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Desafío en el desierto
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Desafío en el desierto
Libro electrónico163 páginas2 horas

Desafío en el desierto

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Información de este libro electrónico

¿Una simple estratagema o una verdadera boda real?
Fingir un compromiso con el futuro rey de Nabhan no formaba parte del plan de Lily Marchant para demostrar la inocencia de su hermano, pero el inquietante príncipe heredero era muy insistente. La química entre ellos hacía fácil hacerse pasar por su prometida en público… y casi imposible resistirse en privado.
La impulsiva Lily estaba lejos de ser la pareja apropiada, pero hacía que Khaled se sintiera más vivo de lo que se había sentido en años. La idea de un matrimonio de estado le resultaba cada vez menos atractiva con cada minuto que pasaba en su arrolladora compañía.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 may 2022
ISBN9788411056939
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    Desafío en el desierto - Julieanne Howells

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

    28036 Madrid

    © 2022 Julieanne Howells

    © 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Desafío en el desierto, n.º 2931 - junio 2022

    Título original: Desert Prince’s Defiant Bride

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1105-693-9

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    LOS SALONES de la mansión Surrey estaban a rebosar con la flor y nata de la sociedad. Nadie habría declinado la invitación a aquel acontecimiento benéfico. Valía la pena el desembolso de tan generosa donación solo por compartir un rato con el anfitrión, el glamuroso Príncipe Triste.

    Oficialmente era Su Alteza Real el príncipe heredero Khaled bin Bassam al Azir, pero a menos que hubiera que dirigirse a él directamente, nadie usaba su título oficial. En especial la prensa. Preferían llamarlo por su rasgo más característico, le hacía más justicia.

    –Por supuesto que le hace justicia –dijo una periodista en medio de un grupo de invitados–. ¿Alguien recuerda alguna imagen del príncipe sonriendo?

    –Ni una –convino el marido de la mujer–. Siempre con ese aspecto melancólico, pobre diablo.

    –De pobre nada. Aunque Nabhan esté en el desierto, no solo tiene petróleo sino que se ha convertido en un gran centro financiero. ¿Y cuántos años tiene? ¿Treinta y dos? Está en la flor de la vida y tiene el mundo a sus pies.

    –Tienes razón –dijo el marido y tomó una copa de champán de un camarero que pasaba cerca–, pero ¿cuándo se toma un rato para disfrutar?

    Hacía siete años que la mala salud del rey lo había obligado a retirarse de la vida pública. Su único hijo había asumido las funciones de príncipe y monarca y, desde entonces, no había parado de trabajar.

    –Todo habría sido diferente si su hermano mayor no hubiera muerto en aquel accidente –aseguró el marido–. Aunque no fue ninguna sorpresa que acabara tan mal. Siempre fue muy imprudente.

    Varios del grupo se mostraron de acuerdo.

    –Tuvo que ser terrible perder a su hermano así.

    –Con razón el príncipe parece tan atormentado.

    Temiendo que la atención se desviara, la columnista intervino.

    –¿Habéis oído los rumores? Al parecer, está buscando esposa.

    Hubo exclamaciones y todos los ojos se volvieron hacia ella.

    –El palacio lo ha negado, por supuesto, pero ¿quién se lo cree? Lleva más de seis meses solo –afirmó lanzando una mirada significativa a su audiencia–. ¿Se han dado cuenta de que ha desaparecido a las once? Tal vez la chica esté escondida aquí –añadió y se llevó la mano al pecho mientras su mirada se perdía en la distancia–. Podremos decir que estuvimos presentes en la fiesta en que el Príncipe Triste le pidió matrimonio a su futura princesa. ¡Qué romántico!

    –¿Romántico? –repitió su marido, que recibió una mirada asesina de su esposa por estropearle el momento–. Tendrá suerte si consigue arrancarle una sonrisa.

    Para la mujer que estaba escondida en la zona privada de la mansión, el que el príncipe sonriera o no era lo que menos le preocupaba. Tampoco el ambiente era romántico.

    En aquel momento, el Príncipe Triste estaba en su habitación cambiándose de ropa. Lejos de lo que era de esperar, no disfrutaba de compañía femenina sino que estaba solo. Lily Marchant lo sabía con certeza.

    Y lo sabía a pesar de no ser su futura esposa ni su novia, ni una de las invitadas a la fiesta que seguía celebrándose en el piso inferior. Ni siquiera, antes de aquella noche, había visto a aquel hombre en la última década.

    Lo sabía porque contaba con una posición privilegiada desde las puertas de lamas del vestidor, el único sitio donde se le había ocurrido ocultarse en el último momento.

    El príncipe se había quitado la chaqueta. La pajarita colgaba del cuello de su impecable camisa blanca, que estaba empezando a desabrocharse.

    Lily sabía que lo correcto sería apartar la vista. Después de todo, aquel hombre no sabía que lo estaba observando. Pero se trataba del príncipe Khaled al Azir, con su físico de estrella de cine y su irresistible atractivo sexual. En otra época, antes de que madurara, había sido el epicentro de todas sus fantasías románticas.

    Había heredado la piel morena y el cabello oscuro de su padre, nacido en Nabhan. De su madre inglesa había sacado unos pómulos marcados y unos intensos ojos grises. La mirada fría y altiva era una característica personal, así como su boca sensual, y el conjunto resultaba simplemente deslumbrante, incluso con la ropa puesta.

    Lily se acercó sigilosamente a las venecianas y lo vio dejar un reloj de oro y unos gemelos de diamantes sobre la mesilla de noche. Probablemente valían una fortuna. Desde luego, mucho más de lo que su hermano y ella podían permitirse.

