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Voces de limo:
Muestra de poesía peruana en diálogo
con el territorio y con la vida
Edición e idea original:
Pedro Favaron
Compiladores:
Ángela Parga, Boris Espezua, Carlos Estela, Diego Sánchez Barrueto, Edgar
Saavedra, Francisco Fenton, John Martínez, Julia Wong, Pedro Favaron,
Víctor Salazar Yerén y Yaxkin Melchy
Cactus del viento
Tsukuba, 2020
Cactus del viento
Editorial ecopoética, artesanal y digital
Colección Ecopoéticas de la Madre Tierra
Tomo 1: Voces de limo: Muestra de poesía peruana en diálogo
con el territorio y con la vida
ISBN: 978-956-404-326-5
© D.R. de los textos de las autoras y autores, 2020
Voces de limo: Muestra de poesía peruana en diálogo con el territorio y
con la vida ha sido creada con un fin estrictamente cultural, en el
marco del respeto a los derechos humanos, en particular atención
a las personas con discapacidad, adultos mayores y grupos sociales
vulnerables. Los libros son de distribución gratuita. Está prohibida
su venta o lucro que se pudiera generar con la misma. Lo anterior
en los términos del artículo 10 de la Convención de Berna.
Voces de limo: Muestra de poesía peruana en diálogo con el territorio
y con la vida está bajo la licencia Creative Commons ReconocimientoNoComercialSinObraDerivada 4.0 Internacional.
Edición E idEa original: Pedro Favaron
compiladorEs: Ángela Parga, Boris Espezua, Carlos Estela, Diego
Sánchez Barrueto, Edgar Saavedra, Francisco Fenton, John Martínez,
Julia Wong, Pedro Favaron, Víctor Salazar Yerén y Yaxkin Melchy
primEra Edición: diciembre de 2020, Tsukuba, Japón
disEño y diagramación: Eder Gabriel Resendiz
rEvisión: Andrés González, Ángela Parga,
Pedro Favaron y Yaxkin Melchy
ÍNDICE
Poesía, territorio y razón afectiva en el Perú
por Pedro Favaron
7
José María Eguren
20
Mariano Ibérico
38
César Vallejo
47
Gamaliel Churata
59
César Moro
69
José María Arguedas
82
Jorge Eielson
103
Efraín Miranda
114
Javier Heraud
129
José Watanabe
142
Omar Aramayo
155
Alberto Benavides Ganoza
165
Wong Sui Yun
180
Boris Espezua Salmón
189
Doris Moromisato
200
Carlos Huamán López
209
Edgar Saavedra
223
Pedro Favaron
232
Navale Quiroz
254
César Panduro Astorga
264
John Martínez Gonzales
273
Irma Alvarez Ccoscco
286
Alonso Belaúnde Degregori
305
Posfacio de la muestra peruana “Voces de limo”
por Yaxkin Melchy
313
Poesía, territorio y razón afectiva
en el Perú
Por Pedro Favaron
“Sólo un poeta puede explicar a otro poeta”
(Gaston Bachelard)
La idea de hacer diversas muestras de poéticas regionales
que mantengan un diálogo hondo con los territorios del continente
americano surgió luego de prolongadas conversaciones con el
poeta e investigador académico Yaxkin Melchy, interesado en lo
que él, junto a otros autores, llama la ecopoesía. Hemos pasado
días y semanas en mi casa en San José de Yarinacocha y en la
clínica de medicina tradicional, Nishi Nete, en la comunidad
nativa Santa Clara, entre árboles y lejos del bullicio agitado de las
urbes; él vino en busca de mi ayuda y de la medicina indígena que
he heredado de la familia de mi esposa, Chonon Bensho, la cual le
brindé con generosidad. Así recibo siempre a quienes lo solicitan
y me brindo de todo corazón, tratando que los pacientes, con la
ayuda de las plantas y de una buena palabra, puedan superar
la confusión que los embarga y los hunde en rutas oscuras y de
sufrimiento. Enseñándole la función del canto en la medicina
amazónica y compartiendo otras búsquedas poéticas que he
transitado en mi vida, Yaxkin sintió un hondo interés acerca de lo
que yo entiendo como una poesía genuina y sobre mis reflexiones
en torno a lo auténticamente poético, aquello que trasciende (al
menos en cierta medida) a las modas y a los giros hegemónicos
de la poesía actual. En un primer momento, pensamos en
hacer antologías poéticas, pero luego el término “muestras”
7
(gracias a un intercambio que tuve con Fredy Roncalla) se me
ha presentado como más propicio, ya que antología tiene una
pretensión totalizante que no estoy en capacidad de asumir para
esta compilación, hecha con criterios muchas veces subjetivos y
guiado por simpatías, rutas biográficas y afinidades. He convocado
a un grupo de amigos y poetas que, por esos azares de la vida,
me son cercanos, para que se sumen a este proyecto; entonces, si
bien estoy a cargo de centralizar y dar un orden y dirección a la
muestra, la recopilación y los comentarios acerca de los poetas
seleccionados han sido hechos colaborativamente. Creo que
poco tiene que ver la poesía con supuestos criterios objetivos de
validación, que nos devolverían a los imperativos categóricos del
pensamiento ilustrado; más conveniente resulta el dejarnos guiar
por la empatía y por una apertura de espíritu capaz de valorar la
diferencia, sobre todo cuando penetramos amorosamente a un
contexto cultural, literario y espiritual tan heterogéneo como el de
los mundos andinos.
Resulta necesario, a continuación, expresar algunas
ideas sobre lo que entiendo por poesía genuina, vinculada a los
territorios, al resto de seres vivos y consciente de lo sagrado de
la vida, para así delimitar mejor el cauce por el que se desplaza
esta muestra. El termino ecopoesía, que conocí gracias a Yaxkin,
es un categoría útil para dar cuenta de las preocupaciones
ecologistas que agitan a nuestra época; pero si bien pienso que
tiene conveniencia el utilizarlo, también intuyo que es mejor
no afincarse en él, para evitar que se convierta en uno de esos
slogans académicos que nacen desde el afán de clasificación, que
cristalizan las dinámicas sociales y que son más acordes a una
reflexión técnica y no tanto a un lenguaje poético, siempre abierto,
siempre flexible, siempre en creación y apertura a lo incierto.
Es más adecuado señalar que esta muestra quiere transitar una
experiencia poética más antigua y fundamental (que linda con
lo atemporal); una raíz a la que conviene en todo momento tener
presente, para no perdernos en lo que puede terminar siendo
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meras modas. En el exquisito e inspirado libro La Diosa Blanca,
Robert Graves afirma que la función de la poesía antigua era
“una advertencia al hombre de que debía mantenerse en armonía
con la familia de las criaturas vivientes entre las que había
nacido”; por lo tanto, la poesía moderna tendría que ser, siempre
siguiendo a Graves, “un recordatorio de que [la humanidad] no
ha tenido en cuenta la advertencia, ha trastornado la casa con sus
caprichosos experimentos en la filosofía, la ciencia y la industria,
y se ha arruinado a sí mismo y a su familia”. Es tarea elevada del
pensamiento poético lanzar este recordatorio que muchas veces
olvidamos por la euforia consumista y las fantasías del progreso.
El recuerdo de la unidad fundamental del ser humano con el aro
sagrado de la existencia resurge cuando los poetas no abandonan
los sustratos profundos del alma, esos anhelos del corazón
noble de los que da cuenta la auténtica poesía. Y hablamos
acá de poesía auténtica tal como la expresara el propio Robert
Graves: “verdadera en el moderno sentido nostálgico del original
inmejorable y no un sustituto sintético”. La experiencia poética
que me interesa incluir en esta muestra apela a cierta poesía
primordial, por decirlo de algún modo, que surge desde el diálogo
vivo que el poeta experimenta con los elementos fundantes que
posibilitan la existencia. Cantos humanos por los que brota la
voz de la tierra y de todos los seres vivos; voces imbricadas con la
totalidad consciente de la existencia.
Buena parte de la humanidad moderna vive sin reconocer
en la tierra a su propia casa y madre. Este desterramiento, como
afirma Heiddeger, “es señal del olvido del ser a consecuencia
del cual queda impensada la verdad”. El paria que ha dejado de
sentir la naturaleza como su hogar, y se aliena en la técnica y el
utilitarismo, tiene la posibilidad de regresar del exilio mediante la
visión del ser genuino que ofrece la poesía ligada a los territorios
y a la vida. Según Octavio Paz, “el poema nos hace recordar lo
que hemos olvidado: lo que somos realmente”. Los poetas que
se encausan dentro de esta ecopoética que se vincula con lo más
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profundo de la vida, recuerdan a la modernidad que hay una sutil
pero constante comunicación entre la totalidad de la existencia;
no solo los habitantes de la tierra compartimos un origen y un
destino, sino que hay vínculos secretos e irrompibles incluso entre
nuestras células y las más lejanas estrellas. En sus afortunadas
cimas, que lindan con lo indecible, la conciencia iluminada
del poeta participa de una unidad existencial que va del propio
corazón hasta el sol, y más allá. El cosmos tiene alma e inteligencia.
Podemos dialogar y comulgar con la tierra, con el océano, con
el maíz y con la lluvia, con la luna y con el águila, y aún con la
Vía Láctea. Y sabernos parte del Gran Espíritu, irrepresentable e
innombrable, que todo sustenta y vincula. Esta clarividencia no
se alcanza con el mero uso del intelecto, sino que es necesario
recordar y despertar los ojos del corazón, los sentidos del alma
visionaria y poética.
Para el pensamiento afectivo no hay distancia insalvable
entre la cultura y la naturaleza, ya que el ser que piensa es también
naturaleza; y nada hay en la naturaleza que no participe, a su vez,
del afecto, de la inteligencia primordial y, por sobre todo, de la
vida y conciencia del Gran Espíritu. El ser humano es solidario
con los territorios que habita, ya que él mismo es territorio
pensándose, cantando y soñando. En el sueño, en la visión poética
y en la ensoñación, escuchamos la música callada que emerge de
las plantas, las palabras que brotan del agua, la voz de la tierra y el
verbo vivificante. Es desde la completa imbricación y solidaridad
poética con el paisaje, que podemos hablar con los árboles y
escuchar la voz del agua. Las narraciones ancestrales de diversos
pueblos indígenas del continente americano relatan sobre un
tiempo primordial en el que los múltiples seres vivos compartían
la condición de gente y un mismo lenguaje; el ser humano podía
hablar con el sol, con las nubes, con las montañas. El poeta
recupera, al menos por un instante, ese verbo primordial; supera
así las distancias lingüísticas y ontológicas hasta alcanzar una
vibración fluida que permite el diálogo de los seres, de corazón a
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corazón. Eso no se puede lograr desde el encierro académico, ya
que terminaría por ser una impostura que tarde o temprano los
demás notarán. Es necesario poetizar desde un vínculo verdadero
con la tierra, desde el seno mismo de la chacra y del océano. Y
reconocer a quienes nos han antecedido en esta tarea y han sido
nuestros maestros, ya que la poesía no debe pretender la novedad
fetichista de la mercancía, sino la originalidad de cantar con voz
propia aquello que es raíz y persistencia de nuestra condición
primordial.
El ser humano aprende a cantar junto a los arroyos
y quebradas. La palabra poética se absuelve de la pretendida
solidez de la prosa, para ser palabra líquida que fluye y se renueva
de forma constante. Como el agua, el lenguaje poético se adapta,
se alarga, se estira, se evapora, se condensa, se desploma como
tormenta o se posa como fino rocío, y desborda los estancos
separados. No tiene una forma fija, sino que permanece abierto.
La poesía generosa, como la tierra, da de sí misma sin mirar a
quien. Se prodiga sin temor ni mezquindad. Vive para darse, para
servir. Como el agua, la poesía es femenina, contiene y envuelve;
también es masculina, y fecunda la tierra. El verbo poético se eleva
como las aves, pero a diferencia de ellas no necesita alas, sino que
su propia fuerza interior y elástica le permite ascender. Algunos
sabios de los pueblos indígenas aseguran que el agua puede
escuchar y entender el sentido de nuestras plegarias y de nuestros
cantos. La poesía habla al corazón de la existencia; y todos los
seres responden al canto genuino. Para alcanzar a conmover a los
seres de la naturaleza con nuestros cantos, hay que ser un iniciado
en las sabias tradiciones; podemos tratar de engañar a los seres
humanos, pero nunca podrá falsearse un canto frente al Dueño
espiritual de la montaña o ante los arboles medicinales. De tal
manera, la propuesta de una poética en diálogo con la tierra y la
vida se alía a las voces de los sabios indígenas, ya que ambos (los
poetas y los sabios) reconocen la unidad entre el ser humano y los
territorios que habita; y que los seres vivos no son meros recursos
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que el ser humano puede explotar a su antojo, ya que con ellos
estamos emparentados. Las resonancias entre esta comprensión
de lo poético y los pensamientos de los pueblos indígenas, abren
la posibilidad de un diálogo entre distintas herencias espirituales
que, si bien alejadas en el espacio y en el tiempo cultural, comparten
una sensibilidad que diverge del productivismo moderno tanto
como de la separación entre cultura y naturaleza.
Quienes practicamos estas corrientes poéticas que
cantan la unidad fundamental, que expresan la vida del territorio
y de los seres, en el continente americano, tenemos el privilegio
fundamental de poder beber y aprender de las fuentes originales
de los pueblos indígenas que aún persisten, en el seno de la
modernidad, enraizados a estos saberes fundamentales. Desde
la humedad amazónica hasta las alturas andinas, de la Patagonia
a Canadá, los sabios herederos de las poéticas indígenas afirman
que el ser humano legítimo piensa con el corazón. Podría
incluso decirse que es posible pensar la indigeneidad como un
estado del espíritu. No se puede olvidar que antiguas naciones
de Europa, como los celtas, pueden también ser definidas como
pueblos indígenas. La indigeneidad, en tanto expresión vital del
ser genuino, implica la capacidad de experimentar de manera
consciente el vínculo afectivo entre el ser humano y los territorios
que habita. El ser indígena no se concibe en abstracto, sino en
relación con la totalidad de la existencia. Pensar con el corazón
es respetar la vida del resto de seres y no lanzarnos a conquistar
la naturaleza bajo la guía de la codicia egoísta e inmoderada. Hay
una poética del afecto que nos recomienda que cada decisión sea
tomada de manera responsable, procurando el equilibrio vital,
la continuidad de la vida y el beneficio de los seres sensibles. La
indigeniedad percibe un parentesco cósmico, un vínculo sagrado
que nos plantea, como exigencia ineludible, el buen convivir.
El recuerdo de la unidad nos impone, por sí mismo, una ética.
El ser humano no tiene derecho de dar rienda suelta a una
depredación excesiva ni a adueñarse del planeta. Por el contrario,
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ha de escuchar la voz de los otros seres, desde las plantas hasta los
ancestros, desde las piedras hasta el Gran Espíritu, para habitar la
tierra poéticamente, con sabiduría. Lo poético traspasa los límites
de la poesía, en tanto género literario, para ser respiración ética y
estética; lo verdaderamente poético encarna en nuestros respiros,
en nuestros pasos y en nuestros pensamientos. Lo esencial del
poeta, incluso antes del canto, es el vivir poéticamente.
El sabio indígena es esencialmente un poeta (o un poeta
esencial) que sabe curar con las palabras sagradas, y que habla
con el corazón de la existencia. Y al que todos los seres le hablan.
Al poeta un solo pétalo le revela la totalidad del cosmos. Como
afirma el filósofo francés Gastón Bachelard, “los lirios tienen voces
tan persuasivas que enseñan el amor a todo el universo”. Hay un
amor divino que sostiene, nutre y relaciona, y que es el origen de la
auténtica poética del ser. Dejar de lado lo poético es desvincularse
del corazón y del alma universal; olvidarse del desenvolvimiento
rítmico que nos armoniza con los elementos primigenios de la
vida y con sus raíces espirituales. Tal escisión solo puede traer
ruina, desequilibrio y enfermedad, a nivel individual y colectivo.
No cabe duda de que la modernidad positivista, al fomentar la
marginación de lo poético, motivó una concepción empobrecida
de la naturaleza, del lenguaje y del propio ser humano. En cambio,
para el pensamiento indígena, que desconoce las separaciones
disciplinares, el lenguaje participa de la creación de la existencia
fenoménica. Según ha escrito Gregory Cajete, académico de
la nación indígena tawa, de Nuevo México, el pensamiento
metafórico se percibe a sí mismo como parte de la conciencia de la
tierra y de la vida. Por eso, asegura, las lenguas indígenas expresan
la comunión del ser con la naturaleza.
Cuando se reconoce que hay un vínculo afectivo y
un origen común, comprendemos que nuestro destino no es
independiente de los ríos, del aire, del fuego. Al enfermar a la tierra
nos enfermamos; para curarnos, entonces, es necesario cuidar
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de la tierra. La poética del territorio, que reconoce la presencia
de lo sagrado entre todos los seres, propone habitar la tierra de
una forma digna, con una actitud contemplativa y agradecida que
desconfía del compulsivo ánimo edificante e intervencionista del
positivismo y sus desvaríos utópicos. Es un canto celebratorio a la
vida y una reflexión inseparable de los elementos que posibilitan
nuestra existencia. La persistencia de lo poético, en un siglo
atribulado e hipnotizado por las pantallas, da testimonio de que la
conciencia moderna añora un retorno a lo primordial. La poética
ecológica interpela a una época atravesada por la necesidad de
imaginar formas más saludables y armónicas de habitar la tierra
y de relacionarnos con el resto de seres. La respuesta ecológica
no puede partir, de forma exclusiva, desde argumentos técnicos y
estadísticos, sino que debe implicar la emergencia de una ética de
la convivencia y de una nueva conciencia.
Los evidentes estragos ecológicos causados por el
paradigma moderno y sus modos abusivos de relación con los
territorios tal vez empiezan a permitir que se abra un espacio
para escuchar las voces poéticas que han cantado la unidad del
ser con el resto de los seres vivos, muchas veces relegadas por las
pretensiones ilustradas del canon literario y consideradas como
poesía poco sofisticada. Encuentro que en la poesía del territorio,
sin necesidad de pasar por la consigna política, la pancarta
activista y la denuncia frontal, hay un potente mensaje que critica
los rumbos de la modernidad, al mismo tiempo que nos convoca
a volver a una temporalidad saludable, más próxima a la vida
vegetal y al remanso. La experiencia poética de la unidad cósmica
demanda detenernos, salir de la vorágine de la producción
y aquietar el corazón. Como afirma Heidegger, en su ensayo
¿Y para qué poetas?, “el ámbito esencial del diálogo entre el poetizar
y el pensar sólo puede ser descubierto, alcanzado y meditado
lentamente”. Por eso, la crítica poética a la vorágine moderna
se realiza desde el propio ritmo poético, reposado y extático; el
poeta revela el sin sentido de la aceleración urbana y la herida
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que provoca la separación de la naturaleza, desde la quietud, y en
dialogo con las voces inaudibles que el vértigo civilizador descarta
y ahoga bajo su incesante ruido. Y desde su contemplación, el
poeta halla belleza en lo que la razón dominante descarta. Para
el pensamiento afectivo nada, por más ínfimo que parezca, es
prescindible, pues todo participa de la unidad y tiene un sentido.
Cuando nuestro cuerpo se aquieta y purifica, y nuestra mente se
libera de la inquietud de los deseos egoístas, podemos abrirnos a
escuchar el corazón del universo.
Se hace evidente que las poéticas de los mundos andinos,
debido a las herencias y enseñanzas de las variadas culturas
indígenas que habitaron y habitan estos territorios, pueden
brindar aportes fundamentales a la humanidad. Y lo harán si
corren sin complejos por estos fértiles cauces de la vinculación
con nuestros múltiples territorios. Daríamos así, sin duda, una
singular contribución a un mundo en crisis y necesitado de
alternativas vitales, de una renovación de la sensibilidad y del
entendimiento, que precisa encontrar formas más armónicas y
poéticas de habitar la tierra. Y si bien buena parte de la poesía en
el Perú se escribe en castellano (aunque es creciente el número
de autores en lenguas indígenas), las diferentes variedades del
castellano andino están impregnadas de la dulzura y la ternura de
las antiguas lenguas de estos territorios. Resulta, por lo tanto, un
poco paradójico, luego de todo lo expuesto, que el canon literario
en el Perú no haya dado más importancia a las voces poéticas
que cantan en unidad con el territorio; y que incluso en ciertos
poetas consagrados, como Eguren o Heraud, este aspecto de sus
propuestas poéticas permanezca poco atendido. Es más, se podría
decir que, desde la ciudad letrada, estas inclinaciones suelen ser
consideradas negativamente, calificándolas de bucólicas y de
poco interés, a favor de literaturas más intelectuales o dadas a la
depresión, la autodestrucción y la crisis nerviosa y ontológica de
las urbes modernas. Las culturas en el Perú, como en el resto de
los mundos andinos, están irremediablemente signadas por los
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influjos de nuestra implacable geografía; y a pesar de la violencia
de una conquista (a nivel psíquico) que nunca acaba y de los
múltiples flujos migratorios, el substrato más profundo de las
culturas andinas persiste siendo indígena, ligado a los territorios y
en diálogo con las fuerzas vivas y elementales. Lo que esta muestra
pretende es evidenciar que, al interior de la poesía moderna, que
va desde el principio de siglo veinte hasta la fecha, han existido
múltiples poetas andinos (costeños, serranos y amazónicos) que,
desde sus propios bagajes culturales, han cantado con hondura el
paisaje y sus querencias. Y que los autores que en este momento
escriben desde una poesía del territorio, tienen una diversa y
prolífica tradición literaria en la cual pueden apoyarse y de la que
pueden nutrirse.
El imaginario de buena parte de las élites letradas de
los mundos andinos ha sido, en gran medida, deudor de los ejes
paradigmáticos eurocéntricos. La importancia de la escritura
como factor de superioridad europea estuvo presente desde el
primer momento en la conquista. Y el prejuicio conquistador
sobrevive entre los grupos ilustrados del continente americano.
Los Estados nacionales, signados por el autoritarismo moderno,
buscaron imponer una sola cultura, un solo modo de entender
el conocimiento y la condición humana, sin dejar espacio a otras
formas de sentir, de expresarse, de pensar y de recordar. También
lo literario, en buena medida, se construyó desconociendo lo
indígena; y buena parte del indigenismo, que surgió en las primeras
décadas del siglo XX y que llegó a consolidarse, con el correr del
siglo, como una nueva tendencia canónica en el Perú (así como en
Bolivia y en Ecuador), fue una producción intelectual y artística
hecha por una élite mestiza y letrada que, las más de las veces
(salvo honrosas excepciones), se acercó a los pueblos indígenas con
un evidente paternalismo. Lo indígena fue visto como subalterno
y utilizado como un tropo para distintas maniobras políticas y
partidarias. Sin embargo, lo que nos interesa rastrear, para esta
muestra de poesía peruana, son los momentos en los que distintos
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poetas, pertenecientes a diversos sectores (incluyendo aquellos
considerados canónicos o en camino de serlo), se absuelven del
discurso ilustrado y la crisis psíquica de la modernidad, para
cantar desde esa corriente más antigua y primordial que privilegia
la unidad del ser. La poesía tiene la habilidad de quebrar con los
discursos hegemónicos; y no puede haber poesía genuina que
participe de un proyecto autoritario. Y no es ni siquiera necesario
que los poetas sean del todo conscientes de que esta “poética del
espacio” los vincula con la raíz indígena, muchas veces reprimida
de la conciencia de las transculturaciones y mestizajes. Se trata
de una poética que emerge desde las entrañas del ser, desde la
intimidad de quien se recuerda hijo de la tierra y del sol.
Por lo general, las élites letradas de los mundos andinos
(e incluyo en esta categoría a todos los que hemos atravesado un
proceso de formación universitaria o de formación autodidacta
que nos permita escribir reflexivamente), vivimos desvinculadas
de nosotros mismos. Si bien aceptamos, un poco a regañadientes, el
no ser europeos, nos cuesta asumir que el influjo de los territorios
andinos y de los modos indígenas de sentir la existencia, viven en
nosotros y nos signan. Las clases dirigentes y medias de los mundos
andinos anhelan barnizarse con el halo de la modernidad, pero
no quieren prescindir de los beneficios virreinales que les brindan
estas sociedades desiguales y poco inclusivas. Si bien es cierto que
hay fuertes tradiciones intelectuales andinas que buscan otros
derroteros, más cercanos al pálpito de la tierra y a la ancestralidad,
resulta innegable la existencia de una élite que acapara los medios
de comunicación y buena parte de los espacios institucionales
(incluyendo las editoriales), que miran lo indígena con desprecio
y para las cuales todo lo rural es signo del más espantoso atraso.
Son pocos los pensadores, los investigadores y artistas libres de
estos prejuicios ilustrados. Esta necesidad de legitimarnos y de
pensarnos a partir de un andamiaje intelectual eurocéntrico,
impide que ahondemos en lo que Fredy Roncalla llama “fuentes
profundas y primordiales”. Lejos de las pakarinas, no podemos
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encontrar un lenguaje y unas formas de pensamiento que nos
permitan ser nosotros mismos, decirnos a nosotros mismos y
realizar un verdadero aporte reflexivo, estético y espiritual para
la humanidad. Mi íntima convicción es que no pueden haber
poéticas andinas que se pretendan saludables y esclarecidas
si no somos capaces de asimilar la herencia de tierra cardíaca
que nos legaron los sabios indígenas, aquellas voces que la
modernidad ilustrada negó y que se sigue desconociendo, pero
que una y otra vez resurgen en las experiencias de los hijos más
sensibles de estas geografías andinas.
Lo indígena es, en última instancia, un vínculo profundo
con la tierra, la raíz del ser genuino, del ser vinculado con lo
existente: lo que nos hace humanos. Lo indígena en nosotros es la
profunda necesidad de sentirnos ligados a los elementos fundantes
de la vida. A mi entender, conviene realizar una resignificación del
término indígena, para pensarlo como un estado genuino del ser. Lo
indígena es lo genuino, ser humano indesligable de los territorios,
próximo a los elementos primordiales que posibilitan la vida. Lo
moderno, en cambio, en tanto separa al humano de la naturaleza y
lo enreda en la técnica y el artificio, resulta en la negación de la voz
primordial del corazón. El humano legítimo, ya sea el hatun runa
que habita en el ayllu o el poeta que se armoniza con la totalidad
de la existencia, conoce el origen común de la vida. La necesidad
de realizar esta comunión poética con la naturaleza persiste en
el fondo de nuestro inconsciente colectivo como algo ineludible
que, de no ser atendido, genera toda suerte de patologías. En ese
sentido, la poética del espacio vivo es también una terapéutica,
un camino de retorno a lo simple, a lo elemental, al asombro de
la existencia, a la apertura del ser a la intemperie, desnudo de
imposturas y artificios; y también de todo dogmatismo y de toda
voluntad de poder.
Las poéticas más saludables de nosotros los andinos
germinan cuando nos armonizamos con los influjos de nuestros
territorios. La raíz indígena de nuestra constitución nos devuelve
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siempre hacia la tierra, a la necesidad de responder a su ascendente,
a reconocernos como sus hijos y parte de ella. El pensamiento
del afecto, del corazón, postula que no es necesario preservar
una distancia frente a la naturaleza para poder conocerla; por el
contrario, hay que experimentar la intimidad de la vida, ser parte
de esa red de relaciones vitales que a todos incluye y no deja nada
deshilvanado y huérfano. El conocimiento no es algo separado
de nuestro afecto y pertenencia. Los seres humanos somos
guardianes de los territorios que nos han legado nuestros padres.
Y no solo somos cuidadores, sino que somos parte misma de esas
tierras; ellas viven en nuestro corazón y son nuestra riqueza. El
territorio no puede ser pensado como un adversario que hay que
vencer. Ejerciendo un dominio autoritario sobre él, se pone riesgo
la fina red de relaciones que garantizan nuestra propia salud y
subsistencia. Se tiene que respetar la vida de los otros y los ritmos
orgánicos de nacimiento, crecimiento, reproducción y descanso.
La modernidad, siendo compleja y múltiple, tiende a priorizar
modos de producción que están enfrentados a la salud del planeta.
Todos aquellos que nos reconocemos ligados a las geografías
andinas, estamos llamados a dar testimonio de nuestra íntima
vinculación con la vida. El vigor de nuestras poéticas proviene de
este enraizamiento espiritual en la geografía. Se hace necesario que
encontremos una voz propia, que responda al magnetismo de la
madre tierra. Leyendo las expresiones poéticas del Perú, podemos
reconocernos, al mismo tiempo y sin contradicción alguna, como
gozosos deudores tanto de la herencia occidental, mediterránea, y
de las demás migraciones a los territorios andinos, así como de las
voces vivas, vigentes y vigorosas de los pueblos indígenas que son
vida genuina en nosotros.
San José de Yarinacocha, julio 2020
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José María Eguren
Lima 1874 – Barranco 1942
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)
Cuando Eguren publica el poemario Simbólicas (1911), la
poesía peruana conoce, tal vez por vez primera, la ruptura con el
llamado “realismo”, para penetrar a capas más profundas de la
imaginación simbólica. Su apartamiento del modernismo y de la
tradición hispanista, así como su cercanía al simbolismo francés,
fueron la semilla de lo que luego sería la entrada del vanguardismo
en los mundos andinos. A pesar de su carácter reservado, dado al
silencio y a la contemplación, José María Eguren fue un animador
cultural y ejerció una notable influencia en las generaciones
posteriores. Si bien hubo una resistencia inicial a su poesía por
parte de la élite literaria de la época (conocida como la República
Aristocrática), los jóvenes creadores vieron en él a un precursor
y maestro. En las primeras décadas del siglo XX, su casa en el
antiguo balneario de Barranco congregaba vibrantes tertulias
a las que acudían muchos de los nacientes artistas, escritores y
poetas de la pequeña ciudad de Lima, que aún conservaba un aire
aldeano. Quienes iban desde el centro de la ciudad lo hacían en el
tranvía. El viaje duraba media hora, y el transporte era cómodo,
con poca aglomeración de pasajeros. En el camino se cruzaban
las haciendas y el olor a campo penetraba en los vagones. La casa
de Eguren, construida en el siglo XIX, tenía el estilo campestre de
la época. Estaba ubicada en la plazuela San Francisco, al lado de
la Iglesia, y hasta hoy sigue en pie. Esta proximidad a la iglesia no
parece un dato menor, ya que, como señalaré más adelante, hay
un parentesco espiritual entre el poeta barranquino y el santo de
Asís. En una ocasión, Ricardo Tenaud, que era uno de los jóvenes
que peregrinaban a la casa de Eguren en aquellos años, me
comentó que guardaba el recuerdo del poeta como un ser celestial,
un espíritu que lindaba con lo sublime y que respiraba envuelto
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por la poesía. Su voz era suave y monótona como el transcurrir de
un río que arrulla al viajero. En el brillo de sus ojos se advertía el
asombro que le producía la existencia.
Eguren pasó buena parte de sus primeros años de vida
en la hacienda Chuquitanta, que su padre administraba, en la que
permaneció, en parte, por problemas de salud. En su vida rural se
impregnó del paisaje de los valles de la costa andina, esos fecundos
oasis en medio del desierto que forman los ríos que descienden
de los Andes en su camino hacia el oeste, como siguiendo la ruta
del sol. Los ríos andinos, antes de disolverse en el mar, preñan el
desierto y lo hacen propenso a la vida. Esta relación con el paisaje,
desde una visión simbólica y onírica, acompañó buena parte de la
obra poética de Eguren. Los amaneceres y los crepúsculos (como
en el conocido poema Los Reyes Rojos), el viento en el follaje y el
canto de las acequias, el silencio monacal de Barranco y la niebla
matutina de los barrios costeros, así como la inmensidad oceánica
y las flores de los valles, fueron motivos que se incorporaron a su
poesía como símbolos de su vida íntima y de sus ensueños. Por
sus continuas crisis de salud, Eguren nunca acabó sus estudios
regulares, pero fue un autodidacta y un estudioso de lo frágil,
un navegante de la imaginación y de lo onírico; Eguren se sentía
a gusto en los territorios sutiles que desprecian los hombres de
ánimo edificante, aquellos que pretenden, en vano, combatir contra
la precariedad humana y el fugaz paso de nuestra existencia. El
poeta, por el contrario, lejos del positivismo que dominaba a buena
parte de los intelectuales de su época, habitaba en la ligereza, en
lo pasajero, en lo inestable; y no pretendía agotar el misterio con
explicaciones racionalistas, sino que de él se nutría con cierta
ingenuidad santa y confianza. En Eguren la experiencia poética
amplía sus posibilidades significantes y de conmocionarnos,
desde la aceptación de la propia fragilidad. Muchos poemas de
Eguren suelen ser un elogio de la infancia y de la castidad de los
sentidos, cantos que brotan desde la primavera de las edades y
de los seres. Y aunque no desconocen la muerte, se acercan a ella
21
más con tímido asombro que con resentimiento o desgarro. A mí
me parece que la poética de Eguren resulta cercana, en ciertos
planteamientos y en su estado de ánimo, a las Songs of Innocence
de William Blake. Y sus imágenes poéticas, profundamente
líricas, me parecen próximas a las que me despierta la música de
Edvard Grieg; así como, en ciertos pasajes, al espíritu lúdico de
Maurice Ravel y a los silencios de Satie. No en vano, Eguren era
un profundo amante de la música; y la conciencia rítmica de su
poesía es, a mi entender, de las más logradas en la poesía peruana
(muy cercana a la de San Juan de la Cruz). Y el ritmo, siempre,
surge de la combinación equilibrada del sonido y del silencio.
No en vano, el poeta Adalberto Varallano aseguraba que Eguren
introdujo el silencio en la poesía peruana, “el silencio puro” del
mar y de los valles, el silencio ante lo inagotable del misterio. Por
su parte, Javier Sologuren escribió que la poesía de Eguren parece
imantada por la belleza de la infancia y sus “objetos puros”: “La
infancia fue la edad en la que Eguren gozó con todos sus sentidos,
en sueño y vigilia, tanto los prodigios de la naturaleza como los
que el arte le ofrecía. La infancia a la que nunca abandonó […]
Una niñez que iba madurando hacia la adultez sin perder nada,
sin estorbarse, pues el poeta sabía bien del enriquecimiento
que este curso continuo significaba. Sabía además que el niño es
modelo estético por su contenido de belleza, por su principio de vida y
su alegría”. Pero, como bien marcaría Emilio Adolfo Westphalen,
no puede dejar de reconocerse que la poetización infantil de
Eguren, en la que conserva la inclinación del niño a la sorpresa
y a la fabulación, es impensable fuera de una refinada cultura y
una experiencia madura. Por esto mismo, como afirma el propio
Westhphalen, detrás de la aparente fragilidad infantil, reside la
potencia de Eguren: “El dolor y el misterio del destino humano
se revelan más que implícitos en su poesía, en apariencia sobre
muertos y aparecidos, en realidad sobre lo incierto de la condición
humana, titubeante tras imaginaciones, símbolos y mitos”.
22
En el acercamiento de Eguren a la naturaleza, como
en muchos otros poetas con similar talante, hay una renuncia
consciente a participar del ajetreo de la acción. El campo, el
océano y el bosque se manifiestan, entonces, como símbolos,
entre otras cosas, de la libertad y la abolición de los oficios.
Como afirmó César Moro, Eguren no tenía “nada que decir, ni
hacer, ni ver fuera de la poesía. Cosa insólita entonces y ahora:
jamás bregó en la política. ¿Cómo hubiera podido bregar en la
política con su candor de ángel desterrado, con su timidez de niño
que llega tarde al festín?”. Pero desterrado del mundo humano
no significa exiliado de la naturaleza, sino que en ella hallaba
Eguren su verdadera morada, conversando con aves y con olas,
alejado de las obligaciones y los asuntos apremiantes de la gente
importante. Cuando Eguren nos habla, en el poema Campestre,
“de los santos Gorrión y Jilguero”, su sensibilidad se muestra
próxima a San Francisco, quien predicaba a las flores y las aves,
y era también defensor de la infancia y de la inocencia (como lo
fue, en su prédica, el propio Jesús). El llamado Pobre de Asís es
uno de los pocos santos reconocidos por la Iglesia Católica que
con alegría y autenticidad vivió una ecología integral, cercana al
mensaje de Jesús en el Sermón del Monte; en humildad y apertura
experimentó con simpleza un estado de armonía perfecta con las
demás criaturas de Dios. La convicción de San Francisco fue que
Dios debía ser glorificado también en sus criaturas, honrando a
cada ser vivo, dialogando con ellos y respetándolos, tal como se
lee en El Cántico de las Criaturas. No puede olvidarse el hecho
de que San Francisco, amante de la naturaleza y de la presencia
inmanente de Dios, es considerado por muchos como el iniciador
de la poesía medieval en lengua italiana.
La entrada en los bosques, que también fascinaron
a Eguren, ha sido tema poético por excelencia en la tradición
europea, especialmente la de raigambre céltica y druida, tal
como señala con erudición y elevación poética Robert Graves
en La Diosa Blanca. En el poema Campestre, tal vez por profunda
23
intuición poética, Eguren nombra a las retamas, amarillas como el
sol, cuyas hojas se usaban en Europa para limpiar los hechizos; y a
los sauces, árboles asociados a la magia y a la poesía en la antigua
Irlanda. Pero no son solo las plantas transplantadas a América las
que aparecen en sus versos, sino también las aves peruanas, como
el huanchaco, y la presencia de las antiguas ruinas, las wakas,
templos de los sabios indígenas de antaño, que aún persisten en la
costa peruana, incluso en medio de las ciudades, para recordarnos
nuestro ineludible origen y destino. Así también, Eguren se recrea
en el asombro que le produce el imaginar a las momias inkaikas y
la imagen de los fieros pumas, que antiguamente descendían hasta
la costa. Y estos motivos andinos se entrelazan en los versos de
Eguren, con propia armonía, con las leyendas medievales, como el
lobo feroz, los gigantes, los ogros y los caballeros del ciclo artúrico.
En Eguren, entonces, el paisaje de la costa andina es portador de
un simbolismo en el que coinciden diversas narrativas, tiempos y
culturas que conformaban, no cabe duda, el propio imaginario y
bagaje cultural del poeta, su profunda heterogeneidad americana,
que el poeta parece haber vivido con liberalidad. Por eso, en
Eguren, “el Valle Hermoso” es también “la puerta del cielo”: lo alto
y lo bajo, la tierra y el cielo, la vigilia y el sueño, lo occidental y lo
propio del desierto andino, coinciden en la imagen poética, capaz
de reconciliar a los opuestos y de hacer coincidir a los contrarios.
Eguren canta también al roble, árbol de la duración en
la tradición céltica, de especial preponderancia en la jerarquía
europea de los vegetales. Cuando la imaginación de Eguren se
hunde en el bosque o se alza hacia el cielo nocturno, se liga a la
raíz misma de lo poético: en los claros de los antiguos bosques de
Galia, Irlanda y Britania, e incluso del norte de España y de Italia,
los sabios druidas rendían culto a la Diosa Madre, cuyo reflejo es
la luna, que aparece, como evidente referencia, en el poema Reina
de la Noche: es una madre que da vida, pero que también aparece
con faz “sombría”, pues es también portadora de la destrucción,
de la muerte, de la transformación. Este parentesco de Eguren
24
con la poética indígena de Europa, ¿se dio por una infinita
erudición del poeta o por una intuición privilegiada? Lo más
seguro es que, en Eguren, a pesar de la aparente ingenuidad de
su versos, coincidieran de forma armónica erudición e intuición,
en equilibradas proporciones, como creo que siempre sucede con
las poéticas de más afortunadas alturas y de mayor refinamiento
espiritual. Sin embargo, hemos de siempre recordar que el verso,
sin intuición rítmica, no es poesía; finalmente, como afirma
Gaston Bachelard, “la poesía no es una tradición, es un sueño
primitivo, es el despertar de la imágenes primeras”. El elogio de la
infancia en Eguren tiene que ver con este ensueño primordial de
la poesía auténtica. La razón poética, las imágenes fundamentales
de la psique y los mismos temas poéticos, aunque con variantes, se
manifiestan en las diferentes culturas, y lo harán mientras sigamos
siendo humanos, porque apelan a lo más genuino y permanente
del ser. Por eso no debe sorprendernos que cuando Eguren penetra
el bosque, revela en él lo mismo que hacen los sabios indígenas de
la Amazonía: que entre los árboles viven diversos espíritus, que las
plantas y las aves pueden hablar, que los territorios nos presienten
y guardan profundas enseñanzas. De ahí que Eguren sea un poeta
ineludible a la hora de imaginar las herencias poéticas de la poesía
peruana ligada a los territorios desde lo más íntimo del alma.
CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, agosto 2020
25
LOS ROBLES
En la curva del camino
dos robles lloraban como dos niños.
Y había paz en los campos
y en la mágica luz del cielo santo.
Yo recuerdo la rondalla
de la onda florida de la mañana.
En la noria de la vega,
las risas y las dulces pastorelas.
Por los lejanos olivos
amoroso canto de caramillos.
Con la calma campesina,
como de incienso el humo subía.
Y en la curva del camino
los robles lloraban como dos niños.
(Libro: Simbólicas)
26
CAMPESTRE
De la hacienda, sonora campana
el silencio rasgó matulino,
y risueña Danira me ofrece
un paseo por almo camino.
Las retamas de seda amarillas
luminosas por el aguacero,
los sitiales, las urnas parecen
de los santos Gorrión y Jilguero.
En la huaca la tórtola obscura
una gema dibuja de gualda;
y la nube de aurora desciende
cristalina del cerro en la falda.
—Ve reír la campánula rosa
en la senda, me dice Danira,
y quizá, por tal risa indignados,
los espinos temblando de ira.
¿Dónde moran verdosos los sauces;
dónde tiemblan los árboles bayos,
no divisas humildes y graves,
misteriosos los guardacaballos?
27
—No, respondo, en el valle percibo
triste sombra con un capirote.
¿Infortunio será que me sigue
en su largo caballo de trote?
—Son quimeras, Danira me dice,
son temores de tu fantasía;
sé que reina esperanza en el monte
con rosada, celeste alegría.
—Mis temores, por suerte replico,
hoy que llegan del alba placeres
en un sueño de bosque dorado,
son, Danira, saber tus quereres.
Y responde: —En la tapia verdosa
los huanchacos soldados parecen:
centinelas de amor que vigilan
estos campos que dulces florecen.
Saucedal a la vera del río
es un sueño feliz, trepadoras
han tejido los arcos obscuros
y siluetas de luz tembladoras.
Los patillos del mar, caprichosas
han formado viviendas salvajes,
y moviendo las frondas, inclinan
sus cestillos de verdes encajes.
28
—Oh, belleza, Danira profiere,
titilantes las hojas perlinas
luminoso proscenio han trazado
de telones y de bambalinas.
—Mira, dije, los troncos gigantes
en el claro del monte caídos,
de Gustavo Doré me recuerdan
antañeros boscajes perdidos.
—Sí, responde Danira, semejan
plantas vivas y el álamo probo
los lugares que Perrault describe.
¿Si serás el gigante o el lobo?
—Caballero seré de mi dama,
seré amante feliz, ¡alma mía!
Y contesta con vívidos ojos:
—Ya comienza la sensiblería.
Es engaño sutil... En sombrío
bovedal de lianas caramelo
me figuro que hay duendes morados
¡no se mira ni un claro de cielo!
—Sí, contesto, pero hay de esmeralda
luces bellas, por hojas estivas;
y en cimera del álamo veo
se enamoran las aves festivas.
29
—¿Dónde están? Soñador insincero,
no percibes del alno cimera:
y si amores, otra vez, anuncias
volveremos en muda carrera.
—¡Oh, jamás! Seguiré verde trocha
con la Eva de mi paraíso,
por el musgo de luz dilatado
por el valle y el monte indeciso.
Y responde: —Por fin de jornada
llegaremos al linde cercano
que ya siento la luz de los cielos
al silbido del tordo galano.
Y también cuculíes se arrullan,
les responden las madrugaderas.
—Esta vez, digo yo, es Danira
la que me habla de amores de veras.
Y la niña la marcha prosigue
sin ninguna palabra ninguna,
la canción principiando harmoniosa
que se canta a los niños de cuna.
A cogerla me torno, festivo,
pero salta en la umbría cual paro,
linda corre en el húmedo césped
del estanque recóndito y jaro.
30
—¡Valle hermoso!, me dice riente;
mira tú que es la puerta del cielo
esa entrada de campo luciente
de granate, zafiros y hielo.
La lejana pradera simula
un glorioso paisaje soñado:
más, llegando a su puerta olorosa,
percibimos un monte quemado.
Blanquecina y vieja la tierra
de parajes quizá hollados nunca,
con festones obscuros verdosos,
con la duna selvática trunca.
Es mansión de la Melancolía,
el imperio de verde Canicie
y los musgos mortajas simulan
en la fría, callada planicie.
A la vera del bosque, un espino
calvo, obscuro y enfermo se inclina:
se vislumbra con vaga tristeza
una huaca borrosa y albina.
—Vamos, dice, a los páramos rubios
que distantes velados se miran;
pasaremos la turbia muralla,
y sabrás si te quiere Danira.
31
Madrigueras hallamos calizas,
y cubiles quizá de los pumas,
y dos momias incaicas cubiertas
y verdosas, viejísimas plumas.
De sillares inmensa muralla
color plúmbeo, nos cierra el camino.
—Es, me dice Danira, el palacio,
el palacio de un rey campesino.
Las pisadas sonaron sonoras,
de subir murallón con anhelo;
y miramos radiante campiña
con zacuaras doradas de cielo.
Y suspiran arpegios las aguas,
vivas aguas azules y raras,
y hermosean el campo harmoniosas
con las músicas lentas y claras.
Y a la entrada del monte azulino,
donde el viento las plantas deshoja,
encontramos obscura y alerta
en el sauce la serpiente roja.
(Libro: Poemas intermedios)
32
LA REINA DE LA NOCHE
En el nocturno jardín
verde y azul,
vive la reina de la noche;
que tiene su corte
de pálidas flores.
El jazminero da alegría,
aromador;
y el espumar de torrentera
galante nos lleva
a ver a la reina.
El floripondio que cavila
y el azahar,
que duerme plateados sueños,
le dan al sendero
florido misterio.
Tras de eucalipto aromoso
y de laurel,
cantan los búhos centinelas
como si nos dieran
las voces de alerta.
La pálida corte el claro
ve del jardín:
y entre las corolas sin vida,
murmura felina
la reina sombría.
33
(Libro: Sombra)
34
SINFONÍA DEL BOSQUE
El espíritu del bosque no es de encrucijada ni de asalto
sorpresivo. Los bosques de encinas, con los caballeros armados
y lobos de boca negra, son un remedo descolorido o láminas de
los cuentos. El bosque es una emoción de fantasía, es como la flor
del campo entero; la flor de verde obscuro y aromas resinosas y
tónicas de vida. El bosque es la sorpresa, pero ésta se presenta
en la escala alegre de sus claros o en sus umbrías dulces. Por el
bosque pululan los genios olorosos y las damas verdes invioladas.
El espíritu de la vida. El bosque es una afirmación de la Naturaleza
y un elemento vital que aspira humedad de la atmósfera y tiende
sus frutos a todos los seres orgánicos. Alimenta desde el hombre
hasta el cocón y la efímera, galvanizando los matices ocultos y
descorriendo los poderes mágicos de la naturaleza campesina.
En una concentración armónica de los valores primos de la
Naturaleza. Es más humano que el mar, aunque éste sea una
providencia. El bosque puede simbolizar la sombra, la sombra
piadosa del estío, la sombra de las maravillas destacadas; la
sombra luz de los mirajes solemnes tachonada de flores metálicas
y de todos los matices. El bosque ostenta la joyería imperial
y el plumaje hechizador. Aquí el colibrí zumba sus colores y el
ánade blanco se emboza sobre el agua matinal. Allá el Martín
pescador esmeraldino se rinde con su pesado pico. Los alabancos,
los bermejuelos de pennas azuladas traen recuerdos de lagunas
distantes. Los flamencos escarlata emulan a las ardillas rojas y el
ciempiés al coralillo. Pasada la noche de los álamos nobles y las
lianas glorietales, llegamos a la región de los árboles selváticos.
