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José Fernando Salva
Tulane University
(Re)leer literatura argentina y latinoamericana: perspectivas
de cultura, sociedad y género. Mendoza: EDIUNC, 2018
LA MÁQUINA POLIFÓNICA: MÚSICA COMO POÉTICA
NARRATIVA EN LOS PASOS PERDIDOS, LOS RÍOS PROFUNDOS Y
EL BESO DE LA MUJER ARAÑA
La relación entre música y literatura ha sido productiva desde la antigüedad en la
cultura occidental. Podríamos pensar en la posibilidad de realizar una historia -arbitraria– de
la literatura desde la óptica de la música como figura temática, simbólica, poética y formal
que interviene en el campo de la escritura y la configura. En la Odisea de Homero, por
ejemplo, la música es tematizada en el episodio de Ulises y las sirenas (Canto 12) que, como
observaron Adorno y Horkheimer (1944), constituye uno de los mitos fundantes de la
racionalidad occidental. En este episodio el canto de las sirenas puede llevar a la locura y los
navegantes deben bloquear sus oídos con cera para no escucharlo. Sin embargo, el héroe
Ulises ordena ser amarrado al mástil de proa y escucha la música embriagadora de las sirenas
hasta perderse. De esta manera, la música es conceptualizada en la obra como una fuerza
ambivalente, irresistible y fatal al mismo tiempo, que funciona como frontera y otredad.
En la Odisea de Homero aparece además el músico como personaje en el aedo Femio
(Phemios). Este aedo ejecuta melodías en la casa de Penélope, incorporando determinadas
tonalidades a los ambientes, construyendo parte de los marcos narrativos. El aedo interpreta
canciones primero para los pretendientes de Penélope en ausencia de Ulises. Luego, cuando
Ulises consigue retornar a Ítaca, el héroe le pide canciones de boda al aedo, para que suenen
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mientras perpetra su venganza sangrienta sobre los pretendientes (Canto XXII). Entonces, se
observa que ya en uno de los primeros textos de lo que se considera literatura occidental la
música cumple un rol formal y temático. Además, el episodio de Ulises y las sirenas pone de
relieve una instancia de poder articulada a partir de la música y un determinado “reparto de
lo sensible” (Rancière). Las características que podemos extraer de la lectura de la música en
la Odisea pueden ser de utilidad como constantes de análisis en otros textos.
En este trabajo reflexiono en torno a las relaciones entre literatura y música en algunas
novelas hispanoamericanas, prestando atención a los mecanismos narrativos que ella articula
y a las divisiones y perspectivas de enunciación que pone de relieve. En varios textos de la
narrativa latinoamericana moderna es un elemento importante y modula el relato
sustancialmente. Consideremos a modo ilustrativo la música cubana en Tres tristes tigres
(1967) de Cabrera Infante, el jazz en Rayuela (1963) de Julio Cortázar o la música como
instancia inmanente en el barroco de Paradiso (1966) de Lezama Lima. En la narrativa
reciente podemos mencionar las novelas de Marcelo Cohen –como El oído absoluto (1989),
también Trabajos del reino (2004) del escritor mexicano Yuri Herrera y Pequeña flor (2015)
de Iosi Havilio (2015), entre otras obras.
En el presente ensayo me interesa observar las funciones y valores que la música
asume en las narrativas de Los pasos perdidos (1953) de Alejo Carpentier; Los ríos profundos
(1958) de José María Arguedas y El beso de la mujer araña (1976) de Manuel Puig. Así, a
partir de una perspectiva de lectura enfocada en lo musical, propongo una serie de
continuidades y diferencias entre los textos en relación con la música. Algunas preguntas que
se profundizan en este trabajo son: ¿Cómo es la música tematizada en estas novelas? ¿Puede
adquirir la función de un ideologema? ¿Cómo se relaciona con las posiciones de enunciación
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en el texto? Finalmente: ¿Qué operaciones realiza la música sobre el lenguaje? Es decir:
¿Cómo desterrirorializa al lenguaje verbal?
