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La Creación Del Mundo Tierra: Las Rrónicas De Thalindor Libro I
La Creación Del Mundo Tierra: Las Rrónicas De Thalindor Libro I
La Creación Del Mundo Tierra: Las Rrónicas De Thalindor Libro I
Libro electrónico417 páginas6 horas

La Creación Del Mundo Tierra: Las Rrónicas De Thalindor Libro I

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Información de este libro electrónico

Hikaru, duende chamán de Thalindor relata cómo los Dioses del Trono crearon el Mundo Tierra después de que la Primera Humanidad desapareciese debido a un cataclismo.
Se reúnen en la Isla de los Incorpóreos, donde habitan los 8 Arcángeles, y generan un nuevo mundo libre de Maldad, donde todos puedan vivir libremente.
Lucifer introduce la Malicia en este mundo, lo exilian y escapa.
Después de esto, todo cambia.

IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento30 abr 2024
ISBN9788835465355
La Creación Del Mundo Tierra: Las Rrónicas De Thalindor Libro I

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    La Creación Del Mundo Tierra - María Acosta

    Prólogo

    Me llamo Hikaru, soy el chamán de la aldea de los duendes sanadores, nuestro mundo está compuesto por cuatro aldeas, juntas formamos Thalindor. Dioses, humanos y duendes me han encargado que escriba lo que sucedió con los Cuatro Reyes y las batallas en las que nos vimos comprometidos debido a la ambición desmedida de Lucifer, uno de los ocho arcángeles que habitaba en la Isla de los Incorpóreos. No soy más que un escriba, me han ayudado en esta ingente tarea individuos de los tres Mundos (Mundo de los dioses, Mundo Tierra y Thalindor) y algún que otro demonio que renegó, finalmente, de las huestes del arcángel rebelde. Me han encargado que ponga en orden lo sucedido. Hay mucho que contar y que explicar. La historia que vais a leer es sangrienta pero en ella también tiene cabida la felicidad, el compañerismo, la lealtad y, por supuesto, la traición, la maldad y las intrigas. Las Crónicas de Thalindor cuentan cómo los dioses crearon el Mundo Tierra y cómo la envidia de uno de los miembros que debería haberlo defendido, Lucifer, provocó sangrientas batallas que dejaron una marca indeleble en nuestras almas. Fue una encarnizada lucha entre la Luz y la Oscuridad, en la que muchos murieron. Pero su muerte no fue en vano. Eso es lo que voy a contar

    Capítulo 1: El Mundo Tierra

    Asgard. Territorio de Odín, país de montañas y de nieve, pero también lleno de árboles, matorrales y todo tipo de vida. Protegido por los cuatro dragones durmientes, por el norte y por la cadena de montañas que van de este a oeste, por el sur. Un lugar inexpugnable pero hermoso. El castillo de Odín, un magnífico edificio, robusto, de buena piedra gris, extraída de las minas de Asgard.

    La fortaleza, de planta cuadrangular, tiene cuatro torres, una en cada esquina, donde pasan las vida los guerreros más valientes, fieles a Odín y a su familia. Un gran patio, flanqueado por una serie de arcos, sirve a los inmortales guerreros para que entrenen, alrededor del mismo herrerías y caballerizas y, en medio de ellas, dos salas de guardia. El castillo del Dios Supremo es inexpugnable y la paz reina en Asgard. El tiempo es mutable, incluso para los inmortales, es algo que ni siquiera ellos pueden controlar totalmente. En la primera planta del castillo, a la que se accede mediante una escalinata, se encuentran la sala del trono, dos grandes comedores y las habitaciones donde los seguidores de la familia real habitan. Otra gran escalera parte desde este primer piso hasta el torreón central, el espacio privado de Odín, de su esposa Frigg y de sus hijos, los Alpha: Thor, Ragnar y Loki.

    A Odín, padre de todo y Dios del Conocimiento, le gusta desayunar en su terraza del torreón, desde donde puede admirar el amanecer en todo su reino. También los pueblos y ciudades que conforman Asgard, sus gentes y sus casas.

    Frigg, su querida esposa, vuelve a estar embarazada, un nuevo hijo, un nuevo Alpha, que se llamará Ivar.

    La habitación donde se hallan, de grandes proporciones, posee dos entradas, por una acceden Odín y su familia, por la otra, sus seguidores.

