ARTÍCULOS
ISSN 0325-2280 (impresa) | ISSN 2683-9636 (en línea)
PATRISTICA ET MEDIÆVALIA 41.1 (2020): 9-22
doi: 10.34096/petm.v41.n1.8717
Secretum secretorum. Joaquín de Fiore, Pedro
Alfonso y la cábala
"
Noeli Dutra Rossatto
Universidad Federal de Santa María, Brasil
ORCID: 000-000-0003-4176-574X
Recibido el 6 de marzo de 2020; aceptado el 9 de abril de 2020.
Resumen
Dos corrientes principales dividen el debate sobre la relación entre Joaquín de Fiore
(s. XII), Pedro Alfonso de Huesca (s. XI) y la cábala judaica. Gershon Scholem firma
la hipótesis de que el abad de Fiore y los cabalistas españoles del siglo XII, a la vez
y sin conocerse, han producido trabajos similares. Esta hipótesis será parcialmente
rechazada por una segunda que pone en evidencia algunos aspectos de la obra joaquinita derivados del filósofo judío-aragonés, converso al cristianismo, Pedro Alfonso de
Huesca (Moseh Sephardi). Esta segunda hipótesis permite afirmar que la explicación
de la Trinidad asumida por Pedro Alfonso de acuerdo con el Tetragrama YHWH
tomado del Secretum secretorum de los judíos fue incorporada por Joaquín de Fiore,
y que utilizará especialmente en la composición de la Figura XIII – el Salterio de diez
cuerdas, y de la Figura XI – los Tres círculos trinitarios del Liber Figurarum. Desde esta
perspectiva, añadimos una tercera hipótesis: que la relación entre Joaquín de Fiore
y la cábala, además de tener como punto de apoyo la explicación trinitaria de Pedro
Alfonso, se refleja directamente en la confección de sus principales figurae. Y de forma
complementaria, entendemos que la fuente que nutre Pedro Alfonso, e indirectamente
la de Joaquín de Fiore –el llamado Secretum secretorum de los judíos– es una compilación de tres textos cabalistas principales: el Sefer Yetsirah (Libro de la Creación o del
Conocimiento), el Sefer al-Raziel (Libro de Raziel) y el Libro de Salomón.
PALABRAS CLAVE: JOAQUÍN DE FIORE, CÁBALA, PEDRO ALFONSO, FILOSOFÍA MEDIEVAL,
SECRETUM SECRETORUM
Secretum secretorum. Joachim of Fiore, Petrus Alfonsi, and the
Kabbalah
Abstract
Two lines of research dealt with the relationship between the Abbot Joachim of Fiore (12th
century), Petrus Alfonsi of Huesca (11th century), and the Kabbalah. Gershon Scholem
suggested the hypothesis that the Abbot of Fiore and the Spanish kabbalists of the twelfth
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century simultaneously produced similar works, albeit without knowing each other. This
hypothesis will be partially discarded by a second one which shows some aspects of
Joachimite’s work derived from the Jewish-Aragonese philosopher’s one, Petrus Alfonsi
of Huesca (Moseh Sephardi), who was converted to Christianity. Based on this second
hypothesis, it is possible to affirm that the explanation of the Trinity that Pedro Alfonso
develops from the Tetragrammaton YHWH according to the Secretum secretorum of the Jews
was incorporated by Joachim of Fiore, and that will be especially used in the composition
of Figure XIII – Psaltery of ten strings and Figure XI – Three Trinitarian circles. In this way, we
raise a third hypothesis: that the connection between Joachim of Fiore with the Kabbalah
in addition to be grounded in the Trinitarian explanation of Petrus Alfonsi, is reflected
directly in the composition of its figures. Moreover, I suggest that the source on which
Petrus Alfonsi is based, and indirectly Joachim of Fiore, is the Secretum Secretorum of the
Jews, a compilation of kabbalists texts, among which are the Sefer Yetsirah (Book of Creation
or Knowledge), the Sefer al-Raziel (Book of Raziel) and the Liber of Salomonis.
ABSTRACT: JOACHIM OF FIORE, KABBALAH, PETER ALFONSI, MEDIEVAL PHILOSOPHY,
SECRETUM SECRETORUM
1. Una cuestión abierta
Todavía hay una cuestión abierta en la historiografía joaquinita: ¿fue de hecho Joaquín
de Fiore (1162-1205) influenciado por los cabalistas?
Gershon Scholem, uno de los principales estudiosos de la cábala en el siglo pasado,
en su libro Las grandes tendencias de la mística judaica, publicado originalmente en 1941,
sugiere la hipótesis histórica de que Joaquín y los cabalistas medievales, en especial el
grupo de Girona (ciudad de Cataluña, España) y de Provenza (actual sur de Francia) del
siglo XII, aunque sin conocerse, han producido cosas similares en un mismo período
histórico (1996: 201). Sin embargo, a parte de la verificación de que el abad calabrés y
los cabalistas medievales produjeron realmente cosas semejantes, es necesario averiguar qué aspectos de estas producciones pueden ser señalados como coincidentes en
términos teóricos. Scholem, a su vez, entiende que la principal coincidencia se asienta
en la afinidad entre la teoría de la historia que, en ambos los casos, menciona sucesivas
manifestaciones (o emanaciones) de la divinidad en el curso del mundo. Al igual que las
diez sefirot se presentan como principios de una unidad cósmica en las shemitah (ciclos
de siete) y en los sucesivos eones de los cabalistas, los tres estados (status) del mundo
y las siete edades (aetates) joaquinitas reproducirían una misma imagen en la historia.
