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Amrica: recomienzo de la Historia
La lectura auroral de la Historia
en la novela hispanoamericana
Graciela Maturo
Amrica: recomienzo de la Historia
La lectura auroral de la Historia
en la novela hispanoamericana
Editorial Biblos
ndice
Graciela Maturo Amrica: recomienzo de la Historia: la lectura auroral de la historia en la novela hispanoamericana - 1 ed. - Buenos Aires: Biblos, 2010. 162 pp. ; 23 x 16 cm.
ISBN 978-950-786-777-4
1. Estudios Literarios. I. Ttulo CDD 801.95 Diseo de tapa y armado: Luciano Tirabassi U.
Graciela Maturo, 2010 Editorial Biblos, 2010 Pasaje Jos M. Giuffra 318, C1064AA Buenos Aires info@editorialbiblos.com / www.editorialbiblos.com Hecho el depsito que dispone la Ley 11.723 Impreso en la Argentina
Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en forma alguna, ni tampoco por medio alguno, sea ste electrnico, qumico, mecnico, ptico de grabacin o de fotocopia, si la previa autorizacin escrita por parte de la editorial.
Esta primera edicin se termin de imprimir en Primera Clase, California 1231, Buenos Aires, Repblica Argentina, en enero de 2010.
Introduccin
Amrica, la novela......................................................................................
Captulo 1 La Historia, construccin de Occidente
1. Historia y escatologa ............................................................................ 2. De la hermenutica ontolgica a la dispersin del sentido .................. 3. Humanismo y modernidad .................................................................... 4. El lugar de la conversin en la tradicin judeocristiana...................... 5. El concepto heideggeriano de la Kehre ..................................................
Captulo 2 Novela y humanismo
1. Sujeto filosfico e identidad narrativa: novela y subjetividad.............. 2. La nueva novela histrica hispanoamericana: cronologa .................. 3. La relectura de la Historia en la nueva novela: novelar, otro modo de historiar.................................................................................................
Captulo 3 Las crnicas de Indias en la conformacin de la tradicin narrativa americana
1. Las crnicas............................................................................................ 2. Criterios de sistematizacin. Principales crnicas de los siglos xvixvii............................................................................................................... 3. Particularismo de las crnicas americanas..........................................
Captulo 4De los pasos de lvar Nez a Los pasos perdidos de Alejo Carpentier
1. Introduccin............................................................................................ 2. Las crnicas indianas como documentos de la subjetividad del siglo xvi................................................................................................................ 3. La Relacin de lvar Nez. El viaje real y el modelo mtico............. 4. Aspectos estructurales y expresivos de Naufragios ............................. 5. El robisonismo americano ..................................................................... 6. La incursin y el descubrimiento de la ipseidad: Los pasos perdidos ......................................................................................................
7. El concepto de lo real maravilloso.........................................................
Captulo 5 Interioridad e Historia en El largo atardecer del caminante de Abel Posse
1. Introduccin............................................................................................ 3. El largo atardecer del caminante como reflexin sobre la historia occidental.................................................................................................... 4. Hacia una intepretacin a la luz de la Historia de Amrica ............... 5. Reflexin final ........................................................................................
Captulo 6 Amrica en su laberinto Una aproximacin hermenutica a El General en su laberinto de Gabriel Garca Mrquez
1. Introduccin............................................................................................ 2. La memoria histrica y el discurso novelstico .................................... 3. Aproximacin al mundo imaginario del texto: el hroe....................... 4. En el laberinto del texto ........................................................................ 5. Doble referencialidad histrica ............................................................. 6. Perspectiva hermenutica ..................................................................... 7. Lo esperpntico en la obra de Garca Mrquez ....................................
Captulo 7 Don Quijote en la transmodernidad latinoamericana
1. La transmodernidad latinoamericana.................................................. 2. La leccin de Cervantes......................................................................... 3. La herencia cervantina en Amrica......................................................
Captulo 8 La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
1. Amrica, recomienzo de la historia....................................................... 2. El Paraso en el Nuevo Mundo ............................................................... 3. La novela de Leopoldo Marechal Megafn o la guerra .........................
Eplogo
Es Amrica una utopa cancelada? .........................................................
Atender al campo literario, y en especial a la novela, ese gnero hbrido que surge especficamente con la Modernidad, es hallar una va que se revela fecunda para conocer y reconocer la identidad hispanoamericana. En primer trmino por el carcter del discurso simblico, multvoco y abierto de la novela; en segundo, por su ntima relacin con la Historia, con el acontecer real, hecho que la diferencia modernamente del antiguo relato pico. Hablar de la novela en Amrica exige a mi juicio atender al campo inicial de las crnicas.
El desarrollo del gnero novela, por otra parte, se liga al Descubrimiento de Amrica. No nos atrevemos a asegurar que sea una consecuencia de ste aunque bien podra aventurarse, dada la conmocin que produjo en la conciencia hispnica la historificacin del mito removida por los viajes, pero s debemos aceptar que ambos hechos pertenecen a una etapa nueva, que cambia las categoras del pensamiento y el actuar del hombre europeo en diversas direcciones.
Los libros de aventuras ficticias se difundieron moderadamente en Amrica. Ya la Inquisicin haba percibido su carcter mitolgico, sospechable de heterodoxia. En cambio, tuvo apreciable circulacin la obra de Cervantes. En el fondo es Amrica misma la que escribe su propia nueva, su novela, a travs de la carta, el testimonio, las historias verdaderas.
No decimos ya que la novela hispanoamericana comienza con el Periquillo Sarnientosino con las Cartas de Cristbal Coln; reconocemos el carcter novelesco de obras como Las aventuras de Learte, El lazarillo de ciegos caminanteso Una excursin a los indios ranqueles. Amrica ha remodelado la novela, imponindole categoras propias. Habr ciertos momentos de imitacin, reflejos de modas pasajeras, de estilos venidos de Europa; sin embargo, la gran literatura hispanoamericana volver reiteradamente a nutrirse en su propia tradicin de cultura. El reconocimiento de sus tradiciones no es entre nosotros tarea libresca o erudita sino nuevo impulso hacia la experiencia viva, la aventura, la poltica o la mstica. En una palabra, Amrica no ha abordado, sino fugazmente,
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esa etapa de la literatura vuelta a s misma, campo sgnico que se cierra; por el contrario, sus conflictos y aun su drama social mantienen viva la pica histrica, el proyecto americano inconcluso, la vitalidad simblica. Es sta una verdad corroborada por la mirada europea.
La lectura hermenutica impone una mirada de conjunto que puede revelar las constantes de la novela latinoamericana. Tambin su transformacin, su movimiento. Para esa mirada de conjunto la primera constatacin es la del mundo mtico-simblico que si bien es convocado en la literatura por palabras, queda ms all de stas y pertenece al fondo imaginario de la cultura. Ese imaginario simblico lleva en Amrica Latina la marca del humanismo cristiano. ste hizo posible la mestizacin tnica y cultural, ms avanzada en los siglos coloniales que en pocas posteriores. La analoga de los mitos hizo posible el sincretismo americano, importante para comprender el perfil de la cultura hispanoamericana.
La novela ofrece un mbito de libre reelaboracin de tales imgenes. En tanto es libre, con mayor fuerza revela esas estructuras que resurgen del trabajo simblico. La crnica, que la precede, aporta el momento del cambio, la encarnacin de la palabra el idioma, en un nuevo tiempo-espacio.
La novela latinoamericana mitifica la naturaleza, estableciendo as una situacin humana mucho ms limitada que la del europeo. Si ste se refleja en la imagen del mago, el sabio, el productor de artefactos, figuras fusticas, el americano se ve ms a menudo representado en la imagen del hombre ligado a la naturaleza, discpulo de sta. Quien dice naturaleza dice a la vez lo dado del mundo, lo csmico, y por lo tanto el misterio, lo sagrado. La naturaleza misma es vista por el indgena como smbolo de la divinidad. El espaol, por su parte, ve en ella una huella divina, como lo expresaba su propia cultura (San Juan de la Cruz).
La importancia del espacio en la novela latinoamericana ha sido reiteradamente observada. Tambin la mitificacin o sacralizacin del espacio, las formas simblicas de la casa, el pas, la regin, aluden constantemente a ese espacio sagrado. El espaol, en muchos casos de ascendencia juda y rabe, no tuvo esa fuerte necesidad de sacralizar el espacio hasta que lleg a estas tierras. El indgena tiene una cultura netamente espacial. La temporalidad europea se sosiega en estas playas donde se abre la posibilidad de poner fin al peregrinaje humano. As lo intuyen Coln y los conquistadores: Amrica es el paraso terrenal; al menos un paraso posible.
Amrica surge como continente de la posibilidad. Por eso la utopa termina en Amrica. U-topossignifica ningn lugar: un suelo abstracto para ser realizado en alguna parte. Amrica clausura la utopa, al ser ella misma la imagen del Paraso. El espaol Juan Larrea lo intuy
Introduccin
de esta forma, y antes que l Antonio de Len Pinelo. Hablaremos de una transmodernidad americana para aludir al tiempo americano, a su cultura entretejida entre la contemplacin y la accin.
El progreso americano ser pues un progreso lento, y las etapas de modernizacin despiertan inevitablemente resistencia y enjuiciamiento moral. Amrica es por excelencia un continente construido sobre la idea de la justicia. Amrica, como la novela, es lo nuevo en la Historia. Las escrituras postulan a Amrica como recomienzo de la Historia. Amrica misma es una novela.
captulo 1
La Historia, construccin de Occidente
1. Historia y escatologa La historicidad del concepto mismo de Historia, que ambiguamente abarca el acontecer en el tiempo y la palabra que lo registra, se hace evidente a quien observe con detenimiento el panorama de las culturas. Se da en el tiempo, sobre la circularidad mtica de las culturas antiguas, el surgimiento de una nueva actitud, caracterstica de los pueblos semitas y ms adelante de los cristianos, depositarios de una idea universalista del devenir que se sostiene en una vectorialidad acumulativa y reinterpretativa.
No es posible comprender tal historicidad fuera de un proyecto ligado inicialmente a la teologa, que el europeo seculariz: conducir a la humanidad hacia su perfeccin en el final de los tiempos. Es propio de la mentalidad histrica un subyacente esquema religioso-moral, que impone el acrecentamiento del conocer y el hacer humano como tarea colectiva, con un implcito reconocimiento del esjatos o finalidad que le da sentido. Ludwig Landgrebe afirma sobre la diferenciacin del devenir histrico frente a la naturaleza:
Es conocido en sus lineamientos generales el hecho de que la posibilidad de tal diferenciacin tiene sus supuestos ltimos en la fe, en las promesas profticas y en su ampliacin como escatologa csmica, tal como aparece por vez primera en la teora de los reinos universales del Libro de Daniel.1
En un trayecto que abarca tres mil aos, se ha cumplido una etapa importante de la humanidad cuyo centro de transformacin e irradiacin se centr en Occidente. Al hablar de la Historia nos referimos innegablemente a ese tramo, que alcanza su fase ms ambiciosa a partir del siglo xvi, con lo que se llama la Modernidad.
La expresin modernus fue usada en el siglo xiv como equivalente de nominalista y fue aplicada a la negacin de los universales, pero
1. Ludwig Landgrebe, Fenomenologa e historia, Caracas, Monte vila, 1975.
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tambin se la hace corresponder a siglos anteriores como la tendencia a reivindicar lo actual y presente.
La Modernidad, para Jrgen Habermas, queda elevada a tema filosfico desde finales del siglo xviii.2 La crtica neoestructuralista de la razn dispara el debate modernidad-posmodernidad. Para Max Weber era todava evidente la conexin interna, es decir no contingente, entre Modernidad y racionalismo occidental. Racional era, para l, el proceso de desencantamiento que condujo a debilitar la imagen religiosa del mundo, de donde resulta una cultura profana. Esta racionalizacin desarroll tres esferas de valor: 1) ciencia y tcnica; 2) religin y moral, y 3) arte y literatura.3
La tricotoma planteada por Weber puede ser vista como una puntualizacin de la divisin kantiana desarrollada en las tres Crticas: Crtica de la Razn Pura, Crtica de la Razn Prctica y Crtica del Juicio. Weber describe, dentro de la racionalizacin, dos procesos: 1) la profanizacin de la cultura occidental, y 2) la evolucin de las sociedades modernas. Las nuevas estructuras sociales vienen determinadas por la diferenciacin de dos sistemas: la empresa capitalista y el aparato estatal burocrtico. Se trata de una institucionalizacin de la accin econmica.
A medida que la vida cotidiana se vio arrastrada por la racionalizacin cultural y social, se disolvieron las formas de vida tradicionales, diferenciadas en estamentos profesionales. Sin embargo, la modernizacin del mundo de la vida no viene determinada slo por las estructuras de la racionalidad con arreglo a fines. Hoy, modernizacin refiere a la formacin de capital, a la implantacin de poderes polticos centralizados, a la secularizacin de normas y valores. La teora de la modernizacin rompe la conexin interna entre Modernidad y racionalismo occidental, de modo que la modernizacin ya no puede entenderse como racionalizacin, como objetivacin histrica de estructuras racionales.
Hegel habla de modernidad en contextos histricos como concepto de poca. La expresin alemana Neue Zeit, en ingls Modern Times, en francs Temps Modernes, viene a designar, en torno al 1800, los tres ltimos siglos transcurridos. Los historiadores del siglo xix visualizaron etapas, acontecimientos relevantes. El descubrimiento del Nuevo Mundo, el Renacimiento y la Reforma, en torno al 1500, conforman la divisoria entre Edad Media y Edad Moderna.
Cabe recordar que la Modernidad, ligada en sus comienzos al humanismo, avanz en los conventos, restituyendo sus fueros al libre pen
2. Jrgen Habermas, La posmodernidad, un proyecto incompleto, en Hal Foster et al., La posmodernidad, Barcelona, Kairs, 1985.
3. Max Weber, La tica protestante y el espritu del capitalismo, Barcelona, Orbis, 1985.
La Historia, construccin de Occidente
samiento, las ciencias, la curiosidad por el mundo. Se abra una nueva edad en que los hombres seran llamados a construir una civilizacin gigantesca. La mentalidad de ese prodigioso momento de la cultura, que Jacob Burckhardt llam Renacimiento, no estaba totalmente secularizada. El equilibrio entre fe y ciencia trminos de una docta ignorantia, como la llam el cardenal Nicols de Cusa en 1450 es clave del humanismo representado por Pico della Mirandola, Marsilio Ficino, Len Hebreo, Erasmo, y sus discpulos en Europa y Amrica.
Amrica y la Modernidad han nacido juntas, si se atiende al desenvolvimiento propiamente histrico del nuevo continente. Sin embargo, sera una grave ceguera homologar los tiempos histricos de Europa y Amrica; as lo han comprendido los ms importantes pensadores y artistas latinoamericanos, no solamente en nuestros das sino tambin en el pasado, cuando comenzaba a perfilarse una identidad americana.
Vista en su conjunto, tal como ahora se la visualiza desde la propia Europa, la Modernidad se ha caracterizado por un desarrollo fustico de la ciencia y la tcnica que gener en el hombre europeo un sentimiento de omnipotencia. Filosficamente, se produjo la autonoma del sujeto, el despliegue irrestricto de la racionalidad, la objetividad, el afn de dominio, la relegacin del humanismo religioso y, en suma, la autopromocin de la cultura occidental en sus ltimas fases, como un modo de universalismo. La aldea encableada vino a ser, a partir de los aos 60, en forma explcita o implcita, la fase ltima de la utopa europea: una utopa tecnolgica.
A partir de la expansin, necesariamente limitada, de la tecnologa, se ha ido gestando una nueva mentalidad, que ya no abarca a la totalidad de los humanos sino a los pueblos blancos, protagonistas del desarrollo posindustrial. Los pueblos de la periferia, sus culturas y legados, parecen quedar parcialmente fuera de la ltima etapa de la Historia, y significan su fracaso como proyecto universal.
Es a esta etapa proteica y no fcil de abarcar a la que se adjudic, en las ltimas dcadas del siglo xx, el nombre ambiguo de posmodernidad. En trminos polticos, Habermas distingue dos formas de posmodernidad: una de ellas sera neoconservadora y la otra anarquista. Ambas reclaman el fin de la Ilustracin, sobrepasando la tradicin de la razn desde la que antao se entendiera la Modernidad europea, y hacen pie en la poshistoria. Estas corrientes actan en el sentido de un desenmascaramiento de la razn, que la muestra como subjetividad represora a la vez que como voluntad de dominacin instrumental. Cualesquiera sean las diferencias entre estos tipos de teoras de la Modernidad, ambas se distancian del horizonte categorial en que se desarroll la autocomprensin de la modernidad europea, y pretenden haber superado esa etapa.
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Examinar la complejidad de la crisis de la civilizacin moderna nos conduce, sin embargo, a determinar la coexistencia permanente del avance fustico dominante y el humanismo reconciliador. Las utopas del siglo xvi obedecan a ese doble impulso. Iniciaban la crtica de Occidente y apuntaban, secretamente, a Amrica. Esta lnea, cada vez ms dbil, se refugia finalmente en el arte y en pensadores discutidos y marginales (Martin Heidegger, Rodolfo Kusch, Mara Zambrano).
A partir del Romanticismo, y ms acentuadamente con Friedrich Nietzsche, surge la crtica de la civilizacin occidental instalada en 1920 por Oswald Spengler como decadencia de Occidente. La fenomenologa, en los comienzos del siglo, cuestion la objetividad cientfica; sus herederos, los filsofos de la existencia, recordaron la finitud y la vulnerabilidad de lo humano as como la persistencia de los interrogantes ltimos. Como Edipo, el hombre moderno y parricida siente el imperativo de volver al seno de su madre la tierra, a la que tambin ha destruido.
El siglo de los grandes logros comunicacionales, la navegacin interestelar, los satlites, el microchip, la investigacin microcelular, los trasplantes de rganos, ha sido escenario de grandes crmenes, genocidios, marginalidad, muerte por hambre y enfermedades sociales, enajenacin, mecanizacin, experimentacin nuclear nociva, depredacin de reservas naturales, envenenamiento de las aguas y de la atmsfera.
El tema del final de la Historia ha sido fruto de una intuicin vlida, recibida de distinto modo en diferentes lugares de la tierra. Por un lado, se hizo evidente el cruce de una curva arriesgada, que ha puesto en peligro la estabilidad de la vida y del hbitat. Por el otro, se patentiza tambin la unilateralidad de la aventura, que margina a continentes enteros y elimina valores acuados por largas tradiciones.
Cul es, dentro de tal horizonte, el papel de Amrica Latina? Se siente continuadora fiel, antagonista o una variante de Occidente? Vive en su peculiaridad mestiza la posibilidad de una reactivacin original para el futuro?
2. De la hermenutica ontolgica a la dispersin del sentido La tradicin filosfica occidental se halla totalmente recorrida por una metafsica que se remonta a los fundadores del filosofar: Platn y Aristteles. En sus distintos tramos esa metafsica ha otorgado un fundamento al pensamiento y la existencia, y ha reconocido en el lenguaje un instrumento valioso para su develacin.
La Historia, construccin de Occidente
La fenomenologa, al inaugurar una etapa metdicamente nueva de la filosofa, abre distintas posibilidades (no siempre constructivas) para la hermenutica contempornea. De la epoj como suspensin de lo ya sabido, puesta entre parntesis del mundo y del yo constituido, es posible pasar a la vuelta ontolgica de Heidegger, a la recuperacin del pre-juicio cultural a la manera de Paul Ricoeur y Hans-Georg Gadamer, mediada por la tradicin, o bien a una fase nihilista y deconstructiva de la cultura, que pretende un descondicionamiento absoluto, un cierto salto al vaco, como lo hemos visto en Jacques Derrida y Michael Foucault. Ellos y sus seguidores han desplegado una hermenutica posmoderna que profundiza, en actitud hipermoderna, el progresivo vaciamiento de la cultura.
La hermenutica posmoderna se ubica en el proceso del inmanentismo que se abre con Roger Bacon y se contina en John Locke. Segn Gianni Vattimo, la hermenutica vendra a ser la Koino lengua comn del nuevo tiempo, caracterizada por la destruccin del Logos.4 Esta corriente piensa lo histrico en trminos estructuralistas, sobre la negacin del sujeto y la verdad o el sentido.
Me basar ahora en un trabajo de Paul Veyne titulado Cmo se escribe la Historia. Foucault revoluciona la historia a fin de intentar una caracterizacin del concepto de la Historia en este filsofo francs, que tuvo amplia y acrtica recepcin en nuestros mbitos universitarios. Ante todo dir que en el pensamiento de Foucault aparecen grandes contradicciones. Por un lado niega al sujeto la libertad de elegir, y niega entidad a los sujetos mismos. Se refiere a la Historia como entramado arbitrario y determinista, no obstante ajeno a toda previa mitificacin. Por otro, parece librar al hombre a un acto ltimo de libertad, el suicidio.
La posicin de Foucault, adversa a las ideologas, por ejemplo el marxismo, contrara asimismo a la fenomenologa y a la hermenutica humanista. Segn Veyne, cabe pensar que Foucault reifica una instancia que escapa a la accin humana y a la explicacin histrica, que hace prevalecer los cortes o las estructuras sobre la continuidad y la evolucin, o que no se interesa por el aspecto social de la historia.5 Adems, utiliza de un modo especial las palabras discurso y prcticas discursivas, dando lugar a aplicaciones ciertamente confusas.
ParaVeyne,Foucaultes elprimerhistoriadortotalmente positivista6 pues se ha desembarazado de supuestos previos revelndose en ello
4. Gianni Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenutica en la cultura posmoderna, Barcelona, Gedisa, 1986.
5. Paul Veyne, Cmo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia, Madrid, Alianza, 1984, p. 199.
6. dem, p. 200.
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como discpulo de la fenomenologa y ha pretendido ir ms all, hacia la negacin de los objetos naturales. Para l los hechos humanos son raros, no estn instalados en la plenitud de la razn.7 No son evidentes aunque lo parezcan, y se rigen por una gran arbitrariedad. Se hace necesario investigar en cada caso la parte oculta del iceberg.
Foucault descalifica las filosofas polticas racionalistas. Destruye la causalidad materialista del marxismo as como otras formas de causalidad. Lo que existe en la historia son las prcticas de los hombres, y esas prcticas unifican el hacer y el decir. Juzgar a la gente por sus actos no es lo mismo que hacerlo por sus ideologas ni en funcin de grandes nociones eternas. Las ideologas han muerto como han muerto los grandes relatos, los mitos en que se hallaban fundadas. Slo cabe descubrir en la trama histrica formas que han pasado inadvertidas.8
Se revela Foucault como uno de los fundadores de la pragmtica textual, que identifica prcticas sociales y discursivas. Para esta corriente toda palabra no acompaada por una prctica es una palabra vaca.
No podemos negar que ciertos aspectos de su pensamiento se revelan atractivos, y rozan intuiciones del escritor-fenomenlogo. As, por ejemplo, su nocin de una gramtica histrica puede llevarnos a pensar en aquellas eras no evolutivas, no lineales, de las que habl Jos Lezama Lima. Pero ambos se mueven en atmsferas muy distintas. Para Foucault las cosas no son ms que objetivaciones de prcticas determinadas, cuyas determinaciones hay que poner de manifiesto, puesto que la conciencia no las concibe.9 No hay objetos culturales, ni tampoco naturales; slo las prcticas engendran objetos. En cuanto a la tarea del historiador, ha de comprender que nada preexiste al hacer. Lo hecho, el objeto, se explica por la prctica, el hacer, el discurso.10 As pues, se sustituye en esta teora la vectorialidad teleolgica que ha caracterizado a la Historia por la prctica de un deseo sin fin y sin objetivos.
En el trabajo de Foucault se observa una ramificada apelacin a conceptos de la escolstica y en general al pensamiento tradicional, tales como el amor, transformado en deseo, y a actitudes propias de la hermenutica clsica que resultan invertidas. El deseo, que se identifica con la nietzscheana voluntad de poder, construye el plan que lo hace posible.
Se deja de lado la metafsica del ser, y aun el proyecto humanista de la felicidad, para situar lo humano en una carrera catica que, contradictoriamente, se aboca a aporas insalvables. Un hombre despojado de mitos, valores y creencias, lanzado a un nihilismo devorador, resulta el
7. Paul Veyne, Cmo se escribe, p. 200.
8. Michel Foucault, La arqueologa del saber, Mxico, Siglo Veintiuno, 1987, p. 208.
9. Vase Paul Veyne, Cmo se escribe, p. 213. 10. dem, p. 215.
La Historia, construccin de Occidente
arquetipo de una realizacin por dems sombra, prxima a la locura y el suicidio.
La ideologa no existe; tampoco la realidad histrica. Esta negacin enfrenta de modo privilegiado al humanismo cristiano. Puesto que nada existe en la Historia, slo quedan referentes prediscursivos.11
Estamos pues ante un universo completamente material, compuesto de referentes prediscursivos que son potencialidades an sin rostro; todo depende de todo.12
Hay cierto determinismo en la visin de Foucault; su obstinada negacin de la conciencia y de la libertad lleva una marca estructuralista y antihistrica. Exalta las discontinuidades, las formas, las estructuras constituidas por conjuntos de prcticas discursivas. El suyo es un nuevo positivismo, ms radicalizado, que se construye sobre la negacin del mito, la Historia y el humanismo. Para l no hay verdad transhistrica pero tampoco cientfica. Como no existe ms que lo determinado, el historiador no explica la poltica misma, sino el rebao, las corrientes y otras determinaciones, porque no existen ni la poltica, ni el Estado ni el poder.13 Se hace necesario, para Foucault, destruir los racionalismos, siguiendo una pauta reductivamente nietzscheana que pretende imponerse de manera absoluta. El arma del historiador sera la irona, que disuelve las apariencias de verdad.
Diversamente a Heidegger, Foucault sostiene que el lenguaje no re- vela lo real. Contrariamente a Edmund Husserl, la conciencia no es constituyente. Lejos de Ricoeur, hacer Historia no es poner en juego una tica.
Detengmonos en la conclusin de Veyne: Hablar claro: *Foucault+ no es un humanista, porque, qu es un humanista? Un hombre que cree en la semntica. La filosofa de Foucault no es una filosofa del discurso sino una filosofa de la relacin, porque relacin es el nombre de lo que se designa como estructura. Vivimos en un mundo estructurado, donde las figuras son lo que las configuraciones sucesivas del tablero hacen de ellas.14
Foucault crea un mito invertido, un mito infernal. En vez de pensar una Historia como proceso de sentido en que el hombre es llamado a colaborar, piensa una Historia que es proceso mecnico puesto en marcha por prcticas no conscientes. No lo vemos ampliando la razn hacia la
11. Michel Foucault, La arqueologa, pp. 64-65. 12. Paul Veyne, Cmo se escribe, p. 226. 13. Michel Foucault, La arqueologa, p. 229. 14. Paul Veyne, Cmo se escribe, pp. 232-233.
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suprarracionalidad del intelecto, como lo hacen Husserl y Ricoeur, sino
sustituyendo la razn por enfermedad y locura.
Quienes se inspiran en esta seudofilosofa se colocan a un tiempo contra el hegelianismo y el marxismo, y contra la fenomenologa y la hermenutica. Construyen una hermenutica negativa, que niega la obra como tal librndola slo a relaciones cambiantes con sus intrpretes y niega al autor pues, contradictoriamente, pretende ponerse al margen de una filosofa de la conciencia. Foucault como Jacques Derrida, Giles Deleuze y otros de esa oleada deconstructiva se propone eliminar los ltimos vestigios de la metafsica reemplazndolos por una opcin positivista que objetiva objetos de fecha concreta sobre una materia sin rostro.15
La historia-genealoga *+ abarca por tanto completamente el panorama de la historia tradicional pero estructura esa materia de otra manera *+ no se atiene a los siglos, los pueblos ni las civilizaciones sino a las prcticas; las tramas que relata son la historia de las prcticas en que los hombres han visto verdades y de sus luchas en torno a esas verdades. Esa historia de nuevo cuo, esa arqueologa como la llama su inventor, se despliega en la dimensin de una historia general.16
Foucault encabez el irracionalismo extremo de la corriente llamada posestructuralista pero su pensamiento es en verdad el fruto de un estructuralismo avant la lettre. Ya en los comienzos de la dcada de 1970 vimos la fuerte crtica del hermeneuta Luis Cencillo a esta seudohermenutica que no instala sentido sino que lo niega.17 Apoyndonos en su ejemplo, como asimismo en el de Ricoeur18 y en la fenomenologa de Heidegger, profundizada originalmente por Rodolfo Kusch, iniciamos entonces una crtica a esta corriente, que abarc sucesivos tramos: lingstica, formalismo, estructuralismo, semiologa, deconstruccionismo.
En la dcada de 1980 nos invadi esta corriente irracionalista que tuvo centros predilectos de difusin en universidades francesas y norteamericanas, e hizo pie en notorias revistas de esos aos (Punto de Vista, Espacios, Vuelta, etc.). A ellas nos hemos opuesto firmemente desde un humanismo renovado por la fenomenologa, que tiene muy lcidos exponentes en Europa y Amrica.
15. Paul Veyne, Cmo se escribe, p. 236. 16. Michel Foucault, La arqueologa, pp. 215, 237. 17. Luis Cencillo, Mito. Semntica y realidad, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1970. 18. Paul Ricoeur, Le conflit des interpretations, Pars, Seuil, 1969.
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3. Humanismo y Modernidad Creo que ser interesante detenernos en la creacin cultural ms original de los pueblos occidentales: el humanismo, que alcanza su plenitud en tiempos cristianos. No estamos hablando de los humanismos de los siglos xix y xx sino de un humanismo propiamente tendrico que, siendo de raz precristiana, alcanza en Cristo su mximo ejemplo. No se podra entender la evolucin de los pueblos europeos sin este factor de impregnacin simblica, historificante.
Es cierto igualmente que en Grecia, alrededor del siglo iv, tuvo nacimiento el nuevo espritu que valoriza al hombre como pensador y constructor, sin violentar inicialmente las marcas de la cultura religiosa. Mito y libre albedro, aceptacin y negacin, cultura espiritual y realizacin mundana, entrarn desde entonces en una tensin creciente, que hizo suya el cristianismo. Italia, a partir del siglo xiii, protagoniz el resurgimiento del humanismo antiguo y del primitivo cristianismo, de l impregnado. Tal movimiento, al que Jacob Burckhardt dio el ttulo de
Renacimiento, no puede ser entendido como una inclinacin erudita,
puramente libresca, hacia los textos griegos y latinos. Se trata de una
revitalizacin excepcional de la idea del hombre como compuesto corpo
ral, anmico y espiritual, destinado a habitar y conocer el mundo, gozar
de sus bienes, usar de su razn, manipular instrumentos, producir arte,
alcanzar la felicidad. Este tipo de hombre nuevo no se desentenda de
los mitos, ms bien por primera vez poda reconocerlos e interpretarlos
desde una hermenutica abierta, enfrentando a una mentalidad estre
cha, jurdica y clericalista, atenida a la rigidez de la letra.
El concepto de la divinidad del hombre, audacsimo para la teologa autoritaria y generador del cisma de la Iglesia oriental, haca posible la valoracin del hombre integral, de su vida, ingenio, creatividad y trabajo, generando una indita expectativa en el progreso. Vena a acentuarse la proyeccin escatolgica del judeo-cristianismo hacia un final de los tiempos, a travs de una valoracin intensa del presente y una comprensin amplia del pasado.
En la cultura humanista no slo prospera la expansin universal del Evangelio sino el espritu de la conversin, que inspira un gnero tpicamente espaol como las guas de pecadores, estudiados por Mara Zambrano.19
19. Vase La confesin: gnero literario, Madrid, Siruela, 1995.
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4. El lugar de la conversin en la tradicin judeocristiana Segn los biblistas, la Historia es historia de la salvacin. No es posible hallar una definicin suficientemente abarcadora de la Historia que garantice su validez para todo tiempo y lugar. Por el contrario, se advierte una conceptualizacin de la Historia que es ella misma histrica y ha sido elaborada dentro de los parmetros de la cultura judeo-cristiana, es decir, sobre un fondo teolgico y tico-religioso que da por supuesto un trmino de llegada, anunciado y legitimado por los profetas. Ese camino incluye la idea del perfeccionamiento humano y hace necesaria la conversin, tanto aplicada al hombre individual como a los pueblos.
La conversin es una realidad humano-cristiana y salvfica central, que expresa originalmente el encuentro del hombre con Dios y decide sobre la orientacin de la propia vida, removindola desde su pasado, en el presente y para el futuro.20 En momentos lmite, el hombre, proclive al pecado y al alejamiento de Dios, revive la situacin original de pertenencia a su origen. La salvacin no es tal solamente como accin de Dios sobre los hombres lo cual se halla fuertemente marcado en el judasmo sino como conversin de la humanidad hacia Dios; as lo afirma la tradicin judaica y lo acenta de modo especial el cristianismo. Este aspecto, debemos reconocerlo, no es exclusivo de la tradicin judeocristiana. La religin griega, que el Iluminismo intent reducir a balbuceos infantiles, guarda en su seno una profunda leccin sobre el despertar y el pleno desarrollo del hombre, que fue recogida por los Padres de la Iglesia y recuperada por el humanismo en diversas etapas. Centro del rito trgico es precisamente el tema de la conversin.
En los textos bblicos se hallan dos expresiones relativas a este concepto: vahan, metnoein y sb, epistrephein. Metnoein significa arrepentirse, cambiar de sentimiento o mentalidad. En el Nuevo Testamento se acerca a lo expresado por sb, epistrephein, volverse, convertirse, enmendarse, no slo en lo que se refiere a la conducta sino en cuanto al cambio del entendimiento y la voluntad. En este sentido la voz hebrea sb acenta la significacin de inversin y retorno. El paso de un estado a otro se presentifica y se hace central en el Evangelio, donde la figura de Cristo Jess pasa a vertebrar simblicamente el devenir de los tiempos, haciendo viva y ejemplar la palabra de los profetas. Ams, Oseas, Isaas, Jeremas, Ezequiel, y los profetas posteriores al exilio pedan la conversin del pueblo y ms an la conversin personal; el Nuevo Testamento cristologiza la conversin, la fija en un lugar, el encuentro con el Cristo vivo, dando por cumplidas las profecas: El tiempo se ha
20. Dionisio Borobio, La conversin, Madrid, Accin Cultural Cristiana, 1995.
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cumplido, y el Reino de Dios est cerca; convertos y creed en el Evangelio (Mc. 1,15). Tal llamado se dirige a lo largo de los siglos no slo a las comunidades no cristianas sino, cada vez ms, a los cristianos, expuestos antes que otros al egosmo y la indiferencia, tal como lo proclama la cultura medieval formativa de los valores bsicos del pueblo espaol.
5. El concepto heideggeriano de la Kehre Me propongo ampliar brevemente este concepto cristiano de conversin, implcito y explcito en la cultura de los pueblos iberoamericanos, hacia el concepto de la Kehreelaborado por Martin Heidegger y expuesto de modo especial en una clebre conferencia de 1949. Este concepto se ha divulgado en niveles intelectuales de Amrica Latina a partir de la obra de Octavio Paz, aunque no siempre se lo recoge con la profundidad espiritual y religiosa que posee. Traducido como vuelta, giro, inversin o revuelta, el concepto de Kehre es aceptado como prcticamente intraducible por Mara Cristina Ponce Ruiz:
Es sta una de las tres palabras que hemos optado por dejar de traducir, dado que expresiones como giro, vuelta, viraje, cambio, retorno, regreso, inversin, torna, a las que han recurrido traductores y comentaristas de Heidegger, no nos satisfacen del todo, ya que no vemos que ninguna recoge en plenitud el sentido de esta palabra capital.21
Para el filsofo, la Kehredebe relacionarse con la poca de la historia de la metafsica cuando a nivel planetario impera la tcnica moderna. A esta fase Heidegger la caracteriza como olvido del Ser. En su pensamiento se inscribe con fuerza la conviccin de que es posible salir de esa fase por un camino de retorno al origen, a lo inicial, a la fuente. Cuando el olvido es reconocido como tal, cuando se muestra como peligro, es posible alcanzar una salvacin por la va de repensarlo todo: el lenguaje, el hombre, lo no pensado, todo aquello que nos concierne y nos compromete.
No es la primera vez que Heidegger trabaja sobre el concepto de Kehre. En esta conferencia lo hace en relacin con los conceptos de la tcnica, el poder (Das Gestell)y el peligro (Die Gefahr).Heidegger contrapone el concepto de lo destinal al puro acaecer:
21. Mara Cristina Ponce Ruiz, Introduccin, Martin Heidegger, Die Kehre, en Die Tecnick und die Kehre, Crdoba, Alcin, 1992, p. 43.
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Ponemos a la historia en el mbito del acaecer, en lugar de pensar la historia segn el origen de su esencia, desde el destino.22
No es nuestra intencin, desde luego, plantear el tema de la formacin teolgica de Martin Heidegger ni de la repercusin que sta puede haber tenido en su filosofa. De hecho nos interesa recoger, en las postrimeras de la Modernidad, un mensaje de cambio que reitera desde la filosofa aquella apelacin cristiana sealada como vertebrante de la cultura hispanoamericana. La conversin heideggeriana, de significacin personal e histrica, retoma asimismo el concepto de los corsi e ricorsi enunciado por Giambattista Vico y la nocin de desnudamiento cultural que apareci en Jean-Jacques Rousseau, y fue base del movimiento romntico antes de ser finalmente lanzada como un reto a Occidente, en una torsin hacia lo dionisaco, por Friedrich Nietzsche. Heidegger ha tematizado esta idea devolvindole hasta cierto punto el sentido de una conversin impostergable en la oscuridad de los tiempos. La esencia de la tcnica es para el pensador el Ser mismo, por eso no puede ser dominada por el hombre; s, en cambio, puede ser reconducida por ste a su destino:
El hombre moderno ante todo debe reencontrarse en la anchura de su espacio esencial Lo humano (la cultura) se edifica primero en su espacio esencial y all crea su morada; nada esencial le es posible al hombre dentro del ahora imperante destino.23
Es muy importante, como es sabido, la funcin que Heidegger otorga al lenguaje como el lugar que ofrece camino al pensar y est destinado a constituirse en morada del Ser. El lenguaje es la dimensin inicial dentro de la cual la esencia del hombre slo puede corresponder al Ser y su requerimiento.24 Este corresponder inicial es el pensar, que permite hablar en el mbito donde acontece el olvido del Ser, lo Gestell (estructura de la imposicin) y el peligro que le es propio. Frente a ello el filsofo alienta la posibilidad de una Kehreen la cual el olvido del Ser pueda ser revertido. A travs de la Kehrepuede hacerse posible el retorno de la verdad de la esencia del Ser, su nueva inhabitacin en el ente.
Tal vez estamos ya en la sombra que proyecta la llegada de esta Kehre, afirma. Y dice tambin: La esencia del hombre es la de ser el que espera, aquel que espera la esencia del Ser, mientras pensndolo lo custodia.25
22. Martin Heidegger, Die Kehre, p. 13. 23. dem, p. 15. 24. dem, p. 21. 25. dem, p. 23.
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Ese retorno, reversin o conversin del rumbo de la vida se impone como una intuicin afirmada en la indigencia del tiempo actual, pues lo dice Hlderlin en su poema Patmos, donde est el peligro crece tambin lo que salva.26 Heidegger lo sintetiza diciendo: El peligro mismo es lo que salva. Salvar, liberar, cuidar, guardar, custodiar, son conceptos inherentes a la Kehre: el acechar del peligro se convierte en la guarda de la esencia del Ser. La Kehre se convierte en altheia, es iluminacin de la verdad del Ser. Con ello Heidegger no quiere abarcar solamente la mirada que comprende sino el relmpago de la verdad que ilumina la mirada. La traductora-anotadora de este texto comenta: La Kehre es una posibilidad que se juega en el entre de la relacin Serhombre, en el co de su pertenencia mutua, y que consiste en ejecutar un giro en redondo y retomar, recuperando la originariedad del mbito al cual esencialmente como hombres pertenecemos.27 Se trata, en suma, de la consumacin del acto fenomenolgico en su total pureza. Es sta, en suma, la ltima vuelta del humanismo europeo, y no es extrao que este tramo haya arraigado en Amrica, en coincidencia profunda con su tradicin y su transmodernidad.
Pensar en el humanismo, en suma, no es slo recordar los tratados de Dante Alighieri, la biblioteca de Petrarca, los trabajos de la Academia Platnica de Florencia; es abarcar el movimiento espiritual de la cristiandad a partir del siglo xiii sin ignorar focos anteriores que son considerados protorrenacimientos y su expansin, por hombres esclarecidos, a nuevas tierras. No agota tampoco el humanismo la eclosin de las ciudades, el lujo, los mecenas, el creciente poder de la banca, el gusto por el arte en la cotidianidad de la vida. El humanismo, que acompaa el curso de la Historia, ha mantenido su adhesin a los valores tico-religiosos y un particular respeto por la naturaleza. Se inicia la divergencia que Amrica incentiv entre una modernidad tecnicista y transformadora, que gener la etapa industrial, y una modernidad humanista que, siguiendo el ejemplo de San Francisco de Ass, elogia la pobreza y ama a las criaturas csmicas.
El arte refleja los contrastes y las tensiones propios de una humanidad en bsqueda de nuevos horizontes. En este marco se comprende la apertura de Europa hacia Oriente, frica y las Indias Occidentales, donde la obtencin de dominio y riquezas se une ntimamente al afn de conocimiento y expansin cultural. El viaje de Marco Polo a los pases de Asia y el Cercano Oriente preanunciaba los viajes transocenicos de Coln, Vespucio, Sols y Magallanes.
26. Friedrich Hlderlin, Patmos, en Poesa completa, Madrid, Hiperin, 1979, t. ii, pp. 140-141.
27. Mara Cristina Ponce Ruiz, Introduccin, en Martin Heideggr, Die Kehre, p. 45.
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A travs de esas rutas llegan al Nuevo Mundo los inventos y las creaciones de la Modernidad; la imprenta, la plvora, la brjula, el sextante y la carabela. Venan tambin los nuevos estilos de vida y de pensamiento, las teoras sobre un mundo total y abarcable, la Biblia, el catecismo, la potica de Ariosto, los gneros del humanismo: el dilogo, la novela, el soneto, la autobiografa, la utopa. A partir de los documentos del pasado y de la tradicin que los reinterpreta, es interesante observar el modo originalsimo por el cual ese amplio caudal de filosofa, ciencia, arte y religin es incorporado y reformulado en un mbito nuevo, confrontado con otras culturas, enmarcado en un paisaje distinto.