LA MÚSICA Y EL OTRO EN LOS PASOS PERDIDOS DE CARPENTIER
La música atraviesa toda la obra ficcional de Alejo Carpentier desde ¡Écue-YambaO! (1933) a La consagración de la primavera (1978) y El arpa y la sombra (1979). En este
trabajo me voy a centrar en algunos aspectos musicales de Los pasos perdidos (1953). En
primer lugar, el narrador protagonista es un musicólogo. Según Pablo Montoya, la figura del
músico como protagonista literario no es frecuente en la novela occidental, los músicos
aparecían más bien como personajes colectivos con funciones secundarias en la antigüedad
y el Medioevo. Recordemos el ejemplo del aedo de la Odisea evocado al comienzo de este
trabajo. A la vez, es interesante que el personaje de Los pasos perdidos sea “musicólogo”, ya
que establece una perspectiva teórica y una distancia sobre el objeto musical representado.
Recordemos la situación inicial de la novela. Los pasos perdidos, presenta a un
protagonista aparentemente escindido entre dos mundos antagónicos: la civilización
occidental, corrompida moralmente para el juicio del narrador, y América Latina, como
espacio incontaminado y maravilloso. El narrador homodiegético de la novela viaja a
Suramérica con una beca de una universidad metropolitana de Estados Unidos o Europa, para
realizar la búsqueda antropológica de un instrumento musical arcaico. Este protagonista se
encuentra afrontando una crisis personal expresada en su reciente ruptura conyugal y en el
hastío que siente por la ciudad, su bohemia y la lógica mercantil del mundo moderno. El viaje
en busca del instrumento arcaico es un viaje también temporal, se viaja hacia un lugar que se
diferencia fundamentalmente por estar en un momento anterior al desarrollo urbano
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capitalista de los centros modernos. Para el protagonista de Los pasos perdidos es posible
concebir en América Latina la idea de un estado de ser anterior, intocado por la cultura
europea, primigenio y puro.
Podemos señalar algunos episodios particularmente provechosos para analizar cómo
se construye la narración desde una perspectiva musical, cómo funciona la dinámica de la
música. Estos episodios se corresponden con momentos temporales internos del texto. Lo
temporal –estructurado a partir de la división entre un estadio pre-moderno frente a la
modernidad decadente- articula la música en la novela. El protagonista constantemente
establece comparaciones entre estilos diferentes de música, estilos que se corresponden a
distintos momentos históricos de la música. Hay en Los pasos perdidos una concepción
teleológica de la música y una perspectiva evolutiva de la misma. Lo que interesa al
protagonista es retrotraerse a un estilo anterior, a una concepción musical del pasado, a un
origen de la música. Esto es lo que representa el episodio del treno en la novela, la palabramúsica, el primer canto, el grado cero de la música para el narrador.
Además del episodio del treno, se destaca el episodio inicial que presenta al narrador
como un compositor de música para campañas publicitarias. Observamos en este momento
que el protagonista se halla a disgusto en la producción de un determinado tipo de música
con fines comerciales. Se trata de una música que para el protagonista está circunscripta a un
contexto decadente, a una actividad industrial que envilece el objeto cultural. Aunque las
personas a su alrededor lo elogian y solicitan ver una y otra vez el film publicitario que él ha
dirigido, un pensamiento de rabia y vergüenza lo carcome internamente y termina por
desmerecer el valor de su trabajo creativo:
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… todo aquel encarnizado trabajo, los alardes de buen gusto, de dominio del oficio,
la elección y coordinación de mis colaboradores y asistentes, habían parido, en fin de
cuentas, una película publicitaria, encargada a la empresa que me empleaba por un
Consorcio Pesquero, trabado en lucha feroz con una red de cooperativas. Un equipo
de técnicos se había extenuado durante semanas y semanas (…), cuyo único propósito
era atraer la atención de cierto público (Carpentier, 1985, 94).