    Tensó los labios al recordar por qué estaba allí. Todo por la clase de hombre en la que el príncipe se había convertido, alguien tan despiadado y sin corazón como para abandonar a su mejor amigo cuando más le necesitaba. Por ello, Nate había recurrido a ella. Todavía no se había recuperado de su llamada de aquella mañana.

    –Hermanita, estoy en apuros y eres la única en la que puedo confiar –le había dicho.

    No era su hermana, sino su hermanastra. Pero no importaba. Nate era la única familia que tenía o, al menos, que la trataba como tal. Todas sus amigas bebían los vientos por su atractivo hermanastro. Pero para ella, era simplemente Nate, la única persona que siempre la había tenido en consideración. Ya fuera para llevarla a comprar un vestido o para asistir a algún partido o entrega de premios, había sido el único adulto que había estado ahí para ella.

    Nate era su héroe y lo ayudaría en todo lo que pudiera.

    –Los fondos han desaparecido de la cuenta de la fundación y Khaled cree que soy responsable –le había dicho.

    Los dos hombres eran amigos desde el colegio. Nate incluso trabajaba para él como director de la fundación benéfica para la que se estaba recaudando fondos esa noche. ¿Cómo podía Khaled pensar eso de él?

    A través de las lamas de la puerta, Lily observaba a aquel supuesto villano cuando, de repente, se quitó la camisa dejando al descubierto una espalda perfectamente esculpida.

    El ambiente en el vestidor se volvió asfixiante.

    Había visto fotografías antes, ¿quién no? Era uno de los hombres más fotografiados y fotogénicos del planeta. Aunque todavía reconocía al adolescente que había sido, aquel Adonis de torso desnudo transmitía un gran poder y seguridad en sí mismo.

    Mientras cruzaba la habitación, Lily lo siguió con la mirada… y se topó con una fila de trajes cuidadosamente colgados. Una percha crujió al moverse en la barra.

    El príncipe se detuvo justo al lado de una mesa auxiliar junto a la ventana, donde estaba el ordenador portátil abierto. Allí donde no había habido nada cuando había entrado en la suite.

    Se mordió una uña. ¿Por qué no había escondido aquel cachivache con ella?

    Rápidamente trató de recordar el consejo de Nate para el caso de que ocurriera lo peor.

    –Improvisa.

    –¿Improvisa, cómo? –le había preguntado.

    –No lo sé… Llora, haz que se apiade de ti, pero sobre todo que no te pille.

    ¿Cómo no iba a pillarla si era evidente que había un intruso? Sin embargo, pasó un dedo por el ordenador, se volvió y desapareció en el cuarto de baño, al otro lado de su escondite.

    Lily contuvo un suspiro. Todavía tenía posibilidades de salir de aquello. El príncipe estaba ocupado. Desde el baño se oía el sonido del agua corriendo.

    Nate necesitaba que se hiciera con el ordenador y la mejor ocasión para recuperarlo era asistir a la fiesta benéfica de la que era anfitrión. Quería buscar pruebas de cómo el dinero había sido sustraído. Tenía sus sospechas, pero no se las había contado.

    Penny, la secretaria de Nate, estaba en la lista de invitados, pero se había puesto enferma.

    –Hazte pasar por ella. Con un poco de suerte, nadie se dará cuenta –le había dicho.

    Así que Lily había sacado su mejor vestido, había viajado durante una hora en tren desde Londres, más otros veinte minutos en taxi, sin dejar de practicar un discurso que al final no había tenido que dar. Gracias a la ausencia de control, había podido entrar en la mansión. Más complicado había sido acceder al ala residencial. Después de deambular por la planta baja, se había dirigido a la escalera, donde le había cortado el paso un guardia educado y bien vestido, pero intimidatorio.

    Había necesitado un plan B.

    Las puertas correderas habían sido abiertas completamente para permitir que entrara el aire fresco y que los invitados salieran a pasear. Lily había salido a la terraza y había encontrado una ruta alternativa al primer piso. Aunque no había sido fácil, había conseguido llegar a las estancias privadas del príncipe y allí había encontrado el ordenador de Nate, en el escritorio. Lo había cambiado de sitio a la mesa junto a la ventana y, como había perdido la bolsa para ocultarlo, estaba buscando algo donde llevárselo cuando había oído voces en el pasillo.

    Apenas había tenido tiempo de correr al vestidor y cerrar la puerta antes de que el príncipe entrara en su suite. Y allí estaba en aquel momento, rodeada de trajes caros con un delicioso aroma a cítricos y madera, pensando en cómo salir sin que la vieran.

    A punto estuvo de dar un salto cuando oyó sonar el teléfono de la mesilla.

    Khaled volvió a aparecer, con una toalla cubriéndole las caderas. Contestó la llamada y miró directamente hacia su escondite mientras hablaba. Lily se echó hacia atrás y con el codo rozó una fila de zapatos. Dos de ellos cayeron, pero los pilló al vuelo antes de que fueran a dar contra la puerta, y resopló aliviada.

    Khaled colgó el auricular.

    –Estamos en punto muerto.

    Su voz era grave y profunda, con una impecable dicción de clase alta. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿A quién estaba hablando?

    Echó un vistazo a través de las lamas de la puerta. ¿Había alguien más en la habitación?

    –Mi coche está listo y tengo que vestirme. Así que o finjo que no sé que estás ahí o sales ahora mismo y nos ahorramos una escena.

    Lily sintió un sudor frío. Sabía que estaba

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