    En ella se encuentran dos mesas octogonales de piedra labrada, una más pequeña que otra, ligeramente separadas. En una, se sienta El Padre de Todos con su esposa e hijos, cómodamente distribuidos en butacas de roble cubiertas de piel de oso: Odín en el lado del octógono más cercano a la pared, enfrente de él, Frigg y entre ellos dos sus hijos Alpha, Thor, Loki y Ragnar.

    A Odín le falta el ojo izquierdo, que sacrificó en el Pozo de Mimir para poder acceder a la sabiduría infinita y conocerlo todo, menos el futuro. Viste una larga túnica, botas de piel, una coraza de cuero gruesa que lo convierte en invencible y una capa azul como el cielo sereno de la noche. Sus armas, que sólo lleva cuando la situación lo requiere, son la espada y la lanza (Gungnir) y en las batallas monta su corcel de ocho patas llamado Sleipnir, gigantesco y de color gris. Puede adoptar la forma de un anciano de barba y pelo blanco, que representa la sabiduría. Cuando se siente amenazado o lo domina la ira se convierte en un fornido y gigantesco joven rubio al que todos temen.

    Frigg, es una buena madre y esposa, es la diosa de la familia, el hogar y el matrimonio, y también de la previsión y de las artes domésticas. Viste una larga túnica de color verde esmeralda hasta los pies y una capa gris hecha con nubes de lluvia que ella misma hila en su rueca. También confecciona el resto de las vestimentas de sus hijos y de sus fieles seguidores en una de las habitaciones del torreón principal. Puede ser una dulce esposa o una feroz guerrera. Su largo cabello rubio lo lleva recogido en dos trenzas y sus ojos son azules como el profundo océano.

    De los tres hijos Alpha (Loki, Ragnar y Thor) éste último es el más joven. Apenas un chiquillo de diez u once años. Viste la túnica de los infantes que han comenzado a entrenarse en el combate, de color marrón claro, que le llega hasta las rodillas, ceñida por un cinturón de cuero del que pende una pequeña espada, sin filo, por el momento; su capa es de color azul oscuro y lleva unas botas de piel de foca. Aunque es consciente de su importancia todavía no lo es del poder que llegará a tener cuando crezca.

    Loki, que está sentado entre él y Ragnar, va con el torso desnudo, como todos los jóvenes dioses, y viste una túnica corta del color de la tierra que sujeta a su cintura con un sencillo cinturón de cuero. Su capa, en dos tonos de azul, re- presenta su doble naturaleza: azul claro, del mar límpido y transparente, y azul oscuro, del mar revuelto y tumultuoso. Es el inventor de la red con la que los hombres pescan todo tipo de animales acuáticos. Siempre sonriente, los otros dioses no saben realmente lo que piensa. De cabello y barba rubia acabada en punta y ojos castaños que pueden cambiar de color a voluntad, lleva un tocado verde y suele portar en la mano derecha un bastón de roble que en su parte superior tiene forma de serpiente; con este cayado consigue cambiar de forma cuando lo cree necesario, tanto humana como animal, y las botas que calza están confeccionadas con piel de serpiente.  Nadie sabe realmente quién es Loki ¿hermano de Odín o de Thor? Sólo él conoce la verdad. Su naturaleza de estafador y mentiroso, su gran habilidad para el engaño, consigue que ni los propios dioses conozcan su verdadera esencia.

    El último hijo Alpha, Ragnar, es el mayor de los tres. Sobresale entre todos los hijos de Odín, Alpha o no, por su enorme fortaleza. Se considera a sí mismo el guardián de Odín y Frigg. Nadie se puede acercar a ellos a menos que Ragnar lo permita y Odín lo consienta. Ha renunciado a tener un reino propio, ni siquiera ansía el poder que le daría, como hijo mayor, ser el heredero al trono de Asgard. Destaca entre todos los dioses y guerreros del reino por su altura y sus poderosos músculos. Viste una sencilla túnica negra y un cinturón de cuero del mismo color. Su capa, también negra, ha sido confeccionada por Frigg con nubes de tormenta. Su cabello, intensamente pelirrojo y espeso, enmarca un rostro de facciones duras, decididas, y sus ojos, negros como una noche sin estrellas, pueden expresar la ira más intensa o el fervor más incondicional. Su barba pelirroja la lleva re- cogida en finas y largas trenzas que le llegan hasta la mitad de su pecho desnudo. Ragnar, con su estatura y poderosa musculatura, es un arma en sí mismo. Así y todo, cuando entra en batalla, al lado de su padre, lleva una gigantesca hacha de doble filo que infunde pavor con su sola presencia. Puede llegar a ser amable y paciente, sobre todo con los ni- ños y niñas de Asgard, del que es su maestro de armas, a los que entrena en la inmensa explanada del castillo.