Entonces, estos momentos señalados permiten identificar distintas concepciones de la música
que funcionan en la novela: el treno como parte de una búsqueda antropológica de un origen
de la música, conectado temporalmente a un estadio pre-moderno en que la música se
fundamentaba en un ritual y, por otro lado, en oposición, la música comercial de una empresa
publicitaria en una ciudad, la música como mercancía y como vehículo de mercancías.
Hacia el final de la novela, luego de que el narrador presencia al chamán a partir del
cual germina su idea del treno, el protagonista vuelve a componer. Esta sería otra torsión
musical de la estructura narrativa que podríamos señalar: la composición. El narrador está
trabajando en la musicalización del Prometheus Unbound de Shelley al comienzo de la
novela, pero se encuentra bloqueado en la ciudad occidental. Luego del viaje por la selva, en
la ciudad fundada por el Adelantado comienza a trabajar en la orquesta del Treno y el
proyecto fallido del Prometheus Unbound se reactiva. En esta instancia de la trama el devenir
del personaje entra en conflicto con el medio “natural” en el que se encuentra por carecer de
tinta y papel para llevar adelante la composición de su orquesta.
Ahora bien, el protagonista es músico y es musicólogo. En ese “logo” final se
establece una diferencia que articula una distancia y una perspectiva de la música como un
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discurso sobre el otro, un discurso antropológico. La idea del treno sintetiza de alguna manera
esa confluencia entre música y antropología. En este sentido de un discurso sobre un otro,
interesa retomar la idea de las posiciones de enunciación que se configuran en el texto desde
el enfoque musical.
Desde el antagonismo cultural y temporal que atraviesa la novela, el texto de
Carpentier articula un sistema de oposiciones valorativas a partir de la música. Hay un
episodio central en la novela para observar esa dinámica. El narrador se halla con su amante
Mouche en la casa de una pintora canadiense en Los Altos y llegan a la casa unos jóvenes
artistas del lugar: un músico, un poeta y un pintor. Para disgusto del narrador, están
interesados en París y no tienen una opinión positiva sobre la selva. Uno de ellos toca el piano
y el narrador deduce, a partir de la secuencia armónica de doce notas, que se trata de una
pieza musical atonal, dodecafónica. El narrador, entonces, se disgusta porque ha llegado a
América Latina la música de vanguardia europea: “el atonalismo había llegado al país; ya
eran usadas sus recetas en estas tierras”. Enojado, se va del lugar y entra a una taberna donde
un arpista “descalzo” improvisa una música que “evocaba la festiva grandeza de los
preámbulos de órganos de la Edad Media” (139). Se siente transportado por esta música
producida con un “instrumento aldeano” (139), que posee un “primitivismo verdadero” (140)
y que, como se comentó, le hace evocar momentos históricos pre-modernos, medievales, “las
tradiciones del órgano, la vihuela y el laúd” (140).
Este pasaje de Los pasos perdidos comentado es de gran importancia en la economía
textual de la novela porque es el momento en que el narrador decide aventurarse en la selva.
A partir de esta especie de epifanía musical en la taberna, el narrador toma su decisión. Ahora
bien, podemos observar cómo en este episodio subyace una ideología etnocéntrica que
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considera al otro desde un exotismo de lo autóctono, con paternalismo, y establece una
mirada vertical determinista sobre su agencia como sujeto y sus producciones culturales. El
narrador expresa claramente en su discurso la relación desigual, asimétrica, que establece
con el otro cuando, en este momento epifánico de la taberna, se acuerda del músico que
ejecutó en el piano una música de estética europea: “Me dieron ganas de subir a la casa y
traer al joven compositor arrastrado por una oreja, para que se informara provechosamente
de lo que aquí sonaba” (140).
