UNA GENERACIÓN DESTRUIDA POR LA
GUERRA: SIN NOVEDAD EN EL FRENTE
(LEWIS MILESTONE, 1930)
Pablo Pérez López
Universidad de Valladolid
en La historia a través del cine: las dos guerras mundiales, 2007, págs. 63-84
Una guerra más absurda que horrorosa
La importancia histórica de la Gran Guerra (19141918), como la llamaron sus contemporáneos, es algo universalmente reconocido. Las preguntas acerca de ella son
también preguntas acerca de algunos de los problemas más
importantes que tenemos todavía hoy planteados. Bastaría
decir que fue un conflicto que duró más de cuatro años,
segó 10 millones de vidas y dejó más de 11 millones de
heridos para ilustrar la dimensión de la tragedia. El mero
enunciado del balance de pérdidas humanas reclama una
reflexión: semejante hecho, protagonizado por las que
se tenían —y siguen teniendo por muchas razones— por
las más avanzadas naciones del planeta, precisa una explicación. En primer lugar, porque si no entendemos sus
causas, podríamos volver a repetirla. Y en segundo porque
unos hechos tan dramáticos y prolongados en el tiempo no
pueden quedar sin consecuencias. Y así es. En mi opinión
la Gran Guerra debe ser mirada como el origen de muchas
circunstancias de nuestro modo de vivir actual. Dicho de
otra forma, los cambios sociales y culturales que alumbró
ese conflicto tan duradero, extenso e intenso, afectaron
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hondamente a las sociedades que lo vivieron. Tan hondamente que todavía hoy perviven, y que todavía hoy nos
cuesta dar cuenta de las razones de semejante desastre1.
Me gusta evocar, para ilustrar la densidad del cambio
provocado por la Gran Guerra, un texto de uno de los literatos que mejor han reflejado sus consecuencias, Joseph
Roth:
«En aquel tiempo, antes de la gran guerra, cuando
sucedían las cosas que aquí se cuentan, todavía tenía importancia que un hombre viviera o muriera. Cuando alguien desaparecía de la faz de la tierra, no era sustituido
inmediatamente por otro, para que se olvidara al muerto,
sino que quedaba un vacío donde él antes había estado,
y los que habían sido testigos de su muerte callaban en
cuanto percibían el hueco que había dejado. Si el fuego
había devorado una casa en alguna calle, el lugar del incendio permanecía vacío por mucho tiempo, porque los
albañiles trabajaban con circunspección, y los vecinos,
a los que pasaban casualmente por la calle, recordaban
el aspecto y las paredes de la casa desaparecida al ver el
solar vacío. ¡Así eran entonces las cosas! Todo cuanto
crecía necesitaba mucho tiempo para crecer, y también
era necesario mucho tiempo para olvidar todo lo que
desaparecía. Pero todo lo que había existido dejaba sus
huellas y en aquel tiempo se vivía de los recuerdos de la
misma forma que hoy se vive de la capacidad para olvidar rápida y profundamente.»2
1 Para conocer su historia sigue siendo referencia inexcusable la obra
de Marc Ferro, La Gran Guerra (1914-1918), Madrid, Alianza, 2002. En
cuanto a las consecuencias sociales más profundas de la guerra, me parecen especialmente lúcidos los resúmenes realizados por René Remond,
Introduction à l’Histoire de notre temps, tome 3, De 1914 à nos jours,
Paris, Seuil, 1993; y Gonzalo Redondo, Historia Universal, tomo XII, La
consolidación de las libertades, Pamplona, Eunsa, 1984.
2 Joseph Roth, La marcha Radetzky, XVIII.
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El final de la primera frase resulta estremecedor, y
de eso, precisamente, trata la película que nos sirve para
evocar cómo se ha visto en la gran pantalla este hecho
capital de nuestra historia contemporánea. Ciertamente,
aunque no faltan análisis históricos profundos acerca de la
Gran Guerra, de sus causas, consecuencias y significado,
la densidad de la cuestión abordada requiere también acercamientos que son más compatibles con las formas de trabajar de los artistas que con las de los historiadores. Quizá
el arte sea más apropiado para hablar de los aspectos más
dramáticos, que son muchos, de la cuestión que nos ocupa.
Y en eso Sin novedad en el frente puede considerarse una
obra maestra.
Con frase tomada de la entradilla de la novela en que
se inspira la película, se puede decir que ésta trata de la
destrucción de una generación por la guerra. Pero mirando con algo más de amplitud cronológica, me parece
que convendría hablar de la evidencia de la destrucción
en Europa de algunos elementos humanos esenciales y la
huella que esto dejó en la cultura occidental. Dentro de
ella destacaría la conciencia que ésta adquiere de estar
dañada en sus raíces: no cabe pensar otra cosa cuando
se ha dado un fruto tan amargo como la Gran Guerra.
