La Cultura de la Muerte
Adriana Martínez Traslaviña.
En Colombia las víctimas del conflicto armado, los pobres, los
campesinos, los afrocolombianos, los indígenas y los jóvenes
son quienes conforman esa zona de vacío entre la vida y la
muerte, entre la existencia y la desaparición y entre el poder y
la abyección.
Juan Carlos Amador Profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas
El conflicto armado en Colombia sigue vivo desde hace más de 60 años, en primera
instancia aparece con la desigual repartición de la tierra y la falta de espacios de
participación política, las cuales dieron cabida al uso de la violencia y la lucha armada;
luego por resentimientos y agravios, se expande en las pugnas de los recursos saqueables
y el acceso a las finanzas públicas, reforzado con la irrupción del narcotráfico y la presencia
de nuevos actores políticos armados, como las guerrillas y sus disidencias, los paramilitares
y bandas criminales, los narcotraficantes, el gobierno, las fuerzas armadas y la sociedad
civil; grandes perpetradores de una eterna violencia en un contexto de lucha
revolucionaría, una guerra fria, y una guerra contra el terrorismo que transformo el conflicto
en una razón de ser y método de subsistencia.
Las consecuencias que ha dejado el conflicto armado es infinita, la violación a derechos
humanos y la desigualdad e injusticia social y económica se ven reflejadas en la calidad de
vida de las personas, la salud, la educación y el acceso a servicios y derechos básicos,
fueron restringidos o negados definitivamente. La guerra ha traído consigo consecuencias
incuantificables e intangibles, afectaciones emocionales y psicológicas, rupturas en los
proyectos de vida, en los vínculos y relaciones con los otros y con los territorios e impactos
políticos.
El conflicto armado colombiano y sus lógicas han afectado la dignidad de miles de
personas, la integridad se ha visto herida en ellos, sus proyectos se han truncado y sus
cotidianidades y relaciones con sus territorios y personas cercanas se han fragmentado.
Las acciones legítimas, permitidas y que en complicidad causaron tal daño, en muchas y
variadas formas, han sido en consentimiento y/o complicidad de miembros del gobierno de
turno y altos mandos de las fuerzas armadas que en su administración, ordenan aún de
manera sistemática, muchas de las causas y los efectos de las políticas de la muerte.
A partir del 2006 se revelan los vínculos de los políticos con paramilitares, llamados de ese
modo a los grupos armados ilegales de extrema derecha que se autodeterminan como
autodefensas y que están generalmente ligados al narcotráfico.
Estas alianzas por medio de la intimidación y la acción de los grupos paramilitares contra la
población civil, algunos habrían presuntamente alcanzado cargos en alcaldías, consejos,
asambleas municipales y gobernaciones así como en el Congreso de la República y otros
órganos estatales hasta posesionarse en la Presidencia de la República. A su vez algunos
de los políticos desde sus cargos habrían desviado dineros para la financiación y
conformación de grupos armados ilegales y habrían filtrado información para facilitar y
beneficiar las acciones de estos grupos dentro de las que se incluyen masacres, asesinatos
selectivos, desplazamientos forzado entre otras acciones criminales con el objetivo de
extender su poder en el territorio nacional.1
Del mismo modo, los efectos de estas rentas públicas y los recursos naturales hurtados y
repartidos han jugado un papel fundamental en desencadenar y sostener la violencia
política. Las raíces de los conflictos armados en Colombia se crean a través de intereses
económicos de algunos grupos en conflicto, manejado por reclutas que en su mayoría son
provenientes de poblaciones muy pobres abandonadas por el Estado, que en su afán de
oportunidad de sobrevivir y mantener a su familia, llegan a las filas de la guerra.
El poder es poder matar, y quien puede hacerlo, tiene el poder2
Mbembe menciona en su libro de Necropolítica conceptos que describen mecanismos de
control sobre quién puede vivir y quién debe morir, como lo son el necropoder, la
necropolítica y el necrocapitalismo.
