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Implicaciones lingüísticas de la escritura árabe1 Miguel Peyró García 1. La distinción entre escritura y lengua (oral) es una de las consideraciones fundacionales de la ciencia lingüística moderna, pero la práctica desarrollada a partir de ella por los lingüistas dista mucho de haber seguido siempre el mejor camino. Por un lado —que no abordaremos aquí— el modelo literario de lengua ha seguido siendo en buena medida el objeto del análisis lingüístico, del mismo modo que no se han llegado a hacer conscientes con todas sus consecuencias los apriori intuitivos de los lingüistas inducidos por el uso de los sistemas alfabéticos occidentales (si exceptuamos tal vez a figuras aisladas como J. R. Firth). Conceptos como palabra, estructura sintáctica lineal, e incluso fonema, deben mucho a las características formales de nuestros sistemas de escritura. Por otro lado, el estudio de las escrituras se ha desechado completamente en la investigación lingüística —siguiendo la posición extrema de Bloomfield: "la escritura es para el lingüista (...) simplemente un expediente externo, como el uso del fonógrafo" (Language, 17.1.). Sin embargo escrituras y lenguas mantienen en el seno de las sociedades altamente literalizadas una relación cultural tan preferente, que su estudio necesariamente aporta una interesante luz combinada. Como denota el sentido etimológico de la palabra gramática, todo sistema de escritura es una reflexión lingüística, en cuanto abstrae y ordena las estructuras que se consideran pertinentes en la comunicación entre los usuarios de una lengua. Esto es especialmente significativo en los casos de las relaciones entre los sistemas de escritura y las lenguas específicas para las que fueron originalmente creados (donde por regla general el nombre de la lengua se confunde con el del sistema de escritura, por ejemplo los casos del árabe, del hebreo, del griego, del coreano, del chino o del tibetano), y menos sin duda en los casos de escrituras importadas (los casos del persa moderno, del swahili, del húngaro, del turco...). La necesaria diferenciación entre escrituras y lenguas no debería habernos llevado automáticamente a soslayar el estudio de sus relaciones, pues son altamente ilustrativas del funcionamiento de cada uno de los sistemas. Las relaciones "desde la escritura a la lengua" (la influencia del sistema de escritura en el sistema lingüístico) nos permiten conocer —e insistimos, siempre en el caso de una sociedad fuertemente literalizada— los grandes ejes de la conciencia lingüística de los usuarios, los parámetros fundamentales de lo que podríamos llamar sus creencias metalingüísticas (Linell, 1988). Aquí, como usuarios de una lengua, se encuentran también los especialistas en gramática: la estructura de un sistema de escritura fuertemente implantado nos ilustra también sobre las concepciones de partida de la reflexión lingüística autóctona. 1 Publicado originalmente en J. D. Luque, A. Pamies y F. J. Manjón (eds.): Nuevas tendencias en la investigación lingüística. Granada: Método Ediciones / Universidad de Granada, 2002, pp. 213-226. 1 Las relaciones "desde la lengua a la escritura" (la impronta del sistema lingüístico en el sistema de escritura creado para representarlo) no sólo nos permiten conocer mejor la propia estructura de esa escritura concreta. Revierten en la reflexión sobre la misma lengua, en cuanto señalan los elementos pertinentes que los usuarios consideran necesario representar-transmitir, o sea las unidades funcionales básicas del sistema. Es en este sentido en el que decimos que todo sistema de escritura (glotográfico) es una reflexión lingüística. Esto es especialmente interesante en cuanto reflexión lingüística autóctona (la perspectiva emic de la antropología), dado que los estudios tipológicos de lenguas no occidentales ponen cada vez más de manifiesto los lastres fusionantes, indoeuropeos occidentales y alfabéticos —que Whorf sintetizó en su concepción apenas esbozada del Standard Average European— de nuestras categorías lingüísticas con vocación universal (la perspectiva etic). [1] 2. Según una visión tradicional, que hunde sus raíces precisamente en la confusión