Bartolomé Leonardo de Argensola fue un poeta e historiador español del Siglo de Oro. Estudió en varias universidades como Salamanca y Zaragoza y sirvió a la nobleza española e italiana. Su obra poética se mantuvo fiel a los ideales clásicos y abarcó temas amorosos, satíricos, morales y religiosos.
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Bartolomé Leonardo de Argensola fue un poeta e historiador español del Siglo de Oro. Estudió en varias universidades como Salamanca y Zaragoza y sirvió a la nobleza española e italiana. Su obra poética se mantuvo fiel a los ideales clásicos y abarcó temas amorosos, satíricos, morales y religiosos.
Bartolomé Leonardo de Argensola fue un poeta e historiador español del Siglo de Oro. Estudió en varias universidades como Salamanca y Zaragoza y sirvió a la nobleza española e italiana. Su obra poética se mantuvo fiel a los ideales clásicos y abarcó temas amorosos, satíricos, morales y religiosos.
Bartolomé Leonardo de Argensola fue un poeta e historiador español del Siglo de Oro. Estudió en varias universidades como Salamanca y Zaragoza y sirvió a la nobleza española e italiana. Su obra poética se mantuvo fiel a los ideales clásicos y abarcó temas amorosos, satíricos, morales y religiosos.
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ARGENSOLA, BARTOLOM LEONARDO DE (1561-1631)
Poeta espaol, nacido en Barbastro (Huesca) en 1561, y muerto en Zaragoza en 1631. Su
fecunda obra potica lo convirti en uno de los poetas aragoneses ms celebrados en el Siglo de Oro de las letras castellanas.
Vida
Era hijo de J uan Leonardo y de Aldonza Tudela. Poco sabemos sobre su educacin: es posible que estudiara en la Universidad de Huesca, aunque no hay documentos que lo prueben. En 1579 publica unas octavas elogiando la Divina y varia poesa de fray J aime Torres. Recibi el grado de bachiller en la Universidad de Zaragoza. Entre 1581 y 1584 estudi Derecho cannico en la Universidad de Salamanca. Otis H. Green piensa, sin embargo, que debi graduarse en Zaragoza, y despus de 1591, pues en los registros de la Universidad de Salamanca no aparece su nombre.
Posiblemente asisti en Zaragoza, junto con su hermano Lupercio, a las clases de Andrs Schotto o a las de Simn Abril. Con estos maestros conoci en profundidad a los autores clsicos, lo que se advierte claramnete en su obra, en la que se puede apreciar la influencia de Horacio, J uvenal, Persio y Marcial. Hacia 1584-1586 entr al servicio de don Fernando de Aragn, duque de Villahermosa. Fue nombrado regente de la parroquia de los estados del duque, lo que le proporcion el nobre de Rector de Villahermosa, con que fue conocido. Intervino en los sucesos que acaecieron en Aragn con motivo de la huida de Antonio Prez en 1591-1592.
A la muerte del duque de Villahermosa, pas a servir a la emperatriz Mara, por lo que se traslad a la Corte. All entabla amistad con Nuo de Mendoza, el conde de Lemos, el prncipe de Esquilache y algunos eruditos. Durante estos aos demuestra un gran inters por la historia; escribi Conquista de las islas Molucas, quizs por encargo del conde de Lemos, y los Anales de Aragn. Debi de trasladarse con la corte a Valladolid, donde escribi algunos poemas.
En 1603 muri la Emperatriz. En 1608 el conde de Lemos pidi en un memorial una pensin o una recompensa para Argensola, que recibi 300 ducados. Con el nombramiento del de Lemos como virrey de Npoles en 1608, entr a su servicio Bartolom, ocupando un cargo. Con Lemos parti para Npoles acompaado por un grupo de poetas y escritores -su hermano Lupercio, Mira de Amescua, J ernimo de Barrionuevo- que, en la ciudad italiana, fundaron la Academia de los Ociosos.
A la muerte de su hermano, acaecida en 1613, solicit el puesto de cronista del reino de Aragn, cargo que no le fue concedido hasta dos aos ms tarde; fue luego nombrado cannigo de la catedral de Zaragoza. Volvi a Zaragoza y all residi hasta su muerte. Estos aos fueron muy fructferos, pues sus ocupaciones le permitieron la dedicacin a su obra potica y a su tarea de historiador.
Muri en febrero de 1631. En su testamento recomendaba a su sobrino Gabriel Leonardo que recogiera todos los papeles de buenas letras y que yo por mi particular curiosidad y gusto he trabajado, los cuales quiero que guarde para s y su entretenimiento, sin que se esparzan ni vayan a manos ajenas, que en fe desto no mando que se quemen todos?. El sobrino, sin embargo, no hizo caso de esta recomendacin y en 1634 public en Zaragoza las Rimas de Lupercio y del Doctor Bartolom Leonardo de Argensola.
Obra
La poesa de Bartolom Leonardo de Argensola permaneci siempre fiel a los ideales clsicos, mantenindose alejado de las polmicas literarias de su tiempo; como afirma J os Manuel Blecua: da la impresin de ignorar del todo la nueva poesa?. Su ideal consista en el estudio y la imitacin de los escritores clsicos: Horacio, Virgilio, J uvenal, Persio y Marcial. Quizs el poeta clsico al que ms debe es Horacio; de l aprendi a escribir con precisin, a limar sus versos, y el gusto por la stira. De J uvenal recibi la fuerza para denunciar los vicios de sus contemporneos, y la nostalgia por un pasado. Tambin, y en esto no es diferente de muchos otros escritores de su poca, se aprecia el inters por la Biblia, cuya influencia se puede ver en muchas de sus composiciones. Asimismo, cit en sus obras a Pndaro, Aristteles, Platn, Sneca, Cicern, San Agustn o Santo Toms, entre otros.
El sobrino del poeta, en la edicin de su poesa publicada en Zaragoza en 1634, recogi 197 poemas, que agrup en cuatro grupos: amorosos, satricos, morales y religiosos, y de circunstancias. Por lo que se refiere al primer grupo, el de la poesa amorosa, Blecua afirma que dan la impresin de ser un juego sin trascendencia, es decir, que Argensola nunca estuvo enamorado, tal y como parece confesar el mismo poeta en una epstola al prncipe de Esquilache: Yo te confieso que cuando uno empieza / celos, glorias, desdenes y esperanzas, / que se me desvanece la cabeza. // Dirsme luego T no lo alcanzas / porque nunca estuviste enamorado, / ni sujeto a accidentes y mudanzas?. Es una idea que ya aparece en la poesa cancioneril: el poeta ha de fingir estar enamorado para ser considerado como un autntico poeta.
Escondi a su amada en los nombre tradicionales en la poca: Filis, Cintia o Laura. Su poesa contiene un sensualismo sabiamente reprimido?. En algunos poemas, como el que comienza Si amada quieres ser, Lcoris, ama?, se aleja del platonismo metafsico y parece recomendar una relacin fsica. En sus poemas aparecen recogidos los tpicos de la descripcin de la belleza femenina.
Los poemas satricos fueron los que ms fama le proporcionaron entre sus contemporneos, por lo que Vlez de Guevara lo denomin divino J uvenal aragons?. Blecua afirma que Argensola crea en la seriedad de la stira, en su moralidad y en su posible eficacia correctora. De entre sus poemas satricos quizs el que destaca ms es la "Epstola a don Nuo de Mendoza", alabada por Menndez Pelayo, en la que el poeta, ante la decisin de don Nuo de enviar a sus hijos a la Corte, presenta un cuadro crtico de los vicios cortesanos: la codicia, la rapia, la gula, la lujuria, el juego, el adulterio, la hipocresa; adems, presenta una galera de tipos detestables: mentirosos, aduladores, deudores, religiosos apstatas, narcisos, meretrices, etc. La epstola termina con un rotundo consejo: que si en tu casa hay pozo bien profundo / o alta ventana, all los precipita: / que en los castigos no desplace al mundo / quien por clemencia el ms horrendo evita?. Tambin escribi sonetos satricos en los que hace objeto de su crtica ciertos oficios y personajes ya tpicos en este tipo de literatura: procuradores, abogados, mujeres que se maquillan demasiado, malos poetas, etc.
Otros poemas pertenecen a la poesa moral, en la que sigue los temas ms transitados por la literatura barroca: predominio de la razn sobre los sentidos, aviso sobre los peligros del mar, caducidad de la belleza femenina, el de la rosa y la brevedad de la vida, la calavera, el reloj. Su poesa religiosa tiene unas races profundamente espirituales, con notas intimistas muy claras. En muchos de ellos se mezclan elementos bblicos con clsicos. Hay que destacar la cancin "A la nave de la Iglesia" o las dedicadas a la Pursima Concepcin y a la Asuncin. Tradujo algunos salmos, como el "Super flumina Babilonis". Dentro de la poesa religiosa tambin se hallan poemas de circunstancias, escritos para determinadas fiestas o para participar en justas y certmenes poticos.
El ltimo grupo de poesas que estableci el sobrino del poeta es el de las composiciones de circunstancias. Dentro de l se encuentran poemas enviados a justas y certmenes, como los que present en Zaragoza y Salamanca con motivo de la muerte de Felipe II. La "Elega por la muerte de la reina doa Margarita" es considerada por J os Manuel Blecua como una de las ms bellas y originales elegas del siglo XVII. Merece tambin ser destacada la elega que escribi a la muerte de don Fernando de Castro, hermano del Conde de Lemos.
Hay que citar, por ltimo, las traducciones que hizo de poemas de autores latinos, concretamente de Horacio, que amplifican notas del original, o la versin de una composicin de Pndaro.
(Enciclonet)
ARGENSOLA, BARTOLOM LEONARDO DE (1561-1631)
Bartolom J uan Leonardo de Argensola (Barbastro (Huesca), 26 de agosto de 1562 - Zaragoza, 4 de febrero de 1631) fue un poeta e historiador espaol del Siglo de Oro.
Tras un primer aprendizaje en Barbastro, en 1574 fue a Huesca para cursar estudios de Filosofa y J urisprudencia, y ms tarde estudio Griego, Retrica e Historia Antigua en Zaragoza bajo la direccin de Andrs Scoto. Posteriormente, marcha a Salamanca, donde estudi Derecho Cannico y Teologa entre 1581 y 1584. Durante este periodo tuvo ocasin de conocer a Fray Luis de Len con quien comparta la aficin por los clsicos. Sus primeras composiciones poticas datan de esta poca. Ese mismo ao es ordenado sacerdote gracias a una dispensa papal, pues con veintids aos an no estaba en edad cannica de recibir el ministerio.
Entre 1584 y 1586 Bartolom y su hermano Lupercio fueron protegidos de Fernando de Aragn y Gurrea, quinto duque de Villahermosa. Ejerci como rector parroquial de los estados del duque hasta la muerte de este en 1592, de donde le vino el apelativo de rector de Villahermosa. En 1601 fue nombrado capelln de la emperatriz Mara de Austria y, a su muerte en 1603, recal en Valladolid, adonde se traslad la Corte, y de all a Madrid, en 1609 y 1610, donde public la Conquista de las Islas Molucas, encargada por comisin del Conde de Lemos, presidente del Consejo de Indias. En estos aos conoce a Cervantes y a Lope de Vega y hace espordicos viajes a Zaragoza donde era fiscal de la Academia Imitatoria, el ms conocido de los cenculos literarios aragoneses del barroco.
En 1613 acompaa en el squito de literatos al Conde de Lemos en su partida a tomar posesin del Virreinato de Npoles, donde participara de las actividades de la Academia de los Ociosos. A la muerte de su hermano ese mismo ao, solicit el cargo que dejaba vacante como cronista de la Diputacin del Reino de Aragn, sindole concedido en 1615. Este mismo ao obtuvo una canonga en la Catedral del Salvador de Zaragoza y en 1618 fue nombrado Cronista Mayor de la Corona de Aragn.
Fue coetneo de Miguel de Cervantes (quien le elogi en el Canto de Calope de La Galatea), de Luis de Gngora y de Lope de Vega. En su obra potica, que tuvo difusin manuscrita hasta ser publicada junto con la de su hermano en 1634, destaca su clasicismo, que entronca con la poesa latina, sin seguir las corrientes conceptistas ni gongoristas de la poca. Tambin se opuso, junto con su hermano, a las novedades de la dramaturgia de Lope de Vega.
Su modelo ms imitado es Horacio, traducido impecablemente por los dos hermanos, de quien toman la diccin elegante y la claridad de pensamiento, transmitido por un verso fluido y depurado tras un paciente trabajo de lima y revisin. Tambin admiraron a su coterrneo Marcial, de quien aprendieron el gusto por el epigrama y la stira, pero siempre huyendo de lo vulgar, as como de la afectacin gongorina y el latinismo crudo. Este estilo se refleja en la epstola de Bartolom que comienza "Don J uan, ya se me ha puesto en el cerbelo":
Al discernir palabras, bien sera no entretejer las lbregas y ajenas con las que Espaa favorece y cra;
porque si con astucia las ordenas en frase viva, sonarn trabadas mejor que las de Roma y las de Atenas.