Tres décadas más tarde, al intentar explicar la Figura XI, conocida como la figura de
los Tres círculos trinitarios, Marjorie Reeves y Beatrice Hirsch-Reich, en un estudio
cuyo título es The “Figurae” of Joaquim of Fiore (1972), retoman la hipótesis de Scholem
a propósito de la estricta afinidad entre los cabalistas medievales y el abad calabrés.
El punto de convergencia sería el mismo: una similar división de la historia por etapas y en simetría con un Principio trinitario, expreso como un nombre divino o una
Idea de la Trinidad. Ellas también reiteran la hipótesis histórica de Scholem de que
tendríamos una innegable similitud entre los escritos de los cabalistas medievales,
sobre todo de los que vivieron en la Cataluña y la Provenza del siglo XII, y los del abad
calabrés y sus seguidores del siglo XIII, especialmente los franciscanos espirituales.
En suma, la novedad parece ahora residir en el hecho de que Reeves y Hirsch-Reich
aseguran que la composición de algunas figurae joaquinitas toman como modelo los
diagramas geométricos (geometricae figurae) del judío-aragonés Moseh Sephardi (Moisés,
el hispánico), que vivió en Huesca (antigua capital del Reino de Aragón), y que, tras su
conversión al cristianismo, adoptó el nombre Pedro Alfonso (1062-1140). El diagrama en
cuestión es la Figura XI – los Tres círculos trinitarios, que simboliza tanto la Trinidad como
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la historia dividida en tres estados, cinco tiempos y siete edades. Por lo demás, el núcleo
central de la teoría de la Trinidad que sirve como apoyo doctrinal en la elaboración de
esta figura también se encuentra en la explicación de Pedro Alfonso al nombre divino
indicado por el Tetragrama YHWH, por él transliterado con las vocales latinas IEVE.
Son estos los principales tópicos que, a continuación, serán evaluados como posibles
puntos de contacto entre Joaquín de Fiore, Pedro Alfonso y la tradición cabalista.
De forma esquemática, los tópicos retomados son: 1) la explicación de la Trinidad
desde el Tetragrama IEVE; 2) la Figura XI – los Tres círculos trinitarios; y, añadimos, 3)
la Figura XIII – el Salterio de diez cuerdas.
Antes de tratar los tres tópicos, presentaremos dos posiciones divergentes en la historiografía más reciente sobre la vinculación entre Joaquín de Fiore y la cábala.
2. La cábala y el Evangelio eterno
La primera posición se constata en una observación sucinta de Nachman Falbel, en
su importante estudio Os espirituais franciscanos. Al plantear la cuestión del posible
contacto entre Joaquín de Fiore y los cabalistas medievales, contesta de manera lacónica y puntual que no hay vínculo alguno entre la doctrina histórica del abad y las
sucesivas fases del desarrollo cósmico de los cabalistas del siglo XIII, vislumbrada
especialmente en la idea bíblica de Semithat (1995: 63).
La segunda posición proviene de un estudio más reciente, titulado La Kabbale, de
Maurice-Ruben Hayoun (2011: 79-86). Al abrir esta obra nos encontramos con una
sorprendente sección titulada Joachim de Flore et la doctrine des âges du monde des kabbalistes. El propio autor se pregunta: ¿por qué reservar un lugar, aunque pequeño, a
Joaquín de Fiore en una obra sobre la cábala? Su contestación sigue dos caminos
diferentes, aunque complementarios.
El primero de ellos parte de las fuentes de la historiografía judaica. Desde ahí argumenta que el motivo principal de la inclusión de Joaquín de Fiore en un libro que trata
sobre la cábala se debe a una buena razón: aunque Joaquín jamás hubiera contactado
con los grandes autores cabalistas, especialmente los anteriores al Zohar (o el Libro
del Esplendor, que data del siglo XIII), ha desarrollado tesis similares, en particular en
su interpretación de los textos evangélicos que, tras su muerte, fue divulgada bajo la
doctrina del llamado “Evangelio eterno”. Para llegar a tal conclusión, Hayoun se apoya
en una obra de historia del judaísmo español escrita por Fritz Isaac Baer (Die Juden im
christlichen Spanien, 1929-1936) el que, a su modo de ver, fue quien por primera vez acercó
el abad de Fiore a los cabalistas medievales. Por esta misma vía, nos encontramos con
la segunda hipótesis acerca de la proximidad entre ambas producciones medievales.