No es sin duda alguna el espritu cientfico progresista ni el afn de lujo mdicamente expandidos desde las cortes virreinales lo que prevalece en la Amrica hispnica, caracterizada por el hambre, las vastas extensiones despobladas y los speros contrastes tnicos. En cambio, vemos imponerse cada vez ms el aspecto tico-religioso del humanismo, cimentador de la originalidad americana. Ese nuevo espritu, moderno en tanto humanista, pero reacio a la modernidad desacralizante, ligado a los objetos, empieza por cuestionar la legitimidad de la conquista y siembra una inquietud permanente en torno de otra legalidad.
Tengamos presente que son los humanistas espaoles y americanos los fundadores del derecho, cristiano en esencia, que habr de revolucionar los tiempos modernos, cuestionando sin cesar el espritu colonialista de Europa. La discusin promovida por Las Casas, Vitoria, Surez, Cano, culmina en la creacin de un nuevo derecho de gentes. Desde el clebre sermn de fray Antn de Montesinos en 1511 hasta la carta del obispo de Puebla Julin Garcs al pontfice Paulo iii sobre la naturaleza racional del indio, germina una conciencia tico-jurdica que con el tiempo har posible la liberacin de los pueblos mismos. Como lo ha recordado Miguel ngel Asturias en Audiencia de los confines, las leyes nuevas aplicadas desde 1542 abren un ciclo de creciente integracin y autoconciencia americana, jalonado de luchas y sacrificios.
Es bien conocida la aplicacin de franciscanos, dominicos y mercedarios al aprendizaje de las lenguas indgenas, de las que hicieron gramticas, repertorios y vocabularios. Experiencias inditas de formacin educativa crearon espacios de convergencia para el latn, el hebreo, la gramtica castellana y las lenguas autctonas; con paciencia y penuria se aproximaban los saberes indgenas, sus instrumentos musicales y la vieja ciencia de la tierra cocida, con la enseanza de la matemtica, la retrica, el derecho y la ciencia poltica.
En las mejores experiencias de la colonizacin experiencias que debieron ser ahondadas y mejoradas, pero quedaron truncas, el indio aprenda la teologa cristiana, el latn, la retrica, mientras el hispano y
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el criollo asimilaban la medicina indgena, descubran el uso de nuevas hierbas curativas, se deleitaban con desconocidas leyendas. Aprendan, fundamentalmente, una nueva actitud de vida, contemplativa y reflexiva, ms prxima del humanismo clsico que del espritu fustico moderno.
El estudio de la evolucin de las artes revela incluso la resistencia que halla en Amrica el desarrollo de la perspectiva matemtica, la ordenacin clsica del espacio, la geometra euclidiana. Se impone en estas tierras un componente irracional, dinmico, amalgamante, que altera la claridad renacentista. Nace el Barroco, no solamente como esttica sino como filosofa y estilo vital. Se conformaba una nueva cristiandad, la americana, y ello exiga el esfuerzo de comprender y alentar la mestizacin, el dilogo cultural. San Pablo haba dicho en su tiempo:
Ya no ms griego ni judo sino cristiano. Acaso podra haberse dicho
en el Reino de Indias: no ms hispano ni aborigen sino mestizo, es decir
cristiano, americano, barroco.
Son las ideas de Erasmo, Vives, Toms Moro, de inspiracin humanista, las que conforman el sustrato cultural hispanoamericano inicial. Detrs de ellos estn los dilogos platnicos, reinterpretados por los humanistas italianos y profundizados por la cristiandad. Esta tradicin parecera haber preparado el formidable encuentro de culturas que se produjo en el Nuevo Mundo. Vemos la expresin de este humanismo dialgico en el Inca Garcilaso, Martn del Barco Centenera, Cervantes de Salazar, Francisco de Terrazas, Gutierre de Cetina, Bernardo de Balbuena, Sor Juana Ins de la Cruz, la madre Josefa del Castillo. Un perfil tico, moral, religioso, marca el devenir de la cultura hispanoamericana. Ese perfil ha nutrido el desarrollo de nuestras letras, ms all de pasajeros entusiasmos por estticas experimentales.
Andando el tiempo, es esa misma fuente humanista la que inspira la crtica de la modernidad y de la posmodernidad tecnolgica, en el escritor latinoamericano del siglo xx.
En la filosofa humanista de Alejo Carpentier, Miguel ngel Asturias, Jos Lezama Lima, Leopoldo Marechal, Hctor A. Murena, Rodolfo Kusch, Ernesto Sbato, Abel Posse, Eduardo A. Azcuy, Jos Luis Vttori, sin pretensin de unificarlos pero reconociendo en ellos las marcas de un humanismo no meramente progresista ni antrpico, vemos surgir el cuestionamiento tico, religioso, filosfico y sociopoltico de la modernidad cientfico-tcnica, y asimismo de la posmodernidad que, pretendiendo su crtica, acenta muchas de sus facetas constituyendo en cierto modo una hipermodernidad. De ah la ambigedad y versatilidad de los trminos que se utilizan para definir esta etapa, y la necesidad de revisarlos y acotarlos desde una perspectiva americana.
captulo 2
Novela y humanismo
1. Sujeto filosfico e identidad narrativa El trmino sujeto problemtico para la filosofa moderna ha sido incorporado a la reflexin esttica y en especial a la teora de la novela a partir de la obra de pensadores como Mijal Mijilovich Bajtn, Jean- Paul Sartre, Xavier Zubiri, Paul Ricoeur, Hans-Robert Jauss.
La historia del trmino latino subjectum, que se remonta al griego hypokemenon, indica que pas a significar, en los siglos medievales, algo distante y aun opuesto con relacin al concepto moderno: la sustancia, lo objetivamente dado al hombre.1 Segn Ricoeur, la afirmacin cartesiana del cogito tiene el mrito de abrir, precisamente, la configuracin del problema de la identidad del individuo.2 Y este problema ha sido asumido en nuestro tiempo no solamente por el filsofo sistemtico sino asimismo por el escritor, ese fenomenlogo que recoge de modo original los datos de la realidad y los procesos ms profundos de su propio desarrollo gnoseolgico, tico, esttico, volitivo.
Ricoeur ha aportado a la reflexin esttica la nocin de identidad narrativa, sin limitarse a extraerla del texto literario sino adjudicando a la vida misma la textura de un relatum. La vida personal, como la historia colectiva, se comprende e interpreta por su naturaleza temporal, al verse configurada como narracin unitaria. Asimismo, al no existir, segn el filsofo, un relato absolutamente neutro, la narratividad sirve de propedutica a la constitucin de una conciencia tica. Esta perspectiva, que ahonda y contina algunos aspectos de la reflexin de Sartre y de Bajtn sobre la novela, viene a hacer de sta un gnero autnticamente filosfico, una mediacin privilegiada de la comprensin de s y del mundo.3
1. Danilo Cruz Vlez, Filosofa sin supuestos. De Husserl a Heidegger, Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
2. Paul Ricoeur, Soi mme comme un autre, Pars, Seuil, 1990.
3. Ricoeur ha desarrollado estos conceptos en su magna labor sobre la narratividad histrica y novelstica, Temps et Rcit, Pars, Seuil, 3 vols., 1982-1985.
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Como lo ha sealado agudamente el humanista Bajtn, de formacin fenomenolgica, el sujeto-autor, negado por la teora positivista del arte y sus derivaciones constructivistas, estructuralistas o posestructuralistas, se proyecta en su propio discurso dotado de la peculiaridad del discurso potico (literario), pero asume tambin cierta mediatizacin a travs del sujeto-personaje, que para la fenomenologa es tan humano como el autor y el lector. Se trata precisamente de una mediatizacin ficcional pero no por ello falsa, creada por la necesidad de la objetivacin del s mismo, que es paso ineludible de su plena y total explicitacin hermenutica. A ello apuntan los procesos de identificacin y distanciamiento que Bajtn ha descripto admirablemente en sus trabajos tericos.4
La trayectoria de la conciencia individual es inseparable de la expresin personal, autocognoscitiva y reflexiva a la cual denominamos adoptando un vocablo originado en la modernidad renacentista novela. La novella, nouvelle o novela es inicialmente el relato en el que confluyen el confesionalismo cristiano y la reinterpretacin histrica, derivada, incluso degradada, del relato mtico o ejemplar.
Su origen y desenvolvimiento, as como su expansin en obras amplias, de estructura compleja, suele ser fijado en el siglo xvi y especialmente ligado al nombre de Cervantes; pero si atendemos a la presencia de un sujeto individual podramos remontar su origen al siglo xiii, con la Vita Nova de Dante Alighieri, y aun ms atrs, al siglo v, con las Confesiones de San Agustn.
La novela como gnero corresponde a una fase madura de los pueblos y especialmente a la aparicin de la conciencia personal, la mirada crtica y reflexiva, e incluso la quiebra de la inocencia originaria. No encontramos novelas en el sentido moderno sino relatos o sagas picas entre los pueblos indgenas de Amrica, si bien los estudiosos modernos hablan de novelas con sentido histrico y referencias al contexto prximo, que se distinguen bien de los relatos picos, en la cultura mestiza americana, por ejemplo, en Venezuela.5 Cabe pensar que esos frutos son el producto de la fractura cultural de los pueblos autctonos y de la emergencia de brotes crticos surgidos con la venida de los espaoles.
Se hace evidente que el proceso de la novela occidental, inherente a la autognosis del hombre moderno, ha continuado en Amrica, en primera instancia con un sentido testimonial las crnicas y luego con creciente desarrollo de la fabulacin esttica y la reflexin crtica. En la
4. Mijal Mijilovich Bajtn, Esttica de la creacin verbal, Mxico, Siglo Veintiuno, 1989.
5. Vase Lyll Barcel Sifuentes, Pemontn Wanamar, Caracas, Monte vila, 1978. La autora, que estudia los gneros literarios en las comunidades indgenas de Venezuela, habla de las historias nuevas que aparecen en las mismas como resultado de un sincretismo cultural que conduce doblemente a la valoracin de la historia real y de la persona individual.
Novela y humanismo
novela hispanoamericana, proceso creador de intensa calidad heurstica y filosfica, queda configurada la trayectoria personal y colectiva del hombre americano, tanto en sus aspectos de simbolizacin figurativa como en el despliegue de un discurso autoconsciente, que vuelve hacia la figura del escritor y examina lcidamente su propia creacin.
Es nota tpica de la novela hispanoamericana constituirse como afirmacin de un sujeto histrico, tico, comprometido, que no ha desdeado afrontar riesgosos caminos de evolucin y fisin interior, confrontacin dialgica, desenmascaramiento y transformacin, en un continuo esfuerzo de reunificacin de la conciencia y de comprensin de la realidad. Una fenomenologa de la novela en nuestro continente se halla pues en condiciones de descubrir un perfil de identidad que se enriquece en su relacionamiento con el sustrato antropolgico popular, las definiciones histricas, los ritos sociales y otros aspectos de la cultura.
Novela y subjetividad
El itinerario de la subjetividad es ligado a la experiencia esttica en la reflexin de Hans-Robert Jauss, quien estudia especialmente el trecho que conduce de las Confesiones de San Agustn a las de Jean- Jacques Rousseau.
El descubrimiento de la individualidad en la medida en que se nos revela, en la historia de la autobiografa, con su forma literaria ms genuina ofrece un ejemplo significativo para la cuestin de si y cmo la polmica de la identidad estaba figurada en el campo de la esttica.6
En la obra de San Agustn asoma la subjetividad cristiana, concebida como boceto miserable o imitacin de la unidad profundamente secreta de Dios. Los predicados de la identidad divina sirven para definir, por contraste, al hombre cado y contingente. La intencin de Jauss es mostrar cmo, en la medida en que el hombre tiende hacia su autonoma, se apropia de los predicados de la identidad divina acundolos en normas de una autoexperiencia que se manifiesta plenamente en la autobiografa, germen de la novela moderna.
Veamos, con el citado autor, cules son esos predicados. En primer trmino la totalidad: pese a su deficiencia, el hombre conserva en s una imagen de la incolumnitasque hace posible su redencin. San Agustn
6. Hans-Robert Jauss, Experiencia esttica y hermenutica literaria. Ensayos en el campo de la expresin esttica [1977], Madrid, Taurus, 1986, p. 225.
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apela a un concepto neoplatnico-cristiano para establecer esa continuidad ontolgica entre la unidad de Dios y la existencia humana. El cambio de lo no esencial en esencial se convierte en centro de la vida, y asimismo en centro de la narracin vital. Ese predicado de totalidad, seala Jauss, es usurpado por el hombre moderno con desmedida pretensin, tal como vienen a probarlo las Confesiones de Rousseau. El yo autnomo entra de un modo universal y a la vez individual en la antigua paradoja de la infinita pero abarcable totalidad de Dios: el que
se conoce a s mismo desde la nueva certeza del sentimiento conoce tambin a todos los hombres.7 Dios, en la experiencia rousseauniana, ha sido reemplazado por el prjimo.
Un segundo predicado consiste en la inmutabilidad del que todo lo cambia. Seala Jauss en las Confesiones de San Agustn la dicotoma insalvable del entonces y el ahora, que deja sin resolver el tema de la identidad; en tanto Roussseau, por el contrario, viene a afirmar la continuidad del yo en momentos muy diversos.
La eternidad y ubicuidad de Dios es el tercer predicado que se contra- pone, segn Jauss, a la nocin del lmite y la imperfeccin de la memoria humana en San Agustn. Surge tambin all la conciencia de la corporalidad como nota ligada a la identidad de hombre. A partir de entonces asoma en la experiencia esttica la potenciacin del recuerdo y el desafo al lmite, que alcanza a la apropiacin de la omnisciencia divina.8 ste es precisamente el cuarto predicado sealado por el filsofo de la escuela de Constanza: Rousseau rechaza las premisas agustinianas para legitimar la mayora de edad del individuo ilustrado. El autor moderno invita al lector a experimentar en s incluso aquello que le es ajeno. Ese lector es ascendido a juez supremo, dndose a Dios el lugar de testigo. Estimo que esta fenomenologa del sujeto aplicada a dos obras que distan entre s nada menos que trece siglos puede dar cuenta del salto abrupto de la Modernidad con relacin a la cultura cristiana medieval. Queda en el medio otro paradigma, el que corresponde a la cultura tendrica humanista, legitimadora de un doble centro: hombre y Dios.
El camino de la individuacin en la novela hispanoamericana
La trayectoria descripta por Jauss, es todo el camino recorrido por la subjetividad moderna? Puede ser aplicado a Cervantes y a su descendencia ese esquema de transferencia de los predicados divinos al in
7. Hans-Robert Jauss, Experiencia esttica, p. 228. 8. dem, p. 233.
Novela y humanismo
dividuo humano? Son suficientes esos conceptos para abarcar el complejo proceso que halla expresin en la novela, y ms especficamente en la novela hispanoamericana? Tales son algunas de las preguntas que se nos plantean ante la reflexin, sin duda iluminadora, de Jauss.
La confesin autobiogrfica se hace camino expresivo de un rumbo que los griegos velaron como inicitico y riesgoso: el gnosce te ipsum. Es la atmsfera del cristianismo la que permite histricamente el desarrollo de ese germen nuevo que abarca la introspeccin, el cambio de estado, el descubrimiento de los valores, la reflexin filosfica y la opcin volitiva. La novela se hace expresin de la conciencia individual, aunque habra que revisar esta expresin si recordamos que individuo significa lo indiviso, en tanto que el novelista afronta audaces procesos de divisin interna o fisin de la conciencia. Son buenos ejemplos americanos Ernesto Sbato y Julio Cortzar.
El espacio de la novela se abre en dos dimensiones complementarias: la conciencia personal y la historia de los hombres. A travs de la novela moderna el hombre expresa el desgarramiento social, la fragmentacin de la cultura, incluyendo el proceso de la crisis interna que significa el cuestionamiento y la fragmentacin del yo. Pero esa conciencia que testimonia, evala y expresa no se limita a ser testigo de su tiempo ni a reflejar pasivamente su propio desgarramiento. Desde Cervantes hasta Marechal o Rulfo, el rumbo de la novela nos ha mostrado la pervivencia de un proceso activo de religacin y autoconocimiento, que deriva en una hermenutica histrica y en reclamo o propuesta de un proyecto tico. Tal es la va que aos atrs sealbamos como rasgo dominante en la novela hispanoamericana, y que otros estudiosos de las letras vienen indicando de igual modo.9
Limitndonos aqu a la rbita literaria hispanoamericana, sealamos que ella constituye un campo particularmente rico para constatar ese doble movimiento de la subjetividad, que por un lado se reconoce a s misma, y por otro experimenta la religacin que le devuelve el vnculo trascendente. A travs de la expresin novelstica, el hombre hispanoamericano crea un espacio de honda resolucin de las contradicciones racionales, reintegra lo disociado, expresa los procesos profundos de la conciencia y da testimonio de lo nuevo germen de la novela, sobrepasando y completando el trayecto de la subjetividad rousseauniana y cartesiana. El ms acabado ejemplo de tal proceso es la novela de Leopoldo Marechal Adn Buenosayres.
9. Graciela Maturo, La literatura hispanoamericana. De la utopa al Paraso, Buenos Aires, Garca Cambeiro, 1983; Iber Verdugo, El carcter de la literatura hispanoamericana y la novelstica de M.. Asturias, Guatemala, Universidad de San Carlos, 1984.
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Se convierte as la novela, como modo intensamente elaborado del conocimiento y el lenguaje, en va personal de crecimiento que acompaa y expresa la transformacin de la conciencia y se hace signo de la transformacin del yo contingente y limitado en yo trascendente, en conciencia pura.
Tal conviccin invita a considerar el gnero novela, y en especial dentro del mbito hispanoamericano, desde el enfoque y las coordenadas bsicas de la fenomenologa, el personalismo y la psicologa de la individuacin, tal como ha sido planteada por Carl G. Jung.
Con diversos matices y enfoques, estas corrientes han replanteado el tema del yo trascendental como meta ltima del proyecto humano. La bsqueda de identidad es en el fondo bsqueda de ipseidad, como lo seala Ricoeur retomando un concepto de Jean Nabert.10 La creacin artstica aporta a este proceso su cuota de interiorizacin y develamiento simblico, haciendo posible la superacin interna de los conflictos por la transformacin de la conciencia. No es ste un descubrimiento moderno, si bien ha sido la Modernidad la que histricamente ha desarrollado su virtualidad genesaca y hermenutica. El camino de la individuacin queda indicado ejemplarmente en el mito del hroe, comn a muy diversas culturas, y ahondado como rito por la tragedia griega.
La novela moderna viene a encarnar plenamente en la persona de un autor real ese proceso de autoconciencia prefigurado en la cultura antigua. La vida personal se ofrece a la comprensin e interpretacin como el campo ms inmediato de su ejercicio; pero asimismo es el proceso de la conciencia el que se presenta como ncleo ltimo de la fabulacin novelstica. El hombre es concebido como autor, como gestor, que para conocerse a s mismo se encarna figurativamente en un personaje, en personajes. Sujeto autoral, sujeto personaje y sujeto lector son figuras intercambiables del tejido intersubjetivo novelesco, que surge como continuidad y tambin como discontinuidad del mundo de la vida. Bajtn nos ha mostrado con gran agudeza la condicin filosfica de la autora y la diferencia que separa al autor del fabricante de textos.11 Su teora de la novela se distancia, en consecuencia, de aquella que refiere el gnero a la acumulacin de textos, de citaciones.12
Bajtn, prximo a Emmanuel Levinas y a Friederik Buytendijk, pone el acento en la autoconstitucin del sujeto en una actividad incesante que requiere la relacin con el otro, la mirada del otro. Esto no
10. Vase Paul Ricoeur, Soi mme
11. Vase Mijal Bajtn, Esttica de la creacin
12. Como ejemplo de una contraposicin terica que se hace evidente en la crtica literaria contempornea pueden tomarse las obras de Ernesto Sbato El escritor y sus
fantasmas y de Julia Kristeva El texto de la novela.
Novela y humanismo
disminuye sino que consolida la relacin fundante del sujeto con el Ser, relacin que se mediatiza dentro de las coordenadas del espacio-tiempo.
La transmodernidad americana
La historia de la novela, y con ella la historia de la conciencia moderna, nos revela que aquella usurpacin de la identidad divina que permiti el crecimiento de la subjetividad no es la ltima figura del itinerario filosfico.
El Barroco, momento tpicamente hispnico de la cultura occidental, que encierra la clave del Romanticismo, marca el comienzo de una vuelta particularmente rica y fecunda, que abre la posibilidad de una modernidad diferente de la modernidad antropocntrica y pragmtica que tuvo como centro de desarrollo los pases del norte de Europa. El Barroco recrea el mbito tensional de la cultura al admitir el doble centro de la elipse, que enlaza la circularidad teocntrica y la circularidad antropocntrica. Al reconocer la cultura como movimiento, restaura la dimensin del misterio csmico y hace vlidos, al mismo tiempo, los pasos de la razn humana. Por tal razn el Barroco es tendrico, y su capacidad de enlazar el mito y la razn lo hace abierto y comprensivo a otras culturas.
Nacido en Amrica, o del contacto con Amrica, el Barroco reconoce sus fuentes en el humanismo renacentista, que es griego, judo, rabe y cristiano. Si decimos que el Barroco nace de Amrica lo hacemos con la conviccin, hoy compartida por algunos estudiosos, de que el hecho del Descubrimiento promueve un cambio importante en la conciencia europea.
Acaso deba verse en ese fondo cultural abierto y dinmico de un cristianismo renovado la clave del arduo mestizaje que se hizo posible en este subcontinente, aun a pesar de mentalidades intransigentes que predicaron un cristianismo rgido y persiguieron al humanismo.
El mbito hispanoamericano se ha mostrado siempre proclive a la mezcla cultural, e incluso a la integracin de niveles distintos de la cultura, en abierto desafo a la idea de un progresismo lineal que da por clausuradas las etapas anteriores. Cabra hablar de la posmodernidad americana en continuidad con el Barroco si este trmino no estuviera hoy excesivamente ligado a una atmsfera europea de dismiles caractersticas. Por eso hablamos de transmodernidad.
Es nuestra conviccin que la cultura hispanoamericana ha ofrecido al escritor un sustrato dinmico, tensionado por un fuerte sentimiento de pertenencia csmica y una innegable valorizacin de la libertad in
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dividual. En esa tensionalidad no resuelta crece y fructifica la novela hispanoamericana, modo expresivo de una conciencia en expansin.
En la reflexin filosfica de Alejo Carpentier, Amrica llega a presentarse como el recurso del mtodo (camino), el recurso de la historia.13 Cabe ver en esto algo ms que un mero juego de palabras. El mtodo occidental no es para el americano el nico camino transitable o deseable. Ms an, parecera que Amrica y Europa, habiendo partido de fuentes comunes en la historia de la cultura humana, hubieran tomado rumbos dismiles y aun antagnicos.
2. La nueva novela histrica hispanoamericana La literatura hispanoamericana del siglo xx se ha visto desde los comienzos tocada por un creciente inters en la historia del continente. Ello forma parte de un amplio impulso de afirmacin de la propia identidad, que profundiz en las primeras dcadas la valoracin romntica del paisaje, el rescate de la propia cultura en todas sus manifestaciones, la recreacin del cancionero y el folclore. Desde ese primer tramo se fue perfilando el inters de los novelistas por la historia continental, tan- to la inicial y fundante como la contempornea. A ese movimiento de bsqueda y reinterpretacin pertenecen novelas como La gloria de don Ramiro, de Enrique Larreta; Maladrn, de Miguel ngel Asturias; El camino del Dorado, de Arturo Uslar Pietri; Zama, de Antonio Di Benedetto; El reino de este mundo, de Alejo Carpentier.
A partir de 1980, por poner una fecha, movidos por una de las efemrides ms convocantes de los ltimos tiempos, los Quinientos aos de Amrica, los novelistas latinoamericanos se dieron afanosamente a releer y reescribir la historia de la Conquista, acompaados por una amplia corriente de historiadores, antroplogos, lingistas e intrpretes de la cultura, que en su conjunto han producido una voluminosa bibliografa sobre el tema. se ha sido, a nuestro juicio, el mayor evento cultural de la segunda mitad del siglo.
La sola mencin de algunas de estas creaciones, precedidas por las novelas de Alejo Carpentier y Leopoldo Marechal, puede darnos sin pretensin de exhaustividad una idea de la vigencia que ha tenido el fenmeno de la novelizacin histrica a que hacemos referencia: Con
13. Vanse Alejo Carpentier, El recurso del mtodo, Mxico, Siglo Veintiuno, 1974, y
nuestra interpretacin de esta novela en Graciela Maturo, Fenomenologa, creacin y
crtica, Buenos Aires, Garca Cambeiro, 1989. Alejo Carpentier juega con la expresin
cartesiana discurso del mtodo y la transforma en recurso del mtodo, en implcita
referencia a los corsi e recorsi de Giambattista Vico.
Novela y humanismo
cierto barroco, de Alejo Carpentier, 1974; El arpa y la sombra, del mismo autor, 1978; La isla de Robinson, de Arturo Uslar Pietri, 1981; El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas, 1982; Los perros del Paraso, de Abel Posse, 1983; 1492. Vida y tiempos de Juan Cabezn de Castilla, de Homero Aridjis, 1985; Caverncolas, de Hctor Libertella, 1985; Ro de las congojas, de Libertad Demitrpulos, 1981; Maluco, de Napolen Bacci
no Ponce de Len, 1990; Vigilia del Almirante, de Augusto Roa Bastos, 1992, y El largo atardecer del caminante, de Abel Posse, 1992.14
Dos grandes orientaciones han presidido esta tarea. Una de ellas puede reconocerse como guiada por la anamnesis platnica o reconstruccin intuitiva del acontecer, con el apoyo de documentos y textos del pasado y una oculta tarea de bsqueda de analogas con los procesos actuales. La otra trabaja preferentemente sobre el discurso ya constituido para parodiarlo, imitarlo, negarlo, deconstruirlo o trasladarlo al plano humorstico. Por supuesto, se da tambin una confluencia de ambas corrientes.
Un ejemplo de la primera podra ser Ro de las congojasde Libertad Demitrpulos, que traslada el punto de vista de la historia del Ro de la Plata al mestizo Blas de Acua y a la compaera de Juan de Garay: Mara Muratore. Desde el punto de vista de Mara, Juan de Garay adquiere una dimensin humana diferente de los estereotipos que nos transmite la historia oficial. Se revelan nuevas facetas, palabras, gestos, se adquiere nueva perspectiva respecto de sus decisiones.
El venezolano Arturo Uslar Pietri publica en 1990 La visita en el tiempo, recreacin de la Europa posterior al retiro de Carlos v a un monasterio. Es un gesto creador que va en el sentido de la recuperacin del tronco cultural hispnico.
La novela Maluco, del uruguayo Napolen Baccino Ponce de Len, trabaja sobre el plano del discurso, inventando un contradiscurso de las crnicas conocidas. Quien escribe en forma epistolar es Juanillo Ponce, bufn de Hernando de Magallanes. Recoge, en forma de percepciones fugaces, detalles de la partida, del viaje, etc., que denuncian al visor directo de los hechos. Usa alternadamente procedimientos descriptivos y lricos, con referencias a la tradicin literaria: por ejemplo, el robledal de Corpesen alusin al Poema de Mo Cidech a andar en la Trinidad; pueden leerse estos indicadores como signos de reafirmacin cultural.
En rigor las dos perspectivas aludidas se entrecruzan, se mezclan. Debe verse este gran movimiento como indagacin de la historia no escrita, de lo no dicho, lo posible que existi o debi existir; la explicacin de lo oculto que sin embargo ha generado consecuencias. Nuestros
14. El profesor Seymour Menton ofrece una nmina muy amplia, que abarca 367 ttulos. Vase Seymour Menton, La nueva novela histrica de la Amrica Latina, 1979-1992, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1993.
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escritores se propusieron descubrir plenamente el sentido de la historia americana, llenando sus huecos y configurando imaginariamente lo que no fue descripto o inventariado. Se trataba tambin, innegablemente, de un esfuerzo hacia la comprensin del presente y el futuro posible de Amrica Latina.
En esta corriente es notable la diversidad de perspectivas y formas dentro de ciertas constantes, que revalidan la libre imaginacin como modo legtimo de novelar e historiar. Tambin lo es el inters del escritor por textos escritos en el pasado, que a menudo se constituyen en fuente y modelo de la obra. En la llamada nueva novela histrica se afirma una actitud crtica que demitifica los clichs, las figuras, las tradiciones cristalizadas, lo oficialmente admitido. En este punto, sin embargo, discrepo con crticos que atribuyen a esta corriente el papel de una demitificacin de la Historia. Estimo que la nueva novela hispanoamericana tiene un fuerte carcter remitificante: reelabora hechos y personajes descubriendo su significacin, relacionndolos con el presente, estableciendo vinculaciones entre diferentes momentos del pasado y ejerciendo, en fin, una actitud hermenutica y reinterpretativa. A mi juicio, la nueva novela histrica se presenta como una reafirmacin de la identidad cultural del subcontinente.
El novelista no poda quedar al margen de la poderosa atraccin simblica que ejercen figuras como la nave, la selva, la ciudad, la guerra, el canto, la escritura, el mestizo. Todo ello hizo de las primeras crnicas, testimonios y novelas escritas en el continente en el siglo xvi un corpus singularmente novedoso, original, reflexivo y polmico, en el que asomaron profundas intuiciones de comprensin y crticas demoledoras, destinadas a la paulatina rectificacin del rumbo histrico de la Conquista y, con el tiempo, a la emancipacin.
Dentro de esa misma tradicin los novelistas contemporneos se asomaron a las fuentes histricas para redescubrirlas, comprenderlas, volver a crearlas, expandirlas. El modo especfico de la verdad potica vuelve a hacerse presente en la novelizacin de gestas conocidas y episodios fabulados, en el discurso escrito de los hroes histricos y en el discurso oral que se les atribuye, ms all de los documentos. La perspectiva novelesca se ampla, diversifica o invierte. Quien cuenta es a veces el hroe histrico, dejndonos ver la trastienda confesional de sus crmenes, ambiciones y secretos; a veces son los personajes secundarios, la amante, el bufn, el escudero, el soldado oscuro, quienes adquieren voz y capacidad reveladora.
La novela viene pues a cumplir con aquel mandato histrico-cultural que le atribuy Bajtn, cuando habl de su capacidad para recoger lo no oficialmente establecido escritural, notarial o mercantil de la Historia. Recoge ms bien los imponderables, los sobreentendidos, los
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silencios, las miradas, los cuchicheos. Releva el contraste abrupto entre el indgena culturalmente mtico, pronto a la simbolizacin de nuevas y dolorosas situaciones, y el europeo provisto de mapas, brjulas, armas, vidrios y atuendos; ese europeo hispnico ya abierto a la Modernidad, a la afirmacin de s y de sus obras, la expansin planetaria, la codicia y el afn de dominio, pero a la vez fuertemente asentado en la enseanza del Evangelio, y por lo tanto expuesto a la introspeccin y el autocuestionamiento.
El novelista descubre lo aparentemente imposible: el dilogo, el intercambio lingstico, la fractura que hace posible la modificacin de ambas partes en la incipiente construccin de algo inslitamente nuevo, sobre la progresiva destruccin de lo viejo.
La novela de 1980-1990 se ubica en el quiasmo del deconstruccionismo europeo, con su fragmentacin y diseminacin de los smbolos, y la vuelta americana, que no es slo una efectivizacin de las indicaciones de Nietzsche y Heidegger sino la puesta en marcha de profundas tendencias culturales que se han afirmado en Amrica desde los tiempos de la colonia. Amrica se inicia en la historia como una vuelta de los tiempos.
Cronologa de la nueva novela histrica hispanoamericana
1974 Alejo Carpentier, Concierto barroco, Madrid, Siglo Veintiuno,
1980. 1975 Carlos Fuentes, Terra Nostra, Barcelona, Seix-Barral, 1975. 1976 Edgardo Rodrguez Juli, La renuncia del hroe Baltasar, Puer
to Rico, Editorial Cultural, 1986. 1978 Alejo Carpentier, El arpa y la sombra, Madrid, Siglo Veintiuno, 1980. 1979 Antonio Bentez Rojo, El mar de las lentejas, La Habana, Letras Cubanas, 1979. 1981 Arturo Uslar Pietri, La isla de Robinson, Barcelona, Seix Barral, 1983. 1987 Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo, Barcelona, Seix Barral. 1982 Jorge Ibargengoita, Los pasos de Lpez, Mxico, Editorial del Ocano.
1983 Reinaldo Arenas, El mundo alucinante, Caracas, Pomaire. Francisco Herrera Luque, La luna de Fausto, Caracas, Pomaire. Abel Posse, Los perros del paraso, Barcelona, Arcos Vergara. Juan Jos Saer, El entenado, Barcelona, Destino.
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1984 Denzil Romero, La tragedia del generalsimo (premio Casa de las Amricas, 1983), La Habana, Casa de las Amricas. Edgardo Rodrguez Juli, La noche oscura del nio Avils, Puerto Rico, Huracn.
1985 Francisco Herrera Luque, En la casa del pez que escupe el agua, La Habana, Casa de las Amricas. Toms Eloy Martnez, La novela de Pern, Buenos Aires, Legasa. Carlos Fuentes, Gringo viejo, Mxico, Fondo de Cultura Econmica. Hugo Giovanetti, Morir con Aparicio, Montevideo, Arca.
1987 Pedro Orgambide, El arrabal del mundo, La Habana, Casa de las Amricas. Denzil Romero, Grand Tour, Caracas, Alfadil.
1988 Toms De Mattos, Bernab Bernab,Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1989. 1989 Gabriel Garca Mrquez, El general en su laberinto, Barcelona, Mondadori. 1990 Napolen Baccino Ponce de Len, Maluco. La novela de los descubridores, Barcelona, Seix Barral.
1992 Abel Posse, El largo atardecer del caminante, Buenos Aires, Emec. Augusto Roa Bastos, Vigilia del Almirante, Buenos Aires, Sudamericana.
1993 Carlos Thorne, El seor de Lunahuan, Buenos Aires, Corregidor.
3. La relectura de la Historia en la nueva novela Tengamos presente que la Historia es por un lado el acontecer que tie- ne por sujeto a un pueblo, a un conjunto de pueblos o en cierto modo a la humanidad, y es tambin el conjunto de relatos que registran esos acontecimientos, crendose as la interaccin de historiae historiografa, sta tambin llamada historia. Pero se da la peculiar situacin de que el acceso a la Historia como acontecer es siempre mediado por la historiografa, y sta a su vez cuenta con el apoyo indispensable de la escritura, que permite el asentamiento y el desarrollo crtico de las tradiciones orales.
La historia, como historiografa, es gnero inherente al desarrollo del humanismo occidental. La historiografa fue desde sus orgenes una tarea filosfica y moral, la preservacin de las figuras y los hechos colectivos que se consideraron ejemplares para la comunidad. Se cumpla esta preservacin dentro de un orden, una tradicin de sentido. Es
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temprana tambin la condicin literaria de la historiografa. Herodoto confiesa ya introducir narraciones orales, e incluso su propio testimonio.
Los historiadores se inspiran en la documentacin y en la tradicin. Los momentos fuertes de la Historia convocan el testimonio vivo, la formacin de un discurso histrico primigenio: la fuente que, pese a su novedad, se crea tambin dentro de ciertas valoraciones, modelos, conductas ticas, herencia simblica.
Toda primera lectura del acontecer en bruto, tal como es vivido por sus actores, comporta ya una interpretacin. Es lo que asegura Paul Ricoeur, en seguimiento de modernas concepciones de lo histrico que han creado notables aproximaciones entre historia, literatura y hermenutica. 15
Ricoeur postula la historiografa como un acto hermenutico, en tanto que otras corrientes la consideran superestructura o artificio literario (Hayden White). Para Ricoeur, para el humanismo, la historia es ms argumentativa que demostrativa. El tiempo histrico es mediacin entre el tiempo interior, cuya descripcin ha sido iniciada por San Agustn, y el tiempo fsico, medible por la transformacin de las diversas materias, o por medios convencionales. El tiempo es descubierto por San Agustn (Confesiones, Libro xi) en su aspecto misterioso, en su capacidad de vincular el presente del pasado: memoria; el presente del futuro: expectativa, y el presente actual: atencin, tal como lo estudia modernamente la fenomenologa.
Existe una originalidad en el tiempo histrico que es relevada por la filosofa. Ese tiempo hace posible la continuidad de las generaciones como un hecho cultural dotado de sentido. Los documentos y archivos han permitido, en los pueblos que tienen ese sentido histrico, vivir el pasado en el presente y proyectarse hacia el futuro. Como es sabido, entre los filsofos modernos, Hegel es el creador de un sistema de historia universal que Ricoeur propone reemplazar por una idea de mediacin abierta hacia el futuro. Siguiendo al pensador alemn Reinhart Koselleck, postula una relacin entre el horizonte de expectativa y el espacio de la experiencia presente.
La hermenutica hace la crtica del espritu prometeico de la Modernidad, mostrando que la hybris moderna gener tres convicciones vulnerables: la novedad de lo moderno, la aceleracin del cambio hacia lo mejor, la maleabilidad de la historia. Para reconstruir el sentido histrico es necesario restaurar la relacin entre el presente y el horizonte de expectativa.16
15. Paul Ricoeur, Temps et Rcit, t. 1.
16. Paul Ricoeur, La historia comn de los hombres, conferencia publicada en Educacin y poltica. De la historia personal a la comunin de libertades, Buenos Aires, Docencia,
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Hans-Georg Gadamer es el filsofo contemporneo que con mayor ahnco ha reforzado la idea de tradicin, viendo en ella la mediacin activa que reactualiza el pasado a travs de una reinterpretacin que nos convierte en contemporneos del pasado. Es lo que llama historia efectual (Wirkingsgeschichte).17 Ricoeur, en seguimiento de esta direccin, afirma: Si no hacemos la historia, tampoco somos hechos por ella. Somos responsables por un pasado recibido, pero bajo la condicin de una transmisin siempre generadora de sentidos nuevos.18 La escuela de Constanza ha sealado este mismo carcter activo de la tradicin literaria: Wolfgang Iser, Hans-Robert Jauss.
La tradicin remite pues a un horizonte de expectativa. Comprender, dice Gadamer, es intentar la fusin de dos horizontes: el que despliega el intrprete, y el que despliega un texto, obra o monumento. Al proyectar en el futuro un nuevo horizonte histrico experimentamos, en la tensin del horizonte del presente, la eficacia del pasado cuyo vector es la tradicin. Sin tal reactivacin, las huellas del pasado permaneceran mudas, o despojadas de sentido. Jacques Derrida y otros filsofos de la llamada posmodernidad filosfica apuntan en esa direccin, pero declaran la abolicin del sentido histrico y de los grandes relatos que lo sustentaron.
Para la hermenutica fenomenolgica el presente histrico es una verdadera transaccin entre pasado y futuro. Este carcter confiere a la vida personal un sentido histrico, la conciencia de que es posible desplegar una voluntad de accin. Lo intempestivo de que hablaba Nietzsche sera el momento de la ruptura que permite recuperar plenamente el pasado. Si bien Ricoeur no es un nietzscheano, retiene algo positivo en la actitud del maestro: el hecho de haber enfatizado esa fuerza del presente que hace posible una valiente reinterpretacin del pasado transmitido. Pero al mismo tiempo nos advierte Ricoeur sobre el peligro de una epoj radicalmente practicada: slo podra crear la indigencia de un presente sin races y de un horizonte sin expectativas.
Ricoeur estudia la similitud tipolgica de historia y ficcin narrativa. Ambas son configuraciones en forma de relato, es decir, un despliegue de acciones sobre un tiempoespacio determinado. La potica neorretrica, por el contrario, atribuye funciones diferentes e incluso irreconciliables al relato historiogrfico y al relato ficcional. Uno proporciona la verdad, el otro se alejara de ella libremente en bsqueda de un efecto esttico.
1990. 17. Hans-Georg Gadamer, Verdad y mtodo, Salamanca, Sgueme, 1977. 18. Paul Ricoeur, Educacin y poltica, p. 69.
Novela y humanismo
La crtica histrica surge en el Renacimiento con el trabajo filolgico sobre documentos antiguos. La visin hermenutica aproxima historiografa y ficcionalizacin. Ambos se sitan sobre un fondo mtico-simblico que proporciona un primer patrn de lectura, para un trabajo interpretativo sobre el acontecer real. En el caso del historiador ese trabajo es ms sobrio; el del escritor es ms libre, ligado a la vida imaginaria y en el fondo ms revelador de la realidad misma. Facundoes historia y ficcin. La mise en intrigue es un acto hermenutico.
El acercamiento entre historia y ficcin es postulado hoy desde el propio campo historiogrfico, siguiendo la postura abierta por Ferdinand Braudel, Michel de Certeau y otros historiadores modernos. Historiadores argentinos como ngel Casteln y Gregorio Weinberg reconocieron la necesidad de ampliar los conceptos histricos hacia el marco de la vida y el espacio geogrfico.19
Novelar, otro modo de historiar
Recordar una vez ms una conviccin, hoy aceptada desde distintos campos del pensamiento: la literatura no es un quehacer gratuito ni mucho menos vaco de significacin. La expresin gestual, representativa, simblica y dramtica cuya fase escrita se ha dado en llamar literaria es inherente a la esfera humana, y su concrecin en textos lingsticos conforma una reserva cultural y axiolgica til a la comunidad, ya que en ella se reconoce. No postulo esa reserva como un contenido estable y terminado sino como un hacerse sobre ciertos ejes de sentido que son los que vertebran la cultura y la Historia.
Historia y cultura son conceptos que se suponen mutuamente en toda consideracin profunda de lo humano. Son las formas de la cultura las que evolucionan en la Historia, en la pugna de fuerzas insertas en la temporalidad que permiten la confrontacin de ethos y legalidades diversos.
La Historia es una de las grandes regiones a las que se aplica la hermenutica. Es ms, el hacer del historiador es de suyo un acto hermenutico. No existe y esta idea la lleva a su mximo grado la filosofa posmoderna una Historia inamovible sino una suma de versiones que conforman una tradicin heterognea. Sin embargo, se da en esa suma de versiones un principio de coherencia: su aglutinacin sobre el eje mtico.
19. Gregorio Weimberg, Tiempo, destiempo y contratiempo, en De historia e historiadores. Homenaje a Jos Luis Romero, Mxico, Siglo Veintiuno, 1982.
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Como lo ha sealado Ricoeur, el historiador, el historigrafo, procede como un novelista, reconociendo en la prefiguracin de los hechos una significacin profunda, y accediendo a una configuracin ficcional que jerarquiza y hace comprensible el acontecer y se halla librada a su turno a la refiguracin interpretativa. El novelista, por su parte, construye su ficcin con mayor libertad, independizndose de las leyes de la representacin figurativa, pero su intencin es dar cuenta de realidades prefiguradas, cuya aprehensin se hace imposible sin la mediacin de la mmesis ficcional. Corresponder al lector restituir a sta sus lazos con la realidad de la cual procede y a la cual secretamente apunta.20
La relacin entre mito, historia y relato es por lo tanto profunda y permanente. La historia, en sus fuentes, es literaria; la literatura, en alguna medida, es histrica. Hacer historia es hacer literatura; hacer literatura es tambin un modo de hacer historia.
