Brathair 20 (2), 2020
ISSN 1519-9053
ESTRATEGIAS RETÓRICAS EN LA CONSTRUCCIÓN
DEL PERSONAJE JUDÍO DEL DIALOGUS CONTRA
IUDAEOS DE PEDRO ALFONSO
Rhetorical devices in the construction of the Jewish character
of Peter Alfonsi’s Dialogus contra iudaeos
Estratégias retóricas na construção do caráter judeu do
Dialogus contra iudaeos de Pedro Alfonso
Dra. Natalia G. Jakubecki
Jefa de trabajos prácticos de Historia de la Filosofía Medieval
Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires,
Investigadora Asistente (CONICET),
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1674-7064
E-mail: jakubecki@gmail.com
Recebido em: 10/08/2020
Aprovado em: 08/12/2020
Resumen: El objetivo de este trabajo es dar cuenta de algunas estrategias retóricas en la
configuración identitaria de Moisés, el personaje judío del Dialogus contra iudaeos, escrito
por Pedro Alfonso de Huesca c. 1106. Ello en vista de arribar a una conclusión que permita
ponderar la presencia o ausencia de ciertos elementos textuales de la literatura antijudía
posterior.
Palabras clave: Identidad – Retórica – Pedro Alfonso de Huesca.
Abstract: The present paper aims to expose the different rhetorical strategies in the identity
configuration of Moses, the Jewish character on the Dialogus contra Iudaeos, written by
Peter Alfonsi of Huesca c. 1106. This first exposition has a subsequent purpose: to evaluate
the presence or absence of some textual components into the following anti-Jewish literature.
Keywords: Identity – Rhetoric – Peter Alfonsi of Huesca.
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Introducción
Un hito importante en la historia literaria del antijudaísmo ha sido, sin lugar a
dudas, el texto de Pedro Alfonso de Huesca conocido como el Dialogus contra iudaeos
(o los Dialogi), cuya fecha de composición se supone alrededor de 1106. No ha de
sorprender que resultara fuente de inspiración para encarnizados defensores del
cristianismo de la talla de Raimundo Martí o Alonso de la Espina desde el momento en
que, de la serie de diálogos controversiales escritos en el occidente latino medieval, es el
primero cuyo propósito explícito consiste en refutar algunas creencias judías e, incluso,
musulmanas. Propósito que, por otra parte, excedía –y en mucho– las empresas más
bien pedagógicas de sus congéneres, en especial las precedentes. De allí que este
conjunto de doce diálogos se convirtiera en el escrito antijudío de consulta casi obligada
en los siglos inmediatamente posteriores. Los 79 testimonia de él que nos han llegado
son buena prueba de ello.1
Mi intención en lo que sigue, pues, es dar cuenta de la configuración identitaria
del personaje judío, y ello en vista de una conclusión que permita ponderar la presencia
o ausencia de ciertos elementos textuales de la literatura antijudía posterior. 2
Para cumplir cabalmente con este objetivo, el presente artículo se dividirá en tres
momentos. El primero consistirá en una presentación general del autor y de la obra. El
segundo atenderá a la forma específica del texto y a la función que el personaje judío
cumple en él. En el tercero, finalmente, se analizará la construcción identitaria de dicho
personaje a partir de la recuperación de los diversos dispositivos textuales en los que se
esta se apoya, con particular atención a aquellos de índole retórica.
El autor y la obra3
Moisés Sefardí (a. 1086-c. 1125) fue un destacado intelectual de la comunidad
judía, docto en medicina, física, filosofía y, especialmente, astronomía. Según él mismo
narra en el prefacio de su Dialogus, cambió su nombre por el de Pedro Alfonso el día en
que fue bautizado por la fe cristiana (Dial., prólogo: 198).4 Ese acontecimiento es el
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único del cual poseemos la fecha exacta (29 de junio de 1106) y, por tanto, término de
referencia para las restantes dataciones biográficas.5
Según las declaraciones del propio Pedro, su conversión había suscitado suficiente
malestar entre sus antiguos correligionarios como para que le fueran dirigidas serias
amonestaciones:
―[Algunos decían] que había aceptado la ley y la fe de los cristianos […]
porque hasta tal punto me había despojado de toda modestia que despreciaba
a Dios y su ley. Otros, en cambio, decían que yo lo había hecho porque no
había interpretado bien las palabras de los profetas y de la ley. Pero otros lo
achacaban a vanagloria y, calumniándome, decían que lo había hecho
buscando la gloria del mundo porque había visto que el pueblo de los
cristianos superaba a todos los demás‖ (Dial., prólogo: 199).
