Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                
Universidad Internacional SEK Filosofía del Mal Dr. Nelson Campos Villalobos  Facultad de Humanidades y Educación _________________________________________________________________-“Acabas  de expresar  el  argumento  más  antiguo  del  Cristianismo  para la existencia  del mal -señaló- Que está ahí para combatirlo y obrar el bien. -Qué triste y que estúpido- asentí.” Anne Rice Hay preguntas que abruman al ser humano desde el despertar de la conciencia en nuestra especie: ¿Por qué el universo es cómo es? ¿Estamos solos en el universo? ¿Qué es la vida? ¿Qué es el mal? ¿Existe el determinismo? ¿Existe Dios? ¿Hay otros universos como el nuestro? Ahora trataremos de investigar sobre el mal, su concepto y origen. Es una tarea filosófica que significa un viaje del cual debemos buscar el inicio y el hacia dónde vamos. Antes debemos, sensatamente, hacer una advertencia: el análisis que haremos trata de fundamentarse en la ciencia, no en la metafísica y de ninguna manera pretender hacer una argumentación ateísta. Lo que intento es iniciar una indagación epistemológica sobre el Mal, tema que tiene connotaciones filosóficas, psicológicas, educacionales y sociales. El concepto del mal, desde el punto de vista metafísico ha sido una preocupación muy antigua del ser humano. La visión de las guerras, de los asesinatos, de los múltiples delitos cometidos por individuos y colectivos de nuestra especie, llevó a la creación de entidades sociales destinadas a aminorar o castigar tales hechos. Esas instituciones, vigentes hasta el presente, han sido la familia, la iglesia, la escuela, la justicia, la policía y la cárcel. De una u otra manera el objetivo de todas ha sido prevenir o castigar lo malo. La asociación entre las ideas surgidas en todas las culturas referidas a la existencia de de dioses benéficos y entidades maléficas, devino en las religiones como una lucha entre las acciones buenas-el bien- y las acciones de signo contrario. Quizás toda la cuestión religiosa se pueda reducir a una continua lucha entre esas dos concepciones, lo cual amerita la existencia de sacerdotes que como intermediarios con la entidad benéfica permitan al ser humano defenderse de las malas influencias. El mal como un ente, se entiende en el sentido formal del concepto, a diferencia de lo malo, que es el sentido material, en el cual este ente, que tiene las cualidades distintas y opuestas a las de Dios, está dotado de conciencia imperfecta y atributos desglorificados. Como puede verse, sin desearlo estamos de repente sumergidos en la teología si seguimos este camino explicativo. Se desprende de la concepción metafísica que entonces el mal y el bien son entidades distintas, reales, o sea que son entes y el hombre a la larga queda sujeto a ellas al contar con el libre albedrío, entendido como la capacidad para escoger, bajo su responsabilidad y aceptación de las consecuencias. Por último, el saber que los malos obtendrán su castigo puede dar cierta paz a los afectados. El punto de partida del análisis científico está en la definición del término. El mal (en un sentido material) puede ser considerado como el daño consciente, deliberado, intencional y cuyo propósito es dañar, ya sea afectando psicológica o físicamente a una persona. Con lo cual la definición solamente se refiere al ser humano, pero no es excluyente, toda vez que el daño podría ser hacia los animales o hacia el mismo medio ecológico. Precisemos señalando que el mal sería cualquier daño intencional hacia seres vivos o al ambiente, con lo cual hacemos una extensión del concepto para que abarque también el mundo 1 de Popper. Pero, es legítimo pensar que sin la existencia de la conciencia en ese mundo, no es posible que exista el mal. De otra manera se puede suponer que una entidad como la divinidad, que sí es consciente, es capaz de generar no solamente el bien, sino también el mal, ya sea por efectos perversos acumulados o intencionados de Dios, con lo cual el razonamiento se entrampa en la teología y no es lo que queremos en este ensayo. Dejemos, entonces la hipótesis divina y busquemos refugio epistemológico momentáneo en la filosofía de Kart Popper, el autor del concepto de falsación como método para investigar la realidad. Recordemos que para Popper el universo del ser humano se divide en tres Mundos: El Mundo 1 es el de la realidad externa, a él pertenecen las entidades físicas como el medio, las montañas, los minerales, los ríos y nosotros mismos. Allí está nuestro cerebro, nuestro organismo. El Mundo 2 es el de la mente, de la conciencia. La mente es un producto emergente del cerebro y ha evolucionado en etapas, siguiendo un desarrollo darwiniano. Es el Mundo del Yo. En el Mundo 3 están la  cultura y la civilización, concebida esta última como las creaciones humanas, los edificios, los caminos así como