LE MONDE
diplomatique | abril 2021 | 11
La disputa por la memoria y los símbolos
El monumento ausente
A
por Francisca Márquez* y Alvaro Hoppe**
ntes que amanezca en Santiago, el
jueves 11 de marzo, un grupo de militares rinde honores a la estatua del
general Manuel Baquedano. A un
costado, una grúa espera el fin del clarín para
desprender al caballo y al general de su base, y
trasladarlo a una bodega donde será restaurado. Esa noche la escultura luce cuidadosamente pintada de negro y café, sin rastro alguno de
grafitis ni banderas. La estatua es removida de
su lugar, poniendo fin a una larga deriva de asaltos, pinturas y camuflajes. Según han indicado
las autoridades, una vez restaurado, el general
volverá a ocupar su lugar, el centro de Plaza Baquedano/Plaza Italia/ Plaza Dignidad.
Lo cierto es que poco importa si regresa o no, porque con esta gesta final, el general entra en el vasto inventario iconoclasta de
nuestra historia monumental y patrimonial.
En efecto, tal como hemos visto estos últimos años en toda Latinoamérica y el mundo,
el monumento del general Baquedano como
muchos otros monumentos, se ha transformado en un espacio privilegiado para la disputa de las narrativas heroicas de la nación.
En este inventario de los caídos se cuentan
el busto del conquistador Pedro de Valdivia
“empalado” a los pies de la estatua del cacique
Lautaro en Temuco; el monumento derribado
del emprendedor y exterminador de fueguinos José Menéndez para ser depositado a los
pies de la estatua del indio patagón en la Plaza de Armas de Punta Arenas; los héroes de la
Guerra del Pacífico (1879-1884) decapitados
en el Morro de Arica; o las estatuas de Cristóbal Colón en diversas ciudades del mundo.
Todos ellos – y muchos más - forman parte del
botín de guerra de las revueltas e insurrecciones del siglo XX y XXI y que arrancan del espacio público aquello que, en nombre del progreso y la civilización, asientan el poder colonial, patriarcal, militar y racista.
Lo importante es que junto estos actos iconoclastas y de violenta antropofagia ritual,
también se levantan otros monumentos y otros
relatos. Es el caso del busto de Milanka, mujer
diaguita que se instala luego del derribamiento
del monumento al conquistador español Francisco de Aguirre, en la ciudad de La Serena; los
tres tótem o esculturas de madera representando al pueblo mapuche, diaguita y selk´nam
para dar la espalda al monumento del general
Baquedano en Santiago; el monumento al Inca Cahuide resistiendo al español en la batalla
Alvaro Hoppe ©
de Saqsaywaman, Maca, Perú; o el busto a Comanche, el gran líder afrodescendiente del barrio marginal El Cartucho, Bogotá, Colombia.
Son algunos ejemplos de contramonumentos
o monumentos insurrectos que nos recuerdan
que el relato de la nación se hace también de
dolorosa subalternidad; y que la historia, ni la
más violenta, fagocita de todas las memorias.
Por el contrario, la historia siempre puede ser
revisitada y subvertida no sólo para remover el
horror de los pedestales sino también para homenajear a los silenciados.
Se restauren o no los monumentos, se los
traslade o se los haga desparecer, la disputa
que las prácticas iconoclastas provocan en la
narrativa-monumental-patria siempre interrogan la definición de lo que merece ser recordado y resguardado. La pintura o la limpie-
Alvaro Hoppe ©
za de estatuas y monumentos no borrarán ese
entramado de sentires y demandas por una sociedad más diversa y más justa. La pregunta es
entonces, cómo repensar los monumentos y
los espacios públicos en función de esa diversidad de gestos y voces. ¿Cómo y quiénes definen lo que es merecedor de ser resguardado
y conservado? ¿Cómo hacemos memoria viva
de estos monumentos derribados y ausentes?
Sean cuales sean las respuestas a estas complejas preguntas, lo cierto es que la planificación y el diseño de nuestros espacios públicos
– espejo de la sociedad que queremos - ya no
podrá ser atribución solo de expertos y técnicos sentados en una oficina gubernamental o
inmobiliaria. Los escombros monumentales,
como materialidades residuales que son, debieran ser comprendidos como una invitación
a repensar y reescribir sus formas significadas.
Aprender a leer y a escuchar estos gestos insu-
rrectos e iconoclastas como pizarrones y manifiestos de la sociedad que queremos parece
una urgencia de estos tiempos.
Sin desconocer la historia que subyace a cada uno de estos gestos iconoclastas, habrá también que atreverse a soñar. Tal como lo hacía el
cura obrero Mariano Puga (1931 – 2020) cuando señalaba: “Levantaría una tarima en Plaza
Italia, agarraría a todos los acordeonistas y guitarristas e invitaría a bailar a la gente, a hacer de
esa plaza un gran centro de baile en donde cada
una y cada uno pueda mirar pa´l lado e invitar
a otros que nunca han cantado, que nunca han
reído. […]Transformaríamos la plaza en una
fiesta donde nos tomaríamos de la mano con
los que son pisoteados y haríamos de Chile, al
menos por un rato, un baile chilote.” g
*Antropóloga
** Fotógrafo
Alvaro Hoppe ©