En Los pasos perdidos, entonces, la música funciona como una forma de articular un
discurso sobre el otro. La música del otro es una música que el narrador considera primitiva,
primigenia. Para él, el otro no debe interpretar una música diferente a la que le corresponde,
la que le es propia según la perspectiva que plantea la novela. La condición del otro ya está
dada y es inmutable, la posibilidad de cambiar o abrirse a otras influencias es perniciosa. Los
productos culturales del otro se hallan inmóviles en un tiempo anterior que permanece
intocado, como una suerte de reserva temporal de cultura “primitiva” que se encuentra fija
en un lugar para que el narrador ponga en uso, a través de su enciclopedia europea, contrastes,
referencias e identificaciones con un pasado de la cultura europea. Mediante esta práctica
hegemónica sobre la cultura del otro, el narrador deviene antropólogo. Esta música autóctona
de los latinoamericanos se contrapone a la música de la industria de masas que predomina en
los ambientes urbanos de donde proviene el narrador, la música usada “con fines detestables”
(79), y se opone también a la música en decadencia de las vanguardias europeas.
Desde esta perspectiva podemos pensar en los distintos tipos de música que entran en
relación y se contraponen: la música popular, la música comercial, la música académica (la
Novena sinfonía de Beethoven aparece dos veces en la obra –primero en la ciudad y luego
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en una radio en la selva) y las vanguardias de la música clásica (dodecafonismo,
minimalismo, por ejemplo). Aunque el narrador toma partido por una música popular, la que
ejecutan en la taberna, y la enarbola como música propiamente latinoamericana, su
reivindicación está constituida desde la óptica de la academia y el museo, desde su posición
hegemónica de musicólogo. Al final de cuentas, la relación que el narrador establece con los
otros a través de la música no dista en gran medida de la de Ulises con las sirenas en la
Odisea: él tiene la posibilidad de experimentar la música hasta las últimas consecuencias y,
además, es quien dispone qué deben experimentar los demás.
MANUEL PUIG: MÚSICA POPULAR Y VOZ COLECTIVA
Si Alejo Carpentier abomina la industria cultural, Puig realiza una lectura diferente
de esta y observa cómo en las clases medias y bajas argentinas se constituyen géneros
discursivos en relación con los productos masivos y el kitsch. Manuel Puig trabaja su
narrativa en el entramado lingüístico de los clichés, los estereotipos y lo cursi del cine
hollywoodense. Desarrolla una escritura que se nutre del melodrama de los géneros menores
y, sobre todo, de su recepción como lenguaje en amplias capas de la población. De esta
manera, la música funciona en sus novelas como instancia popular y sentimental. Los géneros
musicales que le interesan como voz colectiva de una discursividad melodramática son el
tango y el bolero. Así, en la novela folletín Boquitas pintadas (1969), cada segmento o
entrega está encabezado por un epígrafe de un tango o un bolero, entre los cuales está Rubias
de New York, tango de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera de donde se extrae la frase que da
título a la novela: “quiero el beso de sus boquitas pintadas”.
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Walter Benjamin (1935) observó que con el advenimiento de la reproducción técnica
del cine, la fotografía y el fonógrafo crecieron las posibilidades de exhibición de la obra de
arte. Por un lado, la obra de arte perdió su aura y se transformó en una mercancía para un
público de consumidores. Al mismo tiempo, este cambio implicó el acceso de las masas a la
recepción del arte y la desestabilización de antiguas jerarquías que separaban la cultura del
pueblo. Según Benjamin (1935), de retrógrada frente a un Picasso, por ejemplo, la masa se
transformó en progresiva frente a un Chaplin. El cine fue el principal factor que catalizó esta
transformación relacional con el objeto artístico. La obra de Puig se constituye en ese
intersticio discursivo y sus personajes protagonistas pertenecen a esa masa de público del
cine. En los personajes de Puig hay un saber y un código de la cultura de masas de la
reproducción técnica: la música de la radio, las películas de Hollywood, los radioteatros, las
telenovelas. Pero es interesante que esta característica se presenta en el texto no sólo
temáticamente o como género discursivo intercalado en la estructura de la novela, sino
también en la voz de los personajes, como plurilingüismo, como impostación de la voz, como
acento melodramático del habla.