    En el centro mismo de la mesa hay un frutero con manzanas doradas que producen una luz esplendorosa que ilumina toda la estancia. Cultivadas por Freya, este fruto man- tiene inmortales a los dioses. Es Odín el primero en coger una de ellas. De repente, la luz se ve ensombrecida por dos enormes pájaros que han entrado por el gran ventanal de la terraza. Son Hugin y Munin, los cuervos mensajeros del dios supremo, que quieren compartir con su amo el suculento almuerzo.

    ― ¡Mis leales amigos! ¡Venid aquí! ―dice Odín soltando al mismo tiempo una sonora carcajada que hace que los más jóvenes de la mesa más grande se sobresalten.

    Es la primera vez que son invitados y todavía no conocen a la perfección ni las normas ni el carácter de su Señor.

    Los cuervos, ante las palabras del dios, se posan con cuidado sobre la mesa intentando no tirar nada con sus poderosas garras ni derramar ni una gota de las bebidas con sus alas. Son dos animales enormes, más que cualquier otro cuervo creado; mansos o temibles, según ordene su amo, se colocan al lado del dios y, ante una señal de éste, comienzan a picotear de un cuenco lleno de carne. Deben coger fuerzas para cumplir su misión: viajar por todo el mundo conocido en busca de noticias que contar a su Rey. Los dioses y seguidores más jóvenes, desde la gran mesa, los observan con los ojos muy abiertos, es la primera vez que ven a estos animales y su figura imponente les intimida un poco, pero no a todos, no a Agda, una muchachita sentada a la derecha de Tyr.

    ― Son muy hermosos ―se atreve a decir Agda dirigiéndose a Annika, su hermana, que está sentada a su lado.

    ― A mí me dan miedo.

    ― Yo te protegeré ―dice Agda rodeándola con su brazo.

    Odín, que posee un finísimo oído, sonríe, esas dos mucha- chitas… serán grandes guerreras siempre que no se separen la una de la otra. Agda llegará lejos, piensa el dios, Ragnar me ha dicho que es una excelente alumna y acabará siendo una poderosa guerrera.

    Sus pensamientos se ven interrumpidos por un sordo retumbar que a cada segundo que pasa se hace más estruendoso. Antes de que nadie pueda reaccionar dos inmensos y negros lobos entran a la carrera por la puerta más alejada a la mesa de Odín. Agda, la joven guerrera se levanta con la intención de ir hacia ellos pero Tyr, que está a su lado y no ha dejado de vigilarla ni un minuto, la frena cogiéndola por el brazo.

    ― ¿Quieres que te destrocen? Son Geri y Freki, los lobos guerreros de nuestro rey. Mantente tranquila y nada tendrás que temer.

    ― A nada temo ―responde rápidamente la chiquilla osan- do mirar directamente a los ojos del dios de la guerra.

    ― Lo sé ―replicó Tyr esbozando una sonrisa ―Pero es mejor para todos que no te muevas. Quien se enfrenta a ellos, se enfrenta a Odín.

    Los enormes lobos, después de entrar en la terraza como un vendaval, se tranquilizaron en cuanto vieron a su amo. Con la cabeza gacha y moviendo los rabos en señal de alegría se acercaron lentamente hasta las inmediaciones del dios. Odín se levantó de su cómoda butaca y fue hacia ellos, estaba a menos de un metro de los animales, que permanecían totalmente acostados en el suelo, sumisos y esperando anhelantes las palabras de su dueño.

    ― ¡Mis queridos amigos! ¡Mis mejores guerreros! ¡Cómo anhelaba veros! ―les dijo mientras acariciaba sus lomos negros y relucientes con sus enormes y fuertes manos ―Venid, comed con nosotros.

    Dándose la vuelta volvió a la mesa, cogió dos enormes piernas de cordero y se las lanzó a Geri y Freki que no tardaron en dar buena cuenta de ellas. Después de lo cual, tal como habían venido se fueron. Al poco, los cuervos los imitaron y levantaron el vuelo saliendo por el mismo enorme ventanal por el que habían entrado.

    La tranquilidad volvió a la terraza y todos continuaron comiendo y bebiendo.

