Paulino Lucero
Por Hilario Ascasubi
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Paulino Lucero - Hilario Ascasubi
Paulino Lucero
Copyright © 1846, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726682397
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Prólogo
HOMENAGE
A la memoria del doctor don VALENTÍN ALSINA,
eminente patriota, virtuoso ciudadano
e ilustre jurisconsulto argentino.
HILARIO ASCASUBI.
París, 2 de agosto 1872.
Después de algunos años consagrados al sostén de los principios de libertad y civilización, en que, teniendo en vista ilustrar a nuestros habitantes de la campaña sobre las más graves cuestiones sociales que se debatían en ambas riveras del Plata, me he valido en mis escritos de su propio idioma, y sus modismos para llamarles la atención, de un modo que facilitara entre ellos la propagación de aquellos principios, es sólo a instancias de mis amigos que he podido resolverme a publicar, reunido a un solo cuerpo, todas las poesías que contiene este libro.
En globo, ellas presentarán al lector como el horizonte lejano de nuestros hechos y sus diversas peripecias; el cual irá perdiéndose de nuestra vista cuando más vamos entrando en la actualidad, donde el cuadro de la realidad principia a hacer desaparecer el aparente límite que a lo lejos diseña aquel ficticio horizonte.
Sin haber podido formar conciencia del mérito real y positivo de mis producciones, lejos de haber tenido en vista antes de ahora poner en un solo cuerpo las que contiene este libro, he temido por el contrario el exponerlas como en un cuadro sobre el cual el público pudiere juzgar de ellas, fuera de la escena en que me fueron inspiradas; circunstancia que tanto contribuye a realzar el mérito de toda producción literaria.
Pero personas más competentes que yo para juzgar de trabajos de esta naturaleza, ya sea movidas por un espíritu de patriotismo, amistad, o simpatía por los principios que he vertido en mis escritos, han conseguido al fin lanzarme el campo de la publicidad. Ellas me han impulsado a ofrecer a mis compatriotas una colección completa de mis trabajos, y no obstante que agradezco el generoso sentimiento que les induce a aconsejármelo así, debo sin embargo hacer caer sobre ellas ya sea el aplauso o el sarcasmo con que fueren recibidos mis trabajos, pues a no ser por sus insinuaciones no me habría expuesto a hacerme acreedor a una u otra cosa; desde que tampoco habría llegado el caso de ofrecer la colección que hoy sale a luz.
HILARIO ASCASUBI.
Jacinto Amores, gaucho oriental, haciéndole a su paisano Simón Peñalva, en la costa del Queguay, una completa relación de las fiestas cívicas, que para celebrar el aniversario de la jura de la Constitución oriental, se hicieron en Montevideo en el mes de julio de 1833
JACINTO llegando a casa de su aparcero Peñalva antes del mediodía
JACINTO: ¡Aquí está Jacinto Amores!
Vengo, paisano Simón,
a ganarle un vale cuatro,
y al grito rayarseló.
SIMÓN: Pues, amigo, si tal piensa,
fieramente se engañó.
JACINTO: ¡Qué me he de engañar, nunquita!
SIMÓN: Se engaña, y creameló,
que en la redondez del mundo
hasta ahora no alumbra el sol
a gaucho alguno que pueda
alzarme al truco la voz.
JACINTO: ¡Barbaridá! Y ¿cómo está?
SIMÓN: Alentao, gracias a Dios.
Y usté ¿diaónde diablos sale
en ese pingo flanchón?
JACINTO: De la ciudá caigo, amigo,
rabiando, y con su perdón
voy a soltar a este bruto,
que desde que lo parió
su madre la yegua...
SIMÓN: ¡Ahijuna!
La madre del redomón,
si le parece, y...
JACINTO: De juro.
(¡Qué viejo tan cociador!)
Pues, como le iba diciendo,
nunca en la vida se vio
de este bruto una obra buena.