Estos planteos resurgen ante la actual revitalizacin de un enfoque histrico de la literatura, y en especial de la literatura de nuestro continente. Tal revitalizacin procede de dos campos principales: la hermenutica religiosa y el materialismo histrico. Ambos se proponen reinsertar los estudios literarios en una consideracin global de la Historia.
Unos buscan el sentido de los hechos desde una perspectiva amplia de la Historia; otros buscan la significacin en los hechos mismos. La hermenutica, al apoyarse en la fenomenologa, atiende a los hechos antes de buscar su interpretacin.
Para una actitud hermenutica, la Historia es mucho ms que una sucesin mecnica de aconteceres ligados por una relacin de causaefecto. Todo acontecer se inscribe en un movimiento ms amplio cuyo sentido, en definitiva, sobrepasa a los hechos mismos y a sus gestores individuales.
La tradicin judeocristiana anuda slidamente la relacin de la teologa y la historia, que se ha expresado en la teorizacin de San Agustn y los Padres de la Iglesia; Vico y Hegel reformularon esa relacin de manera dismil, ya por apertura a otros mitos no cristianos, ya por atribucin a la Historia misma de una significacin inmanente. Si hacer historia es tarea filosfica, tambin lo es leer y reinterpretar sus fuentes. Quien reinterpreta en el seno de una tradicin, y teniendo conciencia de ella, practica una lectura hermenutica que devuelve al mito su valor de clave interpretativa, cultural.
La Historia misma se convierte en una categora hermenutica. El neokantiano Ernst Cassirer llega a afirmar que es el mito el que precede a la Historia y no a la inversa. Sin una intencin teolgica, reconoca
20. Paul Ricoeur, Temps et Rcit, t. I.
Novela y humanismo
Cassirer, objetivamente, no se podra aceptar la precedencia estructural del mito con relacin al devenir histrico.21
La fenomenologa ha venido a ofrecer a la hermenutica histrica la posibilidad de una lectura que busca la legibilidad del devenir a partir de los hechos mismos, sin ignorar el peso interpretativo de la tradicin en la cual se inscriben. Estructura y acontecer tienden a ser conjugados en una hermenutica fenomenolgica.
Pero se han abierto asimismo, en los ltimos tiempos, formas de aprehender los procesos histricos que, sin acceder al nivel hermenutico o fenomenolgico, amplan su lectura y reclaman su inscripcin en ms amplios conjuntos. As, el pensador Ferdinand Braudel, vastamente citado en las ltimas dcadas del siglo xx, ha conceptualizado la nocin de pluralidad del tiempo histrico, estableciendo la funcionalidad de un mismo acontecimiento en tres escalas distintas: la de la microhistoria factual o duracin corta, la de una historia coyuntural o duracin media, y la de una macrohistoria estructural o duracin larga. Es este ltimo concepto el que permite reconocer el registro prolongado de invariantes histricas en la conformacin de un corpus tradicional.22
Este pensamiento se independiza de los mrgenes estrechos del materialismo histrico y tiende a propiciar el reconocimiento de lneas de sentido ms amplias que las que establece la relacin causalista y mecanicista. Tal direccin de pensamiento viene en cierta manera a confluir con el concepto de tradicin, tan importante para la hermenutica de Gadamer y de Ricoeur.
Una cultura se proyecta en el tiempo como realizacin y desarrollo, por un doble movimiento que es a la vez de sedimentacin y de innovacin. Ambos momentos conjugados caracterizan su vitalidad: sin el primero se vera privada de afirmar una identidad; sin el segundo, caera en lo repetitivo y finalmente se vera expuesta al deterioro y la extincin.23
No es posible ignorar, por otra parte, los distintos ritmos histricos de los pueblos, que condicionan actitudes distintas en relacin con su propio patrimonio de cultura. Ellos son arcaicos cuando se hallan primordialmente volcados a la preservacin de un arj o principio; escatolgicos cuando se lanzan hacia la realizacin futura de un esjatos. El cristianismo intenta reconciliar ambos polos, aunque su difcil resolucin ha seguido tensionando la historia de los pueblos modernos.
Desde un criterio cientfico se suele hablar de sistemas culturales, de subsistemas y de macrosistemas. Desde un criterio hermenuti
21. Ernst Cassirer, Filosofa de las formas simblicas, t. ii, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1972.
22. Ferdinand Braudel, La historia y las ciencias sociales, Madrid, Alianza, 1974.
23. Vase Hans-Georg Gadamer, Verdad y mtodo.
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co preferimos hablar de tradicin, recobrando un concepto que suele ser vaciado de significacin al transformarse en repositorio yerto, en estereotipo. La tradicin vive realmente cuando es dinmica, cuando afronta el riesgo creativo de abrirse a todos los elementos y conquistas humanas. Pero asimismo cuando, al tomar conciencia de s en un alto grado de desarrollo, es capaz de cribar y reformular elementos heterogneos, a fin de acrecentar su identidad propia. Filsofos de la cultura y de la Historia como Oswald Spengler y Arnold Toynbee ensearon a reconocer la historicidad de las culturas y a aceptar que ellas no son eternas sino particulares y encarnadas en una temporalidad histrica. Sujetas a procesos de crecimiento y destruccin, son dispersadas por procesos de avasallamiento, sometidas a otros pueblos, y llegan en ciertos casos a la extincin, por falta de vitalidad interior, por haber alcanzado el grado cero que para algunos tericos posmodernos con una errada lectura de la epoj fenomenolgica sera el signo de los tiempos.
captulo 3
Las crnicas de Indias en la conformacin de la tradicin narrativa americana
1. Las crnicas Las crnicas de la epopeya conquistadora, los testimonios y coloquios de la evangelizacin, las cartas que dan cuenta del asombro y el drama, forman nuestro caudal histrico, documental y filosfico liminar, nuestras escrituras fundantes. Las escribieron navegantes y adelantados, soldados, frailes, predicadores y funcionarios; en general, hombres de formacin humanista, pocos de ellos escritores letrados; su humanismo era el propio de la cultura espaola de la poca, medieval y ya moderna, asentada en la fe y abierta a los albores de un pensamiento nuevo, que valorizaba la hazaa personal y alentaba la extensin de la comunidad cristiana, tanto como el podero hispnico.
El continente nuevo era en verdad un tertius orbis, el mundo a ser fecundado por el Evangelio. El nativo, llamado indio, fue visto primeramente como un ser inocente a ser evangelizado. Tal la visin del almirante Cristbal Coln, que dice en una de sus Cartas: Certifico a Vuestras Altezas que no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos aman a sus prjimos como a s mismos, y tienen un habla la ms dulce del mundo, y mansa y siempre con risa. En tal poblacin, a medias destruida, a medias mestizada con el conquistador, habra de crecer la mayor cristiandad de los tiempos.
Esos textos a los que se ha dado en llamar, en forma genrica, crnicas, constituyen a la vez, el caudal literario liminar, y la historiografa de Indias, la primera que da cuenta del acontecer militar, cultural, antropolgico, lingstico del continente, y tambin la primera que pone en lengua escrita nuestra geografa, fauna, flora, paisajes y caractersticas topogrficas.
La intencin de comunicar, testimoniar, asentar la verdad de los hechos, as como la participacin del sujeto cronista, su compromiso de haber visto y odo lo que cuenta, otorgan a sus escritos el carcter de testimonio historiogrfico. Pero se entreteje en esta intencin la percepcin de la novedad de lo vivido, y esta experiencia descoloca el discurso
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de lo ya dicho o sabido. Surge pues lo que llamamos literatura, es decir la expresin personalizada, potica, heurstica, metafrica o simblica; surge tambin, de la misma raz de veracidad, la fabulacin y la ficcionalizacin ocasional que matizan el discurso. Son rasgos de su carcter especficamente literario, antes dejados de lado por el estudioso, ms interesado en la documentalidad y veracidad de los hechos que en su diversificacin potica o imaginaria.
Estaba de por medio, por un lado, el mandamiento de la Corona, de facer memoria de todas las dichas islas y de la gente que en ellas hay, mandamiento dado a Coln en la carta de los Reyes Catlicos y reiterado ms tarde. Estaban tambin las motivaciones personales, el sentirse hroe y protagonista de una aventura. Se escribe para otros y para uno mismo. Se escribe, adems, para la fama y la honra.
Podran aplicarse a las crnicas, llamativamente, las observaciones de Lawrence Stone al resurgimiento de la narracin histrica moderna, y esto no es caprichoso si se considera que en el marco de ese resurgimiento se ha producido la ms amplia y profunda revaloracin de las crnicas del Descubrimiento, sea para analizarlas, discutirlas, recrearlas o novelizarlas, en las ltimas dcadas. Stone seala estas caractersticas de los narradores frente a los historiadores tradicionales:
1. Estn preocupados por las vidas, los sentimientos y las conduc
tas de los pobres y oscuros antes que de los grandes y poderosos.
2. El anlisis es tan esencial a su metodologa como la descripcin.
3. Abren nuevas fuentes, como los procesos de juzgados que trans
criben interrogatorios.
4. Cuentan novelescamente sus historias, percibiendo su dibujo
simblico.
5. Cuentan historias o episodios para arrojar luz sobre el funciona
miento de la sociedad.
Esta modalidad, indicativa de cierto relajamiento de lo cientfico puro en beneficio de una mentalidad humanista, que concede inters a lo cotidiano, vulgar, extrao o no catalogable, a la par que valoriza otros modos de conocimiento y expresin no estrictamente racionales intuicin, percepcin, afectividad, en los ltimos tiempos estara bajo la influencia de la llamada historia de las mentalidades, incorporando testigos oculares y participantes. Su auge coincidi con el inters por las crnicas americanas, que difieren de lo cannicamente entendido como historia y preanuncian en el siglo xvi el desenvolvimiento de un gnero nuevo, la novela.
La atmsfera actual, crtica de la ciencia, se nos ocurre en cierto modo comparable a la que surge en el continente descubierto por el
Las crnicas de Indias en la conformacin de la tradicin narrativa americana
conquistador espaol. Una realidad natural y cultural distinta provoca la cada, la flexibilizacin o reformulacin de las categoras de conocimiento, expresin y aplicacin habituales en una Espaa ya entrante en la Modernidad. La atmsfera posmoderna, que adquiri matices diferenciables en Europa y Amrica, nos permiti acercarnos un poco ms a las crnicas, comprendiendo su carcter a la vez histrico y novelesco.
Las crnicas coloniales son de hecho las primeras novelas del continente, y nos obligan a redefinir desde Amrica una idea de la novela. Acaso no naci la novela moderna como reificacin histrica de los mitos? No ofreci lvar Nez la primera incursin de un espaol en el mundo concreto de los tarahumaras, entre los indgenas que lo sometieron, lo admiraron y lo cuidaron? En este sentido, cabe admitir que Amrica, con su novedad radical, engendra a Don Quijote; lvar Nez es el caballero humanista que sale a andar, no ya por selvas y pases mitolgicos, no alcanzables, sino por el mundo real.
El elemento de justificacin personal, defensa de la propia gestin, esperanza de retribuciones o premios, es otro de los alicientes del cronista de Indias, y se constituye en eje de una escritura latinoamericana de todo tiempo, como puede verse en Alonso Carri de la Vandera, Lucio V. Mansilla o Antonio Di Benedetto.
Otro gran incentivo es la discusin de las historias de los que desconocen a Amrica, no solamente los historiadores oficiales sino tambin otras autoridades civiles o eclesisticas. Bernal Daz escribe para desmentir a Francisco Lpez de Gomara; Bartolom de Las Casas para discutir, desde la vertiente dominica a la que pertenece, a las autoridades de su orden y a la Corona.
Un aspecto novelesco de las crnicas, que abre tambin una tradicin escritural, es la descripcin del espacio. Aqu se combinan dos planos: la observacin directa, fuente de un cierto naturalismo fenomenolgico, y la impregnacin mtica, que refiere a fuentes tradicionales, tpicos religiosos o literarios, lo observado. El primer ejemplo lo hallamos en el Diariode Coln, en sus cartas. Cabe reconocer en la dimensin existencial que permite configurar el espacio vivido un carcter autnticamente novelesco.
Hablamos de novela como expresin de la conciencia en expansin, que se despliega en relacin con el mundo.
El espacio, fenomenolgicamente considerado, es el marco intrnsecamente ligado al hombre y lo conforma en su estructura simblica. Un nuevo espacio haca surgir una nueva actitud humana, potencializaba la percepcin, daba origen a nuevas ideaciones. Cabe aplicar aqu el concepto de geocultura elaborado por Rodolfo Kusch.
La percepcin del tiempo tambin sufre alteraciones, como se ver al considerar la Relacinde lvar Nez. Lo vemos palpablemente cuan
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do ste, al internarse en la tierra y olvidar el calendario, empieza a guiarse por la naturaleza, por el cambio de las estaciones. Quiz sea sta una situacin extrema, pero ella puede inducir una ms amplia comprensin de cambios categoriales que se van dando acentuadamente en la cultura, y desde luego en la expresin literaria de la Amrica colonial. Sern signos de un americanismo sustancial, presente en obras ms modernas. Gabriel Garca Mrquez tuvo la genialidad de hacerlo manifiesto y exagerado en su novela Cien aos de soledad.
2. Criterios de sistematizacin Emilio Carilla ha sido uno de los estudiosos que con mayor ahnco han desbrozado el panorama de las crnicas y los escritos de la Conquista. Avanz en distintos criterios de ordenacin, como considerar autores espaoles que escriben desde Amrica y otros que escriben en Espaa, autores nativos criollos, mestizos, indgenas (el baquiano y el chapetn).
Se visualizan en las crnicas distintas posiciones frente al indgena: las defensas de Francisco de Vitoria desde Salamanca; o desde Amrica las de fray Pedro de Crdoba, fray Antn de Montesinos y fray Bartolom de Las Casas. Se nota un mayor inters de las rdenes franciscana, agustina, jesuita y dominica. La historia a la manera clsica (Plutarco, Salustio), como una de las bellas artes, aparece en Pedro Mrtir de Anglera (1457-1526), Gonzalo Fernndez de Oviedo (1478-1557), Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1625) y Antonio de Sols (1610-1686). Frente a ellos, aparecen otros historiadores ms testimoniales y atpicos como Bernal Daz del Castillo, cuya Verdadera Historiaviene a contradecir a Gomara y a Corts. Algunos historiadores empiezan a requerir el haber estado en Amrica, el haber sido testigo de los hechos, o el haber tenido informacin de testigos. Anglera y Gomara no pasaron a Amrica, y son los interlocutores implcitos y explcitos de los cronistas americanos.
Es necesario visualizar globalmente la poca, que abarca los reinados de los Reyes Catlicos, Carlos v, Felipe ii, descubriendo los paralelismos y las diferenciaciones as como las interfluencias entre Espaa y Amrica, direccin abordada por Ral Marrero-Fente.1
Las clasificaciones se hacen agrupando este material segn criterios genricos: diarios, historias, cartas, testimonios, inventarios, es
Las crnicas de Indias en la conformacin de la tradicin narrativa americana
tadsticas. Tambin puede ser agrupado de acuerdo con otros criterios: crnicas oficiales (Anglera, Oviedo, Herrera, Sols), historias generales (Las Casas, Gomara, Joseph de Acosta), historias regionales (Sahagn, Bernal Das, Cieza de Len, el Inca Garcilaso), testimonios de los vencedores y de los vencidos (Fernando de Alva Ixtlixochitl, Hernando Alvarado Tezozmoc, Titu Cusi Yupanqui, Felipe Huamn Poma de Ayala), defensa indgena de escritores religiosos (Las Casas, Sahagn, fray Toribio de Benavente o Motolina, fray Jernimo de Mendieta, Juan Polo de Ondegardo, el Inca Garcilaso), cronistas de regiones menos importantes (Castellanos, lvar Nez, Daz de Guzmn, Ovalle, Oviedo y Baos), variedad de estilos de poca: renacentistas, manieristas (Rosas de Oquendo, Balbuena, Silvestre de Balboa, Rodrguez Freyle, Baltasar Dorantes de Carranza), barrocos (Sigenza y Gngora, Peralta Barnuevo, A. de Sols) y neoclsicos (Carri de la Vandera, Lavardn).
Benito Snchez Alonso ha realizado una periodizacin de las crnicas que abarca siete etapas.
Primer perodo: 1480 a 1543. Expansin territorial de Espaa. Humanismo.
Segundo perodo: 1543 a 1592. Desarrollo de las letras.
Tercer perodo: 1592 a 1623. Decae la historiografa. Desarrollo literario y cientfico.
Cuarto perodo: 1623 a 1684. Historias particulares. Escriben principalmente los religiosos.
Quinto perodo: 1684 a 1727. Reaccin contra las fbulas anteriores.
Sexto perodo: 1727 a 1781. Fundacin de la Academia de la Historia.
Sptimo perodo: 1781 a 1808. Indagacin de fuentes.2 Siguiendo la periodizacin propuesta por Snchez Alonso, nos centraremos en los primeros dos perodos, para situar en ellos la Relacin de Cabeza de Vaca.
2. Incluida en el estudio de Walter Mignolo, Cartas, crnicas y relaciones del descubrimiento y la conquista, en Luis Iigo Madrigal, Historia de la literatura hispanoamericana, t. I: poca colonial, Madrid, Ctedra, 1982.
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Principales crnicas de los siglos xvi-xvii
Segn Snchez Alonso, el primer perodo, correspondiente a la expansin territorial de Espaa, se caracteriza por el impulso humanstico de la historiografa y, dentro de ello, la exaltacin de lo nacional. La crnica medieval es abandonada por formas nuevas de expresin que incorporan la carta y el dilogo. La historia de Indias abre un nuevo captulo de la historiografa castellana.
De su clasificacin, que se abre en 1480 con la historiografa espaola, tomaremos los datos pertenecientes a la historiografa indiana, que se inicia con el almirante Coln.
Pedro Mrtir de Anglera. Dcadas de Orbe Novo. Escrito en 1494 y 1526. Publicado en 1530.
Hernn Corts. Cartas de relacin. Escrito entre 1519-1526.
Jos Fernndez de Oviedo. Sumario de la natural historia, 1526. Historia general y natural de las Indias, primera parte, 1535. Publicacin completa 1851-1855.
Toribio de Motolina. Historia de los indios de la Madre Espaa. Escrita hacia 1541.
Bartolom de las Casas. Apologtica historia (indita). Brevsima relacin de la destruccin de las Indias, 1552. Historia general de las indias. Primera publicacin, 1821.
Francisco Lpez de Gomara. Historia general de las Indias, 1552.
Juan Lpez de Velasco. Geografa y descubrimiento universal de las Indias. Compuesto en 1571-1574, publicado en 1894.
Joseph de Acosta. Historia moral y natural de las Indias, 1590.
Bernal Daz del Castillo. Historia verdadera. Compuesta en 1568, publicada en el siglo xvii.
Francisco Cervantes de Salazar. Crnica de la Nueva Espaa. Escrita despus de 1560, publicada en 1914.
Juan de Castellanos. Elega de varones ilustres. Primera parte, 1589. Segunda y tercera parte, 1847.
Bernardino de Sahagn. Historia general de las cosas de la Nueva Espaa. Terminada en 1569, publicada por Muoz en el siglo xviii.
Pedro Cieza de Len. Crnica del Per. Primera parte, 1553. Segunda parte, 1880.
Agustn de Zrate. Historia del descubrimiento y conquista del Per, 1555.
Antonio de Herrera. Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Ocano, 1601-1615. Las crnicas de Indias en la conformacin de la tradicin narrativa americana
Antonio de Remesal. Historia de la provincia de San Vicente de Chyapa, 1619.
Garcilaso de la Vega, Inca. La Florida,1605. Comentarios reales, 1609. Historia del Per, 1617.
Ruy Daz de Guzmn. Historia del descubrimiento, poblacin y conquista del Ro de la Plata, escrita en 1612; publicada en 1836.
Fernando de Alva Ixtilxochitl. Horribles crueldades de los conquistadores de Mxico y de los indios que los auxiliaron. Publica- do en 1829.
Fernando de Alvarado Tezozmoc. Crnica mejicana. Publicada en 1878. Estos ttulos corresponden a obras que son generalmente consideradas de valor historiogrfico. La Relacin de lvar Nez Cabeza de Vaca se halla fuera de este marco por tratarse de un relato singular que narra peripecias de un individuo o de un pequeo grupo marginal a los hechos histricos ms notables de la poca.
Es precisamente esta singularidad la que aproxima una escritura testimonial, de sesgo espiritual y personal, al texto de carcter novelesco. En tal sentido corresponder tener en cuenta la raigambre histrica del gnero novela y las profundas relaciones del historiar y el novelar.
3. Particularismo de las crnicas americanas Es innegable que la experiencia nueva del descubrimiento desencadena formas de expresin metafricas cuya relacin con la verdad exige una reflexin sobre el tema literatura-verdad. Las crnicas se separan de la historia de los historiadores al ofrecer un cuadro vivo de la experiencia, un testimonio personal, una discusin velada o abierta de otras interpretaciones. Los cronistas hablan desde Amrica y se enfrentan con los historiadores que escriben en Espaa. Se abre ya una nueva literatura, la americana, con un sentido particular del testimonio, la implicancia en los hechos, la unidad de lo mtico y lo cotidiano, la ampliacin del criterio de verdad.
Enrique Pupo-Walker seala la arbitrariedad de las clasificaciones que a menudo se hacen del material histrico-literario americano de los siglos xvi y xvii.3
3. Enrique Pupo-Walker, La Florida del Inca Garcilaso: notas sobre la problematizacin del discurso histrico en los siglos xvi y xvii, Cuadernos Hispanoamericanos, N 417, marzo de 1985, pp. 91-111.
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Ricoeur ha reivindicado el enunciado metafrico como una estructura de sentido que es comn a las distintas formas de smbolo. Su teora de la metfora reemplaza la idea retrica de denominacin o sustitucin por la de predicacin, que corresponde a los enunciados de verdad. La predicacin potica produce una torsin del sentido, de donde surge una significacin indita, una nueva aproximacin, una semejanza inesperada. Por ello la metfora adquiere un valor heurstico, descubre lo real por una ampliacin de la tensin predicativa, adquiere un poder modelizante.
La metfora viva siempre arraiga en un campo ms rico de sentido, un campo al que Ricoeur atribuye una cratofana: el campo simblico.4 La metfora muerta es la metfora retrica, desgastada, que pierde su poder de decir y revelar.
La fuerza de la metfora no reside en la novedad del lenguaje sino en el acierto del hallazgo gnoseolgico. El hombre es un ser ligado, y la metfora viva expresa esa relacin, se abre desde la experiencia individual a las experiencias bsicas de todo ser humano. Por eso moviliza el sentimiento y la intuicin, por su capacidad de descubrir el mundo y la intimidad del hombre.
La imagen potica y la ficcin son dos modos de la expresin metafrica. Son mediaciones, de diferentes matices. Ricoeur tiende a unificar toda la narrativa como un mtodo hermenutico. Narrar es ordenar, jerarquizar, comprender y explicar, afirma en Temps et Rcit.
Bajtn ha separado la narrativa tradicional, pica, de la novela.5 Subray el carcter pardico y dinmico del espritu novelesco. Interiorizacin, diversificacin, historificacin, criticismo, son los caminos de la novela moderna, que florece en los siglos xviii y xix. En el siglo xx surge una nueva novela, que crea la imposibilidad de fijar una tipologa del gnero. Existen, como se sabe, diversas tentativas tipolgicas: novelas lricas, picas, dramticas, satricas, as como novelas de espacio, personaje, accin.
La relacin de la historia y la novela, establecida por la hermenutica contempornea, es de suma utilidad para estudiar la peculiaridad de las crnicas americanas, situadas entre la intencin de documentar sucesos nuevos (espacios, paisajes, actores, costumbres) y la de testimoniar actitudes personales inditas que surgen en los protagonistas de esos relatos. Los cronistas son a la vez historiadores que se proponen restaurar la verdad del acontecer frente a falseamientos estereotipados, y novelistas que dan cuenta de su propia transformacin personal.
4. Paul Ricoeur, La metfora viva, Buenos Aires, Megpolis, 1976. 5. Mijal Bajtn, Estetica e romanzo, Turn, Einaudi, 1979.
captulo 4
De los pasos de lvar Nez a Los pasos perdidos de Alejo Carpentier
Vuelve el latinoamericano a lo suyo y empieza a entender muchas cosas. Descubre que, si el Quijote le pertenece de hecho y derecho, a travs del Discurso a los cabreros aprendi palabras, en recuento de edades, que le vienen de Los trabajos y los das. Abre la gran crnica de Bernal Daz del Castillo y se encuentra con el nico libro de caballera real y fidedigno que se haya escrito libro de caballera donde los hacedores de maleficios fueronteules visibles y palpables, autnticos los animales desconocidos, contempladas las ciudades ignotas, vistos los dragones en sus ros y las montaas inslitas en sus nieves y humos. Bernal Daz, sin sospecharlo, haba superado las hazaas de Amads de Gaula, Belians de Grecia y Florismarte de Hircania.
Alejo Carpentier, La guerra del tiempo
1. Introduccin En el siglo xvi, por la doble va de los itinerarios espirituales y los libros de viajes, en la escritura occidental se asiste al intenso desenvolvimiento de un sujeto histrico que se muestra y exhibe sus peripecias en su vida interior y en el mundo. Tampoco es casual que en ese tiempo se prepare la emergencia del sujeto pensante de la Modernidad. El personalismo ser uno de los grandes aportes de Occidente a la historia de la humanidad.
Mi propsito es relacionar dos obras que poseen distintas modalidades literarias y pertenecen a dos momentos histricos americanos: la Relacinde lvar Nez Cabeza de Vaca y Los pasos perdidosde Alejo Carpentier. Ambas configuran relatos de viaje, de sabor totalmente testimonial el primero y refinada elaboracin literaria el segundo. Estimo que en ambos casos se registra un movimiento que no transcurre slo en el espaciotiempo sino en la conciencia del narrador, y atae a la
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transformacin espiritual, implcita y apenas esbozada en la primera
de ellas, explcita y plenamente consciente en la segunda.
No entrar en el problema formal-estructural del gnero a que pertenece la obra de lvar Nez: crnica, memoria autobiogrfica, relato de viaje o esbozo novelesco, aunque conozco las distinciones planteadas por especialistas como Sofa Carrizo Rueda y creo que esta obra proporciona elementos para su insercin en varios de estos gneros o subgneros.1 Me interesa asediar la narrativa europea y americana en cuya conformacin tiene tanta importancia la estructura simblica del viaje en funcin de la metnoia, ese cambio interior al que Novalis llam la conquista del yo trascendental.
Desde el filsofo estoico Dion hasta Luis de Gngora en sus Soledades pasos de un peregrino son errante / cuantos me dict versos dulce musa, el tema del naufragio y la permanencia en tierra extraa se ha prestado a servir de excurso al relato inicitico o soteriolgico. Contiene todos los elementos que favorecen o acompaan el cambio espiritual, y que como sabemos han sido tipificados como funciones del relato tradicional por Vladimir Propp y estudiados por Joseph Campbell y otros autores:2 separacin de la vida anterior, desarraigo, viaje o desplazamiento en tiempo y espacio, tempestad o paso por los infiernos, llegada a tierra desconocida, monstruos y peligros a ser vencidos, instructores de la nueva etapa, regreso y triunfo (boda, coronacin, etctera).
lvar Nez Cabeza de Vaca (1490?-1564?) es un hroe histrico que protagoniza una aventura singular aunque no nica en tiempos de la Conquista. Acompaante de Pnfilo de Narvez en su expedicin a la Florida (1527) vive el naufragio, la prdida de las naves y el abandono del jefe de la expedicin, y decide internarse en la tierra del norte de Amrica junto con tres de sus compaeros. Vuelto a Mxico despus de una experiencia que dur ms de ocho aos, lo importante para las letras es que escribi una Relacin, publicada en Zamora en 1542 y luego denominada Naufragios en su segunda edicin (Valladolid, 1555), narracin que proporciona el modelo del hroe prerromntico americano renovado por la inmersin en la vida natural y la convivencia con el
brbaro.
El escritor Alejo Carpentier (1904-1980), por su parte, doblemente incentivado por su temprana relacin con la cultura popular cubana y su contacto con el surrealismo francs, sintetiza su preocupacin por la identidad hispanoamericana y su propia experiencia espiritual en una
1. Vase Sofa Carrizo Rueda, Para una potica del relato de viajes, Kassel, Reichenberger, 1997.
2. Vanse Vladimir Propp, Morfologa del cuento, Madrid, Fundamentos, 1981; Joseph Campbell, El hroe de las mil caras. Psicoanlisis del mito, Madrid, Fondo de Cultura Econmica, 2005.
De los pasos de lvar Nez a Los pasos perdidos de Alejo Carpentier
novela de reconocida dimensin esttica, Los pasos perdidos(1953), que posee tambin la estructuracin de un relato de viaje.
No es caprichosa esta aproximacin de dos obras distantes en el tiempo por cuatro siglos. En primer trmino, debe tenerse en cuenta la nocin de tradicin cultural fuertemente asentada por Hans-Georg Gadamer en Verdad y mtodo vigente en los pueblos histricos, y recobrada a conciencia por los escritores americanos del ltimo siglo. Adems, en el caso de Alejo Carpentier, l mismo ha confesado su larga lectura de las crnicas coloniales como preparacin de varias de sus obras.
2. Las crnicas indianas como documentos de la subjetividad del siglo xvi Luego de ser estudiadas por mucho tiempo como documentos histricos, las crnicas fueron redescubiertas como nuestros primeros textos literarios, fundantes de una nueva literatura. Ms an, se vienen mostrando a la mirada de lectores y estudiosos como obras de llamativos valores literarios.
Coincido con algunas de las caractersticas que el hispanista Pier- Luigi Crovetto atribuye definitoriamente al corpus de crnicas del siglo
xvi: a) el ttulo relacin, o crnica, que luego se convierte en historia, remite en primer trmino a la contemporaneidad de los hechos con el relato; b) la crnica se centra sobre el yo testimonial. Quien escribe acta sobre el campo y es testigo de lo que narra, o lo ha sido recientemente, en contraste con las historias oficiales, por ejemplo la de Lpez de Gomara, escrita en tercera persona y desde una perspectiva externa, y c) el protagonismo y la testimonialidad acreditan la veracidad del texto y lo hacen no impugnable. Otros aspectos sealados en este anlisis, en cambio, se presentan como materia discutible; as, cuando se dice que la relacin es un instrumento imprescindible para la entrada en tierra de indios, conectando verbalmente el Nuevo Mundo a la Pennsula Ibrica, su funcin sera sancionar el derecho de sta sobre aquel. En funcin de ello la crnica se institucionaliza y formaliza rpidamente. Su carcter de texto comisionado por la autoridad acentuara el proceso de modelizacin.3
3. Pier-Luigi Crovetto, Introduzione a Naufragio y relacin de la jornada que hizo a la Florida con el adelantado Pnfilo de Narvez, edizione a cura di P.L. Crovetto. Note al testo di Daniela Carpani, Miln, Cisalpino-Goliardica, 1984 (tambin en Margo Glantz, Notas y comentarios sobre lvar Nez Cabeza de Vaca, Mxico, Grijalbo, 1993).
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Sin negar de plano estas observaciones, que tienen su asiento en disposiciones y conductas verificables, es preciso reconocer que lo ms original de las crnicas proviene del hecho de haberse apartado abierta
o subrepticiamente de las instrucciones reales, a las cuales se dio a veces un tratamiento distante, y de que sus autores hayan consignado los signos de la propia experiencia, iniciando la distancia del espaol americano con el peninsular. Asimismo, la relacin, que deba informar y describir, no referir nicamente lo exterior. Debe aceptarse, ciertamente, que la palabra del cronista es la que da existencia a lo ocurrido en el Nuevo Mundo ante sus mandantes. El acto de la escritura se convierte de hecho en parte central e imprescindible de la experiencia del Nuevo Mundo, pero su funcin rebasa totalmente la legitimacin de la Conquista. En muchos casos las crnicas se convierten en textos veladamente enjuiciadores, reveladores, crticos, enfrentados con el discurso del poder o sospechosos de estarlo.
Jos Mara Ots Capdequ hace al respecto esta interesante observacin: *En las crnicas+ el impulso individual predomina sobre la accin oficial del Estado.4 Se estaba produciendo en Amrica la efectiva puesta en marcha del personalismo humanista, fraguado en Europa desde haca por lo menos tres siglos. La motivacin creativa, que coloca a muchos textos coloniales al margen de la retrica, es fruto de procesos espirituales. Tal conviccin lleva a reconocer el hecho de la conversin en relacin con textos que sobrepasan lo informativo, lo histrico y lo testimonial para abrirse hacia lo plenamente literario y acusar, por lo tanto, la marca de la subjetividad. Pasan de ser relatos de viajes o actas de posesin de espacios visitados, al nivel del escrito novelesco, de fondo espiritual.
Bajtn recuerda que lo novelesco precede a la novela y, en efecto, son novelescas ciertas situaciones histricas como la del viaje por mar, el naufragio o el andar perdido en un bosque; equivalentes a una separacin de lo habitual, lo estatuido y aceptado socialmente, y a la introduccin en un estado de indigencia que acompaa el ingreso en un nuevo contexto y horizonte.
Motivo de la pica y la cuentstica tradicional, el viaje, con su secuela, el naufragio, y el ingreso en tierras extraas, se encarna histricamente en el tiempo de los grandes viajes de ultramar. La historia misma de la Conquista provea la puesta en juego de las situaciones mitolgicas.
La situacin mtica del nufrago Jons, Jasn, Ulises pertenece a la tradicin del humanismo, tanto desde la fuente helnica como desde la bblica. Funcionalmente halla su parangn en los cuarenta das que Jess pas en el desierto, pese a no haber sido reportados en los Evangelios. Son muchos los textos indianos que pueden dar pie a la tesis de
4. Jos Mara Ots Capdequ, El Estado espaol en las Indias, Mxico, 1976.
De los pasos de lvar Nez a Los pasos perdidos de Alejo Carpentier
la conversin, no aplicada a los naturales de las Indias sino, como me ha interesado sealarlo, a los propios conquistadores.
El hecho de la entrada en la tierra aparece como experiencia de desnudamiento, extraeza, mortificacin, hambre, decepcin por la falta de riquezas, cambio de actitudes vitales y, adems, progresivo enjuiciamiento a la Conquista, militar y econmica: lvar Nez, Bartolom de Las Casas, Luis de Miranda, Martn del Barco Centenera, entre tantos otros, son un buen ejemplo de una actitud fundante en la tradicin americana, marcada por el humanismo. No faltan en esa tradicin los llamados relatos de frontera, que son fruto de cautiverios o rescates, y dan fe de permanentes intercambios culturales de los cuales hay llamativos testimonios como el Cautiverio feliz de Nez de Bascun.5 En ellos viva el germen del Romanticismo, luego protagonizado en la vieja Europa por Rousseau y Montesquieu.
3. La Relacin de lvar Nez: el viaje real y el modelo mtico Una figura clave en esta perspectiva tal como lo ha visualizado y novelado Abel Posse en El largo atardecer del caminante(1992), otra obra a la cual ms adelante dedicamos nuestra atencin es la de lvar Nez Cabeza de Vaca. Su Relacin es un texto testimonial e innegablemente literario que bien puede ser considerado uno de los precursores del gnero moderno al que Cervantes confiri plenamente su estatuto potico.
La Relacin, luego llamada Naufragios6 estudiada por Francisco Esteve Barba, Luis Alberto Snchez, David Lagmanovich, Robert E.
5. Francisco Nez de Pineda y Bascun, Cautiverio feliz, edicin crtica preparada por Mario Ferreccio Podest y Raissa Kordic Riquelme, Santiago de Chile, Universidad de Chile, 2001, 2 vols.
6. La Relacin que dio lvar Nez Cabeza de Vaca de lo acaecido en las Yndias en la armada donde iva por Gobernador Pamphilo de Narvez desde el ao veinte y siete hasta el ao de treinta y seis que bolbi a Sevilla, tal el ttulo abreviado de la edicin prncipe, impresa en Zamora en 1542, que iba precedida de un Proemio dirigido a la Sacra, cesrea, cathlica Majestad de Carlos V. En 1555 aparece la segunda edicin, junto con los Comentarios que escribi Pero Hernndez por encargo del ya adelantado y gobernador del Ro de la Plata lvar Nez Cabeza de Vaca. En esta edicin es donde se agrega a la Relacinel ttulo de Naufragios, ttulo que con el tiempo se impone y reaparece en Naufragios y comentarios, Madrid, 1736, precedido del Comentario apologtico de Antonio Ardoino, quien presenta a lvar Nez como campen de la cristiandad y lo lleva casi a un nivel de santidad.
Reedita la obra, con las modificaciones y supresiones de esta edicin de 1736, Andrs Gonzlez Barcia, quien la incluye en el primer volumen de Historiadores primitivos de Indias, Madrid, 1749.
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Lewis, M. Luisa Pranzetti, Pier-Luigi Crovetto, Luca Invernizzi, Pedro Lastra, Margo Glanz y otros crticos es una obra autobiogrfica e indudablemente literaria, que se aproxima en su segunda edicin al lenguaje y la composicin tpicamente novelescas. Cabe preguntarse, como lo hace Abel Posse, si la novela del hidalgo manchego pudo tener a esta relacin como secreto modelo, tal como lo fue para el Inca Garcilaso en su obra La Florida, publicada en el mismo ao del Quijote (1605).
El paso dado por lvar Nez de la relacin a la novela supone dos hechos conmocionantes, generadores de una expresin necesariamente literaria. Tales acontecimientos, ntimamente ligados, son los siguientes: 1) el cambio interior que sigue al desnudamiento, con su secuela de desamparo y revisin moral. El fracaso de la expedicin militar, la prdida de las naves, impone la ruptura del orden de la habitualidad y al crear una situacin lmite suspende la dependencia del hroe de los poderes mundanos entre los que se desenvuelve su vida. Es la situacin existencial de radical indigencia la que propicia el acceso del hombre a la nocin de su condicin de criatura sujeta a la finitud.7 Ello es favorable a una experiencia de conversin moral y religiosa. 2) Ya preparado el sujeto para el cambio, el contacto con el otro favorece e induce una nueva perspectiva de vida, en muchos aspectos ms autntica. La contaminacin del hroe se produce al contacto con la cultura del aborigen (originario del suelo en que vive), paso que llegamos a considerar de sello eminentemente espiritual y religioso. Esa contaminacin, a la que cabe tambin el nombre de transculturacin (Fernando Ortiz, ngel Rama), impone una nueva ordenacin del tiempo y el espacio, no en funcin de una medicin astronmica ni terrestre, sino de una sensibilidad mtica. La mente del indgena no accede a la fase objetivante cientfica sino que permanece en la zona del mito zona que asimilamos a la visin potica y a la fenomenologa siempre relacionante del objeto y el sujeto que lo contempla. Su modo de aprehensin de la realidad es esencialmente simblico y su expresin, ajena al racionalismo occidental, se vincula permanentemente con el marco csmico.
Es la experiencia real tal como ocurre en la genuina vivencia potica la que revive el arquetipo, y no la mera frecuentacin de un topos mitolgico. La novedad fenomenolgica o cambio de conciencia permite la rememoracin del modelo mtico que la cultura transmite por vas no necesariamente librescas: cuentos, adagios, cantos, ritos.
En la narracin de Cabeza de Vaca aparecen todos los elementos del mito soteriolgico o de salvacin, aunque emanados del vivir concreto. El narrador-protagonista registra sus progresos y al mismo tiempo sus cambios interiores, que se traducen en cambios de lenguaje. Como
7. Vase Paul Ricoeur, Finitude et culpabilit, Pars, Montaigne, 1960.
De los pasos de lvar Nez a Los pasos perdidos de Alejo Carpentier
lo observan finos lectores de lvar Nez (Crovetto, Pedro Lastra)8 el relato se aleja de denominaciones habituales; diramos que se desrealiza, o se desracionaliza. La narracin pone en evidencia la presin de la mentalidad primitiva sobre los esquemas racionalistas y utilitarios del militar-tesorero que asoman espordicamente generando modos poticos, metafricos, csmicos, de mencionar el tiempo y el espacio.
La autoapologa del hroe (como lo dice agudamente Crovetto) se refracta sobre las vertientes complementarias del protagonista suprstite y el relator histrico. La accin de Dios permiti que algn sobreviviente volviera para contar este relato. Debemos tener en cuenta que el escribano Jernimo de Alariz, muerto en la isla del Mal Hado, no pudo escribir la relacin del viaje; la narracin de lvar Nez la sustituye, como puede verse al comienzo: A 17 das del mes de junio de 1527 parti del Puerto de Sant Lcar de Barrameda el gobernador Pmphilo de Narvez.
Pero la narracin modifica su estilo y perspectiva, se personaliza, e incluye nuevas menciones de espacio y tiempo. Empieza a mencionar, a despecho del ya perdido calendario, la estacin de las flores, o el camino del maz, tal como siglos ms tarde otro peregrino, Alejo Carpentier, nombrar las tierras del perro y del caballo.
Con acierto Jos Rabasa reclama una lectura etnogrfica de Naufragios. 9 Por nuestra parte, reclamaramos tambin una lectura fenomenolgica, capaz de dar cuenta de la novedad del cambio de conciencia en el autor-narrador y una hermenutica cultural amplia, que desde luego incluye lo etnogrfico pero tambin la tradicin religiosa hispnica.
Ya est suficientemente demostrado (Mircea Eliade, Gerardus van der Leew, Georges Gusdorf, Luis Cencillo, y antes que ellos Giambattista Vico, Johann Gottfried von Herder y Friedrich Schelling) que el mito no es un balbuceo precientfico anterior al conocimiento racional sino otro modo de conocimiento, que llega en ciertos momentos de la Modernidad a ser admitido como tal. Expresar esa zona simblica, no racional, dadora de conocimiento, es en efecto acceder a una expresin algica, propia de las artes. La creacin artstica se halla prxima, en la gnesis de su visin, de las culturas llamadas arcaicas, y es sta una de las causas del nfasis metafrico, simblico y afectivo que transforma a lvar Nez en escritor. l mismo fue consciente de ello, al aadir a su segunda edicin otros matices que ya fueron sealados por la crtica, as como el sustituir el ttulo Relacin por el de Naufragios y comentarios.
8. Pedro Lastra, Espacios de lvar Nez: la transformacin de una escritura, Cuadernos Americanos, ao xliii, N 3, Mxico, mayo-junio de 1984, vol. ccliv, pp. 150-164 (tambin en Relecturas hispanoamericanas, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1987).
