Carrusel
Por Jacobo Eduardo
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¡El presente está lleno de sorpresas!
Solo pregúntale a Rom, un rockstar quebrado que tiene solamente una semana para hacer un concierto o morirá. Su única opción será reunir a su antigua banda, quienes lo odian, solo para encontrarse con una sorpresa que cambiará su presente.
Experimenta la verdadera libertad y deja de dar vueltas y vueltas en el pasado como un carrusel.
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Carrusel - Jacobo Eduardo
No sé por qué madres llegué hasta acá, pero reconozco estas calles como la palma de mi mano. Tanto tiempo que las recorrí como huérfano.
¡Me las vas a pagar Rom!
El grito de Aquite me saca de mi nostalgia y me inyecta un golpe de adrenalina. Me agradecerás que te mate cuando te atrape y te castre, hijo de tu perra madre.
¿Quién diría que Aquite hablaría tan bonito? Mi cínico interno ríe de ironía ante mi peligro, y a pesar de las miradas ocasionadas por mi super atuendo, de solo un boxer y una bata, me siento vivo. Tanto que huelo a adrenalina pura. Mi cuerpo ni siquiera siente más dolor ni el sangrado de la pierna. Corro como si no hubiera mañana, más rápido que Bambi huyendo del fuego arrasador, hasta que una de esas casas modernas con barda pequeña se abre ante mis ojos.
Sin pensarlo dos veces, salto al patio de un brinco y como un campeón olímpico fallando en pleno vuelo, mi pie tropieza con la parte superior de la barda. Caigo rodando, entre maldiciendo y dando gracias por el pasto blando que amortiguó mi caída.
¡Por allá, Aquite!
Los gritos del otro matón, destruyen las estrellas imaginarias que ruedan sobre mi cabeza como en una caricatura. Sacudo mis ojos, recobro el sentido. Me pongo de pie y salgo disparado como un rayo.
¡Rom!
Escucho sus gritos cada vez más fuerte.
—Putain. ¡Me están alcanzando!
Corro tan rápido que mis pulmones respiran fuego. Salto una barda y otra, y otra y otra, hasta que mis pies pisan un
pasto familiar.
Entre todas las malditas casas… ¿tenías que acabar aquí?
—¡Lo sé!
Quiero gritar, pero mis exhalaciones no me dejan. Solo me enfoco en una cosa y en solo una cosa: en sobrevivir. A la mierda todo lo demás. Es chistoso como desechamos todo tan fácil cuando estamos al borde de la muerte.
¡No empieces de sentimental!
De nuevo, ¡lo sé! Pero, las gotas de sudor que emanan como ríos sobre mi frente, me dan la excusa perfecta para hacerlo. Entre el atardecer rojizo que me encandila por enfrente y los matones que me persiguen por detrás, me siento acorralado entre el futuro y el pasado.
¡Tú solo corre! ¡No pienses!
Putain, ¡okay! Sacudo la cabeza como un caballo de carrera, listo para quitarme el exceso de sudor sobre la cara, cuando me brinca a la vista esa casa. Esa casa llena de memorias. Esa casa azul con sus balcones coloniales llenos de responsabilidades que repudio, y ahí en el balcón, sentada y viéndome correr está ella.
—¡Despídete de tus huevos, Rom! —Aquite me grita sin piedad alguna.
¡Putain! Siento su aliento lleno de muerte sobre mi cuello. Volteo y los ojos me saltan. El maldito está a solo unos pasos cerca de mí.
No, no, ¡no!
Aprieto mis ojos e inclinó la cabeza, dispuesto a correr al final del mundo. Corro y corro y corro, aumentando la velocidad hasta que pierdo la noción de hacia dónde voy.
¡Necesito verla una vez más! El pensamiento pasa como una estrella fugaz. Volteo a verla y en cámara lenta, veo como pronuncia una palabra con dos sílabas: #-#
¿#-#?
La palabra atraviesa mi corazón inexistente y de pronto, siento unas ansias de abrazarla, de protegerla, de amarla como nunca antes lo había hecho.
Ella continúa hablando, alzando sus brazos en forma de alarma, pero no la escucho. Solo alcanzo a leer una palabra más sobre sus labios: Ár-bol.
¿Árbol?