Estos conceptos representan un rol esencial en la gubernamentalidad neoliberal de los
estados capitalistas. Los dispositivos, técnicas, prácticas y estrategias en las relaciones de
dominación tienen efectos muy radicales; la cosificación del ser humano las fuerzas
económicas e ideológicas del mundo moderno mercantilizan y reifican el cuerpo,
disponiéndose a ser mercantilizado y desechado aniquilando su integridad moral reducida a
un conjunto de fuerzas de producción fácilmente sustituibles.
En Colombia la cultura de la muerte es latente, ha estado siempre presente en los
presupuestos guerreristas de la política del país. El conflicto armado es antiguo, sus raíces
Tal como se encuentran en investigación en el momento en los procesos adelantados por
la JEPkj “Jurisdicción Especial para la Paz” en función de los acuerdos de paz firmados.
1
Santiago López Petit. 2010, prólogo, De la Necropolítica Neoliberal a la Empatía
Radical.Clara Valverde Gefaell. pg 11.
2
se hunden en la década de los años treinta. Por su génesis y las primeras tensiones que
encarna grandes acontecimientos que sirvieron de plataforma y base, para una revolución
que desencadenaría en la pluralidad de actores que han alimentado y transformado el
conflicto armado en el país.
En Principio los partidos políticos tradicionales y movimientos de guerrilleros, luego el
surgimiento de diferentes grupos revolucionarios, paramilitares y la influencia del
narcotráfico han tenido en predominancia según el periodo que se quiera investigar.
Además de las grandes brechas sociales entre la élite política con una fuerte presencia
regional, latifundista y monopolizador por un lado, luego grupos minoritarios como los
indígenas, campesinos y afrodescendientes por el otro, que no cuentan con el mismo
acceso a derechos básicos.
Historia Reciente
En los últimos 60 años, la tendencia de la violencia ha mostrado tres períodos históricos
fundamentales del país. El primero comprende el Frente Nacional desde 1958 hasta 1974,
un periodo en que se da origen y se fortalece la formación y consolidación de los grupos de
guerrilla. En segundo lugar, el periodo comprendido entre el fin del Frente hasta la
convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente que culminó con la reforma de la
Constitución Política de Colombia en 1991. Finalmente, un tercer periodo comprendido
entre 1991 hasta el 2006, cuando existe un compromiso de responsabilidad compartida por
parte del Gobierno Nacional y la Comunidad Internacional en la lucha contra el narcotráfico.
Las últimas administraciones desde comienzos del siglo XXI, entre Andrés Pastrana Arango
(1998 - 2002), Álvaro Uribe (2002-2010) y Juan Manuel Santos (2010-2018), construyeron
metodologías y tratamientos divergentes a la hora de enfrentar el conflicto armado.
Aportando cada uno a diferentes rimas de la historia colombiana.
Andres Pastarana, con el fracaso de las negociaciones en la Cáguan con las guerrillas de
las FARC Y ELN marcaron un legado político de conciliación. Luego viene Uribe que por el
contrario implementa políticas de seguridad democrática introduciendo modalidades
necropolíticas relacionadas directamente con las guerrillas de las FARC y ELN
especialmente, pero matizadas en la población ciudadana; hay que recordar que también
realizó un acuerdo de paz con los grupos paramilitares, el cual fue muy criticado debido a la
ausencia de las víctimas, observándose solo prebendas para los victimarios.
La llamada Ley de Justicia y Paz anunciaba una garantía de no repetición de las
atrocidades cometidas en el pasado por los grupos alzados en armas, en especial aquellos
perpetrados por los paramilitares. Los derechos de justicia, reparación y verdad eran la
fórmula adecuada para el desarrollo de la protección a las víctimas.
Sin embargo y por el contrario, además de beneficiar ampliamente a los perpetradores de la
violencia, permitieron que la voz de las víctimas estuvieran ausentes de los procesos de
reparación. Su participación fue prevista de manera marginal, sin mecanismos necesarios
de representación y protección ni garantía de un equilibro de fuerzas entre ellas y los
victimarios procesados.
