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PERÓN O MUERTE: LA VIOLENCIA Y LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA PERONISTA ROCÍO OTERO1 Resumen Partiendo de la consideración de la temática de la violencia en un doble registro, ontológico y antropológico, el escrito tiene como propósito mostrar el vínculo entre la concepción de la organización político-militar Montoneros sobre la violencia, y la noción de violencia planteada por el imaginario tercermundista. Éste, intentaré mostrar, ofreció un entramado de percepciones en torno a la violencia que la ubicó en un doble registro: como diagnóstico social (registro ontológico) y, al propio tiempo, como medio para la transformación social (registro antropológico). Montoneros abrevó en la concepción de la violencia revolucionaria que se desprende del imaginario tercermundista, logrando una emparentación entre Perón, peronismo y luchas por la liberación de los pueblos. Palabras clave Montoneros, violencia, tercermundismo, diagnóstico, revolución Abstract Starting from the consideration about the subject to the violence in a double register, ontological and anthropological, the document has as purpose to show the tie between the conception about the violence of the political-military organization Montoneros, and the notion of the violence raised of the third-world imaginary. This, I will try to show, offered a framework of the perceptions around to the violence that put it in a double register: as social diagnosis (ontological register) and, in the same time, as a medium for the social transformation (anthropological register). Montoneros watered in the conception of the revolutionary violence that to arise from the third-world imaginary, getting a link between Perón, peronism and the fights for the liberation of peoples. Keywords Montoneros, violence, Third-Worldism, diagnosis, Revolution Recibido con pedido de publicación el 30/06/2012 Aceptado para su publicación el 11/05/2013 1 Lic. En sociología (FSCOC/UBA). Becaria doctoral (CONICET). Docente (CBC/UBA). Miembro de equipo de investigación (IIGG/UBA). páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X Perón o Muerte Era ya la noche del primero de junio. Le anunciamos que el Tribunal iba a deliberar. Desde ese momento no se le habló más. Lo atamos a la cama. Preguntó por qué. Le dijimos que no se preocupara. A la madrugada Fernando le comunicó la sentencia: -General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora. Ensayó conmovernos. Habló de la sangre que nosotros, muchachos jóvenes, íbamos a derramar. Cuando pasó la media hora lo desamarramos, los sentamos en la cama y le atamos las manos a la espalda. Pidió que le atáramos los cordones de los zapatos. Lo hicimos. Preguntó si se podía afeitar. Le dijimos que no había utensilios. Lo llevamos por el pasillo interno de la casa en dirección al sótano. Pidió un confesor. Le dijimos que no podíamos traer un confesor porque las rutas estaban controladas. -Si no pueden traer un confesor, dijo, ¿cómo van a sacar mi cadáver? Avanzó dos o tres pasos más. ¿Qué va a pasar con mi familia? preguntó. Se le dijo que no había nada contra ella, que se le entregarían sus pertenencias. El sótano era tan viejo como la casa, tenía setenta años. Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba. La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso. -Ah, me van a matar en el sótano-, dijo. Bajamos, le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía ser a pistola. Fernando tomó sobre sí la tarea de ejecutarlo. Para él, el jefe debía asumir siempre la mayor responsabilidad. A mi me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave, para disimular el ruido de los disparos. -General –dijo Fernando- vamos a proceder. -Proceda –dijo Aramburu. Fernando disparó la pistola 9 milímetros al pecho. Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos a enterrarlo. Montoneros2. 