    La otra mesa, rodeada de sillas más pequeñas pero igualmente cubiertas de piel suave de bisonte, la ocupan el resto de hijos de Odín, Seguidores de los Alpha. Sólo los hijos Alpha comen en la mesa principal con sus progenitores.

    Tanto en una como en otra hay un gran despliegue de alimentos de todo tipo. Asgard, a pesar de sus nieves, es un lugar fecundo, donde crecen todo tipo de árboles frutales, arbustos con deliciosas bayas y donde abundan las hortalizas y verduras más sabrosas. El Dios Creador de Todo puede hacerlo posible.

    Es tal la abundancia de comida que resulta prácticamente imposible vislumbrar ninguna de las figuras geométricas que, grabadas en la piedra, conforman un laberinto de espirales, dragones, hachas y espadas. Hay pan de centeno, de trigo, de cebada, de avena; miel de flores, de pino, de tilo, de acacia, de salvia; manzanas, peras, granadas, melocotones, albaricoques; verduras rojas, verdes, moradas. Leche, vino y cerveza. Deliciosos pastelillos salados y dulces. Carne de corzo, de jabalí, de conejo, de vaca, de cordero y de cerdo, asada, cocida. Salmones y truchas, recién pescados de los innumerables ríos que recorren Asgard, atunes y pez espada.

    Alrededor de esta mesa están sentados Tyr, el dios de la guerra, en uno de los extremos del enorme octágono, en- frente de él se sienta Bragi, el dios de la poesía y de los bar- dos, que tiene apoyada su arpa en el respaldo de su silla, no vaya a ser que a Odín le apetezca escuchar cualquier canción o poema; en la parte de la mesa más próxima a la puerta por donde entran los Seguidores, están Freya, diosa del amor, la belleza y la fertilidad, pero también de la guerra, la muerte, la magia, la profecía y la riqueza, y Sif, diosa de la fidelidad y de las cosechas. Entre ellas, tres futuras diosas guerreras, Dagny, Eir y Frida. Justo enfrente de éstas se sienta Balder, el dios de la paz, la luz y el perdón. A la derecha de Tyr, to- das las diosas y guerreras, a la derecha de Bragi, todos los dioses y guerreros. Así lo quiere Odín y así se hace. Agda, la muchachita que había querido enfrentarse a los lobos cuchichea con Alvar, un joven dios y guerrero como ella, a espaldas de Tyr que, concentrado en comer con su mano izquierda no les presta atención. Hasta que ya le pa- rece demasiado. Estos dos no paran de bisbisear y están comenzando a hartarle.

    ― ¿Se puede saber de qué estáis hablando? ¿Tan importante es que tenéis que importunarme con vuestra cháchara? ―les dice volviéndose de repente hacia ellos, con una mirada que no promete nada bueno.

    Agda y Alvar se miran fijamente. Tyr tiene paciencia pero es un dios temible.

    ― Estoy esperando ―vuelve a hablar Tyr esta vez con un tono menos agresivo.

    Es Agda la que, siempre impetuosa, se atreve a preguntarle:

    ― ¿Por qué comes con la mano izquierda?

    La muchacha ha formulado esta pregunta en voz alta y clara. Todos la han escuchado. Todos se quedan asombra- dos por la osadía de la pequeña. Incluso Odín.

    El dios de la guerra, entonces, dulcificó su mirada y sonrió:

    ― No es ningún secreto, así que puedo contarlo, con vuestro permiso, mi rey.

    Odín asintió y entonces Tyr contó su historia:

    ― Hace tiempo había una bestia llamada Fenrir, era un lobo muy grande…

    ― ¿Cómo los que vimos antes? ―le interrumpió Agda.

    ― Más grande, mucho más grande, una bestia gigantesca. Y no me interrumpas.

    La chiquilla, dándose cuenta de que había molestado al dios, asintió con un movimiento de cabeza y se quedó callada.

    ― Como iba diciendo, hace tiempo, mucho tiempo, había un lobo muy grande llamado Fenrir, era totalmente indomable, no se dejaba doblegar ni por dioses ni por hombres y era muy malvado. Una y otra vez los dioses intentamos encadenarlo y todas las veces Fenrir rompía la cadena. Así que decidimos pedir a los enanos que fabricasen una cinta mágica. Los enanos lo hicieron y nos la entregaron:

    He aquí lo que habéis pedido, se llama Gelipnir y está fabricada con las barbas de una mujer y las raíces de una montaña. Con ella conseguiréis domeñar a Fenrir.