¡Bam! De pronto todo mi mundo se torna negro en un instante. Mi cuerpo para de golpe. Cada uno de mis sentidos me abandona y solo escucho pasos acercarse.
—Eres un idiota Rom. Al patrón le dará risa escuchar, de cómo te hiciste garras con un árbol.
¿Aquite?
—Ahora sí despídete. —Exclama
¡Tziu! Escucho algo filoso cortar el viento.
¿Acaso este es el final?
—¡¡¡#-#!!! —Esa palabra de nuevo—. ¡No! —Y la escucho gritar una vez más antes de…
Salgo del centro de rehabilitación holística con un nuevo bronceado y una sonrisa deslumbrante. La luz de la mañana se asoma por la copa de los árboles e irradia paz sobre todo mi ser.
—¡Rom! —Nacho, el ex-gerente médico con espíritu de porrista, interrumpe mi calma—. ¿Puedo acompañarte?
¡Mándalo a la fregada! Que ruede el gordito. Mi cínico interno ríe y pienso, pero solo callo. Miro el verde e interminable camino hacia el portón.
—Sí, volteo a ver a Nacho, —Vente.
Nacho me acompaña feliz con una sonrisa de oreja a oreja, hasta que mira las cicatrices de mis muñecas y su sonrisa desvanece. Aún así, con todo y el olor a humedad, palmeras y tierra mojada que invade mi nariz, me las huelo que Nacho se muere de sacarme plática.
—Y…, —Nacho tartamudea—. ¿Qué es lo que piensas hacer ahora, Rom?
¡Lo sabía! —Reunir a mi banda, —lo miro de reojo—.
—¿Enserio? — Los ojos de Nacho saltan de la emoción—, —¿Vas a reunir a Vastards, después de tanto tiempo sin tocar juntos? ¿Crees que la gente se volverá loca de escucharlos de nuevo? ¿Pero no estás nervioso?
Le lanzo una mirada.
—Perdón, —Nacho clava su mirada al suelo—, Me emocioné.
—Ja-ja-ja-ja, —suelto una carcajada, no puedo evitarlo—, Nacho, ¿qué es lo que quieres saber?
—No sé, cualquier cosa, —me mira con ojos de porrista—, es que nunca platicas sobre ellos y me encanta tu música, y hasta me da curiosidad saber de cómo se conocieron.
—Nacho, —lo interrumpo, poniendo los ojos en blanco—, es una historia muy larga.
—¿Tan larga como el camino hacia el portón?
—Más larga, —respondo con un tono tajante.
Silencio.
Solo se escuchan los pájaros cantar y Nacho clava su mirada más en el suelo. Se da por vencido.
¡No seas así! Cuéntale algo, lo que sea, mi cínico interno me regaña y pienso. Le hago caso y le doy unas palmaditas a Nacho en la espalda, para que no se agüite.
—Y podría estar tentado a contarte esa buena historia, —una media sonrisa se desliza por mi rostro—, si de casualidad tuvieras algo que fumar.
Más silencio.
Nacho se detiene de pronto. Mira a su alrededor. No ve a nadie, solo el calor de la jungla nos acompaña. Mete su mano a la bolsa y saca un gallo bellamente forjado como un bat de béisbol.
Sabía que ese gordito guardaba uno, mi cínico interno me susurra. —Bien, Nacho, ¡tu muy bien! —Una sonrisa se desliza por mi barba rubia—. ¿Tienes encendedor?
—Sí, —Nacho saca un encendedor rojo de su otro bolsillo y me enciende el gallo—.
Fumo deliciosamente. El thc llena mis pulmones de tranquilidad y con un sabor a uva, le pregunto: Ahora sí, Nacho, ¿qué quieres saber?
Nacho sonríe emocionado, como nunca antes.
—De seguro, siempre tuviste mujeres persiguiéndote, ¿no?
—¿Persiguiéndome? El viento silba sobre las palmeras y no puedo evitar recordar la canción de: It’s The Vastards.
La escucho en mi mente mezclarse con los otros sonidos de la naturaleza. Fumo un poco más y se me escapa una pequeña sonrisa,— Algo así.
—
22 años atrás en un orfanato
Gritos.
Mi versión de trece años huía de una manada de bullies por los pasillos azules del orfanato. Corrí como un adicto huyendo de la policía, escuchando jadeos rápidos detrás de mi cuello.
