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feminismos andantes VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA feminismos andantes –1– – ALANIS BELLO RAMÍREZ – Feminismos andantes © Fundación Heinrich Böll, Oficina Bogotá - Colombia Publicación con licencia Creative Commons CC BY-NC-ND 3.0 Atribución-NoComercial-SinDerivadas Fundación Heinrich Böll, Oficina Bogotá - Colombia Calle 37 N.º 15–40, Bogotá Teléfono: (+57) 1 371 9111 co-info@co.boell.org co.boell.org Representante: Florian Huber Autoras por orden alfabético Alanis Bello Ramírez Ana Luisa Muñoz Ortiz Ángela Arce Sánchez Angie Viviana Reyes Cifuentes Colectivo Cuerpos Insurgentes Fanny Lucía Lozada Silva Yeimmy Carolina Beltrán Rodríguez Edna Rocío Cárdenas Cárdenas Colectivo Malinches Irleni Milena Corredor Robles Luz Mary Cuervo Plazas Deicy Mariana Pérez Rivera Adela Ávila Rodríguez Tania Espitia Becerra Gina Carolina Brijaldo Olarte Lady Carolina Peña Espitia Diana Carolina Ochoa Vélez Diosas que sanan Angélica Badillo Ramírez Angélica Rodríguez Cardona Diana Katherine Camargo Mendoza Yenny Marcela Salazar Barreto Doris Y. Gómez Niño Gabriela Gacharná Echeverri Jenny Natali Julio Cantor Karina Rivas Cardona Laila Alejandra Carvajal Palacios Lucelis Martinez Minota María Consuelo Pérez Restrepo Mariana Botero Ruge Maribel Elisa Acevedo Valbuena Michelly Giraldo Palacio Miriam Zarate Durier Nevis Balanta Castilla Red de la partería tradicional e intercultural Mhuysqa Ruth Amelia Muñoz Sanabria Ruth Mary Rivero Zabala Sofía Elisa Sierra Arteaga Sofia Lorena Mateus García Sol Suleydy Gaitán Pineda Yusmidia Solano Suárez Edición Fundación Heinrich Böll. Oficina Bogotá - Colombia Coordinación editorial Ángela Valenzuela Bohórquez Laura Isabel Villamizar Revisión de textos Luisamaría Navas Camacho María Paula Peña Natalia Roa Portada Ilustración LaSole Ilustraciones Cristian Porte. (páginas: 8, 26, 46, 50, 78, 94, 140, 174, 220, 236, 264, 270, 290, 316, 334, 340, 360, 374, 382, 388, 394, 426, 438, 462, 466) Diana De Moya («Violencia» página 118) Isabela Velásquez Pedraza («Ventiocho» página 198) Todos los derechos reservados Diseño gráfico Rosy Botero ISBN 978-958-52753-4-8 Primera edición Diciembre de 2020 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia Este documento puede ser descargado gratuitamente en http://co.boell.org El texto que aquí se publica es de exclusiva responsabilidad de sus autoras y no expresa necesariamente el pensamiento ni la posición de la Fundación Heinrich Böll, Oficina Bogotá - Colombia. –2– VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA – ALANIS BELLO RAMÍREZ – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA En este artículo, presento una reflexión sobre mi experiencia como maestra travesti no binaria que trabaja en el contexto universitario. Mi punto de vista se sitúa en los feminismos críticos e interseccionales y, a partir de él, planteo un conjunto de reflexiones sobre el quehacer docente y la lucha por abrir un espacio educativo que sea incluyente con todos los cuerpos. En el trayecto de este escrito, discuto lo que podría llegar a ser una pedagogía feminista y expongo mi lucha contra el binarismo de género en la academia, mi defensa de una ética del cuidado y mi apuesta por hacer de la docencia un lugar sensible a las opresiones de clase, género, raza y sexualidad. *** Las siguientes páginas contienen una reflexión sobre mi experiencia como profesora travesti no binaria y agente de transformación social que hace del feminismo un lugar para interpelar, actuar, pensar y sentir en la vida cotidiana del activismo y la academia. Hablo aquí de los posicionamientos y de los intereses que vengo tejiendo en mi experiencia docente. Hablo de cómo el feminismo se ha convertido en una forma de politicidad que ha afectado la manera en que percibo y hago mi trabajo en el campo de la educación popular y comunitaria. Más que un recuento teórico de lo que es (o podría llegar a ser) el feminismo, lo que busco plantear es lo que significa para mí vivir una vida como maestra feminista travesti comprometida con el desmontaje de las matrices de opresión de género, raza, clase y sexualidad. Asumir un compromiso feminista con la educación implica emprender la construcción de otras prácticas de conocimiento –9– – ALANIS BELLO RAMÍREZ – que permitan abrir mundos para aquellas existencias periféricas que constantemente son amenazadas con el exterminio o la normalización. Ser travesti es darse de bruces contra un mundo rígido y excluyente que opera como un muro1. Rara vez, las travestis en Colombia contamos con la oportunidad de permanecer en la escuela y obtener un grado como bachilleres. Mucho menos, tenemos la oportunidad de estudiar una carrera profesional; por esto, llegar a ser docentes o directivas de un plantel educativo, se nos presenta como un objetivo difícil de alcanzar. Teniendo conciencia de la exclusión que impide nuestras existencias como personas trans en el mundo de la educación, posiciono, deliberadamente, mi ejercicio de maestra travesti en la universidad como una responsabilidad con la diferencia y un lugar de oposición política y epistémica a los saberes hegemónicos, al androcentrismo académico y a la mercantilización de la educación. En este sentido, hablo y actúo como maestra travesti y entiendo esta