    De nuevo intentamos convencer a Fenrir de que se dejase atar. Era una bestia muy astuta y traicionera, así que nos dijo:

    Aceptaré que me atéis si uno de vosotros mete la mano en mi boca en señal de buena fe.

    Parecía que íbamos a conseguir nuestro propósito, así que me presenté voluntario para meter la mano en las fauces de Fenrir, en ese momento el resto de los dioses consiguieron amarrarlo. Al sentirse engañado, el formidable animal me mordió la mano. Desde entonces quedó inutilizada mi mano derecha y he tenido que aprender a usar la izquierda. ¿Ha quedado satisfecha tu curiosidad, pequeña?

    ― Sí.

    ― ¿Cómo te llamas?

    ― Agda.

    ― Eres valiente, Agda, pero tienes que aprender también a ser prudente.

    Es justo cuando Odín está dando buena cuenta de una pierna de cordero asado cuando entra, sin ni siquiera ser avisado, el Conde Real Arie.

    Su nombre significa león del Dios o águila. Es el mensajero de Odín y su guerrero preferido entre los semi dioses, hijo de una diosa y un mortal, que se salvó del anterior cataclismo. De musculatura poderosa y fina inteligencia. Viste siempre una coraza de plata sobre su túnica morada, que le llega hasta las rodillas. El color de la túnica lo distingue como un guerrero semidiós, lo mismo que la coraza pues el oro está reservado a los dioses. Pelo largo pelirrojo peinado en múltiples y finas trenzas, al igual que su barba que le llega hasta más abajo del pecho, casi tapando la coraza. Calza unas botas de morsa de color blanco y de un cinturón del mismo material penden dos puñales hechos con los colmillos de este animal. También lleva un tahalí del que cuelga una espada enorme de doble filo, con signos rúnicos grabados a la largo de su hoja, un regalo de su rey para agradecerle sus servicios.

    Sus manos, grandes, ásperas y con callos dan fe de la otra actividad que desarrolla: fabricante y maestro de arqueros. Trabaja codo con codo con Ragnar en la instrucción de los jóvenes reclutas. Por el momento no tiene esposa ni hijos.

    Su entrada ha sorprendido a los más pequeños, que sólo lo conocen por su fama:

    ― Arie, es Arie ―se siente murmurar a lo largo y ancho de la enorme mesa.

    El Conde Real está parado en la entrada de la terraza esperando a que se le permita el acceso; por muy importante que sea el mensaje él nunca se atrevería a molestar al Dios.

    Odín se le queda mirando y hace una seña para que se acerque, Arie le informa, en voz baja, acerca de las últimas novedades, de lo que pasa en su reino. Odín, de la misma manera, le imparte sus órdenes. Nadie sabe lo que pasa, excepto ellos dos.

    Después de marcharse el Conde Real, todos vuelven a centrarse en la comida. Nadie podrá levantarse de su sitio hasta que el padre de los dioses lo ordene. Ni siquiera sus hijos Alpha.

    El silencio ha vuelto a la terraza, Odín roe el hueso de la pata de cordero con fruición, luego coge la jarra de cerveza, bebe un buen trago, la posa de nuevo en la mesa y coloca sus grandes manos sobre sus piernas.

    Es la señal de que ha acabado.

    ― Con vuestro permiso, padre ―dice Ragnar ―debemos entrenar a los jóvenes.

    ― Ve Ragnar, ve, y todos vosotros, id a cumplir con vuestras obligaciones. ―dice al tiempo que hace una señal a Frigg, su esposa, y a Thor, su hijo más pequeño, para que permanezcan sentados a la mesa.

    En pocos minutos la enorme terraza queda desierta. El sol ya ha traspasado las montañas y en Asgard comienza un nuevo día. Hasta el cuarto piso del torreón central del castillo, feudo privado de Odín, llegan los gritos de los mercaderes, el sonido de metal contra metal de los herreros, el mugir de las vacas, los gritos de las madres reprendiendo a sus hijos, el golpeteo de las mujeres jóvenes sobre las tablas de lavar en los múltiples ríos que cruzan su reino. Cualquier sonido que se produzca en su territorio es percibido por el fino oído de Odín. También oye los gritos y las órdenes que Arie y Ragnar imparten a sus jóvenes pupilos, los relinchos de los caballos inmortales, los golpes de las espadas con- tra los trozos de madera de la planta baja donde entrenan todos los días, durante horas y horas, los que serán en el futuro los guerreros defensores de Asgard.