9. Jos Rabasa, De la allegoresis etnogrfica en los Naufragiosde lvar Nez Cabeza de Vaca, Revista Iberoamericana, N 170-171, enero-junio de 1995.
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En la mente del joven lvar Nez sin duda se halla presente y gravitante el mito del nufrago, ligado por una parte a los libros de viajes al estilo de Marco Polo, y por otra a una antigua literatura espiritual muy prolfica en los siglos xv y xvi.10 El viaje de Coln sin duda reactiv esa memoria, y otras crnicas de la Conquista evidencian una anloga impregnacin.
Amrica es la terra incognita que se ofrece al hombre europeo. El tema del naufragio, iniciado por el filsofo Dion, ser tratado despus del Descubrimiento en las Soledades de Gngora, con una doble referencia no muy observada, a la conversin espiritual y al mundo americano. Entrara en el campo de las utopas.
4. Aspectos estructurales y expresivos de Naufragios En el desarrollo de esta obra, estructurada en treinta y ocho captulos, quedan perodos sin cubrir. La estructuracin es rigurosa pero no cronolgica. Los ltimos diecinueve captulos abarcan slo dos aos de los ocho que se trata de documentar. Estas expansiones y concentraciones obedecen a la diversa intensidad de lo vivido y al mtodo libre de la memoria. Crovetto seala la insuficiente atencin prestada a la carta que enviaron Andrs Dorantes, Alonso del Castillo y el propio lvar Nez a la Audiencia de Santo Domingo, carta transcripta por Gonzalo Fernndez de Oviedo en el Libro xxxv de la Historia general y natural de las Indias. Esa carta de los sobrevivientes omite el nombre de Mal Hado.
Un sintagma central de la Relacin es el que articula memoria/olvido. Luego de diez aos que anduvo perdido y en cueros no le qued lugar para ms que para este servicio de dar a conocer lo ocurrido. Su relacin, dice Pedro Lastra, es la relacin de una desventura. El relato se convierte en gua informativa; trae consigo su propio estatuto de legitimacin prctica y casi cientfica. Sabe lvar Nez que algunas cosas sern difciles de creer, y de ellas da fe. Veamos algunos aspectos.
a) El sujeto. El hroe triunfa de la aventura en la afirmacin de su identidad moral sobre el fondo de progresiva degradacin de sus compaeros. Dorantes, Castillo, Estebanico, aparecen sostenidos y salvados por lvar Nez.
Naufragios presenta una narracin autobiogrfica que encarece la persona moral del protagonista y extiende esa consideracin a su aven
10. Sobre el tema del nufrago pueden consultarse catlogos de motivos y estudios filolgicos como los de Mara Rosa Lida de Malkiel, Ernst Curtius y otros autores.
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tura, pese a que sta como ha sido observado por Luca Invernizzi Santa Cruz11 se constituye en el reverso de los triunfos mundanos. Ni riquezas ni poder militar ni obtencin de tierras ni extensin de las instituciones son el saldo de la peripecia vivida. sta se tie de los tintes novelescos que surgen cuando se halla en juego la formacin o transformacin del orden moral o espiritual. La narracin pasa del comienzo impersonal al uso del nosotros y del yo, acercndose cada vez ms al modo de un relato personal y autobiogrfico.
Cesare Acutis hizo una observacin muy interesante al hablar de un nuevo tipo de autobiografa que relaciona en el siglo xvi a Corts, lvar Nez y Santa Teresa, y que consiste en el relato de un fragmento excepcional de la vida.12 Ese momento excepcional, con su peripecia mundana, tiene importancia por su calidad de acontecimiento espiritual: para decirlo con palabras de Dante, Incipit vita nova. Tal imbricacin de la aventura en el mundo con la peregrinatiomoral y espiritual es sin duda un aporte a la iniciacin de la novela, gnero al que puede considerarse tpicamente representativo del ethos cristiano.13
La concentracin en la persona del autor-protagonista y la valorizacin de la escritura misma son rasgos innegables de la crnica robinsoniana de lvar Nez.
Evaluar, genticamente, la experiencia que genera los modos de la relacin nos permite comprender plenamente cmo lo literario surge de una especial vivencia emocional-intuitiva-intelectual que en este caso ha suscitado el apuntar de una nueva comprensin del mundo y del hombre, registrando el asombro, los cambios de conducta, el autodescubrimiento, la conversin, la memoria, la necesidad comunicativa. En suma, intento sealar que no se trata de una historia con ornamentos literarios, sino de una obra que desde su gnesis, grado de novedad semntica y expresin propia, se ubica en ese ancho campo de la poiesis al que pertenecen los gneros de la narracin literaria.
El protagonismo del autor es oral y directo. El yoes un organizador del texto. Coincide con el personaje en la medida en que se trata de una narracin histrica situada en el contexto vital del autor. Si bien es cierto que lvar Nez construye su autoapologa, evaluando los riesgos afrontados en una tierra desconocida, no deja de consignar sus propios cambios personales, que lo sensibilizan a la convivencia, la com
11. Luca Invernizzi Santa Cruz, Naufragios e infortunios. Discurso que transforma los fracasos en triunfos, Revista Chilena de Literatura, N 29, 1987.
12. Citado por Pier-Luigi Crovetto, Introduzione.
13. Vase Graciela Maturo, La polmica actual sobre el realismo mgico en las letras latinoamericanas, en La literatura hispanoamericana
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prensin de otra cultura y la reafirmacin de una poltica distinta en el tratamiento del aborigen.
lvar Nez construye su propia imagen, dominante en toda la relacin. Se contrasta al comienzo el carcter dbil de Pnfilo de Narvez con el nimo decidido de lvar Nez. Se describen los choques de opinin entre ambos. Luego del naufragio definitivo, y presos de los indios los cuatro espaoles sobrevivientes, lvar Nez toma el mando y decide rescatarlos, reafirmando su protagonismo: l es mejor curador, predicador, mediador (entre tribus, entre indios y espaoles). En el siglo xviii Antonio Ardono hizo la defensa de los milagros de lvar Nez comparndolo con Xavier Apstol de las Indias, con Santa Teresa y San Ramn Nonato.14 Carlos La Calle, por su parte, considera a lvar Nez un arquetipo de la hispanidad.15
El autor impone su perspectiva unificante del relato aun en los captulos ms impersonales, como los del comienzo. Ante la novedad de los sucesos empieza a registrar sus cambios interiores. A veces habla de su propia incredulidad, como para reforzar lo extraordinario de los hechos. Los sucesos inverosmiles abundan en el relato: monstruos sobrenaturales, portentos, muertes sbitas, resucitados, etc. Por ejemplo, el monstruo Mala Cosa que viva bajo la tierra y sala para torturar a los indios. Los espaoles no crean en l pero tuvieron que aceptarlo al ver las cicatrices de los indios torturados.
Es notable cmo el yose enfrenta a los otros, el otro, con diferentes posiciones y matices. Inicialmente ese yo se conecta con un nosotros (Dorantes, Castillo, el negro Estebanico) que se contrapone a los indgenas, pero el trato con ellos va cambiando, y al regreso los cristianos hallados en San Miguel son otros espaoles.
El hroe se destaca siempre, aun en el tema de la curacin: En atrevimiento y osar acometer cualquier cura era yo el ms sealado (cap. xxii).
Al atravesar la frontera de la civilidad, el hroe se perfila con la fuerza de un re-nacido. Vemos dibujarse la anticipada figura de Robinson, de tanta pregnancia y atractivo en la tradicin occidental ulterior, como lo sealara Emilio Carilla.
b) La aventura. Crovetto define el viaje como un trayecto que va de afuera hacia adentro; de lo cocido a lo crudo, de la civilizacin a la barbarie. Dibuja, sin mencionarla, una orientacin constante de la cultura hispanoamericana que podra definirse como romntica y adversa al
14. Antonio Ardono, Examen apologtico de la histrica narracin de los naufragios,
peregrinaciones y milagros de lvar Nez Cabeza de Baca, en las tierras de la Florida
y Nuevo Mxico, Madrid, 1736.
15. Carlos La Calle, Noticia sobre lvar Nez Cabeza de Vaca: hazaas americanas de un caballero andaluz, Madrid, Instituto de Cultura Hispnica, 1961.
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impulso civilizador, la cual se ha expresado en la novela llamada de la tierra, en el pensamiento de Jos Carlos Maritegui y con mayor fuerza en Rodolfo Kusch. Fernando Ainsa estudia la manifestacin novelstica de esta corriente como el viaje hacia adentro y la ve proyectada en amplia serie de novelas.16
En el caso de lvar Nez su relacin se convierte en instrumento para ganar el favor del rey que lo nombr adelantado del Ro de la Plata. Para ello, razona Robert E. Lewis, debi darle calidad narrativa; es a nuestro juicio una reflexin un poco limitada, pero no deja de tener cierta validez.17 lvar Nez se propone hacer creble lo increble.18
Pedro Lastra observa un giro importante de esta obra: el fracaso militar se transforma en xito misionero. Crovetto subraya la estrategia autoapologtica de lvar Nez, quien pese a que su expedicin nada consigui. Dios ha permitido que de quantas armadas a aquellas tierras han ydo ninguna se viesse en tan grandes peligros ni tuviese tan miserable y desastrado fin.
En cuanto a dar noticia de la tierra, Cabeza de Vaca lo hace en forma ponderativa y moderada. El intento propagandstico del relator determina en la crnica clsica la mxima exaltacin de las riquezas de la tierra conquistada (ejemplo: H. Corts: Cartas de Relacin). En el otro extremo, la epopeya negativa, se halla la carta dirigida por Lope de Aguirre a Felipe ii, desde el oscuro vientre de la selva amaznica.19 Los Naufragios estaran entre estos dos polos.
Se da en el texto el reconocimiento de una tierra potencialmente rica:
Es tierra que ninguna cosa le falta para ser muy buena. (Cap.
xxiv)
Fueron casi seis aos el tiempo que yo estuve en esta tierra solo entre ellos y desnudo como todos andaban. La razn porque tanto me detuve fue por llevar conmigo un cristiano que estaba en la isla llamado Lope de Oviedo. (Cap. xvi)
Lope de Oviedo atraviesa el espacio y es fagocitado. El poder de atraccin de la patria perdida genera el miedo. Se da una suspensin de la relacin jerrquica entre lvar Nez y el gobernador, como puede verse en el dilogo en las bocas del Mississippi.
16. Vanse Rodolfo Kusch, Geocultura del hombre americano, Buenos Aires, Fernando
Garca Cambeiro, 1976, y Fernando Ainsa, Identidad cultural de Iberoamrica en su
narrativa, Madrid, Gredos, 1986.
17. Robert E. Lewis, Los Naufragiosde lvar Nez, Revista Iberoamericana, N 120121, 1982, pp. 681-694.
18. Vase Gabriel Garca Mrquez, Fantasa y creacin artstica en Amrica Latina y el Caribe, Texto Crtico, ao v, N 14, julio-septiembre de 1979, p. 4.
19. Pier-Luigi Crovetto, Introduzione, p. 23.
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c) Contacto con el indgena. lvar Nez y sus compaeros viven una experiencia muy particular en su relacin con los indios. Esa experiencia comporta aprendizaje, enseanza, intercambio, revelacin y transformacin.
Uno de los aspectos ms interesantes deviene del hecho de haber sido tomados por los indios como curadores.
En aquella isla que he contado nos quisieron hacer fsicos sin examinarnos ni pedirnos los ttulos. (Cap. xv)
Este aspecto de la relacin con el indgena insume otro de gran importancia: el tema de la fe, el Dios taumaturgo y los poderes conferidos por Dios a lvar Nez.
La manera con que nosotros curamos, era santigundolos y soplarlos y rezar un Pater Noster y un Ave Mara y rogar lo mejor que podamos a Dios nuestro seor que les diese salud. (Cap. xv)
Y despues que [Castillo] los hubo santificado y encomendado a Dios, en aquel punto los indios dijeron que todo el mal se les habia quitado. (Cap. xxi)
Y a la noche se fueron a sus casas y dijeron que aquel que estaba muerto y que yo haba curado en presencia de ellos, se haba levantado bueno. (Cap. xxii)
En todo este tiempo nos venan de muchas partes a buscar y decan que verdaderamente nosotros ramos hijos del Sol (Cap. xxii)
Y decanles que se guardasen y no escondiesen cosa alguna porque el Sol nos lo deca. (Cap. xxx)
El indgena no slo acta en la obra como la contrafigura del hombre blanco; es tambin el espejo sobre el cual se recobra la propia imagen, identidad y condicin.
Y ahora depuesto el sol, los indios nos volvieron a buscar se dolan tanto de nosotros esto hizo que en m y en otros de la compaa cresciese la pasin y la consideracin de nuestra propia desdicha.
(Cap. xxii)
La relacin con la cultura indgena debe ser objeto de un tratamiento especial, pues incluye una valoracin cultural muy amplia: aparecen indios amigos y reverentes, en contraste con los malos cristianos (cap.
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xxxiv); se hace el elogio de los aborgenes, sus labores, sus creencias (cap. xxix, xxx, xxxi). Cesare Acutis, por su parte, seala, la impresin que producen en el narrador los signos mgicos de la cultura nativa.20
La presencia de la simblica cristiana es un aspecto de gran inters, comn a todas las crnicas y documentos de la poca. Sin duda la experiencia de desnudamiento y extraeza que vive lvar Nez reactiva la memoria del Evangelio.
Parte muy importante del relato es la que se refiere a las curaciones efectuadas por el narrador y sus compaeros. Cabeza de Vaca es reticente en afirmarlas de manera rotunda. Narra una operacin cardaca que llev a cabo con su cuchillo.
Otro da le cort los dos puntos al indio y estaba sano y no pareca la herida que le haba hecho sino como una raya de la palma de la mano.
Robert E. Lewis se ha ocupado del tema, sealando una continua presencia de los smbolos cristianos.21 El modelo, en los captulos en que los personajes ejercen la curacin, es Cristo que cura y resucita:
El sistema interpretativo al que recurre con ms frecuencia lvar Nez es el de la simbologa cristiana. No duda nunca en atribuir las curas milagrosas a la agencia de Dios. La vida de Cristo le proporciona un modelo que sirve para entender y enfrentar las peripecias de su propia experiencia. En medio de su vida spera de esclavo de los indios exclama: No tena, cuando en estos trabajos me va, otro remedio ni consuelo sino pensar en la pasin de nuestro redemptor Jesucristo y en la sangre que por m derram, y considerar cunto ms sera el tormento que de las espinas l padeci que no aquel que yo entonces sufra. Por toda la segunda parte de los Naufragios a partir de la conversin de los esclavos espaoles en curanderos, hay paralelismos implcitos con los hechos de Cristo y sus discpulos.22
Crovetto tambin ha reconocido el ideario cristiano de lvar Nez, aunque en su caso disminuye la imagen rebelde del hroe y lo ubica en relacin con los bastiones tradicionales. Es a nuestro juicio una comprensin inadecuada de la rebelda del hroe, que no se desarrolla
20. Cesare Acutis, Introduzione a Naufragi, a cura di Luisa Pranzetti, Turn, 1980 (trad. en Margo Glantz, Notas y comentarios).
21. Robert Lewis, Los Naufragios.
22. dem, pp. 692-693.
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contra la religin sino contra la sociedad falsa e irreligiosa. El crtico tiende a ubicar la obra en la orientacin democrtica de la picaresca.
d) Las propiedades del relato. El espacio se ofrece como una de las dimensiones ms importantes de la obra. En los primeros captulos, los protagonistas avanzan con el entusiasmo de nombrar el espacio natural innombrado:
Al cual estrecho llamamos de Sant Miguel por haber salido en su da por l. (Cap. ix)
A esta isla pusimos por nombre Isla del Mal Hado. (Cap. xiv)
Ms adelante va disminuyendo esta actitud del nombrar y se van adoptando los nombres indgenas, lo cual es signo del comienzo de un cambio en la mirada.
Igualmente rica es la referencia a la temporalidad. Desde un comienzo pautado por la preocupacin de fijar fechas con arreglo al calendario romano, se va pasando a una creciente indistincin de las referencias cronolgicas. Se da el paso de la civilizacin a la naturaleza,
o bien a una cultura pautada por los ciclos naturales: asoman nuevas mediciones correspondientes a un nuevo modo de estar en el mundo. El aborigen sabe las diferencias de los tiempos, marcadas por los cambios de la naturaleza: cuando las frutas comienzan a madurar. Este cambio de conciencia condiciona naturalmente un cambio de discurso. Diramos que se pasa del discurso cientfico al discurso potico: Y cuando el tiempo de las tunas torn (cap. xix).
e) Lenguaje. El narrador confiere a la redaccin de su informe tonalidades evidentemente poticas, que a mi juicio no deberan ser vistas meramente como un cambio de tipo discursivo inspirado en la bsqueda de variantes retricas sino, en cambio, como la autntica consecuencia de la transformacin interior, provocada por el recuerdo y la maduracin de la experiencia vivida. Es preciso reconocer la novedad de su lenguaje a veces metafrico, a veces hiperblico, dado a digresiones, comparaciones, reflexiones, simbolizaciones, para comprender por qu esta obra se inscribe entre las obras literarias, acaso inaugurando en Amrica el gnero novelesco.
Es notable, en el texto de lvar Nez, el carcter poco explicativo de las instancias ms inverosmiles, as como la intensidad de las percepciones y los sentimientos registrados. La fuerza de lo vivido y la ausencia de explicacin, as como la esfera mtica convocada, confieren a la relacin su carcter innegablemente potico y novelesco. Desde luego, no olvidamos la cuota de implcita solicitacin de reconocimiento a sus
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servicios que acompaa al relato informativo sobre realidades nuevas que demandan la atencin regia, y permiten a Cabeza de Vaca mostrarse solidario de Bartolom de Las Casas y otros defensores de una poltica indiana comprensiva del aborigen. Este aspecto, un tanto embozado
o implcito en los Naufragios, crea una importante relacin de esta obra con la de los humanistas que desde los primeros aos de la colonizacin hacen la defensa del indgena propiciando un cambio en la modalidad de la conquista y evangelizacin. Pero otro aspecto, ms vivencial e ntimo, trasciende del relato y le imprime su valor de documento personal, su sabor novelstico. La calidad literaria de esta obra es advertida por distintos crticos: se habla de diseo circular (Invernizzi), tpicos legendarios (Lagmanovich), profecas, presagios, cuentos insertados (Pupo-Walker), rasgos novelescos (Acutis). Por su parte, Pier-Luigi Crovetto advierte:
Los Naufragios han diseado, por cierto, una parbola individual; han hecho presagiar una posible novela. Han puesto en juego un lenguaje modernsimo, relativo y precario. Pero el sentido definitivo de la relacin de lvar Nez Cabeza de Vaca sigue siendo asertivo, demostrativo, ejemplar; en ltimo anlisis reacio a los valores cannicos del gnero. Los recorridos del hroe incluso pueden ser imitados. Las metas ltimas no podrn ser las tradicionales: el ideario de este hroe modernsimo es valga la paradoja el de su tiempo, integralmente.23
Se hace explcita en el texto la intencin evangelizadora del relator, y su conviccin de que es ste el aspecto legitimador de la Conquista:
Mas como Dios nuestro seor fue servido de traernos hasta ellos, comenzndonos a temer y acatar como los pasados y aun algo ms, de que no quedamos poco maravillados; por donde claramente se ve que estas gentes todas, para ser atradas a ser cristianas y a obediencia de la imperial magestad, han de ser llevados con buen tratamiento, y que este es camino muy cierto y otro no.24
El carcter de ejemplaridad sealado por Crovetto no es divergente del cuento en su origen y tradicin, as como del roman (Longo, Dafnis y Cloe) e incluso la novella que emerge entre los siglos xiv y xv. Tambin es ejemplar la novela tal como surge en el siglo de lvar Nez, y lo sigue siendo en los siglos siguientes como novela de educacin o Bildungsroman. Los naufragios o infortunios del hroe sern las aventuras, peripecias o cuitas de los personajes romnticos.
23. Pier-Luigi Crovetto, Introduzione, p. 55. 24. dem, p. 35.
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El relato aparece naturalmente engarzado en una estructura tpica del cuento tradicional, como lo es la de naufragio, aventura y retorno, con su momento de cruce del umbral o cambio de la perspectiva.
No ser ocioso detenerse en el Proemio, que la edicin de Serrano ha restaurado. Basta la dedicatoria a la sacra, cesrea, cathlica majestad para ver la formacin de lvar Nez en un concepto de monarqua universal, as como de la expansin universal de la fe catlica. En su breve e iluminador artculo, Robert E. Lewis llama la atencin sobre este Proemio en que el autor apunt aspectos muy importantes de la gnesis e intencionalidad de su obra. Tal metatexto historiogrfico, como lo llama, echa luces sobre cuestiones oscuras o soslayadas. Ante todo, subraya, no era indispensable al gnero un proemio, y adems ste es de un carcter diverso a otros proemios de historias de Indias (Zrate, Cieza, Gomara, Las Casas).
Desde el Proemio: Para si en algn tiempo Dios quisiesse traerme adonde agora estoy, el autor reordena los recuerdos acumulados, cuenta su peripecia de despojamiento, su salida de las instituciones. De l se desprende que lvar Nez es tesorero y no escribano de la expedicin; y tiene conciencia de ser objeto de la crnica, y no solamente sujeto-autor.
El autor de la Relacinomite los lugares comunes del proemio histrico: fuentes de informacin, modestia retrica, etc., y habla en cambio de las vueltas de la Fortuna y del juicio de Dios. Se propone como sobreviviente de una aventura que merece ser contada, pese al fracaso de sus iniciales propsitos y a la desaparicin de otros testigos. En suma, la relacin de sucesos increbles e inverosmiles es el nico servicio que lvar Nez puede prestar al rey.
Reconoce lvar Nez que har un relato personal que abarcar diez aos de su vida que su memoria guarda y revive. El recuerdo es su nica fuente. No hay aqu crnicas preexistentes, documentos, escritos. Slo el acto anamnsico: re-cordar, es decir, sumergirse en el corazn (lat. cor, gr. ker) que ha filtrado las experiencias vividas y extraer de l un relato en el cual se va perfilando el aspecto ms conmocionante de todo relato, aquel que ritualmente era representado en la tragedia y que ha pervivido en distintas formas de objetivacin simblica: la metnoia o transformacin de la persona, ncleo de ese gnero moderno al que llamamos novela.
Esa transformacin se halla pautada e incentivada tal como se presenta rigurosamente en el relato inicitico tradicional por el paso a una zona riesgosa desprotegida aqu las tierras extraas de Amrica del Norte por el contacto con hombres distintos, primitivos, salvajes; por el alejamiento de las instituciones; la adopcin de otra lengua, otros usos, otras costumbres; por la emergencia, en suma, as sea parcial,
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fugaz o imperfectamente producida, de una nueva personalidad. Tal proceso de conciencia, acompaado por el permanente descubrimiento de lo otro y distinto, y asistido por una reflexin alerta y vigilante, produce de hecho un texto que lleva en s la marca de una escritura nueva.
El tema de la fortuna, mencionado en el Proemio, remite a los tiempos de Juan ii o de Enrique iv: el Dexir sobre la Fortuna de Ruy Pez de Ribera, la Comedieta de Ponzay el Blas contra Fortunadel Marqus de Santillana, Las Trescientas de Juan de Mena y la annima Danza de la Muerte. Pero tambin menciona lvar Nez el tema del juicio de Dios.
Luis Alberto Snchez ha comentado el laconismo de lvar Nez, estilo que contribuye a la verosimilitud del relato. Es decir, no explica ni comenta lo que presenta.25 La poetizacin del lenguaje corresponde a la recuperacin de las relaciones csmicas, tal como lo observaran los pensadores de la vieja tradicin humanstica.
El texto se halla sembrado de indicaciones vectoriales que impulsan la narracin y al mismo tiempo reflejan lo novelesco de las situaciones mismas.
Algunas de estas indicaciones pasan a los epgrafes de captulos: De como seguimos el camino del maz (cap. xxxi), De como vimos rastros de cristianos (cap. xxxiii).
Modelos literarios. La estudiosa chilena Luca Invernizzi Santa Cruz ha comparado los Naufragioscon otro relato novelesco, Los infortunios de Alonso Ramrez, hallando en ambas obras la situacin bsica de enunciacin establecida en trminos de un hablante-sujeto que al fracasar en acciones de conquista sufre una situacin de menoscabo y postergacin desde la cual se genera la necesidad de autojustificacin expresiva. Segn la autora, en la lnea de crticos que han relacionado la crnica histrico-literaria con el discurso forense,26 la relacin de lvar Nez podra ser equiparada a las autodefensas de orden jurdico, cuya retrica repetira tratando de revertir el disvalor en valor. Hay tambin trabajos que, apoyados en la retrica tradicional, recobran las semejanzas formales del discurso literario con el discurso escriturario, judicial, etctera.27
A partir de la tipologa del discurso judicial, Invernizzi quien tambin reconoce la condicin literaria del texto determina los siguientes
25. Luis Alberto Snchez, Prlogo a Naufragios y comentarios, Mxico, Premi, 1977.
26. Como Walter Mignolo, Cartas, crnicas y relaciones del descubrimiento y la conquista, en Historia de la literatura hispanoamericana, t. I, Madrid, Ctedra, 1982; El metatexto historiogrfico y la historiografa indiana, mln, vol. 96, 1983.
27. Heinrich Lausberg, La tipologa del discurso literario, en Manual de retrica literaria, Madrid, Gredos, 1975.
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procedimientos bsicos en el Proemio: translatio y amplificatio (en especial bajo la forma de raciocinatio). La translatio sera dominante en los Naufragios,y desplazara el inters del discurso de la esfera menos defendible a los lugares donde se evidencian los servicios. El recurso de la amplificatio sera el que conduce a la argumentacin favorable.
Desde nuestro punto de vista, la identificacin del discurso literario con las autodefensas judiciales tiene slo una validez parcial. Afirmarlo constituye de alguna manera el fruto de una hermenutica de la sospecha28 que intenta probar las estrategias del autor desde el prejuicio de suponer una segunda intencionalidad al servicio de intereses concretos. Nuestra lectura se orienta en la direccin del cambio interior como generador de la novedad expresiva.
Como texto complementario de Naufragios, y publicado juntamente con el mismo en 1555, aparecen los Comentarios, suscriptos por el secretario Pero Hernndez. Escrito en primera persona, indica haber transferido la escritura pero no la autora del relato. La voz Comentarios remite a Csar y al sentido de memorias histricas. El Proemio de los Comentarios es igualmente importante para la lectura de Naufragios, aunque no me propongo ahondar por ahora en esa direccin.
Al refundir su Relacin, lvar Nez revela aspectos que pueden conducirnos en la direccin del discurso confesional-espiritual al modo de la Vita Nova de Dante Alighieri o, ms atrs, a las Confesiones de San Agustn, fundante de un gnero al que Mara Zambrano ha considerado, juntamente con las guas espirituales, constante cultural de la hispanidad.29 Este gnero, la confesin, se afirma sobre el fondo de los Evangelios, implanta la visin de lo maravilloso-real y al mismo tiempo reemplaza la escritura retrica por el testimonio de lo visto y vivido.
En una narracin, el carcter testimonial no excluye el carcter literario. Pero historia y relato, en esa continuidad ltima que reposa sobre patterns comunes, como lo ha demostrado Paul Ricoeur en Temps et Rcit, se diferencian tambin por su enfoque, grado de experiencia individual y niveles expresivos.
lvar Nez va a relatar una historia personal que tiene que ver con curaciones, hechos milagrosos, cruzamientos de creencias, modos dismiles de vivir la fe. Contar cosas difciles de creer, de las cuales se ofrece un testimonio verdico. En los captulos de Naufragios que narran la curacin de los indgenas, inducida por accin de Dios o por la necesidad, se hace presente como lo ha estudiado Lewis30 el modelo de Cristo y la accin de los apstoles. Tambin gravitan los libros de
28. Vase Paul Ricoeur, Soi mme 29. Mara Zambrano, La confesin 30. Robert E. Lewis, Los Naufragios.
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viajes, o las propias novelas de caballeras, cuya entraa simblica y espiritual es indiscutible. Lewis resume as los problemas bosquejados por el autor: 1) en tanto narracinpersonal autobiogrfica la tarea artstica es organizar recuerdos, impresiones y ancdotas de una manera coherente; 2) en tanto relacin de servicios deber configurar de modo inobjetable la figura del autor-protagonista, y 3) deber ajustarse a la categora de noticia verdadera de lo inverosmil.
Se nota en los Naufragios ese fictive impulse, que Hayden White identifica en el fondo de toda obra histrica, el que lleva a la creacin de un argumento narrativo (emplotment)que hace posible la organizacin del material y su explicacin dentro de las coordenadas de una poca.31
David Lagmanovich estudi algunas de las convenciones utilizadas por lvar Nez: el presagio que inicia la accin, los reconocimientos que sealan transiciones y el episodio proftico del final, el de la Mora de Castilla que explica la trayectoria de los acontecimientos; todos son herencia de una literatura que lvar Nez conoce. Su modelo, afirma el autor, es la novela de caballeras pero la realidad superaba a la ficcin, como ocurre en todo tiempo fuerte.32 Cabe sealar que los modelos son siempre posteriores en su reconocimiento a la vivencia individual. El viaje personal, objetivamente realizado, con su carcter de excursin-incursin, da pie a la concrecin del viaje inicitico, el movimiento hacia s mismo.
El retorno de lvar Nez. Ese movimiento reafirma en lvar Nez los propsitos evangelizadores, y lo conduce a aconsejar el buen tratamiento y la comprensin del indgena. Su crnica se convierte en documento doctrinario, enfrentado a otros grupos que preconizan la violencia y la sujecin. Prueba de la unidad intencional de la obra es esta pgina casi al final, continuando al Proemio.
Dios nuestro Seor por su infinita misericordia quiera que en los das de Vuestra Majestad y debajo de vuestro poder y seoro estas gentes vengan a ser verdaderamente y con entera voluntad subjetas al verdader seor que los cri y redimi.
lvar Nez es el primero de los cronistas en producir realmente un cambio de la perspectiva ante el aborigen. Hubo casos anteriores como el del soldado Jernimo de Aguilar, que vivi ocho aos entre los
31. Hayden White, Metahistoria. La imaginacin histrica en la Europa del siglo xvi, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1992.
32. David Lagmanovich, Los Naufragios de lvar Nez como construccin narrativa, Kentucky Romance Quarterly, vol, xxv, N 1, 1978, pp. 27-37.
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indios antes de volver junto a Hernn Corts, y su compaero Gonzalo Guerrero, que asumi la identidad indgena, horadando sus narices y orejas y pintando su rostro. Esto lo recoge Gomara en su Historia general de las Indias. Primera parte. Pero estos soldados no escribieron sus experiencias. Los Naufragiosno son slo un periplo geogrfico sino tambin espiritual, como lo seala David Lagmanovich: de lo europeo a lo indgena y de vuelta a lo europeo; es el itinerario objetivo, pero con lvar Nez se inicia la aventura centrpeta, el retorno al origen, la bsqueda del s-mismo.
lvar Nez reclama haber actuado frente al gobernador en representacin de Su Majestad, sealndole errores o dndole consejos. Se adjudica a s mismo el valor del honor, mientras a otros les atribuye el miedo.33
El reencuentro de lvar Nez con los espaoles despus de ocho aos de viaje genera innegablemente un contraste abrupto que es constatado de ambas partes. La conciencia del hroe, crecida en la aventura, est preparada para medir y evaluar la conducta de sus compatriotas:
Alcanc cuatro cristianos de caballo, que recebieron gran alteracin de verme tan extraamente vestido y en compana de indios. Estuvironme mirando mucho espacio de tiempo tan atnitos que ni se hablaban ni acertaban a preguntarme nada.
lvar Nez escritor. Naufragiosanticipa La Florida del Inca(1605), que segn Hugo Rodrguez Vecchini fue escrita en dilogo con ella;34 avanza modalidades que despliega la novela de Sigenza y Gngora, Infortunios de Alonso Ramrez, cuyo carcter de biografa espiritual, apunta Kathleen Ross;35 igualmente puede ser relacionada con el poema novelesco Argentinade Martn del Barco Centenera (1602), que deriva el relato hacia lo cmico realista sin omitir el tema moral que hace su fondo. Merece, en suma, ser llamada factor seminal del discurso cultural hispanoamericano,36 como lo hace Enrique Pupo-Walker, pese a sus reticencias con respecto a su carcter de tipologa primaria de
33. Luisa Pranzetti, Il Naufragio come metafora, Letteratura dAmerica, a I, N 1, 1980 (trad. en Margo Glantz, Notas y comentarios).
34. Hugo Rodrguez-Vecchini, Don Quijote y La Florida del Inca, Revista Iberoamericana, N 120-121, 1982.
35. Kathleen Ross, Cuestiones de gnero en Infortunios de Alonso Ramrez, Revista Iberoamericana, N 172-173, 1995.
36. Enrique Pupo Walter, Notas para la caracterizacin de un texto seminal: Los Naufragiosde lvar Nez Cabeza de Vaca, Revista de Filologa Hispnica, xxxviii, 1990, N 1, pp. 163-196; citado por Margo Glantz, Notas y comentarios sobre lvar Nez Cabeza de Vaca, Mxico, Grijalbo, 1993.
De los pasos de lvar Nez a Los pasos perdidos de Alejo Carpentier
la ficcin americana. Estimo que puede avanzarse en esta direccin, relacionando a Naufragios acaso leda por Cervantes con el Quijote, que estiliza al hroe cristiano no-triunfante-en-el-mundo, ni segn los valores del mundo, quien se presenta como un triunfador moral. Miguel de Unamuno llev su lectura, como sabemos, a la figura de Jesucristo.
Naufragios plantea una relacin autobiogrfica y una experiencia de transformacin interior que son propias del gnero novelesco. Como adelantamos, se presenta el itinerario de un hroe como aventura en el mundo y como peregrinatiomoral y espiritual, inicindose un gnero de matices pico-cmico-novelescos al que puede considerarse tpicamente representativo del ethos cristiano. Anticipa, por un lado, el poema novelesco Argentinade Martn del Barco Centenera (1602), y, por otro, la novela cmica cervantina.
Si nos inclinamos a abonar una recepcin novelstica de Naufragios, es precisamente porque ana a la novedad del descubrimiento de realidades desconocidas y el desenvolvimiento de una actitud veladamente opinante sobre la conquista los malos cristianos, la riqueza de una experiencia personal autnticamente vivida, recordada y testimoniada por la palabra, e incluso exagerada y mitificada con la energa de toda transformacin espiritual. La densidad de tal experiencia que insume una fase de apartamiento y crisis, el paso por situaciones dolorosas y extraas, y la profunda recuperacin de los valores en una escala ms amplia de comprensin confiere al relato el tono de una autoexgesis moral; la escritura, al permitir la configuracin de esta experiencia en relato, permite su comprensin. Se trata de la configuracin de la persona a travs del descubrimiento del otro y de experiencias de reconocimiento que son evaluadas ticamente al ser organizadas en la forma de relato.37 Hay descubrimiento de mundo en el sentido fenomenolgico de esta expresin, es decir, un cambio de estado que confiere al relato el sabor de la narracin inicitica; lo convierte en novela, novedad personal, elaboracin potica, confesional, testimonial e histrica.
lvar Nez abre el robinsonismo americano que ha sido observado como constante de nuestra narrativa.38 Afirma el personalismo, sin el cual su relacin pudo convertirse en descripcin, informe o simple acumulacin de datos, y muestra la evolucin de una conciencia en su relacin con el mundo, con Dios y con los otros, dando origen a una veta tico-testimonial que desde el siglo xvi en adelante ha sido eje de este
37. Vase Paul Ricoeur, Temps et rcit, t. ii; Soi mme
38. Emilio Carilla, El Robinson americano *sobre Los infortunios de Alonso Ramrezde Carlos de Sigenza y Gngora] en Pedro Henrquez Urea y otros estudios, Buenos Aires, Talleres Grficos Tempra, 1949.
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gnero proteico, la novela, y en especial de una variedad de la novela, la novella o nouvelle, que se caracteriza por su concentracin e intensidad.
Su relacin comporta una mltiple dimensin del viaje: a) viaje en el espacio; b) viaje en la Historia, y c) viaje a s mismo. Y, sobre todo, significa un retorno a su propia cultura, con el enriquecimiento de haber conocido al otro.
5. El robinsonismo americano Suele decirse que es en la Espaa cervantina donde se inicia la modernizacin personalista del roman; sin embargo, es posible hallar los comienzos de esa nueva actitud en las crnicas de espaoles y criollos que escriben en Amrica desde los comienzos del siglo xvi. El espritu del humanismo difundido entre los conquistadores y el histrico encuentro de pueblos en el Nuevo Mundo, con su carga de novedad y descubrimiento tal es nuestra conviccin, han engendrado la novela. Fueron espaoles transterrados, sometidos a speras confrontaciones, errores y sacrificios los que hallaron en el aborigen un deformado espejo de s mismos y un seuelo hacia la reconversin o vuelta al origen. Esta reflexin se va imponiendo en estudiosos y novelistas hispanoamericanos que en las ltimas dcadas se han abocado a la interpretacin de la Conquista, en gesto indagador de su propia identidad.
Como dijimos, Naufragioses el nombre definitivo que asumi la Relacin de lvar Nez Cabeza de Vaca del viaje que hizo a la Florida como tesorero de la expedicin de Pnfilo de Narvez en 1527. Destruida la expedicin, deshechas las naves y muertos o dispersos los tripulantes, lvar Nez protagoniza una de las ms curiosas incursiones en el territorio americano, juntamente con tres compaeros con quienes comparte las extraordinarias peripecias del alejamiento de su marco cultural, la convivencia con tribus indgenas, el desnudamiento temporario de vestimentas, tiles y categoras propias, el aprendizaje de otros modos de vida. Es llamativo, en fin, que tal experiencia haya sido fuente de un relato testimonial de alta calidad literaria, que con justicia puede ser visto como la primera novela americana.
Este relato que recoge la singular aventura del hroe lvar Nez es asimismo una muestra del personalismo humanista del siglo xvi, que ve nacer el Libro de las fundacionesde Teresa de vila as como las Cartas de Hernn Corts y la Verdadera historia del soldado Bernal Daz.
En coincidencia con Pier-Luigi Crovetto, vemos el viaje de lvar Nez como un recorrido de afuera hacia adentro, de lo cocido a lo crudo, de la civilizacin del vestido a la desnudez. Agregaramos tambin
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que, aunque su medio de expresarlo haya sido la escritura, su viaje lo llev de las escrituras al silencio y la oralidad primitiva.
Son rasgos de este texto su concentracin creciente en la persona del autor-protagonista y su lenguaje inclinado a lo metafrico, proclive a digresiones, ejemplos, simbolizaciones, comparaciones y asertos reflexivos, que en su conjunto configuran una autntica protonovela, la primera y bsica conformacin del mito de lvar Nez. No se trata de una historiacon ornamentos literarios sino de un relato testimonial, sobrio, intenso, cuya novedad de lenguaje proviene de la riqueza misma de la experiencia vivida. La literariedad del texto surge precisamente de ese protagonismo y participacin en el suceder, y de las percepciones, cambios de conciencia y evaluaciones que la experiencia genera.
Reconoce Nez, desde el prohemio, que har un relato personal tratando de abarcar diez aos de su vida que slo ha guardado su memoria. No hay en este caso fuentes preexistentes, mapas del territorio recorrido, crnicas que sirvan de apoyo. Slo existen el acto anamnsico y los relatos posteriores a la aventura producidos por l mismo o acaso por alguno de sus compaeros, sobre los cuales no nos detendremos aqu. Pero lo que otorga al relato su carcter especficamente novelesco es el creciente grado de autoconciencia del relator, que se sabe protagonista de una peripecia en el sentido antiguo con la consiguiente modificacin del sujeto que la vive. Se nos hace evidente el carcter espiritual de la aventura, no cumplida slo en las praderas y montaas continentales del sur de Estados Unidos, sino, y sobre todo, en la conciencia de un espaol cristiano, humanista, colocado por vez primera en condiciones de alejamiento de los suyos, prdida de bienes y signos orientadores, sufrimiento fsico, convivencia con tribus extraas e incluso experiencias de curacin del indgena, a las que se ve impulsado por su distancia cultural. Asoman en su relato, as sea moderadamente, la transformacin de la persona y el autorreconocimiento que constituyen el ncleo semntico de la novela.
Hechos milagrosos, prodigios, curaciones, sucesos inslitos, as como nuevos modos de concebir el tiempo y el espacio, aparecen en el relato de lvar Nez, conformando un caudal tpico del gnero. La tarea artstica, segn Robert E. Lewis, ha consistido en la organizacin de los recuerdos, las impresiones y las ancdotas en una totalidad coherente. En trminos de Ricoeur, diramos que la puesta en intriga que da su orden a la narracin consiste en una operacin hermenutica acompaada por una reviviscencia fenomenolgica.
El autor rememora sucesos y vivencias personales, presentndose como el sobreviviente de una aventura que merece ser contada; a la vez evala su experiencia y extrae de ella ciertas consideraciones sobre la fortuna y el juicio de Dios, a la par que incluye consejos al monarca
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sobre la recta posibilidad de seguir adelante la conquista de Amrica, desviada de sus reales objetivos de evangelizacin por los malos cristianos. Es ste un aspecto que permite incluir el texto de lvar Nez en la tradicin de un humanismo crtico que revela su arraigo en Las Casas, Vitoria, Montesinos y Erasmo. El tiempo que sigue a la aventura del joven lvar Nez debi llenarse con lecturas e informaciones que enriquecieron su experiencia personal y lograron enmarcarla en un determinado contexto filosfico y poltico. No excluimos tampoco el velado alegato en pro de la gestin individual conducente a obtener un reconocimiento por parte de la Corona.
La densidad de la experiencia insume una fase de apartamiento y crisis del hombre con respecto a su entorno, el paso por situaciones dolorosas y extraas, y el descubrimiento del aborigen como persona, de lo cual deviene una honda recuperacin de valores en una escala ms amplia de comprensin; ello confiere al relato el tono de una autoexgesis moral. Se trata de la configuracin de la persona a travs de la doble experiencia de la privacin y el descubrimiento del otro, el pobre en bienes, el que sostiene otra visin del mundo, otros valores. Hay descubrimiento de mundo en el sentido fenomenolgico de esta expresin, y simultneamente un cambio de estado que confiere al relato el sabor de la narracin inicitica.
Esta obra extraordinaria es redescubierta y recreada en nuestros das por el novelista Abel Posse. Pero hay en su obra, como intentar demostrarlo ms adelante, mucho ms que una reescritura del relato.