El segundo camino, que complementa al primero, es más específico y agrega una novedad. Al revisitar la antigua historiografía francesa sobre Joaquín de Fiore, Hayoun se
detiene en el capítulo Joachim de Flore et l’Évangile éternel, del libro de Ernest Renan,
Études d’histoire religieuse, de 1857. Desde allí retoma la hipótesis de que el punto de
coincidencia entre las dos vertientes es el tema del Evangelio eterno. Para la hermenéutica cabalista y joaquinita, los textos revelados ya no serían tratados en términos
de verdades absolutas y atemporales, sino en función de su desarrollo histórico por
sucesivas etapas: los eones cabalistas y los status joaquinitas. En otras palabras, para
los cabalistas, así como para Joaquín y el joaquinismo posterior, la interpretación
de los textos sagrados se guiaría enteramente por la historia misma. Esta sería la
justificación final de la doctrina joaquinita de un Evangelio eterno, visto como un
testamento espiritual para el tercer estado del mundo.
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Es cierto que, para Joaquín y sus seguidores, el tercer estado espiritual encontraría
su apogeo con la superación de la escritura histórica del Antiguo Testamento y la
escritura histórico-simbólica del Nuevo Testamento. En el tercer estado ya no habría
más una letra histórica o incluso una letra cifrada por enigmas y figuras. Vigorizaría
la escritura espiritual sine littera, denominada por Joaquín de Fiore “Evangelio eterno” o “Evangelio del Espíritu” en sintonía con lo que prescribe el Libro del Apocalipsis
14:16 (Rossatto, 2018).
En suma, para Joaquín, el Evangelio eterno puede ser entendido en dos sentidos.
En sentido hermenéutico, podría ser identificado con la interpretación espiritual de
las Escrituras y de la propia historia en curso, incluso antes del ingreso en el tercer
estado. En este caso, el Evangelio eterno resultaría de la aplicación del nuevo método
creado por el abad: la concordia entre los dos testamentos. Para el abad, a partir de
esta nueva estrategia metodológica alcanzaríamos la plena comprensión espiritual
(intellectio spiritualis) ya antes del ingreso efectivo en el tercer estado del mundo.
El otro sentido resulta de una apuesta profética: cuando la humanidad ingresa en el
tercer estado del mundo, un grupo de elegidos, los “hombres espirituales” (viri spiritualis), destinados a protagonizar una nueva orden monástica (ordo monachorum) en
la que vivirían según el Evangelio eterno o del Espíritu.
Los dos aspectos albergan el potencial revolucionario contenido en el Evangelio eterno, muchas veces identificado con la misma obra de Joaquín y algunas de ellas bajo
la mirada de las condenas eclesiásticas, especialmente de la Comisión de Anagni de
1254-1255 (cf. Rossatto et al., 2010). Para otros, debido a las innumerables y repetidas
tentativas de censura, de forma casi subterránea, la vertiente subversiva y heterodoxa
del Evangelio eterno genera una larga posteridad espiritual que se extiende hasta
nuestros días y que, en las palabras de Reeves y Gould (2000), componen el llamado
“mito del Evangelio eterno”.
Al final de cuentas, aunque algunas características atribuidas al Evangelio eterno,
salvando pequeñas diferencias, pueden ser encontradas en las prácticas cabalistas,
con ello solo comprobaríamos la antigua tesis de que Joaquín de Fiore y los cabalistas
medievales vivieron en un mismo contexto histórico, que no tuvieron contacto directo
entre ellos y que produjeron una hermenéutica de la historia similar.
Así pues, esta breve revisión de la literatura parece llevarnos a nuestro punto de
partida. De cualquier modo, ella no resulta del todo inútil puesto que servirá de
soporte para indicar con más acierto la tarea a ser emprendida de aquí por delante.
En un sentido, es necesario retomar la cuestión desde su raíz y evaluar los posibles
puntos de convergencia entre la producción teórica de Joaquín de Fiore y la de los
cabalistas. En otro, es necesario evaluar si, de hecho, el Secretum (o Secreta) secretorum,
referido textualmente por Pedro Alfonso y Joaquín de Fiore, es un texto cabalista.
Solo después de este recorrido podremos sopesar la posible vinculación entre la obra
de Pedro Alfonso, la de Joaquín de Fiore y la tradición cabalista.
Empecemos por el primer punto, la relación con Pedro Alfonso.
3. Joaquín de Fiore y Pedro Alfonso
La prueba textual de que Joaquín de Fiore ha bebido directamente de la obra de Pedro
Alfonso está depositada en un pasaje de la Expositio in Apocalipsim en el que el abad,
después de hacer la exegesis simbólica de las letras griegas Alfa y Omega, escribe:
“Haec sacra trinitatis mysteria que in Secreta secretorum continentur apud Iudeos,
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patefecit Hebreus quidam Petrus nomine illuminatus gratia Christi et conversus a
ipsum” (1964a: f. 36v) [Estos sagrados misterios de la Trinidad están contenidos en
el Secreta secretorum de los judíos, y nos lo ha dado a conocer un hebreo de nombre
Pedro, iluminado por la gracia de Cristo y a Él converso].
Las palabras referidas contienen tres elementos importantes en la comprobación
del vínculo entre Joaquín de Fiore y Pedro Alfonso. La primera evidencia es que el
abad ha leído una fuente judaica, pues ya no se duda de que el “conversus” de nombre
“Petrus” es, de hecho, Pedro Alfonso (o Moseh Sephardi), que vivió en la primera
mitad del siglo XII. Según los registros históricos, Pedro se convirtió al cristianismo y fue bautizado en el día de San Pedro, y su padrino fue el mismo rey aragonés
Alfonso I, el Batallador. De ahí resulta su nuevo nombre cristiano. También fue él
quien escribió el Dialogus contra Iudaeus, uno de los tratados del género más leído y
divulgado en la Edad Media.
