (dualidad de los
amantes) no concluirá sino en una pluralidad trascendente en un
inal sin inal. En este dinamismo el inal es un colofón abierto,
741
742
acuerdo con Irigaray, only an aspect of himself (p. 133), la oscura pero dichosa
labor de una sobriedad que actúa en silencio a in de que el amante se fortalezca
en su viaje hacia una trascendencia asaz narcisista. En este orden de ideas, el
sí mismo masculino no deja de ser sí mismo masculino, y el mismo Levinas
expresaría inconscientemente su voyage toward an autistic transcendence (p.
138), el viaje de una no reconocida eticidad o sistema de valores que él replica.
Pero si esto es así, si se sigue a pie juntillas la interpretación de Irigaray, no
hay más remedio que darle la razón a la autora: por un lado, el tono sacriicial
del encuentro de los amantes niega el participio presente a la igura femenina
y, por otro lado, aunque el hijo sea algo semejante a la síntesis de sus cuerpos,
tal distancia acaso destruya la posibilidad de un “nosotros” incluso en la
separación. O el “nosotros” estaría representado apenas en el hijo. Demasiado
conservadurismo en este pensamiento que desea estar más acá del ser y de lo
Dicho. La trascendencia se mantendría como tal, mas sin el hondón ético del cual
tanto se precia Levinas. La Gracia de un futuro que nadie puede controlar y su
germen de inmortalidad perderían de esta guisa, justamente, su Gracia.
Derrida, Adieu…, p. 84.
If, therefore, one were to ask whether the thinking of the femenine in Levinas’s
philosophy could provide resources for feminism, I think the answer would have
to be ‘no’. Sandford, p. 157.
335
Mario Di Giacomo
colofón al que añaden líneas los demás inales, también ganados
por una apertura fundamental. Clima lleno de inales provisorios,
el gran inal, la gran coda del discurso donde éste atrapa sus
huecos y sus propias falencias, es imposible. La fecundidad es
el lenguaje de un dinamismo que ningún inal agota. Que ningún
inal acaba. Los recursos del saber y del poder se ponen de cuclillas
ante una subjetividad hospitalaria, se prosternan ante la ley de la
hospitalidad, si es que en el pensamiento de Levinas, derivado del
estudio de la unicidad del ser separado, puede existir el lenguaje
de la ley. Si la relación erótica marca la subjetividad del sujeto, si
la imposibilidad de retraerse ante la solicitud del Otro indican el
espacio de la trascendencia, entonces se vive por el Otro y para el
Otro: el retorno a sí mismo del yo sólo puede ser comprendido a
partir de la alteridad que ya para siempre ha fundado la hondura
de la subjetividad. Por consiguiente, de acuerdo con Levinas y
con el comentario de Derrida, la morale n’est pas une branche de
la philosophie, mais la philosophie première743.
La fecundidad, entonces, debe ser erigida como “categoría
ontológica”744, la relación erótica no es sino la “característica
de la ipseidad misma del yo, de la subjetividad del sujeto”745.
No obstante, el yo que retorna a sí desde la alteridad es un yo
profundamente modiicado, muy distinto del que ha echado
(falsas) raíces en la autoidentidad. La fecundidad se encuentra, a
Dios gracias, expulsada de las categorías de saber y poder, de las
743
744
745
336
Derrida, Adieu…, p. 91.
TI, p. 285.
TI, p. 285.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de causa y dominación, pues la paternidad se desempeña como
un poder que da inicio a la relación con un extraño, con Otro que
al mismo tiempo es yo746. La caricia entre extraños (en el fondo
del amor, en el placer oscuro de los cuerpos que se encuentran, la
transparencia se encuentra desterrada, el amor junta –en realidad,
siempre sin juntar- dos oscuridades esenciales) va a engendrar a
otro extraño quien, a su vez, heredará el dinamismo del deseo y
la producción de nuevos extraños. La tierra de asilo representada
por el Otro será siempre el refugio provisorio sobre el cuerpo de
una tierra, y con ello la imposibilidad radical de que el peregrinaje
acabe de una vez para siempre. No existe chez soi en el discurso
de Levinas, por lo que la permanencia debe interpretarse de
manera paradójica: chez-soi comme dans une terre d’asile747,
tierra en la que se es, indeinidamente, un exilé et un réfugié748. El
hijo, mi propio exilio, no es yo, porque yo no tengo a mi hijo, y
sin embargo, “soy mi hijo”749, me conduzco en él hacia un destino
que ya no gobierno y que tal vez nunca he gobernado: la iliación
no azolva su propia ruptura con el padre, en la continuidad habita
también una discontinuidad toda vez que el hijo es un nuevo
comienzo, pese a la continuidad que desearía imponer en él el
pasado y la tradición (familia, nación, ethos). El padre, señor de la
ley y de su interiorización, se desliza hasta la siguiente paradoja:
l’anarchie, la vraie anarchie doit être paternelle…750. El pasado
no es repetición sin re-creación, no es iteración sin novedad. El
746
747
748
749
750
Cfr. TI, p. 285.
Derrida, Adieu…, p. 72.
Ibid.
TI, p. 285.
Derrida, Adieu…, p. 167.
337
Mario Di Giacomo
pasado es más un recurso que una tiranía, es menos una pesadilla
que oprime el cerebro de los vivos que una posibilidad de la que se
alimenta el ser ininito. Me sé, pues, en la paternidad, recuperado
y perdido para siempre. En él retorno a mí mismo, vuelvo a mí
desde su absolución, desde su alteridad se formula mi regreso. No
soy más que un yo ya alterado por la alteridad751. Ya transigurado
en ella.
La paternidad ha liberado al yo de sí mismo, insertándolo en
el hijo: “hijo único, hijo elegido”752, como todos y cada uno de los
hijos del padre en los cuales el pasado se retoma, en los cuales el
pasado retorna y pasado al cual los hijos se vuelven. Pero pasado
que retorna sin la rigidez de la ipseidad que es su fuente: el hilo
de la historia se mantiene incluso en la discontinuidad entre las
ipseidades que se continúan y se quiebran a la vez. El padre es
en el hijo, pero no es el hijo. Éste es en el padre, pero no es el
padre. Esta bancarrota es la gloria. El hijo ya no está a cargo del
padre, ni el padre, a diferencia de Anquises sobre las espaldas
de Eneas, a partir de un determinado momento está a cargo del
hijo. La continuidad lisa y callada es lacerada en la renovación
en el hijo, pues éste supone una discontinuidad en el hilo mismo
de la historia por la novedad nacida junto con él. La unicidad
del hijo, como la del padre, “permanece exterior al padre”753:
si hay algo que reproduce de manera análoga el padre es su
propia unicidad, la unicidad del hijo, que procura una relación
751
752
753
338
Cfr. Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 164.
TI, p. 286.
TI, p. 286.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
diferencial con el padre. La unicidad del hijo constituye el hiato
en la historia, su libertad como venero de novedades, así como
también releja la continuación y la re-negación del padre. El
pasado es continuamente pasado retomado, es decir, recreado
en su aparente repetición y, por eso, sin dudas, se inscribe como
no-repetición a secas. El hilo de la historia se mantiene, pero las
rupturas enriquecen una continuidad a través de la rebelión en
contra de la ipseidad del padre y de la ipseidad del hijo cuando éste
alcance su propia condición de padre. Entre padre e hijo se sitúa
un suplemento que impide la simple repetición de lo idéntico:
familia y nación conservan el pasado, ethos y recuerdo son así
el museo memorial de un ayer continuado, pero reactualizado
en cada presente, en cada ahora, en cada relectura. El destino
preijado de antemano no existe, porque incluso en el dinamismo
que el padre imprime en el hijo y en la condición ilial, “… el
ser es ininita y discontinuamente, histórico sin destino”754. La
novedad señalada en ese dinamismo impide la restauración de una
continuidad sin sobresaltos, pero la continuidad marca los límites
internos de tales sobresaltos históricos. El análisis de la historia
debe tomar en cuenta los límites de una continuidad transida de
rebeliones y de sublevaciones, de las oposiciones practicadas al
interior de las pesadillas transmitidas o de las glorias adquiridas.
La historia, por ende, debe conservar el derecho de
restablecer sus continuidades, pero también sus rupturas. En esto
754
TI, p. 286.
339
Mario Di Giacomo
consistiría el carácter excepcional de la bondad755 y la fragilidad
del hilillo del ser, del cual Levinas ha querido recuperar su más
acá o su más allá signiicativo o presigniicativo, en cuanto origen
de la signiicación ilosóica y de la asignación humana de sentido
al ser (Sinngebung). El sentido del ser se vuelve al ser del sentido,
al origen ético de toda signiicación constituida o a la condición
ética de posibilidad de la misma ontología. Rupturas sólo
parcialmente rupturas, a in de evitar el peligro de una existencia
psicótica o de una existencia totalmente desarraigada. Siempre
estamos en exilio, pero dentro de una historia que lo narra. Por
lo tanto, lo que una familia y una nación restablecen en este tipo
de continuidad admite dentro de sí una historia prolongada y
descontinuada a la vez, un lujo temporal que permite ingresar en
sí los ciclos mismos de las rupturas ejecutadas por los hijos de la
historia. El padre engendraría así no sólo su propia continuidad,
sino su propia ruptura, es decir la renuncia a su propia plenitud
paterna. Ésta sería su kenosis, su teología de la cruz, el poder
y su impotencia: “la originalidad de esta renovación distinta
de la continuidad, se testimonia en la rebelión o la revolución
permanente que constituye la ipseidad”756. La historia se retoma
a sí misma en el hijo, pero mediando un salto diferencial con
respecto al padre. Cada nacimiento que produce un hijo único y su
unicidad rompe con la pretensión de una ipseidad signada por la
reproducción iel de sí mismo en lo otro. El padre también inviste
al hijo de su diferencia, de su exterioridad, de una protección en
755
756
340
Cfr. DOM, p. 63.
TI, p. 286.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
contra de la simple reproducción de lo mismo.
El comienzo nunca recomienza desde su identidad: hombre
es siempre homo renatus, nombre renacido, ceniza que siempre
restaura y renueva, ambas cosas a la par, porque la misma
fecundidad libera del tedio de la autoidentidad, porque el límite
en que cada cuerpo se contiene impide la confusión de los seres,
por deinición múltiples y separados en su multiplicidad. Pero si
esta historia erótica no tiene destino preijado es porque se abre
indeinidamente al futuro: el hijo único “es a la vez único y noúnico”757, pues él también es bondad, vive por y para el Otro,
como el padre en la fecundidad ha vivido por y para el Otro. En
ello consiste “… el dominio ejercido sobre mí por el Otro”758,
consagrándose, por consiguiente, en semejante dualidad,
una escatología del servicio o derivándose en una diaconía759
vulnerable. “El yo humano se implanta en la fraternidad: que
todos los hombres sean hermanos no se agrega al hombre como
una conquista moral, sino que constituye su ipseidad.”760, por lo
tanto, el orden social se encuentra desde un tiempo muy viejo
emplazado en ella. Todo desorden humano y todo conlicto en
contra de la paz presuponen esta paz inicial, esta fraternidad ya
nacida en el dinamismo erótico de la fecundidad, la cual precede así
el mismo orden social. Éste encuentra su condición de posibilidad
en aquélla, la vulnerabilidad y la solidaridad que brotan al interior
del orden social ya se han efectuado en la fraternidad, y ésta en la
757
758
759
760
TI, p. 287.
TI 287.
Cfr. Levinas, Ética e ininito, p. 81.
TI, p. 287.
341
Mario Di Giacomo
fecundidad por la cual se vive por Otro y para Otro.
2.17. El perdón en la ética del exilio
Vulnerable, la mismidad se autocomprende en un protocolo
relacional. Y el ámbito relacional mismo es único, tan único como
la singularidad del hijo en cada caso engendrado. La mismidad
vulnerada da a luz entonces al Bien. Lo hallado a fronte, el orden
social, in principio presuntamente fundado sobre sí mismo,
reconoce en su origen una vulnerable metafísica de la separación,
pues, a tergo, existe desde siempre una inscripción ética que
impide pensar la fraternidad como una progresiva conquista
moral. Yacemos en la paz. Lo fundante es la paz, más que una
antropología sostenida en la agresión y la violencia. Pax omnium
pro omnes, pax vobiscum, antes que bellum omnium contra
omnes. Aquello que no es la paz o está en contra de ella nace
del seno de esta morada esencial, o más que esencial. Lo erótico,
incontinente en sí mismo, permite surgir la vida de la familia y
la vida social misma. El nosotros hace acto de presencia, aunque
la noche de los amantes se haya practicado como vida de dos y
vida egoísta cumplida en la voluptuosidad y el gozo. También ese
nosotros “engloba lo posición del cara a cara, hace desembocar lo
erótico en una vida social, hecha de signiicancia y decencia, que
engloba la estructura de la familia misma”761. Resistido al triunfo
impersonal del hay, una existencia sin existentes, Levinas pone
el ente como origen y comienzo del ser: es esta autoidentidad la
761
342
TI, p. 288.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
que puede guardarse en contra del anonimato del ser, existiendo
sin límites, más allá de sí mismo, incluso cuando ya no existe
como sí mismo. Según Levinas, consiste tal modalidad de ser en
ser hasta el ininito, en “ininición”762. El ente verdaderamente
existente, no extraviado ni en anonimatos ni en habladurías,
permite la aparición del tiempo en la no supresión de lo posible:
la trascendencia saca de sí al presente, concede licitud a un
horizonte que a éste se rehúsa y permite que lo deinitivo no sea
nunca deinitivo. La temporalidad permite, estando en una cosa,
estar ya en otra. El movimiento de la temporalización no da tregua
al ensimismamiento del presente, contaminándolo siempre de un
umbral volcado a la inminencia. Los poderes anónimos del hay se
ven desde luego contrarrestados no sólo en un ser personal, único
y ateo que se mantiene en su personalidad incluso en las cláusulas
de la trascendencia con las cuales lo deinitivo se borra del mapa,
suspendiendo tanto la tiranía de aquellas puertas tras las cuales
nada hay, despachando la apariencia de plenitud de un momento
temporal. La distancia con respecto al tiempo es esa operación del
ser separado que le permite siempre recomenzar allí donde ya ha
dejado de ser.
Al rechazar la totalización del presente mostrando su
dinamismo escatológico (la escatología es justamente aquello
que nunca se hace presente, es la promesa, la salvación de y
contra todo presente), la conciencia es esa disposición abierta a la
alteridad, a la dicha o desdicha que viene con ella. La ininición
762
TI, p. 288.
343
Mario Di Giacomo
asesina lo deinitivo; si esto es así, este tipo de asesinato sería el
único asesinato feliz porque suprime la posibilidad de envejecer
en el eterno retorno de lo deinitivo o en la circularidad sin in de la
que nos cerciora. El tiempo como ininición y la conciencia como
ininición debe alejarse incluso de los posibles, de los posibles
machacados como ocasiones perdidas a los que la memoria, en sus
duelos, vuelve una y otra vez. Tiempo y conciencia ininitizados
suponen, más bien, huir de la parálisis senescente yendo más
lejos de las nostalgias de la memoria donde sólo aparecen los
verdugos de lo posible como lamento por lo que fue y lo que no
fue. La búsqueda del tiempo perdido no es sino la parálisis del
tiempo, la posibilidad de fosilizarnos en esa misma búsqueda. La
fecundidad es la aventura en cuya mediación ni lo posible como
melancolía de cumplimiento ni lo deinitivo son lo deinitivo. La
verdadera temporalidad disuelve las estatuas de sal paralizadas en
su mirada hacia atrás y rompe con la cómoda cosiicación aislada
de cualquier clase de peregrinaje: deja todas tus cosas y sígueme.
Es un ponerse siempre en marcha, es marchar desde ya siempre
incluso en la aparente gloriicación de lo existente, familia y
nación. Volver al pasado para recuperar lo que no pudo ser parece
el modo de una fecundidad infecunda. El amor en los tiempos
del cólera es la vejez que se ama sin trascendencia, meintras que
el ininito no es sino el magdalena de un amor hundido en su
nostalgia. La verdadera temporalidad (y trascendencia) supone la
posibilidad “de no arrepentirse más por las ocasiones perdidas
ante lo ininito ilimitado del porvenir”763. Supone la posibilidad
763
344
TI, p. 289.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de introducir en el velero peregrino que nos lleva los cabos
sueltos de los posibles no-realizados, supone acabar de una buena
vez con los duelos esbozados en los actos cumplidos y en los
no cumplidos. Supone una cuaresma alimentada de su inevitable
pascua.
Para ir al ininito la existencia no solamente “vira en
destino”764, porque todo destino arregla aquello que lo precede.
Más bien, la existencia parece forjar el destino como destino
móvil: la movilidad incesante como destino, como nomadismo
del destino. La facticidad de las fronteras dibujadas en los mapas
que señalan naciones son poco y nada ante la inmensidad del
desierto que borra continuamente sus propios hitos marcadores:
en él estamos en la inmensidad, pero también en ninguna parte
por la movilidad misma del territorio visitado. Hombre y paisaje
coinciden en la constante mutación de sí mismos. Poco queda
indemne en el peregrinaje que realizamos y en el peregrinaje
mismo del territorio sobre el cual lo hacemos. Aquí, el destino
no es nunca destino preijado, detenido en las marcas concisas
que delimitan perfectamente el inicio y el inal de un recorrido
perpetuamente reiniciado. Un ser capaz de otro destino “es un
ser fecundo”765. Un ser capaz de otro destino, no tiene destino
prescrito de una vez para siempre, añadimos nosotros. La misma
fecundidad es su marcha renovada, es el ímpetu innovador que
levanta el campamento sobre el rostro del territorio conocido y
764
765
TI, p. 289.
TI, p. 289.
345
Mario Di Giacomo
permite reemprender la marcha suspendida. En ella nos impedimos
envejecer, eludimos el sereno apoltronamiento sedentario y no
nos damos tregua a nosotros mismos. El yo vive sin tregua incluso
donde ya no es yo. Si la vejez es otra forma de decir “destino”, el
dinamismo de la fecundidad ya siempre ha dado cuenta de ella,
pues ha suprimido desde antes el monopolio de su discurso. “En
la paternidad, en la que el Yo, a través de lo deinitivo de una
muerte inevitable, se prolonga en el Otro, el tiempo triunfa por su
discontinuidad, sobre la vejez y el destino”766. En tal heterotelismo
se inscriben tanto una transustanciación, como ya hemos visto,
como una resurrección del Mismo en el Otro. De este modo, el
Otro es la cruz que señala el más allá en un camino que se hará
sin mí; estoy, empero, en los estigmas del Otro, en sus sueños y en
sus pesadillas, él continúa el territorio detenido en mí, mi propio
peregrinaje, pero sin ser plenamente yo y sin ser sofocado por
mi yo. Ininitesimal por medio del cual, aun desaparecido, el yo
nunca se eclipsa del todo.
Grávido del Otro, el rechazo del anonimato del hay por parte
del yo signiica al mismo tiempo que el encuentro no escatima
la presencia del rostro, aquél es, más bien y por el contrario,
impensable sin su presencia. El rostro es la insurrección levinasiana
en contra del anonimato de los poderes impersonales, es cierto,
pero también en él, por su alteridad radical, una contención de
la totalización. Ser causa del Otro del cual se está grávido no
equivale a contenerlo totalmente en el seno de la paternidad. Es
766
346
TI, p. 289.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
ésta la sede de la discontinuidad y por lo tanto la posibilidad de
una reparación del pasado. Éste, aun acabado, éste, aun fenecido,
no puede jamás eludir la reapropiación que efectúa el porvenir en
cada nuevo instante. No contempla Levinas el pasado como un
acontecimiento irreparable ni como un padecimiento irredento.
El “retorno del instante nuevo al instante antiguo”767 guarda en
sí una semilla salutífera, pues ni siquiera el pasado se encierra
en una determinación deinitiva. El porvenir que lo visita lo saca
de sus casillas, resemantiza los signos en los que él se había
interpretado y da ocasión a la reparación. El pasado se supera
a sí mismo en la sucesión que porta consigo toda visita en su
instante nuevo y en la inminencia de las signiicaciones que ella
deposita en el perdón. La vida se complica pero se aligera en esta
sucesión de momentos que no encuentra un sentido deinitivo.
Vivir más allá del presente y del pasado no signiica caer en el
desconocimiento de las catástrofes históricas, mas sí la posibilidad
de que el porvenir que viene nos permita una vida menos anclada
en el rencor. El tiempo discontinuo en el continuo renacer como
Otro facilita los nuevos comienzos: los horizontes antecedentes
no están ya clausos dentro de una totalidad signiicativa. Aquí no
hay sino nuevos nacimientos capaces de volverse incuso hacia
las zonas no redimidas de una existencia lesionada. El pasado,
por consiguiente, no hace sino re-comenzar, reiniciarse desde
sus cenizas, alimento del presente y del porvenir. Levinas lo
dice literalmente: “El tiempo discontinuo de la fecundidad hace
posible una juventud absoluta y un comenzar de nuevo, al mismo
767
TI, p. 289.
347
Mario Di Giacomo
tiempo que deja al comenzar de nuevo una relación con el pasado
recomenzado, en un retorno libre –libre de una libertad distinta a
la de la memoria- hacia el pasado y, en la libre interpretación y la
libre elección, en una existencia enteramente perdonada”768.
El mismo tiempo que nos consume nos absuelve, suo modo,
de la muerte, impidiendo que ésta consagre su dominio absoluto.
Si el tiempo poseyese un lenguaje, éste sería, a ojo de buen cubero,
el del perdón, el de la tarea de una existencia reconciliada o el de
una reconciliación que querría recordar la paz de aquellos viejos
orígenes, paz más vieja que cualquier amor y más vieja que una
memoria muy vieja. La muerte, pues, no tendrá la última palabra,
y el tiempo, erosión del existente, su más íntima imposibilidad en
el sentido de llevar a su límite toda posibilidad, viene a ser a la
vez una superación de la senescencia en la fecundidad, el freno
que el tiempo se coloca a sí mismo, reabriendo al existente a la
vida en la fecundidad. El hombre es por deinición un perpetuo
renacimiento, más que el devenir que envejece y más que el objeto
de la sevicia del tiempo. El comenzar siempre de nuevo en el
deseo y la fecundidad compensando así los rigores del ser mortal
que envejece “… es un perdón, la obra misma del tiempo”769. Si
se ama con locura se prevalece sobre la muerte; amor, deseo y
fecundidad se unen entre sí con el in de dar aliento a la vejez del
ser mortal, disminuyendo así la furia de su initud.
768
769
348
TI, p. 289.
TI, p. 290.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
El perdón está referido al tiempo y el tiempo está al servicio
del perdón. En este sentido, la conversación entre presente
y pasado permite no sólo una relectura del pasado capaz de
perdonarlo en una visita absolutoria, también favorece la propia
puriicación del presente en la suave conquista de su felicidad.
No es cuestión de olvido este retorno, ni es un retorno que
dejaría ilesas las robustas columnas del pasado. Por el contrario,
el nómada que va hasta su pasado tortura su propio presente a
in de modiicarlo, provocando una ruptura necesaria entre él y
el presente que lo modiica: el porvenir merece la pena, merece
ser vivido sin el dolor inmemorial de aquella falta transmitida en
el registro de una historia. El presente pena su pasado, pero no
habrá de fosilizarse en él, porque de hacerlo no habría sino una
eterna iteración de lo mismo. Sin militar por el olvido, el pasado
es el pasado de un presente que debe saber abrirse al ilimitado
horizonte del porvenir. Para hacerlo, debe hacer cuentas con el
pasado, esquivando los asesinatos alucinatorios o el drama de un
olvido que no es nunca genuino olvido (sino represión), así “el
olvido anula las relaciones con el pasado, mientras que el perdón
conserva el pasado perdonado en el presente puriicado”770. No
irse nunca del todo es la naturaleza del pasado, pero la del presente
obra sobre él el perdón, evocando el acontecimiento, mas bajo una
mirada puriicadora. No signiica esta puriicación la absolución
de toda culpa, sino la conciencia de que el perdón implica “una
excedencia de felicidad”771, la autoairmación de una vida incapaz
770
771
TI, p. 290.
TI, p. 290.
349
Mario Di Giacomo
de extirpar el camino que tiene frente a sí y que advierte de la
necesidad de la reconciliación. Los cabos sueltos de una marcha
posible hacia el porvenir refrenan tanto el porvenir como la
marcha solicitada. Si se encuentran más sedientos de pasado que
de presente, menos abiertos al futuro que a las antiguas violencias
de la historia, los existentes hacen de sí mismos los convictos
perpetuos de lo sido, reos eternos de la desdicha que ya fue. No
hay horizonte sin perdón y sin vida conciliada. No hay perdón si
el agraviado no marcha hacia la cabaña del agravio y conversa
con su culpa (o busca, más que la culpa en la palabra del asesino,
el gesto que lo reconcilie con el asesino, la palabra que ponga
término a una historia de reproches).
En el perdón habita, pues, un plus de felicidad, “la extraña
felicidad de la reconciliación, la felix culpa, dato de una
experiencia corriente que ya no asombra”772. La continuidad
chata de los instantes se aloja en la experiencia absolutoria. Por
así decir, en la autoabsolución auspiciada por el tiempo, éste
inscribe sus rupturas y se repara en ellas. La historia se ve de
esta manera trufada de discontinuidades, el tiempo encuentra
su grandeza en sus abismos, fracturando la monotonía de los
instantes lineales que se siguen unos a otros, produciendo una
interrupción mesiánica. Tiempo e historia no olvidan sus faltas,
pero se atraviesan a sí mismos de un mesianismo imprescindible.
En efecto, existen puertas mesiánicas hechas de segundos
minúsculos por lo cuales la absolución entra, pero también sale:
772
350
TI, p. 290
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
también un presente oprobioso puede encontrar en el pasado
la ocasión de una reparación sin término, en él lava sus faltas,
se llama a la contrición, no porque el pasado fosilizado salve,
sino porque un presente insoportable puede encontrar en aquél
las huellas que lo enilen al mesianismo que expulsa el pasado y
el presente de sus propias recurrencias. Las puertas entre pasado
y presente son biyectivas: lectura, pecado y absolución no son
los disiecta membra de un momento especíico (y envilecido)
del tiempo. Lato sensu, las puertas permiten la continuidad
del ser, y, a la par, la posibilidad de que el ser se recobre a sí
mismo en un rostro que suprime la iteración de lo mismo. Lo
ya cumplido se nos muestra, de esta guisa, nunca cumplido,
siempre oscilando entre su cosiicación y su desaparición, entre
los gestos sedentarios de una historia impertérrita y las visitas
nómadas que erosionan su monótono paisaje. La paz se aleja de
la quietud remota de los cementerios y se lleva a sí misma en un
cinetismo permanente que engendra el drama del tiempo: sí, “lo
esencial del tiempo consiste en ser un drama”773, un drama en
que el deseo transmitido en la paternidad lesiona a la paternidad
misma y la gloriica en esa lesión, pues libera de la monotonía de
un pasado cerrado a cal y canto. El tiempo, así entendido, añade
ser al ser, renueva al ser, rejuvenece al ser, “el tiempo agrega lo
nuevo al ser, lo absolutamente nuevo”774, dejando por detrás el
lastre de los instantes pasados, cuyas ruinas se restauran en visitas
prometedoras.
773
774
TI, p. 291.
TI, p. 290.
351
Mario Di Giacomo
2.18. Quicio y continuidad
En esta clase de conatus la juventud es el emblema triunfante
sobre la muerte, que no pasa de ser un mero aplazamiento gracias
al hijo, donde la muerte muere. Es la mors mortis. Podríamos
–a qué dudarlo- levantar la voz con san Agustín ante dicho fait
accompli y preguntar: ¿dónde está tu aguijón ahora, muerte? Lato
sensu, podríamos aseverar que la paz levinasiana es demasiado
inquieta porque exige demasiado de la debilidad humana,
instalándose en una búsqueda inagotable entre la senescencia y
la juventud, entre la muerte y la resurrección. La gloria del padre
es todavía mayor gloria si en cada hijo único engendrado aquél
deja de repetirse íntegramente, es decir, si “la obra profunda
del tiempo en un sujeto que rompe con su padre libera de este
pasado”775. En el desvanecimiento ininitesimal del Yo que vive
por el Otro las ruinas se ganan a sí mismas, pero permanecen
ruinas. ¿Podemos vernos en ellas? ¿Podemos verlas en la alteridad
del hijo, eso que nunca es deinitivo, semejante en esto al padre,
también nunca deinitivo, nunca diluido del todo? Sí, podemos:
la paz levinasiana nace y se vuelve a cumplir en la alteridad, en
la distancia y en la cercanía que ella incorpora entre los seres.
Aún más, quizás la discontinuidad que rompe con el continuum
temporal sólo podría ser pensada justamente desde la concepción
atea del ser separado que Levinas tiene in mente como inicio de
la metafísica. Alérgico a la subsunción ontológica, el ser separado
es el ser capaz de poner distancia entre sí mismo y aquello que
775
352
TI, p. 290.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
lo antecede o aquello que lo continúa. Y el deseo que vive en
este dinamismo sobrevive a cualquier circunstancia lograda, a
cualquier corpúsculo de historia efectuada, a cualquier monumento
que se asuma como más perenne que el bronce. En la fecundidad,
entonces, triunfan el hijo y la ruptura que éste engendra. El padre
gesta una ruptura contra sí mismo, permite su propia derrota, se
separa gloriosamente de sí, y, en ellas, en la separación y en la
derrota, brota la satisfacción del tiempo en una vida reconciliada.
La paternidad se ha batido contra sí misma para que el tiempo
no se autoacople en instantes “mutuamente indiferentes”776. Al
vencerse de esta forma, la paternidad, paradójicamente, triunfa.
Al triunfar sobre sí misma, esto es, al derrotarse, vence. No piensa
Levinas en el tiempo como mera sucesión, como los días de Iván
Denisovich, aguardando por la comida caliente del día, como la
espera, esto contra Bergson, de que “el <<azúcar asiente>>”777,
sino como novedad, como recreación, como surtidor de rupturas
que enriquecen más que empobrecen la continuidad del ser,
como posibilidad, en suma, de que la felicidad sea siempre una
presencia viva en el drama del ser y más allá del drama del ser.
Levinas aduce contra Heidegger que la esencia del
tiempo no radica en la initud del ser, sino la ininitud del ser
en el intervalo que lo separa, aun en su muerte, de su muerte.
Asimismo, alega que los instantes temporales quiebran su propia
sucesión, engendrando desde sí el tiempo una muerte que llama
776
777
TI, p. 290.
TI, p. 290.
353
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a la vida, así como ha llamado la vida a la muerte en el instante
que ya simplemente no continúa al instante anterior, “el instante,
en su continuación, encuentra una muerte y resucita. Muerte y
Resurrección constituyen el tiempo”778. Si en la cruz se topa la
muerte con la reconciliación es porque ella, la cruz, suspende el
continuo temporal ensimismado en su atmósfera de ofensas que
da pie a las ofensas ulteriores. El circuito de la violencia sólo sabe
recapturar sus viejas violencias. Sin embargo, en opinión del autor,
el pasado se da crédito a sí mismo en la permisión que ya siempre
prescribe: todo pasado debe morir de sí mismo y de sus gastados
tedios para que exista una historia conciliada y el mal no tenga la
última palabra; de la historia el desenlace no será el puro y simple
desasosiego. La muerte representaría así la felix culpa en la cual
los sacriicios acumulados pueden ser recibidos en una acción
reparadora. ¿Por qué vienen a cuento tantos comienzos?, ¿para qué
tantas resurrecciones?, ¿viene a consolarnos acaso esta extraña
paz que no sabe sino de un dinamismo siempre recomenzado?
Porque la ruptura rejuvenece el tiempo, porque el ser separado
se mantiene en su separación y porque el ateísmo se compensa
en la fecundidad que nos abre a un tiempo ininito y, en éste, al
sello último de una promesa. ¿Es tal vez este dinamismo agotador
que Levinas se ha puesto en su propia boca lo que le conmina
a aceptar que quizás una vez el tiempo ininito concluirá en el
silencio de un tiempo acabado? ¿Acaba un día deinitivamente la
amargura: ecce in pace amaritudo mea amarissima?
778
354
TI, p. 291.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
”El acabamiento del tiempo no es la muerte, sino el tiempo
mesiánico en el que lo perpetuo se convierte en eterno”779. La
lectura de la trascendencia contraída a mera biología suele ser
negada, aceptando así otras trascendencias780 y otros dinamismos
capaces de impedir el triunfo de la muerte en el drama del ser
inito. Por ejemplo, en el abordaje interpretativo de un texto,
por el cual se actualizan el pasado y la tradición, quien asume la
tarea de comprender una narración decantada tiene que correr el
riesgo de dejarse decir algo por él, de abrirse mansamente al texto
que aborda, pero para ello hay que arriesgar lo ya comprendido
y juzgado, lo ya sedimentado y dicho. Sólo en este lance de
ganancias y pérdidas podemos evadirnos de la prisión de lo
propio, ampliando un poco nuestro propio horizonte. La mera
presencia del Otro ayuda, antes de que abra la boca, a descubrir y
abandonar la clausura propia, a dejarnos impresionar en la venida
del asombro781. En ocasiones nos asalta la impresión de que
779
780
781
TI, p. 292.
Cfr. TI, p. 265: “Pero una cosa, una abstracción, un libro, pueden igualmente ser
objetos de amor”. Incluso este libro, Totalidad e ininito, entendido en último
término como ininitización del tiempo, como el análisis de un amor que triunfa
sobre la muerte, invoca ese sentido de trascendencia y de aplazamiento del tiempo.
En el hijo acaso no desaparecemos del todo, aunque él plante en su presente una
multitud de insurrecciones en contra del pasado del cual deviene; pero en los
textos acaso tampoco, pese a la multitud de rebeliones que las sucesivas lecturas
fomentan. También un libro abre su hospitalidad a los Otros, llega a ser el rehén
de Éstos. En Ética e ininito, Levinas nos abre las puertas a una perspectiva
más amplia de la ilialidad: “No es preciso que quienes no tienen hijos vean en
ello algún menosprecio; la ilialidad biológica es tan sólo la igura primera de
la ilialidad; se puede muy bien concebir la ilialidad como relación entre seres
humanos sin lazo de parentesco biológico. Se puede tener, con respecto al otro,
una actitud paternal. Considerar al otro como su hijo es precisamente establecer
con él esas relaciones que yo llamo <<más allá de lo posible>>”, pp. 61-62.
Cfr. Carlos Gutiérrez, “No hay hechos, sólo interpretaciones. La universalidad de
la interpretación”. En: Carlos B. Gutiérrez (Ed.), No hay hechos, sólo
355
Mario Di Giacomo
Levinas radicaliza el dinamismo interior del deseo, la fecundidad
y el hijo para que éstos, en su propia aceleración, reconstruyan el
calmado silencio de los orígenes a través de un tiempo mesiánico
que no es sino “tiempo puro”782: que aquel silencio anárquico, iat
de la palabra y del discurso, resuene incansable en los murmullos
sucesivos por los cuales la muerte no tomará la última palabra. ¿Por
qué, pues, “para ir hacia el bien es necesario el mal, la evolución,
el drama, la separación?”783. Para que la ininición del tiempo no
llegue a sofocar las voces particulares que hablan en sus entrañas,
para que la promesa alguna vez sea posible, así sea alejada de su
propio presente y de su propio pasado (aunque nunca se esté lo
bastantemente lejano de pasados y presentes). Para que el mismo
aplazamiento de la muerte constituya su triunfo sobre la muerte y
para que en la amplitud de tal aplazamiento la voz y la obra en sus
singularidades se mantengan allende un tiempo sin ellas.
La subjetividad del padre habla en cada hijo; la del hijo
escucha la voz del padre, mas la continúa traicionándola o la
continúa solamente en la traición. En el salto del instante se trama
un nuevo pacto y una nueva promesa. La discontinuidad trae
consigo el asombro de la ilosofía a través de la posibilidad de
prometer de nuevo o de renovar la promesa, haciendo ablución en
aguas distintas a las habituales. Si el Otro es el gran maestro en la
interlocución que propone, la tematización decae de su primado,
782
783
356
interpretaciones, Bogotá, Universidad de Los Andes, 2004, p. 119.
TI, p. 292.
TI, p. 291.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
cediéndolo a un tiempo litúrgico784, tiempo que viene del Otro por
medio de la manifestación y la sorpresa. La Sinngebung tiene tras
de sí, por ende, una intencionalidad, una presentación inasimilable
a la gnosis de la mismidad teórica. La divinidad, pues, “guarda las
distancias”785. La metafísica, esta metafísica del desbordamiento
del Mismo por el Otro (Otro como exterioridad, rostro y altura, el
Mismo como palimpsesto de las diversas escrituras borradas pero
al mismo tiempo imborrables del Otro), ha analizado “la esencia
de este lenguaje con Dios”786, nos ha conducido por encima
del ser o tras de él, irreductible al lenguaje de lo dicho y de las
semánticas concluidas. El tiempo viene del Otro, cuya inminencia
sacude el polvoso tedio de la palabra repetida del Mismo. Lo
añoso se renueva en tales sobresaltos. El perjurio, así, permitiría
a la historia no envejecer, consentiría en evitar una momiicación
prematura de sí misma, se daría el chance de estar alerta ante el
siempre posible (y siempre al acecho) desquite del mal. La paz
sabe del mal, porque sabe del olvido que puede practicar el ser
separado en el ensoberbecimiento, verdadera pérdida de sí mismo.
2.19. respeto del ser
Rostro y exterioridad producen relaciones resistidas
al sistema. El rostro detiene la violencia, el continente es
superado por su contenido. Dios es arrebatado a la presencia
y a la objetividad, y expulsado de la objetividad de las cosas.
784
785
786
Cfr. TI, p. 299.
TI, p. 301.
TI, p. 301.
357
Mario Di Giacomo
Dios allende el ser, pero desde siempre insertado en el lenguaje
como si éste pudiera conservar en sí lo imposible, instándonos
a responder por fuera de la verdad del ser: ésta presupone ya el
acto de una visita, una visita que viene de lo alto en la cual se
hace irme la “excedencia de la verdad sobre el ser y sobre su
idea”787. Es esto a lo que Levinas se reiere con la “curvatura
del espacio intersubjetivo”788. Aquí el ser no puede reabsorber
sus propias rupturas, integrándolas en el silencio uniforme del
Uno o tejiéndolas perfectamente el sí Mismo en el mapa de su
propio retorno. Levinas postula un Bien más atrás del ser y una
multiplicidad más vieja que lo Uno. La imposibilidad ofrecida
en esta metafísica de la exterioridad querría así contrabalancear
el primado del ser y de la verdad de las ontologías tradicionales:
el espíritu del mundo a caballo signiicaría dejar en silencio a los
espíritus que no son aquél. La exterioridad, mediada por el ininito,
no es la pesadumbre del Uno, no es jamás el castigo ejercido por
los dioses sobre un envanecimiento desprendido de la unidad
feliz de los orígenes, sino, por el contrario, una maravilla. Un
eon inito no se asume como ininito. Una alteridad no se ofrece
como el ángel que cae debido a una praxis arrogante. La visita
del rostro único e inalienable “es, tal vez, la presencia misma de
Dios”789. El más allá del ser querría recuperar la idea platónica
del Bien, inenglobable por el Ser porque es justamente más que
Ser. El superesse impediría así el movimiento de una totalización
negadora. El Bien produce signiicación ontológica estando más
787
788
789
358
TI, p. 295.
TI, p. 295.
TI, p. 295.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
allá de ella. Semejante idea de separación agatológica, volcada
en el pensamiento de Levinas al mundo interhumano, se rebela
a la síntesis y rechaza el surgimiento de los seres a partir de una
matriz común, pues es anterior a la “iniciativa de Sinngebung”790.
Por consiguiente, el parentesco entre los sujetos se confía a una
heterogeneidad radical, incapaz de sucumbir a la seducción de
la unidad beatíica. De este modo, cada ser se encuentra fuera
de todos los demás, en recíproca exterioridad e ininita distancia.
Ello sería –a juicio de Levinas- una comprensión adecuada de la
creación a partir de la nada, gracias a la cual se funda, precisamente,
la exterioridad radical de los seres entre sí: el parentesco viene
dado por la nada que consolida la distancia entre ellos. Los seres
nacen en la distancia sin por eso ser señores de ella. “Airmar
el origen a partir de la nada por creación, es poner en duda la
comunidad previa del todo en el seno de la eternidad, en donde
el pensamiento ilosóico, guiado por la ontología, hace surgir los
seres de una matriz común”791. Ni siquiera un supuesto Volksgeist
monolítico golpearía el privilegio de la separación recíproca de
los seres, ni siquiera un ethos ahíto en su unidad podría conspirar
en contra de la separación originaria, recibiendo ésta en Levinas
el nombre de “metafísica”. Supresión de la voz particular en
la muda soledad de los muchos signiicaría temer y temblar.
La sinagoga exige de antemano la separación de seres, cuya
vinculación no resulta de precedentes obligaciones comunitarias.
La communitas es siempre posterior al reclamo del ininito o del
790
791
TI, p. 297.
TI, p. 297.
359
Mario Di Giacomo
rostro mismo de Dios (de los dioses) en su visita interpelante (el
Dios omnipotente ha muerto para Levinas, el Dios sustancia, el
Dios de la promesa y de la providencia. Ese Dios “se ha quitado
la vida en Auschwitz”792).
Semejante metaontología y semejante metaunidad
constituida de discretos irreductibles sólo pueden obtener una
denominación: ética entendida como ilosofía primera, vinculación
sin vinculación predeterminada ni preorientada, puesto que
cualquier “previo” anterior a la vinculación que debería nacer
en los singulares signiicaría la pérdida, precisamente, de tal
singularidad. El corsé al cual se deberían ajustar las diferencias
ha sido ya siempre desajustado por éstas. En el principio sólo
existe la diferencia, y el parentesco se apunta en esa misma
diferencia. El parentesco reside en la diferencia. El origen es,
pues, releído como multiplicidad fundante, no como subsunción
de la alteridad. La alteridad recupera su verdadera gloria. En este
origen trufado de dioses la anarquía es esencial a la multiplicidad,
en este politeísmo reelaborado solamente un dios habla a un dios,
792
360
Levinas, La huella del otro, p. 104. Después de Auschwitz ya no se puede pensar
en los términos de un Dios no implicado en su obra, atravesada por el dolor,
y tampoco de acuerdo con el talante de esta pregunta, por blanda: “¿Dónde
estaba Dios en Auschwitz?”, formulada por Habermas en Israel oAtenas, p. 192.
Omnipotencia y bondad también se quitaron la vida en el Lager. Incluso, a in
de repensar la teodicea dentro del absurdo representado por el mal en el mundo
y la sordera ante éste, hemos llegado a concebir a Dios de acuerdo con nuestra
propia fragilidad. Dios es frágil justamente porque es amor. De allí que seamos
responsables de su fragilidad. Y así como Dios ama por nada, esto es, sin esperar
ninguna retribución, asimismo debemos amar a Dios por nada, saliendo por
completo del ciclo de una remuneración esperada. Para el tópico de la teodicea
y del renacer de la teología luego de la Shoah, véase: Paul Ricoeur, Il male. Una
sida alla ilosofía e alla teología. 4ª. ed., Brescia, Morcelliana, 2005, passim.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la palabra de Dios se multiplica en un sinnúmero de unidades
personales, manteniendo sin embargo cada dios una distancia
infranqueable en el habla que lo revela; la exterioridad del ser
señala su multiplicidad, y el nexo entablado entre los singulares
que conforman esa multiplicidad “… no rellena el abismo de
la separación, la conirma”793. La palabra vela en la palabra, la
expresión suspira antes que cualquier signiicado acartonado o
envejecido en su eterno presente. La habitación humana no se
encuentra jamás “a la espera de los dioses”794, ni “el ser del ente
es un logos que no es el verbo de nadie”795. Por el contrario, los
dioses ya han entablado un discurso del cual brota el ser mismo,
en el cual el ser ocurre, siempre más allá de una “razón que devora
al sujeto”796.
