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Heredero del deseo. Un romance en la realeza
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Heredero del deseo. Un romance en la realeza
Libro electrónico153 páginas2 horas

Heredero del deseo. Un romance en la realeza

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Información de este libro electrónico

Compartieron una noche de pasión… con escandalosas consecuencias
El príncipe y playboy Angelino Diamandis había aprendido, a base de cometer errores, a ocultar sus sentimientos, sobre todo su incapacidad de olvidarse de Gaby y de la pasión que estuvieron a punto de compartir. Al volver a encontrarse de forma inesperada, la química entre ambos volvió a explotar instantánea e inevitablemente.
Gaby, una mujer muy independiente, sabía que Angel era un peligro para su corazón. Creía que nada podía cambiarle la vida en mayor medida que despertarse en la cama del príncipe. Hasta que, un año después, tuvo que contarle un impactante secreto: había tenido un hijo suyo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 feb 2022
ISBN9788411053723
Heredero del deseo. Un romance en la realeza
Autor

Lynne Graham

Lynne Graham lives in Northern Ireland and has been a keen romance reader since her teens. Happily married, Lynne has five children. Her eldest is her only natural child. Her other children, who are every bit as dear to her heart, are adopted. The family has a variety of pets, and Lynne loves gardening, cooking, collecting allsorts and is crazy about every aspect of Christmas.

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    Heredero del deseo. Un romance en la realeza - Lynne Graham

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2021 Lynne Graham

    © 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Heredero del deseo, n.º 2906 - febrero 2022

    Título original: Her Best Kept Royal Secret

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1105-372-3

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    QUE CUÁNDO voy a casarme?

    Angelino Diamandis puso los ojos en blanco ante la pregunta de su hermano.

    Sus amigos lo llamaban Angel, lo cual era un chiste privado, ya que era todo menos angelical. El príncipe gobernante de Themos volvió a recostarse en la otomana, cruzando las largas piernas y sonrió.

    Su aspecto de actor de cine, que lo había convertido en presa de los paparazis, nunca había sido tan evidente.

    El príncipe Saif de Alharia, vestido de novio a la manera tradicional, contempló a su hermanastro con el ceño fruncido.

    –¿Por qué sonríes? ¿Acaso lo que te he preguntado es una tontería? Eres el jefe del Estado, y un día tendrás que casarte. No tenemos elección.

    Angel reconoció que lo había dicho sin resentimiento ni autocompasión. Le divertía el sentido del deber de su hermano. Saif aún conservaba una ingenuidad que él nunca había tenido. Desde su nacimiento, su anciano y devoto padre había protegido a Saif por todos los medios necesarios para que fuera feliz.

    Angel, por el contrario, no sabía lo que era el amor ni la protección de unos padres. Lo criaron los empleados de sus progenitores y estudió en un internado. Sus padres fueron figuras distantes y añoradas, hasta que maduró y se dio cuenta de cómo eran verdaderamente.

    A los quince años, pillar a su madre en la cama con su mejor amigo lo hizo percatarse de la realidad de modo cruel, y descubrir las actividades de su padre, igualmente repugnantes, lo dejó destrozado.

    Aprendió que ni el dinero ni la posición social ni los privilegios compensaban la indecencia y el mal gusto.

    No obstante, había dejado que su hermano conservara sus ilusiones intactas sobre la madre que lo había abandonado a él, de bebé, y a su primer esposo, el emir de Alharia, para huir y casarse con el padre de Angel.

    La reina Nabila y su segundo esposo, el rey Achilles, murieron en un accidente de helicóptero cuando Angel tenía dieciséis años, por lo que no había motivo alguno para contarle a Saif la desagradable verdad sobre la madre que no había conocido.

    –Es cierto que no tenemos muchas opciones a la hora de casarnos –dijo Angel–, pero yo no habría accedido a casarme con una mujer a la que no conozco, como has hecho tú.

    –Sabes que el estado de salud de mi padre es precario.

    –Sí, pero creo que, antes o después, tendrás que dejar de ser tan precavido con respecto a él.

    Saif se puso a la defensiva.

    –Lo dices porque no he tenido el valor de hablarle de nuestra relación y porque te he escondido en un lugar olvidado del palacio para ocultar tu presencia en Alharia el día de mi boda.

    Angel asintió.

    –No somos niños que debamos ocultar nuestras fechorías. Nuestra madre traicionó a tu padre, pero no deberíamos negar nuestro parentesco a causa de su comportamiento.

    –A su debido tiempo le contaré que tengo un hermano.

    Angel, molesto por haber pagado su malhumor con su hermano haciéndole reproches, cambió de tema.

    –No accedería a un matrimonio de conveniencia como el tuyo porque ya he elegido a mi futura esposa.

    Saif le sonrió con sorpresa y aprobación.

    –¿Estás enamorado? Ni siquiera se me había pasado por la cabeza esa posibilidad.

    –Y has hecho bien. No estoy enamorado, ni Cassia tampoco. Simplemente se trata de la mujer más adecuada que conozco para desempeñar el papel de reina, aunque, para serte sincero, todavía no lo he hablado con ella. Sin embargo, conozco su opinión práctica del matrimonio. Lo que más la atrae es la posición social y el dinero.

    –¡Cassia! –exclamó Saif sin disimular su consternación–. ¿Esa rubia gélida que…?

    Saif no concluyó la frase y se sonrojó ante su falta de tacto. Apretó los labios antes de seguir hablando.

    –Perdóname, eso ha sido…

    Angel hizo un gesto con la mano quitándole importancia y rio.