identidad como un desafío a los binarismos opresivos de género y a las formas heterocentradas del conocer, el sentir y el percibir. Entiendo lo travesti como una incomodidad en/con el mundo. Como una insistente potencia. Como una terca voluntariedad dirigida a (intentar) tumbar los muros que impiden nuestro reconocimiento y presencia en el devenir de la historia. Hacer pedagogías feministas, como señala Chandra Talpade Mohanty, es una tarea que intenta vincular conocimiento, responsabilidad social y lucha colectiva (Mohanty, 2003). El feminismo engendra conocimiento a partir de sus luchas en contra de los muros de la opresión y en sus esfuerzos por tirarlos abajo. Hacerse feminista es una experiencia sensorial que te abre el cuerpo a otras percepciones y te vuelve intolerante al sufrimiento y a las injusticias. Es una metodología para comprender las desigualdades y su reproducción. Es un modo de actuar y enseñar que se caracteriza por un compromiso con desnaturalizar las violencias y con hacer de la desobediencia un bastión para sobrevivir. 1. Empleo las categorías travesti y trans de manera intercambiable. Para muchas personas, estas categorías son incompatibles, pues, implican formas diferenciales de construcción del cuerpo en la feminidad. Sin embargo, para mí, son palabras para luchar, identidades para resistir y experiencias encarnadas para abrir un campito que te permita lidiar contra los opresivos binarios de la feminidad y la masculinidad. Travesti y trans son, en mi cuerpo, categorías políticas para asumir mi inconformidad con un mundo que clasifica los cuerpos según un sistema de sexo/género binario, heterocentrado y patriarcal. – 10 – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA Con el feminismo, pronto te das cuenta de que, para no desaparecer, debes insistir en empujar los muros de la dominación, una y otra vez, para que ellos no te aplasten, no te invisibilicen. Con el feminismo aprendes que, para poder existir, necesitas desobedecer tantas veces como sea posible (Ahmed, 2018). El devenir travesti es una forma de desobediencia a los mandatos hegemónicos del género. Es experimentar tu cuerpo como un manifiesto de lucha, es hacer de tu cuerpo un grito para reclamar libertad. Por efecto de la dominación, muchas travestis hemos ganado conciencia de la importancia que reviste el definirnos a nosotras mismas y apropiarnos del lenguaje para poder inventar una alternativa. Ser trans en una sociedad binaria y heterosexual suele pasar por la experiencia del despojo material, emocional y espiritual de nuestras redes de apoyo. Las personas trans sufrimos el despojo de las redes que hacen que la vida sea posible. Quiero pensar lo trans como una operación política que nos permite volvernos inapropiables, en la medida en que combatimos el despojo de nuestra autonomía afirmando el orgullo de nuestros cuerpos desobedientes. Son múltiples los cruces entre el feminismo y las experiencias trans2, de manera que asumo una pedagogía feminista travesti como una operación radical en el conocimiento y en la praxis política. La educadora brasilera Guacira Lopes Louro (2003) señala que tomar una postura feminista en el campo educativo significa reconocer la experiencia personal como una herramienta fundamental de conocimiento y la vida cotidiana como un escenario en el que se engendran saberes y se negocian el poder y la identidad. Las pedagogías feministas encuentran valor en las voces y en las experiencias de aquellas personas condenadas al silencio. Este gesto crítico constituye un cuestionamiento directo al mundo patriarcal y eurocéntrico de la academia, pues, concibe importantes las experiencias de los grupos oprimidos, de las mujeres y de los disidentes del género y entiende que el conocimiento no está empaquetado en los libros de texto o encerrado en las aulas de clase. En las pedagogías feministas, ocurre un doble rechazo: a la voz autorizada y a las jerarquías de saber que estructuran la educación y el campo científico (Lopes, 2003: 114). El valor que le otorga el feminismo a la experiencia debe verse como una estrategia pedagógica orientada a desactivar regímenes hegemónicos de saber y descolonizar 2. Sobre este encuentro de feminismos y experiencias trans, se pueden revisar el trabajo pionero de la antropóloga colombiana Andrea García Becerra (2010) y, en literatura inglesa, el trabajo de la socióloga Raewyn Connell (2012). – 11 – – ALANIS BELLO RAMÍREZ – nuestras formas de conocer, percibir y sentir. Abordar la experiencia como un eje pedagógico requiere de un delicado trabajo de análisis, en el que el uso de la experiencia ha de anclarse a una comprensión histórica, contextual y contingente de las formas en que se experimentan y encarnan las relaciones de poder. Entender la experiencia en el aula de clase solo como una mera cuestión individual, la despolitiza, la deshistoriza y la reduce a una simple anécdota. Aquí me apoyo de nuevo en Mohanty. La autora nos advierte que el desafío que representa la experiencia no solo es de aprendizaje y autoridad, sino, además, de margen y centro. Esto es, tendremos que evitar que la experiencia se convierta en binaria; impedir poner en el centro a las mujeres como «verdaderas conocedoras» y dejar a los hombres como «observadores marginales» sin responsabilidad y sin nada qué aportar3 (Mohanty, 2003: 203). Una aproximación feminista al abordaje de las desigualdades en el aula de clase se caracteriza por su insistencia en que ninguna persona pase desapercibida; es decir, para desmantelar el sexismo o el racismo, necesitamos emplear experiencias colectivas de aprendizaje que conduzcan a reconocernos como miembros de diversas comunidades, a aceptar la importancia de escuchar las diferentes voces y a responsabilizarnos de nuestra vulnerabilidad constitutiva e interdependiente. Con bell hooks aprendí que «un objetivo primordial de la pedagogía feminista» es «convertir la clase en un entorno democrático en el que todos sientan la responsabilidad de contribuir» (hooks, 1994). Así las cosas, nos oponemos a aquella instrumentalización que tiende a convertir el feminismo y la experiencia de los grupos sociales subalternos en una herramienta para «sensibilizar» a los sujetos que ocupan posiciones dominantes. Más allá de educar «hombres sensibles» o «nuevas masculinidades», las pedagogías feministas emplean la experiencia crítica como un lugar de cuestionamiento radical de las estructuras de poder. Esta pedagogía engendra un lugar de autocrítica, una forma de desestabilizar las subjetividades y de interpelar las epistemologías dominantes que instalan como naturales y normales las jerarquías de género, raza, clase y sexualidad. El feminismo no se reduce a una charla de sensibilización: es, ante todo, dinamita pura. Los feminismos en educación insisten en la necesidad de hacer análisis coimplicados: reconocen historias compartidas de opresión y privilegio y enfatizan 3. Este binario centro/margen puede trasladarse a las relaciones entre blancos y negros, heterosexuales y homosexuales, cisgéneros y transgéneros, adultos y niños, entre otros. – 12 – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA en nuestra responsabilidad individual y colectiva en la reproducción y en el desmantelamiento de las matrices de dominación. Las pedagogías feministas te invitan a mirarte por dentro para poder transformar el afuera. Hacer un análisis excéntrico, coimplicado y relacional de la experiencia personal significa introducir un cuestionamiento pedagógico feminista en la educación popular. Con Donna Haraway (1991), podemos decir que los conocimientos feministas rechazan la romantización de todas las posiciones sociales, incluidas las subyugadas. Es decir, aprendes a entender que los conocimientos críticos no se derivan de una posición automática en una identidad particular, o en un sujeto popular reificado; se derivan de la construcción de una conciencia de oposición, de la apertura sensorial a las diferencias internas y externas y de la creación de alianzas con otras maneras de entender el mundo. Hacerte una maestra feminista te hace dudar de las certezas, te impulsa a desarrollar una sensibilidad especial por el asombro y te convierte en una puentera entre-mundos (Anzaldúa, 2003). Enseñar deviene para ti en un involucramiento con otras luchas con el fin de producir lo común. No necesitas compartir las mismas opresiones o compartir soluciones semejantes. Lo que necesitas es empatía y afinidad con la doloridad del otro. Te haces araña tejedora de hilos diversos: actúas con insistencia para despatriarcalizar los movimientos populares y para desalojar de ellos la transfobia y el heterosexismo, pero, a la vez, dejas que las luchas anticapitalistas, antirracistas y descolonizadoras abran los ojos de tu activismo. Este es un movimiento de doble vía en el que aprendes a devenir un agente de tensión en el propio feminismo y en el campo de la educación popular. Mediante mi experiencia como una maestra trans en el universo de la academia, he sentido que la diferencia se enseña como algo que se debe teorizar, expropiar, consumir, medir, espectacularizar y explicar. Muchos estudiantes se han acercado a hacerme entrevistas para absorber mis testimonios, para exotizar mi vida o, simplemente, para sacar algún ensayo en cualquier materia4. Personalmente, me molesta esta actitud extractivista tan arraigada en la forma moderna y colonial de comprender el saber. Contra los conocimientos 4. Con humor corrosivo y tono socarrón, denuncio esta expropiación epistémica en mis clases y conferencias recordando que, en tiempos pasados (aún pasa), las travestis teníamos que huir de las batidas hechas por la policía y ahora tenemos que huir del antropólogo, del sociólogo y hasta el educador comunitario y sus intereses vampíricos de investigación. – 13 – – ALANIS BELLO RAMÍREZ – objetualizadores y presuntamente neutrales, las pedagogías feministas reivindican la producción de conocimientos cuidadosos, comprometidos, responsables, afectivos y vinculantes. Cuando optas por el feminismo como tu forma de enseñar e investigar, te das cuenta de que la producción de conocimiento es una práctica que requiere del cuidado de las relaciones que construyes con el mundo humano y no humano. Te das cuenta de que el conocimiento es la expresión de una relación y que, allí, la diferencia no opera como algo a domesticar, sino como un universo de posibilidades, de conflictos, de aprendizajes, de disensos, de futuros. En la producción de conocimiento, cuidar es oponerse a la concepción del otro como alguien inferior, como alguien que debe tolerarse o asimilarse: el otro no es tu