prelingüística entre lengua oral y escrita (entre fonemas y grafemas, en lo que aquí nos atañe), la diversidad de los sistemas de escritura del mundo es sólo el panorama de la evolución universal —captada en sus diferentes estadios— hacia la escritura fonográfica segmental (hacia los alfabetos tal como se usan en la sociedad occidental). Las diferencias sistémicas entre las escrituras de otras partes del mundo y los alfabetos europeos se conciben así como gradientes de perfección, como etapas en una misma dirección: la representación "fidedigna" de la lengua oral en la lengua escrita, objetivo último que sólo se alcanzaría mediante el registro fonográfico, y dentro de éste mediante el registro fonográfico segmental, es decir mediante la relación "estricta" grafema-fonema, que pretendidamente ofrecen los alfabetos occidentales (latino y griego-cirílico, para ser más precisos). No es éste el lugar para desarrollar una crítica a fondo de esta forma de ver las cosas que algunos han dado en llamar "alfabetocéntrica", y que para Giorgio Cardona (1981) no es sino un capítulo más del discurso eurocéntrico que impregna nuestros saberes académicos. Para Cardona las diferentes escrituras del mundo serían en su diversidad sólo distintas etapas hacia el alfabeto (occidental) (en un índice de progreso "pictografía" > logografía > escrituras silábicas > escrituras fonográficas (segmentales), según el modelo clásico de Gelb, 1952) por el mismo principio por el que se mantuvo durante tanto tiempo que los diferentes tipos morfológicos de lenguas eran sólo escalones hacia el modelo fusionante (occidental) (en la escala lenguas aislantes > aglutinantes > fusionantes) (Cardona, 1981: 23). [2] Las críticas más rotundas al "alfabetocentrismo" han venido desde los ámbitos de la semiótica y de la propia historia de las escrituras del mundo. En la creencia de que hay sistemas de escrituras "mejores" que otros porque están más cerca del lenguaje oral (a través de la notación aproximativa de su componente fonológico) subyace una clara confusión entre dos sistemas de comunicación formalmente distintos, confusión que acaba alentando la vieja idea de que la escritura podría llegar a mimetizar satisfactoriamente —y también entonces suplantar— al lenguaje oral. Pero además las evidencias paleográficas no demuestran que en todos los casos los sistemas fonográficos hayan surgido de la "evolución" de sistemas semasiográficos anteriores (Hodge, 1975). 3. El panorama de la diversidad de las escrituras del mundo, fuera de la fila india del modelo evolucionista alfabetocéntrico, puede percibirse de modo mucho más revelador si en vez de confundir estructuralmente escrituras y lenguas, analizamos las escrituras desde las lenguas. Esta fructífera perspectiva fue de hecho inaugurada en 1985 por Geoffrey Sampson en su brillante tratado sobre el análisis lingüístico de las escrituras (Sampson, 1985 [3]), cerrando sin duda la etapa gramatológica evolucionista anterior (para Gelb (1952) un "gramatólogo" no tenía necesariamente que ser también un lingüista). Desde la perspectiva de Sampson, las escrituras que representan a las 2 lenguas, las escrituras llamadas glotográficas, no tienen por qué ser exclusivamente fonográficas (silábicas, consonánticas, segmentales...). La morfografía o representación de las unidades morfológicas es otro recurso muy productivo de la glotografía, y la evidencia nos muestra que está presente en mayor o menor grado en todo sistema de escritura glotográfico, incluso entre los que pasan por ser muy "fonológicos". Es así morfográfica y no fonográfica la escritura inglesa de <w> en <write> para distinguir este morfema léxico del representado por <rite> (Sampson, 1985). Es también morfográfica por ejemplo la escritura francesa de <ent> en <aiment> para señalar el morfema de número, que no es representado por ningún morfo en la realización oral. Y es deliberadamente morfográfica desde su origen, según Corominas, la escritura española diferenciada de <varón> y <barón>. 