Con tal juntura, no te persadas que por humildes te saldrn vulgares, ni, por muy escogidas, afectadas.
Tender, pues, a un estilo difano, que no abusa de la metfora audaz ni de la imagen rebuscada. De su obra potica destacan los sonetos "Por verte, Ins, qu avaras celosas", "Firmio, en tu edad ningn peligro hay leve", "Dime, Padre comn, pues eres justo" o el satrico "A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa" (muy conocido, aunque su autora est disputada entre los dos hermanos), y las epstolas morales, composiciones de corte clsico que se caracterizan por la gravedad de su tono y un predominio del espritu reflexivo. Compuso tambin canciones, epigramas, stiras, epstolas y tradujo salmos y odas de Horacio.
Sus obras poticas fueron recopiladas por su sobrino junto con las de Lupercio, y publicadas bajo el ttulo: Rimas de Lupercio y del doctor Bartolom Leonardo de Argensola en 1634.
Como cronista diversific su inters entre varios temas: prosigui los Anales de la Corona de Aragn de J ernimo Zurita, escribi Alteraciones populares de Zaragoza en 1591 (revueltas de las que fue testigo junto con su hermano Lupercio) y la Historia de las islas Malucas (1609), a raz de la conquista de la isla de Ternate.
(http://es.wikipedia.org/)
SONETOS
I CLVIII
I
Mrame con piedad; y arda el cometa, Filis, que ahora plido nos mira; que a quien tus ojos muestra amor sin ira, cul trmino fatal no le respeta?
Y absorto (que es lo ms) en la secreta felicidad que aquel favor le inspira, ni de amenaza superior se admira, ni en dudosos prodigios la interpreta.
De estos bienes, elvame al segundo; que al primero no aspiro, aunque me libre de la alta indignacin que arma el portento.
Su infausta luz contra los cetros vibre, y como deje en paz mi arrobamiento, vierta discordia y descomponga el mundo.
II
Cul mrito aspir, Filis, a tanto, si no fue remitindose a la suerte? Cmo me ofreces hoy, con ofrecerte para sujeto de mi humilde canto?
Ya con sbitas alas me levanto, pues tu favor en cisne me convierte, para hacer a la envidia y a la muerte gloriosa injuria y apacible espanto.
Cantar cmo arroja en tu hermosura divinidad el alma, y como inspira en todas tus acciones influencia;
Y cmo en tu mirar muestra la ira tanta conformidad con la clemencia, que no s si amenaza o asegura.
III
De antigua palma en la suprema altura, con los sacros olores del oriente, para su parto y muerte juntamente, hace la fnix nido y sepultura.
Mueve las alas para arder segura, que el fuego a su esperanza est obediente; y as, sus llamas fieles ms luciente la restituyen a la edad futura.
De esta manera en la sagrada palma de nuestro alto valor arder presume mi pensamiento alegre entre sus ramas;
que vuestro ardor da vida al que consume; y as, no es temerario el que a sus llamas entrega el gran depsito del alma.
IV
Estas son las reliquias saguntinas, injuria y gloria al sucesor de Belo, cuando en fbrica excelsa las vio el cielo al orbe origen de la luz vecinas.
De hiedra presas yacen, y entre espinas, con que sus riscos arma el yerto suelo, y hoy libran la venganza y el consuelo en la contemplacin de sus ruinas.
Sagunto precia ms verse llorada de la posteridad que si a Cartago con propicia fortuna leyes diera.
Oh t, que sobrevives al estrago, cndida fe, procura que yo muera, si amor me tiene igual piedad guardada.
V
Hago, Filis, en el alma, estando ausente, para hablarte animosas prevenciones, y t con un mirar las descompones; yo enmudezco, turbado y obediente.
Mas es mi turbacin tan elocuente (efecto de estas fieles turbaciones), que aquella voz que huy de mis razones, persuade en los ojos y en la frente.
Claro est que si sientes ablandarte para poner a mi verdad en duda, ni te queda licencia ni derecho.
Para esto amor de ornato las desnuda; que introducir piedad, Filis, en tu pecho no puede ser jurisdiccin del arte.
VI
Ya el oro natural crespes o extiendas, o a componerlo con industria aspires, lucir sus lazos o sus ondas mires, cuando libre a tus damas lo encomiendes.
O ya, por nueva ley de amor, lo prendas entre ricos diamantes y zafires, o bajo hermosas plumas lo retires, y el traje varonil fingir pretendas;
bscate Adonis por su Venus antes, por su Adonis te tiene ya la diosa, y a entrambos los engaan tus cabellos;
mas yo, en la misma duda milagrosa, mientras se hayan en ti los dos amantes, muero por ambos, y de celos de ellos.
VII
Visto has amor, que no al rebelde bro de afecto natural, ni la violencia de belleza exterior, a tu obediencia redujo al libre pensamiento mo;
hasta que con ms noble podero la razn allan mi resistencia, y por su autoridad y en su presencia, jur tu servidumbre mi albedro.
Mas aunque la prisin que arrastro suena, y ufana mi eleccin sostiene el peso, no se oye, o no se admite, o se aborrece.
Adorna t los mritos del preso, pues su verdad desnuda no merece que Cintia quiera asir de la cadena.
VIII
Quin me dar jazmines y violetas para ceir a un vencedor las sienes, que convirti en halagos los desdenes, donde amor despunt tantas saetas?
Diosa Ocasin, produces t o sujetas el principio fatal de nuestros bienes? Rendiste a Clori; omnipotencia tienes, y son ministros tuyos los planetas.
Rendsteme de asalto repentino (con fraude por el mismo amor trazada), la fuerza en que encerr toda su gloria;
que l naci de hurto y la traicin le agrada. Yo vine, vi y venc mayor victoria que dio el oriente a vencedor latino.
IX
Vindome Fili en brazos de la muerte, heroicamente se movi a clemencia, y a su altivo decoro dio licencia para inclinarse a remediar mi suerte.
Sinti el sujeto, de poder ms fuerte que el natural, la dulce violencia; que amor en el crisol de la experiencia los accidentes en salud convierte.
Si ya no huyeron, Fili, de la gloria que all vieron salir de tu belleza, que en su presencia es todo luz y vida;
atnita qued naturaleza, contra sus mismas leyes socorrida, y precindose amor de la victoria.
X
Suelta el cabello al cfiro travieso, para que recompense, oh Cintia, un rato de los muchos que usurpa el aparato que le aade, no gracia, sino peso.
Cunta ms luz que coronado o preso nos descubre, ondeando sin recato! Y dime si en las leyes del ornato respondi al arte con tan gran suceso.
A cabellos de mal seguro reyes ofrezcan ambiciosos resplandores las ondas, y las minas del Oriente.
Los tuyos, no los crespes ni los dores; y pues crecieron en tan libre frente, imiten su altivez, no guarden leyes.
XI
Cuando me miras, Clori, de luz lleno horizonte a tus ojos me figuro; tu sol influye en el afecto oscuro si influye en el espritu sereno;
y cuando altos reflejos de entre el seno a la luz eficaz volver procuro, bien corresponde lo luciente y puro, pero exhalas sus nieblas lo terreno.
No sol tu vista entonces, sino aurora, su vapor imperfecto desvanece; mas si tal vez se esfuerza a formar nube,
a pesar de s misma resplandece; porque en el punto que a tu esfera sube tu noble resplandor lo inflama y dora.
XII
Tajo, producidor del gran tesoro (si a la fama creemos), cuya arena de zafiros y perlas est llena, tus aguas nctar, tus arenas oro;
t pues, acrecentado con mi lloro, ser testigo de mi amada pena, como sujeto a lo que amor ordena, buscando vida, a quien me mata adoro.
Cuando mi pastorcilla en tu ribera busca las conchas que creciendo arrojas, y con su blanco pie tu orilla toca,
el bien que gozas, agua lisonjera (que al fin lo has de besar, pues que lo mojas), lo usurpas al oficio de mi boca.
XIII
Ese pjaro, Cintia, que del hielo huye a tus manos, y con osada, cuando le sueltas, a volver porfa, dnde aprendi la fe de nuestro celo?
Ella le encamin al segundo vuelo, y as obligado a tan celosa gua, ni al nido volver, por ms que el da aclare el aire que le turba el cielo.
Oh pajarillo fiel! pues nos igualas en ese afecto que tan vivo tienes, si te dan libertad, vuelve a entregarte,
vuelve a buscar la gloria en los desdenes, pues dos veces amor, para animarte a un vuelo tan feliz, te dio sus alas.
XIV
Debajo de una alta haya Melibeo retrataba a Faetn en el cayado de aquel rayo de J piter pasado, que dio fin a su altsimo deseo.
De la otra parte pinta el caso feo (despus de haber el mundo amenazado) de Pompeyo, en la barca degollado por obra del ingrato Ptolomeo.
Y viendo sus pinturas acabadas, les dice a las figuras valerosas: Tercero me hicieron mis querellas;
y el mundo os tiene envidia, almas preciadas, pues ya que no acabamos grandes cosas, morimos en la fe de acometellas.
XV
De la unin, Silvio, con que amor prospera o endiosa nuestras almas, el conceto que la esperanza forma es tan perfeto, que la opresin del yugo le aligera.
Y as, quien ama y dice que no espera, por ostentan ms fe al amado objeto, a su interior verdad pierde el respeto, sin cuyo alivio ni alentar pudiera.
Bien que s, generosa en la tardanza (mientras que en gloria no se le convierte), a finezas ms nobles les convida.
Sufra y espere, mas con ley tan fuerte, que aunque le falte esfuerzo, no le pida jams el sufrimiento a la esperanza.
XVI
Amor, si de la parte ms perfeta jams mi sol su viva luz retira, en vano Filis con piedad me mira, y enciendes en su ojos tu saeta.
No como yo luci sobre el Oeta el hroe que am tanto a Deyanira, ni la cumbre de Olimpo est de la ira de los rayos y vientos ms quieta.
Y as como all encima de su altura, cuando por religin sube la gente las cenizas de antiguos sacrificios,
Fili hallar guardados altamente de mi primer amor sacros indicios con fe y tranquilidad serena y pura.
XVII
Ya resplandece en m como nativa, Laura, tu candidez, no como ajena; que el indmito afecto me serena, y sus errores generosa y viva,
as del claro Plux se deriva la que sosiega el mar y el euro enfrena, para que del honor fraterno llena, el tenebroso Cstor la reciba.
En virtud pues de amor tan noble y fuerte, que, a pesar de acechanzas naturales, lo ms terreno en celestial convierte,
precimonos de amantes celestiales; no reconozca al tiempo ni a la suerte la unin de dos sustancia sin mortales.
XVIII
Bien s yo, Cintia, el culto que se debe al que de dos sustancias desiguales tan superiores forma los mortales, que es cada cual un dios de un mundo breve;
y que este honor le obliga a que se eleve sobre el ser de las obras naturales, y asaltando esas mquinas fatales, viva unido a la causa que las mueve;
y soy con esto a quien tu amor desva del uso de este gran conocimiento por la divinidad de tu hermosura;
y a venerarte vive tan atento, que gime si tal vez se le figura que puede tener fin su idolatra.
XIX
Amor, que en mi profundo pensamiento sus nobles fuerzas aprestadas tiene, tal vez armado hasta los ojos viene, de donde a los de Cintia los presento.
Mas ella, opuesta al raro atrevimiento, para que en lo futuro se refrene, aquella risa, aquel favor detiene, con que suele aliviar el sufrimiento.
Huye a su centro el dulce dueo mo, temeroso y corts; que no hay sujeto que contra sus desdenes muestre bro.
Yo desde rayo, no por el efecto que en los mortales hace, me desvo, mas porque sirve a celestial precepto.
XX
Huyo de ti, y a tus umbrales llego, como t infieles, Gala, y temo hallarte; triste, que busco en los peligros parte fiel y segura para mi sosiego.
Pudenlo ser tus fraudes, no lo niego; mas vindote, quin pudo desarmarte? ya mis nuevas defensas quiso al arte, y a tu prfido antojo las entrego.
Yo morir quejoso y tuyo, Gala, habiendo sido fbula increble de fe indiscreta y vergonzosa pena.
Oh justicia de amor! Qu no es posible avenirme contigo aunque seas buena, ni dejarte de amar, aunque seas mala!
XXI
Su cabello en holanda generosa Fili enjug, imitando al real decoro con que orna su tocado, persa o moro, brbara infanta o preferida esposa.
Notando mi atencin la inculta hermosa, libr del lino el hmedo tesoro, y suelto en crespas ondas, cubri el oro la cerviz tersa que extendi la rosa.
