Número privado
Por Lorena A. Falcón
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¿Por qué contestarías una llamada si no sabes quién está del otro lado?
El celular vibra mientras Mona observa la pantalla: Número privado.
Contesta.
Ahora Mona debe huir de aquello que está del otro lado de la línea. La realidad se desdibuja a la vez que intenta mantenerse con vida y descubrir quién la persigue.
Y el celular no deja de sonar.
¿Te animas a contestar esa llamada?
Este libro es autoconclusivo. Una historia para leer en una noche... mientras esperas que no suene el teléfono.
Consigue tu copia y comienza a leer ya mismo.
Lorena A. Falcón
📝 Creadora de libros diferentes con personajes que no olvidarás. 🙃 Soy una escritora argentina, nacida y radicada en Buenos Aires. Amante de los libros desde pequeña, escribo en mis ratos libres: por las noches o, a veces, durante el almuerzo (las mañanas son para dormir). Claro que primero tengo que ser capaz de soltar el libro del momento. Siempre sueño despierta y me tropiezo constantemente. 📚 Novelas, novelettes, cuentos... mi pasión es crear. Me encuentras en: https://linktr.ee/unaescritoraysuslibros https://twitter.com/Recorridohastam https://www.instagram.com/unaescritoraysuslibros http://www.pinterest.com/unaescritoraysuslibros
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NÚMERO PRIVADO
Lorena A. Falcón
Copyright © 2019 Lorena A. Falcón
Primera edición.
Todos los derechos reservados.
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Capítulo I
No debería haber contestado ese llamado.
Nunca lo hacía cuando se trataba de un número privado. ¿Para qué hablar con alguien que no quería siquiera revelar su nombre? Además, tampoco conocía a muchas personas, ni quería hablar con ellas…, como ocurría en ese momento.
Hacía media hora que sus compañeros de trabajo trataban de convencerla para que saliera con ellos esa noche y a Mona no se le ocurría una excusa para no hacerlo. Entonces, sonó el celular, su pequeño salvador. Lo sacó del bolsillo como si encontrara una botella de agua luego de una caminata por el desierto. Lo aferró con ambas manos y miró la pantalla: «Número privado».
El aparato intentaba soltarse de sus dedos mientras resonaba con un movimiento insistente.
—¿Y…, Mona?, ¿vienes o no? —le preguntó uno de los hombres que tenía enfrente.
Ella levantó la vista y luego alzó una mano para indicar que debía contestar esa llamada. Seleccionó «Aceptar», se llevó el celular a una oreja, la mano a la otra y le dio la espalda al grupo. Con suerte, para cuando terminara de hablar, ellos ya no estarían allí.
—¿Hola?
Había mucho ruido en la línea. No solo estática, sino murmullo de fondo y una respiración agitada. ¿Sería una broma? ¿O algún tipo de llamado que no debería haber contestado?
Estaba a punto de cortar, cuando oyó una voz lejana.
—¿Hola? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
La voz susurraba en un cuchicheo apresurado, pero estaba demasiado apartada del teléfono o hablaba en un volumen muy bajo como para que se escuchara.
—¿Quién es? —presionó Mona. Aunque ya debería haber cortado. El grupo todavía seguía a su espalda, decidiendo el lugar al cual irían. Ella apretó el celular más contra su oreja—. ¿Hola?
Entonces, la voz se acercó un poco al micrófono, fueron solo unos segundos antes de que la conexión se rompiera. No había llegado a entender lo que decía, solo sintió su urgencia.
—Mona, ¿estás bien?
Ella miró desconcertada alrededor. Todo el grupo la observaba expectante.
—Yo… eh… —Sacudió la cabeza y se alejó, todavía con el celular en la mano.
¿Aquello había sido real? Por un momento, había creído que esa voz que susurraba apremiante del otro lado de la línea era la suya.
—No puede ser —murmuró mientras caminaba—, debe de haber sido un eco en la comunicación.
Sacudió una vez más la cabeza y recogió sus pertenencias para salir de la oficina. Por suerte, sus compañeros ya no estaban más en la entrada. Podía volver tranquilamente a su casa. El teléfono le vibró en la mano. El mensaje anunciaba una llamada perdida de un número privado.
—Pero si yo contesté…
Consideró, por un momento, regresar el llamado, pero sabía que no podría, no tenía ningún número para marcar. Finalmente, descartó la idea y caminó hasta la estación del tren que la llevaría de regreso a su hogar. Tuvo la suerte de conseguir un asiento junto a la ventanilla y poder disfrutar del paisaje. La formación iba casi vacía, extraño para ser viernes. Tal vez mucha gente se había quedado en el centro de la ciudad para salir con amigos. Miró el reloj, todavía le faltaba una hora más de viaje. Se recostó contra la ventana y cerró los ojos.
No llegó a dormirse y la despertó la sensación de que el celular sonaba otra vez. Cuando lo revisó, no tenía ni mensajes ni llamadas. Miró a través de la ventana. Ya le quedaban solo dos estaciones, el sol había empezado a ocultarse y la luz se iba con rapidez. Aún tenía algunos minutos para pasar por su casa y volver a salir. La plaza estaba a dos cortas cuadras.
Llegó corriendo a su hogar y, apenas abrió la puerta, fue recibida por dos patas que cayeron sobre sus piernas y un hocico que buscaba caricias.
—Ya estoy aquí, ya estoy aquí —rio—, ¿vamos a pasear?
El perro ladró y dio una vuelta sobre sí mismo mientras ella descolgaba la correa y la enganchaba en el collar. Volvió a salir por la puerta que no se había molestado en cerrar. El animal tiraba de ella con tanta fuerza que se le incrustaba la soga en la mano.
A los pocos minutos, estaba en la plaza. Ya no había sol, pero la penumbra aún permitía ver sin la necesidad de luces. A esa hora, ya no había niños, solo adultos, algunos corriendo o trotando y otros con sus perros. Liberó la correa del suyo y lo miró correr. A veces, soñaba con esa libertad para ella misma.
Si tan solo pudiera…
—Hola, ¿cómo estás?
Mona controló su gesto antes de volverse hacia la derecha. Allí estaba un hombre con el que se había cruzado varias veces, tenía un perro de