4. En relación a la lengua árabe, y específicamente a su variante literaria clásica, la escritura árabe pasa por ser uno de los mejores modelos de escritura fonográfica, en cuanto presenta una correspondencia biyectiva clara entre sus grafemas y los fonemas de la lengua (descontando los segmentos vocálicos breves). No se encuentran en esta relación grafemas que correspondan a más de un fonema, ni en el plano sintagmático (como la <x> española) ni en el paradigmático (como la <g> española). Tampoco hay dos o más grafemas alternativos para representar un mismo fonema (como en español <b> y <v>), quizá si exceptuamos tres casos puntuales, de naturaleza claramente alográfica: el "soporte del hamza" [4], la taa’ marbuuṭa y el alif maqṣuura. [5] Pero la escritura árabe es también, y al mismo tiempo, marcadamente morfográfica. El caso de la taa’ marbuuṭa (‫ )ۃ‬es muy significativo: su forma básica es la de la haa’ (‫)ہ‬, obedeciendo a un claro criterio fonográfico (representa la secuencia [(a)h]), pero posteriormente se le añadieron los dos puntos supralineales de la taa’ (‫)ت‬, lo que supone una evidente "corrección" hacia la regularidad morfográfica: -(a)t como marca de femenino (todavía escrito con ‫ ت‬en algunas palabras como ‫ت‬Q‫اخ‬ 'hermana' o ‫' بنت‬niña'). Así podemos definir la taa’ marbuuṭa como una haa’ fonográfica y una taa’ morfográfica (y el nombre final que recibe el grafema se queda con su dimensión morfográfica). Señalemos que, en el estadio actual de las relaciones entre la escritura y la lengua árabes, la lectura "coloquial" de una palabra terminada en taa’ marbuuṭa (por ejemplo ‫ة‬Q‫ مدرس‬como [madrasah]) sigue la dimensión fonográfica de este signo (es decir coincide con la pronunciación moderna de la palabra), mientras que la lectura "literaria" o "estándar" (o sea [madrasat(u)]) sigue su dimensión morfográfica. Podemos decir entonces que la lengua literaria moderna (el "árabe estándar moderno" o fuṣħa) es un constructo que lee las marcas morfográficas como si fueran fonográficas (como si un inglés leyera <write> algo así como /rwaıt/ para distinguirlo de <rite> /raıt/, de acuerdo al ejemplo anterior). Y sobre todo es de índole morfográfica una característica central de la escritura árabe que parece contradecir llamativamente su "fonetismo": el mal llamado "consonantismo", es decir el hecho tan desconcertante para el neófito (sobre todo para el neófito que es usuario de un sistema fonográfico segmental, como el estudiante europeo) de que la escritura árabe sólo refleje con grafemas específicos los segmentos consonánticos, los vocálicos largos y las glides. Así, como se sabe, una palabra como /madrasah/ 'escuela' aparece escrita como <mdrst>, /kitaab/ 'libro' como <ktab>, y /jawm/ 'día' como <jwm>. Esta particularidad de la escritura árabe se ha designado tradicionalmente como "consonantismo" (y se ha hablado así de la existencia de "escrituras consonánticas" en general), pese a no abarcar, desde un criterio articulatorio, exclusivamente a las consonantes [6]. En realidad no es un criterio fonológico el que escoge las unidades de la lengua que se escriben, o no exclusivamente fonológico: es un criterio morfofonológico. La escritura árabe recoge de esta forma una propiedad central de la interfaz morfofonológica de la lengua árabe, y evidencia además la importancia angular de esta propiedad en el sistema lingüístico 3 (pues demuestra que es la que realmente merece ser transmitida, que es la pertinente). Que el sistema de esta escritura está determinado por esta propiedad lingüística se puede deducir del hecho de que otras escrituras autóctonas para lenguas afroasiáticas se organicen básicamente también sobre el mismo principio (y hayan sido también descritas tradicionalmente como "consonánticas"): así el egipcio jeroglífico y sus sistemas posteriores (excepto el copto, que es una variante de la escritura segmental griega), los variados conjuntos de escrituras arábigas y cananeas, las escrituras líbico-bereberes, etc. El caso de excepción lo constituye al parecer la escritura del acadio, y modernamente la del amhárico [7]. Aunque las escrituras afroasiáticas parecen estar todas emparentadas históricamente, no hay una razón meramente genealógica (de grafémica interna) para justificar el mantenimiento prácticamente unánime de este "consonantismo". El alfabeto griego surge también de las escrituras cananeas y adopta sin tardanza un conjunto de signos