6. La incursin y el descubrimiento de la ipseidad: Los pasos perdidos La novela, a la que en otro momento hemos postulado como un gnero cristiano39 (contradiciendo la postura de Julia Kristeva, que la considera adversa al cristianismo en su emergencia), es sin duda un gnero inicitico, que se entrecruza con antiguos relatos de viaje de anloga intencionalidad y se relaciona desde sus comienzos con mitos de muerte y renacimiento, y con la tradicin de los prodigios. La corriente moderna del realismo mgico hispanoamericano, pese a su carcter pardico, se halla lejos de destruir esa tradicin; la reafirma, la vuelve humorstica y operstica, crea la imitacin cmica de su propio estilo sin negar no obstante sus fuentes ni su sentido originario.
39. Graciela Maturo, Fenomenologa, creacin y crtica
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El viaje a regiones extraas, sean inhspitas o maravillosas, ha llegado a constituir una constante en la novela hispanoamericana.40 Hemos asentado ya que la situacin de viaje y naufragio se convierte, desde muy antiguo, en la narrativa occidental, en simbolizacin de una ruptura que hace posible una transformacin. Es una quebradura del orden, comienzo de la aventura o peripecia, de cuyo particular resultado depende la transformacin que es su meta.
La trayectoria literaria de Alejo Carpentier comienza con Ecu-Yamba- O(Madrid, 1933), subtitulada Novela afrocubana, que inicia su contacto con lo real maravilloso, inmerso en el mundo telrico y mgico de la poblacin negra. Le sigue Viaje a la semilla (1949), que prosigue la identificacin de la cubanidad, y en el mismo ao El reino de este mundo, donde se ocupa de la historia de Hait. Carpentier ha captado lo mgico que encierra la historia nacional haitiana, al tener como hroes a personajes chamnicos, que practican la licantropa, como es Mackandal, quemado en la hoguera y liberado por su conversin en ave
o en fuego. Sirve al armado novelstico de esta evocacin la creacin de un personaje-testigo, el negro Ti Noel, a quien corresponde la mirada reflexiva y en cierto modo ser portavoz indirecto del autor, pues trans- mite ciertos esbozos de apreciacin de la Historia. Su ansia de libertad lo ha conducido a olvidar la solidaridad con sus hermanos, y llega a ser rechazado hasta por las bestias: aquel repudio de los gansos era castigo a su cobarda. Mackandal se haba disfrazado de animal, durante aos, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres (El reino, 149-150). En Los pasos perdidos, de 1953, Carpentier teje una trama argumental que es la aventura de un musiclogo y su amante, perdidos en la selva donde el personaje investiga sobre primitivos instrumentos de msica, mientras enuncia su propia teora del origen. El viaje hacia las fuentes del Orinoco, emprendido desde la gran urbe innominada que puede ser Caracas, es un viaje hacia el pasado de Amrica y a la vez un desplazamiento hacia lugares recnditos de su geografa. Pero se trata tambin, innegablemente, de un viaje interior.
En su novela El acoso, publicada en Buenos Aires en 1956, Carpentier sigue desplegando aspectos de su propia transformacin espiritual a travs del entramado novelesco que gira alrededor de un fugitivo poltico. Es importante relacionar las obras de un autor, y no considerarlas aisladamente como fabulaciones puramente estticas. El escenario de esta novela es una ciudad sumida en el terrorismo poltico. Un personaje proveniente del campo cubano ingresa a las aulas universitarias y a
40. Graciela Maturo, Para leer a Carpentier: los pasos de una comedia, Megafn, 5, 1977; Fernando Ainsa, Identidad cultural
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la vida poltica clandestina, descendiendo moralmente en su integridad
moral hasta la condicin de delator. La crisis de conciencia se desenca
dena cuando es apresado, y revisa toda su vida. Sin duda se trasluce
mucho de autobiogrfico en este Carpentier que revisa episodios de su
juventud, y ya prepara el perodo de su compromiso y a la vez su crtica
a la Revolucin Cubana, tema que no desarrollaremos por ahora. En su carta a Aznar alrededor del meridiano cultural atribuido
por los espaoles a Madrid en los aos 20, deca:
Mi querido Aznar, considero errnea la afirmacin de que es una necesidad urgente proponer y exaltar Madrid como meridiano intelectual de Hispano Amrica. Hace treinta aos la proposicin hubiera dado fruto. Hoy Amrica tiende a alejarse cada vez ms de Europa cuando concentra serenamente sus energas creadoras. Y lo grave es que Espaa es la Europa que ms se teme, porque su influencia, por razones de idioma, es ms avasalladora.
Amrica tiene, pues, que buscar meridianos en s misma, si es que quiere algn meridiano. Y ms: teniendo en cuenta que las manifestaciones del espritu latinoamericano son mltiples y los problemas planteados ante un intelectual mexicano y un argentino son tan diversos como los que pueden inquietar a este ltimo comparados con los que se ofrecen a un intelectual espaol, resultara saludable, por ahora, una anulacin de todo meridiano.
Somos y seremos siempre hermanos de los espaoles. *+ Mas, por lo mismo que nuestras relaciones con los de la Pennsula son exquisitamente afectuosas, resultan desacertados ciertos excesos de celo.
Nuestro arte siempre fue barroco, no tenemos, pues, el barroquismo en estilo, en la visin de los contextos. El legtimo estilo de novelista latinoamericano actual es el barroco.
Cuba, por suerte, fue mestiza como Mxico o el Alto Per. Y como todo mestizaje, por proceso de simbiosis, de adicin, de mezcla, engendra un barroquismo; el barroquismo cubano consisti en acumular, coleccionar, multiplicar, columnas y columnatas en tal demasa de dricos y corintios, de jnicos y de compuestos, que acab el transente por olvidar que viva entre columnas, que era acompaado por columnas, que era vigilado por columnas que le medan el tronco y lo protegan del sol y de la lluvia, y hasta que era velado por columnas en las noches de sus sueos.41
41. Alejo Carpentier, Carta abierta a Manuel Aznar sobre el meridiano intelectual de Nuestra Amrica, Casa de las Amricas, vol. 14, 1974, p. 147.
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7. El concepto de lo real maravilloso Qu es la historia de Amrica sino una crnica de lo real maravilloso?, se preguntaba el escritor cubano, descubriendo la dimensin de lo maravilloso en la Historia y en la realidad cotidiana de un continente fecundado por la mezcla de razas y de culturas. Sala al cruce a sus amigos parisienses, buscadores de lo surreal a travs de trucos de prestidigitacin. Para Alejo Carpentier lo maravilloso-real presupone una fe.
El surrealismo me ense a ver texturas, aspectos de la vida americana que no haba advertido, envueltos como estbamos en la ola del nativismo trada por Giraldes, Gallegos y Jos Eustasio Rivera. (El reino, 37)
Para Carpentier, la postura civilizadora de Sarmiento es reaccionaria en Amrica. Se define por la cultura criolla, mestiza, indgena, afroamericana.
Y dnde buscar lo maravilloso sino en nosotros mismos Nuestro esfuerzo creador debe tender a liberar la imaginacin de sus trabajos, a hurgar en la subconciencia, a manifestar el yo ms autntico del modo ms directo posible. (El reino, 37)
Hacia 1934 comienza a experimentar el tedio de un continente. Siente que el arte, la msica, el amor, la religin, constituyen otros tantos estupefacientes para el adulto que no se decide a recurrir al remedio demasiado fcil de los alcaloides y ahora son los engaos aportados por una civilizacin afecta de suavizarlo todo para llevar al hombre una existencia trunca, empequeecida, supone haber vivido una poca transitoria, atormentada, expectante, que slo permita una visin de sobrehumana libertad con el arte y la literatura, nicas puertas a La aventura infinita *+ la incursin a lo desconocido *+, el descubrimiento de parejas que no sealan los mapas de los hombres(El reino, 37).
Aqu en Amrica se tendra una dimensin de esa libertad en la realidad inconmensurable de la naturaleza y no solamente en las esferas del arte y la literatura. Su deslumbramiento ante la selva venezolana lo lleva a rechazar las rutinas imaginativas de la cultura europesta, pues son inadmisibles, por limitadas, en este rin de la Amrica virgen, para adentrarse en ellas nada de evocacin literaria, nada de mitos encuadrados por el alejandrino o domados por la batuta.
Para los indios que viven aqu y han guardado la fe primera, esas montaas, salidas de manos del Creador el da de la crea
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cin, conservan, por la limpieza de sus cimas nunca holladas, por su majestad de Grandes Monumentos Sagrados, toda su ndole mtica.(El reino, 37)
La situacin de naufragio se convierte en simbolizacin de una ruptura que hace posible una transformacin. Es una quebradura del or- den, comienzo de la aventura o peripecia, de cuyo particular resultado depende la transformacin que es su meta. En otras creaciones americanas esta ruptura se produce en diferentes situaciones de apartamiento. Un esplndido ejemplo lo constituye Una excursin a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla (1870). All la desobediencia militar y poltica es motivadora de una excursin que es en verdad incursinen la tierra propia, descubrimiento cultural y etnogrfico, cambio de perspectiva, transformacin del sujeto contemplador. El relato que corresponde a esta experiencia se convierte, inequvocamente, en relato novelesco.
La incursin transformadora ha llegado a constituir una constante en la novela hispanoamericana.42 Alejo Carpentier produce un altsimo ejemplo con Los pasos perdidos, obra en que la conciencia filosfica de la aventura llega a un mximo grado.
El escritor cubano produjo en esta obra una clara y reconocible figuracin del nuevo nacimiento o conversin tico-religiosa, que se manifiesta en la forma de un viaje, de un desnudamiento cultural y social, encarnado, como lo han sealado varios crticos (Klaus Mller-Bergh, Salvador Bueno, Roberto Gonzlez Echeverra, entre otros) en forma inequvocamente autobiogrfica. No se trata, desde luego, de la autobiografa directa, histrica, en la que coinciden plenamente el autor y el personaje que narra si bien en sta existe tambin una cuota imaginaria que ayuda a configurar la simbolizacin narrativa sino de la autobiografa esencial, tpica de la novela moderna.
Hemos analizado el proceso de conversin de ese personaje no nombrado, tal como lo muestran los signos de la obra, y, ms an, hemos planteado la conversin de la pareja que integran, en ingenioso juego de alegoras, el Curador y Ruth-Mouche-Rosario, interpretando a estas figuras como pasos de una comedia.43 En los pasos de esta pareja, si bien focalizados desde el protagonista, se produce la bsqueda y descubrimiento de la ipseidad, y a la vez la recuperacin del ser americano en su originalidad profunda.
Adquiere esta obra un sentido de apelacin social al erigir el gesto de rescate de la palabra inicial, del sonido vivificante y mgico, en instrumento capaz de restaurar un cuerpo social decadente y yerto. El
42. Vanse Graciela Maturo, Para leer a Carpentier; Fernando Ainsa, Identidad cultural, etctera.
43. Graciela Maturo, Para leer a Carpentier.
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treno, soplo del hechicero insuflado en el cuerpo del moribundo sea para recuperar el alma o para ayudarla a bien morir, es la metfora utilizada por Carpentier, cuyo personaje aspira a expresar ese soplo mgico en una sinfona. Cmo no recordar el texto de lvar Nez, sin duda ledo por Carpentier entre aquella masa de historias de distintos siglos que nutrieron su fantasa, y la mencin del soplo en los Naufragios:
porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de l la enfermedad (cap. xv).
La gesta novelstica no slo inspirada en lecturas, que son en s mismas conmocionantes, sino en viajes de Carpentier que, a pesar de ser relatados humorsticamente por el escritor venezolano Guillermo Meneses, revelan haber constituido una experiencia transformadora coloca expresamente al hroe fuera de la Historia y de las escrituras; su memoria lleva incorporada, sin embargo, toda la cultura de Occidente y de Amrica, y esos reencuentros son expresados a travs de sutiles alegoras. Yannes, personaje de la obra, representa as, con el tomo de la Odiseabajo el brazo, la va del humanismo, tan cara a nuestros mejores escritores, al tiempo que proporciona una clave de lectura.
Sabemos que, en ltima instancia, el autor propone una vuelta a lo histrico y al acto de escribir (que se traduce a nivel de la digesis narrativa en necesidad de lpices, tinta, papeles, en suma, instrumentos de escritura y por lo tanto de acumulacin histrica), y este retorno, que algunos crticos como Gonzlez Echevarra interpretaron como fracaso de la aventura, es la expresin ms cabal de su triunfo. La antropologa carpenteriana gira alrededor de un vivo sentido de la responsabilidad tica y de la construccin de una sociedad ms justa, que no anula la legitimidad de la aventura personal, el cambio de conciencia, el nacimiento de la ipseidad. Por el contrario, como apareca en el mito clsico, y en otros mitos menos prestigiosos y anlogos (Edipo, Gilgamesh), el hroe convertido, renacido, es el que se halla en condiciones de emitir un mensaje salvfico y positivo para los suyos.
Roberto Gonzlez Echevarra, en su obra por muchos aspectos valiosa e iluminadora, recoge el rumbo spengleriano y romntico de la novela, pero lo considera negado por el regreso del personaje a la habitualidad y a la historia.44 Habla asimismo de fracaso con relacin a El acoso, aunque reconoce un cambio en la escritura de Alejo Carpentier a partir de 1953. Entiendo que la obstinada negacin de la Kehrecarpenteriana tiene una raz ideolgica que rechaza la integracin de los polos espiritual y tico-poltico de la persona humana. La evasin, la contemplacin, los estados msticos, generan sabidura y aplicacin a la justi
44. Roberto Gonzlez Echevarra, Alejo Carpentier: el peregrino en su patria, Mxico, unam, 1993.
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cia, como lo predicara Don Quijote en su Discurso de las armas y las letras. Es slo a partir de la conversin espiritual del autor como puede entenderse, a nuestro juicio, la dramatizacin sacramental del El acoso. En el sentido de la conversin, que ha sido el de nuestra interpretacin de la obra, ha trabajado Esther Mocega-Gonzlez, quien compara Los pasos perdidos con las Moradas de Santa Teresa.45
Toda aventura autntica se convierte en pasos perdidos, divergentes del camino de la habitualidad, de la racionalidad, del comercio social, pero asimismo abierto a lo transracional, suprarreal, generador de un nuevo estatus ontolgico. Ruptura potica e historicidad constructiva, tal la totalidad de la parbola inicitica, correctamente interpretada por el genial creador de Los pasos perdidos. La sstole de la interioridad renacida enriquece y justifica la distole del movimiento hacia las escrituras, hacia la Historia, hacia la sociedad. Para Carpentier en El reino de este mundo, el hombre sigue siendo aquel que se impone tareas.
La conversin, que transforma el informe de lvar Nez en nouvelle de apasionante lectura, se hace en Carpentier, ya en el siglo xx, plena toma de conciencia y gesto cultural abarcador. La novela de Abel Posse aade una nueva vuelta de tuerca al proceso desde la ltima dcada del siglo.
No existe narracin ticamente neutra, afirma Ricoeur. En el acto de la configuracin narrativa se insumen evaluaciones y juicios, se otorga un estatuto tico a las acciones y a los actores. Cuando se trata, como en el caso de Naufragios, de un relato autobiogrfico en el que coinciden autor, narrador y personaje, se nos ofrece un campo propicio para apreciar los cambios de estado interiores y la autoevaluacin de la persona a travs de la narracin. sta es definida por Ricoeur como una sntesis de lo heterogneo, donde concurren concordancias y discordancias; el acontecimiento que hace avanzar el relato genera discordancias que han de ser absorbidas en la tensin unificante que lo preside. Alejndose de los conceptos reductivos del personaje, en Soi mme comme un autre Ricoeur lo relaciona con la unidad de la vida, sealando la dialctica interna entre lo involuntario y lo voluntario, el carcter y la ipseidad, la finitud y la infinitud.
Una lectura fenomenolgica de Los pasos perdidos restaura el nivel autobiogrfico haciendo notar que su personaje se acerca a un modelo implcito o explcito, y organiza los hechos de su vida en funcin de un sentido. Una vez ms se nos hace evidente que narrar es comprender, y comprender es ser.
45. Esther Mocega-Gonzlez, Alejo Carpentier. Estudios sobre su narrativa, Madrid, Playor, 1980.
De los pasos de lvar Nez a Los pasos perdidos de Alejo Carpentier
En el caso de Carpentier, asistimos a una elaboracin sumamente refinada y compleja que no anula la referencialidad personal. Se trata del fin de un desarrollo cultural, una grafa que deriva en bucle, dira Roland Barthes, pues se alcanza el momento de la autocomprensin plena, y en consecuencia se abre una hermenutica histrica.
captulo 5
Interioridad e historia en El largo atardecer del caminante de Abel Posse
1. Introduccin La historia de la filosofa descubre que el sentimiento de interioridad y el movimiento hacia el otro que funda el anhelo de fraternidad universal han marchado juntos, manifestndose en la evolucin occidental tanto a travs de la exposicin sistemtica de los filsofos como en ese otro campo ambiguo y polifactico que se ha dado en llamar, modernamente, literatura.
Georg Misch ha localizado tres importantes momentos en el desarrollo de una idea de lo humano que ha presidido la cultura europea: la Grecia clsica, los profetas de Israel y el extraordinario perodo de autorreconocimiento y expansin del humanismo al que Jacob Burckhardt dio el nombre de Renacimiento. Flix Schwartzmann propone ver este desarrollo bajo nueva luz, mostrando cmo la experiencia del otro, y en consecuencia el concepto de perfeccionamiento de la humanidad que es inherente a la historia, forman parte del proceso de la individualizacin y el autoconocimiento.1
El campo de la expresin literaria resulta invalorable para apreciar las conexiones entre mundo interior, sentimiento del otro e historicidad. Ya Wilhelm Dilthey haba postulado el estudio de la imaginacin potica como base de una antropologa filosfica. El artista es quien describe plenamente la real experiencia interior, que escapa a la generalizacin filosfica o sociolgica, pues su atencin a sus propios y singulares procesos perceptivos, afectivos, intuitivos e intelectivos comporta un proceso de interiorizacin que abre el conocimiento de s y del devenir colectivo, y es capaz de generar nuevas imgenes del mundo.
El ensimismamiento del artista no es enajenacin sino instancia fecunda que comporta una atencin al mundo. Una instancia primaria y elemental de esta atencin muestra la encarnacin en una corporalidad
1. Flix Schwartzmann, El sentimiento de lo humano en Amrica, t. 2, Universidad de Chile, 1953.
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y la pertenencia al entorno natural, en el doble descubrimiento de la situacin existencial y la csmica. Cuidado de s, preocupacin por el otro, voluntad de construir una sociedad mejor, no son sino pasos complementarios en el despliegue de ese humanismo ntico-existencial.
El ahondamiento contemplativo es raz de la expresin esttica y hace de las diversas vas artsticas caminos de exploracin de la interioridad y el mundo, en constante persecucin de lneas de sentido unificantes. La mediatizacin expresiva, lejos de debilitar las intuiciones fundantes, las renueva y vigoriza permitiendo su crecimiento autocomprensivo.
Zona privilegiada en la cual se manifiesta y conforma este doble proceso de contemplacin y reconocimiento reflexivo es desde luego el lenguaje, cuyo modo de objetivarse en actos de habla de gran refinamiento y complejidad denominamos literario. Los gneros representan las distintas modalidades de la intencionalidad cognoscitiva y expresiva, y no meras formas estereotipadas.
Sirvan estas breves consideraciones para introducirnos en un gnero moderno, la novela, que arraiga doblemente en la autognosis creciente del hombre occidental y en la vocacin tica que preside la configuracin histrica.
Mximo ejemplo de esa primera lnea, y adems su innegable fuente, son las Confesiones de San Agustn, iniciadoras de un gnero culturalmente cristiano, la nouvelle o novella, sin desconocer por ello los grmenes de autoconocimiento que asoman permanentemente en la expresin lrica, ni el lejano antecedente de filsofos como Herclito, quien proclam: Me he investigado a m mismo.
La introspeccin o cuidado de s y el estudio de los procesos histricos del pasado o del presente vienen a presentar una honda convergencia en la novela moderna a partir del siglo xvi. La novela, dice Bajtn, es el gnero que expresa por excelencia el proceso de la identidad personal. El novelista muestra claramente que la persona no es solamente el yoen- s sino el yo-hacia-el-otro. La creacin de personajes es la mediacin necesaria, inherente a la dialgica interna por la cual se incorpora al otro y se hace posible la superacin de los conflictos interiores.
Como lo seala Paul Ricoeur en Temps et Rcit, su magistral estudio sobre la historiografa y la novela, historiador y novelista no se hallan tan alejados como puede pensarse en su relacin con los hechos histricos. Ambos necesitan ordenar la realidad de los hechos, ejercer sobre ellos una cierta lectura interpretativa que conduce a su configuracin en la forma de un relato. Corresponde al lector proceder a su refiguracin, devolviendo al texto su relacin con el mundo real hacia el cual apunta. Esto ocurre tambin por una hermenutica de la lectura, puesto que toda simbolizacin pasa a ser significativa dentro de una economa de conjunto, esto es, de una tradicin.
Interioridad e historia en El largo atardecer del caminante de Abel Posse
El historiador hace generalmente una historiografa objetiva, que inevitablemente incluye apreciaciones y evaluaciones personales. En nuestro siglo se ha producido sin embargo una profunda renovacin del criterio histrico, con la emergencia de la historia de las mentalidades, la importancia otorgada a la literatura y las artes, el desplazamiento de la atencin hacia la mujer y los actores secundarios, etctera.
Por su parte el novelista, al proponerse historiar los hechos del pasado, construye una historiografa subjetiva que pasa por los filtros de su propia interioridad. Su modo de historiar es fenomenolgico e interpretativo, y adquiere calidad heurstica.
El novelista conjuga la lectura de la temporalidad histrica, mediada por documentos o testimonios orales, con una introspeccin que es fuente de comprensin del otro. Por ello su lectura se hace fenomenolgica, potica, y es capaz de aportar una nueva visin de la historia.
La proximidad de temporalidad y relato hace que la narracin, al articular distintos momentos de la existencia, promueva un desarrollo personal del escritor y del lector. As, toda novela es en profundidad Bildungsroman, novela de formacin, de educacin. Por su parte, la narratividad sirve de propedutica a la tica, como dice Ricoeur. Y, en efecto, no existe relato que no adquiera una perspectiva valorativa, que es precisamente la que preside su configuracin.
2. El largo atardecer del caminante como reflexin sobre la Historia occidental Luego de una intensa trayectoria que abarca Los bogavantes(1968), La boca del tigre (1971), Daimn (1978), Los perros del Paraso (1987), Los demonios ocultos(1988), El viajero de Agartha(1989), La Reina del Plata(1990), entre otras obras, Abel Posse obtuvo el premio del concur- so Extremadura-Amrica 92 convocado por la Comisin Espaola del v Centenario por su novela El largo atardecer del caminante. Despus de ocuparse de personajes histricos como Lope de Aguirre y el almirante Coln, vino a poner su atencin en un personaje histrico que es a la vez uno de nuestros primeros escritores: lvar Nez Cabeza de Vaca.
Al nominar su obra El largo atardecer del caminante, Posse ha apelado a una antigua metfora que vincula el atardecer con el fin de la vida. 2 El largo atardecer del caminante se refiere literalmente al ocaso de lvar Nez, definido como el gran caminante de la historia. Pero
2. Abel Posse, El largo atardecer del caminante, Madrid, Planeta, 1992.
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su significacin se ampla hacia la consideracin de un periplo histrico que parece tocar a su fin: el de Occidente. Ese atardecer puede leerse, por lo tanto, como ocaso de una historia, como la reflexin final, que aboca al peregrino a la revisin de sus motivaciones, errores, aciertos y desencuentros.
El autor dedica la novela: En memoria de Carlos Barral, smbolo de aquella Barcelona mgica y subversiva de los aos 60, abierta a los escritores que llegbamos de una Amrica crtica y quebrada, estableciendo de entrada una relacin con la novela comprometida de los aos 70. Tal relacin, aunque negada por algunos crticos, ofrece una clave del libro, escrito desde una perspectiva innegablemente americanista. La Noticia del Cabeza de Vaca que abre la novela como elemento ndice, es una aguda informacin sobre el hroe y sobre la caminata ms descomunal de la historia: ocho mil kilmetros a travs de lo desconocido. Dice de l: tena un pie de indio. No le entraban las botas. Y en efecto, lvar Nez no ser el mismo despus de su aventura.
Estructura narrativa. Como El reino de este mundode Carpentier, la novela de Posse tiene cuatro partes, a la manera sinfnica: la primera y la cuarta asientan el presente del personaje narrador lvar Nez, ya pasados los 60, en Sevilla, todava no reconocido y al final disminuido en sus bienes, recluido en su casa frente a la Giralda.
Ser sta una imagen gua que nos ubica en el ocaso del conquistador. Una previsible ama de llaves y una convencional sobrina hacen su entorno novelesco que alude a Cervantes. Esa sobrina, Lucinda, es a la vez su partenaire, su dama, y al final la cautiva a ser rescatada en divertida y frustrada aventura que contiene tambin algunas claves polticas. En juego de evocacin epocal, el autor hizo que Luca fuera nombrada Lucinda, referencia a las nobles damas que desde Dante a Gngora eran receptoras de poemas y relaciones humanistas.
El discurso del protagonista se instala directamente y va desplegando ante el lector toda la informacin necesaria sobre su nombre, ancestros, paisaje, formacin, figura del abuelo Vera conquistador de Canarias. Tambin comienzan a desplegarse evaluaciones culturales que inician la fusin autor-personaje, y las preocupaciones centrales del libro, por ejemplo la religin, que ser eje importante de la novela. El abuelo enfrentaba un cristianismo del Dios Padre, que no haca lugar al Crucificado.
Cuando lvar Nez nos habla de sus trajes, vestidos, armadura, vemos insinuarse la tcita evaluacin del escritor, que disea y despliega el tema del desnudamiento. El lector se familiariza con la casa, el jardn, el barrio de Alcaicera, la azotea donde lvar Nez escribir en pginas provistas por Luca-Lucinda un nuevo relato que hace referencia a
Interioridad e historia en El largo atardecer del caminante de Abel Posse
Naufragios. Circulan distintos personajes, unos histricos como La Cerda y Oviedo, otros farsescos e inventados como Bradomn, hroe valleinclanesco que remite al autor a travs de la alusin a Galicia, tierra de los Posse, e incluso a cierta concepcin de lo legendario histrico que sustenta el personaje de Sonata de invierno; remite tambin, desde luego, a los escritores hispanoamericanos y a Barral, mencionado en la dedicatoria.
Es interesante el careo del historiador Oviedo con lvar Nez, actor y narrador. En boca de ambos aparecen opiniones antiguas y modernas sobre la polmica historia-ficcin que son sumamente orientadoras de una hermenutica de la obra (30-38). Las imgenes que se suceden no cumplen una funcin puramente descriptiva o narrativa sino que se ofrecen como materia paradigmtica de simbolismo gravitante a lo largo de toda la narracin. Por ejemplo, los bastimentos de Amrica que abarrotan el puerto de Sevilla, entre ellos indios enjaulados, imagen que ser retomada al final. El escritor entreteje alegoras y contraseas de modo que nos recuerda a Carpentier, sin duda su maestro. As podra leerse la referencia al burdel La Gitanilla como alusin cultural y oblicua referencia a la realidad americana (48 ss.), o las reapariciones de Bradomn (53) ligado siempre a un clima de farsa que remite al autor real y a sus amigos escritores.
Al terminar esta Primera Parte el Emperador, retirado ya al convento de Juste, manda llamar al conquistador. Este dilogo nos acerca a un hroe no reconocido, que decide escribir para justificar su vida. Tocamos all un tema central de esta obra, como lo fue de hecho para el autor de Naufragios: la funcin de la escritura como justificacin tica.
La Segunda Parte se aboca de entrada al relato de las hazaas pasadas, aunque con algunos regresos al presente. Se instala el paralelismo de la narracin que hace el viejo personaje lvar Nez con la Relacin originaria, rica en signos y seales como lo son por ejemplo el huracn, visto como un mal presagio de toda la expedicin, en aquel lugar sin nombre que el hroe real llam del Mal Hado (63). Aparece netamente diferenciado un relato (63-65) que nos trae sin transicin al relato originario y tambin al autor a travs de un corte abrupto. Es la historia de un grillo que fue embarcado a escondidas por un marinero para que trajera suerte. El grillo viaj mudo, pero cuando empez a cantar, en la proximidad de la costa, su canto impidi que la nave encallara. Posse narra esta parbola (acaso el grillo alude al escritor y a sus escrituras salvficas?) e introduce una estrofa del poema El Grillo de su compatriota Conrado Nal Roxlo, uno de tantos ejemplos de su continua infraccin de la inmanencia textual (68).
La narracin avanza y vuelve atrs, notificando al lector de los naufragios del hroe. Su primera confrontacin con otros personajes se produce con Pnfilo de Narvez. La prudencia y la fortaleza de lvar
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Nez contrasta con la falta de carcter del jefe. Una alusin rpida evoca tambin a Pedro de Mendoza y la fundacin de Buenos Aires, sucesos posteriores a la redaccin histrica de Naufragios.
El Nuevo Mundo se impone de entrada como un lugar en el que caen los poderes establecidos (72-74). Aparece el poblador autctono, el aborigen (74), cuya presencia genera una curiosa confrontacin entre nosotros y ellos que veremos progresar en la obra hacia otra confrontacin ms novedosa: Nosotrosy los otros cristianos.
Comienza el duro aprendizaje de lvar Nez al ser tomados prisioneros, l y sus compaeros, por los indgenas (75-77). La cultura aborigen empieza a ser evaluada por el narrador Cabeza de Vaca, en cuyos juicios asoma la contaminacin del juicio autoral. El autor nos interna en uno de los grandes temas americanos: el tema del buen salvajeo lo que podramos llamar la seduccin de la barbarie (Kusch), central en la obra y en todo su pensamiento.
Me interesa destacar en este sentido una figura que evoca con toda intencionalidad a los personajes de una remozada Atal, y remite igualmente a nuestro Don Segundo Sombra, o al chamn de Carlos Castaneda: el cacique Dulin. El tono posmoderno de la novela coloca a esta figura al margen de lo novelesco-psicolgico. Se trata de una ntida imagen-smbolo, la encarnacin de una cultura cuyos rasgos, caractersticas y bondades sern ponderados por lvar Nez-Posse en intencionados prrafos y secuencias. La obra va teniendo ms de alegato y discusin histrico-filosfica que de narracin pura. El rasgo vuelto sobre s mismo, la fina parodia del autor, velan apenas su adhesin romntica a la cultura salvaje, adhesin que recoge su paso por el concepto rilkeano de lo abierto y la nocin de vuelta (Kehre)elaborada por Heidegger.
Se ha planteado claramente en la novela el gesto de fuga de lvar Nez de una Espaa rgida y autoritaria hacia la libertad y la aventura del Mundo Nuevo. Dulin es el rostro bueno de ese mundo, la sabidura de vivir, la iniciacin espiritual. Es mejor que el chanchero Pizarro, mejor que muchos curas (85). lvar-Robinson aguza el ingenio para sobrevivir entre extraos; ensea y aprende, legitimando el intercambio cultural. Ensea el comercio (86) y aprende a cazar (91), a guiarse por los vientos y las estrellas (92).
Recordemos que Abel Posse no nos ha prometido reescribir Naufragios sino revelar otras cosas no dichas en ese texto. Amara (cuyo nombre insina el relacionamiento Mara-Amrica) aparece en la regin norteamericana reconocida por lvar Nez como una prefiguracin de Atal entre los nachez y como reminiscencia cultural del autor. El narrador nos aproxima en forma sinttica las circunstancias de su amancebamiento con Amara. Pasa a la narracin global para darnos
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a conocer que tuvo con ella dos hijos, Amads y Nube, a quienes bautiza en el ro (97-98).
Una transicin narrativa que se extiende a lo largo de quince pginas interrumpe el devenir diegtico e introduce el recuerdo presunto de lvar Nez sobre la llegada de Coln y nuevas reflexiones sobre historia y literatura (100). El lector restituye inmediatamente los nexos, pues ha sido llevado a un nivel de lectura en el que distingue que la narracin no es lo que ms importa. Pese a ello, quien lee percibe la transformacin del hroe, atento a todo lo que lo rodea. Por un lado aprende el uso de piedras, talismanes y hierbas y, por otro, empieza a revelar poderes (107 ss.). Una nueva transicin del relato nos lleva a Espaa, al mundo del relator, y nos permite asistir a algunas ceremonias religiosas, procesiones y actos de fe del Santo Tribunal de la Inquisicin. Se hace evidente la intencin de tensionar el contraste, a travs de la mirada del viejo y memorioso conquistador. Al final de la Segunda Parte el personaje dice una expresin que podemos leer tambin en la Relacin de lvar Nez: soy otro (117).
La Tercera Parte profundiza el relato de la aventura. Se entra de lleno en la narracin, con la presentacin de lvar Nez rodeado de peligros. Rescata a sus compaeros y se dispone a seguir el camino de las vacas. La iniciacin del personaje acenta el carcter de Bildungsroman que atribuimos al relato. Al nivel de la autoformacin se le superpone constantemente otro de discusin filosfica y cultural, que en ciertos casos asoma en boca de lvar Nez, o bien de otros personajes. As, por ejemplo, el cacique Dulin (que desde el punto de vista del ms elemental realismo psicolgico no podra jams expresarse como lo hace) toma la palabra para acusar a la conquista en nombre de su raza (131).
Asistimos a fugaces imgenes-smbolos como la manada que atraviesa los campos, ligada a la experiencia de la tierra sustentadora (135). Las penurias de lvar Nez son comparadas con las tentaciones de San Antonio en el desierto. El autor ha colocado a su personaje en el trance de volver a su familia india para despedirse; nuevamente, esa despedida es aceptada por el lector en el nivel no realista del relato.
Una observacin interesante del relator abre la bifurcacin del personaje Cabeza de Vaca: uno es el actor de los hechos, otro, el personaje literario que el propio lvar Nez configur: El-yo (140-141). Es sta una distincin de gran inters para la fenomenologa de la novela, y tanto puede ser aplicada al personaje como al autor mismo, tal como es, representado por su autorreferencia continua. Las referencias al texto (142) abren una mirada en abismo que indudablemente promueve la hermenutica del lector hacia una destruccin del inmanentismo literario. Aparecen los smbolos de la utopa occidental: las tierras del preste Juan Hisperia, los hombres sin cabeza (p. 145). Luego de una
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transicin literaria (146-152), asistimos al encuentro de lvar Nez con un Hernn Corts moribundo (152-155), enfrentamiento que recoge la experiencia final de ambos soldados.
El relato toma nuevamente su rumbo, y se habla de Ahacus, la ciudad secreta; del camino del maz (156-157). Son los seuelos del viaje: caminar, buscar, conocer, se hacen sinnimos de descubrir, reconocer e interpretar.
En algunas pginas cobran cuerpo con leves pinceladas los compaeros: Estebanico, Castillo, Dorantes (162). La reflexin del narrador, siempre contaminada de matices autorales, acusa a los cristianos destructores. Muestra tambin una posibilidad en parte verificada: fundar un orden nuevo al margen de la moral convencional (164-165), lo cual nos remite tambin a Lope de Aguirre y su utopa salvaje tema de Daimn y permite al autor asentar sus juicios sobre la Conquista y sobre el presente americano.
La expedicin contina hacia lo que se llama el mundo de arriba, la tierra de los tarahumaras que guardan secretos de espiritualidad, videncia y mstica, y vemos una nueva referencia a Naufragios (167). La mirada que el escritor dirige al mundo de la novela muestra cmo el progreso se convierte en degradacin; el regreso, en recuperacin. Accedemos al rito del ciguri (169) y estamos prximos al clima de un Carlos Castaneda, cuando lvar Nez recibe los secretos del chamn, el uso de los alucingenos, etc. Posse ha tomado en cuenta la narracin antigua de Cieza de Len para el altiplano americano del sur, en especial Tiahuanaco. Lo dicho para esta regin vale tambin como clave interpretativa del siglo xx: frente a una civilizacin avasallante, rica en objetos, las culturas de Amrica del Sur aparecen como custodias de lo transreal, replegadas sobre s mismas (173-174). Estas pginas marcan la culminacin de la aventura, que incluye el regreso, el encuentro con otros cristianos y luego, ya en Mxico, con Corts, quien ofrece una corrida de toros; este encuentro con el conquistador en pleno momento de soberbia plasma un contraste con aquel ya presentado de lvar Nez con un Corts maduro y reflexivo. El tema civilizacin versus barbarie queda planteado en el final de esta Tercera Parte (182-184).
La Cuarta Parte, haciendo pendant con la Primera, nos sita nuevamente en Sevilla, ante el viejo conquistador Cabeza de Vaca, decrpito y a un tiempo lleno de voluntad de vivir. Campea en esta parte el tono farsesco, las alusiones literarias, las autorreferencias autorales, el juego. Por ejemplo, una mencin de Jean Servier da un toque de poca, seguido de alusiones al poeta ciego en quien es fcil reconocer a Jorge Luis Borges (187-188). lvar Nez vive un enamoramiento puramente retrico y alegrico con Lucinda, y en dilogo con ella relata ahora livianamente, su etapa rioplatense. Galantea a Lucinda y es rechazado
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(194), hace citas literarias (195), y alude oblicuamente a los poetas hispanoamericanos en clara y visible referencia al contexto del autor (197).
Pginas muy ricas e interesantes son las que Abel Posse dedica, una vez ms, a esbozar una potica de la novela histrica, con referencias a Platn, lo inverosmil como real, la historia y la poesa, la libertad creadora (198-199). Nuevas alusiones apuntan a Barral, a los novelistas hispanoamericanos, a Bradomn, el cura vasco, el poeta ciego. Siguiendo el hilo diegtico vemos que el personaje, revitalizado, realiza una incursin a la manceba o lupanar, donde se propone matar al presunto secuestrador de Lucinda, Omar Ahmed (207). En estas escaramuzas de sesgo muy marechaliano pueden embozarse ciertas claves polticas que dejo por ahora slo indicadas.
Liberar a Lucinda es accin simblica comparable al rescate de Luca Febrero, y en Sevilla lvar Nez enfrenta a Hernando de Soto. Son recursos del narrador para seguir desplegando una crtica al autoritarismo y al Cristo traicionado (211-212), puntos que siguen desenvolviendo la temtica cultural sealada. El texto se adensa en lo opinante, con nuevas referencias a Cieza de Len (212 ss.), la Espaa que cubre y no descubre, el portal de Tiahuanaco como smbolo del misterio de Amrica (215). Se inserta el relato de acontecimientos de Paraguay: la expedicin, las crticas al blanco, lo no dicho de las crnicas (220), la caminata desde Santa Catalina a Asuncin, la figura de Irala, ligada al smbolo cruz-espada, triunfante sobre lvar Nez que vuelve encadenado (215 a 232). Se ha configurado al personaje lvar Nez sobre la base de un cristianismo humanista y vctima, que el autor revalida.
En este final tenemos una nueva escaramuza perteneciente al presente de lvar Nez: se dirige hacia el puerto, decidido a matar a Mohamed, y all encuentra, enjaulado, a su hijo Amads (238). Este pasaje totalmente alegrico sirve para exhibir gestiones de salvataje ante una Iglesia indiferente (243), amigos escritores (245) y finalmente la defensa de Lucinda. Asoma fugazmente un personaje, Fontn de Gimez, y se anoticia el lector de la muerte de Amara, la prisin y la muerte de Amads y la libertad de Nube, que se ha transformado en guerrera. El nombre de Amads no est puesto en vano, dado que sugiere el carcter folletinesco del episodio, con reminiscencias de novela antigua (255). En las pginas finales el personaje-relator se refiere a su manuscrito. Prximo a esperar la muerte, dejar el texto en la Biblioteca de Sevilla, a la espera de que su mensaje sea recogido (257-259).
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3. Hacia una interpretacin a la luz de la Historia de Amrica Abel Posse ha producido, bajo el excurso de un folletn alegrico, una aguda reflexin sobre la historia y el destino americanos, y un velado mensaje sobre la necesidad de un cambio liberador para los pueblos del subcontinente, sumergidos en diversas tragedias y cautiverios.
En las dos ltimas dcadas del siglo xx, los escritores latinoamericanos han producido una importante novelstica centrada en el hecho histrico del Descubrimiento y la Conquista de Amrica. Esa nutrida produccin configura uno de los fenmenos ms relevantes de la cultura latinoamericana en el ltimo cuarto del siglo. Constituye, a mi entender, una reafirmacin de la identidad latinoamericana en el tiempo de la globalizacin tcnico-cientfica de Occidente.
Vemos dibujarse en esta corriente dos grandes orientaciones, a veces entrecruzadas: una de ellas guiada por la anamnesis o reconstruccin intuitiva del acontecer, que se apoya en el autoconocimiento y en la visualizacin del presente, desde el cual es posible recrear acontecimientos y personajes del pasado. La otra es la reescritura de textos del pasado, reescritura que coincide parcialmente con el pastiche, la parodia, la deconstruccin.
La novela viene a cumplir con ese destino particular que le atribuyera Bajtn cuando habl de su capacidad para recoger lo no dicho, lo imponderable y lo actuante en la historia. La sola mencin de algunas de las obras que integran tal novelstica, y de otras que las han precedido y anticipado, da cuenta de la importancia de este hecho en la cultura latinoamericana: El arpa y la sombrade Alejo Carpentier, 1978; La isla de Robinsonde Arturo Uslar Pietri, 1981; El mundo alucinantede Reinaldo Arenas, 1982; Los perros del Paraso de Abel Posse, 1987; 1492. Vida y tiempos de Juan Cabezn de Castilla de Homero Aridjis, 1988; Caverncolasde Hctor Libertella, 1985; Ro de las congojasde Libertad Demitrpulos, 1981; Malucode Napolen Baccino Ponce de Len, 1989; Vigilia del Almirante de Augusto Roa Bastos, 1992, y El largo atardecer del caminante, de Abel Posse, 1992. Seymour Menton ha catalogado una nmina de 367 novelas pertenecientes a esta categora, llamada por la crtica nueva novela histrica. Por mi parte la defino como novela filosfica caracterstica del ltimo cuarto de siglo y de una atmsfera que podra llamarse la posmodernidad americana, si este trmino no indujese a una riesgosa homologacin con la posmodernidad europea.
En su conjunto este movimiento literario puede ser visto como una indagacin de la historia no escrita, de lo posible que existi o debi existir; como redescubrimiento potico del pasado; como crtica y anlisis
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del presente; como implcita o explcita formulacin de una utopa. Cabe interpretar esta emergencia de novelas histrico-filosficas como una reafirmacin del ejercicio de la libre imaginacin en la lectura de toda realidad interna o externa al sujeto, y tambin como despliegue de una actitud crtica que desmitifica el clich pero a la vez remitifica sucesos y personajes, al proclamar su significacin profunda.
