BIOGRAFIAS MILIANTES
CINCO
HORAS JUNTOS
Ese fue el tiempo que Laura pasó con su bebé, Guido, antes de que los militares
lo robaran para luego asesinarla y entregarle a sus padres un cadaver envuelto
en diarios. El horror del genocidio es inenarrable, pero en Laura. Vida y militancia de
Laura Carlotto, María Eugenia Ludueña va por la vida, para dar testimonio recuperando
los nombres, la cotidianidad y los clarosucros de esas biografías militantes.
por Cintia Rogovsky
“Cuando la muerte está cerca y
la vida no vale nada-dice Cascote,
el primer esposo de Laura Carlottopueden ocurrir un montón de cosas.”
(Ludueña, 2013: 159).
35 años han pasado desde que el cuerpo asesinado de Laura Carlotto le fue
entregado a su familia. Cinco horas pasó Laura junto a su primer y único hijo,
Guido. Y todavía no se sabe quién se robó a aquel bebé.
Quien espere encontrar en este texto
una reseña de Laura. Vida y militancia
de Laura Carlotto, el libro de María Eugenia Ludueña de reciente aparición
(Planeta) puede abandonar ya mismo
la lectura. Esta es, apenas, la impresión
de una lectora sin pretensiones, atravesada por las sonoridades, el dolor, el
compromiso que en el cuerpo implica
esta lectura. Recomiendo acompañar
este leer con la melodía de “Laura va”, de
Spinetta. O con la sinfonía “Leningrado”,
de Shostakovich, para adentrarnos en
el mundo de los padres de Laura, Guido y Estela. Y si queremos hacerle un
guiñe al testimonio de la madre de Laura, podemos escuchar la banda de sonido que David Raksin compuso para
esa obra maestra del cine negro, “Laura” (1944). Porque esta también es una
historia de sueños, ¿cómo se sueñan
los hijos, cómo se sueña el futuro, cómo
se sueñan los nietos?
Especial, apurada, la primera hija, compromiso, seria, esquemática, hermosa,
delgada. Los ojos. Qué ojos. Esos ojos. Niña perfecta. No quiso fiesta de 15, ni de casamiento. No quiso la comunión. Laura.
A Guido (técnico químico y dueño de
una pequeña fábrica de pinturas) y a
Estela (maestra y ama de casa), una
joven pareja de clase media platense,
ambos radicales, les gusta el cine. Ya
de novios sueñan con ponerle a una
hija el nombre de esa heroína del director Otto Preminger, Laura, la historia de una mujer cuyo asesinato debe
ser investigado. Inquietantes coincidencias. La protagonista, la bella Gene
Tierney, posee otro atributo en común
con nuestra Laura: la belleza de un rostro cuya mirada es imposible de olvidar
y aún nos interpela. De este tipo de detalles, que son los que permiten retratar a una Laura humana y viva, está formado el libro de Ludueña.
Los cuerpos hablan, dicen los antropólogos forenses, personas como el
Dr. Snow, que tanto contribuyó en la
identificación de los cuerpos enterrados como NN de nuestros desaparecidos, cuando se recuperó la democracia y en los años posteriores. El cuerpo
de Laura confirma que ha sido madre
antes de morir. “Tranquila que yo sigo
buscándolo”, le promete Estela después de enterrarla en 1978, cuando
por testimonios de compañeras del
campo confirma que tuvo un varón.
Los muertos hablan, pero en el territorio de los vivos tenemos que escucharlos con humildad, bajando un poco la
cabeza frente a los huesos humillados,
tratando de dejar a un lado los discursos aprehendidos para soportar el dolor, la lógica que analiza la banalidad del
mal que se llevó tantas vidas.
Ludueña abandona los lugares comunes. Tal vez porque sabe, como lo
formuló en su momento Primo Levi, que
es inenarrable el horror del genocidio.
Que el mal pervierte incluso la memoria
y cualquier intento de hacerle justicia a
la historia es incompleto. Entonces elige contarnos, con un estilo fresco y
fluido, por momentos cinematográfico,
quién fue esta muchacha viva, con sus
contradicciones y claroscuros, su breve e intensa vida que comenzó el 21 de
febrero de 1955 en la ciudad de La Plata y terminó en agosto de 1978. No una
heroína, una chica de carne y hueso inmersa en el clima de su época en el cual
“entregar la vida no era un sacrificio ni
un juego de palabras. Era un modo de
estar en el planeta”(Ludueña:225). La
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Laura Carlotto
autora corre el velo y desoculta a esta militante del territorio pasivo, muerto, de los chivos expiatorios que la sociedad de algún modo necesita para
no hacerse cargo de sus responsabilidades en los trágicos acontecimientos políticos de los 70. En cambio nos
narra a una Laura que fue mucho más
que una víctima del terrorismo de Estado de la dictadura cívico-militar. Fue,
entre otras cosas, una mamá angustiada al clausurársele el futuro en dos
embarazos que perdió durante su matrimonio, porque un hijo deseado, lo sabemos, es un proyecto de futuro. Una
mamá que apenas pudo estrenarse,
oler la piel de su bebé, nombrarlo con
el nombre de su padre, compartir cinco horas con su hijito Guido, parido en
la clandestinidad, en una maternidad
que todavía no se sabe cuál fue.