Y el pecho en que de pura leche iguales forman sus dos relieves paraso, donde benigna honestidad se anida,
yo no s si premiar o matar quiso; que ambos objetos dan veneno y vida, avaros de su gloria y liberales.
XXII
Fili, en tus ojos mi atencin respeta (antes adora) aquellos altos fines, que, ya su vaga luz tiendas o inclines, muestran furor de indignacin secreta.
As el tirano en plido cometa, que horrendo vibra prodigiosas crines, donde rayan sus lcidos confines, amenazas y estragos interpreta.
Mas pues ya la piedad vence al destino, y el mismo horror en la severa lumbre descubre al justo ostentacin propicia,
anncienos tu rostro mansedumbre; que nunca por benigna la justicia se contrapuso al disponer divino.
XXIII
Con qu entraas, de piedad desnudas, nio impaciente del sosiego ajeno, las flechas inficionas de veneno, y cuerda infatigable al arco anudas,
si el blanco he sido de las ms agudas, y ando de sabias experiencias lleno, desde que, herido en limpia edad, del seno inexperto vert lgrimas rudas?
Precia ms que tus jaras descorteses tantos ejemplos de mi fe, y no quieras que la altivez de Cintia las derribe.
As destruyes lo que amar debieras? Qu agricultor las hoces apercibe, resuelto de pegar fuego a sus mieses?
XXIV
Con dura ley tu halago nos aprieta, Cintia, que, en fe de que a esperar nos mueve, descubre en ti que ni una gloria breve quiere que el ms valido se prometa.
As a la flor que en real jardn secreta, n el husped raro ni el cultor se atreve, la lluvia, el sol y el mismo soplo leve, que juega con sus hojas la respeta.
Cul prevencin podr evitar los daos que obran en las clemencias y favores, lo mismo que en desdenes y mudanzas?
No ms, benignidades exteriores, pues cuando me animis con esperanzas, a mejor luz os hallo desengaos.
XXV
Si amada quieres ser, Licoris, ama; que quien desobligando lo pretende, o las leyes de amor jams comprende, o la naturaleza misma infama.
Afectuoso el olmo a la vid llama, con ansias de que el nctar le encomiende, y ella lo abraza y sus racimos tiende en la favorecida ajena rama.
Querrs t que a los senos naturales se retiren avaros los favores, que (imitando a su autor) son liberales?
No en s detengan su virtud las flores, no a tu benignidad los manantiales, ni su influjo las luces superiores.
XXVI
Si el alma sus afectos desordena, justo es que tu desdn sienta, Licina; pero si a venerarte los inclina, por qu la infamas con la misma pena?
Dirs que no se sigue; que si truena J piter, y con llama repentina tal vez sus mismos templos arruina, la adoracin de su deidad condena.
S, pero es bien que mi interior respeto, para que tus desdenes no la infamen, la examines primero a tu albedro.
O remteme a m el sutil examen de si ardi o si espero; a riesgo mo, yo me sabr avenir con mi secreto.
XXVII
El nombre, oh Cintia, que en el tiempo dura, que estima jaspes y epitafios ama, adorarle yo en mi sacra llama cobra esplendor para la edad futura;
que ya, sin esperar mi sepultura, con opinin anticipada fama a la prudente sencillez inflama, quin sabe si a la horrenda envidia apura?
Trocadas pues las veces en mi suerte, a mis posteridades sobrevivo. Mas si en tu aprobacin no me renuevo,
del culto de las artes qu recibo? a la naturaleza qu le debo? qu importan las promesas de la muerte?
XXVIII
Tanto ha podido un pensamiento honesto, ilustrado de aquella virtud pura, que ha vuelto racional la parte oscura, y su deleite lcito y modesto.
El cuerpo frgil admirado de esto, ya noble con la noble vestidura, como el villano est, que por ventura se ve de toga consular compuesto.
En esta paz que con el alma ha hecho (ya mi interior repblica quieta), en nuevo siglo de oro me recreo;
que la razn tiene amistad perfeta con los afectos dentro de mi pecho, y por eso es tan noble mi deseo.
XXIX
Ha llegado mi fe a tan raro extremo, Fili, que cuando aspiro a descubrilla, porque la guardo para ti sencilla, el lustre infiel de la elocuencia temo.
Purprea se nos muestra en lo supremo del aire a varia luz la palomilla, y cuando el mar sus mpetus humilla, en el agua parece corvo el remo.
Pues si la misma claridad aade tal fraude a la ilusin, que por un rato la vista humana de las formas duda,
obligarme al peligroso ornato? qu mayor bien que la verdad desnuda, si con su desnudez te persuade?
XXX
Vuelve del cielo al peso que le oprime, mi espritu, si en rapto se divierte de este inferior distrito de la muerte, donde en sus graves eslabones gime.
Vengo, dice, de ver la ley sublime (no arbitrio vago de improvisa suerte), que ac, encubierta en mansedumbre fuerte, su accin en ambos trminos comprime.
Y as, pues Filis (mulo divino) con benigna eficacia la ejercita, ya no ms diversin de sus desdenes.
Esfurzate a esperar que los remita; que no por sed de peregrinos bienes te han de ver las estrellas peregrino.
XXXI
Cmo tienes noticia tan profunda del derecho civil, Teodoro mo? Dilo, as Dios te d un barbero po, que esa prolija barba arrase o tunda.
Antes, oh Fabio, las navajas hunda varn barbado, insigne barba cro; que en m el saber, como en Sansn el bro, en este pelo trgico se funda.
Esto es posible? Oh grato a los incultos saturno, si en las barbas de Teodoro el fruto que en un largo estudio pones,
brteme doctas cerdas cada poro; mas niega este secreto a los cabrones que aspirarn a ser jurisconsultos.
XXXII
En la Holanda, baada del tributo, que a todas las calendas paga Lice, clava una rana viva el infelice Clito, su esposo, felizmente astuto.
Psole en odio el adulterio (fruto del ranicidio, segn Plinio dice); de hoy ms ni Tolomeo a Berinice de casta ni a su Porcia alabe Bruto.
Oh Csar, oh repblicas y reyes, si Lice excede a egipcias o romanas edificad a Clito estatuas y arcos.
Perezca la ley J ulia. Vengan ranas; pesquen los magistrados por los charcos, pues hacen ms las ranas que las leyes.
XXXIII
Aunque Ovidio te d ms documentos para rerte, Cloe, no te ras; que de pez y de boj en tus encas tiemblan tus huesos flojos y sangrientos;
y a pocos de esos soplos tan violentos, que con la demasa risa envas, las dejars desiertas y vacas, escupiendo sus ltimos fragmentos.
Huye pues de teatros, y a congojas de los lamentos trgicos te inclina, entre hurfanas madres lastimadas.
Mas parceme, Cloe, que te enojas; mi celo es po; si esto te amohna, rete hasta que escupas las quijadas.
XXXIV
T, a cuyos dedos hoy los pulsos fa la opinin o el error de los mortales, cmo, nos di, de la piedad te vales, que entre las manos se te vuelve impa?
Esas drogas que Arabia nos enva, recetadas por ti, son funerales; envidian a tu pluma los puales, y a tus libros la ms fuerte armera.
Cmo? Porque los hados con veneno me mandan, asolar, justos la tierra; y si vuestros antdotos estrago,
Anbal soy, que, para haceros guerra, por los alfanjes que volv a Cartago, me obligan a empuar los de Galeno.
XXXV
Ya no murmura el pueblo, sino brama, contra tus fraudes, Lico, porque siente que no hay seguro en tu modesta frente ms que en la de una fiera de J arama.
La voz del pueblo voz de Dios se llama; mas yo, para juzgar sencillamente, hago por ti una excusa suficiente por quitar las calumnias de esta fama;
que t no crees que hay vida que comienza donde esta acaba, ni la suerte, oh Lico, a las obras humanas prometida.
Pues no te juzgo yo por tan inico, que si creyeses t que hay otra vida, viviras con tanta desvergenza.
XXXVI
Filis, yo te aborrezco, y de manera, que pasara contento con mi suerte si el cielo, para slo aborrecerte, sin otro gusto, edad me concediera.
No es mpetu de afecto el que me altera de los que el tiempo o la ocasin divierte; ira es sagrada, generosa y fuerte, que agradable en el alma persevera.
Oh, cun ufano estoy de que tu halago (aunque virtud sencilla lo intitules) sea voz de sirena y faz de arpa!
Vengado quedo pues, no disimules; que al fin dependes de mi cortesa, pues me puedo vengar, y no lo hago.
XXXVII
Crece de presto, poderosa hierba, que medras en la injuria, si dispones, no a Pitgoras manto, ni los dones de Aragne, que irritaron a Minerva;
ni senos para hacer a la Asia sierva, cuando navales fbricas compones, y al viento puesta, a descubrir regiones vuelas, que el orbe idlatra conserva;
Sino para apretar de este vecino causdico la prfida garganta (sacro lazo), que luego de mi mano
sers de la piedad ofrenda santa. Crece, tanto suplicio; t, Silvano, Dios de los campos, guarda el de este lino.
XXXVIII
Qu mgica a tu voz venal se iguala, en horrendos caracteres secreta, Trifn, si cuando nota o interpreta saquea la ciudad, los campos tala?
El can con que escribes, que en el ala se form de algn nade quieta, no lo tiene tan fino tu escopeta, ni arroja as la plvora y la bala.
Oh patrocinio (aunque aproveche) amargo! de mi consejo no podr ninguno en tu fe sus derechos ni sus quejas;
dems que para el dueo todo es uno: o que le coma el lobo las ovejas, o el pastor mismo que las tiene a cargo.
XXXIX
Seor, a eterno ayuno me dedico, no llegue para m opulento el da, si yo no puedo ser por otra va, que por litigio, y tribunales rico.
Por aquella piedad te lo suplico, con que abreviando en la flaqueza ma, siendo la voz, que tierra y cielos cra, temiste de la voz de un juez inico.
Cun saca la bellsima inocencia, aun cuando el juez le da la mano amiga de las uas causdicas el gesto?
Oh siglo, siervo de servil paciencia! Cul bruto, cul frentico litiga, si puede hacer, que lo condenen presto?
XL
Por qu habitis, silvestres homicidas, entre fieras armados de su furia, pudiendo en opulencia y en lujuria, entre las gentes, como Creso y Midas?
Venid a hacer pacficas heridas y pacficos robos en la curia; que aqu os dar jurdica la injuria autorizadas y seguras vidas.
La victoria sin sangre ms se alaba, y del sutil abuso de las leyes (que el juez no puede ms) pende el suceso.
Si robara las vacas y los bueyes caco por los asaltos de un proceso, qu le valiera a Hrcules la calva?
XLI
Dime, Teodoro, as los sacros huesos de Brtulo y de Baldo vuestros lares, como Cstor y Plux en los mares, calmen la tempestad en los procesos;
por qu mostrando la verdad expresos, prvida hasta en los casos singulares, en las lites, o graves o vulgares, de arbitrio humano penden los sucesos?
De las vulgares, Ticio, ni los nombres llegan a calentarnos la noticia; en las graves hay arte diligente.
Que exhala en los crisoles su justicia; entre ambas sacan ttulo aparente; y as, en entre ambas son los hombres, hombres.
XLII
Tu aliento, Herminia, en su fragancia viva tan suaves espritus ofrece, que ni un jardn su emulacin merece, aunque todas sus flores aperciba.
Mas el que por las barbas se deriva de tu esposo, con qu salud se cuece, que huele a yema o pollo, que perece corrompido en la cscara abortiva?
No es la ms grave de las servidumbres que la boca le des; que su lujuria tus perlas manche y lisie tus corales.
Oh tmulo, y no tlamo! cul furia en ti rindi las leyes naturales a la fortuna? oh tiempos! oh costumbres!
XLIII
Dejan las musas arcos y vihuelas, para or el correo, que sobre el pelo crespado trae con alas un capelo, y en los talones alas por espuelas.
Manda J uno (les dice) que echis telas; que est pobre de sbanas el cielo; dems que, fabricado de cerbelo, ociosas no estn bien nueve mozuelas.
Cien sus ruecas, y los husos tuercen con blandos dedos, y los elocuentes labios el aristoso lino mojan.
De parcas quedan poco diferentes; pero, por Dios, que es bien que las recojan, y el da que no hilaren, que no almuercen.
XLIV
Ni soles, oh tahr, luna sin auroras te han visto soolientas las pestaas; tu estado espira, al sucesor engaas, pues tu fe y su esperanza le empeoras.
Tu abuelo en esas tenebrosas horas que velas t, jugando sus hazaas, armado, por difciles montaas pasaba sus escuadras vencedoras.
Sabe que la nobleza es sucesiva ms por nuestra opinin que por su efeto, y sin virtudes nunca meritoria.
Qu acuerdo tomas pues, oh indigno nieto, sabiendo que es ajena aquella gloria que del valor ajeno se deriva?