2 “Mario Firmenich y Norma Arrostito cuentan cómo murió Aramburu”. Documento aparecido como nota principal el 3 de septiembre de 1974 en la revista La causa peronista. Dicha revista páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 184 Rocío Otero Introducción Al río tormentoso lo llaman violento pero al lecho que lo comprime nadie lo considera violento. Bertolt Brecht3. Si se partiera del sentido común, podría notarse que la noción de violencia suele ir asociada a la idea de una agresión que provoca un daño. En este registro, sería violento cualquier acto, individual o colectivo, que suponga una acción negativa, corrosiva o destructiva, sobre un otro, individual o colectivo, o sobre los objetos que son patrimonio de otros. Más aún, su opuesto, la no violencia, se enarbola como un principio ético y moral que debe regir la vida en sociedad. La definición de un concepto tan complejo como el de la violencia -en especial en el campo de las ciencias sociales- conlleva, no obstante, posicionarse en una cierta ontología de lo social (más o menos manifiesta, más o menos subyacente, según de qué abordaje se trate), que determinará en buena medida los límites y alcances de la noción. La violencia pensada en relación a lo social puede ser entendida como fuerza motriz o dinamizadora de cambios radicales en la estructura social, la “partera de la historia”, en decir de Carlos Marx. Como encrucijada fundamental de la vida social, en la que se condensan los valores fundamentales de una comunidad y, por tanto, en la que se sintetizan o cristalizan dicotomías insalvables de la condición humana: qué es legítimo y qué no, qué es justo y qué injusto, qué lo bueno y qué lo malo, y en donde la violencia se asocia a todo aquello que contraríe los valores socialmente establecidos; también, la violencia puede ser comprendida como fuente o energía precursora de cuestionamientos a las formaciones sociales existentes y, finalmente, de manera abstracta, como condición inexorable de la vida en sociedad. Asimismo, pensar una ontología de lo social conlleva, también más o menos manifiestamente, un registro de análisis antropológico de la violencia: como característica fundamental de la condición humana previa al surgimiento de un ordenamiento social y jurídico; como capacidad o atributo que hace al hombre potencialmente apto para destruir lo existente y, al propio tiempo, crear algo nuevo. En igual sentido, pensar la violencia en los años sesenta y setenta argentinos supone considerarla, al menos en esa coyuntura histórica, en un doble registro, con similitudes estructurales al recién planteado: como parte de un diagnóstico de lo social a la vez que como un medio para su transformación, a la mano, al alcance, de todo aquel que se sumara a la causa revolucionaria. En este período de la historia, la fue un órgano de difusión de ideas de Montoneros, continuadora de la revista El Descamisado. Su director fue Rodolfo Galimberti, su primer número apareció junio de 1974 y su tirada total fue de 9 números. 3 Brecht, Bertolt, “Sobre la violencia” en 80 poemas y canciones, Buenos Aires, 2005, p. 147. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 185 Perón o Muerte violencia no sólo fue un idea fuerza en boga para caracterizar diversas situaciones de desigualdad o dicotomía social, común a la nueva izquierda4. También, fue una dinámica social puesta en acto por una porción de esa nueva izquierda, las organizaciones político-militares: la realidad de los países del llamado Tercer Mundo fue caracterizada como violenta y la disposición humana a matar o morir en pos de la concreción de la revolución se volvió, en la concepción política de las organizaciones armadas, el medio para acabar con la opresión y el camino para el advenimiento de una sociedad sin clases5. El lugar de la violencia en el imaginario tercermundista Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz. No deja de ver que América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida cultural y política, ‘poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política’, violándose así derechos 4 Desde la delimitación propuesta por María Cristina Tortti, se entiende por nueva izquierda al conglomerado de fuerzas sociales y políticas distinto de la izquierda tradicional (i.e., Partido Comunista y Partido Socialista), que desde fines de los años sesenta produjo un intento de protesta social y de agitación política por el cual la sociedad argentina pareció entrar en un proceso de contestación generalizada. En tanto sujeto emergente, su energía se manifestó tanto en el estallido espontáneo como en la revuelta cultural, y en la militancia política tanto como en el accionar guerrillero. En tanto actor político renovador y contestatario, ocupó un lugar central en la oposición a la dictadura. Su unidad radica en un lenguaje compartido y un común estilo político, por su inscripción en el peronismo, la izquierda, el nacionalismo y los sectores católicos ligados a la teología de la liberación. La diversidad de tradiciones, acciones y discursos convergían en la manera de oponerse a la dictadura y de criticar el sistema. Asimismo, se auto percibieron como parte de una misma trama: la del campo del pueblo y de la revolución. Ver Tortti, María Cristina, “Protesta social y nueva izquierda en la Argentina del Gran Acuerdo Nacional”, en Pucciarelli, Alfredo, (Ed.), La primacía de la política. Buenos Aires, EUDEBA, 1999. 