La ilosofía de lo neutro es así desalojada por una ilosofía
personalísima, por una liturgia del Otro y por la hospitalidad
del Mismo, roto gloriosamente en esa misma hospitalidad. Los
aposentos de la intimidad se muestran entonces llenos de una
alteridad inagotable incapaz de anular los términos vinculados:
en lo más íntimo de la intimidad se encuentra el Otro, el instante
que fracturando la mismidad permite la aparición de un tiempo
distinto al de la simple espera. El instante que interrumpe la
monotonía del ser entra con el Otro, es el milagro en la noche
tediosa del ser ensimismado, es el tiempo mesiánico que nos
793
794
795
796
TI, p. 299.
TI, p. 303.
TI, p. 303.
TI, p. 302.
361
Mario Di Giacomo
atrae con un dinamismo esencial y atormentador. La obra del
mesías, aunque su telos sea la paz, no recala pacíicamente en
la mismidad interrumpida gracias a la presencia del Otro. La
paz mesiánica rebota en contra de la estupidez anquilosada del
mundo y la gloriicación de una humanidad concebida en forma
de rebaño y masa, se convierte en la lucha personal suscitada en
una interpelación que nos expulsa de la comodidad de lo dicho.
El ser brota, ante todo, éticamente, en la desnudez del rostro, en
la interpelación personal de alguien que no encuentra “un lugar
para reposar”797. No existen ni un plano ni una medida común que
permitan uniicar el cara-a-cara del habla. Por eso el discurso, en
este nivel, es ya siempre apología, expresión de un discurso único
del que cualquier ley general no sería sino violencia.
Desde el punto de vista de Levinas, el ser brota –o retoñaen el sobresalto causado por la interpelación del Otro. Por eso,
antes que docilidad del espíritu frente a la solicitación del ser,
docilidad del espíritu frente a la solicitación del Otro: “el sujeto
es un anitrión”798, recibe la tessera hospitalis incluso antes de
haberla otorgado, pues ella es condición de posibilidad de la
visita misma. El anitrión se descubre así como la casa elaborada
para “hospitalizar” al ser separado. Da la impresión de que para
el autor lituano el deslizamiento institucional hacia el Nosotros,
deslizamiento marcado por una aspiración “a un Estado, a las
instituciones, a las leyes que son la fuente de la universalidad”799,
797
798
799
362
TI, p. 303.
TI, p. 303.
TI, p. 304.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
constituyen una deformación del rostro, una lesión de la
individualidad vinculada con otra individualidad sin obligación
de por medio. Ello da pie para pensar la institucionalización
universalista como traición de los orígenes en los cuales
piensa Levinas o en la prostitución de los mismos: la ipseitas
protesta ante el juicio según reglas universales basadas en la
impersonalidad que el Nosotros funda; el Yo y el Otro, bajo
una política librada a sí misma, incuba una tiranía. Sólo en el
punto de una subjetividad salida de cauce y enfocada únicamente
en sí misma la palabra de Hegel tendría razón, casi a su pesar.
Es, pues, una crueldad el encierro solitario de la conciencia
autocentrada, pero lo es también la impersonalidad de la justicia.
Dando un paso atrás, Levinas intenta localizar su pensamiento
metafísico antes de la obra jurídico-política y antes de un salvaje
status naturae donde domine meramente el conatus essendi800.
El yo único precede al desquiciamiento en el cual la política nos
engasta, precede cualquier procedimiento que haga mensurables
e intercambiables a los seres. Levinas adjudica tales maravillas a
la postulación de un tipo de metafísica superior a la convivencia
estatalizada. Escuchémosle: “La metafísica nos lleva, pues, a la
realización del yo en tanto que unicidad con relación a la cual
debe situarse y modelarse la obra del Estado”801. Ciertamente,
800
801
En In the time of the nations (Bloomington, Indiana University Press, 1994, p.
133) escribe Levinas lo siguiente contra el conatus y en favor de una relación
responsorial por el otro: Thus, for being that is dedicated to being, for being that
has no other purpose than to be, the human self might also signify the possibility
of interrupting its conatus essendi, the possibility of answering for the other,
who "is none of my business," who is nothing to me. "Thou shalt not kill," that
is to say, "Thou shalt love thy neighbor." This is an odd recommendation for an
existence summoned to live at all costs.
TI, p. 304.
363
Mario Di Giacomo
vestíbulo de un porvenir, el tiempo ininito de la fecundidad
nos arroja lejos de donde hoy estamos, rasgando los velos de
una vida llevada a efecto sólo en la interioridad. El carácter
adverbial del sujeto no se apresta a airmarse en una ousía capaz
de dar al traste con un nomadismo que nos coloca siempre más
allá de lo actual y del despotismo de la facticidad: la fecunda
adverbialidad –hic et nunc- se retraduce en de nuevo fecunda
adverbialidad dentro de los extraños límites de un tiempo ininito
semoviente: éste se desplaza continuamente sin destino ijo y sin
término, conservando en su entraña la semilla del deseo y de la
fecundidad. La muerte es más que simple paciencia del tiempo;
en nuestro contexto parece indicar que ella misma es imposible y
que su presencia nunca será un acontecimiento deinitivo, puesto
que la errancia es la producción original del ser y va siempre
“hacia allá”, desconociendo su telos y recusando de esta manera
ser el objeto de un pensamiento esclarecedor. Semejante proceso
tiende al ininito; la facticidad no puede vencer para siempre al
sujeto quien es ya siempre Otro, en el hijo o en el legado de sus
obras, aprovechadas por Otro sin que él sea capaz de hacer algo al
respecto. Sobrevive como a su pesar en el Otro que le sobreviene,
en el otro fructiicado por el amor, el deseo, eros, en una palabra.
La subjetividad actúa aladamente, “en esta alteridad, la ipseidad
es graciosa, aligerada de pesos egoístas”802.
Pensando desde esa nube de puntos absolutos que despacha
de sí la noción de totalidad, Levinas se ha rebelado en contra
de una violencia cuyo rostro es la razón, esto es, de una razón
802
364
TI, p. 305.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
cuyo último y emancipador in consistiría en “la supresión de
la multiplicidad”803. Más que comer de tal fruto, Levinas opta
por rechazarlo: la alteridad no corre desesperadamente hacia la
unidad purgando una culpa o asumiendo con ella –la unidad- su
racionalidad. Es justamente al revés, puesto que el respeto no se
ubica en la supresión de la alteridad y de la trascendencia que ella
invoca; la razón no arma su vivac en las tierras de una unidad
silenciosa donde el rumor de la palabra ofrecida se ha apagado
y donde de la hospitalidad no queda sino el residuo de una muy
vaga nostalgia. Es tajante el autor en este sentido: la metafísica
conduce, efectivamente, hacia lo trascendente como tal, empero,
“… la trascendencia no signiica apropiación de aquello que es,
sino su respeto. La verdad como respeto del ser: éste es el sentido
de la verdad metafísica”804. Pero si la verdad empieza como
respeto, si el respeto es el “dónde” originario de la metafísica
levinasiana, entonces la moral es aquello que aparece al inicio de
todas las cosas, “más allá de la visión y de la certidumbre”805, o
lo que es lo mismo, “la moral no es una rama de la ilosofía, sino
la ilosofía primera”806. ¿Cómo eludir los escollos irracionalistas
o místicos que pueden ser citados a comparecer ante una tal
concepción de la metafísica? ¿Cómo evitar encallar el ser en las
arenas de la arbitrariedad? 807
803
804
805
806
807
TI, p. 306.
TI, p. 306.
TI, p. 308.
TI, p. 308.
En Descubriendo la existencia…, Levinas repudia la idea de que aunque el
singular posee una signiicación que no se reiere a la universalidad, no por eso
decae en no se sabe qué disposición irracional. Cfr., p. 325.
365
Mario Di Giacomo
2.20. La libertad, soledad compartida
Levinas impugnará, con el propósito de dar respuesta a las
cuestiones antedichas, la primacía de la visión con respecto al
ser (concepción heliopolítica y helioontológica del ser) y una
libertad deseosa de justiicarse sólo por la libertad. La libertad
debe justiicarse, es ésta la posición de Levinas, la libertad debe
avergonzarse de sí misma y autodescubrirse como un movimiento
inito que el Otro ha venido a cuestionar para siempre. Razón y
libertad se desnudan como articulaciones posteriores al respeto
metafísico de la exterioridad. Una libertad que únicamente fuese
libertad se instalaría de antemano en la arbitrariedad, en el delirio
autoairmativo de un existente sin límites disparando, ajeno a
todo sentido, sobre las cabezas de una multitud de viandantes.
Una libertad enloquecida por ausencia de límites no se domicilia
en la soberanía sino en la arbitrariedad. En su falsa plenitud, esta
clase de libertad fundada sobre sí misma debería encontrar los
límites que la devuelvan a una cierta cordura, de lo contrario su
avance sobre el mundo se expresaría fundamentalmente como
usurpación e irrespeto. El Otro está allí para detener el ímpetu
de su ingenuidad, mostrándole los límites de su incontinencia,
pues aun en su soledad irredenta el sujeto nunca se encuentra a
solas; aun en su soledad de ser separado, el ateísmo clama por
una vinculación que nadie obliga. Al verse cuestionada por el
Otro, cuya hechura somete la libertad a juicio, la libertad deja
de entenderse a sí misma como el régimen de un dinamismo
autoimpulsado, desligado de otros nexos con el ser. La libertad
366
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
halla su cumplimiento en la vida, sin dudas, sin embargo, para
que ello se cumpla es menester que ese cumplimiento se sepa
acotado por unas ciertas fronteras puestas allí desde siempre a in
de evitar la arbitrariedad de su dinamismo, es decir, para evitar el
atropello de una libertad a punto de desbordarse. Al justiicarse
ante y por el Otro, la libertad se despoja de su locura, trastorna
el aislamiento de su subjetividad (vale decir, recobra su cordura),
deriva en un ‘nosotros’ en el que no se sofoca. Cuestionamiento
no signiica sofocamiento, pérdida de la ipseidad o dilución en
la vida del Estado. Al mundo administrado se le opone, pues,
una individualidad que ni siquiera el paroxismo burocrático
tiene el poder de extirpar, como tampoco lo posee el marco de
una eticidad compulsiva en la cual nadie sobresale (repudiable
para Levinas sería también la asixia de la individualidad en un
Geist comunitario). El forzoso rasero de la igualación se topa con
las unicidades primigenias, investidas de una metafísica de la
separación y de una vinculación producida en el respeto de aquella
unicidad. Aparece así una soledad compartida y una socialidad
que no acaban con el trance de la separación. Sólo así tendría
sentido la vinculación en la libertad y sólo así se mantendría la
libertad personal en la vinculación. La libertad culmina en ese
ámbito donde no estoy solo y donde soy juzgado.
Socialidad primera: la relación personal consiste en el rigor
de la justicia que me juzga y no en el amor que excusa. Este
juicio no proviene, efectivamente, de un Neutro808. La aventura
808
Cfr. TI, p. 308.
367
Mario Di Giacomo
del yo que nunca sabe adónde va permite aún salvar la dimensión
personal en la historia. La historia lleva consigo al sujeto hacia unos
parajes en los cuales su soberanía ha dejado de existir. Pero en el
pensamiento de Levinas, el Yo, rehén del Otro, ya desde siempre
ha perdido su vigor de sujeto soberano, pasando a ser rehén de
su anitrión: “Extranjero para sí, obsesionado por los otros, inquieto, el Yo es rehén, rehén en la recurrencia misma de un yo que
no cesa de fallarse a sí mismo. Pero de este modo, siempre más
próximo a los otros, más obligado, agravando su fracaso ante sí
mismo. Este pasivo sólo se reabsorbe extendiéndose; ¡gloria de la
no-esencia!”809. Palabra y rostro asoman en la intimidad para que
ella salga de sí, para que el tiempo (por in) ocurra, para detener
“la monotonía de su identidad”810.
La historia ha de entenderse, por lo tanto, como
discontinuidad, como engendramiento de lo nuevo en un deseo
implacable que ninguna satisfacción adverbial es capaz de detener.
Al contrario, luye de adverbio en adverbio, se ininitiza en ellos
y produce -entre la defunción y la resurrección- el Bien: eso de
vivir por y para el Otro, teniendo en su base “la discontinuidad
de las generaciones –es decir, la muerte y la fecundidad- …”811.
Ultima necat, sed non necat. El Otro será siempre cruz y martirio,
gloria del yo echado inalmente de su asixia. Y será su memoria.
El deseo plantado inmemorialmente en el ser es rechazo de la
ontología de la subjetividad aislada (incluyendo el grito egoísta
809
810
811
368
Levinas, Humanismo del otro hombre, p. 131.
TI, p. 308.
TI, p. 308.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de la kierkegaardiana salvación personalísima, pues “incluso una
necesidad sublime, como la necesidad de salvación, es todavía
nostalgia, enfermedad del retorno”812, renovación proteica del
egoísmo) y la ontología de la razón impersonal que se realiza
en la historia. Levinas querría rescatar el grito de la criatura
desdichada que es capaz de contemplar su peril en la muerte a
través de una conjura en contra de la muerte; querría despojar a la
muerte de su aguijón sin por ello liquidar al yo como yo, el cual
se cumpliría más allá de sí mismo, más allá de la imposibilidad de
toda posibilidad. La metafísica pluralista puesta en los orígenes
viejísimos de los cuales la memoria no hace recuerdo intenta
salvar la experiencia de unicidad y, a su vez, la experiencia de
vinculación que los miembros de la pluralidad fecundan entre
sí. Sociedad pluralista que intercepta el monopolio de los nexos
orgánicamente constituidos y el emblema de una política capaz
de transformar a las personas en seres anónimos, disponibles
para el mercado y para la guerra. Si el verdadero pecado original
es no pecar, porque sin éste no se da comienzo al tiempo y a la
historia, en el pensador lituano el verdadero pecado original es
la no-vinculación al Otro, porque sin ello no se da nacimiento al
tiempo y al sobresalto de una vida propiciada en la discontinuidad
histórica. El Otro breaks into the house of Being like a thief (…).
This possession by the other is a dispossession of my home and
my belongings, a discomforting that is, to use Heidegger’s word,
un-heimlich, unhomely813.
812
813
Levinas, La huella del otro, p. 57.
John Llewelyn, “Levinas and language”. En: Simon Critchley and Robert
Bernasconi (Eds.), p. 124.
369
Mario Di Giacomo
La gran paradoja es que para ser de veras inmortal en este
marco conceptual, es menester entrar en la furia del tiempo y en
la historia (en la gran ausencia de patria y de hogar), de modo que
éstos, tiempo e historia, produzcan la bondad partiendo de un yo
que va hacia el Otro, mediando allí una maravillosa abdicación
del egoísmo personal. El pluralismo de los seres separados
sigue reproduciéndose al interior de un dinamismo que también
fructiica en seres separados. El amor, fusión imposible entre los
amantes, conduce al desenlace del hijo y a la paternidad que jamás
lo secuestra. La unicidad del hijo detiene toda absorción de su ser
separado. Este tipo de metafísica parecería solicitar el siguiente
imposible: recordar a las estructuras aseguradoras de los presentes
reiicados y de las seguridades totalitarias la impropiedad de sus
logros. Semper peregrinus, el nomadismo fértil de Levinas es
una profecía venida desde muy lejos, erosionando desde más
lejos que cualquier lejanía posible. En todo yo se instala desde
muy antes la profecía, a saber, la superación ininita del tiempo
inito. El yo mismo se inviste de profecía, o la es. El mundo
administrado, despersonalizador de los hombres y personalizador
de las cosas, tendría que ser conjurado por esta voz lejana capaz
de resonar en los oídos de quienes o han renunciado a su propia
voz o ésta se “pronuncia en su ausencia”814. La moral subjetiva
no se queda sin fuerzas ni se nutre de sus impotencias, alega
Levinas, porque avanza y se impone en el tiempo ininito de
la fecundidad, retrayéndose de las fronteras del Estado y de
cualquier voz encargada de suspender el magníico diálogo de
814
370
TI, p. 310.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
seres no obligados a él. El yo planta su moralidad en el desierto
que crece, y cuya erosión puede incluso desgastar los cercos
administrados por la historia, la política y el derecho. Es casi un
poder soberano, pero exento de soberanía, es un conatus essendi,
mas sin la perseverancia radical de un yo egoísta. Es más bien
el diálogo con la divinidad intramundana y es, ante todo, una
trascendencia sin la presencia del Dios revelado.
Si el Dios del monoteísmo queda lejos, muy lejos, los dioses
personales, vinculados y absueltos a la vez, transportan en sí la
idea de ininito, siendo ellos mismos rostros en el ininito, de los
cuales no puede dar cuenta el momento conceptual que la ilosofía
ha privilegiado. La intencionalidad es depuesta de su primado
teórico, adquiriendo un carácter práctico, una proximidad que
linda con el ininito, roce de una piel desvanecida en el mismo
contacto, rostro devenido en palabra y palabra performativizada
en rostro. Hoy, el mercado ha triunfado incluso sobre el espíritu
crítico de la universidad, ya que lo fáctico se ha convertido en el
modelo al cual es urgente adaptarse a causa de las exigencias de
una economía a escala global, la cual exige cada vez una mayor
competitividad entre los bloques productivos en pugna. La guerra
por otros medios exige un manso acostumbramiento a lo real y,
mientras tanto, la pregunta por el sentido teme elevar su peril,
porque es políticamente incorrecta en las actuales circunstancias.
El mercado, dios al que nadie aún llama Dios, máxima coincidentia
oppositorum, surge como el signiicante maestro de una existencia
contraída a producción y consumo. Los sujetos son uniicados
371
Mario Di Giacomo
en la semántica que los contrae a adoradores globalizados de la
tecnología815 y de los aparadores. La educación y sus escasos
dolientes o va desapareciendo o va paulatinamente ofreciendo
sus aulas a los requerimientos de los espacios contractuales que
la han colonizado o están en trance de hacerlo.
Volvamos a Levinas. Semejante yo “no marca simplemente
una etapa hacia la universalidad anónima del Estado. Se identiica
fuera del Estado, aunque el Estado le reserve un lugar”816. El
tiempo humano reserva su nacimiento en la visita del ininito que
rompe la lúgubre marcha del Mismo. Maravilla de la temporalidad
y respuesta a una llamada que removiendo al Mismo de su
anclaje identitario orienta hacia un futuro impredecible. Futuro
que pospone la posibilidad de retorno a sí mismo. Ningún ojo ve
el impronosticable futuro817, y sin embargo vive de él, estando
ya en él. Semejante yo es “fuente del tiempo humano”818. Como
subjetividad es capaz de someterse al rigor de un juicio que
coloca límites a una peligrosa libertad abstracta, pero al mismo
tiempo el yo conserva la palabra. Conserva su palabra. “El
futuro es el otro”819 o el fruto del futuro es el Otro. Eros pone
en actividad un dinamismo en el que el yo, conservándose, se
pierde de vista; en el que el yo, perdiéndose de vista, no hace
sino conservarse: aun –y gracias a él- en su desvanecimiento al
interior de la fecundidad, el yo se conserva y conserva su propia
815
816
817
818
819
372
Cfr. Mendieta, p. 12.
TI, p. 310.
Cfr. Chalier, p. 112.
TI, p. 310.
Rolland, “Epílogo”, p. 272.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
palabra, según Levinas, en el juicio venido desde fuera de él. O, al
menos, esa palabra suya, sostenida aun donde ya no está, es más
propia que una “razón impersonal que engaña a las personas y se
pronuncia en su ausencia”820. La palabra, como hemos visto, se
reserva una función apologética, yo diría aún más, ella se refugia
en una dimensión oracional: da cuentas ante el juicio del mundo
y ante el juicio de un Dios enmudecido.
En este cerco abierto al porvenir y en esta prevalencia
sobre la muerte nos encontramos exentos de virtudes viriles y
de existencias heroicas. Heroica es aquella pasividad capaz de,
en el amor radical, romper nuestras más íntimas convicciones y
nuestras promesas más fervientemente institucionales (¿de qué
sirve proferir, sin amor, una larga promesa tanto ante altares
sagrados como profanos, de qué sirve ser, a nativitate, siervos de
una deslealtad inicial? Al menos en el ofuscamiento amoroso se da
pábulo a una promesa con caracteres de eternidad, pues la locura
transitoria permite la legitimidad de tal tránsito, no obstante,
prometer sin amor con los ojos totalmente abiertos involucra un
descomedimiento aún mayor que una promesa erótica o patética).
“Heroico” pero sin heroicidad es el yo capaz de admitir en el
‘sí’ enunciado la sacudida violenta de una exterioridad siempre
inapresable, heroico es el yo morando en una pasividad que nadie
ha decidido, pero que lo abre al porvenir en la obediente tarea
de vivir para el Bien y por el Bien821. Sin embargo, más heroico
820
821
TI, p. 310.
Vivir por y para el Bien es otra manera de expresar el vivir por y para el Otro: una
sublime obediencia me mueve a ser su rehén y a expiar sus pecados, aunque sean
373
Mario Di Giacomo
todavía es el yo incapaz de pronunciar en el ‘no’ la repulsa a esa
visita que lo expulsaría de una identidad desprovista de horizontes,
mismidad embutida (y embrutecida) en el cerco de sus relejos,
“como si en la identidad (…) no triunfase el <<aburrimiento,
fruto de la triste falta de curiosidad que adquiere proporciones de
inmortalidad>>”822. La tierra prometida anunciada y esperada se
encuentra al inal de un recorrido sin mí; entraré sin mí en la tierra
de la abundancia, pero entraré en la entraña del Otro y así no seré
contemporáneo de mi propia victoria. Asimismo venceré823. La
experiencia del Otro no “es deducible de ninguna categoría”824 ni
se alinea con la postración del ser descubierto y matematizado,
reducido a fórmulas y a nociones invulnerables. En la incapacidad
de dicha negación el yo puede seguir siendo, siendo cuando ya
no es y no siendo cuando ya es. Reacio a la domesticación y al
822
823
824
374
pecados no cometidos por mí y aunque no esté en mi voluntad redimirlos. En
última instancia, el posadero, yo mismo, me he puesto al servicio casi sacriicial
de mis huéspedes, desprovisto yo mismo de voluntad mediadora y sin un porqué.
La conciencia desmesurada, panóptica, enraizada en el amor a la sabiduría se
transiguraría así en un responsable “saber del amor”, dando paso el venerable
teoricismo griego, ahogado en la segura eternidad, a la voz del profetismo judío,
investido de porvenir, afortunada bancarrota del presente. Sin embargo, la
distancia entre el amor a la sabiduría y la sabiduría del amor no evoca en Levinas
el talante de un discurso irracional, despojado de criterios, para que la acción
pierda así, deinitivamente, su cordura. Por el contrario, la libertad que me acoge,
la libertad en la siempre estoy acogido, es una libertad puesta en cuestión; yo
mismo, en ella, soy el eternamente cuestionado, sometido a un cuestionamiento
venido de fuera y por consiguiente limitado por él. En esta suerte de praxis
martirial los “costos” traídos a colación por el Otro son sufragados enteramente
por quien acoge; todavía más, los costos son irremediablemente ininitos,
irremediablemente incrementables, pues toda “cuota” amortizada no hace sino
aumentar el monto de la deuda contraída, involuntariamente contraída. Cfr.
Pintor-Ramos, p. 37.
TI, p. 311.
Cfr. Levinas, Humanismo…, pp. 51-53.
Pintor-Ramos, pp. 27-28.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
control matemático de la existencia y opuesto en buena medida
al “sindicato intelectual de Occidente”825, Levinas haría suyas
las siguientes palabras: las reglas adormecen el sobresalto de las
preguntas y calman el miedo a lo impredecible826. El pensamiento
de Emmanuel Levinas se dota a sí mismo de un ímpetu luvial,
de una textura líquida, aptos para realizarse en el mar donde se
pierden, hechos para amarse allí donde ya no existen (en aquél
que vendrá después de quien ya vino, después de la huella de
quien ya vino; la huella vive de sus huellas, de sus indeinidas
huellas; se es la huella de aquello que ya hubo pasado, se es ya la
huella de aquello que habrá de pasar827). La erosión se consuma
825
826
827
Gutiérrez, p. 96.
Cfr. ibid., p. 94.
La huella genuina no se inscribe en el orden del mundo, deja de someterse a los
discursos establecidos, “La huella auténtica, por el contrario, desarregla el orden
del mundo (…) Ser en tanto que dejar una huella es pasar, partir, absolverse”
(Humanismo…, pp. 77-78). En este mismo texto Levinas ofrece otros pasajes
sugerentes acerca del pneumatismo de la huella, del ser como presencia capaz de
conservar el ininito de su ausencia: “La huella sería la indelebilidad misma del ser,
su omnipotencia frente a toda negatividad, su inmensidad incapaz de encerrarse
en sí y, en cierto modo, demasiado grande para la discreción, para la interioridad,
para un Sí. (…) La huella es la presencia del que, hablando propiamente, no ha
estado jamás aquí, del que siempre es pasado” (pp. 79-80). La huella se resiste
tanto a la presencia viviente de lo que ella signiica como a la ausencia total de
lo que ella signiica: y aunque su inapresable signiicación corra hacia el pasado,
ninguna comprehensión de ella puede hacerla cautiva, ninguna captación puede
traerla a la presencia absoluta de sí misma. La huella rechaza tanto la positividad
del ser como la absolución negativa del no-ser. Por la huella se sabe del ser, pero
es un saber en trance de absolución, de dilución, de separación ininita entre el
saber y lo sabido. La huella vendría a traernos a la memoria que el rígido “ensí” de la objetividad es precedido por un antes capaz de disturbar las realidades
encallecidas. Ser a la imagen de Dios no es ser el ídolo de Dios ni la presencia
viviente de Dios, su representante agotado y perfecto, “sino encontrarse en su
huella” (p. 82), huella des-inscrita en el orden del mundo, por detrás de él. Y por
detrás del formalismo salvaje del orden mundano que domestica los hechos (cfr.
pp. 112-113), por detrás de la muerte de la subjetividad personal al interior de
una economía planetaria impuesta por una exigencia sistémica poco deliberada,
375
Mario Di Giacomo
en fecundidad ilimitada, la mujer veterotestamentaria, de vientre
seca, amanece felizmente grávida en su gastada senectud. El
ateísmo franquea el umbral de la eternidad. Invencible domicilio
de un campo de lores ha resultado ser el abismo. En el in no se
divisa más el in.
por detrás de una burocracia tendiente a aspiración totalitaria de dominio, por
detrás de todo eso, Levinas apuesta aún por una subjetividad que no sabe guardar
silencio, dispuesta a tomar su propia palabra en el orden desencantado de la
técnica, palabra, empero, capaz de huir tanto de relativismos como de dogmas.
376
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
iii. De otro modo que ser: tránsito desde la epifanía
del rostro al nexo entre el Decir y lo Dicho
3.1. proemio de un tránsito
Como nos lo recuerda Derrida, citando De Dieu qui vient
à l’idée, el lenguaje ontológico de Totalidad e ininito no es un
lenguaje deinitivo. En esta obra el lenguaje es ontológico porque
quiere sobre todo no ser psicológico828. Pero si el lenguaje es
ontológico, el esfuerzo antiontológico de Levinas corre el riesgo
de contener en sí su propio fracaso. Ciertamente, The face-toface relation is an absolute relation829. ¿Qué es “rostro”? La
forma en que el Otro se presenta él mismo, excediendo su idea
en mí, pero tal presentación sólo ocurre en el lenguaje, discurso o
conversación. El respeto por el Otro en su total alteridad, totaliter
aliter, sólo puede decantar en una ilosofía que asuma que el
ininito ya ha venido a morar entre nosotros, mediando la relación
entre los seres separados. A in de evitar que la destrucción de
828
829
Derrida, Adieu, p. 112.
Critchley, The Ethics of Deconstruction, p. 272.
377
Mario Di Giacomo
la ontología arroje como su residuo una restauración ontológica,
esto es, la resurrección de la ontología presuntamente destruida,
Levinas, a juicio de Critchley, remplaza el modelo cara-a-cara con
el de Decir y Dicho en De otro modo que ser o…, magnum opus
del ilósofo lituano. Dicha obra representa una profundización de
la posición de Levinas, debida a la poderosa crítica llevada a cabo
por Derrida en Violencia y metafísica830. En la “Introducción”
a The Cambridge Companion to Levinas, el mismo Critchley
señala la contradicción interna de una superación de la ontología
expresada en términos ontológicos: The contradiction, where that
which is meant to escape ontology is still expressed in ontological
language, was powerfully pointed out by Derrida in ‘Violence
and Metaphysics’. He argued that the attempt to leave the climate
of Heidegger’s thinking was doomed from the start because
Levinas still employs Heideggerian categories in the attempt to
exceed those categories831. Levinas llega a confesar que había
sido atormentado por las preguntas de Derrida en Violencia y
metafísica. En De otro modo que ser…, Levinas intenta evitar
el problema del lenguaje ontológico a partir de una sinuous selfcritique, by coining the distinction between the saying and the
said (le dire et le dit) (…) Crudely stated, the saying is ethical and
the said is ontological832.
830
831
832
378
Cfr. Critchley, The Ethics of Deconstruction, p. 272.
Critchley, “Introduction”, p. 17.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
3.2. traición del Decir
Crudamente expresado, el Decir es el momento ético y lo
Dicho es el momento ontológico833; pero también el Decir vendrá
a signiicar la descosiicación y la deconstrucción de semánticas
e instituciones constituidas, la puesta en movimiento de aquello
sólidamente fortalecido (“que se desvanece en el aire”) o haciéndolo
naufragar en el recuerdo de una expresividad fundamental anterior
a la vida administrada o al dominio de la vida meramente relexiva:
la conciencia no se administra simplemente a sí misma y desde sí
misma, ella está ya siempre condicionada por la vida, pues ésta
es el “antes” de toda posible toma de conciencia, la prelación
de una conciencia falsamente autoinstituida como Absoluto.
Así se ve, por de pronto, que “pensar ya no es contemplar sino
comprometerse, estar englobado en aquello que se piensa, estar
embarcado –acontecimiento dramático del estar-en-el-mundo”834.
La ilosofía, más que olvido del ser, como sostuvo Heidegger,
no ha sido sino el olvido del Otro (forgetfulness of the other835)
o su peculiar descuido. En la ilosofía se ha gestado tanto un
desvanecimiento de la sensibilidad debido al privilegio acordado
a la razón, como la desacreditación de una existencia vivida a lor
de piel y at the edge of the nerves836. Pero “en nuestra relación
833
834
835
836
Digámoslo con Ricoeur: le Dire du côté de l’éthique, le dit du côté de l’ontologie.
Vid. Paul Ricoeur, Autrement. Lecture d’Autrement qu’être ou au-delà de
l’essence d’Emmanuel Levinas, Paris, Presses Universitaires de France, 1997, p.
1.
Levinas, Entre nosotros, p. 15.
Critchley, “Introduction”, p. 19.
Ibid., p. 21.
379
Mario Di Giacomo
con otro, él no nos afecta a partir de un concepto”837, puesto que el
Otro no es primero un objeto comprendido y después el sujeto de
una interlocución. El empuje fenomenológico de De otro modo
que ser… está en, más acá de Husserl, fundar la intencionalidad en
la sensibilidad838, sensibilidad única e irremplazable, sensibilidad
mía, sensibilidad de más nadie.
La ética de Levinas, like other moral perfectionists839,
se describiría como sigue: la relación entre los seres humanos,
mediando el ininito mismo, se convierte en una responsabilidad
ininita por el Otro. Dentro de los límites de semejante
exasperación ética, según Critchley, the ethical demand is
impossibly demanding840. Ética sobreexigitiva construida sobre el
itinerario que va desde Totalidad e ininito hasta De otro modo
que ser, sobre el trayecto que media entre la hospitalidad del Otro
y el ser-rehén del Otro. Itinerario de una demanda ética que, sin
embargo, no podrá, a la postre, no incorporarse dentro de una
justicia institucionalizada. O sea, es preciso dar cabida a lo que
había aparecido in principio como inconmensurable. Así, en tal
institucionalización, y aunque la “acusación de Levinas contra la
ilosofía occidental es haber perdido su vocación originariamente
crítica poniéndose al servicio del poder y la totalidad”841, en
este momento se bienquistan en cierto sentido la anarquía de lo
837
838
839
840
841
380
Levinas, Entre nosotros, p. 17.
Cfr. Critchley, “Introduction”, p. 21.
Ibid., p. 28.
Ibid.
Daniel Guillot, “Emmanuel Levinas, evolución de su pensamiento”. En: Enrique
Dussel y Daniel Guillot, p. 110.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
inconmensurable y la tesitura de un Dicho: se ingresa en la política,
en la historia, en in, en el coto de una determinada Totalidad.
No es un infortunio escapar de esta manera a la virilidad de
la esencia sometiéndola al desvarío de una exclaustración, como
no lo es tampoco no sentir repugnancia alguna por una debilidad
que nos abre al Otro merced a un yo capaz de decir “heme aquí
para los otros”842. Quienes suelen premiar el justo sentir de los
realismos de toda laya, también acostumbran olvidar que lo real
le pertenece al porvenir y que el presente, por más que se le
endosen glorias y militancias y por más que la política “correcta”
lo convierta en su laboratorio de pronósticos y de cálculos poco
dados a los sueños, no puede ser la prisión eterna de los hombres.
En De otro modo que ser, el reproche de utopismo que se le podría
endilgar al texto es disipado en el oicio de una memoria: “lo que
humanamente tuvo lugar jamás pudo permanecer encerrado en su
lugar”843. Tampoco la caricia pudo ser encerrada en ningún lugar,
puesto que también ella, ya en presente, está en fuga, alimentada
por el Otro, donde el ego se consuma sin jamás renacer del todo.
Yo diría que al absolutismo del presente y a las rígidas fronteras
de una realidad conminada semánticamente es menester oponer
justamente todos aquellos olvidos que romperían con la seguridad
de las fortalezas establecidas. El no-lugar se abre paso entre los
lugares sacralizados del mundo para plantar justamente esos
olvidos, es decir, siguiendo muy de cerca en este punto a Levinas,
842
843
DOM, p. 266.
DOM, p. 266.
381
Mario Di Giacomo
no es que el no-lugar se aposente como acontecer extraordinario
dentro de la historia de este mundo, adquiriendo así la carta
ciudadanía de lugar, haciéndose uno más del orden o de las
consignas políticamente correctas. Tal proceder no sería sino
una restitución de conceptos y sujetos cuyas rebeldías quedarían
así neutralizadas. El más allá del ser no es sencillamente algo
que reclama ser reglamentado dentro del ser a partir de unas
exigencias preteridas, a partir de una des-situación que deseara
ser parte de las situaciones normalizadas de esta vida. La
recreación de la subjetividad por este mismo desorden ha exigido
hasta la saciedad la huella que rompe con la coraza en la cual el
sí Mismo se recluye. Sin embargo, en De otro modo que ser, el
Otro como transgresor involuntario de la mismidad es la voz que
adviene, prohíbe y amonesta el silencio de los claustros y lesiona
la violencia de las signiicaciones acuñadas: “Ni una sola isura
en el desarrollo conducido por la esencia, ni una distracción.
Solamente el sentido del otro es irrecusable y prohíbe la reclusión
y la vuelta a la concha de sí mismo. Una voz viene de la otra
orilla. Una voz interrumpe el decir de lo ya dicho”844.
Una voz desdice lo Dicho, pareciendo venir por detrás de
lo dicho, de más atrás de las signiicaciones consagradas y de
las estupideces funcionariales, de los códigos inobjetables, de los
reglamentos impecables, de las vigencias inmóviles. Desdecir
(Decir redimido en la traición a lo Dicho) como anarquía capaz de
arrebatarle la palabra al privilegio de lo Dicho gracias a un Decir
844
382
DOM, p. 264.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
nunca reducido a los signiicados aparentes y a las acepciones
consumadas. En esta inquieta geografía “estamos más allá del
saber absoluto (y de su sistema ético, estético o religioso) en
dirección a aquello a partir de lo que se anuncia y se decide su
clausura”845. Esta concepción del ser ha concluido la historia
entendida sea como historia audita e indivisible, válida para
cualquier geografía humana, sea como historia misional que unos
pocos implantan como totalidad dominadora. Lo inaudito cae
bajo el anatema del destierro para que esa historia se encuentre
efectivamente cerrada (Dicha), puesto que “La traducibilidad
garantizada, la homogeneidad dada, la coherencia sistemática
absolutas es lo que hace seguramente (…) que la inyunción, la
herencia y el porvenir, en una palabra, lo otro, sean imposibles.
Es preciso la desconexión, la interrupción, lo heterogéneo…”846.
Aquí es sine dubio viviicadora la traición, ésta es posible gracias
a una anarquía originaria capaz de desmantelar los temas en que
un tiempo se piensa con toda seguridad a sí mismo. Solamente
así puede ser posible el imposible que toda historia cumplida
ansía refutar. El Decir está siempre en trance de “traicionarse al
mostrarse en un tema”847, pero, al mismo tiempo, puede redimirse
franqueando “lo sabido de las marcas que la tematización le
imprime subordinándolo a la ontología”848. Experiencia de
redención conducida por quien ha sido de antemano traicionado
al encerrarse en una experiencia de unidad temática y de clausura
845
846
847
848
Derrida, La voz y el fenómeno, p. 166.
Derrida, Espectros de Marx, p. 48.
DOM, p. 50.
DOM, p. 50.
383
Mario Di Giacomo
semántica. De modo tal que la traición constituirá el evento
por el cual el ser maniiesta su rechazo a traducirse en “tesis
dóxicas”849 y a la gesta ilosóica mediante la cual el ente disimula
al ser. Lo anárquico tendría así que tomar la palabra no sólo para
contradecir el universo del discurso constituido, sino también para
recordarnos el envejecimiento de la esencia, esto es, para traernos
a la memoria que sólo el Decir como experiencia originaria que
da pie a la signiicación nunca puede ser capturada por el hambre
de ésta.
Lo más allá del ser que Levinas piensa con un lenguaje
que se encuentra ya siempre hollando el ser, ¿no es una aventura
desmesurada, surcada de antemano por su propio fracaso? La
trascendencia que la experiencia de redención evoca, ¿no deviene
per se en una signiicación esclava de la esencia, no deriva acaso
de toda necesidad en la lógica cuadriculada del ser constituido?
Lo de otro modo que ser enuncia, pues, la posibilidad de que
el ser se hurte al rigor de lo Dicho y al del establishment, pero
también apunta a un ser de otro modo. Es como si el ser debiera
caer en cuenta de su trascendencia con respecto a lo establecido,
repostular su anarquía originaria, sacarse del marasmo a sí
mismo en la propia contracción que la historia ha hecho de él,
fosilizándolo en ente. No obstante, el mismo Levinas se formula
la siguiente pregunta: “¿Lo más allá del ser que la ilosofía
enuncia –y que enuncia en razón de la propia trascendencia de
lo más allá- cae en las formas del enunciado esclavo sin poder
849
384
DOM, p. 50.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
desembarazarse de él”?850 El no-ser anunciado en el (des)Decir
vendría a ser la puriicación del ser mismo en la intervención
de un lenguaje traidor. Lenguaje ambiguo, lenguaje enigmático,
cuyo propio ejercicio querría correr por encima de los límites
genéricos, haciéndose él mismo un más allá del ser para así poder
hablar del más allá del ser. Se ve que esta experiencia del desdecir
enigmático o ambiguo se topa con unos límites interiores que
cortan la idelidad a tal exceso: harto de lo mismo en lo cual ha
devenido como Dicho, el Decir emprende el viaje llevando en
sus alforjas la posibilidad de un esperado fracaso. La anarquía
originaria se guía a sí misma a través de realismos irrefutables
y algoritmos apodícticos con el propósito de señalar un claro
más allá del bosque circundante. Su propio enunciar, apto una
vez más para sustraerse al imperialismo ontológico de una
siempre autorrecobrada esencia, realizaría su labor imposible por
medio del enunciado de semejante imposibilidad. Es como si a
lo indecible se le convirtiese en el motor de la historia, ubicado
más atrás de la historia. Es como si ese indecible que permanece
agazapado por detrás de lo Dicho estuviese en la capacidad de
rejuvenecer, mediante su propia imposibilidad de hacer carpas en
el territorio de lo constituido, los establecimientos de la esencia.
Regocijada en el silencio, imperturbable en sus límites, asentada
sobre un sentido, la esencia obedece a una disposición en la cual
todos los elementos se copertenecen.
850
DOM, p. 50.
385
Mario Di Giacomo
3.3.
El Bien como disolución del orden maniiesto
La intervención de otro territorio por la incursión nocturna
del Decir, explica Levinas, desea desarreglar el Orden, yendo más
allá incluso de la libertad, “se trata de una tentativa más allá de la
Libertad”851, puesto que ésta todavía no escapa a la inmanencia del
orden ni al destino de la esencia. La libertad ésta es así cuestionada
en la medida en que sucumbe al ser, uniicada (sublimada) en el
seno de lo que ya es. La libertad que toma cuerpo en las fórmulas
jurídicas y en los códices legales ya está ordenada al interior de lo
constituido o se inscribe en él. Levinas daría gracias a Dios por una
identidad en discordia consigo misma apartada del dominio de la
esencia: todos los tiempos recuperables deberían poder hallar su
propio lugar en el que algo se pierde, en el que la identidad ya no
puede volver simplemente a sí misma porque se ha diferenciado
en sí misma. Una vez más, la responsabilidad ética sólo puede
alorar entre “seres separados”852, ya que nace en un no-lugar con
respecto a la esencia, más allá de todo compromiso que haría
del sujeto un ser voluntariamente comprometido. Por lo tanto, la
responsabilidad como atribución del Otro libera del aburrimiento,
de la tautología y de su tedio, y de la monotonía de la esencia; el
Otro despierta al Mismo853.
Lo curioso de tal sujeción al Bien es que éste no se ofrece
a una captura voluntaria o a un pacto entre los seres humanos
851
852
853
386
DOM, p. 51.
DOM, p. 54.
Cfr. Levinas, Dios, la muerte…, p. 215.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
decididos a asumir responsabilidades recíprocas. De acuerdo
con Levinas, el Bien no se ofrece a la libertad (a mi libertad
de asumirlo y de canonizarlo en fórmulas jurídicas), pues él
“me ha elegido antes de que yo lo elija”854. Levinas nos atrapa
en la extraña paradoja de no ser ni sujetos del Bien ni esclavos
de él. La voluntad se expulsa de su ámbito, pero también con
la esclavitud se hace lo propio. El sujeto no es tan sujeto como
para pretender voluntariamente construir el Bien, zanjar mediante
él las consecuencias indeseables de una antropología egoísta o
agresiva; pero tampoco el sujeto es tan poco sujeto que deba
conformarse a los dictámenes de un Bien frente a los cuales
quepa poca libertad de movimientos. Ni siervos ni señores del
Bien, pues. Si bien el autor desea disolver conciencia, libertad y
presente del movimiento ético por el cual el Bien elige antes de
ser elegido (si se elige el Bien es porque éste ya nos ha elegido,
si se lo ama, es porque él ama antes de haberle amado). Ello no
ocurre sino porque la propia intimidad es intervenida por otra
intimidad. Sólo así, piensa Levinas, en el factum metafísico de
ser para el Otro, puede suceder “el hecho mismo de reencontrarse
perdiéndose”855 y de re-engendrarse en ese mismo extravío. El
recubrimiento (o encubrimiento) de la propia piel con otra piel
únicamente es posible en la concepción de un Ininito que media
semejante recubrimiento. Una piel se mete bajo la otra sin ser
jamás disuelta en ésta. El Ininito prohíbe gloriosamente, por su
desmesura, tanto la anulación de la subjetividad que visita, como
la anulación de la subjetividad visitada.