objeto de estudio. Las feministas no consideramos el cuidado como una labor natural de la identidad femenina. Es, sobre todo, un trabajo y una ética política. Creemos que enseñar con cuidado, como señala la filósofa María Puig de la Bellacasa, es una operación práctica, afectiva y material que nos lleva a reconocer nuestra vulnerabilidad mutua y la importancia de producir conocimientos que contribuyan a reparar nuestro mundo, a sostener la vida y a perpetuar su diversidad (Puig de la Bellacasa, 2017). Y no quiero que me mal entiendas: cuando me refiero a la diversidad, no estoy hablando de un mundo donde las diferencias se experimentan de manera armónica, inocente y desproblematizada. Como maestra feminista, me interesa plantear debates sobre la diferencia como un lugar para descolocar las comprensiones normales y normativas que gobiernan el orden social. Me interesa generar conmoción. Me interesa perturbar lo cotidiano y azuzar la formación política, entendida no como una apacible polifonía, sino como la explicitación de los antagonismos sociales en cuanto ejes centrales de toda política democrática (Mouffe, 2010). Las feministas y las travestis encendemos fuego en un mundo seco que busca el apaciguamiento y la homogeneidad. Cuidar significa un compromiso con la diferencia, tanto en nuestra vida cotidiana, como en nuestras prácticas de enseñanza e investigación. De ahí que nuestras metodologías estimulen la construcción de culturas públicas de disenso (Mohanty, 2003: 203), en las que aprendemos y enseñamos, junto a las comunidades con las que trabajamos, a desafiar en las instituciones hegemónicas las políticas de exclusión de las mujeres y de los grupos subalternos. Por medio de las culturas del disenso, hacemos trabajo de diversidad. – 14 – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA Este consiste en hacer transformaciones institucionales y comunitarias con el «afán de existir en un mundo que no da cabida a nuestra existencia» (Ahmed, 2018: 133). Con esto, buscamos hacer de los terrenos públicos y privados, territorios libres de violencias, territorios para ser. Otro eje fundamental de esta metodología está en combatir la domesticación a la que somete la democracia liberal capitalista las identidades disidentes del género, la raza y la sexualidad. Esa democracia reduce la diferencia a un ornamento multicultural o a una identidad de mercado. Las pedagogías feministas son pedagogías de la disidencia que le apuestan a otros caminos posibles, a presentes comunes no regidos por la imposición de una moral hegemónica o un proyecto preestablecido de formación. El feminismo te enseña a hacer alianzas y a explorar conexiones apasionantes más allá de las fronteras, más allá de los currículos, más allá de lo que nos es permitido conocer. Son pedagogías comprometidas con el devenir y con los conflictos inherentes a la textura de la vida. Estas pedagogías travestis que intento describir sintonizan con la bella lectura que hace Rita Laura Segato de la politicidad feminista: No es utópica sino tópica, pragmática y orientada por las contingencias y no principista en su moralidad. Próxima y no burocrática, investida en el proceso más que en el producto. El proceso es más importante que el producto y, sobre todo, solucionadora de problemas y preservadora de la vida, aquí y ahora (Segato, 2018). Quiero entender la pedagogía feminista y travesti que encarno, como un proyecto de destitución del dispositivo de la promesa (Flores, 2018: 175); es decir, al plantear un compromiso y una responsabilidad con el tejido cotidiano de la vida, estas pedagogías desmontan las retóricas de la transformación que privilegian la educación para un futuro, para una meta, para un objetivo. Desmontan la imposición arbitraria de proyectos vitales que buscan fabricar hombres, mujeres, trabajadores, ciudadanos, revolucionarios…: estas promesas pedagógicas hacen del otro un sujeto a ser formado para un futuro que no le es propio. La pedagogía feminista es desasosegante, pues, más que apostarle a las grandes transformaciones y a las retóricas «salvadoras», opta por la micropolítica y la generación de experiencias educativas que imprimirán nuevos sentidos en el mundo, otras comprensiones de los cuerpos de conocimiento y de los conocimientos sobre los cuerpos. Es una pedagogía que actúa como una pregunta incesante – 15 – – ALANIS BELLO RAMÍREZ – y un cuestionamiento incansable de las violencias, las normalizaciones y los silenciamientos. La pedagogía feminista nos susurra: antes que una pedagogía salvadora, lo que necesitamos es un cuidado comprometido. Esto de no prometer en la práctica pedagógica, se lo debo a las trabajadoras sexuales del barrio Santa Fe en el centro de Bogotá, donde hace dos años acompaño proyectos de educación popular y sus procesos organizativos5. El Estado entiende la educación de las trabajadoras sexuales como una educación salvadora, pensada para el supuesto rescate de sus subjetividades desviadas. Mi conflicto con esta postura es que la educación que para ellas ofrece el Distrito Capital es una promesa para «limpiarlas» y convertirlas en «mujeres decentes y productivas». Como maestra feminista, entré en choque con estas técnicas de normalización que están ancladas a visiones higienistas y a modelos moralizadores de la sexualidad que