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M A N O A M A N O con Roy Hora “El agro comienza a ser percibido como un componente esencial de una nueva realidad productiva” Juan Carlos Grasa y Eric Domergue El historiador Roy Hora, profesor e investigador de la Universidad de San Andrés, nos introduce con precisión en la relación histórica del campo argentino con el poder político a través de los tiempos hasta la actualidad de mucha movilidad en que el agro busca ocupar un espacio más activo en el escenario social y económico, el cual va más allá de la coyuntura de alta conflictividad y pulseada con el Gobierno nacional. Podemos comenzar la charla hablando de la relación histórica que tuvo el sector productivo del campo con los sectores de poder y los sucesivos gobiernos a lo largo del tiempo. –Miremos primero la expansión del sector desde una perspectiva de largo plazo. Durante el transcurso del siglo XIX la Argentina desarrolla una economía de exportación muy exitosa. Ya en la primera mitad del siglo XIX las exportaciones del sector rural crecen a un promedio del 4 o 5% anual, más rápido que lo que está creciendo por ejemplo contemporáneamente la Inglaterra de la Revolución Industrial. Es muy veloz, y eso por supuesto tiene que ver con las oportunidades para la expansión productiva que ofrece una pradera tan fértil y tan cerca de un puerto atlántico como es la pampeana. Esta expansión se acelera hacia mediados de siglo, cuando la lana reemplaza al cuero como el principal producto de exportación. Este rubro hoy borrado de la memoria colectiva llega a representar más del 50% de las exportaciones totales del país hasta bien entrado el último cuarto del siglo. Pero ya 26 para entonces empieza a perder dinamismo y surgen los dos sectores con los cuales se identifica tradicionalmente la imagen de la pampa: los cereales, que arrancan con fuerza en la década del 80, y un poco más tarde la carne ovina y luego vacuna refinada. Esta expansión tiene lugar en un escenario marcado por la primera gran globalización, gracias a la baja del costo de los transportes oceánicos y terrestres (el barco a vapor y el ferrocarril). Esta revolución en los transportes favorece mucho a una región como la pampeana, porque le permite por primera vez exportar de modo masivo cereales, hasta ese entonces algo imposible debido a los altos costos de transporte para un producto de estas características. Ese período, en el que madura una economía de exportación que se va haciendo más compleja y más sofisticada, con un proceso importante de refinamiento ganadero y una sustancial mejora de los rindes agrícolas, se continúa sin grandes quiebres hasta la década del 20 (salvo los que imponen eventos externos como la Primera Guerra Mundial). Gracias a la expansión del sector exportador, que crece a una tasa formidable para una economía pre-keynesiana, superior al 5% a lo largo de más de cuatro décadas, la Argentina acorta distancias con los países del Atlántico norte. Luego viene un período más complicado y más incierto, en primer lugar por el cierre de los mercados externos, que vuelve más atractiva una política que privilegie el mercado interno. Allí subirán las acciones de los promotores de la industrialización por sustitución de importaciones. ¿En qué contexto político se da esa expansión? –La primera mitad del siglo XIX es muy difícil, porque a las guerras de Independencia le suceden las guerras civiles y un escenario de mucha conflictividad interna. Hay problemas de contexto, como la falta de un mercado de capitales, falta de inversión en infraestructura, y otros que tienen que ver con que los gobiernos, aun si muchas veces desean favorecer la expansión del sector rural, no siempre tienen los recursos como para hacerlo. La producción en la pampa tiene ventajas comparativas muy importantes respecto a cualquier otro sector, pero para los productores resulta muy difícil apostar al largo plazo. El puerto de Buenos Aires es bloqueado por flotas extranjeras durante un período muy largo: el bloqueo francés y luego el anglo-francés cierran el puerto por más de cuatro años, creando grandes problemas que, dada la importancia del sector exportador, afectan a la actividad pero también a la economía en su conjunto. La situación mejora en la segunda mitad del siglo XIX cuando la autoridad estatal se afirma, creando mejores condiciones para el proceso de acumulación de capital, para la expansión productiva, etc. Ahora bien: existe una imagen que identifica a ese período como una etapa en la que el Estado, o la oligarquía dominante, se ponen al servicio del sector rural. Esta imagen es sólo parcialmente cierta. Es evidente que una economía