las leyes necesarias para permitir la vida en comunidad, como decía Freud . La civilización puede destruirse, desaparecer, pero la cultura sobrevive, tal como ha ocurrido con las civilizaciones griega y romana de las cuales conservamos la filosofía y las ciencias. Las leyes de la lógica, los procedimientos de investigación son propios de este Mundo 3. En este mundo existen las ideas en sí mismas, desprendidas de las mentes que las han pensado, como perspicazmente ha señalado Mario Bunge. El mal entonces viene del Mundo 2, compromete al Mundo 1 y por supuesto afecta al Mundo 3. Sin embargo, para llevar el análisis más en profundidad, hagamos un experimento mental, como los que le gustaba hacer a Einstein. Supongamos que estamos en presencia del universo inicial, en una sopa de energía, sin partículas ni átomos aún. Se ha producido el Big Bang y pasarán millones de años antes que existan estrellas y galaxias. En este mundo de energía y partículas todo está predeterminado, cada acontecimiento dará un resultado ya establecido en las leyes de la física. En esas condiciones, ¿Puede existir el mal y el bien en esa situación inicial? ¿Está predeterminado el mal a existir? ¿Se puede encontrar el bien en esa energía increíblemente inmensa? ¿Existe un punto de partida, una ontología del bien y del mal? En tal situación, solamente existe el mundo 1 de Popper, que se extenderá por más de diez mil millones de años terrestres antes que comience la vida, al menos en la tierra. Ese universo evoluciona y la temperatura en el espacio disminuye desde millones de grados hasta el punto cercano al cero absoluto entre las estrellas actuales. Han transcurrido dos generaciones de estrellas en ese tiempo casi infinito y aparece la vida y posteriormente la consciencia. Se crean los Mundos 2 y 3. Nada parecido al mal puede existir en la materia inanimada, tiene que surgir ese fenómeno extraordinario -la conciencia-para que surja lo malo. Tan escasa y maravillosa es esa cualidad humana, que tuvo la vida que esperar 3.500 millones de años para que la evolución la creara, por única vez y solamente en nuestra especie. No hay en el Mundo 1 conciencia ni hay intenciones buenas o malas. Solamente existe la materia y la energía, el calor de los astros y el frío del espacio cuya temperatura baja y baja. Como decía Demócrito, sólo estaba allí el átomo y el vacío. Lo demás sería eventual, quizás esperando la necesidad o el azar. ¿Por qué Dios esperó tantos millones de años para crear nuestro sistema solar y al hombre en particular? ¿Qué hacia Dios durante ese lapso? Son preguntas inquietantes, porque ¿qué sentido tiene contar con un enorme universo que se hace cada segundo más extenso si no hay vida en él? ¿Hay algún plan para este universo? ¿Es necesaria tanta inmensidad para que exista únicamente la materia? ¿Podemos poner al mismo nivel a Dios y al Demonio? ¿Está limitado Dios por el Mal, ya que no puede destruirlo? Las anteriores son preguntas sin respuesta y que seguramente necesitarán miles de años de reflexión filosófica, de ciencia e investigación para ser respondidas de alguna manera. Pero como la humana es la única conciencia que conocemos, tenemos que referirnos solamente a ella. Todo lo demás sigue siendo eventual, tanto en el Mundo 1 como en el Mundo 2. El mundo 1 debió esperar que la flecha del tiempo siguiera su enorme ruta en el espacio que se iba creando, hasta que en un pasado ya conocido de 3500 millones de años atrás aparece la vida en la tierra. Y esa vida que nace se reproduce y evoluciona trae consigo la semilla del mal, pues aparece necesariamente la muerte como destino final de cada ser. Es aplicable aquí el concepto de mal = daño, porque hay una predeterminación, en cada ser, para que su destino final sea mortal. Ese daño que trae el desaparecer de la entidad física pertenece totalmente al Mundo 1, pero como una consecuencia sin intencionalidad, pues faltaría mucho, en aquel lejano tiempo, para que aparezca el hombre y por tanto los Mundos 2 y 3 de Popper. Tratemos de volver a definir qué es el mal. Un concepto del mal centrado en el ser humano, es considerarlo un efecto de acciones conscientes y deliberadas, racionales, que produce infelicidad y sufrimiento ya sea psicológico, físico o ambos, en una persona. Aparece el concepto de daño deliberado. Existe la intención, la voluntad, de producir consecuencias malas para la víctima de la acción. Por tanto, en esta definición el aspecto básico, el motor del mal, es la pre-existencia de la conciencia y la condición del análisis científico del problema del mal. En este análisis dejaremos de lado la existencia de la divinidad, al menos en esta ocasión. De la observación anterior surge una distinción semántica, puesto que al lado del término mal se encuentra el consecuente que es lo malo. Por ejemplo, el mal puede que no sea lo esperado ni la intencionalidad la mala, como