Aquí las campanillas han formado una decorativa teatral con
un claro de fondo y una sucesión de bambalinas coloreadas,
en un boscaje versallesco, un tejido verde y blondo de mygales
fabulosos. Nos figuramos encontrar a la niña del bosque con
el cabello rubio verdoso, como las lianas finas, con el cutis de
suave amarillez y los ojazos de gacela con las pupilas espantadas.
35
Silvestre como brotada de la esencia misma de las hojas y del
herbazal. Aparecida en el claro, en un pórtico de ramas sombrías,
nos daría la impresión de una divinidad campestre, la que siempre
creemos descubrir cuando seguimos el sendero del monte,
cubierto de yerba fina aterciopelada, que pide una belleza dulce
para formar la obra de arte de la naturaleza selvática y misteriosa.
Luego vemos que se apenumbra el bosque y en el crepúsculo
ficticio los árboles del trópico se enfilan tenues. Son frescos y raros
como las aves de rapiña sus moradoras; tienen la flor del espanto
y están entretejidos de serpientes coloreadas. De aquí que se
vean anaranjadas o violetas, rojas o amarillas, moteadas o grises,
descoloridas del color de su tejido viviente. Mas, pasada la zona
del terror llegamos al claro, al oasis del bosque. Allí se calman
los hervores y el paisaje se endulza con factura nueva. Se siente
la música lejana de Schubert florido, el canto de las aves y de los
insectos. Es la granja de las golondrinas y las pavadas de la doncella
rosa y los niños colorados. La casita blanca de humo azul donde
mugen los bueyes y canta el amor. La granja de salud y de paz,
donde nacen tantos niños. Pero el bosque bravío o calmo presenta
nuevos aspectos. Hay un aspecto aristocrático que no es el de la
encina guerrera ni el de las serpientes; es del castillo de la selva,
de la heredad señorial, de Las Vírgenes de las rocas. Donde Violante
sentía el perfume de las piedras y contemplaba los gavilanes que
volaban sobre el abismo. Bosque de las vírgenes musicales, hijas de
la floresta arcaica, del castillo verdoso y del ensueño. Esas bellezas
musicales son el reflejo de las náyades y ninfas de pasados siglos.
Hoy los elfos se han civilizado y Diana ha entrado a la escuela. Ha
perdido su hurañez, ya no es un peligro, ya no hiere, ya no araña
por un beso. Ya no mariposean los angelillos del misántropo, ni el
hada hormiga monta a acaballo, como podrían imaginar nuestros
pasadistas. Hoy en la quinta del bosque se toca a Milhaud y a
Bela Bartok. Las hadas se han convertido en aviadoras y el amor
en un juego de viajes. En varios bosques de Europa, soi-disant, el
fauno de Debussy ha mitigado sus lamentos. El bosque continúa
sus milagros, pero son milagros vanguardistas, diríamos apristas.
36
Ya no hay bosques imperiales. El mundo marcha. Pronto estos
bosques viejos, rejuvenecidos, vestirán smocking verde recortado
a nueva forma. El avión ha transformado este retazo de mundo,
descubriendo su ocultismo y avizorando nuevos misterios. El
avión ha traído al bosque un humanismo grato; el hombre antiguo
era siempre prisionero del bosque al caminar dentro de sus
lindes. Hoy es dominador por la libre altura. Antaño sometido a
los faunos; hoy sometido al hombre. Para éste, para su filosofía, el
nuevo movimiento es involutivo. El día que el hombre transcurse
en el viento la mayoría de sus horas, como placer estético, le será
necesario componer un nuevo paisaje. Se colorearán sus cimeras
buscando colores de distancia, y el bosque, por su aspecto, será
un jardín profundo o una ave gigantesca titilante, con todos los
colores. Pero el bosque vivirá siempre, sin perder su espíritu, sin
dejar de ser un bosque, será siempre la primera campiña, una
ciudad compuesta de árboles que serían sus casas y palacios verdes.
El bosque es la ciudad del valle, Cosmópolis, la urbe pululosa,
leda por el viento y el agua. La ciudad mística y atrayente de un
nuevo mito, que sería el alma vegetal, que alimenta la materia y el
espíritu por su esencia vital de creación constante.
(Libro: Motivos estéticos)
37
Mariano Ibérico
Cajamarca 1892 – Lima 1974
(Selección y comentarios de Edgar Saavedra)
A Mariano Ibérico se le conoce, principalmente, como
filósofo. Sin embargo, la obra de este pensador y académico
cajamarquino recién, en los últimos años, está siendo reeditada y
nuevamente estudiada. Y en este proceso se vienen descubriendo
temas y posibilidades, temperaturas e inclinaciones, que pasaron
desapercibidos para el mundo intelectual de su época. Dentro
de su extensa producción, los libros que están más cercanos a
lo literario y poético son Notas sobre el paisaje de la sierra (1937) y
Sentimiento de la vida cósmica (1939); este último fue editado por
la Editorial Losada de Argentina en 1946. Estos libros, quizá
por su cercanía en el tiempo, dialogan entre sí sobre distintos
temas, como el ritmo, el tiempo, el cosmos y su relación con la
naturaleza, como si hubiesen sido pensados desde un mismo
estado de ánimo. El primero, del que hemos seleccionado algunos
textos, está escrito a manera de estampas o prosas poéticas,
mientras que el segundo, a manera de ensayo. En ambos existe
un acercamiento a la naturaleza, “considerada, no como una
simple curiosidad, sino como un objeto de admiración y amor”.
Ibérico realiza un diálogo fructífero con los conocimientos sobre
estos temas que se han alcanzado en la tradición occidental, sobre
todo desde los presocráticos (Pitágoras, Heráclito, etc.), pasando
por los románticos alemanes, los místicos católicos y los místicos
orientales, como el poeta Rumi.
Ibérico plantea una relación del ser humano con la
naturaleza que exige y recupera lo sagrado: “Ya ha desaparecido la
reverencia cósmica. Ya la naturaleza no vierte en el corazón de los
hombres su maravillosa confidencia”. En este aspecto, es cercano
al pensamiento del poeta estadounidense Ezra Pound, quien
en su ensayo La tradición postula que “el retorno a los orígenes
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fortifica, porque implica un retorno a la naturaleza y a la razón. El
hombre que regresa a las fuentes lo hace porque desea conducirse
dentro de una permanente sensatez, vale decir con naturalidad,
razonablemente, intuitivamente. No quiere hacer lo que debe
donde no debe”. Esta desubicación de la que habla Pound,
evidentemente, hace referencia a la artificialidad y frivolidad en
la que vive el hombre moderno, cada vez más desconectado de
los grandes ritmos de la naturaleza, de las grandes oscilaciones.
El poeta hace un llamado para revertir esta separación entre la
humanidad y la naturaleza, volviendo a la fuente de toda cultura.
Ibérico, entre los años 1934-1936, fue nombrado
magistrado en Huancayo. Se dice que esta estadía, conjuntamente
con el recuerdo perenne de las campiñas cajamarquinas, sirvieron
de fuente primordial para la escritura de Notas sobre el paisaje de la
sierra, en las que se hace patente esa minuciosa observación de la
naturaleza, así como el vínculo profundo de ésta con el habitante
autóctono: “el indio”. Estos textos son, mayormente, descripciones
e impresiones que, naturalmente, conllevan a la reflexión. El
filósofo se acerca poéticamente a los paisajes, a los cerros, a las
lagunas, a los ríos, a las flores, a la lluvia, a las rocas. Como afirma
en el Sentimiento de la vida cósmica, percibe en el paisaje la expresión
“no ya de la naturaleza sino de nuestra propia subjetividad”; el ser
humano se conoce a sí mismo en todo lo que lo rodea y con lo que
se vincula.
En Notas sobre el paisaje de la sierra, la escritura aparece
cargada de elementos sensoriales: colores, sonidos y olores (“gris
vaguedad”, “monótono ritmo”, “olor de la tierra húmeda”). El uso
recurrente de sinestesias hace que el lenguaje intente expresar
algo más de lo que normalmente la escritura racional y académica
puede decir. La música y el ritmo, que aparecen como temas de
reflexión en El sentimiento de la vida cósmica, también se manifiestan
en los textos que conforman Notas sobre el paisaje de la sierra. Ibérico
afirma que la música del habitante de la sierra está condicionada
por su entorno o, dicho de otra manera, que la naturaleza tiene
39
una honda influencia en las manifestaciones culturales indígenas:
“La música del indio parece que brotara, no tanto del corazón
dolorido de una raza, cuanto de la desolación de su paisaje”. Es
como si nos llegara a decir que la naturaleza también es “india”, o
que está más emparentada con el poblador autóctono. Cuando se
refiere al sonido que emite el clarín cajamarquino nos dice que su
“queja suena como una emanación de la naturaleza”.
Ibérico siente y piensa a la naturaleza con asombro, y
la considera fuente primordial de toda poesía: “La aspereza de la
piedra, la majestad en que se han inmovilizado las convulsiones
de la tierra, la historia milenaria que ora superpone sus edades
sucesivas, ora trastrueca su orden temporal para dejar en lo
alto las más remotas y en la profundidad las más recientes”.
Entonces, la piedra, con ser piedra, también guarda, para quienes
puedan verlo, una historia mayor: la historia de la formación o el
nacimiento del mundo. En su proceso de formación tuvieron que
intervenir circunstancias particulares y precisas que quizá no se
vuelvan a repetir de la misma manera. Los ríos también tienen
vida y la comparten con otros seres que, normalmente, dentro
de los cánones de la modernidad ilustrada, no son considerados
vivientes: “Allí vierten toda su historia, allí fluyen todo el paisaje,
toda la tristeza, todos los recuerdos glaciales de la sierra. Allí van
a abismarse todos los detritus de la miseria indígena, al Atlántico.
Allí van los ríos de la sierra como una inmensa nada donde todo
se purifica y se olvida”. Cualquiera que preste atención puede
ver/escuchar las historias que nos cuentan los ríos; entonces
podrá entender que éstos, al mismo tiempo, sirven para limpiar
y purificar los recuerdos y la historia, y en este caso particular, la
historia del “indio”.
En El sentimiento de la vida cósmica encontramos
desarrollada la idea del misterio que encarna la naturaleza y el
hombre antiguo: “El hombre separado pierde junto con el sentido
de las intenciones fundamentales de la naturaleza, el sentido del
misterio de esa como sagrada oscuridad que constituye el fondo
40
del saber”. Y en la misma página, cuando habla de la humanidad
arcaica, dice que “la vieja ignorancia llena de respeto por lo que
se ignora y por el nimbo de misterio que rodea lo que se conoce”.
En Notas sobre el paisaje de la sierra, sugiere que hay algo más que
surge en el dialogo del corazón humano con el territorio: una
cierta “confidencia metafísica”, “secreto su fluido arcano”, “en su
callada soledad, están su misterio y su mensaje”, “un mensaje
callado”, etc. Este “algo más” que no se puede captar con la razón
ni con el lenguaje, tiene relación con lo que Artaud escribió sobre
la cultura mesoamericana: toda gran cultura tiene secretos.
Llama la atención, sí, que para Ibérico el paisaje de la
sierra andina sea siempre visto con connotaciones negativas:
“Nada hay acaso más augusto en su tristeza que la vida en las
regiones de los Andes”; pero en contraste a la melancolía serrana,
está la fuerza vital que no tiene causas, que es porque sí, ya que
obedece a aspectos que probablemente están lejos de nuestra
aprehensión racional: “Pero la vida brota de los intersticios de las
piedras, renueva su misterio en lo profundo de los valles y hasta
en las cumbres más desoladas y desérticas, el viento glacial hace
ondear, como una pálida llamarada, las pajas de la puna”; o “es la
vida en su límite extremo, la vida que no es lucha, ni ambición, ni
porfía, ni placer, ni dolor sino algo así como un olvido o como una
condescendencia de la muerte”. De igual manera, en las reflexiones
poéticas de Ibérico es muy evidente el distanciamiento del sujeto
poético con el poblador autóctono de la sierra a quien siempre ve
como el otro, “el indio”, el indígena. Creo que es un fenómeno que
persiste hasta hoy entre la mayoría de los intelectuales. Sólo los
términos cambian. Sin embargo, pese al lenguaje intelectual que
mira con aire de superioridad, en el caso de Ibérico, por lo menos,
está la admiración y la belleza de sus prosas poéticas. No todos
tuvieron una mente despierta y adelantada como la de Vallejo.
Bambamarca, agosto 2012
41
LA MÚSICA DEL INDIO
La música del indio parece que brotara, no tanto del
corazón dolorido de una raza, cuanto de la desolación de su
paisaje. En esa música se destila una confidencia cósmica. Es
como la canción de la piedra que exhala la queja monótona de
su inmóvil, de su implacable soledad. Y por eso es de un dolor
supremo, el dolor que se ignora, que no se sabe que es dolor y que
existe, en cierto modo, fuera de la conciencia, como un destino
inconmovible cuya dureza configuran las rocas.
En Cajamarca, los indios usan un instrumento ululante,
el clarín. Es una larga caña, que el músico yergue como si quisiera
lanzar su aliento infinito, y por la cual se exhala un lamento de
incurable pena. Transportada por el viento a largas distancias,
esa queja suena como una emanación de la naturaleza. Vaga por
el espacio sin que nadie sepa de dónde viene y suele poner en la
infinita nostalgia de los atardeceres lluviosos y mustios, algo como
el reclamo ignoto de un mundo todavía más triste.
(Libro: Notas sobre el paisaje de la sierra)
42
LOS CERROS
Uno de los aspectos más interesantes e imponentes del
paisaje serrano, y el que tal vez constituye su principal característica,
es lo que podríamos llamar la orgía geológica. Levantamientos,
depresiones, retorcimientos de las enormes moles; capricho de
crestas que se yerguen en el azul, de precipicios vertiginosos, de
suaves declives que bruscamente se detienen cortados por un tajo
vertical, de gargantas cuyas rudas paredes casi se tocan y a cuyo
fondo sombrío apenas llega la angosta zona luminosa del cielo,
de cadenas ondulantes como serpientes, de nudos cuyos hilos
se enlazan en forma inextricable. Y siempre la aspereza de la
piedra, la majestad en que se han inmovilizado las convulsiones
de la tierra, la historia milenaria que ora superpone sus edades
sucesivas, ora trastrueca su orden temporal para dejar en lo alto
las más remotas y en la profundidad las más recientes.
Los Andes levantan sus masas informes, inhóspitas y
abruptas como una colosal negativa. No quieren la vida, la rehúsan.
Pero la vida brota de los intersticios de las piedras, renueva su
misterio en lo profundo de los valles y hasta en las cumbres más
desoladas y desérticas, el viento glacial hace ondear, como una
pálida llamarada, las pajas de la puna.
¡La vida! Nada hay acaso más augusto en su tristeza
que la vida en las regiones de los Andes. En el desierto la vida
es un oasis. En la puna se confunde con la desolación del todo.
Es como un acompañamiento de la canción de la muerte. Pero
ella no canta; susurra, gime o se recoge en una contemplación
indiferente. Los indios, encogidos y herméticos, pierden su mirada
sin luz en una lejanía sin esperanza o vagan como sombras con
sus rebaños silenciosos entre los pastos amarillos y mustios. Es la
vida en su límite extremo, la vida que no es lucha, ni ambición, ni
porfía, ni placer, ni dolor sino algo así como un olvido o como una
condescendencia de la muerte.
43
Es admirable la riqueza de coloración que ostentan los
cerros. Los hay con vetas moradas, muy poco menos vivas que
los ornamentos episcopales, rojas y azuladas. Hay cerros negros,
sobre cuyos flancos se yerguen como puños gigantescos unas
piedras blancas de forma amenazantes y monstruosas.
Hay cerros ocres, de oxidaciones bermejas, y también
cerros a los que cubre íntegramente, como una piel, el verde
húmedo de los musgos y en cuyas hondonadas brilla, como una
cristal abandonado, una laguna. Y existen sobre todo los cerros
lejanos que parecen ingrávidos, que participan ya del azul del
espacio y que invitan, con sus perspectivas ilimitadas y remotas,
al viaje imposible.
La fisonomía, la expresión, la coloración de los cerros
—como todo lo que forma parte del paisaje— se transfigura, se
atenúa o exalta por obra de la luz. Cuando el sol los toca de frente
los cerros tienen coloraciones que recuerdan las viejas alfombras
de los indios. Cuando los cerros se interponen entre el sol y el
valle, su sombra tiene una impregnación azul que confiere a sus
masas enormes una apariencia de levedad. Y por fin cuando la
luz los hiere oblicuamente, los cerros se ofrecen en toda la caótica
grandeza de sus abismos en sombra y de sus radiantes cumbres.
Y lo más importante en este inmenso pliegue de los Andes,
con su relieve atormentado y sus cumbres solitarias y desnudas, es
que parece revelar una patente voluntad, un empeño titánico de la
tierra por subir. ¿A dónde? Empeño doloroso y augusto en que la
tierra, como el hombre, solo conquista la altura en la desnudez y
el infinito, en la soledad.
(Libro: Notas sobre el paisaje de la sierra)
44
LAS VOCES DEL PAISAJE
El paisaje de la sierra es silente, y si se quisiera hablar en
paradoja podría decirse que el lenguaje de la sierra es el silencio.
En su mudo recogimiento, en su callada soledad, están su misterio
y su mensaje.
Pero el silencio, como un gran lago inmóvil, suele tener
palpitaciones breves coronadas por la espuma de una voz, de un
murmullo, ondas lejanas que traen ecos vagos, rumores flotantes
que se hacen y deshacen sin turbar la esencial inmovilidad de
sus capas profundas. Y así, las voces del paisaje serrano son como
emanaciones del silencio, y yacen, suenan y pasan impregnadas
de su fluido arcano.
La algarabía matinal de los pájaros trasmuta su estridencia
afirmativa, libre, soberana, el nacimiento de la luz. El balido de
las ovejas tiene la tierna desesperanza de las húmedas y solitarias
campiñas. Y toda la posible tristeza, la nostálgica serenidad de
la tarde después de la tormenta, parecen exhalarse en las voces
distantes conque las pastoras que se quedaron aisladas en las
punas, en las orillas de los ríos o en las desamparadas vertientes,
se llaman y responden. Esas voces, esos largos gritos atraviesan
lentamente el espacio y van al confín invisible donde suscitan
otras voces, resonancias humanas, coro unánime, alma dulce y
triste de la paz en que palpita, como la sombra en la cristalina
claridad del crepúsculo, una nota de angustia.
El viento zumba a los largo de las quebradas, silba en las
pajas de la puna y suscita, al agitar las ramas de los eucaliptos, el
majestuoso rumor del mar.
A veces he pensado que, quién sabe, si en esta voz
interminable del viento, dice su confidencia metafísica el alma
de la sierra. Siempre han creído los hombres que el alma era el
45
viento, soplo, siempre recibieron palabras oraculares y proféticas
como inspiradas, infundidas por un aliento divino, y la vida
misma la consideraron como algo que Dios infunde en un soplo.
El aire —pneuma, atma— como soplo de vida, como vehículo de
revelación, como sustancia mágica de la voz, es sagrado, y por eso
lo que él nos dice tiene toda la verdad ininteligible y oculta de los
viejos oráculos.
El viento y el río son los músicos de la nota única. La voz
del viento es el alarido de un dolor sin remedio. La voz del río es
también una queja, pero resignada, sumisa; sumisa al destino
que condena sus aguas a correr para siempre jamás por el mismo
camino profundo, angosto, pedregoso, y hacia la misma nada.
Solo el trueno es detonante y violento. El trueno es
la gigantesca crepitación del rayo, y se prolonga y refuerza al
repercutir en las montañas. Su poderosa vibración conmueve
la silenciosa inmovilidad de los cerros, y es como si entre ellos
rebotara una mole sonora y espantable. Y sin embargo, el mismo
trueno se pierde al fin devorado por la persistente mudez de la
altura.
Las voces del paisaje son lejanas y vivientes. Como las
imágenes de la visión emergen en la zona distante donde nunca
estaremos. Y así como la imagen, luminosa, esplendente, lanza
un rayo secreto de sombra, así las voces del paisaje traen en su
efímera sonoridad, un mensaje callado.
(Libro: Notas sobre el paisaje de la sierra)
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César Vallejo
Santiago de Chuco 1892 – París 1938
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)
César Vallejo se pensaba a sí mismo como un poeta
y un intelectual revolucionario. Esto significaba en él una
consagración casi religiosa al sueño de la hermandad humana
y de la transformación social. Como él mismo escribió, “el
intelectual revolucionario, por la naturaleza transformadora
de su pensamiento y por su acción sobre la realidad inmediata,
encarna un peligro para todas las formas de vida que le rozan y
que él trata de derogar y de sustituir por otras nuevas, más justas
y perfectas. Se convierte en un peligro para las leyes, costumbres
y relaciones sociales reinantes”. No cabe duda de que la poesía
verdadera es siempre peligrosa y sospechosa para el ánimo
edificante de los poderosos; la poesía auténtica poco tiene que
ver con la productividad incesante y con el vértigo de las avenidas
aceleradas, así como con los himnos que glorifican el poder.
Sin embargo, Vallejo no piensa el peligro de su actividad por la
esencia misma de lo poético, sino de manera específica por su
filiación al marxismo. César Vallejo diría que “en América como
en Europa, Asía y África, hay ahora una tarea central y común a
todos los intelectuales revolucionarios: la acción destructiva del
orden imperante”. Durante el tiempo de entreguerras, un ánimo
subversivo y radical se apoderó de los corazones y de las mentes
de buena parte de la juventud en el mundo moderno. Se afirmaba
que el orden ilustrado había entrado en una crisis definitiva. La
modernidad burguesa debía ser incinerada por completo, para
dar nacimiento a un nuevo ser humano y a una nueva sociedad,
liberada de toda opresión. Para Vallejo, la confianza en el futuro
de la revolución no admitía fisuras ni egoísmos.
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El vanguardismo andino no fue ajeno a las influencias
artísticas y políticas que provenían de Europa. Debido al propio
avance de las tecnologías y de los medios de comunicación, los
nuevos grupos intelectuales estuvieron al tanto de buena parte
de las propuestas que se gestaban al otro lado del Atlántico de
una forma más fluida que en épocas anteriores. Y en Vallejo, que
pasó sus últimos años de vida en París, el diálogo con el arte y la
poesía europeos fueron especialmente intensos. Pero al mismo
tiempo, al menos en sus instancias más lúcidas y vitales, los
artistas hispanoamericanos buscaron también responder a sus
propias circunstancias sociales e históricas. A diferencia de los
movimientos europeos, las vanguardias andinas no pretendían
tanto la ruptura con todo lo precedente, sino que su lucha era
ante todo contra el orden oligárquico heredado del Virreinato,
al mismo tiempo que buscaban un sustrato cultural y espiritual
más antiguo y primordial. Las vanguardias andinas, a la vez que
recibían las influencias cosmopolitas. César Vallejo fue uno de
los que más insistieron en la necesidad de generar una propia
expresión moderna y auténtica que diera cuenta de nuestra
heterogeneidad cultural. José Carlos Mariátegui llegó a decir,
en los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, en el texto
dedicado a la literatura, que “Vallejo es el poeta de una estirpe,
de una raza”. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra
literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado […] La
palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan artificiosamente
en su lenguaje; son en él producto espontaneo, célula propia,
elemento orgánico. Vallejo era mestizo, se supone que nieto de
curas españoles, pero aquerenciado a la sierra andina; su infancia
de niño aldeano, que nunca dejará de recordar con melancolía,
estuvo impregnada de territorio indígena. Creció entre papales,
cebadales, alfalfares, y entre sabios campesinos que acullaban
coca y hablaban en sus oraciones con los espíritus de los cerros y
con las madres de las chacras.
48
En Vallejo se manifiesta con “espléndida intensidad”,
según diría Antonio Cornejo Polar, la conciencia de un arte que es
universal y moderno, pero libre del hermetismo sectario de buena
parte del vanguardismo occidental; al mismo tiempo, hunde sus
raíces en lo indígena y en la profundidad de la transculturación
andina, pero sin “el aislamiento arcaizante de algunos nativistas”.
Desde la matriz andina y los recuerdos de su infancia en Santiago
de Chuco, impregnados en su alma de forma indesligable, Vallejo
plasmó una “modernidad otra”, una “modernidad nuestra”, como
afirma Cornejo Polar. Y esto fue realizado por Vallejo sin artificio,
pero con plena conciencia teórica. En un artículo titulado “Contra
el secreto profesional”, denunció la imitación impostada, por parte
de jóvenes escritores hispanoamericanos -entre los que menciona,
de paso, a Jorge Luis Borges y a Pablo Neruda-, del vanguardismo
europeo:
La actual generación de América no anda menos
extraviada que las anteriores. La actual generación de
América es tan retórica y falta de honestidad espiritual,
como las anteriores generaciones de las que ella reniega.
Levanto mi voz y acuso a mi generación de impotente para
crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad, de
vida, en fin, de sana y auténtica inspiración humana […]
Así como en el romanticismo, América presta y adopta
actualmente la camisa europea del llamado espíritu
nuevo, movida de incurable descastamiento histórico.
Hoy, como ayer, los escritores de América practican una
literatura prestada, que les viene trágicamente mal […]
En América todas esa disciplinas [vanguardistas], a causa
justamente de ser importadas y practicadas por remedo
no logran ayudar a los escritores a revelarse y realizarse,
pues ellas no responden a necesidades peculiares de
nuestra psicología y ambiente, ni han sido concebidas por
impulso genuino y terráqueo de quienes las cultivan.
49
Algunos años antes de escribir este texto, Vallejo había
publicado Trilce, un poemario de renovación, en todo sentido; se
trata, sin duda alguna, de uno de los libros más decididamente
vanguardistas de la lengua castellana, demoledor de los cánones
hasta entonces vigentes y portador de un sensibilidad andina
que descentraba los lugares de enunciación canónicos. La crítica
de César Vallejo, por lo tanto, no puede ser entendida como
conservadora, sino que va dirigida contra quienes piensan que, por
el mero hecho de incorporar al poema una nueva ortografía, una
nueva caligrafía, nuevos asuntos y mencionar máquinas e imágenes
modernas, podían alcanzar una “nueva conciencia cosmogónica
de la vida” y un “nuevo sentimiento político y económico”. Vallejo
los acusa de continuar con el plagio y de ser incapaces de generar
una voz propia y andina. Esta preocupación por lo nacional, que
no tenía sentido para las vanguardias europeas y hasta hubiera
podido pasar por reaccionaria, fue el centro neurálgico del
vanguardismo andino. De ahí que frecuentar la poesía de Vallejo
tiene siempre que ver con un intento de encontrar una voz propia
que responda “a nuestra psicología y ambiente”, hundirnos en
una poética concebida “por impulso genuino y terráqueo”.
A pesar de lo dicho, la inclusión de Vallejo en esta muestra,
no dejar de ser problemática, pero la he pensado necesaria. Si bien
es cierto que en la poesía de Vallejo palpita un innegable sustrato
indígena, su poesía no alcanza a encarnar la unidad del ser con el
territorio y el resto de seres vivos, porque el sentimiento indígena
de Vallejo lidia con el permanente exilio de la naturaleza, con la
distancia que lo separa, desde sus años de formación poética, de
su propia pakarina; en sus versos suelen resultar ineludibles el
alejamiento de Santiago de Chuco, la muerte de la madre y los
choclos que no se muerden, que se deshacen y se empolvan, que
son ya solo un recuerdo distante e imposible. Es una cosecha que
permanece siempre lejana. Y que desgarra. ¿Puede concebirse el
ser indígena lejos de los territorios? ¿Qué pasa cuando el indígena
abandona su ayllu, sus relaciones comunales, el estar-en-común?
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El poeta migrante y andino se hunde en la ciudad indiferente, en
la cruel e inflexible Bizancio, en donde el espíritu dormita, donde
se pierden las ganas de vivir y la sangre se torna en flojo coñac. En
buena medida, los poemas en los que Vallejo canta la naturaleza,
dan cuenta de la separación y de la nostalgia indígena; el poeta
canta su desgarramiento y las ansias de retornar a la simpleza, a
las ilusiones sencillas de sus hermanas, a los ollucos, al cuy y al
rocoto, a la fiesta patronal y al amor de la dulce Rita, de junco y
capulí. Pero cuando vuelve a la casa y la encuentra vacía, repleta
solo de polvo y de espectrales memorias, hasta el relincho del
caballo parece expresar la soledad del poeta, incapaz de volver
a un mundo que él mismo dejó y que ya no existe, que se quebró,
que se hizo leña. ¿Cómo podría el relincho del caballo expresar la
soledad del ser humano si no fuera por un íntimo parentesco que
se establece entre el jinete que monta a pelo, a la manera indígena,
y el animal?
Sin embargo, a pesar de la distancia del suelo natal, de
haber conocido el racismo limeño y la pobreza en París, de haberse
exaltado con la Rusia soviética y de haberse sentido hermanado
al destino de la España insumisa, Vallejo no abandona nunca
su raíz, sino que recrea su indigeneidad y la extiende en el amor
universal a la humanidad toda, a la que concibe como una gran
familia, como un estar-en-común planetario, dilatando la antigua
solidaridad del ayllu, la reciprocidad y los vínculos de parentesco,
al conjunto humano. El marxismo de Vallejo es, antes que una
doctrina y una metodología, una reinterpretación y ampliación del
sentimiento indígena, que trasciende el férreo límite del círculo de
parientes sanguíneos y del valle cerrado, para alzarse cosmopolita
y unánime, incondicional y, en el fondo, profundamente cristiano
(en el sentido de fidelidad al mensaje de Jesús de amor al prójimo,
y no al dogmatismo de una iglesia particular). Finalmente, la
tierra es una sola, una gran madre que a todos cobija y alimenta; y
siendo madre del conjunto humano, ningún grupo particular tiene
derecho a alambrarla, a despedazarla, a privatizarla, en desmedro
51
de los demás, quitando el pan de la boca al obrero, al campesino
y al minero. Y así mismo, aún en París, Vallejo sigue hablando con
los objetos, como una silla o un lápiz, con los seres vivos y aún con
sus propias moléculas. En la poética de Vallejo todo tiene vida,
lo que hace recordar a aquello que la filosofía moderna llama
animismo primitivo, y que prefiero entenderlo como la conciencia
indígena de que el ser humano vive en permanente relación con
todo lo que lo rodea; y que el lenguaje, el pensamiento, el espíritu
y el afecto no son exclusivos de la humanidad, sino que todos los
seres participan de la sociabilidad y de los hilos de afecto que nos
vinculan. El poeta ve en el paisaje la propia manifestaciones de
su intimidad psíquica y los símbolos en los que se expresan las
dinámicas de su imaginación. La imaginación simbólica, como
afirma Carl Gustav Jung, comprende que “la psique y la materia
están contenidos en uno y el mismo mundo […] no sólo existe la
posibilidad sino también cierta probabilidad de que materia y
psique sean dos aspectos diferentes de una y la misma cosa”. Es
así como la poética de Vallejo, lejana a la metafísica neoplatónica,
se siente por completo imbricada con el mundo, a la manera
indígena; no hay separación entre mente y materia, sino que la
conciencia y el mundo, estando separadas desde una posición
relativa, son en el fondo indivisibles.
CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, agosto 2020
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IDILIO MUERTO
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y
capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!»
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
(Libro: Los heraldos negros)
53
LXI
Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedí con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde.
El poyo en que mamá alumbró
al hermano mayor, para que ensille
lomos que había yo montado en pelo,
por rúas y por cercas, niño aldeano;
el poyo en que dejé que se amarille al sol
mi adolorida infancia... ¿Y este duelo
que enmarca la portada?
Dios en la paz foránea,
estornuda, cual llamando también, el bruto;
husmea, golpeando el empedrado. Luego duda,
relincha,
orejea a viva oreja.
Ha de velar papá rezando, y quizás
pensará se me hizo tarde.
Las hermanas, canturreando sus ilusiones
sencillas, bullosas,
en la labor para la fiesta que se acerca,
y ya no falta casi nada.
Espero, espero, el corazón
un huevo en su momento, que se obstruye.
54
Numerosa familia que dejamos
no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni una cera
puso en el ara para que volviéramos.
Llamo de nuevo, y nada.
Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal
relincha, relincha más todavía.
Todos están durmiendo para siempre,
y tan de lo más bien, que por fin
mi caballo acaba fatigado por cabecear
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice
que está bien, que todo está muy bien.
(Libro: Trilce)
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TELÚRICA Y MAGNÉTICA
¡Mecánica sincera y peruanísima
la del cerro colorado!
¡Suelo teórico y práctico!
¡Surcos inteligentes; ejemplo: el monolito y su cortejo!
¡Papales, cebadales, alfalfares, cosa buena!
¡Cultivos que integra una asombrosa jerarquía de útiles
y que integran con viento los mujidos,
las aguas con su sorda antigüedad!
¡Cuaternarios maíces, de opuestos natalicios,
los oigo por los pies cómo se alejan,
los huelo retomar cuando la tierra
tropieza con la técnica del cielo!
¡Molécula exabrupto! ¡Átomo terso!
¡Oh campos humanos!
¡Solar y nutricia ausencia de la mar,
y sentimiento oceánico de todo!
¡Oh climas encontrados dentro del oro, listos!
¡Oh campo intelectual de cordillera,
con religión, con campo, con patitos!
¡Paquidermos en prosa cuando pasan
y en verso cuando páranse!
¡Roedores que miran con sentimiento judicial en torno!
¡Oh patrióticos asnos de mi vida!
¡Vicuña, descendiente
nacional y graciosa de mi mono!
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¡Oh luz que dista apenas un espejo de la sombra,
que es vida con el punto y, con la línea, polvo
y que por eso acato, subiendo por la idea a mi osamenta!
¡Siega en época del dilatado molle,
del farol que colgaron de la sien
y del que descolgaron de la barreta espléndida!
¡Ángeles de corral,
aves por un descuido de la cresta!
¡Cuya o cuy para comerlos fritos
con el bravo rocoto de los temples!
(¿Cóndores? ¡Me friegan los cóndores!)
¡Leños cristianos en gracia
al tronco feliz y al tallo competente!
¡Familia de los líquenes,
especies en formación basáltica que yo
respeto
desde este modestísimo papel!
¡Cuatro operaciones, os sustraigo
para salvar al roble y hundirlo en buena ley!
¡Cuestas in infraganti!
¡Auquénidos llorosos, almas mías!
¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo,
y Perú al pie del orbe; yo me adhiero!
¡Estrellas matutinas si os aromo
quemando hojas de coca en este cráneo,
y cenitales, si destapo,
de un solo sombrerazo, mis diez templos!
¡Brazo de siembra, bájate, y a pie!
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¡Lluvia a base del mediodía,
bajo el techo de tejas donde muerde
la infatigable altura
y la tórtola corta en tres su trino!
¡Rotación de tardes modernas
y finas madrugadas arqueológicas!
¡Indio después del hombre y antes de él!
¡Lo entiendo todo en dos flautas
y me doy a entender en una quena!
¡Y lo demás, me las pelan!...
(Libro: Poemas humanos)
58
Gamaliel Churata
Arequipa 1897 – Lima 1969
(Selección y comentarios de Boris Espezua)
La poesía de Gamaliel Churata, en los últimos años,
junto a sus otros textos, ha cobrado gran interés para estudiosos de
todo el mundo. Y aún seguirán desbrozándose muchos estudios
más, debido a que su obra es polisémica, multidisciplinaria y
de sólida postura identitaria. Como las alas del Cóndor de los
andes se abre para cortar y dirigir muchos vientos sobre la cima
de la montaña de un pensamiento decolonial. La obra churatiana
asume en su contenido, efectivamente, una interculturalidad
crítica, liberadora, como posteriormente fue planteada por Walter
Mignolo y Katherine Walsh; y también realiza en su contenido
un trabajo de descolonización de la cultura y de la literatura
latinoamericana, como bien anotan en la actualidad algunas de
las principales estudiosas de Churata, como Mabel Moraña y
Helena Uzandizaga.
Gamaliel Churata aborda de forma directa la unidad de
la poesía con la naturaleza. Nosotros nos preguntamos sobre este
anticipado y vanguardista enfoque. Y lo primero que continuamos
buscando entender es: ¿por qué Gamaliel Churata se acercó a
desarrollar una ecopoesía (dentro del concepto planteado por
Pedro Favaron) desde la postura indigenista, desde la visión de
los vencidos? La segunda, ¿cuál es el universo del concepto de
naturaleza, desde la perspectiva andina, entendida como espacio
de unidad de vida, como memoria y presencia revitalizadora,
como liberalidad crítica y como reafirmación de nueva valoración?
La obra churatiana se enmarca en un pensamiento americanista
auténtico. Nos propone que debemos volver a la semilla, a la
célula, para ser más y plenos originarios. Decía Churata: “América
antes de futuro debe saberse raíz, donde tenemos nuestro pezón
identitario”, “Somos indios o no somos americanos”. Y en esas
59
afirmaciones retomaba el sentido de la cosmogonía o filosofía
andina, que se nutre de la naturaleza, de sus elementos primarios,
como el agua, el fuego y el primer hablar.
Una cuestión central que se plantea Churata es si existe
o no la Literatura Americana; y él responde que aún estamos a
la espera de construirla, visibilizando lo hecho por nuestros
ancestros que ha sido ocultado y marginado. Churata se impone la
tarea de reconstruir el idioma primigenio que nos fue arrebatado,
de representar las colectividades plurales de la realidad peruana
que no han sido debidamente representadas, para que podamos
levantar nuestra autenticidad. En esa línea, los poemas churatianos
son como paisajes verbales, míticos, que nos devuelven al impulso
vital de la naturaleza, donde el cosmos balbucea, donde la tierra
dice su palabra. Por otro lado, no podemos separar la naturaleza
del hombre, ya que son una unidad amalgamada que explica
el universo ecológico y comprende la filosofía y la religión del
hombre originario, que ha sido despojado de su espíritu por la
invasión colonial; ésta ha ocasionado un divorcio entre nuestra
psique y la naturaleza, que ahora hay que resarcir, porque significa
redimirnos de nuestro decaimiento humano, la posibilidad de
renovarnos como nuevos seres frente a un mundo enajenador,
depredador de una naturaleza que requiere ser revalorada como
lo hicieron y hacen nuestros hermanos indígenas.
No debemos olvidar que Churata lidera el grupo
Orkopata en los años 30 en Puno, de repercusión internacional,
editando la valorada revista El Boletín Titikaka, que mereció
elogios de José C. Mariátegui, quien fue uno de sus colaboradores.
El Boletín Titikaka asumió un compromiso no sólo con reivindicar
las causas indígenas, sino el de mostrar la dulzura y grandiosidad
del Ande del sur del Perú en un marco de una vanguardia propia,
hibridizada, criticando la hipocresía y el fatuo con el que se
aludía al indio. Churata, en su propuesta redimitiva, quiere hacer
respetar el mundo indio tal cual ha sido y es; buscaba mostrar,
junto con los otros integrantes del Grupo Orkopata, entre los que
60
se encontraba su hermano Alejandro Peralta, la capacidad que
tenía el hombre andino de poder sentir la belleza, pero también de
sentar férreamente una defensa por una justicia social y cultural
a favor de sus hermanos del Ande. Es por ello que su valoración
de la naturaleza y que su entendimiento de la sabiduría auténtica
son los fundamentos de sus dos mayores libros, que configuran ser
obras totalizadoras: El Pez de Oro y Resurrección de los muertos.
La relación de Churata con el paisaje está en toda su
obra. Por ejemplo, en el poemario Interludio Bruníldico (de la
edición artesanal Letrasértica Ediciones. Tacna. 2013), que según
algunos estudiosos tuvo como motivación la muerte de su primera
esposa, a la que le apodó Brunilda, Churata da testimonio de su
honda relación con el sentir indígena del amor y los paralelos
metafóricos con la naturaleza. En el poema último XII, titulado
“Y finalmente el vacío”, escribe: “Temblorosos de trinos, vienen
los pichitankas... / Despacito se descuelgan en el Kañiwal lleno
de besos... / ¡Son los cantores de la solana! / Cuando rompen el
aire a trueno, hay latigazos de luz entre sus alas. / […] El canto los
educa; / y si al canto se unen las alas / a eso llama un pichitanka...
/ […] Y cada vez, afanosos, traen una dulce alegría / y se van
barriendo una tristeza”. En este poema se percibe la ternura
que tenía Churata para transparentar su afecto a la naturaleza;
en sus descripciones del trino, del Kañiwal, del agua, el canto y
la montaña, hay ese desbrozo de admiración y alborozo ante el
campo, el espacio abierto donde la naturaleza se muestra y donde
el yo poético se subyuga. Con ello construye el autor versos en los
que su valoración del entorno es como en la expresión candorosa
de nuestra abuelas andinas, tierna, dulce, en el uso de las palabras
como “hilito”, “airecito”, hay un encantamiento típicamente del
ande del altiplano, donde la designación y el interactuar social se
basan en expresiones como “hermanito”, “pancito”, “calorcito”,
que vienen de la otra forma de engatusar el cariño y manifestar el
afecto. En el mundo andino tratar cariñosamente a la naturaleza
es parte de su reconocimiento, respeto y gratitud. Cuando se
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ofrenda a la Pachamama, se le hace todas las reverencias, hay
condiciones de silencio, de valoración sagrada, de transmisión
de energía proveedora; y allí, en una mesa, colocan montones de
confites, dulces, de melcochas, entre otros objetos, como las Illas
y los Mollos (miniaturas de animales e imágenes del universo
indígena), que resultan ser parte del ritual de adoración, en el
que se emparejan las expresiones de dulzura y fraternidad de los
pobladores del altiplano. La naturaleza habla en Churata con una
voz que arrulla, que trina, que tiene la radiantez de un río sonoro,
pero también de ensueño. Exalta la consideración a la dignidad
humana y de la naturaleza abierta. Los usos y costumbres de los
habitantes del Lago Titikaka encuentran en Churata su más lúcida
correspondencia con el arraigo de su pasado mítico, simbólico
y cosmogónico. Los términos aymaras se acercan a expresar de
modo más fidedigno lo que nombra el poeta.
Por su parte, también resulta de interés revisar el
poemario Kirkhilas de la sirena (edición de la editorial Plural de
Bolivia, editada por Paola Moncosu, en el año 2017), un conjunto
de textos que Churata dejó inéditos pero que lo había anunciado.
En este poemario, Churata muestra sus grandes dotes de poeta
del Ande, de un fuste singular, un hacedor genuino y pirotécnico
de una poesía luminosa, exuberante, radiante como las pampas
del ande donde florecen y frutecen los amores infinitos, y donde
se inicia el sembrío y también el carnaval, a más de 4 mil metros
de altura sobre el nivel del mar. Aquí el poeta recobra el mito
de la sirena del Lago Titikaka, que personajes como Ludovico
Bertonio, en su Diccionario de la Lengua Aymara, reconoce con
los términos aymaras de Quisuntu y Umantu, dos tipos de peces
milenarios que para el jesuita italiano fueron hermanas e hicieron
pecar al Dios Tunupa, que es la raíz del poblamiento de las sirenas
en el Lago Titikaka. Este mito es utilizado por Churata para
reafirmar el potencial mítico del Titikaka, ordenador de nuestra
existencia, que se ha mantenido desde nuestros ancestros. Con
ello construye poesía de vigorosa belleza, como el poema “Urpilla”,
62
el cual incluimos en la presente selección. El autor enmarca este
poema en la trascendencia del latido. Es un poema ovular, que
hace alusión al lago-madre como genitora de vida. Así mismo,
esta poesía concilia la música venida del bombo con el trinar de
las aves y con el oleaje de las aguas del Titikaka. En la unidad
del paisaje y de la vida germina una naturaleza completa, que
regirá la existencia como pulsión cósmica. Los versos en signos
de admiración y los sonidos onomatopéyicos buscan una mejor
expresividad a la descripción telúrica y a la vez fulgurante de la
naturaleza.
La poesía de Gamaliel Churata es, en ese sentido, un
empecinadamiento por crear una poesía pura del ande, que busca
impregnarle belleza andina, sin adornos modernistas, ni mayores
recursos lingüísticos, sino con delicadeza, como quien acaricia una
flor y con el arado saca una porción de junco, con un lenguaje de
arrullo y a la vez de simbología, donde el mito, el rito y a la vez la
realidad se expresan en su nudo a desatarse. Hay en sus palabras
una poética de los sentimientos, de las emociones, del panteísmo
envolvente que nutría y asistía la naturaleza constituida en la
voz de Churata, que reúne sabiduría porque equilibra belleza,
filosofía, vida y cosmovisión. Las tonalidades que impregna a sus
versos son por momentos ariscas y broncas, como también entre
muchas facetas es el hombre andino. Por otro lado, sus poemas
son transparentados, con suspendida exquisitez, sin perder el
hilo conductor de su identidad terrígena, son metáforas que se
desarraigan de la tierra para volver a arraigarse. Son expresiones
del dolor pero también de amor. Hay en el uso de sus aymarismos
un tocar sin velo que se invisibiliza, un afán por ser lo más
auténtico posible y demostrar que con sólo el uso idiomático
originario, la denotación es más exacta y a la vez legítima, y por
lo tanto validada para el poema. Ahí radica su vanguardismo, su
postura atípica de poeta inclasificable, pero también su propuesta
renovadora, su proyecto ideo-estético de la belleza literaria, que
justificaba el apodo de Gamaliel, que significa “el iluminador”, y
63
Churata por encarnar a los indígenas rebeldes y domeñadores del
excelso paisaje de fresca vida y de la laboriosidad indómita en el
mundo andino.
Puno, agosto del 2020.
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FRAGMENTO DE “EL PEZ DE ORO”
“El Pez de Oro” está labrado con materiales puneños,
radicalmente fruto de las reacciones anímicas telúricas de
nuestra tierra y su lago, entendido, que si el Titikaka se refracta
en el cielo, hay que convivir que el cielo de nuestra tierra es no
solo el Titikaka proyectado en las esferas. Los personajes de “El
Pez de Oro” no son personas humanas; son símbolos zoóticos del
corazón del hombre. Esto es, son animaciones simbólicas de la
humana naturaleza, y como representan entidades biológicas, de
entrada entendemos que el pez de oro es la imagen de los genes
del hombre de nuestra tierra, esto es el Quri Challwa, es la semilla
del hombre del Tawantinsuyo, nuestra patria histórica, y el Quri
Puma, el Puma de Oro, símbolo del hombre matriarcal, de la edad
lunar, del cielo de la Mama Killa, es decir de la madre luna que los
hombres del Collasuyo conocemos.
(Libro: El Pez de Oro)
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SALTERIOS DEL QURI PUMA
No recuerdo la hora ni la noche,
mas una noche fue, querida niña;
cuando temblor de estrella
miróme desde la estrella conmovida,
de ésa, que me dejaste, lágrima viva.
Si el misterio que rompe el grano
de trigo el corazón, y alumbra
la espiga, que viento y sol abrazan,
conociera, ahora, por qué crepitas,
estrella, por qué en mi sangre lates,
conocería en el latido de mi estrella.
Sólo dulce pavor fue tu destino.
Si por mi guagua la vida toda diste,
Y esa guagua no es tu hijo. Tu hijo
Es el Padre del Hijo, que tú, estrella,
Alumbras en centella, en lágrima y en beso.
Que de estrellas amor el cielo labre
que fecunde mi llaga y la cascada;
se haga aceite, y miel, y cante,
como tú, que cantas en mi lágrima,
me embriagas con tus lumbres, estrella,
es misterio que ahoga con arrobos.
66
Oh, estrella, le cantan las estrellas.
Tú, que unida a él estás, y con su luz
me bañas, dile que el Quri Puma ruge ya.
Y que su rugido incendio y guerra es,
horno donde crepita y cabrillea
tu resplandor, y su esplendor me ciega.
Con tu aroma tremulan las auroras;
ellas del viento son tu aroma;
con hielo aroma son de ascua.
Y son taladros del muro de la sombra,
Ardiente incendio en mi clamor de luz.
No recuerdo el día y la noche.
Pero, una noche fue, niña querida,
que con la dulce podre de tu podre,
ardió en aromas el oro de su luz.
(Libro: El Pez de Oro)
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URPILLAY
¡Bon!, ¡Bon! , ¡Bon! ¡Bon!
Como hueco me ha sonado el sonkho, voy a tañer con mi Urpilla.
¿Por qué si lloro el loro llora y el Khusillu lengua de
loro toma para plañir del bombo en mico? Urpillay:
mírame como si hablaras; mírame desde el relámpago,
donde de mis bombos te escondes y mi lloro.