en la que el peso del sector rural es tan grande obliga a la elite gobernante a tenerlo en consideración. Pero no tenemos entonces nada así como un gobierno de los grandes terratenientes, sino crecientemente una elite política muy poderosa, poblada por figuras del interior pobre que, si bien tiene coincidencias de largo plazo con el gran empresariado rural, de todos modos es muy independiente. Si uno observa de qué se quejan los productores, grandes o chicos, se advierte que al menos hasta 1910 muchos perciben que el Estado y la clase política no están a la altura de la sociedad civil. Tendemos a proyectar hacia el pasado una imagen de la relación entre el poder político y el sector agrario de exportación dominada por la armonía. A los hombres de ese tiempo les hubiese sonado rara esta visión: además de una industria que crecía con alta protección arancelaria, en parte para favorecer al interior extrapampeano, también tenemos una vida política muy cerrada sobre sí misma, que a veces le da la espalda a los intereses económicos y sociales dominantes. Los grandes estancieros de la Sociedad Rural (que son los que más tienen oportunidad de expresarse públicamente) ven en la 27 clase política un problema. Parte de la tensión tiene que ver con cuestiones impositivas. De hecho, los impuestos en la Argentina son comparativamente altos, el país tiene desde muy temprano un Estado que, comparando con otras naciones de aquel entonces, no es para nada pequeño (es el Estado que pagó lo que en su momento fue el mejor sistema educativo de América latina, por lejos, y probablemente mucho mejor que varios países Nos encontramos ante un escenario completamente nuevo, vinculado a cambios en la cultura rural que ha convertido en actores a los productores que hasta ahora habían permanecido muy desarticulados y dispersos. M A N O A M A N O europeos). Esa plata salió de algún lugar. Se recaudó en parte de impuestos a las importaciones, entonces la principal fuente de recursos del Estado central, pero las administraciones provinciales, que no eran baratas, se financiaban con impuestos sobre las propiedades. Vale insistir en que para entonces ya estaba instalada una percepción, que recorre toda la historia argentina moderna, que retrata a la clase política como un grupo formado por arribistas y aventureros, por gente socialmente inferior, sobre todo en el nivel local. De hecho, la elite económica se dedica a otras cosas, en parte porque percibe a la política como un escenario sucio, en el que hay que tratar con clientelas electorales, que supone muchas veces destrezas como el manejo de hombres de acción. Resumiendo: desde muy temprano podemos observar una relación entre clase política –sobre todo en el nivel local y provincial– y productores que tiene sus rispideces. Visto de una perspectiva de largo plazo, esas diferencias no impidieron que se diese un proceso de expansión económica muy sostenido, que estuvo entre los más importantes del mundo hasta la crisis mundial de 1930, en gran medida porque había importantes coincidencias de largo plazo sobre el rumbo que tenía que seguir la economía argentina. Por supuesto, cuando aparezcan problemas en los años 30 y sobre todo cuando llegue el peronismo, esa historia de conflictos entre clase política, Estado y propietarios va a quedar atenuada, borrada de la memoria colectiva, pero lista a resurgir cuando se preste la ocasión. Constituye una línea de largo plazo en la historia argentina. Sin duda la llegada del radicalismo y luego el surgimiento del peronismo cambian las reglas del juego entre distintos actores políticos y sociales… –La reforma electoral que consagra el sufragio secreto y obligatorio (pues ya para entonces era universal masculino) y la llegada del radicalismo al poder suponen un cambio en ese sentido. Las maneras de construir poder político se vuelven más democráticas, más plebeyas. Surgen liderazgos de más abajo y, más importante, emerge una ciudadanía que participa más. En consecuencia, las dirigencias políticas, de cualquier signo, tienen que mirar más hacia abajo. Como en cualquier escenario en proceso de democratización, para ganar elecciones no basta con interpelar a los sectores medios y en particular a los altos. Y ello sucede en un momento en el que, tras medio siglo de expansión, comienzan las dificultades para la economía de exportación. La economía de exportación se ve fuertemente afectada por la Primera Guerra; en los años 20 hay una última etapa de gran expansión, pero marcada por fuertes altibajos (en el mercado de carnes, primero, y en el de cereales más tarde), y un horizonte problemático, signado por el avance del proteccionismo agrícola en