    Finalmente se han quedado solos.

    ― No has ido al cementerio a ver a tus padres ―dijo Frigg mientras se tocaba su todavía pequeño vientre donde se es- taba formando su cuarto hijo, Ivar.

    ― No hablemos aquí, vayamos al Salón del Trono. Es más seguro. Hilöskjalf nos protegerá de oídos indiscretos.

    Los tres dioses salieron por la misma puerta por donde habían entrado y descendieron por una escalera de caracol los cuatro pisos que los separaban del salón del trono, la estancia privada de Odín, que ocupaba toda una planta, atravesaron el pasillo que dividía los cuartos de Frigg y Thor, y, por fin, llegaron a la primera planta donde vivían sus otros dos hijos Alpha, Loki y Ragnar. En ella había dos tramos de escaleras: aquel que conducía hasta la segunda planta del castillo donde estaban las habitaciones de los soldados más valientes y temerarios, fieles a Odín hasta la muerte, donde dormían tanto los que eran dioses como los semi dioses de menor rango. Distintos de aquellos que ocupaban las torres de la entrada al castillo, que eran los privilegiados y que entrarían en batalla si la fortaleza se viese asediada por el enemigo. El segundo tramo de escaleras, oculto por la magia de Freya, llegaba hasta la parte trasera del salón del trono, justo tras el respaldo de Hilöskjalf, el trono desde el que Odín podía observar lo que sucedía en su reino y más allá. Hecho con madera de fresno estaba chapado en oro y su asiento era de color escarlata; este trono se asentaba sobre ocho patas con forma de garras de tigre de las nieves y en lo alto del respaldo un gran sol y una luna representaban el tiempo infinito, el continuo devenir.

    ―Ahora podemos hablar con tranquilidad. Nadie nos es- cuchará ―dijo Odín sentándose mientras Frigg y Thor lo hacían en dos pequeñas sillas, en todo iguales al trono me- nos en el tamaño, más acorde con la naturaleza y la importancia de los conversadores que en ese momento estuviesen con el Padre de los Dioses.

    Antes de hablar, Frigg miró a su alrededor, le tranquilizaban las bellas runas de protección de color azul, rojo y verde que había grabadas en las paredes de la estancia ocultando en buena parte la piedra gris de Asgard con la que es- taba construido el torreón. Luego fijó su mirada en las tres puertas que había en esta sala, transparentes como el agua u opacas como la oscuridad de la noche, según lo quisiese Odín, y la magia de Freya, claro.

    ― Como te decía antes ―comenzó a hablar Frigg ―no has ido al cementerio a ver a tus padres, Bor y Bestla.

    ― No he tenido tiempo por culpa del proyecto de la creación de un nuevo mundo junto con los otros Dioses del Trono, ―respondió Odín emitiendo un suspiro. ―Ya que- da muy poco para que podamos reunirnos y organizarnos para engendrar un mundo habitado por animales y humanos, algo totalmente nuevo. Esta vez queremos un mundo perfecto, uno en que no exista la maldad y la crueldad en el ser humano. Queremos un mundo hermoso, como éste en el que habitamos nosotros, con multitud de tipos de árboles, de madera y de frutos, con flores, océanos y mares, con montañas y volcanes.

    ― Para los océanos vais a necesitar a Poseidón, es el único que tiene el poder de crear los Océanos. ―intervino su esposa.

    ― No es el único, pero sí uno de los más importantes, también tenemos a Timingila, a O-Wata-Tsu-Mi, ambos dioses indostanos, Bathala, que es el dios de la creación en Filipinas, junto con Ulilang Kaluluwa, que también es un dios marino, o Neptuno, aunque sé que con este último no se lleva demasiado bien.

    Thor, que adora a su padre, lo miraba con los ojos muy abiertos. Era la primera vez que asistía a una reunión con ellos dos. ¡Y de un tema tan importante como la creación de algo tan grande!

    ― Creo que tardaremos unos ocho días en construirlo.

    ― Padre ―lo interrumpió Thor con su clara voz de niño ―yo quiero estar allí, cuando estéis creándolo, será muy emocionante… y hermoso.

    Odín sonrió, su hijo más pequeño tenía coraje, compasión, inteligencia y mucha, mucha curiosidad por aprender.

    ― Lo intentaré, hijo mío, pero no podrás ayudar ya que sólo los Dioses del Trono serán los que puedan originar nuevos mundos.