5 La cuestión de la lucha armada atravesó de maneras diversas a la nueva izquierda. Existieron sectores que, si bien apoyaban el accionar de las organizaciones armadas, no avalaban el uso de la violencia como método de lucha. Asimismo, las distintas organizaciones armadas tuvieron, según su ubicación en el crisol ideológico de la época (trotskismo, peronismo) diversas concepciones sobre el uso de la fuerza como método de lucha. Décadas después, una vez cerrado el período revolucionario se abrió una discusión conocida como el “No matarás” que graficó de manera singular la concepción de la violencia de los años sesenta y setenta vista a la luz del cierre de un período. Ver AA.VV, Sobre la responsabilidad: No Matar, Córdoba, La Intemperie/Editorial de la UNC, 2007. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 186 Rocío Otero fundamentales. Tal situación exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras. No debe, pues, extrañarnos que nazca en América Latina ‘la tentación de la violencia’. No hay que abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia de los derechos humanos. II Conferencia General del Episcopado6. Porque si se dice, de acuerdo con la ética acósmica del amor [el Evangelio]: ‘no resistáis al mal con la fuerza’, para el político lo válido es la proposición inversa: ‘Debes resistir al mal con la fuerza o de lo contrario eres responsable de su victoria’. Max Weber7. Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum8. Los años sesenta fueron ricos en proporcionar un complejo entramado de percepciones, conceptualizaciones y posicionamientos políticos sobre la situación de pobreza estructural de los países del llamado Tercer Mundo, entendida como una prolongada situación de subdesarrollo producto de la dependencia económica y política respecto de los países desarrollados9. Este entramado puede ser 6 II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Medellín, septiembre de 1968, p. 16. El 26 de marzo de 1967 se había conocido la encíclica Populorum progressio promulgada por el papa Pablo VI. Esta encíclica reflexionaba duramente sobre los pueblos en vías de desarrollo y el desequilibrio entre los países pobres y los países ricos, vinculando la pobreza en la que se encontraba el Tercer Mundo con condiciones inhumanas que era necesario revertir. Esta encíclica fue entendida por muchas organizaciones y grupos políticos, al igual que el texto de la II Conferencia Episcopal, como una dura crítica al capitalismo y a sus estructuras sociales injustas. Por esos años surgiría en Argentina el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) que dedicó buena parte de su labor al trabajo social en barrios pobres. El MSTM sería muy cercano a Montoneros, aunque con diferencias sustanciales en relación a la caracterización de la violencia revolucionaria, que era rechazada por MSTM como método de lucha. Es importante señalar que los miembros de los grupos originarios de Montoneros habían iniciado su militancia en la acción social católica. Cfr. Gillespie, Richard, Soldados de Perón. Historia crítica sobre los Montoneros, Sudamericana, Buenos Aires, 2008, especialmente Cap. II y Morello, Gustavo, Cristianismo y Revolución. Los orígenes intelectuales de la guerrilla argentina, Córdoba, Editorial de la Universidad Católica de Córdoba, 2003. 7 Weber, Max, “La política como vocación” en El político y el científico, Buenos Aires, Prometeo, 2003, p. 84. 8 Frase que es atribuida a Flavio Vegecio Renato, escritor del Imperio Romano del siglo IV y que estaría basada en el tratado Epitoma rei militaris, en el que el autor trató temas vinculados al ejército romano. Puede traducirse como “quién desee la paz, debe preparase para la guerra”. 