Llantos quebrados
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La narración es un viaje atemporal, que pone por igual a vivos y muertos en un mismo plano de espacio y tiempo, a través de diferentes narraciones secuenciadas, que se pueden leer también en forma independiente.
El personaje central, Elpidio Rafael regresa a su casa de nacimiento después de casi 60 años. Sufre de niño abuso sexual de parte de su padre a la edad de cuatro años y medio en la habitación de un hotel. El autor coloca el evento en forma aleatoria en Sahuayo, Michoacán. El niño violentado no sabe que está pasando, ya que el abuso viene de la principal persona que supone lo debería de proteger: su padre.
A partir del evento, hay una disociación de la personalidad del niño. (La disociación implica una desconexión entre la mente de una persona y la realidad del momento presente. La persona se desconecta de su propia realidad)
En el desarrollo del relato, el niño abusado se queda psíquicamente atrapado en el hotel en que sufre el abuso, de donde es rescatado por él mismo ya como adulto; posteriormente, siguiendo con la trama de la obra, el adulto regresa a su casa de nacimiento a recogerse a sí mismo como niño, en la que él como niño espera a ser liberado y redimido por él mismo como adulto, de la disociación en un acto de asociación-integración de su psique dividida.
En el final de la obra, el adulto desanda el camino, se rescata de La Casa a él mismo como niño, acto que trae como consecuencia la integración de ambas partes disociadas: el adulto y su niño interior herido.
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Llantos quebrados - Luis Enrique Gómez Salazar
LlANTOS QUEBRADOS
Luis Enrique Gómez Salazar
© Luis Enrique Gomez Salazar
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Diseño de portada: Oliver Alejandro Gómez Figueroa
Todos los derechos conforme a la ley.
Primera edición: 2021
Responsable de la edición digital:
Appie Ebook & Ecommerce
LlANTOS QUEBRADOS
Luis Enrique Gómez Salazar
P R O L O G O
LlANTOS QUEBRADOS se titula la primera novela de Luis Enrique Gómez Salazar.
Leer a Luis Enrique es transportarse en el tiempo, es escuchar de casas habitadas por fantasmas, universos y multiversos, eventos traumáticos que por un momento y por su temática, parece que no podemos seguir leyendo.
Al encontrarnos inmersos en La noche de anoche
, quisiéramos escapar a la bofetada que nos grita que esas cosas suceden, a pesar de que no queremos saber de ellas. Existen y alguien tiene que contarlas, para conjurarlas, recordar que debemos hacer algo para evitar que continúen sucediendo. Nunca más, en ningún lado y mucho menos en nuestro entorno cercano. Son de esas historias que nos remueven hasta el fondo las entrañas, que sacuden y nos llenan de impotencia.
Luis Enrique hace también una reflexión teológica, con una perorata de calificativos llenos de reclamos, de comentarios, que en los últimos años se han convertido en un dedo flamígero que señala a muchos miembros de la iglesia, y paradójicamente, ahí encontramos ese guiño a Dios, que sólo puede venir de la auténtica fe.
Coraje, miedo, vulnerabilidad, no podrían existir sin humor, como un remanso para respirar.
Las narraciones de prostíbulos, donde las putas poseen poderes mágicos, y que, a través del encanto y la oración, renuevan el espíritu de sus clientes. El primer capítulo de su novela es un shock muy poderoso que electriza y atrapa. Al avanzar en las historias, encontramos una obra que no parece ser de una ópera prima, sino más bien de una escritura muy trabajada y con oficio. Quedo gratamente sorprendido de encontrar esta guiñada a las letras, que tanto requiere la literatura tapatía.
Sergio Octavio García Aceves
Escritor
P R I M E R A
LA NOCHE DE ANOCHE
Despierto.
Ya es de mañana.
Tengo frío; hace rato que amaneció.
Estoy en mi casa. Es el día siguiente.
Son como las ocho.
Es tarde para mí.
Una hora inusual de levantarme.
La mañana es fresca y muy luminosa.
Casi siempre desde las seis y media o siete ya estoy jodiendo a mi madre con que tengo hambre.
Así estoy siempre, con hambre a todas horas. Pidiéndole comida a todas horas.
Le pido de comer a cada rato a mi mamá para que me pele
, para que me haga caso, para que juegue conmigo, para que me vea, me atienda y platique conmigo, que me deje preguntarle cosas. Mi hambre es de caricias, no es tanto deseo de comida, es necesidad de su atención, de hazme caso mamá, ansia de abrázame, solo abrázame mamá, muchas veces, sin ningún motivo. Pero siempre tiene mucho que hacer, sobre todo de cumplirle a mi papá, su marido, en cualquier cosa, y ni así le da gusto en nada.