¡Ah, maula!
SIMÓN: Pues largueló,
que de flautas de esa laya
dos tropillas tengo yo;
por supuesto, a su mandao.
JACINTO: Eso sí, siempre pintor.
SIMÓN: Como guste; desensille,
y vamos para el fogón,
pues le conozco en la cara
que viene algo secarrón;
y allí, mientras toma un verde,
me contará por favor
si ha visto esas funcionazas
de nuestra Custitución,
de las cuales en el pago
no hay gaucho que dé razón.
Así, merecer deseo
de su boca un pormenor.
JACINTO: Me parece razonable,
amigo, su pretensión;
así, voy a complacerlo,
aunque vengo calentón
por causa de que el caballo
también cuasi me tapó,
allí al cair a la cañada,
aonde tan fiero rodó
que, si no le abro las piernas
en su lindo, hecho mojón
entre el barrial de cabeza
me planta, o me hace colchón.
SIMÓN: No me venga con preludios,
pues ya sé que es parador.
JACINTO: A veces, pero no en todas;
por fin, eso ya pasó.
Y volviendo a su deseo,
en cuanto a conversación
traigo más cuento que infierno
y podré darle razón,
como guste, en lo tocante
al todo de la función.
SIMÓN: ¡Cosa linda!, sientesé;
velay mate, apureló,
y empiece, que estoy ganoso
de escucharlo.
JACINTO: Pues, señor,
partiendo de una alvertencia,
desde el día veintidós,
ya rumbeando a las funciones,
fui a golpiarme al Canelón,
adonde jugando al truco
con el ñato Salvador,
me pasé todo ese día;
y el liendre con su intención,
sintiéndome algunos riales,
y sabiendo mi afición
a echar un trago, a la fija
esa noche me apedó,
y orejiando la pasamos;
y la jugada siguió
hasta el veintitrés de tarde,
que del todo me peló,
y largándome el barato
a la ciudá se largó.
Yo, después de churrasquiar,
apenas escureció,
ensillé el ruano y salí
al trote hasta el Peñarol,
adonde desensillé
en la chacra de Almirón;
y de allí, a la madrugada,
cuanto el lucero apuntó,
cogí despacio, y después
que asiguré un cimarrón,
rumbié al galope a la Aguada,
aonde llegué a la sazón
en que la primer orilla
iba descubriendo el sol.
¡Barajo!... ¡Pero, qué helada,
la que se me levantó
en esa cruzada! ¡Ah, Cristo!
Por poco me endureció,
con todo que para el frío
presumo de aguantador;
pero, esa mañana... ¡eh, pucha!
las narices, crealó,
me gotiaban, y entumido
me apié en lo de un Español,
pulpero de mucho agrado;
y luego que alabé a Dios,
le pedí un vaso de anís,
que para entrar en calor
es bebida soberana;
y apenas me lo alcanzó,
al pegarle el primer beso,
de atrás sentí... ¡Bro... co... tón!
el trueno de un cañonazo
que a la casa estremeció.
Y al crujido de los frascos,
los vasos y el mostrador,
por supuesto, mi rocín
de la sentada que dio
hizo cimbrar el palenque,
y en seguida reventó
el cabresto, al mesmo tiempo
que el cojinillo voló
y en medio de las orejas
al pingo se le enredó;
de manera que espantao
y echando diablos salió
campo afuera hasta el Cerrito,
en donde me le prendió
las boliadoras un criollo
que allí se le atravesó.
SIMÓN: Vaya un mozo comedido!
JACINTO: Cabalmente, se portó.
Y como le iba diciendo,
tras del trueno del cañón
un repique general
por todo el pueblo sonó,
y al mesmo tiempo soltaron
en el Cerro un banderón
de la Patria azul y blanco,
y en la esquina con el Sol.
