Rebelde: Dos Marcas, #1
Por Renee Rose y Vanessa Vale
4.5/5
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La regla de dos para una: Siempre unirnos de a pares.
Percibí el olor de ella cuando trabajaba como ejecutor.
Sabía que debía ser ella.
Llevé al alfa de mi manada conmigo.
Porque nuestro linaje se une de a dos.
Dos machos por cada loba. Dos hombres por unión.
A ella la vamos a mimar y proteger. Le daremos nalgadas y la marcaremos.
Para hacer un hogar juntos.
Tan pronto como la convenzamos de que nos pertenece.
Renee Rose
Renee Rose loves a dominant, dirty-talking alpha hero! She writes steamy romance with varying levels of kink. Named Eroticon USA’s Next Top Erotic Author in 2013, she has also won Spunky and Sassy’s Favorite Sci-Fi and Anthology author and The Romance Reviews Best Historical Romance.
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Rebelde - Renee Rose
1
BEN
El letrero de neón sobre la puerta iluminaba el aparcamiento con un resplandor rosáceo. Los zumbidos de la música retumbaban a través de la puerta cerrada.
—¿Estás seguro de esto? —Gibson se pasó la mano por la barba.
Miré el letrero con la silueta de una mujer voluptuosa montando un caballo. Desnuda. Debajo de ella, el nombre del lugar: Hoedown. Joder. A los veinte años habríamos tenido una erección de solo pensar en venir a un lugar como este. ¿Ahora? Nuestras erecciones solo respondían al olor que habíamos captado de nuestra compañera. Nos detuvimos en la gasolinera de camino al Rancho Wolf, captamos su olor, y nos trajo aquí... al otro lado.
Era el dulce y embriagador aroma que se me había impregnado en las fosas nasales la última vez que anduve por la zona. Era la razón por la que regresé con Gibson esta vez, el alfa de mi manada.
Era nuestra compañera.
Olfateando, esta vez inhalando profundamente, pude confirmar que este era el lugar. Me encogí de hombros en respuesta.
—Joder, espero que no está ahí dentro dejando que los humanos la toquen y vean lo que es nuestro —gruñó mientras llegábamos al establecimiento de una planta y de bloques de hormigón, al lado de la carretera—. No quiero matar a nadie esta noche.
—Sí. —Estuve de acuerdo. Puede que fuésemos dos hombres para ella, pero no significaba que no fuéramos tan celosos y posesivos como los lobos que se apareaban de forma monógama.
—Cuando la saquemos de aquí, sabrá lo que es tener a su nuevo alfa con ella.
¿El nuevo alfa? Ese era él. El líder de la manada Cumbre Vaquera.
Yo no era un alfa, yo era un ejecutor, y me sentía igual.
—He estado detrás de este olor por cinco meses —le dije saliendo de la camioneta. Hacía mucho tiempo que no estaba en Montana, la última vez había sido cuando le pedí prestada la camioneta a Clint para bajar de la montaña después de haber estado siguiendo a un vándalo metamorfo en su territorio. Mi lobo se había excitado inmediatamente con el dulce aroma que llenaba la cabina. Alguna metamorfa había estado allí, y mi lobo estaba intrigado. No la había olvidado. Mi lobo... y mi sexo no me habían dejado. Y ahora la había encontrado de nuevo.
Gibson tensó la mandíbula porque sabía que yo tenía razón. Llevábamos el mismo gen en cuento a este olor, lo cual significaba que reclamaríamos una misma hembra juntos, como todos los machos de nuestro linaje, nuestra manada.
—Vamos a buscarla. —Abrió la puerta. Yo le seguí.
El lugar estaba poco iluminado y era de temática del oeste. Había un escenario que atravesaba el centro de la enorme sala. Tenía dos postes, uno atrás y otro adelante, en el centro, al final de la pista. Ubicado en la parte trasera del salón estaba el bar, donde la clientela era atendida por camareras con blusas escotadas, de corte medio y pequeños pantaloncillos cortos como los de Daisy Duke que apenas les cubrían el trasero. Esas chicas probablemente estarían recibiendo propinas, pero no captaban mucho la atención de los hombres. Inhalé profundamente, ninguna de ellas captaba mucho nuestra atención tampoco. Ninguna era nuestra compañera.
No, el dulce aroma vino de la delicada y sexi señorita del escenario, que en ese momento estaba haciendo una maniobra seductora en uno de los postes, boca abajo. No tenía ni idea de cómo era capaz de aguantar las piernas envueltas alrededor del brillante metal, desafiando la gravedad.
Aún en el poste, volvió a una postura normal, dejando ver unos abdominales que debían de ser duros como una roca, luego se paró sobre el escenario y se puso en cuclillas. Sus rodillas estaban dobladas, muy separadas. Era una atleta, como la mayoría de las lobas.
Mi lobo gruñó, y di un paso hacia ella.
No podía apartar la vista. Ella era delgada, de cabellera larga color whisky, llevaba tatuajes que serpenteaban alrededor de sus definidos brazos, tenía un cuerpo escultural y cincelado, pero con senos grandes que hacían babear a cualquier hombre. Joder, la mayoría de los presentes la miraban con la boca abierta, y sin duda, el deseo por ella se reflejaba en sus erecciones.
Sus senos eran voluptuosos en comparación a su esbelto cuerpo, pero definitivamente naturales, a diferencia de esos flotadores de piscina que las otras camareras tenían por senos.
Gibson me tocó el hombro y me llevó a una mesa desocupada al lado de la pista, justo delante. Nos dejamos caer en nuestros asientos, viéndola bailar y contorsionarse de arriba abajo de espaldas al poste, todo el tiempo mostrando a todos los hombres del lugar su coño apenas cubierto por una tanga, la cual se dejaba ver por debajo de una pequeña falda de colegiala a cuadros. Con calcetines hasta la rodilla y tacones altos tipo Mary Janes, hacía de colegiala traviesa. Lo único elegante del vestuario era la blusa blanca cuando la tuvo metida dentro de la falda. Nos habíamos perdido la parte de su actuación en la que se arrancaba los botones y dejaba la parte superior totalmente abierta, sin esconder nada. Era como si hubiera sabido que Gib y yo iríamos.
Gib se inclinó hacia adelante, puso los antebrazos en el borde del escenario y sostuvo un billete de veinte entre los dedos. Cuando ella le echó un vistazo, vino a gatas hacia nosotros.
Gruñí y afortunadamente la música sofocó el sonido. Ella arqueó la espalda con la habilidad de una desnudista que sabía cómo hacer alarde de sus atractivos, logrando que los senos sobresalieran y los pezones se notaran hinchados, listos para ser chupados. Cuando se detuvo justo delante de Gibson, le dio una sonrisa maliciosa y él se inclinó con cuidado de no tocarla y respiró. Escuché su gruñido de lobo, y ella también debió de haberlo escuchado porque se quedó inmóvil, sus ojos se abrieron de par en par y sus fosas nasales se estimularon con nuestro olor. Sí, ella sabía que éramos cambiaformas, e incluso podría tener una idea de por qué estábamos ahí.