La segunda evidencia es que este mismo paso permite confrontar la explicación de los
“misterios de la Trinidad” en ambos los autores. Joaquín de Fiore, en el mismo locus de
la Expositio in Apocalipsim, y de modo más detallado en las páginas del Psalterium decem
chordarum, texto en que expone especialmente su teoría trinitaria, se refiere de igual
modo al nombre divino expreso en el Tetragrama IEVE (1964b: f. 257a-b; 2004: 105).
Para Joaquín, el nombre de Dios, aunque tenga cuatro signos lingüísticos, está formado solo por tres letras (IEV o YHW), pues uno de los signos se repite. Además,
el Tetragrama IEVE, tomado de forma integral en su composición con cuatro letras,
significa la unidad substancial de la Trinidad. Sin embargo, cuando se lo considera en
base a la combinación de sus cuatro letras, indica las tres personas del modo siguiente:
IE=Padre, EV=Hijo y VE=Espíritu Santo (cf. Joaquín de Fiore, 1964b: ff. 228a-233b;
2004: 6-23; 1964a: f. 34ss). Así, son tres nombres en uno, tal y como enuncia la misma
fórmula trinitaria del Psalterium (1964b: 229a) de Joaquín de Fiore: “tres son uno y
uno tres (tres itaque sunt unum et unum tres).
En el Dialogus contra Iudeus de Pedro Alfonso, leemos el siguiente pasaje que enseña
con claridad el contenido citado por Joaquín de Fiore:
Trinitas quidem subtile quid est et inefabile et ad explanandum difficile, de qua prophetae
non nisi occulte loquuti sunt et sub velamine, quoadusque venit Christus, qui de tribus
una personis, fidelium illam mentibus pro eorum revelavit capacitate. Si tamen attendas
subtilius et illud dei nomen, quod in Secretis secretorum explanatum invenitur, inspicias,
nomen, inquam, trium litterarum quamvis quatuor figuris, una namque de illis geminata
bis scribitur, si, inquam, illud inspicias, videbis, quia idem nomen et unum sit et tria. Sed
quod unum, ad unitatem substantiae, quos vero tria, ad trinitatem respicit personarum
(Pedro Alfonso, 1993: 110-111).
La Trinidad es algo sutil e inefable, difícil de explicar, de la cual los profetas no han
hablado sino oscura y veladamente. Mas cuando vino Cristo, que es una de las tres
personas, la reveló a la mente de los fieles solo en relación con su capacidad. Pero si te
fijas minuciosamente en cómo está explicado el nombre de Dios en el Secreta secretorum,
ese nombre, digo, se escribe con tres letras, aunque los signos sean cuatro, pues uno de
ellos está repetido; si la miramos bien, repito, verás que el nombre mismo es uno y tres;
uno por la unidad que significa, tres porque se refiere a la existencia trina de las personas
(Pedro Alfonso, 1993: 312).
En la secuencia, Pedro Alfonso agrega que el Tetragrama está compuesto por cuatro
letras, a saber: “i” ()י, “e” ()ה, “v” ()ו, “e” ()ה, en donde la primera y la segunda (ie)
constituyen un nombre; la segunda y la tercera (ev) otro nombre; y la tercera y la
cuarta (ve) un último nombre. Pero, si visualizamos el conjunto formado por las
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cuatro letras, encontraremos un solo nombre: IEVE (cf. 1993: 312-313). Así pues, quizá
se deba a Pedro Alfonso la combinación, por primera vez, de las tres semivocales
hebraicas del Tetragrama asociada a cada una de las tres personas de la Trinidad, la
que más tarde será incorporada por Joaquín de Fiore a su teoría trinitaria y aplicada
en la teoría de la historia.
El argumento de que la Trinidad ya estaba presente de forma velada en el Antiguo Testamento no es nuevo en los tratados medievales que buscan la conversión de los judíos.
El aporte original de Pedro Alfonso parece residir más bien en el descubrimiento de
que la idea de Trinidad, que no es exclusivamente bíblica (pues está presente en las
distintas archai de la filosofía griega –como Ser, Intelecto y Vida, por ejemplo– o en
el arquetipo femenino de las religiones matriarcales que perviven como la Virgen, la
Madre y la Sabia, esta última transformada en Bruja, Vieja o Prostituta), está cifrada
en el Tetragrama YHWH, por él transliterado con las vocales latinas IEVE. De este
modo, asociar el nombre de Dios expresado en el Tetragrama con la unidad divina, y
combinar de tres modos distintos las cuatro vocales, vinculándolas a cada una de las
tres personas, tal vez incluso sea la contribución más original de Pedro Alfonso, más
tarde asumida por Joaquín de Fiore. De todos modos, la fuente de inspiración es una
misma matriz teórica más lejana: el Secretum secretorum de los judíos.