vocálicos, transformando, como es bien sabido, el valor de otros grafemas consonánticos. Pero esta necesidad de "vocalismo" que sintieron pronto los usuarios de los dialectos griegos no parece haber surgido nunca entre los hablantes de lenguas afroasiáticas, o por lo menos no de la misma manera (teniendo en cuenta los conjuntos tardíos de signos diacríticos conocidos como taʃkiil en árabe, las llamadas matres lectionis del hebreo, etc.). La intuición de los arabistas occidentales sobre la pertinencia gramatical del chocante "consonantismo" árabe (y hebreo) es bastante antigua, y ha corrido desigual suerte por la carencia de una formulación lingüística coherente (véase Bakalla, 1979; y Versteegh, 1994, para la propia tradición lingüística árabe). En la observación de las propiedades morfofonológicas de la lengua a menudo se han confundido también fenómenos generales de alofonía, de variación libre (como la ’imaala), y se ha llegado así a algunas célebres afirmaciones —que podríamos llamar bienintencionadas, pero ciertamente confusas e insostenibles— del tipo de que "las vocales no tienen importancia en árabe". 5. La explicación del sistema de la escritura árabe a partir de las propiedades morfofonológicas de la lengua para la que fue creada ha sufrido además del endémico olvido del árabe en los debates tipológicos lingüísticos (Comrie, 1991) y de una relegación similar de la escritura árabe en las modernas reflexiones gramatológicas sobre el grafema (Ibrahim, 1988). Pero ante todo esa explicación —y posiblemente incluso una descripción lingüística verdaderamente coherente del sistema árabe, y también de otras lenguas afroasiáticas— ha debido esperar, en el seno de la lingüística, al desarrollo de los estudios de las interfaces, a la crisis de la concepción prácticamente estanca de los componentes de la lengua, y a la propia valoración de lo morfofonológico como ámbito angular de la gramática. Una explicación coherente del sistema de escritura árabe es posible hoy a partir de las herramientas de descripción morfofonológica "no lineal" que nos han suministrado, entre otros, desde el punto de partida morfológico (no concatenativo) John McCarthy (1979, 1981, 1989), y desde el fonológico (autosegmental) John Goldsmith (1976, 1990, entre otros trabajos). Estas líneas de trabajo son continuadoras directas de los estudios sobre el árabe de J. R. Firth, y de su modelo de fonología prosódica, que no tuvo un desarrollo directo tras la desaparición de este autor (véase Anderson, 1985: 192 y ss.). En el modelo de Goldsmith de 1990 estamos ante diferentes capas o planos morfofonológicos subyacentes: una capa radical que determina la representación de las unidades léxicas (y derivativas) y una capa morfemática que determina las unidades flexivas. En la palabra árabe /kataba/ 'él escribió' (que se representa en la escritura árabe como <ktb>), {k t b} son unidades de la capa radical (y constituyen la "raíz" o "esqueleto consonántico", en la gramática árabe el ’aṣl), y {a} 4 constituye la unidad de la capa morfemática. Ambas capas se superponen e integran en una plantilla que determina las posiciones donde aparecen las unidades de los dos planos (capa medular), y que en las lenguas semíticas en particular —y en las afroasiáticas en general— asigna las vocales a los elementos morfemáticos y las consonantes a los radicales, y que tiene en este ejemplo la estructura CVCVCV (véase figura). Esta capa medular se asocia a una capa fonemática que especifica el resto de los rasgos fonológicos pertinentes. La escritura árabe es, desde el punto de vista morfofonológico, una escritura radical. Representación multiplanar de la forma verbal árabe kataba "él escribió", según el modelo autosegmental de Goldsmith (1990). Una observación de los elementos lingüísticos representados en la escritura por grafemas muestra la coherencia morfológica del sistema. Se trata, además de las raíces léxicas (ktb 'escribir' <ktb>), de los morfemas derivativos, que forman nuevas bases léxicas ('hacer escribir' <’ktb>), y de otros morfemas considerados en la tradición lingüística occidental como flexivos: de número (que ocupan el lugar más "derivativo" del conjunto flexivo, entendiendo que derivación-flexión es