El extraordinario mundo de lo paranormal
Por Massimo Centini
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¿Existen los fenómenos paranormales? ¿Qué fenómenos paranormales son en realidad hechos ordinarios que se nos presentan como ajenos a la dimensión natural, a causa de eventualidades coyunturales?
¿Son los fenómenos paranormales una realidad cuyas características requieren un método de análisis todavía desconocido para la ciencia moderna?
En compañía de un experto, podrá realizar un viaje a través del misterio, las hipótesis y las certezas de un mundo fascinante que se escapa a toda lógica humana, y que cuestiona los axiomas de la física y de la biología, así como los de la religión y la filosofía
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El extraordinario mundo de lo paranormal - Massimo Centini
Camia.
PRÓLOGO
«Los espíritus nos hablan, nos aconsejan y están siempre junto a nosotros en todas las cosas». Estas palabras pertenecen a David Carson, un anciano chamán de los coctaw que ha vivido en las reservas cheyene, crow y sioux. Se dirige a nosotros con una serenidad que no es nada natural, nos habla de la vida y de la muerte. Afirma que no hace milagros, pero sí ha sanado a muchas personas a través de la fuerza que le viene de los espíritus: «Yo soy el medio: el resto es obra suya». Lo observamos mientras se ayuda de gestos para mostrarnos su mundo y escuchamos sus cantos leves, que penetran en la confusión de nuestros pensamientos para iluminarlos de algún modo...
El ejemplo de Carson nos parece más que apto para iniciar una obra en la que se afronta un tema problemático, en ciertos aspectos peligroso, y sin duda con múltiples visiones. Lo paranormal lo es según el punto de vista de la observación: lo que para nosotros es imposible, quizá divino, quizá mágico, para nuestro chamán es normal, una experiencia cotidiana, una relación ordinaria entre los humanos y los espíritus. Comprendemos, por tanto, lo difícil que es definir con precisión, no sólo terminológica, sino incluso culturalmente, el significado de esta palabra. El valor y el papel de lo paranormal cambia en relación con el espacio y el tiempo: se hace necesario, pues, adoptar algunos puntos de referencia, trazar un itinerario que en cualquier caso sea comprendido desde el punto de vista del hombre occidental moderno, en el que la religión, la ciencia y el pensamiento mágico no se superponen. La aproximación al tema en este trabajo será sustancialmente antropológica, pero sin olvidar el contexto histórico en el que lo paranormal se ha movido y evolucionado. Descubriremos así que el desencuentro entre la ciencia y lo paranormal es sólo aparente, del mismo modo que también lo es entre ciencia y religión. El científico objetivo y sereno es consciente de las dificultades que entraña dar un estatus de concreción a algunos sucesos (desde la clarividencia al espiritismo), pero a priori no niega su existencia. Es sólo la arrogancia del cientificismo más antiguo el que considera lo paranormal terreno de ilusos y charlatanes o, en el mejor de los casos, de crédulos y visionarios. Por otra parte, no puede por menos que constatarse que, en torno a lo paranormal hay una gran confusión, gracias también a la complicidad de los medios de comunicación, de la literatura especializada y de internet. Lo paranormal ha devenido una suerte de gran cajón de sastre en el que ciertamente resulta difícil distinguir lo que merece atención —por sus aspectos consuetudinarios, tradicionales y quizá también por cualquier otro esquivo a toda medición— de lo que, por el contrario, es mera fantasía, perspectiva comercial, patología o fraude. En esta obra intentaremos identificar ese «cualquier otro» y ponerlo, en la medida de lo posible, en una perspectiva científica, aunque cuando sea necesario también negaremos su valor. El recorrido que proponemos será asimismo una oportunidad para reflexionar sobre nuestros límites y nuestras esquizofrenias cotidianas, que con frecuencia nos inducen a buscar improbables ocasiones de conocimiento en universos virtuales.