9 Según Kepa Artaraz “esta expresión, ‘Tercer Mundo’, fue el producto de una evaluación política e ideológica sobre el nuevo orden mundial, acuñada en 1952 por Alfred Sauvy en L’Observateur, y más tarde institucionalizada en la conferencia de Bandung, en 1955. En aquel momento, ese ‘mundo’ representaba 1,4 billones de habitantes en un planeta con poco más de páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 187 Perón o Muerte entendido como un diagnóstico de la época compartido por una vasta porción de la nueva izquierda Argentina y Latinoamericana en general, que fue paradigmático en la caracterización de las estructuras sociales de América Latina y la fundamentación de la lucha revolucionaria. En efecto, fue un diagnóstico que puso en un lugar central a la violencia, no solo como caracterización de lo social, sino que también como instrumento de lucha para acabar con la opresión capitalista10. En 1961 apareció la célebre obra del escritor y revolucionario francés Franz Fanon (1925-1961) Los condenados de la tierra, paradigmática del tercermundismo y de este entramado conceptual revolucionario sui generis de los años sesenta. Según Gérard Chaliand “enarbolado por la oposición a la guerra de Argelia, por la impugnación a un sistema colonial ya moribundo, recién reanimada la exaltación de la lucha armada por la victoria en Cuba de los rebeldes castristas; predicando un Tercer Mundo revolucionario, coronado por el prefacio de un Sartre entonces en el apogeo de su influencia y de su gloria, el libro se propagó como un reguero de pólvora”11. En igual sentido, Nora Rabotnikof relata la importancia que tuvieron las consignas que este libro planteaba en la militancia de la época. Según la autora, se lo asociaba fervorosamente a la unidad latinoamericana: “El llamado ‘Despertar de Bandung’ anunciaba el fin de una época: con la ruptura de los lazos coloniales surgía un nuevo mundo que se extendía por Asia, África y América Latina, hermanando 2 billones, y su reciente emancipación le daba un nuevo status y peso político, lo que cambiaba para siempre la dominación que sobre ellos habían ejercido los pequeños países colonizadores. En un mundo dividido entre un primer mundo y un segundo mundo liderados por Washington y Moscú, el Tercer Mundo fue propuesto por la Nueva Izquierda como contrapeso” (Artaraz, Kepa, Cuba y la nueva izquierda. Una relación que marcó los años ’60, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2011). Según Artaraz, este proceso tuvo que ver con una lucha de la Nueva Izquierda internacional por romper la hegemonía conceptual que la división en dos bloques, en la Guerra Fría, imponía a los intelectuales. De allí la importancia que se le dio al Tercer Mundo y a la misión emancipadora que estaba llamado a jugar. Posteriormente, al iniciarse la década del ’70, el concepto de Tercer Mundo sería abandonado por la Nueva Izquierda. 10 En el caso de Montoneros, esta caracterización tomó diversas formas y se tradujo en algunas ideas fuerza como la del antiimperialismo. Esto debido a que al iniciarse la década del setenta (recuérdese que Montoneros realiza su primera aparición pública en mayo de 1970 con el secuestro y asesinato de Aramburu), la tesis de la descolonización mostraba ya sus límites para acabar con la dominación imperialista. En el curso de esta década cobró fuerza la idea de que la dominación imperialista seguía presente (incluso en los países que llevaban mucho tiempo independizados de las metrópolis) a través de las élites, que ejercían a nivel local la dominación imperialista. De allí la importancia de las posiciones antiimperialistas en Montoneros, aunque el tema excede los límites del presente escrito. No obstante, el ethos anticolonialista de los años sesenta es central para entender el surgimiento y primeras conceptualizaciones políticas de Montoneros, dado que en la segunda mitad de la década del sesenta comienza su gestación como grupo político estable con miembros relativamente orgánicos. Cfr. Gillespie, Op.Cit. 11 Chaliand, Gérard, “Frantz Fanon resiste la prueba del tiempo”, en Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007, p. 293. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 188 Rocío Otero los movimientos de liberación nacional. (…) Era la nueva revuelta de los humillados y ofendidos. El despertar de los condenados de la Tierra”12. La recepción de la obra de Fanon y el Prólogo de Sartre posibilitaron la emparentación entre la lucha latinoamericana y las experiencias de descolonización, de forma tal que la lucha anticolonialista y la transformación de la práctica o a través de la práctica mostraron “la fuerza pedagógica y liberadora de la violencia”13. En efecto, una de las principales herencias de esta obra tuvo que ver con la reivindicación de la lucha armada como medio para la transformación de las estructuras sociales injustas. Fue un insumo insoslayable para el surgimiento de una subjetividad militante que hizo de la predisposición a matar y morir una consigna central de las organizaciones armadas de la década posterior. El Prólogo de Sartre está cargado de un fuerte tono apocalíptico. La liberación aparece como una realidad inminente, y la violencia es tanto la caracterización del capitalismo como el medio para hacer la revolución. Para Sartre “…Fanon desea esencialmente demostrar que la violencia revolucionaria transforma a los individuos y sus relaciones recíprocas”14. Según Chaliand la descripción de la estructura colonial que proporcionaba el libro de Fanon sirvió para identificar en ella rasgos de los países dependientes y subdesarrollados. Más aún, dicha identificación obvió las sustanciales diferencias estructurales y culturales entre países recién liberados de la dominación colonial y países como la Argentina, cuya independencia ya había cumplido largamente un primer centenario y promediaba el segundo. Asimismo, la lucha por la liberación quedó fuertemente ligada a la reivindicación de los sectores populares como actores fundamentales de la lucha política. Fue el espíritu central del legado fanoniano: la construcción de una voluntad nacional y popular, la fundamentación de la necesidad de perseguir hasta las últimas consecuencias la independencia y la igualdad entre el Primer y el Tercer Mundo. Para Chaliand, la obra de Fanon proporcionó una caracterización ordenadora del mundo: “en la pintura de Fanon, el mundo colonial es un territorio partido en dos y un mundo de violencia. (…) Dominio puro, violencia directa, dominación brutal. (…) La contradicción principal no explicaba el mundo, sin duda. Pero lo ordenaba. Después (…) había que introducir la complejidad”15. 12 Rabotnikof, Nora, “Recordando sin ira: memoria y melancolía en la relectura de Franz Fanon”, en Revista Internacional de Filosofía Política, Dpto. de Filosofía y Filosofía Moral y Política de la UNED y Dpto. Filosofía de la UAM, 2002, p. 73. En 1955 tuvo lugar la Conferencia de Bandung, como corolario del proceso de descolonización de un gran número de países asiáticos, iniciado una década antes. 13 Rabotnikof, Op. Cit., p. 74. 14 Chaliand, Op. Cit., p. 307. 15 Ídem, p. 79. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 189 Perón o Muerte Como sostiene Chaliand, esta obra dio “testimonio de que la función estimulante de las utopías es uno de los motores de la historia. También los sueños son tenaces16”. De allí que esta obra pueda ser considerada como un fresco elocuente del clima de época que se intenta ilustrar, en el cual la violencia fue entendida en el doble registro de diagnóstico y herramienta de liberación. La violencia en Montoneros Cada cual abraza o condena la venganza con idéntico ardor, según la posición que ocupe, en cada momento, en el tablero de la violencia”. René Girard17. El 29 de mayo de 1970 –día del primer aniversario del Cordobazo (también, día del Ejército), uno de los líderes militares de la autodenominada Revolución Libertadora que en 1955 había derrocado a Perón y lo había confinado a la proscripción18, Pedro Eugenio Aramburu, fue secuestrado en su casa por dos jóvenes con uniforme militar, Emilio Ángel Maza y Juan Abal Medina, miembros fundadores de la organización guerrillera peronista Montoneros. Con el “Operativo Pindapoy”, como lo denominó la organización, y el secuestro llevado adelante por el “Comando Juan José Valle” -en homenaje al militar peronista fusilado en 1956- la organización Montoneros se daba a conocer con una espectacular aparición pública: tres días después Aramburu sería fusilado en nombre de la justicia popular, condenado a muerte por los fusilamientos del 9 de junio de 1956, por el supuesto golpe militar que preparaba contra Onganía, y por el robo y desaparición del cadáver de Evita. En septiembre del mismo año apareció el documento “Hablan los Montoneros”, de especial significancia para entender la concepción de la violencia que motorizó los primeros años de su accionar como organización revolucionaria. Allí, el contexto político aparece como una encrucijada histórica y la lucha armada como el medio para el acceso de los trabajadores, los oprimidos, los condenados de la historia, al poder. Y la violencia, como una realidad inexorable: “No somos los que 16 Ídem, p. 318. Girard, René, La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona, 1995, p. 23. 