La suerte de encontrarte
Por Helena Nieto
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Nuestra protagonista sufrirá con su primer desengaño amoroso pero el destino le tiene preparada una sorpresa: Álvaro, un joven del que se enamorará a primera vista, pero… ¿Es Álvaro el amor de su vida?
La suerte de encontrarte es una deliciosa historia de amor donde se pondrán en juego valores tan esenciales como la amistad y la familia.
Un optimista canto al amor.
http://helenanc.blogspot.com.es/
Helena Nieto
Helena Nieto, nació en Gijón (Asturias). Desde muy pequeña sintió fascinación por la lectura y los libros. A los catorce años escribió su primera novela que trataba sobre adolescentes y que nunca llegó a tener título. En el año 2010 publicó: “Secretos de Arena” con la editorial RachelEn el año 2011 su segunda novela: “Un punto y aparte” con la editorial El maquinistaEn el año 2014 con la editorial Nowevolution: “Tras los besos perdidos”En Febrero del 2015 : “Me faltabas tú” con la editorial GramNexo., que se editará en inglés con la editorial America Star Books. Ha colaborado con diversas antologías: · “100 mini relatos de amor y un deseo satisfecho” con el micro relato “Contradicciones”. “150 Rosas” con el relato titulado: “Te quiero tanto”· “Cachitos de Amor 2” con el micro relato:” Los celos de Dios”· “Microterrores” con el micro relato: “Infernal” y en diversas revistas digitales. En 2011, su novela “Un punto y Aparte” fue nominada a los Premios Dama, como mejor novela sentimental del año.http://helenanc.blogspot.com.es/
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La suerte de encontrarte - Helena Nieto
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mariquita.jpgSeptiembre 2008
Odio hacer de canguro de mis hermanos. Me aburre estar toda la tarde en casa hasta que mamá regresa del trabajo. Cuento los días para que vuelva mi abuela o, mejor, para el comienzo de las clases por la tarde. Decidí traer a Jorge, mi chico. La cara que puso mamá cuando lo vio sentado a mi lado en el sofá el primer día…, ¡ufff!…, no dijo nada, pero sé que no le gustó verlo en casa. Llevamos ya ocho meses saliendo. Es la primera vez que aguanto tanto con un tío. Claro que casi es mi primer rollo serio, porque lo que tuve con Jairo el verano pasado en el pueblo de mi abuela no llegó a nada. Duró tan poco que nadie se enteró, salvo mi prima Marta y mis amigas de allí. Ni siquiera estoy segura de que me gustara mucho, pero en cambio con Jorge… En cuanto lo vi, me gustó. Es alto, moreno, fuerte, simpático. Lucía, mi mejor amiga, también se fijó en él, pero yo me lancé y a la semana de conocerlo empezamos a salir. Esperé un mes para decirlo en casa. Como era de imaginar, mamá me hizo un interrogatorio que ni el FBI: quería saber dónde vivía, si estudiaba, si iba en serio…, ¡uffff!…, y luego al final dijo: «Es normal, estás en la edad, pero ten cuidado con lo que haces». Luego se lo presenté una tarde que nos encontramos en el centro comercial. Ella iba a llevar a mi hermano pequeño a una fiesta de cumpleaños y nosotros íbamos al cine. Cuando por la noche le pregunté qué le había parecido, dijo que no estaba mal.
Mi padre se enteró mucho después. Como están divorciados, lo vemos muy poco. Ya han pasado tres años desde que se fue de casa para vivir con su nueva novia. Yo no me lo podía creer. Mamá estaba hecha polvo y yo odiaba a papá por lo que nos estaba haciendo. Para mi hermano Dani y para mí fue un palo enorme. No lo esperábamos. En cambio, Alejandro, con solo seis años, se lo tomó mejor que ninguno. Como solo ve por los ojos de mamá y de mi abuela, el hecho de no estar mi padre no le afecta mucho, o eso parece.
Cuando papá nos llevó por primera vez a comer con él, fuimos a la casa donde vivía con su novia. Nosotros nos portábamos fatal cada vez que íbamos. Lo hacíamos a propósito para incordiar lo más posible. Ella no nos podía ni ver. Por un tiempo mi padre dejó de invitarnos y casi no lo veíamos. Le decía a mamá que estaba muy ocupado. Era una excusa. Su novia no quería vernos ni en pintura y mucho menos en su casa. Ahora hemos vuelto a pasar tiempo con él. Nos sigue invitando a comer algunos sábados, pero ya solo y en restaurantes. Siempre vamos a un italiano porque nos gusta mucho la pasta a todos. Después nos da dinero o nos compra regalos y nos devuelve a casa enseguida.