Y la voz de la Urpilla vino, alada, desde el rayo alado de su beso,
desde el ojo con alas de su vuelo.
Vino de la tierra; y era del agua.
Era tierra aquella con paloma; con palomas y olas en el ala.
Ya para mirarte no ñairas tengo; no oreja
donde tu ojo me encante;
no quien me quiera por bien quererme;
no tu gusto dame para gustarle.
Mas, el Khusillu, no asombre al Lago; y mire en él:
que ola es ahora para arrullarle mi poma aire,
de lluvias mi ojo para llorarle…Y en tanto se quejaba
mi paloma de madejas deshilando beso de ola,
al ronco son del bombo, su Khusillu, en petrales de
lasca ya su pecho, con estertor de bombo haruñaba.
¿Estrangula al Khusillu con sus trinos;
si morir es en hiel vivir sin él?
¡Bon! ¡Bon! ¡Bon! ¡Bon!... ¡Bon!
(Libro: Kirkhilas de la sirena)
68
César Moro
Lima 1903 – Lima 1956
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)
La poética de Moro destella en intensidad, en anhelo de
vida y de retorno a los elementos primigenios de la existencia.
Sin duda, es uno de los poetas nacidos en el Perú que con mayor
vehemencia cantaron al amor, a la libertad y a la intensidad
vital. Moro es de aquellos surrealistas, tal vez junto con Artaud,
que llevaron la intensión de vivir poéticamente a sus puntos
más extremos, hasta perder el aliento y a riesgo de su propia
vida. La crítica que dirigió contra los convencionalismos de la
sociedad moderna y la organización racional de los fines, contra la
fragmentación del ser humano mediante el trabajo y la educación
disciplinada, no fue impuesta por una posición ideológica
exotérica, sino que se alzó desde un estómago revuelto en náuseas
y un espíritu insubordinable. A Moro le resultaba imposible
someterse a las reglas de vida patriarcales, a las hipocresías
cortesanas de Lima y al ansia financiera de la burguesía. Su poesía
es un develamiento de la hipocresía, para precipitar una realidad
más sincera, espontánea y afirmativa, en la que la intensidad vital
se propone por encima de cualquier otro valor. Y es en el amor
en el que depositó todas sus esperanzas de poder vivir con esa
intensidad y libertad que soñaba. En el amor, según Moro lo
expresa en sus versos, despierta luminosa la toma de conciencia,
a través del goce de los sentidos, de la primigenia integración del
ser con el cosmos. Al acoplarse los cuerpos, se esfuma la ilusión
del aislamiento. El amado levanta los brazos caídos del amante y
lo hace atrapar las nubes, como las laderas; y luego se precipita la
lluvia y la bebe, como la tierra sedienta de los valles. El desierto se
transforma en una selva fecunda, tal como escribió en la cuarta de
sus Cartas de amor:
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El cielo es azul, la vida es hermosa, el aire se vuelve
respirable porque existes […] Cuando sonríes parece que
todas las montañas del mundo tuvieran sol y árboles y que
vinieran a tu encuentro a besar las huellas de tus pasos;
parece que la noche se hubiera acabado para siempre
y que ya solo la luz y el amor y una inocencia cósmica
reinaran en el universo, donde los planetas y los astros no
pueden compararse a ti sino como reflejos y emanaciones
de tu presencia en el mundo.
Moro busca la completa fusión de la vida y la poesía, de la
vigilia y el sueño, del ser propio y el cosmos. No se resignó nunca a
ser como el común de las personas que cierran sus ojos al mundo
exterior y que “cierran las narices para no respirar el paisaje”.
Quería vivir con los ojos bien abiertos, con la nariz destapada, para
verlo todo y olerlo todo. La vida intensa estallando en la pupila y
la palabra, en ebullición, quemando en la boca, levantada como se
levanta el viento, sin poder contenerla, sin poder atrapar el grito
desenfrenado. La vida intensa y exacerbada. Vivir, como el mismo
escribió, “en los sitios de peligro”, en los que la vida se intensifica,
cuando todo el cuerpo vibra ante el posible desbarranco. Las
zonas inciertas de la sensibilidad abierta, sin artificios ni defensas,
en las que el poeta se percibe a merced de la naturaleza, de algo
inmenso e imprecisable que lo supera ampliamente. En esas
regiones sin falsas certezas, el poeta toma consciencia de que no
se es nada frente a la inmensidad circundante. La “respuesta de las
piedras desatadas y feroces” acechan al ser humano y el hombre,
al fin, desnudo y acechado, existe. En los “sitios de peligro” la
naturaleza parece arrebatar a todo el ser de su seguridad y lo lanza
a la intensidad oscilante, “respondiendo al poderío de tu nombre,
oh poesía”, con cada poro del cuerpo. Y fue por querer habitar
en esos “sitios de peligro”, tal vez con demasiada frecuencia
e imprudencia, que Moro conoció también la terrible noche
y la violencia del tiempo que todo lo consume. “El amor de faz
sangrienta con dos inmensas puertas al vacío”; el amor que puede
70
regenerar el mundo, pero que también puede arrasarlo todo y no
dejar nada en pie.
Moro imaginaba que en los espacios alejados del
progreso se podía palpar la vida auténtica, cargada de luz. Amaba
los veranos, ir a la playa, los desiertos extensos a orillas del mar,
y ver como caen las olas con furia. El existir le resultaba a Moro
un hecho violento. Un golpe de extasío. Algo que se expande
como un alarido. Juventud sedienta. Moro amaba el verano sobre
todas las estaciones. Según afirma André Coyné, Moro “defendía
al sol como a un ser legendario a la vez que próximo con el cual
mantuviera relaciones de cómplice o de amante”. Nacido en un
valle de la costa andina, mirando desde la infancia la inmensidad
del Océano Pacífico, Moro también amaba el mar, el que ocupa
un lugar fundamental entre las imágenes arquetípicas de su
poesía como promesa de libertad y de respiración dilatada.
Pero el mar otras veces aparece como vaticinio del inexorable
desenlace, océano de la disolución al que era arrastrado por una
“nostalgia fúnebre, de las aguas maternas, del gran claustro, del
paraíso perdido”. En la única conferencia que dio en vida, en la
Universidad Mayor de San Marcos, dedicada a Marcel Proust,
Moro citó unos versos de Ovidio: “Todo era mar y el mar ya no
tenía orillas […] El bello, el inmóvil, el misterioso mar, padre de la
vida”. A pesar de que Moro odiaba el Perú moderno, nacido con la
conquista y asentado con la República, se imaginaba enraizado en
los territorios andinos originales, emparentado espiritualmente
con las culturas indígenas del pasado (aunque era ciego a los
pueblos indígenas que persistían en su tiempo).
Debido a su filiación surrealista, es uno de los poetas
peruanos que más decididamente exploró las dinámicas de
la imaginación profunda y del inconsciente (antecedido, por
supuesto, por José María Eguren, por quien Moro profesaba
una confesa admiración). Percibo que su búsqueda, más que
emparentada a Sigmund Freud, lo estuvo a Carl Jung: en Moro
hay una tendencia a la imagen arquetípica y transpersonal, a la
71
imaginación primordial siempre ligada a los elementos de la
naturaleza. Jung aseguró, en Arquetipos e inconsciente colectivo,
que el inconsciente personal “descansa sobre otro más profundo
que no se origina en la experiencia y la adquisición personal,
sino que es innato: lo llamo inconsciente colectivo”. La imagen
mítica, que una y otra vez surge en la poesía de Moro, interpela
la hondura atemporal del ser y sus relaciones con la totalidad de
lo existente. Según Jung, estos arquetipos tienen “un declarado
carácter numinoso que, si no se quiere llamar mágico, hay
que llamar espiritual”. La modernidad ilustrada, contra la que
Moro lanza la totalidad de su furiosa y espléndida revuelta, ha
pretendido dejar atrás el legado simbólico y las revelaciones de
la imaginación, considerándolas carentes de toda relevancia y
poco acordes con el pensamiento utilitarista. Sin pretender agotar
el misterio de la inspiración, es forzoso aceptar que tiene mucho
que ver con lo sagrado, con una conciencia que sobrepasa toda
humana inteligencia y que solo llegamos a evocar recurriendo a la
poesía y a lo simbólico. Jung afirmaba que los arquetipos “abren al
hombre al presentimiento de lo divino”. Lo esencial de la intuición
poética es la experiencia de un halo suprasensible que anima la
materia, ese “no sé qué” (parafraseando a San Juan de la Cruz) que
amanece en las ensoñaciones aéreas y nos impulsa hacia lo alto.
La imaginación poética, con su capacidad de conciliar los opuestos
(coincidentia oppositorum), vincula, en un flujo ininterrumpido
y continuo, la oscuridad y la luz, lo fugaz y lo eterno, la materia
y el Espíritu; es decir, desde nuestra propia finitud, nos permite
abrirnos a lo infinito.
Hay, sin lugar a dudas, un descubrimiento de lo sagrado
en Moro, que es a la vez beatífico y violento, fuente de vida y
fuego de la consumación. En mucho cercano a la violencia de lo
sagrado de la que hablaba el pensador francés René Girard. Moro
imagina a las antiguas culturas costeras del Perú; y sueña con el
verano arcaico y las estrellas del onirismo lumínico. Lejos de su
época estaba, sin embargo, “el tiempo en el que las culturas se
72
verdecían, en sentido propio y figurado, desde el más próximo
borde del mar”. Noches surrealistas, danzas rituales del pájaro del
fuego, embriaguez solar. “Sobre altas mareas vuelan los peñascos
en delirio y alucinación”. Moro afirma, de manera explícita, que
el sentido simbólico que daban las antiguas culturas indígenas a
la luna, “hoy día perdido”, puede ser “recobrado entre nosotros
[por] los poetas agitados al viento igualmente nocturno”. Aunque
las imágenes arquetípicas y las reminiscencias precolombinas
aparecen en toda la obra de Moro, en ningún otro texto lo hacen de
manera tan explícita como en Biografía Peruana, el cual incluyo en
esta pequeña muestra ecopoética. “Tan lejos como puedo recordar,
el Perú es un país de luz: total antes de la llegada de los españoles;
contenida y borrascosa desde el día que los conquistadores
encontraron”. A pesar del exterminio y del acero toledano, el Perú
antiguo habita aún en “el corazón de los poetas”, ya que ese tiempo
inagotable, que retorna, baña “las alas de los párpados feroces de
la imaginación”. No cabe duda de que tales ensueños y propuestas
poéticas conservan aún vibración y vigencia para los lectores de
este tiempo.
San José de Yarinacocha, agosto 2020
73
BIOGRAFIA PERUANA
ENTRE el agua y el cielo el Perú despliega su figura
rugosa y bárbara. Bajo la luz más punzante, más cargada de
inmanencia que conozco, siempre sobre el punto y la punta de la
revelación, ¡maravillosa comarca entre las manos ávidas y ciegas
de los descendientes de los paracaidistas de la conquista! Sobre
el agua profunda y rica donde los delfines y los lobos de mar
juegan perdidos de vista, deslizándose sobre las fosforescencias;
mar rica en medusas, con largas manchas de petróleo en el puerto
del Callao; mar que arrastra guijarros demoníacos, fragmentos
de estelas grabadas en el tiempo inhallable en el que las culturas
reverdecían, en sentido propio y figurado, desde el más próximo
borde del mar hasta el extremo límite de los fríos eternos.
Mar inundado de la historia donde sobreviven vestigios
inapreciables de todo un pasado deslumbrante que nos da todavía
el gusto de vivir en esta continuidad peligrosa de la que la poesía
es el eje diamantino e imantado.
Tan lejos como puedo recordar, el Perú es un país de luz:
total antes de la llegada de los españoles; contenida y borrascosa
desde el día que los conquistadores encontraron, cerca de las aguas
de la costa norte (Tumbes), una barca piloteada por un indio al que
preguntaron por signos y vociferaciones el nombre del país: Virú
respondió, y desde entonces los grandes cataclismos comenzaron
y la avidez se impone y rueda y, sedienta de oro y de sangre, vino
a alcanzar la piedra y el oro que eran la materia del gran sueño
de las civilizaciones pre-colombinas en el Perú desarrollándose
durante siglos.
Pienso con fervor en el gran amor de los antiguos peruanos
por las piedras. Cerca de Machupicchu, y en toda la región vecina
se encuentra todavía inmensas piedras brutas trabajadas en un
ángulo minúsculo y casi invisible, rodeadas de anfiteatros. Las
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fortalezas mismas no son sino la expresión del amor devorante y
delirante de la piedra. Esas fortalezas elevadas sobre terrenos ya
inexpugnables continúan fortaleza por fortaleza, superpuestas
hasta el estallido tangible del acto gratuito.
Si el oro y la plata formaban el templo del Sol, en Cuzco,
el jardín milagroso por excelencia con todas las plantas y las
flores tamaño natural reproducidas de la manera más delicada,
la panaca del maíz, la espiga de oro del trigo temblaban bajo la
luna-madre, en el frío nocturno de la villa imperial, cargadas de
un sentido hoy día perdido y recobrado entre nosotros los poetas
agitados al viento igualmente nocturno, frente al muro de seda,
espejo donde la luna representa siempre adornada para el gran
espectáculo delante del auditorium de los siglos desordenados,
resplandecen a veces en las endrinas anteadas de la raza de los
hijos del Sol.
Prescott, cuyo mérito es entregarnos en un lenguaje
simple todo el horror de la Conquista, cuenta que Atabalipa, el
último Inca, era hombre de gran belleza, «solamente sus ojos rojos
durante la cólera, deslucían esta majestad». Era de estatura más
alta que sus súbditos. En el momento de la llegada de Pizarro lo
vemos tomando baños termales en su villa de Caxamalca. Los
españoles le envían correos rogándole quiera dignarse recibirlos,
en la misma plaza, es decir, que el Inca debe salir de su palacio
para ir frente a los aventureros. Asombrado de lo extraño de
esta proposición y fatigado de su insistencia, él consiente al fin y
aparece rodeado de quinientos príncipes de sangre, las plumas de
coraquenque y la borla, insignias reales, a la cabeza. Los españoles
le dirigen la palabra en varios intentos sin provecho alguno. Sólo
él no ha levantado los ojos sobre los caballeros acorazados de
hierro. El espectáculo inaudito no llega a arañar la espesa capa de
divinidad que lo envuelve. No se inmuta incluso cuando el caballo
de Pedro de Candia, presa de pánico —las bestias son siempre
más sensibles que los hombres—, salpica con su baba el manto
imperial. Algunos momentos después el cura Valverde hacía su
75
siniestra aparición presentándole los Evangelios. Atahualpa mira
atentamente el libro, lo lleva a su oreja arrojándolo en seguida por
tierra. De inmediato, después de la señal convenida, comienza en
el crepúsculo, en la gran plaza de Caxamalca, la carnicería en que
perecen millares de hombres, de mujeres y de niños.
La prisión de Atahualpa produjo el estupor, la gran
decadencia que debía abatirse sobre el Perú era inaugurada y la
sangre corre durante siglos obscureciendo la piedra angular de
luna de esta cultura cuya luz nos llega todavía como aquella de las
estrellas apagadas.
Atahualpa perece a manos de los españoles el 29 de
agosto de 1533 acusado de haber dilapidado las rentas públicas;
previamente despojado, fue, en seguida, bautizado. En el momento
en que el cadáver era expuesto en la iglesia de San Fernando, las
hermanas y las mujeres del Emperador hicieron irrupción en el
templo y se abrieron las venas muriendo junto a él para seguirlo,
según lo establecía la tradición.
Se cuenta que cuando Pizarro llegó a Pachacamac para
saquear el santuario se produce un terremoto en el instante que él
ponía la mano sobre la puerta.
Desdichadamente una vez pasado el peligro la codicia no
encuentra más ningún obstáculo y el gran ídolo de Pachacamac
fue remplazado por una cruz de yeso. Prescott afirma que
Pachacamac era uno de los santuarios más ricos de la tierra. En
general, todos los templos y los palacios de los Incas fulguraban
de oro y de pedrerías. 1 El oro recogido para la liberación de
1. Las portadas de muchos aposentos estaban galanas y muy pintadas, y en ellas
asentaban algunas piedras preciosas y esmeraldas, y en lo de dentro estaban
las paredes del templo del sol y los palacios de los reyes ingas, chapadas de
finísimo oro y entalladas muchas figuras, lo cual estaba hecho todo lo más
deste metal muy fino. La cobertura destas casas era de paja, tan bien asentada
y puesta, que si algún fuego no la gasta y consume durará muchos tiempos
y edades sin gastarse. Por dentro de los aposentos había algunos manojos
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Atahualpa una vez fundido da, de manera aproximada, un millón
trescientos veintiséis mil quinientos treinta y nueve piastras de oro
de la época.
Imagino sin esfuerzo la vida del antiguo imperio:
Tahuantinsuyu, dividido en cuatro grandes provincias (suyu), al
Sur el Colla-suyu; al Este el Anti-suyu; al Norte el Chinchay-suyu; y
al Oeste el Cunti-suyu. Cuatro grandes caminos partían del Cuzco:
el primero atravesaba los llanos y las tierras frías hasta Quito; el
segundo iba hasta Arequipa; el tercero conducía a las ciudades
situadas al pie de los Andes y a otras que se encontraban pasando
la cordillera; el último llevaba hasta Chile. (Cieza de León). A lo
largo de estas rutas sombreadas por los árboles y bordeadas de
jardines conservados con grandes esfuerzos el viajero encontraba
casas escalonadas a lo largo de su camino por los cuidados del
Estado donde podía beber, comer y dormir gratuitamente.
Toda la costa, estéril actualmente, no era sino un jardín
creado por la irrigación artificial y por el abono hecho con restos
de pescado. Grandes borracheras colectivas se organizaban
periódicamente. Cada nuevo país asimilado conservaba sus
costumbres, su culto y sus ritos sin otra obligación que adoptar el
culto del Sol. Más tarde se distinguía fácilmente en una multitud a
los habitantes de cada país por sus peinados y vestidos.
No sabría decir cómo el esplendor, la riqueza y el
resplandor de las piedras, de las pedrerías y de las cascadas de oro
cegaban la luz del sol en la época pre-colombina. Las piedras, a
de paja de oro, y por las paredes esculpidas ovejas y corderos de lo mismo, y
aves, y otras cosas muchas. Sin esto, cuentan que había suma grandísima de
tesoro en cántaros y ollas y en otras cosas, y muchas mantas riquísimas llenas
de argentería y chaquira. En fin, no puedo decir tanto que no quedo corto en
querer engrandecer la riqueza que los ingas tenían en estos sus palacios reales,
en los cuales había grandísima cuenta, y tenían cuidado muchos plateros de
labrar las cosas que he dicho y otras muchas. La ropa de lana que había en los
depósitos era tanta y tan rica, que si se guardara y no se perdiera valiera un
gran tesoro (Pedro Cieza de León: Crónica del Perú. Madrid, Calpe, p. 155).
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creerle a Cieza de León, estaban ensambladas con una mezcla en
la que entraba el oro en profusión, en algunas casas encontró la
paja de oro. Los palacios, canchas, tenían muros de jaspe incrustado
de esmeraldas, cristal, turquesas, coral, etc. Prescott habla de la
puerta del santuario de Pachacamac como teniendo ornamentos
en cristal, turquesas y coral. En el interior del santuario o Saint
des saints, profundamente sombrío y despidiendo el olor pesado
de los sacrificios, Hernando Pizarro y sus soldados encontraron el
gran ídolo de Pachacamac y cantidad de esmeraldas diseminadas
por tierra. El ídolo, como he dicho antes, fue inmediatamente
destruido y reemplazado por una cruz. Se conoce el hecho
escandaloso del disco de oro del Sol del templo de Cuzco jugado y
perdido a los dados por un soldado al día siguiente del saqueo al
templo. Un golpe de dados no abolirá nunca el azar. Los techos en las
regiones secas de la costa estaban tan finamente trenzados con la
paja que constituían un escudo contra el tiempo. Había vestiduras
tejidas con lana, oro y plata, otras estaban hechas enteramente de
plumas. Las vestiduras del Inca particularmente preciosas no eran
llevadas sino una vez y se las quemaba inmediatamente después
de haber sido llevadas. Se habla de un manto de Atahualpa, de
alas de murciélago. Ese manto color de humo a los reflejos de
herrumbre y venado de sangre aérea yo lo veo sobre las terrazas
inmensas del palacio imperial absorbiendo bajo la luna todo el
color incendiario de las piedras y del oro que flameaba bajo el
Imperio. Manto alado, pensante, manto de hechicero sublime,
aislado, manto para recibir el más próximo mensaje nocturno y
solamente imaginable en el silencio absoluto que debía hacerse
apenas el Inca lo ponía sobre sus hombros.
De toda esta gloria fulgurante el Perú no conserva sino
ruinas y esta luz de la que he hablado y que no dirá nunca, sin
duda, eso que ella cubría. En 1,937 hice un viaje de sueño sobre los
Andes para ir a Huánuco, ciudad a 2.000 metros sobre el nivel del
mar. Nosotros atravesamos el Valle de la Quinua.
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¿Quién podía cantar tan fuerte en la Naturaleza? ¿Dónde
habría visto yo una tal riqueza tan tierna en el vegetal, un encanto
tan profundo y hechizante y tan auténticos decorados para el amor
único en el ambiente ideal? El Valle de la Quinua nos conducía
hacia el jardín de Huánuco rodeado de montañas de tierra azul,
verde, púrpura y roja, sin paráfrasis.
Mar Pacífico. Me acuerdo de ti, playa de Conchán
calcinada bajo el sol, yo me paseo sobre tu arena blanca y ardiente
resonando a cada asalto de las olas terribles donde se veía de
pie, por transparencia, los pocos bañistas que estábamos allá ese
día. Playas de arena negra de tinta china sembradas de menudas
conchas y de flores marinas blancas y malvas como granos de arroz
coloreados y ensamblados. Rocas eternamente batidas por este
mar en furia con dobladillo de armiño y de espuma de cerveza.
Prodigio de Pucusana donde el agua tranquila de la dársena, a
algunos metros del mar desencadenado, deja ver largas plantas
acuáticas en forma de sable llevando a su extremidad el diseño
oval de un paisaje minúsculo. Arena y sol de piedra roja y negra
en la playa de Ancón donde el agua es fría como cien mil agujas
y las dunas ardientes hasta desollarnos la piel. La costa tan bella
de cerca, tan árida y monótona de lejos. Siempre el color en el
tono general gris bajo un cielo de perla irisada. Toda esta variedad
uniforme rodea Lima, donde en la noche el olor del mar ahonda
los muros y las demasiado bestiales construcciones modernas
que, al ritmo conocido, reemplazan las bellas casas criollas.
Yo no olvidaría mucho tiempo, en la fiesta anual de
Amancaes, extensión polvorienta y sin gran interés por sí misma, el
espectáculo de una negra vestida con la bata tradicional, la cabeza
adornada de minúsculas flores azules bailando la marinera 2 con
una autoridad y una gravedad como debían bailar las sacerdotisas
en Delfos.
2. Danza mestiza de la costa.
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Poco a poco el Perú entra en la gran vida estandarizada,
hace siglos que esta integración se cumple para, naturalmente, no
dar nada en cambio. Así, incluso en relación con la comida, la costa
pierde su refinamiento. Aquí, no podría silenciar el nombre del
«Moqueguano», creador, si yo puedo expresarme así, y vendedor
ambulante de la pastelería más exquisita que yo haya gustado.
Diciendo esto yo tengo en cuenta las pastelerías célebres de París:
Rumpellmeyer, La Marquise de Sevigné, aquella de la Madeleine, etc.,
etc... Nada puede acercarse al arte de esta pastelería ontogénica,
ballet de palacio, feria del sabor. El comercio japonés ha matado
esta industria individual, yo debería decir la expresión de cierto
genio individual, acaparando la fabricación de las tortas y diversas
vituallas. Todavía se conserva ciertos monumentos culinarios en
Lima, tales como la Causa y que no se debe comer jamás sino en
algunas casas particulares. Este plato se hace con papas 3 amarillas,
especialidad del país, aceite de oliva, ají, el jugo de naranjas
ácidas y se adorna con pescado frito, trozos de maíz tierno, olivas,
rectángulos de queso fresco de cabra, trozos de camote, corazones
de lechuga y trozos de palta. Este plato frío es tan bello y bueno
como una piedra de luna bien fresca depositada sobre la lengua.
*
Viajo de noche hacia el muro de seda. La piedra de los
doce ángulos centellea destacada sobre el cielo estrellado:
Constelación de la mano del hombre.
¿Algunas llamas más altas que las torres pueden ocultar
a los ojos del hombre las graderías de Machupicchu? ¿Qué lluvia
diluviana licúa ese coágulo de sangre?
3. El Perú posee 478 variedades de papas catalogadas. (J. G. Hawkes: Potato
Collecting Expeditions in Mexico and South America, Cambridge, England).
80
Es medianoche cuando salgo a la ventana del palacio de
Huayna Cápac armado de pies a cabeza por un sueño terrestre
desviando el río de sangre que me ciega. El signo infame brilla en
el centro del Kolcampata.
Es para preguntarse con angustia si tales tesoros anímicos
van a perderse o están ya perdidos definitivamente. Si nada
subsistirá de ese pasado mirífico, si nosotros deberemos continuar
siempre volviendo la cabeza de la zarza ardiente para echarnos en
pleno en la banalidad occidental. ¡Todo nuestro Oriente perdido!
Inmensa perla que ruedas mutilada y sangrante sobre
un país sordo y ciego, tú continúas siendo el punto de mira, el
tesoro aéreo de los poetas exilados en sus tierras de tesoros. Tú
maculas de tu sangre el progreso grotesco y la jactancia oficial, así
como la farsa lamentable de aquellos que en tu nombre hacen un
arte ortopédico. Tú abres tu paradigma y tu paraíso. Cada tarde
yo espero bajo tu cielo el pasaje anunciador del coraquenque,
de la pareja alada dejando caer las plumas catastróficas. Tú
no perteneces al pasado, en el dominio del sueño y de las
superestructuras formando el alma colectiva y el mito.
Yo te saludo fuerza desaparecida de la que tomo la
sombra por la realidad. Y acribillo la proa por la sombra. Yo no
saludo sino a ti, gran sombra extranjera al país que me vio nacer.
Tú no le perteneces más, tu dominio es más vasto, tú habitas el
corazón de los poetas, tú bañas las alas de los párpados feroces de
la imaginación.
(Libro: Los anteojos de azufre)
81
José María Arguedas
Andahuaylas 1911 – Lima 1969
Selección y comentarios de Pedro Favaron)
¿Por qué en los ríos profundos, en estos abismos de rocas,
de arbustos y sol, el tono de las canciones era dulce,
siendo bravío el torrente poderoso de las aguas,
teniendo los precipicios ese semblante aterrador?
Quizás porque en esas rocas, flores pequeñas, tiernísimas,
juegan con el aire, y porque la corriente atronadora del gran río
va entre flores y enredaderas donde los pájaros son alegres
y dichosos, más que en ninguna otra región del mundo.
(José María Arguedas, Los ríos profundos)
Siendo pensadores, académicos y artistas andinos,
resulta necesario desmontar el aparato conceptual y metodológico
eurocéntrico que nos fuerza a pensarnos a nosotros mismos
desde la disociación. Esta fue, sin duda alguna, buena parte de
la tarea que se asignó a sí mismo José María Arguedas. La obra
de Arguedas nació como una respuesta al centralismo limeño
y a la literatura hispanista de la República Aristocrática; pero
también, a los primeros indigenistas, ya que en su literatura
seguían pensando al indígena desde posiciones ilustradas, como
algo distante, exótico y atrasado. Ignoraban los modos indígenas
de entender la vida y la profundidad de los saberes ancestrales.
La gran mayoría de escritores indigenistas provenían de entornos
urbanos (serranos y costeños) y nunca convivieron de manera
prolongada con las comunidades rurales. La particular biografía
de Arguedas, en cambio, marcó su singular recorrido intelectual.
Nació en la sierra y, según su propio testimonio, fue criado y
protegido por la compasión de los peones indígenas en la hacienda
de su madrastra. Hablando el quechua y amparado por ellos del
maltrato, al crecer sintió la obligación de dar cuenta de forma
auténtica tanto del alma indígena como de los múltiples cruces
82
culturales de los mundos andinos. El corazón mismo de Arguedas
experimentaba estos entrecruzamientos, la más de las veces, con
dolor y amargura. Pero le resultaba meridianamente claro que,
más allá de los prejuicios ilustrados, los pueblos indígenas de los
Andes manifestaban una cultura aún viva y profunda, que tenía
mucho que enseñar a las sociedades modernas. En su trabajo
antropológico y de recopilación de tradiciones orales y musicales,
dio cuenta del dinamismo y la belleza de las artes indígenas. Y
propuso que lo indígena debía ser el sustento ineludible para
que los creadores andinos pudiéramos generar un arte y un
pensamiento auténtico.
Arguedas plantea el necesario reconocimiento en
nosotros mismos de lo indígena. Rompe con el estrecho marco
del etnicismo, para recordar que el mestizo tiene también una
raíz ancestral ligada a la geografía andina de la que no debe
avergonzarse; como el mismo dijo, “lo indígena está en lo más
íntimo de toda la gente” de los mundos andinos. Por el contrario, si
llegamos a vincularnos con esa raíz del ser genuino, si la dejamos
de ver como algo ajeno, podremos realizar de forma irrestricta
nuestras potencialidades artísticas y filosóficas. Solo entonces
daremos un verdadero aporte al arte universal y al pensamiento
humano. Sin lugar a dudas fue esta, en buena medida, la
invitación realizada por José María Arguedas en el poema Huk
doctorkunaman qayay / Llamado a algunos doctores. Me parece que,
de toda su poesía, es el que mejor se encauza en la corriente poética
que abarca la presente muestra. En el poema Huk doctorkunaman
qayay, escrito originalmente en quechua y solo luego traducido al
castellano, Arguedas pone de manifiesto el desprecio que muchos
intelectuales, incluso nacidos en los mundos andinos, sienten
hacia los pobladores indígenas; y afirma la necesidad de superar la
distancia entre los saberes académicos de la modernidad ilustrada
y los conocimientos indígenas, para poder encontrar una forma
propia de pensar y de expresarnos que sea el fermento de una
sociedad futura.
83
Arguedas asegura que los doctores, máximos especialistas
de las academias modernas, piensan que los indígenas son el
atraso, que no valen nada y que deben cambiar su cabeza; ya
sean de izquierda o de derecha, conciben que los pensamientos
indígenas no responden a la modernidad, que su corazón es
demasiado débil y tembloroso para cumplir con las exigencias del
progreso. Debido a ello, deben cambiarles las cabezas, es decir, los
pueblos indígenas deben ser asimilados mediante la educación
“civilizatoria” a las ideologías y prácticas modernas, para resultar
funcionales a las exigencias positivistas de los Estados. Arguedas
responde a estos representantes de la modernidad ilustrada,
asegurándoles que no podrán forzar a los runakuna a calzar en
los moldes de comportamiento eurocéntrico, ni en sus parámetros
filosóficos. Las naciones originarias han sobrevivido a la opresión
y podrán seguir haciéndolo. Por el contrario, el poema extiende
la mano a estos doctores y los invita a conocer a los pueblos
indígenas en profundidad. Les afirma que son hijos de un mismo
territorio, “el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo”; por
lo tanto, deberían complementarse entre sí, ya que eso es lo que
corresponde a la humanidad legítima que conoce sus obligaciones
cosmoéticas. El alma indígena, sus pensamientos, su sangre, sus
cuerpos, están hechos de la misma pacha que los múltiples colores
de las flores andinas.
Los doctores no pueden ver la belleza afectiva del
pensamiento indígena ni captar su sabiduría porque miran a
través de sus larga-vistas; los paradigmas y las metodologías
del pensamiento moderno deforman lo que ven, al tratar de
acomodarlo a un aparato idiosincrático ajeno. Para los doctores,
la naturaleza no es vida con la que el ser humano pueda dialogar.
Además, los doctores suben a las montañas en sus helicópteros;
no sienten el rigor de la escalada, ni la pequeñez humana frente
a los abismos insondables de la cordillera, ni la fina palabra que
brota de las plantas y de las quebradas. Las ideas preconcebidas
de las ciencias occidentales catalogan y separan la existencia
84
en estancos aislados, demasiado rígidos para aprehender el
dinamismo y fluidez de las lenguas indígenas y de los sabios
yachaq. Estas piedras mentales tienen su cura en el amor que
se prodigan los miembros del ayllu, en el cuidarse unos a otros
y alimentarse juntos. El poema de Arguedas asegura, lleno de
fe, que con el aleteo de su amor puede liberar a los doctores de
las piedras que les han puesto en la cabeza. El poeta-sabio es un
curandero que cura con el canto, con la sabiduría de la tierra y
del sol; un hampiqkamayoq, como afirma Julio Noriega, “salido
desde las mismas entrañas del wamani, sabio en las propiedades
curativas de las plantas, conocedor de los secretos de otra ciencia
más humana y, ahora, doctor de doctores, es quien curará al doctor
enfermo”. Si el doctor moderno relaja sus piedras ideológicas y vive
junto al ayllu, con humildad, puede renacer. El amor es el extracto
de yerbas medicinales que permitirán al intelectual despertar a
la existencia genuina del ayllu; si el doctor lo bebe y cumple el
ayuno purificador, tal vez olvide sus múltiples referencias eruditas
y pueda entender el lenguaje con el que hablan los demás seres.
Como dice el propio Arguedas, las yerbas y las raíces saben y
piensan. Han extraído sus conocimientos bebiendo de los ríos y de
las lluvias que descienden de los cielos, nutriéndose de la tierra,
atraídas por la luz del sol. El científico, entonces, curado por el
amor indígena, ya no tomaría a las plantas como mero objetos
de estudio, sino que aprendería de ellas a habitar la tierra con
agradecimiento. Y podría decir, libre del temor a sus colegas, que
ama las plantas, que ama a la tierra, que ama a la humanidad, y
que este amor no distorsiona su ciencia, sino que la engrandece y
le otorga una orientación ética.
El sabio indígena sabe secretearse con las yerbas y
raíces, y cómo conversar íntimamente con ellas. ¿Con qué oídos
se puede escuchar a los vegetales, para aprender de esa sabiduría
gestada en la oscuridad húmeda de la tierra, en el misterio de
la fotosíntesis, en el tallo y en la hoja? El yachaq escucha con
su corazón las voces y secretos de todos los seres. Por eso puede
85
extraer de esas yerbas y raíces un extracto medicinal que sanará
a los intelectuales de su fatiga. El doctor académico podrá
entonces comprender el lenguaje de los insectos y de las aves, de
las montañas y los abismos. Y aprenderá a respetar su existencia,
sintiéndose hermanado con cada ser vivo. Sabrá la sacralidad
de los territorios, el lugar fundamental que ocupa cada quien,
su misión en el mantenimiento del equilibrio cósmico. Podrá
entonces tener oídos para escuchar y ojos para ver el aliento
eterno, sin principio ni fin, que da luz a cada pálpito. Recuperará
el pensamiento del corazón, del sunku, que es residencia interior
de la conciencia y la memoria. El pensamiento del runa nace
del corazón y recorre su cuerpo entero. Es un pensamiento que
se involucra afectivamente con lo que conoce, percibiendo las
resonancias íntimas y simbólicas de la materia. El runa no vive en
relación con objetos, sino que se comparte de forma continua con
otras entidades animadas, pensantes y sintientes. El pensamiento
del corazón, como afirma el filósofo argentino Rodolfo Kusch,
“participa del mundo intelectual de la percepción”, pero también
“siente fe en lo que se esté viendo, casi a manera de un registro
profundo, como una afirmación de toda la psique”.
El poema de Arguedas es una invitación a los doctores
para indigenizarse; pero no en un sentido exótico de apropiación
cultural de un simbolismo ajeno, sino en el descubrimiento de la
propia indigeneidad, de la ligazón ineludible del corazón humano
con el territorio. No puede olvidarse que la definición más simple
de lo indígena se refiere a lo nativo de un territorio. A diferencia
del ego moderno, el ser indígena es consciente de que el territorio
que se habita no es un mero recurso capitalizable, sino que nos
sostiene y alimenta, nos vincula con nuestros ancestros y nos
permite ser. Las informaciones de la ciencia ecológica nos hacen
conscientes del daño que causamos a la tierra, pero las prácticas y
saberes indígenas nos invitan a pensar en nuestra responsabilidad
con la tierra, en la conexión espiritual/material/integral que nos
emparenta con toda la vida y en la necesidad de respetar a los
86
seres vivos. No se trata solo de encontrar alternativas productivas
y energías sostenibles, sino ante todo hay que curar el corazón de
una humanidad enferma por su codicia y soberbia. Esto solo es
posible, a mi entender, mediante una racionalidad poética que
reconozca la vida, el afecto y la inteligencia de la naturaleza. Es
necesario curar la separación moderna para volver a ser parte del
círculo sagrado, de la unidad del ser con la tierra y con el Gran
Espíritu. Entonces podremos andar nuevamente sobre la tierra en
armonía con la vida, como si cada uno de nuestros pasos fuera un
poema, una oración permanente al infinito.
Según ha escrito Alberto Benavides, “una convicción
profunda anida en el alma de Arguedas: la unidad entre el hombre
y la naturaleza”. De ahí que este sentimiento de unidad con todos
los elementos que posibilitan nuestra existencia, sea recurrente y
done sus cumbres poéticas también a la narrativa de José María.
En Los ríos profundos, tal vez la novela más leída de Arguedas,
son muchos los pasajes en los que sucede un profundo diálogo
del corazón humano con el de los otros seres vivos. Por ejemplo,
cuando el niño Ernesto, personaje principal de la novela, se acerca
a los muros de piedra inka de la ciudad del Cusco, surge “una
corriente” entre su corazón y la piedra, que le permite entender,
más allá de los límites ontológicos de la ciencia moderna, que la
piedra está viva. “Era estático el muro, pero hervía por todas sus
líneas y la superficie era cambiante, como la de los ríos de verano
[…] Cada piedra habla […] Cada piedra es diferente […] Este muro
puede caminar; podría elevarse a los cielos o avanzar hacia el fin
del mundo y volver”. El alma enraizada en su propia indigeneidad
puede entender que a pesar de la apariencia estática de la piedra,
sus moléculas cambian sutilmente, con un dinamismo secreto; por
eso los sabios indígenas dicen, a contracorriente de la ilustración,
que las piedras tienen corazón, que hablan, que hay piedras macho
y que hay piedras hembra, que hay rocas que tienen encanto, un
dueño espiritual que las dota de una fuerza particular. El padre de
Ernesto, al escuchar los razonamientos de su hijo, le dice: “Tú ves,
87
como niño, algunas cosas que los mayores nos vemos”. Sucede que
al crecer e integrarse a la civilización moderna, en los adultos se
entumecen los sentidos del corazón que el niño tiene despiertos;
las culturas indígenas supieron cómo educar a sus miembros para
que nunca perdieran esta capacidad de percibir la vida de los seres
desde un corazón abierto. Y todavía hoy quedan algunos sabios
capaces de hacerlo, en medio de las antinomias de la modernidad.
En otro pasaje del libro, Arguedas habla de “aspirar la
luz del río”; y asegura que quien desciende caminando desde la
cumbre hacia los valles, al sentir la vida de los ríos andinos, “se
siente transparente, como un cristal que en el mundo vibrara”.
Los ríos despiertan la memoria de “primitivos recuerdos, los más
antiguos sueños”. Dice además que los ríos, como el Pachachaca,
tienen inteligencia y habilidades perceptivas extraordinarias, ya
que conocen “con qué alma se le acercan las criaturas; para qué
se le acercan”. También afirma que los árboles cantan, “con una
voz profunda, en que los cielos, el agua y la tierra se confunden”;
y son los sabios indígenas y los poetas, como Arguedas, quienes
pueden escuchar estas canciones vegetales. En las ariscas y a
la vez dulces geografías andinas, la humanidad se compenetra
profundamente con las determinaciones del paisaje. Por ejemplo,
los campesinos que siembran en las faldas escarpadas, tienen que
inclinarse “hacia el cerro para guardar el equilibrio”; y también los
“toros aradores, como los hombres, se inclinan”. Y son los rostros
indígenas, forjados de la tierra misma de los Andes, aquellos
que el observador occidental encuentra pétreos e indescifrables,
los más proclives a brindar amor y protección al desamparado y
desvalido. “Huyendo de parientes crueles pedí misericordia a un
ayllu que sembraba maíz en la más pequeña y alegre quebrada que
he conocido […] Los jefes de familia y las señoras, las mamakunas
de la comunidad, me protegieron y me infundieron la impagable
ternura con la que vivo”. El ayllu ampara lo que la sociedad
gamonal y abusiva persigue; lo que otros desechan, es acogido y
respetado. Entre los pueblos indígenas aprendió Arguedas a amar
88
la tierra y a sentir la vida del paisaje. La poética de José María es
impensable al margen de esta iniciación afectiva y espiritual en el
seno del ayllu.
He decidido incluir en esta pequeña muestra, algunos
de los huaynos que José María incluyó en Los ríos profundos, que
son fundamentales para la poética ecológica de la novela (como
también pasa en Yawar Fiesta). Tengo la impresión de que se
trata de huaynos recopilados con ciertas adaptaciones y cambios.
El profesor Martin Lienhard, en comunicación personal, me
afirmó que, al menos en algunos casos, podrían ser huaynos de
la propia creación de Arguedas, realizados en base a sus amplios
conocimientos de la composición de cantos en las diferentes
regiones de los andes peruanos. Arguedas da cuenta de una aguda
conciencia ecopoética cuando, en Los ríos profundos, comenta
el estrecho vínculo de los distintos huaynos regionales con
las geografías de las que proceden. Por ejemplo, para quienes
escuchaban los huaynos de las alturas de Collao, “parecía que el
viento de las alturas, el aire que mueve la paja y agita las pequeñas
yerbas de la estepa, llegaba a la chichería. Entonces los viajeros
recordábamos las nubes de altura, siempre llenas de amenaza,
frías e inmisericordes, o la lluvia lóbrega y los campos de nieve
interminable”. En cambio, en los huaynos de la cálida Apurímac,
se presiente otros paisajes: “el brillo de las cascadas que saltan entre
arbustos y flores blancas de cacto, la lluvia pesada y tranquila que
gotea sobre los campos de caña; las quebradas en que arden las
flores del pisonay”. En estos huaynos, joyas aún poco apreciadas
de la literatura peruana, no solo se compara a los seres humanos,
de forma constante, con flores o aves; sino que el cantante siente
que puede hablar con los elementos de la naturaleza, a los que
considera conscientes y portadores de lenguaje, capaces de
captar el sentido de sus palabras. El canto tiene la potencialidad
de influenciar en los diversos seres de la naturaleza. La palabra
cantada puede, incluso, transmitir nuestros pensamientos a los
parientes distantes, a quienes amamos; el viento, la paja y el agua
89
llevan las vibraciones vocales del canto y la intención del cantante:
“Iría la música por los bosques ralos que bajan el Pachachaca.
Pasaría el puente, escalaría por los abismos. Y ya en lo alto sería
más fácil; en la nieve cobraría fuerza, repercutiría, para volar con
los vientos, entre las lagunas de las estepas y la paja que en el gran
silencio transmite los sonidos”. Esta capacidad del canto de llevar
los pensamientos del cantante y de trascender las separaciones
geográficas, temporales e, incluso, ontológicas, entre el mundo
de los vivos y el de los antepasados, es común a diversos pueblos
indígenas del extenso continente americano. Es en tal sentido que
la inclusión de estos huaynos ha sido considerada imprescindible
para la presente muestra, ya que nos abre, tal vez por vez primera
en la literatura peruana moderna, a estas profundas concepciones
de la poética indígena.
90
HUK DOCTORKUNAMAN QAYAY
Carlos Cueto Fernandinimpaq, John Murrapaqpas
Manas imatapas yachaniñachu, atrasus kayku; huk umawansi
umaykuta kutichinqaku.
Manas sonqoykupas allinchu; ancha mancharisqas, nisiu
weqeyuqsi, waqaq tuyapa hina, nakasqa turupa hinas; chaysi
mana allinchu.
Huk ducturkunas chayta nin; kikin allpanchikpi miraq, wirayaq,
qilluyaq ducturkuna.
Nichkachunku ya, hinata nichkallachunku.
¿Imamantam ruwasqa ñutquy? ¿Imamantapunin ruwasqa
sunquypa waqaq aychan, taytallay ducturkuna?
Mayukunam qaparichkan, mana chay ducturkunapa aypanan
Manchay uku, manchay qori tuta, qollqi qaqakunapa chaupinpi;
chay qori qollqi tuta rumimantam ñutquy, umay, diduypas.
¿Imapunim kachkan chay mayu patapi, taytallay ductur?
Largavistaykita urquykamuy, qawaykamuway, atispaqa.
Pichqa pachak hukman papakunam waytachkan chay ñawikipa
mana aypanan qori tuta, qollqi punchao allpapa. Chaymi ñutquy,
chaymi sonqoy.
¿Imanasqan Inti takyarun, llantu mana kanchu maypipas?
¿Imanasqan, ductur?
Helicopteruykiwan seqoykamuy, atispaqa. Kunturkunapa,
taksa, ñakay pawaq urpituchakunapa rapran chirapayaspa
kancharimuchkan.
91
Pachak color kinuakunapa kanchariyninmi Intita quñirachin,
Intita timpuykachichkan; urpitukunapa, yana kunturpa purunta
waytayachichkan.
Chaupi punchaomi; apukunapa, wamanikunapa chaychallanpim
kachkani; hatun, as qillu, as puka ritim hanaq pachaman
surunpintan kamachichkan yaqa Inti sayay.
Kaypim pachak clasi waytayoq, miraq muruyuq kinuata tarpuni,
wiñachini. Chaymi almay, chaymi sonqoy, mana samaq ñawiy,
taytallay ductur.
Ñoqam, umaykipa ñotqunmanta, kuyapayaylla, upa rumikumanta
urqusqayki
wayqey, ductur.
Mana atiy qaqapa sonidunta, mana atiy yuraq, puka qillu manchay
ritipa kanchariyninta;
waranqa waranqa ancha kallpayoq qorapa, sapikunapa
yachayninta,
yawarniykiman
hichakamusak,
ñawiykipi
churaykusqayki.
Waranqa waranqa allpa urukuna, wayra aslla raprayoq urukunapa
yanqalla rimayninta yachachisqayki, wayqey;
waranqa waranqa imaymana, imaymanallaña takikuq
urpitukunapa wiqichanta, imaymana aurora hina llampu
uqlluchanta apaykamusqayki, wayqey, ductur.
Manam maquinapa ruwasqanchu kay yachay yachasqay, kusiy
kusisqay, llakiy llakisqay.
Pakiq ritimanta rupay wayqokama ñoqawan kuska uywasqaykum,
chay imay mana; cielo qayllanpi, cielo munayninwan kuska
sasawan uywakusqaymi.
92
¡Ama ayqewaychikchu, ducturkuna, asuykamuychik!
Qawaykuway, wayqechay; maykamataq suyasqayki.
Asuykamuy,
oqariway
helicopteruykipa
oqllunkama.
Ñoqañataq waranqa clase qorakunapa kallpachasqa suminwan
kallpachasqayki.
Ancha ritimanta ukumari wayqokunakama waranqa waranqa
watapi mirachisqay kausaykunawan.
Titi saykuynikita hanpisaq, pachak kinua waytapa
kanchariyninwan, sumaq kuyakuq tusuchayninwan; tuyapa
lirpu sunqunwan; qapariq mayupa, manchachiq yana qaqapa
sunqunmanta chuya takikuq yaku urqusqaywan.
¿Waranqa waranqa, waranqa wata killachu llankarqani, taksalla
makina fierruwan, mana reqsisqay mana reqsiwaq runa, huk
chillmiyllapi kutuwanankupaq, willuyanankupaq?
Manam wayqechallay. Ama fierro afilayta makikiwan
yanapaychu mana reqsiwaq runakunata; ama ayqewaychu;
reqsiykanakusunchik; yaqa kikin wayrallantam samanchik;
libruykikunata,
imaymana
makinaykikunata,
sumaq
waytaykitapas, ñoqamanta suchuq allpapim lantanki, churanki
mastarisqa, mana piña, tranquilo allpapi.
Kuchillukunata allichachunku; surriagukunata toqyachichunku;
mituta huntachiychik uyaykuta millayman tikrachinaykichikpaq.