ocurre en los efectos perversos, donde no pre-existe ni lo uno ni lo otro, pero, por causas no previstas ni deseadas ocurre un daño. Por ejemplo un padre llevado por motivos deportivos y el deseo de compartir con su hijo le regala a éste un arma de fuego y el hijo se suicida con ella. Evidentemente puede existir una imprudencia, una irresponsabilidad, pero no puede calificarse la acción del regalo como un acto malo en sí mismo, sino que el mal, en este caso, es un efecto diferido de no prever un daño por efecto perverso. Lo que se advierte en el ejemplo es que no existe la anticipación del acto malo. De esto se desprende que en el mal no todo es malo porque puede haber una intencionalidad que es buena. Para algunos filósofos el mal no existe así como tampoco existe el bien como entidades propias; solamente hay hechos malos o buenos, generados por una conciencia humana o divina, a lo que se puede argumentar que en la naturaleza no se advierten elementos objetivos que evidencien la existencia de esas entidades. Por otra parte, si existe una divinidad absolutamente buena que ha creado el universo, no se ve como pueda permitir la existencia del mal y de lo malo. A menos que contra-argumentemos señalando que la divinidad no es humana y que su moralidad no tiene por qué ser la nuestra. Al contrario, Dios está por sobre el bien o el mal en cuanto a su creación. Como señala San Agustín, está Dios supra omnem existentiam, supra omnem cognoscentiam. Es como el caso de nosotros y las hormigas: no tenemos interés en comunicarnos con ellas, pero si en estudiarlas y la moralidad del científico le impide, en sus experimentos, intervenir a favor de cada una de ellas o de una en especial. Con lo cual abandonamos el concepto de divinidad absolutamente buena y bondadosa, porque los criterios para definir esos términos son humanos, propios de nuestra naturaleza biológica y de nuestras construcciones psicológicas que llamamos mente. El punto en discusión más relevante en el análisis del mal es que podemos estudiarlo sin considerar que es una entidad con existencia propia e independiente, puesto que lo que observamos en el Mundo 2 y 3 es lo malo, considerado como efecto y las consecuencias son mensurables. Entonces lo malo son consecuencias, no son entidades separadas del existir; no vemos al mal en sí mismo como entidad física o real. Solamente tenemos nombres de esos fenómenos. Cuando hablamos del mal, estamos hablando metafóricamente. Lo malo podemos reducirlo a números, a magnitud del daño, pero el mal no admite reducción a ninguna otra cosa porque es una creación de la mente y no tiene un correlato físico demostrable. Tenemos una ontología de lo malo o de personas malas, pero no hay una ontología del mal. Volviendo al comienzo de la argumentación, en el universo físico, aún cuando esté predeterminado por las leyes que lo gobiernan, en esa predeterminación no existe algo parecido al mal. Todo antecedente, toda acción en la materia-energía es neutro moralmente, no existe siquiera la posibilidad del mal. El mal=daño solamente se instala cuando aparece la conciencia. Ahora, en este análisis, surge otra cuestión: ¿Dios tiene una conciencia? Por supuesto que sí, dirán los religiosos, y es una magnitud y amplitud diferente al escaso conocimiento que tiene el hombre. Si Dios todo lo conoce, tanto el pasado como presente y el futuro, entonces conoce los actos malos y no hace nada por detenerlos. Y nosotros, pobres seres humanos, al caer en el mal no es culpa nuestra, puesto que ¿Cómo podemos enfrentarnos a una entidad que está al mismo nivel que Dios? En la historia de las religiones el mal ha tenido una entidad metafísica que podemos rastrear, como argumentamos en el apartado siguiente. -4- Si nos remitimos al mundo antiguo, históricamente hablando, en Zarathustra encontramos ya la dualidad bien y mal, idea que trasciende a otras religiones , como el Maniqueísmo, que viene de Manes, un pensador religioso que fuera ajusticiado en el año 276 DC, quien hace la distinción entre un ser de la luz (Dios) y un ser de la oscuridad (el Demonio). En el hombre hay una lucha permanente entre el bien y el mal, una guerra permanente en que el alma es el premio. El alma tiene los atributos de la divinidad, pues es inmortal. El cuerpo, hecho de materia, es sede y equivalente del mal. De estas ideas devendrán en la Iglesia Católica la castidad de la clase sacerdotal y la lucha contra el Demonio y sus servidores. El gran San Agustín siguió la doctrina maniqueista en su juventud y se dice que estuvo obsesionado por el tema del mal. Posteriormente se convirtió al catolicismo en una fecha que recuerda con júbilo, septiembre del 386, a los 33 años de edad. Dentro del catolicismo es donde retomó el asunto que le preocupaba, claro que su indagación tuvo los límites que la teología cristiana le imponía. El aporte del Santo a la filosofía fue, entre