Cuentos en miniatura
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«Cuentos en miniatura», constituye en su conjunto una obsesionante elegía a la condición humana, de profundo realismo e insospechado encanto.
En ellos, Solzhenitsyn escribe sobre la falta de libertad, sobre la desesperanza de vivir en un régimen que controla a cada ciudadano y donde la desobediencia puede ser castigada con la muerte. Pero también en ellos hay esperanza. Un amor por la naturaleza y una reivindicación del espíritu humano, capaz de sobreponerse y triunfar sobre grandes adversidades.
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Cuentos en miniatura - Alexandr Solzhenitsyn
Viajando a lo largo del río Oca
Caminando sin prisa por los senderos de Rusia Meridional uno empieza a comprender en qué consiste la clave del apaciguador paisaje de la campiña rusa.
La clave reside en sus iglesias.
Unas ascienden corriendo cerros y colinas; otras, parecidas a princesas blancas y rojas, salen al encuentro de anchos ríos, levantando sus esbeltos campanarios, decorados con hermosas tallas fuera de lo común. Se saludan de lejos, desde las aldeas apartadas, y se elevan juntas al cielo único.
Dondequiera que estés, en el campo o en las praderas, lejos de viviendas humanas, nunca estás solo: por arriba de la pared de los bosques, de las abundantes parvas de trigo y de la misma redondez de la tierra, siempre te atraen cúpulas de campanarios, sea de Gorki, Lovezki, de Liubichi o de Gavrilovsk.
Pero penetrando en la aldea, te das cuenta que no fueron los vivos quienes te saludaron, sino los muertos. Las cruces están derribadas o torcidas; la cúpula, con su revestimiento desgarrado, muestra su osamenta herrumbrada; malas hierbas crecen en los techos y en las grietas de los muros; rara vez se conserva el cementerio cerca de la iglesia, muchas son las cruces que aparecen tiradas por el suelo. La mayoría de las tumbas, profanadas, los iconos alrededor del altar casi destruidos, están lavados por las lluvias, las paredes muestran inscripciones obscenas.
En el atrio se ven barriles, un tractor gira para levantarlos. O bien un camión entra por el portal al templo para cargar bolsas.
En aquella iglesia zumban los tornos, ésta, silenciosa, está cerrada con un candado.
En otra funciona un club. Se ven inscripciones: «¡A aumentar la producción de leche!», «Poema sobre la paz», «La gran hazaña».
La gente siempre fue codiciosa y frecuentemente mala. Pero el tañido nocturno resonante, fluía sobre campos, aldeas y bosques, e impulsaba a abandonar las pequeñas preocupaciones terrestres y dedicar en esa hora los pensamientos a la eternidad.
Ese tañido, conservado hoy únicamente en unas melodías antiguas, levantaba a la gente, les ayudaba a erguirse en dos pies y no caer… en cuatro.
En estas piedras, en estos campanarios, nuestros antepasados pusieron lo mejor de su ser, su rica concepción de la vida.
—«Rompe, Víctor, derrumba, no te importe…».
El cine empieza a las seis, el baile a las ocho…
El patito
Un pequeño patito amarillo cojea y se cae cómicamente sobre su pancita blanca en el pasto mojado. Corre delante de mí y chilla «¿dónde está mi mamá?» «¿Dónde están todos?…»
Pero no es su mamá, es una gallina; le pusieron un huevo de pato y lo empolló con los suyos, sin hacer diferencia alguna.
Ahora que se aproxima el temporal pusieron su casita, un viejo canasto roto, bajo techo y la cubrieron con una bolsa. Todos están allí, salvo éste que se extravió.
Ven pequeñuelo, ven a mis manos,
¿Cómo se afirma en esto la vida? Ningún peso, ojos negros como perlitas, patitas como de gorrión. Lo estrechas y no existe más. Y sin embargo es calentito. Su piquito rosa pálido ya es ancho, las piernecitas ya lucen sus membranas, se notan las alas plumosas y es amarillo como los de su estirpe. Y ya se diferencia por el carácter, de sus hermanos adoptivos.