XLV
Pues no siempre tus rayos vengativos sobre montes y alczares fulminas, y alguna vez destroncas las encinas y abrasas los pacficos olivos,
un pedante que, a gritos excesivos, ensea a variar voces latinas, jntalo a los estragos y ruinas cuyas memorias guardan tus archivos.
El de plido boj, labrado al torno, vibra un cetro a mil madres formidable; caiga el brazo inhumano con ejemplo;
que en el barrio que l hace inhabitable, hoy te dedico, oh J piter, un templo, y de inscripcin piadosa te lo adorno.
XLVI
Cremes, regala a Lice, y no celebres su nombre en verso, o quema tus papeles. Envale una liebre, como sueles; aunque, segn Marcial, a qu fin liebres?
Mucho tiempo ha que pasas esas fiebres, de que en ellos frentico te dueles, desde que le arrojaron los broqueles (ya sabes quin y adnde) a Mos de Gebres.
Calla, enfadoso padre, as se halle docto herbolario, que convierta un cobre la plata hilada que tu barba cra.
T, buena Lice, rugale que calle; as una liebre de las que l te enva en tu figura sus efectos obre.
XLVII
No temes t mis versos, Citaredo; finges temer, para que as propicio el vulgo, entre el clamor de su bullicio, te seale por sabio con el dedo.
A lo menos sin risa, yo no puedo dar tanto a la ambicin de tu artificio, que te halle alguna vez en mi juicio aprobado por digno de ese miedo.
Para que obren con ley nuestros decoros, sus acciones imiten respetuosas al que nace en las fieras no adquirido.
Teman las uas del len los toros; mas pdanle perdn las mariposas, si se juzgaren dignas de un bramido.
XLVIII
No hay dudar, Gallo, que esta edad maldita aborrece los sabios de manera, que al que en trono obispal poner debiera, no le fa las llaves de una ermita.
Mas, pues que la repulsa lo acredita, la injuria ten por gloria verdadera; y as, no te lamentes; considera que porque la mereces te la quita.
Que si el derecho que antes tuvo el sabio ahora en barbas prdigas consiste, y en no saber, tras esto, el alfabeto,
tiene razn de andar quejoso y triste; porque ninguno como t al respeto ha recibido tan notorio agravio.
XLIX
Bilbilis, aunque el dios que naci en Delos te conserve fructfera sin dao, y cuando sobre ti desciende el ao, sus guirnaldas te den todos los cielos;
y aunque hagan tus preciosos arroyuelos fuertes las armas con el noble bao, y aunque eres patria del corts tacao, que en todas sus palabras puso anzuelos;
si no encadenas los infieles canes, que tu aduana a los viandantes suelta, ni tu muro ver ni tu camino;
que para dar hasta Madrid la vuelta, embarcarme en Colibre determino, aunque la de mayor que Magallanes.
L
Si esperas hoy prosperidad alguna, solos, en la virtud de tus acciones, por historia ridcula te expones al siglo y aun por fbula importuna.
De dos sacros metales la fortuna en los orbes que abrazan sus regiones, para influir sus premios y sus dones, otro sol ha formado y otra luna.
Si a pretender con fraudes y cautelas, de estos dos astros amparado, acudes, no habr accidente que tu gloria impida;
mas si slo con letras y virtudes, toma libranzas para la otra vida, y en esta ni te muelas ni nos muelas.
LI
Quita ese afeite, Lais; que se aceda, y l mismo en el olor su fraude acusa; djanos ver tu rostro, y si rehsa el despegarse, qutalo con greda.
Qu tirano la ley natural veda? o qu murtas el diestro acero atusa, que alegren ms que la verdad confusa de bosque inculto o brbara arboleda?
Si lo blanco y purpreo que reparte Dios con sus rosas, puso en tus mejillas con no imitable natural mistura.
Por qu con dedo ingrato las mancillas? Oh Lais, no ms; que en perfeccin tan pura arte ha de ser el despreciar el arte.
LII
Sacro metal en J ulia Celsa suena, mulo de profticos alientos, que nos previene a insignes movimientos con propio impulso y sin industria ajena.
Ofusca el sol su faz limpia y serena, arrojando esplendores macilentos, y sacudido el orbe de portentos, se aflige y brama en su fatal cadena.
Y mientras que el horror de lo futuro los nimos oprime o los admira, t, Cremes, obstinado en tus amores,
remites a los cetros la gran ira, y adulas a tu Pnfila con flores, deshonesto, decrpito y seguro.
LIII
Incorregible Nstor, de los daos que trae consigo la vejez te dueles, porque ardes en afectos ms noveles que Venus alent en robustos aos;
y obligando la barba y frente a baos que ofuscan pelos y taladran pieles, negros (sin culpa de los poros fieles), peinas y enrizas hoy tus desengaos.
Mas no sin gran prudencia los profanas, hasta que nuestra risa te convenza a que los restituyas o jubiles;
porque vergenza fuera o desvergenza, que hablaran de lascivias juveniles labios cercados de inocentes canas.
LIV
Si acomodado en mi fortuna aprieto mi Proteo interior con cautos nudos, y jams por mi incienso dio estornudos, oh Atlante, al humo interesal tu nieto;
si nunca al vulgo mi opinin sujeto, y con mis risas cnicos barbudos, y la verdad con sus aplausos mudos mi frente adorna de laurel secreto,
Por qu la estril soledad codicio? Viviendo al siglo de oro interiormente, no estoy bien retirado en mi conciencia?
Por qu? Porque cursando entre la gente, si se echa un necio sobre mi paciencia, verter por los poros el juicio.
LV
Licia es aquella; acude, Fausto, y mira cmo con el cabello dora el viento y el rostro juvenil, de donde atento, invisibles amor sus flechas tira;
cun bien con la piedad mezcla la ira en el mirar risueo y el violento; la boca, que entre perlas el aliento de jazmn salutfero respira.
J uzga si yo, con ms razn que Ticio, que, por J uno movi a los dioses guerra, pudiera contra el cielo rebelarme.
Has visto bien que no tiene la tierra sujeto igual? Pues sabes que un adarme, un adarme no tiene de juicio.
LVI
Lico, pues Dios los prfidos permite para azote amoroso de los fieles, y despus, como a varas o cordeles ya intiles, al fuego los remite,
l con sus justos rayos te visite, y chamusque esos cuadros y doseles; y los perfume que lascivo hueles, sbito hedor sulfreo te los quite.
No suene en el relmpago el aviso que a Saulo convirti, porque tu celo no es, como el suyo, digno de clemencia.
Fuiste en la tierra ltigo del cielo; y pues muestras negar su providencia, no es bien que te ejecute de improviso?
LVII
Pon, Lice, tus cabellos, con lejas de venerables, si no rubios, rojos; que el tiempo vengador busca despojos, y no para volver huyen los das.
Ya las mejillas, que abultar porfas, cierra en perfiles lnguidos y flojos; su hermosa atrocidad rob a los ojos, y aprisa te desarma las encas.
Pero t acude por socorro al arte, que, aun con sus fraudes, quiero que defiendas al desengao descorts la entrada;
con pacto (y por tu bien), que no pretendas reducir a ruinas ser amada, sino es de ti, s puedes engaarte.
LVIII
Por verte, Ins, qu avaras celosas no asaltar? Qu puertas, qu canceles, aunque los arme de candados fieles tu madre, y de arcabuces las espas?
Pero el seguirte en las maanas fras de abril, cuando mostrarte al campo sueles, bien que con los jazmines y claveles de tu rostro a la aurora desafas;
eso no, amiga, no; que aunque en los prados placido iguala el mes las hierbas secas, porque igualmente les aviva el seno;
con las risueas auras, que en jaquecas sordas convierte el hmedo sereno, hace los cimenterios corcovados.
LIX
Di, Erine, aunque a Pitgoras leyendo pienses quedar tan ajustada y fina, que a tu celebro imite la oficina, donde l redujo a msica el estruendo.
Cinco aos te abstendrs de hablar, mordiendo la lengua, por seguir la disciplina, que sus filosofantes examina con aquel noviciado tan horrendo?
Bien ser que al silencio te prevengas, y por decoro de una ley tan grande, enciendas por si acaso buenas lumbres,
mas cmo t has de hacer cuando te mande? que (por ser tan golosa de legumbres) de las que favorece ms te abstengas?
LX
Tuya es, oh Lucio, esa cancin sin duda como esa grea es de tu calva lisa, y, a pesar de la tos y de la risa, los dientes que en la boca el arte anuda.
Y as nos muestra Erine la tez cruda del rostro, aunque sin rgida pesquisa, del pegajoso lustre nos avisa, verdadera su frente, cuando suda.
Recibe, por los versos que refieres (pues que son tuyos) pronto y alabanza; que a un tercero, que en esto funda agravio,
tu fe interior le sirve de venganza; pues cuando all en el centro de algn sabio mueves envidia, t de envidia mueres.
LXI
Si conoces tus menguas, no te adules, Cedro, a ti mismo, y eso que nos dices, dilo all a los que alquilan sus cervices para mudar bufetes y bales.
Que ya tus gracias, cuanto ms las pules, se arrojan en tu voz ms infelices que excrementicio humor por las narices sobre esas canas plidas y azules.
Si a las fuerzas penltimas que guardas para que el paso juvenil prosigan, ignoras el honor que les ofreces;
caballos con su ejemplo te lo digan, que ostentaron bozales y jaeces, y ahora rozan jquimas y albardas.
LXII
Ms teme en su raz, Lauso, aqu un pino, que si a surgir en Asia o en Europa, siendo fiel mstil de obstinada popa, atravesara el proceloso Euxino.
Al cierzo y nieves, de este horror vecino, suele vestida helrsenos la ropa; y aunque el sol salga, espera nuestra copa que benigna segur le corte el vino.
Impaciente yo al humo, que sin llama entre mojados leos se concibe, soy husped de unas tejas desleales.
Invierne en esta sierra algn caribe execrable a las leyes naturales, si se averigua que tus versos ama.
LXIII
Yo vi una ninfa, que entre rosas fuera, Guzmn, y entre jazmines blanca y lisa; pero con metamrfosi improvisa verde horror le ofusc la tez primera.
Djome: Euterpe soy, que esta ribera, que con sus flores cfiro divisa, a m, que aliento su nativa risa, procura, ingrata, convertirme en fiera.
Si el Tormes, dije yo, mancilla, Euterpe, tu lustre con escama tenebrosa, quin se podr quejar del Lago Averno?
T slo ignoras, replic la Diosa, que el estilo enigmtico moderno es quien de ninfa me transforma en sierpe?
LXIV
Pues nos va bien con adular, Cratilo, rindamos la verdad a la cautela; que en sus aplausos la virtud se hiela sin que nadie la abrigue con un hilo.
Tu prncipe al Salustio y al Tranquilo prefiere el gusto de una nueva tela; y sulese rer cuando la escuela pondera las grandezas de su estilo.
Oh, dueo de las cosas, ignorancia, ampara a dos filsofos ayunos, que a la virtud queremos oponernos,
dispuestos a no ver libros algunos sino de los poetas ms modernos: tanto podr el olor de la ganancia.
LXV
Engaaste, Galeso, si barruntas que alguna vez me pareciste sabio; que tu fisonoma es astrolabio por donde yo averiguo mis preguntas.
Tu frente es breve, a quien las cejas juntas y la roma nariz hacen agravio los dos bigotes sobre el grueso labio, que se miran recprocas las puntas.
Dirsme que desmiente a las facciones espritu gentil algunas veces, y as, no puede haber certeza en esto.
Pero si no eres t lo que pareces, sino que hay discrecin tras ese gesto, en la encinas nacern melones.
LXVI
Piensa, oh Mercurio, que unges los gentiles miembros, que en red de acero viste presos; sienta Lais, por tu antdoto, en los huesos otro abril, que no envidie a mil abriles.
Y mira bien que cuan le destiles, lquidos por la boca, sus excesos, no se la injurien los humores gruesos ms que a la tersa carne los sutiles.
Esto le pide Venus; mas Remete, Yo, Seora, le dice, tambin siento que tal boca se ofusque o se lastime;
pero mandaste t que la respete para la de un vulgar, necio, opulento, en cuyas cerdas sin horror la imprime?.
LXVII
Si aspiras al laurel, muelle poeta, la docta antigedad tienes escrita; la de Virgilio y la de Horacio imita; que el juglar del vocablo es triste seta.
Mas ni el heroico honor de la trompeta, ni la lrica voz tu mente incita; y como es tu caudal de hilo de pita, tus versecillos son de cadeneta.
No muestres el envs de los vocablos, ni los recalques en los labios tiernos; que el diablo es bellacn, mas no ignorante.
Y pues te ha de llevar a los infiernos ese ejercicio, indigno de un pedante, no fuera malo granjear los diablos.