18 Entre las acciones llevadas adelante por Aramburu mientras estuvo en el poder, cuentan el secuestro y la desaparición en 1955 del cadáver de Evita del 2° piso del local de la CGT, en donde se encontraba desde 1953; una serie de medidas destinadas a “desperonizar” al país y un paquete de leyes antiperonistas que condujeron a la intervención de la CGT, la disolución de la Fundación Eva Perón y la declaración de ilegalidad del partido peronista; el 5 de marzo de 1956 se dio a conocer el decreto 4161 a partir del cual se prohibía al peronismo y a toda referencia al mismo. El 9 de junio de 1956 tendrían lugar una serie de fusilamientos ilegales ante un intento de levantamiento -liderado por Juan José Valle- contra el régimen militar. Desde entonces los fusilados de junio serían identificados por el peronismo como mártires de la lucha del pueblo contra el régimen. El célebre Operación Masacre de Rodolfo Walsh fue pionero en rescatar los hechos y colaboró especialmente con dicha identificación. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 17 190 Rocío Otero inventamos la violencia, sino que la violencia es cotidiana, propia del Sistema. Violencia es el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la mortalidad infantil, la explotación, la represión. Violencia es cerrar todas las vías pacíficas de cambio. Violencia es el fraude, los golpes palaciegos, la proscripción. Por eso nuestra decisión no es gratuita, sino profundamente responsable, honesta y coherente con nosotros mismos y con el pueblo. Es más, consideramos inmoral la conducta de quienes predican la violencia y son incapaces de cumplir con lo que dicen. Asimismo recordamos a los que hablan de lucha armada pero se horrorizan ante los hechos, que la violencia no es abstracta, que los hombres luchan y mueren tanto en 1970 como a través de toda nuestra historia. Y lo decimos con pleno conocimiento de causa, no en vano tenemos tres bajas y el pueblo llora cientos de mártires”19. Como se puede ver en este documento, la violencia tuvo un lugar fundamental en la caracterización montonera de la sociedad, apareciendo como contradicción principal y como categoría ordenadora del mundo: como un diagnóstico. Asimismo, a través de este y otros documentos programáticos de sus primeros tiempos de existencia, Montoneros logró articular un enlazamiento de sentidos entre la proscripción del peronismo de la competencia electoral, la imposibilidad de que el líder en el exilio retornara al país y la necesidad de lanzarse en armas. Perón y peronismo son, según Montoneros, equiparables a las luchas por la liberación y las concepciones sobre la violencia que signaron la década del sesenta: “cuando decimos Perón, hablamos del Líder, del Movimiento y de las luchas de liberación de los pueblos del Tercer Mundo, y cuando decimos Muerte, afirmamos nuestra decisión de ser leales hasta el fin en la causa popular”20. Aquí, aparece la violencia, no sólo en tanto que diagnóstico, sino que como medio para la transformación revolucionaria del mundo. Montoneros promete defender hasta las últimas consecuencias la lucha de los oprimidos. En su trabajo sobre los fundamentos discursivos del peronismo, Silvia Sigal y Eliseo Verón caracterizan la concepción de la violencia de la izquierda peronista como un resultado de mecanismos significantes que determinaron no solo la naturaleza del conflicto sino las posiciones de los diversos actores. Para los autores, “la violencia no se opone a la palabra como el ‘hacer’ al ‘decir’; ella no empieza, como la música, ‘donde mueren las palabras’. La violencia, como los discursos, está articulada a la matriz significante que le da sentido y, en definitiva, la engendra como comportamiento enraizado en el orden simbólico y 19 “Hablan los Montoneros”, en Cristianismo y Revolución, año IV, N° 26, noviembre/diciembre, 1970, p. 13. 20 Ídem, p. 13. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 191 Perón o Muerte productor de imaginario. (…) Puede decirse que la violencia es, desde este punto de vista, una especie de discurso”21. La densidad del entramado de percepciones de los años sesenta, que colocó a la violencia en un lugar central como diagnóstico y como herramienta de liberación, puede verse cristalizada en los primeras declaraciones públicas de Montoneros, en las que la temática de la violencia tuvo un lugar central y, desde el punto de vista de Sigal y Verón, se enraizó al orden simbólico y productor de imaginarios sociales. Puede verse también plenamente materializada en el secuestro y fusilamiento de Aramburu en 1970, y aún operando simbólicamente años después, cuando en 1974 Mario Firmenich y Norma Arrostito relataron para la revista La Causa Peronista cómo sucedieron los hechos. En efecto, la eficacia e importancia simbólica que tuvo para Montoneros la violencia puesta en acto, esto es, el aramburazo, queda en algún sentido demostrada por el hecho de que 4 años después se relatara lo sucedido con profusión de detalles en la entrevista a Firmenich y Arrostito (“General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora”, “General, vamos a proceder”). Según Beatriz Sarlo, este documento ha sido muy citado y poco analizado. Desde su punto de vista, no obstante, la entrevista muestra que el asesinato de Aramburu “tiene que ser liberado de toda sospecha, porque se trata del nacimiento y de la asunción de una identidad, condensados en un solo acontecimiento. Una sombra que cayera sobre el nacimiento de la organización (…) pondría en cuestión el origen real de Montoneros que emergió, completo ya, de una síntesis de ‘las luchas peronistas, las de la Resistencia, las del Plan de Lucha, la de Uturuncos y todas las expresiones combativas’. El narrador repite, con diferentes fraseos, este origen que es a la vez la asunción de una herencia por parte de un ‘grupo de jóvenes’ que ‘tomaban las armas hasta sus últimas consecuencias’, dispuestos a ‘triunfar o morir’.22. Epílogo: pensar la violencia “Y lo repito una vez más: he vivido por la alegría. Por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza no sea unida nunca a mi nombre”. Julius 21 Sigal, Silvia y Verón, Eliseo, Perón o muerte. Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista, Buenos Aires Eudeba, 2008, p. 16. 22 Sarlo, Betriz, La pasión y la excepción. Eva, Borges y el asesinato de Aramburu, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2003, p. 146. Al poco tiempo del fusilamiento de Aramburu, los hechos comenzaron a ser rodeados por hipótesis y suspicacias de todo tipo. La más extendida es la que vinculó a Mario Firmenich con los servicios de inteligencia del Estado. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 192 Rocío Otero Fucik23. En el Prólogo de Sartre a la obra de Fanon la violencia puede ser entendida como una fuerza abstracta. Hay violencia colonial en el sometimiento de los hombres, la deshumanización, el embrutecimiento, el miedo. En la desnutrición, la enfermedad, la pobreza. La violencia, según Sartre, es interiorizada por los oprimidos del sistema capitalista como terror. Y la ira, la cólera, es su último reducto de humanidad. El inicio de las luchas de descolonización significó, según el autor, la inversión de la violencia, un cambio de sentido: la violencia “gira sobre sí misma como un boomerang”. Y cuando esto sucede, comienza el momento final de la dialéctica de la violencia: la violencia revolucionaria, la de los oprimidos del sistema, borrará los signos de una violencia colonial largamente padecida por los pueblos del Tercer Mundo: “…ese hombre nuevo comienza su vida de hombre por el final; se sabe muerto en potencia. Lo matarán: no solo acepta el riesgo sino que tiene la certidumbre; ese muerto en potencia ha perdido a su mujer, a sus hijos; ha visto tantas agonías que prefiere vencer a sobrevivir. (…) Hijo de la violencia, en ella encuentra a cada instante su humanidad”24. Como se ha visto, tanto en el ethos de los años sesenta como en la concepción de Montoneros de los primeros setenta, la violencia puede ser entendida en un doble registro: como diagnóstico de la sociedad y como método para cambiarla. La violencia como método no proviene de una elección, según Montoneros, sino de una necesidad: como el río tormentoso de Bertolt Brecht, no puede llamárselo violento si no se comprende que el lecho que lo contiene ejerce una fuerza, un límite: una violencia, de otro signo, y que lo determina. La pregunta que surge a la luz de una época violentamente clausurada por la dictadura instalada en 1976 convoca a una evaluación de la experiencia revolucionaria y de su concepción de la violencia: si la condición