Manam wañuyta manchanikuchu; may pachak watañachá
wañuyta eqepachiniku yawarniykuwan, munasqay mana
munasqay ñanpi tusuchiniku.
93
Mituwansi hukman uyaykuta tikraykachispanku sipichiwanqaku
kikin churiykunawan.
Imaynachá kanqa. Hamuchun wañuy, hamuchum chay mana
reqsisqay almayoq runakuna. Suyasaqmi; llapa apukunapa
apunpa churinmi kani; llapa mayukunapa taytan mayupa
churinmi kani uywan. ¿Manañachu valin mundo, wayqey?
Ama chayta niwaychu. Waranqa waranqa watapi kallpachasqa
yachayniymanta, mukutuymanta, astawan wiñaymi vida, mana
samaq mundu, mana samaspa paqariq mundo, tukuy pacha,
wiñay.
(Libro: Katatay)
94
LLAMADO A ALGUNOS DOCTORES
(Traducción del harawi - haylli)
A Carlos Cueto Fernandini y John V. Murra
Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han
de cambiar la cabeza por otra mejor.
Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, que
está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el
de un toro grande al que se degüella; que por eso es impertinente.
Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros; doctores que
se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí engordan o que
se vuelven amarillos.
Que estén hablando, pues; que estén cotorreando si eso les gusta.
¿De qué están hechos los sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi
corazón?
Los ríos corren bramando en la profundidad. El oro y la noche,
la plata y la noche temible forman las rocas, las paredes de los
abismos en que el río suena; de esa roca están hechos mi mente,
mi corazón, mis dedos.
¿Qué hay a la orilla de esos ríos que tú no conoces, doctor?
Saca tu largavista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los
abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche
y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores son mis
sesos, mi carne.
¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha desaparecido
la sombra en todas partes, doctor?
Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas
95
de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco
iris y alumbran.
Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al
sol en colores; en flores se han convertido la negra ala del cóndor
y de las aves pequeñas.
Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas; la gran nieve
con lampos amarillos, con manchas rojizas, lanza su luz a los
cielos.
En esta fría tierra siembro quinua de cien colores, de cien clases,
de semillas poderosas. Los cien colores son también mi alma, mis
infatigables ojos.
Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras idiotas que te
han hundido.
El sonido de los precipicios que nadie alcanza, la luz de la nieve
rojiza que, espantando, brilla en las cumbres; el jugo feliz de
millares de yerbas, de millares de raíces que piensan y saben,
derramaré en tu sangre, en la niña de tus ojos.
El latido de miríadas de gusanos que guardan tierra y luz; el
vocerío de los insectos voladores, te los enseñaré, hermano, haré
que los entiendas.
Las lágrimas de las aves que cantan, su pecho que acaricia igual
que la aurora, haré que las sientas y oigas.
Ninguna máquina difícil hizo lo que sé, lo que del gozar del mundo
gozo.
96
Sobre la tierra, desde la nieve que rompe los huesos hasta el fuego
de las quebradas, delante del cielo, con su voluntad y con mis
fuerzas hicimos todo esto.
¡No huyas de mí, doctor, acércate! Mírame bien, reconóceme
¿Hasta cuándo he de esperarte?
Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te
invitaré el licor de mil savias diferentes; la vida de mil plantas que
cultivé en siglos, desde el pie de las nieves hasta los bosques donde
tienen su guaridas los osos salvajes.
Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo; te
recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen
de su danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de
la calandria en que se trata el mundo; te refrescaré con el agua
limpia que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que
tiemplan con su sombra a nuestras criaturas.
¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me
conoce y a quien no conozco me corte la cabeza con una máquina
pequeña?
No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí;
acércate, deja que te conozca; mira detenidamente mi rostro, mis
venas; el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el mismo
viento respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus libros y tus
flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada.
Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; que masen barro
para desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan.
No tememos a la muerte; durante siglos hemos ahogado a la
muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos
conocidos y no conocidos.
Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro;
mostrarnos así, desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos
97
nos maten.
No sabemos bien qué ha de suceder. Que camine la muerte hacia
nosotros; que vengan esos hombres a quienes no conocemos.
Los esperaremos en guardia; somos hijos del padre de todos los
ríos, del padre de todas las montañas. ¿Es que ya no vale nada el
mundo, hermanito doctor?
No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles de
años
aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de meses, en
miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida, el mundo que
no descansa, que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo,
sin fin y sin principio.
marzo, 1966
(Libro: Katatay)
98
Huayno 1 (sin título)
¡Ay warmallay warma
yuyaykunkim, yuyaykunkim!
Jhatun yurak´ork´o
kutiykachimunki;
abrapi puquio,
pampapi puquio,
yank´atak´yakuyananman.
Alkunchallay, kutiykamunchu
raprachaykipi apaykamunki.
Riti ork´o, jatun riti ork´o
yank´atak´ ñannimpi ritiwak´.
Yank´atak wayra,
ñannimpi k´ochpaykunkiman.
Amas para amas para,
aypankichu.
Amas k´ak´a, amas k´ak´a
ñannimpi tuñinkichu.
¡Ay warmallay warma,
kutiykamunki,
kutiykamunkipuni!
(Libro: Los ríos profundos)
99
Huayno 1 (sin título)
Traducción
¡No te olvides, mi pequeño,
no te olvides!
Cerro blanco,
hazlo volver;
agua de la montaña,
manantial de la pampa,
que nunca muera de sed.
Halcón, cárgalo en tus alas
y hazlo volver.
Inmensa nieve, padre de la nieve,
no lo hieras en el camino.
Mal viento,
no lo toques.
Lluvia de tormenta,
no lo alcances.
¡No, precipicio,
atroz precipicio,
no lo sorprendas!
¡Hijo mío,
has de volver,
has de volver!
(Libro: Los ríos profundos)
100
Huayno 2 (sin título)
¡Ay siwar k´enti!
Amaña wayta tok´okachaychu,
siwar k´enti.
Ama jhina kaychu,
mayupataman urayamuspa.
k´ori raphra,
kay puka mayupi wask´ask´ayta
k´awaykamuway.
K´awaykamuway
siwar k´enti, k´ori raphra,
llakisk´ ayta,
purun wayta kirisk´aykita,
mayupata wayta
sak´esk´aykita.
(Libro: Los ríos profundos)
101
Huayno 2 (sin título)
¡Ay picaflor!
Ya no horades tanto la flor,
alas de esmeralda.
No seas cruel,
baja a las orillas del río,
alas de esmeralda,
y mírame llorando junto al agua roja,
mírame llorando.
Baja y mírame,
picaflor dorado,
toda mi tristeza,
flor del campo herida,
flor de los ríos
que abandonaste.
(Libro: Los ríos profundos)
102
Jorge Eielson
Lima 1924 - Milán 2006
(Selección y comentarios de Carlos Estela)
La constelación con la que Eielson respondió al juego
propuesto por el número 4 de la revista Hueso Húmero en 1980 pone
en evidencia varias claves para la leer su poesía. El artista resalta
en su red de afinidades el “mar” y la “ecología”. Sin embargo, esto
se puede constatar desde sus primeras obras en las que presiente
el habla del cuerpo propio, siempre de alguna manera vinculado
con el cuerpo del universo.
Quizás la primera evidencia de su filiación con la materia
del universo se trasluzca en la exaltación del sonido. Desde
Canción y muerte de Rolando o el celebrado Reinos, sus lectores se
sintieron fascinados por la musicalidad de sus versos, una retórica
que pareciera revelarse engañosa y que por ello evoluciona hacia
la luz y claridad y que, en paralelo a su trabajosa exploración
plástica, pone a prueba la forma sonora, pero también gráfica de
su Poesía escrita (título bajo el que se publica la primera reunión de
sus textos en Lima, en 1976).
A lo largo de su exhaustivo estudio del universo se
interesa en lo humano en relación con su entorno inmediato.
La multiplicidad de su registro (poemas, novelas, ensayos,
instalaciones, nudos…) apela a la diversidad y coherencia del
mundo; y su mirada cronológica se puede percibir no sólo en la
recurrencia de sus temas, sino también en la conexión explícita
entre textos y obras datados en diferentes épocas. Sus textos,
que están redactados en diversos géneros, tejen puentes y vasos
comunicantes que ponen en tensión la idea de un tiempo lineal.
103
Para comprender esta ductilidad del discurso que se
enuncia con objetivos, sensibilidades, metodologías y formas
distintas hay que dejar en claro que Eielson percibe la poesía como
“el estado permanente del universo”. En este sentido, lo poético
elige una multiplicidad de manifestaciones y no únicamente los
soportes verbales. Lo poético en Eielson salta desde lo biológico,
lo molecular y lo cósmico, hacia la prosa, poesía, happening y
nudo. También su poética es sumamente crítica con el lenguaje
escrito, consciente de sus limitaciones al momento de traducir la
vida en su infinita y sencilla complejidad; y explora otras formas
del lenguaje en su intento por “liberar a la poesía del ghetto de
la escritura” hacia una “literatura tridimensional” que busca
eliminar las fronteras entre el arte y lo real. Su integración de arte
y realidad involucra la comprensión de la naturaleza de lo poético,
es decir, de lo divino, en cada elemento universal.
Eielson en su arte persigue la transparencia o desnudez y
advierte que todo aquello que cubre el cuerpo, oculta su mensaje,
y por pudor o ego lo distorsiona. Del mismo modo, para Eielson la
retórica del lenguaje escrito debe reducirse a su mínima expresión,
hasta volverlo diáfano y esencial. Por un lado, el cuerpo hacia
dentro, escatológico, visceral, interno, pero también el cuerpo
sin contorno e incluso el cuerpo mínimo. Sus célebres nudos
que cargan la tradición cultural milenaria de los quipus andinos
pueden leerse ciertamente en múltiples claves; privilegiemos
en estos instantes la consideración de que los nudos, en tanto
unidades mínimas de un tejido (y la palabra texto deriva de texere,
tejer en latín), nos devuelven al adn luminoso.
Para Eielson nuestros antepasados, y sus herederos
directos, produjeron formas de expresión que evitaron la
detención, la fijación de soportes como la escritura. Sus estrategias
para escribir en el mundo tienen más que ver con la arquitectura,
la cerámica, los textiles, y aquello que Occidente llama la
“domesticación” de otros seres (papa o vicuña, por ejemplo), sin
comprender que este proceso humano fue posible únicamente en
104
ejercicio de un estado de armonía e interacción, en tinkuy (una de
cuyas más bellas representaciones es el nudo). Se trata de modos
de vida que el Occidente ha negado y ha puesto en riesgo hasta la
fecha.
La mirada precolombina se corresponde con la certeza de
una humanidad convencida de no estar escindida de la naturaleza,
y que no la concibe como un conjunto de recursos por explotar, en
beneficio de la ensoñación breve y efímera de unos cuantos, sino
como fragmentos que nuestros sentidos captan como expresiones
de lo divino. Manifestaciones fragmentarias que se nos presentan
como enigmas. El artista, desde la conciencia de la imposibilidad
de aprehender la naturaleza, solo puede cifrar en su canto la
urdimbre que conduce a la puerta.
En Eielson hay una suerte de reintegración del hombre en
la naturaleza (“…Ya no distingo / Entre el abeto y mi barba crecida”,
Gardalis). Este tipo de imágenes, que a menudo encontramos en
sus textos, nos hacen pensar en aquella fotografía Nage en la que
se ve al poeta “nadando” en un campo de flores a las afueras de
París. El cuerpo entregado a las grandes masas de agua o flores,
sinécdoques de la Naturaleza en cuyos flujos solo se sobrevive con
devoción, entrega, amor y respeto sin obsesión ni miedo. De lo
contrario, la poesía de Eielson denuncia que la suerte es muerte
o cuando menos un estado de letargo. Para expresar esto, Eielson
escoge en ocasiones como vehículos de dicha expresión objetos
del vestido: sombreros, sacos y corbatas que refieren al vacío,
velocidad y soledad del ser humano contemporáneo de espaldas a
la madre o el hermano.
Este entendimiento vital lo pone en sincronía con el
taoísmo y el budismo, y también otras tradiciones occidentales
que han sobrevivido de manera subalterna, fuera del canon, por
contradecir determinadas directrices del progreso al que se nos ha
condenado. El hombre que anudó las banderas (su performance
en las Olimpiadas de Munich fue interrumpida por los atentados
105
terroristas) tiende puentes y traspasa fronteras guiado por la luz
en la verdad que emana de cada elemento que nace y muere cada
día.
Bordeaux, Francia, agosto 2020
106
DORMIDO
Madre luna, ábreme un cauce en la noche hasta que llegue a mí
como un río de amor y me hiele los ojos,
la boca y el pecho. Aleluya.
Madre luna, ven corazón y llévate este poema tuyo que respiro yo,
que me encontrarás contra los pastos de mi
vereda y mi casa volteada, soñando.
¡Oh belleza, madre luna, veme tú en la noche, al levantar
tu gruesa nieve mi vereda y, esponjada, invadirme
hasta el llameante corazón! Ven madre mía, así, poesía,
acércame tus cielos demorados que quiero seguir
durmiendo, bajo tus senos, como un niño. Aleluya.
(Publicado por la revista Palabra, 1945)
107
POESÍA EN A MAYOR
estupendo Amor AmAr el mAr
y vivir sólo de Amor
y mAr
y mirAr siempre el mAr
con Amor
mAgnífico morir
Al pie del mAr de Amor
Al pie del mAr de Amor morir
pero mirAndo siempre el mAr
con Amor
como si morir
fuerA sólo no mirAr
el mAr
o dejAr de AmAr
(Libro: Tema y variaciones)
108
GARDALIS
A Michele, rey de Gardalis
Camino entre mi sombra
Y la sombra de los pinos. Mi cuerpo
Es un puñado de hierba a la deriva
Y el bosque azul que me rodea
Soy yo mismo que respiro. Ya no distingo
Entre el abeto y mi barba crecida. Camino
Y cada resplandor cada penumbra
Cada cereza esmaltada
Son una sola cosa con mi paladar
Y con mi sexo. Gotas brillantes aparecen
Entre mi pupila y los verdes frutos
Del naranjo. Surgen abanicos
De frescura y diamantes que no duran
Sino el tiempo de un suspiro
La mariposa nace alegremente
Donde el gusano muere y nada crece
Sin haber sido antes otra criatura
Que tal vez soy yo tal vez una ardilla
Que se afana en la espesura. Gritos y silbidos
Acompañan el esqueleto que hace poco
Era una gacela asustada
Y que ahora esplende en la corola
De una flor amarilla. Todo vuela
Todo canta o se arrastra sin remedio
Como el repentino sapo de oro
Que también es parte de mi vida
109
Llora la hiedra por un lado y por el otro
La fiesta de la alondra y la cigarra
Empieza en el fondo de mi sangre
Mi corazón sigue sin esfuerzo
La marcha misteriosa de una hormiga
Que no veo. No hay lucero
Que no brille en mi cabeza pero también
En un charco de agua sucia. Las viejas ramas
Del olivo se confunden fácilmente
Con mis huesos y no hay sabor más perfecto
Que el milagro encerrado
En una gota de agua
Todo es redondo y perfumado
Y hasta mi propio cuerpo es una jungla
Donde el amor es como la lluvia
Mi pensamiento una tortuga
Que apenas sostiene el cielo
En un pedestal de nada. Un efluvio sagrado
De jazmín y madreselva cruza la floresta
Como una esfera celeste
Todo me hiere y todo me ilumina
Yo soy la flecha que vuela
Y también el animal herido
Me desespero por una frágil criatura
Por un pájaro que muere pero me oculto
Tras de una máscara de flores
Sólo comparto mi tristeza con los sauces
Mi alegría con la liebre
Que ahora corre a mi lado. No beberé jamás
110
La copa de rocío que amanece
Cada mañana entre el follaje
Ni el rayo de sol que tanto espero
En la palma de la mano. Pero abrazo
El viejo roble como si fuera mi hermano
(¡Qué lejos ya qué lejos
Las débiles casas de los hombres
Las infinitas ruedas del dolor
Y la fatiga la oscura llamarada
Que todo lo llena de ceniza!)
Yo soy tan sólo un árbol
Que camina un animal que florece
Una piedra que sonríe
Y la humilde rana que canta junto al río
Canta también junto a mi pecho
Se inclina el sol en la floresta
Sube la luna baja el ciervo al arroyo
Como a una cita secreta
Sigo sus huellas su orina luminosa
Hasta su reino de alabastro
Pero en el fondo del agua
En lugar de su belleza
Lleno de felicidad y de pena
Veo sólo mis ojos que lloran
Puesto que yo soy el ciervo
Pero también el arroyo
(Libro: Celebración)
111
BRILLANTE Y TRANSPARENTE MAESTRO
Fue mi mar. Nadando
En sus aguas saladas corriendo
Sus altas olas aprendí a vivir
Sobre la tierra. A comprender
Que el silencio puede ser todo
A leer en las estrellas claramente
A no confundir el agua con la espuma
Ni la espuma con la vida
Sólo nadando pero también llorando
Descubrí la sal que nos unía
Y el pescado azul de nuestro origen
Completamente solo
Con las olas
(Libro: Sin Título)
112
CUERPO DE TIERRA
Todo lo que veo sobre la tierra
Me convence que jamás seré un hombre
Ni una mujer ni una hormiga
Y ni siquiera una persona educada
No me corto el pelo ni la barba
Sino cuando el cielo me lo pide
El cocodrilo es mi hermano querido
Las cucarachas mi única familia
Comparto con la yerba y con el sapo
El amor a la lluvia con la araña el arte
De levantar castillos de saliva
Así avanzo avanzo todavía
Generalmente en cuatro patas
Encima de dos zapatos
O debajo de un sombrero
(Libro: La noche oscura del cuerpo)
113
Efraín Miranda
Huancané, Puno 1925 - Arequipa 2015
(Selección y comentarios de Edgar Saavedra)
Cronológicamente, Efraín Miranda es coetáneo a la
mayoría de los poetas de la llamada Generación del 50: Eielson,
Varela, Salazar Bondy, Romualdo y Sologuren. Sin embargo, en
vida, su obra fue muy poco difundida, editada, comentada. Casi
nunca aparece como parte de este grupo de extraordinarios poetas.
Su primer libro, Muerte cercana (1954), según la crítica especializada,
tiene rasgos que también presentan los primeros libros de varios
de los poetas mencionados: un marcado neosimbolismo y una
innegable influencia de Rilke, patente en cierto lirismo, en su
musicalidad y fluidez, tal como podemos notar en el siguiente
fragmento del poema “Muerte”:
Muerte, lo sé, estás allí, atenta, vigilas.
Otras veces te presentabas como una cosa
entre las cosas
y yo en silencio bebía las largas horas
que hasta ti llevaban.
Oh, si siempre te acercas a ese modo:
(…)
Después de más de dos décadas de silencio, Miranda
publicó su libro más importante: Choza (1978). Posteriormente
entraron a imprenta Vida (1980) y Padre sol (1998), los cuales
mantienen el mismo estado de ánimo y actitud poética que se
manifiesta en Choza. Su obra, pese a ser breve, en los últimos años
ha empezado a ser reconocida; han aparecido estudios y tesis
sobre ella en el Perú y también en el exterior.
114
En Choza, los poemas presentan títulos enigmáticos,
designados por dos letras del alfabeto. El título del libro alude
a la casa típicamente andina. Núcleo. Útero. Calidez del hogar
que brinda protección, seguridad y descanso. La choza no aísla
a la humanidad del entorno, a la manera de las casas modernas,
sino que en ella el corazón aún puede conectarse al resto de
seres vivos. El ser humano se contrae en su hogar y recupera el
aliento, duerme como un feto, para luego volver a sus actividades
y, al mismo tiempo, a ser parte del fenómeno vital. La choza es
también el lugar donde el ciclo biológico se perpetúa de manera
inexorable: de manera natural, inocente y maravillosa, como se
evidencia en el siguiente fragmento del poema “C Y”.
A ella, el varón, también le ayuda
a sostener las tetas.
Las pieles se estiran y contraen.
La actividad sale de la choza,
desasiste a la Madre Tierra
y, sin desvanecerse, penetra en el núcleo solar.
Miranda plantea la relación de afecto y dependencia del
ser humano con la Madretierra, la Pachamama, que es también
la prolongación de la choza y ante la cual no puede haber otro
vínculo que no sea sagrado. El poeta sabe que la tierra está viva,
que es consciente y que puede escucharlo:
¡Madre de la Unidad indivisible:
Espacio movimiento y material tiempo
Que es lo mismo:
Movimiento-tiempo y espacio-material.
¡Unidad madre!
115
El sujeto poético es el indígena. El poeta nos habla desde
adentro, desde su propia condición y situación. No habla en nombre
del indio; tampoco para defenderlo ni para asumir una actitud
paternalista. Por el contrario, nos habla desde su hogar, su choza,
y manifiesta la manera indígena de entender la vida, su forma de
concebir los fenómenos biológicos, geológicos, antropológicos.
Además, en la mayoría de los casos, el poeta busca y encuentra
un paralelismo entre los saberes y percepciones indígenas con el
conocimiento occidental y científico. Siendo un indígena de su
tiempo, ha sabido conservar la herencia de los ancestros, pero la
modernidad no le es ajena, sino que la conoce profundamente.
Quizá por ello encontramos un uso recurrente de palabras de uso
científico y especializado (geogénicos, protoplasma, nitrocelulares,
proteínas, mecánica interactiva, condriosomas, filamento axial,
etc). Y, asimismo, un marcado exteriorismo: de los fenómenos,
de las cosas que pasan y a las cuales se les quiere designar por
su propio nombre. Choza es, al mismo tiempo, la voz de los
desposeídos, de los que están fuera de la cultura oficial (religión,
instituciones, lengua), pero dando evidencias de su dignidad, de
sus capacidades reflexivas y de su humanidad:
En iglesias, coliseos, municipalidades
me gritan: ¡indio!
Los descendientes de galeotes, criminales, indultados
aventureros hispanos me gritan: ¡indio!
Todos los descendientes de Adán y Eva me gritan: ¡indio!
El indígena carga con el estigma de la colonización, de la
pobreza, de la persecución, del destierro de su lengua y cultura en
su propio territorio; pero también es consciente de su conocimiento
particular del mundo, de su relación sagrada con la naturaleza y
de los aspectos de verdad de su herencia vernácula. Incluso, casi
advirtiéndonos, el poeta “indio” asegura que, si la civilización
moderna no da un vuelco radical en su relación con el planeta,
116
con la naturaleza, muy pronto no podremos hablar ni siquiera de
esperanza ni de futuro, porque la codicia y la irresponsabilidad
están poniendo en riesgo la misma continuidad de nuestra especie
en el planeta.
Otro punto relevante en Choza es que el sujeto poético,
el indio, mantiene una relación de horizontalidad con los demás
seres de la naturaleza, con los que cohabita. Porque, desde el
pensamiento indígena, no podemos hablar de seres vivos e
inertes como se concibe desde la perspectiva moderna, ni de
especies superiores a otras, sino que todo está vivo y vinculado
horizontalmente. El ser humano está en igualdad de condiciones
que los animales y plantas, pero también que las piedras y los ríos.
Y, en tanto hijos de la tierra, no somos ajenos a los ciclos vitales. La
tierra es madre de todos, incluso de los vegetales, pero también del
ser humano y de la antimateria:
¡Madretierra, madre de las similitudes,
de las interdependencias, de los ciclos,
de la evolución;
madre de los instintos vegetales y animales;
madre de la sociabilidad;
madre de la mecánica interactiva;
madre de lo sensible;
madre material de la antimateria;
¡Madretierra, madre nuestra! (E A)
Sin embargo, conviene aclarar que la poética de Miranda
considera que el ser humano constituye, sin duda, una de las
partes más sensibles de la existencia, porque es quien puede
articular la relación entre los demás elementos. El hombre es para
para la naturaleza lo que es la inteligencia para el hombre. Y puede
llegar a captar y expresar la voz de la naturaleza. Por ejemplo, en
el poema “E D”, la misma Pachamama habla a los seres humanos,
remarcando, también, la igualdad de estos con los demás seres:
117
Ustedes son mi movimiento, mi continuidad,
mi energía, mi inteligencia, mi cambiante materia;
son ustedes las antenas de mis sentidos,
mis órganos, mis enseres,
mi patrimonio que no lo pierdo ni lo recupero,
lo mismo que los otros animales y vegetales.
Ustedes son mi desplazamiento, mis prolongaciones,
mi cerebro con mi actividad más poderosa
(…)
La poesía de Miranda expresa una aguda conciencia de lo
cíclico: “Seres vivos y minerales nos equilibramos / en las espiras
cíclicas”. El tiempo no tiene una sucesión lineal y progresiva, a
la manera moderna, sino que de acuerdo a la poética indígena,
espacio y tiempo son inseparables. Y no hace más que expresar los
cambios, las reiteraciones, los retornos. Cada tiempo es distinto
si cambian las situaciones. Este tiempo cíclico tiene que ver con
la idea de que la muerte no es un final definitivo, sino un nuevo
comienzo, una suerte de vuelta a la semilla. Se asume que todo
tiene un proceso de transición, tanto a nivel del cosmos y de las
civilizaciones, como a nivel de los seres individuales, como se
puede apreciar en el siguiente fragmento del poema “E B”.
nuestros cuerpos no cambian más
de lo que puede una célula;
un millón de años y moriremos,
naceremos, moriremos, naceremos,
en una neonaturaleza.
Hay también una marcada espiritualidad, sin duda,
en la poesía de Miranda. Porque, desde la poética indígena, la
poesía nunca abandona el proceso ritual. En el poema “E CH”,
la estructura es casi una oración. El destinatario no es explícito,
pero se entiende que el poeta se dirige a algo potente, que anima
la vida: “trascendiendo nuestro homenaje hacia tu luz y calor /
118
junto a los reflejos y emanaciones de la Tierra”. O más adelante:
“Cada día repetimos la búsqueda de tu trayecto / para encontrar
los signos y señales primeras / y últimas en el devenir”. Por la idea
de “luz”, “calor” y “trayecto”, podríamos pensar que esta segunda
persona, el destinatario, es el Sol. Pero también dice: “¡Grandiosa
finitud, origen, historia y vida!” “Volvemos a saludarte: ¡Imagen
suprema de los pensamientos, / procreador, actividad, relación y
estado!”. El poeta también utiliza epítetos como “¡Gran hermoso
en los jardines/ de tu mansión!”. Quizá podría tratarse de la
divinidad Illa Teqse Wiraqocha que, según Alonso del Río, es “el
gran creador, la causa sin causa, anterior a toda manifestación (…)
y lo relacionaron intuitivamente con la luz. Recién ahora, la física
cuántica revela el misterio de la luz respecto a su doble naturaleza
—ondulatoria o corpuscular— y responde que tiene ambas”.
El ser humano interactúa con las divinidades y las
fuerzas de la naturaleza: “–¡Cerro!– / Viaja conmigo. / Iniciémonos
en el arte del peregrinaje”. Y más adelante: “– ¡Cerro!– / ¡Vamos a
las ciudades; te verán: gran monumento de la Madrenaturaleza!”.
Es evidente, además, que esta relación es de cercanía y afecto.
El sujeto poético en Choza es un observador minucioso de lo
que ocurre tanto en el micro como en el macrocosmos y de las
correspondencias que existen entre ellos, lo cual nos vincula con
la Tradición Iniciática. Estas coincidencias son hallazgos a los
que han llegado casi todas las culturas antiguas del mundo, pero
que Miranda expresa desde una perspectiva indígena. Además,
en Choza se manifiesta una actitud política de lucha, la cual no
se desvincula de la ética ni de la ecología. Quizá es momento de
pensar si acaso nos haría bien vincular más las disciplinas en
lugar de separarlas.
Bambamarca, agosto 2012
119
E A
Terrón con predruscos
y gotas de agua: Madretierra,
¡eres el surgir en el espacio!
¡surgen tus bosques, tus océanos, tus animales
tus montañas; tus concreciones!
¡Surgimos nosotros!
¡Surgen los tiempos, las leyes, los movimientos; las abstracciones!
¡Madretierra, madre de las similitudes,
de las interdependencias, de los ciclos,
de la evolución;
madre de los instintos vegetales y animales;
madre de la sociabilidad;
madre de la mecánica interactiva;
madre de lo sensible;
madre material de la antimateria!;
¡Madretierra, madre nuestra!
¡Madre de la Unidad indivisible!:
Espacio-movimiento y materia-tiempo
que es lo mismo:
movimiento-tiempo y espacio-materia.
¡Unidad – Madre!
(Libro: Choza)
120
E B
Esculpiendo con múltiples cataratas-,
caen los ríos sobre las piedras del pleistoceno;
las menores cascadas
erosionan nuestras caras de cien millones de años.
Hemos nacido;
hemos muerto;
hemos nacido. Estamos con todo en conversión,
estamos inmersos y derramados,
estamos inmóviles en la materia móvil,
nos movemos en la materia detenida;
está afuera lo que nos rodea
estamos afuera para lo que nos rodea:
integrados para lo mismo.
Seres vivos y minerales nos equilibramos
en las espiras cíclicas;
nuestros cuerpos no cambian más de lo que puede una
(célula;
un millón de años y moriremos,
naceremos, moriremos, naceremos, en una neonaturaleza.
Las cascadas labran nuestros cuerpos, caen las partículas,
la fricción no nos da paz;
los magnetismos se invierten,
la vibración lumínica no produce nada circunstancial,
se estructuran y desestructuran las proteínas;
una pupila de ojo moribundo crece
121
y desencadena catástrofes
en el tiempo material del mundo material.
(Libro: Choza)
122
E CH
Cuando al otro lado del mundo anochece
aquí amanece, y:
¡Brillas!
¡Grandiosa finitud, origen, historia y vida!
De las regiones se levantan las plantas, insectos,
aves, ideas, formas,
estructuras que somos;
trascendiendo nuestro homenaje hacia tu luz y calor
junto a los reflejos y emanaciones de la Tierra.
Volvemos a saludarte: ¡Imagen suprema de los pensamientos,
procreador, actividad, relación y estado!
Cada día repetimos la búsqueda de tu trayecto
para encontrar los signos y señales primeras
y últimas en el devenir.
Tocas y sensibilizas los minerales
preparándolos para las etapas orgánicas;
porque es cierto que tu alborotada y trasmonte
hacen el día y la noche en cada célula
y re-encontramos la misma materia
en el protoplasma y en los sentimientos,
en la memoria y en los genes,
en las proformas vivientes
y en la textura de los elementos liberados.
Y, volvemos a mirarte: ¡Gran hermoso en los jardines
de tu mansión!
123
Rigiendo y dispensando,
abundando y regulando
nuestra supervivencia.
(Libro: Choza)
124
ED
PACHAMAMA
La Madretierra, esclarece a sus hijos
del linaje humano:
“Ustedes son mi movimiento, mi continuidad,
mi energía, mi inteligencia, mi cambiante materia;
son ustedes las antenas de mis sentidos,
mis órganos, mis enseres,
mi patrimonio que no lo pierdo ni lo recupero
lo mismo que los otros animales y vegetales.
Ustedes son mi desplazamiento, mis prolongaciones,
mi cerebro con mi actividad más poderosa;
ni en la abstracción total,
ni en la realidad más concreta,
puedo dejar de ser;
son ustedes lo visible de mi profundidad
y lo superficial de lo desconocido
en mi actual o en mi remoto estado.
Los inventos salen de mi naturaleza,
mi creación se proyecta por ustedes
porque son mi instrumento;
ustedes y lo que hacen ustedes en el encierro de mi materia.
Están ordenadas las instalaciones de la inteligencia,
están pre-establecidas las imitaciones
a mis formas interiores de reversión e inversión.
La eternidad me descubre,
lo infinito me oculta;
mis mantos geogénicos nacen y matan mis expresiones
125
biológicas;
los peldaños ferrocelulares, nitrocelulares
están intactos en la escalinata;
todo he previsto y preorganizado:
los líquidos y la gravedad,
los sólidos y el magnetismo,
los gases y la repulsión y la cohesión…”
(Libro: Choza)
126
EE
¡No me grites de calle a plaza: cholo;
grítame de la selva a la cordillera,
de mar a sierra,
de Tahuantinsuyo a República: INDIO!
¡Lo soi!
¡A puntapiés, insultos y balas: lo soi!
¡Explotado, robado, asesinado: lo soi!
¡Con mi esqueleto, mi ecología y mi Historia: lo soi!
En iglesias, coliseos, municipalidades
me gritan: ¡indio!
Los descendientes de galeotes, criminales, indultados
aventureros hispanos me gritan: ¡indio!
Todos los descendientes de Adán y Eva me gritan: ¡indio!
¡Soi indio!
Tengo el color mismo de mi Madretierra,
raíces en mi misma Madretierra,
nací en mí y de mi Madretierra,
nací de y en sus elementos energéticos,
de su cinética activa y germinal;
soy indio: una de las variadas formas de su creación.
¡Soi indio!
Y, para los genealogistas, regalo en mi choza
lustrosos pergaminos de animales pura sangre,
con el árbol verde virgen, a partir de un tronco nobiliario,
o, si lo desean, desde un origen cavernario
127
o, si lo estiman, desde una cuna extraterrestre
o, si lo creen, desde una concepción antinatural.
(Libro: Choza)
128
Javier Heraud
Lima 1942 – Madre de Dios 1963
(Selección de Pedro Favaron
y comentarios de Yaxkin Melchy)
Cuando tenía 17 años, mi tía del Perú me regaló en México
el libro de poemas de Javier Heraud donde se encuentra El río. Fui
uno de muchos adolescentes, y quizá de los pocos mexicanos, que
leyeron a esa edad a Javier Heraud, quien publicó su libro-poema
El Río a los 18 años. Esta pequeña anécdota me parece importante
porque la poética de Javier nos recuerda, con la insistencia de
su trágica historia, que la poesía siempre será un legado y una
herencia que se mantiene viva en lo que el escritor Hildebrando
Pérez Grande llama “nuestra tribu”.
El poema El río es un poema que respira con la cadencia
de un lenguaje sencillo y cercano a la canción o un relato, nace con
la frescura de lo nuevo y como una fuente emerge gozosamente
sobre el suelo literario. Aunque en lo formal la poesía de Heraud
innova con su cadencia rítmica, el habla coloquial, los finos cortes
del verso, la fluidez verbal y casi cinematográfica (como si fuera un
videoclip o un anime), su originalidad no es sólo formal, pues hay
en este poema una propuesta de unión del hombre con el agua
fluyente.
En la canción poética del agua joven, vigorosa y que se
abre paso en su descenso mientras va cantando sensaciones y
sentimientos, Heraud transfigura la voz del agua en la voz de la
sangre del río humano. En el cadente poema hay dos ríos que
son uno solo, el río-cauce y el río-humano. Podría hablarse de la
antropomorfización, pero sobre todo conviene aquí dejar abierta
esa dualidad dinámica que corre en el poema, pues nos ofrece
dos maneras de encarar la naturaleza, a través del canto del agua
y el canto de los hombres. El poema de Heraud nos ofrece una
129
comprensión de la unidad de la vida humana y la naturaleza a
través de la vida sintiente del agua, y así nos recuerda que el agua
habita como naturaleza y cultura.
Desde la reflexión ecopoética podría plantearse que
Heraud escribe un poema que integra cultura y naturaleza,
convirtiendo el curso del agua en un recorrido hídrico subjetivo
y sintiente. El río toca por igual a la naturaleza y la cultura, y
lo hace compenetrando el paisaje y el corazón en la voz de la
primera persona que es el río-poeta que baja con la conciencia de
ser corriente de vida. La corriente de vida que canta Heraud no
es lineal ni transcurre por un solo paisaje, está llena de bajadas,
de caídas y de quebradas, y cruza puentes, valles, ignotos pueblos
y hasta “ciudades atestadas de público en las vitrinas”. Un río es
una corriente de vida generosa y mutable, y Heraud nos permite
ver la vida del ser humano como la de un río y a la vez sentir al
agua como si fuera una amiga con emociones de furia, bondad y
ternura, como un ser humano que interactúa con el ganado, los
niños, los amantes, las tumbas y los cauces sagrados.
Esta riqueza ecopoética del poema se halla fundada en
el entretejido del cuerpo y el corazón, que son los dos principios
vitales que recorren todo el poema y que enlazan al río-cauce y
al río-hombre. Por el principio de tener cuerpo y corazón el ríocauce entra también al ser humano y se vuelve río-sangre
Y es aquí cuando
más me precipito
cuando puedo llegar
a
los corazones,
cuando puedo
cogerlos por la
sangre,
cuando puedo
130
mirarlos desde
adentro.
Hildebrando Pérez ha señalado ya que la poética de
Heraud absorbe la metáfora de “nuestras vidas son los ríos que
van a dar a la mar” del poeta español Jorge Manrique, y a través
del río ambos poemas hablan de la vida. A esto podríamos añadir
que la visión o poetización del río es completamente distinta;
donde Manrique poetiza al río como metáfora de la vida humana,
Heraud poetiza al río como una extensión de su propia vida, y,
también poetiza su vida como una extensión de la vida de un río.
Heraud nos ofrece una poética más animista que no reconoce la
separación ontológica entre un ser humano y un curso de agua,
sino al contrario, la diluye.
Por último, podríamos hacer dialogar este poema con
nuestra visión científica y ecológica, por ejemplo, la tercera
sección de El Río correspondería a un canto sobre los llamados
“desastres naturales”, que nos presenta más bien como muestras
de furia de un ser sintiente parecido a nosotros. Si retomamos ese
posible diálogo sin ánimo de dar la razón a la ciencia o la poesía,
podríamos sembrar una posibilidad de comprender ambas cosas
sin conflictos de dominio epistémico; la visión científica y la visión
poética pueden completarse entre sí abriendo nuevas puertas al
entendimiento de la realidad misma. Prevenir un desastre natural,
un desborde o huaico, es algo que requiere también percibir y
conocer el sentir del río. Otro posible diálogo ecológico es entre el
viaje del río como agua-sangre fluyente que canta con la ecología
del ciclo del agua. Desde este diálogo eco-poético, El río nos dice
que se puede y se debería, en sentido ecológico, sentir el ciclo del
agua para comprender de manera plena nuestra relación con ella.
Por eso el poema de Javier Heraud aporta a la cultura ecológica
una semilla de conciencia sobre el fluir de cualquier río de la
biosfera y esa semilla lo hace un poema ecológico y universal.
131
Al imaginar de otra manera los ríos y cursos de agua,
Heraud se emparenta con visiones del diálogo entre naturalezacultura y ciencia-poesía como la del pensador belga Élisée Reclus,
quien escribió en el siglo XIX un libro dedicado a la historia de un
arroyo:
La historia de un arroyo, hasta la del más pequeño que
nace y se pierde entre el musgo, es la historia del infinito.
(…) Toda nuestra imaginación no basta para abarcar en
su conjunto el circuito de la gota y por eso nos limitamos
a seguirla en su curso y su caída, desde su aparición en
la fuente, hasta mezclarse con el agua del caudaloso río
y el océano inmenso. Como seres débiles, intentamos
medir la naturaleza con nuestra propia talla; cada uno de
sus fenómenos se resume para nosotros en un pequeño
número de impresiones que hemos sentido. (Historia de
un arroyo, 1869)
Vinculando el poema de Heraud con Reclus, podemos
ir abonando un sentido de “medir la naturaleza”, no con la
arrogancia cientificista de medir un mundo sin vida, sino
con la plena conciencia de que medir es también integrar las
impresiones sentidas en el corazón. Una integración de este tipo
nos ayudaría a subsanar la visión objetualizante del agua, propia
de la modernidad que vivimos, es decir, del agua como un recurso
sin vida, sin voluntad y sin sentimientos, del cual podemos
adueñarnos. No hay duda de que la visión del agua como un ente
inanimado es parte de la problemática y mantiene las formas
actuales de injusticia en su manejo y crisis ambientales, como la
contaminación y la sobreexplotación de los acuíferos.
El ciclo del agua, comprendido en la visión poética de
Heraud, es vida que entra en el corazón humano, y junto al corazón
humano continúa fluyendo, es decir, el hombre y el ciclo del agua
132
comparten de manera inseparable su vida, sus emociones, sus
viajes. Esta comprensión es la vida del río corre en nosotros, por
eso Heraud dice en su poema: “Yo soy el río”.
Cuando un adolescente lee este poema y lo recita, la voz
que allí canta agita las aguas de todo su cuerpo y siente que ese
río habla directamente a su pulso, a sus latidos; y que al mismo
tiempo es el mismo río que corre allá afuera de su casa cantando
sobre la tierra.
los árboles cantan con
el río,
los árboles cantan
con mi corazón de pájaro,
los ríos cantan con mis
brazos.
Tsukuba, Japón, 2020
133
1.
Yo soy un río,
voy bajando por
las piedras anchas,
voy bajando por
las rocas duras,
por el sendero
dibujado por el
viento.
Hay árboles a mi
alrededor sombreados
por la lluvia.
Yo soy un río,
bajo cada vez más
furiosamente,
más violentamente
bajo
cada vez que un
puente me refleja
en sus arcos.
2.
Yo soy un río
un río
un río
cristalino en la
mañana.
134
A veces soy
tierno y
bondadoso. Me
deslizo suavemente
por los valles fértiles,
doy de beber miles de veces
al ganado, a la gente dócil.
Los niños se me acercan de día,
y
de noche trémulos amantes
apoyan sus ojos en los míos,
y hunden sus brazos
en la oscura claridad
de mis aguas fantasmales.
3.
Yo soy el río.
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte,
pero a veces
no respeto ni a
la vida ni a la
muerte.
Bajo por las
atropelladas cascadas,
bajo con furia y con
rencor,
135
golpeo contra las
piedras más y más,
las hago una
a una pedazos
interminables.
Los animales
huyen,
huyen huyendo
cuando me desbordo
por los campos,
cuando siembro de
piedras pequeñas las
laderas,
cuando
inundo
las casas y los pastos,
cuando
inundo
las puertas y sus
corazones,
los cuerpos y
sus
corazones.
4.
Y es aquí cuando
más me precipito
cuando puedo llegar
136
a
los corazones,
cuando puedo
cogerlos por la
sangre,
cuando puedo
mirarlos desde
adentro.
Y mi furia se
torna apacible,
y me vuelvo
árbol,
y me estanco
como un árbol,
y me silencio
como una piedra,
y callo como una
rosa sin espinas.
5.
Yo soy un río.
Yo soy el río
eterno de la
dicha. Ya siento
las brisas cercanas,
ya siento el viento
en mis mejillas,
y mi viaje a través
de montes, ríos,
137
lagos y praderas
se torna inacabable.
6.
Yo soy el río que viaja en las riberas,
árbol o piedra seca.
Yo soy el río que viaja en las orillas,
puerta o corazón abierto
Yo soy el río que viaja por los pastos,
flor o rosa cortada
Yo soy el río que viaja por las calles,
tierra o cielo mojado
Yo soy el río que viaja por los montes,
roca o sal quemada
Yo soy el río que viaja por las casas,
mesa o silla colgada
Yo soy el río que viaja dentro de los hombres,
árbol fruta
rosa piedra
mesa corazón
corazón y puerta
retornados.
7.
Yo soy el río que canta
al mediodía y a los
hombres,
que canta ante sus
138
tumbas,
el que vuelve su rostro
ante los cauces sagrados.
8.
Yo soy el río anochecido.
Ya bajo por las hondas
quebradas,
por los ignotos pueblos
olvidados,
por las ciudades
atestadas de público
en las vitrinas.
Yo soy el río
ya voy por las praderas,
hay árboles a mi alrededor
cubiertos de palomas,
los árboles cantan con
el río,
los árboles cantan
con mi corazón de pájaro,
los ríos cantan con mis
brazos.
9.
Llegará la hora
en que tendré que
desembocar en los
139
océanos,
que mezclar mis
aguas limpias con sus
aguas turbias,
que tendré que
silenciar mi canto
luminoso,
que tendré que acallar
mis gritos furiosos al
alba de todos los días,
que clarear mis ojos
con el mar.
El día llegará,
y en los mares inmensos
no veré más mis campos
fértiles,
no veré mis árboles
verdes,
mi viento cercano,
mi cielo claro,
mi lago oscuro,
mi sol,
mis nubes,
ni veré nada,
nada,
únicamente el
cielo azul,
inmenso,
140
y
todo se disolverá en
una llanura de agua,
en donde un canto o un poema más
sólo serán ríos pequeños que bajan,
ríos caudalosos que bajan a juntarse
en mis nuevas aguas luminosas,
en mis nuevas
aguas
apagadas.
(Libro: El río)
141
José Watanabe
Laredo 1945 – Lima 2007
(Selección y comentarios de Diego Alonso Sánchez)
Cuando el poeta Toño Cisneros dirigía el programa
“Conversando con Antonio Cisneros”, en Cable Canal de
Noticias (CCN), en 1998, invitó a un ya renombrado poeta José
Watanabe, para conversar sobre todo y nada, como era la manera
de emprender sus entrevistas. En dicho capítulo del programa,
Watanabe le cuenta a Toño que alguna vez alguien le preguntó
por qué había tantos animales en sus poemas, que, si eran como
sus “mascotas”, y este le respondió, con “cierto tinte demagógico”
(esto dicho en sus propias palabras), que no eran mascotas, sino
que eran “como parientes”.
La forma como Watanabe proyectaba la realidad en
sus poemas pasaba, indudablemente, por el filtro de sus propios
saberes, así como, también, por su manera especial de percibir el
mundo. En esta mirada pausada, íntima y sincera, muchas veces
vinculada a la piedad parabólica o a la contemplación budista,
también se trasmitía la templanza del migrante que era, puesto
que provenía de un espacio rural, Laredo, así como del inmigrante
cultural que se sentía, que heredó simbólicamente de su padre de
origen japonés.
Así, que asumiera a los animales como parientes o
paisanos no es extraño (como hizo, por ejemplo, en el poema “En
el desierto de Olmos”, aparecido en su libro Historia natural, de
1994), sino que es absolutamente coherente con su propuesta y
sensibilidad poética:
Desde la oscuridad aúlla estremecido
y seguramente queriendo alcanzar
entre la inestable arena
con ansia
142
nuestro pequeño espacio de confianza.
Oigo entonces el reproche del viejo: deja los huesos cerca,
el perro
también es paisano.
Pero, dentro de esta perspectiva, y a riesgo de ser tomado
como una idea exagerada, ¿también se podría asumir el paisaje
contemplado por el poeta como un pariente o un paisano? Escribo
esto para evidenciar el estrecho vínculo de su poesía con las
manifestaciones de la naturaleza.
Maribel de Paz nos cuenta, en su maravilloso libro El
ombligo en el adobe, que la artista Tilsa Tsuchiya, amiga y confidente
de Watanabe, decía que ambos compartían la necesidad de no
mentir en sus trabajos. Ella no podía pintar nada que no fuera
sincero y él no podía escribir nada que le pareciera falso. En el resto
de sus manifestaciones como humanos sí había la posibilidad de
engañar, de adulterar la realidad, pero en el trabajo artístico era
imposible: “creo que podemos mentir en todo”, le decía la pintora,
“menos en el arte, el arte no acepta mentiras, y cuando tú mientes
con el arte, sea con poesía, sea con pintura o con cualquier otro
arte, se nota que estás mintiendo, se notan las imposturas”.
Siguiendo esta idea, podemos notar que, en su primer
poemario, Álbum de familia (1971), quizá el libro más cercano
a la sensibilidad de su época (a la manera cómo escribían sus
coetáneos, por su temple narrativo y talante coloquial) es,
también, la primera marca de disidencia con respecto al canon de
su estilo poético. Watanabe estaba convencido que la imagen era
lo más importante, más que la retórica, que a sus compañeros de
generación les había atrapado con fuertes ataduras. Esa imagen
debía generar un concepto, un símbolo, y de ahí, el poema. Esta
estrategia le ayudaría a componer toda su obra, como una ventana
que invita a ver. Bajo esta estética, Watanabe se distinguiría del
resto de poetas de su tiempo.
143
Ahora, sabemos que para José lo rural era lo sincero,
lo afectivo, ya que no podía impostar imágenes o sensibilidades
urbanas, que en ese entonces los poetas exploraban con visceral
interés. Así, en su obra completa, podemos sentir fuertemente la
impronta campestre, porque el paisaje que enmarca la mayoría de
sus poemas, más allá de lo citadino de Trujillo, a donde se mudó
en 1960, y lo caótico de la capital, en donde vivió desde 1962 hasta
su muerte en el 2007, presenta sobre todo tintes agrestes y rurales,
comunes al horizonte de Laredo. Aunque en Álbum de familia
todavía este sino estilístico no está tan marcado, podemos notar
en “Poema trágico con dudosos logros cómicos”, por ejemplo, que
el poeta transfiere al entorno familiar una sensibilidad bucólica:
Y este murmullo nos reconcilia con el otro murmullo
del río por cuya ribera anduvimos matando sapos sin
misericordia, reventándolos con un palo sobre las piedras
del río tan metafórico
que da risa.