otras ideas importantes, establecer el liberum arbitrium -libre albedrío- que el hombre tendría ante el mal, una elección consciente, que tiene consecuencias morales y castigos reales o metafísicos. Para los interesados en el estudio del mal, es necesario leer otra obra maestra del Santo, titulada De Libero Arbitrio. De esa idea fundadora para la filosofía religiosa, deviene la peligrosa idea que de la libertad humana surge el mal o como dice acertadamente Rudiger Safranski, "el mal o el drama de la libertad" Leamos a San Agustín para tener una mejor idea de sus ideas sobre el Mal: "La Sagrada Escritura los llama enemigos de Dios, porque se oponen a Él, no por su naturaleza, sino por sus vicios, aun cuando ciertamente no dañan a Dios, sino que ellos se dañan a sí mismos..., y no precisamente por otra razón, sino por la que corrompió el bien de su naturaleza. No es esta naturaleza la enemiga de Dios; lo es su maldad, porque lo malo se halla en oposición a lo bueno. Y ¿quién negará que Dios es el sumo bien? Por lo tanto, el vicio es contrario a Dios como la maldad a la bondad". "No hay ningún mal que pueda perjudicar a Dios, sino sólo a las naturalezas mudables y corruptibles, cuyo mismo vicio es testimonio de su bondad, porque, si no fuesen buenas, el vicio no podría dañarlas. ¿Qué otra cosa hace el mal cuando les perjudica, sino robarles la integridad, la belleza, la salud, el poder y todo lo que suele disminuir y borrar en las naturalezas buenas?" "El vicio no puede darse en el sumo bien, pero tampoco puede existir más que en el bien. El solo bien puede existir; el solo mal, nunca, porque hasta las mismas naturalezas que por defecto de su mala voluntad se han visto viciadas, en cuanto viciadas son malas; en cuanto naturalezas, buenas (ibid., c.3: 350-351)." En De Civitates Dei, obra maestra escrita entre el 412 y el 426 DC, agrega que puede existir el bien sin males, pero no pueden existir males sin bienes, lo cual es una sorprendente conclusión para un alma buena que había visto en persona los daños de la guerra y de la persecusión religiosa. ¿Qué aprendemos de San Agustín? Una declaración sorprendente, optimista: El Mal no existe, no hay nada malo per se. Es un punto de vista el cual comparto y al cual, desde la ciencia, me adhiero. Hay en esta posición del santo una reminiscencia de otro optimista, Sócrates, quien señaló antes que San Agustín que no existe el mal moral, ya que nadie obra en forma malévola voluntariamente, lo que se entiende como que quien obra mal lo hace por ignorancia, como los niños cuando no conocen el bien; la voluntad humana no puede desear el mal, pues esa voluntad está orientada hacia el bien. ¿Qué se deduce de esa afirmación de Sócrates? Algo muy moderno que debiera estar en la mente de los jueces al condenar a los delincuentes: Al que obra mal no hay que castigarle solamente, hay que educarlo para que no reincida. Los malos necesitan instruirse en el bien, deben adquirir medios culturales para reinsertarse en la sociedad. Recordemos que en el moderno Derecho occidental hay un reconocimiento implícito de la existencia del libre albedrío: Como los delincuentes han escogido libremente el mal es por tanto justo y correcto castigarlos con las privaciones de sus derechos, tales como la libertad.   Un gran contradictor de Agustín fue Pelagius o Pelagio, acusado de herejía por sus ideas, quien señalaba con aguda sensatez en Pro Libero Arbitrio: "Toda bondad y toda maldad, que nos hacen dignos de alabanza o merecedores de reprobación, son hechas por nosotros, no nacidas con nosotros. No nacemos en todo nuestro desarrollo, sino con la potencia de hacer el bien o el mal; nacemos tan limpios de virtud como de vicio y, antes del ejercicio de nuestro propio albedrío, no hay nada en el hombre sino lo Dios ha puesto en él".  Si el lector se da cuenta, de una sola plumada Pelagio borra la idea del pecado original, que es la base teológica para la explicación del concepto de salvacion de la Iglesia Católica.  Por su parte,  Santo Tomás señala que  el mal es necesario para que existan los bienes: “De hecho, muchos bienes no existirían si Dios no permitiera la existencia de ningún mal. Ejemplo: No habría fuego si no se descompusiera el aire. No se conservaría la vida del león si no matara al asno. No se alabarían la justicia vindicativa y la paciencia resignada, si no existiera la iniquidad”. (Suma, C 48 A 3) -5- Veamos lo que les ocurrió a los pobres Cátaros, en el siglo XI, quienes eran almas buenas que buscaban la perfección. Ellos siguieron a todo evento las ideas del maniqueísmo y chocaron trágicamente con la iglesia, lo cual produjo la muerte violenta de casi todos los seguidores de esas ideas. Con gran ingenuidad, sostenían y comunicaban  la idea de la dualidad, creían que Dios y el demonio coexistían en nosotros. El Demonio nos había hecho a su semejanza y Dios había hecho nuestra