Joaquín de Fiore, de hecho, no solo se apropiará de la explicación de Pedro Alfonso
en su teoría trinitaria, sino que, en su forma gráfica, la utilizará para la confección de
sus principales figurae o diagramas. La encontramos especialmente reproducida en
la Figura XIII – el Salterio de diez cuerdas, que consiste en un triángulo equilátero con
un círculo interior. Y además, de modo similar, aparece en el diagrama geométrico
formado por las letras Alfa (A), con formato triangular, y Omega (O), en su forma
circular, de la que resulta la misma forma del salterio. En el vértice superior del triángulo aparecen las letras IE, indicando el Padre; en el vértice inferior de la izquierda
EV, para el Hijo; y en el vértice inferior de la derecha VE, para el Espíritu Santo. En
el círculo central del triángulo se encuentra el nombre divino IEVE, que remite a la
unidad substancial de la Trinidad.
La misma matriz teórica utilizada por Pedro Alfonso en la explicación de la Trinidad
se volverá a encontrar en su forma visual en la Figura XI – los Tres círculos trinitarios.
En el interior de los tres círculos entrelazados están grabados el nombre divino IEVE,
representando la unidad substancial, y las cuatro vocales (I-E-V-E), distribuidas en
cada uno de los sucesivos estados, de acuerdo con las manifestaciones históricas del
Padre (I), del Espíritu (E), del Hijo (V) y del Espíritu (E). Tal figura significa, por
imagen y por similitud, los diferentes pasos de las generaciones paternas, filiales y
espirituales, distribuidos a lo largo de la historia y en conformidad con el nombre
divino del Tetragrama IEVE.
A la argumentación que aproxima de forma comparativa la explicación de la Trinidad
por Pedro Alfonso y Joaquín de Fiore, podemos agregar otro elemento significativo a
modo complementario. La figura triangular del Salterio de diez cuerdas, que es la Figura
XI del Liber Figurarum de Joaquín reproduce innegablemente el diagrama geométrico
creado por Pedro Alfonso para explicar a la Trinidad (cf. Bittonti y Oliverio, 1998). Es
el diagrama en el que cada uno de los vértices del triángulo equilátero está formado
por un pequeño círculo. En el interior de cada círculo, a su vez, encontramos las combinaciones de las letras IE-EV-VE, cada una de ellas asociada a una de las personas de
la Trinidad. En el centro del triángulo está inscrito el nombre divino IEVE, señalando
así la esencial unidad divina (cf. Pedro Alfonso, 1993: 313).
Veamos abajo, lado a lado, las figuras trinitarias de Pedro Alfonso y Joaquín de Fiore:
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Secretum secretorum. Joaquín de Fiore, Pedro...
Pedro Alfonso1
Joaquín de Fiore2
1 Imagen pertenecienete al Cambridge, St John’s College, Ms. E. 4, f. 153v.
2 La Figura XIII de Joaquín de Fiore fue tomada de Oxford, Corpus Christi College, Ms. 255A, f. 8r.
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Además de las innegables similitudes, hay que notar que los dos diagramas están
en una disposición contraria. En la primera figura, hay un triángulo equilátero con
el vértice apuntando hacia abajo; en la segunda, el vértice se vuelve hacia arriba. La
disposición contraria de las dos figuras puede indicar algo significativo en la comparación entre los dos autores y la paradigmática figura del Árbol de la vida cabalista.
El diagrama de Pedro Alfonso retrata las tres sephiroth que, como segunda secuencia
de tríadas en el Árbol de la vida, están relacionadas con el Cosmos, a saber: Geburah,
Hésed, Tiphéret; mientras que en Joaquín de Fiore corresponde a las tres primeras
sephiroth, indicadoras de las tres hipóstasis divinas, a saber: Kether, Hokmah, Binah.
Igual comparación resulta de las dos figuras circulares de los autores. Una es la conocida Figura XI – los Tres círculos trinitarios de Joaquín de Fiore cuya versión del Oxford,
Corpus Christi College, Ms. 255A, f. 7v reproducimos abajo. La otra es una figura similar
propuesta por Pedro Alfonso (1993: 313) en su Dialogus contra Iudeus, formada por tres
pequeños círculos de igual diámetro, representando las tres personas de la Trinidad. De
los tres pequeños círculos, dos se tocan externamente; un tercero está trazado sobre los
demás. Un cuarto círculo de mayor diámetro envuelve a los tres menores, significando
la unidad substancial. En el interior de cada uno de los tres círculos más pequeños están
inscriptas en caracteres hebraicos las cuatro letras del Tetragrama.
Aunque Joaquín de Fiore no haga mención explícita al diagrama de Pedro Alfonso,
como lo hará en el caso de la explicación de la Trinidad con base en el Tetragrama
IEVE, difícil será no encontrar ahí la fuente inspiradora de la figura joaquinita de los
tres círculos trinitarios. Sin embargo, es necesario notar los detalles que distinguen
las dos imágenes trinitarias. El primer detalle consiste en la eliminación del círculo
exterior de mayor diámetro en el diagrama de Pedro Alfonso. Para el abad de Fiore,
ello ciertamente podría indicar un cuarto término, lo que conllevaría al error del
arrianismo o cuaternarismo ya censurado por el abad en la enunciación trinitaria del
magister Pedro Lombardo, lo que, en cambio, resultará en la condena de su propia
doctrina trinitaria en el IV Concilio Lateranense de 1215.