José, en este sentido, se caracteriza por un principio, en su
espíritu, que es capaz de valorar los objetos que aparecen ante sus
ojos, sobre todo los de la naturaleza (o relacionándolos con ella),
otorgándoles una voz. Esta voz es una presencia inmanente en su
poética, sobre todo si penetramos con humildad en el contexto
cultural de su infancia, que está íntimamente vinculado con la
oralidad y lo espiritual-rural de Laredo, ese paisaje en donde se
fundió su mundo andino-costeño, aprendido en la casa materna,
y su construcción espiritual de la “japonesidad” heredada de su
padre, y de la que se hablará más adelante.
Así, la poética de Watanabe se inserta en aquella
poesía primordial que brota del diálogo entre la experiencia y
la contemplación, fundida ineludiblemente con los elementos
de la naturaleza que posibilita la existencia del todo, como en
144
el budismo (su padre era practicante) y la cosmovisión andina
(asimilada en Laredo). Ahí, en su poesía, brota la voz de la tierra,
sobre todo la laredina, y de todos sus seres vivos.
El instinto contemplativo es primordial para entender
la poesía de Watanabe; su deseo de graficar los paisajes que
le rodean, celebrando el asombro que le causan los pequeños
detalles en medio de un campo, en un arenal, a la ribera de un río
o en la costa marina, es transversal a toda su obra. Esa intensión
de aprehender con la mirada, así como de aprender de lo que se
contempla, es un motivo asimilado en los paseos silenciosos con
su padre, como ya se ha referido muchas veces cuando se habla
de su poesía, y que el vate traía a colación siempre con intención
de dar profundidades sobre su poética. El perfil de su padre, don
Harumi, hombre silencioso y observador, que lo llevaba a caminar
y que luego le recitaba poemas, es muy importante no solo para
entender su forma de escribir, sino para entender la manera como
proyectaba su identidad.
José habló bastante de su padre, aunque solo son
contados los poemas que le dedicó. Lo menciona, por ejemplo,
en el artículo que publicó en la revista Quehacer, en 1999, en el
marco del centenario de la inmigración japonesa al Perú, y que
luego acomodó como epílogo en la antología poética de su obra
publicada en España, titulada Elogio del refrenamiento (2003), en
donde dice: “en medio de los pollos y patos de corral de mi casa,
[mi padre] me traducía, entre grandes pausas reflexivas, esos
breves poemas [haiku] que entonces yo no entendía claramente”.
El maravilloso equilibrio entre lo filosófico y rural (su sabiduría),
como vemos en esta anécdota, definitivamente lo marcó.
Mucho se ha dicho sobre las múltiples referencias
japonesas en la obra de José, siempre vinculando su apellido
nipón con la herencia cultural del país del Sol Naciente. Pero en
términos poéticos, José, aunque vate de la contemplación, era
principalmente un escritor alerta al hecho poético, sea donde
145
fuere que se encontrase, o como él mismo decía, “estando a la
espera, pero no al acecho”. Este espíritu, sin duda, lo emparenta
con los poetas haijin japoneses, cultores del haiku, y lo relaciona
con esa rica tradición lírica, pero no le confinaba como poeta del
haiku, de modo alguno.
El poeta sabía que lo relacionaban con lo japonés por su
debilidad por lo contemplativo y lo sugerente, claro está, y no sabía
si propiamente esto se lo había transferido su padre japonés. Él
pensaba que pudo haber sido contemplativo sin necesidad de tener
un apellido nipón y que eso lo asumió cuando encontró el sentido
al porqué su padre lo sacaba a caminar y nunca le hablaba. Él
imaginaba que esa era su forma de enseñarle a apreciar el mundo,
pero entonces no era consciente de su significado. Realmente, su
padre le enseñó una estética, una sensibilidad artística, que no
se puede atribuir únicamente a una sola cultura, pero que está
profundamente emparentada con el budismo.
El sentido parabólico en la poesía de Watanabe, de
transmitir sabiduría con simpleza para que el lector reflexione,
también es una característica muy propia de la meditación en la
filosofía budista zen. Si bien no se puede hablar de una consistencia
zen en la obra de José, es de esperar que se vea reflejada en sus
textos, dado que la formación del poeta, junto a su padre, fue de
lecturas de poetas haijin que en su mayoría eran budistas confesos
y errantes existenciales, como lo fue Matsuo Bashō, por ejemplo.
Incluso José les rendiría homenaje a estos de muchas formas, solo
recordemos el siguiente poema que apareció en La piedra alada
(2005):
BASHŌ
El estanque antiguo,
ninguna rana.
El poeta escribe con su bastón en la superficie.
Hace cuatro siglos que tiembla el agua.
146
“Más de una vez he dicho que mi poética es la del ojo;
consiste en ver, en mirar”, sentenció Watanabe en una entrevista
con el poeta Alonso Rabí, en el 2000. Y es imposible no darle
la razón y volver sobre la idea que aquello que contemplaba y
expresaba en sus poemas eran también personajes cercanos
“como parientes”.
Vale decir que esa forma de asumir lo cotidiano como
herramienta fundamental de trabajo llevaba a José a tener la
mirada muy atenta para poder entablar diálogos con el paisaje,
que luego volcaría sobre sus textos. Esta fórmula lo templó como
poeta, pero también como artista plástico y guionista, oficios
a los que –a su manera— les endilgó una sensibilidad especial,
vinculándolos.
En el poemario La piedra alada, antes mencionado, hay
un claro ejemplo de las profundidades de la contemplación.
Se dijo mucho que en este libro el poeta intentó representar su
arte poética, siempre desde la óptica de la crítica y no del propio
autor, como bien se refleja en el poema “La piedra alada”, que se
desarrolla en el desierto, donde la piedra es la figura de lo perenne
y el ala de lo efímero. José nos cuenta sobre el poema:
Y yo encontré, efectivamente, una piedra, y esta piedra
estaba pegada a un ala de pelícano, y vi que ahí había
un poema, que eso te decía algo. La naturaleza de alguna
manera a veces se acomoda como para darnos un mensaje
y decirnos algo que no sabemos qué es.
Allí está el quid de la interpretación de ese poema:
Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
147
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar.
La altura simbólica de la flora y fauna de Laredo en
su obra es distinguible a simple vista, sencilla, poderosa y
sabiamente, como es su lírica, plena de conciencia más allá del
entendimiento humano, que trasciende, además, el pensamiento
hegemónico occidental. El paisaje, en sí, toma vida y se convierte
en un personaje más en su poesía, que palpita ante sus ojos. Ahí,
también, radica su increíble valor poético.
Lima, agosto 2020
148
EN EL DESIERTO DE OLMOS
El viejo talador de espinos para carbón de palo
cuelga en el dintel de su cabaña
una obstinada lámpara de querosene,
y sobre la arena
se extiende un semicírculo de luz hospitalaria.
Este es nuestro pequeño espacio de confianza.
Más allá de la sutil frontera, en la oscuridad,
nos atisba la repugnante fauna que el viejo crea,
los imposibles injertos de los seres del aire y la tierra
y que hoy son para su propio y vivo miedo:
la imaginación trabaja sola, aun en contra.
La iguana sí es verdadera, aunque mítica. El viejo la decapita
y la desangra sobre un cacharro indigno,
y el perro lame la cuajarada roja como si fuera su vicio.
Rápida es olorosa
la blanca carne de la iguana en la baqueta de asar.
El viejo la destaza y comemos
y el perro espera paciente los delicados huesos.
Impensadamente
arrojo los huesos fuera de la luz
y tras ellos el animal entra en el país nocturno y enemigo.
Desde la oscuridad aúlla estremecido
149
y seguramente queriendo alcanzar
entre la inestable arena
con ansia
nuestro pequeño espacio de confianza.
Oigo entonces el reproche del viejo: deja los huesos cerca,
el perro
también es paisano.
(Libro: Álbum de familia)
150
POEMA TRÁGICO CON DUDOSOS
LOGROS CÓMICOS
Mi familia no tiene médico
ni sacerdote ni visitas
y todos se tienden en la playa
saludables bajo el sol del verano.
Algunas yerbas nos curan los males del estómago
y la religión sólo entra con las campanas alborotando los
canarios.
Aquí todos se han muerto con una modestia conmovedora,
mi padre, por ejemplo, el lamentable Prometeo
silenciosamente picado por el cáncer más bravo que las
águilas.
Ahora nosotros
ninguno doctor o notable
en el corazón de modestas tribus,
la tribu de los relojeros
la más triste de los empleados públicos
la de los taxistas
la de los dueños de fonda
de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos
por la muerte.
Pero hoy estamos aquí saludables escuchando el murmullo
de la mar que es el morir.
151
Y este murmullo nos reconcilia con el otro murmullo del río
por cuya ribera anduvimos matando sapos sin misericordia,
reventándolos con un palo sobre las
piedras del río tan metafórico
que da risa.
Y nadie había en la ribera contemplando
nuestras vidas hace años
sino solamente nosotros
los que ahora descansamos colorados bajo el verano
como esperando el vuelo del garrote
sobre nuestra barriga
sobre nuestra cabeza
nada notable
nada notable.
(Libro: Álbum de familia)
152
LA PIEDRA ALADA
El pelícano, herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.
Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
como si fuera un cuerpo.
Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar.
(Libro: La piedra alada)
153
EL LENGUADO
Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.
(Libro: Cosas del cuerpo)
154
Omar Aramayo
Puno 1947
(Selección y comentarios de John Martínez Gonzales)
Aramayo siempre me ha parecido un poeta de otro tiempo.
Cuando pienso en su poesía, pienso en los antiguos guardianes
de los montes, en las abuelas de conocimientos ancestrales, en los
mitos del antiguo Perú y en el poder que se sostiene hasta hoy. A
veces pienso que no va a morir, que un día me van a decir que se fue
a la montaña y ya no volvió más. Su obra abarca poesía y narrativa,
y en ambas se deja ver su gran pasión: la historia milenaria del
Perú. Aramayo nos cuenta de nuevo la leyenda, no reinventa el
mito si no que le da nueva voz, lo hace más tangible. Mediante la
poesía invoca y esa invocación es respondida.
Los tres primeros poemas de esta selección pertenecen
al libro El nacimiento del Sol y la Luna (2004), cuyos textos nacen de
un libro anterior, Los Dioses (1992). De este último libro proviene
el cuarto poema seleccionado. En ambos libros Aramayo nos
muestra la genealogía de los dioses del antiguo Perú, la historia
de la creación de nuestros primeros padres. Allí aparecen los
primeros seres divinos (Kon, Pachacamac, Pariacaca), los mitos y
leyendas (El Amaru, Inkarri, el Ekeko), danzas y fiestas sagradas
que se ofician hasta el día de hoy (Qoyllur Riti, La Candelaria).
Claro como agua nueva y musical como piedra que silba, el poema
que profundiza Omar Aramayo logra uno de los momentos más
altos de la poesía contemporánea peruana. Asistimos maravillados
a la belleza del lenguaje como cristal de lo sagrado.
En los textos de El nacimiento del Sol y la Luna, a
manera de cantos cortos, conocemos la historia de los hijos de
Pachacamac y Pachamama, un niño y una niña llamados Willcas.
Los acompañamos en su viaje hasta convertirse en el Sol y la Luna,
los cuerpos celestes más sagrados del antiguo Perú. En esa alta
155
vibración, el autor se sienta frente a las divinidades y les habla. En
el poema que abre la muestra, “Ofertorio”, los hijos le dicen a la
Madre Tierra:
tú entiendes lo que yo digo
y escuchas mi latido en todas las horas
sólo te devuelvo lo que un día me diste
tú me esperas en la hora más extraña
y más puntual
enamorada bondadosa
Madre Tierra
recibe esta ofrenda
Así inicia la historia y los hermanos, ayudado por
animales sagrados, avanzan hacia el mar logrando escapar del
gigante Wakón, quien había matado a su madre. Los gemelos,
finalmente ayudados por Añas, la vieja zorra, cumplen el viaje
del héroe y logran ascender a hasta ser ellos mismo dioses. Los
hermanos se convertirían en el Sol y la Luna. Aramayo les da
voz a esos niños, a los cuerpos celestes que han visto infinitas
generaciones de humanos. Por otro lado, es interesante ver como el
mito de los hermanos (los gemelos) se repite en diversas culturales
ancestrales del mundo para explicar el inicio de la vida: Hunahpú
e Ixbalanqué en las tierras mayas, Horus y Set en Egipto, o los
hermanos Ayar, en el Perú. El equilibrio, los caracteres opuestos
pero complementarios, y esa fuerza que brinda el estar unidos, la
“hermandad”, están presentes en todos estos casos. En el libro los
poemas van tomando un ritmo ascendente; Aramayo va tratando
de hallar el pulso de la tierra, los hermanos son puro instinto y
su destino será mágico. En el poema “La Madre Tierra lleva a los
Willcas sobre sus espaldas”, se dice que ellos:
hablan al unísono en el latido
quizá nacieron antes de tiempo
156
como suele suceder
con lo que precede a los hechos vastos
Como dijimos, los hermanos logran huir del gigante. El
poeta nos cuenta la sobrevivencia de los gemelos hasta convertirse
en divinidades. En el destino de los Willcas vemos también, como
un tatuaje sagrado, a la figura de la madre, la que finalmente
moldeará el destino de sus hijos y de la historia del mundo.
El tercer poema, “Pachacamac crea otra humanidad”,
cierra la historia con el inicio de un nuevo mundo. La idea de la
sucesión de varias humanidades, desaparecidas por catástrofes
naturales o mala conducta humana, también es una de las ideas
que se repiten en las diferentes culturas del mundo cuando se
investigan los mitos fundacionales de creación. Esas historias
han sido contadas boca a boca, generación tras generación,
como un recordatorio de la raíz única que compartimos todos
los seres humanos. El poeta logra hablar desde ese ayer con una
atemporalidad apabullante, el texto parece describir este tiempo
de cambios sociales y en el cual la única solución es el amor y la
luz:
una humanidad nueva se agita
su semilla está en las fuentes en los ríos en los lagos
en el corazón de los bosques en las playas del océano
esperan una voz
No es de extrañar que Aramayo sea también danzante de
la fiesta más importante del sur del Perú, la Fiesta de la Candelaria,
declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en la que
anualmente se reúnen al pie del lago Titicaca cientos de miles
de danzantes y músicos para dar culto a una antigua divinidad
femenina, sincretizada ahora en la virgen traída por los europeos.
157
En esta ceremonia mágica, símbolo de unión entre la Tierra y los
humanos, el poeta también escribe con el cuerpo. Sin embargo,
él sabe y nos da una recomendación para el camino: “ustedes no
llegarán a esta luz con los pies sino con el corazón”.
Le creemos.
Lima, agosto 2020
158
PACHAMAMA
Ofertorio
Madre Tierra
para ti derramo el primer sorbo de licor
y también la miel que destilan los sueños
los potajes más sabrosos los tubérculos primeros
las panojas más nutridas esas que se rinden por su peso
los pétalos de las flores más bellas las palabras resplandecientes
las más tiernas las más humanas las que guardan
significados profundos
las otras que despiertan del letargo
Santa Tierra Virgen manantial de vida
en aras de que siempre sea así y por siempre
ancla del agua carne del universo boca oído
vida misma para ti mis sufrimientos mis dolores
los de mi pueblo que camina siglos tú sabes
cómo por encontrar su destino
su pensamiento preciso su acierto su hecho tenaz
sin reflujo
Los licores más intensos los más dulces asperjo para ti
a las cuatro direcciones
y allí donde nace tu hijo el sol
y en nombre de la luna flor del cielo y la noche su jardín
por los caminos de la energía
donde el ser humano jamás pierda raíz ni línea de horizonte
y en el aire con las hojas sagradas del conocimiento
tus hijas predilectas lenitivas
159
convoco a las fuerzas de la naturaleza al
espíritu de las aguas y las nubes
a las plantas curativas a los animales sagrados
al espíritu de los humanos antiguos a los
inocentes de todos los tiempos
a los muertos bienamados
a los encarcelados por la libertad
a los que se elevan sobre el dolor
a los no nacidos aún Tierra Madre
al hombre pájaro que atraviesa todas las
madrugadas con su canto alado
que fructiferes sin daño ni veneno
y el enemigo duerma por siempre en su madriguera
Ninguna tierra tan pródiga como la tuya
Madre Tierra
produces las savias más imprevistas
tú entiendes lo que yo digo
y escuchas mi latido en todas las horas
sólo te devuelvo lo que un día me diste
tú me esperas en la hora más extraña
y más puntual
enamorada bondadosa
Madre Tierra
recibe esta ofrenda
(Libro: Nacimiento del sol y de la Luna)
160
LA MADRE TIERRA LLEVA A LOS WILLCAS
SOBRE SUS ESPALDAS
Los Willcas recién nacidos son
dos copos de nieve de luz
dos estrellas en su afán
en manos de la Madre Tierra
hablan al unísono en el latido
quizá nacieron antes de tiempo
como suele suceder
con lo que precede a los hechos vastos
cuando los años
mudan de piel
Entre gasas de algodón de colores naturales
se levantan las mansiones de la luz
una mujer relámpago
fruta y nieve
los lleva en un atado a sus espaldas
ellos se entretienen
con una calabaza burilada en la rotación celeste
suave les dice a las fragosidades del camino
de mi paso más allá colinas
al oriente vamos
al oriente
y un mundo desconocido se estremece
161
Bajo sus pies de tierra
las rocas se conmueven
sus pantorrillas de yerbas olorosas
su vientre alto es un árbol encendido de música sagrada
(Libro: Nacimiento del sol y de la Luna)
162
PACHACAMAC CREA OTRA HUMANIDAD
Esplendor de las llaves del sol
una humanidad envilecida por la noche se petrifica
sus gestos promiscuos sus maquinaciones
su ternura a sorbos escondidos
piedra
piedra de la memoria
a la salida de las cuevas en medio de los páramos
cruzan el lecho que se derrama como el mercurio
cuando irradia la luz del principio
ese tiempo se llama carnaval
los animales se mezclan con los hombres en una sola lengua
en una sola lanza
en un todo al revés
la ley de Pachacamac los troca en piedra
ojos y pestañas del sol
boca y latido del sol
y los cambia por seres soñados
los mares rugen y se desbordan en su interior
y cuando nos encontremos
hermano y hermana
habrá oscuridad en la tierra
en recuerdo de nuestro antiguo dolor
señal
de los cambios apareamiento ritual
163
tótem y tabú
aleja la sangre del incesto y de la lengua
lleva tu cuerpo
como un paisaje siempre anhelado
entre los bosques de piedra el viento canta
sin cesar esta canción
es el esplendor
una humanidad nueva se agita
su semilla está en las fuentes en los ríos en los lagos
en el corazón de los bosques en las playas del océano
esperan una voz
al momento
salgan hombres mujeres y niños
vicuñas de oro guanacos celestes
salgan a la vida
(Libro: Nacimiento del sol y de la Luna)
164
Alberto Benavides Ganoza
Lima 1949
(Selección de Pedro Favaron y Víctor Salazar Yerén;
comentarios de Pedro Favaron)
En la poética y en la filosofía de Alberto Benavides sucede
una afortunada, gozosa y poco frecuente reunión del pensamiento
occidental (de raigambre platónica, e incluso presocrática), con
un temperamento inclinado hacia la contemplación búdica, así
como un amor generoso por los paisajes andinos y las antiguas
culturas que los habitaron y que los habitan. Buena parte de la
poesía de Benavides está hecha de fogonazos de contemplación
e iluminación, de ráfagas de sabiduría que precisan una lectura
sosegada, como sucede, en mayor o menor medida, con toda
poética auténtica y enraizada al territorio. Ni en poesía ni en
prosa ha tenido Alberto la pretensión de hacer grandes tratados ni
bloques monolíticos de pensamiento, sino que se ha contentado
(con humildad taoísta) con la reflexión simple y breve. El carácter
algo deshilvanado y fragmentario de su obra no debe engañar al
lector apurado y pretencioso: el amor por la tierra, por el lenguaje,
por la reflexión pedagógica y ética, y su vocación contemplativa,
son una constante que da coherencia y sentido a la totalidad de
su labor intelectual. A pesar de las evidentes cimas reflexivas de
sus libros, no ha gozado, entre la ínfima élite letrada de Lima,
del reconocimiento que, a mi entender, su trabajo merece. Y,
sin embargo, debido a sus viajes de docencia y a sus estancias
prolongadas en diversas provincias, somos muchos los que en
Chincha, en Ica, en Trujillo, en Ayacucho, en Cajamarca, en
Huancavelica y en Ucayali, lo consideramos como uno de nuestros
maestros. Es más, en mi caso particular, no sé si me dedicaría hoy
a la reforestación en la Amazonía si no fuera por la impronta que
la amistad de Alberto ha dejado en mi vida. Además, según mi
entender, el gran poema de Alberto, superior a sus libros, es el que
165
ha escrito sembrando árboles, irrigando la tierra y construyendo
casas de adobe, alejándose de la ciudad y de los cortesanos
modales de la siempre frívola Lima, para respirar en armonía con
las estribaciones del río Ica, en el Valle de Samaca. Y digo esto sin
temor, ya que estoy seguro de que él mismo lo piensa así.
¿Qué resulta cuando, al mismo tiempo, se es un filósofo
de raigambre occidental, lector de Platón, de Nietzsche y de
Heidegger, y también se estudia la lengua quechua y se aprende
de las tradiciones campesinas de los Andes? ¿Existe una posible
armonía entre las tradiciones filosóficas de occidente y los saberes
ancestrales de los pueblos indígenas de esta arisca y variada
geografía? ¿Se puede amar, a un mismo tiempo, a la pachamama,
a la filosofía alemana y al viejo Lao Tsé? Alberto Benavides ha
tratado, desde el principio de su despertar poético y filosófico, de
saltear estos abismos y conciliar lo que, para otros intelectuales,
parecen contradicciones insalvables. Así como Nietzsche, en la
obra de Alberto no hay una separación abismal entre poesía y
filosofía, sino que ambas parecen nutrirse de una misma fuente
(Sofía) y apuntar a la ascensión humana. Una elevación que
precisa, en primer lugar, de enraizarse en la tierra, ya que Alberto
no concibe la sabiduría desde el apartamiento de lo natural. Sigue
en esto el aforismo de Heráclito, para quien “ser sabio es virtud
máxima y sabiduría es decir la verdad y obrar de acuerdo a la
naturaleza, escuchándola”. Y creo que en esta máxima del antiguo
maestro se condensa el vínculo que Benavides establece entre
taoísmo, helenismo y pueblos indígenas de América (y ahora que
comento esto, me doy cuenta de que es también éste un principio
que da unidad a mis múltiples búsquedas filosóficas, poéticas y
espirituales; vuelvo así a tomar conciencia de la honda influencia
de Alberto en mi vida). Aquello en lo que, al menos buena parte de
sus intereses confluyen, es en la celebración de la vida, del espíritu
y de la tierra, tal como él mismo lo hace explícito en su ensayo
Educación y naturaleza:
166
La religión de los griegos es una religión de la naturaleza,
no de la sobrenaturaleza. No es un evento sobrenatural
lo que inflama la reverencia del griego, sino la naturaleza
misma. Obrar de acuerdo a la naturaleza, escuchándola,
dice Heráclito. Y esto no solo es sabio sino piadoso y
de acuerdo a la verdad. Sagrado es el brotar y el crecer,
sagrado es el río y el monte. El milagro es que no haya
milagros; y lo único sorprendente y milagroso para el
sabio es la naturaleza, el sol y las otras estrellas; la tierra,
los árboles, los puquios y los animales, sobre todo los
silvestres, que son mensajeros de los dioses (los animales
del Tayta Urqu) […] Entre las religiones de la naturaleza
que consigna la historia de las religiones está la antigua
religión de los pueblos del Perú. Como los griegos, los
antiguos peruanos observaron el cielo y las estaciones, la
tierra y el mar, y encontraron ahí la fuerza de lo divino.
Para Alberto Benavides es inconcebible una educación
que no signifique acercarse a la naturaleza, aprender a escucharla,
a reconocer sus mensajes, a dialogar con ella, de corazón a
corazón. “Hay un vínculo especial entre el hombre y la tierra.
Olvidarlo significa para el hombre extravío”. También asegura
que “la experiencia directa de la naturaleza es insustituible”.
Los poemas y los escritos de los filósofos pueden señalarnos el
camino de retorno al territorio y su importancia, pero nada puede
remplazar el vínculo que cada quien entabla con el resto de seres
vivos, el diálogo que va del corazón humano al alma del mundo.
Y sin embargo, la importancia pedagógica y social de la poesía es
algo evidente para Alberto: puesto que somos tierra pensándose,
es con el canto poético que el ser humano habla a lo más íntimo
de sí mismo; y es cantando que se vincula con el corazón, con el
sonqo, de todo aquello que lo rodea. El cultivo de la poesía por
parte de Alberto tiene que ver, entre otras cosas, con su defensa del
lenguaje frente a su empobrecimiento social, una amenaza que se
yergue contra la humanidad, queriendo empobrecernos psíquica,
cultural y espiritualmente. Y en esto sigue a Heidegger, tanto en
167
su crítica al aplastamiento del ser por parte del lenguaje técnico,
como en la afirmación de que “es solo la palabra la que posibilita
al hombre ser el existente que es como hombre”. La pedagogía
es el arte de transmitir lo más refinado y acabado de la herencia
cultural. Como afirma Benavides, en la antigua Grecia el paidagogos
era “el que se ocupa de llevar los contenidos culturales haciendo
que los griegos fueran griegos”. Y, saliendo del etnocentrismo
propio del mundo clásico (que definía la humanidad entre griegos
y bárbaros), convendría señalar que un maestro cabal es el que
enseña a los más jóvenes a ser humanos, en un sentido legítimo
y ético del término; la condición de humanidad no es algo que
nos viene dado por el mero nacimiento y la genética, sino que
involucra un comportamiento adecuado, jamás gobernado por la
codicia, y siempre por el amor incondicional, por la sabiduría y
por la virtud, por el areté platónico. La educación, al igual que la
filosofía, si “no nos ayudara a vivir y a vivir bien, no tendría ningún
sentido”.
La enseñanza pasa siempre por el lenguaje, en el sentido
más amplio del término. Y por eso Alberto afirma, en su texto
Lenguaje y filosofía, que la poesía es esencial en la educación,
ya que se trata de “un camino hacia la experiencia prístina del
lenguaje […] La gran literatura es, por eso, experiencia esencial del
lenguaje”. Y entendiendo que los poetas son, por un lado, aquellos
en quienes se lega una tradición y, al mismo tiempo, son los
creadores o regeneradores del lenguaje, la preservación de nuestra
humanidad y de nuestras raíces culturales no puede prescindir
de la poesía. Como él mismo afirma, “la gran literatura tiene un
sentido filosófico”, ya que en la poesía hay también transmisión
de pensamiento, del decir más hondo del ser. Tal vez sea por
eso que, siendo amante de lo andino, Alberto tiene la suficiente
apertura de mente y espíritu para leer con fervor a los clásicos
españoles; nuestros castellanos andinos, sin bien diversos de los
de España, no dejan de precisar el cultivo en las más profundas
y acabadas manifestaciones poéticas de nuestra lengua, sean de
168
dónde sean, más allá de las distancias entre América y España.
No conviene, creo, quedarse encerrado en posiciones ideológicas
que limiten nuestra capacidad de asumirnos, en tanto habitantes
de los mundos andinos, en la cabalidad de las heterogéneas
tradiciones que nos conforman. Se trata, más bien, como afirmaba
Gonzales Prada (uno de los grandes maestros y referentes de
Alberto Benavides), de “ensanchar el corazón de modo que en
su amplitud inmensa hallen cabida todos los seres del universo”.
Recuerdo a Alberto, más de una vez, recitando de memoria versos
de Francisco de Quevedo (“Retirado en la paz de estos desiertos”
o “dichoso tú que alegre en tu cabaña”), así como el poema Vida
retirada de Fray Luis de León, que es el ineludible antecesor de la
ecopoética en lengua castellana:
“¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido![...]
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso”.
Como ya he dicho, tanto la poesía y la filosofía de Alberto
tienen un carácter fragmentario, que responde a su propia
forma de concebir lo poético. Él busca dar cuenta de esos “altos
instantes [que] nos alumbran y recuerdan” nuestro origen, nuestra
pertenencia a la luz y al paisaje. “He sido receptivo a instantes de
poesía, pequeños descubrimientos, pocas palabras en las que
alucino que queda latiendo el corazón del mundo”. No agota el
misterio con discursos prolongados, que pretenden saber las
169
causas últimas de todas las cosas, sino que sus reflexiones poéticas
van dejando destellos de sabiduría y enseñanza, de experiencia,
brotes de su propio ser conmocionado por la existencia, por
el estar vivo en el presente, en el aquí y ahora, kay pachapi. Se
trata, no cabe duda, de una actitud humilde e inocente, capaz
de asombro y respeto frente a la sacralidad de la existencia. En
su texto El cuidado del alma, dice que “la soberbia es vicio mayor
según la vieja tradición. Ella es la peor ignorancia, la ignorancia
que se ignora […] Sin el sentimiento del misterio que es toda
vida humana, cualquier forma de educación queda viciada”. La
propuesta pedagógica de Alberto rehúye a todo dogmatismo o cifra
cerrada, para privilegiar el diálogo y la experiencia. Y el cuidado de
la propia alma y de nuestra sensibilidad. “Por eso, nuestro primer
deber es cultivar el silencio en el que se escucha latir el principio
universal”, aquello innombrable que habita en nosotros. La poesía
es voz, pero brota del silencio y nos devuelve al silencio. La poesía
con pálpito de tierra precisa que nos alejemos de una civilización
ruidosa, aglomerada, ahogada bajo la sobreinformación. “La
poesía es de los que escuchan la naturaleza”, capaces de atender
aquella “música callada” (como afirma San Juan de la Cruz) que
brota de la comunión del alma humana con el ser de las plantas,
de los árboles, de las acequias, del cielo interminable y de la
generosa chacra.
CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, agosto 2020
170
1.
NOÉTICA
Todo me lo enseñaste, mar,
y desde entonces solo busco las grietas
donde ninguna voz interrumpa tu silencio.
(Libro: Platón y otros pretextos)
171
2.
Aquí, seres vivientes,
antiguo pasto de dinosaurios,
lugar donde todo se hace Huaca:
perros, palomas, pajas;
antiguo lugar donde ensayan de nuevo sus cantos
las palomas de Castilla
y ladran los lebreles de Europa
señalando misterios;
ahí el zorro y su cola;
y el gavilán y el halcón;
y, más ligero, el cernícalo;
y, aún más, el qentu picaflor;
aves agoreras que anuncian el agua para las cosechas.
Seres vivientes compactados unos con otros:
Río, Sol, Tierra, Ave, Gente.
(Libro: Cantos de Puerto Huamaní)
172
3.
En la tierna mañana: la golondrina;
y al fin de la tarde: el vencejo,
aves que celebran la luz y el nacimiento
y dejan en claro
la misteriosa calidad de los eventos.
(Libro: Cantos de Puerto Huamaní)
173
4.
Ninguna teoría acerca del mundo,
sociológica o metafísica,
vale lo que sé
cuando camino mirando.
(Libro: Cantos de Puerto Huamaní)
174
5.
Apúreme yo por llegar
donde otros se apuran por irse.
Que toda la sabiduría está en mirar
el sol y el viento en una paja que perdura
como la poesía.
(Libro: Al pie del desierto)
175
6.
Como el labrador que a su chacra camina
y en el camino lo sorprende una flor.
Hina chakraruna chakraman purichkan
ñanpi qunqaylla huk wayta.
(Libro: Al pie del desierto)
176
7.
No conozco ocupación mejor,
nada más útil,
que pararme a recoger algodón
de una planta que sembré.
Apaño con gratitud las bellotas;
nada de esto se registrará en la bolsa,
ni la de Nueva York ni la de Lima.
No seré por ello más sujeto de crédito.
Pasará totalmente en secreto
que ese rato frente a mi algodón,
en esa contemplación, me hice mejor.
(Libro: Todas las huacas)
177
8.
Cuando descubrí
que no soy sino
una pulga vanidosa
en el océano de la existencia,
adquirí gran confianza
en mí mismo.
(Libro: La ruta natural)
178
9.
Que la multiplicidad de las cosas no interrumpa nuestro camino
al ser; que el mucho tener no nos impida ser; que tengamos
la libertad de quienes no se engañan acerca de la vida y de la
muerte; que recordamos que somos hijos y colegas del misterio;
que prestemos oídos a la naturaleza que de tantos modos se
manifiesta y canta convocándonos al bien, a la verdad y la belleza.
(Libro: La ruta natural)
179
Wong Sui Yun
Iquitos 1955
(Selección y comentarios de Julia Wong)
Ecología e indigenismo, dos conceptos que han sido
maltratados por la academia y las artes con el bien intencionado
afán de reducir dos grandes fenómenos actuales, son necesarios
para nombrar y tratar de conceptualizar urgencias que debemos
reconsiderar como leitmotiv en tiempos de Desamor, en medio
de Pandemias y búsquedas de soluciones fáciles a esta eminente
incertidumbre planetaria.
Esta muestra poética concebida en el corazón de Pedro
Favaron, gran amigo, ecologista, poeta e investigador, es un
farol bien situado que alumbra esta constante hecatombe del
urbanismo positivista mal concebido, pernicioso para la salud
y fraude mortal de los últimos cincuenta años en toda nuestra
Tierra (con T mayúscula), nuestra única casa, único lar y piedra
vital de nuestro paso por el mundo.
Nuestra generación, la de los sobrevivientes que aún
andamos entre la caverna de ideas, lombrices que succionan
nuestra energía creativa y la gran necesidad de dejar que nos
crezcan alas y ojos en todo el cuerpo para poder movilizarnos
desde al aire, al agua y volver al suelo en un ciclo preconcebido
con la maestría de un padre-madre perfecto, se ha complejizado
tanto que nos ha convertido en un instrumento letal. La poesía
nos salva siempre, por su ruptura con el dominio del neurocortex
de la lógica matemática y la razón histórica para dar paso a la
armonía entre Tin (cielo en idioma chino) y Tou (tierra). No se
trata de reivindicar la fonética o la mitología china en busca de
subterfugios para rellenar un texto de crítica literaria, sino de ir al
centro de un texto poético que puede tener origen en una alturada
y robusta vinculación entre la tradición de una actitud humilde y
180
terrenal ante el tremendismo inevitable de la naturaleza, su pensar
y sentir, y lo que acontece en un nivel ambiental o atmosférico
entre los seres vivientes y su ecosistema.
Aunque la poesía no es una ciencia que vincule los seres
abióticos con los bióticos en un tejido sustancial, reúne elementos
cardinales del habla, los símbolos, la imaginación y la visión del
intermediario. Quizás me arriesgo; y preciso creer que el poeta o la
poeta son un médium obligatorio, que recoge las voces de los seres
invisibles para la industria y la preocupación financiera, y se cuela
por las grietas de los afectos y las moléculas sanguíneas de quien
sabe escuchar el desove de los peces, el rumor de las corrientes
subterráneas y el silencio de las hojas secas al pulverizarse ante
los ojos de las bestias.
Sui Yun ha sabido mantener esa comunicación
imperceptible para la mayoría, en su llanto apagado por la
tecnología y su clamor doliente del maltrato a la armonía del
ecosistema. Todo esto está a flor de piel en su pluma y en sus
versos. Por ejemplo, en “El canto del desove”, poema del 2017, Sui
Yun nos intimida con la conmoción lunar entre río y fertilidad, el
momento más importante para la recreación de la especie:
Es la víspera del desove
bajo la callada luz de la noche
todo espanto es silenciado por la vida.
Sólo la vida nos calla y nos alecciona con la única
pedagogía que necesitamos para entender el ciclo de nacimiento
y recreación: el ciclo de la fertilidad.
En la poesía de Sui Yun, más allá del artificio magistral
que ella conoce desde el corazón de la poesía china y que recrea
en su voz híbrida y en español, está la constante identificación con
los elementos del entramado ecológico:
181
Mujer
Hombre
Naturaleza
Revitalización del espacio
Armonía celestial
Mundo acuático
Mundo onírico
Mundo mineral.
La voz poética de Sui Yun sabe combinar con extrema
delicadeza cada uno de estos universos que conviven en sus
poemas, sin desajustar la economía del lenguaje y precisión
erótica.
En “Soñando como Pez en posición fetal”, hay una
muestra de sus empatías naturalizadas con el paisaje: “Muchas
cosas he soñado sin tu permiso querido Amazonas”. Más adelante,
hay una palabra que romperá todo el poema, para situarlo bajo
el estetoscopio de la modernidad: “fumigar”. ¿Qué simboliza
la palabra “Fumigar” en medio de este mapa natural que rodea
el Amazonas? Fumigar es el acto que nos expulsa del paraíso y
rompe la armonía. La respiración natural que nos vivifica se ve
interrumpida por un efecto ex machina en el escenario: alguien
viene a romper la respiración sagrada que une río, pez, sentidos
y nacimiento, fumiga. En este proceso tanático de reconocer que
ya no existe la simbiosis perfecta con la creación, el poema nos
hace saber que aún late y que aún queda esperanza mientras haya
oxígeno.
La identificación con el pez es la unión primordial entre
el mundo animal y el mundo humano dentro del círculo vital que
reconoce su reducido espacio de convivencia. Como hicieran otros
poetas de ascendencia asiática en el Perú, Sui Yun nombra sus
decididas filiaciones con ese reino que parece subordinado a la
entelequia humana. Y sin embargo Sui Yun sabe, como Watanabe,
que el pez en posición fetal o el lenguado, son un cuerpo sin
182
jerarquías, un ser renombrado en su paso por el mundo de las
palabras.
A diferencia del pesimismo urbano que se nutre de
la tradición poética que corre desde los griegos y las escuelas
europeas, la palabra poética de Sui Yun es fecunda, tierna y
apaciguada, porque sólo se enfoca en el ciclo de constante
recreación. Los percances acaecidos con la excesiva intervención
del hombre letrado se despellejan en el retorno a una vibración
más auténtica.
Así mismo, en el poema “El tigre Shipibo”, la voz poética
se atreve a construir a la perfección el espectáculo en el que por fin
la destreza del tigre originario de la selva peruana danza con los
misterios de la China ancestral a través de la particularidad de un
hexagrama. Quien no conoce el I Ching, ve un juego de brujos, de
pitonisas baratas que tiran monedas para transitar la espesura del
tiempo. Pero el tigre no es un animal shipibo, es un alma acuática
que llega hasta una comunidad humana, para entablar una
nueva comunicación a través de los misterios de la simbolización
interpretativa del oráculo.
Para Sui Yun la poeta es el espíritu elegido para arreglar
y sostener un orden que garantice la permanencia del infinito y
donde no haya el fin previsto por el apocalipsis de la economía,
previsión extraña a los saberes de la semilla del tiempo. La poesía
de Sui Yun no se asocia con la mano de los profetas que son ajenos
a la naturaleza y sus trampas, sólo reconoce la divinidad de la ley
de los opuestos. Conoce el “Silencio y el trueno” y gracias a ellos
tiene la llave al nacimiento del mundo y nos la presta.
Por último, no podemos reducir la voz de Sui Yun al libro
Alrisha, editado por la editorial El Verso Azul en 2018, de donde
hemos compilado estos poemas. En toda su poesía se manifiesta
una voz híbrida que juega como puente colgante entre dos tejidos
etnográficos y naturales hasta dibujar un laberinto visible que nos
183
acoge en su centro de gravedad. Sui Yun es una de las pocas voces,
por no decir la única, que conoce el color de la rama dorada y,
más allá de la palabra poética que peca de arrogante y altanera por
diagramación política y convenida, ella posee una voz acaecida al
interior del río, del pez, del tigre, de la línea rota del hexagrama
que exhala vida, y sabe captar esa luz seminal y escribe.
Lima, agosto 2020
184
EL CANTO DEL DESOVE
En cada Plenilunio
El mar cantaba el desove de los peces
El ritmo acantilado a la orilla del mar
Y las colas moviéndose hasta hollar en júbilo
Dentro de la arena
Es la víspera del desove
Bajo la callada luz de la noche
Todo espanto es silenciado por la vida.
(Libro: Alrisha)
185
SOÑANDO COMO PEZ EN POSICIÓN FETAL
Muchas cosas he soñado sin tu permiso querido Amazonas
Río profundo de mi nacimiento
En ti las aguas jugaron su destino de voraz remolino
El surco hecho nada…
Para que fumigar las hojas nacientes, si mi pez vislumbra los
Ojos desde ese mundo que no vemos.
Desde esa vértebra donde los sentidos
Y las sensaciones se disparan por
Sus escamas, sus tráqueas, sus aletas
Todo lo que vislumbras, lo trasmites en las aguas
Y yo que soy tu bebedor, respiro hondo y animado
Los signos de tus esferas
Así nos turnamos, interpretando las señas de oxígeno
Que aún nos queda, que aún nos late…
(Libro: Alrisha)
186
EL TIGRE SHIPIBO
El Tigre rasgó la densidad del cielo
Y en la atmósfera silencio y trueno
Detuvieron nuestro aliento…
Los hexagramas invirtieron el orden de sus ángulos
Transformando la sequía en regocijo para los campos
De mis miembros brotaron flores y trigo
La protuberancia del mar
Soslayada en su capa iónica
Aquel crepúsculo venusiano
Que renace en el origen de los tiempos
Masa orgánica, greda, nitrógeno y Ompax (agua en Shipibo)
Evolucionan rápidamente el oxígeno de la tierra
Contempla tu cuerpo arquetipo cósmico
Explora el mapa en silencio
Enardece los elementos como el primer día
En que nació el mundo
Sé madre del universo
Ábrete al ojivo infinito.
(Libro: Alrisha)
187
SAUDADE
Cuando la noche se acaba
se secan mis labios pronunciando tu nombre
el ir y venir de la hamaca, ese vaivén que tanto me recuerda
al olor virgen de la tierra con sus sonidos a grillos
y saltamontes
y sus parpadeantes luciérnagas
la noche es un río negro despertando el murmullo del universo.
(Libro: Alrisha)
188
Boris Espezua Salmón
Juli/Puno 1960
(Selección de Pedro Favaron
y comentarios de John Martínez Gonzales)
La poesía de Boris Espezúa Salmón es como esos
árboles que crecen a orillas del lago Titicaca, ese pedazo de mar
que se quedó a 4000 metros de altura tras el último cataclismo
terrestre. En ese lugar, la geografía moldea la biografía de los
seres que habitan sus alrededores. Por eso, como esos árboles
cuyos ojos han visto cosas que pocos hombres ven, la poesía de
Espezúa está llena de fenómenos climatológicos, de fuerzas de la
naturaleza domándose entre sí; de esa la luz que solo se ve con los
ojos cerrados y, además, con un caleidoscopio en la lengua y una
brújula en el corazón.
Entre sus varios títulos, Espezúa tiene dos libros-fogatas:
Gamaliel y el oráculo del agua (2010) y Mascaras en el aire (2015). En el
primero establece un diálogo con el poeta mítico más importante
del Perú, Gamaliel Churata, en cuya obra El pez de oro vemos,
por primera vez desde el cristal de la poesía, la cosmogonía del
hombre andino. Libro fundacional en muchos sentidos, el de
Churata, su obra, sobrevive como un espacio sagrado que cada
vez más adeptos visitan. Desde ese lugar, en completa inmersión,
Espezúa bebe y describe, desde este tiempo, su visión de verdades
milenarias. El poeta, aunque a veces no sabe cómo, es solo un
puente entre la poesía y el poema; y Espezúa cumple fielmente esa
función. Con él queremos diferenciar la cosmovisión (visión del
cosmos) de la cosmología (lógica del cosmos). Es en la mirada (en
los sentidos) y no en la lógica donde conocemos al poeta. A través
del Gamaliel y el oráculo del agua, la Pachamama (Madre Tierra)
va tomando diferentes voces, los elementos y seres que la habitan
tienen palabras, miradas, historia personales, mitos y leyendas.
Los elementos celestes se convierten en seres y una amalgama une
189
el libro: todo tiene un latido. El poemario es además una bitácora
personal de la historia de Puno. Y, como vemos en el primer poema
de esta selección, “La luz que se desdobla”, el agua también es un
verbo:
el río de la noche
se traga el reflejo de la luna
y en sus aguas se prendían
y se apagaban los misterios
En este poema, como dijimos hace un momento, es la
mirada (los sentidos) la que ve al universo entero moverse, la noche
como un río interminable y el tiempo como una circunferencia.
No hay lógica, solo el asombro de ver por primera vez la Luz sobre
los seres vivientes:
Una mosca de oro
queda dentro del vidrio con edad de musgo
junto a una flor cortada
posada en el trasluz de la nostalgia
cruelmente hermosa, sin poder volar
demostrando que el tiempo es una circunferencia
que ahoga su propio grito.
En el segundo texto seleccionado, “El origen de la danza”
(del libro Mascaras en el aire), Espezúa nos muestra el inicio del
mundo. Como una antorcha arrojada al rostro que en lugar de
quemarnos nos inicia, salimos tatuados de su lectura:
El espíritu es fuego. Alrededor del fuego se danzó por
primera vez en un día lunar con los ojos sorprendidos de
190
luz sobre las piedras, con el chasquido de los astros y las
estrellas que iluminaron los fósiles del sonido.
Con Máscaras en el aire, Espezúa seguiría buscando lo
sagrado y esta vez la poesía nos contará sobre la fiesta de la virgen
de La Candelaria, celebración en la que se congregan cientos
de miles de danzantes y músicos para celebrar a esa divinidad
femenina (lunar). En ese sincretismo de la danza, Boris se hunde
para vislumbrar la antigua religión y reconocer la nueva religión
que se está viviendo. Debemos rescatar que un par de décadas
antes, el poeta Omar Aramayo Cordero, publicó el libro Los
Dioses, donde hay varios textos que describen la fiesta. No es de
extrañar que otros poetas, antes y después de este libro, toquen el
tema de esta celebración que, como otras del Antiguo Perú, tiene
raíces milenarias y muchos de sus participantes son adeptos de la
religión andina y pertenecen a congregaciones que anualmente se
preparan solo para bailar y dar culto a sus santos protectores y a
sus cerros sagrados.
En Máscaras en el aire asistimos a alta poesía en la
descripción detallada de toda la fiesta (a la manera casi de un
documental) y la posibilidad bendita de transmitir el fuego de la
danza, el mito vivo y toda la plenitud de su poder:
El espíritu es fuego. En el altamar del ADN el inmarchitable
embrión del fuego hizo una hoguera para que las olas
alumbraran los sentidos y los ojos se inunden de magia.
Las partes del cuerpo al danzar están en escena
coreografiando las pieles del espíritu para resistir nuestra
sombra.
Así se elevó la danza, hasta el milagro y el agua se mantuvo
vibrante, trayendo la heredad en el lomo de la adrenalina,
agarrotando los nervios en sus movimientos.
191
No sé si Espezúa quiso imitar el sonido de los sikuris, de
los cuernos y los pututos. Solo sé que sus textos suenan a tierra
besada por miles de pies, a manos que se miran, a elementos
celestes.
Lima, agosto 2020
192
LUZ QUE SE DESDOBLA
Un ojo de vidrio ve desde la oquedad
de una cicatriz,
el río de la noche
se traga el reflejo de la luna
y en sus aguas se prendían
y se apagaban los misterios
en horrísonos cantos, en
trenzas de estrellas
iluminan los oráculos y las teofanías
los corazones hechizados por su luz.
Las vizcachas corren tras la luna del río
para atrapar su reflejo o canto estrellado
a media noche
y de madrugada aún con luna llena
cantar para prender y no apagar los misterios.
Un ojo de vidrio desde la muerte quaternaria
representa su espíritu
y su devenir cíclico del tiempo
en el cinturón de fuego
en que se asienta nuestro reactivo territorio.
Una cruz divide los caminos
a mediodía nace la lluvia
en las cumbres más altas
en la cuna del relámpago
junta sus gotas silenciosas
en los ojos volátiles
de las libélulas.