De ahí siguieron menudiando
las campanas y el cañón,
y de tal modo, aparcero,
se me ensanchó el corazón,
que doblé el codo y de un trago
sequé el vaso, crealó;
y luego un ¡Viva la patria!
le atraqué por conclusión.
SIMÓN: En su vida, amigo Amores,
no ha hecho usté cosa mejor;
y en un caso semejante
lo mesmo hubiera hecho yo
y cualquier criollo patriota.
Prosiga.
JACINTO: Pues, sí, señor.
Luego que el vaso apuré
y el cuerpo me entró en calor,
enderecé al bullarengo
cantando muy alegrón;
y al embocarme en la calle
que le llaman del Portón,
la vide de punta a punta
que parecía una flor,
adornada con banderas
de toda laya y color:
las unas de Buenos Aires,
las otras de la Nación;
pero, eso sí, acollaradas,
como quien dice: en unión;
después las de Ingalaterra,
las de Uropa y qué sé yo...
Era puro banderaje
de lo lindo lo mejor.
Así, medio embelesao
con tantísimo primor,
fui a torcer por una esquina,
cuando en esto el redomón
de una yunta de mujeres
se hizo poncho y se tendió
al ver que una en la cabeza
traiba un escarmenador
que era capaz de espantar
al famoso Napolión.
¡La pu... rísima en el queso!
¡si aquello daba temor!
Era más grande que un cuero
la peineta, sí, señor;
de manera que el caballo
tan de veras se asustó
que fue preciso atracarle
las espuelas con rigor.
Al sentir las nazarenas,
tiritando atropelló
en derechura a las hembras,
y una de ellas se enojó
tantísimo y tan de veras,
que la gente se juntó,
al comenzarme a gritar:
«¡Ah, camilucho ladrón,
que te hago pelar la cola
si ruempo mi peinetón!
¡Jesús, mis ochenta pesos!
Favorézcanme por Dios;
vayan a la Polecía
y tráiganme un celador;
o que venga el comisario
y amarre a este saltiador,
gaucho, atrevido, borracho...».
Y la hembra se calentó
a decirme desvergüenzas,
que a no ser por la afición
que le tengo y le tendré
siempre al ganado rabón,
me dejo cair y allí mesmo
la castigo, o qué sé yo.
SIMÓN: Pues, amigo, en no hacer caso
no hay duda que la acertó,
porque las hembras puebleras
en cuanto se enojan son
como víboras toditas;
y en teniendo un camisón
de tafetán o lanilla,
ya tienen la presunción
de unas virreinas, y así
se largan de sol a sol
con el corpiño ajustao
y llenas de agua de olor,
sin camisa algunas veces,
pero con su peinetón;
pues como es prenda de moda,
ahí largan todo el valor;
lo mesmo que en el ponerse
en cada hombro un pelotón
como panza de novillo.
¡La gran punta! ¡qué invención!
¿No la ha visto?
JACINTO: Quitesé;
de eso también procedió
que el animal se espantase,
de suerte que me obligó
a volverme para atrás;
fortuna a que en el portón
vive un mozo portugués
en un medio corralón,
adonde me resolví
a dejar mi redomón.
Luego a pie me fui a la esquina,
y al sentirme delgadón
compré pan y gutifarras
y un rial de vino carlón;
atrás me chupé otro rial,
después me soplé otros dos;
y en seguida a la guitarra
me le afirmé tan de humor,
que ni el mesmo Santos Vega,
que esté gozando de Dios,
se hubiera tirao conmigo;
porque estaba de cantor
con la mamada, paisano,
lo mesmo que un ruiseñor.
En esto, a la doce en punto,
otra vuelta... ¡Bro... co... tón!,
dianas y repicoteos
por toda la población:
cosa que me hizo acordar
de cuando en Ituzaingó
nos tiramos cuatro al pecho...
¿Se acuerda, amigo Simón?
SIMÓN: Glorias como esa, paisano,
nunca Peñalva olvidó;
pues ya sabe que este brazo
allí también se blandió.