El segundo detalle reside en la disposición gráfica de los tres círculos. En Joaquín, los
tres círculos están entrelazados de tal forma que muestra la perfecta simetría entre
ellos, y además permite visualizar no solo la unidad trinitaria ubicada en el centro, sino
también –y en igual medida– identificar lo que es propio a cada una de las personas
trinitarias en particular. El resultado es la Figura XI – los Tres círculos trinitarios (abajo
a la derecha), tal como aparece en el Liber Figurarum y en la Expositio in Apocalipsim,
que es, a la vez, la misma imago de la historia.
Pedro Alfonso
Joaquín de Fiore
Así pues, pasemos ahora a avaluar el tercer aspecto destacado en Pedro Alfonso y
Joaquín de Fiore: el célebre Secretum secretorum de los judíos. En nuestra investigación,
es este el punto decisivo para establecer el posible vínculo entre el abad de Fiore y
la tradición cabalista judaica.
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4. El Secretum secretorum de los judíos
Ya hemos visto que el punto de enlace entre Joaquín de Fiore, Pedro Alfonso y el Secretum secretorum de los judíos es la explicación del Tetragrama IEVE. A este respecto,
las palabras de Pedro Alfonso advierten que, si nos detenemos en la explicación del
nombre divino que se halla en el Secretum secretorum de los judíos, encontraremos
la misma doctrina trinitaria. Para nosotros, la forma en que Pedro Alfonso explica
el nombre divino se remonta a una especie de enigma indicador del singular modus
operandi de los cabalistas.
Dos son las cuestiones evocadas por el supuesto enigma: a) ¿cuál es el nombre divino
que se escribe con cuatro signos lingüísticos pero contiene solo tres letras?; y b) ¿cuál
es el nombre divino que forma otros tres nombres a partir de la combinación de sus
distintos signos lingüísticos? En ambos casos, la respuesta es una solo: el nombre
divino es el Tetragrama IEVE.
En respuesta a la primera cuestión, las tres letras son tomadas de modo conjunto como
un solo nombre, compuesto, así, por las letras IEV (o YHW), pues aunque sea escrito
con cuatro signos lingüísticos (IEVE o YHWH), uno de ellos se repite. En la segunda
cuestión, la contestación es que los tres distintos nombres divinos son alcanzados por
las combinaciones de las cuatro letras, del siguiente modo: IE para Padre; EV para
Hijo; y VE para Espíritu Santo.
Según lo que llevamos dicho, Joaquín asume la revelación de este enigma desde la
explicación de la Trinidad hecha por Pedro Alfonso. Lo que todavía no ha sido suficientemente contestado es la siguiente cuestión: ¿qué es el misterioso texto llamado
Secretum secretorum? Y, más aún: ¿el texto es realmente una fuente cabalística? Para
contestar estas cuestiones, debemos examinar antes algunas opiniones especializadas
respecto del Secretum secretorum de los judíos.
La primera opinión que examinaremos proviene de la introducción a la edición castellana del Dialogus contra Iudeus de Pedro Alfonso. En su introducción a la obra, John
Tolan hace dos observaciones puntuales en relación con el Secretum secretorum (1993:
xlii-xliv). En un sentido, que para nosotros es correcto, él entiende que la explicación
de la Trinidad cristiana con arreglo al nombre de Dios del Tetragrama IEVE es una
contribución original de Pedro Alfonso. En otro, añade que el Secretum secretorum tal
vez sea efectivamente un texto cabalista, y observa que la obra no debe ser confundida
con la carta apócrifa de Aristóteles a Alejandro Magno, conocida en la Edad Media
por igual nombre (cf. Pseudo-Aristóteles, 2010; Martins, 2013).
La segunda opinión es la de Viviente-Mateu. En su breve artículo “Pedro Alfonso y
la iconografía religiosa europea” añade un paso más en la discusión al sugerir que,
independientemente de la originalidad de la explicación trinitaria de Pedro Alfonso,
su motivación proviene del Sefer Yetsirah (Libro de la creación o del Conocimiento), escrito
entre los siglos VI y VII, y citado como el Secretum secretorum de los judíos (2003: 31).
A su vez, la historiografía joaquinita especializada identifica el Secretum secretorum
con otra fuente cabalista. Marjorie Reeves y Beatriz Hirsch-Reich, al comentar la
Figura XI – los Tres círculos trinitarios del Liber figurarum –que ha sido atribuido
a la escuela joaquinita del siglo XIII, pero mantiene fidelidad a su autor– sugieren
que el Secretum secretorum mencionado por Pedro Alfonso y Joaquín de Fiore es un
libro mágico-místico, también llamado Libro de Raziel, del cual quedan pocas páginas
(1972: 41). Tal vez en este caso las autoras tengan en mente el libro de igual título
hebreo, Sefer Há-Razin (conocido como Libro de los secretos), probablemente escrito
en el siglo III. Sin embargo, distinto de este resulta ser el Sefer Razielis, traducido al
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latín con diferentes títulos, entre ellos: Liber Razielis, Liber Salomonis, Liber institutiones
o Volumina Salomoni. Estudios recientes, además de conceder que el segundo libro
proviene del primero, afirman que el Secretum secretorum del que habla Pedro Alfonso
es, en verdad, el Sefer Há-Razin, y este sí sería una fuente judaica más antigua (cf.