En El beso de la mujer araña a través de la música popular se deconstruye el discurso
aparentemente diferenciado de Valentín. A partir del bolero se reconsidera el discurso
heterosexual del personaje y se lo descubre habitado por los mismos giros cursis del discurso
de Molina, el personaje homosexual. En el capítulo siete de la novela, Molina pronuncia unos
versos del bolero Mi carta: “-Querido vuelvo otra vez a conversar contigo. La noche trae un
silencio que me invita a hablarte…” (Puig 119) Entonces, Valentín le dice a Molina que eso
es “romanticismo ñoño” (119). Sin embargo, la perspectiva de Valentín va cambiando al
leerle a Molina la carta que ha recibido de una mujer, escrita en código, con mensajes de sus
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compañeros de militancia: “-Sabés una cosa… yo me reía de tu bolero, y la carta que recibí
por ahí dice lo mismo que el bolero” (122). Entonces, Valentín le pide a Molina que recite
completa la letra del bolero y luego le dice que “No está mal, de veras”. Este proceso de
identificación de Valentín con la letra del bolero continúa progresivamente, al punto de decir:
“-La letra esa que me dijiste… es muy linda” (127). Esta diseminación del bolero la percibe
también Valentín en el estilo de hablar de Molina: “-¿Porque se querían demasiado? /–Eso
también suena a bolero, Molina” (125).
Finalmente, este código que hermana a Valentín y Molina es ideológico y pertenece
a la clase media. Por más que la relación inicial que puede establecerse entre los dos
personajes en lo político y lo sexual parece distante en un nivel manifiesto de lectura, ambos
están vinculados a un determinado estamento cultural. Por eso comparten el código de hablar
sobre películas y, aunque Valentín rechace en un primer momento algunas narraciones de
Molina, está envuelto en el mismo imaginario narrativo, su lenguaje también está atravesado
por frases que parecen estribillos de boleros. En esa brecha del discurso melodramático, el
lenguaje de Molina va seduciendo a Valentín y este último concluye hablando con el mismo
lenguaje que su compañero de celda. Por otra parte, este código compartido permite a
Valentín analizar las formas y fantasías burguesas que configuran esa imagen y relato de la
sociedad de masas.
Entonces, a partir de este episodio de El beso de la mujer araña podemos pensar en
cómo funciona la música en Puig, qué operaciones realiza sobre el lenguaje y el mundo
narrado. Me gustaría señalar el componente de afectividad como un aspecto importante en el
episodio del bolero. Los personajes se encuentran en una situación de abyección en ese
momento, Valentín está enfermo y Molina se encarga de cuidarlo. Valentín también rompe
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a llorar al recordar una mujer afuera. La letra del bolero funciona como vínculo afectivo entre
los personajes. Si retomamos la forma asimétrica en que circula la música en Los pasos
perdidos de Carpentier, se hace notoria la diferencia. Al integrar los lenguajes de los
productos culturales de la sociedad de masas y no trazar una división entre una cultura alta,
culta y la de los demás, la de un otro, en Puig se produce una democratización de la voz
popular y colectiva. En este movimiento narrativo, su propuesta es más cercana a la de José
María Arguedas.
LOS RÍOS PROFUNDOS: COMUNICACIÓN Y AFECTIVIDAD
En Los ríos profundos, de José María Arguedas (1958), la música es una instancia
liberadora y de comunicabilidad. Es liberadora en el sentido de que participa de dinámicas
que interrelacionan diversos grupos culturales, de diferentes esferas sociales y, además, la
música es portadora de un devenir mítico que sucede en el presente e implica afectividad. A
diferencia de la música latinoamericana en Los pasos perdidos como expresión “primitiva”
de un pasado que el narrador observa desde el punto de vista del anticuario, en la novela de
Arguedas, la música es algo que se está produciendo en el presente y que tiene un movimiento
prospectivo: se proyecta hacia un futuro como acto comunicativo. La música se performa
como un tipo de comunicación que puede diseminarse temporal y espacialmente.