La perspectiva novelstica se ampla, diversifica o invierte con relacin a las fuentes. La novela es contada a partir de personajes secundarios, sirvientes, bufones y compaeras del hroe histrico. En ciertos casos, como el que vamos a enfocar, es contada a travs de un hroeescritor.
Posse recrea el personaje y le confiere una triple significacin: por un lado, ahonda en el personaje histrico tal como nos es conocido por documentos, historiadores y sobre todo por su propio relato novelesco, en cierto modo reformulado, y, por otro, se identifica con l hasta el pun- to de fusionar intencionadamente horizontes de comprensin y evaluaciones que pertenecen a diferentes sujetos y tiempoespacios; muchos de los sentimientos, opiniones y evaluaciones enunciados por lvar Nez apuntan inequvocamente a Abel Posse. Finalmente lo mitifica convirtindolo en figura-smbolo del hombre americano, siempre en lucha con poderes que le son ajenos, en espera de reconocimiento, legitimacin, libertad, soberana. En este orden el personaje es una vuelta de tuerca sobre la configuracin de Coln y Lope de Aguirre en obras anteriores del autor. La novela, como es propio del gnero, crea un campo intersubjetivo en el que se juega la introspeccin mediatizada y la comprensin del otro que un lector a su vez percibe como comprensin de s y del mundo.3
El escritor ha optado por permanecer en segundo plano, dejando la primera persona a su personaje lvar Nez. ste, tambin escritor, nos ofrece su propio relato de aventuras, pero no se limita a esto. Desde su presente en la vejez, ofrece una perspectiva para evaluar su propia vida a travs de su momento ms conmocionante y transformador, la aventura en Amrica.
Se hace evidente la implicancia fenomenolgica del juego novelesco. El autor, imagen demirgica, crea un universo en el cual se proyecta proyectando a otros. No se trata del personaje-marioneta, sin dimensin espiritual, sino de un personaje-criatura, al cual se acerca Abel Posse a travs de un trabajo que Bajtn llamara de empata, al que se agrega la necesaria extraposicin que permite visualizarlo desde afuera.4
3. Vase Paul Ricoeur, Soi mme 4. Mijal Bajtn, Estetica e Romanzo, Turn, Einaudi, 1979.
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lvar Nez, en El largo atardecer del caminante, se vuelve capaz de evocar en su lector la oculta figura de Abel Posse a travs de alusiones al presente de autor-lector y de opiniones que slo son atribuibles al escritor argentino. La fusin de horizontes entre autor y lector, que se da segn Hans-Georg Gadamer en toda lectura, abarca a un tercero cuya envergadura histrica ha sido adecuadamente evaluada y comprendida desde una perspectiva actual.
En consecuencia, el tratamiento del tiempoespacio se hace complejo, pues abarca una situacin de base existente en toda obra literaria pero aqu intencionadamente subrayada, que es la del horizonte autor-lector en el final del siglo xx y en Amrica; esta situacin abarca la situacin narrativa propiamente dicha, que a su turno se distribuye en dos tiempos: el presente del narrador en su vejez y su pasado en Amrica, el tiempo de la aventura.
Un anlisis de la obra, que no pretendemos desplegar totalmente en estas pginas, nos lleva a constatar la importancia de la voz narrativa focalizada en el personaje lvar Nez Cabeza de Vaca. Desde la visin del personaje vemos desplegarse nuevamente, en la Segunda y la Tercera Parte, la relacin de lvar Nez con nuevos agregados interpretativos que dan cuenta del doble escorzo temporal: desde lvar Nez viejo y desde Abel Posse. Tambin hallaremos algunos trechos de transicin en que se entrecruzan tiempos y perspectivas, lo cual es un acierto del novelista, porque ha dado vivacidad y movilidad a su relato.
La perspectiva se ampla considerablemente hacia el presente, generndose esa interesante e intencionada fusin de sujetos que desde luego involucra tambin al lector.
Una constante referencia del escritor a los textos propios abre el texto hacia el presente de autor y lector, como lo hace igualmente la autoalusin, utilizada con prodigalidad. Como lo estudiara Ricardo Maliandi, por la denuncia de la ficcionalidad el texto remite agudamente a nuestro mundo, el mundo del ahora y de Amrica.5
No se trata, en suma, de una reescritura de la crnica de lvar Nez expresin sta de la cual se ha abusado considerablemente sino de una tarea imaginaria que pone la recreacin y la comprensin histrica al servicio de una tica. El desafo del novelista es comprender el presente a travs de la mediacin del pasado, as como comprenderse a s mismo a travs de la mediacin del otro.
Ricoeur, basndose en la lectura de Ser y tiempo, profundiz un sentido de la temporalidad que la relaciona con la narratividad, demostrando que ambas se hallan estrechamente unidas. Esta relacin de vida y narracin tiene otra consecuencia importante: el acercamiento
5. Ricardo Maliandi, La novela dentro de la novela, Buenos Aires, Ramos Americana, 1981.
Interioridad e historia en El largo atardecer del caminante de Abel Posse
entre historia verdadera y relato ficcional. Se replantea en la hermenutica narrativa la vieja relacin del lenguaje con la verdad, de la literatura con la verdad.
Una fenomenologa del texto, acompaada de una hermenutica, re- vela su textura intrahistrica, capaz de interiorizar y revelar al personaje real cubriendo instancias no dichas en una tarea de empata y comprensin. Se ha aplicado al mismo igualmente una tarea de extraposicin que hace posible la interpretacin histrica. Se cumple una vez ms el proceso de autodescubrimiento novelstico a travs de la comprensin del otro que es, segn Bajtn, el proceso profundo de la novela. Para el terico ruso el sujeto se halla raigalmente volcado al otro y, en el fondo, a una otredad radical que tambin lo constituye. Para Bajtn Cristo es el nexo de esta relacin, de ah que su teora de la novela, que seguimos, sea una teora cristiana. En este movimiento hacia el otro se repiten las reducciones propias del mtodo fenomenolgico, a saber, empata y extraposicin. Por nuestra parte agregamos una instancia intermedia que es la de simbolizacin.
Abel Posse ha cumplido adecuadamente estas instancias al ejercer una interiorizacin del personaje histrico, al llevarlo a figura-smbolo, captando, su significacin como emergente de una aproximacin a la barbarie y al hacer su evaluacin interpretativa desde su propia condicin de americano enfrentado al fin del Occidente moderno.
Las evaluaciones crticas de lvar Nez sobre una Espaa cerrada y autoritaria, su implcita y explcita defensa del vivir natural, su despertar a la tierra, su abandono de la historicidad vectorial por el remanso contemplativo, su valorizacin de costumbres y modos de pensamiento del aborigen, vienen a coincidir con posiciones del propio Posse sobre la civilizacin tecnocientfica del siglo xx, con su crtica de la modernidad y la hipermodernidad tcnica, con su implcito tercermundismo.
A travs de la incorporacin de la alteridad en sus aspectos negativos
o distantes se alcanza la integracin personal, que el lector genera en s mismo al concluir la lectura de esta novela. El yo se ha completado en el yo-t, y se ha integrado en un nosotros que abarca al lector. El otro, lvar Nez Cabeza de Vaca, ha sido comprendido en su alteridad e incorporado plenamente a la conciencia autoral, que es en definitiva la que vive en estas pginas. La humanidad, la debilidad, el miedo, la ternura y la rebelda de lvar Nez permiten al lector a su turno vivir hondamente su aventura y alcanzar a compartir a travs de ella otras dimensiones de fortaleza, voluntad, transformacin y sabidura. Hemos visto a lvar Nez a travs de la mirada de Abel Posse, y hemos alternado tambin con ste por mediacin de lvar Nez. Se dibuja en la obra, como asimismo en la que la precede, el movimiento de
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una Kehre en el sentido heideggeriano,6 es decir, una reversin transformadora del sujeto hacia el origen y el sentido, que en Posse adquiere el valor de una vuelta histrica, de una afirmacin de su identidad humanista latinoamericana en el contexto de la implosin posmodernista.
Como deca Jean-Paul Sartre, la obra literaria es un modo de accin profunda, que expresa el compromiso de un escritor.7 Lo esttico se pone al servicio de lo tico, y esto en definitiva al servicio de la ipseidad. Creo que El largo atardecer del caminante es cabal ejemplo de la novela como acontecer espiritual, bsqueda de la presencia a travs de la mediacin intersubjetiva, acto autoconstituyente de la persona. Es asimismo un alegato en favor del humanismo hispanoamericano.
Finalizar con palabras de Jean Servier, que aparecen profundamente reinterpretadas por Posse: No emprendi Occidente el descubrimiento de un Nuevo Mundo, sino un viaje de regreso a sus orgenes por encima de las aguas primordiales del Ocano.8 Ese movimiento, continuado a finales del segundo milenio, adquiere el valor de un llamado hacia la reconstruccin de la cultura desde Amrica.
6. Martin Heidegger, Die Kehre, Crdoba, Alcin, 1992.
7. Jean-Paul Sartre, Situations ii, Pars, Gallimard, 1948. 8. Jean Servier, Historia de la utopa, Caracas, Monte vila, 1969, p. 89.
captulo 6
Amrica en su laberinto
Una aproximacin hermenutica a la novela El General en su laberinto de Gabriel Garca Mrquez
1. Introduccin Mi propsito es fundamentar y desplegar una lectura fenomenolgica del texto literario, ampliada hacia una hermenutica que lo instala en una tradicin de sentido, la cual se expresa en modalidades genricas, smbolos culturales, pulsiones tico-religiosas. Esta tradicin, reinterpretada en el enunciado literario con intencionalidad no unvoca pero s comunicable, es a su turno reactualizada por un lector desprejuiciado, que recrea el crculo hermenutico del comprender-inteligir-vivenciar. Aplicar estos parmetros a la novela El General en su laberinto(1979) de Gabriel Garca Mrquez.
Sin pretensin de exhaustividad, intentar justificar una lectura hermenutica, conectiva del texto y la historia, teniendo en cuenta una triple historicidad: la del personaje histrico que ha sido convocado, la del escritor en la gnesis de su obra y la del lector la nuestra en la instancia reinterpretativa.
Esta interpretacin no sera completa ni suficientemente reveladora si pasramos por alto una fenomenologa de la imagen, la cual es a mi juicio la va privilegiada de toda comunicacin esttica. La realizacin de pasos metdicos vitales me ha permitido arribar a una lectura fenomenolgico- hermenutica de la novela estudiada, en la que reconozco la centralidad del mito crstico que preside la vida de los pueblos hispanoamericanos y el aprovechamiento de la materia histrica la ltima fase de la vida del Libertador Simn Bolvar para la configuracin de un incisivo mensaje del escritor a sus contemporneos.
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2. La memoria histrica y el discurso novelstico Es hoy generalmente aceptado, aun desde posturas dismiles, el hecho de que el acto de historiar tambin el de novelar responde intrnsecamente a un estilo cultural que preserva en forma oral y escrita los acontecimientos ejemplares de los pueblos, sus luchas y evolucin en torno a ciertos valores que les son propios.
El reconocimiento por la comunidad del carcter moral y orientador de sucesos y personajes se halla en la base de la memoria histrica. La escritura historiogrfica o literaria despliega y asienta decisivamente esa memoria. El magnfico estudio de Paul Ricoeur sobre las relaciones de la historiografa y la novela, Temps et Rcit, desde la base de una comn representacin e interpretacin del devenir humano nos mueve a rescatar el valor historiogrfico profundo de este gnero, libre por excelencia, que conjuga especialmente en cierta lnea de su desarrollo memoria histrica y recreacin imaginaria.
A partir de los aos 60 surge en ciertos mbitos intelectuales una actitud marcadamente opuesta a la continuidad reinterpretativa de las culturas; la filosofa que se autoconsidera posmoderna declara el fin de la historia y da por clausurados los grandes relatos.1 Declara as, en un gesto, el fin de la narrativa, de la historiografa, de la novela, e incluso de una actividad instauradora de sentido como es la hermenutica filosfica, sustituyendo estas lneas de raz tica y metafsica por una prctica deconstructiva, tendiente a borrar el rastro del mito en el lenguaje y la carga semntica de la metfora.
Sin entrar por ahora en la discusin de esta corriente, quiero subrayar la existencia de un humanismo hispanoamericano cuyo emergente ms significativo se da en el arte, y en particular en ese gnero poticofilosfico que es la novela.
La continuidad del relato en la cultura hispanoamericana es signo de la ntima unidad existente entre capacidad interpretativa, figuracin y voluntad poltica.
La historia se construye en torno de esa expansin significativa que es mediada por las operaciones de leer, interpretar, organizar, narrar, comunicar. Mientras los tericos de la posmodernidad euroatlntica denuncian la historia como una superestructura o un artificio literario,2 la hermenutica, de signo humanista, defiende la estrecha relacin del relato con la memoria colectiva, la inspiracin de las historias en la
1. Vanse Jean-Franois Lyotard, La condicin posmoderna, Madrid, Ctedra, 1984;
Jean Baudrillard, El xtasis de la comunicacin, en Hal Foster et al., La posmoderni
dad, pp. 187-198.
2. Vase Paul Veyne, Cmo se escribe la historia.
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Historia, del juego literario en el espacio mtico de la comunidad. Rescata la dimensin de la obra literaria como enunciado, su circulacin en el mbito intersubjetivo de su recepcin y la legitimidad de una lectura instauradora de sentido.
Esta corriente se ha visto fortalecida desde diversos campos disciplinarios. Mencionar, entre otros importantes estmulos, el reconocimiento practicado por el historiador Ferdinand Braudel al referirse a fenmenos histricos de duracin breve, mediana y larga.3 Es precisamente la longevidad de las civilizaciones, que se despliegan en ciclos de larga duracin, la que abarca y da sentido al acontecimiento, de duracin breve, o a los procesos de duracin mediana, que una perspectiva sociologista o economicista sola remitir a las circunstancias inmediatas. A conclusiones similares conducen los redescubiertos estudios de Mijal Bajtn, las indagaciones de Hans-Georg Gadamer y los estudios de Arnold Toynbee. Tales observaciones se ligan a aquellas que en el propio marco histrico vienen ampliando o modificando el punto de vista positivista o meramente causalista, incorporando la espacialidad geogrfica, la interaccin del hacer y el mito, la valorizacin del fondo simblico en que se gesta el tejido histrico.4
El discurso histrico ha reposado siempre, an tcitamente, sobre la base de un devenir cargado de significacin la historia cuyos sujetos son los pueblos, las naciones. Slo esa identidad colectiva, por cierto dinmica, puede asegurar la unidad del objeto histrico.
El tiempo fsico, objetivo, y el tiempo personal, subjetivo, hallan una mediacin en el concepto de tiempo histrico, que aparece vinculando entre s a distintos individuos; ellos se sienten pertenecer a una historia cuyo aspecto sagrado y providencialista ha sido sealado por San Agustn y Giambattista Vico. El tiempo histrico relaciona al presente con el pasado y el futuro, a travs de la memoria (pasado), la atencin (presente) y la expectativa (futuro).5
Otro rasgo inherente al tiempo histrico es la continuidad generacional, asegurada como un hecho no meramente biolgico sino cultural y teleolgico entre un horizonte de expectativa y un espacio de experiencia. Esta tesis que vemos desarrollada en Ricoeur (y remitida por ste a Reinhart Koselleck) convierte la historia en mediacin abierta al porvenir, que supera los marcos rgidos del sistema hegeliano.
3. Ferdinand Braudel, Aportacin de la historia de las civilizaciones (1959), en La historia
4. Vase, como una puesta al da de la nueva historia, la compilacin de Jacques Le Goff y Pierre Nora con el ttulo Faire lhistoire, Pars, Gallimard, 1974. Un breve trabajo de nuestra colega Adriana B. Martino ha realizado una til exposicin de las nuevas tendencias historiogrficas: Reflexiones para la hermenutica de la historia en Latinoamrica, Buenos Aires, cela, 1989.
5. Paul Ricoeur, La historia comn de los hombres, en Educacin y poltica, cap. iii.
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Nos enfrentamos, por otra parte, con el paso existente entre la historia como proceso viviente y la historia verbal, construida por la tradicin oral e historiogrfica. La literatura viene a crear mediaciones entre ambas, haciendo ingresar en la historiografa la tradicin oral, fundamentalmente mtica.
El historiador privilegia una inteligibilidad racional del acontecer mismo; sin embargo, tampoco escapa totalmente de la matriz simblica que le permite ordenarlo. Escribir la historia es, para Veyne, hacer un relato de los acontecimientos, ordenarlos, sintetizarlos, hacerlos racionalmente comprensibles. El historiador, en suma, es un narrador.
Sin embargo, ha prevalecido en la consideracin del discurso histrico frente al discurso literario, especialmente en el mbito de la teorizacin francesa del discurso (mile Benveniste, Roland Barthes, Grard Genette),6 una neta distincin entre digesis y mmesis. Mientras el escritor hace un amplio uso de ambas categoras, al historiador le estara reservada slo la primera. Tendencias actuales de la teorizacin del discurso acercan de modo mucho ms fluido ambos terrenos, mostrando la vocacin literaria del texto histrico, que naci justamente como un gnero de las llamadas bellas letras, y la vocacin histrica del texto literario.
Ricoeur ha desarrollado una teora del smbolo que necesariamente deba abarcar los tramos de la metfora potica y la simbolizacin narrativa. En La metfora vivael lenguaje potico es visto como lenguaje instaurador de sentido, y no como mero ejercicio de sustituciones en la predicacin de fases, como juego ad infinitum. Temps et Rcit, obra gemela de la anterior en su gestacin, descubre la innovacin semntica que subyace en la invencin de una intriga, tarea de sntesis resumida en una accin total y completa.7 Tanto la narracin como la metfora sintetizan lo heterogneo.
Las aporas de la experiencia temporal hallan su progresivo esclarecimiento en el relato, verdadera mediacin entre el ser y el no ser del tiempo. En l encuentran su expresin la intentio y la distentioen que se esconden, desde San Agustn en adelante, las contrastaciones de una conciencia actuante con una conciencia de la eternidad.
La potica aristotlica provee esa clula meldica que consiste en la pareja mimesis-mythos. La intriga, al incluir las discordancias, viene a ofrecer un modelo de concordancia posible. El crculo de la mmesis narrativa enlaza los momentos de la prefiguracin, la configuracin y la
6. mile Benveniste ha separado el discurso histrico, diegtico, y el discurso literario, mimtico, representativo, excluyendo la forma autobiogrfica del discurso histrico. Vase mile Benveniste, Problmes de Linguistique Gnrale, Pars, Gallimard, 1966, pp. 238-250.
7. Vase Paul Ricoeur, Temps et rcit, t. i.
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refiguracin por la lectura. En Temps et RcitRicoeur relaciona ntimamente el eclipse del relato en la tradicin historiogrfica francesa, con un eclipse de la comprehensin.
El estudio de la novela y la crnica en lengua espaola puede hacer variar sustancialmente esta percepcin del eclipse hermenuticocreativo.
3. Aproximacin al mundo imaginario del texto: el hroe Nuestro mtodo de aproximacin al texto literario privilegia la instancia esttica en una profundizacin fenomenolgica, por ser sta creativa y reveladora, prxima y anloga a la instancia de su produccin. Esa aproximacin inicial permite acceder al nivel simblico, impensable sin el sujeto receptor y productor de sentido. Toda imagen que nos es dado reconocer como grvida de significacin se convierte en smbolo, revela una zona de sentido que conecta lo manifiesto y lo oculto. Es me- nester sustraer al smbolo de toda objetividad semiolgica, destacando su configuracin por un sujeto que se halla dispuesto a simbolizar, y que por lo tanto se instala en una comunidad de significado.
Valgan estas consideraciones para introducirnos en el mundo del texto de El General en su laberinto, campo de proyeccin imaginaria cuyos personajes, figuras, tiempoespacio propio, se imponen fenomenolgicamente al lector.8 Entre todas estas figuras hay una, destacada ya en el ttulo, que es absoluta y central: el General, cuyo referente histrico evidente (no excluyente) es Simn Bolvar, nombrado en el texto como Simn Antonio de la Santsima Trinidad Bolvar y Palacios.
Bajtn, con su habitual agudeza, nos ha sealado cules son las for- mas que asume la totalidad de sentido del hroe. Entre ellas se encuentra la estructuracin del carcter romntico:
La individualidad del hroe no se manifiesta como destino sino como idea o, ms exactamente, como encarnacin de una idea. El hroe que desde su interior acta de acuerdo con los propsitos, religando los significados temticos y semnticos, en realidad realiza cierta idea, cierta verdad necesaria de la vida, cierta protoimagen suya, la concepcin divina de su persona. Por eso los sucesos y el entorno objetual aparecen como smbolos.9
8. Gabriel Garca Mrquez, El General en su laberinto, Bogot, La Oveja Negra, 1979. 9. Mijal Bajtn, El hroe como totalidad de sentido, en Esttica, p. 158.
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No se trata, en este caso, del hroe sentimental, contemplado desde afuera del autor, sino de un hroe tragicmico, a ratos farsesco, ligado a un proyecto de realizacin que da valor a cada uno de sus pasos y de sus actitudes. Fantasmal, etreo, esperpntico, el Bolvar de Garca Mrquez es una estampa quijotesca, que ala derrota y esperanza. La configuracin barroca del texto nos coloca ante su derrota, pero al mismo tiempo ante su permanencia y desafo a la muerte.
Sealaremos algunos pasajes del texto que convergen en la configuracin del hroe, sea en las marcas del narrador o en la visin de otros personajes. Comienza el libro:
Jos Palacios, su servidor ms antiguo, lo encontr flotando en
las aguas depurativas de la baera, desnudo y con los ojos abiertos,
y crey que se haba ahogado. Saba que ste era uno de sus muchos
modos de meditar, pero el estado de xtasis en que yaca a la deriva
pareca de alguien que ya no era de este mundo
*+ El general se agarr sin fuerzas de las asas de la baera, y
surgi de entre las aguas medicinales con un mpetu de delfn que no
era de esperar en su cuerpo tan desmedrado. (11)
En nuestra lectura ponemos el acento en esta pgina clave, cuyos signos se prolongan en todo el libro. Se trata de la ambigua presentacin de un personaje que, mediante la figura del xtasis, se halla fuera de su cuerpo, y cuya imagen, de algn modo, conjuga lo exhausto de la carne con la vitalidad del espritu; el parecer (o estar) muerto con el mpetu del delfn; la muerte con la resurreccin. Si atendemos al hecho de la simbolizacin arquetpica que hace de Bolvar el centro del proyecto de liberacin latinoamericana, tambin podremos extender esas valencias de muerte y resurreccin a ese proyecto que atraviesa la historia del subcontinente.
Pero atendamos por ahora a otros rasgos caracterizadores del personaje, al que vimos aparecer desencarnado pero tambin desnudo y con los ojos abiertos, dos condiciones que se intensifican y se hacen definitorias.
Desnudez equivale a pobreza, inocencia, pureza, despojamiento e incluso entrega. Los ojos abiertos son el signo de una actitud vigilante. Su insomnio tenaz (33). Esto se refuerza en distintos momentos como cuando su compaera Manuela Senz, convocada por el narrador, nos aporta:
Slo Manuela saba que su desinters no era inconciencia ni fatalismo sino la certidumbre de que haba de morir en su cama, pobre y desnudo, y sin el consuelo de la gratitud pblica. (16)
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Adems de recoger una expresin atribuida a Simn Bolvar, esta
manifestacin consolida la figura del hroe que conoce y acepta su des
tino. La pureza aparece sealada tambin como pulcritud casi obsesiva:
Aquella madrugada oficiaba la misa diaria de la limpieza con una sevicia ms frentica que la habitual, tratando de purificar el cuerpo y el nima de veinte aos de guerras intiles y desengaos de poder.(13)
En otros momentos el hroe aparece desnudo: l se desvisti a toda prisa y empez a mecerse desnudo en la hamaca (73).
El otro rasgo sealado al comienzo, el mpetu vital, es el rasgo que aparece con mayor frecuencia, unido a las debilidades del cuerpo y los signos de la muerte, y desmintindolos con cierta alegra:
l haba descubierto que a medida que bajaba de peso iba disminuyendo de estatura. Hasta su desnudez era distinta tena los huesos desordenados por la decrepitud prematura Sin embargo, sus ademanes resueltos parecan ser de otro menos daado por la vida (12)
Padece crisis de calentura y demencia:
El cuerpo arda en la hoguera de la calentura, soltaba unas ventosidades pedregosas y ftidas. El mismo general no sabra decir al da siguiente si estaba hablando dormido o desvariando despierto Era lo que l llamaba mis crisis de demencia
*+ al da siguiente se le vea resurgir de sus cenizas con la razn intacta. (12)
Otro ejemplo:
Coron la pendiente, ms con la fuerza de la voluntad que con la del cuerpo, y aun le sobraron nimos para descender sin ayuda hasta el atracadero. (93)
Un recuerdo retrospectivo que aparece ms adelante atribuido a la dama Miranda Lyndsay nos permite visualizar al Bolvar joven:
Ella haba de recordarlo siempre como un hombre que pareca mucho mayor de sus treinta y siete aos, seo y plido, con patillas y bigotes speros de mulato y el cabello largo hasta los hombros. Estaba vestido a la inglesa, como los jvenes de la aristocracia criolla, con corbata blanca y una casaca demasiado gruesa para el clima, y la gabardina de los romnticos en el ojal. (84)
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Ahora, en cambio, slo sabemos vagamente de su decrepitud prematura, sus camisas sudadas por la fiebre, sus viejos pantalones de gamuza, sus botas incansables; tambin, de su increble capacidad amatoria, su resistencia, su delirio y su voluntad.
Al fin del primer captulo vemos al general en ocasin en que se despide del presidente interino:
[Doa Amalia] haba tratado de ayudarlo llevndolo del brazo con la punta de los dedos, como si fuera de vidrio, y lo sorprendi la tensin de la energa que circulaba debajo de la piel, como torrente secreto sin ninguna relacin con la indigencia del cuerpo. (44)
El diplomtico ingls sentencia: El tiempo que le queda le alcanzar a duras penas para llegar a la tumba (45). Pero el General da pruebas de vitalidad increble:
Deca que el paso del caballo era propicio para pensar y viajaba durante das y noches cambiando varias veces la montura para no reventarla. *+ nadie desminti nunca la leyenda de que dorma cabalgando. (51)
se hizo colgar la hamaca en la amplia galera descubierta que daba sobre la caada, donde pasara la noche expuesto a los riegos del sereno. (53)
Jos Palacios lo busc en la casa con una manta en la casa iluminada por el verde lunar, y lo encontr acostado en el poyo del corredor, como una estatua yacente sobre un tmulo funerario. (55)
Figura compleja que puede leerse como apologa del ascetismo, o bien como oblicua mencin del carcter de prcer muerto de Bolvar, visto desde la actualidad.
El general pastoreaba el insomnio caminando desnudo por todos los cuartos desiertos. (57)
Lo encontr reposando con los ojos abiertos. (59)
Lo encontr [Manuela] flotando bocarriba en las aguas fragantes de la baera, sin la asistencia de Jos Palacios, y si no crey que estuviera muerto fue porque muchas veces lo haba visto meditando en aquel estado de gracia. (61)
Ms adelante, en el camino de regreso de una excursin a las minas de Santa Ana, a pesar de que tena fiebre alta y la cabeza a punto de estallar por la jaqueca, se ech a nadar en el remanso de un ro (81).
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Y en la ciudad de Honda bail casi tres horas, haciendo repetir las piezas cada vez que cambiaba de pareja(83).
En fin, muchos otros ejemplos podran acumularse en igual direccin conformando la imagen de un Bolvar histrico y legendario, que tie- ne innegable continuidad con el caudillo de El otoo del patriarcapero asimismo con otros personajes garciamarquinos: el Coronel Buenda, el hroe de Crnica de una muerte anunciada, el Doctor de El amor en los tiempos del clera. Pueden variar los referentes histricos, pero los unifica una misma conformacin tica, un mismo temple americano, una idntica exposicin al estoicismo, el vivir con coraje, la aceptacin del destino y la muerte, la fe en la supervivencia y en el triunfo del bien.
Son mltiples los signos religiosos que marcan al hroe, entre ellos su cumpleaos, el 24 de julio, cuya relacin con el santoral proclama Jos Palacios: da de Santa Cristina, virgen y mrtir, cant Jos Palacios a las cinco de la maana (200), aunque se seala que su santo corresponde a otro da:
Haba once San Simones en el santoral catlico, y l hubiera preferido ser nombrado por el cirineo que ayud a Cristo a cargar su cruz, pero el destino le depar otro Simn, el apstol y predicador de Egipto y Etiopa, cuya fecha es el 28 de octubre
Ya no soy yo (52), dice reveladoramente el hroe apuntando doblemente a su condicin de desencarnado, y a la condicin del hombre que siente actuar a Cristo en su persona. El lector lo percibe como entidad superior que acta en el tiempo vital y ms all de ste. Ello contrasta sin duda con la condicin terrena de un hombre colrico, que lanza improperios y maldiciones, condena a muerte al general Piar (233) y es visto por la Iglesia como masn concupiscente (236).
El hroe, que muere con los brazos cruzados (269) pero se revela como viviente, actuante, resucitante, haba tenido un presagio: si lograba mantenerse vivo hasta el cumpleaos siguiente (24 de julio de 1830) ya no habra muerte capaz de matarlo (201). Ve que le renace el cabello, y afirma: con estos ojos no me muero (266). En vsperas de la muerte bebe leche y miel (251) y desde San Pedro Alejandrino se siente ligado nuevamente con su infancia de San Mateo (254). Exclama finalmente: Cmo voy a salir de este laberinto?.
Los dems personajes forman una constelacin de figuras de relieve diverso, siempre absorbidas por el General. Rodean a Bolvar constituyendo su entorno histrico necesario, y asimismo su complementacin simblica, alegrica e incluso farsesca.
Su acompaante permanente es Jos Palacios, que lleva significativamente uno de los apellidos del hroe, Simn Bolvar y Palacios. Jos
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uno de los nombres del autor es nombre ya familiar al lector de Garca Mrquez: pensemos en Aureliano Jos, en Cien aos de soledad. Queda sugerida, en este alter ego que cuida al hroe y le responde, la contaminacin de una tcita presencia autoral.
Jos Palacios es nombrado al comenzar el libro, y nos proporciona el punto de vista ms prximo al personaje, al ser que lo observa en su intimidad, oye sus reflexiones y atiende sus fiebres. Jos Palacios repite una frase que marca el lmite de su acceso al General: Lo que mi seor piensa slo mi seor lo sabe(22). Con ello se incita, de paso, a descubrir un segundo nivel. El segundo captulo tiende enlaces alegricos entre seor y mayordomo:
Jos Palacios cabalgaba a su lado, vestido como siempre, aun en el fragor de las batallas, con la levita sacramental, el prendedor de topacio en la corbata de seda, los guantes de cabritilla y el chaleco de brocado con las leontinas cruzadas de sus relojes gemelos[signo que alude a la gemelaridad de los personajes mismos] Las guarniciones de su montura eran de plata del Potos, y sus espuelas eran de oro, por lo cual lo haban confundido con el Presidente en ms de dos aldeas de los Andes. (47)
Jos Palacios conoce los poemas del General (70), su preferencia por la miel, las rosas, el bao purificante, la lectura de LaAraucana. Al morir el General, Jos Palacios, doble proyeccin del autor y el hroe, reconoce: Lo justo es morirnos juntos (267).
Los dems acompaantes de Bolvar son el general Jos Mara Carreo, el coronel Belford Wilson, su sobrino el capitn Andrs Ibarra y el coronel Jos de la Cruz Paredes. Se nombra permanentemente a personajes histricos como Pez, Boves, Urdaneta, Mosquera, Caycedo, OLeary, Santander. La muerte de Antonio Jos de Sucre, conocida por Bolvar (192), precipita la vejez del hroe, al privarle de su sucesor; la imagen de Francisco de Paula Santander aparece cargada con las tintas de la traicin y la venalidad. Se da noticia de Napierski, coronel polaco, cuyo diario sera rescatado 180 aos despus por un gran poeta granadino(196). Pero no todos los personajes tienen encarnadura histrica; algunos son entes de una farsa alegrica y apuntan al presente. As Iturbe, Jos Laurencio Silva otra vez Jos y Nicols de la Paz.
Manuela Senz, la compaera conocida en Quito, visita al General en las primeras jornadas del viaje y lo despide luego, reapareciendo al final. Tambin aparecen otras mujeres: Miranda Lyndsay, hija del diplomtico sir London Lyndsay, autor de unas memorias jamaiquinas; Josefa Sagrario, Delfina Guadiola, Fernanda Barriga.
No intentaremos por ahora un anlisis de los personajes femeninos. Slo anotamos un procedimiento de repeticin estructural, inherente
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al lenguaje mtico y connatural al lenguaje del escritor colombiano. As las figuras femeninas van reiterando un idntico encuentro, que adquiere arraigo histrico en Manuela, y se hace puramente arquetpico en la extraa mujer entrevista por el General y nunca hallada por Jos Palacios:
Esa noche, mientras deambulaba por el galpn donde le colgaron la hamaca para dormir, haba visto una mujer que se volvi a mirarlo al pasar, y l se sorprendi de que ella no se sorprendiera de su desnudez. Oy hasta las palabras de la cancin que iba murmurando: Dime que nunca es tarde para morir de amor. (196)
4. En el laberinto del texto La fenomenologa imaginaria (que hemos explorado parcialmente) impone una visualizacin simblica de la magnitud y significacin del hroe, que se proyecta ms all de su circunstancia histrica propia. Un aparejo indicial sumamente complejo apoya la hiptesis de que el texto esconde mucho ms que un nivel literal de significaciones.
Ese aparejo comienza, desde luego, con el ttulo: El General en su laberinto, el que rene dos claves de comprensin: el General, antepuesto como protagonista absoluto, y designado en la forma genrica que ha correspondido tambin a otros caudillos; en su laberinto, situndonos en una fase difcil y oscura de su trayectoria. La novela ficcionaliza el final de una vida, mostrando un Bolvar derrotado y enfermo, consciente de las relaciones, y a la vez renaciente, enrgico, convencido de su proyecto bsico: la integracin latinoamericana.
No se trata de la catbasis riesgosa a cuyo trmino el hroe revierte el rumbo de la fortuna y desenmascara a sus enemigos. El hroe se halla en plena dificultad; viene de la victoria en un camino de retroceso, y no visualiza an la salida del laberinto.
Ya hemos dicho que la materia novelstica ha sido trabajada en forma lineal. Nuestra lectura, al acomodarse a la lgica puramente narrativa, conducira a una interpretacin muy reductiva y hara incomprensibles
o al menos ociosos muchos otros elementos. Hemos propuesto una lectura simblica que, al destacar el valor estructurante de la imagen del hroe, llama a reconocer en el texto una voluntad intencional que se desplaza en sentido opuesto de la digesis. El libro se construye ante nuestros ojos como laberinto barroco, superponiendo a la impasse del personaje el desafo de un acertijo, un juego que se tiende al lector. La obra misma, en su disposicin estructural, se presenta como laberinto, configurado por ocho captulos de
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similar extensin, numerados. Cabe suponer que un autor tan buen conocedor del simbolismo numrico como Garca Mrquez no ignora el sentido laberntico del nmero 8, doble circuito sin salida tanto en su disposicin vertical como horizontal: signo del infinito. Recordemos, a ttulo de ejemplo, las claves numricas de otras obras, y el acertijo de la E invertida introducido en el ttulo de Cien aos de soledad.
Pero si estas inferencias parecieran aventuradas, el texto mismo nos ofrece dos veces una alusin concomitante al mencionar un reloj octogonal (256, 269). La segunda de estas menciones se halla contigua a la expresin: Cmo saldr de este laberinto?.
Como en otras novelas del escritor colombiano, nos salen al encuentro en este libro una multiplicidad de indicios, contraseas y frases de doble intencionalidad, que abren el relato instaurando a su despecho una dinmica comunicativa entre autor y lector.
En ese plano comunicativo pasan a significar algo ms de lo que indica su literalidad el resplandor fosforescente de lucirnagas, los jeroglficos egipcios (129), los baos de cariaguito morado (138), los juegos, las mscaras, el ajedrez (249), las barajas (205, 237), los papeles cifrados (212), las cajas de contenido secreto (213), el oro, la plata, las joyas, los emblemas (214), el uso de diferentes gorros (219), las faltas de ortografa (227), las cartas (228-229), los mensajes cifrados (240), la contradanza (265), el tiburn en cuyo vientre se hallan espuelas de caballero (246), el bergantn Manuel (245), etctera.
Aunque podramos intentar una exgesis prolija, mostrando la ilacin interna y unificante de tales signos, preferimos dejar asentada una interpretacin global, que converge con lo ya apuntado: el texto llama al lector a desentraar el laberinto sgnico; detrs de ste se halla el laberinto de la historia misma.
5. Doble referencialidad histrica Toda lectura del pasado sea la del creador, configurante del relato,
o bien la del lector, refigurante se hace desde un presente que la hermenutica humanista reivindica plenamente como el plano ltimo de la instauracin del sentido.10 Pero en este caso la doble referencialidad circula en el texto mismo, relacionando en forma sutilmente encubierta el tiempo del relato con el tiempo del autor y el de su lector. Nunca como 10. Vase Hans-Georg Gadamer, Verdad y mtodo, Salamanca, Sgueme, 1977.
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en este tipo de novelas se ha hecho tan decisiva la afirmacin de Sartre: El escritor escribe para sus contemporneos.11
El nivel inmediato que surge de la ficcin nos remite al itinerario de Bolvar desde el 8 de mayo de 1830, cuando emprende su viaje a Bogot, hasta Santa Marta, donde habr de morir el 17 de diciembre. Son siete meses y nueve das, cuyo proceso histrico se nos ofrece resumido en la cronologa de Vinicio Romero Martnez, que el autor ha querido incorporar a esta obra en calidad de apndice. Esa cronologa concluye con las fechas y estancias del viaje que ha sido novelado: 8 de mayo, Bogot; 4 de junio, Cerro de la Popa; 2 de octubre, Turbaco; 15 de octubre, Soledad; 8 de noviembre, Barranquilla; 1 de diciembre, Santa Marta. Son los meses que siguen a la ltima renuncia de Simn Bolvar a la presidencia de Colombia (20 de enero de 1830). Luego de solicitarle al Congreso el permiso para dirigirse a Venezuela permiso que le fuera negado, Bolvar reitera su decisin de alejarse del poder, y marcha hacia Santa Marta, en parte a lomo de mula, en parte a caballo o en un champn de madera de los que recorren el Magdalena.
Desde esa temporalidad continuamente sealada vemos evocada la total trayectoria histrica de Bolvar. Es el General mismo, o bien sus acompaantes, amantes, servidores y visitantes, cuando no el narrador en su caracterstica modalidad indirecta, los que recuerdan sus hazaas. Se insertan asimismo, en forma indirecta, resmenes o valoraciones globales que crean en el lector la presencia de una tradicin histrica valorativa.
Al mismo tiempo asistimos al despliegue de un subtexto que, incisivamente dirigido al lector, y apunta al presente latinoamericano. Tomaremos algunas muestras de este subtexto, que no es enteramente divergente del texto diegtico; ms bien su apertura y prolongacin:
Sbado ocho de mayo del ao de treinta, da en que los ingleses flecharon a Juana de Arco, anunci el mayordomo.
Est lloviendo desde las tres de la madrugada. Desde las tres de la madrugada del siglo diecisiete, dijo el General con la voz todava perturbada por el aliento acre del insomnio. Y agreg en serio: No o los gallos. (12)
Juego alegrico que combina la lluvia como eclipse y castigo, tan permanente en la obra garciamarquina, y la espera del canto de los gallos, signo de resurreccin.
11. Jean Paul Sartre, Situations II, p. 42.
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los soldados del presidente interino trataban de borrar en la pared del palacio arzobispal un letrero escrito con carbn: ni se va ni se muere. (21)
La permanencia de esta situacin en el tiempo resulta obvia; una lectura libre tiene el derecho de reactualizar esa frase lo mismo que otras:
todo lo que hemos hecho con las manos lo estn desbaratando los otros con los pies *+ los demagogos han vuelto a ganar y por partida doble. *+ no iba a escampar en lo que faltaba del siglo *+ La verdad es que aqu no hay ms partidos que el de los que estn conmigo y el de los que estn contra m. (81)
No son los espaoles sino nuestra desunin lo que nos ha llevado de nuevo a la esclavitud *+ Hablando de la grandeza, los recursos y los talentos de Amrica, repiti varias veces: Somos un pequeo gnero humano. (85)
Estoy condenado a un destino de teatro. Miranda no olvid ni pudo entender jams aquella frase hermtica (89)
lo que menos lo convenci de l *de Humboldt+ fue su certidumbre de que las colonias espaolas de Amrica estaban maduras para la independencia *+ Lo nico que falta es el hombre, le dijo Humboldt *+ cada vez que se hablaba del barn, lo aprovechaba para rendirle un tributo a su clarividencia: Humboldt me abri los ojos. (104)
En aquel su ltimo viaje, el sueo estaba ya liquidado, pero sobreviva resumido en una sola frase que l repeta sin cansancio: Nuestros enemigos tendrn las ventajas mientras no unifiquemos el gobierno de Amrica. (105)
Los grandes sacrificios vendran despus, para hacer de estos pueblos una sola patria La unidad no tiene precio. (106)
Un perro recogido en la vereda es trado al general por Jos Palacios:
Qu nombre le ponemos? le pregunt. El General no lo pens siquiera: Bolvar, dijo.Esta ancdota sorpresiva resulta sugerente; no cuesta mucho referirla, en la lectura propuesta, al nombre de un proyecto poltico.
por aquella poca empezaba el ro a cambiar de curso *+ no hay otra alternativa, dijo: unidad o anarqua. (113)
O este incisivo dilogo:
Opino que el ejemplo de Bonaparte es bueno no slo para nosotros sino para el mundo entero, dijo el francs. No dudo que
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usted lo crea, dijo el general sin disimular la irona. Los europeos piensan que slo lo que inventa Europa es bueno para el universo mundo, y que todo lo que sea distinto es execrable. (130)
Por favor, carajos, djennos hacer tranquilos nuestra Edad Media! (132)
Emprstitos malversados, confusin, deserciones, recuerdan demasiado los problemas actuales de Amrica Latina:
Se fueron separando y por distintos caminos, unos por Jamaica, otros por Curazao, otros por la Guajira y todos en ropa civil, sin armas ni nada que pudiera delatar su identidad, como haban aprendido en las acciones clandestinas contra los espaoles. Al amanecer, la casa del Pie de la Popa era un cuartel desmantelado pero el General se qued sostenido por la esperanza de que una nueva guerra hiciera reverdecer los laureles de antao. (20)
Hacia el final se adensa el mensaje:
Nunca habamos tenido una ocasin mejor para empezar otra vez por el camino recto. *+ empez de pronto a anunciar a gritos paso por paso, todo lo que iba a hacer en el futuro. (257-258)
El tiempo de la vida de Bolvar se va acabando, pero el tiempo de la historia contina. Ambos movimientos del tiempo se entrecruzan y superponen; Bolvar va a morir, pero su ser fantasmal, desencarnado, que se confunde con el de otros luchadores histricos, sigue propuesto en la metfora envolvente del libro: muerte y resurreccin.