Vi una esquina, la tomé y derrapé la poca suela que le quedaban a mis tenis malgastados. ¡Zas!
Escuché algo azotar contra la pared. Volteé atrás por un segundo y vi a los bullies estampados hechos bola.
Esa fué mi oportunidad. Abrí la primera puerta que vi a mi derecha, una puerta de madera desgastada con ventana en la parte superior, y sin pensarlo dos veces, me metí al salón.
El corazón me retumbó por todo el pecho, consciente de mi miedo inminente. Cerré la puerta y me agaché de golpe.
¡Pam! ¡Pam!
Escuché pasos. Dejé de respirar. Me llevé las manos a la boca, como si eso fuera a callar mis respiraciones agitadas.
Silencio.
Los pasos se detuvieron al otro lado de la puerta y ese momento, sentí como si mi corazón se detuviera.
—Putain. —Una cara se asomó por la ventana de la puerta. Mis ojos saltaron, al ver que giraba la perilla.
¡Ya vali madre! Pensé en las patadas que me iban a poner, en los sapes que me iban a pegar, cuando de pronto, escuché un grito por los pasillos.
—Se fue por ese lado, ¡ven!
Los pasos se alejaron y por fin respiré. Una bocanada de aire nunca se había sentido tan bien.
—¿Qué mierda haces aquí, mocoso? —Una voz ronca me sacó de mi éxtasis momentáneo.
Respiré adrenalina entre bocanadas de aire, miré por dentro al salón de mi salvación y me di cuenta que no estaba solo. Vi a un viejo fumando, como si acabara de salir de un concierto de Led Zeppelin. Instrumentos brillantes lo rodeaban: una batería puesta sobre una alfombra roja, un bajo pegado a la pared de madera, un micrófono plateado y una guitarra sostenida por un niño de cabeza rapada.
—Charly, —el viejo notó mi angustia como un lunes por la mañana—, tráele un vaso de agua antes que se ahogue del susto.
El niño de cabeza rapada, además de chaparro con una media sonrisa de zorro, asintió. Conoce a Charly. Su mirada no dejó de perseguirme, aun cuando dejó la guitarra que sostenía y fue a servirme un vaso de agua.
El agua refrescante pasó por mi garganta. — Gracias, —le di el vaso de regreso, pero él solo guardó silencio y me lanzó una mirada llena de despreció.
¿Qué le pasa a esa cabeza rapada? Pensé al ver que no me quitaba la vista. Fruncí el ceño y lo confronté con otra mirada como en forma de juego, pero para Charly no lo era.
Sentí como la tensión subía como globo aerostático, hasta que—.
¡Bam, bam!
El viejo nos dio unas palmadas en los hombros, sin medir su fuerza.
—Auuchh
—Ahora que estamos rehidratados y todos contentos—, miró sarcásticamente a Charly por un segundo y me pregunto apuntando a la guitarra— Dime, mocoso, ¿sabes tocar?
—Sí, —asentí sin dudar.
—Mentiroso, —Charly me contestó, gritando—, dices que sí, porque no quieres que te peguen los demás afuera.
—¿Ah, sí? —El viejo sonrió y agarró la guitarra—, bueno, solo hay una forma de saberlo, ¿no? —Me pasó la guitarra—. Si puedes tocar, entonces te puedes quedar. —Me extendió su mano arrugada—.
Me quedé inmóvil por un momento. No había tocado desde que ella murió. La guitarra se sintió extraña, alienígena en mis brazos.
Miré la sonrisa arrugada del viejo y no estaba seguro de querer tocar, hasta que los ojos desafiantes de Charly me miraron; entonces todo cambió. Una determinación se deslizó por mis hombros. Erguí mi espalda y estreché la mano del Viejo.
—Bien, —el viejo me dio espacio—, así me gusta. —Se sentó sobre una silla al fondo del salón y apoyó sus pies sobre un escritorio de madera.
Olí estática combinada con sudor y encino. No me había percatado del olor, hasta que mis dedos rasparon las cuerdas de la guitarra.
¡Wamm!
El amplificador conectado a la guitarra sonó y la risa de Charly lo acompañó.
—¡Lo sabía! —Gritó, apuntándome con el dedo—, no sabes tocar.