los mercados europeos que constituyen el principal comprador de la producción argentina. Al mismo tiempo, culmina la incorporación de nuevas tierras (se cierra la frontera) y ese es un problema decisivo por cuanto contribuye a tensar las relaciones entre arrendatarios y propietarios. Allí comienzan a cobrar forma conflictos que por cerca de medio siglo dividirán a la comunidad de productores. En la ganadería se advierte un quiebre entre los intereses y las posiciones de los productores nucleados en la Sociedad Rural y la de productores medianos y pequeños, que comienzan a hablar con su propia voz. El problema central, sin embargo, tiene lugar en la agricultura, en parte porque está más polarizada entre fuertes y débiles. Si bien la escala de las empresas pampeanas es muy grande acá comparado con otros lugares del mundo, se trata básicamente de un emprendimiento de tipo familiar, muchas veces en tierras arrendadas dentro de grandes 28 estancias. Desde la década de 1910, los chacareros comienzan a verse presionados entre precios de cereales en descenso y costo, sobre todo vinculados a la renta del suelo, en ascenso. El primer conflicto tiene lugar en Alcorta en 1912, cuando los arrendatarios de esa zona santafesina deciden no sembrar y piden una rebaja de los cánones de arrendamiento. Su reclamo recibe apoyos de muchos actores que viven de la prosperidad campesina, y en alguna medida también por los exportadores. Allí nace la Federación Agraria, en cuyo código genético está inscripta la hostilidad a la gran propiedad. Desde entonces, un gran conflicto va a dividir a la pampa argentina, transcendiendo sus fronteras. Allí nace aquella imagen que describe a los grandes propietarios ausentistas, dueños de miles de hectáreas pero incapaces de todo esfuerzo productivo, como señores que viven tirando manteca al techo en París gracias al sudor de los chacareros que labran sus tierras. Esta imagen le va a dar mala prensa a la elite terrateniente, pero también al campo, que por largo tiempo va a ser visto como un escenario de atraso social y estancamiento productivo. Esta imagen es la que recoge Perón en los años cuarenta, y en ella se apoya el programa que dice que el camino a la modernidad obliga a mirar a la ciudad y, en particular, a la industria. Cuando nos referimos a los grandes propietarios de aquel entonces, ¿de qué extensiones de campo hablamos? –Hay casos notables de propietarios que poseen 200 mil o 300 mil hectáreas, y M A N O A M A N O a veces más. Para ingresar en la categoría de gran terrateniente, bastaban 20 mil o 30 mil hectáreas. Los terratenientes argentinos nunca fueron tan opulentos como los ricos americanos ni como los ingleses, que ocupan el primer lugar en la escala de la riqueza internacional de ese período, pero podían acercarse a los hombres de fortuna del continente europeo. De hecho, algunos integrantes de las grandes familias terratenientes del país llegan a casarse con miembros de la nobleza europea. Estancieros como Mariano Unzué, Juan Anchorena, Tomás Duggan, dejaron fortunas colosales, de más de 30 millones de pesos. Ese fue el momento en que la gran riqueza argentina jugó un papel de relevancia a escala internacional; los ricos argentinos de nuestro tiempo no juegan en esa gran liga. Volvamos sobre el conflicto rural y sus consecuencias… –Puede afirmarse que entonces cobra forma un conflicto clasista puesto que para los productores más débiles la acción colectiva se impone como el mejor camino. Hasta entonces, con precios del suelo bajos y grandes oportunidades de ascenso social, no había muchos motivos para que se asociaran. El nacimiento de la Federación Agraria, en agosto de 1912, nos está indicando la constitución de un actor cuyas diferencias con los grandes propietarios pueden negociarse pero no eliminarse, que va a signar la historia de la sociedad rural desde la década del 10 hasta los años 40-50. Va a ser el gobierno militar que llega al poder tras el golpe del 4 de junio de 1943 el que dé una solución que, promovida como una respuesta puntual ante un escenario muy complejo signado por la retracción de los cultivos y la expulsión de arrendatarios que tiene lugar durante la Segunda Guerra Mundial, al cabo de un tiempo transforme radicalmente la estructura de propiedad. Me refiero a la ley de rebaja y congelamiento de los arrendamientos, que se acompaña por la prohibición de expulsión de los agricultores arrendatarios. Con arrendamientos nominales fijos en un escenario inflacionario y sin la posibilidad de expulsar a los arrendatarios, se va a producir un cambio muy drástico en el poder relativo de dueños y arrendatarios. El peronismo Muelle de La Boca Foto