LXVIII
Si de Grecia sacaba el ostracismo los buenos por insignemente buenos, contigo, que tan prfido a lo menos, no hicieran sus repblicas lo mismo?
La de Corinto echrate del istmo (con ser viciosa) a lmites ajenos. y aun regalado en uno de los senos ms sordos y profundos del abismo.
Y andas entre nosotros con ofensa de la virtud; mas no me desconsuelo de que dilate un rayo la venganza.
Que cuando en los castigos tarda el cielo, justamente irritado, su tardanza despus en el furor la recompensa.
LXIX
Cuando los aires, Prmeno, divides con el estoque negro, no te acuso si por ngulo recto o por obtuso, atento al arte, las distancias mides.
Mas di. el luciente en verdaderas lides, por defensa o venganza puesto en uso, herir por las lneas en que puso conformidad, y no pendencia, Euclides?
No esperes entre sbitos efetos ira con atencin, ni que prefiera al valor un sofstico ejercicio;
porque, a la mente humana no se altera, o nos quiso ver locos en juicio quien redujo la clera a precetos.
LXX
Ni amor ni Marte esperen que en mi acento suene de hoy ms su gloria ni su ira; que de las dos empresas se retira infuso el superior conocimiento.
A honor de la moral virtud frecuento, sublime Urania, mi estudiosa lira; t en mi voz y en sus nmeros inspira la persuasin de tu divino aliento.
A merecer tu lauro nos eleve, oh musa, el celo que en tu insigne escuela tan fervoroso los ingenios llama;
que los aplausos de la edad que vuela, ya en la victoria adulen, ya en la fama, no son ms que ilusin de un sueo breve.
LXXI
Dime, Padre comn, pues eres justo, por qu ha de permitir tu providencia que, arrastrando prisiones la inocencia, suba la fraude a tribunal augusto?.
Quin da fuerzas al brazo que robusto hace a tus leyes firme resistencia, y que el celo, que ms la reverencia, gima a los pies del vencedor injusto?.
Vemos que vibran victoriosas palmas manos inicuas, la virtud gimiendo del triunfo en el injusto regocijo.
Esto deca yo, cuando riendo celestial ninfa apareci, y me dijo: Ciego!, es la tierra el centro de las almas?.
LXXII
En qu ver que t a mi llanto ahora, Padre benigno, aplicas los odos, si el corazn que forma estos gemidos, sus dulces lazos tiernamente adora?
Oh, rmpelos, Seor; que ya no es hora de contemporizar con los sentidos; que puesto que a su dao estn asidos, parte hay en m que sus errores llora:
Bien veo que l resiste al favor tuyo, mas perdonar a la cerviz sujeta, eso, Seor, es de nimos humanos.
El sacarlo de error mal grado suyo, es obra digna slo de tus manos; mas oh amor propio, oh lstima imperfeta!
LXXIII
Ya tu piedad magnnima derriba mis dolos, Seor; ya por ti espero que restituya el resplandor primero a mi templo interior su luz nativa.
Animoso al afecto se aperciba para vctima al fuego verdadero; sienta el furor del religioso acero, pues que no ha de arder vctima viva.
Silencio y soledad, ministros puros de alta contemplacin, tended el velo a profanos sentidos inferiores.
No acechen cmo cie el tercer cielo la mente de tan limpios resplandores, que a todos los visibles deja oscuros.
LXXIV
Ni opinin, Carlos, ni esperanza fundo en los aplausos que el favor derrama; quin los aprueba o sus lisonjas ama, por ms que en bronce las escriba el mundo?
S, rotas por el tiempo vagabundo, muere el hombre otra vez cuando su fama, son ms que esfuerzos de una dbil llama, que turbia cesa en el morir segundo?
Y si el no conocerse es el abismo de todo error, y cunde sin mudanza una vez en los nimos impreso,
buscar mi verdad en mi alabanza? cundo has visto volver con buen suceso a quien se busca fuera de s mismo?
LXXV
Firmio, en tu edad ningn peligro hay leve; porque nos hablas ya con voz oscura, y, aunque dudoso, el bozo a tu blancura sobre ese labio superior se atreve.
Y en ti, oh, Drusila, de sutil relieve el pecho sus dos bultos apresura, y en cada cual, sobre la cumbre pura, vivo forma un rub su centro breve.
Sienta vuestra amistad leyes mayores: que siempre Amor para el primer veneno busca la inadvertencia ms sencilla.
Si astuto el spid se escondi en lo ameno de un campo frtil, quin se maravilla de que pierdan el crdito sus flores?
LXXVI
Bstale al da su malicia, Fabio; quiebra esa esfera, en cuya industria sales a recibir los venideros males, dos veces ofendido de un agravio.
De los vidrios soberbios en que un sabio copi los movimientos celestiales, J piter se ri; que sus fatales causas no las infunde el astrolabio.
Pero dirs que en l te da noticia, para que, apercibido, las estorbes, porque flechas previstas menos hieren.
Vive t a la razn y a la justicia, y caigan rotos los celestes orbes; que no los temers cuando cayeren.
LXXVII
De los dos sabios son estos retratos, Nuo, que con igual filosofa lloraba el uno, el otro se rea del vano error del mundo y de sus tratos.
Mirando el cuadro, pienso algunos ratos, si hubiese de dejar mi mediana, a cul de los extremos seguira de estos dos celebrados mentecatos.
T, que de gravedad eres amigo, juzgars que es mejor juntarse al coro, que a lgrimas provoca, en la tragedia;
pero yo, como s que nunca el lloro nos restituye el bien ni el bien remedia, con tu licencia el de la risa sigo.
LXXVIII
Lleg a Guadalajara en este punto, Marqus, donde el clamor de los metales piadosos y las hachas funerales lloran a un duque y lo celebran junto.
Al hijo de mis huspedes difunto saca tambin la cruz de sus umbrales; que un mdico, sin mquinas murales, es aqu otro Anbal contra Sagunto.
Es mi cochero msico y poeta; mas, tal cual es, mirando bien la suerte de dos tan desiguales atades,
ahora est clamando, y dice: Oh muerte! Oh mazo de batn, que as sacudes el pao fino como la bayeta!.
LXXIX
Fabio, pensar que el Padre soberano en esas rayas de la palma diestra (que son arrugas de la piel) te muestra los accidentes del discurso humano,
es beber con el vulgo el error vano de la ignorancia, su comn maestra; bien te confieso que la suerte nuestra, mala o buena, la puso en nuestra mano.
Di, quin te estorbar el ser rey, si vives sin envidiar la suerte de los reyes, tan contento y pacfico en la tuya,
que estn ociosas para ti sus leyes, y cualquier novedad que el cielo influya como cosa ordinaria la recibes?
LXXX
Mario es aquel que del minturno lago al frica, por l domada, huyendo le vemos, sus ruinas confiriendo con las altas ruinas de Cartago.
Filis, de tu altivez el justo pago en la pintura muda ests leyendo, pues tambin hace el tiempo por estruendo en el reino de amor el mismo estrago.
El cristal en que afilas cada da tus flechas te dir mejor la historia de Mario y de Cartago en tu figura;
y comprendida en la fatal victoria, tarde conceders que tu hermosura no fue ms que una breve tirana.
LXXXI
No con el vulgo acuses, oh Licino, la providencia del mayor piloto, pues no eres t quien de un esquife roto a nado se libr en las rocas de Ino.
Mejor ser que al movedor divino votos enves; que un humilde voto enfrena alguna vez al fiero Noto y pone ley al mpetu marino.
T, inexperto, de un dbil vaso dueo, en que crujen las tablas mal seguras siempre que el lienzo tiendes en su antena,
de la fortuna pblica murmuras? Calla, y atiende junto de la arena a conservar el casco de tu leo!
LXXXII
Yo, aquel en cuyo insuficiente estilo la verdad injuriada oy el consuelo que en mi mente infundi benigno el cielo para tener el nimo tranquilo;
Ya fuego exhalo, lgrimas destilo, y contra mis preceptos me rebelo; rabio al fin, y en la furia de mi celo nuevos cuchillos de venganza afilo.
Qu el valor ceda, y venza el brazo astuto! Qu es esto, celestial Sabidura? Es la virtud no ms que un nombre vano?
Mas ya tu resplandor me muestra pa; haz que este afecto que me turba humano, de su calamidad no pierda el fruto.
LXXXIII
Si un afecto, Seor, puedo ofrecerte al culto de sus dolos atento, con lgrimas de amor te lo presento; t en vctima perfecta lo convierte;
que en este sueo tan intenso y fuerte, de tus misericordias instrumento, no imagen imitada es lo que siento, sino un breve misterio de la muerte,
en quien con ojos superiores miro mi fbrica interior oscurecida; bela aquella luz, Seor, aquella
que inspira perfecciones a la vida, pues permites que goce, sin perdella, experiencias del ltimo suspiro.
LXXXIV
Cloris, este rosal, que libre o rudo, del arte huy al favor de la floresta su arrogancia selvtica depuesta, vecinas flores le vern desnudo.
Nota esta rosa, que aun ahora pudo abrir el paso a su niez modesta. Pero cun breves trminos apresta la grana que libr del verde nudo!
Vive su planta los estivos meses; mas el honor de los purpreos senos (msera edad) la madurez de un da.
Pues si lo raro, oh Cloris, dura menos, la pompa de tu abril por qu confa que ha de reinar con hados ms corteses?
LXXXV
Tambin adula, Nuo, la tardanza, porque ni las promesas verdaderas te dan el mismo bien que consideras, ni l dura ms del punto en que se alcanza.
T pues, en prevencin de su mudanza mitiga la opinin con que lo esperas, que opinin de alegras venideras es esto que llamamos esperanza.
La lenta diligencia en los frutales acreditada crece en sus tributos, obras del cielo slidas y expresas;
que aun la fidelidad de aquellos frutos lo muestra, cuando l libra sus promesas, nico autor de efectos puntuales.
LXXXVI
Slo ofende el agero a quien lo advierte; vncelo, o no lo adviertas, Lauso mo; que horrible (no fatal) su podero tanto excede al incauto como el fuerte;
y pues tu estimacin podr ofenderte, refrmala con fuerza o con desvo; que a la luz o al error del albedro se elige o se fabrica nuestra suerte;
cuya interpretacin no la confa al sordo caso aquella providencia que a libertad y a imperio corresponde.
Alcemos pues con tiempo la licencia al curioso temor; vamos por donde nuestra animosa ceguedad nos gua.
LXXXVII
Si en la corte no apartas con cautela, Castro, lo popular de lo exquisito, las heces hoy del nmero infinito tendrs por quinta esencia de la escuela.
T pues de nclitas barbas te recela; mas, aunque no son ciencia, sino rito de la ambicin, que por el gran distrito sobre el aplauso de inexpertos vuela,
saluda por estoica la ignorante; reciba en esto la justicia agravio de que la indigna imitacin saludes;
porque si en la verdad se funda el sabio, por qu ha de resguardarle sus virtudes la astuta negligencia del semblante?
LXXXVIII
Aqu, dnde, a pesar del tiempo, hoy dura soberbio un gran conducto de Trajano, linfas en ministerio de Vulcano dan al doble metal noble escultura;
y el espaol su vellocino apura mas que los seres al que muelle y cano para la ostentacin del traje humano sobre los tiernos rboles madura.
Aspire, aspire a varoniles glorias por severa templanza, y deje Iberia los preciosos peligros en sus minas.
No quieras, oh fortuna, dar materia a las armas remotas y vecinas, y renovar sus brbaras victorias.
LXXXIX
Si quieres conservarte, Lauso, evita ese ardor, con que en varias ocasiones a cuerdos y filsofos te opones, como pudiera el magno Estagirita;
ya tu apariencia, que al estudio imita, cuando se atreve a decidir cuestiones es ridcula a libres corazones, cuyas nobles paciencias ejercita.
Yo, porque de celar tu honor me precio, digo, para que escape de un agravio, que consideres bien de aqu adelante
que el que no sale de su esfera es sabio, el que ignora las cosas, ignorante, y el que las sabe mal sabidas, necio.
XC
Ests libre, Damn? Pues no blasones; que la jactancia, ni en seguro es buena; y si te queda un tomo de pena, te traer a las primeras ocasiones.
No se juzga por libre de prisiones el can, por ms que rompa la cadena, mientras que asida a la cerviz le suena alguna parte de los eslabones.
Paz suelen ser de amor breves enojos, y todos los nublados de tu ira los volver en tranquilidad tu diosa.
Si se humana a poner, cuando te mira, de aquella risa todopoderosa un suave relmpago en sus ojos.
XCI
Lo primero, me visto; lo segundo, devoro medio pan, y en su migaja un torrezno, que al mbar se aventaja el olor que despide vagabundo;
pues qu si es da en que la barba tundo y corre licenciosa la navaja? Carsimo individuo, hiende y raja; que rompes la mejor vida del mundo;
y mas si al aire limpio te desvas, y recostado en la menuda grama, la rstica salud curte el pellejo.