No hay tiempo para mí.
A veces me siento no existir…
Él, mi papá, siempre le está gritando que no hace nada bien, que es una pendeja.
Y parece que ella se lo creé.
Me da coraje que sea tan dejada
Qué remedio, así la educaron, así aprendió.
Él ha de ser muy perfecto.
Yo no puedo hacer nada, soy un niño apenas.
Salgo del cuarto donde dormimos mis hermanos, mis papás y yo al patio de mi casa. Es una mañana muy luminosa por cierto o yo así la veo, más brillante.
Algo ha sucedido en mí, algo cambió en mí para siempre que veo la mañana de manera distinta.
No sé…como con más luz.
También me siento alegre y muy triste y enojado a la vez; muy desconcertado de lo que sucedió, como que tengo un secreto…
Así es: tengo un secreto y nadie más lo sabe...
Veo a mi abuelo Chepo sentado en una silla de mecates de colores, abajo del primer guayabo en el patio grande, cortándose las uñas de los pies con una herramienta de zapatero llamada alicatas, ya que tiene las uñas de los pies muy gruesas, de ranchero que ha usado huaraches toda la vida.
De repente me aparece el recuerdo.
Me le acerco a mi abuelo y lo veo con su pantalón de mezclilla de pechera y su camisa de manta blanca. Me arrimo más a él. Desde su silla me mira por arriba de sus lentes, deja lo que está haciendo y me sonríe.
Algo me dice, pero no le hago caso.
Estoy pensando en lo que pasó ayer en la madrugada.
Me gustaría platicarle de mi secreto, pero no sé cómo hacerlo.
Apenas hablo.
No sé cómo compartirle lo que sucedió la noche de anoche en el pueblo de mi padre. Ni siquiera sé claramente qué fue lo que aconteció, solo sé que algo ocurrió.
Y fue algo muy fuerte…
...recuerdo que me bajé en la carretera a orinar ya en la amanecida, allá como por el rumbo de Acatlán de Juárez, a la orilla de la laguna de Atotonilco el Bajo, con mucho miedo porque todavía estaba obscuro, no clareaba aún; de eso me empiezo a acordar...
…veníamos del pueblo de mi padre ya en con el albor, por la carretera, en el carro, solos él y yo. Todavía venía borracho…
"Yo iba en el asiento de atrás. Me desperté porque estaba vestido solo en camiseta y calzones, sin zapatos y con mucho frío. No sé dónde quedó mi ropa.
Le dije a mi papá que quería hacer del cuerpo.
Era diciembre y yo ya no aguantaba las ganas de hacer."
Venía en chinga.
Se enojó porque lo hice parar en la carretera.
Ya tengo mucho que se avisar, aunque este dormido.
Se paró a la orilla de la carretera para que pudiera bajarme del auto.
Por fin me bajé y pude orinar.
Hacía mucho más frío afuera que dentro del carro.
Y mi padre enfadado porque lo hice parar.
Como si tuviera muchas cosas que hacer, como no sea la prisa que tenga de llegar a la ciudad a seguirle con la borrachera que trae, así como el susto de la putiza que se iba a llevar y se escapó.
Comienzo a acordarme de todo lo que pasó la noche de anoche y me siento muy enojado…
Sus amigos de mi padre, el Cacharpas
y el Eladio, que fueron con nosotros a las fiestas patronales del pueblo de nacimiento de mi padre, se le olvidaron a mi papá allá en su pinche pueblo.
Quien sabe en donde los dejó hasta la madre de borrachos.
Ojalá que en la puta basura.
Cabrones.
Me salgo a la puerta de mi casa y me siento a esperarte.
…ya
sé
que
vas
a
v e n i r…
UNA NIEVE DE VAINILLA
Gracias a G por
permitirme compartir
su historia…
Súbitamente apareces a lo lejos, arrastrando tus pasos, como agotado…
Traes en tu mente el acercarte a mi casa, tu casa.
Vas arrimándote poco a poco como…
b u s c a n d o,
e x a m i n a n d o,
a v e r i g u a n d o…
Llegas por mi lado derecho, como viniendo desde Santa Tere, asomas por la bocacalle y te paras en la esquina descompuesto, todo por ningún lado, hecho un nudo de emociones, de sentimientos encontrados, lleno de preguntas. Me ves desde allá donde sales, sentado en la puerta de mi vivienda.
Es de mañana.
Al otro día.
De repente te paras, como indeciso, tal vez medio confundido, todavía bien batido de lo que viviste ayer en la noche. Veo que no lo asimilas aun, como que no lo quieres recordar de tan fuerte que estuvo ¿verdad?
Empiezas a caminar de nuevo hacia la casa por la banqueta de enfrente.