En reiteradas oportunidades, el protagonista Ernesto utiliza el código musical para
intentar comunicarse, para enviar mensajes a su padre:
-Quiero mandarle un mensaje a mi padre, en el canto del rondín, Palacitos –le dije-.
Que Romero toque ‘Apurímac Mayu’ (…) Yo imploraré al canto que vaya por las
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cumbres, en el aire, y que llegue a los oídos de mi padre. Él sabrá que es mi voz
(Arguedas 334).
Del mismo modo, como el rondín, el canto del zumbayllu puede trasladarse a espacios
inmensos:
-Si lo hago bailar, y soplo su canto hacia la dirección de Chalhuanca, ¿llegaría hasta
los oídos de mi padre?- pregunté al ‘Markask’a’.
-¡Llega, hermano! Para él no hay distancia. (…) Tú le hablas primero en uno de sus
ojos, le das tu encargo, le orientas el camino, y después, cuando está cantando, soplas
despacio hacia la dirección que quieres. (…) Y el zumbayllu canta al oído de quien te
espera (307)
En la utilización de la música como comunicación, como forma de compartir y acortar
distancias, interviene una dimensión afectiva. Fernando Rivera explica que hay “un flujo de
afecto y sentido” presente en Los ríos profundos y en la escritura arguediana. La música
pondría de relieve en el texto esta intensidad afectiva, sería la forma mediante la cual se
articula una demanda de afecto, en el caso de Ernesto una demanda dirigida a su padre. Esta
“demanda de amor”, según Rivera, describe una estructura de “reciprocidad” del mundo
andino presente en Arguedas. De acuerdo con Rivera, la circulación del zumbayllu entre los
personajes funciona dentro de una lógica de reciprocidad y el gesto final de Ernesto de cuidar
a la opa Marcelina enferma de lepra es un acto afectivo frente a una demanda de amor.
El zumbayllu es un ejemplo de la concepción de música que aparece en la novela de
Arguedas. En Los ríos profundos la música no se limita a la producción armónica de sonidos
ejecutados con un instrumento musical o con la voz. La novela describe y articula en su
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escritura sistemas de sonidos y percepciones que van más allá de la concepción occidental
de música. El narrador describe sonidos de la naturaleza que tienen la consistencia de la
música, en el sentido de una determinada conformación sonora afectiva; como las
entonaciones que produce la corriente del río Pachachaca. La música es externa, se encarna
en los sonidos y percepciones de la naturaleza, así, por ejemplo, el texto habla de las “rojas
uvas musicales que cantan con el viento” (Arguedas 231). Estos sonidos abren una dimensión
experiencial de lo mítico en la narración, una concepción de la naturaleza mítica.
Esta dimensión mítica se articula en el relato, por ejemplo, cuando el narrador escucha
el sonido de “la María Angola” frente a las ruinas del palacio de Huayna Capac en Cuzco.
Ernesto tiene una experiencia perceptual en la que siente que las paredes se mueven y le
hablan mientras el sonido de la campana de oro, la María Angola, extiende sonoridades
doradas de ensueño por el espacio: “y todo se convertía en esa música cuzqueña, que abría
las puertas de la memoria.” (155)
La música aparece en Los ríos profundos desde su circulación por distintos espacios
sociales. Por ejemplo, el padre de Ernesto, en sus viajes como abogado por las localidades
andinas, se hace traer músicos a las habitaciones donde se aloja. Ernesto también escucha la
música en la chichería, cuando es testigo de la rebelión de las chicheras lideradas por doña
Felipa. El narrador comparte la música también con sus compañeros en el internado de
Abancay, tocan el rondín, cantan huaynos. En un momento de la novela, Ernesto escucha un
vals desconocido en piano que viene de la hacienda que “rodea y estrangula Abancay” (248).