Por eso se entiende que los historiadores, al hablar de
las consecuencias de la prolongación de la guerra y de la
intensidad con que se vivió, hablen de un cambio en las
mentalidades.
Por lo que hace al aspecto estrictamente político, en
su sentido más amplio, de proyecto de vida en común,
en lo más profundo la Gran Guerra y Sin novedad en el
frente hablan del fracaso del nacionalismo como religión
de Estado, del fracaso de una cierta forma de entender la
solidaridad nacional y el patriotismo, y de la muerte de un
proyecto optimista que se suele identificar con el espíritu
de progreso decimonónico, estrechamente vinculado al
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proyecto nacional. Sin novedad en el frente habla, en definitiva, de cómo todo el esfuerzo por construir un mundo
más habitable dio lugar a todo lo contrario, a una realidad
que destruía o vaciaba de sentido algunos elementos de la
vida de los hombres sin los cuales la vida no merecería ese
nombre. Así lo resumía Remarque por boca de su protagonista al final de su novela:
«ahora estamos agotados, deshechos, calcinados, sin
raíces ni esperanza. Ya no podemos encontrar el camino
que nos conduzca a nosotros mismos.»3
Pero la vida no se detuvo, los hijos de los hombres de
la Gran Guerra, nosotros, tenemos que vivir con esa herencia, de la misma forma que tuvieron que hacerlo los supervivientes, a pesar de estar destruidos. El propio Remarque
evoca ese deseo irrefrenable de vivir pocas líneas antes de
evocar la muerte de ese mismo personaje:
«No es posible que se haya desvanecido para siempre aquella ternura que llenaba de inquietud nuestra sangre, aquella incertidumbre, aquel encantamiento, aquel
ansia de futuro, los mil rostros del porvenir, la melodía
de los sueños y de los libros, el deseo y el presentimiento
de la mujer… No es posible que todo haya perecido en
los bombardeos, en la desesperación, en los prostíbulos
para soldados.»4
Y ese es quizá el núcleo de ideas que novela y película
plantean para la reflexión de quien se interese por esta
historia: pensar la Gran Guerra es tanto como tratar de
comprender cómo han surgido del mismo deseo de progreso humano las más absurdas formas de arrancar la vida de
muchos y el sentido de la vida de todos.
3
4
Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente, XII.
Ibídem.
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Un director americano venido de los confines
de Europa
Lev Milstein nació en Chisinau (Besarabia, Rusia en
la época y ahora capital de Moldavia), el 30 de septiembre de 1895, hijo de un acaudalado industrial de origen
judío5. Estudió en Bélgica y Alemania y emigró a los
Estados Unidos en 1913, donde trabajó en una fábrica y
luego como comerciante. Su primer contacto con la narración cinematográfica se produjo en tiempos de la Primera
Guerra Mundial, época en la cual ayudaba a rodar los entrenamientos de las tropas americanas. Después de prestar
servicio militar se fue a Hollywood, donde comenzó a trabajar como montador y luego como asistente de dirección
y guionista, hasta que en 1925 fue contratado por Howard
Hugues como director. Ganó el Oscar como Director de
la Mejor Comedia en 1927, en la primera ceremonia de la
Academia de Hollywood, con Hermanos de armas (Two
arabian nights). Pero su fama mundial la alcanzó en 1930
con Sin novedad en el frente (All quiet on the western
front), que le valió su segundo Oscar.
Los años siguientes fueron los mejores y más prolíficos de su carrera. En 1931 rodó Un gran reportaje
(1931), la primera vez que se llevaba a la pantalla grande
la obra teatral de Ben Hetch y Charles MacArthur The
Front Page6. Durante toda la década de los 30, Milestone
demostró su profesionalidad en diversos géneros, así rodó
5 La región balcánica de Besarabia pasó a poder de Turquía en 1503,
en 1812 a Rusia y en 1920 a Rumanía. En 1940, de resultas del pacto entre
Stalin y Hitler, fue ocupada por la URSS y en 1941 fue recuperada por Rumanía. En 1944 fue anexionada a la URSS. En la actualidad, su parte Norte
forma la República de Moldavia y la Sur, litoral al mar Negro, está unida a
Ucrania. La localidad de Chisinau es actualmente la capital de Moldavia.
6 Posteriormente trasladada al cine por Howard Hawks en Luna Nueva, y Billy Wilder en Primera plana.
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meritorias películas como Rain (1932), film co-protagonizado por Joan Crawford y Walter Huston que adaptaba
una novela de William Somerset Maugham, el musical con
Al Jonson Soy un vagabundo (1933), la película de aventuras El general murió al amanecer (1936), protagonizada
por Gary Cooper y Madeleine Carroll, o La fuerza bruta
(1939), una gran adaptación de De ratones y hombres, texto escrito por John Steinbeck. En este decenio, Lewis Milestone se casó con la actriz Kendall Lee Glaezner (Rain),
con quien mantuvo un feliz enlace hasta 1978, año en que
enviudó.