No le hice caso. Seguí ecualizando a mi manera. Listo, miré al viejo recibiéndome con una sonrisa.
Él siempre lo intuyó. Sin pensar más, deslicé los dedos sobre las notas más bajas de la guitarra y para la sorpresa de Charly, mi guitarra gimió y canté:
I’m nobody’s clown,
so stop fooling around.
You can’t even tell,
what’s bright and what’s brown.
Canté de solo pensar en los bullies y la mandíbula de Charly cayó más rápido que una groupie escuchando mis canciones. Toqué unos acordes de rock clásico, hasta que el viejo se paró y silbó que le parara.
Dejé de tocar. Pensé a mil por hora en que la había cagado. Agaché la cabeza y dejé la guitarra recargada en la pared. Sin esperar respuesta, me fui agüitado.
¡Clap!
¡Clap!
El aplauso del viejo me hizo voltear de vuelta.
–¿Cuál es tu nombre, mocoso?
—Romain, —respondí con ojos llenos de esperanza—, pero puedes decirme Rom.
—Muy bien, Rom, —el viejo prendió un cigarro—, nos vemos mañana. —Fumó un par de bocanadas y miró a Charly—: Enséñale a Rom como nos movemos aquí, Charly.
Los ojos me saltaron. Miré al viejo sin entender bien lo que acaba de pasar, hasta que salté al sentir un brazo sobre mis hombros.
Como si fuera ahora mi mejor amigo, Charly apoyó su brazo sobre mí, —Vamos, —me llevó afuera y dijo con su mueca de media sonrisa—, no sabes lo que te espera.
—
—¿Dónde aprendiste a tocar así? —Nacho me pregunta de vuelta en el presente.
Veo entre humos de mariguana, el esplendor de la jungla que nos rodea con todos sus tonos verdes y matices cafés, y no puedo evitar pensar en ella. A ella le hubiera encantado caminar por este sendero. De seguro hubiera compuesto una canción cálida llena de tonos silvestres.
Sea. La vida fue así. Una tragedia en vuelta de otra oportunidad. Asiento las palabras de mi cínico interno.
Volteo a ver a Nacho y respondo con nostalgia, recordándola como si fuera ayer: Mi madre me enseñó.
—
—Espera, ¿tu mamá?" —Charly frunció su entreceja en el pasado—, ¿entonces por qué estás aquí?
Sin poder contenerme más en el jardín, mis ojos se llenaron de lágrimas. Aparté la vista, no quise que Charly me viera llorar. Miré hacia arriba, hacia el follaje de un encino y vi como se desplomaba una de sus hojas hasta caer al suelo.
—Está muerta, respondí.
Silencio.
Charly buscó mi mirada, me miró directo a los ojos y con lágrimas contenidas, dijo: Lo siento.
Levanté las cejas, sorprendido. Charly fue la primera persona que sin conocerme, me miró, realmente, me vio y sintió mi dolor escondido en las cuevas más profundas de mi ser.
—¿Y tú? —Le pregunté queriendo cambiar de tema—, ¿dónde aprendiste a tocar?
Charly tomó una rama y sonrió con orgullo, Con el viejo, dijo.
—¿Es bueno? —Me sequé las lágrimas de los ojos.
—El mejor, —Charly respondió—, antes tenía una banda de rock, —agarró la rama como si fuera una guitarra eléctrica y con sus dedos rozó la parte más baja—, así toca el viejo, tienes que…
¡Putain! ¡Son ellos! La adrenalina me corrió de golpe y me escondí detrás del primer árbol que vi.
Frunciendo el ceño, Charly miró a los alrededores del jardín. Vio árboles, pasto y un grupo de bullies pasar. Entendió al instante mi miedo. Me hizo el paro y pretendió como si jugara solo.
¡Pam, pam!
Escuché como los pasos crujían sobre el pasto, cada vez más lejos, hasta que Charly dijo: Ya puedes salir.
Agachando la cabeza, con una pena pintada sobre mi rostro, salí.
—Esconderte no resolverá tus problemas, —Charly siguió—, lo que necesitas es protección y yo sé quien nos la puede dar.
—¿Nos? —Levanté la vista.
—Nos. —Charly sonrió como zorro astuto, tramando algo—. Me gusta como cantas y sé que