Podemos ver, entonces, que la música es un elemento fluido en distintos contextos de la
novela, circula en distintos ámbitos, entrelaza diversas relaciones y espacios. La música está
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atravesada por diferencias sociales y culturales y, al mismo tiempo, conforma una zona de
intercambio y afectividad.
Finalmente, me gustaría señalar brevemente que en Los ríos profundos se incluyen
transcripciones de huaynos. La inclusión de huaynos en quechua y su versión en español
ponen de relieve una distancia cultural con el lector. Además, hay una adaptación del formato
de canción andina a la estructura de un poema. Mediante ese movimiento de transcripción y
adaptación de la música andina a la escritura literaria, Arguedas posibilita la enunciación
colectiva de una minoría en la lengua mayor, la reivindicación de una voz.
CONCLUSIONES
En estas obras comentadas la música es evocada como objeto de representación, como
tema articulado dentro de la novela, pero también funciona como una modalización del
lenguaje de la novela y como una desterritorialización de la voz narrativa y de las voces de
los personajes. Siguiendo algunos planteos de Deleuze y Guattari (1975), podemos quizás
decir que a través de la música se articula un devenir menor del lenguaje en la lengua mayor.
En algún punto este devenir coincide con el uso de la música que realizan Arguedas y Puig
más que con Los pasos perdidos. La música en Los pasos perdidos sería más bien una
reterritorialización, una forma de marcar un territorio en la intemperie, una estratificación de
la selva que fracasa.
Pero la diferencia en estos textos claramente está en la relación que a través de la
música se establece con el otro. Puig y Arguedas entreabren una circulación de voces,
permiten un devenir menor dentro del sistema mayor de la literatura, articulan una
enunciación colectiva, otorgan la palabra. Carpentier, como se ha analizado, utiliza la música
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como motivo etnográfico a través del cual se inscribe una ruptura constitutiva con el otro,
una ruptura que determina a ese otro al asignarle un lugar fijo.
Por otra parte, la música se desterritorializa en Arguedas en una concepción
inmanente de la música como afectividad y multiplicidad perceptual. En Puig, la música se
conecta con el lenguaje dinámico de la cultura popular compartida por una comunidad. En
Los pasos perdidos, en cambio, la música se codifica en la partitura, en el texto como sistema
que amarra su posible dispersión (el narrador no puede desprenderse de los cuadernos y la
tinta).
Podríamos decir, utilizando una metáfora musical bajtiniana, que en Los ríos
profundos y El beso de la mujer araña la música funciona en el mundo narrado de manera
polifónica, mientras que en Los pasos perdidos la música es la forma temática que una voz
monológica utiliza para hablar del otro. La polifonía en Bajtín (1989) está vinculada a su
concepción del lenguaje como fenómeno social, plurilinguístico y heterogéneo, que
manifiesta en la consistencia de su enunciación plural las diversas esferas de la praxis social.
La voz monológica es la que no otorga un rol activo a los interlocutores de su discurso y, por
lo tanto, sustituye la multiplicidad de voces sociales con una única voz autoritaria y
hegemónica.
De igual manera, la idea de una literatura menor puede identificarse con un código
musical. El modo menor en música introduce un desplazamiento sonoro, una inestabilidad
de las estructuras musicales que abre la armonía a diversas combinaciones. El modo mayor
por lo general establece un círculo armónico que regresa a una misma nota tónica que rige el
conjunto y su sonoridad es cerrada y completa. ¿Corresponde Los pasos perdidos a este modo
mayor? Acaso el rechazo del protagonista de la novela por el modo dodecafónico o atonal
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pueda entenderse desde este enfoque. Se trata de una práctica que desorganiza las jerarquías
de los sistemas tonales. Le molesta que el pianista en la casa de Los Altos haga uso de este
sistema: “el atonalismo había llegado al país” (Carpentier 139) y privilegia el “primitivismo
verdadero” (140) de la taberna que le recuerda “los tonos eclesiásticos” (140).
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