Su novia se llama Sonia. Es mucho más joven que mamá, pero mucho más fea. Yo la llamo Barbie Oxigenada porque su pelo es rubio tipo Marilyn, o sea, rubia de bote, y va toda ceñida, escotada y superpintada. No logro entender qué puede ver papá en ella.
No sé muy bien qué pasó porque mamá no quiere hablar del tema, pero me imagino que mi padre se enrolló con esa tía estando todavía casado y decidió dejarnos para irse con ella.
Desde entonces todo ha cambiado mucho. Antes me gustaba hablar con él, pero ahora creo que no le interesan mis cosas y ya no tenemos la misma confianza que antes. Yo por lo menos. No sé ni de qué hablarle: de las clases y poco más. Siempre nos hace las mismas preguntas y nosotros también respondemos casi lo mismo cada vez. Ella nunca viene a las comidas. Mejor. Ni Dani ni yo la soportamos. Es tan idiota. Y tiene pinta de pilingui…
Mamá, en cambio, no sale con nadie. Se pasa el día trabajando. Los fines de semana prefiere quedarse en casa, aunque a veces va con mis hermanos a algún sitio. Dice que no le apetece salir con ningún tío. Espero que no siga pensando en mi padre. Ella dice que no. Si se ven por ahí, solo se saludan. Si hablan algo más es por teléfono, y sobre nosotros tres. Cuando mi padre viene a buscarnos, nos espera en el portal. Nunca sube. Supone que mamá no tiene ninguna gana de verlo, y menos en nuestra casa.
Si se lo cuento a Jorge, no me entiende. Como sus padres no están divorciados, no puede comprender lo que siento. Siempre me dice: «Si tu padre está contento y tu madre también…», pero yo le respondo que puede que él lo esté, pero mamá se siente muy sola y, aunque trate de fingir que no pasa nada, sé que no es del todo feliz.
—Ya encontrará tu madre otro novio, no te preocupes —me dice.
Pues como no lo encuentre trabajando, no sé cómo lo va a hacer. Ni sale de noche ni va a fiestas ni a bailar…Todas sus amigas están casadas. Tal vez debería de ligar por Internet. Un día se lo dije y no hizo más que reírse.
—Es lo único que me faltaba. ¿Ligar por Internet? Ni loca…, no estoy tan desesperada, Vicky. Estoy muy bien así.
Vale. Lo estará. Pero hay veces que la veo muy triste. Y no me creo que esté tan feliz como asegura. Y si le da por mirar las fotos de los álbumes que tenemos, hasta se le llenan los ojos de lágrimas. Soy testigo, podría jurarlo, pero seguro que ella lo negaría.
Yo tengo una foto en mi habitación desde hace años en la que estamos los cinco juntos. Es la única que está a la vista porque mamá guardó en un cajón todas en las que estaba mi padre. Solo dejó de nosotros tres. Aquí Alejandro solo es un bebé y todos los demás estamos sonrientes y felices. De estos momentos ya no queda nada. Ahora ya me lo tomo mejor, pero los primeros meses cada vez que veía esta foto me ponía a llorar.
Fue mamá quien nos habló de lo del divorcio. Nos lo dijo a mi hermano y a mí porque papá no tuvo ni el valor de hablar con nosotros. Lloramos abrazados a ella, y aunque nos decía que todo iba a seguir igual, sabíamos que no era verdad. Fue horrible. Por eso cuando veo esta foto me dan ataques de nostalgia y me gustaría volver atrás, pero ya sé que es imposible.
2
mariquita.jpg¡Menuda bronca! Y todo por el bocazas de mi hermano Alejandro. El viernes, mamá tenía un compromiso de una cena de trabajo o algo así, y como mi abuela sigue de viaje no me quedó otra que cenar en casa y no salir después. Para colmo, me dijo que, de traer a mi chico, nada de nada. Según ella, ya pasa demasiadas horas aquí. No sé si es que le tiene manía o qué, pero no hubo manera de convencerla. Al final no le hice caso y, en cuanto se fue, avisé a Jorge para que viniera a cenar pizza con nosotros. Como siempre, mi hermano Dani solo abrió la boca para comer y Álex no dijo nada más que tonterías. Yo me reí mucho porque Jorge estuvo de lo más simpático. Luego decidimos ver una peli en la televisión de la habitación de mamá. Nos echamos sobre la cama para estar más cómodos. Nos besamos y acariciamos. Tanto que Jorge se puso como una moto.
—Córtate un poco —dije—, no vaya a ser que entre alguno de mis hermanos.
No tuvo más remedio que parar, y no, no entró nadie. A las doce le pedí que se fuera.
—Pero, Vicky, ¿no has dicho que tu madre llegaría tarde?
—Sí, pero no sé lo que es tarde para ella. Por si acaso.