    ― ¿Estarán todos? ―preguntó Frigg.

    ― La mayoría, otros andan demasiado ocupados y han delegado en otros Dioses del Trono sus peticiones. Todo irá bien, querida esposa.

    ― Ayer fui al cementerio a ver a mis padres, también a los tuyos. Estuve reflexionando sobre la Muerte. A pesar de nuestros esfuerzos por ser inmortales con la ayuda de las manzanas doradas, también morimos, aunque nuestro tiempo sea mucho más largo que el de los humanos.

    Thor era la primera vez que escuchaba hablar de la muerte de esta forma y echó el cuerpo hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas y poniendo su cabeza entre las manos. Estaba fascinado.

     ― Nuestro cuerpo ―siguió hablando Odín mirando como su mujer se tocaba el vientre donde crecía poco a poco Ivar ―permanece intacto, igual que el día en que morimos, resguardado en un ataúd de cristal. Pero en el mundo que vamos a crear ahora, cuando los animales y humanos mueran, su cuerpo se empezará a pudrir y quedará solo de ellos los huesos.

    ― ¿Y por qué pasa eso, amor?

    ― No podemos hacer que sean iguales que nosotros, el ser humano, al no tener poderes como los dioses, cuando muere su cuerpo desaparece y sólo quedan los huesos. No puede vivir durante millones de años, como nosotros.

    Odín se levantó y comenzó a caminar por la sala del trono, sus pesados pies resonaban en las paredes, aunque de manera muy tenue, ya que en esta habitación mágica todo se podía magnificar o empequeñecer, a voluntad de su dueño y señor, el Padre de los Dioses.

    Durante unos segundos, quizás minutos, el silencio reinó en la estancia. Thor y Frigg seguían los movimientos de Odín con la mirada, esperando, expectantes, a que volviese a hablar. Luego, volvió a su trono. En cuanto se sentó Hilöskjalf comenzó a relucir, como si el trono intuyera la importancia de lo que se iba a decir a continuación. Sólo los dioses podían soportar aquel deslumbramiento sin pestañear.

    ― En el mundo en que vivimos cada Isla la gobierna un Dios, posee un castillo, esposa o esposas, hijos; cada Isla es un país que tiene pueblos, ciudades. En el mundo de los humanos ocurrirá lo mismo, hemos planeado crear continentes que serán como islas, en los que habrá muchos países, y cada país estará lleno de pueblos y de ciudades, y será gobernado por un Rey o por un Dios, si así lo quieren, o incluso por alguien elegido por el pueblo.

    A Thor todas estas teorías ya no le gustaban tanto y había dejado de prestar atención para pensar en sus cosas. Frigg, que lo conocía a la perfección e incluso llegaba a desentrañar sus pensamientos más profundos, le dio un buen susto cuando le dijo:

    ― Thor, quiero que empieces a llevarte bien con Lucifer.

    ― No puedo; debido a mis poderes de dios soy capaz de sentir su maldad, es el único Arcángel de este mundo que me cae mal, él es malo, mamá, muy malo...

    ― Él es un Arcángel, distinto a los otros, y pertenece a este mundo. Debes respetarlo. Y no creo que sea tan malo, sólo es diferente a sus hermanos.

    ― Él es malo, mamá. Lo sé.

    ― Basta, es suficiente. ―intervino Odín con su fuerte voz, en un tono que no admitía réplica

    ―No quiero oír hablar más de Lucifer. Cuando se expresaba de manera tan tajante nadie osaba replicarle, ni siquiera Frigg. Sabía perfectamente que quien lo contradijese, fuese quien fuese, tendría que enfrentarse a su cólera, fuese familiar o no.

    ― ¿Dónde tendréis la reunión de los Dioses del Trono? ―preguntó Frigg tanto para saber más sobre lo que se avecinaba como para calmar a su esposo.

    ― En la Isla de los Incorpóreos.