alma. Como consecuencia, adoptaron lo que llamaríamos una vida saludable, cuidando el cuerpo, absteniéndose de comer carne, proclamando la castidad, rechazando la propiedad y el trabajo remunerado y declarando que el matrimonio no era un sacramento porque en la Biblia no aparecía como tal. Afirmaban enseñar una explicación racional del mundo que incluía la justificación del mal. Toda estas creencias surgieron en Languedoc, Francia, alrededor del 1200 DC, pero los antecedentes históricos tenían mil años de antiguedad. San Agustin, en su obra titulada De Haeresibus (Las Herejías), señala sobre los cátaros: "Catharce,  qui seipsos isto nomine quasi propter munditiam superbissime atque odiosissime nominant, secundas nuptias non admittunt, paenitentiam denegant, Novatum sectantes haereticum, unde etiam Novatiani appellantur", que traducimos como: "Cátaros; porque se llaman a sí mismos con este nombre soberbia y odiosamente, no admiten las segundas nupcias  por amor a la pureza y se oponen a la penitencia, siguiendo al hereje Novato. Por esto se llaman también Novacianos". Como puede advertir el lector, Agustín no expresa ninguna acusación seria que permitiera hacer que la Iglesia deseara hacer un genocidio con ellos, por lo cual en su tiempo era solamente una más entre las 57 herejías que describe en el libro citado. A otras les dedica abundante espacio. Podemos deducir entonces que a San Agustín no le parecían una amenaza tan seria como otras corrientes que tenían más partidarios. El problema religioso surgió cuando la idea de la dualidad del bien y del mal los empujó realmente a la herejía, ya que al declarar firmemente que si el Demonio había creado al mundo y todo lo externo al cuerpo, entonces Dios no tenía poder sobre las cosas materiales. Estirando el concepto al límite, señalaron y divulgaron así, que habiendo tenido Jesús un cuerpo material, creado por el Demiurgo, entonces de ninguna manera podría haber sido Dios. De ello sigue que si la iglesia era obra humana, entonces con lógica impecable se desprende que esa institución tenía un origen diabólico. Mala idea tuvieron los Cátaros -los puros y buenos según la etimología griega- en proclamar en voz alta sus creencias porque tenían inevitablemente, como si estuviese escrito, que enfrentarse con la celosa iglesia católica que no se andaba con bromas. Se produjeron matanzas sombrías de Cátaros y se dio comienzo a una gran cruzada en la que participaron nada menos que 20 mil guerreros, algo insólito para los ejércitos de la época, por los problemas logísticos que implicaba armar, alimentar y pagar a una multitud tal de soldados y además de miles de caballos que requerian cuidados y forraje.  El jefe militar,  previendo con inteligencia la gran matanza que vendría, preguntó con gran prudencia al legado Papal, el cura Arnoldo Amaury, antes de iniciar el sitio a la ciudad de Breziers, repleta de Cátaros y también de fieles creyentes, ¿cómo podrían los soldados distinguir entre los herejes y los cristianos?, el malvado cura contestó “Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos”, respuesta con la cual se ajustaba exactamente a sus creencias sobre la otra vida y sobre el destino post-morten de cada cual. . Como consecuencia de la orden emanada del buen Legado, del cual nadie en esa época habría pensado que era una mala persona, más de veinte mil Cátaros fueron salvaje y cruelmente asesinados, quemados, torturados, desmembrados y cegados por los defensores de la verdadera fe. No se salvó ningún niño ni ninguna mujer. Para visualizar con mayor profundidad este tema, ver el libro de Kekes que citamos más abajo. Pero, antes de seguir, veamos quien era el Papa Inocencio III. Venía de una familia rica, de comerciantes y terratenientes. Fue elegido para al alto  cargo  el 8 de enero de 1198 y fue consagrado en San Pedro el 22 de febrero del mismo año, siendo joven, rico y culto. Tenía 36 años y se había graduado en las universidades ya prestigiosas de París y Bolonia. Hablaba varios idiomas además del latín. Sin embargo, era un hombre de su época, lleno de supersticiones, odiaba a los herejes y además era ambicioso. Tenía tan pocos escrúpulos como cualquier jefe militar o religioso de esos años y lo único que deseaba era matar a los cátaros y apoderarse de sus bienes y propiedades. En otras palabras, era un hombre práctico y desalmado, como los políticos de hoy. Ahora, examinemos qué impulsó a miles de individuos que no habían participado en las cruzadas regulares a unirse al llamado de la Iglesia en contra de los cátaros. Ésta había condicionado a los participantes en las aventuras en Tierra Santa, a prestar servicios militares por lo menos durante seis meses completos, a sufragar los gastos de viaje, de sus arreos y cabalgaduras, así como sus armas. A cambio, gozarían de la absolución de todos sus pecados y la parte correspondiente del botín que