Fueron estas increpaciones las que, como cuenta, lo empujaron a escribir el texto
que nos ocupa. Sin embargo, Pedro no se conforma con hacer una apología de sí mismo
ni de la religión cristiana. Como hemos anticipado, tiene como objetivo, además, ―la
destrucción de las creencias de todas las otras gentes‖ (omnium aliarum gentium
credulitas destructionem) (Dial., prólogo: 199). John Tolan ha notado con acierto que
Pedro no sólo se dispone a probar que el cristianismo es compatible con la verdad y la
razón, sino también que únicamente el cristianismo y ninguna otra religión lo es (1996a:
XXII).
En este sentido, el Dialogus puede leerse como ―el primer ejemplo de una nueva
actitud‖, pero no solo porque se valga de las propias fuentes judías para volverlas en
contra del judaísmo, como sostuvo Amparo Alba Cecilia (2005: 30), sino también
porque el mismo propósito refleja de algún modo la forma mentis escolástica que estaba
ya dando sus primeros pero firmes pasos en aquél entonces. En efecto, una buena
argumentación ya no se limitará a dar pruebas en favor de la propia tesis sino que,
además, será necesario refutar su contraria. Ello nos permite entender que el autor tiene,
en realidad, un único propósito, solo que dividido en dos momentos, los cuales se
reflejan en la estructura de la obra, consecuentemente dividida en dos partes: una pars
destruens conformada por cuatro libros dedicados a refutar las creencias del judaísmo y
uno solo en contra de las del Islam, y una pars construens que a lo largo de siete libros
explica las tesis conflictivas pero, según Pedro, ―verdaderas‖, de la fe cristiana.
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Resta señalar que nuestro autor comenta que eligió este formato por cuestiones
didácticas, o sea, ―para que el ánimo del lector tuviera mayor facilidad para entender‖
(Dial., prólogo: 199). En ello es consecuente con las tendencias literarias de su época,
para la cual el diálogo se convierte en un modelo estilístico ―particularmente apto para
la enseñanza de las artes y de la religión‖ (VON MOOS, 1989: 994). Tal es así que, hacia
finales del siglo XI y principios del XII, el subgénero de diálogos adversos iudaeos –si
es que se lo puede catalogar como tal– no solo aumenta su volumen, sino que comienza
a desarrollar nuevas estrategias textuales, tanto respecto del contenido teórico como de
orden retórico. El Dialogus de Pedro Alfonso, pues, será pionero en más de un aspecto
(cf. RESNICK, 2009: 85-86).
Forma del texto y función de Moisés
De todos estos aspectos, uno de los más interesantes y el que, según creo, hace a
esta obra sumamente peculiar (mucho más aún que el hecho de que su autor fuera un
judío converso) es que los dos interlocutores que Pedro Alfonso elije para desarrollar el
diálogo son él mismo, sólo que escindido diacrónicamente. Esto es, la voz antagonista
del cristianismo se encuentra representada por el personaje de Moisés, cuyo nombre e
identidad religiosa coinciden con las del autor antes de su bautismo, mientras que la
defensa del cristianismo y el ataque a las otras creencias estarán a cargo de Petrus, alter
ego del autor ya convertido.6 Sin embargo, para que la trama fuera verosímil, en la
ficción narrativa el personaje de Petrus presenta al de Moisés como un amigo de la
infancia que, apenas se entera de su conversión, acude a visitarlo, alarmado, para pedirle
que disputen ―en el campo de la razón‖ (uterque in alterne rationis campo discurramus)
(Dial., I: 201).
Como señala Thomas Ricklin, si bien este desdoblamiento al mejor estilo ―Dr.
