Prisionera de la pasión
Por Annie West
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Que su padrastro la vendiera mediante un matrimonio de conveniencia era la única posibilidad de escapatoria para Leila. Sin embargo, en vez de encontrar la libertad, tal y como esperaba, Leila se vio atada a su enigmático esposo por una intensa pasión.
El millonario australiano Joss Carmody conocía muy bien las reglas del juego. Colmaría a su nueva esposa de regalos y atenciones y a cambio usaría sus tierras para expandir su negocio. Eso era todo lo que esperaba conseguir con el acuerdo. Sin embargo, no contaba con esa extraña atracción que Leila despertaba en él...
Una noche decidieron saciar el deseo de una vez por todas…
Annie West
Annie has devoted her life to an intensive study of charismatic heroes who cause the best kind of trouble in the lives of their heroines. As a sideline she researches locations for romance, from vibrant cities to desert encampments and fairytale castles. Annie lives in eastern Australia with her hero husband, between sandy beaches and gorgeous wine country. She finds writing the perfect excuse to postpone housework. To contact her or join her newsletter, visit www.annie-west.com
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Prisionera de la pasión - Annie West
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Annie West
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Prisionera de la pasión, n.º 2363 - enero 2015
Título original: Imprisoned by a Vow
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-5768-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
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Capítulo 1
Casarme con un extraño!
—No te sorprendas tanto, chica. No puedes esperar que te mantenga para siempre.
Leila se tragó la réplica que le abrasaba la garganta. Su padrastro se había llenado los bolsillos gracias a la fortuna que había adquirido al casarse con su madre, pero no merecía la pena contraatacar. Los años le habían enseñado que era mejor no provocar la ira brutal de Gamil. No era el momento de hacerle ver que no había conseguido doblegarla a pesar de lo mucho que lo había intentado.
—Y en cuanto a lo de casarse con un extraño, te casarás con el hombre que yo escoja. Fin de la discusión.
—Claro, padrastro. Lo entiendo.
Se rumoreaba entre los sirvientes que Gamil había puesto sus ojos en otra mujer, y no querría tener que cargar con una hijastra.
—Es muy generoso por tu parte ocuparte de todo esto cuando tienes tantos negocios que atender.
Las cejas de Gamil bajaron. Arrugó los párpados como si detectara el sarcasmo que se escondía detrás de esa fachada aparentemente calma.
Leila se había hecho experta en esconder las emociones: el dolor, el miedo, el aburrimiento, la rabia… sobre todo la rabia. La quemaba por dentro en ese momento, pero la mantuvo a raya. No era el momento.
De repente se dio cuenta de que un matrimonio de conveniencia con un extranjero que se la llevaría muy lejos era la oportunidad por la que tanto había rezado. Hasta ese momento sus intentos de fuga habían dado lugar a una humillación mayor y a restricciones más estrictas. ¿Pero qué iba a hacerle Gamil una vez se hubiera casado?
Era su oportunidad de ser libre. Un escalofrío de emoción le recorrió la espalda y tuvo que hacer un gran esfuerzo para permanecer impasible. Desde ese punto de vista, casarse con un desconocido era algo caído del cielo.
—Pero no es de recibo que te vea de esta manera.
Gamil gesticuló. Señaló sus brazos y sus piernas descubiertas, sus nuevos zapatos de tacón alto y el delicado vestido de seda que había encargado en París.
Aunque no tuviera un espejo delante, Leila sabía que estaba mejor que nunca. La habían bañado con esmero, le habían untado aceites en el cuerpo, le habían hecho la manicura y había sido maquillada por los mejores estilistas.
Era la virgen que Gamil iba a sacrificar por ambición. La habían preparado para obtener el visto bueno de un extraño.
Leila se mordió el labio para soportar el latigazo de la ira. Ya hacía mucho tiempo que había aprendido la lección. La vida no era justa, y si ese plan absurdo era una vía de escape…
—Pero es lo que él espera. Puede permitirse lo mejor, sobre todo en lo que se refiere a las mujeres.
Gamil era el mejor cuando se trataba de ver a las mujeres como mercancía. Era un misógino de pura cepa, un controlador patológico que se regodeaba en su propio poder.
Los fríos ojos de su padrastro la atravesaron. Había odio en ellos. Algún día se libraría de ese monstruo, pero hasta ese momento tenía que hacer cualquier cosa por sobrevivir.
—No harás nada que pueda decepcionarle. ¿Me has entendido?
—Claro que no.
—¡Y cuidado con esa lengua! Ahórrate todos tus comentarios de chica lista. Guarda silencio hasta que te hagan una pregunta directa.
Gamil no tendría que haberse preocupado tanto. Leila no dijo nada cuando Joss Carmody entró en el salón. Sin embargo, la respiración sí se le cortó cuando vio ese rostro tosco. Sus rasgos faciales estaban curtidos por los años. No había más que ángulos y bordes abruptos, líneas duras y surcos profundos. Su pelo era de color negro azabache. Se había peinado hacia atrás, pero el cabello se le curvaba en la nuca. Aquel hombre parecía un salvaje rebelde al que habían domesticado temporalmente. Sin embargo, cuando Leila le miró a los ojos no vio más que angustia e inseguridad en ellos.