Cinco horas que cambiarán el destino
de muchos, me atrevería a decir, de todos.
“El que nomina domina”, aprendió
Laura en la facultad. Sus verdugos le
robaron el nombre a Guido. Sin embargo, 109 nietos encontrados por la lucha
de abuelas como la de este niño atestiguan que a veces resistir, salvar una vida, como dice el Talmud, salva el mundo. Y contar esas vidas, dar testimonio,
recuperar los nombres, es parte de la
búsqueda, de la posibilidad de la justicia, tal vez por eso Ludueña comienza
el libro con una cita de John Berger: “la
esperanza hoy es contrabando que se
pasa de mano en mano y de historia en
historia.”
Tuvo una profesora que le abrió el bocho en el Normal. Le gustaban las manualidades. Se maquillaba por demás
los ojos. Escuchaba a Viglietti, a Serrat,
le gustaba el rock.
En esta investigación Ludueña no sólo recurre a la bibliografía ya clásica
de los 70 (un Walsh o un Bonasso) sino también a los fragmentos de testimonios aportados en los Juicios por
la Verdad que permiten advertir cómo
el dolor se convirtió en lucha, en ampliación de derechos, en recuperación
de identidades, en la configuración de
una nueva institucionalidad democrática en la Argentina que es ejemplo en
el mundo entero y que a veces naturalizamos, sin comprender el alcance de
estos logros, su dimensión política. Una
democracia que solidificó sus bases al
darle cabida al reclamo y la lucha de las
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El cuerpo
de Laura
confirma que
ha sido madre
antes de morir.
“Tranquila
que yo sigo
buscándolo”,
le promete
Estela después
de enterrarla
en 1978,
cuando por
testimonios de
compañeras
del campo
confirma que
tuvo un varón.
Madres y Abuelas, de los organismos
de derechos humanos, de un Gobierno
que tuvo la valentía política de asumir
la demanda de justicia de la mayoría
de la sociedad que había sido estafada con las leyes de Obediencia Debida
y Punto Final. Un sujeto colectivo configurado por mujeres y hombres comunes, en su mayoría. Motivados por
la encarnación del dolor inefable de la
peor de las pérdidas, y de la esperanza
reparadora de encontrar a sus familiares, de hacerle justicia a los muertos
contando quiénes fueron, cómo vivieron, quiénes fueron sus verdugos, cómo, y por qué.
Muy coqueta. Quería cambiar el mundo. Le impactó mucho la masacre de
Trelew y la historia de Bocha, su amigo,
el hijo de Chicha Mariani, la masacre en
la Casa de los Conejos.
Hasta que el último genocida, militar
o civil, reciba su condena, hasta que el
último nieto aparezca, hasta que el último desaparecido pueda “contarle” a
sus deudos cómo fue su asesinato, y
podamos saber la vida de cada Laura y
cada Guido esté con su familia.
Rita, su nombre de guerra.
Por eso es necesaria esta lectura de
una Laura viva configurada por los
testimonios de su familia, sus amigos,
antes, durante y después de que se
convirtieran en figuras públicas, en
emblemas de la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Estas imágenes que nos permiten sentir, escuchar
y ver la infancia y la adolescencia de
Laura en La Plata, su paso por el Normal 1; la vida en el hogar, su vínculo con
la abuela inglesa May Barnes (que cría
a los cuatro chicos mientras la madre
trabaja en una escuela rural en Brandsen); con sus hermanos; sus primeros
amores, sus fieles amistades, sus intereses intelectuales, su temprano trabajo en la fábrica de pintura del padre,
en Berisso, ciudad de trabajadores e
inmigrantes. La historia entrelaza los
testimonios de Estela; de Claudia, hermana dos años menor y también militante política; de su hermano “Kibo”,
cuatro años menor y el más compinche con ella; del más chico, Remo, con
el que menos compartió por la diferencia de edad; de Jorge Falcone (primer
de los militantes quebrados para marcar compañeros, alianza entre los gobiernos dictatoriales para perseguir
toda forma de disidencia y de libertad
de expresión. Las madres recurren a la
Iglesia, a los contactos con familiares o
amigos militares, a los jueces. Serán
pocos, muy pocos, los que ayudarán.