La trayectoria de Milestone en los años 40 deparó
títulos muy estimables como los filmes bélicos Edge of
darkness (1943), The North Star (1943), The purple heart
(1944) y A walk in the sun (1946), la excelente película
El extraño amor de Martha Ivers (1946), Arco de triunfo
(1948) o The Red Pony (1949), otra traslación cinematográfica de una obra de Steinbeck.
En los años 50 y a pesar de que no abandonó el cine,
rodando films como La ley del látigo (1952) con Maureen
O’Hara o El inspector de hierro (1952), película que adaptaba «Los Miserables» de Victor Hugo, Lewis Milestone
trabajó principalmente en el medio televisivo.
Sus últimas películas fueron La cuadrilla de los once
(1960)7, y Rebelión a bordo (1962), film de aventuras protagonizado por Marlon Brando, nueva versión del motín
de la Bounty.
Lewis Milestone fue un director de conocidas tendencias izquierdistas, que le colocaron en la órbita del comunismo. El clima liberal del New Deal y la nutrida emigración de alemanes exiliados en Hollywood en el curso de
estos años había creado en esta ciudad un vivo ambiente
7 Película que conocería un remake posterior de Steven Soderbergh,
Ocean´s eleven
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político antifascista, que tuvo ocasión de manifestarse en
el curso de frecuentes declaraciones o mítines acerca de la
guerra civil española y protestas contra la dictadura de Hitler (ya en mayo de 1939, antes de iniciarse la guerra, había
aparecido el film Confessions of a nazi spy, de Anatole
Litvak, que provocó una protesta diplomática del gobierno
alemán). También una buena parte de la producción cinematográfica americana de los años treinta demostró una
aguda sensibilidad hacia los problemas sociales y políticos
(el desempleo, la crisis agraria, el gansterismo, la corrupción de la administración de la justicia o de los sistemas
penitenciarios), y de esa década datan algunos de los más
altos ejemplos ofrecidos por el cine social norteamericano:
Soy un fugitivo (I am a fugitive from a chain-gang, 1932)
de Mervyn Le Roy, Tiempos modernos (Modern Times,
1936) de Chaplin, Furia (Fury, 1936) y Sólo se vive una
vez (You only live once, 1936) de Fritz Lang, The Black
Legion (1937) de Archie Mayo, Grapes of Wrath (1940)
de John Ford, etc.
En 1943 Milestone dirige La estrella del Norte, con
guión de Lillian Hellman, presentando una visión bucólica
e idealizada de la Unión Soviética, en la que la exaltación
de la vida rural y sencilla se confundía con la del propio
régimen soviético. Eran los tiempos de la Gran Alianza y
Hollywood sintonizaba con el ambiente general de simpatía hacia el aliado ruso. Cuando la Guerra Fría sustituyó a
la camaradería antinazi, el compromiso social de Milestone, su militancia y sus simpatías filosoviéticas le colocaron
en el punto de mira del Comité de Actividades antiamericanas del Congreso.
En 1947 la Comisión presidida por J. Parnell Thomas
expidió 41 citaciones destinadas a otros tantos profesionales del cine americano. De estos 41 convocados 19 decidieron oponerse a las actuaciones de la Comisión. Uno
de estos llamados «testigos inamistosos» (The unfriendly
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nineteen) fue Lewis Milestone8. A diez de ellos (The Hollywood Ten) se les tomó testimonio, y al negarse a declarar fueron acusados de desacato y condenados a diversas
penas. Los otros nueve, entre los que estaba Milestone no
tuvieron que hacerlo debido a la imprevista suspensión de
las sesiones9. Esta situación le permitiría capear el temporal de la mejor manera posible y continuar trabajando para
la industria cinematográfica, si bien su mejor momento
había pasado ya.
Sin novedad en el frente se enmarca dentro de esa
tendencia de preocupación social, de «compromiso» según la terminología al uso, típica de su director. Aborda
además un tema, el de la guerra, que es una constante en
su filmografía. Lejos de dejarse seducir por el aspecto romántico y de ofrecer una visión idealizada de los campos
de batalla, Milestone subraya lo absurdo e inhumano de
los conflictos bélicos y todo lo que tienen de deshumanizadores. Quizá influyera en ello su conocimiento de
las trincheras francesas durante la Gran Guerra, pero sin
duda es definitiva su inspiración en la novela de Remarque. Lo hizo así en Sin novedad en el frente, y volvió
a hacerlo en Un paseo bajo el sol (A walk in the Sun,
1946), film basado en la novela de Harry Brown en el
que narra la lucha de un comando norteamericano en la
Italia de 1943 para lograr desactivar y alcanzar una granja que se encuentra ocupada por los nazis y volar el puente que se encuentra en su cercanía. Otro tanto hizo en La