infantilizan a las trabajadoras sexuales. Si bien hay muchas mujeres que desean abandonar el trabajo sexual, este asunto no debería ser el objeto central de una práctica educativa emancipadora. Aquí, la educación popular feminista me enseñó a comprender que la educación como práctica de libertad estimula la autonomía, la autodefinición y la autodeterminación del cuerpo y los placeres. La pedagogía feminista y travesti que he construido parada en las esquinas con las compañeras trabajadoras sexuales enfatiza en la importancia de cuestionar aquellos saberes que producen ignorancia y desconocimiento de tu propia historia y de tu propia sexualidad. Recuerdo cómo algunos maestros y maestras contratados por el Distrito sentían físico pavor al decir «trabajo sexual» o «prostitución», porque consideraban que la referencia a este mundo interfería con el proceso educativo de las trabajadoras sexuales. Un gesto ridículo de las pedagogías de la promesa: educan sin tomar en cuenta las vidas, experiencias y sentires de los sujetos que en ella se involucran. Una educación sin contexto, una educación no situada, es una educación funcional para la domesticación. Las mujeres trabajadoras sexuales del barrio Santa Fe me dejaron ver su cansancio ante las promesas. No quieren salvaciones, talleres o industrias del rescate. Algunas buscan tan solo sentirse reconocidas y validadas. Otras quieren 5. Le agradezco mucho a las estudiantes y maestras de la línea de investigación en «Género, identidad y acción colectiva» y al grupo de «Práctica pedagógica II» de la Licenciatura en Educación Comunitaria, de la Universidad Pedagógica Nacional, por sus aportes y por las sinergias que nos han permitido construir, junto a las trabajadoras sexuales, una educación emancipadora, puta y feminista. – 16 – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA una educación que, más allá de enseñarles álgebra o español, les muestre cómo fortalecer su autoestima y confianza en sí mismas. Muchas rechazan los modelos educativos que proponen salvarlas para insertarlas en el mercado de trabajo explotador y anhelan una experiencia de formación que construya comunidad, que las proteja de las violencias y que haga audibles sus voces. Ser una educadora feminista es preocuparse y hacer cosas para que nuestras estudiantes encuentren una voz propia. Las putas, como algunas se autodenominan, me han enseñado la importancia de hacer del placer, el erotismo y la curiosidad motores esenciales para activar el pensamiento crítico. En este proceso, bailamos, jugamos, cantamos y movemos el cuerpo para desempupitrarnos de las disciplinas corporales y los discursos normativos (y aburridos) del saber. Una posible didáctica feminista privilegia el aprendizaje sensorial mediante el cuerpo y, es desde allí, desde su reconocimiento, movimiento y vivencia, que articula críticas al mundo y engendra conocimientos de lucha, de conexión y sanación. Cuando hago pedagogía feminista, estoy pensando en sanar las heridas producidas por el sexismo y la heterosexualidad obligatoria en nuestras historias y en nuestra piel. Se trata de reconocer que estas heridas no son solo individuales, sino que nos conectan, nos unen, nos reflejan. Conocer es no solo objetivar y racionalizar el mundo, es también tocarlo, dejarse afectar por él y afectar a otros para producir cambios en las formas hegemónicas de percibir y de percibirnos. Ahora, ser una maestra feminista no debe confundirse con hacer del cuidado del mundo una tarea altruista o un sacrificio al que todas deberíamos aspirar. No. Como bien señala Lopes Louro, nuestra tarea consiste, también, en denunciar aquellos discursos que romantizan el trabajo de cuidado que hacen las maestras. Es una denuncia a los aparatos de captura que buscan encerrar a las maestras feministas en una especie de «‘feminismo de la buena muchacha’: una profesora que sería, de cierta manera, desexualizada y reacondicionada como un sujeto maternal nutridor» (Lopes Louro, 2003: 118). Nuestras relaciones con el cuidado no son ingenuas e inocentes. Cuidar y autocuidarte es algo que también tiene que ver con la desconexión. «No podemos mostrar cuidado hacia todo, no todo cuenta en un mundo; en un mundo, no todo importa, igual que no hay vida sin muerte.» (Puig de la Bellacasa, 2017). A veces, necesitamos romper relaciones para seguir viviendo, poner distancia para poder respirar y, con frecuencia, tenemos que limitar nuestras alianzas, ya que no todas ellas resultan – 17 – – ALANIS BELLO RAMÍREZ – enriquecedoras o estimulantes. En ocasiones, algunas pueden ser desgastantes y pesadas. Las feministas denunciamos la explotación del trabajo del cuidado en todos los ámbitos y esto significa, en la educación, denunciar la sobrecarga de trabajo material y emocional al que se ven abocadas, en su mayoría, las maestras. Denunciamos los estereotipos de género que contribuyen a desprofesionalizar el trabajo de las profesoras, pues reducen sus habilidades y saberes en educación a supuestos rasgos esenciales de la feminidad. Mis estudiantes, en su mayoría mujeres de los programas de educación infantil y educación especial, me han hecho caer en cuenta de cómo hay un desprecio hacia su labor en los circuitos del activismo de izquierda. Hay una gran ignorancia sobre dichas profesiones. Estas maestras hacen un trabajo