Finalmente Juan Manuel Santos, es quien traza en su gobierno los acuerdos de paz con las
FARC, y logra mitigar de algún modo la violencia y la diferencia política y social del país. Se
sometieron diferentes puntos esenciales del país, como el final del conflicto armado, el
desarrollo agrario integral, la participación política, el narcotráfico y consumos de drogas
ilícitas y las víctimas.
A pesar de los altibajos y críticas, principalmente provenientes del hecho de que los
combates continuaron durante las negociaciones, 4 años después de iniciadas las
conversaciones se firmó la paz.
Hay que mencionar que fue un hecho casi que imposible de cumplir, teniendo en cuenta que
Santos decide someter a plebiscito el acuerdo de paz, el cual fue derrotado en las urnas
por un rotundo No, dejando en el limbo la paz, el gobierno y los estados inversionistas, los
cuales deciden pasar por alto el resultado nefasto y disfrazar un nobel de paz , con la idea
firme de continuar con el desarrollo de los acuerdos firmados, y así finalmente, el 24 de
agosto de 2016 se logra firmar la tan anhelada paz.
De este modo entra un acuerdo que parte con la idea de que la negociación es para lograr
el abandono de las armas y el fin del conflicto armado, y que la transformación del país
requiere del resultado de la confrontación política pacífica dentro de las reglas
democráticas. Así mismo, aborda dos temas especiales por la relación muy estrecha que
han tenido con el conflicto armado en las últimas décadas: el problema de la tierra y el del
tráfico de drogas.
La Necropolítica.
"El uribismo regresó porque mantuvo cautivo a un electorado que
criticaba los acuerdos de paz, logró mantener una estrategia
enorme de polarización y puso a la izquierda en la contraparte con
el rostro de Gustavo Petro", León Valencia.
Ahora con el regreso del uribismo en 2018, en cabeza de Iván Duque y con un acuerdo de
paz firmado y una nueva realidad social, aparece el uribismo y con él de nuevo la muerte y
violencia regresan a los territorios.
Teniendo en cuenta que en su campaña estuvo presente la intención de “hacer trizas los
acuerdos de paz”, el plan de acción no ha parado hasta el día de hoy. El sabotaje a los
acuerdos es constante, junto al incremento de violencia y creación de grupos armados y la
persecución y asesinatos a líderes sociales.
A los partidarios del uribismo de ultraderecha colmbiana, nunca les gustó la paz. Nunca
aceptaron que la paz debía llegar al país por medio de una solución negociada y que, entre
otras cuestiones, ello obligaba a repensar los límites de la democracia colombiana y de su
Estado de Derecho. En consecuencia, la calidad democrática del país ha ido en notable
decaída. Al grupo desarmado y firmante de paz FARC solo les han cumplido con las
obligaciones normativas, y los recursos llegan de manera parcial. Hoy el país presenta una
visible violencia mucho mayor a los años anteriores. Las guerrillas, disidencias, bandas
criminales, paramilitares y demás grupos armados ocupan el escenario de las antiguas
FARC. En esos lugares donde la presencia del Estado es inexistente, se disputan los
enclaves mineros, los espacios cocaleros y sus rutas de procesamientos y distribución. A
cambio, el regreso de los asesinatos sistemáticos, los desplazamientos masivos, las
torturas y desaparecimientos están a la orden del día en nuestros territorios. Y el gobierno
en total indiferencia, complicidad y omisión.
Rigiendo una constante frustración y miedo estas organizaciones, individuos y movimientos
que defiende el acuerdo de paz, como son el Sistema Integral de Verdad, la Justicia de
Reparación y No Repetición, a la Justicia Especial para la Paz JEP, a las Juntas de Acción
Comunal, a los Líderes Sociales, los Colectivos Cocaleros, los Defensores del Medio
Ambiente, Jóvenes, Estudiantes, Trabajadores, Mujeres y Niñas y Niños.