Laura se ha separado de su marido.
Se esconde acá, allá. Con una pareja
de compañeros, con otros. Hasta que
“pierde”, “cae”, como dicen en la jerga.
Termina en La Cacha, embarazada por
tercera vez. Según los testimonios, eso
la “protege” un poco, porque los asesinos tienen un plan para ese bebé, tal
como al fin, después de tres décadas,
sentenció el 5 de julio de 2012 el Tribunal Oral Federal 6. Recuerdo que hacía
frío y era de noche. Y los que estábamos
ahí afuera, mirando en la pantalla gigante la audiencia, no podíamos entender cómo estas mujeres, Elsa, Estela,
Chicha, Rosa, todas y cada una, soportaron tantos años, afrentas, desilusiones, injusticia, soledad...Tal vez porque
saben la verdad que reposa en los versos de Mansilla inmortalizados por el
maestro Falú:
“Quiero quedarme, aún, cuando me
vaya,
en la memoria de quienes me han
querido,
en los versos triviales que repita con
su cantar algún desconocido;
o regresar en el perfil de un hijo como
ese amanecer que ha renacido...”
1
marido de Claudia Carlotto y cuya hermana, María Claudia, una de las seis
estudiantes secundarias de la UES secuestrada en la Noche de los Lápices
que continúa desaparecida); de varias
amigas como Elena Mariani, la Gordi, la
Coneja, Elsa Mc Dougall, de su primer
esposo, “Cascote”.
Laura es una militante por convicción.
Cuando Perón rompe con los Montoneros, ella refuerza su compromiso
con la organización. El pase a la clandestinidad (será Rita en adelante), los
dispositivos de seguridad de una militancia que ya estaba siendo atacada y
masacrada por la Triple A, primero, y
luego del golpe, por las FFAA y las patotas parapoliciales, impiden a la familia
el contacto. Muchas partes del final se
han ido reconstruyendo por testimonios de los pocos sobrevivientes que
compartieron el cautiverio en esos cementerios de vivos que fueron los campos de concentración en los que el mal,
en su versión argentina, diseñó el perverso mecanismo del robo de bebés.
Después del golpe del 76, todo se precipita. Los padres desesperan. Claudia,
su pequeña hija y su marido partirán al
exilio. Pierden contacto. No tienen noticias de Laura. El mismo Guido padre
es secuestrado 25 días. Y torturado.
Nelva Falcone y su marido también, en
dos oportunidades. Todos los días caen
pibes y pibas, mientras los diarios,
cómplices de los dictadores, inventan
“enfrentamientos” para ocultar fusilamientos, torturas, secuestros, robos
de bebés, campos de exterminio, uso
La causa incluía el robo de 35 bebés. 26 de
ellos recuperaron su identidad: Victoria Montenegro Torres, Natalia Suárez Nelson Corvalán, Leonardo Fossati Ortega, María de las
Mercedes Gallo Sanz, Carlos D’Elía Casco,
Paula Eva Logares Grinspon, Victoria Moyano Artigas, Pablo Hernán Casariego Tato,
Francisco Madariaga Quintela, María Belén
Altamiranda Taranto, Claudia Victoria Poblete
Hlaczik, Aníbal Simón Méndez Gatti, Macarena
Gelman García Iruretagoyena, Anatole y Victoria Julien Grisonas, Mariana Zaffaroni Islas,
Victoria Donda Pérez, Javier Gonzalo Penino
Viñas, Ezequiel Rochistein Tauro, Evelyn Bauer
Pegoraro, Alejandro Pedro Sandoval Fontana,
Laura Reinhold Siver, Federico Cagnola Pereyra, Juan Cabandié Alfonsín, Guillermo Pérez
Roisinblit y Carla Ruiz Dameri. En esta causa,
todavía falta encontrar a Guido Carlotto, Ana
Libertad Baratti De la Cuadra, Clara Anahí Mariani Teruggi, el/la hijo/a de Gabriela Carriquiriborde y Jorge Repetur, Martín Ogando Montesano, Victoria Petrakos Castellini, la hija de
María Moyano y Carlos Poblete y la hija de Ana
Rubel y Hugo Castro continúan viviendo con
una identidad falsa.
2
“Tiempo de partir”. Letra: Almérico Mansilla,
música: Eduardo Falú, 1978.
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