Sin salida
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Lo curioso era que, al principio, Lucy le pareció una elegante buscavidas, pero pronto se dio cuenta de que en el fondo era una inocente. El orgullo de Joaquin había desatado consecuencias impredecibles, y su odio por ella rivalizaba con su deseo.
Lynne Graham
Lynne Graham lives in Northern Ireland and has been a keen romance reader since her teens. Happily married, Lynne has five children. Her eldest is her only natural child. Her other children, who are every bit as dear to her heart, are adopted. The family has a variety of pets, and Lynne loves gardening, cooking, collecting allsorts and is crazy about every aspect of Christmas.
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Sin salida - Lynne Graham
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Lynne Graham
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Sin salida, n.º 1184- agosto 2020
Título original: Don Joaquin’s Pride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1348-737-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
PERO yo no puedo hacerme pasar por ti… —murmuró Lucy, incrédula.
—¿Por qué no? —insistió Cindy—. Guatemala está al otro lado del mundo y Fidelio Páez nunca me ha visto. Él no sabe que tengo una hermana gemela.
—Pero, ¿por qué no le escribes para decir que no puedes ir a visitarlo? —preguntó Lucy, intentando entender por qué su hermana sugería tan absurda mascarada.
—Ojalá fuera tan sencillo.
—Vas a casarte dentro de un mes —le recordó Lucy—. En mi opinión, esa es muy buena excusa para decirle que no puedes ir.
—No lo entiendes. No fue Fidelio quien me escribió. Fue un vecino suyo, un metomentodo que se llama Joaquín del Castillo —explicó Cindy—. Exige que vaya allí y me quede durante un tiempo…
—¿Y quién es él para exigirte nada?
—Él cree que como nuera de Fidelio, la única familia que le queda… bueno, que estoy obligada a visitarlo porque está enfermo.
Mientras trabajaba en Los Ángeles, Cindy había tenido un romance con el hijo de un rico hacendado guatemalteco. Pero su hermana había quedado viuda unos días después de casarse. Un hombre joven y aparentemente sano, Mario Páez había muerto de un infarto. En aquel momento, Guatemala sufría terribles inundaciones y el país estaba en estado de emergencia, con las comunicaciones cortadas. El padre de Mario no pudo acudir al funeral y Cindy había tenido que volver a Londres.
—No sabía que seguías en contacto con el padre de Mario —dijo Lucy, mirando a su hermana gemela con sus ojos color violeta.
Cindy se puso colorada.
—Pensé que seguir en contacto con él era lo mínimo que podía hacer. Y ahora que Fidelio está enfermo…
—¿Es grave?
—Muy grave por lo visto. ¿Cómo voy a decirle que no puedo ir a verlo porque voy a casarme otra vez? Le rompería el corazón —contestó su hermana. Lucy hizo una mueca. Su hermana tenía razón. Para Fidelio, aquello sería un cruel recordatorio de la trágica muerte de su hijo—. Ese hombre, el vecino, incluso me ha enviado los billetes de avión. Pero, aunque no estuviera a punto de casarme con Roger, tampoco iría —confesó Cindy, nerviosa—. No soporto tener gente enferma alrededor. No lo aguanto. No serviría de nada que fuera a Guatemala.
—Ya —suspiró Lucy. Conocía bien a su hermana gemela. Cindy se había limitado a ayudarla económicamente cuando ella se vio obligada a dejar su trabajo para cuidar de su madre, inválida. Cindy les había comprado entonces un apartamento cerca del hospital que, tras la muerte de su madre, habían puesto a la venta.
—Pero tú podrías ayudar a Fidelio —insistió su hermana—. Fuiste una enfermera maravillosa para mamá.
—No estaría bien engañar a Fidelio. Creo que deberías hablarlo con Roger…
—¿Con Roger? ¡Yo no quiero que Roger sepa nada de esto! —exclamó Cindy—. Si Roger supiera cuánto dinero le debo a Fidelio seguramente cancelaría la boda… ¡y yo no podría soportarlo!
Lucy miró a su gemela, sorprendida.
—¿Le debes dinero a Fidelio Páez?
—Pues… la verdad es que durante estos años me ha estado enviando dinero —admitió Cindy, incómoda.
Lucy se quedó atónita.
—¿Por qué te ha enviado dinero?