Él la observaba también. Estaba en alerta.
Los ojos de Joss Carmody eran azules y oscuros, como el cielo en el desierto justo antes de que empiecen a brillar las primeras estrellas. Su mirada la atravesaba y Leila sentía una curiosa sensación en el pecho, un cosquilleo incesante. El pulso se le aceleró cuando se puso en pie. Estaba aturdida, embelesada.
Fuera lo que fuera lo que esperaba, no era lo que tenía delante.
Un momento después él se volvió para seguir hablando de negocios con Gamil. Petróleo… Estaban hablando de petróleo, como no podía ser de otra manera. ¿Por qué si no iba a atravesar medio mundo un magnate australiano para casarse con ella? Las tierras que iba a heredar contenían las reservas de petróleo más grandes de la zona, aún sin explotar.
Joss Carmody tomó asiento. En la mano tenía una taza de café. Su presencia dominaba la estancia, pero su indiferencia absoluta resultaba exasperante. Leila se sorprendió. Después de haber pasado tantos años sometida al régimen brutal de su padrastro, el desprecio del extranjero debería haberle dado igual.
¿Por qué le molestaba tanto que la ignorara un desconocido? Debía sentirse aliviada al ver que no se tomaba un interés personal en ella. No podría haber seguido adelante si la hubiera mirado como Gamil había mirado a su madre en una ocasión, con ambición y afán de control, como si fuera un objeto en su posesión.
Joss Carmody, en cambio, no la veía. Solo veía unas tierras áridas repletas de petróleo. Estaba a salvo con él.
Joss se volvió hacia la mujer silenciosa que tenía delante. Sus ojos de color verde grisáceo le habían sorprendido a su llegada. Había visto inteligencia y curiosidad en ellos, y también desaprobación… La idea le intrigaba.
En ese momento la joven mantenía la vista baja, clavada en la taza que tenía en las manos. Era la viva imagen de la modestia de oriente combinada con la sofisticación y la elegancia occidentales.
Clase. Tenía mucha clase.
No hacía falta fijarse en el opulento colgante de perlas negras que llevaba puesto, ni tampoco en el brazalete a juego, para saber que estaba acostumbrada al lujo. Exhibía las joyas con un aire informal e indiferente que solo tenían aquellos que habían disfrutado de toda una vida de privilegios.
Durante una fracción de segundo, Joss sintió algo parecido a la envidia. La observó con atención. Parecía adecuada. Era dueña de enormes pozos de petróleo y eso era lo que importaba. De hecho era la única razón por la que Joss contemplaba la idea de casarse. Esa era la puerta que le daba acceso a un gran proyecto empresarial. Además, también aportaba una jugosa cartera de contactos.
—Me gustaría conocer mejor a su hija —le dijo a Gamil—. A solas.
Los ojos de Gamil emitieron un destello. ¿Era miedo o desconfianza? De repente asintió con la cabeza y se marchó, no sin dedicarle una última mirada de advertencia a Leila.
—No ha dicho nada desde que llegó. ¿No tiene interés en los pozos de petróleo que son de su propiedad? —le preguntó a Leila.
Unos ojos fríos y claros como el agua de un arroyo en medio de las montañas se volvieron hacia él.
—No vi que tuviera nada que añadir.
Su inglés era impecable. Solo tenía un sutil acento que resultaba curiosamente seductor.
—Usted y mi padrastro estaban enfrascados en los planes de negocios —su sonrisa encantadora no le llegaba a los ojos.
—¿No está de acuerdo?
Ella se encogió de hombros. Él la observaba, intrigado. La seda moldeaba su figura delicada y femenina. Su futura esposa tenía unas curvas exquisitas, a pesar de la fragilidad de sus muñecas y su cuello. El enlace matrimonial era una parte necesaria del trato. Sin embargo, no había esperado sentir más que curiosidad por ella.
—Los pozos de petróleo van a ser explotados. Usted tiene los recursos para hacerlo y mi padrastro está al tanto de todos los negocios familiares.
Joss entendió rápidamente sus palabras. Alguien como ella no se molestaba en saber de dónde provenía su riqueza. ¿Por qué no le sorprendía? Había conocido a muchas como ella; chicas privilegiadas y consentidas, dispuestas a vivir del trabajo de otros.
—¿Usted no trabaja en el sector? ¿No se toma un interés personal en su propio patrimonio?
Una chispa momentánea iluminó su mirada y entonces sus labios esbozaron otra de esas sonrisas insinuadas de Madonna. Se inclinó hacia delante y dejó la taza sobre la mesa de alabastro.
Joss notó que algo vibraba bajo esa apariencia de calma total. Era algo primario que espesaba el aire y cargaba la atmósfera.
Ella extendió sus manos perfectas.
—Mi padrastro se ocupa de todo.
Joss guardó silencio. Había algo que no encajaba en su expresión. Tal vez era la mueca de sus labios… El gesto desapareció tan rápido como había aparecido y Joss se quedó con la duda. Quizás lo había imaginado, pero él no era dado a las fantasías. Tras haber pasado