Bien que los gauchos patriotas
peliamos por afición;
y en cuanto se arma una guerra,
sin más averiguación.
de si es rigular o injusta,
nos prendemos el latón,
y dejando las familias
a la clemencia de Dios,
andamos años enteros
encima del mancarrón,
cuasi siempre unos con otros
matándonos al botón.
Así de la paisanada
los puebleros con razón
suelen reírse, porque saben
que los gauchos siempre son
los pavos que en las custiones
quedan con la panza al sol;
y el que por fortuna escapa
de cair en el pericón,
después de sacrificarse
saca un pan como una flor,
cuando tiene por desgracia
que arrimarse a un figurón
de los que al fin se asiguran
del mando y del borbollón.
Y si no, vaya por gusto
en cualesquier aflición
o atraso que le suceda,
y procure la ocasión
de alegarle a un gobernante,
a quien usté lo sirvió
con su persona y sus bienes
hasta que se acomodó;
vaya y pídale un alivio...
¿Y qué le daban?, ¡pues no!
Ni bien llega usté al umbral,
le sale algún adulón
atajándole la entrada
y haciendo ponderación
de que se halla vuecelencia
muy lleno de ocupación,
porque le está dando taba
algún ricacho, o dotor,
o la señora fulana,
o el menistro, o qué sé yo
todas las dificultades
que pone con la intención
de cerrarle la tranquera
a cualesquier pobretón;
y si usté ve que lo engañan,
y se mete a rezongón,
le largan cuatro bravatas
y lo echan de un repunjón
cuando menos, que otras veces
le acuden con un bastón
a medirle las costillas
sin más consideración.
¿No es así?... Pero por fin,
mudemos conversación;
platique de las funciones.
Velay otro cimarrón.
JACINTO: ¿Qué dice de las costillas?
¡Barajo!, amigo Simón,
a mí nadies me aporrea
ni me ronca sin razón.
¡Qué!, ¿así no más se dan palos?
¡La pu... nta del maniador!,
pues estábamos lucidos
después de tanto arrejón
y trabajos por ser libres.
No, amigo, eso sí que no.
Yo, aunque soy un pobre gaucho,
me creo igual al mejor,
porque la ley de la Patria,
como las leyes de Dios,
no establece distinciones
de ninguna condición
entre el que usa chiripá
o el que gasta casacón.
Todos los hombres iguales
ante la justicia son,
la cual tan sólo distingue
y le da su proteción
al hombre más bien portao;
y sobre ese punto yo
presumo como el que más,
y es tanta mi presunción
que me creo en cualquier parte
del todo merecedor.
Siendo así, no puedo, amigo,
sufrirle a ningún pintor.
Cabalito. Con que así,
mudando conversación,
seguiré mi cuento aquel:
Me había puesto alegrón,
y al sentir los cañonazos
me tiré del mostrador,
y echando mano a sacar
plata de mi tirador,
me encontré sin un cuartillo.
¡Voto al diablo!, dije yo;
a la cuenta en el galope
la mosca se me perdió.
Entonces quise al pulpero
darle una sastifación,
dejándole el poncho en prenda;
pero el hombre no entendió
de disculpas, al contrario,
como un tigre se enojó,
y para echarme a la calle
me dio tal arrepunjón
que me hizo sentar de culo.
¡Ahijuna!, le grité yo,
y en cuanto me enderecé
sin más consideración
le sacudí un guitarrazo,
y en ancas con el farol
adonde estaba el candil;
pero el pulpero sacó
el cuerpo, haciéndose gato,
y no sé diaónde agarró
un espadín, con el cual
como un toro me embistió.
Pero, amigo, es como robo
peliar con un chapetón
y a cuchillo, hágase cargo;
ni medio a buenas llegó,
con todo que sobre el lazo
se me vino, y me tiró
tres viajes, que en el