se esperaba sería cuantioso por las riquezas que se suponía existían en esos lejanos parajes. Pero muchos de los candidatos no habían sido aceptado por los jefes militares, ya sea por su aspecto,  sus enfermedades, su edad o por sus antecedentes delictuales conocidos o simplemente porque carecían de medios para unirse a las filas. Entonces, una gran cantidad de esos individuos, que no habrían soñado con viajar a Tierra Santa a combatir por la fe, ahora tenían carta blanca para obtener amplios beneficios y gozar de la ansiada absolución. Se armaron como pudieron, con herramientas de cultivo, con cuchillos mohosos y con lo que pudieron encontrar a mano y se unieron a los caballeros que de punta en blanco reunían a los combatientes llevando la cruz en sus mantos. Los nuevos cruzados, guerreros de última hora, eran una manada de codiciosos y enfurecidos atacantes que poco tenían de religiosidad. Sus jefes, en cambio,  eran guerreros de verdad, empobrecidos por sus anteriores guerras, experimentados y que en fin de cuentas eran sobrevivientes de múltiples viajes en penosas condiciones, de asedios, ataques, cargas de caballería y lucha cuerpo a cuerpo. Y  lo que los unía con la patética y criminal pandilla en armas, era  el botín y tierras que arreglarían económicamente  sus vidas para siempre. Por lo mismo Inocencio III no dudó en prometer que todo aquello que fuese arrebatado a los cátaros pasaría legalmente a la posesión de los cruzados. La terrible anécdota religiosa que he relatado más arriba, nos muestra cuán firmemente estaba arraigada la idea del mal en su sentido material y formal y muestra la facilidad con que el hombre llega a lo malo, empujado por el Mundo 2 de Popper, por temas de conciencia, como el horror ante la herejía. La pregunta crucial, candente, que hiere, es la que se hacen los judíos actuales cuando piensan en el holocausto, donde millones de personas fueron aniquiladas en pleno siglo XX. La pregunta terrible es ¿Cómo Dios permitió, en su inmensa benevolencia, esa matanza en su pueblo? Pensar que el mal habita en nosotros es un pensamiento doloroso porque es sentir que llevamos en forma predestinada en nuestra alma la imperfección, la cual contamina la llama divina que creemos tener e introduce la amarga duda religiosa sobre la bondad de Dios. Continuando con nuestra exploración del Mal, si lo malo surge de nuestra conciencia y voluntad, nos encontramos en toda sociedad con personas que parecen herederos del bien, tanto en sus pensamientos y comportamiento y constituyen la mayoría. Pero junto a esta multitud que podría ser llamada normal,convive una minoría formada por aquellos cuyos pies los conducen rápidamente hacia el Mal, como señala la Biblia. Y dentro de la minoría indicada subyace un grupo de personas inteligentes, concientes que carecen absolutamente de los bienes morales de la mayoría, sujetos que carecen de empatía con el sufrimiento. Antiguamente, los psiquiatras, a partir del genial Kraepelin, los incluía en un cuadro gnosológico que los etiquetaba como desalmados y que posteriormente fueron clasificados por el gran psiquiatra alemán Kurt Schneider como psicópatas o personalidades psicopáticas. El término desalmado tiene una fuerte connotación metafísica, pues parecía que los enfermos hubiesen sido desprovistos o nacidos sin alma, por la maldad que parecían exhalar en sus actos. K. Schneider quiso desmaleficar esa categoría clínica, pero sin embargo conservó en su clasificación el nombre por la capacidad descriptiva, pero advirtiendo que era un término sociológico que habría querido evitar. Veamos cómo describe a este hacedor de males, a este individuo malo, el propio K. Schneider: se caracterizan por el embotamiento afectivo; son carentes de compasión, de vergüenza, de pundonor, de arrepentimiento, de conciencia moral; en su modo de ser son gruñones y en sus actos asociales son brutales. Actualmente la tendencia compasiva dirigida a reducir el impacto emocional de los términos psicopatológicos, ha llevado a conocer a estos individuos como portadores de personalidad anormal o personalidad bordeline. De todas maneras, la bondad del término no hace más que esconder a algunos individuos que merecen el apelativo de malos. La palabra bordeline resulta ser muy polisémica, porque esas personas presentan además una variedad de síntomas, por lo cual yo preferiría considerar a los psicópatas como un continuum que va del mal perfecto a la casi normalidad. Por lo mismo, no podemos poner en la misma canasta a Hitler o a Stalin como hacedores del mal y a una persona que solamente tiene algunos rasgos anómalos de personalidad. Para mí, como estudioso del tema de las psicopatías, lo más relevante en esas personas es su carencia de uno de los sentimientos más profundos y duraderos del ser humano: la culpa; nunca se sienten culpables de nada y siempre echan la responsabilidad a los otros