De nada me sirvió arreglar la cama y dejar todo como estaba. El chivato de Alejandro se fue de la lengua. Cuando no es él, es Dani, y estoy harta de los dos. Cómo envidio a Lucía, que es hija única y no tiene que aguantar todo lo que yo soporto. Estaba profundamente dormida cuando mamá entró en mi habitación llamándome: «Vickyyyy»…
Adiviné que estaba enfadada y me daría la típica charla de si no puede confiar en mí y todo ese rollo que me ha soltado mil veces. Como siempre, nombró a mi padre diciendo que todo lo arregla con pasar un cheque mensual, pero que no se ocupa de nosotros. Vale, sí, tiene razón. Pero odio que me lo diga. Me enfadé mucho y al salir de la habitación di un portazo llena de rabia. Luego decidí no hablar en toda la mañana, ni con ella ni con nadie.
Cuando empiece las clases en la facultad, será la primera vez que no estaré con mi amiga Lucía. Llevamos juntas desde los seis años. Pero ella va a hacer Historia, y yo Derecho. Siempre quise ser abogada. Ya tengo ganas de que empiece el curso. Lucía está muy nerviosa porque no conoce a nadie. Yo coincidiré con tres colegas de bachiller y también con Maravillas del Bosque, una que está loca de atar, pero con ese apellido y ese nombre…, como para no estarlo. Y de maravillosa, nada. Pero nada…
Cada vez que pasaban lista en el colegio nos partíamos. Y Pablo Sierra, el tío más caradura de la clase, le decía: «Maravillas, vete a Sevilla» o «Siéntate en la silla, Maravillas». También le preguntaba qué maravilla del bosque era, si una hoja, un hada o qué…, haciendo que nos muriéramos de risa. Ella no se lo tomaba a mal, al contrario, también se reía muchísimo. Dice que su nombre se lo pusieron por una abuela suya, pero como dice Lucía, seguro que sus padres no querían tener una niña y fue una especie de venganza. La conocimos en primero de bachiller porque empezó nueva en el colegio de monjas en el que estudiábamos Lucía y yo desde pequeñas. Nos dijo que su madre era francesa y que había vivido en París hasta los diez años. Por eso no pronunciaba bien la r. Pero también nos dimos cuenta de que, cuando hablaba en clase respondiendo a los profes, vocalizaba perfectamente. Lucía se ponía bizca cada vez que Maravillas charlaba con nosotras. Un día le soltó:
—Tía, ¿por qué hablas así? ¿Eres francesa solo a ratos?
—Sí —respondió—. Me mola…—dijo al tiempo que se tocaba el pelo, estirándolo como para alisarlo.
—Estás pirada, tía. ¿Te colocas esnifando pegamento o fumas hierba? —preguntó Lucía sonriendo.
—Bueno, ¿a ti qué te impogta? —preguntó Maravillas.
Yo me moría de risa.
—Esta debe de estar todo el día dándole a los porros —me comentó Lucía después—. Está loca. Es una tía muy rara, Vicky. No me digas que no…
—¡Anda! Déjala, si la hace feliz hablar con acento francés… —respondí.
Con el tiempo descubrimos que ni había vivido en París ni su madre era francesa, y decidimos que de verdad estaba pirada. Lo de no pronunciar la r pasó a ser como una enfermedad crónica, hasta el punto de que al final de curso también a los profes les hablaba así. Ya no intentaba rectificar. Lo había asumido de tal modo que era normal para ella. Todos dejamos de darle importancia, incluso Lucía, pero Maravillas no cambió su forma de hablar, ni creo que lo haga nunca.
Su madre no se casó. Tiene dos hijos de padres distintos: una es Maravillas y otro es su hermano Tristán, que es bastante mayor que ella y es gótico del todo. Hasta tiene el pelo azul. Es dueño de un bar donde para gente muy rara. Lucía y yo fuimos una vez, pero salimos espantadas. No nos moló nada. No sabíamos si nos habíamos metido en el castillo de Drácula o en una fiesta de disfraces. Maravillas tampoco para mucho por allí, aunque a veces ha estado trabajando sirviendo copas por el verano. Dice que cualquier día hacen una redada y la cogen a ella también.
Nos imaginamos que en ese antro se consume de todo. Ella confiesa que se ha colocado alguna vez, pero que es un rollo y no merece la pena. Yo nunca he fumado ni un porro ni me quiero colocar con nada. Lucía tampoco. Lo único que hicimos fue probar el tabaco cuando teníamos catorce y no nos gustó. Mamá tampoco fuma y mi padre lo dejó hace mucho tiempo.
Maravillas sí fuma tabaco de vez en cuando, aunque Luci está convencida de que se coloca por las noches. A pesar de ser tan rara, no es mala persona. Ha terminado el bachiller con notable. Yo les he ganado a las dos porque saqué un sobre…, por eso le digo a Lucía que, si Maravillas fuera una colgada como ella dice, no sacaría buenas notas.