854
855
DOM, p. 55.
DOM, p. 56.
387
Mario Di Giacomo
Concibe Levinas una subjetividad por fuera del tiempo
autoidéntico de la esencia y por fuera de las temporalizaciones
que liquidan toda diferencia entre los seres que se visitan. Una
piel plegada en otra, por más que la cercanía sea asombrosamente
cercana, siempre indicará un punto de ruptura, la proximidad
asintótica de dos tegumentos que incluso en su máxima cercanía
se mantienen separados. En efecto, la corporalidad, cuyo límite
último es la misma piel, no es absorbida por otra corporalidad,
aunque el Bien como responsabilidad por el Otro nos convoque
a una custodia por él. Se trata de romper con la manifestación
de la esencia en un acercamiento que es siempre una ruptura,
que parte de la ruptura y se vincula desde ésta. En la mediación
del Ininito no puede triunfar sino la ruptura. Pero de nuevo, por
medio de un magisterio paradójico, el punto de ruptura aspira a
indicar precisamente su contrario: a indicarlo, no a ser sustituido
por él: “Punto de ruptura, pero también de sutura”856. Hastiado
el Decir de la clausura de lo Dicho, Levinas querría correr hasta
ese lugar donde no son posibles sino la disolución y el poder de
larvar un nuevo comienzo. Si no sintiera una cierta alergia a la
letra y a los contratos, podría decirse, metafóricamente, desde
luego, que Levinas se dirige hacia ese punto donde no hay puntos,
hacia ese contactualismo metafísico que no es contrato, pero que
es capaz de disolver cualquier régimen contractual determinado
o positivamente instaurado. Y parece dirigirse también hacia una
anterioridad magmática siempre lo suicientemente vieja como
para resistirse a ser concebida dentro de los límites del tiempo o
856
388
DOM, p. 56.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
recuperada en él. Esta diacronía fundamental capaz de romper el
mudo ensoberbecimiento de la esencia y de incrustar en Ininito
en la piel que se arropa con otra piel, permite la entrada del
incumplimiento como cumplimiento y de la separación como
fecundidad. Los dioses se encuentran, pues, en su intemperie; los
hombres se solicitan desde ella. El Ininito es la huella. La huella
cuya pesquisa no traslada ninguna presencia, no conduce a ésta. No
existe animal alguno detrás de la huella seguida por el cazador. El
rostro anuncia la huella y es su rodeo al mismo tiempo. El Ininito
que él –el rostro- anuncia se desenvuelve como enigma, bajo la
luz de un brillo ambiguo. Ni positividad ni negatividad, la huella
señala la trascendencia del propio presente y la trascendencia del
tema que podría anunciar. El Ininito notiica el in de mi dominio
y el in de una forma de asumir el dominio, el in de mis poderes
y el in de una forma de concebir la voluntad.
La Modernidad se encuentra en cuestión, pero asimismo se
encuentra en cuestión el “tú” de Buber, sometido a una relación
de conciencia. El Ininito como huella es lo que se rehúsa, escapa,
evade. Es lo que ya siempre ha pasado, o, aún mejor, lo que habrá
de pasar, pero imposible de ser capturado incluso en el futuro, en
el horizonte de un presente y de un pasado trascendidos. El Ininito
da su propio rodeo en el rostro, se anuncia, previene y pasa en el
rostro mismo que nos concierne, siendo “este rodeo a partir del
rostro y este rodeo a la vista del rodeo en el propio enigma de la
huella lo que hemos llamado illeidad”857. Si no existiese el rodeo,
857
DOM, p. 57.
389
Mario Di Giacomo
ya no estaríamos en la habitación del Ininito, por consiguiente,
dar un rodeo signiica a la vez escapar del dominio de la esencia y
de las palabras cómplices que arraigan en ella. Dice Báñez, citado
por Gilson, deseando él también hablar más allá de la esencia, que
ésta impericitur858 al Esse, que la contracción del Esse por medio
de la esencia no signiica sino una pérdida de dignidad de aquél.
El “imperfeccionamiento” del ser por parte de la esencia, aunque
sea un acto de piedad con nuestra condición ontológicamente
malograda en un contexto cristiano, no es sino una pérdida
metafísica. Hablando desde Dios, pero dentro de límites humanos,
Báñez habría querido señalar via remotionis la elevada dignidad
de Él mediante la supresión de las contracciones a las que el Esse
se encuentra sujeto. La esencia sería así el rodeo practicado para
que el entendimiento humano, a duras penas, pueda comprender
el océano ininito de sustancia que la misma esencia reseca. La
esencia es algo así como el embudo del ser, para que éste pueda ser
en las condiciones propias de la initud. Sin embargo, en Levinas
el rodeo pasa por la illeidad, por un concernir empujado más atrás
de la gnoseología, más allá de una certeza autocolocada, más
atrás de la toma de conciencia de un objeto cualquiera del mundo.
El proceso de destrascendentalización llevado a cabo por Levinas
resbala más allá de la ontología y de la epistemología, pues se
“pone lejos” en el sentido de residir en una paradoja absoluta, la
de la responsabilidad sin voluntad, la de la ética sin actividad, la
del testimonio sin sujeto autoairmado en él. El rostro, una vez
858
390
Cfr. Étienne Gilson, Introducción a la ilosofía cristiana, Madrid, Encuentro,
2007, p. 138.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
más, llama, interpelación que concierne y obliga “sin que tal
obligación haya comenzado en mí”859. Obediencia prestada antes
de la recepción de una orden y antes de la formalización de un
contrato, pues se está bajo un mandato que jamás es formulado.
3.4. ruptura de la esencia
“Trascendencia” signiica en este contexto prohibición al
no poder franquearse la ininitud que separa e interpela. El Otro,
cuya vitalidad prohíbe su conquista y su reducción noemática,
escapa así de la tanatización del tema, esa noche donde todos los
gatos son pardos. Instigadora de la muerte, la generalización sólo
deja ante sí la monótona llanura del concepto y de la persona. No
le incumbe la diferencia, que ha reducido, ni la unicidad de las
relaciones fundadas en esa misma diferencia, que ha abstraído.
Introducido en la generalidad, el yo se disuelve en ella, mientras
que “la singularidad insustituible del yo remite a su vida”860. Yo,
interlocutor del Ininito, descalabro de mi propio Yo, lo separo del
concepto y de las condiciones de posibilidad que lo convierten
en una trama lógica a in de que el conocimiento sea explicitado.
El Yo deja de pertenecer al reino nouménico, dándose la licencia
de permanecer más atrás como productor de signiicado o
como “signiicación (que) precede a la esencia”861. El Yo cae
(o se eleva), disuelve la ibra íntima que traba generalidades
y participa activamente en la génesis de sus objetos. La gloria
859
860
861
DOM, p. 57.
Levinas, Entre nosotros, p. 40.
DOM, p. 58; paréntesis añadido.
391
Mario Di Giacomo
de la trascendencia requiere del esfuerzo por prescindir del Yo
trascendental. En esta ilosofía el pensamiento se desliza hacia una
experiencia de unicidad, pero con eso mismo corre el riesgo de
atorarse en sus propias imposibilidades. Un nominalismo extremo
no haría sino imposible el pensamiento de tal experiencia, porque
el mismo pensar tiende a reducir la experiencia en formulaciones
más o menos comprensibles para todos. Pero Levinas toma ese
riesgo con el propósito de salvar al Otro en su trascendencia, para
que la trascendencia en efecto se cubra de la gloria merecida. La
exterioridad coincide con el Bien.
A toda unidad ontológica o epistemológica antecedería
así un fundamento último no-conceptualizable y, sin embargo,
resistido a la irracionalidad. A la razón precedería, pues,
una relación personalísima entendida como “expiación”862 y
subjetividad vulnerable, como “sensibilidad incomunicable y noconceptualizable”863, donde el Yo ya descargado de sí mismo y de
sus pretendidas purezas recobra su carne y su sangre. En suma, su
initud. Dirá no ‘Yo’, sino modestamente ‘mí’: “El sujeto, que ya
no es un yo pero que soy yo, no es susceptible de generalización,
no es un sujeto en general; eso viene a signiicar el paso del Yo
al mí, que soy yo y no otro”864. Kant debería haber entendido que
sus esperanzas éticas ubicadas en el inal camino perpetuamente
recorrido -y jamás completamente agotado- sólo eran posibles
merced a una pre-ética, o sea, a una vinculación primordial
862
863
864
392
DOM, p. 59.
DOM, p. 59.
DOM, p. 58.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
rebelada contra el absurdo de una identidad deinitivamente
colmada. Al mundo de las signiicaciones asentadas precedería
un mundo al cual aquél habría traicionado, al cual aquél, en
cuentas resumidas, siempre habrá de traicionar: un mundo en
estado líquido, territorio en el cual el espíritu hace epoché de
sí mismo, pero también epoché con relación a lo consagrado,
mundo hecho de soplos, de humo, de expiraciones, mundo que no
se deja recoger en la inmensidad perpetua de un tema, la llanura
total de un mundo sin hitos ni mojones, sin balizas ni términos.
A la metafísica del Esse, a Dios y a la metafísica del sujeto se le
antepondría la cabalidad de un mundo jamás cabal, la semántica
de un mundo sin semántica, el cumplimiento de aquello que
precisamente carece de él. Al temor por lo establecido, porque
éste no es sino el establecimiento del temor, Levinas enfrenta un
misterioso recuerdo: “la ruptura de la esencia es ética”865.
El más allá al que alude el autor lituano es “un Decir
ahogado”866 que rejuvenece lo ya Dicho, más allá capaz de
marcar los límites de una derrota en el horizonte de una victoria:
la unicidad del sí Mismo epitomiza la deserción del Yo, la huida
o retroceso del Yo ante el mí. La síntesis subjetiva se desactiva,
activándose una “síntesis pasiva” a causa de una vulnerabilidad
que no se encubre a sí misma, no ofreciendo de sí misma sino
precisamente una irreductible pasividad, llamada en Totalidad e
ininito hospitalidad y acogimiento del Otro. Pasividad que no se
865
866
DOM, p. 59.
DOM, p. 59
393
Mario Di Giacomo
guarda nada, pasividad que se entrega del todo, expuesta antes de
poder escudarse en el muro de palabras ofrecidas por lo Dicho.
3.5. El Decir: parresía y exposición
Así, pues, el Decir es franqueza, sinceridad, veracidad,
acogimiento de una convertida que hiere. El Decir no se
apertrecha en la falsa fortaleza de lo Dicho, nos asegura Levinas,
sino que “se descubre –esto es, que se desnuda de su piel- como
sensibilidad a lor de piel, a lor de nervios, que se ofrece hasta
el sufrimiento”867, ya que la cultura en lo Dicho no ha hecho
sino entibiar la vulnerabilidad a la que, desde un tiempo más
que remoto, pertenecemos. Por lo tanto, existiría en el seno
mismo de las subjetividades que se trascienden mutuamente
una expresividad previa a los campos semánticos cerrados
y a la clausura de los sentidos: una sensibilidad que es per se
signiicación y autodonación expresiva. La alteridad habla, pero
desde su misma exposición. Su misma exposición es lenguaje,
superior a todo otro lenguaje y fuente de cualquier lenguaje.
Levinas lo indica explícitamente, “… sinceridad de la exposición;
un decir que es anterior al lenguaje, pero sin el cual no sería
posible ningún lenguaje en tanto que transmisión de mensajes”868.
La paradoja levinasiana consiste en pensar el no-lugar que ocupa
el Decir, el “al margen del absoluto”869, justamente con el mismo
lenguaje que no hace ascos a la esencia ni se rehúsa a las cláusulas
867
868
869
394
DOM, p. 60.
DOM, p. 61.
DOM, p. 63.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de la ontología. Se comprende la necesidad de correr por detrás
de los sermones constituidos, así como de las regiones del ser que
tienden a cristalizar tanto en saberes como en prejuicios. Pero una
desontologización como la propuesta asume el riesgo de tender
más allá del ser, utilizando entonces el lenguaje habitual acerca
del ser. ¿Contradictio in terminis? ¿No sería más conveniente
callar antes que usar un lenguaje ya siempre caído dentro del
perímetro del ser? ¿No sería más elocuente el silencio ante esa
empresa desmedida? ¿No sería el silencio el verdadero parricida
en el drama del ser?
Fuera del límite externo del ser parmenídeo se ubicaría
un lenguaje desesperado por hallar el más allá del ser. Por ello
el texto levinasiano se autoimprime de imposibilidades, esto
es, intenta perder su estatuto ontológico a in de alcanzar a esa
alteridad más allá de la esencia y más allá del absoluto dicho
en términos de ser. Para encerrar lo real, el ilósofo debe dejar
de lado sus propias imprudencias, en especial la imprudencia
de ser ingenuo con respecto al ser, de esta guisa el pensamiento
podrá erigir su propia obra, la obra de un olvido, el olvido de sus
sombras genéticas y el borrado de las huellas que lo condujeron
hasta ese olvido fundamental. No obstante, de acuerdo con
Levinas, el Decir representa tanto esa isura de la esencia, como la
isura del mismo sujeto, la producción de subjetividad del sujeto
y su más íntimo rejuvenecimiento, ya que “el sujeto resiste a esta
ontologización ya desde el momento en que es pensado como
395
Mario Di Giacomo
Decir”870. Al cuestionar el privilegio teórico del ser, Levinas
querría reconstruir un tipo de intencionalidad llamada “intención
hacia el otro”871, a saber, un tipo de vínculo que deje indemne
justamente la alteridad de aquello a que se vincula. Pero en su
propia rebelión en contra de lo Dicho, en la catástrofe cultural
y semántica que ella comporta, Levinas parece soliviantarse
incluso en contra del pasado sublimado-conservado en el presente
de un pensamiento sintético (Aufhebung) y contra la historia y un
pasado petriicado en el presente. Toda actualidad muestra así sus
estigmas, su burocrática resignación. Esa rebelión comporta una
ruptura fundamental, “destruye sin dejar recuerdos”872 y “quema
los bosques sagrados”873: no hay más que inseguridades en esta
marcha hacia no se sabe dónde. Viaje hacia un balbucir primigenio
que lo Dicho intenta continuamente suprimir. La bondad, vivir
para otro y sufrir por su sufrir, se deshace de los cálculos de la
historia.
El Bien (una vez más, el epekeina tes ousías de Platón, o el
epekeina nu, el más allá de la mente del Uno de Plotino874) guarda
en sí algo catastróico con el propósito de que la catástrofe no
sea total (la catástrofe, ¿emblema disfrazado de la Gracia?). Sin
embargo, cuando el Bien aparece en lo Dicho, éste alora como su
sombra, como su traición. Sólo en la bruma apocalíptica aparece
la gracia, la gracia como el hermano adverso del horror. La gracia
870
871
872
873
874
396
DOM, p. 63.
DOM, p. 63.
DOM, p. 63.
DOM, p. 63.
Cfr. Levinas, La huella del otro, p. 50.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
como el cuervo del horror. Pero el apocalipsis es sinónimo de
conclusión y de nuevo comienzo si ha quedado, de la catástrofe,
“un resto”. La destrucción, si no llega a ser ultimidad, no es más
que el reinicio de las catástrofes sucesivas, mediadas por un
tiempo de precaria paz o de paz senil. Levinas preiere el mundo
inestable del Decir a las cómodas poltronas de lo Dicho. Lo
Dicho como apolillada senectud es la catástrofe de los nuevos
comienzos, mientras que el Decir es la catástrofe gloriosa de lo
Dicho; aseverado sin demasiados ambages, los sujetos reposarían
en una intranquilidad ininita, mientras la tranquilidad inita se
ediica únicamente para destruirse. Por eso el mesías escribe unos
pocos símbolos en la arena, solamente para que ellos -cuanto
antes- se los lleve el viento. El sujeto humano moraría así en la
más amplia de las inseguridades, a la intemperie y bajo la furia
de los elementos en una ancha tierra que no es sino desolación y
desierto. La intemperie como morada. Es preferible tal desdicha a
la imaginaria dicha de una vida administrada.
No hay –creemos- sino un Dios enojado tras las líneas de
este Bien que exige demasiado, tal vez demasiado, a los hombres,
enfrascados éstos en diseñar los becerros de oro ante los cuales
prosternarse. Porque los hombres se encuentran por lo general en
el trance de erigir ídolos a su altura, de llenar de mercaderías los
templos o de hacer de éstos el bazar de ídolos y bagatelas. Las
transacciones del espíritu se transforman en comercios materiales
donde el mismo cuerpo es órgano de intercambios. Carne y
espíritu, inescindibles, forman parte de una dinámica hecha a la
397
Mario Di Giacomo
medida de los comerciantes. Lo Dicho vende sus bagatelas como
perfume del espíritu y como ornato del cuerpo. No es solamente
que tu templo, Señor, se ha llenado de ídolos, es que tu mismo
templo se ha convertido en ídolo, en mercancía capaz de degradar
Tu Altura: el logos se contrae a prácticas sociales neodarwinistas
por medio de las cuales se intenta simplemente sobrevivir en
medio de entornos adversos y complejos. El pánico que la
ilosofía y la normalidad constituida sienten ante la alteridad
recurre a la técnica como fruto de una negatividad que reduce
aquélla a la idea del hombre: éste se convierte así en la reducción
de todo lo que lo excede. Y tú, Señor, has sido suplantado por
unas conciliaciones más viles, o más humanas. El mercado se ha
hecho cargo de Ti y de nosotros, armonizando lo inarmonizable,
haciendo conmensurable precisamente lo inconmensurable.
Bajo la ley implacable del precio, hasta el misterio adquiere
sus rótulos, su medida, su dimensión. Las obras son tasadas
de tal modo que la lógica de la competencia rige urbi et orbi,
y el conatus que allí reside vuelve a contemplar al Otro como
aquel a quien hay que suprimir o vencer. Comentando a Adorno,
Habermas escribe lo siguiente: “Adorno estaba convencido de
que, a medida que la sociedad burguesa fue quedando sometida
al principio organizativo del intercambio, el principio de la
identidad llegó a dominar universalmente: <<En el intercambio
tiene ese principio su modelo social; por medio de él los seres
y realizaciones no idénticos se hacen conmensurables, idénticos.
La explotación del principio de intercambio convierte al mundo
398
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
en idéntico, en totalidad>>”875. ¿Y qué de la compasión? Queda
por allí, como un archivo que debe regularse, a in de evitar las
consecuencias indeseadas de la dinámica mercantil. En este
contexto de domesticación cabal, por consiguiente, se estataliza
hasta la compasión, mientras los seres humanos ven como buena
la administración disciplinada de sus propias existencias.
Más que la verdad clásica de la ilosofía, Levinas busca
“remontarse desde lo Dicho hasta el Decir”876, hasta ese lugar
ubicado más acá o más allá de la quidditas rei, localizado más
allá o más acá de los escorzos iluminadores de la conciencia. Lo
que ha sido hasta ahora para los ilósofos lo más inteligible debe
volver sobre sus pasos para encontrar un fundamento último, cuyo
primado no se deje reducir por la transparente manifestación del
ser. Levinas, entonces, busca captar en lo Dicho y su transparencia
lo indecible877, ese mismo indecible que los ilósofos han tratado
de reducir o de enmudecer. Todo aquello que no sea estandarte
de una luz maniiesta dentro de la ilosofía clásica, en el ser o en
la conciencia, debe ser u obliterado o transformado en principio
de inteligencia. Pero Levinas desea pensar en el subsuelo de esa
transparencia, mostrando que antes que ella existe una esfera de
no inteligibilidad que da pábulo a la muy buscada inteligibilidad.
Levinas se ha propuesto pensar “el intervalo que separa el Mismo
del Otro”878, ese Otro no adherido a la esfera inteligible, pero
875
876
877
878
Jürgen Habermas, Periles ilosóico-políticos, Madrid, Taurus, 2000, p. 160.
DOM, p. 69.
Cfr. DOM, p. 70, n. 2.
DOM, p. 71.
399
Mario Di Giacomo
entregado y recibido en la respiración de una cercanía. Entonces,
más que una conciencia que aspira a la objetivación del ser y más
que enfrentamiento entre conciencia y mundo, Levinas piensa
en los términos de una presencia fugitiva, cuya proximidad en
su carne y sus huesos se transforma en la inquietud del Mismo:
inquietud del Mismo por obra del Otro, sumisión del Mismo al
Otro, producción de subjetividad y condición de posibilidad del
nacimiento de la misma conciencia, gracias a la perturbación
(cuestionamiento) provocada en el advenimiento de ese Otro.
3.6. intemperie y exilio antes que logos
Algo se ha despertado antes que el ser y la conciencia,
por lo tanto, “el ser no será (…) la construcción de un sujeto
cognoscente, al contrario de lo que pretende el idealismo”879,
sino una afección, un patetismo, una piel, una vulnerabilidad,
radicados en una metafísica previa a cualquier ontología y que la
hace posible. El patetismo de la percepción invierte los términos
aquellos por los cuales la conciencia idealista se da un mundo; al
contrario, por encontrarse aquélla ya siempre incorporada puede
haber experiencia de mundo y experiencia del Otro, aunque
después la idealidad de la conciencia desee borrar las trazas de su
suelo nativo. Proprium y alienum no son posibles como tales sino
en la cita de una experiencia corpórea, incluyendo el encuentro
sexual, por el cual cada cuerpo da al otro lo que éste no posee:
así cada cuerpo va sabiendo de sí mismo, por esa experiencia de
879
400
DOM, p. 72.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
dar lo que el otro cuerpo nunca sabría de sí mismo en soledad. A
disembodied ego would have no perceptual experience…880. La
afección precede así a la comprensión habitual del ser y de la
conciencia. Como si una conciencia constituida sensiblemente
fuese previa a la construcción noética que la ilosofía ha propiciado
en torno al ser como verdad y a la conciencia como certeza. La
autofundación del sujeto es desplazada por una heterofundación
del mismo, de modo que “el ser no procederá del conocimiento”881,
y a lo Dicho, esfera de actuación de la ontología en su sentido
tradicional, le será antepuesta una matriz signiicativa anterior,
la cual aún reverbera en lo Dicho. Lo no-dicho en lo Dicho, la
cicatriz de los textos alterados en lo Dicho y el silencio en lo
Dicho servirán para corregir, precisamente, lo Dicho. Empero,
ni lo no-dicho, ni las cicatrices, ni los textos no redimidos en lo
Dicho, ni la suma de los silencios que allí se guardan pueden ser
reunidos en una esencia reestructurada de lo Dicho, esto es, en una
esencia que ha recapturado la totalidad de sus afueras. Por nada
del mundo. Para que la relación tormentosa entre Decir y Dicho
se sostenga perpetuamente es menester que el afuera del Decir
permanezca eternamente afuera, de forma que “en esto Dicho
(sorprendamos) el eco del Decir”882, a saber, justamente eso que
impide la coagulación deinitiva de las esencias en el ámbito de lo
Dicho. O sea, el envejecimiento de la vida se imposibilita en este
afuera capaz de mortiicar incluso las semánticas más depuradas.
880
881
882
Biceaga, p. 99.
DOM, p. 72.
DOM, p. 73.
401
Mario Di Giacomo
Aquí no hay reposo, incluso el reposo más duradero no habrá
de durar para siempre: pronto vendrá a su encuentro precisamente
ése (un quién, un semblante, un vínculo, socialidad y ética) con
poder suiciente como para desacomodar la seguridad del logos.
Un logos desconcertado no sabe cómo atrapar como “algo” a ese
quién que ya no se hurta a la “labilidad del tiempo”883, sino que se
muestra como origen de éste. Desde el punto de vista de Levinas,
capturar a ese alguien movilizador, asegurándolo en el interior
de un sentido, sería como atrapar en un recipiente la misma luz.
El Decir que allí se expresa está “a salvo” de la signiicación
acotada de la esencia y de la inmunización contra el tiempo, de
manera tal que la signiicación más allá de lo Dicho reside en el
Decir. Y éste, el Decir, que muere en lo Dicho, jamás muere en
lo Dicho: la historización es una suerte de desfallecimiento del
Decir, sin embargo, éste nunca se identiica con el horizonte de lo
Dicho que propicia. Permanece más atrás, siendo fuente perpetua
de una signiicación siempre amenazada por la cristalización
en lo Dicho. Más allá de la suma de enunciados fosilizados se
encuentra un Decir que los propicia y eventualmente los disuelve.
Nunca lo Dicho podrá reunir en sí la fuente de signiicaciones
inagotables del Decir, pues jamás reunirá en un presente la
dispersión que conlleva el Decir. Así, pues, en el seno de una
metafísica diacrónica, fundante e inmemorial, y de una ilosofía
patética llevada aún por un énfasis trascendental, lo que quedará
en entredicho es el privilegio del presente y de la presencia como
un proceso de autoclariicación típico de la ontología. El olvido
883
402
DOM, p. 86.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
del ser muta en Levinas en el olvido del Decir por obra de una
signiicación anterior a los sedimentos de lo Dicho, sobre los
cuales el Decir tiene que retornar insertando una signiicación
no-ontológica. La ‘pura pérdida’ representada en ese tiempo
irrecuperable del Decir contiene en sí una ganancia resuelta en
signiicación no-esencial.
La óptica levinasiana se ha desplazado en el lapso temporal
que separa a Totalidad e ininito de De otro modo que ser. Sin
embargo, en una y otra obra se conserva ese ‘retroceso’ que
Levinas desea conservar sobre el pensamiento identitario. Si se
desea pensar al margen del absoluto, esto es, en contra de cierta
tradición ilosóica, no habrá más remedio que ir hasta los predios
de la sensibilidad, de un rostro que es per se signo, ese lenguaje
del cual otro lenguaje no es sino signo vicario. La subjetividad
es pensada, por ende, como una producción ya no contraída a la
transparencia del ser ni a la unanimidad trascendental del Sujeto
pensante, antes bien, “el sujeto resiste a esta ontologización desde
el momento en que es pensado como Decir”884. La historia se
aclara en lo Dicho, pero allí no se agotaría el Decir, encargado
de subsanar los mismos cansancios de la historia. El Decir
se presentaría de esta guisa como el devenir de lo Dicho y la
redención de un acto prevaricador. Por consiguiente, la apofansis
del ser llega a ese extraño cruce de caminos donde el olvido mismo
toma la palabra, donde resuena una antiquísima vigilia: “Desde
ahora, detrás del ser y su mostración se escucha la resonancia
884
DOM, p. 63.
403
Mario Di Giacomo
de otras signiicaciones olvidadas en la ontología y que reclaman
investigación”885. Nos remontaremos, pues, desde la positividad
de lo Dicho hasta el santo grial del Decir, desde el imperio del
ser hasta la “violencia buena”886 capaz de interrumpir la violencia
de lo Dicho. De este modo, el ser-para-sí comienza a mostrar su
más íntima herida, la de ser-para-Otro, mientras la clausura de la
esencia viene a ser herida por la presencia de una signiicación que
jamás es clausura. El lenguaje en opinión de Levinas no se agota
en el acto intencional (noesis) que deriva en un noema (lo Dicho),
como si el lenguaje no fuese más que pensamiento cosiicado
o dispuesto a ello en su propio movimiento. El desahogo de la
conciencia soberana se asocia entonces a un “decir puro”887 por
el cual el sujeto abandona su recurrencia y “la comunicación
no se reduce al fenómeno de la verdad y la manifestación de la
verdad”888. La intencionalidad es sustituida por la proximidad de
la visitación del Otro y por el exilio. Por consiguiente, el sujeto,
a la deriva, como un corcho agitado por las olas, abandonando lo
que ha sido su lugar y morando en su propia vulnerabilidad, sale
a la intemperie.
La epifanía del rostro, suicientemente caracterizada en
Totalidad e ininito, resurge ahora como el sujeto del Decir: allende
el acto comunicativo que aporta un mensaje a un decodiicador,
el Decir no aporta signos, él mismo es signo, aproximación
885
886
887
888
404
DOM, p. 88.
DOM, p. 95.
DOM, p. 100.
DOM, p. 100.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
signiicativa en un lenguaje silencioso y expresivo. Proximidad
que va “de alma a alma”889, evade cualquier quidditas. Fugitiva de
la identidad, se hace apta para asumir la singularidad del hombre
que voca y de la relación con quien voca. Pero entonces si el
ser no aparece allí como tema, ¿cómo es él concebido? Levinas
lo señala claramente: el ser es vulnerabilidad890. El sujeto del
Decir es él mismo signo, hoc signum, es él mismo intemperie,
incluso, intemperie gnoseológica, pues se rehúsa a echar raíces
en la seguridad de lo Dicho. Ese uno que habla no ha sido
encomendado como si fuese un objeto a la teoría, sino que en el
mismo Decir se autoexpone desnudo, camina hacia la posibilidad
del ultraje y rescata una lectio no-conceptual que ha sustituido
los escorzos intencionales por una intemperie donde hasta la
misma piel desaparece o se convierte en el índice de la desnudez.
Parecería que recuperar el habla auténtica en ese Decir fugitivo
coloca a la subjetividad en el trance de una absoluta indefensión.
De la subjetividad que signiica sin reservas no ha de esperarse
un renacimiento de los actos constituyentes ni de la voluntad
conquistadora. Según Levinas tales iguras son secundarias en
comparación con un “antes” más fundamental que ellos. En la
sinceridad del Decir se ha perforado “el muro del sentido dicho
para retornar a este más acá de la civilización”891. La desnudez
del Decir y del uno que se hace signo en él remite a esa desnudez
civilizatoria no afectada aún por la uniformidad cultural de lo
Dicho. A la unidad del género y a las técnicas de equilibrio social
889
890
891
DOM, p. 102, n. 35.
Cfr. DOM, pp. 102-103.
DOM, p. 219, n. 7.
405
Mario Di Giacomo
las antecedería una proximidad-fraternidad por la cual los otros ya
siempre conciernen (me conciernen). Si “el Decir se ija en Dicho,
se escribe, se convierte en libro, derecho y ciencia”892, esto es,
pierde su unicidad fundamental y el dios de la proximidad, entra en
el campo de las relaciones conmensurables y controlables. Existe,
pues, el locus de una naturaleza salvaje que ninguna ijación
signiicativa es capaz de reducir, llamada a poner en suspenso el
imperio de los noemata, cuestionando la desensibilización de lo
individual, “ya referido a lo universal en la intuición”893. Existiría,
entonces, un ámbito semánticamente insaturado que permitiría al
singular recuperarse a sí mismo y, a la vez, huir de las tendencias
normalizadoras de los saberes constituidos. Aunque la salvación
guarde en sí el dolor, la exposición, la herida y, en suma, la
vulnerabilidad, ella es preferible a la comodidad de todos sus
contrarios. Decir ‘subjetividad’ en el territorio leviansiano es
dejarse atrapar por el des-interés del sujeto, o sea, por el revés del
sujeto al cual nos hemos habituado, desinterés que lleva a sufrir
por el Otro “pero para nada”894, porque la ética no debe jamás
recoger en sí una ganancia cuando el sujeto se da en una entrega
genuina. Por eso la entrega genuina no es tampoco un dar, sino
una pasividad tremenda, una pasividad desordenada, tanto, que
no es jamás la antesala de un acto sucesivo. Solamente de esta
manera, quemándome por el otro, por mi herida fecundada en y
desde la herida del Otro a mi pesar, “el ser para-el-otro (…) se
guarda del para-sí”895.
892
893
894
895
406
DOM, p. 238.
DOM, p. 119.
DOM, p. 104.
DOM, p. 104.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
La exposición en el Decir y la entrega del uno que habla
no esperan emolumentos. Tal rédito lesionaría la heterodidáctica
inscrita en la illeidad, en la alteridad que impide la recuperación
ilesa del sí mismo. Sólo en la lesión inevitable puede la subjetividad
salvarse a sí misma, pero huyendo a la vez de sí misma. Aquí,
para ser salvado, deben marrarse los centros habituales y las
zonas marcadas por la fortuna. La verdadera fortuna será, por lo
tanto, el infortunio. Y la subjetividad sólo podrá vivir inlamada
si del foyer del sí Mismo sólo quedan cenizas, si el Yo no se tiene
como su propio destino. El Decir abaliza la ruta hacia el Otro,
es para-Otro, ya y siempre exilado, sin que este mismo exilio
alore como un acto de exilio ni como voluntad de acogerse a un
destierro. La herida que hiere y el exilio que exilia llegan como
a pesar del herido y a pesar del exiliado. Estar “penetrado por el
otro”896 no implica una entrega con condiciones, un pacto en el
cual el vencido pide en la rendición reservar algunas cláusulas
para sí; más bien, ello involucra un dar que no es dar deliberado
y una entrega que no es voluntaria. En el Decir existe un sujeto
enriquecido en su pasividad, a saber, una ofrenda en la que el
sujeto sólo se gana en el más absoluto de los extravíos, pues “en
el Decir el sujeto se aproxima al prójimo ex-presándose en el
sentido literal del término; esto es, expulsándose de todo lugar,
no morando ya más, sin pisar ningún suelo”897 ni el pavimento de
la voluntad y del narcisismo coagulado en ella. Para que la ética
encarne y el Bien sea posible, para que el protocompromiso del
896
897
DOM, p. 103.
DOM, p. 101.
407
Mario Di Giacomo
Decir funde los compromisos ulteriores de la ciencia y del Estado,
Levinas propone que el sí Mismo alorado de esta pasividad lo
haga a su pesar, identidad de quien en su ser-para-Otro deja de
vivir para-sí, y, sin embargo, ella no deja de resplandecer en su
propia destitución. A este punto vale la siguiente relexión de
Dussel, aunque formulada desde y para un contexto sociológico:
“Esta aceptación “a pesar mío”, en la paciencia absoluta, es
siempre una re-ligación de ex-posición responsable”898.
3.7. Morir por…
De un yo arrancado de sí mismo en virtud del Otro no
debería quedar sino el mismo arrancar. Pero del mismo arrancar
en que aún habita el yo y en la suave languidez de lo poco que
ha quedado el yo no se marra completamente. La tragedia del
yo por no recuperarse es justamente su eterna recuperación,
por más delgada que ésta sea. El retorno tiene lugar aunque la
misma voluntad de retorno no se halle en su fuente. Volcado
desinteresadamente hacia el Otro, el Yo, perdiéndose, se gana; el
Yo, desvaneciéndose, se autoproduce, vuelve a sí mismo no en
la mediación del antojo, sino a su pesar. Un volver involuntario,
nacido en la pasividad extrema del para-el Otro. Vale decir: a su
pesar, el Yo nunca se pierde del todo, incluso en el sufrimiento
y en el traumatismo, incluso en la máxima agonía de una
vulnerabilidad herida, en el martirio de una carne cruciicada:
898
408
Dussel, Filosofía ética…, p. 53.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
“Es a pesar mío que el Otro me concierne”899. En el máximo
de su propia disolución, la subjetividad crece, en el ápice de su
desvanecimiento, se empalma con la obediencia: obediencia a un
mandato que nadie ha emitido y al edicto de un quién incapaz
de formular edictos. La subjetividad es su propio perpetuum
mobile, desobedece el imperio de las reducciones ejercidas sobre
lo mundanovital, se rehúsa a la captura elaborada desde las mallas
lógicas de un yo puriicado de mundo, se hurta a los paréntesis
que desangran la vida. El diluvio siempre amenaza900. También, el
apocalipsis, la catástrofe. La intemperie no deja de ser la morada.
Se obedece sin mando y sin autoobligarse a la obediencia; por así
decir, la estructura ética primordial desde la cual se habla exige
que la obediencia no sea exigida. Se presta obediencia no a la vida
reducida, no al mundo guardado entre paréntesis reductores, no al
cogito que se presenta como el arca del ser, sino a “la violencia de
un verbo inaudito”901 que manche, con la tintura del mundo, los
mismos dedos del Yo puro que pusieron en entredicho al mundo.
Ser compelido por una alteridad a cuya invasión no se puede
sino dar anuencia expresa una coacción sin coacciones, mas no
racional, sino performativa, plasmación en el Decir y en el rostro
que es in se signum, palabra plenamente expresiva que ha dejado
atrás la cristalización del saber en un Absoluto (Saber Absoluto)
textual, en cuyo cuerpo –el cuerpo de este Saber Absoluto- ya no
circula una posible transformación de los mensajes. Aquí el lector
es incapaz de adscribir el texto a otro sentido, pues está encerrado
899
900
901
Levinas, Humanismo del otro…, p. 110.
Cfr. ibid., p. 130.
Ibid., p. 127.
409
Mario Di Giacomo
en los calabozos del sentido ya localizado y ya asentado. El saber
Absoluto no es sino la autocelebración del saber en la identidad
del concepto, en la identidad de lo idéntico y de lo no-idéntico902,
en una palabra, en la supresión de toda excedencia con respecto
al pensamiento.
Levinas siembra de inseguridad su ilosofía. El Decir
nos enseña la imposibilidad de “saturación semántica”903 de
los sentidos, su repulsa a la estructura more geometrico de los
textos consagrados, para así perderse en la tentación de un nuevo
amanecer, auscultando lo por venir y lo inaudito que palpita en el
sistema de los afectos humanos. Ni el sujeto controla los textos
que escribe, ni la irma cierra las lecturas posibles, ni la voluntad
regula el destino que la espera. Pero entonces es así como el
Bien viene al mundo, como la responsabilidad se convierte en
un compromiso más primitivo que cualquier compromiso. Por
consiguiente, la respuesta ante un llamamiento ya está dada en la
piel misma que hemos descrito como suscepción y vulnerabilidad.
Se es recepción antes que voluntad; se es acogimiento antes que
cualquier género de compromiso o de cualquier especie de rúbrica
que avala a una voluntad. Reino del Bien904. Reino de un tiempo
sin presente, reino de un tiempo que el presente de la conciencia
no atrapa. Por ser para-el-Otro y nunca para-sí, el Yo tiende su
propio para-sí.
902
903
904
410
Cfr. Levinas, Ética e ininito, p. 58.
Patricio Peñalver, “Jacques Derrida: la clausura del saber”. En: Derrida, La voz y
el fenómeno, p. 23.
DOM, p. 106.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Llegar hasta a morir por el Otro señala el lugar de una
sensibilidad abierta y de una piel susceptible de ser afectada:
no afectación debida a una voluntad que decide ser afectada,
sino afección que ya ha ocurrido antes de que la voluntad pueda
decidir cosa alguna. La piel no está allí para proteger los límites
de una corporalidad ante la dolencia, al contrario, la piel está allí
como posibilidad de ser vulnerada antes de cualquier decisión de
ser vulnerable. La iniciativa se ha perdido, el sujeto ha dejado
de lado toda clase de gloriosa Entscheidung o ha desistido de
los movimientos que conducen hacia el telos que se desea. Más
aún, el telos ni siquiera debe ser deseado; si éste se desea, se
heteronomiza negativamente el movimiento que a él conduce sin
querer conducir a él. Asimismo, si el telos llega a desearse, el
sujeto mismo se desea, recentrándose entonces y expatriando la
centralidad del telos. Si el sujeto se interpone a sí mismo en la
realización del bien moral, es decir, si está demasiado inmerso
en el movimiento que lleva hasta el Bien. Éste desaloja la escena
que él debía copar enteramente, para dar espacio a un sí Mismo
demasiado autoconsciente. Si se vive no tanto por la obra como por
la propia gloria, o si la gloria intercepta de alguna forma la gloria
genuina de la obra, ya no se vive por ésta, sino por aquello que se
interpone o pestañea en el camino hacia ella. El Yo ha vuelto por
sus fueros, expulsando con ello la entrega a la obra, reasumiendo
una fatal importancia en el camino hacia la obra, porque no ha
comprendido que el autor debe desvanecerse para que la obra
viva su vida: desprendida de su autor cobra una vida otra, otra
vida, diferente de la del autor. A la síntesis activa se la sustituye
411
Mario Di Giacomo
por una susceptibilidad o una vulnerabilidad fundamental que ha
renunciado a la ordenación a la que el concepto (o la identidad) le
llama. La acción es suplantada por la paciencia, la espontaneidad
que engendra la unidad de lo múltiple por una síntesis pasiva905.
3.7.1. obediencia
En este punto reiteramos la pregunta de Levinas: “¿Cómo
comprender, entonces, el a su pesar?906”, la “Obediencia
sin deserción”907, la “deuda impagable”908, el “tiempo como
obediencia”909? El sujeto ni contrata ni renuncia la llamada a
la cual responde. Una heteronomía alejada del erotismo (éste
siempre recala en el sujeto como expresión de un viejo egoísmo
en que el Yo se tiene a sí mismo como verdadero blanco del
movimiento, y al que el erotismo solamente da inicio) se instala
de esta manera en el corazón de la subjetividad, sin que ésta
pueda salir indemne de la maravilla de un golpe traumático que
proviene de fuera. Es menester remontarse hasta el Decir para así
superar las constricciones identitarias tanto de lo Dicho, como
de su testamento, lo Escrito. Hay una indignidad esencial en el
ámbito de lo Dicho, así como en sus soportes testamentarios:
es como si la muerte hubiese, en él, alcanzado a la vida y a la
sinceridad expresiva de la vida en lo que ella tiene de irreductible:
el uno o el alguien. Es como si una semilla necrológica anidara
905
906
907
908
909
412
Cfr. DOM, pp. 105 y 106.
DOM, p. 104.
DOM, p. 106.
DOM, p. 106.
DOM, p. 107.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
en el seno de lo admitido, como si en lo logrado se domiciliase, al
mismo tiempo, una pérdida, pérdida retraída tras lo logrado que,
en un momento propicio, es capaz de contrarrestar la necroilia
de lo Dicho.