Llegas y te plantas exactamente frente a mí, afuera de la casucha de Cuca, observando, reconociendo, sin quitarle el ojo a la fachada.
Te quedas parado unos momentos.
Por fin me ves.
Tus ojos se cruzan con los míos y te estremeces, cierras los ojos y sacudes tu cabeza de un lado a otro, como intentando recuperar algún recuerdo o una evocación que no alcanza a terminar de caer a tu memoria.
Abres los ojos y cruzas la calle, empedrada todavía.
Te me aproximas, me das los buenos días y te los devuelvo.
Me preguntas por mis papás y no escuchas lo que te contesto; estas obsesionado en mirar hacia el interior, por la puerta abierta, como si quisieras entrar ya, a ver que hay dentro o a quienes pudieras ver, a modo de terminar acordándote de todo.
Me doy cuenta que no me reconoces aún.
¿No te acuerdas que anoche tú fuiste por mí al pueblo de mi papá?
Tú me sacaste del cuarto del hotel donde mi padre abusó sexualmente de mí, allí en su pueblo de origen, acuérdate…
Fue para las fiestas patronales del municipio donde nació mi padre, allá como por 1957, para el día doce de diciembre, como por ahí por esas fechas, fiestas en honor de la virgen de Guadalupe, que en el momento de mi violación no sé en dónde cabrones estaba.
Enfiestada yo creo, o en el pedo, o con el espíritu santo, menos en lo suyo, que era cuidarme.
Tenía escasamente arribita de los cuatro años.
Apenas me empezaba a alzar del suelo.
Tú supiste que estaba ahí en ese cuarto.
Por eso fuiste ahí por mí, para sacarme de ese horrible lugar donde me quede atrapado,
a t r a p a d o…
a t r a p a d o…
a
t
r
a
p
a
d
o…
Mi papá me había dejado solo, dormido en el cuarto del hotel; se había ido de parranda con sus amigos.
El cuarto del hotel era el número 11.
Ahí en medio del sueño, en la cama del hotel, fui despertado en forma feroz, cruel, brutal, al sentir el tremendo dolor que me produjo el dedo de mi padre al meterlo dentro de mi cuerpo, dentro de mi ano.
En el momento que desperté, estaba con los calzones abajo, a la altura de las rodillas.
Empecé a llorar y a revolverme sintiendo que mi cuerpo se me partía.
Me acuerdo que con mis movimientos y mis manos, logré que sacara su dedo e intenté subirme los calzones, pero él, mi papá, no me dejó.
Y me lo volvió a meter.
El dolor que sentía era insoportable, atroz, infinito.
Con mi mano izquierda, meneándome y sacudiéndome, logré hacer que retirara de nuevo su dedo de mi cuerpo.
Cuando sacó su dedo, éste olía a caca.
Todavía recuerdo ese asqueroso olor.
Mi padre tenía, además, un espantoso tufo a alcohol mezclado con comida.
Conservaba todavía en los labios, restos blanquecinos de algo así como queso o panela y su olor era nauseabundo, también una especie de babaza le escurría por la comisura de sus labios, cayéndole hasta el pecho, ensuciando su camisa.
Estaba acostado boca arriba en la cama.
Se veía y olía inmundo.
Recuerdo que me agarró por el tórax con sus dos manos y me coloco encima de él, y puso su horrible cara muy cerca de la mía...
Vi sus ojos totalmente vidriosos y perdidos, transparentes, acuosos, hundidos, mudos, negros, desafocados,
m
u
e
r
t
o
s…
La piel de su cara morena, ennegrecida de sudor maloliente y apestando a alcohol y a vómito, tenía un color casi morado, azulado, negro.
Se me figuró como un cuervo muerto.
Parecía como poseído por alguna entidad maligna, como endemoniado.
Intentó volver a meterme el dedo, pero yo seguía llorando.
Estaba partido, roto, desbaratado.
No sabía que estaba pasando, no sabía que estaba haciendo mi padre conmigo.
Solo sentía dolor, mucho dolor.
El ataque que estaba recibiendo venía de quien yo creía que era quien me cuidaba, quien me protegía.
Eso era lo que yo alcanzaba a entender: que a mí no me podía pasar nada, que nadie me podía lastimar por estar protegido por él, por mi padre.
No sé cómo me veía en su desbarajuste alcohólico, mental, alucinado, creo que me percibía como si fuera una mujer o su mujer.
En el cuarto estaban también los amigos de mi padre, el Cacharpas y el Heladio sentados al lado de la puerta del baño, perdidos de borrachos ellos, viendo alucinados lo que mi papá estaba haciendo conmigo: abusando de mí, violándome, agrediéndome…