realmente un índice continuo), de persona y aún otros. Los fenómenos de homografía son facilmente discernibles por el contexto (<’ktb> /aktubu/ 'yo escribo' o /aktaba/ 'él hizo escribir'), y en los raros casos en que el contexto no resuelve la ambigüedad, los textos árabes modernos recurren puntualmente al taʃkiil. Ciertamente la escritura árabe es un excelente sistema de notación morfográfica de la lengua árabe, porque representa específicamente la amplia mayoría de los morfemas de la lengua. Dejando aparte los casos de homografía entre formas pertenecientes a bases léxicas diferentes (como la coincidencia de la la 1ª persona singular del imperfectivo con la 3ª persona singular del causativo imperfectivo, que acabamos de citar: <’ktb>), las únicas oposiciones morfológicas que la escritura árabe no distingue en absoluto son realmente las que atañen a la voz en las formas verbales finitas (<ktb> : /kataba/ 'escribió' ~ /kutiba/ 'fue escrito') [8], las oposiciones de persona primera / segunda masculino / segunda femenino en las formas perfectivas del verbo (<ktbt> : /katabtu/ ~ /katabta/ ~ /katabti/ ), y los morfemas de caso. [9] 6. El hecho de que los morfos del árabe aparezcan, de acuerdo a la estructura multiplanar de la lengua, de forma no lineal o concatenada, como es por ejemplo lo usual en las lenguas occidentales [10], conlleva que los diferentes segmentos consonánticos que representan la capa radical aparezcan en la representación fonemática final separados entre sí por segmentos que representan otras 5 unidades morfológicas. En la tradición arabista occidental esto ha sido descrito en términos de "esqueletos" consonánticos para los morfemas léxicos y (valiéndose de una imagen de la propia tradición gramatical árabe) de formas "fractas" para los morfemas flexivos ("fracto" vale aquí para lo que en el estudio de otras lenguas se llama "discontinuo"). Esta propiedad formal de los morfos radicales, representados en la escritura por grafemas independientes, ha inducido a la lingüística árabe a un estudio de los posibles valores semánticos de cada una de las consonantes, consideradas de forma aislada (en la escritura, de cada uno de los grafemas). Esta perspectiva metalingüística parece haberse producido también en otras tradiciones descriptivas de lenguas afroasiáticas, tanto autóctonas como foráneas. No nos detendremos aquí en ellas, y baste sólo con apuntar la corriente de exégesis judaica basada en el valor de los grafemas hebreos conocida como Kabbalah, o las intuiciones sobre la posible dimensión semántica de los fonogramas egipcios que ya expresara el propio Champollion. [11] En la lingüística árabe el estudio del significado asignado a cada grafema se ha realizado fundamentalmente a través del análisis comparado de palabras con dos grafemas comunes, en cualquier orden. El lexicógrafo Abu al-Fath ‘Uzman ibn Jinni (m. en 1002 C. / 392 H.) se considera el principal formulador de este método de análisis. En la descripción de Ibn Jinni, por ejemplo, palabras con las mismas consonantes como‘ibaara ('expresión'), ‘arab ('nómadas'), bara‘a ('sobresalir'), ba‘r ('estiércol'), rab‘ ('campamento de primavera') o ru‘b ('pavor') —con raíces respectivas ‘br,‘rb, br‘, b‘r, rb‘ y r‘b, es decir con las mismas consonantes (‘br) en distinto orden— comparten el mismo rasgo semántico básico de "traslado". Este enfoque supone pues una caracterización desde planteamientos de simbolismo fónico de los segmentos consonánticos que representan los morfemas léxicos, en la línea de los elementos "submorfémicos" de Bolinger (1950) (véase Versteegh, 1997: 266-269, para una vinculación de las ideas morfológicas de Ibn Jinni con las teorías icónicas del lenguaje mu‘tazilíes). La orientación estaba ausente de las descripciones occidentales de la lengua árabe (una excepción parcial: Tritton, 1943) hasta los trabajos de Georges Bohas, que se plantean la empresa de analizar los postulados de la morfología de Ibn Jinni desde el marco teórico de la lingüística moderna (Bohas y Guillaume, 1984; Bohas, 1993, 1997). En esta asignación de significado específico a cada una de las consonantes subyace sin duda la influencia de la escritura, y sus connotaciones simbólicas subyacentes. Los signos