En la huella del Decir, remanente en lo Dicho, se absuelve
la existencia de sus costosas seguridades: las pólizas contra todo
riesgo olvidan únicamente una cosa, ¿quién nos asegura en contra
de las pólizas contra todo riesgo? ¿Y quién ha dicho que una vida
con sentido es una vida asegurada en contra de todo riesgo? Quien
piensa así, se inocula contra el dolor, el sufrimiento y el gozo que
brotan en lo inesperado. La expresión agustiniana cobra aquí todo
su vigor: semper quaerere, nunquam invenire. Si la vida es una
liturgia perenne y si el oicio divino no puede capturar justamente
lo divino es porque lo divino es siempre retracción, una magnitud
inapresable por el mundo de los phaenomena. Jamás encontrar,
aunque busquemos eternamente, es la consigna de un espíritu
contrariado, pero animado y enriquecido en la fuente de su misma
contrariedad. Saber que una situación adverbial no da pábulo al
Absoluto no signiica despreciar su búsqueda, como tampoco
saber que Dios no existe, sino buscarle desesperadamente. En los
privilegios sostenidos en la cosiicación de lo Dicho tienen lugar
los males de la vida. Por ello Dios no puede sino contraerse ante
el mundo y su precaria sabiduría. Dios, perpetua exterioridad ante
la conciencia y Gran Ausente fenoménico, nutre con su ausencia
a un mundo que malamente ha prescindido de Él, porque se ha
limitado a multiplicar sus imágenes en ídolos adquiribles. En
413
Mario Di Giacomo
Levinas, la marcha de esta intención hacia la exterioridad tiene
como su vehículo a la paciencia: el uno o el alguien, desalojándose
del centro de su identidad, ingresa en la responsabilidad por
el Otro. El sí mismo en que se encuentra el sujeto desautoriza
su entrada en los actos volitivos propios del sujeto tradicional
que elabora síntesis tras síntesis en su apoderamiento hostil del
mundo. De acuerdo con Levinas, por el contrario, la pasividad
indica un estadio distinto al de la voluntad constituyente, pero no
por eso menos constitutiva y creadora de subjetividad. Se supone
que puede darse una carrera hacia eso que se halla al margen de lo
Dicho, por la huella que se conserva de ese “antes” en lo Dicho. La
pasividad se contrae a ‘esto se pasa’, a una ocurrencia en la cual
la responsabilidad por el otro comienza. El sí mismo subsiste en
la forma de un conatus existendi, mas lejano del control volitivo
de las circunstancias, afortunadamente atrapado en el pathos por
el otro. El sujeto visualizado como sí Mismo está “colocado de
entrada en el acusativo (¡o bajo la acusación!)…”910; “… sujeto
que vive en algo como <<el reverso>> del Yo activo…”911, “se
trata de una exposición pasiva al ser sin asumirlo”.912 La piel
entra en otra piel gracias al margen de lo Dicho en que habita el
Decir, inagotable en la cosiicación de todos los Dichos posibles.
Pasividad obediente en la cual el sujeto jamás reposa.
No parece haber, lo aseveramos una vez más, reposo en
el pensamiento de Levinas. Incluso la pasividad más pasiva,
910
911
912
414
DOM, p. 108.
DOM, p. 108.
DOM, p. 108.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la pasividad cuyo subterfugio no es servir a ningún acto, se
transforma en la intranquilidad del sujeto vulnerable y, por lo
tanto, en modiicación del yo que se ha deslindado de su propio sí
Mismo. La fecundidad entra por el Otro y se maximiza en la vida
llevada a efecto merced a él. La Mismidad reposada ha dejado de
ser una puerta abierta a la vida, más aún, es la puerta que ya se ha
cerrado a la vida. El vitalismo de la pasividad levinasiana, como
los cuernos de Josué ante Jericó, derrumba las altas murallas en que
la Mismidad ha anhelado enclaustrarse. El testimonio del Bien,
incluso en los términos de su antinomia, es cualquier cosa menos
una esencia testamentaria, menos una palabra que ha guardado
las notas fundamentales de la cosa. La voz guarda el fenómeno,
pero también recuerda en sí el talante de otro tipo de lenguaje. El
testimonio del Bien se alimenta de una inquietud sin lugar a dudas
“mejor que el reposo”913. Pero todo se pasa como si el sujeto no
actuase en ese mismo pasar, como si el ser de la vulnerabilidad
fuese más potente que el ser de la voluntad, como si el sujeto
moderno hubiese sido presa de tal olvido, siendo Levinas la
coartada de una memoria indispensable. El ofertorio de sí mismo
en la vulnerabilidad deja de lado lo habitualmente asociado a
nuestro modelo de sujeto; es más, el mismo Decir testimonia esa
pasividad primigenia y la bondad que por ella ocurre a pesar del
sujeto. Sin embargo, el autor desea que, aun en la pasividad y
en la vulnerabilidad se mantenga el sujeto, pues la vida retorna
justamente en ellas (pasividad y vulnerabilidad), rescatándose en
ellas. Por eso reprocha a Heidegger la pasividad de un lenguaje
913
DOM, p. 109.
415
Mario Di Giacomo
sin sujeto (die Sprache spricht) o del cual el mismo lenguaje
es el sujeto. En la pasividad levinasiana ni siquiera se da una
experiencia de pasividad en el sentido de que el sujeto armaría sus
menajes para comenzar el largo viaje hacia sí mismo; no obstante,
insiste Levinas, sí se produce una irrecusable responsabilidad, un
vínculo suicientemente analizado en Totalidad e ininito.
El dolor por el Otro no se sufre voluntariamente ni se activa
en el sujeto por obra de la voluntad: ello ocurre, pasa, pasa a pesar
del sujeto, pesa, a pesar del sujeto, en el sujeto. Pero aquí sujeto
signiica unicidad de quien obra a su pesar, o lo que es lo mismo,
imposibilidad de ser reemplazado en la inquietud pasiva de la
sensibilidad que se deja penetrar por el sufrimiento del Otro. Por lo
tanto, existe una autonomía de la sensibilidad, aunque ella conste
sólo de una pasividad fundamental apta para abrir al sujeto a la
recepción sufrida del Otro. Es más, no es propiamente hablando
apta para abrir al sujeto, sino que el sujeto, en ella y por ella,
ya se encuentra abierto al sufrimiento del Otro. Es decir, ya ella
indica una proximidad. Entonces, el sufrir es el sufrimiento de un
quién en su unicidad e irremplazable en ésta: “Unicidad signiica
aquí imposibilidad de hurtarse y de hacerse remplazar en la que
se teje la propia recurrencia del yo”914. En su carácter pasivo, la
sensibilidad no puede sino decir ‘heme aquí’, hineni, con lo cual
la bondad ya me ha elegido para ser la puerta de ingreso de la
afrenta y del dolor, y para no anestesiarme ante ellos. Claro, la
hiperestesia levinasiana impone en su texto una elección pre914
416
DOM, p. 112.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
original, pues el Bien, en la misma pasividad, elige a un quién
sin ser elegido a su vez por éste: el Bien ocurre y no puede sino
ocurrir, y no puede sino ocurrir a pesar del sujeto y al margen de la
conciencia. La bondad es siempre antes que la elección. Hurtarse
al sufrimiento del Otro signiicaría añadir un plus de sufrimiento
al sufrimiento ya ocurrido. Se puede huir ante la afrenta y ante el
dolor, pero la huida misma no será sino el testimonio –negativode mi propio sufrimiento ante el sufrimiento del Otro: el Otro y
su dolor ya han entrado en mí, aunque mi yo, siempre rezagado
con respecto a la sensibilidad, dictamine mi condición de fugitivo
frente a la desgracia del Otro.
La bondad me ha elegido antes de mi huida: de ello es
testimonio la huida. Pero si no huyo, ¿soy por eso bueno? Levinas
es categórico en este aspecto: saberse bueno y complacerse en
la propia bondad, alimentando el propio narcisismo, sería perder
la propia bondad915. La bondad, por decirlo de alguna manera,
debe actuar siempre a tergo para que en efecto pueda serlo.
Toda recurrencia del Yo se revela como comprometiendo la vida
moral anterior al Yo. El Yo que no sabe cómo escapar de sí es
el epígrafe de una vida sustantivizada, pero no moralizada. La
posición absoluta del Yo y de su identidad indica la renuncia
a ser fecundado por la alteridad, sometiendo la sensibilidad al
lazo uniicador del entendimiento, engolfándose así en un olvido
fundamental: en el olvido de la autonomía de la sensibilidad por la
cual el Bien ya siempre se ha iniltrado en la propia vida. Hay un
915
Cfr. DOM, p. 112.
417
Mario Di Giacomo
olvido fundamental que Levinas desea recuperar para una ilosofía
en la que las comunidades conceptuales han incurrido al sustituir
la unicidad del sufrimiento, del vínculo y del Bien. La diferencia
irreductible entre uno y otro debe ser comprendida siempre como
no-indiferencia, “en tanto no-indiferencia”916. Desposeído de mi
soberanía que urbaniza lo alienus a me, desciendo entonces a una
alienación irremplazable, en la cual nadie puede tomar mi lugar:
la separación mía con respecto al Otro no signiica indiferencia,
sino, al contrario, obsesión.
3.7.2. Alienación vulnerable
Desde la perspectiva de Levinas, la propia alienación por la
alteridad del Otro es al mismo tiempo la condición de posibilidad
de no estar alienado. La alienación provocada por el Bien es, eo
ipso, cordura, desalienación, amor. Gracias a la no-recusación de
mi responsabilidad el reino ético ha entrado en mí antes de que
yo mismo haya gestualizado una anuencia y mi palabra lo haya
autorizado. Cautivo de esa pasividad, me alieno al sufrimiento del
Otro, respiro la asixia de su opresión, pero justamente allí soy
cualquier cosa menos una alienación insigniicante. En tanto que
alienus el hombre no se aliena. En tanto que no sé cómo evitar
que otra piel deslice sus heridas bajo mi piel y eludir que su herida
devenga mi herida y responsabilidad por ella, es como no estoy
alienado. La auto-recuperación del sujeto no es conceptual en lo
absoluto, es ética, pero para que lo sea debe primero cubrirse de
916
418
DOM, p. 114.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
los jirones de una existencia marcada por la sensibilidad, el gozo
y el sufrimiento. Correr en pos de una subjetividad indemne a
in de salir de los estrechos marcos de la ilosofía y del derecho,
supone casi ir al encuentro de un más allá rousseauniano en el
cual la naturaleza no ha mostrado aún las cicatrices del siempre
alterado texto civilizatorio.
La categórica diferencia entre Levinas y otras formae mentis
radica precisamente en la pasividad inscrita en su pensamiento.
Es que para el autor lituano allí donde emerge la voluntad lo
propiamente humano deja de ser. En la sociedad ya incoada,
imperio de lo Dicho anudado en el olvido del Decir, existe un
orden de impostores, de certezas ligadas a la fuerza y al frío
clavado en el corazón de quienes se interpelan. Pero en el cénit de
semejante barbarie, pareciera que el vértigo de los orígenes corre
como una redención al encuentro de un orden particularmente
peligroso, descaliicador de la autonomía de la sensibilidad y de
la vulnerabilidad, esa larga herida que recubre a nuestra propia
piel. La inscripción primitiva a la cual Levinas quiere echar mano
corre los riesgos de todo mundo primitivo: lo primitivo ya no
puede ser alcanzado, mientras que el mundo civilizado, cosiicado
y custodiado por funcionarios serviles ya no debe ser aceptado: es
una contradictio in terminis la esloganización de la espiritualidad,
coniada a unos funcionarios sistémicos.
En el pensamiento de Levinas, diciéndolo con las notables
palabras de Starobinski referidas a Rousseau, “la felicidad está
419
Mario Di Giacomo
tras de nosotros”917. Por supuesto, con una diferencia capital: en
la cercanía con lo lejano y lo separado, el pensamiento de Levinas
no argumenta en sentido felicitario, sino, por el contrario, en el
sentido de no ser insensible ante el dolor que interpela; si se
quiere, el de Levinas podría reiterar las palabras de Starobinski,
sufriendo éstas una ligera variación, “la autenticidad está tras de
nosotros”, aunque sus huellas recorren el presente mismo que las
vive en forma de olvido. Pero el Decir, recuperado, desempolva ese
olvido, da su pasión al reencuentro con ese olvido. Desencuentro
como encuentro y alienación como no alienación (incapacidad
radical de ser indiferente a la vista de lo humano. Mas tanto
el sujeto como el objeto del Decir se topan con la ineludible
signiicación de lo Dicho: ¿qué decir del sujeto que huye de su
propio Decir y de su propio acusativo frente al sufrimiento ajeno,
917
420
Jean Starobinski, “Introducción”. En: Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el
origen de la desigualdad entre los hombres. El contrato social, Barcelona, Orbis,
1984, p. 35. Sine dubio, todavía en la notable estela de Starobinski, Rousseau
no pudo con Jean-Jacques. No obstante ello, y argumentando en pro de JeanJacques, no creo que la ilosofía deba suprimir en sí al niño asombrado que ahora
adulto argumenta. Tal supresión signiicaría sencillamente y a fortiori la del
asombro y la de la posibilidad de retomar la palabra más allá del cerco asixiante
de lo Dicho. La normalidad del cliché ha de ser desbaratada por el coraje del
asombro y por la pregunta ingenua que todavía no ha sido calmada en el universo
de respuestas pre-elaboradas y santiicadas por la conianza que todo el mundo
les presta. Coniarse al Decir signiica darse a una anomalía descosiicadora, a
una destrucción ediicante, aunque ello a veces signiique partirse el alma en
una habitación ediicada fuera de los límites de la esencia. Un viejo amigo me
confesó una vez que el ilósofo, entre los cuales él mismo se cuenta, reside entre
el libertino y el sacerdote, sin atreverse con denuedo a tomar ora los cuerpos, ora
las sotanas. Lo admito, milito en esa airmación. Pero las reticencias inscritas
en lo anterior tal vez solamente signiiquen que una cierta infancia ilosóica no
debe resignarse a su muerte, pues la ilosofía vive de esa resistencia. Salvando
las distancias que haya que salvar, repito aquí las palabras de Habermas escritas a
propósito de Adorno: “No es causalidad que el misterio del genio se cifre en una
edad adulta que logra retener su infancia”. Periles ilosóico…, p. 149.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
para así anestesiar su vulnerabilidad constitutiva? ¿Qué decir de
quien se arredra ante el espectáculo del Decir ajeno, eternamente
siervo de un sufrimiento que interpela? ¿Qué decir de la perpetua
huida de los hombres hacia las signiicaciones establecidas,
hacia la comodidad de los sitios habituales, hacia los prejuicios
normalizadores?
En la aparición de la verdad, encajada en la aparente
superioridad del entendimiento uniicador, la sensibilidad es esa
inmediatez hecha para ser reprimida. La intuición sensible es un
momento que nace apagado, subordinándose a los privilegios del
entendimiento, sea éste caracterizado en su plenitud subjetiva,
sea en la síntesis preconciliada de la adaequatio. Si se pudiera
airmar algo puntual del pensamiento de Emmanuel Levinas, esa
airmación sería: inadecuación. Inadecuación entre quien aborda
y lo abordado, inadecuación entre interpelante e interpelado, por
consiguiente, el sujeto del enunciado no haría jamás desaparecer
al sujeto de la enunciación (rostro, quién, Decir), con lo cual la
proposición no se reduce a una fórmula para la transmisión de
una signiicación dentro de la arquitectura de lo Dicho, sino que
en su enunciación es ya más que lo Dicho. Entonces, propiamente
hablando, ni el noema practica su indiferencia frente a la noesis
y al pensador, ni el Decir se sumerge para siempre en las cálidas
entrañas de lo Dicho. Lo sensible no estaría fatalmente atado al
más allá que lo corona y le da cumplimiento. Para rescatar la
inmediatez y autonomía de lo sensible, Levinas tiene que llevar
a afecto un recorrido tan largo que terminamos por recordar el
421
Mario Di Giacomo
carácter siempre mediado de toda presunta inmediatez. Para
llegar al lugar otro que el autor nos propone en la forma de una
inmediatez y de una sensibilidad no referida a lo universal que
habita ya en el corazón de la intuición, es menester denunciar
los elementos monopólicos del procedimiento gnoseológico que
la ilosofía ha sabido privilegiar, sin advertir en tal privilegio,
justamente, el riesgo de ciertos olvidos y de ciertas autonomías, in
concreto, de la autonomía de una sensibilidad no reabsorbida en
la luz del entendimiento, y de la autonomía de lo individual que el
entendimiento tiende a desensibilizar y a desindividuar. Así, pues,
el entendimiento posee “la autoridad de una instancia suprema y
soberana, en tanto que proclama y promulga la identidad de esto
y de aquello; ello es algo que se le reconoce desde hace tiempo
en ilosofía bajo el título de espontaneidad del entendimiento”918.
Sin embargo, lo sensible se reserva su propia signiicación
divorciada del movimiento cognoscitivo, entendido en términos
de gozo y herida, esto es, en términos de proximidad. La intuición
tal como habitualmente se ha entendido se encuentra ya siempre
perteneciendo al trance de ser coniscada por el concepto.
El recurso de Levinas consiste en ir tras las sombras mismas de
aquello que normalmente se ha dispuesto al horizonte conceptual
del entendimiento, es decir, ir tras aquello que usualmente tiene
su ratio essendi y su ratio cognoscendi en un lugar distinto de
la luz en el cual se origina. La intuición no se difuminaría así
en la esencia inmanente de la conciencia (lo cual representa la
918
422
DOM, p. 119.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
grandeza y el límite del idealismo), a saber, “la coincidencia del
ser y de su manifestación”919. El idealismo zanjaría la disputa con
la sensibilidad ahogando a ésta en la síntesis uniicadora de la
conciencia: la sensación como fuente del idealismo es ultimada
por el mismo idealismo, transparentizándola en el iniciático
orden de la intuición y en el orden categorial del entendimiento,
su remate. Levinas no querrá remitir la opacidad sensible a
ninguna transparencia, pero al mismo tiempo no deseará retirar
signiicación al elemento opaco en que reside la sensibilidad. La
sensación se escabulle de la claridad y de la idea, conceptuales
hasta el fondo, hoc est, de la relación sujeto-objeto que transforma
al objeto en mera alteridad del sujeto suprimiéndole a aquél tanto
su alteridad como su autonomía. La luminosidad de lo opaco es la
inmediatez que debe salir a lote para poder pensar ese lugar que
no es conceptual hasta el tope: “La sensación es vulnerabilidad,
gozo y sufrimiento, cuyo estatuto no se reduce al hecho de
colocarse delante de un sujeto espectador. La intencionalidad del
develamiento y la simbolización de una totalidad, que comprende
la abertura del ser apuntado por la intencionalidad, no constituyen
la única signiicación, ni siquiera la dominante de lo sensible”920.
Con lo cual, el conocimiento no precede a la socialidad ni el
vínculo se halla sujeto a una gnoseología, sino a una signiicación
otra, a una desmesura del sentido, al relejo del ininito en los
rostros. El encuentro con el rostro es ya y siempre conciencia
moral en una relación que no es un poder. Lo racional no se
919
920
DOM, p. 120.
DOM, p. 120.
423
Mario Di Giacomo
contrae, pues, al control del objeto, ni a reprimir su palabra, si el
objeto posee tal palabra, en virtud de la palabra urbanizadora del
sujeto dominante. Desde esta perspectiva, la apofansis del objeto
habita en la intimidad iluminadora del sujeto, locus en el cual el
objeto por in consigue su racionalidad y, en ese mismo instante,
su autoerradicación, o, acaso, su olvido. El objeto igualado por
la conciencia y sujeto a una abstracción desgarradora queda así
prisionero de una ruptura con la inmediatez, y la sensación se
convierte en reo de un coniguración, puesto que el desenlace de
ella es un discurso tematizador. La inmediatez, por de pronto,
no se justiica a sí misma. Sólo se justiica a sí misma al ser
borrada en el proceso del saber, en el largo camino que lleva a
la conciencia a presencia de sí y a espectáculo de sí. Su propia
gloria. El objeto, despojado de su fundamental alteridad, sería
así obra de la conciencia, su propio ectoplasma. El sujeto llega
a borrar –aunque no sea capaz de borrar la misma borradurade esta forma las huellas que le han conducido hasta sí mismo.
Deja de lado, pues, la alteridad y su castigo; lo otro de sí, y su
laceración. No dejar de lado ese origen es la intención de Levinas.
Pero no dejarlo de lado en su aspecto más puro, más originario,
es decir, no ordenándolo a la esencia habitual del saber, sino
conservando de él su esencial retracción frente al saber. Es decir,
un origen capaz de bastarse a sí mismo, antes que una actividad
en pro de la esencia o encaminada hacia ella. Empecinado con
la inmediatez, Levinas rescata de su subsidiariedad lo sensible
dentro del esquema ontológico de la signiicación, de esta forma
la inmediatez ya no aparece anestesiada en el proceso del saber
424
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
ni “reprimida o suspendida”921. Con ello se lograría subordinar
a la ontología misma a una signiicación ocurrida más allá de la
esencia.
3.7.3. sensibilidad
La sensación se queda en sí misma y se legitima en sí misma.
No vasalla del saber, la sensibilidad inaugura entonces otro
mundo de posibilidades, rehusando marchar por el camino que
lleva al para-sí del sujeto: ofensa y gozo son esa inmediatez de
la vida en la que el sujeto ya siempre se inmerge antes de pensar
en ella. El via crucis del dolor no transitaría de este modo por la
larga secuela de unas estaciones capaces de reducir su alteridad
a mismidad. La idea es que el via crucis permanezca en su
inmediatez afectando una estructura vulnerable, la cual se muestra
incapaz de invertir eso Otro de su afección en la serenidad de lo
Mismo: aquí tiemblan las paredes del mundo, pues la afección
se queda pasmada, desde una óptica gnoseológica, en su propia
condición de afección, y la respuesta urdida no se relaciona ya
con el concepto y su paciencia, sino con la paciencia de una
vulnerabilidad despierta siempre más temprano que aquéllos. La
aspiración levinasiana es que lo Otro no se invierta en el Mismo:
en la desnucleación del Yo, el Otro no se convierte en el Mismo,
sino que se hace para-el-Otro, escucha de una proximidad y
sentido que la piel inspira y al mismo tiempo prohíbe. Se trata de
921
DOM, p. 120.
425
Mario Di Giacomo
que el “dolor, desbordamiento del sentido por el no-sentido”922
conduzca al sobrepasamiento del no-sentido por el sentido. A esta
afección primordial no se puede contestar de manera preferente
según el esquema noético, dispuesto a congelar la interpelación
sensible. Hay una signiicación descubierta antes de las puertas
del saber, a la cual la vida sensible no sabe cómo hurtarse. Puede
perder su sentido propio convirtiéndose en conciencia-de, sin
embargo, Levinas quiere conservar para ella el análisis no de
inteligibilidad, sino el de ser simplemente manifestación, porque
la luz intencional no agota su signiicatividad fundamental.
El autor es capaz de leer el abismo existente entre la
sensibilidad como alteración de lo mismo y el saber al que
normalmente ella se ha visto reducida, abismo que el mismo saber
tiende a ocultar para de esta guisa manifestar todo el poder de los
fundamentos ontológicos, anulándose la peculiaridad del rostro
interpelador y del dolor y del gozo allí residentes: el hombre
singular no deja de concernirnos por mor de la intervención
abstracta del ser, sino que “el ente en cuanto tal (y no como una
encarnación del ser universal) no puede hallarse más que en una
relación en la que se le invoca. El ente es el hombre, y sólo en
cuanto prójimo es el hombre accesible, sólo en cuanto rostro”923.
La vida del espíritu comienza, pues, en esa inmediatez, y ésta
conserva una autonomía apta para enriquecer la vida del espíritu.
En la historia de los olvidos, este olvido, debido al primado de
922
923
426
DOM, p. 121.
Levinas, Entre nosotros, p. 20.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la gnoseología, deber ser recuperado: la unilateralidad del parasí del concepto se compensaría entonces con el para-Otro de
la vulnerabilidad (pasividad, sensibilidad, maternidad). Ahora
bien, la violencia niega la independencia del ente, empero, en la
signiicación hallada “antes de crisparse en perseverancia en el
ser”924 y de cristalizarse en esencia o en naturaleza, suponemos
poder descubrir esa facultad capaz de permitir la anulación de
aquella violencia al mantener fuera de la posesión lo hallado
en su alteridad; el ente no es mío, no calculo visualmente su
disponibilidad frente a mi poder, sino que está ubicado siempre, en
la palabra y en la audición925, más allá de mí. En la historia rescatada
se interpone un ‘no’ gracias a la sensibilidad, una negación del
mando del psiquismo que fungiría ya siempre como cicerón de
la sensibilidad. La inmediatez sensible supondría, asimismo, una
disminución en las pretensiones de la conciencia de alcanzarse a
sí misma en el largo rodeo a través de la alteridad que suele negar
las peripecias de él. Además, el autor explícitamente escribe
que “intentará mostrar que la signiicación es sensibilidad”926: la
conciencia tematizadora se desplaza hasta la “enfermedad de la
identidad”927, descubriéndose ella como habitada por el Otro: “El
Alma es el otro en mí. El psiquismo, el uno-para-el-otro puede
ser posesión y psicosis; el alma es ya simiente de locura”928. Sin
embargo la dualidad de los elementos que se enfrentan y reciben
en su circunstancia encarnada no se pierde en una asimilación
924
925
926
927
928
DOM, p. 125.
Cfr. Levinas, Entre nosotros, p. 22.
DOM, p. 125.
DOM, p. 126.
DOM, p. 126, n. 3.
427
Mario Di Giacomo
progresiva de lo Otro por el uno. No hay sistema, por lo tanto no
se da una merma entre los términos vinculados que transportaría
hasta lo Dicho la intencionalidad del Decir y de su encarnación.
La diferencia absoluta pensada aquí escaparía de las garras
de un pensamiento sincrónico y sistemático cuyo desenlace es
la negación absoluta de la diferencia. El pensamiento del Decir
signiica así un constante desdecir en el seno de las signiicaciones
decantadas, una violencia (menos violenta) en los recursos del
ser y un viaje más allá de la esencia. Un viaje que, rechazando
los límites esenciales, desea mantener la dualidad, es decir, la
separación, del sentiente y lo sentido, pero una separación que
lleva consigo los estigmas de una entrega incapaz de diluir en
la unidad lo separado. La signiicación corre por aquí como
desnudez, efusión y plegaria, como pasividad, exposición y
hemorragia. Ser para el Otro llega al punto del sacriicio propio,
al punto de la extirpación del conatus. Las cosas no son sólo
necesarias, pues ellas también forjan la gracia del existir; más allá
de la preocupación por la vida está la ocupación en la vida, de una
existencia de dolores y de alegrías. La vida no es Sorge ontológica
de esta vida, la vida es “amor a la vida, relación con contenidos
que no son mi ser, y sin embargo más queridos que mi ser”929.
Respirar, comer, beber, no son funciones ordenadas a un para,
y aunque estén también ordenadas a un para, el para es siempre
posterior a la inmediatez del acto que esos verbos expresan. Lo
diré con Levinas: “Respiramos por respirar, comemos y bebemos
929
428
TI, p. 131.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
por comer y por beber (…). Todo eso no es para vivir. Todo eso
es vivir. Vivir es una sinceridad”930. La astucia de la insinceridad
vendrá luego a cubrir el rostro de dicha inmediatez, arropándose en
la mala fe de quien vive adherido a su propio dorso o encadenado
a la experiencia deinitiva de su propio yo. Hay que analizar ese
acto por el cual la vida se complace en sí misma, por ejemplo,
en el pan que se come sin que la relexión haya entrado a formar
parte de ese movimiento propio del egoísmo. ¿Cómo el egoísmo
que vive de sí mismo se arranca el pan de su propia boca (esto
es, renuncia a su gozo) y se transforma en una donación, en el
cuidado de la desdicha del Otro? ¿Cómo el repliegue sobre sí
del gozo sale al encuentro del Otro, golpeando la plenitud de la
‘identidad sensible’ del sujeto que goza, frustrando la dicha de tal
inmediatez?
De acuerdo con Levinas, la metafísica hallada justamente
en la signiicación de la inmediatez sensible no se satisface
con un estado de reposo, “sino que es precisamente inquietud,
no-lugar”931. La fenomenología, entendida como “vuelta a lo
inmediato”932, es abordada por Levinas desde la audacia de una
“revolución permanente”933, desde el no-lugar que señala la
preeminencia del Decir sobre lo Dicho, anterioridad de la ética
sobre la política y de la justicia consolidada en las instituciones.
Desdecir ambas iguras, política y derecho, revela la rebelión
930
931
932
933
Levinas, De la existencia al existente, p. 56.
DOM, p. 142.
Checchi, Presentación, p. 9.
Ibid., p. 10
429
Mario Di Giacomo
en contra del sitio satisfactorio que ocupan, así como del
aburguesamiento radicado allí: Des prolongements inattendus de
l’éthique lévinassienne dans la politique et la justice à laquelle
je suis nécessaire sont dévoilés dans le premier essai de De Dieu
qui vient à l’idée, lorsqu’il évoque la « révolution permanente »
; ce texte nous permet d’entrevoir comment la lettre peut, aussi
bien que l’esprit, exprimer une possibilité politique idèlement
lévinassienne. La révolution dont il est question ici, consistant à
dédire continuellement la politique au nom de la justice, est menée
contre l’idéologie bourgeoise (en jouant avec le vocabulaire de
Marx) ou mieux, contre ceux qui « «s’embourgeoise[nt]» dans
la présence satisfaite de son lieu»934. Traición, pues, de lo Dicho
al Decir, pero éste se encarga de interrumpir dicha traición; por
tanto, ahora, traición del Decir sobre lo Dicho, negación de lo que
éste ha negado de aquél. Entonces, relación mutua entre Decir
y Dicho, interruption mutuelle935 entre uno y otro, continuación
problemática entre la ética y la política, en otros términos,
alternancia entre uno y otro, tanto cosiicación imposible del orden
de la ontología atada a sus Dichos, como triunfo insostenible de la
anarquía del Decir (del desdecir que en nombre de la justicia rompe
con las satisfacciones de lo Dicho), amarrada a sus negaciones.
Lo curioso de tal vuelta a la inmediatez es el largo rodeo que
ella requiere, por tanto, tal inmediatez se suprime en el perímetro
recorrido, donde nunca se alcanza a sí misma. Ese no-autoalcance
934
935
430
Wolf, p. 373.
Ibid., p. 396.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
y esa diseminación del origen sería precisamente el auténtico
alcance del origen. La vida concreta de una sensibilidad no
menos concreta encuentra su espacio de adscripción en esa utopía
encargada de desacomodar los privilegios de un encierro pequeño
y burgués. Es justamente esa inmediatez el lugar que el Decir
aspira a reparar: el dermograismo de la propia corporalidad, tierra
santa que, no obstante, en su propia traición (lo Dicho, el refugio,
el amparo, Israel), debe volver a rescatarse de sí misma a in de
que la verdadera reparación consista una vez más en el exilio. El
Decir representaría la respuesta neutralizadora a los espantosos
lugares comunes de lo Dicho. Desierto alimentado de su propia
erosión, tierra santa que no es sino desierto y erosión en su misma
santidad: la traición del lugar arraiga en la construcción de ídolos
capaces de preterir la voz que los rescató del cautiverio. El Dios de
nuestras viejas plegarias revierte en sólo plegaria, en una oración
apartada de los recursos amansados del saber. La sola oración de
quien se siente dejado de la mano de Dios es ya la mano de Dios.
Huella de la mano de Dios, siempre lejanía en la cercanía, siempre
presencia en la ausencia. Evidentemente, lo Dicho es la rebelión
contra esa ausencia y las secuelas de una inseguridad arraigada
en el exilio. Y el Decir es la descosiicación o la revolución
permanente que desgasta la penuria de las grandes murallas; en
el Decir se suscita la excepción, es el estado de sitio en contra de
las respuestas preformadas, de los clichés normalizadores y de la
cháchara (Gerede) que junta rostros que en realidad no se hablan.
Apátridas, siempre apátridas, los seres humanos hacen de su exilio
concreto la residencia de la verdad, y ello despierta en nosotros,
431
Mario Di Giacomo
lectores de Levinas, una profunda extrañeza, pero también una no
menos profunda admiración. No es la paz, ni la de los difuntos
ni la de los burócratas, a la que nos invita el sabio tejido de este
discurso siempre en trance de fragmentarse, sino a la inquietud, al
gozo, y al infortunio reparador que rescata del egocentrismo del
gozo. La encarnación en la cual ya siempre estamos es apertura
al Otro (el cuerpo como lugar de la verdad. En Henry, la carne,
incapaz de mentir, es el lugar de la verdad; en la Encarnación
la Imagen aparece en toda su verdad cuando Él mismo viene a
convertirse en aquello que era su Imagen936).
3.8. La política del Decir
Las revoluciones políticas ya no nos convencen, pues han
quedado atrapadas en sus consecuencias terroristas, o la promesa
emancipatoria a la que adherían se ha hundido en la burocracia
y en la experiencia de la represión totalitaria de las diferencias,
de manera que “en ellas se aliena la desalienación misma”937. Si
existe una revolución, ésta no puede residir ni en un formalismo
brutal que tortura los hechos, a in de exprimir una ley universal, ni
en los feriantes de una economía planetaria. El lugar remoto de la
metafísica queda precisado, por consiguiente, en la religión de la
proximidad y en la íntima comunión de dioses disminuidos, cuya
alteridad jamás será suprimida: alteridad insuprimible, porque
nuestro propio manto de piel vulnerable y poroso, donde se escribe
936
937
432
Cfr. Henry, p. 335.
Levinas, Humanismo del otro hombre, p. 116.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
una signiicación anterior a las reputadas signiicaciones, es la
frontera que nos guarda del peligro de un vínculo aniquilador. El
más allá de la metafísica se ubica precisamente en la encarnación
de seres vinculados en su propia separación. El más allá se ha
descubierto en el más próximo de los más acás. El no-lugar es la
vida misma capaz de frustrar su propio egoísmo, escapar de su
repliegue complacido, para así dar(se), arrancando el pan de su
propia boca: generosidad desprovista de voluntad, generosidad
que ni siquiera es generosidad si ésta implica la actuación del
alguien arrancado de sí mismo.
En este marco de comprensión, se trata de “haber-sidoofrecido-sin-reserva y no generosidad de ofrecerse, lo cual sería
un acto que supone ya el padecer ilimitado de la sensibilidad”938.
No debe existir iniciativa en la sensibilidad. Pensando desde el
“revés” del sujeto y desde antes de todo acto volitivo, la sensibilidad
es perpetuamente actuada e impresionada. Sobre ella se gofra
la suscepción de la vida: es el texto de una vida ambiguamente
escrita muchísimo antes de la entrada en escena de los actos
propiamente relexivos, es decir, de la entrada en la signiicación
ordenada (ontología). Trae a colación Levinas en La huella
del otro aquel ayer tan profundo que nadie podría jamás atraer
hasta sí: “El rostro está en la huella del Ausente absolutamente
perimido, absolutamente pasado, retirado en aquello que Paul
Valéry llama “profond jadis, jadis jamais assez” y que ninguna
938
DOM, p. 133.
433
Mario Di Giacomo
introspección sabría descubrir en sí”939. La signiicación migra a
su verdadero origen, la sensibilidad recaptura la signiicatividad
en el contacto y, al margen del ser, se anuncia allí la anarquía
del Bien. No obstante, para que el Bien se mantenga como Bien,
es menester que la obsesión por el Otro no se ije jamás en una
reproducción eidética que haría de la alteridad no más que un
ídolo en la consumación de un conocimiento.
En la huella ve Levinas desvanecerse el pecado de la
idolatría, porque en su presencia constantemente ausente y en
su ausencia continuamente presente se borra la tematización
ilusoria que querría esencializar incluso el chorismós categórico
del ininito. Ininito, empero, radicado en lo humano, en una
separación fundamental que en Totalidad e ininito se anunciaba
como “ateísmo”. Sin duda, la poesía del mundo es anterior a la
verdad de las cosas940; la caricia, el contacto y la proximidad
sólo podrían versiicarse, nunca tematizarse, sólo podrían caer
en el ámbito del puro enunciar, en el ámbito de una palabra que
jamás encierra aquello que enuncia. La caricia es más que el
concepto que la aprisiona, es más, ininitamente, que una cópula
de vocablos prodigada en describirla. Es como si la piel pudiese
saber más de sí escapando del concepto o de la pretensión de
la plenitud discursiva. El adiós nunca cumplido de la caricia se
iniltra en la proximidad, pasando por encima del tema y del
saber, deslizándose entre los hoyos jamás azolvados de las redes
939
940
434
Levinas, La huella del otro, p. 67.
Cfr. DOM, p. 135, n. 10.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
discursivas. La caricia se marcha y no se marcha al mismo tiempo,
vive del tiempo de su consumación y de su acabamiento, que en
ella parecen coincidir, vive del apuro de su propia desaparición,
por lo cual requiere constantemente de un inicio renovado y
agotado a la vez. Ella expresa el hambre de contacto y el tipo de
signiicación incorporado en ésta, “lo tematizado desaparece en la
caricia, en la cual la tematización se convierte en proximidad”941.
En ella no hay mineralización ni fosilización cósica que permita la
aproximación objetivante a eso mineralizado o cosiicado. La piel
no es tema ni se ofrece como cosa a la mirada, sino que se expresa
como proximidad que invita al contacto; la piel no es perspectiva
deslucida, sino palpitación, dios kinestésico inagotable en el mismo
contacto. En el espíritu de las líneas anteriores se puede inscribir
el rechazo de Henry a la contemplación de la corporalidad como
mero objeto manipulable y disponible, exonerado de cualquier
género de sacralidad y pneumaticidad: “Ahora bien, para
nosotros, fenomenólogos post-husserlianos, o sea, no griegos, el
presupuesto cristiano adquiere una signiicación decisiva. No sólo
nos ayuda a rechazar la reducción ruinosa y absurda de nuestro
cuerpo a un objeto, objeto ofrecido a la investigación cientíica
antes de ser entregado a la manipulación técnica y genética…”942,
antes de ser entregado, añadimos nosotros, a la protección liberal
y jurídica de las patentes que de allí resultan. Por lo tanto, esta
clase de intervención no sólo mina el misterio divino (cristiano)
o la metafísica (levinasiana), sino también transforma en simple
941
942
DOM, p. 135, n. 10.
Henry, p. 330.
435
Mario Di Giacomo
comercio eso mismo que, tras la inteligibilidad, es capaz de
sentir, de abrirnos al mundo y revelarnos a él. Porque “no toda
espiritualidad es necesariamente comprensión, verdad del ser
y apertura al mundo”943, la proximidad acoge y recoge en una
modulación opaca al lenguaje ilosóico (aunque luego éste
intente aclararla) la maravilla del mundo.
El agotamiento del discurso es combatido, pues, por el
desdecir del mismo Decir. Anarquía anterior y superior a todo
arché postulado, a todo gobierno consolidado, a la aletheia como
principio sistémico. Por así decir, el analogatum princeps de este
pensamiento es el revuelo, la conmoción, el temor y el temblor. El
verde narrado de los prados que veo nunca será superior al verde
de los prados que veo (desde luego, a menos que la poesía supere
en su elemento la distancia que la visión impone. ¿Puede ser la
palabra que narra a la lor que el amanecer abre más hermosa que
esa lor anunciándose a sí misma en tal amanecer? Únicamente
si la palabra produce una evocación de nuestros propios olvidos
y asombros). En una palabra, la palabra acerca del ininito
toma la palabra para denunciar su propia imposibilidad como
palabra. Impotencia de una obra que deriva inmediatamente en
su contrario: una obra surgida de las vísceras de la impotencia;
“poder hecho de impotencias”944.
En términos de crítica a la política habitual, la inquietud
943
944
436
DOM, p. 142.
Levinas, Humanismo del otro hombre, p. 64. Véase La huella del otro, p. 64.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de los singulares vinculados se expresa de la manera siguiente:
allí donde solamente hay leyes, normas generales y códices
normalizadores, allí mismo la justicia se encuentra en entredicho.
La obligación jurídica parece insuiciente a los ojos de Levinas
para que la justicia entre de veras en el mundo. A su juicio,
“la política debe poder ser siempre controlada y criticada por
la ética. Esta segunda forma de socialidad haría justicia a ese
secreto que para cada uno es su vida…”945. El amor por el Otro
es la justicia sin retorno, desprovisto de recompensa, “no es un
amor que se lanza a lo que es mío. No es el amor ni siquiera
del bien común de la totalidad; es el amor gratuito al Otro como
otro. El amor-de-justicia lo que ama es el bien del Otro y no el
mío”946. Al Habermas de Entre naturalismo y religión le parece
poco exitoso el intento levinasiano de formular una justicia que,
escapando de la sobregeneralización jurídica, quiera rescatar el
valor de las personas irreductibles en su singularidad. Habría,
pues, y creo que esto lo reconoce el ilósofo alemán, la siempre
presente posibilidad en las relaciones cortadas al talle jurídico
un cierto sufrimiento y una cierta violencia debida a la noconsideración del particular en la formulación del derecho; una
vez más, summum ius, summa injuria. Escuchemos qué escribe
Habermas: “el sufrimiento que la violenta abstracción de las
leyes generales ocasiona en las pretensiones individuales de
las personas afectadas. Los argumentos a favor de una justicia
distinta o asistencial apuntan a una dimensión más allá del
945
946
Levinas, Ética e ininito, p. 70.
Dussel, “Para una fundamentación…, p. 25.
437
Mario Di Giacomo
derecho. Una utilización moralmente vinculante que se deriva de
los encuentros personales y nexos comunicativos entre historias
vitales individuales solidariamente interconectadas, avanza
hacia una crítica más ambiciosa del derecho, pero inadecuada.
El derecho debe su legitimidad esencialmente a los contenidos
morales. Pero los órdenes jurídicos constituidos complementan
las orientaciones morales a la acción adquiridas por socialización
también con el in de descargar a los ciudadanos, que viven en
complejas y opacas relaciones, de las exigencias cognitivas y
motivacionales de una moral más ambiciosa. Honneth ha llamado
la atención acerca del peligro de la sobregeneralización. El
cuidado ilimitado de un individuo único e insustituible formulado
fenomenológicamente por Lévinas surge de relaciones cara a cara
en situaciones existencialmente sesgadas, que suelen fundamentar
obligaciones virtuosas positivas, pero son atípicas en relación con
las obligaciones jurídicas”947.
Contra Levinas, Habermas hace valer los argumentos
propios de una tardomodernidad que no ha tenido más remedio
que abrirse a los aluentes morales para enriquecer la validez del
orden normativo, así como al argumento sociojurídico fundado en
la descarga cognitiva y emocional requerida por los ciudadanos
de un mundo hodierno en permanente discordia consigo mismo.
Así recusaría en un solo lance tanto las ambiciones que Levinas
introduce en el orden moral, incluyendo sus sobreexigencias
posiblemente paralizantes, y también el encierro recursivo de un
947
438
Habermas, Entre naturalismo y…, p. 283.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
derecho autocentrado, cerrado a otras fuentes de legitimidad. Para
evitar la muerte por esclerosis del sistema jurídico-administrativo
y la arbitrariedad de un positivismo jurídico despegado del mundo
de la vida (Lebenswelt), Habermas ha intuido que el denuedo
existencial de Levinas, válido para las relaciones cara a cara, no
invita a una institucionalidad a la que las fuentes morales mismas
presten atención o se integren y sublimen en ella. A no dudarlo,
el anarquismo habermasiano es muy diferente del levinasiano: el
de aquél recorre la vida y termina ijándose en sistema (aunque el
sistema ya no se desacople de la vitalidad del poder constituyente);
el de éste recorre la clausura del sistema (lo Dicho) para retornar
entonces al lujo de la vida (el Decir). De donde ha desaparecido
el espíritu, esto es, de allí de donde la pneumaticidad ha emigrado,
hay que desertar sin mayores dilaciones, pues en ese lugar no se
produce más que el espectáculo de un “calvario de interioridades
putrefactas”948 incapaz de admitir dentro de sí reanimación alguna.
De la total objetivación de las relaciones sociales y de la
cosiicación de los vínculos entre los seres humanos no se obtiene
sino una autoexplotación y una heteroexplotación despiadada.
La razón instrumental, en los términos de la dialéctica de la
Ilustración, no expresaría sino la objetivación de un mundo del
cual el ser humano se ha escindido, olvidando así, éste, las cifras
de su propia naturaleza y contrayendo a la misma humanidad
al sesgo de una ratio controladora: el ser humano mismo es
recurso utilizable y disponible, tanto como cualquier otro recurso
948
Lukács citado por Habermas en Naturalismo y…, p. 206.