Jekyll y Mr. Hyde‖ es usual en la literatura latina medieval (los Soliloquia de Agustín, la
Consolatio de Boecio y los Synonyma de Isidoro de Sevilla son claros ejemplos de
―diálogos autocontemplativos‖ [selbstbetrachtende Dialogs]), en el caso de personajes
judíos resulta un fenómeno aislado. Observa el autor que no deja de ser insólito incluso
dentro de la literatura latina misma, en la medida en que el desdoblamiento del ego se
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da por medio del momento del bautismo cristiano, es decir, de un renacimiento en otra
identidad religiosa (1999:147-149).
De hecho, en lo que concierne específicamente a los diálogos controversiales, este
también se muestra excepcional. A diferencia de todos ellos, nuestro Dialogus pareciera
ser un soliloquio, género que se encuentra en el límite entre diálogo y monólogo. En
efecto, el soliloquio, por una parte, consiste en un monólogo interior con un yo
escindido en el que el conflicto se da en el seno de la identidad pero, por otra parte, aun
cuando su interlocutor sea el sí mismo, se trata de un sí mismo que se transforma por
este diálogo interior. Sin embargo, en el Dialogus de Pedro Alfonso la escisión del yo
propia de los soliloquios no se da a partir de algún conflicto interno que necesite
disiparse. Se trata más bien de un recurso retórico que el autor eligió para reforzar
literariamente su nueva identidad. Y, más aún, eligió hacerlo contrastándola con la
otredad; pero no con una cualquiera sino con aquella a la que él perteneció, y de la que,
en definitiva, proviene la que ha adoptado recientemente. Puede incluso agregarse que
esta conformación de la propia identidad recientemente asumida se hace teniendo en
mente a la nueva comunidad de pertenencia ante la cual debía justificarse, el
cristianismo. En efecto, la mayoría de los estudios dedicados a esta obra coinciden en
que, de haber querido abrir un diálogo real con sus antiguos correligionarios, como el
mismo autor arguye en el prefacio, Pedro podría haber escrito el diálogo en hebreo,
lengua con la que estaba familiarizado. Pero no solo prefirió hacerlo en latín sino que,
además, decidió comenzar su texto con una profesión de fe que poco y nada podría
interesarle a un lector judío (cf. v.g., RICKIN, 1999: 152-154; PALMEN, 2016: 545-546).
Es cierto que Pedro Alfonso parte de su propia experiencia, pero Petrus y Moisés
no ofician de voces autobiográficas –a pesar del breve panegírico de este último hacia
Petrus en el inicio del diálogo (Dial., I: 201)– sino como una construcción ficcional
deliberada que integra elementos de dos comunidades religiosas cuyos discursos el
autor conoce muy bien. De hecho, este diálogo es el primero en su género que incluye
literatura rabínica y ofrece la traducción latina de algunos pasajes del Talmud, 7 lo cual
asegura la efectiva inclusión de los principios doctrinales de ambos interlocutores en la
conformación de sus respectivas identidades religiosas. A diferencia de otros diálogos
en los que mientras que los autores cristianos poseen una comprensión parcial y
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mediada de las creencias judías, Pedro logra replicar un discurso más auténtico por la
simple razón de que lo conocía de primera mano.
Con todo, si bien la voz del judaísmo es parte constitutiva del diálogo, lo es en
gran medida no por las intervenciones de Moisés, sino porque Petrus la retoma con el
único fin de objetarla. La contribución de Moisés al intercambio no es tanto la de
aportar argumentos en favor de su propia fe, sino la de ser –como bien dice José
González Luis– un ―cómodo opositor‖ en la medida en que no complica demasiado a
Petrus con sus preguntas (1992: 256), aunque, a decir verdad, la mayor parte de los
personajes judíos hasta el momento tampoco ponían en aprietos a sus interlocutores
cristianos.8
Dejando a un lado el quinto diálogo, que versa sobre el Islam y en el que Moisés
interviene alternativamente como portavoz de los sarracenos y como un oyente curioso,
nuestro personaje judío cumple diversas funciones en tanto antagonista: realiza
preguntas de naturaleza exegética más o menos complejas, propone él mismo ciertos
temas que le interesa tratar, acepta algunas explicaciones pero exige que profundicen
otras e, incluso, llega a señalar una contradicción en la exposición de Petrus –que éste,
como es esperable, resuelve sin ninguna dificultad (cf. Dial.,
IV:
289). Lo único que no
hace Moisés es ser él mismo el portavoz de sus propios argumentos.