8 Por orden alfabético eran además de Milestone: Alvah Bessie,
Herbert J. Biberman, Bertold Brecht, Lester Cole, Richard Collins, Edward
Dmyryck, Gordon Khan, Howard Koch, Ring Lardner, John Howard
Lawson, Albert Maltz, Samuel Ornitz, Larry Parks, Irving Pichel, Robert
Rossen, Waldo Salt, Adrian Scott y Dalton Trumbo. Trece de los diecinueve
eran judíos. Román Gubern, La caza de brujas en Hollywood, Anagrama,
Barcelona, 1987, p. 24
9 Op. cit., p. 50.
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cima de los héroes (Pork Chop Hill, 1959), ambientada
en la guerra de Corea (ya en un momento en que la presión anticomunista estaba descendiendo en Hollywood),
y en la que se presenta a una unidad norteamericana que
debe combatir por conquistar una colina sin el menor valor estratégico.
La película
Ficha técnica
Producción: U.S.A. 1930 (Universal International. Carl
Laemmle Jr.).
Dirección: Lewis Milestone.
Guión: Del Andrews, Maxwell Anderson, George
Abbot, de la novela Im Western Nichts Neues de Erich María Remarque.
Diálogos: Maxwell Anderson, Georges Abbott, C. Gardner Sullivan.
Director de Diálogos: George Cukor.
Fotografía: Arthur Edeson.
Fotografía de Efectos Especiales: Frank H. Booth.
Dirección Artística: Charles D. Hall, W.R. Schmitt.
Montaje: Edgar Adams, Milton Carruth, Maurice Pivar.
Intérpretes: Lew Ayres (Paul Bäumer), Louis Wolheim
(Katczynsky), John Wray (Himmelstoss), George Slim
Summerville (Tjaden), Raymond Griffith (Gèrard Duval),
Russell Gleason (Müller), William Bakewell (Albert),
Scott Kolk (Leer), Walter Rogers (Bohm), Ben Alexander
(Kemmerich), Owen Davis Jr. (Peter), Beryl Mercer (la
madre de Paul), Edwin Maxwell (el padre de Paul), Harold
Goodwin (Detering), Marion Clayton (hermana de Paul),
etc.
71
Orígenes literarios: Remarque y el cine
La película está basada en la obra del mismo título
de Erich Maria Remarque. Nacido en 1898 en Osnabrück
(Alemania) en el seno de una familia acomodada, Remarque fue llamado a filas en 1916 para combatir en la
Gran Guerra, en la que resultó herido de gravedad. Diez
años después del fin del conflicto publicó Im Westen
Nichts Neues, traducida al inglés un año más tarde como
All quiet on the western Front. La novela tuvo un éxito
internacional casi inmediato, lo que movió a Hollywood
(en concreto a la Universal) a adquirir los derechos para la
realización de una película.
Remarque tuvo que hacer frente en su patria a la creciente hostilidad de los nazis que condenaron su obra por
ser contraria a los intereses de la patria. Para complicar
las cosas en 1931 publicó una secuela de Sin Novedad en
el frente titulada Der Weg zurück (traducida al español
como Después) centrada en la experiencia de la traumática
posguerra alemana. Esto provocó la ira de los nazis y el
exilio de Remarque y su esposa a Suiza en 1932. En 1939
emigró a Estados Unidos, donde se nacionalizó en 1947.
Su hermana, que permaneció en Alemania, fue asesinada
por los nazis durante la guerra. En los Estados Unidos Remarque encontró trabajo precisamente como guionista en
Hollywood. Su novela Drei kameraden (Tres camaradas),
sobre la Alemania de posguerra, inspiró la película del
mismo título de Frank Borzage (Three comrades, 1938).
Tuvo un tempestuoso romance con Marlene Dietrich que
le inspiró su novela Arco de Triunfo, llevada al cine en
1948, precisamente por Lewis Milestone y que trata sobre
la vida en el París ocupado por los nazis. Suyo fue asimismo el guión de Tiempo de amar, tiempo de morir, dirigida
por Douglas Sirk en 1958, que vendría a ser el equivalente
de Sin novedad en el frente, pero en la Segunda Guerra
72
Mundial10. Remarque falleció en Suiza, donde pasó sus
últimos años, en 197011.
Producción, premios y dificultades
La película contó con un presupuesto de 1,25 millones
de dólares. Fue producida por la Universal, concretamente
por Carl Laemmle Jr., hijo del dueño de la compañía. Las
escenas de batallas fueron rodadas en un rancho de California y se emplearon más de 2.000 extras. Entre ellos
estaba Fred Zinnemann.
Milestone reconcilió el realismo de lo descrito con
el estilo deliberadamente lírico de los diálogos. También
supo mezclar la extrema estilización de algunas interpretaciones con el simple naturalismo de otras. Usó sus medios
técnicos con incomparable habilidad y le dio toda la fluidez de las películas mudas a una cámara que se desplazaba
en travellings y en panorámica y volaba sobre los campos
de batalla o la pequeña ciudad de la cual el protagonista y
sus compañeros de colegio salen para la guerra. Al mismo
tiempo Milestone exploró imaginativamente las posibilidades del montaje y del sonido, aunque hubo también una
versión muda del film.