Lo paranormal se encuentra hoy atrapado entre dos fuerzas opuestas: la certeza de muchos científicos y las ilusiones de la Nueva Era (New Age). Para los primeros, el fenómeno es una especie de Disneylandia donde la veracidad ha sido inmolada en el altar de la credulidad y de la superstición. En la perspectiva de la Nueva Era, por el contrario, todas las cosas quedan a la fe de cada cual, en una especie de anarquía espiritual y sensitiva en los límites de la paradoja. En definitiva: unos no creen en nada y otros creen en todo. La verdad (admitiendo que exista alguna) probablemente se encuentra, una vez más, en el medio. No todos los «misterios» o los hechos que, por causa desconocida, se sustraen a la normalidad y a los parámetros físicos pueden ser considerados paranormales. Pero es justo constatar que continúan produciéndose fenómenos, situaciones, de difícil interpretación con los instrumentos que la ciencia actual pone a nuestra disposición. La teoría cuántica de Planck y el principio de indeterminación de Heisenberg, así como estudios más recientes sobre el caos, han puesto en duda la convicción de la ciencia de llegar a un conocimiento «cierto» y no sólo probabilístico-estadístico del mundo físico; además, la teoría de la relatividad de Einstein ha llevado a una revisión de las categorías físicas del espacio y del tiempo. Estas revoluciones científicas también han condicionado la parapsicología —ciencia que se ocupa de lo paranormal—, que ha encontrado el modo de elaborar perspectivas teóricas menos directas sobre la relación causa-efecto y espíritu-naturaleza. Lo paranormal, en suma, no puede ser considerado un cuerpo definido en sí mismo, ajeno a la experiencia cotidiana del ser humano contemporáneo. Merece ser conocido, junto con la parapsicología, también por el hombre común, que se debate cada día entre la búsqueda de posibles certezas, dudas y tantas preguntas sin respuesta.
¿QUÉ ES LO PARANORMAL?
Definir qué es lo paranormal no es tarea fácil: bien mirado, ni tan siquiera es sencillo arriesgarse a dar una definición. El término fue acuñado por el fisiólogo francés Charles Richet (1850-1935) para referirse a los fenómenos que se encontraban «al lado» (del griego pará) de los considerados normales, pero que no respondían a las leyes compartidas por la comunidad científica tradicional. Según Richet: «Los fenómenos paranormales son fenómenos insólitos, físicos o psíquicos, que parecen ser debidos a fuerzas inteligentes desconocidas o a factores inteligentes latentes en el inconsciente humano». Actualmente, los expertos señalan el conjunto de experiencias y casos que forman parte de lo considerado paranormal como fenómenos psi, de la vigésima segunda letra del alfabeto griego, y primera sílaba de la palabra griega psyché. Por tanto, definiremos como paranormales, a través de una convención, aquellos fenómenos que presentan un contraste con las leyes de las ciencias conocidas y parecen vulnerar los factores psíquicos y físicos que caracterizan la experiencia y la aproximación del ser humano a la realidad. Como siempre acontece cuando se hace referencia a ciencias en ciernes y, sobre todo, aún carentes de una fisonomía definitiva, abundan las subdivisiones internas y las escuelas de pensamiento, que se traducen en campos y métodos de análisis no siempre compartidos de modo unánime por la comunidad de estudiosos. En cuanto a la tipología de los fenómenos, según una visión clásica, los hay de tres clases:
Desde el siglo XVIII lo paranormal viene siendo objeto de estudio científico
1. percepción extrasensorial: ESP (Extra Sensory Perception), que incluye experiencias como la telepatía, la videncia en sus múltiples formas y la visiones;
2. desdoblamiento: OBE (Out of the Body Experience);
3. psicoquinesia: PK (que se manifiesta con experiencias como el poltergeist).
Se trata de una clasificación muy esquemática, en tanto que lo paranormal comprende otros muchos fenómenos, que actualmente tal vez pertenezcan a más de una clase, pero que muestran características que los hacen anómalos incluso a ojos de los estudiosos más expertos.
De todos modos, la introducción del término paranormal ha tenido el mérito de definir de forma más científica, o por lo menos de intentarlo, un campo en el que imperaban el desorden y la improvisación. En el siglo XIX los fenómenos paranormales aún se definían como efectos de tipo espiritista, sobrenatural, procedente de los ángeles, diabólicos.
Para poder definir como tal un fenómeno paranormal, este debe contravenir algunos puntos fundamentales que caracterizan la aprehensión de cualquier tipo de manifestación:
• el conocimiento del mundo externo sólo es posible a través de los sentidos conocidos;
• no se puede intervenir en el estado de un cuerpo sin la aplicación de una fuerza físicamente conocida;
• una causa no puede ser un fenómeno antecedente.
La herencia del positivismo representa una enorme «hipoteca» sobre muchos de los fenómenos a los que cuesta situar en la franja de la normalidad. Frente a la gran cantidad de casos considerados paranormales registrados entre sensitivos y personas normales, nace la exigencia de establecer unos criterios que permitan definir de modo inequívoco lo que se aparta de las habituales normas perceptivas.
La preocupación principal de los estudiosos ha sido siempre comprender cuáles podían ser los orígenes de los fenómenos considerados paranormales. En general, las fuentes venían identificando energías que dependían de la psique, pero que para algunos no tenían nada de extraordinario, pues eran más bien innatas a nuestra especie. Posteriormente, esta potencialidad habría sufrido una interrupción o una profunda modificación en la mayor parte de nosotros a causa de la evolución, sobre todo la del carácter sociocultural que nos caracteriza.