Y esto nos conduce al tercer y último momento de este trabajo, la construcción
identitaria de Moisés.
Construcción identitaria de Moisés
Los especialistas comparten la opinión de que Pedro Alfonso construye el
personaje judío más verosímil de la literatura controversial escrita hasta entonces y ello
se debe, desde luego, a su propia biografía. Con todo, no porque el autor provenga de la
comunidad judía quiere decir que su personaje judío no se trate de una construcción
que, como tal, es interesada, subjetiva y ficcional. Interesada, en tanto que Pedro
pretende que el personaje cristiano, Petrus, pueda ―ganarle‖ a Moisés –si se me permite
la expresión– esto es, destruir sus creencias y demostrar la superioridad de las propias.
Para ello, Moisés tiene que mostrarse falible e ignorar ciertas cosas de antemano.
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Subjetiva, pues tal construcción se halla erigida únicamente sobre la percepción que el
autor tiene de sí y de sus ex correligionarios, en la que no intervienen ni percepciones ni
voces ajenas que contribuyan a conformar la identidad de modo colectivo. En
consecuencia, en tanto construcción particular, es también necesariamente sesgada. Y
ficcional, porque no intenta ofrecer una descripción lo más ajustada posible a lo que él
considera que es la realidad, sino que elabora un personaje ficticio con elementos reales.
De lo contrario, Moisés no sería ―un amigo de la infancia‖. Más aún, si se perdiera de
vista que no solo Moisés sino también Petrus son ficcionales, aun cuando discrepen
respecto a sus convicciones de fe, deberían compartir los mismos conocimientos
científicos pues uno y otro serían la misma persona, lo cual, a su vez, haría que los
largos pasajes dedicados a explicaciones geográficas, cosmogónicas, metafísicas, etc.
fueran del todo innecesarios.
Demás está decir que ello no es así. Petrus, en tanto personaje, cuenta con una
erudición muchísimo más amplia que la de su interlocutor judío quien, por su parte, es
introducido en escena por el cristiano del siguiente modo:
―Cuando le llegó la noticia de que yo, abandonada la ley paterna, había
elegido la fe cristiana, vino desde su lugar de residencia y se presentó
rápidamente ante mí con semblante de hombre indignado. Increpándome, me
saludó no con expresiones del viejo amigo, sino […] como si fuera un
extraño‖ (Dial., I: 200-201).
Al acudir ofendido a la casa de Petrus para pedir explicaciones, Moisés nos es
presentado como alguien movido ante todo por la emoción, alguien que ―coloca su
propio modelo de vida como norma incuestionable y condena sin previo juicio e
irreflexivamente‖ (GONZALEZ LUIS, 1992: 259). Pero ello es solo en apariencia porque,
en realidad, tras el primer impulso mantiene la compostura y cordialidad. Y, lo que es
más importante aún, este ―perfectissimus amicus‖ (Dial., prólogo: 8) de Petrus es a tal
punto sensato, que él mismo es quien propone una disputa racional de modo que pueda
juzgar si la conversión del flamante cristiano fue o no justa (Dial., I: 201). Pero a pesar
de que una de las reglas propuestas por el judío y aceptadas de mutuo acuerdo consiste
en que ambos puedan preguntar, responder y oponerse a la explicación del otro (Dial., I:
202), Moisés ―no está en situación de rebatir a Petrus‖, como señala Cardelle de
Hartmann (2011:1049).
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La relación asimétrica que ambos personajes mantienen con el saber se muestra en
el desconcierto por momentos explícito de Moisés. Tan solo a modo de ejemplo,
tomemos el primer diálogo, en el que tras fallidos intentos por defenderse de la
imputación de que los judíos suscriben al antropomorfismo divino, 9 nuestro personaje
admite carecer de otra explicación, a lo cual Petrus le responde ―Gracias a Dios, ya no
me das una respuesta necia‖ (iam paulisper stulticiae cares) y un poco más adelante,
agrega, ―Ya que vuestra argumentación busca refugiarse en tan irracional
(irrationabilis) conclusión, apoyándote en las tradiciones de los antiguos te será posible
afirmar cualquier mentira‖ (Dial., I: 207). Frente a tan mordaces intervenciones, la
réplica de Moisés no es precisamente la de un sabio, ni siquiera la de un par. Es la de
alguien desconcertado: ―He respondido no por razón de certeza (non ratione recti) sino
buscando hallar un modo de salida‖ (Dial., I: 208). Solo tras cinco pedidos de
explicación nuestro personaje está en condiciones de decir ―Por fin (tandem) lo entiendo
bien‖ (Dial., I: 211).