Ganó el Oscar a la Mejor película y el de Mejor director (el segundo de Milestone) y tuvo otras dos nominaciones: Guión adaptado y Fotografía. Fue un gran éxito de
10 En esta película Remarque aparece como actor, interpretando a
un viejo profesor antinazi que es visitado por el protagonista en busca de
ayuda. Vendría a ser la contrafigura del profesor Kantorek de Sin novedad
en el frente.
11 La página web del Erich Maria Remarque Friedenszentrums
(http://www.remarque.uos.de/) contiene abundante información sobre el
escritor y su obra, y pone a disposición de los usuarios una interesante basse de datos sobre cine bélico y antibelicista en http://www.krieg-film.de/.
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crítica y público en los Estados Unidos. No corrió, sin embargo, la misma suerte en Europa. A comienzos de diciembre de 1930, Joseph Goebbels montó con miembros de las
SA una campaña continuada contra las exhibiciones de la
cinta, arrojando petardos y miles de ratones en las salas.
Finalmente la censura cedió a las presiones y prohibió la
película. Después de Alemania siguieron Austria y Francia,
en donde el veto sólo se levantó en 1963. Posteriormente,
en los tiempos de la Guerra Fría, en los mismos Estados
Unidos la película fue recortada varias veces e incluso editada de tal manera que pareciera una glorificación heroica,
para adaptarla al clima de los días de la guerra de Corea.
La Gran Guerra vista por Milestone y Remarque
Entre los temas principales abordados en la película
destacaría en primer lugar el horror de la Guerra. Sin duda
el tema central de la película, como lo fue el del libro, era
mostrar la locura de la guerra. El hecho de que se estrenara apenas doce años después de terminado el conflicto
explica en parte el impacto que supuso ante la opinión
pública. La segunda mitad de los años veinte registró precisamente el auge de los planteamientos pacifistas, al calor
de la reflexión sobre lo vivido, la reconciliación alemana
expresada en el Pacto de Locarno y con episodios tan
significativos como el Pacto Briand-Kellog que ponía a
la guerra fuera de la ley. Tras el hundimiento de la Bolsa
de Wall Street a finales de 1929, el panorama empezó a
cambiar. La crisis económica se convirtió en la principal
preocupación y el auge del nazismo alemán pronto sembró
de inquietud el escenario internacional, e hizo temer una
nueva guerra.
Mientras otras películas de tema bélico habían puesto
el énfasis en ideas tales como el honor, la gloria, el deber
74
o la aventura, Sin novedad en el frente muestra un retrato
realista de la guerra, retratada como una carnicería desprovista de sentido, que anula las pretendidas razones por
las que se emprendió. Como dice el personaje principal:
«Vivimos en las trincheras y luchamos. Tratamos de no
ser asesinados, eso es todo». Probablemente la Primera
Guerra Mundial se prestaba más que cualquiera otra a esta
visión, por la terrible crueldad de la guerra de trincheras,
y la potencia que el desarrollo tecnológico había dado al
armamento: gases, ametralladoras, alambradas, aviación,
etc., que convirtieron los campos de batalla en auténticos
mataderos de hombres.
En segundo término, el efecto de la guerra en los soldados. La película trata de mostrarnos el impacto que esa
guerra brutal tiene en la generación de jóvenes soldados
enviados a combatir en ella. Imbuídos de una educación
patriótica, llegan al frente pensando en la guerra como algo
heroico para encontrarse con la terrible realidad que va a
desautorizar todas sus convicciones ciudadanas. Los hechos
del frente desmienten lo que se pretende como verdad en
la retaguardia, en un proceso doloroso que destruye todo
el sistema de convicciones políticas de los combatientes,
que sólo siguen adelante por lealtad. Pero una lealtad que
si inicialmente tenía por objeto a la Patria, poco a poco solo
encuentra justificación en la lealtad a los compañeros de
combate del frente, especialmente a los de la propia unidad.
De esa forma, algunos se adaptan como pueden, otros mueren y otros, aunque sobreviven quedan marcados para siempre tal como se dice en el rótulo del comienzo de la película,
siguiendo casi al pie de la letra la entradilla de la novela que
citábamos al principio: el relato de sus hechos de guerra es
también el relato de su íntima destrucción en aras de una supervivencia que termina por parecer sin sentido.