de la escritura árabe, como los de otras escrituras de la región, proceden gráficamente de los jeroglifos egipcios, es decir de signos que representaban pictóricamente "objetos" determinados (originalmente semasiogramas) (Abbott, 1939; Driver, 1976; Hinz, 1991). Pese a que los nombres de los grafemas árabes siguen una coherencia fonológica que oscurece en la mayor parte de los casos este origen (lo que no sucede, por ejemplo, en los nombres de los grafemas hebreos, que siguen siendo bastante fieles a los significados egipcios originales), algunos todavía delatan este origen: ‘ayn 'ojo', kaaf 'palma de la mano', etc. No es difícil desde esta tradición gráfica considerar a los grafemas como portadores permanentes de un significado intrínseco (y, al ser ya formalmente fonogramas, muchas veces considerado "oculto", como en el caso de la Kabbalah, o en otras interpretaciones sufíes de la escritura árabe) (véase Kronthaler, 1980). Otras características culturales que rodean al desarrollo de la escritura árabe apoyan esta percepción semasiográfica subyacente de los signos (morfo)fonográficos. A lo largo del texto del Corán encontramos las tradicionalmente llamadas "letras cortadas" (al-Muqaṭṭa‘aat), consonantes aisladas sin significado claro, que inician algunas azoras, dándoles en ocasión sus nombres, y que se usan también en el mundo musulmán como antropónimos: Yasiin (yaa’-siin), Taha (taa’-haa’), etc. De aquí también el uso simbólico de los grafemas aislados en determinadas escuelas de esoterismo musulmán, en formas populares de magia, etc. 6 Por último quisiera hacer referencia, en esta misma línea, al valor diferente del concepto de grafema en las culturas que usan la escritura árabe y en nuestra tradición occidental (el concepto de letra). Mientras letra es un término claramente grafémico, nunca gramatical (si acaso, en la confusión escritura-lengua, "fonológico" desde el punto de vista de la conciencia de los usuarios), el concepto aparentemente equivalente en árabe, ḥarf, sí tiene connotaciones gramaticales y léxicas. Con ḥarf se caracteriza el signo de la escritura, pero también las unidades conocidas en la tradición arabista como "partículas" (aunque no sean monoconsonánticas, como min, ’ilà o ‘alà), en la división triádica de los elementos léxicos del árabe como "nombres", "verbos" o "partículas". 7. La escritura árabe nos puede ilustrar sobre las características morfofonológicas de la lengua árabe en varios otros aspectos. Hay otro ámbito importante donde la conciencia metalingüística de los hablantes nativos coincide abiertamente con las estructuras simbólicas del sistema gráfico. Pero este aspecto puede provocar sin duda importantes problemas descriptivos para la lingüística occidental. En principio parece que conllevaría una refutación de toda nuestra tradición sobre la sílaba, y por ende de nuestro concepto de fonema. Como si la caracterización de fonema de Firth fuera completamente cierta hasta sus últimas consecuencias: un producto de una teoría lingüística desarrollada en una cultura que usa el alfabeto latino (Firth, 1948). Lo que vamos a ver atañe una vez más al papel de las vocales (al "consonantismo" de esta escritura), y concierne directamente a ese subsistema de signos gráficos opcionales conocido en la tradición gramatical árabe como taʃkiil ["formación", de la raíz ʃkkl 'formar'], y como "vocalización" en la tradición orientalista europea. La cuestión de la representación de los segmentos vocálicos breves tiene dos posibilidades en la escritura árabe (aparte de las soluciones ad hoc utilizadas en la escritura árabe de lenguas no afroasiáticas). O bien, según la lógica morfográfica que acabamos de enunciar, no se representan en absoluto, lo que es precisamente lo habitual; o bien se representan mediante un conjunto secundario de signos, diferenciado del conjunto de los grafemas y claramente dependiente de éste (signos colocados encima o debajo de los grafemas). Como se sabe, la aparición del taʃkiil en un texto árabe es muy excepcional, y se reduce de hecho a tres contextos especiales: los textos de aprendizaje de la lengua (textos de la escuela primaria, manuales para extranjeros, etc.), los raros casos de ambigüedad morfográfica (véase la nota 8), y —lo que aquí nos interesa más— los textos que necesitan explicitar fonográficamente cómo debe ser leídos, como es fundamentalmente el caso del texto del Corán. Todas las ediciones del texto coránico llevan taʃkiil, porque su lectura debe reunir determinadas características articulatorias precisas (tartiil). En los casos, pues, de estricta necesidad fonográfica, la escritura árabe dispone de este subsistema gráfico para representar las vocales breves. Pero a diferencia de otras explicitaciones vocálicas secuenciales (como las matres lectionis escritas a continuación de las consonantes en hebreo, o en cierto sentido la llamada "escritura silábica" jeroglífica), los signos del taʃkiil se organizan respecto a los grafemas consonánticos en simultaneidad, sobre un eje vertical perpendicular al eje horizontal de la escritura, que simboliza la secuencia temporal (la "línea del tiempo"). Esta distribución gráfica evoca así la simultaneidad articulatoria, y coincide con la conciencia de los hablantes, explicitada en la tradición lingüística árabe, de que los grupos consonante + vocal (en la sílaba canónica CV) constituyen en realidad un único momento articulatorio. En la gramática árabe /ba/, /bi/, /bu/ se explican como /b/ "movida hacia" /a/, /i/ o /u/. Las vocales se definen así como ʃarakaat ("movimientos") de las consonantes, que son las verdaderas unidades distintivas (en la escritura, los verdaderos grafemas). 7 En un libro que expone de modo brillante la percepción nativa sobre este aspecto de la lengua árabe, Moncef Celli (1982) explica que el "acento" extranjero en el habla árabe se reconoce precisamente por esta secuencialidad, esta articulación en dos momentos consecutivos de los grupos CV. El triángulo vocálico árabe, según esta perspectiva, no se entiende como un pequeño subconjunto de fonemas complementario del conjunto consonántico, sino como un marco articulatorio necesario de la consonante (como rasgos de la consonante). Constituye los tres puntos básicos de articulación oral donde debe anclarse necesariamente cualquier consonante, que, por otro lado, no puede concebirse sin este "movimiento" vocálico. Para encontrar una formulación en la lingüística occidental que pueda encajar de modo aproximado con esta forma nativa de ver las cosas hemos de acudir tal vez al modelo secuencial propuesto por Langacker (1987), donde un segmento se define en gran parte en función de los segmentos contiguos. La consonante de una estructura silábica CV puede describirse así como CV, donde V representa las propiedades de la vocal subsiguiente, que en cierto grado forman parte también de la estructura articulatoria de la consonante. Pero en el modelo de Langacker la vocal existe como segmento diferenciado. Notas [1] Etic y emic son categorías tomadas originalmente de la lingüística (K. Pike), pero que han sido reelaboradas en el debate antropológico, y desde él nos vuelven con valores precisos. Etic es la perspectiva científica "universal", transcultural (aquí translingüística), que se confunde en la práctica con el punto de vista académico occidental. Emic es la perspectiva autóctona, de los propios usuarios. Una descripción emic está basada en distinciones que son demostrablemente significativas y funcionales para los usuarios competentes de un sistema simbólico. Véase Goodenough (1970). [2] Este convencimiento de la superioridad de los sistemas fonográficos segmentales europeos está en la base de casi todas las políticas de alfabetización (y atención al dualismo del término) del siglo XX en países no europeos. Desde la latinización de la escritura del turco en la república de Kemal o la creación de alfabetos “nacionales” basados en el cirílico para las lenguas asiáticas de la Unión Soviética, hasta la aparición de la Practical Orthography of African Languages (1930) impulsada por la administración colonial británica, los experimentos de latinización del chino, y tantos otros proyectos. Como se lee indefectiblemente en las justificaciones oficiales para estos cambios de sistema, las escrituras "tradicionales" (vale decir no occidentales) son confusas, los alfabetos europeos, por el contrario, exactos ("racionales", "científicos"): la "claridad" de