colección familia Hogg (gentileza Santiago Casabal) va a continuar con estas políticas, sumando algo de crédito para que los agricultores compren, y los gobiernos que lo suceden tras su derrocamiento también. De hecho, la prórroga del congelamiento va a durar hasta fines de los años 60. Y esto, más la fragmentación por herencia, que también opera, va a dar como resultado una estructura de propiedad rural mucho más democrática que la que tenemos en la década del 30. En los años sesenta o setenta vamos a encontrar una comunidad productora donde sigue habiendo grandes propietarios, pero cuyas empresas se miden en miles de hectáreas y no en decenas de miles, y que claramente ya no constituyen el núcleo dominante de la producción en las provincias pampeanas, que va a estar en manos de productores medios. Hasta cierto punto se trata de un escenario que no ha sufrido grandes modificaciones hasta nuestro tiempo, si exceptuamos los importantes procesos de concentración de la propiedad, y más aún de la escala de las explotaciones, de los últimos 20 años. Es importante señalarlo porque hoy se advierte que si bien la protesta agraria es muy heterogénea, recoge una serie de reclamos de actores que no son ni de los estratos superiores y de los estratos inferiores del mundo rural. Y esta democratización de la estructura de la propiedad ayuda a explicar por qué la 30 Federación Agraria y la Sociedad Rural, a pesar de todas sus diferencias históricas, hoy coinciden en una protesta en la que hay mucho más que las une de lo que las separa… Ni la Sociedad Rural está compuesta actualmente sólo por grandes terratenientes ni la Federación Agraria por pequeños minifundistas. –El arco de intereses objetivos que une a la comunidad de productores rurales hoy es mucho más amplio de lo que era hasta hace unas décadas. Por supuesto también hay otros fenómenos para tener en cuenta, referidos al hecho de que la propiedad del suelo ya no es tan importante en la producción rural. Durante mucho tiempo, en el siglo XIX y hasta los años 50 y 60, la tierra era central para la organización de la producción; hoy la tecnología y el acceso al capital desempeñan un papel cada vez más relevante. Cuidado, ello no significa que previamente no hubiese habido innovación: la imagen del siglo XIX y de la gran expansión agropecuaria como simplemente una expansión horizontal, donde lo único que se incorpora es tierra y energía productiva, sin grandes cambios tecnológicos, es equivocada. La ganadería cambió muchísimo entre la primera mitad del siglo XIX –cuando primaba la ganadería criolla– y el Centenario, donde ya conquista mer- cados muy sofisticados. En ese período, los rindes agrícolas –en trigo y maíz– también crecen mucho. La pampa se mecaniza desde muy temprano, en parte porque es una región escasa en trabajo. Una mirada de muy largo plazo sugiere, sin embargo, que en ese momento la tierra ha perdido parte de su importancia anterior; todos sabemos que los empresarios más exitosos se dedican a hacer que crezca la escala de sus emprendimientos pero no necesariamente a invertir en tierra de modo masivo. Gente como Mariano Unzué hacía otra cosa: durante mucho tiempo la estrategia dominante de los empresarios fue comprar tierras, que era un activo que además se valorizaba en el largo plazo: una suerte de gran alcancía, más segura y de mayor rentabilidad que un depósito bancario. Desde 1860/70 hasta la crisis de 1930 es un lugar común que la tierra puede bajar de precio un año si la cosecha es mala pero que en una década va a valer el doble. “Tienen campo”, se decía de una familia para darle estatus y hablar de su solvencia… –El núcleo de la gran riqueza argentina era claramente rural, de eso no había ninguna duda. La medida de la riqueza era: “tiene 50 mil hectáreas, tantas cabezas”. A la luz de lo que ha signado al campo argentino y su relación con el poder a través de las décadas, ¿cómo es que se llega a este presente con tan pocas salidas aparentes? –Creo que una de las razones por las cuales este conflicto tuvo lugar es que el gobierno no percibió bien que se habían producido cambios sociales y culturales muy significativos en el mundo rural. El gobierno no estuvo sólo en ese error de percepción: nadie creía que un gobierno tan poderoso podía ser sometido a tantas presiones por una comunidad que tradicionalmente tenía un lugar muy marginal en la vida política argentina. En la era de la Argentina industrial, digamos de los años cuarenta a los ochenta, los grandes actores del escenario político fueron los empresarios, los trabajadores urbanos, los sindicatos. La política argentina fue esencialmente urbana y quienes ganaban en la ciudad en general