Igualmente podemos leer, intercalados, los signos del tiempo, que se superponen a los signos de la muerte; as, por ejemplo el desayuno criollo, el tedeum, el olor de la guayaba, o el viaje gozoso del Manuel, las indias descalzas que acuden con flores, la murga de Mamtoco que repite la contradanza favorita del General: La Trinitaria. Ante estas manifestaciones el General llevaba el comps con la cabeza erizada por los troncos del cabello que le empezaba a renacer, lo cual desde luego no impedir su muerte.
6. Perspectiva hermenutica A partir de esta suma de seales que invitan a completar distintos planos de lectura, estamos en condiciones de plantear una perspectiva hermenutica global.
Graciela Maturo
Nuestra lectura se hace necesariamente historizante: restaura la continuidad de la historia, la vigencia de la tradicin, la actualidad del smbolo.
Algunos crticos han admitido en la novela latinoamericana cierta vuelta a lo ontolgico y metafsico o han sealado el inters del novelista en los procesos histricos. Lo que se omite a menudo es la interrelacin de ambos planos, slo aceptable para una visin teolgica de la Historia. Crticos sociologizantes, formados en una tradicin materialista, no siempre se muestran suficientemente flexibles como para llevar a sus ltimas consecuencias la superacin causal-racionalista que poco a poco se manifiesta en sus trabajos.12 En otros casos nos hallamos con posiciones que, bajo la influencia de la neorretrica, adoptan una orientacin decididamente antihermenutica.13
Por nuestra parte hemos subrayado ya en otros trabajos el carcter eminentemente opcional y cultural de toda hermenutica, y la imposibilidad de que una perspectiva cientfica pueda encuadrarla entre sus procedimientos. Revalidar esta perspectiva significa, pues, en nuestro caso, continuar las lneas de sentido del texto, restituir sus lazos con la tradicin a la cual pertenece y desplegar dentro de ella su plenitud semntica, simblica e histrica. Aceptamos en consecuencia ser incluidos en una tradicin cultural, cuyo smbolo fundamental es el de muerte y resurreccin. Importa a toda hermenutica esta ubicacin del texto en una diacrona literaria, en un gnero culturalmente reconocible, en una modalidad particular dentro del gnero. Descubrimos simultneamente la pertenencia de Garca Mrquez al humanismo hispanoamericano, su aficin a la novela gnero del humanismo, su grafa barroca y esperpntica, propia de una tradicin que se reafirma y se contrasta con otras modalidades de cultura.
En la tradicin humanista, reformulada en Amrica, se marcan relaciones profundas e inesperadas entre lo personal y lo social. El personalismo cristiano impregna el desarrollo de la historiografa hispnica, la convierte en exaltacin pica y expresin inequvoca del juicio moral: la fbula y la historia entremezclan sus aguas en un trasfondo ticomtico cuya fuente se halla en las Escrituras. Las historias reescriben la Historia, que los hombres realizan, traicionan o truncan, borrando sus rastros, volviendo a encontrarlos.
Ha sido en Amrica, especialmente, donde se acentu esta unidad mtico-histrica, a despecho de la ilusin objetivista, cientfica o pu
12. Vase, a modo de ejemplo, Adalbert Dessau, La novela latinoamericana como con
ciencia histrica, Revista Chilena de Literatura, N 4, otoo de 1971, y Gregorio Wein
berg, Tiempo, destino.
13. Vase Walter Mignolo, Teora del texto, Mxico, unam, 1986.
Amrica en su laberinto
ramente documental. La escritura, en la Amrica colonial, se puso al servicio de una presentificacin mtica surgida en una conciencia de lo real-maravilloso. sta era la tierra en que venan a cumplirse las Escrituras, y por lo tanto se adverta una confluencia de lo cotidiano y lo sagrado; historiar era practicar una altheia, encarnar y hacer advertible el cumplimiento de la profeca. Historiar es acceder a un gnero pico, potico, revelatorio; atribuir sentido a los tiempos, prolongar sus lneas de fuerza. La historia se convierte insensiblemente en novela.
Amrica refunda el humanismo greco-judo-rabe-latino, historifica la fe, impulsa una nueva etapa que sin entrar de lleno en la Modernidad atraviesa su infierno, construyendo una transmodernidad que le es propia.
En Amrica (Latina) asoma plenamente la historificacin cristolgica, el hroe religioso real del que dan cuenta los Evangelios. Ms an, bien pudiera considerarse a stos como el modelo lejano de la novela, al ser la comunicacin de una nueva que deja de ser repeticin mtica estructural para irrumpir en la vida y el devenir concreto.
Novela, realizacin personal, horizonte social, se ligan en el humanismo hispanoamericano. La novela, humanista y mesinica, sigue su rumbo diverso al del enciclopedismo, el informe o el documento. No abundan en Amrica los asentamientos historiogrficos del positivismo, s en cambio la crnica autobiogrfica, la novela, la obra testimonial, o bien la narracin imaginaria que en vez de desentenderse del mundo profundiza en su trama con intencin salvfica.
No ignoramos hasta qu punto se ha ligado la tradicin religiosa hispanoamericana a la persistencia de modelos autoritarios de gobierno.14 Sin proponernos desarrollar aqu este tema, sealamos un hecho notablemente silenciado por ciertos crticos, que es el de la inversin mtica. El poder poltico, la jerarqua institucionalizada, que en trminos ideales debera hacer coincidir el fondo tico, el destino popular y el vrtice del poder, se invierte en Amrica Latina produciendo la derrota y el exilio de los lderes populares y el autoritarismo de cpulas opuestas al pueblo. Nada de esto se cumple, por otra parte, fuera de lo mticamente previsto y tal vez sea esta nota de fondo la que lo hace comprensible.
Una tradicin centrada en un Hroe-Vctima tiene que tolerar el hecho de que sus lderes, pensadores, gobernantes, jefes militares o dirigentes ms ligados al destino del pueblo sigan la suerte arquetpica del fundador: sufran condena, exilio, derrota poltica, crucifixin.
14. Vase David Scott Palmer, Autoritarismo y tradicin centralista en la sociedad
hispnica, en Sal Sosnowski (comp.), A. Roa Bastos y la produccin cultural
hispanoamericana, Buenos Aires, De la Flor, 1986.
Graciela Maturo
7. Lo esperpntico en la obra de Garca Mrquez El predominio de la simblica cristiana en la cultura de Amrica Latina es un hecho que todo investigador no prejuiciado reconoce en distintos niveles y formas de manifestacin. Slo una intransigencia ideolgica puede excluir del imaginario social los smbolos de muerte y resurreccin que son centrales en el cristianismo y que, por su peculiar dinmica, integran e incorporan los mitos de otros pueblos, aglutinan etnias, culturas y niveles sociales.15
Tal prevalencia mtico-simblica se despliega literariamente en forma plena y autoconsciente a partir de la dcada del 40, como lo hemos sealado reiteradamente en nuestros trabajos sobre Leopoldo Marechal, Alejo Carpentier y otros creadores. La llamada nueva novela forma en s misma redundante es, pues, a nuestro juicio, la novela cristiana que capta el espritu novelesco sealado por Bajtn como un fondo preliterario, irradiante de significacin, hace posible la conjuncin del personaje ficcional con la memoria colectiva; recoge y fija ancdotas, episodios grotescos o sentimentales, sentencias y dichos, conductas arquetpicas. La crnica historiogrfico-novelesca de nuestros pueblos ha sido prdiga en la recoleccin de ese anecdotario tpico que asienta su pertenencia a un ethos comunitario. As, por ejemplo en la tradicin rioplatense circulan ciertas historias que son atribuidas peridicamente a diferentes caudillos, jefes militares, hroes de la crnica popular; igual ocurre en diferentes regiones de Amrica.
La imagen bolivariana que ofrece Garca Mrquez se encuadra en este libre tratamiento a la vez cmico y remitificante; su efigie sustancialmente crstica se reifica en el proceso de su reelaboracin esperpntica. Si su raz cultural se halla en Cristo, su modelo cercano es Don Quijote, y, a la zaga de ste, los mitolgicos caudillos del ciclo novelstico de los aos 70, ciclo que arranca, a nuestro juicio, de El banquete de Severo Arcngelo de Marechal, publicado en 1965. La mitificacin positiva del caudillo operada a su turno en Megafn o la guerra, 1970; del mismo autor, y en El recurso del mtodo, de Alejo Carpentier, 1974, Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, 1974, y El otoo del patriarca, de Gabriel Garca Mrquez, 1975, entre otras obras, no es slo el fruto de un premeditado accionar poltico-literario; es tambin el legtimo emergente de la conciencia popular latinoamericana, que asume como proyecto bsico la integracin y la liberacin del continente.16
15. Ejemplo de tal intransigencia o limitacin lo constituyen en trminos generales los trabajos reunidos por Ana Pizarro en La literatura latinoamericana como proceso, Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina, 1985.
16. Vase Graciela Maturo, Claves simblicas de Garca Mrquez, Buenos Aires, Garca Cambeiro, 1972, 2 ed. ampliada, 1977, y Fenomenologa, creacin y crtica
Amrica en su laberinto
Sin extendernos ahora en la consideracin del discutido boom latinoamericano, que en vano han pretendido borrar los impulsores de un supuesto posboom, queremos sealar como rasgo propio de este proceso literario la acentuacin progresiva del rasgo esperpntico, inherente a la tradicin hispnica.
Lo esperpntico es impensable en un contexto ordenadamente racionalista o crtico. Explorar su naturaleza nos lleva a su fuente real en el humanismo, que reconoce la naturaleza divina del hombre aadiendo as un nuevo escaln a las concepciones sagradas de la Antigedad y mientras percibe plenamente su corporeidad, limitacin e indigencia.
El humanismo, refractario a la abstraccin, engendra el quiasmo peculiar de lo trgico y lo ridculo que caracteriza a los que se ha denominado barrocos, romnticos, expresionistas, existencialistas, en amplia y matizada evolucin. Pero ha sido particularmente en Espaa y el mundo hispanoamericano donde esa conciencia tragicmica se afirma con fuerza y orgullo de s, desatando a la vez una desafiante alegra slo comprensible en la dimensin religiosa, que adquiere eficacia en la certeza de la resurreccin.
Lo esperpntico, lo grotesco, lo paradjico, surgen no slo de la contrastacin intrnseca de lo humano en su proyeccin divina y su condicin encarnada sino asimismo de la confrontacin entre el espritu heroico (lase humanismo, ethos justiciero, bsqueda de la Belleza y la Verdad) y el signo dominante de la sociedad regida por mviles adversos.
Ramn del Valle-Incln, inventor del esperpento, ha reconocido la prioridad hispnica de su hallazgo. As lo destaca Emilio Carilla en un excelente estudio, donde recoge esta expresin del autor, de 1930:17
sta es una manera muy espaola, manera de demiurgo que no se reconoce del mismo barro que sus muecos. Quevedo tiene esta manera (y Cervantes tambin). Esta manera es ya definitiva en Goya, y esta consideracin es la que me llev a dar un cambio en mi literatura, y a escribir los esperpentos, el gnero literario que yo bautizo con el nombre de esperpento.
Alonso Zamora Vicente ha definido el esperpento como popularismo, parodia, liberalizacin, queja, deformacin y teatralidad. Carilla por su parte anota los siguientes rasgos: deformacin, parodia, popularismo, como rasgos generales; lo macabro, lo religioso como juego, la animalizacin, como rasgos complementarios.18
17. Emilio Carilla, El Buscn, esperpento esencial y otros estudios quevedescos, Mxico, unam, 1986.
18. Alonso Zamora Vicente, La realidad esperpntica (aproximacin a Luces de bohemia), Madrid, Gredos, 1969.
Graciela Maturo
Importa a una hermenutica la reunificacin de aspectos estilsticos, formales o culturales en una visin del mundo, y en un contexto cultural. Cada uno de los elementos sealados plenamente verificables en la obra total de Garca Mrquez pasa a significar de otro modo en una economa de conjunto19 como la ofrecida por la tradicin hispnica y latina.
Slo de un anticipado existencialismo religioso poda desprenderse la visin del barroco, que por nuestra parte no extendemos al indgena como lo hacen Carilla y Roggiano, pese a la riqueza comn de los mundos mticos, sino que adscribimos a la tradicin cristiana por ser sta no slo mtica sino tambin activa y reinterpretativa. Ella hace posible, y de modo especial en los pueblos catlicos, la incorporacin de la pregunta y la ausencia, la expresin paradjica, las anttesis, las hiprboles, las aporas, contenidas en el marco de una fe torturada pero a la vez fecunda y proyectiva.
Comentando El amor en los tiempos del clera lo llambamos, en su oportunidad, silva de varia leccin.20 Igual atribucin cabe hacer a esta obra que es elega, lamentacin, laberinto, exaltacin de identidad y exhortacin a una actitud heroica y liberadora para los pueblos latinoamericanos. La idea fuerza de la Patria Grande se impone en el texto con las apoyaturas tragicmicas de un hroe-delfn, que ya est muerto o moribundo cuando inicia el trayecto ltimo de su vida y sin embargo se proyecta hacia el futuro con la prodigiosa energa del mito vivo. El General en su laberinto pasa a inscribirse en la ltima voluta de un ciclo literario: la nueva novela mgico-realista americana, con su irrenunciable sentido esperpntico, barroco e historificante.
19. Paul Ricoeur, Le conflict des interpretations, Pars, Seuil, 1969.
20. Graciela Maturo, El amor en los tiempos del clera, un mensaje de esperanza en el derrumbe de los tiempos, El Tribuno, Salta, 3 de febrero de 1986.
captulo 7
Don Quijote en la transmodernidad latinoamericana
Nadie podra negar la presencia de Miguel de Cervantes en la cultura hispano-luso-americana. Ms an, puede decirse que su personaje, Don Quijote, ha inspirado y acompaado durante el siglo xvii a los humanistas de Amrica, y permanecido hasta el presente como un smbolo profundo de nuestro devenir e idiosincrasia, en la etapa histrica que hemos dado en llamar transmodernidad de Amrica Latina.
Carlos Enrique Ruiz
1. La transmodernidad latinoamericana De Amrica Latina puede decirse algo que se ha dicho siempre de Espaa: nunca entr plenamente en la Modernidad, proyecto ciertamente fustico que ha modificado con sus bienes y males la historia de la humanidad, generando la ms formidable crisis de los tiempos.
Amrica fue un mito en accin. Se ha hablado, legtimamente, de una doble conquista: a partir de 1492, avanzaron a un tiempo la parcial depredacin de los pueblos autctonos del continente y el impulso de aproximacin que origin nuestra sociedad irrenunciablemente mestiza. Es imposible comprender a Amrica desde el puro occidentalismo que hace de ella un espacio vaco a ser colmado por sucesivos proyectos euroatlnticos, e igualmente entenderla desde un indigenismo antihistrico. Los aborgenes, que no vivan ya una Arcadia sino un proceso desigual, conducente al sometimiento de comunidades pequeas por grandes imperios, posean culturas teocntricas, expuestas en mitos y cantares, relatos picos, un primitivo teatro, danzas y pinturas. El que llegaba, vestido de armas y astrolabios, era el humanismo espaol, entrante apenas en la Modernidad. De Espaa vinieron el auto sacramental, la loa, el soneto, los libros de devocin espiritual, los catecismos, las gramticas, los textos filolgicos. Hispnico fue nuestro idioma, pero tambin una valorizacin de la obra del hombre, una tendencia hacia el descubrimiento del planeta, la aceptacin de lo distinto, la creacin de
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Graciela Maturo
un derecho nuevo, una inclinacin terica, un modo de narrar, exponer y evaluar, un impulso hacia la traduccin de lenguas. Todo ello se matizara definitivamente con rasgos propios de la geografa y la cultura de esta parte del mundo, generando un sentido tendrico de la cultura; es decir, no el teocentrismo antiguo, ya superado por los europeos, ni tampoco el antropocentrismo que se acrecent en los tiempos modernos. Los beros no eran tpicamente Occidente sino la latinidad amalgamante de pueblos.
Por mi parte suscribo, sin extremismos, la posicin del poeta bilbano Juan Larrea, quien afirmaba, en la dcada de 1940, que Espaa haba practicado objetivamente una rendicin de espritu a las tierras conquistadas. 1 Esto no significa clausurar el juicio histrico a la Conquista sino, por el contrario, ahondarlo y superar sus apariencias, advirtiendo que es en el seno de la cultura hispnica donde surge ese temprano enjuiciamiento, tan audazmente que es capaz de fundar un nuevo derecho de gentes para el mundo.
La fusin iberoafroindgena dio origen a la transmodernidad de Amrica Latina, en continuidad con el humanismo espaol, itlico, latino. La compulsa equilibrada de la documentacin colonial muestra a las claras el paulatino avance de la cultura humanista sobre los excesos de los poderes civiles y eclesisticos. Si bien en la prctica la actitud de los conquistadores no fue homognea, una ingente labor filosfica, jurdica y educativa cumplida a lo largo de tres siglos matiza la leyenda negra de la Conquista, denunciando cambios fundamentales en la mentalidad europea y en la historia del mundo.2 A modo de ejemplo recordemos la bula Sublimis Deus(1537), anticipadora de las Nuevas Leyes de Indias que inspiraron a Miguel ngel Asturias, con el correr de los siglos, su obra Audiencia de los confines en la irreversible proclamacin de la humanidad del indgena.
Mi propsito es rescatar el humanismo como base del ethos americano, mestizo y universalista. No es ste el lugar de hacer la historia del humanismo, a veces confundido con erudicin o tratamiento de textos, sino de precisar algunos aspectos clave para comprender la cultura latinoamericana.
La filosofa del Amor y la Belleza, herencia rfica transmitida por Platn y redescubierta en el siglo xv, puede ser considerada la esencia misma del humanismo.3 Ese estilo humano, reconocido por la patrstica
1. Juan Larrea, Rendicin de espritu, Mxico, Cuadernos Americanos, 1942.
2. Remito a los fundamentales trabajos de Silvio Zavala, Edmundo OGorman, Rmulo Carbia y una amplia serie bibliogrfica sobre el tema
3. Vanse Ernst Cassirer, Individuo y cosmos en la filosofa del Renacimiento, Buenos Aires, Emec, 1951; Eugenio Garin, La revolucin cultural del Renacimiento, Barcelona, Grijalbo, 1981.
Don Quijote en la transmodernidad latinoamericana
como sustancia y mensaje del cristianismo, era el fruto de una fusin heleno-hebreo-cristiana, abierta a otros pueblos, que se expandi en la cultura popular medieval, prosper en los crculos espirituales de los trovadores y se hizo mtodo de vida en las rdenes religiosas. Figuras de alta espiritualidad como San Francisco de Ass, Joaqun de Fiore, Raimundo Lull, Ignacio de Loyola, Santa Teresa y San Juan de la Cruz encabezaron movimientos que fueron baluartes de un nuevo modo antropolgico y vital. Herder habl ms tarde de un proceso de hominizacin, adverso a otras tendencias histricas. Los actos de barbarie y genocidio cometidos por la civilizacin occidental no deben hacernos olvidar esa otra va que alcanza su correlato filosfico y literario en las obras de Dante, Petrarca, Nicols de Cusa, Ficino, Pico della Mirandola, Len Hebreo, Moro, Erasmo, Vives, Cervantes.
Inicialmente no escindido en ciencias de la naturaleza y ciencias del espritu, ese modo de vida y pensamiento mantuvo una permanente convivencia con los mitos ancestrales, a los cuales recre e interpret. Podramos llamarlo un pensamiento utpico si no fuese porque la voz utopa no surge hasta 1516, cuando Toms Moro le dio ciudadana intelectual con su obra Uthopy.Por entonces entraron en boga las utopas, formas de ficcin historificante que entraaban una crtica a la vida europea y una velada referencia a nuevos mbitos, aparentemente ideales o fantsticos, en que eran corregidos los vicios de la sociedad. La implicancia del Nuevo Mundo es innegable en esas obras utpicas, y especialmente en la de Moro, que convierte en relator al marinero Rafael Hythloday, participante de los viajes de Amrico Vespucio.
Renovando viejos mitos clsicos y medievales, las utopas mantuvieron una doble relacin, de proyeccin y retorno, con Amrica. Conformaron la imagen de un no-lugar que era, por el contrario, un buen lugar: la eutopa, modulacin imaginaria a la que el crtico chileno Ren Jara llama topotesia.4 Esta temtica, que ha trascendido desde las crnicas y las leyendas al arte y los movimientos polticos, ha sido fundante en la historia de nuestros pueblos.
La eutopa hispanoamericana es mucho ms que un tpico literario: constituye un mito viviente que se relaciona con el personaje-smbolo cervantino, revelndose como ncleo de una identidad que amalgama a un conjunto de pueblos de variado color en un destino comn. Tal idiosincrasia, reconocible en sus diversas matizaciones, se ha venido perfilando en la dramtica historia de Amrica Latina, la fundacin de las ciudades, la creacin de leyes e instituciones y el despliegue de una tica-esttica defendida por Jos Mart, Rubn Daro, Alfonso Reyes,
4. Ren Jara, Los pliegues del silencio. Narrativa latinoamericana en el fin del milenio, Valencia, Episteme, 1996.
Graciela Maturo
Pedro Henrquez Urea y una larga serie de ensayistas. Es tambin el tema subyacente en la tradicin potica y novelstica del subcontinente, desde las obras iniciales hasta el modernismo, para resurgir crticamente en distintos momentos de la ltima centuria, a veces como tema de discusin, torsin humorstica o recreacin exaltada.
Los humanistas coloniales o indianos, como los llama el uruguayo Alberto Methol Ferr, junto con otros autores, contribuyeron a conformar esa tradicin, anterior y connatural a Cervantes, antes de ser derivada de l mismo. Pensemos por ejemplo en Bernardo de Balbuena, que deline una suerte de utopa con su novela pastoril El siglo de oro en las selvas de Erfile (1608), y haba publicado ya su Grandeza mexicana (1604), que no es a mi parecer una mera descripcin de las riquezas de Mxico sino un compendio de doctrina humanista, anunciado por los misteriosos versos iniciales: Primavera inmortal y sus indicios / gobierno ilustre/ religin y Estado / todo en este discurso est cifrado. No en vano su autor, que conoca la honda relacin del humanismo con el poetizar, dio a conocer esta obra juntamente con su Compendio apologtico en alabanza de la poesa. Las defensas de la poesa prosperaron en Amrica, desde Balbuena y la llamada Poetisa Annima Peruana, hasta Andrs Bello, Bartolom Mitre y sus continuadores.
Podemos recordar igualmente a otro gran humanista, Antonio de Len Pinelo, hijo de un judeoportugus que pas al Ro de la Plata y a Per, de quien basta nombrar su obra El Paraso en el Nuevo Mundo, que encendi la mente de espaoles y americanos del siglo xvii, como lo sigue haciendo con lectores actuales que descubren su alucinante mapa invertido de Amrica del Sur, en cuyo centro se ha dibujado un rbol del que nacen cuatro ros, enmarcado en un crculo, y a su pie la leyenda Locus Paradisi.5 Recordemos tambin que en su Eptome (1629) nuestro primer bibligrafo, Pinelo, anota prolijamente las ms de cuatrocientas obras dedicadas, por miembros de distintas rdenes religiosas, a traducir, comentar y organizar gramaticalmente las lenguas indgenas, algunas de ellas ya perdidas.
Quisiera subrayar que las obras de los humanistas comportan, adems de su calidad expresiva aprendida en el culto de las formas, un ethos moral, jurdico y educativo. Tanto Alonso de Ercilla como el no menos famoso Martn del Barco Centenera defendieron el derecho de los aborgenes. Por su parte el Inca, recndito iniciador del Romanticismo, fue quien puso en acto la valoracin de los pueblos perifricos a Europa, de su trato con la naturaleza y sus formas de organizacin comunitaria. Fecunda leccin para sus lectores, Rousseau y Montesquieu.
5. Antonio de Len Pinelo, El Paraso en el Nuevo Mundo, edicin de Ral Porras Barrenechea, Lima, Universidad de San Marcos, 1943.
Don Quijote en la transmodernidad latinoamericana
lvar Nez Cabeza de Vaca, creador del tipo robinsoniano, inici el tema de los naufragios, anticipacin quijotesca del fracaso mundano en beneficio del triunfo moral.
Sor Juana Ins de la Cruz hizo tempranamente la defensa de la mujer ante una Iglesia intransigente. Juan Solrzano Pereira, autor de Poltica indiana,fue discpulo de Erasmo y Toms Moro. El Lunarejo defendi, tardamente, desde la culta Lima de los virreyes, la lengua metafrica de don Luis de Gngora. Proclamaban, a menudo enfrentados con poderes civiles y clericales, la legitimidad del humanismo en Amrica.
Por su parte, la cultura popular ofrece su rico acervo de cuentos, refranes, teatro, romances y canciones, conservado oralmente y recogido por escritores ilustrados, como signo de la perduracin de ese perfil moral y religioso integrador que incorpora la negacin, el juicio de la Providencia, la funcin de los mediadores, el poder salvfico de la fe, la desconfianza del farisesmo.
Como lo han visto los mayores novelistas hispanoamericanos, intrpretes privilegiados de la Historia, juntas vinieron la espada y el Evangelio, la imprenta y la plvora, como luego la guillotina y las doctrinas libertarias. Haba nacido la Amrica Latina, nutrida en viejos legados, inevitable vctima de los excesos modernos, dispuesta a asumirse lentamente como sujeto matinal. Un genio de nuestras letras la denomin la cndida Erndira.
2. La leccin de Cervantes Espaa tuvo en los llamados Siglos de Oro a los mayores crticos de la incipiente Modernidad, as como de los pasos autoritarios de la mentalidad inquisitorial. El humanismo fue una nueva Iglesia, que ciertos estudiosos han considerado criptorreformista aunque no se apart de Roma. Su doctrina, difundida por filsofos como Erasmo de Rotterdam, o por poetas y novelistas como Miguel de Cervantes, consolid la transmodernidad hispanoamericana a ambas orillas del Atlntico.
Todos los temas del humanismo grecolatino se hallan en Cervantes, refundidos en la tradicin medieval y renacentista, como supo verlo el erudito maestro Arturo Marasso.6 Alonso Quijano, que sigue los itinerarios de la Odisea y la Eneida de una manera librrima, parodia a los Palmerines y Esplandianes pero los reifica profundamente al proclamar la necesidad de que, en su tiempo, sigan cumplindose sus hazaas. En el fondo, Alonso Quijano el Bueno es un retrato profundo
6. Arturo Marasso, Cervantes, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1947.
Graciela Maturo
de Miguel de Cervantes, de sus dolores y vergenzas, su pobreza, su cautiverio, sus afanes. Una vida dura y azarosa lo puso en contacto desde la infancia con la injusticia del mundo: su padre era un mdico que padeci prisin por deudas, y l mismo sufri en la juventud acusaciones que lo llevaron a enrolarse como soldado en Italia; su mano qued inutilizada en la batalla de Lepanto, y padeci por cinco aos un cautiverio que fue su propio y anticipado descenso a la cueva de Montesinos. Inici su labor literaria entre penurias econmicas y problemas legales que lo acosaron de por vida. Por su trabajo de comisario o cobrador de impuestos, viaj por innumerables aldeas y conoci todo tipo de gentes: Haba tenido que hacer noche en ventas ruines e incmodas, en las que paraban toda suerte de caminantes, desde el noble seor y la dama principal hasta el tramposo titiritero o el ms vil castrador de puercos, dice Martn de Riquer.7 Se incubaba en l un intenso realismo que le permiti fusionar la realidad con el mito, y hacer de ste la gua espiritual de la vida. Pona en marcha la razn potica, reivindicada varios
siglos despus por Mara Zambrano como legado de la hispanidad.
Cervantes mir hacia Amrica sin nombrarla. No es seguro que haya desconocido las andanzas del capitn lvar Nez que public en Zamora, en 1543, su Relacin, convertida, en 1555, en Comentarios y naufragios, ni que no oyera de los trabajos de Garcilaso, ese peruano hosco que firmaba Inca, e interrogaba, a fines del 1500, a sus parientes venidos de Per. En 1580 volva Cervantes a Espaa, y en 1582 le era negado un pedido para ocupar una vacancia en tierras americanas. S conoce al Inca aos despus, ya publicados los Comentarios reales, cuando escriba el Persiles.
Me han impresionado siempre algunas coincidencias de estos dos rigurosos contemporneos, Cervantes y el Inca, que murieron con poca diferencia de horas y de millas, en aquella primavera de Espaa. Ordenado sacerdote en 1600, el Inca muri en Crdoba el 23 de abril de 1616, a pocas horas, en Valladolid, mora Cervantes.8 Sealar otra coincidencia, acaso ms profunda y significativa: ambos conocieron la filosofa del amor en la obra del judeo-portugus Judah Abrabanel, que firmaba Len Hebreo, y redact sus Dialoghi d amore(1535) en lengua toscana. Como es sabido, el joven mestizo, aleccionado por el humanista Pedro Mrtir de Anglera, emprendi no por vez primera en lengua espaola la traduccin de esos Dilogos, que en 1590 dio a conocer en Madrid la imprenta de Pedro Madrigal. En ese coloquio filosfico entre Filn y Sophia, se despliega la propuesta concreta de Len Hebreo: ojal
7. Martn de Riquer, Aproximacin al Quijote, Barcelona, Salvat, 1955.
8. Con motivo de los quinientos aos de Amrica he sugerido, sin ningn eco, a las academias, que esa efemrides del idioma fuese compartida entre el espaol y el americano.
Don Quijote en la transmodernidad latinoamericana
nuestra era hiciera realidad tan antigua doctrina. La versin del texto revela los conocimientos que el Inca haba adquirido sobre una vasta familia de filsofos y poetas, entre los cuales nombra a Avicena, Averroes, Maimnides, Platn, Aristteles, Herodoto, Plotino, Julio Csar, Suetonio, Tcito, Flavio Josefo, Cicern, Virgilio, Dante, Petrarca, Ariosto, Antonio de Guevara, Coln.9 Por ese tiempo el peruano redactaba su obra vulgarmente conocida como La Florida, que con justicia ha sido considerada por Alberto M. Salas como la primera novela americana, y ya meditaba sus Comentarios, donde tuvo ocasin de aplicar la doctrina humanista a una indita valoracin de los pueblos no europeos, premodernos. Trocse nuestro reinar en vasallaje, dira el Inca, elegaco.
Cervantes, por su parte, reconoce a Len Hebreo como maestro en la doctrina del amor, cuando dice en el prlogo de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicada quince aos ms tarde, con esa peculiar irona que le permite a un tiempo declarar sus propias fuentes y burlarse de los abusos eruditos: Si tratrades de amores, con dos onzas que sepis de la lengua toscana, toparis con Len Hebreo que os hincha las medidas. Incluye a Len Hebreo en una nmina que arranca en las Sagradas Escrituras, y contina con las obras de Homero, Plutarco, Ovidio, Virgilio y fray Cristbal de Fonseca.
Por esos tiempos ficcin y realidad no competan slo en las pginas de Cervantes sino que alternaban en la historia misma. En 1605, simultneamente con la primera parte del Quijote, se public la ya mencionada obra del Inca, Historia del adelantado Hernando de Soto, Gobernador del reino de la Florida; el crtico Hugo Rodrguez Vecchini seala en ambas obras el surgimiento de un yo crtico que se superpone al yo testimonial.10 Nos hallamos en tiempos de llamativo desarrollo de la personalidad, tanto a travs de la vida mstica, literariamente comunicada, como a partir de experiencias conmocionantes de actores individuales y grupales, que generan nuevas formas de expresin narrativa.
La aventura de Amrica nutri la imaginacin de los escritores espaoles hasta construir uno de los elementos ms pregnantes de su imaginario. Cervantes, mientras parodiaba y revitalizaba la caballera andante, vino a crear un personaje tragicmico, mtico y real, de textura hondamente autobiogrfica. Era la Historia misma la que se haba encargado de producir una indisoluble conjuncin del mito y la realidad. Su Caballero de la Triste Figura no es, sin duda, la imagen de un conquistador de ultramar, osado y desprendido de su territorio de origen, pero comparte con l una dimensin: la locura, la entrega al mito, la trabajosa edificacin de la eutopa.
9. Len Hebreo, Tres dilogos de amor, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1947. 10. Hugo Rodrguez-Vecchini, Don Quijote.
Graciela Maturo
Las tres salidas al mundo de Don Quijote se dan en crculos prximos; el hidalgo pobre y delirante es como el personaje de su detractor Lope de Vega un peregrino en su patria, movido por el afn de encarnar el espritu del caballero. Quien roza este tema se halla con una motivacin espiritual que excede los mrgenes literarios: se trata de un compromiso tico; un pacto, tcito o expreso, con valores que son proclamados en el discurso novelesco o se plasman en gestos y aventuras.
Los episodios del Quijoterefunden e historifican la tradicin homrica, platnica, virgiliana, romancesca. Su lectura ha de hacerse, como lo aconsejaba la hermenutica tradicional, en los diferentes niveles histrico, alegrico, moral y anaggico o espiritual. Una amplia exgesis practicada a lo largo de varios siglos ha permitido a la cultura hispnica reconocerse a s misma en ese espejo esttico.
Con Cervantes, y ms concretamente con el Quijote, surge ese espritu nuevo al que podemos llamar espritu del Barroco, que permite la presencia del escritor en la obra, nota impensable desde una literatura puramente mtica. Se cumple la historizacin de la obra ficcional, el vivo contacto del autor con el lector y la definitiva apelacin, a travs de la escritura, al compromiso histrico.
Con el Quijote se puso en acto de modo ejemplar la tradicin clsica asimilada por la Edad Media y el Renacimiento; el humanismo no sera ya objeto de erudicin literaria sino filosofa de vida y construccin histrica.
Crstico llam a Don Quijote otro delirante caballero, don Miguel de Unamuno. Ciertos comentaristas han visto en su lucha la representacin de polmicas teolgicas y filosficas de su tiempo; otros visualizan en l al desafiante adversario de las fuerzas oscuras de la Inquisicin, las disolventes tendencias de la burguesa, la soberbia de los bachilleres. Se ha hablado a menudo de una obra hermtica, doblada, secreta o misteriosa. Lo que trasciende de su imagen, incluso en los niveles populares de su difusin, es su entrega al amor y la justicia, base de un ideario individual y comunitario que se hizo carne y letra en el humanismo americano.
3. La herencia cervantina en Amrica He intentado destacar la preexistencia de un ethos humanista, destilado durante siglos en la cuenca mediterrnea, como antecedente y posibilidad de la mestizacin hispano-luso-afro-indgena. Esa mestizacin se produca en los momentos en que Europa iniciaba un rumbo conducente a la ruptura entre mito y razn. La Amrica mestiza lleg a ser, en el decir de Carlos Fuentes, el espejo enterrado de una Europa fustica.
Don Quijote en la transmodernidad latinoamericana
La razn potica, acorde con un estilo vital y filosfico, se ha afirmado en la cultura de nuestros pueblos como centro de la persona que hizo posible la fusin de aborgenes contemplativos, religiosos, ligados al suelo, con soldados y letrados transmisores de un humanismo tico, artstico y cientfico. Se afirmaba, a travs de esta filosofa, un doble y creciente compromiso: la transformacin de la persona humana y la construccin de una comunidad justiciera. Se iniciaba tambin una reformulacin paulatina de las artes, en el momento creativo y autoconsciente del Barroco. Con el tiempo se puso de manifiesto la distancia del arte, que engendraba su propia teorizacin, con respecto a crecientes tendencias niveladoras o mecanicistas acordes con proyectos supuestamente universales.11
El designio de venir a Amrica, negado a Cervantes, no pudo ser impedido a la ms alta criatura de su ingenio. No me estoy refiriendo obviamente a la Primera Parte del libro, de cuya edicin consta que el Nuevo Mundo recibi una alta cuota de ejemplares, sino a una difusin imaginaria ms amplia, notable en distintas etapas de su historia. Anterior al genio cervantino pero imposible de ser comprendido sin l, el humanismo ibrico alcanzara su simbolizacin profunda en la figura de Don Quijote.
En un intento de sntesis me atrevera a asentar los siguientes rasgos que caracterizan, sin abolir sus matices diferenciales, la identidad cultural latinoamericana:
a. Amrica no rechaza las conquistas de la Modernidad, las considera instrumentales a su estilo de vida.
b. La cultura latinoamericana rescata el valor de la vida contemplativa, y ve en el quehacer artstico una zona fundamental de la vida humana
c. El arte afirma una continuidad profunda con valores ticos y solidarios, que se contraponen a la visin analtica, clasificatoria, niveladora, prevaleciente en modernos proyectos de ordenacin mundial, o a conceptos de un arte autosuficiente.
d. En la literatura, temporariamente invadida por formas de un realismo positivista y descriptivo, ha triunfado el realismo cervantino, que es mgico, mtico, suprarreal.
e. La novela es claro ejemplo de la persistencia humanista en Amrica. La presencia del autor y el lector en la obra como sujetos reales, as como la modelacin profunda de los personajes y el
11. Vase Graciela Maturo, La razn ardiente. Aportes a una teora literaria latinoamericana, Buenos Aires, Biblos, 2004.
Graciela Maturo
tiempoespacio, son signos de una visin histrica que anula la
distancia del epos y la vida real.
f. La inclusin del autor y su obra en el texto (construccin en abis
mo) seala la pervivencia de una visin antigua y medieval, re
cobrada por el artista barroco: el tema del gran teatro del mun
do, de raz cosmolgica y teolgica.
Amrica Latina se ha expresado por sus poetas y novelistas. La creacin literaria es uno de los mbitos ms favorables para explorar una idiosincrasia cultural que se acrecienta desde las primeras crnicas y relaciones, hasta hacerse consciente plenamente en las novelas del ciclo del Descubrimiento. La figura de Don Quijote es emblemtica de esta modalidad literaria y su acogimiento en Amrica, absolutamente predecible, se hizo evidente en escritores del siglo xix, apenas superadas ciertas oleadas antihispnicas acordes con la emancipacin, por ejemplo en el argentino Juan Bautista Alberdi (Peregrinacin de Luz del Da en Amrica, 1878) y el ecuatoriano Juan Montalvo (Captulos que se le olvidaron a Cervantes, 1882); unos aos ms tarde, en plena poca modernista, el venezolano Tulio Febres Cordero daba a conocer Don Quijote en Amrica o La cuarta salida del Ingenioso Hidalgo de la Mancha (Caracas, 1905).12
La leccin del Quijote, difundida en los distintos niveles de la cultura americana, ha sido incorporada por numerosos escritores argentinos del ltimo siglo, entre los cuales bastar recordar a Alberto Gerchunoff, Roberto J. Payr, Arturo Cancela, Leonardo Castellani, Leopoldo Marechal, y aun al dscolo Julio Cortzar, quien dio ejemplos extremos de aquella escritura desatada preconizada por Cervantes.
El arte rescata la verdad de las mentiras de la historia, ha dicho Carlos Fuentes.13 Una novela clave para comprender el dramtico destino de Amrica Latina es Pedro Pramodel mexicano Juan Rulfo, que nos presenta el tema simblico de Juan y Pedro, visto el uno como el hijo bastardo y abandonado del otro, desptico y duro. Gabriel Garca Mrquez ha creado un personaje inolvidable, totalmente quijotesco, el Coronel, adherido a su ilusin y su empeo hasta el punto de rechazar lo elemental y prctico de la vida. Por su parte Alejo Carpentier, iniciador del ciclo de la nueva novela histrica, profundiza con El arpa y la sombra (1979) el mito de Cristbal Coln, rechazado en un juicio de beatificacin, y reserva a los escaldas, es decir a los novelistas, el privilegio de recoger en las contingencias histricas la fuerza constituyente de
12. Para Febres Cordero vase Mara del Carmen Pettinari de Mollo, Don Quijote en Amrica, Primeras Jornadas Cervantinas, Baha Blanca, Instituto Superior Juan iii, 1981.
13. Carlos Fuentes, Cervantes o la crtica de la lectura, Mxico, Joaqun Mortiz, 1976, p. 82.
Don Quijote en la transmodernidad latinoamericana
mitos que en otras latitudes se dieron por concluidos. En las ltimas dcadas del siglo xx Abel Posse, Homero Aridjis, Carlos Fuentes, Reinaldo Arenas, Napolen Baccino y muchos otros hicieron el balance de la eutopa americana, a veces indecisos entre el rescate de su propia identidad y el toque escptico transmitido por las postrimeras de Occidente.
La razn potica, propuesta no slo terica sino antropolgica, queda como sntesis admirable de la creacin cervantina en la afirmacin doctrinal de Leopoldo Marechal, Hctor A. Murena, Ernesto Sbato, Juan Liscano, Jos Lezama Lima, Julio Cortzar y Eduardo Azcuy, en nmina que desde luego merecera ser ampliada.
El ethos latinoamericano, complejamente conformado como heredero y enjuiciador del Occidente, se muestra agudamente crtico de tendencias histricas deshumanizantes. Ante el proyecto mundial de ordenacin y nivelacin de las naciones, facilitado por la revolucin tecnolgica, nuestros creadores e intrpretes culturales prolongan la pasin de Don Quijote en un mundo confuso y alienante.
captulo 8
La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
La respuesta a la pregunta por la esencia de la verdad es el relato [Sage] de una Vuelta [Kehre] dentro de la historia del Ser. Puesto que a l le corresponde el cobijar que despeja, el Ser aparece inicialmente a la luz de una sustraccin ocultadora. El nombre de este despejamiento [Lichtung] es altheia.
Martin Heidegger, De la esencia de la verdad
1. Amrica, recomienzo de la Historia Una hermenutica fenomenolgica como la que alentamos no puede eludir el situar las expresiones literarias en contextos ms amplios que los de la literatura y la esttica. En este sentido la expresin literaria de Amrica Latina se inscribe con caractersticas nuevas en el amplio tramo de la cultura occidental que ha vertebrado el humanismo grecojudeo- latino. Sus expresiones, su lenguaje, acusan el moldeado cultural de la fuente bblica, el mito helnico y la tradicin cristiana, elaborados de modo particular en el crisol hispnico y sometidos a nuevo enriquecimiento en Amrica. As lo ha sealado suficientemente el maestro Pedro Henrquez Urea y lo reconoce una eminente tradicin que no puede ser tachada de hispanista o adversa al indgena pues, por el contrario, es en el ethos humanista colonial donde arraiga la primera y desencadenante estimacin de la novedad americana.1
Segn el poeta espaol Juan Larrea, el Nuevo Mundo aparece en la historia universal como verificacin de los mitos y anuncios orientadores de la cultura occidental. Venan a cumplirse los grandes relatos como dira, negndolos, Michel Foucault, los mitos vertebrantes de la
1. Pedro Henrquez Urea, Historia de la cultura en la Amrica hispnica, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1947.