    –No, Cassia y el iceberg que hundió el Titanic tienen mucho en común. Pero esa es la clase de esposa que deseo. No quiero una que padezca incontinencia sentimental, que sea exigente ni que me vaya a ser infiel o a desdeñar las apariencias. Cassia satisfará mis necesidades como gobernante de Themos. La única complicación será tener un heredero, porque creo que no es una mujer muy dada a las relaciones íntimas, pero ya nos encargaremos de eso, llegado el momento. Ninguno de los dos tiene prisa por casarse. Yo solo tengo veintiocho años; ella, veinticinco. Según la Constitución, no puedo ser rey hasta que esté casado o tenga un heredero.

    Saif le lanzó una mirada sombría.

    –Ese acuerdo insensible no te servirá, Angel. Tienes más corazón de lo que estás dispuesto a reconocer. Aunque Cassia te parezca ahora la mejor candidata, llegará un momento en que desearás algo más.

    Angel volvió a reírse, sin creerse esa sentimental predicción. Su respeto por su hermano hizo que se tragara la desdeñosa respuesta que había estado a punto de darle. No se había enamorado en su vida ni creía ser capaz de engañarse de ese modo. Pensaba que el amor solía ser la excusa para realizar cosas horribles.

    Su madre le había dicho que su amor por su padre la había hecho abandonar a su primer esposo. Ni siquiera había mencionado al bebé al que también había abandonado, ni que ya estaba embarazada del príncipe Achilles.

    Angel veía que sus amigos se maltrataban mutuamente y recurrían al amor como justificación para engañar, mentir o traicionar a quienes confiaban en ellos. Era realista. Sabía exactamente qué matrimonio tendría si se casaba con Cassia, y su gélida distancia le vendría muy bien.

    Saif suspiró

    –Debo volver a la celebración. Siento mucho que no puedas acompañarme.

    Angel se levantó.

    –Has hecho bien en esconderme. En cuanto me dijiste que te casabas, estuve a punto de venir a toda prisa, siguiendo un impulso, como suelo hacer. Además, es indudable que alguien me habría reconocido en la fiesta.

    No podía hacer nada para cambiar la situación. Como hijo del segundo y escandaloso matrimonio de su madre, no podía esperar que le dieran la bienvenida en el círculo familiar del emir. Había que esperar a que el emir falleciera para que cambiaran las cosas.

    Angel se negó a sentir resentimiento mientras acompañaba a su hermano a la terraza de la suite donde lo habían instalado. El palacio de Alharia era un enorme edificio construido a lo largo de varios siglos, capaz de ocultar un ejército, llegado el caso, pensó con ironía mientras miraba al jardín y divisaba a una mujer pelirroja que jugaba a la pelota con dos niños.

    –¿Quién es? –preguntó a Saif.

    –No lo sé. Por el uniforme, parece una niñera. Probablemente pertenezca a uno de los invitados.

    ¿Como si fuera un perro?, pensó Angel. ¿Se hallaba él tan distanciado del personal doméstico como su hermano? No lo creía. Su infancia había anulado esa distancia de superioridad.

    El único afecto que había recibido procedía de los empleados de sus padres, y había aprendido a considerarlos como personas, no como meros sirvientes.

    –Me he fijado en ella por el cabello pelirrojo. Siempre me atrae –afirmó Angel, que seguía mirándola.

    ¡Evidentemente, no era ella! Con lo inteligente que era cuando la conoció en Cambridge, era imposible que, cinco años después, hubiera acabado de niñera. ¿Por qué no se había olvidado de aquella maldita chica, con sus botas militares, su insolencia y sus ojos de un azul más intenso que los famosos zafiros Diamandis?

    Apretó los dientes, molesto por el persistente recuerdo. ¿Se debía a que había sido la única que, se le había escapado, por así decirlo? ¿Seguía siendo tan machista y predecible?

    –Sí, llama la atención –afirmó Saif en tono divertido–. Eres un mujeriego impenitente. Todo lo que dice de ti la prensa sensacionalista es cierto, pero al menos has tenido la libertad de ser tú mismo.

    –Y tú la tendrás algún día –Angel dio una palmada de consuelo a su hermano en el hombro, aunque sabía que era una mentira piadosa.

    Como hijo obediente, probablemente esposo muy fiel y futuro emir de un país tradicional, era poco probable que Saif fuera a tener la libertad de hacer lo que quisiera, pero no hacía falta recordárselo.

    Por suerte para Angel, sus súbditos no esperaban que el rey fuera perfecto, desde el punto de vista moral. La isla de Themos, en el Mediterráneo, era una nación liberal e independiente; un país pequeño, pero muy rico por ser un paraíso fiscal muy solicitado por generaciones de ricos y famosos.

    La familia real de Diamandis era de origen griego y llevaba gobernando Themos desde el siglo XV. A lo largo de la historia, la astuta familia de Angel había conservado el trono aliándose con naciones más poderosas. A pesar de poseer un ejército pequeño, sus enormes activos financieros le aseguraban una importante influencia.

    Angel examinó lo que veía de la niñera. Bajo un sombrero para protegerse del sol, llevaba el cabello recogido en una larga trenza que brillaba como cobre pulido. Volvió a la suite puesta a su disposición, en la que se hallaba prácticamente detenido hasta que se fuera de Alharia, porque su hermano no quería que lo vieran y lo reconocieran.

    Por desgracia, Angel no se había percatado de que eso sería un problema. Supuso que la boda sería un acontecimiento público, no una ceremonia privada a la que solo acudirían el emir y los padres de la novia. Llegó creyendo que habría tanta gente que le sería fácil pasar desapercibido, por lo que

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