439
Mario Di Giacomo
que la naturaleza provee, pues lo ente en su totalidad ya no es
más que “signos manipulables ad libitum”949. Vamos a decirlo
de otra manera, con palabras prestadas de Checchi: “La razón
constituyente puede darse un mundo, pero no un auténtico
interlocutor”950. Esa misma razón encarnada en la fenomenología
husserliana no ha podido contemplar el alter ego sino como una
cosa más inscrita en el mundo951. Tampoco, en la vorágine de una
producción lo más eiciente posible, ha sido apta para elaborar
949
950
951
440
Duque, Residuos…, p. 9.
Checchi, Estudio conclusivo, p. 220.
Biceaga, p. 107: No existe una simetría perfecta en el encuentro entre el ego
y el alter ego. Mi cuerpo viviente está siempre presente para mí, mientras el
cuerpo del otro está presente sólo como objeto. Si trasladamos analógicamente el
modelo monádico ego-alter ego a los encuentros entre comunidades culturales,
poco de extraño sería descubrir que al apostolado europeo y a su espiritualidad
dominante incumben, sin lugar a dudas, the ininite goals of reason (Biceaga,
p. 118). Europea más que judaica, la salvación de los extraños pasa por una
espiritualización de éstos por medio de la cultura que el mismo Husserl
representa. La exposición frente al extraño no incurre en el “error” de asimilar
sus prácticas culturales, de comprender y eventualmente hacer propios algunos
valores de su Gemeinschaft, sino, antes bien, en la obligada alienación del extraño
ante la prevalencia y el poder de la cultura europea, no en la autoalienación de
ésta (autoalienación entendida como auto-relativización) ante aquél. Sin lugar
a dudas, este tópico nos abre al horizonte en el cual lo familiar se privilegia
ante lo extraño, lo propio ante lo otro. La alienación no ocurre únicamente en
relaciones interpersonales, sino también en las intercomunitarias; aunque, por
supuesto, los miembros de comunidades simbólicas en cuya autocomprensión
se cierne una supuesta superioridad cultural por razón del dominio instrumental
y de la violencia que éste en ocasiones trae aparejado consigo, suelen negar la
alienness (Fremdheit) of the other (Biceaga, p. 108). Continúa Biceaga, One
can easily see how the Husserlian map of the ideal Europe registers inclusions
and exclusions, which, with the notable exception of Japan, correspond to the
comercial and military successes of European colonial powers (pp. 118-119).
La razón europea se irradiaría, pues, desde el ego comunitario privilegiado y
un cierto “nosotros espiritual” en que prevalecen los ines de la razón contra
otros ines, poco asimilables por ésta. Por eso Adorno, sigue diciendo Biceaga, en
Against Epistemology: A Metacritique, señala que algunos textos husserlianos,
devotos a ciertos ideales, coexisten con una clase de transcendental xenophobia
(p. 119).
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
la contabilidad de reposición (una ética, pues, responsable con
las generaciones futuras) de unos recursos que se deterioran
progresivamente, ni ha sabido cómo discriminar la racionalidad
de los ines, la viabilidad y aceptación democrática de tales ines:
The instrumental rationality of means must be complemented by
a rationality of ends952.
El dinamismo sacriicial del mito ha encontrado acceso
incluso en aquella racionalidad encargada de empujarlo hasta más
allá de sus márgenes, donde dioses y metafísicas vivirían umbrátil
y retiradamente, pues el control de la naturaleza se ha pagado
con una represión de la propia naturaleza interna, y la redención
discursiva de la modernidad se ha encontrado al rendido servicio
de campos semánticos intraducibles entre sí: la fuerza uniicadora
del mito, a ser sustituida por el poder uniicador de la razón, no ha
encontrado en éste sino parcelas multiplicadas y especializadas
discursivamente, difícilmente conmensurables. La condena de
la técnica no ha de ser reducida a una cómoda retórica de los
tiempos actuales, pero la crítica a su hipóstasis pasaría por la
conciencia de que la razón no puede ser angostada a los estrechos
márgenes de una instrumentalización total de la existencia, ya que
las demás dimensiones de la razón poseen su espacio de validez.
Razón lleva Levinas en que la técnica, expresión de una
secularización inexorable, representa la destrucción de los
dioses y del terror que ellos inscriben. La diicultad estriba en la
952
Biceaga, p. 78.
441
Mario Di Giacomo
unidimensionalidad del discurso cientíico-técnico que pretende
ser el nuevo ídolo de los días que pasan y el sentido de éstos. El
terror divino ha sido controlado por la técnica, hemos aprendido
que esos dioses abrumadores podían ser domeñados por el poder
de una razón autosuiciente, comprendiendo de ciertos miedos
que únicamente residían en nuestras almas. Empero, el control
excesivo sobre el mundo humano se ha ido pagando con la pérdida
de sentido y la desecación de las fuentes de sentido. Y el poder
uniicador de la religión, hoy más o menos diluido en Occidente,
ha dejado su sitio a un poder soberano, el de la técnica, incapaz
de cumplimentar el vacío religioso. Tal vez el sentido nuestro,
occidentales, no consista sino en un tipo de saber llevado hasta
la “secularización de la idolatría”953, el secuestro del enigma y
de la parálisis ante la maravilla de ser, poniendo el énfasis en el
portento de una técnica abocada a la producción de cosas, pero al
ser cosas, el ojo del espíritu advierte que “no son gran cosa”954.
3.9. responsabilidad
Ciertamente, el sentido es esa fuente de la cual abrevan
los seres humanos. De ahí que la técnica haya destruido dioses
y vínculos entre ellos y lo humano, “en este sentido, la técnica
secularizadora se inscribe entre los avances del espíritu humano.
Pero no constituye su in”955. No constituye su in, además,
porque, a lo más, ella se inscribe en el mundo antropológico sólo
953
954
955
442
Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 197.
Ibid., p. 199.
Ibid.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
como mediación de otros ines, más que como in en sí misma.
Transformada en in en sí misma, surgiría de nuevo el olvido de las
otras dimensiones humanas hechas para la constitución de sentido.
Hoy, sólo sabemos que vivimos en el fragmento, nostálgicos de la
visita de los ancianos dioses consoladores. Horkheimer y Adorno
aspiraban a pulir la mirada humana para ver más allá de lo que una
determinada vertiente de la razón, en nuestro propio presente, ha
reiicado, como también a “liberar la mirada para los comienzos
arcaicos”956 de una naturaleza que todavía no se ha separado de sí
misma en esa invención (¿reciente?) llamada “hombre”. Esto es
aún plausible porque en la misma mutilación sufrida habla todavía
la huella de una antigua integridad, la huella de un viejo abrazo.
Pero en la incomodidad levinasiana parece difícil encontrar un
ámbito de integridades y completitudes. Aún más, la completitud
(arbitraria) de la esencia ha de ser constantemente desacomodada,
a in de dar pábulo a un mundo otro, a lo Otro de ese mundo
tranquilo, despojado de sobresaltos.
Prevenido en contra de la universalidad discursiva y,
si se quiere, de las éticas formales hechas para restringir la
peculiaridad del rostro y de la interlocución a mero momento
de unas condiciones ideales del diálogo (condiciones generales
de simetría), Levinas señala las diicultades inmiscuidas en la
subrepción de los actos comunicativos emprendidos de persona
a persona, en la aniquilación de precisamente la persona en la
956
Paráfrasis de Habermas a Dialéctica de la Ilustración, en Entre naturalismo y…,
p. 206.
443
Mario Di Giacomo
situación ideal de habla que rige el intercambio de pareceres:
“A un discurso de <<persona a persona>>, imposible por estar
siempre determinado por la condición de los interlocutores, se
opone ahora un discurso que da cuenta de sus condiciones, un
discurso absolutamente coherente que suministra la condición de
las condiciones. Un discurso sin interlocutores, pues los propios
interlocutores iguran en él como <<momentos>>”957.
La razón formal de la ética discursiva es aún un gran
sujeto, a casi, aunque reconozca como inevitable la inserción
de los distintos pareceres provenientes del mundo de la vida.
El gran formato en que ella incurre parecería cuestionar el in
de la subjetividad trascendental iniciado en el siglo XX. La
vinculación a una razón universal, así sea en la universalidad
del procedimiento asumido como cuasi-trascendental rector de
los discursos y de los intercambios comunicativos, suprime la
alteridad radical de quienes se ofrecen simbólicamente. En virtud
de ello, Levinas asegura: “Una razón no puede ser otra para una
razón”958. El adormecimiento de la esencia debe ser combatido
por una obsesión que aquélla ha sublimado o que jurídicamente
ha transformado en ley. La vida así concebida se asume como
maternidad, como gestación del Otro en el Mismo y, por eso,
gestación de sí mismo en la maternidad que ha incorporado al
Otro. La maternidad se entiende como “el llevar por excelencia”959,
pero ella inscribe no únicamente el gemido de las heridas del
957
958
959
444
Levinas, Entre nosotros, p. 38.
Ibid.
DOM, p. 134.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
perseguido, sino las propias entrañas de quien recibe el gemido
del perseguido: el aliento del Otro se inscribe como la cicatriz del
Mismo.
La responsabilidad por la que Levinas clama es colosal. No
sólo aspira a que el receptor de la herida del Otro permanezca
desprotegido (por eso mismo es receptor de las heridas),
sino que esa vida materna asuma “la responsabilidad por el
perseguir del perseguidor”960, una asunción que hace suya
aquello que el mismo perseguidor echa fuera de sí o que él es
incapaz de asumir. Por así decir, el perseguido expía los actos
de un perseguidor ignorante de aquello a lo que da origen. Algo
(o alguien) interviene la libertad de mis decisiones, se escurre
en mí a tergo, “alienando así mi identidad”961. La sensibilidad
se muestra, por lo tanto, como una ciudad abierta que impide
el congelamiento contemplativo del sujeto. La “gloria de la noesencia”962 consiste en un no-retorno del sujeto a sí mismo, en un
perpetuo marrarse, en un constante adiós. El carácter vergonzante
de la persecución es asumido no por quien persigue, apresado
en la esencia de sus convicciones imprescriptibles, sino por el
perseguido, quien comprende –o siente signiicativamente en su
propia piel- incluso la cautividad indolente de su victimario. Las
airmaciones embrutecidas se subsanan en las acciones de quien
las toma para sí en una recepción maternal que muestra el absurdo
de semejantes airmaciones. El sujeto verdaderamente sujeto en el
960
961
962
DOM, p. 134.
Levinas, Humanismo del otro hombre, p. 121.
Ibid., p. 131.
445
Mario Di Giacomo
pensamiento de Levinas se carga incluso con el peso del mundo,
implicándose, para revertirlas en un compromiso sensible, en
las airmaciones que sólo se prodigan en la reproducción de la
estructura víctima-victimario, perseguidor-perseguido. En el
seno de tal responsabilidad, no sólo se substituye la igura del
ofendido, sino también la igura del perseguidor. Es de claridad
notable el texto levinasiano en este sentido: “la maternidad
signiica la responsabilidad para con los otros, llegando hasta la
substitución de esos otros y hasta sufrir tanto el efecto de esa
substitución como del perseguir, incluso allí donde se abisma
el perseguidor. La maternidad –el llevar por excelencia- lleva
incluso la responsabilidad por el perseguir del perseguidor”963.
Borrón y cuenta nueva, la expiación sufriente quisiera redimir
tanto el mal recibido como el mal propiciado, tanto al ofendido
como al ofensor. Id est, reparar tanto el resentimiento como a
quien lo auspicia.
En este deber que no es deber, en esta tarea no voluntaria,
se interrumpiría el circuito del mal que comunica al otro (sevicia,
violencia, omisión) lo hecho en uno. De este modo, nuestra
situación somática iría más allá de una conciencia trascendental
que requiere de un cuerpo que la haga posible, insertada en
el mundo a in de que un gnoseológico dios intramundano
pueda practicar sobre lo sensible la maravilla de sus actos
constituyentes. Los dioses serán intramundanos, incrustados en
un tejido sensible964. Lo sensible, escribe Levinas, maternidad,
963
964
446
DOM, p. 134.
Salvatis salvandis, insertaré aquí lo que Lyotard escribe a propósito de la
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
vulnerabilidad, aprehensión, “teje el lazo de la encarnación en
una intriga más amplia que la apercepción de sí, intriga en la cual
yo estoy anudado a los otros antes de estarlo a mi cuerpo”965.
La encarnación desmiente al gnoseológico dios intramundano
en cuanto origen del mundo: encarnación y carne impresiva son
muy anteriores a la fortaleza de la apercepción trascendental.
Es justamente en el revés del dato relexivo donde obra la
sensibilidad, en el torno que gira en derredor de una opacidad
fundamental: la noesis se instala sobre una obsesión que ya
siempre ha ocurrido, o sea, sobre una desprotección y sobre
una indigencia primeras. Para decirlo con otras palabras, es la
alteridad no susceptible de tema quien dirige la misma actividad
de la noesis; es la signiicación no esencial quien guía las
signiicaciones esenciales; luego, la intencionalidad gnoseológica
se encuentra precedida por una intencionalidad sensible. Por una
opacidad que requerirá del lenguaje ilosóico solamente para
señalar justamente su opacidad. Sin embargo, argumentando
a simili, aunque manteniendo un trecho imprescindible con la
posición husserliana, la misma intencionalidad “será siempre
la distancia, mínima pero insuperable, que hay entre estas dos
instancias”966, entre el sentir y lo sentido: en ambos autores hay un
rechazo a la identiicación entre los términos que se relacionan.
La trascendencia del Otro señala el umbral de una alteridad
que se deiende en contra de la tematización que podría
965
966
Reforma: ya no es menester “encerrar en los claustros la espiritualidad”, ahora se
permite “adorar a Dios en el mundo”. Lyotard, p. 143.
DOM, p. 135.
Checchi, Estudio conclusivo, p. 197.
447
Mario Di Giacomo
prescindir de ella misma, para de esta manera “no desembocar
en la constitución de una determinada objetividad”967. El lenguaje
ilosóico desocultará una realidad viejísima, desprovista por
completo del lenguaje de la esencia, dará cuenta de una autonomía
que precede y posibilita la esencia del lenguaje. Por eso mismo,
no dará cuenta. Y este mismo no poder dar cuenta es el índice
tanto de la imposibilidad del lenguaje revelador, como de la
realidad a la que él inútilmente apunta. En la apelación sensible
la signiicación alora “como testimonio o martirio, inteligibilidad
anterior a la luz, anterior al presente de la iniciativa, por la cual la
signiicación del logos en su presente, en su sincronía, signiica el
ser”968. Cuando por in el ser se entrega a la luz y rinde todos sus
secretos al poder de una conciencia escrutadora, ya ha ocurrido
previamente la exposición sensible del Otro, ya la vulnerabilidad
ha cumplido con su cometido: acogimiento del ser en la obsesión
por el Otro. Es como si la subjetividad de uno la escribiera el
Otro, como si la noluntad inscrita en el acogimiento de éste
se convirtiese en el papel de la propia escritura, de la propia
producción de subjetividad. “Sujeto-origen”969 recusado como
conciencia de sí, rechazado como transparencia que ha iltrado
todas las sombras en el camino de retorno, semejante a la mens
instantanea de Dios, para la cual todo es nunc. Sujeto-origen
carnal, incesante alienación de sí mismo, hospitalidad que lo
arranca de sí, gracias a la cual puede “entregar –sin más remediosu alma para el otro”970.
967
968
969
448
Ibid., p. 199.
DOM, p. 137.
DOM, p. 137.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Ni modo, estamos sentenciados en semejante metafísica
sensible a la maternidad, a abandonarnos sin retorno, a una
encarnación entendida como solicitación y refugio de quien nos
sale al encuentro. La subjetividad de carne y hueso es leída como
“cuerpo sufriente para el otro, cuerpo como pasividad y renuncia,
puro sufrir”971. No es ni siquiera experiencia de sufrimiento y de
proximidad, pues ya la experiencia indica tanto la presencia de una
voluntad como de una gnosis del sufrimiento y de la proximidad
que los liquida como tales. Por lo tanto, no es la comprensión del
ser abierto sobre la luz de un horizonte dado a la contemplación
lo primero, sino la exposición al ser. Casi podríamos airmar que
lo primero es la herida. En el principio, la herida. ¿Pero en esta
reacción en contra del intelectualismo de la ilosofía no aparece
acaso de inmediato una contradicción latente? ¿No brota sua sponte
el intelectualismo rechazado? Si existe un psiquismo irreductible
al saber, ¿acaso esa misma irreductibilidad no requiere de la
ilosofía para saber justamente de su propio carácter? ¿Podríamos
llegar a saber de semejantes lugares psíquicos y ontológicos sin
la intervención de la conciencia relexiva? ¿No hay acaso más
conciencia que la habitual –conciencia de no conciencia- en
este discurso que se ha hecho irme en el enfrentamiento con el
primado epistemológico de la conciencia?
La imprescriptible obsesión por el Otro es la herida del
sujeto que se expone en su Decir. El enunciado de la herida dice:
adsum, heme aquí, aquí estoy, sin coartada y sin reciprocidad,
970
971
DOM, p. 138. El texto entre guiones es nuestro.
DOM, p. 139.
449
Mario Di Giacomo
sin pedir nada a cambio, sin asumir la catástrofe de mi
egocentrismo, incluso sin pensar en que mi egocentrismo sería
mi propia catástrofe y sin que la no-remuneración en mi herida se
circunscriba a la voluntariedad de mis actos de sujeto. En el Decir
el sujeto no entrega el resultado de una gnosis intelectual, pues no
se habla en este marco signiicativo de un pensamiento que sería
noesis noeseos, resultado de abstracciones y contemplaciones que
han desnudado la esencia del objeto sometido a distintos escorzos
teóricos. No. Decir es sinceridad en la exposición, comunicación
como entrega al Otro, no comunicación como entrega de
informaciones, sino como respuesta a la provocación de un
inquilino incómodo972. El propio despertar de mi mismidad devela
el Decir. Soy sujeto y subjetividad a mi pesar, como pasando de
mí, a tergo de mí. La afección del sujeto se exime de solicitar
reciprocidad al sujeto que lo afecta. El sujeto cuya subjetividad ha
instilado en sí un grano de locura en el poder universal de la razón
es incapaz de pensar en la reciprocidad general de la obsesión,
porque, por un lado, ello signiicaría depositar a la sensibilidad en
el viejo juego de las generalidades normativas y ilosóicas, por
el otro, negar la subjetividad del sujeto, esto es, su producción
en relaciones no reversibles. En la irreversibilidad está el sujeto.
Además, el sujeto no solamente está ocupado por su obsesión del
Otro, sino que “también se encuentra obsesionado por la obsesión
que podría ejercer sobre aquel que le obsesiona”973. Una obsesión
multiplicada llega al corazón del sujeto, mientras el ininito
972
973
450
Cfr. Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, pp. 230-234.
DOM, p. 144.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
construye en el ser-para-el-Otro su propia cercanía: la afección
dice sí a la interpelación, sin pensar en la medida común de un
sufrimiento compartido, pues la propia obsesión se convierte a sí
misma en preocupación de la obsesión del Otro ante la obsesión
propia.
Al destruir la simetría de las responsabilidades, Levinas
querría hurtarse del mecanismo universalizador inscrito en las
éticas ya pensadas socialmente. El grano de locura sería, entonces,
la simiente de una reversibilidad siempre imposible que permitiría
rescatar la unicidad de la afección sufrida y de la subjetividad
del sufriente. La herida no permite parámetros comunes. Sin
embargo, este escape ante la ontología y ante sus registros
normalizadores parece no advertir la necesaria universalidad que
entra de contrabando en sus propios rechazos. A saber, aunque
Levinas llame “metafísica” para deslindarse del imperialismo
ontológico a su discurso ético, aunque quiera él exponer el
“más-acá pre-originario de la abnegación”974 y la inmediatez
de una piel, sin embargo el registro de una cierta generalización
parece inevitable al tratar de derivar consecuencias del lugar
trascendental que examina, remontándose hasta él. En su nido de
águilas, Levinas generaliza, aunque revoque constantemente la
simetría, reversibilidad y reciprocidad de las relaciones que el yo
de carne y sangre establece con la carne y la sangre del otro, es
decir, de las relaciones urdidas de herida a herida.
974
DOM, p. 144.
451
Mario Di Giacomo
3.10. La singularidad en cuestón
Ciertamente, no hay forma de engendrar y visualizar la
medida común del sufrimiento entre los seres vinculados en
su diferencia radical: la diferencia entre ellos, una vez más, no
implica indiferencia. Este discurso guarda dentro de sí el semen
de una universalidad siempre posible. La perpetua reiteración
de la diferencia entre las pieles que se frisan, pero no se anulan,
signiica asumir la universalidad de una relación obsesiva por el
Otro que debe poseer algún índice de totalidad: de alguna manera
el discurso obsesionado por la singularidad debe valer para todos
los implicados, valor cimentado en la anarquía preoriginaria de
una ética fundamental. Si no fuese así, la relexión levinasiana
sería válida sólo para Levinas. Asimismo, los vínculos descritos a
partir del acusativo del sufrimiento que implica vivir por y para el
Otro pertenecerían únicamente a la subjetividad del autor lituano.
Sin una mínima perspectiva universal, los textos de Levinas
empecinados en rescatar la singularidad de las personas y de
sus relaciones no serían más que la autonarración del recorrido
vital del autor. Su biografía. Su propia singularidad. Aunque en
el contacto de quienes se tocan en él –en el mismo contactono haya nada en común, no obstante, la relexión acerca de la
no-comunidad entre el Mismo y el Otro se encuentra cautiva
de las fronteras de una universalidad inadmisible, pero siempre
presente. Esto es, dicho con otras palabras, cercada por la esencia.
Además, el grano de locura inserto en la obsesión por el Otro,
¿adquiere o no los rasgos de una universalidad ineludible? ¿Esa
452
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
obsesión sin reciprocidad –o de dudosa reciprocidad- es la gloria
de un espectáculo que se repite indeinidamente en cada yo
interpelado o es apenas un evento ético puntual irrepetible, dado y
cumplido en solamente una de las subjetividades encarnadas? Si
fuese únicamente lo último, entonces, ¿a qué serviría el esfuerzo
de remontarse ad fontes, hasta el no-lugar que hace posible la
vinculación en la diferencia? ¿De qué sirve pensar la arbitraria
“supresión del singular”975 que obra el idealismo gnoseológico si
ese mismo pensar deja de proponer un criterio inexorablemente
universal que rescate de la “supresión del singular”?
A lo mejor en la lucha discursiva contra la esencia se
encuentra el discurso con que no puede huir de la esencia, ya
que el discurso trae consigo una tendencia uniicadora en la
que se constituye. La pretendida autodestrucción discursiva,
de cuyas ruinas parece asomar el singular y su santidad, no es
nunca suicientemente destrucción. Al entrar en el discurso, la
reivindicación del singular, así como la exigencia nominalista
de preservación de los irreductibles últimos, caen en el discurso.
“Un ser situado más allá de todo atributo que tuviera como efecto
el cualiicarle, es decir, el reducirle a aquello que tiene en común
con otros seres, es hacer de él un concepto”976, escribe Levinas
en Entre nosotros. Efectivamente, las personas no son conceptos,
pero sólo se las piensa y se las relaciona a través de ellos, a
través de la perspectiva universal que suele desensibilizarlas en
975
976
DOM, p. 148.
Levinas, Entre nosotros, p. 46.
453
Mario Di Giacomo
un patrimonio común reducido a pasado y a consumación de lo
humano. Cuando lo Dicho absorbe el legado de autorrealización
del hombre, cuando éste pierde su condición in ieri, es decir,
como obra eternamente inacabada, aparece entonces el discurso
impersonal en el cual lo humano se reconoce universalmente y
sobre el cual ya no es capaz de ejecutar su obra de resigniicación,
circulando sobre las supericies textuales e inscribiendo allí la
posibilidad de nuevos sentidos. En este punto, Levinas lleva razón,
sin dudas: “El discurso impersonal es un discurso necrológico”977,
y el hombre, alma muerta.
Como Adorno, Levinas se somete al penoso esfuerzo de
pensar lo no-idéntico, aquello que escapa a las mallas de un
pensamiento identiicante. Pero para eso, el concepto debe, a
su vez, someterse a la penuria de su autodestrucción, sin que de
tal proceso surja necesariamente la vindicación de un singular
pensado únicamente en su indómita singularidad. La aporía
adorniana es insuperable: da cuenta de los límites del instrumento
que privilegia, pero al mismo tiempo pretende obrar más allá de
los límites insuperables del concepto, esto es, que “a la ilosofía
le es imprescindible –por discutible que ello sea- coniar en que
el concepto pueda superar al concepto, al instrumento que es su
límite978”. La dialéctica negativa querría así inmunizarse en contra
de la tendencia abstractiva que busca una semejanza -sin remedio
lejana- de los onta que abarca, volviéndose “hacia lo diferente
977
978
454
Ibid., p. 39.
Theodor Adorno, Dialéctica negativa, Madrid, Taurus, 1992, p. 18.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
en sí mismo”979. Si el pensamiento llega a creer que es capaz de
asimilarse por completo a sus objetos, recrea para sí “el fantasma
de una totalidad”980. Un pensamiento de tal talante no puede sino
ser tachado de inmaduro. Su contrario, un pensamiento maduro,
dice Adorno, cae en conciencia de cuán separado se encuentra
del objeto pensado y de la cualidad constitutiva del concepto, a
la vez órganon y muro del pensamiento: el concepto rompe la
resistencia de la opacidad del mundo, pero al mismo tiempo no
es apto para superar la distancia respecto de aquello que piensa.
Para Adorno, como para Levinas, la ilosofía formalizadora,
ésa que se separa a la materia de su contenido, pensamiento
burgués por excelencia, está marcada “por el celo paranoico de
no tolerar otra cosa que a sí misma y de perseguirlo con toda la
astucia de su razón”981, evitando de este modo cualquier “resto”
que desmintiera el énfasis puesto en la identidad producida
subjetivamente, luego de que del mundo anterior se retirara
un orden implícito, proveniente de la inteligencia divina. La
empresa del conocer permanece así convicta de la libertad del
sujeto, mientras la experiencia subjetiva realizada sobre el objeto
no es sino la deformación que el mismo sujeto ejerce en él, una
violencia contra el objeto982. De las ruinas de un mundo caído
brotaría el pensamiento identiicante, llamado a destruir incluso
aquella diferencia (Dios) opaca al abordaje del pensamiento. Con
979
980
981
982
Ibid., p. 21.
Ibid., p. 22.
Ibid., p. 30.
Cfr. Adorno, Consignas, p. 157.
455
Mario Di Giacomo
palabras de Habermas, el Adorno de Dialéctica negativa pone de
maniiesto con mucha irmeza este momento de lo no-idéntico983,
la salvación de la diferencia frente una asimilación arbitraria
de parte de la rutina de lo idéntico. Así pues, sólo en el plano
de una intersubjetividad indemne se puede preservar a los noiguales de la asimilación a lo igual. Ella protegería al uno de la
anexión por el otro y preservaría para ambos la posibilidad de
“seguir siendo en la cercanía otorgada lo lejano y diferente, más
allá de lo heterogéneo y también de lo propio”984. Sin embargo,
el esfuerzo adorniano, ceñido al concepto mismo y empeñado en
la superación del concepto por medio del mismo concepto, no
hace sino reairmar los muros de éste, en el fondo cegándose para
pensar aquello que le solicita. El resultado de mantener siempre
líquidas las correntías de la relexión sería éste: al pensar en
contra de la coacción de la identidad mediante el verdugo de ella
(el concepto), “lo completamente otro sólo puede ser designado
en una negación indeterminada, pero no puede ser conocido”985.
El rodeo adorniano tiene algo de impensable y paradójico,
concluye Habermas, “captar por medio de determinaciones en
principio generales y, por así decirlo, a través de ellas, la plena
concreción de aquello que no es idéntico con esas generalidades”986.
La no-indiferencia frente a lo individual no puede ser consumada,
por lo tanto, mediante un recurso perteneciente al ámbito de la
983
984
985
986
456
Cfr. Habermas, Entre naturalismo y…, p. 211.
Ibid.
Habermas, Periles ilosóico…, p. 158.
Ibid., p. 156.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
universalidad y de la generalidad. La abstracción da vueltas
alrededor de lo particular o sencillamente lo subsume, apuntando
oscuramente hacia su realidad, pero no determinándola. De manera
semejante a como ocurre al intentar atisbar el sí ininito de Dios,
triunfa irremediablemente la negación, el suspiro ininito de una
contemplación inacabada. También, pues, en el ardor especulativo
de Adorno se arriba a una calle ciega y la solución de continuidad
se hace imposible, porque las prerrogativas del órganon son
insuprimibles. Acaso su empresa demarque negativamente el sitio
de la diferencia irreductible, el tremendo “no” que ésta pronuncia
ante la identidad formal e igualadora permanece inalcanzable.
Ciertamente, si el pensamiento se cierra como sistema, eliminando
lo genuinamente heterogéneo, despreciando todo aquello ubicado
fuera de su jurisdicción, entonces se autolimita y paraliza, y su
aparente dinamicidad se convierte en algo estático.
Tal vez la pura identidad no sea más que el otro nombre de la
muerte; tal vez la captura de la trascendencia en la inmanencia del
espíritu no sea más que la eliminación de aquélla, “al convertirse
en la totalidad de éste”987. Pero permanecer dentro de la rutina
del pensamiento identiicante por no poder renunciar a los muros
autoportantes del concepto, aunque la intención ilosóica se
cargue de negatividad y de disolución de las realidades positivas,
no signiica en efecto superar los límites tantas veces cuestionados,
antes bien, el límite será airmado en su mismo cuestionamiento.
Podrá pervivir “imborrablemente para el pensamiento aquello que
987
Adorno, Dialéctica…, p. 400.
457
Mario Di Giacomo
no es idéntico, que no es pensamiento, a pesar de sus esfuerzos
por borrarlo”988. La borradura probablemente no ocurrirá, pero
el resto supérstite entendido como no-identidad y resistencia a
la identidad abstracta del idealismo no podrá ser efectivamente
comprendido. Creemos que Levinas se hurta a este tipo de
solución al autonomizar la vida sensible como respuesta adversa
a la intelectualizada vida del espíritu y a la epoché ejercida sobre
la facticidad de los existentes, devolviendo con esa respuesta a
la vida concreta todas las prerrogativas que el idealismo le había
sustraído. La epoché es el acto por el cual el yo desacredita
sus propias raíces, pero también es la obra según la cual una
Entzauberung tiene lugar, a saber, un desencantamiento del
mundo, la liberación “de todos los presupuestos ligados a la
airmación acrítica de su existencia”989.
La virginidad de la vida se pierde en la relexión que la
aclara, de modo tal que ella no puede vivir sin ese desloramiento,
sin esa misma pérdida, no obstante, la misma comprensión
efectuada sobre una vida que es derramamiento, abundancia y
generosidad es ya el ejercicio teórico de una violencia. ¿Cuánto
queda de la vida concreta después de haber sido reducida, cuánto
queda de la actitud natural ante la vida? El saber de por sí es ya el
resultado de una epoché realizada sobre la vida, es reducción de
la vida, vida reducida a algo que no es ella misma en su presunta
inmediatez. Para desmontar la concepción tradicional de objeto,
988
989
458
Ibid., p. 42.
Checchi, Estudio conclusivo, p. 215.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Levinas empuña la inmediatez de lo sensible en el acontecer
de la proximidad y en la concepción de la vida como “fruición
perenne”990, para así evitar reducir al ser a su vertiente meramente
teórica: “Levinas equiparará la inmediatez de lo sensible con el
acontecimiento mismo de la proximidad: inmediatez táctil que
evita la conversión de esta última –la proximidad por excelencia
que es la del prójimo- en saber, en visión, en objetivación”991. La
encontrada autonomía de la sensibilidad liberará a ésta de su dócil
inferioridad. La “textura táctil”992, impresiva y sensible, arraigará
en el corazón del absoluto (¿o es ella misma la invención de
un más modesto absoluto?). Esa inmediatez impide el escorzo
(Abschattung), la objetivación de la caricia, desarma la relexión
y permanece en el gozo de la vida. Gozo anterior a la relexión,
resultado de la fuerte inluencia de Heidegger sobre él. Para ser
justos con Heidegger, habría que indicar que el ser-en-el-mundo
precede con creces a su intencionalidad, con lo cual pasa a
segundo plano “el dominio epistemológico al que el fundador de
la fenomenología coninaba en la conciencia”993. Pace Heidegger.
En la singularidad obsesiva conferida al prójimo surge
la catástrofe, el estallido del tiempo: él no ingresa en ninguna
categoría, es más viejo que cualquier a priori conocido, escapa
a la representación y a la fenomenalidad, se rehúsa a la libertad.
Es el estremecimiento de los universales. El prójimo entra a
990
991
992
993
Ibid., p. 211.
Ibid.
Ibid., p. 220.
Gilbert, p. 179.
459
Mario Di Giacomo
mí vida en ese texto primero llamado rostro. Pero si semejante
proximidad es refractaria a toda apuesta categorial y a toda igura
epistémica que permite la constitución de un orden, entonces él
es desorden, o sea, el “desarreglo del tiempo rememorable”994. Él
es el grano de locura por el cual la universalidad del Yo no puede
sino sucumbir. Al adquirir éste la particularidad de su carne y de su
sangre, se hurta al refugio de semejante universalidad. Levinas no
está interesado en ir tras “el aparato de relojería de las almas, con
sus resortes microscópicos, detrás de los rostros que nos hablan y
a quienes hablamos”995, tampoco en las leyes y en las veracidades
estadísticas que en el fondo no hacen sino ignorar al interlocutor,
transformando su rostro y palabras en simples epifenómenos
de una pauta universal superior a ellos. Y si está interesado en
eso, no será sino para denunciar la violencia ejercida sobre la
verdadera producción subjetiva, sobre el auténtico principium
individuationis que larva a la persona. No es la institucionalidad
pública quien se reserva de acoger en sus entrañas a ése que
no tiene sitio, a ése, extranjero y “apátrida”996; soy yo quien,
escapando de la impersonalidad de la razón universal y huyendo
de los subterfugios que me impiden mi propia y personalísima
respuesta a una interpelación no menos personalísima, me
convierto en el refugio y en la respuesta: el refugio es ya la
respuesta a quien ha acudido a mí. Soy el insomnio del Otro. Velo
por el Otro en este insomnio, entendiendo por insomnio “… la
absoluta imposibilidad de inhibirse y distraerse”997.
994
995
996
997
460
DOM, p. 151.
Levinas, Entre nosotros, p. 37.
DOM, p. 154.
DOM, p. 156.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Vela y custodia de un ininito que no deslizará hacia una
mala ininitud, la cosiicada que reaparecería de nuevo como
initud. La “ininitación del ininito”, la gloria, supone un rostro
más que la manifestación de una realidad profunda que haría
perder justamente la densidad del rostro. En todo caso, el rostro
no es sino huella de sí mismo, sacramento de sí mismo, signo de
sí mismo, más que de un Dios oculto del cual el sería apenas un
kerygma. Él es mensajero y mensaje, incapturables en su totalidad
como mensaje y mensajero. Se da y se hurta, corre a interpelarme,
huyendo al mismo tiempo de mí en su misma interpelación. Por
esto jamás es cosiicado, es ésta su textura inaprehensible, una
signiicación carnal transida por la “desmesura del ininito”998.
Caro factus est. Caro salutis est cardo.
3.11. Carne y signiicado
La proximidad en la extranjería de su interpelación es
el texto primero de toda escritura. No obstante, la escritura se
corporeiza, al Logos antecede el logos –o el pathos- de una
signiicación carnal. La conversión en tema de tal signiicación
desvanece el rostro y el modo del acercamiento. Exterioridad de
la illeidad999 y enigma de la trascendencia que sólo el término
“gloria” puede más o menos traducir. El riesgo de la proximidad
impide permanecer ilesos a quienes se aproximan. En la asimetría
de esa exposición y en la gloria del ininito que por ventura sutura
998
999
DOM, p. 158.
DOM, p. 158, n. 35.
461
Mario Di Giacomo
malamente los encuentros “la carne se hace verbo, la caricia se
transforma en decir”1000. Me libero agobiándome, me redimo
abatiéndome: no hay entrelíneas hechas para rescatar un consuelo
escatológico que, en última instancia, destruiría el entramado
ético erigido por Levinas. Ni siquiera la tarde del calvario puede
dar testimonio adecuado de eso que el autor solicita éticamente
del interpelado. En línea con el pensamiento rabínico, escribe
Levinas, la extensión de la responsabilidad con los otros no tiene
límites, pues se es responsable incluso de quienes han solicitado
la propia respuesta. Más concretamente, la responsabilidad se
explana “<<… hasta el punto de estar sometido a la lapidación y
a la injuria>> por parte de aquellos mismos de quienes responde
la responsabilidad”1001. La gratuidad total de la entrega, sin
recompensa escatológica y sin reciprocidad en el más acá, sería
la garantía de un pensamiento urdido desde la total pasividad del
sujeto, pues la gratuidad rompe con todo interés.
La ética viviría así al margen de todo estrecho horizonte de
inalidades y correspondencias, por fuera de las remuneraciones
habituales y de la voluntad ordenadora. El ser no se ilumina desde
una fuente que saca a la luz sus más secretas intimidades; por
el contrario, el ser, llamado aquí “espiritualidad”1002, se brinda al
margen de la luz, en una proximidad opaca que, sin embargo, da
nacimiento al sentido por la no-indiferencia frente al Otro. Tanta
es la no-indiferencia ante él, que llego a ser responsable incluso
1000 DOM, p. 158.
1001 DOM, p. 149, n. 24.
1002 DOM, p. 161.
462
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de la crueldad que él es capaz de obrar en mí al responder a su
solicitación. Responsabilidad por el perseguidor, pues, expiación
de sus oprobios, incluso si éstos vienen a mi propio encuentro: el
sujeto se encuentra en acusativo, heme aquí, sin el recurso posible
a excusarse en el Dicho, es decir, sin fundamento alguno, sin
recursos argumentales que le permitan escapar de un compromiso
contraído antes de la libertad. Al respecto, Levinas es claro y
reiterativo: “el sujeto es rehén”1003, desprovisto de las armas de la
voluntad o de la benevolencia, privado del imperialismo del Yo, de
sus recurrencias y parálisis. “Heme aquí” (¡hineni!) se pronuncia
no-volitivamente ni en el coraje de una decisión deliberada.
¿Por qué el Otro me concierne? ¿Por qué soy el custodio de
mi hermano? Porque la ética está en mí antes de la libertad, porque
existe un compromiso con el Bien tanto en una pasividad anterior
al tiempo y en “la prehistoria del Yo”1004, como en la condición
de posibilidad de los actos morales ya historizados y sometidos
al cálculo y la conmensurabilidad. Sin lugar a dudas, ése es el
vínculo originario, mientras que los vínculos ya elaborados en
una historicidad concreta son subsidiarios y dependientes de él,
“ésa es la re-ligiosidad del yo, ligada originalmente a los demás.
Y sólo esta condición de rehén hace que pueda existir el perdón,
la piedad o la compasión. Para terminar, recordaremos a Paul
Celan: <<Ich bin du, wenn ich ich bin>>“1005. Amarrados a un
contrato ni siquiera imaginariamente irmado, rubricando el pie
1003 DOM, p. 180.
1004 Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 210.
1005 Ibid.
463
Mario Di Giacomo
de página de un documento desconocido, los hombres emprenden
entonces el viaje a través de los percances históricos: las cláusulas
desconocidas de un pacto inmemorial rigen el asilo de las heridas
y la hospitalidad del dolor. El verdadero mérito moral, nunca
buscado ni anhelado, abona esta responsabilidad que toma sobre
sí los males del mundo en sentido enfático, incluso sin hacer
ascos a la herida abierta en mí merced a la herida del Otro ni
rehusarse a los males de un cautiverio obtenido merced a la noresponsabilidad del Otro. No hay mejor pintura de la cruz que
este judaísmo sin Dios. Ésta es la consecuencia derivada de una
proximidad anárquica, desorden del mundo, a cuya llamada no
se puede responder por mediación de ningún principio, de una
idealidad o de un juego de espejos simétricos.
La inmediatez de la proximidad entre singulares está incluso
más atrás que cualquier a priori posible. El singular no se presenta
como el precipitado despreciable de una universalidad que se
sostiene en el sacriicio de las presencias que no son la identidad
misma. La identidad en movimiento es vértigo y vórtice capaz de
arrastrar a la multiplicidad de los singulares a su propia anulación
o a negarlos en función de sus prerrogativas como identidad.
El suplicio de la inmediatez pasa de la amenaza de semejante
vórtice, como pasa de largo delante de un Creador que es todavía
demasiado origen y demasiado comienzo, demasiado esencial
y demasiado homeostático: un Dios en cuyo silencio se repudia
y se explica, al mismo tiempo, la imaginaria intranquilidad del
cosmos En el fondo, el cinetismo de los paisajes se encuentra
464
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
inmóvil; el telón de fondo de la eternidad mira con suspicacia
aquello mismo que lo revela. Dios no es suicientemente exceso,
no es bastantemente inconmensurable, de acuerdo con Levinas. El
origen retrocede siempre ante la palabra que quiere darle alcance.
En Levinas, retrocede más que la ininitamente retirada morada
de Dios. Por consiguiente, el sujeto absoluto debe desatarse de
su condición de absoluto, porque en ella el anudamiento a sí
mismo no hace sino alejar la responsabilidad de ser-para-Otro.
Levinas piensa en una hipóstasis de otro linaje gracias a esa
asignación única a la que se debe responder inexcusablemente
como maternidad, como “gestación del otro en el mismo”1006 en
una alienación que no esclaviza, en un extrañamiento que no se
pierde en el Otro cuya proximidad se acoge. Tampoco concebida
como escisión dialéctica que en el fondo de su noche vive en paz
su identidad, aparentemente perturbada por acontecimientos que
inalmente reabsorberá en la integridad del sistema. El sí Mismo
signado por esta clase de hipóstasis no descansa en paz bajo su
identidad, no es como el mar, en cuyo seno se recogen una y otra
vez “las olas que acaban de lamer la orilla”1007. La irritabilidad,
susceptibilidad y vulnerabilidad del yo no son las correntías de
una voluntad hecha para iluminar los entresijos del ser. Es como
si existiese en la subjetividad una síntesis que admite la venida del
Otro sin intervención de una voluntad mediadora, una “operación
de la conciencia que se efectúa sin el movimiento de relexión que
hace que la conciencia se descubra constituyente”1008.
1006 DOM, p. 172. En cursivas en el original.
1007 DOM, p. 174.
1008 Levinas, Ética como ilosofía primera, p. 15, nota 42.
465
Mario Di Giacomo
La voluntad de posesión está fuera de juego, así como
también el énfasis de una euforia en el cual el ídolo de la
personalidad avasallante se encuentra permeado de un índice
de autoconservación al que la civilización de la ciencia y de la
técnica no hace sino prestar sus métodos de control. La propia
piel es el tejido sobre el cual se asienta el tejido de otra. La
propia piel, como un sudario iterado o como un palimpsesto
constituido de innumerables huellas, calca el sufrimiento de la
exterioridad, no absorbiéndolo y tampoco alienándose a él. A
esto Levinas lo denomina “psiquismo”1009. “Yo signiica heme
aquí”1010, respondiendo por los otros, teniendo de ellos su piel en
la propia piel. El lamed vovnik se multiplica, pierde los límites
de una cifra conferida, pues todos los otros entran en la liturgia
encargada de soportar sobre los propios hombros el universo.