García-Avilés, 1997; González-Sánchez, 2010).
En cualquier caso, volvemos a la cuestión inicial. ¿Sería el misterioso Secretum secretorum de los judíos el Sefer Há-Razin, tal como pretenden algunos? O, como aseguran
otros, ¿sería el Sefer Yetsirah? Y más aún: ¿estaríamos ante una fuente cabalista?
Parece que la respuesta más completa a este asunto es la de Alfred Büchler (1986), posteriormente asumida por el estudioso de la obra del abad calabrés, Bernard McGinn
en Cabalists and Christians: reflextions on cabala in Medieval and Renaissance Thoughty
(1994). En síntesis, McGinn concluye que el Secretum secretorum es una compilación
de partes de textos provenientes de tres fuentes judaicas principales, a saber: 1) la
obra de magia conocida como Sefer Há-Razin; 2) el famoso texto esotérico conocido
como Sefer Yetsirah; y 3) algunos fragmentos de textos alquímicos.
La consistencia de esta respuesta se debe principalmente a que ella consigue abarcar
las hipótesis anteriores. Por nuestra parte, en lo que toca a saber cuál es el texto concreto del Secretum secretorum que enseña el locus citado por Pedro Alfonso –y después
retomado por Joaquín de Fiore– en la explicación de la Trinidad y en la composición
de los distintos diagramas geométricos o figurae, entendemos que se trata del Sefer
Yetsirah. Dos razones principales nos llevan a tal conclusión.
La primera resulta de la coincidencia entre los contenidos del Sefer Yetsirah y del Dialogus contra Iudeus de Pedro Alfonso. En particular, el final del Libro I del Sefer Yetsirah
donde, en una exposición bastante enigmática, señala que las tres letras (YHV) del
poderoso nombre de Dios, allí llamadas de mater lectionis, sirven para sellar las seis
dimensiones del mundo (2013: 54-56). Los seis sellos están enmarcados por distintas
combinaciones de las tres letras del nombre divino del Tetragrama, del siguiente
modo: 1) YHV, 2) YVH, 3) HYV, 4) HVY, 5) VYH, 6) VHY. Pedro Alfonso sin duda
utiliza de este mismo procedimiento cuando explica las tres personas de la Trinidad.
No obstante, no mantiene las combinaciones por conjuntos de tres letras, sino que,
en su lugar, adopta un modelo binario: 1) YH (ie), 2) HV (ev), 3) VH (ve). Tampoco
conserva la misma secuencia numérica limitada por el número seis de acuerdo a las
seis dimensiones del Mundo. Ahora el reto es otro: explicar la tríada personal de la
Trinidad y no ya el Mundo, como sucede en la fuente cabalista.
La segunda razón reside en el procedimiento formal adoptado por Pedro Alfonso.
En comparación con el Sefer Yetsirah, la originalidad de Pedro Alfonso no consiste
propiamente en haber tomado el Tetragrama YHVH y después dividirlo en consonancia con las seis dimensiones del Mundo, lo que no habría sido más que repetir
el texto del Secretum secretorum. Su originalidad consiste precisamente en aplicar el
modelo del Sefer Yetsirah (de acuerdo con la compilación del Secretum secretorum)
en la explicación de la teoría trinitaria. Dicho de otro modo, consiste en asociar el
nombre divino IEVE a la unidad substancial, y las tres combinaciones de las letras
del nombre divino a la tríada personal.
Joaquín de Fiore, a su vez, adopta ipsis litteris el mismo procedimiento de Pedro
Alfonso en su teoría trinitaria. También asume como suyos, aunque no sin los debidos reparos, dos de los diagramas geométricos de Pedro Alfonso, a los cuales nos
hemos referido anteriormente, ambos forjados con arreglo al mismo procedimiento
de explicación de la Trinidad. Al respecto, es necesario observar que la vinculación
con Pedro Alfonso no habría llevado a Joaquín al error trinitario señalado por el IV
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Concilio Lateranense de 1215, como erróneamente insisten algunos. El abad hace
correcciones significativas en los diagramas del judío aragonés para adecuarlos a la
doctrina trinitaria canónica de los círculos cristianos y monásticos de su entorno.
En este sentido, según juzgamos, no es correcto decir que hay propiamente un error
en la teoría trinitaria de Joaquín, como muchos pretenden. Solamente encontramos
errores desde la sesgada perspectiva escolástica que se fortalece durante el siglo XIII
(en especial con el ascenso de Inocencio III al papado, que antes de clérigo era un
conde), y que en todo se alejaba de la tradición monástica y más aún del modelo de
pensamiento de corte griego clásico (cf. Rossatto, 2004).
Finalmente, queda por saber si, de hecho, el Sefer Yetsirah es un texto cabalista.