Por otra parte, es posible hallar algunas intervenciones de Moisés en las que este
expresa su agradecimiento a Petrus por instruirlo. En la primera parte del debate,
aquella en la cual Petrus se detiene en los errores exegéticos del judaísmo, luego de que
le explicara a Moisés que es imposible que Dios llore porque ello implicaría un cambio
en una naturaleza cuya inmutabilidad nadie pone en cuestión, Moisés confiesa: ―Ya que
sin interrupción soy hecho más docto por ti (per te doctor fio), también continuamente
te doy las gracias‖ (Dial., I: 219). Un pasaje similar se encuentra en el quinto diálogo,
en el que Pedro Alfonso le deja a Moisés un inusitado espacio para expresarse y, aun así,
es Petrus quien termina teniendo razón y Moisés reconociéndolo: ―Bien me corregiste y,
dando gracias a Dios, aprendí con tus palabras la prudencia‖ (Dial., V: 301).
Lo que me interesa señalar con esto es que si bien es cierto que el que debe dar
explicaciones es Petrus, este tipo de intervenciones, aunque infrecuentes, tienden a
acentuar la pasividad de Moisés. Ritva Palmén acierta en ver este recurso una estrategia
retórica que termina por convertirlo en una especie de colega o, más aún, de estudiante
cristiano que solo de tanto en tanto cuestiona las opiniones de un Petrus (2016: 550)
quien, en contrapartida, deviene maestro.10 Sin embargo, esta actitud de Moisés no es
gradual, como sostiene la autora. Por el contrario, a medida que el diálogo avanza y
Petrus refuta una y otra vez las opiniones de Moisés, el judío deja a un lado la gratitud
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inicial y permite entrever cierto fastidio. Tal es el caso de un pasaje en el que ambos se
encuentran debatiendo acerca de los ritos pascuales:
―M.— Una vez que me has desautorizado la festividad de la Pascua, que
entre todas es la más sobresaliente y notable y de la que se dice que quien no
la celebra perecerá, no vale la pena que hablemos de otras de menor
importancia, ya que mucho más fácilmente podrías quitarles trascendencia‖
(Dial., XII: 391).
La asimetría entre un personaje y otro rebasa los límites epistémicos y se hace
manifiesta también en el trato que, si bien amable, no es en absoluto de igual a igual.
Compartimos la observación de Tolan cuando afirma que ―a pesar de su tono sereno y
educado‖ los Dialogi exponen ―una condena áspera y absolutamente nueva del
judaísmo‖ (1996b: 181). Condena que no pasa por agravios directos a Moisés –en
definitiva los dos ―Stultissime omnium‖ (IX: 146 y X: 158) que le dirige Petrus hablan
más de su falta de paciencia que se la capacidad intelectual de su interlocutor– sino por
la severidad con que refuta sus creencias. 11 De hecho, no hace falta remitirnos a estudios
contemporáneos para detectarlo. Basta atender al mismo personaje de Moisés, que
advierte que las palabras de Petrus ―son breves y leves pero en ellas hay intención dura
y grave‖ (Dial., I: 204).
Pese a ello, nuestro judío se encuentra más motivado en aprender de su oponente
que en discutirle, en preguntar más que en contestar. Ese es, después de todo, el papel
que le toca en tanto personaje judío nacido de la pluma de un autor cristiano, por muy
recién convertido que fuera –o quizá justamente a causa de ello. Un papel no menor si
se toma en cuenta que, como hemos dicho, Pedro Alfonso se sirve de Moisés para
construir su propia identidad, una en la que el peso de la razón es crucial (cf.