Precisamente por eso, el contraste con la retaguardia
es brutal. Los soldados están solos. Esto se ve claramente
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en las escenas que suceden durante el permiso de Paul,
cuando regresa a su hogar, donde su madre está profundamente preocupada, pero su padre se enorgullece de ver a
su hijo de uniforme, y junto con sus amigos discute sobre
un mapa la mejor manera de ganar la guerra, como si los
soldados fueran meros peones. Y sobre todo, cuando regresa a su antigua escuela para ver cómo su profesor alecciona a nuevos alumnos, relatándoles el esplendor y gloria
que les espera. Así, resulta que el soldado está dando su
vida por un sistema de valores en el que ya no puede creer,
precisamente por lo que se ha visto obligado a hacer para
defenderlo. Por eso, paradójicamente el único lugar donde
el soldado se siente comprendido es en el frente, donde
están y han caído sus compañeros, los únicos iguales que
le quedan. Se anuncia ya el drama de la posguerra donde
la inadaptación de los millones de desmovilizados tendrá
graves consecuencias, y será causa del surgimiento de los
primeros grupos fascistas.
En tercer lugar está la cuestión del nacionalismo y
sus consecuencias. No hay duda de que el auge de los
nacionalismos europeos está en el origen de la Gran Guerra. La película muestra cómo a través de la educación
se ha modelado a varias generaciones de europeos en el
amor a la patria propia y en el menosprecio hacia la de
los demás: dulce et decorum est pro patria mori12. El nacionalismo alemán quizá fuera el más virulento de todos
pero no era, desde luego, el único. Cuando estos jóvenes
llegan al frente se dan cuenta de que los soldados de todos
12 La frase es de Horacio, pero en relación con la Gran Guerra se hizo
famosa con motivo del poema de Wilfred Owen (1893-1918) que tuvo por
título las cuatro primeras palabras de la frase. La evocación del poeta latino
y su exaltación del combate y el sacrificio por los intereses colectivos parece haberse vaciado de contenido con la Gran Guerra, de ahí la fuerza de
la cita del clásico, que parece reforzar la impresión de gran ruptura cultural
que tiene esta guerra.
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los bandos han sido víctimas de la misma manipulación.
Es significativo que Hollywood se incline por mostrar la
guerra de trincheras desde el punto de vista alemán, enemigo de Estados Unidos durante la guerra. Al humanizar
al adversario, se subraya, sin duda, la idea de que todos
fueron víctimas de la locura de la guerra. «Es como una
fiebre» dice uno de los soldados en una escena del film,
con frase literal de la novela, que termina: «En realidad
nadie la desea, pero se presenta de pronto»13. Ciertamente
fue la literatura alemana la que le dio la oportunidad, y es
interesante considerar que la literatura crítica con la guerra
fue probablemente de menor calidad y menos intensa entre
los vencedores.
En definitiva, con esta crítica del nacionalismo, de la
gloria de la propia patria como objetivo colectivo, se ponía
en entredicho la gran construcción ideológica secularizadora del siglo XIX. Si la idea de soberanía nacional había
sido la gran aportación liberadora de la Revolución francesa, si en nombre de la libertad que conquistaban los ciudadanos frente al soberano absoluto se llamó a los pueblos a
levantarse en armas, un siglo más tarde las naciones hijas
de la Revolución habían entregado al dios sangriento del
nacionalismo toda una generación de sus hijos, a sus hijos
en armas, teóricamente llamados a defender su libertad y
su progreso. La pregunta sobre si todo esto tenía sentido
recibía una sonora respuesta negativa.
De ahí, por tanto, otra gran cuestión que se plantea en
la película: la crisis de la civilización europea. Esta guerra
no se puede mirar como una guerra más. Es una guerra
que ha enfrentado a los países más avanzados del mundo
de una forma salvaje y bárbara, teóricamente ajena a la
civilización de la que se decían portadores y que les daba
derecho a ordenar el mundo. Todos los valores de la civili13
Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente, IX.
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zación occidental, y especialmente los político-ideológicos
acuñados en los últimos siglos, resultan puestos en cuestión. Los más optimistas dicen que la única justificación
de tal horror sería que ésta fuera la guerra que pusiera fin a
todas las guerras, algo que la historia enseña que tampoco
fue verdad.
De ahí que muchos consideren el momento como la
constatación palmaria de la «decadencia de Occidente».
Casi enseguida, esa percepción del final de un mundo y el
nacimiento de otro, da lugar al nacimiento de nuevas ideologías pilotadas por aventureros fanáticos y visionarios:
el comunismo, los fascismos, etc. Pero la gran crisis de
fondo, que volvió a manifestarse con la Segunda Guerra
mundial, nos afecta todavía hoy: hemos comprendido el
horror de la guerra, pero parecemos difícilmente capaces
de descubrir los modos de construir un mundo en paz.
Esa cuestión, la de la paz, o mejor la del pacifismo o
el antimilitarismo es otra de las consideraciones inevitables para quien ve Sin novedad en el frente. La película se
decanta claramente por el mensaje pacifista más que por
el antimilitarista. A diferencia de otras películas sobre la
Gran Guerra como Senderos de Gloria, no hay apenas una
crítica al estamento militar, sino a la guerra en sí y a quienes la provocan, los políticos ambiciosos, los reyes o los
emperadores, y todo el aparataje ideológico que los sostiene. Es significativa la escena en la que los soldados proponen como forma de dirimir los conflictos internacionales
un combate entre los líderes mundiales en calzoncillos y
cobrando entrada. El combate por una causa parecería más
humano si se hiciera hombre a hombre, y no mediante máquinas: es como la impugnación elemental de las sociedades de masas y de la mecanización deshumanizadora, que
apela a lo primitivo como a lo puro, es —en definitiva— el
cuestionamiento de los efectos del progreso material, técnico u organizativo, como único progreso humano.