Asignado sin la propia anuencia; es como si en el sujeto ocurriese
algo al margen de él, como si él, en su mayor presencia, en su
mayor capacidad impresiva, no estuviese, se ausentase de sí
mismo y de su voluntad dominadora. Es la “pasividad extrema
de la <<encarnación>>”1011 en un simple estar expuesto, como si
no se pudiese no estar expuesto, como si la propia suscepción no
pudiese negar la invasión de la herida y del contratiempo. Como
si el deber del uno por el Otro no pudiese no tener lugar. El “deber
desborda mi ser, deber que se convierte en deuda y pasividad
extrema más acá de la tranquilidad…”1012. Un deber brota allí sin
mediar ninguna iniciativa.
1009
1010
1011
1012
466
DOM, p. 183.
DOM, p. 183.
DOM, p. 176, n. 12.
DOM, p. 176.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
3.11.1. sabiduría del amor
En la resonancia carnal de la signiicación viene a atisbarse
el absoluto, el misterio ése que ninguna conciencia es capaz de
aclarar del todo. El sentimiento de autopertenencia implica que
el sujeto se desentiende de su no-yo y de la expiación que en
él se pone en marcha. La subjetividad rebelde aquí se entiende
como expiación aquende la actividad y la pasividad, aquende del
nexo que une a éstas. Es decir, la rebelión se suscita sin entrar en
acción una voluntad revolucionaria dispuesta a tomar por asalto
la fortaleza de lo Dicho. La insaturación semántica no se inclina,
pues, ante un termidor psíquico. La subversión, para decirlo de
alguna manera, ya ha sucedido, aunque dentro de las murallas de
lo Dicho la cultura resguarde el modus de su paz voluntariamente
instituida: contrato, juridicidad, compasión administrada. El
imperialismo del Yo es entonces depuesto. Si el Sí mismo está más
acá del dominio y del mando, entonces tomar sobre los propios
hombros la carga del mundo y la responsabilidad incluso por la noresponsabilidad del Otro es la obsesión. El para-sí encuentra, por
lo tanto, el pasadizo que puede llevarlo a los Otros; el para-sí se
hace para-todos. La ofuscada conciencia de sí (für sich) realmente
llegará más hasta sí misma si no excluye la fecunda presencia
en sí de una alteridad que la constituye en la más extrema de las
pasividades. Por consiguiente, esta responsabilidad eximida de las
prácticas colonizadoras de un yo absolutamente emancipado “no
reposa en ningún compromiso libre”1013; es una responsabilidad
1013 DOM, p. 185.
467
Mario Di Giacomo
por el Otro que no puede efectuarse sino sin elección.
Que el para-sí devenga en para-todos signiica el paso
de una conciencia auto-obsesiva a una conciencia entendida
como responsividad. La ética alora cual verdad primera, como
contacto, proximidad y habitación. Como hospitalidad: el Otro
es hospitalizado en mí. Soy el guardián de mi hermano. En su
prehistoria el yo encuentra algo más que su sí mismo. Es decir,
encuentra su más íntima religiosidad: unión y vinculación no
obligadas. Hablando paradójicamente, la pasividad es aquí el
gran sujeto levinasiano. La religiosidad es la huella más antigua
del sujeto, más aun que el Yo capaz de igurarse la conquista
del mundo en los arrestos de una voluntad omnipotente. En esto
consistiría, misteriosamente, la rebeldía del ser pasivo contra la
arrogancia del sujeto constituyente cimentado en una voluntad
arrolladora. Empero, insiste Levinas, “es por la condición de
rehén como puede haber en el mundo piedad, compasión, perdón
y proximidad, incluso lo poco que de ello se encuentra, incluso el
simple <<usted delante, señor>>”1014.
Hemos conseguido, pues, no el límite de la solidaridad,
sino la condición de posibilidad de toda clase de solidaridad
existente en el mundo. Si en la solidaridad burocrática persiste
algo del recuerdo aquel que nos permite ponernos en las suelas
del Otro, es porque existe previamente una solidaridad viejísima
(“substitución”1015) anterior a la memoria, a la anamnesis y
1014 DOM, pp. 187-188.
1015 DOM, p. 188.
468
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
a la intimísima memoria agustiniana. Al funcionariado de la
espiritualidad civilizadora (Dicho) lo anticipa y posibilita una
metafísica disolutiva (Decir). Y ésta permite la recaptura de la
particularidad cuando aquél ha suprimido la autenticidad de
la palabra liberada en la comunicación emprendida de rostro a
rostro. Una comunicación saturada es cualquier cosa menos
comunicación: lo Dicho signiicaría la supresión de la palabra
y de los rostros que en ella se median, o sería la supresión de
los rostros y de la palabra que en ellos se media. Ex ante facto,
la libertad, el Bien, la ética. Tout court: la ilosofía asumida
como “sabiduría del amor”1016 en el raro esplendor de una vida
pascual vivida en la exclaustración y en el sufrimiento por y para
el Otro. El conocimiento es pospuesto, ya que le antecederá la
solidaridad1017. La certeza es orillada desde siempre gracias a
un momento anticipatorio, pues a la autoafección se le prepone
la heteroafección, al monólogo lo anticipa, diuturnamente, un
diálogo o su eternamente inscrita posibilidad.
Quizás, como nos lo recuerda Habermas en su diálogo con
Kierkegaard, en las Migajas ilosóicas se presenta un discurso en
el cual el entendimiento humano es incapaz de pensar la diferencia
absoluta, es decir, de autoofrecerse un concepto adecuado de
Dios. La teología negativa no es más que la necesaria sustracción
de todas las airmaciones posibles de una teología positiva acerca
de lo divino, pero no es entonces sino el perpetuo triunfo del “no”
que salvaguarda lo absolutamente Otro; para que el trinfo del “no”
1016 DOM, p. 241.
1017 Cfr. DOM, p. 189.
469
Mario Di Giacomo
sobre el “sí” se invierta, es menester añadir a la negatividad una
eminencia, a in de que el sí toque por fín la profundidad ininita
de aquello que se le hurta. No obstante ello, el “super” (hyper)
añadido a toda atribución airmativa no es más que la nuez de una
negación habitando en el “sí”, en realidad, socavándolo, lo cual
impide precisar justamente la esencia que querría delimitarse:
cuando más el “no” intenta no tocar la profundidad ininita de la
sustancia divina, tanto más el “no” se aproxima a ella; y cuanto
más el “sí” intenta exactamente lo mismo, tanto más se aleja de
aquella divina profundidad. La automediación humana, inevitable
en la comprensión de Dios, es precisamente aquello que la
impide. Todo ascenso hacia la “diferencia absoluta”1018 precisa de
un entendimiento que no puede pensarla, ésa es la tribulación que
vive en y de esta paradoja. Como el pensamiento no sabe saltar
la diferencia que lo interpela, entonces se llama a sí mismo a un
sacriicio. Autosacriicial, tal vez el entendimiento comprenda,
ahora sí, que debe dar paso a algo distinto del pensamiento. En
la punta de su propio extremo, el entendimiento cae; con él, la
soberbia humana.
El sacriicium intellectus es el consuelo de salir de las
determinaciones initas, no aptas para contemplar el Ininito
mismo. Pero entonces el consuelo se enfrenta a dos vertientes
decisivas: por una parte, desalojada la razón, no queda sino la
asunción acrítica de lo que la Escritura dicta a la conciencia; por
el otro, un registro cercano al misticismo, el cual, por deinición,
1018 Habermas, El futuro…, p. 21.
470
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
es inefable: la palabra no encuentra su propia palabra para narrar
la experiencia de Ininito. Dice Chestov que para Kierkegaard, la
razón y la ética se han transformado, según palabras de Lutero,
en bellua qua non occisa, homo non potest vivere. De ahí nace
la ilosofía existencial, una ilosofía para la cual la esencia del
hombre es existir más que comprender. El ente se examina no
a modo de autopsia, sino que se vive a partir de un trato con las
cosas y el mundo distinto del que establece la conciencia a priori
capaz de remontar la facticidad o la interpretación práctica de la
vida, colocándose allende del mundo que disecciona. Hablando
a propósito de Sein und Zeit, Levinas, pese a los sentimientos
ambiguos que Heidegger despierta en él, no puede dejar de alabar
la virtuosidad de su análisis existencial, vale decir, “la suspensión
de la quididad en la esencia del hombre al concebir esta esencia
como existencia, como modalidad adverbial del acontecimiento
de ser…”1019, desarrollada a partir de ahora dentro de un mundo
originariamente común.
Eritis scientes, dice la ilosofía especulativa, mientras
entroniza la razón como fundamentum inconcussum de la
comprensión del mundo. El arbor vitae ha cedido sus derechos
al arbor scientiae (la concupiscentia invisibilis equivale en
Kierkegaard, comenta Chestov, a la concupiscentia scientiae que
se apoderó del hombre después de la Caída. Pero en realidad esta
concupiscencia invisible habitaba en el hombre ya antes de la
1019 Emmanuel Levinas, “Morir por…” En: Abensour, Levinas, Derrida, Tres textos
sobre Heidegger, Santiago de Chile, Ediciones Metales Pesados, [2006], p. 39.
471
Mario Di Giacomo
Caída; el hombre habría caído, pues, antes de caer). Justamente a
una razón que no ha hecho, en términos bíblicos, sino alejarnos del
Fundamento, haciendo de Él la diferencia absoluta con respecto a
un logos inútil. Tal vez esa distancia entre Fundamento y fundado
que la analogia entis busca desesperadamente consolidar es lo
que mueve al danés a escribir: “¡Es tan horrible (humanamente
hablando) Dios en su amor; y es tan horrible (humanamente
hablando) ser amado por Dios y amar a Dios!”1020. Y sin embargo,
debe prevalecer el Dios de la fe sobre el Dios de los ilósofos,
puesto que sólo Aquél es capaz de vencer las resignaciones a las
que nos llaman la razón y el deber.
Ahora bien, la capacidad metafísica de estar por el Otro
y de vivir por el Otro es la substitución. Cada interpelación es
un portento que fecunda las entrañas del Mismo. Prodigio de un
dinamismo existencial en el cual se prolongará sin dudas el Bien:
la obediencia –pasiva e involuntaria, pero no menos admirableal Bien escondido es la condición indispensable de la ética.
Realmente, el Bien ya siempre nos antecede y nos ha elegido. La
elección voluntaria del sujeto por el Bien historizado (política,
economía, Estado. ¿No normaliza acaso el Estado mediante
prisiones y asilos en el coto clauso de lo Dicho, no se reserva una
violencia aseguradora en contra de los discursos rebeldes?1021)
sencillamente maniiesta aquella elección original del Bien por el
sujeto que lo abre al traumatismo del asombro y de la expiación
1020 Citado por Chestov, Kierkegaard, p. 226.
1021 Cfr. DOM, p. 250.
472
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
por el Otro, “como si el Bien existiese antes que el ser, antes que
la presencia”1022. Incluso el servicio de un aparato estatal que
asiste a los demás arraiga en dicha ucronía y en tal prehistoria.
La religiosidad, también. Por lo tanto, la ética. El número de los
justos posibles se ininitiza gracias al Bien que ya ha ocurrido.
No podemos ni siquiera imaginarnos cuán bastantemente
nos antecede el Bien. Más viejo que la memoria, ésta no será sino
una circunstancia segunda y subsidiaria de eso que el pensamiento
de Levinas intenta inútilmente comprender (si lo comprendiese
con absoluta certeza, lo comprendido sería justamente lo menos
comprendido, puesto que Levinas gusta de habitar entre paradojas,
tratando de intuir los momentos abismáticos a los que repugnan
los prejuicios habituales en los cuales solemos asegurarnos, pero,
al menos existencialmente, también arruinarnos. En Levinas,
certeza y tranquilidad son catástrofes del espíritu, o casi). Aquí,
en el dilatado contexto de la ética y del Bien y de la religiosidad
y de la solidaridad habita una sabiduría capaz de abatir la
autodestrucción inscrita en toda postura relativista. Se le podría
reprochar a Levinas que, aunque no noética y no conceptual –no
esencial-, esta sabiduría incurre en una ancha universalidad o está
convicta del pecado de la generalización tantas veces reprobado.
Si la comunicación con el Otro logra escapar de los angostos
márgenes de lo Dicho y si logra abrirse a la “heteroafección”1023
1022 Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 212.
1023 DOM, p. 193.
473
Mario Di Giacomo
que cuestiona, entonces la vida es asumida como un riesgo a correr.
El intercambio entre las almas comportará incertidumbre. El
océano pierde sus orillas en tales actos comunicativos a los cuales
repugna la saturación semántica. Al despedir la omnipotencia del
Yo, el sujeto es al in alcanzado por el más allá de las clausuras
simbólicas. Es tocado en su suscepción, en su circunstancia
carnal, poterna del dolor, del ultraje y de la desdicha. El logos,
si tuviese parte en este dinamismo de la vulnerabilidad, estaría
a la caza de equivalentes, de ponderables y de conmensurables
entre las faltas y las desgracias. En Levinas, quien tiene como
modelo al Job de la Escritura, no existe semejante equivalencia ni
el cálculo que el logos ha inscrito en ella, pues la ética no se funda
en tales equivalencias. El ábaco que mide la ratio entre culpas y
penitencias, entre faltas y expiaciones, no existe originariamente.
Originariamente, es menester “soportar el universo, carga
agobiante, pero divina incomodidad”1024. Acaso sea esta tarea
la creación del mundo: si la bondad que reside en la suscepción
y en la pasividad permiten desde siempre la apertura al mundo
del Otro, cada visita recibida recrea el mundo del sí Mismo.
Por consiguiente, en esa misma suscepción el Bien ha elegido
antes que cualquier volición. Los actos volitivos presumen esta
originaria elección. El sujeto debe atravesar esta noche para que
al in llegue a su condición habitual de sujeto, fundado en la
voluntad y en el olvido. ¡Pobres ilósofos los adheridos al logos!
Job sería el espejismo de un reclamo, pero también la inversión
de él.
1024 DOM, p. 194. En cursivas en el original.
474
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
3.12. Anarquía
Una ética pensada sin equivalencias implica concebir una
responsabilidad moral sin medida. La suscepción del sujeto lo
coloca en condición de perpetuo imputado. La imputación sin
por qué desarma su presunta libertad de sujeto. De este modo no
existe ni autorreferencialidad ni complacencia dentro del sujeto.
Imputado a su pesar, no puede sucumbir a la tentación de hacer
suyas las acciones por las cuales soporta sobre sus hombros el
agobio del mundo. El “querer quiere dentro de una pasividad
que ese querer no asume”1025, de esta guisa se expresa Levinas
en torno a la noluntad del psiquismo. El sujeto de la noluntad se
convertiría entonces en la noluntad del sujeto: quiere sin querer
y actúa el Bien a su pesar, elevándose involuntariamente en su
propia heteronomía para así liberarse de su autoencadenamiento.
Por decirlo de otra manera, la ética que ya vino a nuestro encuentro
es una ética no de la autonomía, sino la ética de la heteronomía1026,
cimentada en la lor de yeso débil –como una rosa en el desiertoen que se ha convertido el yo (Jabès). El Otro viene a puriicar
mi propia interioridad. Ésta ya no es exclusivamente propia.
Llega a convertirme en su rehén, a ijar en mí mi obsesión por
él, empero, todas estas exigencias de la exterioridad arriban “más
allá de los activos de mi poder”1027. Mi no-poder puede más que
mi poder a los efectos de recrear el mundo. Se es vasallo del Bien.
Asimismo, la abnegación y el sacriicio por el Otro tienen que
1025 DOM, p. 197.
1026 Cfr. Rabinovich, p. 34.
1027 DOM, p. 198.
475
Mario Di Giacomo
ser pensados más acá de la voluntad que tiene en su base a una
persona que sería el terminus a quo y el terminus ad quem de sus
actos. Origo y inis, entonces, están desacoplados de la soberbia
de la libertad y de las intenciones conscientes del sujeto. La
pretensión de Levinas consiste en diluir al sujeto para que la ética
exista; escuchémosle: “Ya la posición del sujeto es des-posesión,
no conatus essendi, sino de entrada substitución propia del rehén,
que expía la violencia de la misma persecución. Hay que pensar
hasta aquí la des-sustantivación del sujeto, su des-reiicación, su
desinterés, su sujeción; en una palabra, su subjetividad”1028.
Cristiicado sin un porqué y ungido a las estaciones de
un calvario asignado sin su anuencia, el sujeto amplía su yo en
la medida en que lo disuelve y deja de airmarlo. Jonás es la
imposibilidad de no ser vasallos del Bien. Cristo en Gethsemaní
es el enmudecimiento de Dios. El silencio suele ser la sangre
de la herida. De allí que si la ética existe no refrenará jamás el
dinamismo del Decir, o, para decirlo en los términos de Totalidad
e ininito, el rostro en su interpelación requiere de una respuesta
no adosada a una tranquilidad sistémica. En un determinado
punto de la solicitud ética, los sujetos vinculados deben hacer
oídos sordos a la totalidad previamente estructurada en la cual se
domicilian. En tal solicitud, la encarnación misma es símbolo del
dolor, del ultraje y de la ofensa. Cuerpo y carne no saben mentir,
lo hemos dicho. El rostro es “ese pedazo de piel absolutamente
honrado”1029 ante el cual la conianza no puede sino alorar.
1028 DOM, p. 200.
1029 Levinas, Entre nosotros, p. 46.
476
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Alorada la conianza en la expresividad del lenguaje y del rostro,
el enunciado teórico podrá nacer al tiempo. Para que el mundo
detenga sus fabulaciones, Levinas ha de detenerse en algún
incondicionado, y éste, más que una “verdad incontestable”1030,
es la conianza gestada en el cara a cara de los interlocutores.
Cuerpo y carne no serían sino a morphé in continual
gestation1031, un dinamismo inacabado capaz de refutar el cierre
simbólico de lo Dicho, en cuyo vientre la historicidad se topa con
sus propios límites. La cultura retorna a un “antes” apto para dar
cuenta de ella, mostrándole su fundamental relatividad. Tal vez
aquí la contraposición entre absoluto y relativo, de un relativo
habitando en el absoluto de la proximidad y de la herida no sea
sino un cierto equivalente de la lucha entre naturaleza y cultura,
o mejor, de un conlicto entre una ilosofía primera y las formas
históricas en que ella coagula, revelándola y traicionándola a
la misma vez. También en este ámbito, citando a Irigaray, mas
salvando las distancias, se produciría un perpetual beginning1032,
la dicha imperecedera de un ser humano todavía capaz de
maravillarse como un niño y de re-emerger en nuevos nacimientos.
Creación y recreación de la subjetividad en esos retornos a la
inmediatez: en la mirada táctil del otro, en la propia impresividad,
en la pasividad fundamental que reposa en uno. La aventura de
Jonás atestigua así tanto la imposibilidad de un desprendimiento,
cuanto la incapacidad de no estar allí ante la solicitud del Otro. En
1030 Ibid., p. 45.
1031 Irigaray, p. 125.
1032 Ibid., p. 119.
477
Mario Di Giacomo
el conferimiento de los límites al sí mismo resuena la diicultad
de un alejamiento. La plena coincidencia consigo mismo pasa por
el autodivorcio de una subjetividad “que se desentiende”. Desde
este ángulo de mira, no hay espacio para el desentendimiento. En
el fondo de uno mismo “obra” esta pasividad fundamental tantas
veces aludida por Levinas, sin la cual la ética entendida como
desinterés, es decir, como iar la propia vida por y para el Otro,
nunca brotaría ante nosotros. La susceptibilidad involuntaria de la
ibra íntima que nos (d)escribe rompe con los mecanismos de una
voluntad que redime sólo contablemente. Aquí, control del gasto,
ahorro, tacañería; allá, desbordamiento, ágape, dilapidación,
posibilidad permanente de que el futuro ya haya enviado hasta
acá sus propios mensajeros.
Suscepción vulnerable, ausencia de insensibilidad, paradoja
del desasosiego: no ser libre para poder serlo, para poder arrimar
hasta la subjetividad herida, con aún más heridas, la gracia de la
hora. La imposibilidad de escapar de Dios, la imposibilidad de
la auto-recreación, el escollo de la huida ante el Otro “duerme
en el fondo de mí como sí mismo, como pasividad absoluta”1033.
Contrariamente al sujeto que no ve en el ser sino la procesión
de su propia inteligencia, el sí mismo se autodeine y amplía
en esa deiciencia prodigiosa implicada en no poder decir
“no” a la exterioridad que solicita. La voluntad halla entonces
la refutación de su autarquía1034, pues la creación humana no
1033 DOM, p. 202.
1034 Cfr. Levinas, Entre nosotros, p. 43.
478
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
procede en primera instancia de los actos por los cuales el sujeto
encuentra su corroboración qua sujeto: al entrar en la historia,
la voluntad y sus obras no necesariamente pertenecen stricto
sensu a su autor, sino también a los demás contemporáneos de
una historia. La signiicación de su propio querer se le escurre o
la descubre más allá de sí, en voluntades ajenas; y el sistema de
las verdades consolidadas terminan por constituir la signiicación
que se desliza subrepticiamente en una voluntad que se tomaba a
sí misma como autárquica. La signiicación viene de otra parte.
Viene de una magníica alienación.
Ya hemos notado que los actos de la voluntad suelen reluir
en un yo ensimismado, porque no hay manera de dejar de lado
a una subjetividad que se jacta incluso de su propia bondad. Si
la bondad se torna consciente o se igura como tarea a realizar,
ella desaparece. Necesitamos, pues, un tipo de alienación que no
se trastoque en esclavitud, un compromiso al que no anteceda
la voluntad de una rúbrica. Antes bien, compromiso que la
pasividad por sí sola rubrica. Compromiso que se rubrica en la
más total pasividad. Si la bondad ha de ser, no será, por ende,
expresión de una voluntad ediicadora; si ha de existir, no
reluirá en el sujeto virtuoso que la maniiesta. Ser uno-parael-Otro implica exonerarse del retorno. En términos éticos,
solamente errancia, nunca reciprocidad. La bondad, luego, hay
que tratar “de pensarla de otro modo que como una decisión de la
voluntad”1035, empero, al mismo tiempo, si bien “nadie es bueno
1035 DOM, p. 212.
479
Mario Di Giacomo
voluntariamente, tampoco es nadie esclavo del Bien”1036. De allí
que del Bien nadie es señor ni esclavo. La negativa a comparecer
frente al prójimo permanecerá torturando en silencio la propia
huida. El sujeto de la obra agatológica se encuentra desposeído y
desnudo, prácticamente ajeno a la acción de la cual él mismo es
destinatario1037.
La máxima producción de subjetividad viene así a concordar
con la máxima no-coincidencia del sujeto consigo mismo; el
autoexilio sería la norma anárquica que, en la exposición y el
desnudamiento ante el Otro, cumple con el mantenimiento de una
subjetividad erigida en la inmediatez de la piel y en la alteración
suscitada siempre por el Otro. Si ahora el sujeto no se enreda
en las diicultades inscritas en una subjetividad trascendental, sin
embargo da la impresión de que una sensibilidad trascendental
toma el lugar vacío de aquella concepción teorética, u ocupa el
espacio crítico de una deserción, ya que existe “una humanidad del
hombre entendido de modo distinto que a partir de la subjetividad
trascendental, pasividad de la exposición, pasividad expuesta ella
misma, Decir…”1038. La idea es fracturar la totalidad mediante
la trascendencia en la aparición de un ser excéntrico al sistema.
“El rostro quiebra el sistema”1039, aparece como deslocalizado
y no obstante le respondo, su palabra y la mía se suscitan por
1036 DOM, p. 212.
1037 “Ser dominado por el Bien es excluirse de la posibilidad de elección, excluirse
de la coexistencia en el presente. Elección por el Bien que no es acción, sino la
no-violencia misma”. Levinas, Humanismo del otro hombre, p. 103.
1038 DOM, p. 214.
1039 Levinas, Entre nosotros, p. 48.
480
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
fuera del gobierno de verdades consolidadas que no hacen sino
repetir lo mismo. La palabra es el ejercicio del testimonio de dos
trascendencias que ni se engullen ni se niegan, antes bien, en
ella se airman recíprocamente. Si el litigio entablado en contra
del teoricismo fenomenológico no desea restituir en su solio a
la esencia tantas veces criticada, ya que el enigma del Ininito
entra a formar parte de las voces de este mundo, ¿cómo entender
entonces “la noche del intervalo”1040 que protege la trascendencia
del Otro en un mundo dérmico y vulnerable, recubierto de piel
incluso en sus íntimos abismos? ¿Cómo impedir que la idea de
expiación por los demás (substitución) llevada hasta su extremo
llegue a ser idea idearum, el signiicante maestro de una ilosofía
resistida a la maestría de cierto tipo de signiicante? ¿Cómo la
actividad más activa del sujeto soberano –desplazando e imitando
a Dios a la vez1041- es absorbida y superada en la pasividad más
pasiva –Incarnatio1042-, en la cual y por la cual el sujeto es actuado
y reobrado?
Pasividad en tanto que signiicación, asilo de una escritura
capaz de alterar el texto de la propia interioridad, virosis contraída
sin remedio, psicosis de un alma carnal por otra alma carnal, cuya
cercanía la deja sin chance para desentenderse de los bastonazos
de un adviento desprovisto de calendario, pues dios se anuncia
cuando menos se le espera. Nunca llega en la fecha de los
1040 DOM, p. 215.
1041 Cfr. Levinas, Entre nosotros, p. 71.
1042 Encarnación: exinanición, desapropiación de sí, autodisminución de lo que se
es, mensaje y entrega.
481
Mario Di Giacomo
acuerdos. El kairós acontece cuando le viene en gana, sin promesa
y sin plegaria. Sin embargo esta heteroalteración signiica que
el Mismo ha sido inspirado por el Otro al interior de una lógica
contaminada, allende la pureza de los lenguajes formalizados. El
lenguaje se corporeiza, echa mano de la subjetividad carnal para
de esta suerte prohibir el descanso en sí mismo. La patria de la
identidad ha muerto de su propia muerte y la exposición del Mismo
deriva sin cesar en su reivindicación. La errancia es el corolario
de una exposición desligada de cualquier tipo de coartadas. ¿Da
pie, sin embargo, este psiquismo del exilio al ensoberbeciemiento
que resultaría de soportar, complaciéndose en ello, el ultraje y el
dolor que vienen de fuera? Es decir, sufrir a lor de piel porque se
vive a lor de nervios y piel, ¿conduce de nuevo a una subjetividad
autorreferencial que encarama virtudes en el vínculo con el dolor
y la herida?1043 No, si la signiicación obsesiva por el Otro rechaza
1043 Hay que preguntarse, a más de lo anterior, si es posible padecer una existencia
en constante carne viva y si la desobediencia a las urgencias interpeladoras
transgreden sin más a una ética que nos convoca a realizarla. La piel ha dejado de
ser una capa protectora del sujeto para transigurarse ella misma en herida (cuasi)
incapaz de negarse al acogimiento de otras. El acogimiento de otras permite, a
su vez, el nacimiento del tiempo. La exterioridad cumple así el papel dual de
imprimir en la interioridad el texto de un dolor ajeno, mientras que el mismo
estremecimiento producido en aquella impresión da al traste con la apaciguada
interioridad de la vita contemplativa, despuntando de allí el tiempo como nuevo
nacimiento de eso que era solamente pura autoidentidad (Cfr. El tiempo y el
otro, p. 124). El homo novus o renatus que adviene nunca se recrea a sí mismo
a solas. Uno no cesa de preguntarse si un alma puede resistir la desmesura de
tantos y tantos embates continuados de la exterioridad, así como si esa misma
alma, un día, después de un sinfín de acontecimientos dispendiosos, luego de
evacuarse de tanto dar a manos llenas, de ser tanto ofrenda como ofertorio, no
cerrará tras de sí las puertas que guardan su herida o dará por terminada su
interminable liturgia. Su vulnerabilidad, más vieja que cualquier memoria, pero
también fatigada de la recurrencia de los visitantes heridos, quizás haga de sí
una ciudadela fortiicada ante la mortiicación de las visitas subsiguientes: la
praxis del martirio habrá de ser interrumpida un día, una vez, un instante, acaso
482
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
absolutamente lo conquistado en lo Dicho, si la piel receptiva se
mantiene en la piel de Decir, incapaz de acudir a los expedientes
convencionales de una cultura sedimentada. La responsabilidad
siempre abierta con el Otro, huyendo de los campos semánticos
establecidos y desdiciéndose continuamente para mejor decir, se
inscribe en la signiicación de una “irritabilidad celular”1044 tanto
en la imposibilidad de cerrar la propia piel a la herida que viene
de fuera, como en la de no fecundar las propias heridas por medio
de las heridas provenientes del Otro. No hay intas ni tácticas de
disimulo, puesto que la exposición es total y la mansedumbre no
sabe de voliciones: “la sinceridad sería, pues, Decir sin Dicho”1045,
derrumbe de los muros semánticos para “retornar a este más acá
de la civilización”1046.
de por vida. ¿Es engendrar el propio inierno dejar de admitir eventualmente la
asimétrica obsesión por la interpelación del Otro y por la ilocución de su rostro?
Ciertamente, la sensibilidad “sabe” leer la trace del Dios oculto en “el semblante
de quienes echan de menos el arraigo” (El tiempo y el otro, p. 48), de quienes
llaman desde la Geworfenheit de su intemperie. Existir perpetuamente en carne
viva es una hermosa solicitud, desde luego. Un bello riesgo a correr, sin lugar a
dudas. Pero también puede encararnos como una monstruosidad. La fuga de este
tipo de sobreexigente plenitud es siempre una posibilidad abierta. La conciencia
puede retirarse tras de sí para dormir. Ciertas clausuras saben vivir tanto del
agotamiento de su hospitalidad como de su cobardía.
1044 DOM, p. 219. Irritabilidad celular-visceral, en el sentido de que todo el cuerpo
y su organolepsis están al servicio de una vulnerabilidad fundamental y a la
respuesta que en ella se inscribe. Tal vez todo el cuerpo nos dispone ya de
antemano a ser vulnerables o el cuerpo se identiica con dicha vulnerabilidad,
antes de que la conciencia entre en acción y de que los datos sensibles pasen a ser
solamente datos para una conciencia. Existe algo así como una independencia
de la dimensión sensible con relación a la dimensión concienciadora del ser
humano. Por allí venimos a ser dioses encarnados en los cuales se funda la
posibilidad de la fraternidad interhumana. Estos pobres cristos ya no vuelven al
Padre, ya no gritan ‘Abba’ en el discurso de Levinas, sino que, en el amor y en
la voluptuosidad, (se) trascienden en el hijo o en el porvenir que ya vino.
1045 DOM, p. 219.
1046 DOM, p. 219, n. 7.
483
Mario Di Giacomo
Pero incluso el más acá de lo civilizatorio quiere encontrarse
más allá de toda antítesis postulada entre naturaleza y cultura:
la misma naturaleza es ya posición, consolidación positiva de
una determinada ontología. El culto a la sinceridad no admite un
simulacro de reparación; es preferible correr hasta una desdichada
inmediatez, aunque sinceramente plena y plenamente sincera, que
mantenerse dentro de las orillas de una realidad demasiado alejada
de un origen felizmente disolutivo. El paraíso como desdicha
se rebela en contra de las osiicaciones (las caídas) del tiempo,
erosionando el sentido del tiempo entendido como tiempo vulgar
y canon cerrado incapaz de admitir variaciones dentro de sí. El
Decir arranca y no deja más que el mismo arrancar, prosodia,
arte, lirismo, liturgia. Pero sin ocultamiento posible, merced a
una asignación más que clandestina. Nexo con el Ininito que
ya se ha ido. Vínculo con un Ininito que jamás ha llegado. La
anarquía viene a poner orden allí donde el orden sacrosanto se
ha convertido en una muchedumbre de irrespirables ortopedias.
El magníico amanecer en la intemperie será preferible a unas
seguridades adscritas a un ocaso continuado.
Para de veras autopertenecerse, el ser humano debería
deshacerse de los elementos icticios de sus bienes habituales.
La exposición al Otro rompe entonces “el secreto del Giges, del
sujeto que ve sin ser visto (…) el secreto del sujeto interior”1047.
Los arcanos imperiales del ego han de ser borrados a in de que la
subjetividad se enriquezca; la aristotélica expresión epidosis eis
1047 DOM, p. 222.
484
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
autò ha de ser retraducida de modo tal que el crecimiento de sí
sea impensable sin la intervención alteradora del Otro. Para sentir
plenamente su existencia actual, el sujeto debería abandonar todo
lo poseído y signiicado, sometiéndolo al vértigo de la asimetría
de esta metafísica anárquica que exige todo (nunca bastantemente
todo) y pide poco a cambio (nunca suicientemente poco).
Subjetividad entendida, pues, como persecución y martirio,
sin morada y expulsada de sí misma y de dondequiera, cuya
pasividad incapaz ya de contenerse en la ex-posición al Otro
estalla en el Decir. La aventura humana de la exposición al Otro
corre a través de la illeidad, de eso que, apareciendo, no aparece,
y, sin aparecer, aparece, que no es nunca totalmente pasado ni
nunca plenamente presente, “que siempre ha pasado ya y no es
tema, ni telos, ni interlocutor”1048. De mi propia pasividad surge
la autoría de mi psiquismo, de mi obediencia a una orden a la
cual no he dado anuencia alguna y que, no obstante, da comienzo
a mi responsabilidad en torno a una solicitación. Pero como tal
solicitación viene del Ininito (illeidad), ella no puede ser recibida
en mí como un tema, sino como el acogimiento que el Bien
ha propiciado en mí, a mi pesar. El orden espiritual y el orden
profético empiezan en el punto metafísico refractario a la captura
temática y a la sincronía de una multiplicidad en un presente
eterno (¿acaso no reconoce Kant que la misma razón posee
ideas que van más allá del ser, ideas a las cuales no corresponde
ninguna intuición, poniendo en tela de juicio la initud al pasar al
plano práctico, plano del deber y de la esperanza, que ocurre en el
1048 DOM, p. 225.
485
Mario Di Giacomo
tiempo pero trascendiéndolo?1049).
En la medida en que obedezco a la orden proferida y me
anuncio acogiendo al Otro, emerjo “de la invisibilidad, de la sombra
en la cual mi responsabilidad podría haber sido eludida”1050. En
esa medida dejo atrás el sortilegio de Giges. El sujeto queda así
descosiicado, evitando que toda perturbación retorne al orden,
cada vez más amplio y complejo: lo aparentemente insólito se
domestica en el sólito mundo de las familiaridades aserenadoras.
Empero, en la parousía de la humildad y de la pobreza, del dolor
y del ultraje, el orden se ve en la diicultad de recapturarse en sus
propias isuras: en esos puntos de fuga el orden se desangra, y
aunque se rompa las vestiduras en provecho de un arreglo más
o menos solícito de sus perturbadoras lagunas, el orden ya no
puede llamarse al orden. El dique roto del orden no será reparado,
pues no hay calicanto para ciertas rupturas. No, al menos, por
ese mismo orden. Mendicantes y apátridas, quienes no tienen un
lugar en el mundo, desbordan la quietud de lo Dicho, mientras
que la humildad que los acompaña supone “una perturbación
absoluta; no pertenece al mundo”1051. La cohesión de los discursos
aseguradores se deteriora en la irrupción visible que trastorna las
garantías del universo (a veces me pregunto, semejantemente a
como los antiguos se se preguntaban quis custodiet custodes?,
¿quién nos asegura de quienes nos aseguran, de sus ininitas
cláusulas trufadas de incontables gazapos, de verdades a medio
1049 Cfr. Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, pp. 75-76.
1050 DOM, p. 227.
1051 Levinas, Entre nosotros, p. 73.
486
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
decir y de servicios no cumplimentables?). La intersubjetividad, tal
como la entiende Levinas, horada la inmanencia sin subordinarse
a ella1052. De la relación intersubjetiva, por tanto, “se eleva
gloriosamente el Ininito”1053. Intersubjetividades inaccesibles por
deinición, sin embargo relacionadas. Subjetividad que recibe una
orden de la otra, llegada hasta ella como un ladrón en la noche,
pero sin constricción, sin dominación: la pasividad que el Decir
inscribe y la exposición desnudísima que en él se aporta depone
al sujeto del Decir, lo desustantiva, como si ya no fuera el señor
ni de sus palabras ni de sus actos. El Decir es la excepción de lo
Dicho.
3.13. Profetismo y justicia
El Decir es una forma de entrega, el yo “es él mismo en
el acusativo sin haber estado en el nominativo”1054, el sujeto no
es comienzo de mundo y tiempo ni autoconsumación en una
historia providencial en la cual las partículas del mal se explican
por el servicio teleológico al que apuntan: entre consumación
y redención no existe prácticamente ninguna distancia, sólo
que esta redención es parcial y lo que permanece por fuera de
esta historia… no posee historia, ni razón, ni justiicación de
ser1055. Hay, más bien, producción de subjetividad en la total
1052
1053
1054
1055
Ibid.
Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 194.
Ibid., p. 262.
Sociologizando la ética de Levinas, Dussel expresa: “Este proyecto tiene un
contenido nuevo, que se revela al que escucha: el pueblo oprimido, pueblo que
se llama bárbaro. Es el polloi de Heráclito, el no-ser. Heráclito niega valor al
487
Mario Di Giacomo
autodesposesión y des-sustantivización de un sujeto ordenado a
esa pasividad que irremediablemente lo agobia con el peso del
mundo. El profetismo de la justicia cabe solamente en este orden
ético, donde del cumplimiento apenas se escuchan las vísperas
y el eco lúgubre de una posibilidad cuyas condiciones deben
resueltamente escapar de cualquier tipo de idolatría. Psiquismo
del alma, el profetismo no sería sino “el Otro en el Mismo,
donde el en signiica el despertar del Mismo por el Otro”1056.
Las latrías empiezan y culminan dentro del tiempo de lo Dicho.
Pero la signiicación profética, el anuncio de la buena nueva y
vulgo, a la gente. La ontología griega es absolutamente aristocrática, mientras
esos polloi (“los más”) son los que tienen la verdad y no los que tienen el único
logos. Porque ese vulgo no es meramente “vulgo”. Si leen el parágrafo 301 de
la Filosofía del derecho de Hegel, piensa como Heráclito. Se dice que el pueblo
o los marginados son lo indeterminado, porque no se les puede racionalizar. Lo
que no entra en el sistema es lo irracional con respecto a la Razón del sistema. En
realidad el pueblo tiene una racionalidad distinta y nueva”. Dussel, Filosofía de
la cultura y la liberación, p. 223. Con ello, desde la lectura de Dussel, plausible
desde mi punto de vista, las categorías establecidas de un determinado sistema
de valores ingresan a una ontología que les concede un estatus eterno (“totalidad
cerrada” la denomina Dussel). Lo otro, ajeno a las determinaciones impuestas
por una particularidad privilegiada, aún no encuentra su palabra ni vive todavía
de la plenitud de un lenguaje reconocido. Queda, entonces, por fuera del
sistema y de su ratio avasalladora, no encontrando su locus racional en ella.
Escuchemos otro testimonio del mismo Dussel a partir de un diálogo sostenido
con Levinas: “Hablando personalmente con Levinas en París a comienzo de
1971 pude comprobar el grado de similitud de nuestro pensar con el del ilósofo
francés, pero al mismo tiempo la radical ruptura que ya en ese entonces se había
producido. Me contó cómo las grandes experiencias políticas de su generación
habían sido la presencia de Stalin e Hitler (dos totalizaciones deshumanizantes
y fruto de la modernidad europeo-hegeliana). Pero al indicarle que no sólo la
gran experiencia de mi generación sino del último medio milenio había sido el
ego de la modernidad europea, ego conquistador, colonialista, imperial en su
cultura y opresor de los pueblos de la periferia, no pudo menos que aceptar que
nunca había pensado que "el Otro" (Autrui) pudiera ser "un indio, un africano o
un asiático". Vid. Enrique Dussel, “Palabras preliminares”. En: Dussel y Guillot,
Liberación latinoamericana…, p. 8.
1056 Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 238.
488
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
el clamor por la fraternidad tienen que venir de otro tiempo y de
otro lugar. Quizás de ese tiempo y de ese lugar que jamás entran
en sincronía con la initud, de esos ámbitos en los que el ejercicio
de desdecir(se) lo Dicho1057 signiique la aurora de una realidad
que perpetuamente tiene que ser revolucionada. Desbordado por
el Decir, lo Dicho querría encostrarse en sus sentidos, pues aquél
más que comunicación de verdades y fenómenos, de enunciados y
de Sachverhalte, “es una no-indiferencia ante el otro, susceptible
de signiicación ética a la que se subordina incluso el enunciado
mismo de lo Dicho”1058. Éste se descosiica en una relación que
no se absorbe en un nuevo Dicho, en la certeza de una nueva
costra semántica, pues aquí la asimetría de la comunicación entre
las subjetividades no se homogeneiza en una verdad sublimada,
sino que se mantiene al interior de una “intriga de sentido”1059.
La relación entre subjetividades coloca a la escucha del mensaje,
pero la relación entre trascendencias (Ininito) debe demorar
eternamente la demostración de su sentido, el cual sentido es
siempre un exceso, “testimoniar al Ininito en la historia no es
pro-poner una palabra que lo exprese como tema. Testimoniar
al Ininito es ex-ponerse en su persona por la praxis que
maniiesta”1060.
1057 “El Decir no es, pues, la comunicación de un Dicho” (Dios, la muerte y el tiempo,
p. 228), lo Dicho sirve a la evasión de la propia responsabilidad, mientras que
el Decir “es una entrega de la comunicación” (ibid., p. 230), o, tal vez mejor
expresado, una entrega en la comunicación, un “hablar para no decir nada”
(ibid.), la respuesta a un “profundo antaño” (ibid., p. 231) que viene hasta mí en
la interpelación formuládame en el rostro del Otro. En el Decir el sujeto afectado
dice, sin manera de no decirlo, sin intervención de sus ganas: heme aquí, heme
aquí, inquilino incómodo, sumamente incómodo, heme aquí, pues, Ininito.
1058 Levinas, Fuera del sujeto, p. 156.
1059 Ibid., p. 155.
1060 Dussel, Filosofía ética latinoamericana V. Arqueológica…, p. 121.
489
Mario Di Giacomo
En este marco de comprensión, vamos captando una
fenomenología que halla sentido en lo no-cognoscitivo; el
sentimiento, la sensibilidad, también lo poseen, cobrando cuerpo
por aquí la relación ética y la fraternidad entre los hombres. Así,
pues, “el Ininito se desmentiría en la prueba que lo inito quisiera
dar de su trascendencia, entraría en conjunción con el sujeto
que la haría aparecer. Perdería su gloria. La trascendencia debe
interrumpir su propia demostración”1061, el profetismo fenecería
justamente allí donde la initud erija sus ídolos temporales.
Parece que el profetismo y el Decir se bienquistan, puesto que
los excesos signiicativos del uno y el otro comparten el mismo
destino y la misma vertiente hacia una justicia que siempre
ha de escamoterase para ser genuinamente justicia: There is
a memory of the Bible in the justice borne by that word. This
means, concretely, in Europe, the endless requirement of justice
hidden behind justice, the requirement of an even juster justice,
more faithful to its original imperative in the face of the other1062.