FUNKENSTEIN, 1971: 378). De allí que el nivel de inteligencia propia que quiera ostentar
ha de ser medianamente proporcional al de su interlocutor, pues de lo contrario: o bien
debería esgrimir argumentos sencillos y superficiales –lo cual no es el caso– para que
Moisés los entendiera, o bien sería él mismo un necio al malgastar su tiempo
desarrollando sutilezas que el judío es incapaz de comprender. Por tanto, el hecho de
que Moisés pueda seguir las intrincadas demostraciones de Petrus lo convierte ipso
facto sino en un par, al menos en alguien con un nivel intelectual tal que, a diferencia de
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―las mentes simples de los menos doctos [que] no perciben las sutilezas de las cosas
profundas‖ (Dial.,
III:
275-276), es capaz de apreciar verdades racionales e, incluso, la
misma ―superioridad de Pedro‖, como nota Palmén (2016: 555). Y ello a pesar de que
ocasionalmente pida que se profundice en tal o cual aspecto del argumento lo cual, por
otra parte, no deja de ser un recurso retórico del propio autor, por lo general, una excusa
para discurrir sobre cuestiones aledañas y menores que desea exponer pero que no
hacen al argumento principal.
Con todo, ello no implica que Moisés sea sumiso ni dócil. ―Bien me has enredado
con tus insidias (Bene michi insidiatus)‖, le achaca a Petrus ya cerca del final (Dial., X:
362). Pero el que hayan desacuerdos y que el intercambio tenga, incluso, sus momentos
álgidos no es más que un requerimiento de verosimilitud (cf. v.g. Dial., II: 264-265; VII:
318-19;
IX:
350-351). Lo que sí considero que resulta relevante es el hecho de que no
una sino dos veces Moisés acepte la racionalidad de los argumentos de su interlocutor y,
aun así, se rehúse a convertirse al cristianismo (cf. Dial., V: 291;
XII:
399). Y ello lo
sabemos no porque lo diga de manera explícita, sino porque, de lo contrario, no habría
motivos para que Petrus invocara la iluminación del Espíritu Santo:
―M.— Es cierto que Dios te dio mucha de su sabiduría y te dotó de gran
razón, cosas a las que yo no puedo vencer; al contrario, eres tú quien refutaste
mis objeciones con tus razonamientos.
P.— […] Y su tú también creyeras lo que nosotros creemos y te hicieras
bautizar tendrías esa misma iluminación del Espíritu Santo para conocer lo
verdadero y rechazar lo falso‖ (Dial., XII: 399-400).
Lo que está haciendo Moisés es negarse a aceptar como verdadero todo un
conjunto de proposiciones de fe que se reconoce incapaz de refutar. Si nos atenemos al
enfoque racionalista que predomina en el pensamiento de Pedro Alfonso en general, y
en esta obra en particular, y reparamos en las reiteradas ocasiones en las que ambos
personajes aluden a la irracionalidad de las creencias de judías, 12 este final, de manera
implícita, acusa a Moisés de insensato e intelectualmente inferior. 13
Ahora bien, advirtamos que fue Moisés mismo quien propuso disputar en el
campo de la razón, y que, a su vez, reconoce que esa razón quedó innegablemente del
lado de su oponente cristiano. Ricklin ve en este final un gesto positivo por parte del
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autor, según el cual estaría indicando que aunque se reconozca la inferioridad
argumentativa de la comprensión rabínica de las Escrituras y la lógica asista de modo
unilateral al cristianismo, los judíos no tienen por qué verse forzados a convertirse (199:
154). Esa es una lectura posible. Sin embargo, me permito proponer otra que, de todas
formas, no es necesariamente incompatible. Creo que por mucho que a nivel ficcional
Petrus exprese la esperanza de que, como le sucedió a él, su amigo se convierta, ya solo
por este final y sin contar los muchos otros elementos teóricos y retóricos que se nos
presentan a lo largo del texto, Pedro Alfonso se inscribe, por desgracia, en la larga lista
de autores cristianos que acusan a los judíos de pertinaces, puesto que ven la verdad y
no la siguen.
En este punto se me podrá decir, y con justa razón, que es necesario distinguir
entre la construcción identitaria del personaje y la que se hace de la comunidad judía, y
solo después analizar si ambas se condicen –y así Moisés sería un mero portavoz de
ella–14 o no se condicen en absoluto –lo cual lo convertiría en una excepción carente de
toda representatividad. No obstante, esta es una tarea de más largo aliento que
reservamos para un trabajo posterior.