Los asesinatos sistemáticos contra los líderes y lideresas sociales en el país, van más allá
de las estadísticas y cifras, la vinculación entre sí por el tipo de liderazgo que ostentan las
víctimas en sus territorios. Las fuentes comparten entre sí, que quienes han sido
asesinados, muchos de ellos hacían parte de procesos de restitución de tierras luego de
terminado el conflicto armado, o abogaban por los acuerdos de paz en lo referente a la
reforma rural integral y solución a problemas ilícitas. O simplemente tenían gran capacidad
de organización y liderazgo comunitario. Convirtiéndose en un problema para el poder
violento.
Diversos estudios e investigaciones, registran que las decenas de miles de personas
asesinados/as fueron víctimas de terrorismo de estado, de las bandas paramilitares, de
narcotraficantes y de las guerrillas. Las responsabilidades de estos crímenes de lesa
humanidad, en muchas ocasiones fueron y siguen siendo de manera directa acciones
criminales de las fuerzas armadas, en otras compartidas pero siempre en promoción de las
bandas paramilitares y financiadas por bandas narcotraficantes.
Este espectáculo de violencia militar, política, paramilitar y de todo
signo, denota la presencia del pensamiento político de seguridad
democrática.
Así el Estado criminal usando estrategias que ficcionaliza al enemigo, convirtiéndolo en
sujetos sacrificables, objetos de subhumanización que se introducen en el reino del cálculo
político de desinformación y estigmatizaciones tales como guerrillero, izquierdista,
mamerto, terrorista, castrochavista. Todo esto con el objetivo de debilitar un modelo de
justicia restauradora y así evitar que la sociedad conozca la verdad de los hechos del
conflicto armado, obstruyendo el derecho a la verdad por medio actos simples y nada
acertados a la grave situación, afectando no solo la manera como se entiende el conflicto
armado sino que condiciona la concepción de las soluciones que se ofrecen, centrando la
atención sobre la protección física de las personas y no sobre la generación de garantías
más fuertes que permitan el ejercicio de libertades en las diferentes zonas del país. Estos
ataques además de anular a la población y personas en particular, buscan dominar
voluntades y ejercer el control social sobre sectores, por medio de constreñir libertades y
desincentivar la reinvindicación de derechos en el espacio público, generando el miedo a
que la gente ejerza su derecho a la defensa, haciendo que la censura termine
interiorizandolos.
El Narcotráfico
El impacto de las drogas ilícitas exacerbó todos los problemas de Colombia, catapultó los
comportamientos corruptos y abrió espacio para el crimen organizado, siendo financiador
directo del conflicto armado, ostentando ser el negocio más lucrativo que ha tenido el país
en todos sus tiempos. El cual en el ámbito político mal regulado y peor controlada se ha
convertido en un factor que afecta la confianza de los ciudadanos en sus autoridades y en
las instituciones. Tanto en la estructura del Estado como en el sector privado los carteles
infiltran, controlan y debilitan entidades.
El narcotráfico ha sido un fenómeno que ha tenido un desarrollo denso y oscuro, que
lentamente ha tomado auge en nuestro país y que nació como la solución al eterno conflicto
socioeconómico, al permitir dentro de su estructura la rápida abolición de las brechas
económicas que separan a la población de Colombia.
Al narcotráfico se tribuyen, en diversas medidas y con grados variables de exactitud, efectos
de todo orden. Para algunos, la exitosa marcha de la economía durante los últimos veinte
años tiene en los recursos generados por la venta de drogas una de sus causas principales.
Para otros, la violencia ha afectado gravemente al país, además de la destrucción del
sistema judicial, la impunidad habitual, la corrupción creciente. Todo esto con dinero del
narcotráfico.
Dineros y recursos que a su vez entraron en los hábitos del consumo habitual, la cultura
diaria, manejo de medios de comunicación, las campañas políticas, los partidos y en
general sobre la distribución del poder. A medida que la sociedad ha venido evolucionando,
el delito del tráfico de estupefacientes a su vez, ha mutado en diferentes actores y se ha
extendido en tales proporciones que en sus inicios habrían sido inimaginables. Además de
los nexos con la política que no son recientes ni tampoco agotan el amplio espectro de
articulación con la sociedad.