Vive, vive ignorado de la fama; que ms vale morir plebeyo viejo que prncipe en el medio de tus das.
XCII
Mas embravezco al mar, mas inquietos pruebo los vientos cuanto ms envo voces al cielo, y al lamento mo responde con ms speros efetos;
mas si llevo estos dolos secretos, por qu lo espero favorable y po? guardo, Filis, tus prendas y porfo a pedir paz con votos imperfetos?
Osemos pues; qu tiemblas, mano? Intenta ardan las adoradas hebras de oro, su imagen y estas letras de su dueo;
que as ronco el piloto en la tormenta, arroja al mar las perlas y el tesoro para librar el combatido leo.
XCIII
Ser posible que a mis manos muera el len que me oprime interiormente, y que en m su despojo represente la victoria segura y postrimera?
Del len a quien dio la muerte fiera Alcides, se visti la piel valiente, y el mejor yelmo que aplic a su frente fue la cerviz y dientes de la fiera.
Y qu! no podr yo de este deseo, nuevo Alcides, vengarme, siendo cierto que creci por mi dbil resistencia,
y, entrando en nueva guerra, andar cubierto de su acuerdo feroz y de experiencia el vencedor a un tiempo y el trofeo?
XCIV
J ulio, venciste; pero con la suerte que a los vencidos mseros aprieta, rendida a la piedad que all secreta guardas en tu valor, piensan vencerte.
Ama pues, tan benigno como fuerte, la cerviz que te obliga por sujeta; que no es el perdonar gracia perfeta, si en generoso amor no se convierte.
Evtales con ella aun el castigo que en sus conciencias obra la memoria de haber faltado con su fe y contigo.
Cul resplandor no mereci, cul gloria, quin con tal paz triunf del enemigo, qu procedi a triunfar de la memoria?
XCV
Ya, Opicio, a los acuerdos consulares de esta grave repblica presides; y si con tu equidad su imperio mides, ni al griego ni al romano le compares;
mas t, en tantas virtudes no vulgares, mulo de Catn y de Arstides, no salgas de ti mismo ni te olvides, ingrato, del que fuiste en pobres lares.
Entiende que, aunque frises con la luna, los que celan tu honor, rectos varones, te quieren ver de la modestia amigo;
y en esta fe atalayan tus acciones, porque a medida igual se habrn contigo, como te hubieres t con la fortuna.
XCVI
Ya Mercurio, no es bien que yo te siga con ansia en la mitad del curso humano, cuando tan fiel tu premiadora mano de afn y de ambicin me desobliga.
Prvida para s la breve hormiga, all en sus trojes muerde el rubio grano, porque no arraigue y suba a honrarse ufano del frtil colmo en la segunda espiga.
No crezca tu favor; basta que dure; que por ninguno de los trances varios de ambas fortunas irritarme pienso.
No anhelo minas, ni codicio erarios, sino una alegre mies y un firme censo, que estos ltimos ocios me asegure.
XCVII
Oh Abete! si despus que a los fenices rindi tu patria el oro se sus venas, miras como a tu honor nuestras cadenas le rinden tantas brbaras cervices;
por mostrarte a la mar, propias races trocar piensas por ncoras ajenas, y al frico arbolar lienzos y antenas entre votos dudosos o infelices?
Quitar la segur, que te importuna, para mostrarte, apoyo a los trofeos, sombra a las greyes, ocio a los pastores.
No injuries tus invictos Pirineos; cedan sobre ti mismo tus honores a la decrepitud, no a la fortuna.
XCVIII
mulos, Cintia, son o imitadores de la verdad, que en tus alientos huele, los que inspira Favonio cuando impele las sujetas al arte o libres flores.
Y aunque para asaltar faustos olores entre esperanzas que maduran vuele, con cuyo desempeo premiar suele la industria y la paciencia a los cultores.
Ms puro y limpio olor que de ninguna rstica suavidad robar pudiera del que a tus labios su fragancia enva;
pero tu honestidad ruda o severa no ha de admitir en ellos la porfa con que anhelan dos almas por ser una.
XCIX
Es para ti la esfera de la luna, Lico, esta patria universal del suelo; que no has visto la cara al desconsuelo, ni llorado jams, ni aun en la cuna?
No haber hecho de ti experiencia alguna un caso adverso, no te da recelo de que no te ha juzgado digno el cielo de vencer ni una vez a la fortuna?
No acredita al piloto la bonanza; el ejercicio slo es el que puso entre el valor y el ocio diferencia.
Msero quien no da filos al uso de la razn, haciendo resistencia igualmente al temor y la esperanza.
C
J ulio, aunque estoy de imperfecciones lleno, y al fortuna con benigna frente recoge a los indigno, yo obediente, ni mi exclusin ni su rigor condeno.
Pues si persigue al nimo sereno, entre inicuos ejemplos inocente, que opuesto con valor a la corriente, en tiempos malos se atrevi a ser bueno.
Rayo es que arrasa al tronco ms robusto, y recogiendo en s la fatal llama, perdona a las encinas inferiores.
Y as, le debo ms si me desama, pues mereciendo tanto sus favores, quiere tratarme como trata al justo.
CI
El hombre fue de dos principios hecho, tales que, con jactancia verdadera, a sus ojos le alegra cualquier fiera, y cualquier planta parentesco estrecho.
Pero cuando l reconoci en su pecho la gran porcin del fuego de la esfera, vio, con admiracin de ver lo que era, que a la divinidad tiene derecho.
Haz pues que con trocado ministerio a la vaga altivez del albedro el sentido inferior no tienda redes,
y cuando l pretendiere oh Fabio mo! hacerte siervo, acurdate que puedes mirar esas estrellas con imperio.
CII
Fabio, las esperanzas no son malas; mas t con tanto aplauso las acetas, que a orculos forzosos de profetas, y aun a vivos efetos, las igualas.
Sabe que contra el tiempo se arma Palas, contra sus inconstancias y sus tretas; que l es tal, que tropieza en sus muletas cuando le piden que use de sus alas.
Y as, nunca en el trmino futuro, ni en el presente, si eres sabio, digas que hay tiempo que del tiempo est seguro;
que cuando a fuerza de sufrirle obligas a que acuda fiel, te pone un muro de presto entre la hoz y las espigas.
CIII
Tendrs, amigo J ulio, a maravilla que sin necesidad uno prefiera peascos, vientos y tormenta fiera al dulce puerto, a la segura orilla.
Qu dirs si su pobre navecilla no es fbrica de hierros y madera, sino de sutil vidrio, y si la hubiera, de materia ms frgil y sencilla?
Dirs que tan notorio desatino no puede suceder; porque no miras en tus designios y esperanza vana.
Oh ingrato al cielo, que al naufragio aspiras! No ves que es vidrio el mpetu marino esto que ac llamamos vida humana?
CIV
En la fiesta del nacimiento de Nuestro Seor
Hoy rompe Dios los orbes celestiales, y al de la tierra tan benigno arriba, que desarma la diestra vengativa, para abrazar con ella a los mortales.
Y pues gime por paz en los umbrales, un tiempo odioso, la esperanza viva del ofensor, ya prspero, aperciba al Dios infante jbilos triunfales.
Oh feliz culpa!, que si por inmensa, ni en los senos cupieron del olvido, ni en mritos de humana recompensa,
la justicia y la paz, que t has unido, libran hoy el remedio de la ofensa en el amor del prncipe ofendido.
CV
A Cristo orando en el huerto
Qu estratagema hacis, guerrero mo? Mas antes, qu inefable sacramento? Qu os bae en sangre slo el pensamiento de que se llega el plazo al desafo!
Derramad de vuestra alma otro roco, que aduerma o arme al flaco sentimiento; mas vos queris que vuestro sufrimiento no cobre esfuerzo por cobrar ms bro;
que no es temor el que os abri las venas, y las destila por los poros rojos, que antes l los espritus retira;
sino, como se os viene ante los ojos mi culpa, andis de generosa ira, y en esta lucha aumento vuestras penas.
CVI
En la muerte de Cristo
Hoy, por piedad, de su hacedor le ofrecen prendas de sentimiento sus hechuras; llama el sol a la noche, y las oscuras sombras aprisa en tiempo ajeno crecen.
De la vida asaltadas, se estremecen atnitas las mudas sepulturas; libran sus cuerpos a las almas puras, y a los justos vivientes aparecen.
Las piedras se quebrantan, y a su ejemplo, visten los astros voluntario luto; rmpese el velo mstico del templo.
Da cualquier obra al llanto algn tributo, y yo, siendo la causa, lo contemplo con pecho alegre y con semblante enjuto!
CVII
En la resurreccin de Cristo
Mientras que el orden natural se admira del sbito vigor que en esta aurora contra el tiempo voraz se corrobora, y atnita la muerte se retira;
crecer en un sepulcro la luz mira, que el aire asalta y las tinieblas dora; y oye la antigua voz producidora, que otra segunda instauracin inspira.
Oh eterno amor, si al nuevo impulso tuyo naturaleza en todo el gran distrito risuea y fuerte aviva el movimiento!
Por qu yo no lo busco o no lo admito? Yo slo, estril al fecundo aliento, de la comn resurreccin me excluyo?
CVIII
Al Santsimo Sacramento
Oh enigma, adonde amor cifra la historia de cmo vence a Cristo, y cmo ordena que a comer nos le de una sacra cena, efecto superior de la victoria!
En ti de su pasin la gran memoria mejor que en los triunfales himnos suena; de cuya gracia queda el alma llena, resguardo fiel de la futura gloria.
Qu convidado habr que satisfaga, aunque le preste mritos el cielo, a caridad, Seor, tan estupenda?
Cubierto estis; mas no nos niegue el velo, que ac en el tiempo nos dejis por prenda lo que en la eternidad nos dais por paga.
CIX
Cuelga, Ignacio, las armas por trofeo de s mismo en el templo, y con fe ardiente espera que las suyas le presente, quien le infunde tan blico deseo;
que as, en dejando al pastorcillo hebreo el real arns, le dio una fiel corriente limpias las piedras, con que hiri en la frente altiva al formidable filisteo.
Salid, pues, nuevo rayo de la guerra, a los peligros, que producen gloria; oprimid fieras, tropellad gigantes;
que si al valor responde la victoria, no dejaris cervices repugnantes ni en los ltimos fines de la tierra.
CX
A Santa Teresa de Jess
A su Teresa Cristo en visin clara que no sufri ni transparente velo. Si no hubiera criado esposa el cielo para ti soladijole criara.
Si corresponde estimacin tan rara, oh virgen!, al fervor de vuestro celo, cul para unin, o cul felice vuelo de absorto serafn se le compara?
Si a solas vos, y slo en vuestras bodas se os da por dote el mbito glorioso que fue a las almas justas dedicado,
decid si all nos muestra el sacro Esposo, que, aunque las ama en exquisito grado, ha puesto en voz el mrito de todas.
CXI
A Felipe III, al entrar a reinar
Como fue a Apolo por los dioses dada la gloria de poner firmeza en Delos, libraron tus magnnimos abuelos la del orbe en los filos de tu espada,
introduciendo aquella paz sagrada, que, libre de esperanzas y recelos, asida a su virtud desde los cielos, a lo inferior su habitacin traslada.
Quiere, oh gran sucesor, que con tu ejemplo, superior fuerza, as las cosas mudes, que te agradezca el siglo su mudanza.
Para este fin te siguen las virtudes, porque se cre y crezca esta esperanza entre las sacras aras de su templo.
CXII
En la muerte de Felipe III
Este s, gran Filipo, que es dominio mayor que el que los reinos te asegura, pues redujo tu afecto a compostura tal, que dio a las virtudes patrocinio.
Aunque se aflija, cndido, el armio por no admitir mancilla en su blancura, la que luce en tu espritu es ms pura, y su designio superior designio.
mulo de la anglica pureza triunf a la sombra del corpreo velo, que pudo reprimir su interna gloria.
Slo el raro espectculo vio el cielo, y con admiracin de la victoria, le humill la cerviz naturaleza.
CXIII
Al nacimiento de Felipe IV
Naces, oh infante, en honra no entendida ni sujeta al arbitrio de la suerte, pues, en fe de que a Dios plugo escogerte para que a la Asia libres oprimida.
Como otra esfera celestial movida tu augusta madre por virtud ms fuerte, cuando la vida se escondi en la muerte, te pone en los umbrales de la vida.
Por tu cetro ver fieles cultores el gran sepulcro, y cobrar su gloria el sacro imperio, ahora profanado.
Crece pues, no te usurpe la victoria tu padre, a sus designios obligado, y t de generosa envidia, llores.
CXIV
En la muerte del prncipe Filiberto de Saboya
No turba nuestro llanto la alabanza que hoy suena, joven real, en la victoria que de la vida o muerte transitoria en mejor vida tu virtud alcanza.