ser imponían en el productiva se identificó con la ciudad; la ciudad y la industria que en ella se radica producían modernidad en un sentido amplio: pagaban salarios más altos, ayudaban a expandir las oportunidades de progreso individual o familiar, a extender la educación, a construir una sociedad más igualitaria, etc. La industria fue, aquí y en otras partes, el gran motor de ese proRoy Hora junto al director de Horizonte A, ceso. Si uno mira la Rusia Juan Carlos Grasa estalinista o los Estados Unidos de Roosevelt o campo; no siempre las decisiones que se tomaban en la ciudad les gustaban a los cualquier país de los 30 en adelante, recohombres del campo, pero éstos nunca ge la misma imagen: la industria, más que lograron constituirse un polo de poder el sector agrario, se identifica con la alternativo, capaz de articularse política- modernidad. Entre los años 30 y por más mente. Hay factores políticos que explican de medio siglo, el campo no podía ofrecer este fenómeno, pero también de otra nada igual. Sin duda, podría argumentaríndole, que impedían que el sector rural se que el triunfo del programa industriapudiese aspirar a proponer un modelo de lista fue más problemático en nuestro país desarrollo con aspiraciones hegemónicas. que en otros lugares, en tanto y en cuanDesde los años 30 la modernidad social y to el sector rural siempre fue más competitivo y más dinámico, y la industria requería mucho apoyo estatal. En este sentido, quizás la apuesta por la industrialización impulsada por el Estado fue necesaria en líneas generales, sobre todo en un escenario internacionalmente hostil para las exportaciones agrarias como el que se extendió entre los 30 y los 50, pero a costa de algún sacrificio de eficiencia. El programa industrialista tuvo sus limitaciones y también sus éxitos (en la década 1963-73, por ejemplo, la economía creció muy rápido), y ello explica en parte por qué avanzó por lo menos hasta mediados de los años 70. Pero aún si no hubiese sido tan exitoso en ciertos momentos, me parece que en esos años era muy difícil argumentar que existía una vía hacia el futuro a partir del sector rural, no sólo por el peso de la industria como realidad y también como imaginario de modernidad, sino también porque el escenario internacional no era favorable para el agro. Se podría haber dado quizá una industrialización más razonable en algunos aspectos, una economía menos cerrada y con mayores incentivos para que creciera el sector agrario. Pero me parece que no es allí donde la Argentina se equivocó radical- ¿El sector rural de exportación puede constituir el motor de un proceso de crecimiento capaz de ofrecer más beneficios en términos de equidad, de redistribución del ingreso, de armonía regional, que el que puede ofrecer la industria? 31 M A N O A M A N O mente, en gran medida porque la apuesta por la industria protegida era el signo de los tiempos. Estas certezas hoy ya no están. Las exportaciones agropecuarias, en particular las agrarias, que habían caído en los años 40 y 50, sobre todo la de maíz, comienzan a recuperarse en los 60, y desde entonces crecen hasta la gran expansión que tuvo lugar en los últimos 15 años. Si uno mira a la Argentina de los tiempos de Alfonsín para acá, advierte el declive del prestigio de la industria como constructora de modernidad y de una economía más integrada y socialmente más democrática. Se trata de un proceso lento, que sólo se acelera tras la crisis del 2001, cuando el agro comienza a ser percibido como un componente esencial de una nueva realidad productiva. Hoy el agro no sólo genera más riqueza sino que tiene una legitimidad que 20 o 30 años atrás no tenía. Creo que hay en ese sentido un cambio cultural que subtiende la manera en que los empresarios rurales perciben su lugar en nuestro país. Sin dudas hay una cuestión cultural. Antes el gaucho que llegaba a la gran ciudad se encandilaba con los carteles de neón, sin embargo desde hace 15 años ese proceso comenzó a revertirse: el interior pasó a ser sinónimo de progreso y modernidad, el campo y sus muestras exponen al hombre de la ciudad sus grandes máquinas, la biotecnología, la siembra directa, empieza a haber una mirada distintas hacia el interior. –Pongo un ejemplo: el mayor economista argentino, el más conocido internacionalmente, es Raúl Prebisch. Cuando él pensaba en la diferencia entre las economías desarrolladas del hemisferio norte y las del sur, sostenía que la innovación tecnológica era una suerte de patrimonio de la industria. El campo era para Prebisch un sector estático, que a lo sumo recibía algo por goteo. Prebisch no tenía particular simpatía por el peronismo y era bien consciente de