193
A la sombra de sus alas
los truenos se rompen
cuando aparece el tiempo de las
ocas heladas
que tempranito se come
para evitar el hambre en el extendido día,
allí, aparezco a destiempo para guardar el agua
junto a un pájaro desfallecido.
Un ojo opalado tras un vidrio mira los efectos
del universo al profanarse los sacrificios
circulares que ahora regresa
con los habitantes del umbral
o los espíritus de la cábala.
El río de la noche
preñado de canciones
reaparece del centro del arco iris
para recibir la lluvia al atardecer
cuando se retira a su morada de celajes
los rituales temidos de la luz lunar.
Una mosca de oro
queda dentro del vidrio con edad de musgo
junto a una flor cortada
posada en el trasluz de la nostalgia
cruelmente hermosa, sin poder volar
demostrando que el tiempo es una circunferencia
que ahoga su propio grito.
(Libro: Gamaliel y el oráculo del agua)
194
ORIGEN DE LA DANZA
La sangre es espíritu.
Friedrich Nietzsche
El espíritu es fuego. Alrededor del fuego se danzó por primera vez
en un día lunar con los ojos sorprendidos de luz sobre las piedras,
con el chasquido de los astros y las estrellas
que iluminaron los fósiles del sonido.
Las mariposas de la danza tienen la memoria de los sueños,
ellas invirtieron los sistemas de la naturaleza, para leer los
ideogramas de las sombras y los saltos de los tigres negros.
Cuando esas sombras se atropellan en la vía láctea,
también lo hacen las estrellas en otras constelaciones en
un pedazo de tiempo que dura la luz de una danza.
Así el hombre encarnó el movimiento, como un estallido
fulgurante de cosmos milagroso. Entonces la tierra danzó,
y nosotros que somos tierra, aire y fuego, que salimos del
humus, movimos el cuerpo al compás del universo, de la
brisa convexa, del fuego adverso y del amor intenso.
Dando vueltas a la sangre exaltada, ebria de pasión hasta
desarmonizar la razón y pierda su peso en el aire
con su calentura de los saltos y la sal vibrante del barro,
en ritos de coca a la fertilidad sagrada se la elevó.
El movimiento es sensación, la pulsión de vida
es danzar, con lo que se une las modulaciones
del cuerpo y las contorsiones de la mente.
195
Alrededor del espíritu se aquietaron las entretejeduras de
los enigmas, lo sagrado fue el agua labrada para el inicio del
movimiento. Truéquese luego en goce lunario, en goce oracular.
Aquel ánimo se manifestó en todos y arrancó su chispa en
algún tambor maravilloso que nos impulsó a danzar
¿Ese fulgor convertido en sopor chorreando brillo,
descifra el desconsuelo de nuestras sombras?
¿Dónde estuvo desterrada la espina de fuego,
dejando su quemadura encostrada? 4
Todas las respuestas las supo el danzante milenario que
encarnó en la danza ser Lakato, el gusano volador y salvador.
En la danza el lakato pierde el ala de mariposa al filo del
aire y su infancia precoz en la tierra encendida, también
el cielo de su lengua y el ayer que no le pertenece.
El aire es posterior a su pensamiento, es anterior a su
remordimiento. Quien danza es un lakato maduro que enloquece
su lengua, con su requiebres fónicos, con su carácter plurívoco.
Antes de ocultar su certidumbre, los pormenores del
interior de la brisa que respira, la danza extiende su ajayu
rebelde de ese condenado a iluminar hasta el delirio su
orfandad pública, su hermandad, lealtad y felicidad.
Y tiene que llorar tras esa apariencia horrísona y de misterio,
llorar sin dejar de agradecer la alegría a nombre de todos
que al danzar alejan la grandeza de las elevadas lluvias.
El espíritu es fuego. Su emerger comienza en el vientre
materno en una reminiscencia de aguas fetales
4. Santiago: Medito antes de apreciar la festividad al arribo a la ciudad de plata.
La danza es un espectáculo teatral y ritual, un conjunto de seres vivos, movidos
por ritmos semejantes a los que rigen las constelaciones estelares a las plantas.
196
que viene de hace tres millones de años y
que se guarda en la matriz de la vida.
El espíritu de la danza está en la sangre tierna del infante
que tiene en sus dos ojos a Dios con su gracia diminuta.
Yo tengo en mis huesos dos tuétanos que tienen el agua
iracunda donde rueda una luz con sus ojos cortados.
La danza fue el primer desborde emotivo. Iras,
temores, resoplan y gorjean para ser luego un conjuro
mágico que involucra la mímesis de uno y lo eleva
al cielo con todas las fuerzas misteriosas. 5
Una llamarada de vértigo que rompe el dolor en la médula de
los huesos, hace de la energía un torbellino surcando su festín,
para dar paso al cuerpo con un mar de destellos en el
pálpito de su infortunio, y saberse poderoso volátilmente.
Encendemos el paso triple y envolvente con el
graznido del molar de la armonía, con su grito
desenroscado de un caracol bajo el agua.
El equilibrio de la música es el áurea del cuerpo en
movimiento, es el pulso gozoso del aire asumido. El
cuerpo tiene su propia memoria, danza silencioso sin
escuchar la música que ya está mimetizada en él.
El espíritu es fuego. En el altamar del ADN el inmarchitable
embrión del fuego hizo una hoguera para que las olas
alumbraran los sentidos y los ojos se inunden de magia.
5. Santiago: Cuando se danza, el hombre repite la formación de toda su especie,
vuelve a nacer después de rehacerse desde el vientre de donde fue expulsado.
El danzante es un ser dividido que intenta reconciliar sus partes en la danza,
que une su paso doble, la dualidad, en el repicar de la herrumbre.
197
Las partes del cuerpo al danzar están en escena coreografiando
las pieles del espíritu para resistir nuestra sombra.
Así se elevó la danza, hasta el milagro y el agua se mantuvo
vibrante, trayendo la heredad en el lomo de la adrenalina,
agarrotando los nervios en sus movimientos. 6
La llama del danzar se prende cuando la facultad
de maravillarse se torna en herejía vital.
La máscara facilita el desahogo. Gruñidos, bramidos,
pitidos, saltan de todos los apéndices de los cuerpos.
Esos cuerpos curvan la cintura de los círculos en el aire
desdoblando la exactitud del asombro vertebral,
enrollando el ojo de agua, hirviendo y
conservando en la gravedad su refugio.
Siente la respiración, azotándose, siente el peso de la levedad
elevándose con el retorno de las edades en su equilibrio.
Contoneándose, retumbándose.
El espíritu es fuego, es aire y es tierra. Un corazón
flota para no caerse cuando se toca con el oído, con
los latidos y los ojos que subieron aguas arriba a
desnudar el fuego y treparse a la voz del ángel.
No tiene espíritu muerto lo que no viene del agua y del
fuego. La punta de varias lluvias hace crepitar de frío los
huesos que se mimetizan con los movimientos de la danza.
La danza nace de un soplo, de las estrellas que hacen
su galaxia en los ojos. Las palabras cantadas fundan
6. Santiago: Hay una pulpa de incandescencia en el danzar, allí se funda y
renace la historia, el lenguaje sensual en perpetua ósmosis.
198
con sus moléculas el aire danzante, son momentos
risueños, de estallado vacío y embrujo desquitado.
En todo movimiento hay dos fases: Elevación y descenso.
Vapor de coca y alcohol. Al final el aire descansa en la
lengua y el fuego en la respiración de su altura ondulada.
Danzar es estar en consonancia con el cosmos, porque el cuerpo
se mueve inconfesado y liberado axialmente al son del universo.
El espíritu es fuego. Desnudo arabesco frutecido de luz felina.
(Libro: Candelaria fe y fuego)
199
Doris Moromisato
Chambala, Lima, 1962
(Selección de Pedro Favaron
y comentarios de Yaxkin Melchy)
La poética de Doris Moromisato puede verse como un
lugar de confluencia de naturalezas, culturas e identidades en un
mismo territorio afectivo que es el del Perú. La poeta se presenta
a sí misma como ecologista, budista, escritora, promotora cultural
e investigadora que desde la perspectiva del género reflexiona
con la comunidad nikkei del Perú. Doris es hija de inmigrantes
japoneses okinawenses y se crió en Chambala, Lima, dentro del
tejido hermético de una comunidad japonesa asentada en el Perú.
Desde allí, ella cuenta su tránsito y descubrimiento de lo peruano
como una lenta confluencia de diálogos de distintas culturas.
Ese diálogo tiene territorio, que es el territorio de la comunidad
migrante que vive un proceso que pocas veces se comprende en su
acción creativa.
La poética de Moromisato ofrece una perspectiva de cómo
los territorios migrantes se construyen con imágenes a veces muy
diferentes que al asentarse en un lugar comienzan a interactuar.
Esta interacción puede visualizarse usando algunas de las
exploraciones metafóricas y filosóficas de la investigadora Patricia
Noguera, quien junto a varios poetas-filósofos ha reflexionado la
creación poética del habitar. Siguiendo a Noguera podríamos decir
que el proceso de habitar un espacio es un continuo tocarse que
va creando danza, huellas, texturas y un nuevo diseño ecológico
del habitar. En esa “intertactalidad” que es danza y roce en un
territorio, confluyen naturaleza, cultura, memoria e identidad.
El tacto continuo genera huellas poéticas en el territorio, y estas
huellas aparecen en la poética de Doris en el poema “De un sauce
pendía mi infancia” incluido en esta muestra. En ese poema
el campo es el lugar de las huellas poéticas que la comunidad
200
migrante usa para diseñar su habitar en otro continente. Ello
debería recordarnos que los seres humanos llevamos con nosotros
ciertos bailes, ciertas maneras de relación que nos conectan
directamente con la tierra aun cruzando los mares y las lenguas.
La comunidad migrante es un espacio en el que las coreografías
del vivir se actualizan en los territorios nuevos y en el modo del
contacto se practican las relaciones con la naturaleza.
En el caso de la poética de Doris, su voz anclada en el
recuerdo familiar evoca una experiencia japonesa de contacto
campesino con la tierra, el arrozal y la luna, que son diseños
aún conectados de raíz con la lengua japonesa y los territorios
okinawenses. Estos diseños son también texturas en contacto cuya
historia Moromisato va recuperando en la forma de textos. Por
ello su poética nos muestra esos bailes del proceso del habitar, que
es también un proceso de redefiniciones del territorio, la nación,
la historia. Quizá, sólo lo poético es capaz de captar esos procesos
con la intensidad suficiente para comprender en unas cuantas
líneas procesos intergeneracionales complejos en los cuales
continentes y lenguas tan extremas geográficamente diseñan un
nuevo habitar en la tierra. A través de su poesía migrante, nikkei,
ecológica y peruana, Doris puebla el territorio de Chambala de
miradas de otros continentes que nos recuerdan que el territorio
es algo que se comprende en las prácticas y que esa comprensión
es también una apertura del corazón hacia las huellas de la tierra
de los que por ella han pasado antes que nosotros.
En la poética de Doris, el espacio de contacto parte de
la experiencia personal y ensaya su mirada en otras experiencias
migrantes y de contacto íntimo con la tierra. En su poética explora
el contacto migrante con los que nos antecedieron y han dejado
sus huellas, un contacto que puede convertirse en una vocación
de interpretar esa otra historia. Esta condición de encontrar las
huellas del terreno se puede sentir en el poema de María Reiche
sobre las líneas de Nazca. Este poema ensaya este desdoblamiento
reflexivo de la experiencia personal hacia otras experiencias. Esa
201
reflexión es una meditación del contacto, del trasplantarse, de la
interpretación de las huellas en una tierra que es siempre un diseño
comunicativo, un hábitat que nos habla. “María Reiche sueña un
colibrí” ejemplifica que, aunque no conozcamos de primera mano
una interpretación del territorio y su habitar antiguo, el sentir y la
imaginación es “la porción que todo corazón lleva de infinito” con
la cual es posible recuperar el enigma de quienes nos precedieron
y aprender a contactarlos. La tierra guarda en sus huellas una
forma de comprensión que se puede recuperar. Por todo lo dicho
podríamos conectar el poema de Moromisato con una perspectiva
geopoética en Latinoamérica.
La experiencia nikkei, del contacto entre territorios,
huellas y diseños culturales y de naturaleza también nos debe
recordar que la modernidad se ha convertido en un espacio
acelerado que fuerza el contacto entre culturas muy diversas
generalmente de forma agresiva y poco armónica. Esta condición
caracteriza a las ciudades modernas como espacios de frontera,
en los que personas de culturas, lenguas y regiones distintas
se asientan sobre un territorio ya marcado por los antiguos
pobladores. En este sentido la ciudad se convierte en territorio de
culturas fronterizas que se superponen sin conocerse. La dinámica
citadina contemporánea, producto de migraciones masivas
motivadas por la precariedad, ha creado ese espacio como una
Babel en la cual las generaciones pierden el proceso natural del
contacto con lo regional y sus conocimientos. La ciudad moderna,
la Babel moderna, ha olvidado la interpretación de las huellas de
su territorio, y poco practica un contacto armónico y basado en
la comunicación y entendimiento entre culturas. El resultado es
un diseño desgarrado por la segregación, la incomunicación y los
problemas socioambientales y del hábitat. La ciudad moderna,
que cada vez reduce más el contacto entre culturas humanas y
la naturaleza a la transacción monetaria, es contraria al proceso
natural del ser humano para habitar un territorio.
202
Al escuchar la poética de Moromisato nos llegamos a
preguntar ¿Cómo reconectar el baile humano, el contacto de las
culturas migrantes con las huellas y diseños de quienes viven allí
previamente? Esto me lleva nuevamente a las propuestas de la
geopoética que proponen que la poesía nos ayuda a sensibilizar
el corazón para percibir las huellas de los territorios y establecer
zonas de comprensión-traducción. Desde Tijuana, Jhonatan
Curiel propone que frente a los muros divisorios (que toman forma
de clases sociales, raciales, culturales y generacionales) conviene
a los poetas pensar en las migraciones poéticas, entendiéndolas
como procesos de recorrido y aprendizajes del pensar y sentir
en un territorio. Es posible que desde Chambala, la poética de
Moromisato componga su propia estrategia geo-poética y ecopoética basándose en el lenguaje de los sueños y el lenguaje de
la memoria. Este sería un camino para ser explorado vía maneras
epistémicas alternativas que nos ayuden a comprender la reflexión
del habitar migrante y la escritura poética como práctica de
recuperación ecológica.
Tsukuba, noviembre 2020
203
DE UN SAUCE PENDÍA MI INFANCIA
Balanceándose entre el murmullo de las hojas
clara, apacible
de un sauce pendía mi infancia.
Desde allí vigilaba como iban y volvían las desilusiones.
Detrás de una hoja divisaba los enojos
y medía la premura de la tarde con el viento.
Cada rama sostenía mis sueños
mientras más arriba, más hermosa la vida
inmensa y menos mía
imposible de tocarme con su dedo acusador.
Con brazos y piernas me aferraba a ese universo
donde el dolor no aleteaba
y las dudas detenían sus extrañas voces.
Cada amanecer husmeaba la vida desde la agitada copa.
Los hombres enrumbaban para la siembra
chacchando coca, murmurando en su extraña lengua.
Pasaba el camión llevándose el rubor de los tomates
la amargura del apio, la brillante
oscuridad de las berenjenas,
refunfuñaba padre los días que le restaban por vivir.
De un sauce pendía mi infancia
balanceándose mi cuerpo con el viento
esperando como una muerta
fría y callada
204
que alguien me obligaba a poner los pies sobre la tierra,
para empezar a vivir
como todas.
(Libro: Chambala era un camino)
205
LA LUNA SOBRE EL ARROZAL
Sus ojos dos luceros de la noche,
como inesperado insecto el tiempo
se posan en su pecho y remueve su cansado corazón.
Por el surco naranja de los ajíes se escucha
el displicente paso del ciempiés.
Las velas
aún alumbran las mamparas del patio y las tres cuerdas
de la vieja guitarra que padre convirtió en su cómplice shamisen.
Hala una cuerda y su mirada se pierde en un campo de arroz.
Su boca cansada del imperio de castizas palabras
vuelve atrás: mikayuki-sama, konbanwaa…
Un aullido antiguo brota de su pecho
animal solitario que huye de lo más salvaje de su amor.
El hogar se llena de la sobria, gris melancolía.
Todo calla
y yo escucho desde mi cama, para no verlo morir.
Hala otra vez y la suave brisa estremece a las lechuzas,
la luna besa su cuerpo lleno de mikayuki-sama,
konbanwaa…
La eterna historia de la barca surcando el mar de Okinawa
brota de sus labios. Pescadores saludando a la luna,
retornando felices a la aldea.
Padre estira su voz, la luna se resbala sobre el arrozal
y la última vela empieza a derretirse sobre el piso
como mi corazón
Como su viejo cansado corazón.
(Libro: Chambala era un camino)
206
MARÍA REICHE SUEÑA UN COLIBRÍ
(y yo la sueño mientras viajo en el autobús)
Al principio sus ojos descubrieron las líneas,
luego sus manos fueron sus ojos.
Un zoológico de estrellas
una araña pasmada frente a un colibrí
la cola de un mono tocando la luna.
Calendario de polvo para dominar el infinito.
Sus ojos venían de otras tierras
más húmedas, más verdes, más
irremediablemente estériles para su imaginación.
En Dresden, la suma de los cuadrantes
siempre terminaba en cero.
Con matemática curiosidad atravesó el Atlántico
Y su corazón ancló fascinado en la pampa.
Nazca no tenía el brillo del Elba,
mas el zumbido de las moscas en las chinganas
era más vivo que el sopor de los museos bizantinos.
Vidente, enamorada, encontró en antiguas conchas marinas
el destino que todo ser tiene reservado para sí.
La extranjera con su escoba, sus reglas, su sincronizado compás
Y la limpia mirada persiguiendo el alba de una civilización.
Cuarenta años dialogó con el zorro, la orca, el hombre-lechuza
preguntó a los peces de dónde tanta inmensidad,
desenredó espirales y enredó los teoremas.
De día, el sol la mancillaba
207
de noche, un techo azul le revelaba los enigmas.
Década tras década los surcos de Nazca mudaron a su rostro
y cuando sus ojos ya no pudieron atrapar la luz
sus manos se volvieron sus ojos
y cuando su cuerpo ya no pudo sostener esta vida
en la línea del junco y la luna
ella entregó la porción de infinito que todo corazón
lleva dentro.
María, María.
(Libro: Paisaje Terrestre)
208
Carlos Huamán López
Huamanga, 1962
(Selección y comentarios de Ángela Parga)
Racconto
Recibí en este lluvioso invierno parte de Ciudad de Piedra,
el borrador bilingüe de Rummi Llaqta, pronto a ser publicado.
Un conjunto breve de poemas de los que ya tenía conocimiento
gracias a nuestras últimas conversaciones, hilvanadas en breves
momentos, con su autor, Carlos Huamán. Le leo con nostalgia
luego de recorrer, junto a él y cariñosos amigos, la sierra peruana,
hospedarnos en lugares entrañables de la intimidad de Macedonio
Villafán, escritor ancashino a quien Carlos investigaba registrando
diversos espacios de su territorio biográfico. No era menor que nos
acompañara Rufa Olórtegui, antropóloga y esposa de Villafán;
hablante quechua al igual que todos quienes viajaban, ella pudo
explicarme con hermosas palabras otras, no sólo la historia de
vida de su marido, sino la de intelectuales peruanos como Julio
Bernuy o el mismo Arguedas. Poco a poco, conforme mis oídos
iban haciéndose a los sonidos de la música ayacuchana en voz de
Carlos o de Macedonio, y a la interpretación pasional en charango
de nuestra compañera de viaje, Norma Cuenca, cada preámbulo
de un nuevo recorrido se llenaba de confianza en el pasaje hacia
la maternidad de la tierra y sus formas, hacia el amor con que esas
formas nos reconciliarían con el mundo.
Un viaje que aún evoca las sensaciones de placer visual
bajo el Hanan, los retamos; el silencio de las mulas pensándose en la
montaña escarpada, el amoroso júbilo del huayno. Y es que el viaje
no es sino el continuum de puras sensaciones de desplazamiento.
Más allá de las superficies recorridas, el viaje es el ojo embrionario
en suspensión, el destino del río en ser el más grande río; el viaje
es una agonía no menos bella, desde el principio es el morir que
209
brota de la vida. Rilke afirmará sentir “el intervalo entre dos notas
que sólo con dificultad armonizan, porque la de la muerte subir
más alto quisiera... Pero, ambas, vibrando en la pausa oscura, se
han reconciliado”. El movimiento hacia otros lugares, hacia otros
seres humanos, es el hábito de haber vivido. En palabras del
mismo autor: “los versos no son sentimientos, sino experiencias”;
y por tanto experiencia es, entonces, el cambio de nuestra marcha
hacia todo lo que se puede, hacia lo absolutamente consciente de
nuestra existencia, de la cordialidad de vivir y escribir.
Ya estando en casa, Carlos pudo confesarme que tras
su retorno a México uno de sus seres amados había muerto: Jeni
Luli, “pequeño sueño” en lengua mixteca, su perro. Jeni Luli en
las cavernas violáceas del Ukhu Pacha hurga desde entonces en
sus entrañas, criatura que experimenta llana exterioridad: la
apertura delicada que permite al animal volver a vivir el mundo
de la primera vez. En la inmovilidad de la tierra, la ciudad original;
la primera casa, la de infancia ensueña bastante, como el ladrido
de Jeni Luli.
El Viaje
Carlos Huamán, poeta ayacuchano actualmente
radicado en México desde 1999, es también un trabajador de las
ideas. Ha investigado desde la imbricación de disciplinas como la
antropología y la literatura, los vínculos entre música, oralidad,
literacidad y tradiciones del Ande en tanto manifestaciones
estéticas, deudoras de su tiempo y lugar.
Su comprensión ha elaborado cuestionamientos y
contenidos que clasifican y atribuyen significados pertinentes a
la cosmovisión andina sin olvidar el largo y variante proceso de
valorizaciones, apropiaciones y exclusiones que los sujetos de la
sociedad andina y latinoamericana en general han formalizado
respecto de lo que puede entenderse como arte, o no. En este
210
sentido, su producción poética y musical puede contextualizarse
a partir de la contingencia contemporánea, vinculada a los nuevos
desafíos que el arte y su institucionalidad han asumido al incorporar
desde lo pragmático, conceptual y crítico, nuevas querellas frente
al canon; entre ellas, asuntos sobre interculturalidad, autoría y
recepción de la obra, historia y política o la renovada función de
lo sensible.
No obstante, no es solo una traza estilística la que
trasunta la poesía de Huamán; hay en ella un vigor filosófico;
su escritura poética posee cierta inactualidad y sin embargo
va con el tiempo. En la urdimbre múltiple del sentido, es tal el
enigma, que solo el silencio – o la distancia anacrónica y solitaria
– puede amparar aquello que anhela aparecer, tomar forma o
ser dicho insistentemente para nunca ser finalizado. “Escribir es
lo interminable” afirmará M. Blanchot (1992), agregando que el
escritor renuncia a ser un Yo, y deja solo hablar al Ser: “escribir
es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar”, recogimiento
en el que Carlos Huamán es renovado por la voz cosmofánica
andina, por el tiempo original impregnado en el presente, una
reverberancia, el titilar de los párpados en la noche universal: Se
oye al viento que duerme. El ave gorjea en su nido de ruidoso silencio.
Para oír el universo, el alma se disuelve en caudales. Así el río canta ido,
ciego y silencioso.
El desfase temporal no es sino la posibilidad de retomar
aquello que es inasible y que jamás se abandona. No es propio
de cierto desarraigo en la escritura de Huamán; es más bien
vértigo de vacío, diseminación del poeta, desnudez ante el Uno
primordial y fascinación por el comienzo eterno. Lo que cautiva al
poeta es el sometimiento de la escritura al contacto con el ser de lo
sensible; no a la representación mera de una física de la realidad,
sino al medio absoluto en el que las imágenes son el ser puro de
la conciencia, sin carne ni pensamiento. Allí, el poema no habla,
211
es. Para aprehender el tiempo no se requieren cifras sino sueños,
y Carlos Huamán colma el pozo del recuerdo gracias a la palabra
antepasada y sueña mineral o líquido, denso o impalpable por la
ciudad de Piedra, Rumi Llaqta. A partir del momento en que el poeta
repasa la ciudad amurallada, las palabras viajan como perros sobre
el cielo Wari, se superponen las virtualidades y transformaciones
de lo vivo; agentes de estatutos múltiples y manifiestos principios
vitales de la paloma torcaz, del perro, del trueno, o la montaña
hermana de muertos y vivos en la llanura. El paisaje en Rumi
Llaqta conmemora la vida en la vida misma, redime lo humano
bajo la tierra y sobre ella: Allí mi hermano el halcón reventó su honda
sobre el lomo del usurpador. La escritura poética se hincha de infinita
bondad.
El ladrido de Jeni Luli alumbra con su potencia destinal
la orientación de toda duración: una voz llama entre los astros,
se puede oír al maíz como a un bebé recién nacido, es el sentido de
flujo entre vida y muerte, propósito celeste bajo el que la escritura
transforma lo visible en invisible y permite que el agua, el aire, los
vientos y el polvo transfiguren la experiencia humana frente a la
guerra, la usura, la posesión o la seguridad protectora de la cultura
material. Las imágenes originadas en la experiencia intensa con
la naturaleza permiten el paso de lo corpóreo a lo espiritual y
viceversa; así, solo es posible comprender el curso de los ciclos,
perro blanco y perro negro sostienen la infinitud entre un mundo
y otro, los colmillos del poeta remedian la errancia sin rumbo: Si
mueres yo seré tu perro blanco, seré el colmillo con que destrozaré, la
maldición de los condenados.
Los poemas nombran lo sagrado entre los patios
interiores de la ciudadela, en ella, las existencias comparten
sus compromisos de vivir dulcemente y criar la vida, sin olvidar
incluso apagar el fuego en el que seguro arderán los cadáveres futuros.
La imaginación poética de Huamán respira un aire fuerte y ensalza
el cariz situado de la ciudad; su intención – como diría el poeta
lárico chileno Jorge Teillier – de expresar antes que ideas, será la
212
de adquirir una fuerza de contenido terrestre para dar cuenta del
mundo que le rodea. Es así como en la paz de la extensión de la
llanura, la casa aldeana extiende sus raíces al igual que el árbol de
la tarde: el quenual, cuya sangre recuerda burbujeando, la promesa
de volver. El árbol de la casa nos devuelve la más permanente y
continua ensoñación de intimidad; la tierra firme con toda su
longevidad parece instalarse en nuestro interior.
El poeta no se siente solo, sino siempre rodeado
de un mundo físico al cual pertenece y que le pertenece,
y de antepasados que lo acompañan en su tránsito terrestre, así como
se sabe que uno acompañará en venideros tránsitos a sus descendientes.
(Jorge Teillier)
Lo anteriormente señalado no adheriría a aquello que
la escritura de Huamán figura, si no afirmara en estas líneas que
la dicha de ensoñar y sentir propia del poeta proviene de las
simultaneidades más lejanas y amadas: del perfume de las flores
y la pólvora en su tierra natal, de los colores en los ojos de un ser
amado, del estrépito del rayo, del horizonte por donde vinieron los
abuelos. De todo ello retoñan las loas hacia el espíritu del indio o
del mestizo y su memoria. Hay en la escritura de Carlos Huamán
fraternidad con otros lenguajes en los que se han inscrito la vida, la
alegría, la lucha del pueblo andino y las huellas del pasado, sobre
todo el pensamiento poético campesino, inicialmente reivindicado
por los indigenistas como Uriel García o el mismo José María
Arguedas, en sus recopilaciones de los distintos harawis, huaynos
y sus variaciones. Y es que Carlos Huamán compone versos
amasados en las ciudades sutiles, en las piedras ardientes, en las
chacras, para seguir cantando: Aunque te arranquen los ojos. Siempre
serás maíz maíz. Himnos de bravas calandrias. Huacha pakai. Pawañui
picausa chicny. Pancito de la ternura. Humilde oro de mil corazones.
213
Su trayectoria como investigador sobre la genealogía del
huayno ayacuchano es basta, también su labor como compositor,
a través de sus imágenes del despertar, del trabajo, del conflicto
armado, o de las materias vitales sobre las cuales la naturaleza
humana almacena en la memoria o la refresca. La historia
popular andina impregna el archivo de la voluntad de deseo del
poeta, pues finalmente, hay también ensoñaciones que exigen
reconfortarse: pensando en que revisarías mi vida, he amarrado con
cáñamo de agave dulce la frente donde arden mis deseos, e igualmente
la voluntad cósmica de aveniencia con el mundo gracias al más
grande de todos los oficios: remendaré una y otra vez los zapatos de
la abeja y les pondré el destino más hermoso entre sus alas. Que siga el
enjambre señores.
Valdivia, Región de Los Ríos, Chile
agosto 2020
214
CANTO PARA JENI LULI, MI PERRO
I
Para comprender
que la lluvia no era llanto
el río subió al cerro Qoriwillka
y volteó el remo de los peces.
Ese día, mi pequeño sueño,
mi Jeniluli,
ladró y ladró
hasta convertirse en halcón de alas grandes.
Todo el caudal de estrellas cruzaba
por sus ojos voladores;
así navegó sobre el cielo Wari
y vio aquella ciudad de piedra
abandonada hace siglos.
Sus caminos estaban
a orillas de un caudal que secó la arena,
el tunal, el viento.
Distancia, por qué alejas –me decía-.
Mis manos fueron pañuelo,
pico rojo de paloma torcaz,
viento de colibrí bordando la tela del aire:
la tarde llenó el pozo del recuerdo.
Volé, surqué, tratando de alcanzar su vuelo.
215
Las piedras se comieron mis pies,
el viento quemó mis alas.
Entonces, cansado, fui
a guarecerme a orillas
del relámpago,
Jeniluli vuelve –diciendo-.
El día en que lo reencontré como a un huérfano
de lejana tierra,
le abracé en medio de la Pampa de Ayacucho.
Todo el ojo mío estaba en el barro
donde había dejado la huella de sus patas.
Cuando el búho se sacudía sobre el qenual
yo creía escuchar sus ladridos.
Dando vueltas como cerníkalo en el aire creía verlo.
-Soñar es bueno cuando llueve-.
Ahora ya no importa,
su recuerdo me basta para ver el
camino a dónde poner estos pies.
II
Para ver la Pampa de Ayacucho
hay que pasar
por un incendio de piedras.
En el camino escucharás
el ladrido de Jeniluli que cuida
216
la antigua llanura
de muertos y de vivos.
Allí, la mano del soldado que
cruzó la estepa
rompió la espada del trueno.
Allí mi hermano el halcón reventó su honda
sobre el lomo del usurpador.
Vestía encendida pluma
y hablaba en quechua mi hermano el halcón.
Ahora, el ladrido de Jeni Luli
es una piedra redonda
que baja troquelando
toda esa montaña de soledad, de evocación,
de pasión y gritos de libertad.
III
Si mueres
yo seré tu perro blanco,
seré el colmillo con que destrozaré,
la maldición de los condenados.
Perro blanco, perro negro, mi Jeny Luli.
Si muero
no permitas que la mosca vuele sobre mi cabeza,
ni que defequen los gusanos
en la cuenca oscura de mis sueños;
tienes que salir,
217
tienes que ladrar y morder el hocico del viento;
no olvides apagar el fuego en el que seguro
arderá mi cadáver.
Cuando sientas que el viento de la tarde
estira sus patas sobre tu frente,
piensa en abrir los ojos que tu padre te heredó
¿Ves esa ventana?
por ella se despliegan todos tus recuerdos, mi Jeni Luli.
Aún ladras corriendo sobre la piedra
de este rincón donde vivimos recordándote.
En esa evocación yo soy ese perro blanco
que vigila tu viaje, mi Jeni Luli,
mi pequeño sueño, mi hermoso perro que se fue.
Todo es silencio
Digo, lo digo,
si el silencio se oye
es porque suena.
Se oye al viento que duerme.
El ave gorjea
en su nido de ruidoso silencio.
Para oír el universo,
el alma
se disuelve en caudales.
Así el río canta ido,
ciego y silencioso.
218
Digo todo esto
porque un meteoro
se deshace en la gota
primorosa de la lluvia.
La tierra espera al agua
como esperan mis ojos
mirarte.
La calandria que habita en mí,
siembra en tus labios
la flor de sus secretos.
Soy el ave
que deja su pico en tu boca
y tú
no te has dado cuenta.
Si el silencio solo fuera silencio
no escuchara
lo que me dicen tus manos cuando te beso.
(Libro: Rumi Llaqta, Cuidad de Piedra)
219
MI GRAN SEÑOR
Apu señor ¿cómo debo volar?
he viajado por el vientre del carbón,
desde la hoja de una calabaza,
hasta el punto donde el amanecer
me trae tu rostro.
Aquí me tienes en la semilla
esperando que tu águila
te lleve mi corazón.
Todo lo que vieron mis ojos
está guardado en la carne,
en los nervios que abrazan las venas,
en las láminas transparentes
que cubren los músculos del recuerdo.
Todo esto soy,
pluma de cóndor, tierra mojada y áspera,
río de canto y repentinos viajes,
ventana de luz con palabra y rostro,
tren bala pariente del trueno.
Nada de mí tiene la quemada piedra,
nada.
Todo aire que conoce mis pulmones
viene de un torrente de árboles azules,
por eso, pensando en que revisarías mi vida,
220
he amarrado con cáñamo de agave dulce
la frente donde arden mis deseos.
Aquí estoy padre Waman, padre Puma,
con la fuerza de nuestras montañas estoy,
a veces convertido en río y otras en catarata.
Recuerda que mañana
amarraremos el tiempo roto entre las agudas
filtraciones de los andenes.
Aquí estoy
mirando el horizonte por donde vinieron mis abuelos.
He seguido tus huellas
hasta llegar a la cicatriz del rayo.
Aquí me tienes, Padre Waman, padre Puma
te estoy esperando.
(Libro: Rumi Llaqta, Cuidad de Piedra)
221
PIEL DE PIEDRA
Sobre la pétrea piel que dejó
la hirviente lava de un volcán
construí esta casa.
En los cimientos puse
el duro pan del tiempo.
Tanto hay de ti en sus muros que las piedras
tienen la fortaleza de tus manos.
Desde el ventanal se ve el mundo
tan azul, tan blanco.
Para no olvidar que te amo hice esta casa.
El árbol del fuego tiene en su sangre
la memoria de nuestros padres.
Te he pensado tanto que
al fondo del espejo colgué
tu sonrisa
para verte siempre.
(Libro: Rumi Llaqta, Cuidad de Piedra)
222
Edgar Saavedra
Hualgayoc, Caxamarca, 1976
(Selección de Pedro Favaron
y comentarios de Francisco Fenton)
Como la crónica de una era, no se sabe si a la que
arribamos o a la que vemos llegar entre nosotros cuando ya nos
absorbe absolutamente, lo que reclama el cuerpo desde el fondo
de su verdad, la búsqueda del ser, en el límite surfactante entre los
contornos del propio espíritu y la experiencia de relacionarse con
los otros, reclama nuestra atención con urgencia al adentrarnos
en el poemario Lengua negra de colores, de Edgar Saavedra. El
saber aparece como entendimiento de la catástrofe, sin el cual
no hay noción ni posibilidad de paraíso. Al arder la materia
constitutiva de la consciencia, a la que el poeta debe prender
fuego, ésta revela los elementos que la componen, algo así como
una materialidad fundamental que corresponde a la realidad de
la visión; descubrimos las leyes y fenómenos de ese mundo total/
atotal, transicional, o transido por la permanencia.
El trabajo del poeta es la restauración del mundo a través
de la restauración de sus realidades. Esto sucede mediante la luz
que arroja sobre ellas al trazar de nuevo su contorno auténtico,
como cuando existen sin sobajar ni someter. Allí la existencia
halla su más completa y anhelada expresión; y se cumple, en vez
de cortarse de un golpe o trastornarse, toda la posibilidad y el
crecimiento del ser. La historia de los obstáculos que atraviesa para
llegar cerca de lo total es la aventura de la fundación de sí mismo,
que debe llevar a cabo el poeta para poder iniciar su camino.
La configuración del idioma personal del poeta de Lengua
negra, busca obligar a quien lee a pasar, dando pasos cada vez más
difíciles, por esta refundación. Esto es como quien experimenta un
desmoronamiento de la conformación del yo, que debe ser vuelto
223
a construir, pero con su propio sentido interior ajeno al status quo
político, hallándose en correspondencia con aquel mismo propio
de la naturaleza y del espíritu.
Esta visión hace que quienes acompañamos al que
nos lleva tras el sonido de su voz, en nuestro acontecer por la
ruta sobre la que nos adentramos en la selva del ser, pasemos
obligadamente por las lúcidas alturas y las zanjas del absurdo
que dan forma a la visión, en una especie de peregrinaje, donde
lo que miramos cobra vida y desfallece en los mismos puntos que
pueden esperarse durante la batalla por la consciencia del ser,
sólo vivible o descriptible usando el mismo lenguaje de los seres
de ese mundo originario, no el de las maquinaciones destructivas
tramadas desde las ciudades.
A cada instante se abre más lejos el camino, mientras a un
costado de donde ponemos el pie se hunde más oscuro el abismo.
Faltar a la cuadratura justa del ser, pisar en falso en estas fechas,
es provocar la caída de vuelta en la miseria del hombre, quedando
sin la dimensión múltiple, sintética, en la que simultáneamente
coexisten los sucesos como una historia del instante (o diferentes
versiones coligadas) y los sentidos sumergiéndose en la verdad
incuestionable que se crea al adelantar en la espesura de la visión.
Lo que se derriba al instante es vuelto a levantar,
y enseguida otra imagen que continua la anterior nos lleva
sinuosamente por la senda, desde donde vemos con nueva
perspectiva el paisaje a cada pausa, como un cuerpo continuo, un
canto unificador. En donde casi parece imposible avanzar, el ojo
avezado encuentra la sutil mano del poeta señalando un camino a
otra orilla, a la altura necesaria que permite divisar la ruta dibujada
por los encuentros o, alternadamente, desvanecimientos.
En la espesura de la selva, el que es solo visitante corre
el riesgo de perder, a distancia de un brazo y en unos segundos, a
sus compañeros, sin poder distinguirlos. ¿Entonces cómo elegir el
224
destino ni el regreso? Somos invitados a asumir estos riesgos por
un ánimo gustoso, consciente de los retos que debemos encarar,
pero que no acepta lectores tramposos ni pusilánimes: deben
pasar las mismas vallas y espinas que él cruzó, para poder apostar
por conocer el lenguaje del ser, que se propone como realidad
final.
La materia de lo real en tanto naturaleza no responde
entonces a las leyes de lo literario, sino a sus propios impulsos,
atracciones y estratificaciones; se nos va aclarando que así como los
fenómenos que atraviesan la carne, la piedra, la planta, también el
espíritu y el lenguaje, tienen sus leyes y su especie de materialidad
más allá de lo atómico; es decir, que cobran vida sobre todo en
su interacción, en cómo se presentan al interior de la visión. Así
se integra una experiencia vital absoluta, que se pasaría por alto
fuera del tipo de registro de la visión.
En la forma del mundo que recogen los ojos del poeta,
en esa topografía de mutabilidad incesante, él halla su propia
forma, las leyes de su propio ser. Al entregarse a los rigores de la
visión vuelve accesible para nosotros un conocimiento íntimo de
lo humano que añade a nuestro existir con coherencia –sin el cual
permaneceríamos en el estupor de todo lo tangente al sentido del
movimiento natural, a su respiración y ritmos.
Así, el poeta se debe a la visión como responsabilidad
última, punto de tránsito entre realidades, raíz para articular
el pensamiento sobre cómo vivir en su época, cómo hablar en
ella, y recolectar el sentir en palabras, que si antes pertenecieron
a la esfera de la subordinación política, vuelven a alzarse como
instrumentos precisos de conocimiento y desnudamiento de la
realidad; de la injusticia y el resarcimiento.
Es algo tan natural como buscar el sol entre las copas,
en el espesor de los árboles, o llegar hasta donde hay agua: el ser
olfatea el camino necesario para sobrevivir, y en nuestra presente
225
fragmentación, donde todos los territorios son considerados pasto
para llevar a la boca del fuego, sobrevivir significa exactamente
volver a recordar el tamaño de la realidad que nos enmarca,
denunciar lo que se cercena y lo que se aniquila.
El ludismo con la falibilidad o risa explosiva que
ocasionalmente demuestran algunas imágenes de la visión, el hipo
cuando podría estar a punto de deshacerse y sigue con la misma
fuerza, el humor con que la mirada se concentró en un punto donde
la vista es llevada al modo de un cuerpo, a que se le demuestre
el precario acomodo de nuestra percepción y configuración del
mundo a partir de los sentidos llevados al consenso; la fragilidad
inmediata con que la vigilia se deshace, y aparece detrás de un velo
el camino que comienza, claro que da risa, como si nos hubiesen
jugado una broma cuidadosamente planeada.
Al enfrentarse con la fiabilidad de sus sentidos y al rigor
de la visión, los seres humanos de cierta forma miran a la cara a sus
limitaciones físicas, su término en el tiempo que corre. Entonces
atreverse a renunciar a la realidad consensual y manipulada
políticamente es una toma de postura en el mundo, como quien
dice, “tú que entras toma tu vida en tus manos”.
Mientras el canto avanza elevándose entre el dolor de la
fragmentación, buscando la manera de sentir su comunión con el
mundo, el propio ser puede sentirse debatido entre las diferentes
especies del caos. Sin embargo, el ser intuye que sobreponiéndose
a sus síntomas terribles puede alcanzar el diálogo sereno con el
mundo que lo natural le propone a cada paso; aun pese al desastre
natural, o la explotación salvaje que roe la posibilidad de continuar
la larga permanencia en los bosques. Si es naturaleza, todo vuelve
a crecer y extenderse: esa posibilidad de alcanzar las islas de sus
largos periodos vitales, mismas que al decaer serán semilla de
otros paisajes, es el fundamento de la fidelidad a lo natural de la
poesía.
226
Mientras el lenguaje abreve en esas aguas mistéricas, sigue
siendo como algo que vive y se transforma. Lo demás, lo que sigue,
los sonidos que regresan al paisaje de donde vinieron, es lo que nos
toca en el centro constantemente y no calla. Somos nosotros los
que callamos. Escuchar ese canto no humano significa aprender
a leer en él e intentar moverse al unísono, pensar en otra lengua.
Transitar entre las zonas del propio ser y aquellas de la más íntima
naturaleza. En eso consiste la verdadera actuación del poeta,
encontrar esos corredores profundos y pasar con familiaridad por
las entradas y salidas. Así, la respiración del canto sucede con el
ritmo de oleajes de fuerza precisa, casi brutal, por la absolutez con
la que acometen al que lee, quien olvida su sitio y es transportado
por ese aliento desprendido de la naturaleza, como quien observa
flores y plantas de inusuales formas o aromas casi hasta el delirio,
y es transformado de vuelta en la totalidad de lo que era en su
origen y toca por un momento su origen. Pasa más allá del aula
del sueño, al territorio de la visión, en el que aprende a descifrar
en la memoria. El ser y su palabra son devueltos a la consciencia
del origen, donde los tiempos y sucesos han de confluir y entregar
su suma final. Debemos entonces aceptar que se ponga en tela de
juicio nuestra definición de misterio y de conocimiento; de aquí
a entonces, aprendamos a escuchar ese canto circular, esa lengua
negra de colores, que nos impulsa hacia el fondo de la verdadera
noche natal, y nos conmina a asistir a cada relámpago en que
amanece de nuevo el lenguaje.
México DF, agosto 2020
227
ฃ
desde una presencia lúcida
de agua silvestre
nuestros sueños eran soldados
por el influjo natural
que diseña y destruye
cuando existe algo más
inmortal que la vida
esta noche se pierde en la canción
pensaba tener hijos
flores
contemplar el río
daban lo mismo la flecha y el blanco
del ruego no nace la idea
respiran los arenales del norte
la energía fluye sobre los cernícalos
que veneran la observación
228
ฅ
la dimensión del viaje siempre es uno
perseguidor o perseguido
quiero volver a esa patria
seducido y alunado
por una gravedad que desconozco
el verdadero orden no tiene lenguaje
como viento fecundo
se renueva constante
para ser y no ser
sonreímos para no morir muertos
aceptamos nuestra condición mineral
nuestra combustión
el calor fermenta y destruye
el frío arremete imparcial
despierto animal intenso
229
ง
entonces
era la mujer
seduciendo
fumadores de lenguas
en cruces de caminos
ebria y feliz
pero a veces también
recogíamos el alimento
del bosque
del océano
reptiles incompletos
y como era debido
ofrecimos la sangre
a la Tierra que nos miraba hambrienta
230
ฑ
cuando el instante se acerque
sentiremos con los pies de los niños
indisciplinadamente
recogeremos los filtros
que ayudarán a reconocer
la soledad
entre farallones guardianes
ojos de agua
empezará la fiesta
con arpas
y
vientos de cuerno
(Libro: Lengua negra de colores)
231
Pedro Favaron
Lima 1979
(Selección y comentarios de Ángela Parga)
Repasar la obra de Pedro Favaron, ya se trate de su
producción audiovisual y lírica o sus textos académicos, sea la
que realiza individualmente o la que hace en conjunto con su
esposa, la artista visual Chonon Bensho, advierte tener en cuenta
el principio de anonimato intrínseco que su producción posee.
Aun cuando la biografía de Favaron exprese las condiciones de
hibridez y yuxtaposición de valores y prácticas de la vida urbana y
moderna, él ha escogido cimentar su vida en la prodigalidad de la
selva peruana junto a su familia shipibo konibo. En su hogar, en la
comunidad de Santa Clara de Yarinacocha, trabaja con paciencia
y entusiasmo en habilitar la conciencia y su propia conciencia
poética, en desplazar la palabra al diferirla de cualquier situación
de acomodo y, de esta manera, mantenerse prudente ante las
apariencias de sabiduría. Pedro Favaron es un estudioso y un
médico visionario cuyo pensamiento despliega una perspectiva
relacional situada y constructiva con todo lo vivo. En la experiencia
del escritor, la naturaleza –y con ella la naturaleza humana– es
fuente de palabras y espacio de concordia; su desempeño en las
convenciones ancestrales de la medicina vegetal, es producto
del rigor espiritual e intelectual depositario de la tradición
oral, mitológica y epistemológica del pueblo shipibo, como de
sus propias investigaciones respecto de la práctica curativa y
trascendente con plantas maestras, generalizada entre los pueblos
indígenas localizados en las fronteras de Perú y Ecuador. En uno
de sus últimos libros, Las visiones y los mundos. Sendas visionarias de
la Amazonía occidental (2017), el autor desarrolla desde un enfoque
intercultural y en virtud de su pensamiento filosófico y crítico, el
análisis interpretativo de mitos y otras narraciones provenientes
de fuentes escritas o del mismo testimonio de sabios indígenas,
las que dan cuenta de las representaciones culturales en y con el
232
territorio, enfatizando una ontología plural, que contempla lo
humano en “asociaciones de diversa composición, divergencia o
vecindad con otros y en otros”, como afirmara el filósofo y etólogo
Domique Lestel (2018), quien contrasta dicha pluralidad con la
representación occidental universalista y objetivista de la figura
del hombre.
Pedro Favaron conoce y escribe en los umbrales de la
selva; en ella la conciencia de las plantas posee un conocimiento
y un mundo de existencia luminosa, capaz de estrechar todas las
cosas en la unidad del cosmos y, a la vez, desperdigarse en las
formas y movimientos variantes de la existencia. Dicho espacio
constituye un soporte capaz de producir imágenes de ensoñación,
como afianzó G. Bachelard (1970), “imágenes del despertar”, por
las que el poeta experimentará la exterioridad de todo lo viviente,
del Ser de lo sensible.