o a la sociedad toda. Dejo en segundo lugar el egoísmo inmenso que presentan estos individuos -nótese que no los llamo pacientes, porque no está bien demostrados que sean portadores de una condición netamente psiquiátrica, ni que hagan todos sus actos malos llevados solamente por ese centramiento en sí mismos. Hay casos en que actúan alejados del mal y son buenos padres, amigos y parejas, como ocurría con los hacedores del mal entre las fuerzas de Hitler. Nos podemos preguntar ¿Tiene algún sentido que la evolución humana creara a estos seres malos? Podríamos suponer que sí la hay, porque sin duda los grupos humanos primitivos necesitaban que algunos de sus miembros tuviesen características malas como las señaladas por K. Schneider para los desalmados, para que el grupo pudiese sobrevivir. El psicópata sería buen cazador, insensible al dolor y a las malas condiciones del tiempo, frío en sus decisiones, ajeno al dolor que producía, portador de las que personalmente llamo las 3 inmunidades psicopáticas: inmune al peligro, inmune al miedo e inmune a la culpabilidad; valientemente salvaje y arriesgado; creador y usuario hábil de armas. El lector se habrá dado cuenta que esas cualidades son las que celebramos en los héroes y en sus hazañas guerreras. Quizás muchos de esos personajes célebres poseían características psicopáticas, pero que, de alguna manera, fueron dirigidas hacia un valor societario necesario. Quizás sin la oportunidad de las guerras esas características habrían funcionado en sentido negativo, afectando a la sociedad, como el maligno Giles de Reis en la edad media o en los cazadores enfermos y compulsivos que llamamos asesinos seriales. De ninguna manera puedo pensar que los individuos que se dedican a la tortura son seres normales o buenos. Si examinamos la historia, no solamente los héroes han causado dolor y muerte, pues algunos dirigentes políticos se han comportado como asesinos seriales en gran escala. Recordemos las matanzas en contra de los Cátaros, las guerras Napoleónicas, los millones de muertos en cargas a pecho descubierto en la primera guerra mundial sin que ni los políticos ni los generales tuviesen ni una lágrima por esos jóvenes soldados ametrallados sin ninguna compasión. Las bombas atómicas lanzadas sobre Japón al fin de la segunda guerra mundial son otro ejemplo. Finalmente, ante nuestros ojos se han desarrollado las guerras preventivas de Busch con miles de soldados propios y ajenos muertos en sangrientos combates. El problema del mal, no resuelto aún entre los filósofos, va desde el razonamiento de San Agustín hasta la filosofía moderna, con Nietzche y posteriormente con Ricoeur y Safranski, con lo cual adquiere una persistente presencia en el pensamiento y en las ideas, con lo cual esta temática se extenderá seguramente a la indagación post-modernista. El mismo Jean Guitton, en su inmensa fe católica y su amor a Dios no dejó de inquietarse con el tema de conciliar a esa fuerza divina, magnífica, creadora, a esa inmensa inteligencia, con la maldad que se evidencia en nuestro mundo, donde la ciencia no tiene moral porque su búsqueda está en la verdad, concebida solamente como el conciliar los hechos de la realidad con los postulados de determinada ciencia. En ese orden de ideas, los científicos no son malos ni tienen que ver con el mal. Son inevitablemente los técnicos y los políticos quienes tienen la responsabilidad moral de sus actos. Pero el mal y los políticos es otro tema importante a debatir en otra ocasión. Más o menos recientemente, el ya citado John Kekes argumenta sobre la existencia de la maldad y se pregunta por qué las personas actúan de esa manera y qué se puede hacer al respecto. Es bueno para los que estudian el tema del mal, leer el interesante libro de Kekes titulado The Roots of Evil (Cornell University, 2005) del cual existe una edición en español de 2006 del editorial Ateneo con el título Las raíces del Mal. Kekes analiza el mal, como daño intencionado, a través de ejemplos de individuos malos conocidos en la historia y de los cuales ha recogido importantes testimonios que avalan de la idea fundadora de ese autor que lo que importa en los individuos malos es la emoción que produce el Mal. Desde el punto de vista de la responsabilidad del mal causado razonadamente, intencionalmente  a los otros, las sociedades modernas se centran en los individuos como ocasionadores del mal, en circunstancias que muchas veces es el Estado, desquiciado, enloquecido, es el causante del mal. En los días postreros a la Segunda Guerra Mundial, en los tribunales militares establecidos en la ciudad de Nurenberg, en la vencida Alemania, los jueces se centraron en el castigo a las personas y desestimaron al Estado Nazi como causante de las atrocidades cometidas. De cierta manera los condenados también fueron víctimas de la dictadura de Hitler, quien junto a sus cercanos