—¿Y por qué no iba a hacerlo? Está forrado y cuando Mario murió, yo no tenía nada —explicó su hermana. Lucy estaba sorprendida por la revelación—. No todo ha sido fácil para mí, Lucy.
—Ya —murmuró ella.
—Roger no sabe nada de Fidelio y yo no quiero que sepa nada del dinero que me ha enviado porque… pensaría que soy una egoísta por no haber ido a visitarlo —le confió Cindy, con los ojos llenos de lágrimas—. Hay muchas cosas que Roger no sabe sobre mí. Pero he cambiado. Desde el año pasado no he vuelto a aceptar un céntimo de Fidelio y…
—No llores —intentó consolarla Lucy.
—Sé que te estoy pidiendo mucho, sobre todo cuando… te he mentido sobre ciertas cosas —siguió Cindy—. Pero necesito tu ayuda, Lucy. Tienes que ir a Guatemala por mí.
—Cindy, yo…
Su hermana la abrazó con lágrimas en los ojos y Lucy se emocionó. Cindy no solía ser tan cariñosa.
Tras el divorcio de sus padres habían estado quince años separadas y, por primera vez desde que eran niñas, Cindy le estaba pidiendo ayuda. La idea de que su elegante y sofisticada hermana la necesitase hacía que Lucy se sintiera orgullosa. Más discreta y reservada que su hermana gemela, Lucy se quedó desolada cuando Cindy desapareció de su vida. Aquel sentimiento de soledad nunca se había borrado del todo y que Cindy la necesitara era una forma de recuperar el pasado. Intentando olvidar que lo que iban a hacer no estaba bien, Lucy decidió ayudar a su hermana en todo lo que fuera posible.
—Está bien. Lo haré.
Cindy dio un paso atrás y miró a Lucy con el ojo crítico de una maquilladora, una mujer que se tomaba gran interés en su apariencia.
Irónicamente, pocas gemelas idénticas podrían ser tan diferentes. Lucy nunca se ponía maquillaje y se sujetaba la rizada melena rubia con una coleta. Llevaba vaqueros gastados, una camiseta de algodón y zapatos planos.
—El año pasado le envié una fotografía mía a Fidelio y… bueno, ya me conoces, me puse de cine. ¡Voy a tener que trabajar mucho para convertirte en mí! —confesó Cindy con una sonrisa de culpabilidad.
Lucy miró a su hermana con expresión escéptica. Cindy vestía como una modelo y solía mostrar más de lo que escondía. Su larga melena rubia caía por su espalda, peinada por el mejor peluquero de Londres y se maquillaba como una actriz. Todo en ella era perfecto, pensó Lucy metiendo estómago.
Un hombre vestido con un poncho entró en el bar y se acercó a los vaqueros que miraban a Lucy con la boca abierta. Con un vestido rosa de diseño y zapatos de tacón, la joven rubia era como una aparición en aquel remoto pueblo de Guatemala.
Cindy había insistido en que tenía que vestirse para impresionar a Fidelio, pero ella se sentía horriblemente incómoda. Además, los tacones la estaban destrozando.
Lucy había encontrado una nota en el hotel diciendo que irían a buscarla a un pueblo llamado Santa Angelita y sin deshacer la maleta, pidió un taxi. Una vez que salieron de la autopista, la carretera se había convertido en un camino de tierra. Aquella increíble jornada llena de polvo la había llevado hasta un grupo de edificios abandonados en medio de un valle situado bajo la sombra de lo que parecía un volcán y, según su guía, lo era. Exhausta y desesperada por un baño, Lucy miraba a aquellos hombres sin saber qué hacer.
¿Y si Fidelio se daba cuenta de que no era Cindy? ¿Y si hacía o decía algo que la desenmascaraba? Pero no había tenido alternativa, pensó Lucy. La idea de que Fidelio Páez muriera sin tener a su lado un solo familiar, por lejano que fuera, la llenaba de compasión.
Lucy levantó la mirada en ese momento. Un hombre muy alto que parecía salido de una película del oeste la miraba desde la puerta del bar. Intimidada, Lucy tragó saliva e intentó encoger su metro cincuenta un poco más.
Los hombres se quitaron el sombrero y un murmullo de respeto rompió el silencio. El hombre se acercó a ella con un ruido de espuelas.
—¿Lucinda Páez?
Lucy se quedó mirando el cinturón de cuero con una hebilla de