Conclusiones
Para concluir al menos este tramo del estudio, me permito una breve reflexión. He
dicho al comenzar que los Dialogi de Pedro Alfonso fueron de consulta casi obligada
para los polemistas antijudíos inmediatamente posteriores. Pero mientras esta obra –a
semejanza de gran parte de las disputas ficcionales de finales del siglo XI y comienzos
del XII– se esfuerza por mostrar mutuo respeto entre los dialogantes y en matizar los
rasgos identitarios de Moisés de modo que sea un digno interlocutor, aquellas que le
siguieron exhibieron un trato cada vez más agresivo y una construcción de los personajes
judíos que, en términos generales, los mostraba como pertinaces, mentirosos y/o
irracionales. Tales son, pues, las adjetivaciones tanto explícitas como implícitas que en
ellas predominan.
Además –y de manera un tanto paradójica, si se quiere– con cuanto mayor fidelidad
y cuidado se recogía el discurso ajeno, con mayor virulencia se lo atacaba (cf. SOUSSEN,
2013). Ello coincide con el momento en el que los diálogos literarios dejaban atrás su
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función de pedagógica intracristiana y comenzaban a utilizarse como un modelo para
polemizar con un ―otro‖ real en la vida cotidiana. 15
Con todo, resulta significativo que a medida que la judeofobia se iba afianzando en
los círculos letrados de la Europa cristiana, el formato de diálogo fuera cayendo en desuso
y su lugar, ocupado por tratados y manuales de índole inquisitorial (cf. DAHAN, 2006: 4179). En este sentido, no podemos dejar de mencionar el caso del Speculum Historiale,
pues no solo es paradigmático, sino que se vincula directamente con nuestra fuente. Allí,
Vicente de Beauvais, su autor, reprodujo los primeros cinco libros del Dialogus de Pedro
Alfonso (es decir, la pars destruens) pero con ligeros arreglos que le permitieron
prescindir de la figura de Moisés convirtiendo, de ese modo, el diálogo original en un
tratado condenatorio. Este gesto, esta decisión literaria, nos lleva a concluir que aun
cuando el texto de Pedro Alfonso tenga un fuerte componente antijudío, el hecho mismo
de estar escrito con el formato diálogo no es poca cosa. En primer lugar, porque incluso si
no escapa por completo del sesgo de la subjetividad del autor, es mucho más plural que un
tratado en tanto ofrece a la voz ajena un espacio objetivo (cf. FIDORA, 2009: 81). Y en
segundo lugar, porque a pesar de que se trate de una ficción literaria, la elección de este
formato es una muestra –aunque más no sea indeliberada– de que el autor consideraba a
un judío como un sujeto de diálogo. Es cierto que al traer a la discusión textos menores o
interpretaciones de estos a los que la misma comunidad judía poco o ningún caso hacía
(como en el primero de los diálogos, a propósito del antropomorfismo de Dios),16 Pedro
Alfonso parece querer minar la credibilidad del oponente para poner en duda, incluso, su
idoneidad como tal. Con todo, haya sido pensado o no sinécdoque de su comunidad,
Moisés no deja de ser, en efecto, un interlocutor posible dentro del conjunto de
interlocutores válidos.
Bibliografía
Fuentes
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Notas
1
La lista completa, junto a sus respectivas descripciones, se encuentra en TOLAN, 1993: 182-198. Para la
recepción medieval del Dialogus a la que hemos hecho referencia, puede consultarse IDEM: 95-131, y
también RESNICK 2006: 27-36.
2
Un valioso aporte para la confección de este artículo ha sido el trabajo de Ritva PALMÉN (2016) en el
que la autora releva algunos componentes de la praxis retórica positiva que opera en la obra. Sin embargo,
mientras ella tiene por objetivo aplicar las nociones de la ―Teoría del reconocimiento‖ (Theory of
Recognition) como instrumento hermenéutico, mi intención en concentrarme en las estrategias utilizadas
en la confirmación de la identidad de un personaje en particular.
3
En este apartado nos ceñiremos a traer a la memoria del lector o lectora algunos contenidos que deberá
tener presentes para seguir la exposición, pero no es nuestra intención realizar una presentación
exhaustiva. Para ello, puede consultarse, de entre la abundante bibliografía al respecto, TOLAN, 1996a.