5. Conclusiones
A juzgar por la opinión de estudiosos como Scholem (2001: 27) y Forcano (2013), entre
otros, el Sefer Yetsirah es un texto protocabalista. ¿Qué quiere decir eso precisamente?
En primer lugar, quiere decir que la cábala propiamente dicha fue compuesta en el
decurso de la Edad Media; y, en segundo lugar, que el Sefer Yetsirah ha contribuido decisivamente en su configuración final, actual y más popularizada. Otros como
McGinn (1994) y Viviente-Mateu (2003), en cambio, lo consideran sin problemas
como un texto cabalista.
En la confección de la cábala se destaca en particular, a nuestro juicio, el Libro I del
Sefer Yetsirah, pues ya dibuja los trazos básicos de un sistema triangular estructuralmente formado por los diez números primordiales y las veintidós letras del alfabeto
hebraico, es decir, números y letras. El Espíritu de Dios ocupa el lugar más alto. Las
tres letras del alfabeto hebraico componen las casas superiores siguientes: Alef (el
Aire que viene del Espíritu de Dios); Mem (el Agua que viene del Aire); Shin (el Fuego
que viene del Agua). A los cuatro elementos primordiales, en general derivados de la
cosmología platónica del Timeo, se suman las seis dimensiones del Mundo, resultando
en la década pitagórica. Aquí, quizás por vez primera, los diez números primordiales
están asociados a las diez sefiroth, lo que no solo prepara sino también hilvana los
nudos principales del diseño gráfico de lo que más tarde será conocido como el Árbol
de la vida cabalista.
Sabemos que el Árbol de la vida está formado por diez sefiroth –que son seres numéricos– y veintidós caminos o letras del alfabeto hebraico. Así, la creación del mundo
(Maasé Bereshi), que resulta de la mezcla de números y letras, se efectiviza mediante
treinta y dos caminos misteriosos de sabiduría, los Caminos de la gloria, los cuales,
según la herencia neopitagórica de Nicómaco de Gerasa, señalan el número de la
rectitud en base a su infinita divisibilidad. De igual suerte, los cuatro elementos primordiales están vinculados a la Visión del carro o Maasé Merkabá, que reaparece a lo
largo de la Edad Media en la composición de la figura de los cuatro animales: el Águila
(Aire), el Ángel u Hombre en azul (Agua), el León (Fuego) y el Toro (Tierra). Igual
diagrama está reproducido en las representaciones medievales del arte románico,
como la figura del mundo o pantocrátor, así como también en su versión renacentista
en la carta veintiuno (El Mundo) del Tarot de Marsella. A su vez, las seis dimensiones
del Mundo en el Sefer Yetsirah están vinculadas a la Maasé Bereshi o Relato de la creación
que es uno de los temas que reúne la cosmogonía griega platónica, neoplatónica y
neopitagórica con la tradición judaica y cristiana.
En Joaquín de Fiore veremos estas secuencias numéricas en la estructuración de
los tres árboles genealógicos, la paterna, la filial y la espiritual, que componen los
tres estados del mundo. Las generaciones están distribuidas en tres listas exactas
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de veintiún personajes en cada uno de los tres estados del mundo. La secuencia
encabezada por el número veintiuno puede también haberse inspirado, además del
pasaje del Evangelio de Mateo 1:1 que sugiere la división por conjuntos numéricos de
cuarenta y dos generaciones en la genealogía de Jesús (formado así: 14+14+14), en la
suma resultante de las tres letras hebraicas que componen el nombre divino YHW
(Y=10; H=5; W=6). Dos secuencias de veintiuna generaciones son iguales a la suma
de los diez números primordiales más las veintidós letras del alfabeto, los tres cielos
y los siete planetas: 10+22+3+7=42. Además, se sabe que para el abad de Fiore cuarenta y dos generaciones de treinta años cada una (42x30) resultan en el enigmático
número 1260. Más precisamente, Daniel 7: 23-25 y Apocalipsis 12:24 hacen referencia
a “un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo” que, tomando como base el año
perfecto de 360 días, resulta: 360+360+360+180=1260.
Concluimos, así, que Joaquín de Fiore, mediante la lectura de la obra de Pedro Alfonso,
fue influenciado indirectamente por un texto protocabalista o cabalista que utilizará
en la composición de su teoría trinitaria. Además de adoptar esa matriz cabalista en
la composición de su teoría trinitaria con arreglo al nombre de Dios del Tetragrama
IEVE, el abad también la utilizará en la confección de algunas de sus principales
figurae. En especial, notamos esta influencia en la composición de la Figura XI – los
Tres círculos trinitarios y en la Figura XIII – el Salterio de diez cuerdas. También notamos
alguna similitud con las figuras de los árboles genealógicos del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo (Figuras II, V, VI del Liber Figurarum) y la figura del Mundo (Figura XV)
que no tratamos aquí.
Por lo demás, queda todavía por investigar posibles vinculaciones más estrictas entre
Pedro Alfonso y los cabalistas españoles medievales. También queda por averiguar
hasta qué punto el empleo de los números y de la proporción numérica en la lectura
del texto bíblico y de la historia, según el método per concordia de Joaquín de Fiore,
proviene o no de los procedimientos cabalistas.
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Bibliografía
Fuentes
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