Slo se extiende a la fatal mudanza del gran principio de gloriosa historia, en quien de antigua hereditaria gloria mula se mostraba tu esperanza.
Pdele a Dios, para lograr la nuestra, victorias de su iglesia, pues tu celo milita ya con arma celestiales.
Ser en el orbe general consuelo ver que a tu ruego deban los mortales lo mismo que debieran a tu diestra.
CXV
A doa Juana de Pernestain, duquesa de Villahermosa, habiendo perdido un pleito en Aragn
Si en los sucesos prsperos declina, oh Hercinia, la virtud de los mortales, y generosa crece entre los males, producindole glorias la ruina,
ms debes a la tierra peregrina que a la de tus penates naturales; as como el mejor de los metales debe ms a la llama que a la mina.
Que la felicidad no perfecciona al alma, aunque le da noble materia, donde con vigilancia se ejercite.
Y los monstruos que guarda Celtiberia dignos de Alcide son, el cual no admite de las manos del ocio la corona.
CXVI
A la duquesa de Villahermosa, doa Mara de Aragn, cuando, saliendo de Menina, se calz chapines
Cuando el amor sus flechas aprestaba vuestra hermosa niez, real seora, como quien su vecino dao ignora, el orbe la defensa despreciaba;
y as, en las llamas sbitas sacaba centella en otro tiempo, incendio ahora; ya amor subido en alto se mejora, para esparcir los daos de su aljaba.
Y por herir las almas de improviso le disminuye al vencedor la gloria, noble pregn que se defiendan suena;
mas como ven que es vuestra la victoria, aperciben los pechos a la pena, y niganlos al importuno aviso.
CXVII
A la misma seora
No extrao yo que a la primera ausencia, Seora, os descomponga el sentimiento, porque tanto es ms spero un tormento, cuanto socorre menos la experiencia;
mas pues concede el mismo amor licencia para que se divierta el sufrimiento, tenedlo un poco a la esperanza atento, y daris algn ocio a la paciencia.
La mitad de vuestra alma, el dulce ausente, volver presto; que a su afecto puro servir la razn y la fortuna.
Poned la fe de entrambos en seguro, formando amor de vuestras almas una; que la ausencia no es ms que un accidente.
CXVIII
Duque, suspende al tiempo la victoria, contemplando en tu edad que el varn fuerte de tiempo y de los hados la divierte en el seno feliz de su memoria;
ni muere aquel valor que en viva historia do con imperio leyes a la suerte; antes ociosa, en paz la misma muerte venera los confines de su gloria.
Vibra tus verdes palmas, no concedas ocio ni olvido al movedor robusto, con que la dbil parte fortaleces;
aada espacios a su edad el justo, y en su propio vigor viva dos veces, aunque lo niegue las fatales ruedas.
CXIX
Hoy, real Seora, hasta la emprea esfera sube en las alas de tu afecto el oro, con tal fe, que al del mstico tesoro que en Beln se ofreci, emular pudiera;
fe, a cuyo aplauso en la regin primera las anglicas mentes forman coro, para anunciar con jbilo sonoro la sucesin que el orbe de ti espera.
El mrtir, cuya fiel sangre revive, infunda, pues le invocas. el aliento que inspira en su prodigio, en tu esperanza;
que ya naturaleza al dulce intento de compensar con frutos su tardanza, los trminos geniales apercibe.
CXX
Pues tu gobierno, mi Fernando, imita al de Dios en los orbes celestiales, aunque excluya tal vez las judiciales plumas, venere la justicia escrita;
que cuando por su arbitrio la infinita dispensa con las rdenes fatales no les turba los lustres naturales, ni el influjo comn desacredita;
Ni t, si la magnnima epiqueya se opone a los derechos que nos rigen, de su ornato purpreo los desnudes;
que, aunque ella tiene altsimo el origen, no ha de pensar que las dems virtudes en su presencia son turba plebeya.
CXXI
Calle sus triunfos la romana historia, Castro, pues con pacficas acciones su poltico estado le compones, sin que el furor preceda a la victoria.
nstrumentos fatales de su gloria son Castros, como en frica Cipriones; mas cedan a tu paz sus escuadrones, y a nuestras esperanzas su memoria;
que cuando de la toga te desnudes, librars el sepulcro, en que la vida su inmenso amor a los mortales muestra,
sers despus comn tiranicida; debern los dos mundos a tu diestra la gran restitucin de las virtudes.
CXXII
Terreno, en cuyos sacros manantiales suele Marte baar yelmos y arneses, y de altas picas las ferradas mieses, para volver diamante sus metales,
no sin emulacin Pomona y Pales te libran de influencias descorteses, osas dar flores en ajenos meses, y el ocio no conoce a tus frutales;
mas ni tu genio prspero te alaba, ni la que armaste juventud robusta, como el hijo de Fronto y de Flacila;
l te da el nombre, oh Bilbilis, oh Augusta, cuando en la urbanidad flechas afila, con que arma el seno de su docta aljaba.
CXXIII
Aunque en tus naves, oh Bretaa ingrata! por el mar de Filipo armada vueles, para robar catlicos bajeles, que le conducen tributaria plata;
por ms que el bronce prfido combata, o amenace con mquinas crueles, en Gades surgirn las popas fieles a vista de tu hertico pirata;
y pues de tus designios infelices no infieres los auxilios que te enva el comn padre, por piedad severo.
presto a la luz de un vengativo da podr en tus gentes religioso acero confundir setas y segar cervices.
CXXIV
Ya he visto, sabio Andrade, por la gloria con que habis satisfecho a mi argumento, la que disimulada en el tormento responde a la paciencia meritoria;
que no pidiendo alivio a la memoria, tregua al furor, ni a la esperanza aliento, desarma y destituye al sentimiento, y entonces se corona de victoria.
Oh, qu gran luz nos da nuestra elocuencia de otras virtudes, que blandiendo palmas, ocurren a la fiel tiranicida!
No pida pues paciencia, no, a las almas, que absortas deja vuestro canto; pida que en aplauso conviertan la paciencia.
CXXV
Del padre Juan Luis de la Cerda
El arte falta do el sujeto sobra, y el vuestro es tal, Seor, que no me deja para miraros levantar la ceja, y menos alabar la menor obra;
un nuevo aliento y fuerza mi alma cobra cualquiera vez que os trata, y de su vieja vida y costumbre vil as e aleja, que con acciones ms ilustres obra;
si recitis la stira divina a vuestra Dafne, de hermosura palma, en m se ven de aquel contento seas,
y a veces vuestra musa peregrina tanto se encumbra, que me roba el alma, la cual dais con que os oigan, a las peas.
CXXVI
Respuesta de Argensola
El pintor raro, a quien el arte sobra, aunque acabada la pintura deja, vulvela a ver, y con severa ceja la acusa, y pone en perfeccin su obra;
y el que cada ao con usuras cobra, sembrando en tierra ejercitada y vieja, no del culto solcito se aleja, que con socorros sucesivos obra;
pero ni la que vos llamis divina stira, ni el laurel, que llamis palma, de estas dos diligencias darn seas,
si ya vuestra elocuencia peregrina no les infunde a las pinturas alma, y no cultiva las heladas peas.
CXXVII
De doa Catalina de Sols
Mientras gozamos con igual contento, seor Rector, los das ya perdidos, en el gusto los ojos detenidos, no descubran lo que ahora siento;
en esta soledad mi pensamiento de espacio os mira, libre los sentidos de esta fuerza secreta, que rendidos os da mil pechos, ved el fundamento.
Mi fe os alabe con silencio cuerdo; si todo el mundo tanto amor os tiene, grande es la causa de tan grande efeto.
No pensis que os conozco porque os pierdo; que alguna vez para juzgar conviene apartar de los ojos el objeto.
CXXVIII
Respuesta de Argensola
Oh sol, que dejas con mortal contento los ojos de las guilas perdidos, del resplandor suave detenidos, hasta sentir la fuerza que ya siento;
vencido te presenta el pensamiento, no slo lo interior de los sentidos, pues tambin los dems te trae rendidos, que tienen en el alma el fundamento;
que aunque no juzgo yo por poco cuerdo, oh sol divino, al que por gloria tiene morir a manos de tan grande efeto,
en huir de tus rayos no la pierdo, si a la fe y a su mrito conviene ignorar las grandezas de su objeto.
CXXIX
Del Prncipe de Esquilache
Si a Filis por qu llora le pregunto, que no es del alma su tristeza jura; mas yo, por la inquietud de su hermosura, que son de amor las lgrimas barrunto.
Llorando niega, y a sus penas junto lo que ella siempre desmentir procura, sin ver que encubre su infeliz cordura en cuerpo alegre corazn difunto.
Qu pasos da su engao tan perdidos! Qu mal se tuerce una costumbre larga, pues no la vencen mquinas ni ruegos!
Qu poco debe amor a los sentidos, si al tiempo que el secreto les encarga, juran los ojos contra el alma ciegos!
CXXX
Respuesta de Argensola
Si llor Fili, o si jur, pregunto, qu te mueve a inquirir si verdad jura? que yo en ti, pues contemplas su hermosura, mas que interior curiosidad barrunto.
Silvio, el ms cuerdo, que lleg tan junto al dao, si evitarle no procura huyendo, cuando apela a su cordura, suele quedar en la ocasin difunto;
y as, pues ves que siguen los perdidos el que a su afecto la licencia alarga, admite los ejemplos y los ruegos.
Huye de lo que aprecian los sentidos; que aunque el entendimiento amor lo encarga, el apremiado gime, y ellos ciegos.
CXXXI
De Lamberto iguez
Rector, a la esperanza infiel no aspira con fugitivas horas tu Lamberto; por conocido, ms que por experto, de sus falsos halagos se retira;
dentro de s con generosa ira en lo oculto del alma ha descubierto que la pared inferior tiene por cierto, lo que a ms noble luz ve que es mentira;
si el sentido aparente gloria alcanza, siempre el deseo de mayor le queda, por no ser cierto bien la semejanza;
dichoso ser, y rey, aquel que pueda el desengao ser de su esperanza, y sellar con su imagen la moneda.
CXXXII
Respuesta
Si la ambicin, que llega adonde aspira, no topa el gozo que esper Lamberto, cul ingenio, o por cauto o por experto, de la esperanza infiel no se retira?
Corrido estoy de no poder sin ira contarte cun a juego descubierto, siempre que me abon algn bien por cierto, en la fiel posesin lo hall mentira.
Si esperado el placer, cuando se alcanza, tan otro viene ya, que no le queda sino aquella apacible semejanza,
hgame Dios tan recto juez, que pueda echar un lazo al cuello a mi esperanza, por falsificadora de moneda.
CXXXIII
Del padre fray Jernimo de San Josef
Oh quin pudiera, superior Leonardo (a vos en esto superior quisiera), arrebatar a la suprema esfera el vuelo de ese espritu gallardo!
Quin la punta serfica del dardo, que a mi madre abras, dulce y severa, entre el papel y vuestras manos viera arder, lucir, y herir a un pecho tardo!
Esta divina pluma, que briosa, en la media regin flore al vuelo con morales discursos provechosa,
penetre aquesos orbes, arda en celo, llegue a la inmoble cumbre, y animosa corra del sumo y hasta el sumo cielo.
CXXXIV
Respuesta
Si alcanzis de Teresa que a Leonardo los dones de su pluma inspirar quiera, la de cul escritor subi a la esfera, oh J ernimo, en rapto ms gallardo?
Que fije en l su fervoroso dardo le pedid, como a madre no severa; veris si quedara, cuando le hiera, tibio al intento, o en la alas tardo.
Volar a diligencia tan briosa, que de algn serafn parezca el vuelo, a quien la claridad suprema endiosa.
Deba, sin este aplauso, a vuestro celo que la esperanza de su fe animosa en posesin se le convierta el cielo.
CXXXV
Si quiere Amor que siga sus antojos y a sus hierros de nuevo rinda el cuello; que por dolo adore un rostro bello y que vista su templo mis despojos,
la flaca luz renueve de mis ojos, restituya a mi frente su cabello, a mis labios la rosa y primer vello, que ya pendiente y yerto es dos manojos.
Y entonces, como sierpe renovada, a la puerta de Filis inclemente resistir a la lluvia y a los vientos.
Mas si no ha de volver la edad pasada, y todo con la edad es diferente, por qu no lo han de ser mis pensamientos?
CXXXVI
A don Felipe el Piadoso En esa candidez, ilesa y pura, que lisonjera en nctar se desata, cuando sencilla y fcil, de la plata a los labios traslada su dulzura.
La ms gallarda edad, estar segura no piense, que tal vez la muerte ingrata, en la leche se mezcla y arrebata juntas, edad, salud, vida y ventura.
Por cun estrecho paso recibimos, y damos el aliento alternamente, pues queda como un tomo impedido.
Oh, vida!, frgil bien! Por qu vivimos dudosos por instante, si pendiente ests de un pelo en el licor cado?