Nosotros pronto volaremos a Venus. Nosotros. Si todos nos pusiéramos a la obra, en veinte minutos labraríamos todo el mundo… Pero, nunca, nunca, con todo nuestro potencial atómico podremos componer en una probeta, aunque nos den plumas, carne y huesitos, este imponderable, pequeño, lastimoso patito amarillento.
Empezando el día
Al amanecer, treinta jóvenes salieron corriendo al claro del bosque, se ubicaron cara al sol y empezaron a inclinarse, saludar, postrarse, levantar los brazos, arrodillarse. Y así durante un cuarto de hora.
Si los miráramos desde lejos podríamos creer que están rezando.
Actualmente a nadie le extraña que el hombre sirva cada día a su cuerpo con paciencia y atención.
Pero qué ofendidos estarían todos si sirviera de esta manera a su espíritu.
No, no era una oración. Era la gimnasia matutina.
Sharik
En nuestro patio un chico tiene encadenado a su perrito, Sharik. Lo tiene así desde que era un cachorrito. Una vez fui a llevarle huesos de caldo humeantes y aromáticos, pero justo en ese momento el chico soltó al pobrecito.
La nieve en el patio es copiosa y blanca. Sharik, lleno de júbilo, da vueltas por el patio, salta como una liebre, el hocico lleno de nieve; corre por todos los rincones, del uno al otro, del uno al otro… Se me aproxima, todo velludo, salta alrededor de mí, huele los huesos y vuelve a correr.
«No necesito yo sus huesos… denme solamente la libertad.»
La respiración
Ll ovió de noche y ahora las nubes se desplazan por el cielo. A veces caen algunas gotas.
Estoy de pie bajo un manzano que está terminando de florecer, y respiro.
No sólo el manzano, sino también los pastos que lo rodean, expanden aromas después de la lluvia, y no hay palabras para este sabor dulce y penetrante que impregna el aire. Lo aspiro con todos mis pulmones, siento el aroma en todo mi pecho, respiro, ora con los ojos abiertos, ora con los ojos cerrados, no sé cómo es mejor…
Tal vez esto sea la libertad, la única, pero la más apreciada libertad, de la cual nos priva la cárcel: respirar así, respirar aquí.
Ninguna comida en la tierra, ningún vino, ni siquiera el beso de una mujer, me resultan más dulces que este aire, este aire embriagado con el florecimiento, la humedad, la frescura.
No importa que esto sea sólo un minúsculo jardín, encerrado entre las jaulas de fieras de las casas de cinco pisos.
Dejo de oír los escapes de las motocicletas, el aullido de los tocadiscos, los gritos de los altoparlantes.
Mientras se puede respirar después de la lluvia bajo un manzano, se puede vivir.
El lago Segden
Nadie habla en voz alta de este lago ni escribe acerca de él.
Y todos los caminos que conducen a él están obstruidos, como los que llevan a un castillo embrujado: sobre todos los accesos pende un signo de prohibición, una pequeña y muda rayita.
Ser humano o fiera salvaje, quien vea esta rayita en su camino, vuélvase.
Esta rayita está trazada por el poder terrestre. Esta rayita quiere decir: no se puede llegar en coche, ni volando, ni caminando, ni arrastrándose.
Y cerca de los caminos están rodeando el bosque los centinelas con fusiles y pistolas.
Recorres el bosque silencioso, tratas de encontrar el camino que lleva hasta el lago, y no lo encuentras, y no hay nadie a quien preguntarle: asustaron al pueblo de tal manera que nadie llega a este bosque.
Sólo siguiendo el sordo cencerrear de una. vaca puedes penetrar por el sendero del ganado a medio día, en tiempo lluvioso. Y apenas logre brillar ante tus ojos el enorme lago entre los árboles, aun cuando todavía no te hayas aproximado a él, ya sabes, con seguridad, que has de querer a este lugarcito de la tierra toda tu vida.
El lago de Segden es redondo, como delineado con compás.
Si gritas desde una orilla (pero no vayas a gritar para que no te descubran) el eco llegará deshecho hasta la otra.
Queda muy lejos. Está resguardado por el bosque costero. El bosque es parejo, un árbol igual al otro.
Cuando llegas al agua, ves toda la circunferencia de la costa cerrada: acá hay una franja amarilla de arena, allá se yerguen los juncos grises, en algunos lugares se extiende el pasto verde.
El agua es llana,