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Hay también una sugerencia en clave de lucha de clases, cuando alguien alude a que deben ser los industriales
los que se beneficien de la guerra, mientras que los pobres
de ambos bandos serán todos perdedores. Pero la cuestión
queda diluida por la realidad de la vida militar y del frente
tal y como la conocieron los combatientes como Remarque. Allí, como se ve en la novela, un sencillo cartero se
convierte en opresor, y todos son igualados por la realidad
cruel de los combates, sean estudiantes o peones campesinos. Si algo fue también la guerra, fue una lección de igualitarismo colectivista.
Estructura del relato
Se pueden distinguir cuatro partes bien definidas en al
película. En la primera se nos presenta a los protagonistas
escuchando un denso discurso en un decorado significativo:
el plano muestra al profesor lanzando su arenga con un globo terráqueo encima de la mesa y a los alumnos escuchando
con un mapamundi a sus espaldas: el retrato del imperialismo colonialista del momento. Encendidos, los alumnos se
alistan seducidos por la soflama patriotera del profesor.
En el campo de entrenamiento (posible fuente de inspiración para Kubrick en La chaqueta metálica) sufren las
primeras vejaciones y comienzan a darse cuenta de que
las cosas no van a ser tan sencillas como pensaban: es la
crítica más palpable al sistema militar. Se nos muestra al
cartero convertido en instructor, o mejor, corrompido por
la función de instructor y la arbitrariedad que lleva aneja.
La pasión alemana por los uniformes comienza a parecernos ridícula, lo mismo que nos lo parecerán otras pasiones
a medida que avance el relato.
La segunda comienza con la llegada de los soldados
al frente y las primeras bajas. Esas primeras acciones
79
bélicas —y su sinsentido— justifican las reflexiones sobre la responsabilidad de la guerra: ¿puede o no un país
ofender a otro, una montaña alemana a una francesa?
¿Qué son los países? La visita en el hospital —por cierto,
una catedral— al amigo herido, y el episodio de las botas,
coloca al espectador ante el miserable egoísmo que acecha
siempre al ser humano, incluso en los momentos de mayor
sufrimiento, o de heroísmo. Las botas son aprovechadas
como símbolo y como recurso narrativo para mostrar las
sucesivas bajas que se van produciendo, la macabra siega
de jóvenes alemanes.
La tercera se ocupa de la experiencia de las crueldades
y horrores de la guerra de trincheras: soportar un insistente
bombardeo de la artillería, combatir las ratas, y… pensar
en el futuro tras la guerra. Un futuro que para muchos nunca llegará —son las escenas de combate en el cementerio
del pueblo— y para los que llegue estará marcado por la
tremenda experiencia de la guerra, resumida en la trágica
escena del cráter en la que Paul mata a un francés al que
acaba pidiendo perdón y llamando camarada, y en la relación con las campesinas francesas. La realidad del combate se contrapone así a una mirada a lo que era la vida ordinaria y ahora parece irreal: la imagen de una mujer en un
cartel basta para evocarlo. Parece irreal frente a la realidad
del frente que ha borrado todo lo demás. Y pese a todo, la
vida sigue adelante, y los heridos siguen deseando sobrevivir: Paul lucha por la vida en el hospital y vence.
Finalmente, una cuarta parte incide de forma todavía
más dramática en la ruptura producida por la guerra:
«Tampoco nos comprenderá nadie, porque por delante de nosotros crece una generación que, a pesar de
haber vivido estos años con nosotros, ya tenía hogar y
profesión y regresará ahora a sus antiguas ocupaciones,
en las que olvidará la guerra; por detrás de nosotros crece
otra, tal como éramos nosotros, que nos resultará extra80
ña y nos dejará de lado. Estamos de más incluso para
nosotros mismos. Envejeceremos; algunos se adaptarán,
otros se resignarán, y la mayoría quedaremos absolutamente desconcertados. Pasarán los años y, por fin, moriremos.»14
Esa es la idea melancólica y aporética que empapa las
secuencias del permiso y la vuelta a un frente que sigue
siendo una maquinaria devoradora de hombres cada vez
más jóvenes. Hasta los viejos veteranos mueren y, por fin,
lo hace el protagonista. En la escena final, sobre un fondo
de tumbas desfilan los hombres destruidos de la generación de la guerra.