gigante que aporta a la economía nacional y al bienestar colectivo y lo hacen por medio de sus saberes especializados en los campos del cuidado y la pedagogía. Ellas inciden en los procesos fundamentales de socialización primaria y posibilitan el acceso a la ciudadanía de aquellos cuerpos que excluye el sistema capacitista. Ser maestra feminista es luchar por el reconocimiento de las maestras: por tus compañeras. Es darle importancia a estos trabajos que están involucrados con el sostenimiento de la vida y con el crecimiento físico, intelectual y espiritual de las infancias y la juventud. Ya Pablo Freire (1993) lo había advertido con mucha claridad en una de sus cartas a quien pretende enseñar. El dijo: «La identificación de la maestra con la tía [es una trampa], (…) equivale casi a proclamar que las maestras, como buenas tías, no deben pelear, no deben rebelarse, no deben hacer huelgas» (Freire, 1993: 28). Cuando el feminismo inocula tu identidad docente, rompes con el molde de la «buena muchacha», con la figura de la tía y asumes tu profesión como un lugar político que busca tensionar, arruinar, amargar y fastidiar el sueño capitalista patriarcal de un mundo abnegado ante la explotación. De repente, te ves a ti misma como una provocadora, como una sujeta insolente y voluntariosa que lucha a contracorriente; por un lado, para desmontar la primacía masculina en el campo académico; por el otro, para desestabilizar la cultura burocrática y jerarquizadora de la universidad, con el propósito de que se puedan resolver con efectividad los problemas, que se escuchen las voces silenciadas y que se ponga fin el maltrato institucional. Mis colegas feministas de la Universidad Pedagógica Nacional me han mostrado que para sobrevivir en el campo académico, de nada te sirve ser anodina, – 18 – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA discreta y recatada. Podrán decir que las maestras feministas somos peleonas y es probable, pero, en el fondo, lo que buscamos con esta actitud es que se escuche nuestra voz en los sindicatos docentes, que se respeten nuestros derechos labores y se acabe con la precarización. Maestra feminista es igual a asumir una incansable lucha contra las injusticias de clase, género, raza y sexualidad en el mundo cotidiano y el de la academia. Significa visibilizar el acoso y la violencia sexual en los planteles educativos y cuestionar la estructura desigual de prestigio que suele encumbrar a los hombres en posiciones de audibilidad y poder. La pedagogía feminista nos recalca con insistencia que sin despatriarcalizar, no será posible alcanzar una universidad pública, gratuita y universal. Nuestra voluntariosa actitud de transformación nos lleva a empujar los paradigmas hegemónicos del saber. Como maestra feminista, insisto en posicionar los temas de género y sexualidad como elementos claves para comprender el campo de la educación y las violencias contemporáneas que estructuran el capitalismo moderno, colonial y rapiñador en el que estamos inmersas. Aquí entiendo que es importante construir teorías y perspectivas analíticas no excluyentes, abiertas a la contradicción y comprometidas con hacer visibles elementos que, según nuestra percepción, parecen invisibles o inexistentes. Hacerme una profesora feminista me hizo tomar en serio la importancia de comprender que las violencias no están jerarquizadas y que no existen unas opresiones más fuertes que otras. Empleo en mis trabajos las baterías teóricas, prácticas y políticas de la interseccionalidad como una herencia de los feminismos negros y de mujeres de color para entender que las injusticias sociales, las necropolíticas, la depredación de la naturaleza, el conflicto armado y la privatización de la educación, entre otros temas, son asuntos políticos estructurados por complejas tramas imbricadas de género, raza, clase y sexualidad. Cuando miras a través de los lentes de la interseccionalidad, comprendes que los sistemas de dominación no son separables, se constituyen mutuamente y operan de forma consubstancial. Es decir, las luchas por la justicia social han de ser luchas interseccionales, de alianzas e identificaciones estratégicas entre movimientos sociales y no parceladas por la defensa de una identidad-terruño (Viveros, 2016). Hacerte feminista es abogar por lo común sin borrar lo particular y viceversa, reivindicar lo particular sin olvidar lo universal. – 19 – – ALANIS BELLO RAMÍREZ – En un tiempo político convulsionado como el presente, en el que reinan la rapiña capitalista, el despojo, la guerra extendida y paraestatal, la exacerbación de feminicidios, la destrucción de los ecosistemas, el cierre de fronteras, la precarización del trabajo y un robusto fortalecimiento de los nacionalismos y los fundamentalismos religiosos, las pedagogías feministas nos estimulan a hacer nuevas lecturas de los problemas sociales, con el ánimo de arriesgar otras formas de actuar y de construir comunidades de resistencia. Como pedagoga feminista, busco hacer conexiones entre categorías y sistemas aparentemente separados, para tratar de entender cómo el entrelazamiento de opresiones afecta la vida colectiva, especialmente, la vida de las mujeres y de las personas con orientaciones sexuales e identidades de género no hegemónicas. En los últimos años, la crítica feminista