Espesura
Tal como la liana amarga que revela los misterios o los fecunda,
la palabra espera vaciar los secretos del alma que ensueña. En la
selección que aquí se presenta, el poeta conquista la verticalidad
del tiempo y la conciencia poética brota, elevándose hacia el eje
del mundo. En los poemas de Pedro Favaron, la imagen del árbol
está fortalecida e identificada también en la corteza, la savia, los
renacos o la flor, los que traen consigo la acepción simbólica de
la eternidad: Yo revelo la hondura del instante múltiple y lo ilimitado
del segundo que se expande. Capaz de trasponer los mundos de la
experiencia trascendente y única del poeta visionario, el árbol
cósmico comunica a los seres materiales y terráqueos con la
esencia original. En los poemas, las correspondencias jamás
olvidan la nupcialidad de los opuestos, la palabra mineral se frota
en las raíces contagiando al grillo, se precipita en contrapunto,
circulando en la totalidad del espacio: Soy el oriente del oriente,
la selva invisible, la fotosíntesis que diluye los pesares. Y es que el
233
poeta espacializa los dones vegetales, animales y climáticos, las
hierbas aromatizan y comunican ungiendo a los hombres; otorga
volúmenes vaporosos al suelo nocturno, al suelo de la chacra.
Los susurros llegan a oídos de la ciudad ¡wayra, wayra!, poseen
el ritmo de los peces sobre la trama continua del tiempo-espacio:
vibración, abismo líquido / toda luz en equilibrio pendiendo reunida.
La unidad con el fondo íntimo del mundo y su filiación
vegetal y animal, es manifiesta en las imágenes del escritor; de
ella devendrá la formulación de un nuevo estadio de la conciencia
poética. G. Durand (1979) sostuvo que en la combinación de los
contrarios emerge un producto definitivo… porque la irreversibilidad
misma es dominada y se vuelve promesa en la imaginación simbólica.
En este sentido, el respiro aéreo del árbol fraterniza con la
transformación de una yema a pétalo, con la posición erguida del
hombre y toda su psico-fisiología; más aún, el cariz ascensional de
la floración recoge el acto de la resurrección: Nada temeremos de la
muerte como las cumbres de los cerros. La verticalidad – complemento
de lo cíclico, de lo circular – es una orientación insoslayable en
la obra del poeta, el sentido progresivo de las imágenes y de la
metamorfosis identificada en sus múltiples topogonías, expresa la
sacralidad subyacente de la voz. Los valores ontológicos afinados
por esta última se aquietan, son delicadas existencias prontas
al reposo en la matriz eterna y mojada. En un estado reverso
descienden al sueño prenatal.
El bosque lunar y tesmóforo nombra a las aguas corrientes
y su cualidad fértil: Los ríos fecundan los valles y limpian tristezas, son
también las aguas sentimentales en las que una canoa remonta las
sombras caídas de los follajes; materia primera de la voluntad de
poder hidratante, los afluentes del Amazonas espejean el rostro
del creador.
La mañana es cuando me despierto porque algo amanece
dentro de mí. H. D. Thoreau
234
Así, la obra nos orienta hacia la intención misma de las
materias, ya no a las formas solamente; se afirma la naturaleza
sensible de la selva, mas no son únicamente el río o el bejuco
los que resbalan a la imaginación del lector, tampoco el verbo
sobre el que se proyectan, sino que por el énfasis del destino de
la palabra poética, se diría que la escritura abre un futuro y el
sol entibia más a nuestros cuerpos y la tierra es aún más elástica
para recibir al hombre. Las palabras estallan a la exterioridad de
nuestra recepción, desvanecen las demarcaciones y acogemos
las imágenes universales, contemplamos entonces como en la
infancia, conocemos aquella condición de ser, distinta de la que
la realidad le ha investido, acogemos el canto diáfano del poeta: el
destino del hombre es un solo ritmo celeste, concluyó Hölderlin (1792).
Frente a la imaginación poética no se encuentran
Favaron y un lector en la soledad de su individualidad, sino que la
humanidad toda, la naturaleza toda; el hombre singular resuelve
su propia idiosincrasia genérica sobre su virtud de origen, en
los arquetipos más arraigados; aludiendo al sentido jungiano, se
refuerza la creciente luz del psiquismo y la ensoñación es pasible
de ser transmitida, de tocar otras poesías, otras ensoñaciones, en
el afecto de los amantes sencillos surge el recuerdo de la voz compartida
por todo lo vivo.
Notamos aquí la resonancia de las palabras sobre nuestra
existencia, hacemos propia la cadencia de esos poemas. En la
obra del escritor se manifiesta el impulso vital de una infinitud
de individuos, de una memoria en acto capaz de superar el olvido
propio de la expiración material del hombre, e insiste en la
experiencia de una conciencia despierta que diferencia la duración
puramente genérica, de la causa primera, otros ríos navegamos en
videntes sueños: caudales intactos e impolutos en el espacio interno.
Intuimos que los poemas han germinado de una vigilia anterior
al poeta; en ella este último se realiza manteniéndose en la verdad
del mundo, en las palabras que glorifican la ligazón del alma entera
con una epistemología natural, de una claridad primera acerca de
235
los seres que existen como de los que subsisten en la visión del ojo
sutil. La doctrina silvestre deja a las cosechas y acequias libres a su
propia presencia, habita afectivamente la tierra, meditando sobre
las cualidades artificiales del comportamiento humano y de su
narcisismo; actúa en ella lo indecible y divino, por ello el silencio
habla como poema, afirmación de una voz que amplía la nuestra a
través del carácter constructivo de la razón poética. Hay que tocar
la felicidad para unirse al mundo de los mundos.
Por ello, más acá de la vista aérea hemos de prestar
atención al impulso inagotable del río, a su frescura metafísica al
amparar en su corazón el animal fabuloso del fuego. Agua lustral
duplicada, sus llamas candentes y hermosas iluminan los caminos
de la divinidad del agua, el líquido límpido irradia los saberes
diferenciales de las comunidades animales y vegetales que le
habitan, amanece junto a ellos el canto de la mujer del agua.
Ella es fuente de la que mana la vida, medio de transformación
arcana, bajel de reposo para los ancestros, vasija que aclara los
ojos infantiles. La inteligencia del río manifiesta su saber-hacer
en la sinuosidad del pez, en la raíz que inhala el vértice de la
casa familiar; sobre el barco espiritual [de la mujer del mundo del
agua] caminan los amantes adquiriendo la fuerza del territorio
oculto, encarnan la figura inmunitaria de una sapiencia colectiva
contingente.
La experiencia trascendente y fenómenos naturales
confluyen en esta poesía de la coexistencia; en ella, la experiencia
de intimidad corporal y espiritual con el mundo encomienda
al lector a confiar en un estado del alma naciente, sin prisa. En
la lenta maduración de la flor se expresa el trabajo del escritor,
alejado de los afanes cotidianos y de la racionalidad científicatécnica-económica.
236
El lector habrá de desplazarse en este repaso, hacia
donde exigen los poemas, a formarse en el afecto de subsistencia
por otras existencias, a invertir el rumbo de su trajín y rememorar
el metabolismo divino. Respirará e intercambiará con el orbe el
mismo soplo. Captará siquiera en su fuero interno la apertura
o cerrazón hacia el territorio en cuyo horizonte opera su propia
materia, forma y creatividad humana.
El valor que moviliza la obra de Favaron es la discreción
con que la conciencia imaginante libera a la palabra del temor por
desprenderse de sí; el poeta escribe aquí de lo que es sin presente
y que adviene, de lo que no puede dejar de esperarse pues ya lo ha
escuchado, ya lo ha visto.
Valdivia, Región de Los Ríos, Chile
agosto 2020
237
50.
Escucho con ojos Hamut’a Mallqi
tayta espiritual eje del mundo
pegado al tronco subo y precipito
hundirse en raíces por hongos nutrido
volviendo al alto mientras más hondo
retrogrado eras, transeúnto dimensiones
¡wayra, wayra! erosiona tiempo
respiración y ojos retrocediendo
demoliendo avenidas y camiones
agrietase acera, vislumbro anguila
cabalgo mantarraya ancestro fondo marino
persiste siendo lo sido y lo que nunca
mientras más antiguo, más sagrado
océano origen del mundo recupero
pulpos bajo mi forma volviendo crezco
estrellas de mar cangrejos rayo serpiente
mar será tormenta y pallares destas tierras
aliento te debemos, madrecita de los arroyos
boas se alzan de tus cincos huevos sembrados
¿qué dicen zumbando sus lenguas?
atmósfera sanguínea a lo vivo unidos
soyme plancton retornando instante absuelto
entre día y noche: vibración, abismo líquido
toda luz en quilibrio pendiendo reunida.
(Libro: Oeste Oriental)
238
27.
Yo soy el bosque. Hundo mis raíces en la tierra y bebo el
aliento geológico que remonta las eras y las sustenta, desde sus
principios. En mi boca cantan las aves de mil colores; los troncos
secretean sus arcanos y susurra el rocío su procedencia. Cada uno
de mis árboles sabe la ciencia perfecta: acompasar sus respiros
con el pulso inadvertido del planeta.
Las savias recorren mis arterias vivificándome,
impregnando mis olores con perfumes vegetales de sutil
entendimiento. Mis huesos se endurecen con raíces y cortezas.
Los cantos prolongados y secretos me elevan a lo innombrable.
La liana amarga revela los misterios o los fecunda. Despierta el
resplandor de media noche. ¡Bendita luz que regenera!
El tigre negro baja de montañas indescifrables o emerge
de lagos sin nombre; su garra protege mis sueños. Mi palabra es un
río que todo lo traga, lo ahoga, lo arrastra y lo renueva. No es mía
mi voz, ni soy yo quien se afirma; sino que a través mío se sucede
la voz agreste de los renacos, y el cauce nutrido que desciende
silbando y preña el mundo, haciéndolo florecer.
Yo soy el bosque. Y en mi voz cantan los sabios antiguos; y
brilla el conocimiento perfecto de los médicos de antaño. ¡Vengan
los humildes a alimentarse! ¡Los pobres de espíritu! ¡Acérquense
todos los cansados! En las sombras aromáticas hallarán brisa y
alivio. Pues no toca mi suelo el sol de los opresores. Mi poema
es nocturno y responde al aliento oculto, a la luz interior. Soy el
oriente del oriente, la selva invisible, la fotosíntesis que diluye los
pesares.
Yo revelo la hondura del instante múltiple y lo ilimitado
del segundo que se expande. Desde la unidad de mi corona dorada
y mis remedios, nace una copla que adormece a las fieras… Y da
239
vida a los agonizantes. Mis aguas generosas son manantial de vida
eterna, único alivio en la impermanencia.
A través mío corre un caudal luminoso de misericordia,
capaz de consolar toda tristeza, de enmendar todo camino, de
reponer todo desaliento. Y cada hoja mía, cada insecto, cada
piedra y tallo, cada palmo de mí, no sabe otra cosa que alabar a la
raíz inmaterial de la existencia.
Aquel que me preñó de amor.
(Libro: Manantial Transparente)
240
EL RETORNO DEL AGUA
Junto a las aguas
del amplio Mapo Tae
he experimentado en silencio
de una manera difícil de explicar
que yo mismo soy barro y agua.
De un vientre mojado
he brotado al mundo
y aún hay humedad
en mis labios y órganos,
porque si todo fuera seco,
ni yo ni nada viviría.
Mi abuelo me afirmó
que el Gran Espíritu sopla
las nubes cargadas de tormenta;
que Él es el padre del viento
y quien fecunda la tierra.
Y también me dijo
que del agua hemos brotado
como de una noche oscura,
para beber del sol sabiduría
y hacer el bien sobre la tierra.
En el agua reside
la palabra del primer día,
241
la memoria del origen,
la matriz eterna y mojada
que ha de dar vida
a las generaciones venideras.
En estas mismas aguas
podrán pescar nuestros nietos
si Dios lo quiere y nos libera
de la codicia asfixiada
que nos transforma en fieras
que destruyen la tierra
con entrañas ardientes y áridas.
El Mapo Tae guarda
las historias y viajes
de nuestros abuelos
que han de perdurar
como nuestras almas
en el embrión sin tiempo,
en el líquido comienzo,
en el aliento gestante
de la madre infinita
de las aguas y del océano.
Otros ríos navegamos
en videntes sueños:
caudales intactos e impolutos
en el espacio interno,
242
en el fondo íntimo
de las plantas sagradas
y las miradas puras,
en el cielo que hay más allá
del redondo firmamento.
(Libro: Cantos de vida sencilla)
243
LA DOCTRINA SILVESTRE
La silvestre doctrina
del camino del santo y del cielo
es clara y simple
como un recién nacido
que desconoce la división.
Sin embargo, nadie hay
en el ancho y variado mundo
que la pueda comprender
si la luz del Espíritu
no abre sus oídos
y purifica su entendimiento;
y nadie puede practicarla
si carece de humildad
y Dios no engendra
en su interior
la flor inmutable
de la sabiduría.
En vano se esfuerzan
los eruditos por aprenderla
con la razón de la soberbia
y la voluntad de poder;
necios y vanidosos,
igual que los tiranos
que pretenden poseer
244
el corazón de los hombres.
Mis palabras no persiguen
exhibir novedad alguna.
Son antiguas y minerales
y desconocen el progreso.
Nacieron con las plantas
y las primeras quebradas.
Si alguna sabiduría
soy capaz de pronunciar
ella vendrá desde el silencio
y la paz que gozo recogido
entre flores y albahacas.
Dios ha escrito su pensamiento
en la hierba y en los árboles,
en las nubes que se alejan,
en las piedras y en las montañas,
en el rocío de la madrugada,
en las rotaciones de la luna,
en las estrellas distantes
y en la intimidad de cada alma.
¿Por qué no puede el ser humano
escuchar su palabra luminosa
y hallar en ella refugio,
dorada guía y buen tesoro?
245
Los deseos egoístas enceguecen,
los vicios embotan los sentidos,
la codicia por extraños objetos
y la sed de ganancias
turban y estropean la razón;
nada gana el que mucho se ocupa
y se hunde en las hoscas sendas
del afán, la lujuria y la inquietud.
Por eso el santo se retira
a donde los demás se alejan;
con la mente rústica
de los campesinos
se confunde con el polvo
y en silencio se nutre
del brillante curso del cielo.
Su sosiego es sanidad
y en callado diálogo escucha
el canto curativo de la existencia.
El sol emana luz y calor.
Su vida penetra todos los seres
y disipa el frío y la oscuridad.
Las plantas no crecerían
si carecieran de la luz del sol.
El sol es fuente de vida
y por eso los antiguos
lo llamaban Padre con reverencia.
246
La tierra es como una madre.
De ella viene nuestro cuerpo,
nuestra sangre, nuestras entrañas.
En su espalda crecen las cosechas.
Quien se armoniza con ella
se hace fuerte como una roca;
tierno y compasivo
como una huerta generosa.
El agua es mujer
cuando en su vientre alberga
la multiplicidad de la vida;
y otras veces es varón
fecundando los campos
en forma de lluvia y acequia.
Maestro de la transformación,
de los ciclos y la fluidez
que no se opone a nada.
El aire es invisible fuerza
que dona brisa fresca
en las tardes cálidas;
pero cuando desata su furia
puede tumbar árboles y casas.
Mas luego retoma la calma.
El aire todo limpia y lo renueva.
La atmósfera nos abraza
con la suave sutileza de un vientre.
247
Estos elementos sabios
componen nuestra carne.
Equilibrándonos con ellos
se descubre el gozo sincero.
Nada temeremos de la muerte
como las cumbres de los cerros.
El soplo del Espíritu anima
el interior de cada existencia.
Es luz que alumbra al sol,
verbo que revienta la semilla,
es nutricia de la tierra,
es aire del aire e insondable
océano del que proviene
el agua que calma la gran sed.
Nuestros huesos volverán
a la tierra tras perecer;
solo nuestra alma
retornará al senorigen
del Padre de la existencia
aboliendo la destrucción.
Existir es don sagrado e inquietante.
En todo habita Dios.
Por eso el santo contempla
a Dios vivo en cada rostro
y a todos trata con amor
sin querer nada apropiarse.
248
Respira tranquilo y sin afán.
A nada se apega.
Sabe que la riqueza de los reyes
no supera la belleza
con la que Dios viste la flor.
Su conciencia es libre
como el vuelo inasible de los halcones.
Nunca se aleja del inicio
y permanece en la prudencia.
Con una mente silenciosa
y un alma ligera
en su corazón se realiza
la unión del cielo con la tierra.
Eso es la iluminación.
(Libro: Cantos de vida sencilla)
249
JENE NETE BEWÁ
Paro xaman kanoxon
kanoshaman abano
jene xamankoniax
ani paro xamanbi.
Nokon bewa bainkin
jene xaman kanoni.
Metsá jene ainbo
jawen yora keweya
metsá yorashamanbi
metsá keweshamanbi.
Nonbira yoinon
noabira meninon
jawen ani shinanbo
jawen koshi shinanbo
jene nete meninon
jene nete kepenxon
jawen koshi bitaanan
jawen metsá bewakan
nonribi onanon
jene metsá netenxon
jawen kewé netenxon
paro xama netenxon.
250
Jawen akoroninbi
kawayonparibano
jawen koshi biboi
jainbira jonini
jene neten jonini
jene koshi jonini
ja jene koiranti
jene nete xamanbi.
Jene ibo meraya
merayashama riki
jene rokotorobi
jawen roninbobetan.
Jawen noi roninbo
jaton kewé neteo
jaton metsá neteo
jawen paro xamanbi.
(Libro: Chaikonibo. Escrito junto a Chonon Bensho)
251
CANTO DEL MUNDO DEL AGUA
(traducción)
Vinculándome con la profundidad del río,
haciendo una conexión profunda
con la hondura del agua,
con lo más hondo del gran río,
mi canto se va encaminando
hacia la profundidad del agua.
Hermosa mujer de las aguas
con un cuerpo bordado con diseños
de indescriptible hermosura,
bellos y profundos.
Nosotros le hablamos [a la mujer del agua]
para que nos transmita
sus conocimientos infinitos,
sus fuertes pensamientos
y abra para nosotros la sabiduría líquida
del mundo del agua,
para que recibamos su fuerza
y sus hermosos cantos medicinales.
Junto a ella aprendemos
la sabiduría del mundo del agua,
252
del mundo de los diseños bordados,
la hermosa profundidad de los ríos.
Sobre el barco espiritual
[de la mujer del mundo del agua]
estoy caminando
recibiendo la fuerza
del territorio oculto
en el que ella se transformó en ser humano,
[donde nació] el espíritu del mundo de agua,
el fuerte espíritu del agua,
que cuida de los ríos y de las lagunas,
de la profundidad del mundo acuático.
La mujer sabia del agua
es un ser iluminado,
con facultades extraordinarias
que domina sobre los dragones.
Esas serpientes descomunales
viven en el mundo de los diseños,
en una geografía hermosa,
en lo más profundo del río.
(Libro: Chaikonibo. Escrito junto a Chonon Bensho)
253
Navale Quiroz
Apurimac 1980, pero asentada en Ica desde la infancia.
(Selección de Víctor Salazar Yerén y Pedro Favaron;
comentarios de Víctor Salazar Yerén)
Los tres libros publicados a la fecha por Navale Quiroz
revelan, en diversos modos y decires, una búsqueda por el
conocimiento; conocimiento que, a decir del buen Platón, solo
ha de conseguirse recordando. En este imperativo por recordar
es que aparece la necesidad de confluencia con el otro. Porque,
precisamente, es en el otro que encontramos esa presea que nos
permite suponer que la vida está por encima de cualquier idea
velada, banal o vacía.
En la poética de Quiroz se vislumbra todo ello. El yo
poético, pletórico de preguntas, deseoso de respuestas, se esmera
en tamañas interrelaciones a fin de encontrar ese camino de
elucidación y de experiencia. Pero este no es un camino sencillo,
mucho menos uno poblado de alegrías, sino, más bien, uno
tortuoso, en el que el desaliento lacera y la desesperanza se expresa
en una evidente desidia. Lo curioso, sin embargo, es ver que de
estas raíces aflora el milagro. Pero esta no es una sentencia gratuita:
ha tenido que pasar mucha agua por los ríos de la experiencia y
así llegar a cada surco de este inmenso campo. Esto lo convierte en
una travesía fascinante.
En esta aventura vital, debemos entender al «otro»,
no como un ente físico solamente, sino como algo mucho más
espacial o geográfico. Por ello es por lo que presenciamos un
continuo diálogo espiritual con el cosmos, con el paisaje y, en más
de una ocasión, con la totalidad: «Hay poesía en la habitación / […]
escucha / alguien habla / abre la noche para que brillen las estrellas
/ basta que respires para saber cómo se inflan los astros». Para
quienes entienden la poesía como una forma de conocimiento,
254
comprenderán que el poeta ha de encontrar la belleza, incluso, en
los lugares menos esperados. Esta es solo condición de quien ha
aprendido a ver. Y la visión del poeta se reforma constantemente,
en la medida que se reformulan sus ideas, sus pareceres.
Es también claro que, para la autora, la primera
aventura hacia la sensatez comienza en uno mismo. «Conócete a
ti mismo», rezaba el famoso aforismo de Delfos. Y esto sugiere,
no solo introspección, sino una real conciencia por aceptar ese
conocimiento revelado; ese «visitar el otro lado» —para muchos
lo más aterrador— induce al individuo al real discernimiento de
sus posibilidades. Y Quiroz se presta a ofrecer su compañía por si
hiciera falta. He aquí un aspecto importante en su línea poética: su
abierta pedagogía. Es sabido que en ella el oficio poético no solo
se rige a lo estrictamente literario, sino que se expande a todas las
posibilidades en las que pueda ser esclarecedora su palabra.
Desde su primer libro, Nohombre (2008), la poesía
operaba en Quiroz como una suerte de tabla de salvación. En
esta urgencia, la poeta reconoce que el conocimiento solo tendrá
sentido si logra interiorizarse, no solo como poderoso discurso,
sino como una férrea y constante praxis. Más adelante, el libro
Ondinas, de 2011, es también un poemario de la experiencia, de
la búsqueda, en el que Quiroz admite ya pequeñas certezas. En
un diálogo íntimo en relación con la naturaleza, su palabra sabe a
elemento: agua, tierra, aire, fuego. En este gran anhelo, su mensaje
se nutre del cosmos y ase lo mejor de él: la amplitud de su misterio.
Precisamente, una de las certezas más trascendentales en esta
búsqueda sea el nacimiento de la duda: «Quizá el viento sea el que
nos mueva // Quizá no estemos vivos / como el mar o las olas /
como estas ramas // […] Quizá camine o corra según su antojo / y el
viento sea el único responsable / de lo que yo emprenda». En esta
incertidumbre se resuelven muchos conflictos y cabos sueltos: no
todo es como lo creemos. Y en ese reconocimiento, el periplo vital
se vuelve mucho más sentencioso, pausado, mucho más ligero;
ya el peso de lo incógnito deja de ser una urgencia, una angustia
255
constante, y se asume como parte esencial de lo humano. Cada
pregunta se vuelve herramienta, remo, escudo o, acaso, grito vano.
«¿Quién no es maestro a quién, que todo es duda?», preguntaba
con sospecha el maestro Adán. Y aquí la actitud inquisidora se
vuelve más que importante.
En «Unos y otros», tal vez uno de los poemas más
hermosos de su ejercicio poético, la poeta comienza a desconfiar
del conocimiento revelado y se decide, como todo aprendiz,
a seguir sus propios caminos. Mientras las muchedumbres,
subyugados seres merodeando por el limbo, van tras los mitos,
nuestra poeta entrena su mirada ante su propia experiencia: «el
río siempre dice algo», confiesa. Y va hacia él mientras los demás se
regocijan con la maraña: «Todos creen que tras esa montaña está
la verdad / y van a prisa, con preocupaciones // Unos sobre ciegos
caballos / y otros sobre cangrejos alados // Yo / prefiero bañarme
en el río». En unos versos que nos recuerdan al viejo Heráclito, la
autora entiende que la experiencia inmediata es irrepetible; para
ello se hace necesario también la adopción de nuevos rostros; y es
allí cuando la vemos transfigurada: ya no es solo mujer, sino pez,
árbol, pájaro, río. En esa multiplicidad de miradas, en esa fusión
de pareceres, el aprendizaje se torna mayor. Y las certezas, mucho
más sólidas.
Siembra de espirales (2019), su última entrega, es un
canto de pertenencia al universo; la autora se funde en el todo
para reconocer su lugar, su dimensión y su constante misterio.
Y en su pequeñez contrastada con el cosmos, oye el crujir de su
vacío, escucha atenta el narrar de las caracolas, piadosa escucha
el grito anheloso de su vientre. Su geografía ampliada por esta
nueva forma de contemplación revela caminos, pasos, desiertos,
personas, animales, universos. Ya nada le es impenetrable. «Yo
era una nebulosa», dice. Y así define su distancia, pero también
su pertenencia: «Se sabe que mientras más vives en un lugar más
te pertenece». Para Quiroz todo tiene memoria. La mirada con
256
respecto al otro se expande, al punto que todo se animiza. Todo en
su mirar insufla vida.
Concuerdo con el maravilloso Pound al decir que «la
gran literatura no es más que el lenguaje cargado de sentido». Yo
me aventuraría a decir, tras leer los versos de Quiroz, que acaso el
mayor sentido sea solo lo que cargue conocimiento. Y con ello no
solo me refiero al que reposa, solitario, en desgastados anaqueles,
sino a aquel que deslumbra en nuestro propio transpirar, en
nuestro más generoso encuentro con el otro.
Valle de Chincha, agosto 2020
257
CRÓNICAS DEL DESIERTO
A Ocucaje
La arena esconde los mares
océanos durmientes de edad eterna
las plumas llevan al ave
como el silencio al viento
este no se pronuncia
sólo se oye
mientras alguien pega su oído a la caracola
para tener la memoria jurásica
de los peces que habitaron un día los desiertos
entonces salvajes
saciados de aguas imposibles
consumidos en las profundidades de sus abismos
¿Quién sabe realmente de donde he surgido?
Si las olas han golpeado en mí
hasta hacerme una roca.
258
1.
EN EL CIELO NACE LA TIERRA
frondosa arca navegante de diluvios
anclada en los océanos.
La lluvia bendice los vientos de sur
los desiertos beben del río.
Desde la paz de lo sembrado
las adustas semillas tienen memoria
plantadas recuerdan la flor y sueñan el fruto.
El árbol baila mientras lo observo
desde el balcón celestial de una nube.
El creador de todo escribe la historia
mientras piensa en aire
cae la lluvia.
259
2.
Como yegua que baja del monte
sin pausa fluye el agua
Hace mucho alguien hizo la lluvia
para apagar el fuego de las estrellas
y ¿quién eres tú?
tan sólo un reflejo de pájaro sobre el lago.
260
3.
El cielo ha descendido
es mar
y cada ola espera ser nube otra vez.
Frente al ocaso
los enamorados reposan en las orillas
han dejado su vuelo.
Mi casa es una duna
donde los pájaros han comenzado hacer su nido
entre el cielo y el mar
huele a tierra mojada.
261
4.
La noche es una nube que alza sus plumas
el sueño, un ave a la deriva
el río sin descanso entona la misma canción
su voz de campana silencia el brote nocturno del cielo
Dios también calla
frente a los astros y sus posibilidades.
(Libro: Siembra de espirales)
262
MI HUMANIDAD TIENE HOJAS
Cansada estoy de ser humano
ven arráncame la piel y hazme vegetal
que verde quiero ser
desde mañana.
De mis pies descalzos
crecerán fuertes raíces
que me harán más terrestre que tú
pero desde mañana.
Y de mis brazos largos
frescas hojas saldrán llenas de savia
desde mañana.
Mis dedos se abrirán
como flor que brota para dar fruto
pero espera mañana.
Porque aún suena en mi oído
la voz de la esperanza que me pide un tiempo
yo espero
pero sólo hasta mañana.
(Libro: NOHOMBRE)
263
César Panduro Astorga
Ica 1980
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)
No creo que sea posible concebir una poesía de calidad
que nazca desde el solipsismo, encerrada en sí misma, sin diálogos
con otros poetas, sin reconocer a sus mentores y sus fuentes de
pertenencia. Sin embargo, en el Perú existe, entre buena parte
de los jóvenes con inclinaciones poéticas y artísticas, una suerte
de ánimo parricida que les impide reconocer las tradiciones
literarias, anímicas e intelectuales que los preceden. Una y otra
vez, con el sucederse de las llamadas generaciones literarias,
surgen voces que, desde la propia ignorancia, proponen una
nueva revolución poética, no sin egocentrismos desmedidos,
ignorando, la mayor parte de las veces, las cumbres poéticas
de nuestros antecesores. ¿Piensan en verdad que su palabra es
tan fundamental, que su pensamiento es tan esclarecido, que
generará una trasmutación unánime que los anteriores poetas
no han podido realizar, y que ellos serán el faro que nos guiará
hacia horizontes nunca explorados? A todos los que ya llevamos
cierto recorrido con seriedad y profundidad por estas sendas de la
creación poética, se nos muestra con facilidad el delirio mesiánico
de tales pretensiones; y nos parecen divagaciones adolescentes
(muchas veces catalizadas por el alcohol y las drogas) a las que
no merece tomarse en cuenta seriamente. Suelen ser jóvenes,
además, que quieren hacer de la insolencia, de la desfachatez, de
la vanidad y de la violencia verbal, una suerte de blasón. Es como
si quisieran reinventar la pólvora, cuando ya hace mucho que
la humanidad transita esos rumbos narcisistas y decadentes sin
mayores repercusiones positivas en el devenir de las sociedades.
La muestra poética que proponemos, en cambio, no pretende otra
cosa que evidenciar, desde la fragilidad y la completa apertura
de lo poético, que ha habido y aún hay sensibilidades distintas
a las de la modernidad hegemónica y sus pesadillas utilitarias;
264
sensibilidades que, delicadamente, sin aspaviento alguno ni
disfuerzos vanidosos, pueden echar luces sobre modos más
armónicos y sutiles de habitar la tierra y de sentir la sacralidad de
la vida.
He conocido a César Panduro cuando éramos muy
jóvenes, en mis múltiples visitas a Ica en las que yo buscaba estar
cerca de Alberto Benavides y de la chacra, contemplar el desierto
y la bajada del río en el verano, hablar de filosofía y de las antiguas
culturas de la costa peruana. Como muchos otros jóvenes de las
provincias del Perú, César trataba de animar el ambiente cultural
de su ciudad (un tanto amodorrado), de alimentar las esperanzas
de sus compañeros de estudios y de promover la lectura de poesía.
Nunca pretendió escandalizar el ánimo burgués de la pequeña
clase media iqueña, tal vez comprendiendo que tales proyectos
pudieron tener sentido para los surrealistas asentados en la
ciudad de París durante la época de entreguerras, cuya burguesía
consumía arte clásico y se negaba a las nuevas manifestaciones
artísticas; pero la búsqueda del escándalo artístico e intelectual
no tenía, ni tiene, ningún propósito en un medio cultural que no
lee, que no se cultiva artísticamente, en el que existe una completa
ignorancia sobre los beneficios de la filosofía, la literatura, las
artes y la poesía. Por el contrario, César buscaba con ahínco una
tradición cultural en la que pudiera asentarse y sustentase en medio
del páramo de nuestro tiempo, un suerte de pakarina intelectual
desde la cual desplegar una voz propia, que sea, al mismo tiempo,
regional y universal. El hecho de que César haya realizado una
antología de poesía iqueña da cuenta, meridianamente, de esta
intención y de la seriedad de su indagación. Es por eso que, si bien
Cesar tiene una escritura propia y personal, resultan también
bastante evidentes sus maestros y mentores. Esto no debe ser
entendido, bajo ninguna circunstancia, como un demerito de su
trabajo, ya que no hay plagio en él; por el contrario, es parte de
una humildad, muy saludable, que lo empuja a ser consciente de
que nadie consigue un verdadero avance si no recibe, en algún
265
momento, ayuda de alguien con más experiencia que nos aclare
el camino y apacigüe nuestra dudas adolescentes. Y puede ser
que esto también ayude a explicar por qué ahora, que César ya
tiene una escritura consolidada, se dedique a la docencia y a la
dirección de la Biblioteca Abraham Valdelomar, ubicada en el
oasis de Huacachina: quiere devolver a otros lo mucho que él ha
recibido de sus maestros. Y aunque ser profesor es una vocación
discreta y mal apreciada en nuestro medio, si nuestra docencia
enciende en un estudiante una chispa de genuino amor por la
poesía, por el conocimiento y por la libertad, habremos hecho
mucho más por la transformación social que esos jóvenes poetas
estridentes y de discursos díscolos que no pasan de la bohemia, la
rabia, la frustración y la embriaguez.
Todos aquellos que hemos crecido sin la presencia
permanente de nuestro padre (como es el caso de Cesar, y también
el mío), solemos buscar, en nuestra adolescencia tardía, figuras que
puedan ocupar el vacío de la imagen paterna que sufre nuestra
psique. Es una búsqueda peligrosa (ya que algunos inescrupulosos
pueden quererse aprovechar de nuestra íntima necesidad, que
nos hace vulnerables), pero indispensable. Yo he llegado a la
conclusión, al fin de cuentas y tras muchos tropiezos, que el único
que debe ocupar ese lugar ausente es Dios; no debemos colocar a
ningún ser humano en un pedestal, sino que solo nuestro Padre
celestial ha de recoger nuestra orfandad y fortalecernos. Pero,
así mismo, pienso necesario encontrar entre nuestros mayores
algunos ejemplos que, por su talante moral e intelectual, puedan
fungir de iniciadores y de maestros (en un sentido del término que
nada tiene que ver con la noción oriental de gurú, sino solo con la
enseñanza de un oficio). Es necesario también reconocer a nuestros
ancestros espirituales y saber las tradiciones que nos configuran,
ya que eso nos permitirá encontrar un rumbo propio que nos
salve de la mediocridad imperante y de las modas momentáneas.
Los grandes poetas que nos preceden son como estrellas que nos
magnetizan desde su altura. El principal antepasado de César,
266
no cabe duda, es Abraham Valdelomar, otro ilustre poeta iqueño,
nacido en el puerto de Pisco. Del autoproclamado Conde de Lemos
(nombre adoptado por el poeta en honor a un culto Virrey que por
pocos años recaló en nuestras geografías) César Panduro no ha
heredado el dandismo ni las frases grandilocuentes, que parecen
actitudes meramente circunstanciales; no puede olvidarse que
Valdelomar desplegó su obra cuando el ínfimo ambiente cultural
de Lima estaba gobernado por los miembros de cierta “aristocracia”
criolla, a quienes el provinciano Valdelomar pretendía punzar,
siguiendo el ejemplo de su amado Oscar Wilde. Más bien, César
ha heredado, por una profundad afinidad, la ternura y el amor
por el paisaje iqueño que se manifiesta de forma tan evidente en
ciertos poemas de Valdelomar y en sus cuentos costeños. Tal es el
caso del poema Tristitia, por ejemplo, que siempre nos conviene
citar y releer (cito acá las dos primeras estrofas, que dan cuenta de
la poética ecológica de Valdelomar):
Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola,
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.
Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza;
los besos de mi madre, una dulce alegría,
y la muerte del sol, una vaga tristeza.
Además de este parentesco espiritual con Valdelomar,
es innegable la impronta que ha dejado Alberto Benavides en
la vida y en la obra de César: juntos han levantado la Biblioteca
Abraham Valdelomar y la radio cultural Amauta; han organizado
los festivales Poetas en la Arena y los concursos de cometas en el
desierto. Sin duda Alberto ha ayudado a formar y depurar el
carácter contemplativo que ya era innato en César, incentivándolo
a amar la sombra fresca de los huarangos y el desierto, las acequias
267
y el valle, la poesía clara y sin pretensiones desmedidas, atenta al
instante, a la revelación del aquí y del ahora. César, además, ha
recorrido buena parte de su región llevando este mensaje de amor
por la tierra, por lo agrario, por la simpleza. El poeta reconoce,
como en el poema “Milagro”, que en las geografías desérticas,
hasta la más mínima y frágil forma de vida, como una flor o una
gota de agua, es un hecho asombroso que nos llena de maravilla si
somos capaces de detener nuestro paso y contemplamos la belleza
de lo que surge de la tierra, en silencio, lentamente. Y con una
sensibilidad eminentemente indígena, la poética de Panduro nos
recuerda que el ser humano está hecho de los mismos elementos
de la naturaleza: de arcilla y viento, de piedra y arena. “Vengo del
barro y del agua”, dice César en un poema dedicado a su madre.
Y afirma que todo su cuerpo es de limo y que es hermano de los
grillos. Todos los seres vivos estamos emparentados. Para quien
vive en la simpleza, con la ingenuidad gozosa del niño, la noche
estrellada es también fuente de sana alegría. César, al menos hasta
donde conozco su trabajo poético y reflexivo, no busca a Dios en su
trascendencia, sino que lo hace en la inmanencia, en la presencia
de lo divino en las manifestaciones de la naturaleza. Su religión,
como dice en un poema dedicado a Alberto Benavides, es hallar
el rostro de Dios en los árboles y en las aves. Y aunque yo amo a
Dios tanto en su trascendencia como en su inmanencia, el amor
casi religioso de César por la naturaleza es motivo suficiente para
incluirlo en esta muestra.
CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, agosto 2020
268
MILAGRO
En el desierto:
una flor es un jardín
un árbol un bosque
una gota de agua un oasis.
La sombra un milagro.
En el desierto
el hombre
es un poco viento, un poco piedra, un poco arena.
Los manteles anaranjados y
rojos de la tarde
van tejiendo otro milagro:
la noche y sus estrellas.
(Libro: Cuando cae una hoja)
269
TALLO
La luz origina al mundo.
La mañana se abre
como una sonrisa.
Hemos plantado un árbol
y solo esperamos un nido
como fruto.
(Libro: Cuando cae una hoja)
270
SAN JOSÉ DE LOS MOLINOS
A Florencia Astorga Muñoz, mi madre
Vengo del barro y del agua
Mi infancia ha sido el río
mi rostro, lo que el cielo reflejaba
Como el río, he quebrado la piedra
y he mojado la arena...
Soy hermano de los grillos
esperé al sol entre las ramas
Todo mi cuerpo es limo
toda mi sangre agua.
(Libro: Los lados del agua)
271
ÁRBOL
A Alberto Benavides Ganoza
Cuando pienso en Dios,
veo a los árboles.
Es la única religión que me queda.
Dios tiene en las ramas voz de pájaro,
cuerpo de lombriz, tallo, y hasta sombra de luna.
A Dios le gusta mirar por los ojos de la lechuza,
correr por las acequias,
jugar con los niños sin zapatos;
ser semilla y fruto, agua y tierra.
A él le gusta caminar, enamorase del polvo,
limpiarse la frente y la mejilla de las gotas de sal
que manan de su cuerpo;
ser luz, arena, volar como cigarra
y dormir como un abuelito tierno,
que cansado de cortar flores y dar de comer a sus animalitos,
se arrulla con la primera estrella del crepúsculo.
(Libro: Los lados del agua)
272
John Martínez Gonzales
Lima 1981
(Selección de Pedro Favaron y Yaxkin Melchy;
Comentarios de Yaxkin Melchy).
Con una poesía abierta al corazón y los sentidos, John
Martínez compone una poética para rearmar la vida asimilando
el pensar-sentir del corazón andino. ¿Qué significa el “rearmar”
poético de Martínez? Probablemente volver a percatarse y volver
a amar el mundo, volver a sentir en lo más hondo el vínculo del
hombre con la tierra, con la Madre Tierra. Su poética es una
muestra de que el poeta es también un músico moderno que, si se
lo propone, puede superar la disociación cultural y las barreras de
la modernidad. Así, John Martínez recorre con su poesía el sendero
heredado por José María Arguedas y se lanza a la búsqueda del
mundo andino. Su andar poético tiene ese ímpetu, que no nace
en el escritorio, sino que se desdobla en recorridos y caminos con
respeto y asombro. Nos enseña que cantar a la tierra es también
salir a buscarla, como a buscar a sus danzaq, a sus taytas y apus.
John propone una ética intercultural para gestar una modernidad
peruana que traiga por medio de la poesía la fuerza ecológica, el
hablar cósmico, y la escucha de los pueblos andinos.
El poema “Andamarca”, que se incluye aquí, se nutre en
un aprendizaje de a pie por el mundo andino y de una inmersión
sensible en el cuento de José María Arguedas “Rasu Ñiti”. Su libro
El Elegido, al que pertenece el poema, destaca por su búsqueda
de la realidad, la vida y el corazón andino tal como toma forma
alrededor de la danza de tijeras en el valle de Sodondo. Su poesía
abre el corazón a las relaciones sintientes y vivas de la realidad
andina. Algunas imágenes de esa apertura al mundo vivo se
escuchan, por ejemplo, cuando nos dice que el danzaq es el elegido
por las piedras y por el “corazón vegetal y mineral de Andamarca”,
o cuando dice que el aire, wayra, es un ser con voluntad y agencia
273
que recibe al visitante de la costa y lo lleva frente a la danza. En ese
mundo de danza, el poeta presencia que las tijeras del danzante
hablan a los cerros y que el danzar es una entrega que doma,
moldea, tumba, convierte y rearma la realidad.
La danza del danzaq se convierte en un acontecimiento
de la transformación. Al conjugar su danza con la hondura del
violín y el arpa, la danza transforma al visitante de la costa que
dice “me vuelco hacia el corazón de lo perdido”. Dice también: “He
dejado de ser palabra y me he convertido en cuerpo”. Podríamos
señalar que al entrar el visitante con respeto y apertura al mundo
andino puede comprender y sentir la fuerza de la Tierra, y esta
comprensión íntima rearma también su realidad y su vida. Se trata
de una experiencia de retorno al cuerpo y a la tierra, de sentirse
nuevamente “hecho de tierra”. Esta experiencia significativa, se
puede comprender también como una experiencia que moldea
y talla ecológicamente la identidad del poeta. Ecológicamente
hablando, se trata de una experiencia que despierta en el corazón
una nueva relación del sujeto con la realidad. El sujeto de
“palabras” comienza a relacionarse como un sujeto de “tierra” que
percibe la realidad del mundo vivo y sintiente de las plantas, los
cerros y las piedras.
El poema “Maestrodice”, que también forma parte
de El Elegido, hace resonar el ánimo de la poesía de John: “las
consecuencias de tocar lo profundo”. Martínez transita los
“secretos hechos de heridas” que viven en el hombre moderno,
y las transformaciones de conciencia y mutaciones que lo
despiertan a una vida genuina como un ser de tierra en la Tierra.
Este ánimo ecopoético es una migración de la sensibilidad urbana
limeña hacia la sensibilidad andina quechua, gesta una identidad
nueva nacida del encuentro del poeta moderno con la herencia
cultural andina. Quizá ese ánimo valiente nos muestra que la
salida de la crisis actual de habitabilidad en las ciudades puede
comenzar como un esfuerzo por rearmar las vidas y las realidades
conectándolas con lo que está fuera. Estos poemas nos dan pistas
274
de cómo se enlaza el ser con respeto al mundo andino y cómo se
abre el corazón para tocar con las propias raíces la tierra y cantar
con la propia expresión única e irrepetible el mensaje de su
silencio y palabra.
El poema “Runa” es un ejemplo de la expresión de John
nutrida en la sensibilidad andina. En este poema John también
camina con la estrella visible del maestro Arguedas. John habla de
las piedras que observan, hablan y laten, y su voz se deja alumbrar
por el universo andino. Esta voz nos recuerda la de Arguedas como
niño en Los ríos profundos al mirar un muro incaico: “En la oscura
calle, en el silencio, el muro parecía vivo; sobre la palma de mis
manos llameaba la juntura de las piedras que había tocado”. Este
tipo de sensibilidades abiertas al mundo pétreo de la montaña
se pueden comprobar a lo largo de la gran cordillera, pues los
poetas y cantores de fino corazón aseguran la realidad animada
del mundo mineral. El “lenguaje de la piedra” que canta John,
me recuerda unas coplas de la andanza de Atahualpa Yupanqui y
Pablo del Cerro que cantaron bellamente:
Algo se dicen las piedras
A mí no me engaña el alma
¡Temblor, sombra o que sé que yo!
Igual que si conversaran.
Finalmente, el poema “Tayta”, que pertenece al libro
Campanas bajo el mar, es como un arroyo de mensajes luminosos
que brotan de la savia del corazón terrestre del hombre conectado
a la tierra. El poema se presenta en la voz de un Tayta que se dirige
con ternura a sus “hermanos de savia” como niños y niñas del
mundo que se han reunido en la noche a escuchar una historia
milenaria. Este poema de instrucción me ha recordado a un poema
escrito por un poeta campesino japonés llamado Sansei Yamao.
En ese poema, el japonés cuenta a sus hijos la historia milenaria
275
del fuego en medio de la oscuridad de la isla de Yakushima. De
manera parecida, el poema de John es un poema de instrucción
basada en un sentido común antiguo. Es un poema rodeado por
las voces de ancestros que se perciben en la noche cuando el
silencio del hombre permite oír el hablar del mundo. Al igual
que el poema del japonés, el poema de John ocurre junto a una
fogata: “traigan mantas y leños/ aquí dormiremos”, y de frente a
las señales del firmamento: “luces cayendo del cielo”. “Tayta” es
un poema que habla del traspaso de una sensibilidad anterior a
la del ser auténtico: “el dintel que hemos de traspasar” y un canto
al “camino de tierra en medio de la tierra” de César Moro. Quizá este
camino puede ser la metáfora del camino ecológico y la esperanza
de una nueva luz.
La poesía de John nos llama a aprender a conversar
poéticamente con lo milenario, para llegar a un reencuentro con
la tierra y con la identidad terrestre. Hace pensar que la identidad
ecológica es aquella del ser terrestre que puede comprender en su
corazón la conversación que tienen entre sí las cosas del mundo.
Apoyándose en otras disciplinas científicas e históricas, y en
el legado moderno, la poesía a su manera va avanzando por el
camino de la comprensión del habla de la tierra y dando forma a
un habla del hombre ecosófico, del sabio de la tierra. Ese camino
de la poesía desdibuja las fronteras del logos y la praxis, y vierte
en el pensamiento el habla poética de la tierra, la Madre Tierra.
Tsukuba, Japón, septiembre 2020
276
ANDAMARCA
IV
Comienza el rito
el Elegido baila,
tijeras piel del mundo
metal compulsivo hablándole a los cerros,
él sabe
desde siempre fue Elegido por las piedras
por todo el corazón vegetal y mineral de Andamarca.
Sacerdote de la puna.
El wayra
me ha recibido al llegar al Sondondo,
el viento me ha reconocido apenas he dejado la costa,
ahora el danzaq lo doma
moldea el aire que me ha tallado,
en esa doble vuelta de la realidad me suspendo
me conjugo con la hondura del arpa y el violín
me vuelco hacia el corazón de lo perdido
hacia la danza que tumba a los árboles paganos.
He dejado de ser palabra y me he convertido en cuerpo
en danza
aquí el Elegido ha rearmado la vida
en esta otra nación
nación Chanca
nación Lucanas
nación noche
nación tijeras y danzante con pies de cataclismo.
277
Hemos dejado de ser danza y nos hemos vuelto tierra
el Elegido descansa.
La realidad nunca volverá a ser la misma.
(Libro: El elegido)
278
MAESTRODICE
No importa tu lengua
importa mi cuerpo,
llámame como quieras como puedas
Danzante de tijeras
Supay wasi tusac
pero repito
no importa tu lengua
importa tu saliva
danzar en la noche del Sol
importa la sangre latiendo en todos mis cuerpos
el agua
la piedra
el poder
el pentagrama tocado por el zorro
el fuego del hielo
las vísceras del mundo
la dimensión terrible de un secreto con máscara de oropel
la dimensión que retumba cuando me hago uno con la
tierra
no importa la voz sino las cuerdas
el asombro
no el gemido
el daño
las consecuencias de tocar lo profundo
el conocimiento silencioso de un secreto hecho de heridas
de pactos
de lunas
279
de amores arrancados de un tirón
de costumbre de paraíso de pedernal y de infierno de
heladas.
No importa
repito como el musgo
la lengua o la piel
Importa la penitencia de la devoción
el designio implacable de los wamanis
el poder que sostengo.
(Libro: El elegido)
280
RUNA
Me observa
una piedra que late
un pedazo de tierra preñada
mineral inédito
nuevo
por nombrar.
La pulsación lítica de todo el valle
me mira
me mora
puede oír con el cuerpo todo el lenguaje de la piedra
la morfología del universo
todos los tótems los dioses
porque la piedra habla se mueve
hace gestos
y yo todavía
no soy digno de armar una apacheta,
y hablar de verdad.
Porque el poema que quiero escribir está latiendo en esa roca
el verso que me habita, intraducido
me sostiene
está allí,
es la roca que se mueve en la quietud
la belleza inmóvil danzando
desde su ombligo me habla el mundo
la roca y su leyenda
281
me puede
me habla
me transfigura.