seguidores hizo jurar obediencia tanto a los militares como a los funcionarios públicos, a él y lealtad absoluta  a su gobierno. Por tanto, el principal instigador al mal fue lo que entendemos por un estado moderno. Lo mismo ocurre con los sacerdotes que son condenados por abusos sexuales en contra de menores: la responsabilidad es individual, la iglesia no es tocada, como si fuese una entidad independiente del estado de sacerdocio de los culpables. Ahora, desde el punto de la educación, el problema es que la maldad está presente, como conducta observable, en el arte, en el cine y en el ocio de todos, especialmente en los niños, quienes utilizan sin ningún filtro moral alguno, en sus pequeñas vidas, los elementos malévolos que traen los juegos de video, que con la complicidad perversa de los padres entran en nuestros hogares. En esos juegos las conductas psicopáticas son exaltadas al máximo, glorificadas en héroes dotados de fuerza, belleza y sin ninguna norma moral. ¿Podemos quejarnos de fenómenos como la agresión desmedida de algunos contra otros en las escuelas? ¿Es que lo malo, como fruto del mal, se ha establecido entre los niños bajo la forma de la entretención y de un remedio contra el aburrimiento y el hastío? Por lo demás, dicen los psicólogos, el ser humano es la única especie donde existe el aburrimiento. Desde la neurociencia podríamos pensar que el mal concebido como emociones también malas, contenidas en los juegos violentísimos, donde las heridas, lesiones y crímenes son disfrutados por el alma infantil, llega acontaminar el sistema límbico de los niños, estableciendo en ellos conductas que tarde o temprano los hará reaccionar con agresividad maligna hacia los Mundos 1 y 3. Lo malo, producto del alma o mente de los hombres efectivamente existe, pero sin necesidad de la personificación metafísica del Demonio. Es desde el Mundo 2 de Popper donde se ha introducido el mal en la humanidad, el que se mantiene hasta ahora como una disposición de nuestra especie para causar daño deliberado en los demás. Tanto la psiquiatría como la historia avalan nuestra opinión sobre el Mal y lo Malo. Termino este ensayo con unas frases de Popper, que son importantes porque se refieren al efecto del mal entre los intelectuales, promotores de ideología y filosofías a veces destructivas: “Pero el horror continúa. Los refugiados de Vietnam, las víctimas de Pol Pot en Camboya, las víctimas de la revolución en el Irán; los refugiados de Afganistán y los refugiados árabes de Israel; una y otra vez, niños, mujeres y hombres se convierten en víctimas de fanáticos enloquecidos. ¿Qué podemos hacer para evitar estos acontecimientos monstruosos? ¿Podemos hacer algo? Mi respuesta es que sí. Creo que es mucho lo que nosotros podemos hacer. Cuando digo «nosotros» me refiero a los intelectuales, a seres humanos interesados en las ideas; en especial a los que leen y, en ocasiones, escriben. ¿Por qué creo que nosotros, los intelectuales, podemos ayudar? Sencillamente porque nosotros, los intelectuales, hemos hecho el más terrible daño durante miles de años. Los asesinatos en masa en nombre de una idea, de una doctrina, una teoría o una religión fueron obra nuestra, invención nuestra, de los intelectuales. Sólo con que consiguiésemos dejar de enfrentar a unos hombres con otros –a menudo con las mejores intenciones— ganaríamos mucho. Nadie puede decir que no podemos dejar de hacerlo.” Popper, Karl: Conferencia: Tolerancia y responsabilidad intelectual. 16 de marzo de 1982 en el Ciclo de Conversaciones sobre la Tolerancia en la Universidad de Viena. REFERENCIAS Barreras, David: (2007) La cruzada Albigense y el imperio Aragonés. eBook, Ediciones Nautilus S.E. Campos, Nelson: (2011) Etica y Bioética: Una aplicación deontológica. FCB, Santiago (Versión electrónica aumentada del libro del año 2007) Campos, Nelson (2005): Filosofía de la educación. La búsqueda de justicia en una sociedad injusta. FCB, Santiago. Documents of the Christian Church. (1947) Pro libero arbitrio, Oxford University Press. Oxford. Echeverría, Agustín: (2011) Metafísica Leibnitziana de la permisión del mal. S.A. Eunsa, Universidad de Navarra. Popper, Karl: (1997)El cuerpo y la mente, Paidós Ibérica. Barcelona ___________: Conferencia: Tolerancia y responsabilidad intelectual. 16 de marzo de 1982 en el Ciclo de Conversaciones sobre la Tolerancia en la Universidad de Viena. ____________: (2002) La miseria del Historicismo. Alianza Editorial, Madrid Kekes, John: (2006) Las raíces del mal. El Ateneo, B. Aires. Rice, Anne: Lestat el Vampiro. Ed. B, S.A, Barcelona, pág. 490.- San Agustin: De civitate Dei contra Paganos, Libri Viginti duo.   S. Aurelii Augustini , Opera Omnia. Editio Latina, FAE y BAC. __________ De Haeresibus. Liber unus. S. Aurelii Agustini, Opera Omnia, Editio Latina, FAE y BAC Schneider, Kurt (1980) Las personalidades psicopáticas. Morata, Madrid