Como hemos visto, existe una clasificación suficientemente precisa de los fenómenos paranormales, aunque los que quedan fuera de ella no son pocos. Establecer una tipología que obedezca a criterios definidos resulta una tarea difícil, a causa también de la confusión alimentada por los medios de comunicación. De hecho, puede ocurrir que experiencias totalmente adscritas a la psiquiatría, o a ciertos ámbitos de la magia o del satanismo, sean consideradas paranormales. El problema se vuelve todavía más espinoso con experiencias que pertenecen a la esfera religiosa, desde los milagros hasta las apariciones. En algunas ocasiones, la línea que delimita el campo de la fe y lo paranormal es muy sutil.
¿Qué diferencia la levitación de San José de Copertino de la de D. Home? Los acontecimientos extraordinarios que han caracterizado la vida de San Francisco de Asís o del padre Pío ¿carecen de elementos que permitan su inclusión en el ámbito de los fenómenos paranormales?
Para evitar que lo paranormal se identificase, demasiado a menudo y desacertadamente, con experiencias psicodélicas o fenómenos acústicos, luminosos y térmicos de distinta índole —o quizá solamente como ocasión para hablar de acupuntura o de yoga—, en 1953 se decidió, en el Congreso Internacional de Utrecht, adoptar el término parapsicología para denominar de un modo más concreto el ámbito de la ciencia cuyo objeto serían los fenómenos paranormales: se hablaba entonces de metapsíquica e investigación psíquica. Así se trazó una frontera, más allá de la cual se situarían los fenómenos pertenecientes, en realidad, a la esfera religiosa o filosófica.
Algunos aspectos de lo paranormal han sido ampliamente investigados por la etnomedicina, que, al ocuparse del chamanismo y de otras culturas, coloca experiencias como por ejemplo el trance en un contexto sociocultural preciso, el del grupo en el que se manifiestan. Otros, por el contrario, han sido puestos bajo sospecha por la innegable aura de magia de la que se han rodeado. Nos referimos a materializaciones y desmaterializaciones o a fenómenos como la posesión, el hechizo, el mal de ojo, etc. Aun reconociendo que en muchas ocasiones la investigación acaba por debatirse en el reducto de la superstición, algunos de estos fenómenos podrían revelar, con las debidas precauciones metodológicas, un vínculo con la esfera de lo paranormal.
METAPSÍQUICA E INVESTIGACIÓN PSÍQUICA
En 1953, en el Congreso Internacional de Utrecht, el término metapsíquica (del griego metá, «ultra», y psyché, «alma»), utilizado durante medio siglo para los fenómenos que se contraponían a los principios de la ciencia, cae en desuso. Se opta por el término parapsicología. Se dio prioridad al mismo, y a la expresión investigación psíquica, acuñada en 1882 por la Sociedad para la Investigación Psíquica de Londres. Hasta los años cincuenta del siglo pasado, también estuvo en boga el término supranormal, acuñado por el parapsicólogo F. W. H. Myers (1843-1901), pero pronto fue abandonado: podía inducir a error y remitir a un significado más vinculado a la metafísica que al ámbito científico.
En busca de una energía misteriosa
Según la opinión de algunos expertos, el origen de los fenómenos paranormales debe buscarse en la denominada energía psi, una forma de energía cuyas peculiaridades todavía no se conocen. Muy a menudo, hablando de lo paranormal en el ámbito divulgativo, se recurre al término energía: palabra cuando menos vaga, con varias implicaciones simbólicas y conceptuales no siempre debidamente investigadas.
Desde el punto de vista de la física, la energía de un cuerpo o de un sistema indica la actitud de uno u otro para desempeñar un trabajo. La energía puede asumir distintas formas: química, mecánica, eléctrica (electrostática, electrocinética, electromagnética), térmica, nuclear.
La primera forma de energía históricamente atribuible al ámbito paranormal es el llamado magnetismo animal. Quien sugirió la presencia de este poder fue Franz Anton Mesmer (1734-1815), que sitúa su fuente en los astros. La energía se habría difundido desde los cuerpos celestes a los diversos seres vivos, que la habrían absorbido en distinta medida. Mesmer planteó la hipótesis de que esta energía pudiese ser transmitida de un organismo a otro, también con fines curativos. Recientemente, los científicos han especulado con que dicha forma de energía, no mejor identificada, tenía su propio generador en el cerebro humano, desde donde se difundiría siguiendo caminos ignotos para la ciencia hasta producir fenómenos como la telepatía o la clarividencia. Su poder sería tal que permitiría incluso actuar