los nuevos sistemas debería así contribuir decisivamente al acceso a la escritura de todos los estratos de la población. Además de estas sustituciones directas por nuestros propios sistemas alfabéticos, los europeos hemos impulsado también otras estrategias de "corrección" de los sistemas autóctonos de escritura. Se trata de dejar aparentemente intacto el sistema gráfico original (manteniendo la forma de los grafemas), pero "mejorándolo" sobre el modelo alfabético (estructurándolo como un alfabeto segmental), suprimiendo o añadiendo las "letras" necesarias. Esta es, por ejemplo, la tarea indisimuladamente asimiliatoria emprendida por Hélène Claudot y el círculo de estudios bereberes de Aix-en-Provence para un tifinagh “de la imprenta”: escrito de izquierda a derecha y con grafemas vocálicos adicionales (Claudot, 1989), proyecto que sencillamente considera al alfabeto 8 francés como modelo y desprecia la característica morfográfica radical de las escrituras de las lenguas afroasiáticas (que se aborda más adelante). [3] Nuestra recensión de esta obra en RSEL, vol. 28/1, 1999, pp. 249-251. [4] Seguimos aquí, salvo en la escritura de nombres propios, el modelo de transcripción del Alfabeto Fonético Internacional, con algunas variaciones menores por razones tipográficas. [5] El sistema mantiene en alto grado una estricta coherencia fonológica, no fonética. Así la escritura en todo contexto del artículo como <’al>, con laam, incluso en los casos de asimilación fonética (o dicho en clave grafémica tradicional: en los casos de contigüidad de la laam y otras letras "solares"). En sólo casos contados la escritura árabe prefiere la fidelidad fonética a la regularidad fonológica: Baste como ejemplo el cambio de taa’ a ṭaa’ a continuación de ṣaad, como registro de la asimilación del rasgo velar ("enfático") en la secuencia /ṣ t/, fenómeno que se recoge en la escritura especialmente en la representación de la forma de extensión verbal ifta‘ala (forma VIII) para raíces con /s/ como primera radical. Ej.: ṣfw 'ser puro' > /muṣtafa/ 'elegido', escrito normativamente <muṣṭafà> (y no *<muṣtafà>, según impondría el criterio fonológico). [6] No nos detendremos aquí en el viejo debate sobre el posible silabismo de la escritura árabe (y de otras escrituras "consonánticas"). Una escritura silábica supone un sistema de grafemas diferenciados para cada combinación de segmentos (por ejemplo un grafema específico para cada una de las posibilidades /ba/, /bi/, /bu/ en árabe), no la indeterminación de alguna parte de la sílaba. [7] La escritura del amhárico muestra un sistema claramente silábico. Pero se sabe que en este caso estamos ante una reforma ortográfica oficial, realizada en el siglo IV sobre un sistema "consonántico" tradicional (Richter, 1987 : 38). [8] En los textos árabes modernos es norma que la voz pasiva aparezca señalada puntualmente con el taʃkiil de la primera consonante. [9] Evidentemente no se deben incluir en este apartado, por no constituir cuestiones grafémicas sino del ámbito de la misma lengua oral, otras coincidencias de los morfos en el sistema personal de los verbos, como /taktubu/ 'tú (masc.) escribes' y 'ella escribe'). [10] Ejemplo: español niñ+it+o+s. Excepto en los casos caracterizados tradicionalmente en estas lenguas como "morfemas (habría que decir mejor morfos) discontinuos": francés ne+mange+pas, donde las secuencias ne y pas son ambas representaciones del mismo morfema. [11] "[La escritura egipcia] es una escritura al mismo tiempo figurativa, simbólica y fonética, en un mismo texto, una misma frase, yo diría casi en la misma palabra [signo gráfico] ..." (Champollion, 1822: 30). 9 Bibliografía ABBOTT, N. (1939): The rise of the north Arabic script and its Kur'anic development. Chicago: Chicago University Press. ADI, T. y EWELL, K. O. (1987): "Letter semantics in Arabic morphology", en Morphology workshop. Proceedings of the 1987 Linguistic Institute. Stanford: Stanford University Press, vol. I, pp. 450-454. ANDERSON, S. R. (1985): Phonology in the Twentieth Century. Chicago: Chicago University Press. BAKALLA, M. H. (1979): The morphological and phonological components of the Arabic verb. 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