latinoamericana ha remarcado la urgencia de entender que la expansión rapiñadora del capitalismo colonial contemporáneo no se puede desligar de la configuración de una subjetividad específica que sirve de gancho de dicho modelo económico. El feminismo te enseña a ver que las estructuras de poder se hacen carne, se hacen subjetividad y espacio. La cultura rapiñadora del capitalismo está íntimamente vinculada con la producción de identidades de género tóxicas, como la masculinidad guerrera, que ha servido como una estructura de personalidad que distribuye en los espacios domésticos y públicos cruentas violencias que son funcionales al capitalismo (Segato, 2018). En este truculento juego, el capitalismo neoliberal ha minado la seguridad del trabajo como estandarte de la posición masculina y, en él, los hombres se han visto progresivamente socavados en su lugar de poder. Tenemos que sumarle a eso que los movimientos feministas y los sectores LGBT han contribuido a cuestionar de manera pública las viejas ataduras de la dominación masculina, un desafío directo al orden social heterosexual y androcéntrico. El edificio del poder capitalista requiere consolidar una masculinidad conservadora, hegemónica y heterocentrada para poder sostenerse. En América Latina, estamos enfrentando la emergencia de un fundamentalismo religioso evangélico que ha sido potable a los intereses del neoliberalismo. Por medio del llamado discurso de la «ideología de género», la derecha conservadora, religiosa y patriarcal ha querido frenar los avances en materia de reconocimiento de derechos de las mujeres y de los sectores LGBT; desacreditar los aportes del feminismo, disciplinar el cuerpo de la niñez y generar la ilusión de restitución del poder masculino sobre – 20 – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA las mujeres y las comunidades. En Colombia, el asunto de la «ideología de género» logró sabotear el acuerdo de finalización del conflicto firmado entre el Estado colombiano y la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)6. Las personas trans sabemos muy bien cómo opera la masculinidad cruel, guerrera y despiadada. Este sistema capitalista, heterocentrado y binario nos mata de manera sistemática y con nuestra sangre están manchadas las manos de los jerarcas de la iglesia, las manos de nuestras familias y de muchos maestros, jueces y policías. En Brasil, a comienzos de 2019, un hombre le arrancó el corazón a una mujer trans en la ciudad de Campinas y justificó su horrendo crimen diciendo que su víctima era un «demonio»7. ¿Cómo podemos hacerle frente a la barbarie de este sistema y a sus políticas de muerte?, ¿cómo podemos contribuir las maestras feministas a desmontar estas masculinidades guerreras por medio de nuestro trabajo pedagógico?, ¿cómo podemos hacer entender a la izquierda más reacia que intervenir los discursos de género es fundamental para encontrar alternativas al orden capitalista actual?, ¿de qué formas se están articulando pedagogías para la vida en las organizaciones feministas, LGBT y de mujeres en nuestros países latinoamericanos? Estas preguntas me zumban en la cabeza y lo primero que atino a decir es que, en estos momentos, tenemos que radicalizar nuestro voluntarioso trabajo disidente en la escuela, en la calle, la universidad y la comunidad. Tenemos que insistir en que, al cuestionar las relaciones de género y sexualidad en la educación, nuestro trabajo se convierte en un ejercicio de protección de la vida. Necesitamos insistir en una educación feminista y antinormativa que nos permita protegernos de las violencias del Estado y de la exacerbación de la barbarie feminicida y transfóbica. Hacer pedagogías feministas es crear espacios para reinventarnos individual y colectivamente; quizás, como plantea la travesti argentina Susy Shock, tendremos que reclamar el deseo de no querer ser más esta humanidad. Como maestras y maestros comprometidos con la justicia social y la transformación, debemos desterrar de nuestras prácticas y discursos pedagógicos aquellos lenguajes que niegan la existencia de la diferencia, las miradas que reproducen el código binario normal/anormal y, sobre todo, romper con la 6. Para ampliar la afectación de la llamada «ideología de género» en el proceso de paz en Colombia, revisar el trabajo de Camila Esguerra Muelle (2017). 7. Noticia disponible en: https://www.catalunyapress.es/texto-diario/mostrar/1306511/chico-20-anos-arranca-corazon-travesti-considerarlo-demonio – 21 – – ALANIS BELLO RAMÍREZ – hegemonía del pensamiento heterosexual y abrazarnos mucho para que podamos hacer posibles otras vidas, nuestras vidas. Debemos hacer un trabajo sensorial y de base comunitaria. Necesitamos desanestesiar nuestra sensibilidad, ya que el capitalismo y sus valores de competencia, crueldad, falta de empatía con el otro y virilidad exacerbada nos han convertido en cadáveres fríos incapaces de conectar con el dolor de los demás. Nuestras prácticas pedagógicas pueden orientarse a romper las «pedagogías de la crueldad» que aprendemos en la televisión y en el internet, donde se normaliza el exterminio del otro y se espectaculariza el sufrimiento (Segato, 2018). Podemos actuar construyendo pedagogías afectivas, cuidadosas y abiertas al reconocimiento del dolor, pues, allí reside un enorme potencial para acabar