CXXXVII
Rompe la tierra, y en el centro afila el buey pesado la esplendente reja; de varias flores, la discreta abeja en ruecas de oro, rayos de sol hila.
No slo labra el ruiseor, perfila nidos de paja, que en las ramas deja, de hurtada hierba, la inocente oveja, nevados copos, al velln destila.
Mano enemiga su labor desflora; triunfan malos, y trabajan buenos, discanta el grajo, lo que el cisne llora.
Gozan por propios, los que son ajenos, que en los premios del mundo, no es de ahora, que el que merece ms, alcance menos.
CXXXVIII
A don Martn de Bolea y Castro
Aunque el blico pecho y animoso de tal manera a Orlando le ha ensalzado, que est en suprema cumbre levantado, pues en todo ha salido victorioso,
no menos por tu pluma fue dichoso, Orlando en ser de ti tan celebrado, que tanta fama y gloria has t alcanzado, cuanta l con ser en armas valeroso.
El postrimero lmite y subjeto, donde otros no pudieron allegarse, desde all comenz tu vuelo altivo:
ha hallado don Martn tu gran conceto entre furia y amor determinarse: dio este corte y fall superlativo.
CXXXIX
Al padre fray Bartolom Ponce
Cmo podr premiar el bajo suelo, subjeto al corto trmino de vida, obra tan encumbrada y tan subida que a su fin principal no abarca el cielo?
El premio, pues (divino Ponce), dlo el que, bajo accidentes de comida, a tus manos se rinde y te convida con el disfraz del delicado velo.
Que tu sutil labor y heroico estilo, donde (cual muro oculto) so la yedra ms con su fortaleza reverdece,
o cual bajo la cera est el pabilo, en rica guarnicin la rabe piedra, estando Dios, no s qu ms merece.
CXL
A una dama que sin beber vino ni tener negros los dientes le ola mal la boca, seal de poca castidad
Si nunca Baco y siempre fuente viva para tus labios su licor ofrece, y de apariencia artificial carece esa belleza slida y nativa,
de qu causa tu aliento se deriva que los tersos marfiles obscurece? Hoy huele a yema pollo que perece corrompido en la cscara abortiva.
Decir que en los convites excediendo se estraga el huelgo, como en su frecuencia de tu rara templanza te desves,
no lo quiero creer, con tu licencia. Colorada te pones y te res: mal disimulas, Filis; ya lo entiendo.
CXLI
A una persona que se preciaba de ser platnica
Gala, no alegues a Platn o alega algo ms corporal lo que alegares, que esos cmplices tuyos son vulgares y escuchan mal la sutileza griega.
Desnudo al sol y al ltigo navega ms de un amante tuyo en ambos mares que te sabe los ntimos lunares y quiz es tan honrado que lo niega.
Y t, en la metafsica elevada, dices que unir las almas es tu intento, ruda y sencilla en inferiores cosas;
pues yo s que Apuleyo ms te agrada cuando rebuzna en forma de jumento que en la que se qued comiendo rosas.
CXLII
A un privado
Oh t, que en las sublimes aulas de oro de reyes vives, huye, y escarmienta del que a nado escap de la tormenta, echando al mar riquezas y tesoro.
Y cuando la Fortuna en su alto coro vieres que el rostro alegre te presenta, teme de Amor la rigurosa cuenta, como tragedia que provoca a lloro.
Qu piensas que has de hallar firme y estable donde estn en sus tronos la mentira, la lisonja, el engao y la mudanza?
Huye de tu ruina lamentable, que el cielo slo arroja rayos de ira a los que en l no ponen su esperanza.
CXLIII
Prdiga de nariz, de ojos avara, espaciosa de boca, angosta en frente, mejillas de cuaresma penitente, y barba que en pirmide repara;
bosque do el tiempo con los aos ara, encubierto a la luz del rojo oriente; frtil mina de pez que eternamente destila en cada poro un alquitara;
vientre de odre, pecho de amazona, cuello de tina, brazos de cordeles, y en piernas de races pies de pato;
es dibujada al vivo en lneas fieles, monseor, la magnfica persona di quella che vi piace in bel ritrato.
CXLIV
A la vida quieta y libre
Quiera el primer autor que se eternice este dichoso estado en que me veo, adonde en paz mi libertad poseo, que es el bien de la tierra ms felice.
Apaciente cualquiera o martirice entre quimeras varias su deseo; llueva rojo metal, seque el Egeo y a los hados en suma tiranice;
que yo, mientras el cielo permitiere que mis ojos de luz ricos se vean, pobre entre pobres lares verme quiero;
que nunca el rayo a los humildes hiere, ni J ove deja que afligidos sean de tirano envidioso o lisonjero.
CXLV
Cuando a su dulce olvido me convida la noche, y en sus faldas me adormece, entre sueos la imagen me parece de aquella que fue sueo en esta vida.
Yo, sin temor que su desdn lo impida, los brazos tiendo al gusto que me ofrece; mas ella (sombra al fin) desaparece, y abrazo al aire, donde est escondida.
As burlado, digo: Ah falso engao de aquella ingrata, que aun mi mal procura; tente, aguarda, lisonja del deseo!.
Mas ella, en tanto, por la noche obscura huye; corro tras ella, oh caso extrao! Qu pretendo alcanzar, pues sigo al viento?
CXLVI
A la maana de resurrecin
Porque hoy lleg a sus trminos la ira del dao universal, ms viva aurora cuanto yace en sus fbricas explora, cuanto crece a su luz, cuanto respira.
Naturaleza en sus esencias mira intrpida virtud que las mejora, y que la suerte humana vencedora a sucesos ms prsperos aspira.
En tanto que el eterno anfiteatro hoy introduce al inmortal difunto, componiendo otra vez el orbe suyo,
msero yo en el mbito de un punto, de esta segunda perfeccin me excluyo y a dioses fabricados idolatro.
CXLVII
A una dama que desdeaba un paje suyo, con quien estaba amancebada
Pues t con tanta propiedad desdeas ese paje que es todo tu apetito, miente de cualquier cosa el sobrescrito: no es fro el hierro, ni speras las penas.
Sabe, seora, que una de tus dueas (a quien yo algunas veces ejercito) me hace ver en tus brazos el cabrito que, como cabra, en tu retrete ordeas.
Pues yo le vi atreverse a tu camisa suplir prdigamente ajenas menguas de tu marido, por tu industria ausente;
y mientras ambos os chupis las lenguas, yo, atento al espectculo, impaciente, muerdo la ma con envidia y risa.
CXLVIII
A un amigo que no daba en el punto para alcanzar una dama
En la edad de oro, aunque hubo afectos tiernos, se ve que honestidad guardaron, Niso; mas la de plata el freno ms remiso vio en frente humana los primeros cuernos.
La de hierro acab de ensordecernos a la voz del ejemplo y del aviso; despus ningn metal, de honesto, quiso intitular la edad de los modernos.
Y por Gala, tu Euralo, cautivo, no sin risa del pueblo anda fogoso, cohechando siervos y falseando llaves.
Dile t que lo trate con su esposo, que, con ciertos captulos suaves, su mismo esposo le tendr el estribo.
CXLIX
Rendida la cerviz al sacrificio, en la ardiente parrilla recostados estn los duros huesos abrasados, sin mostrar de flaqueza algn indicio.
Tu amor, mi Dios, tenindote propicio, aunque el rigor del fuego era sobrado, por Dios y por seor te he confesado, poniendo en alabarte mi ejercicio.
Como al oro en el fuego me probaste, y aunque fue tan terrible aquel tormento, lo deshice, en tu amparo confiado.
As mi corazn perfecto hallaste, que, por tener en ti su dulce asiento, no le es notado rastro de pecado.
CL
Hoy que amontona fiestas y alegras la madre ms fecunda y la ms santa, dando a sus buenos hijos toda cuanta honra les dio partida en muchos das,
subid, deseos y esperanzas mas, donde se goza lo que aqu se canta, sin temer la grandeza que os espanta de aquellas celestiales jerarquas.
Penetrad los palacios soberanos hasta el trono do asiste el Rey que juzga y gobierna y sustenta a los mortales;
y ved si entre sus nobles cortesanos habr por gran favor quien me introduzca siquiera en el zagun o en sus umbrales.
CLI
Lo que merece nombre de esperanza nace de causa de esperar dudosa, si se espera sin ella, y fe animosa, si con seguridad es confianza.
Si a complacer en lo imposible alcanza, puede llamarse adulacin forzosa, y casi posesin toda otra cosa que quita el miedo a la desconfianza;
declina Amor en quien esperar puede, que la enajenacin y encogimiento aun discurrir al esperar prohbe,
Y en el gozoso asombro que pretende, contemplando posee el pensamiento todo el bien de que nace y de que vive.
CLII
A Dios omnipotente
Seor, que miras de tu excelsa cumbre el tiempo todo en un presente eterno, tu imagen mira en m, que al ciego infierno la inclina su terrena pesadumbre.
Oh suma luz, ya la encendida lumbre de mi gozoso abril florido y tierno muere, y ya temo ver en el invierno ms verde la raz de mi costumbre.
Mrala, sacro santo Rey divino, con ojos de piedad, que al dulce encuentro del rayo celestial vers volvella
a verte, como en vidrio cristalino la imagen mira el que se espeja dentro, y est en su vista de l su mirar de ella.
CLIII
Corneja que vestiste ajenas plumas, ganso que le usurpaste al cisne el canto, cuervo cuyo graznar anuncia llanto, voz que siendo de Arcadia suena en Cumas;
como hendrija de pipa te rezumas, el rebozo destapa, quita el manto, ingenio de almofrex de cal y canto, ligero como plomo en las espumas;
que dejes de enredar ms el urdimbre de parte de las Musas te conjuro, antes que el bello Apolo te confunda.
No mezcles nuestro abril con tu diciembre; si no, por el Estigio lago juro que el verdugo te d una brava tunda.
CLIV
Mi afecto, Amor, me acometi con bro, mas no pudo rendirme a tu obediencia, ni la exterior beldad que con violencia dio el mismo asalto al pensamiento mo;
hasta que con ms noble podero allan la razn mi resistencia, y por su autoridad y en su presencia jur tu servidumbre mi albedro.
Mas aunque la prisin que arrastro suena, y sabe Cintia bien que adoro el peso, no la oye, o no la admite, o la aborrece.
Suple o adorna t el valor del preso, pues su eleccin ya sierva no merece que Cintia quiera asir de la cadena.
CLV
A Felipe IV que entr en un convento de monjas y le ayud el patrn
Qu mucho que en tus lmparas, oh Vesta, la casta luz tus vrgenes desamen, si en una tiene concubina el flamen, fuego vecino por lo menos tuesta.
Y ella hace ostentacin de tan honesta, que siempre que ante Sneca la llamen pasar sin temor por el examen de recoger el agua en una cesta.
Es posible que al cmplice estupendo le admitan sin horror las aras pas que han recibido de l tantas injurias?
A J piter al fin yo no lo entiendo: l castiga con rayos nieras y solapa sacrlegas lujurias.
CLVI
Hoy el nefando autor del color bayo y el sacrlego vil que a hecho injuria al sacro honor de la romana curia son mariposas en el blanco sayo.
Guarda, Sodoma, que desciende el rayo de la mano de Dios, con justa furia, contra la gomorrea vil lujuria que abrasa a Espaa con mortal desmayo.
Saca en los hombros la virtud, Eneas, de las llamas del ocio consumida, si ser piadoso prncipe deseas.
Camina, Lot, con tu mujer querida; vuelve los ojos, Corte, no lo veas, si no quies ser en piedra convertida.
CLVII
A Madrid, cuando se trataba de mudar la Corte a Valladolid
Volverse han muchos a labranzas toscas, que fueron sus primeros ejercicios; tratarn los magnates y patricios en rubias mieses y vacadas hoscas.
Dejarn las culebras ya sus roscas en que enlazaban huspedes novicios; andarn los casados en sus quicios, pues le dejan en paz su miel las moscas.
Vivirse con gusto y ms sin arte, y cesar el hablar por cartapacio, engomar el copete y frente lucia,
y las mohatras en igual descarte. En faltando la Corte, Rey, Palacio, aunque limpia, Madrid ser muy sucia.
CLVIII
La respuesta nos la da Pedro Pardo
Dame, Seor, una oracin suprema; dame la voz, el ritmo y el acento; que todo tuyo sea el pensamiento, y tuyos el poeta y el poema.
Anonadado en Ti, sea un problema de cmo por amor, con nuestro aliento, te expresas a ti mismo el sufrimiento de esta vida que brilla y que nos quema.
No me dejes recluido en mis fronteras, pues quedo tan inerme y desvalido, que temo, mi Seor, que si algo pido
no ser de esta splica que esperas. Como para tu gloria vivo y muero, lo que quiero pedir yo no lo quiero.