humana de las sociedades industriales ha demostrado que el lazo social está constituido estructuralmente por violencia (desigualdad, marginalidad, pobreza, opresión, explotación) y lo estará en la medida en que la explotación del hombre por el hombre persista, dicha violencia ¿es erradicable? En caso positivo, ¿es la violencia la que erradicará a la violencia? Según René Girard, la violencia puede ser pura o impura, esto es, buena o mala; puede estar en estado latente o, por el contrario, desatada; puede ser tanto purificadora como destructora; puede 23 Reportaje al pie del patíbulo escrito en la prisión de la Gestapo, en Pankrác, durante la primavera de 1943. 24 Sartre, Op. Cit., p. 22. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 193 Perón o Muerte tomar la forma de violencia recíproca o, al contrario, unánime. La “violencia soberana”, aquella capaz de construir comunidad, consenso, legitimidad, vaga en momentos de crisis y cuestionamiento al orden establecido, se propaga, se potencia, hasta que, en la génesis de un dios, en el surgimiento de una trascendencia superior a los apetitos individuales, la misma violencia se vuelve fundadora de un orden social y su faz impura, destructora, recíproca, es domeñada y relegada a un estado de latencia. En el momento de crisis, de cuestionamiento del orden social vigente “la violencia es a la vez el instrumento, el objeto y el sujeto universal de todos los deseos. (…) El círculo vicioso de la violencia recíproca, totalmente destructora, es sustituido entonces por el círculo vicioso de la violencia ritual, creadora y protectora”25. No obstante, para Girard la violencia es constitutiva de lo social y por ello mismo, es imposible de erradicar. En los años sesenta, situaciones sociales como la pobreza, la injusticia, la indigencia, fueron comprendidas como una violencia institucionalizada que ponía sobre el tapete la necesidad de transformaciones urgentes que acabaran radicalmente con la opresión y destruyeran las instituciones sociales vigentes. A principios del siglo pasado quien no combatiera al mal por la fuerza podía resultar responsable de su victoria. Y en el siglo IV, quien quisiera la paz, debía preparase para la guerra. La violencia es un tópico recurrente para pensar las formas de transformación del lazo social. Los años sesenta muestran con especial claridad que las ideas también tienen una eficacia causal, que la utopía de un mundo más justo y la convicción de que la violencia puede ser un medio para lograrlo signó la época y marcó un surco, un camino sobre el cual corrieron los raíles de la historia, hasta 1976, momento en el que la violencia nuevamente cambió de sentido. Como sostuvo Horacio Tarcus “…a la hora de evaluar histórica y teóricamente la experiencia de la lucha armada en la Argentina de los años ´60 y ´70, no se trata de heroizarla ni de demonizarla; ni de condenarla a priori como producto de un “demonio” rojo ávido de violencia, ni de salvarla por las genuinas intenciones emancipatorias o el coraje de quienes empuñaron las armas. No fueron ángeles ni demonios. (…) No fueron arrastrados por la fuerza del destino: optaron, ética y políticamente, por la violencia revolucionaria. Y esa opción, su acción y sus resultados reclaman desde hace tiempo un juicio histórico que logre escapar tanto de la victimización y la heroización como de la demonización”26. Tal vez profundizar en la comprensión de este pasado y de las experiencias revolucionarias de los años setenta permita reflexionar más 25 Ídem, p. 151. Tarcus, Horacio, “Notas para una crítica de la razón instrumental. A propósito del debate en torno a la carta de Oscar del Barco”, en Políticas de la memoria, n° 6/7, Anuario del CeDInCI, Buenos Aires, 2006/2007, p.21. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 26 194 Rocío Otero hondamente sobre el fracaso de aquel ethos (y de las prácticas políticas que estimuló) en instalar nuevas relaciones sociales. Para algunos, como Girard, un espiral incontenible de violencia es siempre posible. Una conciencia de este tipo, que asuma la condición antropológicamente violenta –y por ello inevitable- de la condición humana, puede servir para avanzar en el interrogante sobre la erradicabilidad de la violencia por medio de la violencia, o, cuanto menos, en agudizar el alcance de la pregunta. páginas revista digital de la escuela de historia – unr / año 5 – n° 8 / Rosario, 2013 ISSN 1851-992X 195