con las violencias, con las guerras, con la consumición del otro. Quizás el feminismo en educación es una ética del duelo con la que podemos aprender a cuidar de la vida de todas y de todos y a sentir que las muertes y las discriminaciones ajenas nos afectan, nos minan. La pedagogía feminista nos enseña a sentir que yo soy otra tú. Deborah Britzman (2001) apunta la importancia de convertir el espacio educativo en un lugar para la imaginación, para vivir la sexualidad con libertad y sin miedo. El «dominio imaginario» es un terreno fundamental para oponernos a la domesticación y al control del orden patriarcal neoliberal. Cuando estimulamos la construcción propia de la sexualidad y el conocimiento de nuestros cuerpos, estimulamos la curiosidad y la voluntad de ejercer nuestro derecho a la autodeterminación. Cuando creamos condiciones para ejercer la libertad sexual, enseñamos a cuestionar el orden social. La escritora colombiana Marvel Moreno lo enunció hermosamente en una de sus últimas entrevistas: El poder trata de infantilizar a los seres humanos, haciéndolos sentir culpables de su sexualidad, para que se conviertan en unos ovejos (…). La privación de la sexualidad por parte del poder se vuelca en contra de la sociedad; siempre nos han querido reducir así. Luchar para recuperarla es necesario para poder afirmarse en el mundo (Moreno, 2018). Cierro con esto. Las pedagogías feministas que aquí he descrito como mi experiencia, mi aprendizaje, mi taconeo por la vida, me han servido para afirmarme en el mundo. Para no sentir vergüenza, para sanar muchas heridas, para no perder el impulso, para reírme en la cara de los odiosos y para celebrar mi existencia. – 22 – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA Soy afortunada por haberme encontrado con el feminismo: me salvó la vida. El feminismo me conectó con otras para luchar colectivamente y para enseñar con la esperanza radical de que, por medio de alianzas, podemos hacer de este mundo un lugar menos doloroso. Por cierto, debo decir, también, que el feminismo, para ser feminismo, ha de ser inexorablemente antitransfóbico y excluir de sus bases cualquier ideología de odio que prive a las personas trans de ser parte de esta lucha. El feminismo es una praxis que le apuesta a hacer del mundo un lugar más placentero, más comprometido con el cuidado de la vida y la naturaleza. Este es mi compromiso, este es mi camino, el camino de una vida como maestra travesti feminista. Bibliografía Ahmed, S. (2018). Vivir uma vida feminista. Barcelona: Ediciones Bellaterra. Anzaldúa, G. (2002). Now Let Us Shift…The Path of Conocimiento...Inner Work, Public Acts. En G. Anzaldúa y A. Keating (comps.). This bridge we call home. Radical visions for transformation (pp. 540-578). Nueva York: Routledge. Britzman, D. (2001). Curiosidad, sexualidad y curriculum. Consultado en http:// latin.sysprop.net/latintraining/punto/biblio/CSEX/Britzman.pdf Connell, R. (2012). Transsexual Women and Feminist Thought: Toward New Understanding and New Politics. Signs, 37, 4, Sex: A Thematic Issue (Summer 2012), pp. 857-881. Esguerra, C. (2017). Cómo hacer necropolíticas en casa: Ideología de género y acuerdos de paz en Colombia. Sex., Salud Soc. (Rio J.) 27, pp.172-198. Online. Flores, V. (2018). Tropismos de la disidencia. Buenos Aires: Palinodia. Freire, P. (1993). Cartas a quien pretende enseñar. México: Siglo XXI editores. García, A. (2010). Tacones, hormonas, siliconas. Teorías feministas y experiencias trans en Bogotá. Tesis de Maestría para optar al Título de Magíster en Estudios de Género. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. – 23 – – ALANIS BELLO RAMÍREZ – hooks, b. (1994). Teaching to transgress. Education as The Practice Of Freedom. New York: Routledge. Haraway, D. (1991). Ciencias, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra. Lopes, G. (2003). Gênero, sexualidade e educação. Uma perspectiva pós-estruturalista. Petrópolis, Rio de Janeiro: Editora Vozes. Mohanty, C. (2003). Feminism without Borders. Decolonizing Theory, Practicing Solidarity. Durham & London: Duke University Press. Moreno, M. (2018, 18 de junio). Una entrevista inédita de 1998 con Marvel Moreno. Revista Arcadia. Consultado en https://www.revistaarcadia.com/ libros/articulo/entrevista-inedita-con-marvel-moreno-fabio-rodriguez-literatura-colombiana-sexualidad/69660?fbclid=iwar0yffsdxdd-4avzhm57od543e1rlt8qiacjdxpwjgbfrpdonc0ugwjnbea Mouffe, C. (2010). Política agonística en un mundo multipolar. Barcelona: Editorial Bellaterra. Puig de la Bellacasa, M. (2017). Pensar con cuidado. Consultado en http://editorialconcreta.org/_Maria-Puig-de-la-Bellacasa_ Segato, R. [L]. (2018, 22 de noviembre). Rita Segato en foro Clacso 2018. Archivo de video. Consultado en https://www.youtube.com/watch?v=e_b7TC1Jbto Viveros, M. (2016). La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación. En Debate Feminista 52, 1-17. – 24 – VIVIR SIENDO MAESTRA TRAVESTI FEMINISTA ALANIS BELLO RAMÍREZ Socióloga, Mágister en Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia. Pedagoga trans e investigadora en temas de memoria y conflicto armado. Docente de la Licenciatura en Ciencias Sociales, de la Universidad Pedagógica Nacional y estudiante del Doctorado en Educación de la Universidade de São Paulo, Brasil. alanisupn@gmail.com – 25 –