El rostro del Otro es el lugar del profetismo, apareciendo como
“huella o sombra de sí mismo”1063, pestañeando más allá de la
conciencia deseosa de englobarlo: ectoplasma de sí mismo, el
rostro como epifanía viene y se va al mismo tiempo, se disuelve
al aparecer, gofra, fuera del contexto de un tema, su solicitud en
la suscepción de otra piel. La morada del Ininito consiste en la
cercanía perturbadora del Otro y de la aventura a la cual invita.
Aventura a la cual él ordena. Orden a la cual, a mi pesar, siempre
1061 DOM, p. 230.
1062 Levinas, In the time of…, p. 135.
1063 DOM, p. 233.
490
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
a mi pesar1064, siempre pasando de mí pero a través de mí, como
si mi respuesta interiorana no se debiese a mí mismo, respondo.
Si actúo coram Deo es porque actúo (o soy actuado), siempre,
coram homini. El Dios buscado no es ya el Summum Ens de la
ontoteología, la imagen quieta de una initud en movimiento.
Si Dios ha de entrar en el mundo, mas no en una secta, en una
Iglesia o en el hastío de los templos, entonces su trascendencia
debe ser escuchada al interior de una initud de la cual, empero,
la trascendencia no se ha separado. Trascendencia en la initud
y trascendencia en el vínculo capaz de expresar la proximidad
más próxima entre el Mismo y el Otro y, a su vez, un intervalo
insalvable. El Dios buscado en Dios, la muerte, el tiempo, como
en el pensamiento de Levinas en general, “signiica de forma
inverosímil un más allá del ser”1065, un dios acaso disminuido,
un dios vulnerable, cuyo límite es la piel1066 en que se recuperan
dentro del tiempo la trascendencia y su racionalidad “otra
racionalidad y que sería la racionalidad de la trascendencia”1067,
posible únicamente gracias a la vela permanente del corazón.
Gracias al insomnio.
Pero aunque este discurso se ha resistido al orden del
cálculo, de la conmensurabilidad y de la simetría, ¿no entra él
1064 “Simplemente, el otro nos afecta a pesar nuestro, y esta pasividad es la
subjetividad del sujeto”. Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 220.
1065 Ibid., p. 243.
1066 “El sí mismo no es un yo encarnado y además su expulsión de sí mismo, sino
que esta encarnación es ya su expulsión en cuanto tal, su exposición a la ofensa,
a la acusación, al dolor”. Levinas, Entre nosotros, p. 77.
1067 Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 244.
491
Mario Di Giacomo
subrepticiamente en el orden rechazado debido a la intervención
ilosóica que desea justamente pensar –convertir en tema- lo que
se encuentra más allá de ser? Al retornar al logos a in de dar
cuentas de la utopía y de la ucronía que subyace al mismo ser,
o para señalar el punto de fundación de una memoria anárquica
anterior a los lazos del ser –ontología-, ¿no concluye Levinas
por reivindicar justamente aquello que habitualmente se asocia a
la relexión en torno al ser? “¿Hemos sobrepasado, por tanto, la
prioridad del plano teórico, de la esencia y de lo Dicho?”1068. ¿No
se reengendra acaso la universalidad al interior de un discurso
que supuestamente la ponía en entredicho? ¿Este discurso no
conirma acaso lo que ha reprobado?
Ni modo, da la impresión de que resulta ineludible un pacto
entre el Decir y lo Dicho, entre la ética y la política, entre la
metafísica y la ontología, aunque la metafísica se reserve para sí
una cláusula del todo innegociable, capaz de engendrar de sí el
movimiento de la historia osiicada: su obediencia a la anarquía
(¿a los momentos constituyentes, a los actos refundacionales?) y
al profetismo, entendido éste como corrosión de la tiranía que todo
presente estático no deja de comportar. El acopio del presente no
deja de salir hacia otro nacimiento: la evanescencia del presente
mientras es presente, el retorno del pasado por medio de una
invocación en el presente y la proyección del presente en lo que
habrá de ser son la manifestación de una temporalidad inquieta, no
dispuesta a reposar sobre sí misma. La injusticia denunciada en el
1068 DOM, p. 233.
492
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
profetismo del desdecir constituye su ruptura. La trascendencia se
engendra a partir de un movimiento que jamás cesa. Interrogar la
oscuridad mediante el recurso de la luz –logos-, convirtiéndola eo
ipso en tema, signiicaría sin embargo no que el sujeto se absorba
en el tema que lo muestra y engulle a la vez, sino la vindicación de
una dimensión hurtada al plano teórico del ser del cual la ilosofía
ha hecho el asador donde coloca toda su carne. Pensar más de lo
que se piensa esboza de algún modo la extraña autonomía que se
resiste al imperialismo del logos, señalándole sus límites. Pero
esa autonomía entra a su vez en el juego de una universalidad
rescatada no en el oicio de una razón que pretende valer para
todos los auditorios posibles, presentes y futuros, sino en el ámito
de una vulnerabilidad y una pasividad que fundan el vínculo ético
no absorbente con el Otro. En Levinas la soledad es, en última
instancia, salvadora: “<<Gracias a Dios>> yo soy otro para los
otros”1069. La interlocución no suprime esa radical alteridad, ni
siquiera en el pretendido encuentro de un logos, del Logos, de
la Historia, que aplanaría la diversidad que los media: “En la
comparación de lo incomparable estaría el nacimiento latente
de la representación, del logos, de la conciencia, del trabajo, de
la noción neutra, del ser. (…) A partir de la representación se
produce el orden de la justicia, que modera y mide la substitución
por mí al otro y que restituye el sí mismo al cálculo”1070.
1069 DOM, p. 237.
1070 DOM, p. 237.
493
Mario Di Giacomo
Como se ve, el orden de las conmutaciones llega siempre muy
tarde y después del orden metafísico que la ilosofía de Levinas
esboza. Todo aquello anotado en el interior del orden institucionalcultural se desliza como causa secunda de una justicia que ya
hubo llegado antes de la producción jurídica positiva. El orden
positivo –lo Dicho- petriica en una relación de corte institucional
justamente lo que se encuentra por detrás de ella, “detrás” que
le otorga paradójicamente un fundamento disolutivo. Lo social,
aparentemente fundado sobre sí mismo, descubre su fundamento
abismal, recobra la cordura a in de evitar su propia muerte. La
initud se rejuvenece en esa dimensión metafísica capaz de hurtarse
al libro, a la técnica y a la ciencia, y a la política de la igualdad
y de la equidad. El Estado no provendría por consiguiente del
hobbesianismo más perfecto, tampoco de la necesidad acuciante
del monopolio de la violencia y de su ulterior administración,
sino de aquella prehistoria según la cual el vínculo responsable y
no-recíproco gestado en la más completa pasividad nos permite
ser por y para los otros. Pensar la política de una forma distinta a
la del conlicto fundacional signiica exponer la signiicación de
la vigilia por el Otro, la santidad como “posibilidad de sentir más
intensamente el ser-para-la-muerte del Otro que mi propio ser
para la muerte”1071, es decir, no abandonar al Otro en su soledad
mortal, cuidar de él en su vulnerabilidad extrema y en su extrema
separación1072. Él me incumbe en su insuperable separación.
1071 Levinas, La huella del otro, p. 102.
1072 Levinas, Ética como ilosofía primera, p. 18.
494
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Sin embargo, la violencia del ejercicio de la
conmensurabilidad entre no-conmensurables aparece en toda
su necesidad. Alora la política, la contabilidad, el cálculo, el
conatus. Luego, el Estado respondería a una exigencia ética
constituida en un pasado pre-original y más que anárquico: de
un vínculo con una Illeidad desbordante, del nexo con un ininito
que se acoge como enigma y trascendencia, recibido en su
separación. Expulsados los temas en tal vínculo, no derivamos
sin embargo en un relativismo que nos conduciría al garete
hacia quién sabe dónde. El énfasis universalizador frente al
tercero se llama a capítulo en el “antes” de una metafísica más
vieja que cualquier recuerdo: la justicia equilibrada entre los
hombres sometida a las contabilidades institucionales signiica
los mínimos requeridos para que una sociedad paciicada sea
todavía posible. No obstante, la justicia, la verdadera, descansa en
el rigor anárquico de las inconmensurabilidades y las asimetrías
existentes entre los hombres. Y no hay tasa apta para dar cuenta
exhaustiva de la relación interhumana marcada por una huella,
huella de lo que ha pasado o de eso que nunca pasó. De eso que
es nunca totalmente presente, de eso que, como enigma, deja
una huella, solamente una huella, dentro del conocimiento y, por
ende, despacha las soberbias esenciales del tema en la misma
gloria de una presencia escurridiza. Relación que tiene lugar
no en la luz, pero que rompe la propia soledad, “la relación con
otro no es una relación armoniosa de comunión, ni empatía por
la cual podemos ponernos en su lugar; la relación con otro es
495
Mario Di Giacomo
una relación con un Misterio”1073. Como Dios, el Otro no cabe en
ningún tema ni en la traición propiciada por lo Dicho, pues él se
da y en su mismo darse se oculta1074. Sin embargo, en la relación
interhumana (cuasi-divina, diríamos nosotros) Levinas encuentra
una universalidad todavía viable. Universalidad sensible nos será
lícito llamarla, el espacio de adscripción de una ilosofía entendida
como “… medida aportada al ininito del ser-para-el-otro propio
de la proximidad, algo así como la sabiduría del amor”1075.
La ilosofía está, pues, al servicio del Decir. Pero al estar
al servicio del Decir se hallará al mismo tiempo al servicio de
una humanidad cautiva de sus propios olvidos. No quiero decir
en este punto que Levinas se reduciría a sí mismo a la semántica
de aquella expresión husserliana de acuerdo con la cual los
ilósofos son funcionarios de la humanidad. Creo que no existe
nada más lejano al espíritu del autor lituano que una burocracia
espiritual. Puesto que “ni el realismo ni el idealismo, hermanos
gemelos, tienen derecho de primogenitura”1076, la ilosofía debe
correr siempre más lejos que ellos, justamente hacia la humildad
(sensibilidad) que ellos han señalado pero jamás reivindicado
capitalmente. Habitualmente, la sensibilidad humana ha sido
colocada al servicio incondicional de facultades más elevadas.
Levinas recupera de la sensibilidad su vida propia, su autonomía
y su poder incluso en la impotencia. “La fuerza de la verdad
1073
1074
1075
1076
496
Levinas, El tiempo y el otro, p. 116.
Cfr. ibid., p. 120.
DOM, p. 241.
DOM, p. 242.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
trascendente radica en su humildad”1077; Dios, al encarnarse,
vive peligrosamente, tanto en los percances indudables de toda
corporalidad, como en la rabia que engendra al escribir sus líneas
en el perpetuo amanecer del Decir, retando de este modo a los
burócratas que custodian en la ley inmutable la verdad pasajera
de un Dicho: si vive en uno mismo una proteica prostituta, ¿quién
soy yo para apedrearlas? Si una mismidad no se abre al Otro, ¿por
eso dejará de ser una prostituta, o será, más bien, la mayor de
las prostitutas aun en la rabiosa lealtad en la cual se inmoviliza?
¿La adhesión idelísima a una muy humana promesa disuelve de
inmediato toda posible prostitución del espíritu? ¿Una idelidad
exagerada a ciertas rutinas y unas sólitas fronteras en las cuales
guarecerse de continuo están a salvo de semejante crítica?
3.14. Kenosis
Da la impresión de que únicamente un yo desengañado
es susceptible de emanciparse por mor de sus permanentes
cuestionamientos. El Decir disuelve así la ley, tanto de la mismidad
de la esencia, como de lo humano que permite la cohabitación
de muchos, modus de la esencia. En realidad, mal que bien,
dice Levinas de acuerdo con Blanchot, “la interiorización de
cualquier ley hace que se pierda la Diferencia”1078. Habría de
mantenerse viva la llama de la Diferencia a in de que el mundo
no duerma sobre sus dos orejas, de que la totalidad jamás pueda
llegar a ser total y de que el riesgo de la trascendencia siga dando
1077 Levinas, Entre nosotros, p. 74.
1078 Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 263, n. 178.
497
Mario Di Giacomo
bastonazos a las puertas cerradas desde su interior. Contra toda
historicidad recursiva y contra todo repliegue íntimo del alma
sobre sí misma, la misma clausura de los cánones guardados en
el tiempo revela su no-verdad. Al pasar revista a la humildad
sensible y al poder disolutivo (por no-poder) de la pasividad, la
ilosofía se autocomprende como el análisis de un vínculo añoso
y marginal, un auténtico parricidio, dispuesto a lesionar las
iguras del retorno cuya base es un yo plenamente autocentrado:
el vínculo de la humilitas y de la no-indiferencia con el Otro. ¿La
misma noción guardada en la ensarkosis de Dios no nos revela
acaso el secreto de la identidad pura, en el sentido de ser ella
inexistente? ¿Hay aquí una kenosis enmascarada, de tal suerte que
el yo involuntariamente se despoja de sus atributos imperiales,
de manera semejante a un Cristo revestido de debilidad1079?
Un Dios frágil sería la más sólida de nuestras invenciones. La
diferencia fundamental en este vaciamiento e inanición del yo
humano y del Dios que renuncia a su plenitud es, justamente,
la voluntariedad del acto: en el caso humano, el abajamiento
no resulta de una libre decisión, a diferencia del acto divino.
Pero ambas acciones kenóticas guardan dentro de sí un mismo
propósito, el de dejar espacio al Otro, permitir que el Otro se
maniieste y actúe en el espacio de donde el Yo se ha retirado y
de donde Dios se ha autodesterrado. Lo humano “hace espacio”
pasiva e involuntariamente; lo divino se obliga a dejar espacio
al Otro, librándose de su asixiante omnipotencia. Escribe Van
1079 Cfr. San Agustín, Obras completas. Sermones (4º) 184-272B, Madrid, BAC,
1983, sermón 239, 7, p. 448, tomo XXIV.
498
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
Riessen: To both connotations of kenosis (the kenosis of God and
the kenosis of the subject) Levinas gives a spatial meaning. And
space is what connects the two. Kenosis is the event in which
God and man make room for each other. Creating space, making
room for the other is the moment for Levinas at which “the sacred
happens.” The sacred can only happen if there is an empty space,
if not all meaning has been illed by an omnipresent God or a self
that strives to maintain itself. Kenosis is the event in which God
makes room for human action, according to the in sight of Haim
of Volozin. Conversely, the human being is “a place of God” for
Levinas1080.
La causa de Dios por el aligido, por el menesteroso, por
quien se halla cubierto de oprobios, ¿no airma acaso “la idea
de la sustitución”1081 y de una subjetividad siempre expuesta ante
el Otro? Un dios encarnado relejaría también una subjetividad
vulnerable. De allí que Levinas perciba a la ilosofía como
“sabiduría del amor al servicio del amor”1082. Amor, empero, sin
obligaciones ni asixias, amor como aventura y exposición. Sin
embargo, en la extrema exposición (pasividad) de quien será el
rehén del Otro y en la producción de subjetividad a partir de la
soufrance por el Otro, no deja de resonar el eco lúgubre de una
impersonalidad recusada: al anular toda voluntad en una pasividad
extrema, el sujeto parece haber perdido toda iniciativa qua sujeto,
presentándose así como el objeto de una ocurrencia. El “a su pesar”
1080 Van Riessen, pp. 207-208.
1081 Levinas, Entre nosotros, p. 76.
1082 DOM, p. 242.
499
Mario Di Giacomo
señala la máxima exposición del sujeto (kenosis1083) y, a la vez,
es el emblema de que se está a merced de fuerzas impersonales:
“… la <<difícil libertad>> de Levinas obliga a que el hombre
sufra, a que padezca más allá de toda pasividad la experiencia,
no de abrirse, sino de ser abierto, de ser rajado de parte a parte
por autrui, a través de la illeité, de esa misteriosa divinidad
impersonal (no sin el escalofrío de comprobar cuán cercana está
esa <<contravoz>> al tenebroso il y a)”1084. El escalofrío de que el
inierno (negación de la responsividad a quien clama, siendo esta
negación un acto propio de la voluntad) y la gloria (convertirse en
rehén de quien clama) sean prácticamente lo mismo, o peor aún,
de que la gloria supere con creces los padecimientos del inierno.
En el momento en que la ilosofía advierte el sentido de
lo tachado como sinsentido y de eso que habitualmente ha sido
segregado, en el instante de una diacronía fundamental incapaz de
rescatar en un presente todos los pasados posibles y memorables,
en el parpadeo del resto que escapa a la totalización avilantada
del sujeto trascendental, bien en el Ser, bien en la Ciudad, allí
1083 In “La Substitution” the subject manifests itself as kenosis. It is not primarily
seeking the consolidation of its own position, but it denudes itself before the
other. This is an important motif that recurs time and again in Levinas’ later
works, where subjectivity is described as substitution and responsibility. In
“Dieu et la Philosophie,” a thought-provoking essay on the relation between the
notion of God and philosophical thought, he writes on this subject: Pas de repos
pour soi à l’abri de sa forme, à l’abri de son concept de moi! Pas de condition
fût elle celle de la servitude. Sollicitude incessante de la sollicitude, outrance
de la passivité dans la responsabilité pour la responsabilité de l’autre. Ainsi la
proximité n’est jamais assez proche; moi responsable je ne inis pas de me vider
de moi même. Van Riessen, p. 204.
1084 Duque, Residuos…, p. 33.
500
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
mismo ella, la ilosofía, se transforma en “… la conciencia de la
ruptura de la conciencia”1085 o en la conciencia de que no toda la
ceniza renace integrada a una nueva totalidad. La ediicación de
la paz y de la ciudad son posteriores al riesgo del acogimiento, al
enigma del Bien que ya siempre ha movido: ser para y por el Otro,
renunciando a la propia igura para morir en él constituiría de esta
forma la signiicación previa a la signiicación desarrollada en el
plano del ser. A los ojos de Levinas, “el origen y la posibilidad del
concepto no son el pensamiento del ser sino la donación del mundo
al otro completamente otro”1086, y la autodonación del Mismo en
esa donación en la cual la palabra ha huido de la violencia de
lo Dicho. El sentido que en el ser se agavilla tiene como igura
previa el sentido diseminado de la trascendencia, es decir, el
sentido que arruina una colección de datos sistematizados en el
libro. La dispersión antecede al viejo trascendental denominado
unum. Los dioses cercanos entre sí son aún más viejos que la
unidad integradora, sea ésta una unidad descubierta (unum), sea
ésta una unidad producida (por la apercepción trascendental). Así
la gloria de la trascendencia impide inequívocamente la asixia
en una unidad inmune a las diferencias. Ontología, gnoseología y
política tienen que habérselas a nativitate con una desigualdad de
fondo, genuina manantía de la justicia. El Bien diseminado no es
más que otro nombre de la diferencia. Incluso en la proximidad el
primado se lo lleva la diferencia, concebida como una “arritmia en
el tiempo”1087, “diacronía refractaria a la tematización, refractaria
1085 DOM, p. 245.
1086 Derrida, Violencia y metafísica, p. 202.
1087 DOM, p. 246.
501
Mario Di Giacomo
a la reminiscencia”1088. La compasión es la fuente ubicada allende
el tiempo y la unidad inteligible del logos: a la inteligibilidad
como logos antecede la inteligibilidad como proximidad.
Contra la pensée de survol de la ilosofía1089, alora la
ambición de un pensamiento en el difícil trance de pensar la
particularidad y la asimetría relacional. La inteligibilidad como
proximidad, a su vez, funda el hiato eterno entre el signiicado
que ha atrapado en sí todas sus discordias y laquezas (Dicho) y
la signiicación del Decir comprendida como exposición y cuña
permanente de un afuera, remiso éste a cualquier captura de orden
intelectual. Dios escribe derecho en renglones torcidos: éstos, los
renglones torcidos, impedirían entonces el inal de los discursos
y los cerrojos civilizatorios, posibilitarían, por otra parte, la
interrupción de las semánticas orientadas a la hermenéutica
deinitiva que daría al traste con la producción ininita del sentido.
Venturosamente, la última palabra no la tiene nadie, sino el
sentido en su íntima diseminación, errancia, expiación. El sentido
se lo reserva la producción interminable de sentido.
Si lo Dicho pudiese un día capturar el dinamismo del Decir y
hallar la fuente evasiva de la que éste se nutre, sólo sobrevivirían
la arqueología y la muerte, los museos levantados in loco y la
reproducción de epitaios, es decir, la reiteración obsesiva de lo
mismo. No obstante, la palabra inal no arribará jamás al inal de la
1088 DOM, p. 246.
1089 Cfr. Critchley, The ethics of…, p. 278.
502
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
palabra, porque en la historicidad y en la cultura de todo Dicho no
mora sino una laqueza sustantiva que echa por la borda talantes
y clausuras: represión, medicación y encierro son las prácticas
que devienen de la institucionalización de los sentidos y de la
normalizaciones discursivas. Acampar en el Decir, mientras ello
sea posible, es, volens nolens, “confesar que la proximidad del otro
es anterior a toda posición cognoscitiva frente al mundo”1090, es,
asimismo, proclamar a los cuatro vientos la existencia de un tipo
de hombre atravesado por “la incapacidad de no reaccionar”1091.
La comunicación entendida no como lujo de informaciones en
el que resuena la plenitud de lo Dicho es un peligro, un bello
riesgo a correr, la aventura ética por excelencia, pues el lenguaje
“al revelarse en su dimensión dativa, en su Decir, rompe una
y otra vez la unidad que se sueña en todos sus Dichos”1092,
abriéndonos a la apertura de la autoexposición al Otro: somos esa
apertura capaz de desaiar la totalidad signiicativa anudada en lo
Dicho. La “alianza de la lógica con la política”1093 nos recuerda
el peligro de las unidades administradas por nomenclaturas,
clases o vanguardias. Pero también por masas que preieren más
intimar con la violencia y sus prejuicios que con la compasión
situada más allá de lo Dicho. Esta lógica violenta no arraiga en
ningún estamento en particular. La coherencia inclusiva desea
perpetuarse no a partir de una respiración ejercitada más allá de
los márgenes de ultimidades y conclusiones, sino más bien en
1090
1091
1092
1093
Rojas, p. 43.
Peñalver citando a Nietzsche, p. 14.
Rojas, p. 46.
DOM, p. 252.
503
Mario Di Giacomo
la sumisión incondicional al discurso que permite esparcir las
certezas aceptadas.
Para una universalidad defendida (estérilmente) de sus
propias isuras, capear el temporal de las rebeliones posibles,
de las subversiones ocultas y de la revolución que siempre
amenaza, la asociación entre ilosofía y Estado y entre discurso
y justiicación del orden existente es inevitable. Si el dominio
pertenece al mercado global, la alianza entre capital-Estadocorporaciones transnacionales parece insuperable. Esta lógica
represiva-corporativa cobra dimensiones mundiales, mientras los
vínculos personales son orillados como inútiles a los ines de una
juridicidad que obra mediante procedimientos más “fértiles”. No es
solamente que el templo se ha poblado de mercaderes satisfechos
en la llanura de sus intereses egoístas, sino que los mercaderes son
el templo de la lengua oicial de este mundo. La despersonalización
es el archivo de una lógica con ribetes universales, mientras la
communitas se disgrega en aglomeraciones desterritorializadas al
servicio del lenguaje mercantil.
504
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
iv. conclusiones
4.1.
Desde la fecundidad ha emprendido Levinas esta guerra
contra la luz, situando en el vientre de lo Dicho la fecundidad de
su ocaso. El Decir y el rostro del Otro desbordan los cauces de
las semánticas consabidas. Se acampa mejor en las riberas de esta
noche que en la luz de donde presumimos venir. El soliloquio
de la luz encuentra la ranura por donde se iltra una compañía
ininita. El discurso oicial no debe ser sacriicado empero en su
totalidad, y debe mantenerse incluso en los puntos de fuga que
invierten su semántica: “En la asociación de la ilosofía y del
Estado, de la ilosofía y de la medicina, es donde se supera la
ruptura del discurso. El interlocutor que no se somete a la lógica
es amenazado de prisión y de asilo o sufre el prestigio del maestro
y la medicación del médico…”1094. Ciertamente, es menester vivir
en un mundo político, no únicamente en el orden del rostro, sin
embargo, se hace depender la justicia de la ciudad de un orden
1094 DOM, pp. 250-251.
505
Mario Di Giacomo
más fundamental del que rige a ésta, del orden de la compasión y
del sufrimiento causado por el sufrimiento del Otro: “Por contra,
sólo puede hablarse de la legitimidad o no legitimidad del Estado
a partir de la relación con el Rostro o de mí mismo ante otro. Un
Estado en el que la relación interpersonal es imposible, donde está
de antemano controlada por el determinismo propio del Estado,
es un Estado totalitario”1095.
La soledad de dos entablada entre interpelante e interpelado
es suspendida pues existen otros Otros. Existe el tercero, es decir,
existen muchos otros con los cuales no se pueden mantener
relaciones éticas cara a cara. Parece que el Decir guarda una
traición inminente. Ciertamente, “mi solicitud no puede abarcar
la totalidad de los otros”1096, por lo tanto, la justicia ulterior
debe dar cabida justamente a aquello que parecía recusado
en sus comienzos, al orden, al cálculo, a la simetría, a las
conmensuraciones. La universalidad de la razón vuelve por sus
fueros mientras la universalidad sensible gobierna oscuramente
a su sucesor. El orden inteligible se sostiene en el orden previo,
distinto del inteligible, pero no por ello menos universal. El
reingreso de lo Dicho cobra forma institucional, se rigidiza en los
formatos estatales o se da viabilidad a una justicia sobreexigitiva.
En este punto de reconocimiento institucional es el Decir el
que aparece como desdicho. Oigamos a Ricoeur: A ce stade, la
comparaison entre les humains instaurée par la justice parait
1095 Levinas, Entre nosotros, 131.
1096 Rojas, p. 52.
506
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
dédire le Dire de la substitution qui excluait la « possibilité de
comparaison»1097. La asimetría reencontrará (¿su?) ley, su manera
de ponerse tasa a sí misma, de igualar lo inigualable.
En la interrupción de la soledad ética y en el surgimiento del
“tercer rostro que interrumpe la soledad del mismo y del otro”1098
aparece el orden jurídico codiicado, reingresando entonces al
theatrum mundi las solvencias de lo Dicho, el sujeto planiicador
y las contabilidades que nivelan. La revolución permanente
guardada en el Decir ético parecería reingresar al ámbito de la
domesticación política generalizada. E inevitable. Si el sujeto
moderno sólo se autocerciora en la cuantiicación de los vivientes
y de sus procesos, parecía entonces que la salvación sólo podría
provenir de la negación de ese dinamismo perverso mediante
la paciente escucha del Otro, haciéndose rehén de su unicidad:
la voluntad de poder topándose con su revés más extremo en la
pasividad absoluta del sujeto. El vértigo de la salvación se hallaría
en la negación de todo ímpetu, en “una creación en la que todo es
heteronomía”1099. Pero la política aparece y obra con sus propios
artilugios, interrumpiendo por medio del “nosotros” la soledad del
Mismo y del Otro. Diciéndolo de otro modo, se ingresa en la órbita
de los consensos y de los pactos instituidos, en la de los contratos
y de los acuerdos positivos. Toda ética que se mueva de antemano
en la lógica del consenso se encuentra entonces absorbida por
una semántica referencial; el mismo disenso, importante a in de
1097 Ricoeur, p. 29.
1098 Rojas, p. 52.
1099 García-Baró, p. 64.
507
Mario Di Giacomo
enriquecer el dinamismo de los acuerdos, se ordena a los términos
de una signiicación ya asentada. El constituyentismo permanente
de cierta democracia participativa no estaría propiamente abierto
al momento dativo del Decir, sino más bien a la tregua de los
consentimientos aprobados por todos los implicados en las
discusiones de carácter público y comprensivo.
No obstante, la tregua consensual y paciicadora parecería
admitir en sí las señas de un orden conlictivo al que la
comunicación pondría remedio al interior de una razón hecha al
traje de la desconianza mutua. Incluso si no fuese conseguida
la paz al tenor de las líneas anteriores, empero el espíritu de la
igualdad y de la libertad que embarga a tal discurso descansa
en una positividad acuñada, es decir, en el ethos de un mundo
occidental construido desde tales recursos civilizatorios, desde la
historia de sus Dichos entre los cuales se cuenta el de la vocación
por civilizar universalmente entregando al no-ser del Otro “el
“don” de la civilización, el ser”1100. También Occidente, librado
a sí mismo, incuba una tiranía. Occidente se encuentra, desde
luego, trenzado íntimamente con sus Dichos, es decir, con su
peculiaridad histórica y civilizatoria, a la que ha transformado
en la promisión de otros contextos y en la voluntad de seres
aparentemente sin voluntad. Clausurado en los Dichos resultantes
de su pedagogía civilizatoria, Occidente da sus frutos en la unidad
que funda e implanta allende sus fronteras, no obstante, cargado
la cuenta a los rendimientos culturales distintos de él. Las demás
1100 Enrique Dussel, Filosofía ética latinoamericana IV. La política latinoamericana
(Antropológica III), Bogotá, Universidad Santo Tomás, 1979, p. 61.
508
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
culturas representarían a esos Otros descartados que sin embargo
ejercen una experiencia de exterioridad frente al mundo clauso de
la razón occidental; ellos “… son Otros que tienen sus “razones”
para “proponer”, “interpelar” contra la exclusión y a favor de su
inclusión en la comunidad de justicia”1101. Éste sería el Leitmotiv de
una ilosofía de la liberación, liberación de la cerrazón semántica
de los Dichos que se ve incapaz de reconocer la razón del Otro,
así como el derecho de éste a manifestar sus razones.
4.2.
Ante la racionalidad de la dominación (Dicho) resurge la
racionalidad del excluido en la interpelación formulada desde
una exterioridad que sacude las tranquilas entrañas de un Dicho
histórico. Piensa Dussel que el ego europeo, autodivinizado y
adherido a una ineludible exportación cultural (pastoral atea de
Europa) “… constituye una totalidad divinizada, fetichizada,
la cual divinidad exige a los oprimidos de la periferia (…) que
le rindan culto obligatorio. Ser ateos de una tal divinidad es la
condición de posibilidad de rendir culto al Otro absolutamente
absoluto, de cumplir con una praxis de liberación”1102, fracturando
por consiguiente una totalidad dominadora y sus prácticas
imperiales1103. Pensamiento salvaje de una periferia bárbara, el
1101 Dussel, La razón del otro, p. 88.
1102 Dussel, Filosofía ética latinoamericana V. Arqueológica…, p. 35.
1103 Es ya un tópico comentar la experiencia de una sociedad civil que, incapaz
de resolver internamente sus propias contradicciones, recurre a las prácticas
imperiales/colonizadoras que corren más allá de sus fronteras. El “estado de
la menesterosidad y del entendimiento” de las personas privadas encontrará
en Hegel su solución en la verdad racional denominada “Estado”, esto es, la
509
Mario Di Giacomo
Otro de Europa se ha visto en aprietos para ser reconocido por el
primado orden del mundo. La identiicación entre universalismo
y europeísmo ha dejado en la sombra fórmulas civilizatorias
implantadas al margen de la europea. Luego vendrá la culpa y la
mala conciencia del viejo continente. Pero en principio persiguió
con rigor de montea todo lo que no fuese ella misma o lo sometió a
la férula de su dominio cultural, económico y político. La historia
de los colonialismos y los imperialismos no es sino el epítome de
tal dominio, tal vez antecedidos por prácticas imperiales religiosas,
desde las cuales el Otro difícilmente podía dar rienda suelta a
la palabra de sus creencias. Cedamos la palabra a Burggraeve:
Another striking form of violence lowing from this universal
political discourse was the imperialism of Europe and the “west.”
There has emerged, perhaps involuntarily, an identiication
between universality and Europe, which in turn has led directly to
the idea of the centrality of Europe and the promotion of western
hegemony. The concrete result of this development has been
that European universalism thinking” (Lévi-Strauss: La pensée
sauvage) or “barbarian exoticism” which must be “raised up” to
the level of “culture”—with this last word of course equated with
western culture. In this way, universalizing—that is, western—
discourse became the basis for colonialization of the third world,
which was occupied, suppressed and exploited in the name of
“civilization,” all in response to an alleged vocation and duty to
verdad de la dinámica burguesa debe ser incorporada en una totalidad orgánica
corporativa para evitar, justamente, la destructividad de dicha dinámica. El
dinamismo de la destrucción encontrará así su límite en la destrucción corporativa
del dinamismo. Cfr. Eduardo Vásquez, Para leer y entender a Hegel, Mérida,
Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes, 1993, pp. 259-290.
510
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
bring to others1104.
A la dialéctica, expresión de una totalidad recobrada incluso
de sus hiatos, Dussel opone el “momento analéctico”1105, el más
allá del logos que interpela desde fuera el orden dominante,
poniéndolo en cuestión, limitando por eso sus aspiraciones
totalitarias. Habría pues que hurtarse a esa “mirada inhumana”1106
de la que hablaba Merleau-Ponty cuando criticaba la objetivación
antropológica sartreana, habría entonces que divorciarse de esa
mirada entomológica que transforma en insectos a quienes se hallan
por fuera del plan imperial europeo y norteamericano, culturaculturante de la totalidad del mundo, incluso de mundos mal
analizados y peor comprendidos. Levinas desconfía, ciertamente,
del eurocentrismo, “descaliicado por tantos horrores”1107, pero
existe en los mejores productos del espíritu europeo la posibilidad
de avergonzarse de su propia historia mutiladora de lo propio y
lo extraño.
Extraña analéctica entre la palabra y el silencio, entre la
palabra ya pronunciada en el “sí” del mundo y la que se encuentra
aún cogida por el silencio, a saber, esa palabra que quisiera hablar
por fuera del régimen de lo Dicho y de sus rutinas normalizadoras.
Los pueblos que no tienen historia desean todavía que los hable
1104 Roger Burggraeve, The Wisdom of Love in the Service of Love. Emmanuel
Levinas on Justice, Peace, and Human Rights, Milwaukee, Marquette University
Press, 2002, p. 82.
1105 Dussel, Filosofía ética latinoamericana IV. La política…, p. 76.
1106 Lyotard, p. 103.
1107 Levinas, Ética e ininito, p. 98.
511
Mario Di Giacomo
su historia. La historia, como lo humano que la constituye, no se
encuentra jamás acabada, está siempre en vías de realización y
no marcha a través de una correntía única que preña su telos y
su signiicación. La exportación misional, armada o no, de una
cultura y el desarraigo obrado sobre la que recibe la vocación
colonizadora son parte de la conveniente vocación (Beruf) de
pueblos designados para ello por la Historia. “Cuando una
cultura se considera como superior, siente que tiene una misión
que cumplir, que tiene un derecho absoluto sobre otros pueblos.
Frente a ese derecho superior para decirlo con palabras de Hegel,
“los espíritus de los otros pueblos están sin derecho””1108. Es
menester reconducir la hermenéutica a la ética, escribe Dussel,
mostrando las diferencias con una ilosofía de la alteridad en que
ésta se encuentra allí para ser rescatada por una imperiosa unidad.
Hay que reconducirla, pues, “más precisamente a una ética que
asigna un lugar central al fenómeno de la alteridad. Me permito
señalar que este es un lugar para diversas ilosofía de la alteridad:
asimétrica para Lévinas, reciproca para Hegel”1109. A diferencia
de Hegel, siguiendo en este punto un comentario de Lyotard, hoy
nosotros, aunque se impongan los ines del bazar global y de la
univocidad mercantil, sabemos que la historia no tiene in1110.
1108 E. Vásquez, p. 188.
1109 Enrique Dussel, Apel, Ricoeur, Rorty y la ilosofía de la liberación: con
respuestas de Karl-Otto Apel y Paul Ricoeur, Guadalajara, Universidad de
Guadalajara, 1993, p. 175.
1110 Cfr. Lyotard, p. 134. Hoy, pateras llenas de pueblos abandonan sus arraigos en
busca del arraigo de los bienes occidentales, constituidos como el signiicanteAmo de todos los demás sentidos, mientras este mismo Occidente levanta
muros y cercas alrededor de sus (in)seguras fronteras. Cuanto más altos muros
y cercas, tanto más elevados los saltos de los desarraigados que van tras el
arraigo de los bienes. Llegará un día en que éstos llegarán a ser enjaulados al
512
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
4.3.
Pero aun así, más que el miedo, más que la desconianza,
más que la suspicacia interhumana, al orden jurídico lo antecede
el orden de la caridad, a la justicia positiva, el amor. O sea,
el origen del Estado no debe ser buscado en una naturaleza
fundadora de hostilidad recíproca, “sino en la airmación ínsita
en la moralidad misma”1111. La metafísica de la unicidad conduce
a cobrar conciencia de la violencia de las leyes universales, de “la
crueldad de esta justicia impersonal”1112, o sea, de la medición de
lo que es in se diferente a través de tasas niveladoras, por ende,
ante aquélla -la unicidad- debe ser situada y modelada la obra del
interior de las fronteras de un Occidente desbordado por las fronteras exteriores
malamente trazadas, a tiralíneas, como si las eticidades no descansaran sobre su
propio movimiento de trazados y de conlictos. Muros dentro de las fronteras,
para asegurar nuevamente las fronteras; fronteras difusas, fronteras elásticas,
isuradas por masas errantes de unas colonias que ya no son patria de muchos. O
campos de detención y coninamiento, o franjas donde el judío universal, errante
como cualquier otro hombre, niega su errancia, es decir, su universalidad. Los
rostros, más que interpelarse se yuxtaponen, o apenas se toleran, o ejercen
mutuamente violencias abiertas. La globalización se tiñe con la incapacidad de
hallar un lugar de coincidencia de lo diferente. Lo diferente se airma, y punto. La
compasión de los textos sagrados metamorfosea en la dualidad amigo-enemigo,
en la franca imposibilidad de que el Otro, o el extraño, viva de su propia palabra
allí donde una sola palabra domina. Dueña de las conciencias, la tolerancia sin
embargo guarda ciertas reservas, somete a caución a lo otro en una disimulada
violencia, que luego se hará acompañar de la vis coactiva del estado. Se suma
a las violencias de afuera la estupidez endógena. Conlicto global disfrazado y
conlicto intraestatal se complementan, por no hablar del que se da entre estados.
El enemigo se esparce inadvertidamente, como su aliado, la desconianza. El
desarraigo que viene en botes destartalados no dejará de llegar a unas orillas
presumiblemente más seguras, y cada vez más represivas. El rostro, el magníico
privilegio del Decir que corre más atrás y más lejos que los textos sagrados y
las políticas normativas, ¿aún interpela en esta tarde que parece resignarse a su
noche?
1111 Rojas, p. 49.
1112 TI, p. 304.
513
Mario Di Giacomo
Estado. El sistema del egoísmo no es pues la fuente última del
Estado, como tampoco la subjetividad enfocada únicamente en su
estricto autointerés. Si fuese de esta manera, la justicia aparecería
en el mundo positivizado como la extensión de subjetividades
incontinentes, de las cuales el aparato estatal no representaría
sino la forma camulada de sus íntimos intereses. Si fuese de
esta guisa, “la justicia no sería sino la continuación de la guerra
por otros medios”1113, pero ahora con una diferencia: la violencia
“respetaría” las maneras corteses diseñadas invadir ilícitamente
el mundo de los otros. Hobbes y sus demonios serían las iguras
triunfantes de una paciicación absuelta de moralidad.
Asimismo, el Miteinandersein heideggeriano ha de
ser compensado con la apertura frontal del rostro, con la
brusca franqueza de su invasión: Levinas clama, contra el mit
heideggeriano que coloca al otro de lado, por el encuentro de los
rostros, por el movimiento expresivo del rostro que llega, por el
movimiento expresivo del rostro que recibe, “… movimientos que
siempre son respuestas”1114, parousía que ya no es sencillamente
ousía. El encuentro no se produce de lado a lado, sino de rostro
a rostro, donde el uno no es el panóptico del otro, donde el Otro
ya no es el simple relejo del Mismo. El aborrecible yo (Pascal),
deponiendo su soberanía en cuanto yo, “… maniiesta la ética,
y también, probablemente, la propia espiritualidad del alma”1115,
y preferirá rechazar la injusticia que la propia muerte. Optará
1113 Rojas, p. 53.
1114 Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 19.
1115 Levinas, Entre nosotros, p. 160.
514
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
socráticamente por padecer el mal antes que inligirlo, por sufrirlo
antes que cometerlo. De allí que “el esse humano no es conatus,
sino desinterés y adiós”1116; o como reitera Levinas unas pocas
páginas más adelante, “el esse humano no es primordialmente
conatus sino rehén, rehén de los demás”1117. Rehén, en especial,
del Bien, asimismo, de la justicia y de la compasión (ética)
cooriginarios con Él.
La justicia estatalizada, entonces, más que de la
mercadotecnia invasora de los tiempos actuales y más que de la
espectacularidad mediática, provendrá de una callada humildad al
borde del tiempo: una dicha humilde capaz de sacar de su trono a
los encumbrados. De allí que “el Estado justo surgirá de los justos
y de los santos más que de la propaganda y la predicación”1118.
Por de pronto, habría que ir olvidando las epistemologías capaces
de justiicar genéticamente la existencia del Estado, incluso
estando ellas enmarcadas por una antropología ija en el egoísmo
pasivo de los sujetos, quienes per fas et per nefas requerirán
de un iudex supra partes a in de dar término a los conlictos
fácticos siempre posibles. El Estado no surge de tales patologías
agresivas ni de la indiferencia ante el Otro. En el pensamiento
de nuestro autor, el Estado se aleja del nominalismo típico, apto
solamente para perpetrar agresiones interhumanas, de iure o de
facto, condescendiendo más bien a las líneas también nominales
de que el sujeto se funda en la vinculación moral no obligada
1116 Levinas, Dios, la muerte y el tiempo, p. 26.
1117 Ibid., p. 33.
1118 Levinas, Entre nosotros, p. 146.
515
Mario Di Giacomo
con el Otro. Las mónadas humanas están hechas para romper su
silencio; el Estado de alguna manera evoca ese acontecimiento
primigenio, más que la mera violencia hobbesiana, más que
el desinterés rousseauniano por su semejante, más que una
benevolencia liberal de piernas cortas. Atravesado entonces
por una moralidad antiquísima y una solidaridad inmemorial
desacoplada de los tópicos de la igualdad y la libertad entre los
hombres, “el Estado debe permanecer al servicio, siquiera lejano,
de la dimensión ética de la existencia…”1119. Aquí la precedencia
no viene del egoísmo, sino de la responsabilidad por el Otro. Ni
solidaridad burocrática, desplazada desde las familias hasta el
Estado, ni simetrías solidarias a in de mantener sociológicamente
el equilibrio entre los vínculos establecidos. La solidaridad, desde
esta óptica, poseería su ratio, obraría de acuerdo una determinada
tasa como el simple intercambio de los mercaderes. Para el
mercado planetario nada más natural que la paciicación de los
conlictos desde una intervención mercantil, aunque el mismo
Estado de bienestar (malquistado con el sujeto vindicado por
ciertas ideologías) pueda irse desmantelando al interior de una
lógica transfronteriza. Liberal, despojada de controles.
4.4.
La solidaridad, dentro de este horizonte de comprensión,
tiene su precio y sus réditos, pues el consenso subterráneo y las
mayorías silenciosas “dicen” que los medios deslingüistizados1120,
1119 Rojas, p. 53.
1120 Parafraseamos lo que a este respecto ha expuesto Habermas en la Teoría de
516
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
a los cuales se opondría la ética discursiva habermasiana, adherida
al lenguaje (intersubjetividad) y a su telos, el consenso, conservan
la última palabra en cuanto a la formulación de los acuerdos.