4
Raimundo Martí, en su Pugio fidei, lib. II, dist. 3, c. 4, dice que Pedro Alfonso fue un ―magnus rabinus
apud judaeos‖. Sin embargo, esta atribución resulta dudosa. De ahora en adelante cito el texto de Pedro
Alfonso de Huesca por ubicación interna (prólogo o número de diálogo) y paginación de la traducción al
castellano de DUCAY: 1996.
5
Sobre los interrogantes que aún quedan acerca de su vida y obra, véase CARDELLE DE HARTMANN, 2011.
6
Como es usual en estos casos, dejo el nombre del personaje en su versión latina para no confundirlo con
el del autor.
7
En un artículo publicado en 2011, Cardelle de Hartmann señaló que si bien estos pasajes ya habían sido
identificados, restaba aún establecer la rama de transmisión textual de la que proceden. Cf. CARDELLE DE
HARTMANN, 2011: 1049, y n. 3.
8
En aquella época, la excepción más evidente –y por ello una de las más interesantes en cuanto al lugar
que ocupa en la discusión el personaje judío– es la Disputatio inter iudaei et christianum de Gilberto
Crispino.
9
Tal como señala Tolan: ―En este punto Pedro Alfonso ridiculiza la tradición mística conocida como Shi’
ur Qomah (medida del cuerpo) que suponía especular sobre las dimensiones del cuerpo de Dios, […]
objeto de enérgicos ataques por parte de los judíos caraítas e incluso muchos judíos rabbanitas albergaban
ciertos recelos al respecto…‖ (1996a: XXV). Véase al respecto RESNICK, 2009: 89-93.
10
Este es un rasgo bastante usual en los diálogos de la época. El más llamativo al respecto es la
Disputatio inter christianum et gentilem del Pseudo-Anselmo, en el cual el personaje que comienza
siendo gentil y aparece como tal al comienzo de cada una de sus intervenciones, termina siendo apuntado
como ―discipulus fidelis‖ hacia el último tercio del texto, mientras que su interlocutor pasa de ser
―christianus‖ a ―magister‖. Para un análisis detallado, véase JAKUBECKI, 2018.
11
Las arriba consignadas, sumada al también referido pasaje ―iam paulisper stultitiae cares‖, son las
únicas ocasiones en las que Petrus insulta de manera personal y directa a Moisés, si es que no me he
pasado por alto alguna (y aun si así lo fuera, no modifica el hecho de que sea un recurso inusual). La
utilización de adjetivos o frases peyorativas dirigidos a las creencias y/o a la comunidad judía, en cambio,
son mucho más frecuentes. Véase, solo a modo de ejemplo, la última intervención de Petrus del Dial., I:
46-50 (lat.); 242-246 (cast.). El diálogo IX, en el que se intenta demostrar que en Cristo se cumplen todas
las profecías, también es particularmente incisivo.
12
Si bien esta serie de calificaciones recorre la obra completa, véanse especialmente los primeros cuatro
diálogos.
13
Quien terminará por radicalizar este enfoque será, tan solo unos años más tarde, Pedro el Venerable:
―¿Pero qué debo hacer? Si comienzo a responder esta o cualquier otra locura similar, yo mismo pareceré
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loco […] ¿Acaso no parecerá un lunático aquel que se esfuerza por debatir razonablemente con el hombre
en quien toda razón ha sido sepultada, y que no ofrece nada más que comentarios vanos y tontos?‖, en
PETRUS VENERABILIS. Adversus iud.: 126, 59-65. Traducción propia. Un excelente trabajo directamente
ligado a Pedro el Venerable y la retórica, aunque no sobre el judaísmo sino sobre el Islam, es el de Martínez
Gázquez: 2005.
14
Esta es, desde luego –y concordando con los especialistas–, mi hipótesis inicial. Véase aquí la nota 11.
Con todo, considero que aún falta un estudio exhaustivo para despejar toda duda.
15
Existe abundante literatura al respecto. Recomiendo especialmente el trabajo de CARDELLE DE
HARTMANN: 2001 ya que, además de analizar diferentes casos y proponer una convincente clasificación
de diferentes tipos de diálogos de este subgénero, ofrece un nutrido (aunque no completo) repertorio de
los mismos.
16
Véase aquí la nota 9.
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