las limitaciones que exhibía la industria argentina, pero no veía otro camino para el desarrollo. De haber vivido en nuestro tiempo, seguramente no hubiese pensado de esta manera. En este sentido, el cambio en la percepción del valor social del sector rural es muy significativo porque le da a reclamos del campo, que vienen de antes, de cierta hostilidad hacia la industria y al mundo urbano, una densidad y una legitimidad de la que hasta ahora carecían. Hay también fenómenos referidos a las nuevas formas de producción que potencian estos efectos. Los analistas del mundo rural de las décadas centrales del siglo XX percibían atraso tecnológico, pero también la ausencia de interacción, falta de sociedad civil. Veían a cada productor aislado en su chacrita. Hoy la economía rural funciona más articulada y requiere de un mayor contacto entre sus agentes. Eso resulta importante para entender el fenómeno de la movilización reciente, que no debe percibirse como una respuesta mecánica a una exacción. La decisión del Estado de no reprimir los cortes de ruta la hizo posible. Pero lo original es la inédita capacidad de movilización que se puso de manifiesto en estos cien días de conflicto. El gobierno no fue el único en subestimar este fenómeno, que excedió las expectativas de la propia dirigencia ruralista. Basta comparar con las protestas agrarias de la década del 80, los modestos camionetazos de Carbap, para advertir que nos encontramos ante un escenario completamente nuevo, vinculado a cambios en la cultura rural que ha convertido en actores a los productores que hasta ahora habían permanecido muy desarticulados y dispersos. Más allá de cómo termine este conflicto, es importante preguntarse si la emergencia de nuevos actores va a suponer algún cambio en el sistema político argentino. No creo que estén dadas las condiciones para la emergencia de un partido rural, pero sí tengo la impresión de que las fuerzas políticas van a tener que mirar con más atención al sector rural. Hacia el futuro, el sector rural, especialmente el que está orientado a la exportación, ¿va a lograr articularse políticamente de modo tal que sus puntos de vista, sus intereses, entren más en el centro de la agenda pública? Para ellos se requiere algo más que cortar rutas y tener algunos líderes carismáticos, capaces de invocar la sabiduría llana del hombre de campo. Hay otro gran interrogante, aún más relevante: ¿el sector rural de exportación puede constituir el motor de un proceso de crecimiento capaz de ofrecer más beneficios en términos de equidad, de 32 redistribución del ingreso, de armonía regional, que el que puede ofrecer la industria? Es indudable que el escenario internacional para la producción argentina es muy atractivo –quizás el mejor desde 1920–, y cualquier señor que esté sentado en el ministerio de Economía y sea más o menos razonable no puede ignorar este fenómeno. Pero la historia indica que con esto no basta: si en lo años 40 triunfó una coalición política proindustria, proteccionista, fue por ser capaz de ofrecerle a mucha gente un futuro mejor que el que ofrecía el campo, en torno al argumento de que “ustedes van a vivir mejor si hay industria”. ¿Hoy el campo puede ofrecer algo que resulte atractivo más allá del punto de vista sectorial? ¿Puede ofrecer un modelo de desarrollo que tenga efectos positivos sobre el empleo, sobre el crecimiento, sobre la equidad? La dirigencia rural tiene que plantearse el problema si aspira a pensar en el largo plazo. Apresid y Acrea, desde hace tres años, pregonan dejar de hablar del sector agropecuario. Lo que pasa es que ahora con el conflicto, el tema se cerró más todavía, quedó como “el conflicto del sector agropecuario”. Es la clave de lo que decís de acá para adelante: si nosotros empezamos a hablar de comunidad agroindustrial, estamos proponiendo agregarle valor a lo que produce el campo e integrar la industria a eso, con vista al futuro que ofrecen los dos sectores. –La mitad de la población del país vive en condiciones inaceptables, que suponen una violación de derechos humanos básicos. Este es un dato que no debe ser ignorado. De cara al futuro, nuestro país debe encontrar una fórmula que sea económicamente eficiente a la vez que socialmente integradora. Y si no tenemos las dos cosas, no vamos a contar con un proyecto sustentable a mediano y largo plazo, que para funcionar debe contemplar los derechos consagrados en la Constitución: el derecho a la propiedad, el de un orden tributario equitativo, también el de tener educación, acceso a la salud, una vivienda digna y trabajo decentemente remunerado. Todo ello tiene que estar en el centro de un proyecto de cara al futuro.