    En la Isla de los Incorpóreos viven los ocho arcángeles: Miguel, Rafael, Gabriel, Chamuel, Uriel, Zadquiel, Jofiel y Lucifer. Este sitio no lo gobierna ningún dios. Por eso es un lugar donde éstos pueden reunirse con tranquilidad y absoluta certeza de que ahí no ocurrirá ningún mal, porque la maldad no tiene entrada en el castillo de los arcángeles. Miguel es el general de los ejércitos celestiales. Viste una coraza gris, de guerrero, siempre se le verá con su espada, arco y flechas. Rafael protege a los viajeros, a los que defiende, cuando es necesario, con su largo cayado. Ama la naturaleza y el aire libre. También se encarga de la salud de cualquier ser viviente. Viste una larga túnica verde. A Gabriel, siempre vestido de blanco, lo acompaña una paloma. Es el portador de las buenas y de las malas noticias. Es el mensajero celestial. Chamuel representa la bondad, por eso va acompañado por un serafín y nunca lleva armas. También es el arcángel que protege el amor y los buenos propósitos. Su túnica roja representa la pasión. Uriel cuida de las tierras y los templos. Su función es la vigilancia. En su tarea le ayuda una luz celestial que lleva en su mano derecha pues Uriel es un arcángel de la noche. Zadquiel es el arcángel del perdón y de la expiación de las malas acciones. Su arma es la Misericordia Celestial, por eso viste de morado. Jofiel ayuda a conseguir sabiduría, mediante consejos e iluminación. Es el maestro que aporta los medios para llegar a la meta. Viste una túnica amarillo oro, representando la pureza de sus enseñanzas. Siempre lleva consigo un libro pero también una espada para defenderse de la ignorancia.

    Y luego está Lucifer; este arcángel brilla por sí mismo. La Sabiduría habita en su interior pero no la comparte con nadie. Es inteligente, sabio y astuto y un poco orgulloso. Su color es el azul, como el insondable océano que esconde maravillas en sus profundidades.

    Los ocho arcángeles viven todos juntos en un castillo construido en medio de la isla, lejos de todo y de todos, muy diferente a los castillos construidos en otras épocas por los humanos, e incluso por los dioses.

    Cada arcángel es una entidad en sí misma, totalmente independiente, pero viven en comunidad ya que se consideran hermanos entre ellos, su morada representa esta característica. Su forma es octogonal.

    Cuatro octógonos concéntricos, cada uno más pequeño que el anterior, descienden mientras disminuyen su área, hasta el círculo primigenio, origen de la fortaleza.

    Cada lado del octógono más grande se relaciona con el lado siguiente del octógono más pequeño, así hasta llegar al círculo. Por lo tanto el castillo está dividido en ocho áreas. Cada una de ellas fue creada por un arcángel. Debería haber sido una fortaleza perfecta pero hay un pico que sobresale por uno de los lados del octógono, esta sección pertenece a Lucifer, una pequeña broma que no descubrieron sus hermanos hasta que acabaron de construir el castillo.

    Unas piedras cubiertas de musgo rodean todo el perímetro, formando una muralla de gran altura pero de forma irregular dando la sensación a quien la observa de que son los restos de una antigua fortaleza abandonada, si has sido capaz de llegar hasta allí atravesando las montañas de fuego, una cordillera circular de volcanes totalmente impredecibles.

    Aún estando todos inactivos, la tierra que los conforman desprende un calor tan insoportable que es imposible franquear la cordillera a pie.

    Aunque a estos volcanes nunca podrás llegar si las nubes que cubren desde arriba el castillo y la isla entera se expanden y dejan caer una cortina azul sobre toda la superficie desconcertando, al que venga en su busca y no merezca ver- lo, con la aparición de una laguna en medio del océano.

    Tan sólo vislumbrará un islote desolado y sin apenas vegetación, al noroeste, donde pastan unas pocas cabras: un sitio agreste y sin valor.

    Ya que los arcángeles son incorpóreos no necesitan de puertas ni ventanas para entrar o salir de su fortaleza, su sola voluntad los traslada de un sitio a otro. En el círculo primigenio habitan aquellos seres que todavía no son, existen pero no poseen una función concreta, podrían llegar a ser ángeles pero todavía son imperfectos. Las cinco zonas que dividen cada sección están habitadas por las entidades que, con sus acciones, han conseguido subir de nivel. Están al servicio de los arcángeles y su función es la adecuada a la que llevan a cabo el arcángel jefe de la sección. Obviamente Miguel debe tener un ejército al que mandar, Rafael ayudantes que le auxilien en la defensa de los viajeros, Gabriel una miríada de seres que colaboren con su labor de mensajero, Chamuel tiene a sus acólitos, Uriel posee un buen número de vigilantes que le informan dónde se precisa su ayuda, lo mismo le ocurre a Zadquiel, ¿cómo castigar las malas acciones si no las conoce?, Jofiel, que viaja impartiendo consejos debe tener también alguien que

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