—Vete tú a saber lo que se toma —me responde—. Porque normal no es… ¿Cómo se puede ir por la vida sin pronunciar la r para parecer francesa? —preguntó por enésima vez.
—Y yo qué sé, Luci. Ya te dije que, si es feliz así…, ¿a ti qué te impogta? —pregunté imitándola. Y luego nos mondamos de risa.
Cuando les cuenta a los tíos su historia cada vez más larga y más exagerada de Francia, tragan como idiotas. Antes iba muy gótica, pero ahora se ha moderado un poco en las pintas. Eso sí, lleva un piercing en la nariz. Le encanta todo lo fantástico, adora los libros de Allan Poe y lo que da miedo. También le chifla su nombre porque dice que jamás coincide con nadie que se llame así.
—Es que nadie tiene tan mal gusto —dice Lucía cada vez que lo suelta.
Maravillas se ríe. Digas lo que digas, nunca se enfada. No sé si es demasiado buena o si tiene miedo de que la dejemos de lado. Se ríe por todo y nada le parece mal.
Físicamente también somos diferentes. Yo soy la más alta de las tres, mido un metro sesenta y ocho; Maravillas, poco menos que yo, y Lucía, que debe de estar por el metro sesenta o así, también es la más rubia. Maravillas lleva el pelo teñido de negro con un par de mechones en azul eléctrico. Yo tengo el pelo castaño oscuro y mis ojos, según mi abuela, son de color miel, como los de mi abuelo, aunque con el sol de verano se ven más claros, como tirando a verdes.
Tengo que reconocer que con Maravillas nos hemos reído mucho porque le pasa cada cosa… A últimos de curso salimos de cena unas cuantas de clase para celebrar el fin de colegio. Después nos fuimos a un pub que estaba hasta arriba de gente porque acababan de inaugurarlo.
Maravillas, como siempre, llevaba unas cuantas pulseras de esas de pinchos y superraras. Entramos, y como iba moviendo los brazos como si estuviera desfilando en el ejército, fue y enganchó una de las pulseras en la bragueta de un tío. No sabía dónde meterse de la vergüenza que pasó. Ni el chico era capaz de desprenderse ni Maravillas de soltarse. Pidió perdón doscientas mil veces mientras nosotras nos desternillábamos. El chico estaba mudo. Intentamos ayudarlos y todas nos agachamos a su alrededor. Sus amigos se descojonaban.
—Pero quítate el pantalón —gritaban.
—Claro —afirmó Lucía—, sería mucho más fácil.
El tío estaba cada vez más rojo y enfadado. Tiraba del enganche y Maravillas se quejaba de que le estaba haciendo daño en la muñeca.
—Pide una sierra y córtale la mano, joder —dijo uno de sus amigos.
Por fin se soltó. Yo creo que, si pasa un minuto más, el tío le mete un puñetazo porque, entre que nosotras estábamos todas agachadas a su alrededor y que medio pub estaba pendiente de lo que pasaba, el chico no pasó más vergüenza en la vida.
Salimos de allí pitando. Maravillas juró que nunca más pisaría el local. No pudimos parar de reír porque fue de película. Cuando lo conté en casa (supongo que todas las demás también lo hicieron), mis hermanos se troncharon. Y es que las cosas que le pasan a esta tía son todas así.
Cuando empiece en la uni, veré mucho menos a Jorge. Él está estudiando Ingeniería Electrónica y no tiene que desplazarse veintiocho kilómetros como yo. Me pasaré media vida en el autobús universitario. Es lo que más pereza me da. No sé cuándo nos veremos porque no tengo ni idea del horario ni de nada. Espero que no tenga que verlo solo el fin de semana. Estamos deseando que sus padres se vayan de viaje para pasar la noche juntos. Él es hijo único. No sé cómo mamá ha tenido tres, si yo a todos los que conozco o son casi todos solos o como mucho tienen un hermano.
Lucía me dice que tengo mucha suerte con Dani y Álex. Cómo se nota que solo los conoce de visita. Si fueran mayores que yo, sería mejor, pero con catorce y nueve años son unos plastas, además de chivatos.
No me quedó más remedio que amigarme con mamá para pedirle que me dejara ir a dormir a casa de Lucía. Esperaba que me dijera que sí. Es un rollo mentirle, pero no podía decirle que me iba a pasar la noche con Jorge.
Ella va de mami guay, enrollada y liberal, pero estoy segura de que le daría un ataque si supiera la verdad. Voy a cumplir dieciocho en diciembre. Ya no soy ninguna niña, pero con las madres ya se sabe, sobre todo si el tema va de acostarse con los chicos.
Y eso que ella es de las más jóvenes al lado de las madres de mis amigas. Solo tiene treinta y nueve años.