La obra de Levinas querría poner frente a nosotros el discurso
de precisamente aquello que no está en la memoria, es decir,
el contrafáctico inmemorial, mas no teorético, de los vínculos
antropológicos. Una revelación pronunciada antes que cualquier
Revelación, antes que cualquier Libro sagrado; un mesianismo
anterior a cualquier mesianismo empírico, une messianicité
la acción comunicativa II (Madrid, Taurus, 1999, pp. 255-259): Sólo cuando
se diferencian contextos de acción estratégica puede la coordinación de la
acción asentarse en medios deslinguistizados. Para la creciente necesidad de
coordinación se echa mano ora del entendimiento linguistico ora de mecanismos
de descarga o medios de control que reducen los riesgos del disentimiento.
Pero al liberarse interacciones y comunicación se van reduciendo las zonas
aproblemáticas de intervenciones críticas: lo que intentan los medios de
control es evitar los riesgos del disenso, absorbiéndolos en su mediación.
Esos medios no sólo simpliican la comunicación, sino que la sustituyen por
una generalización simbólica de perjuicios y resarcimientos (tecniicación del
mundo de la vida). Como se ve, tecnología social al servicio de una paciicación
planeada, la cual aspiraría a dejar de lado las eticidades que recibirán el
inlujo de su intervención. Habermas opta por, sin dejar de lado las exigencias
sistémicas del mundo contemporáneo, ampliar los mecanismos de participación
a través de una sociedad y una esfera pública en perpetuo movimiento que da
cabida a las inquietudes de aquélla, y, además, estabilizando los logros de tal
constituyentismo dentro del gran traductor llamado “derecho” (tout court: más
complicaciones burocráticas, incremento inmanejable de la producción jurídica,
cosiicación de las relaciones interhumanas). Antes de dar entrada a la crítica
del modelo habermasiano, Mardones de forma atinada indica lo siguiente: Las
acciones instrumentales y los medios deslingüistizados se encargan de coordinar
la acción de manera autónoma, pero eso desvaloriza los procesos comunicativos
del mundo de la vida y lo tecniica, posiblemente erosionando las tradiciones
de las que se nutre. Con ello se instrumentaliza y coloniza el Lebenswelt. La
Ilustración es víctima de su propia luz, puesto que perturba tanto la cultura
(pérdida de sentido), como la sociedad (anomia y carencia de solidaridad) y
la personalidad (identidad personal fragmentaria). Cfr. José M. Mardones,
El discurso religioso de la modernidad, Barcelona, Anthropos-Universidad
Iberoamericana, 1998, pp. 197-200.
517
Mario Di Giacomo
qu’on dirait structurelle ou a priori.1121, así como una fraternidad
a priori, por la que uno es guardián de su hermano, previa a
cualquier vínculo fraterno-empírico. Los textos emancipatorios
anteceden cualquier escritura, prelan su propia historicidad y
aparición gracias a una metafísica más radical -porque desborda
lugares y tiempos determinados, así como las identidades éticas
o étnicas particulares, merced al mundo que viene, merced a la
declinación del mundo que ha sido, el del Estado-nación1122 y
de su modo de conferir identidad y pertenencia a sus miembrosque la radical hospitalidad universal mundial desarrollada por el
Kant de La paz perpetua, pero detenida esta paz en el umbral
del ius cosmopoliticum, es decir, en el umbral de un momento
sólo jurídico y político, estatal y civil, toujours réglée par la
citoyenneté1123.
Podría decirse que in principio uno no se resigna ni a los
hechos ni a la cosiicación inscrita en la relación sujeto-objeto,
sino al rostro del prójimo, a esa huella refractaria al concepto,
huella que ya siempre ha pasado, captada en su propia ausencia,
en el vacío que la anuncia. Más brevemente: “el rostro del Prójimo
sería el comienzo mismo de la ilosofía”1124. En esta prosa,
siempre demasiadamente cercana a la poesía, el Otro viene a ser
la cruz en cuyos brazos no puede dejar de abandonarse el Mismo.
Si Levinas pretende contra natura1125 insular vida a lo humano y
1121
1122
1123
1124
1125
518
Derrida, Adieu, p. 121.
Cfr. ibid., p. 131
Ibid., 124
Levinas, Descubriendo la existencia…, p. 254.
Guwy, p. 25.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
con ello no excusarse jamás ante la visita del Otro, pues en cada
individualidad hay un resto mesiánico, entonces la suya es una
ética sobreexigitiva capaz de arruinar por exinanición las entrañas
de una hospitalidad nunca voluntaria. ¿Pero tal sobreeexigencia
ética hasta el punto del automartirio es aún una ética o más bien
una psicosis? ¿Masoquismo? “No tengo miedo de esa palabra”1126,
alega Levinas, casi desquitándose de una tradición ilosóica
orquestada alrededor del conatus essendi: la enfermedad del
hombre no es su descentramiento, sino justamente su contrario,
la obsesiva renuncia al Otro, concebido como el “indeseable por
excelencia”1127, por estorbo, por límite, por compromiso, por
elisión indeseada de la propia vanidad. Es el orden regular de
las cosas lo que su pensamiento pone en cuestión. El Otro me
incumbe, no renuncio a él cerrándole la puerta ni dejándolo atrás,
como si eso no fuera ya una afectación del propio psiquismo. El
mesías no viene, al menos no el anunciado en la religión del libro,
sino que ya vino en cada una de las individualidades a las cuales
el Otro concierne: vos afaires me regardent1128 hasta el punto del
autodesinterés y de una compasión que no sabe decir ‘no’ a las
mortiicaciones inscritas en toda visita inesperada.
A veces no cabe no pensar que esta bondad derramada
involuntariamente no se destruya en una praxis martirial que ha
disturbado los derechos de la conservatio sui. Lo fundamental de
esta ética no es el orden sino justamente su contrario. Se asemeja a
1126 Ibid.
1127 Ibid.
1128 Ibid., p. 27.
519
Mario Di Giacomo
la hermosa incoherencia de un Dios que ha decidido desordenarse
por el amor al Otro. Empero, todavía el autodesorden de Dios es
voluntario y la caridad congregada en su negación parte de un
acto volitivo: es una decisión íntima de su espíritu. En Levinas, las
cosas pasan, ocurren, acaecen. Esta ética del exceso conjura los
males de una razón soberbia y autocentrada, es cierto, rompe con
los egoísmos habituales y arrincona los intereses en los lugares
menos visitados del hogar, no es menos cierto. No obstante, ¿es
practicable? ¿No es más prudente cerrar como buenos burgueses
nuestras puertas a las visitas indeseadas, aunque las aldabas del
exterior sigan siendo escuchadas? ¿No será preferible el sordo
inierno de la indiferencia que el de la escucha solícita y atenta?
4.5.
Que quieras que no, aquí reside aún un contrafáctico: noteorético, pero todavía universal. Con ello, el retraimiento del
Decir es aún capaz de suspirar pneumáticamente, disolviendo las
aparentes fortalezas del discurso ensimismado. Todo lo sólido en
el ser se desvanece o erosiona en las arenas de un largo peregrinaje.
Nihil novi sub sole. Los textos desgarrados, convictos de sus
hiatos y reos de sus abismos sin fondo, serían en cierto sentido
más rigurosos que los textos deinitivos y las hermenéuticas
impenetrables. Serían así, tales textos, la gloria misma de la vida.
Las semánticas oiciales se engolfan más o menos paranoicamente
en sí mismas con el propósito de conjurar inútilmente la muerte
minuciosa que viene por ellas y sus promesas exhaustas: el Decir
520
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
viviicador constituye su acabamiento, mas una restauración o un
nuevo comienzo no ocurre sin sus ruinas: “… el último discurso,
en el que se enuncian todos los discursos, lo interrumpo todavía al
decírselo a aquel que lo escucha y que se sitúa fuera de lo Dicho que
dice el discurso, fuera de todo lo que aquél abarca”1129. Teodicea
consumada sin teología, piedad difícil de realizar y religión exenta
de predicación, el pensamiento de Levinas marca el umbral de
una justicia siempre inacabada y señala, asimismo, al Decir como
profeta de algo o de alguien que vendrá a descoagular con su
propia sangre los textos preinterpretados de la Ley. Teodicea
sin teología, justicia desprovista del mandamiento divino o, aún
mejor, “mandato de la desnudez y la miseria del otro, que ordena
hacerse responsable del otro: más allá de la ontología. Palabra de
Dios. Teología que no proviene de especulación alguna acerca del
más allá de los transmundos. Que no proviene de ningún saber
que trascienda el saber. Fenomenología del rostro…”1130.
La ética no se concibe como teología, sino más bien como
religión, Ethics is religion, but not theology1131. La secularización
ha caído también sobre Levinas: como la kenosis con la que
Dios autohumilla su majestad, lo sagrado abre sus venas en las
cercanías de subjetividades de carne y sangre, y la altura, como
los dioses luminosos de la bóveda aristotélica, no se exime de
1129 DOM, p. 251.
1130 Levinas, Entre nosotros, p. 267. Aunque De Benedetti comentando a Metz
señala que a la teología no le ha quedado más remedio que reinterpretarse a
partir de la Shoah. Paolo De Benedetti, “In margine a Ricoeur. Sul male dopo
Auschwitz”. En: P. Ricoeur, Il male…, p. 60.
1131 Critchley, The ethics of…, p. 115.
521
Mario Di Giacomo
su rostro visible. La llegada imprevista de Dios -o del Otro- al
lenguaje humano se muestra así como la inscripción original de
la diferencia1132, de la desmesura y del exceso. De la errancia. A
Dios -o al Otro- se le ha restituido gracias a la desmesura y al
exceso su libertad primitiva, a in de eludir la obsesión por la irma
que cree poder iniquitar semánticamente un texto, hundiendo
a la palabra eternamente expresiva en un crepúsculo sin ya
más fecundidad. La irma y la conclusión de los textos, stricto
sensu, son imposibles. La saturación semántica revoca la ininita
legibilidad de los textos, abroga la capacidad productiva del lector
e impide el movedizo silencio de los códigos; como sucede con
la muerte, poco y nada circula desde entonces en el cuerpo del
texto agotado, incapaz de inscribirse en la supericie de otra cruz,
así el maximum vital de un proceso se toca con el minimum de
su muerte. El extremo cumplimiento de la actualidad inscribe el
ocaso de la potencia del devenir. Diseminar la inseguridad (en la
cual se incluyen el riesgo del futuro y del amor, de acuerdo con
Levinas, porque el porvenir es únicamente anticipable en la forma
del riesgo, la inseguridad, el peligro, el amor) sería para un cierto
fundamentalismo textual una falta inexpiable, un pecado sin
penitencia, una multiplicación de los destinatarios que podrían
distorsionar la univocidad del mensaje transmitido, univocidad
custodiada por los legítimos policías del espíritu. Son írritos
los lectores que vienen a transformar el mensaje establecido o a
perturbar el éxtasis de un yo alumbrado desde sí mismo.
1132 Cfr. Rolland, “Epílogo”, p. 281.
522
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
4.6.
Sin embargo, incluso las doctrinas que van en pos de la certeza,
esto es, del establecimiento de un fundamentum inconcussum o
de la postulación del Summum Ens de la ontoteología, capaz de
anudar todos los cabos sueltos de una initud jamás clausurada
y de una historicidad nunca completamente acabada, no pueden
arrojarse al riesgo de no abrirse a la generalización del equívoco
o a la posibilidad de que la verdad extravíe sus cimientos. Es más,
podría decirse que las doctrinas ávidas de certeza son lo que son
porque no han podido sino abrirse a la posibilidad de un montón
de desapariciones y de un montón de vacilantes inminencias: es
menester negar lo irrefutable, lo apodíctico, la legibilidad única
de los textos. Hay que mantener la traición al libro y a la intentio
de sus autores. Movimiento de jeroglifos a los que se presta un
sentido siempre provisorio (dynamis) mientras se reconstruye en
la más absoluta fragilidad discursiva su contexto de origen, la
historia humana no sabría domesticarse a sí misma en la plenitud
de un acto conclusivo (energeia), de una coda sin ya más episodios.
Aunque la sepultura no haga más que seguir a otras sepulturas,
aunque la muerte no haga más que sobreañadirse a una multitud
de muertes previas, empero, el epitaio debe esperar, pues las
catástrofes suelen redimirse a sí mismas. Por consiguiente, aun
siendo posibilidades sidas, semejantes catástrofes han dejado
de ser catástrofes. Y aunque no exista un comienzo inmediato
y absoluto, aunque sea siempre un acto fallido el esfuerzo
del lenguaje en contra de sí mismo cuando trata de palpar lo
originario, aunque no exista silencio ontológico alguno, pues el
523
Mario Di Giacomo
ser ya siempre habla y exuda el sentido humano de rendimientos
culturales anteriores, y la dialéctica, la genuina, la que refuta in
ieri la existencia de dioses intra y extramundanos, consiste en
“una conquista progresiva del sentido”1133. La misma analogía
entis, construida para colocar límites al lenguaje que aspira a
hablar del Ininito (otro nombre del origen y de la desmesura),
no querría ser sino la destitución del riesgo que comporta una
teología negativa sin término, una palabra inestable que pretende
desnudar, indeinida e inútilmente, el productivo silencio de
Dios1134. En otros términos, la analogia entis no expresaría sino el
fracaso –y el triunfo de la initud en ese su mismo fracaso- de una
semántica incorruptible.
Pero si la Sinngebung husserliana se deine a partir de la verdad
entendida como objetividad, ¿habría que echar al cesto de los
desperdicios y “al sinsentido absoluto todo lenguaje poético?”1135.
¿Es que no vale otra gramática aparte de esta gramática de la
verdad; es que no existe logos sino en el compromiso objetual con
la verdad; es que únicamente existe tal abstracción logicista en las
dimensiones del lenguaje y de la comunicación interhumana? El
ser aspirado, pero refractario a este tipo de abordaje, se maniiesta
así ante el corazón humano como un tener no teniendo: cuanto
más se cree tenerlo, tanto más se impone su lejanía; cuanto más
se cree lo contrario, cuanto más el no intenta vanamente tocar la
1133 Lyotard, p. 55.
1134 También hablar del ininito exige colocar fronteras al lenguaje. Cfr. Umberto
Eco, “La línea y el laberinto: estructuras del pensamiento latino”. En: Georges
Duby (Ed.), Civilización latina, Barcelona, Laia, 1989, pp. 21-48.
1135 Derrida, La voz y el fenómeno, p. 161.
524
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
profundidad ininita del sí, tanto más se le tiene (no teniéndole:
si lo conoces no es Dios). El iter fenomenológico de esta ética se
escurre de sus fuentes, llevando sus aguas al horizonte caritativo
de una teología negativa practicada en el ámbito propiamente
humano. Y cuanto más cerca se halla la noche de la ultimidad
discursiva (porque a la claridad de todo origen le corresponde una
muy precisa ultimidad, porque todo comienzo está embarazado
de su in), esto es, del texto asumido como clave de todas las
claves posibles, tanto más desolada es su violencia, tanto más la
auctoritas, si una vez existió, se desoculta como mera potestas,
en la fuerza bruta desprovista de argumentos, pero sobre todo de
caritas.
El pensamiento táctil de Levinas no querría ni la sutura de
la herida ni la extraña reparación que en ella se guarda, no querría
jamás dar la espalda al tiempo, ni a lo inédito, comprendido como
esperanza del tiempo1136. El sujeto hipostático, de esta forma,
desaparece tras sus propias vulnerabilidades, el dolor del exilio
se convierte en su más íntima salvación, el éxodo es un viaje
al fondo de no se sabe bien qué; y sin embargo, al no estar en
ningún sitio, el sujeto se halla paradójicamente cabe sí. Pues la
última palabra no la posee nadie, ni un analogado principal, ni
un éxtasis mortiicado en el cumplimiento que no vendrá, ni el
libro, discurso interrumpido “… que atrapa de nuevo sus propias
rupturas…”1137, ni los altos funcionarios del espíritu. Tampoco
el desmedido sujeto moderno, sustituto de la radical retirada
1136 Cfr. Checchi, Estudio conclusivo, p. 221.
1137 DOM, p. 251.
525
Mario Di Giacomo
de Dios, ni el mercado, indigno sucedáneo de Él. Ni siquiera el
Dios de los libros revelados1138, ni siquiera su menudo nombre
amarrado –malamente, muy malamente- a las cosas.
4.7.
No obstante, si el poder del logos se encarga de encerrar
las eventuales impotencias o inseguridades en que se guarda todo
discurso, si todo discurso no puede evadir la coherencia exigida,
así sea para combatir las coherencias adscritas a los dioses de
lo Dicho, ¿no incurrirá el discurso de Levinas en la misma
praxis de la cual desea separarse, no se volverá a sí mismo sus
espaldas al elaborar una coherencia discursiva en contra de las
coherencias constituidas, podrá sustraer sus propios enunciados
de la tiranía de la esencia y de lo Mismo? Oigamos: “¿No estamos
nosotros mismos en este momento a punto de borrar la salida
que busca nuestro ensayo y encerrando en un círculo nuestra
posición por todas partes?”1139. Para que la alteridad originaria
se mantenga como tal habría que renunciar incluso al verbo
ser, a esa cópula que junta lo diferente, construyendo unidades
esenciales, analógicas, sintéticas. Para ir más allá del ser incluso
en los espacios intramundanos habría que permanecer en silencio,
1138 “… el análisis que conduce a estas conclusiones no parte de un Dios, ni de un
espíritu, ni de una persona, ni de un alma, ni de un animal racional. Cada uno de
estos términos es una substancia idéntica. Desdecirse de la propia identidad es
asunto exclusivo del Yo. (…). El Yo es aquel que, antes de toda decisión, ha sido
elegido para soportar toda la responsabilidad del Mundo. El mesianismo es ese
apogeo del ser –inversión del ser que <<persevera a su ser>>- que comienza en
mí.” Levinas, Entre nosotros, pp. 77-78.
1139 DOM, p. 250.
526
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
habría que renunciar al libro o a la consistencia que éste intenta
engendrar. Habría que renunciar incluso al texto que aspira a
renunciar al lenguaje de la ontología, o lo que es lo mismo, a De
otro modo de ser, o más allá de la esencia. Por lo tanto, habría
que aceptar la invitación a una “intuición metafísica silenciosa:
la palabra se desecha como residuo retórico de su propia
imposibilidad”1140, desfase siempre cumplido entre la uniicación
que propone el lenguaje y la anarquía originaria –separación,
ateísmo, absolución-. La escatología de la palabra sería el silencio
y, me temo, también su íntima protología.
Si la coherencia prevalece en el discurso que combate tanto
la esencialidad de la coherencia, como el tropel de diferencias
engullidas en lo Mismo, entonces triunfan tanto la coherencia
como el discurso en contra de ella. Así, pues, estamos en el torno.
La autodestrucción del lenguaje –como ocurre en el argumento
ontológico- debe pasar inevitablemente por el mismo lenguaje.
Es decir, debe justiicar lingüísticamente su propia impotencia
dando razones de ésta, atendiendo a aquello que, en última
instancia, permanecerá desempalabrado. En el extremo de sí
mismo, el lenguaje desfallece, apuntando a un referente que no
cabe en sus pretensiones demostrativas. El onus probandi habita
allende el rigor de la prueba. No obstante, el itinerario que despoja
a la palabra de sí misma tendrá que argumentar interiormente,
demostrando en el límite la debilidad de la palabra para pensar
aquello que la trasciende. Deshaciéndose del verbo ser, escribe
1140 Derrida, Violencia y metafísica, p. 156.
527
Mario Di Giacomo
Derrida, el lenguaje se desprendería de toda predicación,
de toda atribución entre iguras relacionadas, entre lenguaje
objeto y metalenguaje. Pero para llegar a esa paz, evitando la
contracción del ser en el discurso, para que esta tierra prometida
del lenguaje sea posible, habría que desarrollar “un lenguaje de
pura invocación y adoración”1141, carente de verbos, conceptos
y frases. Sería, pues, el prometido destino de una peregrinación
cumplida en silencio: maná ingerido en la quietud desempalabrada
del desierto, desierto como hospitalidad del mundo semítico ante
el extranjero: quien recibe a éste, mediando un deber sagrado e
inviolable, recibe a Dios1142. Pero ello es imposible al interior del
discurso ontológico de Occidente, en el cual la alteridad nunca
puede ser completamente radical al insertarse dentro de un
lenguaje mínimamente uniicador. La alteridad no es pensable sin
una identidad así sea exigua desde ya siempre exigida.
Pero escatología y redención no son posibles sino al interior
de la historia y de sus ineludibles violencias. Solamente en esta
autodiscordia del lenguaje podremos atisbar la aspiración de
Levinas a sublevarse en contra del lenguaje de lo Mismo. Del
imperturbable Mismo. El olvido del Otro, producto del empleo
del lenguaje que se concentra en las búsquedas de unidades
pensables, quiere ser rescatado precisamente con el lenguaje
que tiende a olvidarlo. El conlicto del lenguaje consigo mismo
es el epítome de una deuda contraída, pero retirada a unas
1141 Ibid., p. 201.
1142 Cfr. Caputo, “Adieu-sans Dieu…, p. 276.
528
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
convenientes sombras. Ese conlicto se expresará poéticamente, o
no se expresará, renunciará tanto a la ordinatio ad unum como a
la ordinatio a Deum (otra forma de decir lo Uno), o no renunciará
a las semánticas establecidas. Es como querer usar el lenguaje
uniicador colocándose, al mismo tiempo, al margen de él, por
fuera de él y detrás de él.
Pensar las interrupciones catastróicas en contra del
murmullo analógico del ser y de la conciencia signiica mantener
en estado de sitio tanto a la propia conciencia como al ser,
incorporando así al discurso de la paz tanto el arrebato violento
en contra de cada historicidad asentada en el solaz de su Dicho,
como el ejercicio de la disconformidad del lenguaje consigo
mismo. El Decir es condición de posibilidad de lo Dicho, pero
también, en la resuelta inquietud de un dominio mesiánico, su
condición de initud, como si las signiicaciones más seguras
estuviesen ya transidas por la muerte: todo Dicho no hace sino
coagular en espejismos y todo Decir no se presenta ante oculos
sino en su propia retracción. Si la muerte de Dios condiciona la
conciencia del hombre ante su propia desaparición como viviente,
los Dichos han de comprender que su ley más fundamental, pese
a la tendencia eternizante del conatus que los atraviesa, es el
in, un cierto silencio, el acabamiento. En última instancia, así
como el sigilo del Decir estructura disolviendo, así el rostro que
adviene construye en el estremecimiento. Lo Dicho guardaría en
sí, en forma de disenso u olvido, unas signiicaciones que tienden
a hacerlo polvo, como si sus propios límites y el movimiento
529
Mario Di Giacomo
que conduce a ellos encontrasen una hendidura tan profunda
que ningún cerco estaría en capacidad de cerrar. Por ese agujero
jamás lacrado que lo Dicho ignora u olvida, ingresa, acompañado
del adiós, un evangelio recreador: los nuevos pactos se saciarán
en distintas leyes mientras esperan, ellos también, por una
disolución que viene a su encuentro desde el inicio de la patria
recién fundada. La justicia se encuentra por ello, desde siempre,
extra legem. Pero el resultado de tal autodiscordia para ijar en
un orden el olvido, y que debería en el fondo no ser más que el
escrupuloso olvido del orden, coniesa su propia impotencia tanto
al heredar el lenguaje que desde los griegos pugna por alcanzar
el arché de todo lo real, como al intentar narrar una experiencia
de otredad que al in y al cabo es una experiencia de unicidad,
la cual es inefable1143 o se traslada a un lenguaje incomprensible
si quiere ser verdaderamente coherente. La incoherencia de
la transmisibilidad se convierte, a fortiori, en su propia y más
genuina coherencia. Estamos en la noria otra vez.
4.8.
Ciertamente, de Descartes ha heredado Levinas la concepción
de que la conciencia inita es incapaz de originar de aí la idea de
Ininito y que, por tanto, ésta debe haberle sido introducida desde
1143 Herrero, siguiendo las relexiones de Römpp y Bataille, expresa que el esfuerzo
ilosóico de Levinas intenta “revelar una forma de experiencia que se sustrae
a toda expresión”. Creo que Bataille lo formula de una manera más precisa: el
problema de Levinas es el de “la comunicación de una experiencia inefable”.
Herrero, p. 404. Sin embargo, lo inefable de la experiencia es aquello que la hace
incomunicable.
530
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
fuera, exteriormente, abriendo así al pensamiento a the possibility
that there are other than objectifying relations for thought1144
(también ocurre algo parecido con la Beindlichkeit heideggeriana,
término que permite un espacio para la afectividad, más que
para la pureza del concepto, aunque la ilosofía heideggeriana
se resuelva, al inal, en comprensión del Dasein, como airma
Levinas. En Heidegger, existence has an active meaning1145,
debido a que el sujeto se destrascendentaliza en una signiicación
que se va produciendo en la vida misma, en el trato con las cosas,
aunque la Sorge resulte tal vez excesivamente recursiva para el
Dasein, desde la perspectiva levinasiana), no obstante, el carácter
único de la relación entre el Mismo y el Otro desborda los límites
de todo lenguaje conceptual (o lenguaje ontológico, el cual en
Totalidad e ininito aparecía como extremo conlictivo en relación
con la metafísica todavía posible1146). Y aunque en De otro
1144 Van Riessen, p. 145
1145 Ibid., p. 24.
1146 Explica Mosès: Derrida démonte rigoureusement la structure logique de
l’interprétation par Levinas de la notion d’altérité, et soutient que l’opposition
introduite par Levinas entre l’Autre et le Même (fondement, pour lui, de toute
l’ontologie occidentale), serait contradictoire en elle même, dans la mesure où
l’altérité ne se déinit jamais que par rapport à une identité. Cette contradiction
s’inscrit, pour Derrida, dans une aporie plus générale, qui, en quelque sorte,
déséquilibrerait toute la tentative de Levinas pour sortir hors du système
philosophique occidental. En efet, le langage même dont Levinas se sert pour
airmer cette diférence radicale est précisément celui du discours ontologique
occidental, avec son lexique – et avant tout avec l’emploi du verbe « être »
– sa syntaxe et sa logique (p. 78). Incluso la destrucción de lo Dicho por el
Decir no parece susceptible de escapar del lenguaje de lo Uno, de la henosis
siempre aspirada, que en Levinas debería ser constantemente prohibida, Dios
de la ilosofía y pantocrátor de su universo discursivo. Aunque pareciera que
lo Dicho se analoga a la idolatría que el judaísmo repele, la extranjería que se
desea explicar mediando el logos permanece presa de esta aporía insuperable.
Asimismo, la superación de Atenas a la cual aspiraría Jerusalén parece haber
531
Mario Di Giacomo
modo que ser se recuse la doctrina del ser en todas sus formas,
haciéndolo aparecer en forma de ética fundamentadora, el riesgo
de lo Mismo siempre acecha porque el papel del lenguaje es hacer
comprensible una multitud de eventos que, de lo contrario, serían
expresados caóticamente. En última instancia, el uso del lenguaje
rechazado no signiica a la postre sino el trinfo de él, sea en el
rostro del Otro, sea en el predominio del Decir sobre lo Dicho.
En su extremo radical, la autocrítica despiadada de la razón se
produce a partir de ella misma, aunque se intenten malabarismos
quedado convicta paradójicamente de la muy platónica -y muy atenienseepekeina tes ousías¸tan citada por Levinas: el Dios escriturario podría haber
sido pensado dentro del esquema de los conceptos platónicos y de sus realidades
reiicadas, aun asumiendo la imposibilidad del concepto para atrapar el referente
último que lo hace viable, el Bien, Agathon. Per impossibile, el concepto en su
mismo desfallecimiento mostraría el “resto” inapresable gracias al cual él mismo
ha sido posible. Las empresas apofática y superlativa querrían persuadirse de
rescatar de la cosiicación ontoteológica a aquello que se tiende más allá del
concepto humano, sin embargo, tal incondicionado no puede ser totalmente
ajeno a los suburbios que lo piensan, el pensamiento del hombre circunscrito
por sus íntimas limitaciones. Retirado el encanecido Dios de la tradición y
oscurecido su semblante, la renovación del discurso teológico debería atenerse
a las condiciones de una inmanencia en la cual el Dios todopoderoso se ha
quitado la vida. Si Auschwitz es el sepelio de ese Dios, la Revelación de Él
habría de ocurrir en el ámbito de su ausencia, en el territorio de una actividad
alimentada por su propia muerte. En el eterno pasar de la huella este Dios se
disimula a sí mismo, está continuamente en el ahora, pero desbordándolo, y
al desbordarlo se impide a sí mismo una formulación positiva, cosiicada y de
contornos deinidos. El ser entendido de este modo ya no se vería en el terrible
trance de “ser interceptado por el ente” (Habermas, El discurso ilosóico…, p.
219); por lo tanto, lo sagrado sigue vivo, mas solamente en la “plenitud” de su
ausencia, en un exilio perpetuamente renovado y en la lesión constante de su
presencia. La teología encontraría de esta manera su formulación atea. Huella de
una universalidad disminuida, huella de su antigua plenitud, Dios sigue siendo
esquivo, pero ya no se refugia en un aposento de trascendente oscuridad, sino aquí
mismo, en el espacio intramundano, donde sobrevive en una especie de exilio
purgativo, resguardándose de aquello que fue: omnipotencia, omnisapiencia,
providencia y paternidad. La Revelación se transmitirá desde ahora, pues, a
través de otros textos y de otras lejanías.
532
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
lingüísticos, fundados en tropos de indudable belleza, a in de
mantener indemne la hierofanía que en el Otro se maniiesta.
La universalidad deseada por otras vías, cuyo primum
movens es prácticamente un trascendental de resonancias éticas,
no puede zafarse por completo de la razón autorreferencial o
puesta al rendido de la autoconservación humana, burguesa o no.
Una Ilustración que ya no sabe cómo proseguir históricamente sus
propios principios es la coartada de una universalidad de distinto
linaje. Si cierta racionalidad ha chocado con sus propios límites,
si la razón absolutizada en términos instrumentales no es más
que el despojo de una severa idolatría que ha perdido sus ines,
entonces abandonemos el lugar de privilegio de la razón por una
universalidad un poco más sensible, piensa Levinas. Únicamente
la poesía, extremo desahogo de la subjetividad vaciada de todo
sentido, excepto del dolor del Decir, es refractaria al concepto que
la traicionaría. Y en esa traición más que bienvenida consistiría
su máxima autolealtad. Empero, da la impresión de que algo nos
interpela desde ese más allá del lenguaje al que el lenguaje más
apunta que deine, más enfoca que describe. Narración de una
impotencia (e impotencia de su propia narración), el lenguaje
intentaría inútilmente saldar una deuda consigo mismo, o un
olvido ilosóico: que antes que el ser está el Otro, que antes que
el concepto está la sensibilidad, que antes que la comprensión
fagocitadora se encuentra la docilidad hospitalaria.
Pero todo este esfuerzo prodigioso difícilmente se aparta
533
Mario Di Giacomo
de la composición de una ilosofía del comienzo. Que antes
que la actividad de un ego constituyente está una sensibilidad
receptiva, de disminuida operación yoica por la cual el sujeto es
afectado antes, mucho antes, de saber de su afección. La herida
antes que el concepto. La suscepción involuntaria antes que
tomarse soberanamente a sí el sujeto entre sus propias manos.
Pero Levinas no ha podido evitar su propia apuesta, querer
hacer hablar al habla más allá del habla. Más allá de un texto
conceptualmente signiicativo. No lo logra, pues el lenguaje o
es siempre signiicativo o recae en un solipsismo intransmisible.
Claro está, el pensamiento de Levinas, hostil al pensamiento
antropocéntrico de la Ilustración, sin embargo no ha podido
retirarse por completo detrás de las líneas de aquel señorío pagado
de sí mismo. ¿Por qué? Porque si bien a la voluntad ilustrada se
la ha disminuido por medio de una callada obediencia al Otro
o por un mesianismo anónimo que vive en un Decir que parece
el sujeto de sí mismo, obrando anónimamente o buscando el
“quién” de sus destellos redentores, no obstante hay aún en la
postura de Levinas producción de subjetividad en una relación
interpersonal irreductible. Puede no haber sujeto tal como lo
entendíó la Modernidad, menos aún un gran sujeto que corporeiza
en alguna igura privilegiada de la historia, pero no deja de haber
producción de subjetividad, individualización en la apertura. A
más de ello, la religación sigue existiendo, pero en el contexto de
una doble retirada de Dios: la primera, la del muy separado Dios
de la ontoteología (que solamente deja huellas de sí en aquello que
deriva de sí); la segunda, la del Dios providente cuyo espectáculo
534
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
de gloria debía manifestarse en el seno de la historia, y que,
empero, Auschwitz ha confutado. Sigue existiendo la presencia de
una comunicación religiosa con Dios, aunque de ello el existente
se remunere únicamente en la relación con el prójimo, cercano y
lejano al mismo tiempo, y, como el Dios extinguido (pero Dios
que debe a su vez ser preservado), ese prójimo se vuelve presente
solamente en su disimulación y su parousía escapa del concepto.
La mística huye de sus altos topoi, refugiándose en la
inmanencia inevitable de la frágil morada humana. Por último,
Levinas, distanciándose de la razón y de la voluntad de una
Modernidad ensoberbecida, no podrá sin embargo renunciar a una
pretensión de universalidad abrigada como el a priori afectivo en
su propio discurso. Dios se ve conservado en la renuncia a Él
mediando la justicia. Para que la Ilustración dé al traste consigo
misma sólo es menester contemplar el fallido autoalcance de sus
promesas. O éstas aparecerán prontamente al interior del discurso
institucionalizado que proviene del conlicto y de la violencia
homologadora, a saber, de la violencia encaminada a evitar mayores
violencias. De acuerdo con la ética de Levinas, el propio inierno
aparece en la voluntad de ‘no’ (negación a la interpelación que
viene de fuera), mientras que la gloria, un poco extraña en verdad,
pues se asemeja a otro inierno, se halla en la noluntad de ‘sí’, en
la negación de la propia voluntad de airmación. Como Böhme,
Levinas parece decirnos que el verdadero paraíso, razón de in de
la tradición judeocristiana, sigue siendo el inierno. Ni el conatus
ni la airmación salvaje conducen a la paz predicada, a la paz
535
Mario Di Giacomo
inscrita en la promesa. Solamente nos ganamos si somos la puerta
siempre abierta a una solicitud que sacude nuestras comodidades
y la sordera de nuestros monótonos hábitos. La Ilustración tendría
así razón apenas en un segundo momento, cuando la masiicación
de las relaciones deba estabilizarse por medio de los emolumentos
de una razón calculadora. La universalidad ilustrada se daría
cobro, por consiguiente, en las cosiicaciones institucionales y
en las normas válidas toto caelo, adheridas al imprescindible ius
coactivum que no dejará de acompañarlas.
Mas el triunfo menguado de lo inefable no es un mal triunfo
en la medida en que es ocasión de una memoria capaz de traer
a la vida todo aquello que no ha entrado en una historicidad
especíica, que escapa a los contextos constituidos y al poder
con el que ellos se recubren. Lo dicho de otro modo, ubicado
más allá de la esencia, aunque naufrague en el oceánico lenguaje
ontoepistemológico, nos recuerda, via indignationis, todos
aquellos esfuerzos despóticos por dejar lo diferente por fuera
de la historia, por fuera de la estatalización de las relaciones
sociales, por fuera de la plenitud del sistema y por fuera de
una determinación sociohistórica recortada al talle de un falso
absoluto (el cual hoy día podría denominarse, en nuestros predios
occidentales, y ante los neofundamentalismos religiosos y
califatos prometidos, “fundamentalismo del mercado” o “califato
del mercado”, ante los cuales aquéllos reaccionan con desmedida
violencia). Nos recuerda una reparación que aún no ha ocurrido.
La sobreexigencia ética que de aquí emerge no se ocupa sólo
536
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
del porvenir de las generaciones que no han llegado, sino, con
Benjamin, de todos quienes, martirizados por la historia, no han
sido redimidos en la vasija del recuerdo. De la bondad. O, en
sentido lato, de Dios.
Castigado u omitido, reprimido u olvidado, lo diferente, ante
el lenguaje colonizador de lo Dicho, aspiraría a recuperar su propia
palabra, la intimidad de su Decir y la peculiaridad de su rostro. Así
como sus insignias, ajenas a una hermenéutica despiadada hecha
para borrar lo sagrado y los territorios en los cuales éste echa
raíces. Pero para este in el lenguaje que recupera lo diferente ha
de ser, ardua tarea, un lenguaje en contra del lenguaje recibido y
de los poderes que lo avalan. Si el Decir se subleva en contra de
lo Dicho, no dejará de hacerlo sino en nombre de la diferencia,
de la sagrada alteridad, de los textos inagotables, de la an-arquía,
de la destrucción. Por lo tanto, la paz anhelada no es, en suma,
paz duradera, pues vive en el conlicto y del conlicto. Sin más
remedio.
Al narrar su propio viaje que pone de relieve la santa
alteridad, Levinas delata el lenguaje de la violencia ilosóica
y política, el lenguaje de la nivelación del ser en la estructura
del concepto o de la subjetividad en que ancla; sin embargo, su
propio lenguaje no puede dejarse por completo atrás, no puede
desdecirse continua y completamente con el propósito de respetar
el más allá de los Dichos que violentan la diferencia originaria,
discursos consagrados que querrían ser el patíbulo de los símbolos
537
Mario Di Giacomo
irredentos caliicados por él como puro Decir. Tengo la impresión
de que el logos es incapaz de desdecirse por medio del logos:
aunque se quiera abandonar el lugar griego como origen del
logos, al incorporar el logos para salir de él, la apuesta parece
perdida. Si bien la ética aparece como prima philosophia que
parte de la presencia solicitadora del Otro anterior a cualquier
ontología, esto “resulta, según Ricoeur, una tarea diicultosa
porque su intento ilosóico se dirige a encontrar un lenguaje
que recoja la “ex-cepción” que perturba el régimen del ser.
Sin embargo, tematizar la ex-cepción es de algún modo hallar
un Dicho del Decir o, si se quiere, una ontología de la ética. A
Levinas le cabe el “des-decir”como método para negar el Dicho
sobre el Decir, arrancando la relación ética del nivel ontológico
para re-ubicarla en un “de otro modo que ser”. Y Ricoeur se
pregunta: “¿Encontrará el de otro modo que ser su dicho en la
huella de su desdecir? Ahí radica toda la apuesta metodológica
de la obra””1147. Es decir, ¿hablar del corazón de una diferencia
irreductible no es ya someter a tema justamente eso que se quería
expulsado de todo tema, no es cimentar el locus trascendental de
una mirada? ¿La excepción, la huella, lo ininitamente Otro no
dejan de ser ese “más allá” vindicado por Levinas, insertándose,
de alguna forma en una explicación ontologizadora? Al explicitar
la diacronía de una relación inexplicitable, ¿no es precisamente
absorbido ya el discurso levinasiano en la órbita del lenguaje, esto
es, en el juego del lenguaje que tematiza? Porque si el lenguaje
1147
538
Marta Palacio, “La posición de Levinas en el giro hermenéutico: el lenguaje
como ética”. En: Areté. Revista de Filosofía, Vol. XXV, N° 1, 2013, pp. 149-150.
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
debe continuamente desdecirse, ¿no se debe eso a su tendencia
natural a recaer en aquello que repudia? La razón se recaptura
cuando se expone al habla, se reconquista en su utilización. Esto
nos parece insoslayable. ¿Pero este Decir (otro nombre para
Dios y el profetismo, el hambre de sed y de justicia y el interés
emancipatorio) que toma la palabra cuando la otra se ha agotado
no ejerce su propia violencia en contra de lo Dicho, así sea para
liberar los horizontes con signiicaciones todavía no decantadas?
Si el Decir redime de la violencia, si rescata de la esclerosis de los
Dichos1148, liberará con su propia violencia, retará los discursos
establecidos y preferirá la soledad del Sinaí a una vida conducida
en cautiverio. Como señala Caputo, the dream of pure nonviolence
is too violent1149.
La diferencia absoluta que Levinas pone en la fuente de su
pensamiento está comprometida a atravesar el campo semántico
que le procurará una ineludible violencia. La tierra ofrecida, si se
encuentra frente a nosotros como promesa para llevar a término,
si es el cumplimiento de aquello que el presente aún no cumple,
dejará tras de sí lo que deja tras de sí la búsqueda ininita de la
justicia. El profetismo es el desgarramiento interior de un orden
que se autojustiica para sostenerse en la violencia, aunque ella
se mantenga por debajo del umbral del conlicto. Pero anuncia la
paz sin poder excluir la violencia, precisamente su contrario. A
menos que la paz esté al inicio y antes del tiempo, y que por un
1148 Cfr. ibid., p. 150.
1149 Caputo, The prayers and tears..., p. 23.
539
Mario Di Giacomo
inexplicable olvido de los comienzos la guerra de las palabras y
el ser, y entre las palabras y el ser, se vea obligada a recordarnos
esa verdad fundamental. La guerra, entonces, se trascendería a
sí misma en provecho de una paz olvidada, demasiado olvidada.
Extraño esplendor el de tal olvido, se dirá. Misteriosa
oscuridad, acaso, que la palabra paradójicamente debería respetar
en el mismo acto de revelarla. La oscuridad de semejante revelación
debería consistir en la revelación de su íntima oscuridad. Este
lujo de violencias semánticas si quiere ir al encuentro de su
verdad, si desea conjurarse a sí mismo, no debería por lo tanto
ir río abajo, sino al contrario. A contracorriente siempre, a in
de alcanzar la no-violencia de los inicios, es decir, para atisbar
los átomos sueltos aún no engranados ni en la maquinaria del
lenguaje ni en los percances de la historia. El hombre adverso al
nóstos se revelaría así, inalmente, como el hombre del nóstos1150.
La odisea del retorno, empero, parecería querer relevarse de su
propia cruz, de allí que el logos tou starou, el logos resultante de
las mediaciones y del devenir -en el devenir-, de las cruciixiones
y resurrecciones, mutaría en un logos desprovisto de ellos.
Falso logos aquel que borra su propia historia, refugiándose en
la idealidad de las buhardillas vacías. Falsos profetas los que no
sufren el destierro ni el desprecio de los suyos. Falso el mesías
incapaz de acreditarse en los rigores de una inmanencia (saeculum)
antes despreciada, pues sólo en el tiempo histórico el mesías se
convierte en sí mismo. Mutatis mutandis, ¿es que acaso sin querer
1150 Cfr. Derrida, Violencia y metafísica, p. 210.
540
Ateísmo, amor y justicia en el pensamiento de Emmanuel Levinas.
Un diálogo con Dios después de la muerte de Dios
el rostro levinasiano adoptaría la faz de un hombre hegeliano, pero
bajo la égida de una paz desmundanizada, esto es, sin violencia
y sin tiempo, en un Absoluto expulsado de la historia, o lo que es
lo mismo, en un Absoluto carente de mediaciones puesto que no
ha iniciado su viaje precisamente a través de las contrariedades
de la historia? Tal vez. No obstante, el tiempo, el verdadero, el
auténtico y traumático (auténtico porque traumático, traumático
porque auténtico, auténtico porque nos recuerda el ejercicio de
una cierta violencia y la violencia de un ejercicio), el no reducido
a las noches que suceden a los días, y viceversa, tampoco a una
seguidilla de comidas, ni al desplazamiento monótono de los
relojes, comienza con el rostro del Otro. O acaso con el mismo
Decir, silencio rebelde en las fronteras de lo Dicho.
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