En cuanto a los personajes, Sin novedad en el frente
es una película coral en su primera parte, que progresivamente se va centrando en la experiencia del joven Paul, interpretado por Lew Ayres, muy joven cuando protagonizó
esta película, que significó un empujón en su carrera. Su
actuación no se basa en una profundidad de diálogo, sino
en saber decir la frase adecuada en el momento oportuno
y sus gestos son más fuertes que sus palabras, su lenguaje
corporal proyecta todo lo que quiere reflejar en pantalla.
El otro gran protagonista es Louis Wolheim (que poco
después murió de cáncer) que da vida a Katcinski, un veterano curtido en mil batallas, con un gran carisma entre
los jóvenes reclutas. La encarnación del «buen pueblo
alemán», obediente, combatiente, sufrido y hábil para la
supervivencia.
Los protagonistas van pasando por diversos magisterios: primero el del profesor en la escuela, luego el del
cartero convertido en sargento que los prepara para ser
soldados (y les advierte que deben olvidar todo lo que han
aprendido hasta entonces) y luego el de Kat en el frente,
14
Erich María Remarque, Sin novedad en el frente, XII.
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que les enseña como sobrevivir. Él sería el depositario de
una sabiduría popular en la que parece intuirse una cierta
capacidad de supervivencia, por encima de la insensatez
de las grandes construcciones intelectuales que han engendrado la Gran Guerra.
Después de la Gran Guerra
Cuando se repara en la historia, y concretamente en
la historia bélica posterior a la Gran Guerra, apenas puede evitarse pensar en el adagio ciceroniano de la historia
como magistra vitae y concluir qué difícil nos es aprender
¡Qué sarcasmo la expresión francesa que llamaba a la
Gran Guerra la Der des Der, la Dernière des Dernières,
la última de las últimas! Diez años después de la novela
de Remarque, nueve después de la película de Milestone,
estalló una guerra que adquirió dimensiones más catastróficas que la Gran Guerra. Y eso si no consideramos la
guerra chino-japonesa como el verdadero comienzo del
segundo gran conflicto mundial. Ahora bien, tras esa, que
muchos consideran una prolongación, o una continuación
de la Gran Guerra, es verdad que las guerras y las maneras de actuar de los ejércitos, al menos en occidente, han
cambiado de forma importante. Si se busca un discurso de
exaltación patriótica que llame a la guerra como lo hacía
el del profesor Kantorek en la película, se encuentra un
cambio significativo: pocos Estados, sobre todo en los viejos, se atreven ya a formularlo; todos hablan más bien de
combatir por la paz y la seguridad propia e incluso ajena.
Pero el viejo discurso no ha muerto, sólo ha emigrado, ha
servido de modelo a los que empujan a la guerra, o a la
lucha armada en las guerrillas, en los movimientos de liberación nacional y en los Estados que han luchado en este
tiempo por su independencia. Al parecer esa «lección» de
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Occidente sí que ha resultado muy escuchada. La segunda
mitad del siglo XX fue el gran momento de los movimientos armados de liberación contra el colonialismo, o contra
el capitalismo en el caso de que se diera una revolución en
una zona ya no dependiente de una metrópoli. La patria
necesitaba ser un fenómeno revolucionario para justificar
el Dulce et decorum est, y quienes debían volver a pronunciar ese discurso, aprendieron la lección, e inflamaron
a sus jóvenes guerreros en nombre de la revolución. Y
gracias a ese expediente, y a otras ingeniosas invenciones
humanas, cada generación ha seguido pagando así su espantoso tributo a la guerra.
Otras películas sobre la Gran Guerra
Antes de esta otras películas se habían ocupado ya de
la Primera Guerra Mundial. The big Parade (King Vidor,
1925), What Price Glory? (Raoul Wlash, 1926) o Wings
(William Wellman, 1927)
La producción sobre la Gran Guerra fue luego eclipsada
por la de la Segunda Guerra Mundial que ha sido verdaderamente inmensa, pero no obstante se han seguido haciendo
películas. Casi todas ellas siguen en la misma línea de la
obra de Milestone. Es decir toman el conflicto para ejemplificar la locura de la guerra, los excesos del patriotismo, nacionalismo, o militarismo. Quizá la única excepción a esta
regla sea El Sargento York (Howard Hawks, 1941) en la
que se narraba como un objetor de conciencia se convertía
en héroe nacional y que constituía todo un alegato para que
Estados Unidos se implicase en la Segunda Guerra Mundial, al igual que hiciera en la Primera. Se hizo una nueva
versión de Sin novedad en el Frente dirigida por Dalmer
Daves para la televisión en los años setenta, pero que se
estrenó en cines en algunos países.
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Entre el gran número de películas sobre la Gran Guerra
cabe destacar también:
— Adios a las armas (Frank Borzage, 1932). Hay otra
versión de Richard Attenborough en los noventa titulada En el amor y en la guerra.
— Rey y Patria (Joseph Losey, 1964)
— Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1960)
— Gallípoli (Peter Weir, 1981)
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