(Libro: Campanas bajo el mar)
282
SIN TÍTULO
Niñas y niños del mundo,
oráculos reencarnados,
les contaré una historia
les enseñaré a reconocer su biografía en las raíces del aire
acumularemos evidencia de que somos luz
nos sumergiremos en el más completo vacío,
-lo más abundante del Universo-.
Siéntanlo:
el vacío vibra más rápido que la materia.
Acérquense
niños y niñas
siéntense ante este espejo de agua
vamos a darle otro nombre al patíbulo,
traigan mantas y leños
aquí dormiremos
ya es hora de este encuentro
son demasiados los palimseptos y las señales:
luces cayendo del cielo
más ojos acostumbrándose a ver,
porque la muerte ya no es única forma de llevárselo todo
si no un puente para volver
otra vez a la pregunta primigenia
otra vez esta hinchazón en los instintos
por tanto pisar.
283
Sí, niños y niñas del mundo.
De tanto mostrar la mano pero no tener dedos,
de tanto tigre confundiéndose entre pelícanos
tanto y tanto
espejo usado para mostrar el camino
años y años de acumular palabras y amaneceres
generaciones que solo usaban la noche para dormir
y no para adentrarse en el conocimiento que brota de la sombra,
como si lo negro no fuera otra luz.
¿Hablarles de guerras?
¿Ponernos cronológicos? ¿Conjugar otra vez el dolor y el Sol?
Aquí, niños del mundo,
no está la historia.
Aquí, niñas del mundo,
no está el amor.
Aquí, hermanos y hermanas de savia,
aquí la llave que estuvo siempre expuesta
el dintel que hemos de traspasar
-un camino de tierra en medio de la tierra-.
Aquí, hermanas y hermanos de sangre y solsticios
infinitas generaciones sentadas ante mí,
ante esta brasa hecha con sus biografías.
Somos el polen milenario
la llama única.
284
Escuchen:
hablan las piedras.
(Libro: Campanas bajo el mar)
285
Irma Alvarez Ccoscco
Haquira, Cotabambas, Apurimac / Nacida en algún año de la
década de los ochenta, cuya fecha exacta la autora no quiere
revelar, aduciendo motivos culturales de intimidad y concepciones
espacio-temporales ajenas a las de la racionalidad moderna.
(Selección y comentarios de Pedro Favaron)
Buena parte de las lecturas que se hacen, al menos desde
la academia, a la literatura quechua contemporánea, ejercen una
mirada fuertemente politizada y enfatizan el rescate de la lengua
runa simi frente a la hegemonía del castellano en el campo de la
literatura peruana. El quechua, como las otras lenguas indígenas
del país, tiene poco espacio en los medios de comunicación
hegemónicos, en las discusiones en torno a la economía, en los
procesos judiciales, y, en general, en todos los campos públicos
de la sociedad nacional. Las interpretaciones politizadas,
entonces, tienen sentido, ya que el mismo Estado peruano (así
como en buena medida el canon literario) ha sido construido
de espaldas a las lenguas y poblaciones indígenas, negándolas,
arrinconándolas, procurando exterminarlas culturalmente y
reducirlas territorialmente. Además, los propios poetas quechuas
suelen escribir con una fuerte conciencia política acerca de los
abusos que fuerzas externas ejercen sobre las comunidades
andinas; y también escriben, por lo general, en respuesta a una
sociedad oficial que niega los valores heredados de los antiguos
y discrimina lo serrano. El comunitarismo del ayllu vive cercado
y amenazado de forma constante por influencias externas. La
modernidad lo considera signo de atraso. Escribir en quechua
tiene, en sí mismo, una innegable significancia política y plantea
una batalla lingüística; tal vez sea por eso mismo que muchos
poetas quechuas, en la actualidad, se niegan a traducir su poesía
al castellano (ejercicio que para los viejos poetas quechuas, como
José María Arguedas y Waraka, resultaba ineludible), más como
gesto político que por motivos estrictamente literarios. Gonzalo
286
Espino, especialista en la materia, afirma que “la poesía quechua
contemporánea la entendemos como la afirmación de una cultura
de resistencia”. Esto, desde cierta perspectiva, resulta innegable.
El problema, sin embargo, de estos acercamientos, es que la
producción artística en resistencia siempre estará dialécticamente
condicionada por aquello contra lo que resiste. Enfatizar o
centrarnos en el aspecto de la resistencia, puede terminar por
opacar las propias racionalidades de la literatura en lenguas
indígenas y sus búsquedas de alternativas estilísticas, poéticas y
epistémicas. El mero ejercicio de la propia subjetividad indígena
tiene, a mi entender, una implicancia política mayor a la de
cualquier “teoría decolonial” o pancarta activista.
La mirada, muy propia de la academias (especialmente
desde los departamentos de estudios culturales de Norteamérica),
que piensa lo quechua como subalterno, puede perder de vista,
con mucha facilidad, debido a su paternalismo, el vigor cultural
que hasta el día de hoy manifiestan las culturas indígenas.
Por supuesto que no pretendo soslayar las dificultades que
atravesamos quienes vivimos en comunidades indígenas, ni
nuestras vulnerabilidades conjuntas ni las acechanzas que sobre
nosotros se yerguen; pero sí me parece necesario dar cuenta de
la vigencia de las dinámicas comunales y del aliento insoslayable
de las relaciones comunitarias, que se muestran bastante más
saludables que los modos neurotizados y patológicos que priman
en los entornos urbanos. Las reflexiones eurocéntricas no han
tenido los elementos conceptuales necesarios para apreciar la
capacidad de transformación de las comunidades, sus formas de
adaptarse a nuevas circunstancias y de sobrevivir a las amenazas. El
ayllu es anterior al gobierno cuzqueño del Tawantinsuyo, perduró
en el Virreinato, sobrevivió al Estado moderno y aún existe. Si
dejamos de lado el paradigma ilustrado sobre la evolución social y
la díscola utopía del progreso ilimitado, podemos contemplar que
el ayllu es tal vez lo que responde de forma más completa a las
necesidades afectivas y relacionales del corazón humano. Frente al
287
principio del ayni (la ayuda mutua), las razones modernas resultan
mezquinas. Un modo de producción que extrae de los territorios
lo que codicia sin dar nada a cambio es contrario a la ética cósmica
de los pueblos indígenas y fuente de todo tipo de malestares. El
ayni de los ayllus también denuncia ese egoísmo propio de las
urbes, en el que cada individuo está tratando de dar lo menos
de sí mismo a los demás, al mismo tiempo que pretende obtener
siempre un mayor beneficio. El ayni pone en duda la lógica de la
eficiencia con la que los humanos explotan a otros humanos, a
los animales y a la tierra misma, sin medir las consecuencias de
sus actos. La modernidad desconoce la ética de la reciprocidad. El
hombre y la mujer modernos no saben hablar con respeto al resto
de seres vivos y no perciben la vida de los ríos y montañas. Pero si
fuéramos capaces de volver al ayllu con el corazón abierto, libres
de prejuicios, las voces manantes de los sabios que aún quedan
vivos, de los yachaq, podrían enseñarnos cuáles conductas y
pensamientos nos enferman, al mismo tiempo que enfermamos
al conjunto existencial. Podríamos también entender que otros
modos de existir y respirar son posibles, otras formas de habitar la
tierra poéticamente; aprenderíamos a acompasar nuestro aliento
con el pulso del planeta y a recobrar el aliento sosegado.
Sin embargo, resultaría demasiado ingenuo pensar que
todos los poetas que actualmente escriben en quechua puedan
traer consigo las voces de los yachaq o que sean herederos, ellos
mismos, de estos saberes. Buena parte de ellos no pertenecen a
las comunidades indígenas o ya se encuentran demasiado lejos
de ellas, tratando de calzar en los modelos paradigmáticos de la
academia moderna. Es desde finales del siglo XX, con la entrada
de una mayor cantidad de quechua hablantes en los espacios
universitarios, que surgieron muchas de las actuales vertientes
poéticas escritas en quechua, así como la publicación de revistas, la
organización de concursos y la edición de libros. Sería imposible,
entonces, esperar que estas literaturas den cuenta de una supuesta
“cultura indígena incontaminada” (si es que algo semejante fuera
288
siquiera imaginable, como si pudiéramos ignorar la conquista
y los 500 años de presencia europea en el Perú, y sus múltiples
mestizajes y transculturaciones). Conviene nunca perder de vista
que las realidades culturales andinas son bastante más complejas
de lo que pretendían las viejas dicotomías indigenistas (la costa
contra la sierra o lo indígena contra lo criollo); muchos de los
poetas quechuas son parte de una burguesía provinciana y su
quechua no es el mismo que hablan los indígenas de los ayllu.
Todo esto, por supuesto, no pretende restar importancia a ninguna
expresión literaria ni privilegiar a ninguna forma dialectal del
múltiple y variado runa simi; lo que se busca es seguir afirmando
la profunda heterogeneidad de los mundos andinos y que nadie
puede pretender tener un voz más fidedigna o vernácula que la de
otros. Y también, para alejarnos de cualquier visión petrificada,
victimista o anquilosada sobre la literatura quechua. La autora
que ahora compilamos para la presente muestra, por ejemplo,
navega una cultura cosmopolita, lo que significa, acaso, un reto
y una necesaria reinvención de su identidad runa. Su literatura
goza, además, de un público interesado en su producción literaria
allende las fronteras del espacio nacional; es más, me atrevería
a afirmar que su trabajo literario tiene mayores repercusiones
en el extranjero que entre la muchas veces mediocre y narcisista
élite letrada de Lima. Irma Álvarez Ccoscco tiene la posibilidad
de dialogar, incluso, con otras culturas indígenas del continente
y del mundo, siendo parte del movimiento internacional
de resurgimiento y avivamiento cultural indígena, y de los
intercambios entre distintos pueblos.
A mí entender era imprescindible contar con la palabra
de al menos una mujer quechua joven en esta muestra de poesía
peruana enraizada a los territorios. Y no, por supuesto, con una
intención populista de incluir poesía supuestamente subalterna
o para cumplir con cierta cuota exigida por el feminismo. Tales
preocupaciones son por completo ajenas a lo estrictamente
literario; y no incluiría la poesía de Irma si su palabra no me
289
provocara un gozo estético, cierta nutricia intelectual y una
vibración anímica. El hecho de que pensara como indispensable
la presencia de una voz femenina en lengua indígena, se debe a
que la palabra de la mujer indígena, hija predilecta de la tierra,
enraizada como nadie más a los territorios andinos, tiene un
importante aporte a la hora de pensar las heridas causadas por la
degradación moderna de los espacios ecológicos. Una civilización
que subyuga y maltrata a la mujer, que profana a la tierra y ultraja
a su madre, es portadora de muerte; la mujer indígena, en cambio,
cuando bebe de los puquiales de sus ancestros, trae consigo la
miski aqha que da fuerza para realizar los trabajos colectivos, y es
la guardiana de las chacras, la voz que conmueve en los harawis a
los corazones más duros, y expresa de forma plena la hospitalidad
y los cuidados que han posibilitado, desde antiguo, la vida humana
sobre la tierra. Puede ser, por ello, portadora de esperanza, sinchi
warmi, y de ciertas hierbas medicinales, saberes y cantos hampiq
que, como dice un poema de la propia Irma, “desde las voces de
la madera que perfuma”, puedan “mitigar el dolor que cargas
encima”. La mujer indígena preserva antiguos secretos curativos.
Resulta pertinente, en este sentido, revisar un comentario
publicado en el perfil de Facebook de Elizabeth Canchari Felices,
otra mujer quechua de fuerte pensamiento, profesora de la
Institución Educativa Nuestra Señora de la Asunción, del distrito
andino de Sarhua, en la región de Ayacucho. Este texto, publicado
el 11 de diciembre del 2014, brinda una concepción saludable de la
mujer indígena y de la vigencia del pensamiento ancestral, aún en
estos tiempos de internet y globalización.
KAY PUNCHAWNIYPI NIYKULLASAYKI:
¡ALLPAPA WAWANMIKANI!
Soy ORGULLOSA mujer indígena, andina, sarhuina!!!
Soy mujer andina como nuestra Pachamama. Hablo con la
lengua de mis ancestros para hacer escuchar sus amadas
y sabias voces, desde el pasado para el PRESENTE y el
FUTURO. Soy hija de la tierra y el sol, pertenezco a una
290
raza con una cultura milenaria que hoy conservo como un
invaluable tesoro […] Convivo con la lluvia, el viento, la
montaña, el cielo […] Vivo y Soy feliz entre estas soledades
[…] Danzo con los pájaros, sintiendo el frescor del
amanecer y vibro con los colores del atardecer. Dialogo
en silencio con los animales, las plantas, los espíritus,
el cosmos entero […] Siembro los frutos del alimento,
sintiendo el olor a tierra mojada entre mis dedos. Hilo,
tiño y tejo la lana para hacer mis vestidos y cubrir mis
carnes. Hago medicina como me enseñó mi abuela, con lo
que me provee la Pachamama. Protejo a mi Madre Tierra,
no la saqueo, experimento negativamente por intereses
transnacionales, la depredo, sobreexploto alterando
el clima y sus recursos para generar calentamiento
global, enriquecerme, matarla a ella y a todos sus hijos
e hijas (mis hermanos - as) […] Quien quiera cambiar
mi mundo, mis vestidos, mi espiritualidad, mi esencia
andina […] FRACASARÁ!!! ¡KACHKANIRAQMI!
KAWSAKUSPAYQA QAPARISAQMI, KAYNA ALLPAPA
WAWANKUNA UYARISQA KANANPAQ.
Hallando su propio ser genuino en la sabiduría de sus
mayores y en el influjo del territorio, es posible para la mujer
indígena respirar de forma plena, vivir en salud y proponer
nuevos modos de relación con el resto de la existencia. ¡Nadie
podrá desenraizarla de su corazón y del corazón de su valle!
Desde el Virreinato la mujer indígena ocupa el escalafón más
bajo de la sociedad concebida en términos letrados. Ha sido
ultrajada y despreciada, u obligada a ser doméstica, al servicio
del varón patriarcal, como denuncia Irma en su poesía. Debido a
este lastre de injusticia y desprecio, no resulta fácil para la mujer
indígena valorarse a sí misma sin enajenarse en la modernidad.
Pero, si escucha las voces antiguas, puede retornar a la sanidad
y al fecundo vigor, para enfrentar los nuevos retos sin perder la
semilla de su identidad cultural y de su espiritualidad; entonces
danza feliz con los pájaros y dialoga en “silencio con los animales,
291
las plantas, los espíritus, el cosmos entero”. Es hija de la tierra; ella
misma es tierra que piensa. Y nos enseña que la responsabilidad
humana es cuidar a nuestra madre común y agradecer al sol, a la
lluvia y a las plantas por sostener nuestra existencia. Una mujer
enraizada en su territorio ancestral no puede ser parte de una
carrera profanadora y de muerte, de un camino suicida que nos
conduce a un callejón sin salida. No saquea la tierra. No necesita
hurgar por oro en las entrañas de las montañas, pues su riqueza y
su tesoro se hallan en otra parte, en un brillo que no deslumbra
ni enceguece, pero es saludable. Ella florece en esos humildes
espacios de silencio fértil; es feliz en el lugar que otros desprecian.
Y sabe esperar, aunque su espera y su interna quietud nunca
son signos de estancamiento. No importa cuán adversas puedan
mostrarse las circunstancias. Confía. Desde las entrañas de los
territorios andinos emerge una voz siempre fresca.
Mucho de estos aspectos están también presentes en la
poesía de Irma. En sus versos, la mujer, a pesar de los peligros que
atraviesa en un entorno social que la ignora o la desprecia, que
quiere dominarla, es siempre portadora de las buenas semillas
que, lanzadas en la tierra, serán la nutricia de las generaciones
futuras. Estas semillas son el recuerdo de los sabios de antaño,
las sabidurías que no han sido olvidadas, todo aquello que vuelve
a tener voz y a hablar al corazón de una humanidad perdida
y extraviada, ebria de modernidad, que necesita encontrar un
rumbo más próspero y hermanado al resto de los elementos. Pero,
para que la mujer sea portadora de tal misión, ha de escuchar en
su propio corazón la voz de la montaña sagrada que la convoca.
“Tengo el quetzal el cóndor y el águila alojados en mis entrañas”.
Y gracias a estas presencias en el chawpi de su propio ser, en lo
más íntimo del sonqo, ella puede recordar la voz de la tierra allpa
a todos aquellos que han olvidado el camino sagrado de los sabios
de antaño, el qhapaq ñan de los corazones justos que honraban el
vínculo con todos los seres vivos. Como afirma la poeta, “la gran
Pacha nos ha criado como semillas de un solo vientre”; todos los
292
seres vivos estamos emparentados, compartimos un origen y, por lo
tanto, un destino. Aun nadando a contracorriente un río de metal,
un agreste mayu de indiferencias y codicias, esas voces antiguas
aún respiran y nos hablan, a nosotros, los hijos gozosos de estos
valles, de estas montañas, de estos ríos, de estos océanos. Esas
voces se revelan a la mujer indígena en el vuelo de un ave o en las
hojas de coca. Y le hacen saber que aún sigue viva. “Aún extiendo
/ respiro mi cuerpo en el inmenso verdor resplandeciente, / Aún
me abrazo a todos los árboles vivos. / Aún escribo con la arcilla,
el barro y la tierra. / Mi existencia es el presente floreciendo”. No
prima acá la melancolía o la derrota; no es el sentimiento waqcha
(que sin embargo siempre amenaza a quienes andan lejos del
ayllu), sino el volver a ser florecimiento, árbol imbatible y dulce
fruto. No importa lo que haga el ladrón con rostro de perro, ni
cuánto el violento juez se empeñe en negar a la mujer indígena;
tampoco si vuelven a despedazarla como a Micaela Bastidas: la
mujer será por siempre semilla de guerreros hijos del sol, hijos
de la tierra, hermanos de las estrellas y de las águilas, laguna del
renacimiento espiritual de los pueblos que no olvidan su origen y
que continúan respirando, soñando y creando.
CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, agosto 2020
293
ABYAYALA
Te recuerdo cruzando la frontera inexistente,
escapando de la sombra que congela los huesos.
Dejando el llanto y las manos que no querían soltarse.
Recuerdo tu boca sedienta en el suelo,
no hay tiempo para las gotas de lluvia,
has de danzar para girar el viento y
lanzar las semillas que generan vida.
No hay tiempo, los descendientes esperan.
Nos busca la serpiente de la sabiduría
entre junglas y calles sedientas,
será la misma serpiente de metal
que ha de llevarme a la montaña sagrada,
la misma que ha de pasar por mí
en el camino de los árboles sobrevivientes,
la misma que me ha de llevar entre el amor a medio gemir,
y me ha de guiar donde tus pies cansados.
Tengo el quetzal el cóndor y el águila alojados en mis entrañas,
ya volando danzando conmigo en cada paradero de bus y tren…
mientras te veo pasar.
Ven a danzar conmigo, que tengo guardadas las plumas
desde la última vez que nos vimos en la orilla.
Te recuerdo perdido entre los sonidos; pero he de cantarte yo,
desde las voces de la madera que perfuma
294
para mitigar el dolor que cargas encima.
Te recuerdo no reconocer las flores;
pero han de venir las flores de las piedras ancestrales
a fundamentar los cimientos de su alicaída esperanza.
Hemos de hacer fluir el río de metal y
hemos de nadar a contracorriente
como el oxígeno que batalla,
como la sangre que anhela la luz
para reconocer su color.
Nos ha de herir el metal disfrazado,
que a tientas en la oscuridad
forjamos para arrancarnos mutuamente el corazón.
Sunqutaq ch’usaq, muyuriq umataq musphay.
Chinkasqa sara muku, rumi ranrapi saphinchakuq maskhay.
Rumikunapi t’ikariq kiska, sunquy nanachiq.
Puñuruni makiykipi taytamamaypa makiyman rikch’aptinrayku.
La misma jungla metálica donde
yacemos danzando en nuestra pura bestialidad,
pasa riéndose el domador disfrazado de ley,
el mismo camaleónico que estaba presente
cuando fui vendida como objeto a tu servicio,
el mismo que ahora ni se inmuta al ver desgarrarse mi alma,
mientras arrancas a mis hijos de mis brazos.
Wawaypa wiqinqa, llapa ñanta qarparinqa,
295
aqu aquña kaptinpas lliwta t’ikarichinqa,
y tendrás que dar cuentas por no haber dado agua al tierno árbol
que tendría que sostenerte y cubrirte cuando
el sol aparezca a la mitad del camino.
La gran Pacha nos ha criado como semillas de un solo vientre;
pero te has empeñado en arrancar tus
raíces y a correr kilómetros de mí.
Asustado de mi piel de tierra viviente, has
simulado volar tejiéndote alas de plástico.
Vuelve para reconocernos en el Ukhu Pacha.
Vuelve para engranar nuestros fundamentos como runa, vuelve.
(Publicado en la revista Ínsula Barataria, 2020)
296
T’URUWAN QILLQAQ
Qillqakunataqa,
manas ñawinchayta nitaq qillqaytapas yachanichu,
laqhallapis tantiyaspa tantiyaspa purini.
Kikin limp’upi kaq tiyani;
ichaqa kay limp’upiqa,
ch’askakunapas hatun quyllurkunapas,
aswantam musquykunataqa k’ancharayawanku.
Imapaqtaq papilkunapiri ñawiriyman;
aswansuna mama kukaman tapurikuspa,
ñanniyta qhawarini.
T’urumanta waytakunamanta pallaykunallam,
away qillqay makiymantaqa:
Lliw llimphikunata qhituni;
llink’iman tukuchinaypaq.
Qunchata laq’ani, qulla papakunata waykuni;
yarqayniykita saksachinaypaq.
T’uruta ichhuwan saruni;
takyaq tikaman tukuchinaypaq.
Pirqakunata hatarichini;
llampu wasaykita, chiri wayra ama suq’ayananpaq.
Sunquykita hatun llaki atipaptin,
misk’iwan hampi qurawan q’usñichiyki.
Palqamayuman wañuy-wañuy chayamuptiykitaq,
hampi qurakunawan qhaquriyki,
297
wañuymanta aysariyki.
Hinantin q’umir k’ancharayaq pampakunapiraq, chutarayakuni,
hinantin kawsaq mallkikunamantaraq, marq’ayukuni.
Llink’iwanraq, t’uruwanraq, allpawanraq ima qillqakuni.
Kawsayniyqa kunan pacha phuturiqmi,
wiñaypaq pacha yachaqlla ima ruru kasqaytaqa yachan.
Paywan ñawirini, paywan qillqani.
(Poema referente, usado en HACKING-CRAFTING, modelación
3D de arcilla en Oslo, Collective Thinking Machine).
298
T’URUWAN QILLQAQ
(traducción)
Que las letras,
no sé leerlas ni escribirlas, dicen.
Que sólo en la oscuridad lóbrega a tientas ando.
Vivo en la oscuridad más pura,
pero, en esta oscuridad,
las estrellas y la luna alumbran mejor aún mis sueños.
¿Para qué leería los papeles?
Si mejor aún puedo preguntar a mi madre, la
hoja de coca y ver los designios de mi vida.
De mis manos sólo pallaes tejidos y escritos de barro y flores.
Fricciono todos los colores para generar la arcilla,
moldeo el fogón,
sancocho las tiernas papas
para saciar tu hambre.
Piso el barro con la paja
para convertirla en adobe firme,
levanto paredes para que el frío y el viento
no flagelen tu tierna espalda.
Cuando tu corazón es llevado por la gran pena,
te sahumeo con el azúcar y la yerba medicina.
Cuando llegas moribundo a Palqamayu
te froto con yerbas medicinales y te arranco de la muerte.
299
Aún extiendo/respiro mi cuerpo en el
inmenso verdor resplandeciente,
Aún me abrazo a todos los árboles vivos.
Aún escribo con la arcilla, el barro y la tierra.
Mi existencia es el presente floreciendo,
la eternidad sabia conoce cual semilla soy,
con esa eternidad yo leo y escribo.
(Versión en español usada para el entendimiento entre hablantes
de lengua sami e inglés).
300
KAWSAQ
Wichq’ariypas aychayta,
K’iriypas sunquyta,
Qhachuypas ch’ukchayta,
Waskhachaypas makiyta chakiyta.
Ichapas,
ichapas mana sayankichu
kurkuy ismunankama.
Chayna kaptinqa,
kuruykunallam apawanqa
Pachamamaykama.
¡Purillasaqtaq chaypipas!
sach’akunata mikhuchisaq
ismusqa qaraywan.
Arí,
ima qhuratapas ruruchisaq,
turaykuna ñañaykuna
mikhunankupaq.
Turankunallataq
ñañaykunallataq
aswan kallpachakunqaku
llanllarisqaywan.
301
Hinallataq
qhaparisaq
turaypa ñañaypa kunkanpi:
Ari! Quechua kani
Imatapas ruwaway!
Imatapas ruwaway!
Ichaqa,
mana hayk’appas
qichuwankichu
pim kasqayta.
(Publicado en revista anual And Then 21, Nueva York, 2020).
302
KAWSAQ
(traducción)
Aprisiona mis carnes si quieres,
Hiere mi corazón si quieres,
Arranca mi cabellos si quieres,
Ata mis manos y pies si quieres.
Tal vez, tal vez no pares
hasta ver que mi cuerpo se descomponga.
Si va a ser así, sólo mis gusanos me llevarán
hasta mi madre Pachamama.
¡Andaré también ahí!
Alimentaré a los árboles
con mi piel podrida.
Sí, generaré frutos en cualquier yerba
para que mis hermanos
para que mis hermanas se alimenten.
Y entonces mis hermanos
y entonces mis hermanas
se fortalecerán aún más
con mi renacimiento.
Y así mismo
gritaré en la voz de mi hermano y hermana:
303
¡Sí! Soy Quechua
¡Hazme lo que quieras!
¡Hazme lo que quieras!
Pero nunca jamás
me quitarás
quien soy.
(Versión en español para ser traducida al inglés por estudiantes de
Lengua Española de Salve Regina University, RI, EEUU).
304
Alonso Belaúnde Degregori
Lima 1991
(Selección y comentarios de Yaxkin Melchy)
Me parece conveniente incluir en esta muestra algunos
haikus 7 escritos por un autor reciente para dar a conocer una
senda del corazón ecológico y poético que comienza a abrir sus
flores en el Perú.
Uno de los gratos encuentros en el camino de la poesía
ha sido el de Alonso Belaúnde Degregori, joven poeta peruano y
también investigador del haiku. De nuestra correspondencia se
ha nutrido un diálogo incipiente, pero apasionado, sobre la senda
del corazón ecológico del haiku y la poesía japonesa. He tenido
la buena oportunidad de platicar con Alonso sobre el haiku en
el Perú y conocer parte de su historia. Según la investigación
del propio Alonso, éste comenzó a escribirse en la década de
los años 70s y 80s, y durante los últimos cincuenta años ha
transitado por varias comprensiones y maneras de escribirlo. El
haiku peruano primeramente fue concebido como “miniatura”
poética al estilo del aforismos o micropoema, y luego, gracias a
una mayor comprensión de los valores estéticos y espirituales del
haiku japonés, ha cobrado mayor singularidad y se han abierto
nuevos debates. Recordando algunas palabras de Vicente Haya,
esto parece que sería una buena señal de que el camino del
haiku está arraigando en la tierra andina. Podemos decir que el
haiku peruano vive su etapa de trasplante y enraizamiento del
“espíritu del haiku” en la costa, los Andes y la selva. Esta labor del
7. Forma breve de poesía de orígen japonés, tradicionalmente limitada a
17 sílabas y que nació al separarse de la composición poética colaborativa
conocida como “renga” para formar su propio camino poético. El haiku se
introdujo a la poesía en español a principios del siglo XX y durante este siglo
ha causado yal admiración que se ha vuelto una forma de poesía cada vez
más popular en español. También ha comenzado a escribirse en las lenguas
indígenas americanas.
305
trasplante se ha enriquecido gracias a la diversidad cultural del
Perú, que incluye el legado asiático, el cual enriquece lo peruano
con su sensibilidad poética, y también gracias a las reflexiones de
notables poetas, editores y académicos como Javier Sologuren,
Ricardo Silva-Santiesteban y Alfonso Cisneros Cox, quienes
conectaron su propia práctica en la escritura de haikus al casi
centenario debate sobre el haiku que se ha desarrollado en el
mundo de habla castellana.
Hay que apuntar que desde la época del poeta mexicano
y escritor de haikus José Juan Tablada y hasta época reciente, la
reflexión del haiku latinoamericano se encontró mayormente
limitada a la comprensión hecha desde la cultura francesa y
anglosajona del Japón. Así, el haiku se asimiló basándose en
esas miradas, y se ha concebido principalmente como un arte de
captar por medio de una refinada técnica y ejercicio poético una
revelación o iluminación, basada en cierta perspectiva del zen.
En ese sentido, Sologuren definió en el haiku como “mínimas,
delicadas, sugestivas impresiones. Instantáneas en las que de
pronto puede revelársenos un resplandor de eternidad” 8. Es
cierto que esta visión tiene protagonismo en la historia del haiku
japonés, pero presenta una imagen muy limitada de su mundo y,
por lo tanto, de sus posibilidades como un género popular que
construye naturalezas y tiene potencial ecopoético.
¿Cuál es la finalidad de un haiku? La idea del haiku como
una “instantánea” proviene de una traducción del término shasei
写生. La palabra se compone de los kanjis 写 reflejar o transcribir
y 生 vida, así que más que la idea de captar (como capturar o
comprender una cosa) corresponde a la idea de reflejar la vida.
Este desliz es muy significativo, pues pensar que el haiku es como
una especie de cámara fotográfica mental o espiritual para ver el
mundo puede guiarnos de manera equivocada a pensar en el acto
8. Javier Sologuren. Obras Completas (Volumen VII), PUCP, 2005, p.52. (Citado
por Alonso Belaúnde, 2017).
306
de captura y a olvidar la centralidad de la relación basada en un
ejercicio de vida a vida. Reflejar la vida quiere decir de ser capaz
de reflejar algo de ese mundo de la vida del otro con mis propias
palabras, con la expresión genuina de mi propia vida. Si vemos
el haiku como ese ejercicio de relación, se devela la importancia
de abrir los sentidos y el corazón para percibir la expresión
del mundo de cada ser. Esa apertura del corazón se puede
comprender también como una forma de la sinceridad (makoto
真), y la afinación de la sinceridad es la maestría que alcanzan los
grandes poetas del haiku. Por la sinceridad comprendemos algo
que perdura como una verdad de la vida de los otros.
Siguiendo lo que he explicado, el haiku es un tipo de
poesía de relación de tú a tú, que de ninguna manera borra al yo
propio de la escena, como se ha descrito a veces. El haiku parte
del afán por aprender a ver el mundo tal como es, con el corazón
tal como es en ese momento; se trata de una especie de poesía que
busca la comunicación entre el individuo y el otro, y rehúye de la
proyección de la mente egocéntrica porque opaca esa búsqueda.
Ecopoéticamente podemos reflexionar que el haiku
es más que un género literario, y se trata de una práctica de la
apertura del corazón al mundo o los mundos vivos. Como bien
reflexiona el poeta Watanabe, el haiku es “una actitud ante la vida” 9
aunque también sostiene que se trata de algo muy complicado.
¿Complicado? Hay que matizar las palabras del poeta, un gran
error sería considerar que el haiku nace de una actitud intelectual
sofisticada o de un cultivo espiritual extremo, una suerte de cosa
difícil. Me parece que se puede afirmar que la vía del haiku parte en
una actitud ante la vida, como dice Watanabe, pero en una actitud
de sencillez del espíritu, de conciencia de la vida de otros seres,
y la sorpresa sincera. Si el haiku fuera una vía difícil no sería un
género popular dentro y fuera de Japón, ni especialmente popular
9. José Watanabe en entrevista por Diego Alonso Sánchez, 2007. (Citado por
Alonso Belaúnde, 2017).
307
entre los niños. Hay que comprender del haiku que, aunque tenga
un canon de grandes maestros, es una práctica de poesía popular.
Tan popular que generalmente sobrepasa en producción, público
y circuitos a la llamada poesía moderna.
Para ver mejor este aspecto popular del haiku, conviene
hace un rapidísimo repaso por el circuito del haiku japonés
contemporáneo. Hoy en Japón, el haiku se enseña en las escuelas
primarias, se cultiva como pasatiempo en los clubes de las
secundarias, en asociaciones y clubes locales, vía revistas, está
grabado en estelas conmemorativas y hasta se le ve en programas
de televisión con personajes de la farándula japonesa. Es decir,
el haiku se vive no como una práctica aislada por el circuito
literario profesional o para practicantes del zen, sino que forma
parte de una educación popular para acercarse a la vida con cierto
sentido recreativo y ecológico. Como parte de una educación
continua se promueve el haiku como una vía para sensibilizar
el corazón de las personas de todas las edades, los niños, los
hombres de negocios y los ancianos, a las sorpresas de la vida de
todas las cosas. Además, el haiku contemporáneo se utiliza como
herramienta de educación ambiental para enseñar maneras de
acercarse a comprender la diversidad, la belleza y las relaciones
que se pueden hallar en cada cosa por minúscula que sea. Es muy
frecuente encontrar haikus escritos sobre objetos que parecen
insignificantes, sobre plantas y también insectos. Se puede decir
que la práctica de la observación del haiku ejercita también una
capacidad científica de observación. Existe un paralelismo entre
la observación cuidadosa para escribir un poema y la observación
atenta que es la cuna de la experiencia científica. Los japoneses
entienden eso también.
También conviene decir que el haiku japonés incluye
en su mundo la naturaleza y la cultura tradicional y moderna, y
está en constante evolución creando capas y capas de naturalezacultura, por ejemplo, la naturaleza de las grandes ciudades,
la naturaleza-cultura de la última tecnología electrónica, la
308
naturaleza-cultura de un centro comercial o de un moderno paseo
peatonal, como el de la Avenida Arequipa. La popularidad del
haiku y su vínculo con las herramientas de la conciencia ecológica
y la ciencia, convierten al haiku un candidato para el aprendizaje
intercultural en la poesía y en la educación ecológica. El haiku
por la bendición de su brevedad y su síntesis puede ser una
forma poética útil para formar una modernidad alternativa más
sensible a la vida de todas las cosas, para amar su biodiversidad
y comprender mejor lo que nos rodea. Si lo comprendemos así,
el haiku no sólo es una semilla de la poesía japonesa, es también
un agua del corazón que al dejarse fluir talla como un arroyo la
piedra de la naturaleza-cultura de una región y va inscribiendo
en esa tierra cosas significativas sobre los seres vivos y los lugares
concretos. El haiku peruano no tiene por qué ser una importación
japonesa en su literatura, sino una poesía peruana, amazónica o
andina, un riachuelo de sinceridad y belleza.
He escogido estos haikus de Alonso Belaúnde porque
muestran una sensibilidad formada en la actitud del haiku japonés,
pero sin artificialidad ni apego por lo extranjero, sino con la
sinceridad de su propio camino. Los haikus de Alonso hacen sentir
lo que Sologuren llamaba “neto sabor haiku” por la experiencia
de observación atenta de las plantas, la práctica del asombro y la
observación de “la singularidad de la existencia”, en suma, el arte
de reflejar la vida. Alonso va por un camino más humilde que el del
ideal elevado de la iluminación mal comprendida, su naturalidad
rehuye de lo complicado. Me parece que su actitud frente al haiku
corresponde muy bien con la práctica del haiku popular japonés.
Comprende que la maravilla y la sorpresa son las puertas por las
cuales se asoma lo eterno y lo divino (los niños escriben haikus en
Japón, y esta es una bonita práctica que comienza ya en lugares de
habla hispana e indígena en América).
Los haikús de Alonso Belaúnde poseen rasgos que ayudan
a abonar el camino ecológico del haiku en el Perú. Su observación
no nace en parajes inaccesibles, sino en la cercanía de la casa de
309
sus abuelos. Desde un lugar así, cotidiano, el poeta ejercita la
sensibilidad del corazón, como al preguntarse por el tipo de flor
que observa en medio de la conversación con sus amigos. En esta
cotidianidad nos da los reflejos de lo que hacen y sienten otros
seres vivos: el tocarse de un lúcumo y una higuera (que, dicho sea
de paso, es un tópico de las historias sobre árboles en el Japón); el
balanceo de una libélula en la hoja, o el cansancio del lúcumo. Sus
haikus tienen momentos de gran finura que nos muestran cosas
que quizá pocos hemos expresado, como el temblor de una paloma
al ver al hombre que pasa, el beber en quietud de las plantas o
el recoger la lluvia del pacae. En sus haikus se percibe que hay
una voluntad en las acciones de los seres vivos y que la vida es
un esfuerzo pleno de todas las especies. Este sentido de lo pleno
contradice la tesis heideggeriana que sostiene que los animales
o plantas son seres pobres en mundo en comparación con el ser
humano. Sin abrevar de una visión basada en una diferencia entre
pobreza y riqueza ontológica, el haiku de Belaúnde muestra a la
poesía peruana un camino de horizontalidad en la manera de
vivir el mundo. Ello hace que el haiku ayude a construir una visión
de naturaleza y cultura mucho más fluida y rica que no requiere
representar a los seres vivos como personajes de la comedia
humana, sino como sujetos en sí.
Los haikus de Alonso, tomados del libro Temporada de
Lúcumas (2016), desde la sencillez de la casa de los abuelos y las
deliciosas lúcumas (Pouteria lúcuma, árbol nativo de frutos dulces
de pulpa anaranjada), nos muestran que es posible encontrar
y expresar algo de los mundos de los otros seres sintientes. Ese
encuentro avanza paso a paso por la sinceridad, y si sinceramos
el corazón éste se da cuenta que el ser humano, con sus preguntas
y andanzas, es solo otro corazón más que camina recogiendo el
rocío profundo de su existencia.
Tsukuba, agosto 2020
310
SELECCIÓN DE HAIKUS
-tarde rosalos geranios al tacto
son más rojos
viento de otoño
el lúcumo y la higuera
estrechan sus ramas
¿será jazmín?
entre amigos riéndonos
en luna llena
parras de calabaza:
la libélula se balancea
sobre una hoja
lúcumo frondoso:
de tanto cansancio
ha botado sus frutos
gratitud ligera;
por el sendero a casa
311
hay libélulas
paloma al mediodía
en un charco de nubes
tiembla al verme
un lirio muerto
y al enterrarlo
olor a lúcumas
garúa temprana.
las plantas quietas
bebiendo
época del pacae:
quieto en la oscuridad
recoge lluvia
(Libro: Temporada de lúcumas)
312
Posfacio de la muestra peruana
“Voces de limo”
Yaxkin Melchy
Este libro es el primero de la Colección de Ecopoéticas de
la Madre Tierra. Durante el proceso de su edición, su corrección
y diagramación, esta colección fue tomando forma en sus
perspectivas y definiciones. Por eso, cabe decir que la colección
debe mucho de su espíritu ecopoético a esta primera muestra
del Perú ideada por Pedro Favaron. En mayo de este año, 2020,
Pedro tomó la iniciativa de retomar el proyecto de la “Antología
ecopoética americana” que hubimos conversado hace dos años
en su casa en Pucallpa. Desde su casa en la Amazonía, Pedro me
propuso comenzar con la muestra del Perú y continuar con otras
más que ahora están en proceso. Para mí el camino editorial de
los últimos meses ha sido un verdadero aprendizaje reflexivo para
limar las durezas del planteamiento ecopoético y por medio del
diálogo dejar al descubierto el embrión primigenio y saludable de
esta colección que quiere echar su raíz.
En estos meses de la pandemia de la COVID19, Pedro y
yo hemos continuado nuestras pláticas sobre poesía y ecología
por medio de correos, mensajes y llamadas. Este diálogo fructífero
comenzó hace un par de años cuando fui a visitarlo a Pucallpa
como paciente suyo y como amigo. Durante los días que pasé
en la Clínica Nishi Nete en la Comunidad Nativa de Santa Clara
de Yaniracoha, conversamos sobre la ecología, la poesía y una
definición de lo indígena desde un principio espiritual común a
todos los seres humanos. En casa de Pedro realicé el tratamiento
curativo con plantas y cantos (ikaros) y tuve un acercamiento
313
sensible y del corazón a su familia shipibo. Aquellos días de rutina,
oración, depuración y ayuno hallé una luz de sabiduría generosa
y de amor en las conversaciones con Pedro y en las palabras de
Archie Fire Lame Deer, el Sutra del Estrado y la Biblia. Ello me
ha cambiado la vida, y sin ese cambio de vida no habría llegado el
momento de plantearme esta colección. Aquellos días sembré en
el jardín de la clínica un árbol de lupuna y quizá con él mi voluntad
de servir a la Madre Tierra. Al despedirme de Pucallpa sentí como
los árboles me decían que debía esforzarme de ahora en adelante
con responsabilidad y humildad, pues yo había adquirido un
compromiso con la Tierra, con Dios y con la naturaleza que me
había limpiado y sanado de mi vida anterior. Poco tiempo después
obtuve la beca Mombukagakushō para ir al Japón a realizar mi
doctorado e investigar los caminos ecológicos y poéticos de aquel
país. Este último año, los bosques japoneses del monte Tsukuba
me han compartido la fuerza de su presencia y me han recordado
mi compromiso.
Cuando Pedro retomó la iniciativa de continuar el
proyecto, él mismo ideó la metodología de la muestra peruana
y convocó a conocidos y amigos en el Perú y el extranjero para
que participaran. Entre los participantes de esta muestra del
Perú hay algunos especialistas en la obra de los poetas que aquí
se muestran, pero sobre todo hay acercamientos frescos y la
generosa voluntad de reflexionar la poesía y lo poético desde
una toma de conciencia ecológica. Ellos respondieron al llamado
Pedro, y les agradezco enormemente sus aportaciones. Algo más
que quisiera resaltar es la participación de personas que viven en
distintos ciudades, países y continentes: Chile, México, Francia
y yo que me encuentro en Japón. Este coro de voces da cuenta
de una constelación internacional que se interesa por la poesía
peruana y cómo reflexionar ecopoéticamente desde sus propias
visiones, tradiciones, culturas y territorios. Ello es una muestra de
que un compromiso regional puede tener siempre su diálogo a un
nivel más global y ser un espacio de comunicación intercultural
314
sin imposiciones epistemológicas o estéticas. Esta constelación
sería imposible sin las redes afectivas y los vasos comunicantes
que Pedro ha ido cultivando con su trabajo. Su existencia es la
prueba de un movimiento poético e intelectual que tiene canales
alternativos a los que monopolizan o pretenden monopolizar
algunas visiones literarias anquilosadas y monolíticas.
En cuanto a las teorías y acercamientos epistémicos, creo
que la muestra peruana, por su amplitud epistémica y variedad
de enfoques nos ha puesto a pensar a todos, a revisitar a grandes
pensadores y poetas, y establecer puentes interdisciplinarios con
las ciencias y la filosofía. El resultado es una contribución potente
que rompe con el aire castizo y eurocéntrico, tan característico de
los grupos literarios de Latinoamérica. Nuestra orientación común
es clara, abrir nuevas rutas en el pensamiento de la ecología, la
naturaleza y la tierra requiere el acercamiento a otras formas de
habitar los territorios como las que se hallan en las tradicionales
indígenas.
En cuanto a la forma de este libro. Una de las primeras
decisiones de Pedro fue que no se tratara de una antología de tipo
enciclopédico, sino de una muestra guiada por la amistad y la
afinidad ética y poética. El hilo principal que guía a esta muestra
y que de allí se extiende a la colección se encuentra en la visión y
conceptualización indígena, ecológica e intercultural promovida
por Pedro Favaron en sus poemas y en sus escritos de la condición
indígena, la ecología y el pensamiento del corazón (por ejemplo, La
razón poética, publicado este año). Destaco que lo “indígena” es la
“forma del ser y estar” que atraviesa toda la visión de la colección.
Escuchando a Pedro he llegado a comprender que no se puede
escuchar a la naturaleza con respeto si no se escucha las voces de
quienes mejor la respetan y la conocen, a quienes practican desde
la no dualidad su existencia con la naturaleza-cultura. A decir de
Pedro, podemos tomar la categoría indígena, no sólo en su aspecto
político, sino también en su clave espiritual para encontrar una
apertura a la identidad ecológica. En cierto sentido esta propuesta
315
de lo indígena, hecha sin populismo, ni indigenismo, es una
proyección ecológica y decolonial de la condición indígena que
marca ya el espíritu de la Colección.
Esta muestra además me ha mostrado un camino para
abordar ecológicamente el propio canon literario “nacional”. Su
relectura de la tradición poética no sólo da nuevos aires a las voces
de los poetas fundacionales, sino que también recupera algunas
grandes voces que habían permanecido segregadas. Además, la
relectura de la tradición poética en castellano se suma la inclusión
de las literaturas en otras lenguas y las que reflexionan de su
origen multicultural, lo cual aporta un necesario reconocimiento
a la herencia de otros continentes y los grupos migrantes. La
muestra peruana desde su propuesta de relectura del canon y de
apertura intercultural permite esbozar una manera de cómo la
ética ecológica, ambiental o de la Madre Tierra puede redibujar lo
poético desde la diversidad.
En cuanto al tema del activismo, la muestra
conscientemente rehúye de la poesía de arenga, y propone que nos
enfoquemos a la poesía de entrega de la belleza y de la vida diaria,
del cultivo espiritual y la apertura del corazón a lo extraordinario
en lo ordinario. Este enfoque no se pelea ni contradice en modo
alguno con las reivindicaciones o luchas políticas e identitarias,
ni con el respeto o la reparación que exigen varias comunidades
por sus territorios amenazados o depredados. Me parece que,
al contrario, nos muestra la fuerza de las raíces y prácticas con
las que esos mismos movimientos se sustentan. Nos recuerda
que debemos escuchar primero las historias, las visiones, los
conocimientos y los sentires antes entablar un diálogo o sumarnos
a las necesarias luchas y resistencias.
316
Por último, hay que decir que Voces de limo fue formada
en un tiempo de aproximadamente seis meses, entre mayo
cuando Pedro tomó la iniciativa y octubre cuando terminaron de
conjuntarse las contribuciones y textos. Esto me parece un tiempo
récord, si pensamos en lo que suele tomar la preparación de
cualquier libro de participación colectiva. Claramente esto se debe
a la pronta respuesta de los convocados, previamente fundada en
el respeto y la admiración que muchos tenemos a Pedro por su
trabajo, su palabra y la integridad de su mensaje con la práctica.
Creo que esto es importante, pues quizá, de otra manera, sin el
camino transitado por Pedro, una muestra “ecopoética” del Perú
fácilmente hubiera derivado en la pretensión parricida, la moda
académica o el engreimiento personal. Al final de cuentas la
naturaleza siempre puede ser una buena maestra de nuestras
empresas, pero hablar con ella requiere fuerza y claridad de
corazón.
Esta muestra ha sido para mí una nueva etapa en el
diálogo transpacífico que sostengo con Pedro. Sigo aprendiendo
de él y conectando nuestras conversaciones con mi propia
experiencia en el Japón y nuevos interlocutores. Quizá el espíritu
de conversación es lo que mejor define el camino de esta muestra
y esta colección. Mi profundo deseo es que esta colección ayude
a cultivar la conversación sobre la naturaleza y a nutrir un deseo
de práctica, más que lanzar arengas al aire o repetir argumentos
filosóficos que no se sienten ni se practican. Aprender a cuidar
de nosotros mismos es quizá el verdadero reto para nosotros, un
reto que por humilde que parezca es el corazón de la verdadera
sabiduría ecológica y el encuentro con una vida alternativa en la
modernidad. Creo coincidir con Pedro al decir que no se trata de
un proyecto para la “feria literaria” o la “política académica”, sino
para abrirlo a los caminos de la vida. Camino de una conversación
en ocasiones muy íntima y en otras muy colectiva. Desde Japón
agradezco a Pedro, a Andrés González que hizo la prueba de lectura
y a todos los que aquí están presentes. Esta muestra viene de un
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tiempo de crisis en el que se hace cada vez más visible el problema
de la habitabilidad humana que causa la cultura moderna, pero
no por ello hay que caer en el nihilismo. Gracias a la energía que
han puesto todos ustedes, esta colección es como una semilla que
germina con esperanza.
Tsukuba, noviembre de 2020
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