Desde comienzos de los años setenta, los dineros provenientes del negocio de la
marihuana y de la coca, han irrigado tanto la economía como el sistema político colombiano.
Los jugosos capitales derivados del negocio de las drogas, dieron cabida no sólo a la
irrupción de un nuevo actor socio económico, sino también a la articulación de importantes
sectores de la élite empresarial y política del país con el narcotráfico financiando campañas
electorales, comprando tierras, irrumpiendo leyes y ajustando todo lo posible a su modo.
Y el gobierno colombiano, siempre optó por políticas represivas y de prohibición a los
consumidores para demostrar la lucha contra las drogas con ayuda de los medios, mientras
sus principios siempre fueron permisivos con los narcotraficantes, abriendo la puerta a los
mafiosos, permitiendo así legitimar sus fortunas de origen ilegal.
En lugar de optar por un camino de sensatez por medio de políticas de disminución de
conductas punibles por medio de programas de prevención del consumo de drogas, de los
trabajadores sociales con las comunidades para que la población reflexione sobre el uso de
estupefacientes en la salud, como con sus relaciones sociales y personales.
Así mismo el gobierno tiene como respuesta la represión, la erradicación forzada y el uso
del glifosato para los campesino e indígenas que tiene un vínculo con las plantas
medicinales, como aquellos que obligados usan el cultivo como único modo de subsistencia,
pues no es posible conseguir otro modo legal para hacerlo. Siendo métodos que no solo
ponen en peligro la vida de animales, plantas y la vida humana, como también pone en
peligro a las comunidades frente a los grupos narcotraficantes dueños de las tierras.
En colombia las víctimas del conflicto armado, los pobres, los indígenas, los campesinos,
los afrocolombianos, los jóvenes, mujeres y niñas y niños son quienes conforman esa zona
de desdibujada entre la vida y la muerte, entre la dignidad y la abyección y que hacen parte
del conglomerado social sacrificable para que el negocio sea sustentable en la élite del
poder.
Conclusiones.
La defensa de los derechos humanos en Colombia sigue bajo asedio. Es tan grave esta
situación que el riesgo y el miedo son elementos normales e interiorizados en el defensa de
los derechos, generando un impacto social en cadena que intimidan las voluntades. En un
Estado Neoliberal como el nuestro que controla el comportamiento individual a través de la
disciplina, además de regular y administrar el crecimiento y la mortandad de la población
para la producción de sí misma, con técnicas donde desplazan al individuo la
responsabilidad sobre su propia salud, educación y todo aquello que incide en la
reproducción del capital humano que cada individuo posee para lograr desplazar sus
obligaciones sociales a cada persona, por medio de técnicas de poder como son la norma y
la política pública que se hacen tangibles por medio de subjetividades y tecnologías
paralegales y extralegales como los policías y militares sicarios, las disponibilidad
indiscriminada de armas, la existencia de casas de seguridad clandestina, el uso de
instituciones del Estado por parte de la delincuencia organizada, y los sujetos misóginos
violentos protegidos por el pacto misógino o patriarcal como son las leyes discriminatorias y
autoridades judiciales violentas.
Referencias
Necropolítica - Sobre el Gobierno Privado Directo. Achille Mbembe
https://aphuuruguay.files.wordpress.com/2014/08/achille-mbembe-necropolc3adtica-seguido
-de-sobre-el-gobierno-privado-indirecto.pdf
La Era de la Necropolítica en el Gobierno Uribe – Duque- Juan Carlos Amador
http://viva.org.co/cajavirtual/svc0628/pdfs/2_La_era_de_la_necropolitica_en_el_gobierno_Ur
ibe_Duque.pdf.
Muertos Buenos y Malos o la Necropolítica en Colombia - Juan Ricardo Aparicio.
https://cerosetenta.uniandes.edu.co/necropolitica-colombiana/