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historia europea siempre proyectada ms all de los lmites de su propia ecmene tendida hacia un ultra.
En efecto, se hace evidente a todo lector desprejuiciado de nuestras letras iniciales, escritas en y desde Amrica, cierta constante inaugural que organiza un discurso nuevo, marcado por la espontaneidad metafrica, la ruptura parcial o total de cnones retricos, el paso a lo testimonial, opinante, vivido y subjetivo, la nueva categorizacin del tiempo y el espacio, la fuerte emergencia del yo. Surga la nueva perspectiva que luego se identific como propia del estilo barroco, romntico, surrealista o mgico-realista, segn las pocas y matizaciones sucesivas. Esa perspectiva suprarracional fue estructurando una nueva identidad cultural, marcada por una incesante bsqueda de su identidad, o acaso de su ipseidad.2
Ms all del parcial etnocidio y la trgica destruccin, la confrontacin del espaol y el indgena produjo tal es nuestra conviccin un acontecimiento espiritual fundante de una nueva realidad cultural; para el hombre europeo, Amrica tuvo la consecuencia de constituir una epoj
o desnudamiento de su conciencia histrica. Se iniciaba, a uno y otro lado del Atlntico, un camino paralelo y distinto al de la Modernidad. El bero ya entrante, a su modo, en los nuevos tiempos vena a descubrir tierras, probar fortuna o realizar utopas: su gesto dio inicio a una conversin espiritual, un movimiento de retorno al origen y revisin cultural que es, a nuestro juicio, el sustrato del nuevo espritu. No es gratuita la atribucin sustancial de barroquismo que hace Alejo Carpentier a toda la cultura hispanoamericana; como lo han sealado con justicia Alexis Mrquez Rodrguez y otros crticos, descubri la continuidad y fuerza de una identidad moldeada en la atmsfera del barroquismo indiano.3
Hablar de Barroco no es designar la voluta grcil, el arabesco, el laberinto o el lenguaje doblado. Antes bien, son stos los signos de un cambio de mentalidad, que desplaza el naciente antropocentrismo de la Modernidad por la espiral de doble centro, tendrica, propia del humanismo cristiano. Fue ste, en suma, el que hizo posible la mestizacin, el retorno a los valores, la progresiva inculturacin religiosa que vemos llamativamente continuada en nuestro tiempo a travs de una literatura que se ha dado en llamar mtica, pica, mgica o nueva. Cabe recordar, desde luego, la persecucin y prohibicin de que fueron objeto los humanistas por parte de otra mentalidad religiosa, inquisitorial e intransigente.
2. Vase Paul Ricoeur, Soi mme
3. Alexis Mrquez Rodrguez, La obra narrativa de Alejo Carpentier, Caracas, Biblioteca Central de Venezuela, 1970.
La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
Amrica engendra la teora del buen salvaje, ms tarde estilizada en Rousseau, pero viva y actuante en la mentalidad de los humanistas espaoles y los criollos del siglo xvi. El contacto con el otro, vivido en situaciones lmite de penuria y soledad, genera en ellos un proceso de conversin que ha sido de la mayor importancia en la historia moderna de la humanidad. Nace all el enjuiciamiento de la Conquista, la progresiva comprensin de la cultura aborigen no suficientemente completada a raz de nuevas intransigencias, como las del racismo positivista del siglo xix, en fin, una doctrina de los derechos del hombre que una cuantiosa corriente rastrea hoy en Vitoria, Las Casas y Surez, antes de hacerlo en el enciclopedismo y el iluminismo.
Un viejo motivo literario, muy estudiado, presenta la imagen del campesino que vuelve de la jornada de labor y mira subir desde su choza el humo de la cena (Virgilio: Et jam summa procul villarum culmina fumant / majoresque cadunt altis de montibus umbral; Garcilaso: Recoge tu ganado que cayendo/ ya de los altos montes las mayores/ sombras con ligereza van corriendo). La literatura occidental, forjada en el humanismo, ha reiterado estas imgenes que se esclerosan en motivos retricos. Amrica les dio nueva vida al insertar la conversin en el acontecer espiritual de sus hombres, como lo prueban una serie de relatos que han sido llamados protonovelas (Luis Alberto Snchez),
conatos novelescos del tiempo de la Colonia (Pedro Henrquez Urea)
o novelas (Luis Castro Leal) y la tradicin novelstica subsiguiente.4 Tanto las letras coloniales como la literatura hispanoamericana posterior dan cuenta de este proceso de interiorizacin y reflexin que alcanza su plenitud en el ltimo siglo y se expresa en un gnero especfico, portador de la conversin espiritual: la novela.
2. El Paraso en el Nuevo Mundo Augusto Paran, sagrado ro, exclamaba Jos Manuel de Lavardn en 1801, prximos ya los acontecimientos conducentes a la emancipacin, al rendir su homenaje al poderoso ro que nace en serranas prximas a Ro de Janeiro, recorre el centro selvtico de Amrica del Sur y atravesando tierra paraguaya donde recibe otros caudales viene a vertebrar la regin del sur y a volcarse en el anchuroso estuario que baa las costas argentinas y uruguayas. Cuatro naciones quedan vinculadas
4. Luis Alberto Snchez, Prlogo a lvar Nez Cabeza de Vaca, Naufragios y comentarios, Mxico, Premi, 1977; Pedro Henrquez Urea, Historia de la cultura en la Amrica hispnica, Mxico, Fondo de Cultura Ecomica, 1947; Antonio Castro Leal, La novela del Mxico colonial, Mxico, Aguilar, 1964.
Graciela Maturo
por el padre fluvial Paran-Guaz o Agua Grande, al que los espaoles nominaron Ro de la Plata, expresando su ilusin de hallar metales en estas tierras speras que de la plata y del ro recibieron su nombre.
El Argentino Reyno tuvo cronistas antiguos y modernos que dieron cuenta de su paisaje y poblacin, conformacin tnica y desarrollo histrico, dentro de una ms amplia corriente que ha creado y desplegado el mito de Amrica. Entre la historia y la fantasa, nuestros escritores ocasionales o de oficio fueron conformando un perfil tico y esttico de la regin, en que se entrelazaban una visin realista y un diseo utpico enraizado en la tensin escatolgica que da su signo a la cultura occidental. Ms que de utopa cabe hablar de una topa, y sobre todo de una eutopa, que impregna la fantasa potica de varios siglos y refluye como toda fantasa en la historia misma.
Amrica misma, al ser nombrada, descubierta o encubierta por Europa, ha sido para los europeos la encarnacin de antiguas profecas, la concrecin de proyectos largamente gestados. En la intuicin historificante americana han confluido los mitos de la Atlntida, el finis terrae trasladado por los navegantes ms all de las columnas de Hrcules, las islas Hesprides, el Paraso terrenal, la nueva Jerusaln, la ltima Thule profetizada por Sneca, y tambin los mitos de los pueblos autctonos, que en muchos casos hemos tenido que redescubrir a travs de los novelistas americanos modernos: la tierra sin mal de los guaranes, el Quinto Solde los aztecas, los hombres de mazde los mayas. Se trata de un caudal permanentemente explorado y revitalizado por poetas, novelistas y dramaturgos americanos, en relacin con ritos, celebraciones y revelaciones de la cultura popular.
La eutopa americana comienza rigurosamente con los escritos de Cristbal Coln y Amrico Vespucio, que fueron ledos por los llamados utpicos europeos del siglo xvi. No olvidemos que cuando sir Toms Moro escribe su Uthopy, publicada en 1516, incluye como su informante a un marinero llamado Hythloday, que haba viajado con Vespucio y traa noticias de una tierra floreciente en la que rega la justicia. Se iniciaba pues una doble corriente: la eutopa americana, as fuera alentada por mviles polticos y asentada en la dudosa doctrina del buen salvaje, y la crtica a una Europa cansada y desviada del destino humanista, conducida hacia una etapa progresivamente mas cientfica y tecnificada.
La eutopa americana se convirti en el eje de una gran literatura en lengua hispnica. Eslabones de esa tradicin fueron Balbuena, Oviedo, Ercilla, Centenera, lvar Nez, Nez de Bascun, Sor Juana, la Poetisa Annima peruana, como despus Andrs Bello, Heredia, Isaacs, Mart, Rod, Daro, Lugones. La literatura americana del siglo xx retom con fuerza la eutopa, como lo muestran las creaciones de Asturias, Carpentier, Lezama Lima, Garca Mrquez, Fuentes, Aridjis, Liscano,
La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
Marechal. En la mitificacin y desmitificacin de Amrica, la novela hispanoamericana, y seguramente tambin la lusoamericana, mantienen siempre algo de la inicial conformacin eutpica con que Amrica naci a la imaginacin creadora y a la Historia.
Me ocupar de dos humanistas, separados por alrededor de tres centurias, que han elaborado la eutopa de Amrica del Sur: son ellos Antonio de Len Pinelo en el 1600 y Leopoldo Marechal en la segunda mitad del 1900. Entre ambos, y haciendo de gozne entre la eutopa colonial y la moderna, voy a referirme al poeta espaol Juan Larrea, quien redescubri, a mediados del siglo xx, la obra de Antonio de Len Pinelo.
Recordar que los hermanos Len Pinelo, Antonio, Juan y Diego, luminarias de la vida colonial, pertenecan a una familia portuguesa de judos conversos, como se sabe hoy muchos de los peninsulares que vinieron desde Espaa o Portugal. Uno de sus abuelos, Juan Lpez, fue quemado por la Inquisicin de Lisboa. La familia pas de Portugal a Espaa, y en Valladolid habra nacido Antonio en 1595, aunque no falta quien diga que era oriundo de Lisboa, como sus padres. Las persecuciones a la familia, repetidamente acusada de relapso, determinaron el viaje al Ro de la Plata y luego a Crdoba del Tucumn, donde naci el menor de los hermanos.
Antonio estudi en Chuquisaca, donde se gradu de abogado, y en 1612 ya resida en Lima, con la familia. Tanto el padre como los hermanos menores tomaron luego la orden sacerdotal. Su hermano Juan, que us el nombre de Juan Rodrguez de Len, fue un apreciado poeta y erudito. El menor de la familia, Diego de Len Pinelo, lleg a ser rector de la Universidad de San Marcos, sobre la que escribi una historia y elogio (Hipomnema apologeticum pro regaliis Academia Limensi, 1643), adems de otras varias obras. Consta que debi defenderse constantemente de la acusacin de criptojudasmo.
Antonio de Len Pinelo regres a Espaa en 1622, y desde entonces dedic todas sus horas a escribir sobre el Nuevo Mundo, al que dio siempre este nombre. Vivi sus ltimos aos en Madrid, admirado y respetado como mxima autoridad en asuntos americanos, y cultiv la amistad de Lope de Vega y del mexicano Ruiz de Alarcn. Muri en 1660.
Produjo Antonio de Len buena cantidad de obras, que lo califican como gegrafo, historiador, escritor y bibligrafo. Galardonado con el ttulo de cronista mayor de Indias, nuestro primer bibligrafo escribi obras importantes como la Recopilacin de las Leyes de las Indiasy el Eptome de la Biblioteca Oriental y Occidental(1629), que hemos conocido aos atrs en la pulcra edicin critica de Agustn Millares Carlo. En la importante tarea de recopilar y depurar la legislacin indiana, Pinelo fue auxiliado por otro eminente jurista de la poca, Juan de Solrzano Pereira, el autor de Poltica indiana.
Graciela Maturo
El Eptome es el catlogo fundacional de la bibliografa americana y en l constan, adems de las obras pertenecientes a las principales colecciones americanas de su tiempo, ms de cuatrocientas obras debidas a religiosos de distintas rdenes, donde se estudiaron, expusieron y analizaron las lenguas indgenas, e incluso se estableci la gramtica de lenguas ya desaparecidas.
Antonio de Len escribi tambin un breve tratado litrgico-gastronmico, Cuestin moral sobre si el chocolate quebranta el ayuno eclesistico( 1624), una erudita Vida del ilustrsimo Toribio Alfonso de Mogrovejo( 1653) y algunas poesas de circunstancias. Entre esos tratados varios se destaca una obra singular, que participa de la historia, la geografa, la teologa y la filosofa, titulada El Paraso en el Nuevo Mundo. Historia natural y peregrina de las Indias Orientales. Pinelo trabaj varios aos en esta obra, cuyo manuscrito en dos volmenes, segn el Eptome, debi ir a parar a la biblioteca de Barcia. Se sabe que de esta curiosa obra lleg a publicar el ndice y aparato en 1656, segn Larrea, y esto ha dado origen a datos confusos sobre la publicacin de todo el libro.
El manuscrito, lamentablemente inhallable, aparece a mediados del siglo xviii en poder del historiador peruano Jos Eusebio Llano Zapata, quien lo haba recibido en Buenos Aires como obsequio del arzobispo de Charcas (supona este historiador que Pinelo habra enviado su obra a su hermano Diego, oidor de la Audiencia de Lima, y que por esa va habra llegado a manos del arzobispo). Afortunadamente Llano Zapata hizo sacar una copia para el rey, en la que se leen los aos 1643-1647. Tal copia, existente en la Biblioteca del Palacio Nacional de Madrid, fue consultada por Juan Larrea, antes de su exilio en Mxico, donde le dedicara un extenso trabajo publicado en la revista Espaa Peregrina.5 Por su parte, el erudito peruano Ral Porras Barrenechea exhum y public el texto en 1943. Para Larrea es sta la obra ms importante de Antonio de Len Pinelo y, a su juicio, una obra admirable por su erudicin, a la cual califica de potica y proftica.
ElParaso en el Nuevo Mundo es un libro enciclopdico, fruto de eruditas investigaciones sobre la naturaleza, la prehistoria y las sociedades americanas, destinado a probar que el Edn bblico con sus cuatro ros provenientes de un centro simblico se hallaba, en un remoto pasado, en el centro de Amrica del Sur. Len Pinelo realiza una prolija exgesis bblica interpolada con un examen de restos arqueolgicos hallados en Mxico, Per y otros sitios, hecho que de suyo significa una novedad hermenutica, por la libertad con que el autor reinterpreta diversas fuentes. Luego, ya en tren de demostracin, pasa a describir el continen
5. Juan Larrea, El Paraso en el Nuevo Mundo de Antonio de Len Pinedo, Espaa Peregrina, vol. I, N 8-9, octubre de 1940, Mxico, pp. 74-94.
La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
te americano, con barroca exuberancia, aadiendo una nueva versin a
la ya por entonces cuantiosa descripcin de las Indias Occidentales.
Las fuentes ms conocidas de Pinelo son Gomara, Oviedo, Herrera, Acosta y el Inca, pero cita tambin a un autor que se desconoce, Felipe de Pamanes, cuya obra Notables del Perest registrada en su Eptome.
En su edicin de El Paraso en el Nuevo MundoRal Porras Barrenechea se refiere as al libro de Pinelo:
La obra consta de dos partes: una de disquisicin y dialctica pura, barroquismo mental y sutileza quintaesenciada de filsofos y gegrafos antiguos; y la otra, realidad viva y esplendorosa, visin radiante de un Nuevo Mundo visto con los lentes de hiprbole de un cosmgrafo saturado de textos medievales.
Comienza esta obra monumental por el examen de una serie de hiptesis sobre la ubicacin terrenal del Edn, las que son desechadas una por una con el apoyo de copiosas argumentaciones. Este tema ocupa el Libro Primero de los tres que conforman el primer tomo. En el Libro Segundo, considera y justifica las opiniones a favor del Nuevo Mundo como lugar del Paraso Terrenal. El Arca de No, construida en Amrica, habra navegado de un continente a otro y as lo desarrollan el Libro Segundo y el Tercero.
Los Libros Cuarto y Quinto integran el segundo tomo. El captulo iv despliega la descripcin de las naciones, los monstruos, los animales y las figuras mticas de las Indias, a los cuales caracteriza con el adjetivo peregrinas. En el Libro Quinto describe los ros americanos.
Acompaa al libro un mapa ciertamente fascinante,6 que representa a Amrica del Sur, en cuyo centro se ha dibujado un crculo a cuyo pie se lee la palabra Edn. Es el Paraso Terrenal, locus voluptatis. Cabe ahondar en el simbolismo de algunos elementos que caracterizan a este curioso mapa. El mismo se halla orientado de un modo anmalo: la punta de Tierra del Fuego ha sido colocada al norte, en la parte superior, con lo cual las representaciones clsicas del mundo o planisferio resultan invertidas. Esto corresponde acaso a la idea del mundo de los antpodas, difundida en el Medioevo.
6. Me permitir hacer al respecto una referencia personal. Una copia del mapa me fue entregada personalmente por Juan Larrea en una de mis visitas a Crdoba, durante las cuales abramos permanentemente el tema del destino sudamericano, central en el trabajo del poeta bilbano, y asimismo en mi propia labor al frente del Centro de Estudios Latinoamericanos. En ese tiempo inici una actividad itinerante por Amrica, postulando la formacin de grupos similares, gesto que recientemente he reeditado con el apoyo de humanistas de esta regin. El mapa, que fue para m un smbolo de alta significacin, lo reproduje como motivo de tapa en mi libro De la utopa al Paraso,publicado en 1983. Hasta aqu esta referencia personal, que me vincula a Larrea y al tema de la eutopa americana.
Graciela Maturo
El crculo designado como Edn est situado en el centro del territorio sudamericano: abarcara de un modo vago parte de Brasil, Paraguay, Bolivia y Argentina. Dentro de l se ha dibujado la figura de un rbol, punto de convergencia (fontal o final, poco importa porque se trata de un esquema de contenido netamente simblico) de cuatro grandes ros americanos: el Maran o Amazonas, el Ro del Plata o Argentino, es decir el Paran-Guaz, el Orinoco y el Magdalena. Estos grandes ros reproducen la cuaternidad del Paraso bblico.
Tambin se dan nombres de las regiones y sus habitantes. La regin correspondiente al norte de Brasil, Colombia y Venezuela se rotula Habitatio hominumy la costa del Pacfico Habitatio filiorum Dei. Es posible ver en esto un reflejo del viejo tema de las puertas de la tierra, una reservada a los hombres, otra a los dioses, tema que proviene del Antro de las Ninfas. Finalmente apuntar que en las tierras de Per figura dibujada el Arca de No, construida en el Mundo Nuevo para ser luego llevada al resto del mundo.
Antonio de Len Pinelo atribuye a Cristbal Coln haber instaurado esta idea del Edn, de antigua data, al reconocer el territorio americano, y menciona a otros cronistas que lo continuaron: Francisco Lpez de Gomara, Martn del Ro, Antonio de Herrera, Juan de Solrzano, Joseph de Acosta, Fray Toms de Maluenda, Laurencio Beierluic
Juan Larrea, poeta penetrado del espritu autnticamente surrealista y por ello capaz de aceptar realidades sobrenaturales que se superponen a las realidades histricas, es quien ha otorgado a la obra de Len Pinelo su estatuto potico, ms all de la erudicin con que ha sido construida. Lo notable en el poeta espaol es el modo casi natural con que acepta la imagen paradisaca del Nuevo Mundo y la contina. Larrea practica una operacin sobre esta ubicacin del Paraso en Amrica. La extrae de su aparente condicin de pasado, cientficamente demostrable o no, y le devuelve su carcter mtico, intemporal, proyectndola al futuro. Al mismo tiempo aporta una justificacin psicolgica y teolgica para esta razn imaginaria que viene a compensar afirma la indigencia terrenal del hombre, dando sentido a sus pasos en la historia.
Observa Larrea:
Son muy numerosas las obras en que se refleja un mismo afn de encontrar explicaciones, de establecer nexos entre la llamada revelacin sobrenatural y esta otra revelacin revolucionaria de la historia, con su aporte de presencias incontrovertibles. *+ la clara inteligencia de Len Pinelo y su tendencia al orden y a la clasificacin recogieron todos los datos concordantes que la tradicin religiosa y los nuevos conocimientos le brindaban, someti-
La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
los a una trabazn rigurosa agrupados en series de coincidencias
acuciadas por la necesidad de comprender el todo de un modo
unitario.7
La mentalidad que pudiramos llamar colonial que se produce en Amrica a raz de la Conquista es resultado de idntico proceso, dice tambin Larrea, y llama a la obra de Pinelo libro de poca trabajado con la esmeradsima perfeccin de una piedra preciosa, as como singular, extrasimo Cantar de los Cantares. Y sigue el poeta:
Len Pinelo se recrea exaltando la hermosura de la naturaleza americana *+ se complace en reproducir aquellas noticias fantsticas, a todas luces imposibles, que a sus ojos consagran la divinidad, el carcter extranormal de su amada Ibrica. Algunos de los captulos, en especial aquellos finales dedicados a la descripcin de los cuatro grandes ros, pudieran considerarse en cierto modo como los cantos de un poema erudito, la correspondencia, si se nos permite el recuerdo, de aquel Paraso Perdido en que era directa materia potica lo que aqu es seca, desabrida erudicin.8
Larrea justifica la utopa en la tensin inevitable que surge entre la temporalidad y la eternidad:
Los ojos nostlgicos del hombre dejan de volverse hacia atrs para mirar delante de l, en el sentido de su marcha que as se hace funcional, afirmativa y sin obstculos. Bajo estos determinantes se plasma el mito de un mundo futuro ms perfecto, el cual, cuando toma cuerpo en una realidad de orden material, asume la especie de tierra prometida, y cuando vencida aquella y vista su insuficiencia, lo hace en una realidad de orden espiritual, se proyecta ms all de los confines de la vida histrica para corporizarse no en la dimensin longitudinal del tiempo sino en la altitudinal del destiempo o la eternidad. De este modo se fragua la creencia en el ms all celeste correspondiente a la eternidad del alma que informa las religiones occidentales.9
La esperanza en un tiempo celestial es propia de la teologa ortodoxa, no as la fusin de lo celestial en lo terreno, que los utpicos ven plasmarse en el tiempo concreto de los hombres. Joaqun de Fiore haba
7. Juan Larrea, El Paraso, pp. 75-76. 8. dem, p. 79. 9. dem, p. 81.
Graciela Maturo
abonado esa inminente utopa, que impregn la mentalidad de gegra
fos y navegantes del siglo xv. Coln percibi esa atmsfera y la expres
en sus escritos, fundando el realismo mgico americano. Quiero subrayar hasta qu punto el surrealismo de Larrea le permite vivificar la eutopa americana de Len Pinelo y anunciar la venida de la Ciudad Celeste en el tiempo histrico de Amrica. Dice finalmente:
Estas consideraciones definen en verdad la forma y la sustancia del Paraso en el Nuevo Mundo, obra, en primer lugar, nacida amorosamente de la necesidad intelectual de conocer; constituida, en segundo, por una intuicin fundamental racionalizada a posteriori.
La intuicin es el punto de partida y la mdula; las precisiones materiales, el mtodo y el aparato racional, el hueso, la caparazn que la envuelve protegiendo su debilidad orgnica. Queda sentado que la intuicin es el elemento psicolgico que revela la presencia de la imaginacin creadora. El Paraso en el Nuevo Mundo. Historia natural y peregrina, tiene, por extraa que sea su forma, las caractersticas esenciales de una obra potica.10
Y sigue el poeta y hermeneuta bilbano:
El Paraso, que segn su visin particular se refiere a tiempos pasados, corresponde en realidad al futuro. Con lo que no hizo sino seguir el ejemplo del descubridor que muri creyendo que haba desembarcado en el continente antiguo. Su paraso es en verdad un paraso nuevo, apenas perceptible en la lontananza del hombre cuya conciencia ha dado media vuelta, la cual en vez de alejarse cada vez ms de su perfeccin, hacia ella, vencida la mitad del camino, endereza positivamente sus pasos. El mismo ttulo de la obra de Len Pinelo expresa a esta luz su realidad precisa. El Paraso en el Nuevo Mundo, en el mundo situado ms all del antiguo, en la tierra de la nueva promesa, en Amrica Continens Paradisi, continente del Amor, continente que se singulariza en espera de su contenido. *+ Las consecuencias que de ella se derivan coinciden por completo con las que arroja la intuicin reinante en todas las repblicas de Amrica. *+ Es axiomtico en el nuevo continente que sus tierras incuban el nacimiento de un mundo nuevo.11
El poeta espaol contrasta el destino sobrenatural de Amrica con el contenido irremisiblemente brbaro de la pretenciosa civilizacin occidental centralizada en el antiguo continente. Como espaol, se sita
10. Juan Larrea, El Paraso, p. 83. 11. dem, p. 84.
La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
entre los dos mundos (como igualmente se lo ve en su libro El surrealismo entre el Viejo y el Nuevo Mundo, 1944) entregndose con pasin al anuncio y desarrollo de esa nueva realidad histrico-metafsica. Hasta el ttulo de la obra de Pinelo y su insistencia en el adjetivo peregrino se le hace connatural a la condicin peregrina de Espaa y a su destino histrico, expuesto en otra obra suya, Rendicin de espritu (1943).
Adems, Larrea pone su atencin en el aspecto autobiogrfico de la obra, escrita desde la nostalgia del indiano que ha regresado a Espaa, y dice:
No deja Pinelo, como es lgico, de situarse a s mismo en Amrica, evocando los das felices que all pas, siempre que puede incorporar su personal testimonio al cuerpo de doctrina.12
Con esta memoria personal, evocada desde la ausencia, se refuerza un tema capital en cierta lnea de las letras americanas, como es la poetizacin desde el exilio, practicada antes por el Inca y despus por jesuitas expulsados como Rafael Landivar, o bien por viajeros extranjeros, como Alexander von Humboldt, o por quienes habitaron Amrica en la infancia y la rememoran en otra lengua, como Guillermo Enrique Hudson. En todos ellos se expresa de algn modo la eutopa americana, que resurge con fuerza en la novelstica del siglo xx. Larga sera la serie de imgenes eutpicas que podramos ofrecer espigndolas de una amplia y extendida literatura, que sin duda irradia sobre la cultura americana y en consecuencia sobre la gestacin de su proceso histrico. Esa secuencia incluye versiones terrorficas, humorsticas, irnicas y disparatadas de la eutopa americana, en la que nos reconocemos antpodas, antropfagos, hiperbreos; somos los Buenda, vctimas de un diabolismo atvico o de un sueo ingenuo. Somos Ariel y Calibn.
3. La novela de Leopoldo Marechal Megafn o la guerra Quiero detenerme ahora, brevemente, en la ltima novela de Leopoldo Marechal, Megafn o la guerra,13 que desarrolla su intriga novelesca en torno a una figura mitolgica: el descenso a los Infiernos. Su parbola nos dice que es necesario descender a los infiernos para acceder al Paraso, o mejor dicho para que el Paraso prometido advenga a nosotros.
12. dem, p. 79. 13. Leopoldo Marechal, Megafn o la guerra, Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
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Megafn o la guerra, publicada al mes siguiente de la muerte del autor, en 1970, es la tercera novela de Leopoldo Marechal; sigue a Adn Buenosayres (1948) y a El banquete de Severo Arcngelo (1965), integrndose con ellas en una superunidad novelstica. Es una especie de testamento filosfico del autor, quien anuncia tambin su propia muerte, en una creacin compleja, doctrinaria, plena de referencias a su vida y su obra, cargada de profetismo y simbologa hermtica. Escrita entre 1965 y 1970, muestra las preocupaciones histrico-teolgicas de Marechal en los ltimos aos de su vida. Propone, como en el Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia, una catbasis regeneradora. Al igual que en El banquete de Severo Arcngelo, sus hroes viven una novela de aventuras de sentido espiritual y teolgico.
La catbasis marechaliana es, como todo mito de catbasis, una transformacin, cumplida en el mundo real, donde se alcanza el punto mximo de degradacin e inversin. Sus personajes Megafn, el conductor, y Samuel Tesler, el poeta, ambos construidos con toques autobiogrficos y referencias a otros personajes, protagonizan una gesta de descenso a la materia en busca de la forma del Creador, la Luz preternatural, el origen: Luca Febrero. Un gran grotesco quevediano nos acerca la visin del mundo degradado. El carnaval, la murga, los disfraces, los personajes de teatro, todo viene a decirnos que se trata de una farsa inscripta en el teatro real, el gran teatro del mundo:
Maya nos tiene agarrados en su chal precioso! Qu debemos hacer? Quedarnos all y jugar lealmente nuestro papel en esta vistosa comedia. Patricia, nosotros no escribimos el libreto. (133)
La obra ha sido dispuesta en diez captulos denominados rapsodias, precedidas por un Introito a Megafn. Tanto la voz introito como rapsodia pertenecen al arte pico-musical y apuntan decididamente al nivel simblico, que inscribe a la novela en cnones tradicionales y modernos. Los captulos de Megafn o la guerra contienen escenas de auto sacramental, pasos de sainete, relato de aventuras, farsa cmica, poesa. La pica, trasladada al nivel de la farsa, es el modelo seguido por nuestro autor. Podramos definir esta obra como una epopeya cmica de intencin filosfica y didctica, donde los personajes despliegan su guerra poltica y metafsica.
En el Introito de la obra Marechal entrega algunas claves del libro. La Rapsodia Primera despliega el carcter del personaje y se detiene en sus nombres (el Autodidacta, el Oscuro de Flores). El plan de Megafn incluye el rescate del poeta Samuel Tesler, una figura significativa que ser esencial a la obra. En la Rapsodia Segunda el hroe constata a su patria (encarnada en la Ciudad) como una realidad vaciada, condenada
La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
a la prdida de su identidad. ste es el eje del mensaje marechaliano: preparar la salvacin de sus connacionales sumidos en el pecado y el olvido.
Luego de abrir la contextualidad con su drama La batalla de Jos Luna, Marechal concede a un anarquista de barrio, Nebirovsky, el rol de introducir la mencin de Luca, la Novia Olvidada, y el tema de la fundacin de Buenos Aires que da lugar al planteo del destino espiritual de la Argentina (110).
Es ste un tema que Marechal trat en 1936, al celebrarse el cuarto centenario de la primera Fundacin de Buenos Aires, y ya entonces dio lugar a una revivificacin de los smbolos fundacionales: la Trinidad, que dio nombre a la ciudad, y la Virgen del Buen Ayre, que habra marcado un destino de salvacin, perturbado por un rumbo economicista que en opinin del poeta cambi el simbolismo del guila por el de la Gallina.
Samuel Tesler, hipstasis de Jacobo Fijman, quien estuvo treinta aos de su vida internado en un manicomio, es presentado como deuteragonista, de quien se insertan en la obra distintos textos como Teora y prctica de la catstrofe en la Rapsodia Cuarta, de que se vale el autor para propagar su mensaje apocalptico. En medio de una sucesin de profecas sobre el Diluvio y el fin de la Historia, Tesler expone su concepto sobre la Trinidad (141) y el Hijo como manifestador (142), temas que sern retomados al final del libro. Otros momentos profundizan tambin la visin crtica de los tiempos, por ejemplo el texto Nacimiento, pasin y muerte del transitivo Nadie, en la Rapsodia Sexta, o las referencias a la Autopsia de Creso, una obra marechaliana de 1966, en la Sptima.
En la Rapsodia Octava, que aporta discusiones sobre la Iglesia y el cristianismo, se introduce el tema de la mujer cautiva. Al hacer referencias a Jean de Meung, Dionisio y Teresa de vila, el autor induce la lectura hacia el traslado cmico de la peregrinatio mstica.
Entre alusiones a trajes, disfraces, etc., que acentan el tono farsesco, Megafn y sus compaeros planean el rescate de la Venus Celeste: Luca Febrero. Megafn, nuevo Teseo, deber llegar al fondo del Lenocinio o quilombo ecumnico, aventura que se despliega en la Rapsodia Novena. El hroe y sus nueve camaradas entran a la Espiral, dividida en cinco estancias. Tifoneades es Ddalo, custodio de la Espiral-Labe- rinto-Mundo, Caracol de Venus, donde hallan sucesivamente a falsas representantes de la belleza, hasta el encuentro final con Luca Febrero, la cautiva. En la barroca representacin del triunfo de los hroes coincidente con el fin de los tiempos se producir la muerte de Megafn y su despedazamiento simblico de acuerdo con el mito de Dioniso. La ltima rapsodia agrega un plus al desarrollo narrativo y un refuerzo
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al mensaje redentorista: es el show montado por el poeta Tesler, con la complicidad de Leopoldo Marechal, su partenaire y empresario, incluido en la obra.
Marechal transmite el ltimo mensaje de Samuel Tesler antes de su danza final y su muerte: ese texto, que se refiere a un Nuevo Gnesis, incluye la fbula del hijo prdigo. Cristo aparece como el tercer hijo, el manifestador, entre el hijo obediente al padre y el hijo transgresor de la parbola. Una lectura hermenutica puede advertir en este tercerismo la referencia histrica a Oriente hijo obediente o pasivo, Occidente hijo transgresor y Amrica, con un destino ligado a la redencin y la revelacin, punto que podra llevarnos a un fecundo rastreo desde Joaqun de Fiore en adelante.
Megafn o la guerra, en suma, encierra la apfasis de Psych. El pensamiento de Marechal, hondamente traspasado por la idea de la Redencin, busca revertir la Cada por el rescate de Helena-Psych, que remite a la tradicin del gnosticismo cristiano. Como genuino poeta, Marechal ha captado la densidad anaggica de los mitos. En el mito de Helena, cuyas dos partes celeste y terrestre rene, como Simn el Mago presenta la liberacin de la Belleza prostituida y cautiva, y una versin nueva del Castillo de Santa Teresa, aplicado al mundo. El infierno ya presentado en Adn Buenosayresreaparece en esta obra como el smbolo del martirio de una sociedad fragmentada e hipcrita.
Uno de sus grandes mensajes es la reivindicacin del poeta, cumplida en la figura de Jacobo Fijman. El otro, que de l se deriva, es la reconstruccin de la Historia a partir de la renovacin y la conversin espiritual.
Todo en la obra se halla subordinado a un gran movimiento de descenso y ascenso. Al cautiverio de la Belleza, el Bien y la Verdad sobre la tierra, Marechal le opone el rescate de Luca. A la relegacin de la femineidad en la guerra y la Historia, hace corresponder esta ginesofa
o defensa de la femineidad. Al tema del final de la Historia hace seguir el Nuevo Gnesis, que tiene como protagonista profundo a Cristo manifestador, aludido en sus personajes Megafn y el poeta Tesler, judo converso. Lo interesante en Marechal es haber planteado el descenso mismo como posibilidad purgativa ascendente. Es la profundizacin estoica del vivir en el mundo el camino propuesto por el autor, con su sentido de aceptacin del destino, mortificacin espiritual y redencin. El mundo ha de cumplir nuevamente el paso inicial del Caos al Cosmos, de la Noche a la Luz, de la Muerte a la Vida:
La glorificacin se da cuando el mundo tiene conciencia de su relatividad frente al Absoluto, conoce a su Arquitecto, lo bendice y alaba. El Arquitecto tiene conciencia de su obra, y su obra tiene
La eutopa americana: de Antonio de Len Pinelo a Leopoldo Marechal
conciencia de su Arquitecto, slo as el mundo es una criatura
real en equilibrio y duracin. Si pierde la conciencia de su Arquitecto y olvida su funcin glorificadora, el mundo no tarda en reducirse a una fantasmagora de tomos que tendern fatalmente a la disolucin por falta de objetivos reales. Entonces los que no han perdido ni olvidado la nocin del Arquitecto sentirn la inminencia de la catstrofe y su necesidad, tan ineludible como el acto mismo de la creacin. (142)
El tema religioso de la Parusa, horizonte final de toda la obra marechaliana, da sentido a las dos batallas. La batalla terrestreapunta a la propuesta de una Argentina nueva abierta a lo posible. La batalla celeste es la bsqueda de la salvacin, que requiere el paso por los infiernos. Un estilo ha muerto y Marechal, profticamente, bajo la vieja peladuraque an cie y ahoga exteriormente al pas ve reconstruirse la nueva piel de un pueblo que alcanza la conciencia de s mismo y de su tiempo histrico.
Tres mundos en superposicin o tres barrios en escalada integran a Buenos Aires, la Ciudad de la Paloma. En alguno de los tres vive an y vivir Luca Febrero al alcance de los poetas que la busquen. (345)
Las Lamentaciones de Samuel Tesler tienen el carcter de un breve tratado juiciofinalista, que sigue las letras del alfabeto hebreo. Al llegar a Lamed, dice as:
Mi nombre verdadero es Adn, me diste un Paraso comohabitculo y lo convert en un Infierno. Me diste a beber el mejor vino de tus parras y lo convert en vinagre. (360)
Marechal ha producido un mensaje que es legtimo leer como profeca para estos tiempos de oscuridad, especialmente cuando se advierte que similar movimiento se ha producido en toda una novelstica. Es una seal individual y colectiva que marca la cultura hispanoamericana.
eplogo
Es Amrica una utopa cancelada?
Hemos desplegado un breve recorrido por las letras latinoamericanas, impregnadas de mitologa y profetismo. Una hermenutica situada, a la luz de la Revelacin, pone en juego los parmetros de la hermenutica bblica: existencial, esttico y ontolgico. La ocasin no nos permitir por ahora extendernos en esos tres niveles de interpretacin. La hermenutica histrico-existencial muestra una realidad que coincide totalmente con la descripta en el Infierno novelstico, y nos remite a su fuente apocalptica. El acceso esttico llama la atencin sobre el texto mismo en cuanto instrumento capaz de decir algo a la sensibilidad, la intuicin y la imaginacin creadora. Acceder a un nivel ontolgico ser conceder al lenguaje potico su mxima significacin en tanto manifestacin del ser, como lo hace la hermenutica bblica para los textos sagrados, o como lo postula Martin Heidegger para el texto potico en general. Considero que es ste el nivel que nos acerca a la exgesis anaggica de los antiguos.
La crisis epocal, cuya magnitud filosfica, social, cultural y econmica se ha venido extendiendo durante todo el siglo ltimo, ha llegado como se sabe a su agudizacin extrema. Vivimos los estertores de una poca, y todava no podemos avizorar el tiempo que viene. Las naciones de nuestra Amrica castigada sufren los estertores de la crisis mundial, y la repercusin acrecentada de esa crisis en sus economas dbiles, sus sociedades empobrecidas, su memoria destruida o fragmentada.
El escritor Paul Auster seal que el 11 de septiembre de 2001 haba comenzado una nueva era. No s si ser as, pero innegablemente un acto de extrema violencia puso sobre el tapete las tensiones latentes en el mundo. Nos ha conmocionado aun ms observar que ese hecho de violencia era contemplado por millones de personas en el mismo momento en que se produca. La revolucin tecnolgica, que marca la tnica de la actual civilizacin, hizo posible que el terrorismo ejercido contra ella se globalizara. A nadie puede escapar la ndole simblica de ese momento, como de muchos otros que vivimos en esta etapa convulsionada. La polarizacin Oriente/Occidente reactualiza viejas antinomias ante
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las cuales los pueblos deben redefinirse. Se trata, como lo deca hace dos dcadas Samuel Huntington, de un conflicto de civilizaciones bajo el cual subyacen contradicciones eminentemente culturales como fe y razn, mito y ciencia, culturas tradicionales y mundo tecnificado.
En ese panorama cabe preguntarse qu lugar ocupan las comunidades mestizas latinoamericanas, este pequeo universo de que hablaba Simn Bolvar, con su tiempo propio, su historicidad lenta y envolvente, su peculiar manera de entrelazar la fe y la razn.
La circunstancia histrica siempre define el rumbo de la reflexin con una prisa acuciante. Es ste el momento de pensar en el hombre, en su supervivencia, su destino, su condicin de hombre realmente humano sobre la tierra; pero todo pensar genuino es un pensar situado, que se hace cargo de su propia historicidad. Es la hora de pensar a Amrica y pensar desde Amrica, desde nuestra insoslayable identidad.
Algunos filsofos del ltimo siglo, muy escuchados por intelectuales de este lado del mundo, nos han dicho que los mitos han caducado. Pretendieron clausurar, al mismo tiempo, el mito, la narracin y la Historia. Sin embargo, para quienes son capaces de recoger su propia realidad de cultura eludiendo prejuicios intelectuales, el mito sigue perfilndose como un universo sapiencial, misterioso en su origen, abierto a la reinterpretacin, inagotable a la traduccin racional.
El mito da qu pensar, afirma Paul Ricoeur. Y podramos agregar, tambin, el mito da qu crear, si se atiende a la vigencia profunda que mantiene en toda creacin, por el solo hecho de su ndole afectivo-intuitivo- imaginaria. Consecuentemente, el mito permite al hombre proyectar, como es propio de su condicin humana.
La mestizacin americana, por imperfecta e inconclusa que se presente hoy a nuestros ojos, gener el dilogo profundo entre unos pueblos inmersos en la mentalidad mtica y otros que iniciaban su particular modernidad, la del humanismo espaol. Espaa, tanto como sus colonias, permaneci casi al margen del proceso cientfico-tcnico de la Modernidad, preservando una cultura humanista que se tradujo en riqueza tica y esttica, en tanto el mundo se poblaba de objetos e invenciones. En los tres siglos de formacin de la comunidad mestiza americana, la aproximacin entre culturas de diverso grado de desarrollo dio origen a esa peculiar torsin del humanismo que es el espritu barroco, destinado a postular, en definitiva, la vuelta de la Modernidad sobre sus pasos.
Surga la primera y fuerte crtica de la Modernidad eurocntrica, y nacan tambin los universales derechos del hombre, proclamados tiempo despus en Francia. Es en Amrica, en tiempos del Descubrimiento, donde surge la doctrina del buen salvaje que aunque explotada por los franceses contra Espaa empezara a socavar la suficiencia de la
Eplogo 151
razn moderna. La mala conciencia europea se expres desde entonces en las grandes obras poticas del Barroco espaol, y ms tarde en la filosofa del movimiento romntico, que finalmente sufri el embate de la ciencia, el maquinismo y el positivismo filosfico.
Mito y razn se hacen compatibles en el espritu barroco, al que preferimos llamar tendrico para distinguirlo tanto del antropismo moderno como del teocentrismo arcaico. Segn Alejo Carpentier, ese rasgo es esencial en el espritu hispanoamericano. Amrica sera el lugar de lo real-maravilloso. Se trata, justamente, del barroquismo americano como conjuncin de la razn creadora y la fe, de la inteligencia constructiva y la espera en el milagro. Amrica, segn esta versin, sera el lugar del mito y la profeca.
Esto merece ser explicado un poco ms para no dar lugar a confusiones: la Historia y el estudio de la cultura nos permiten afirmar que la cultura mestiza americana se reafirma en el mito sin rechazar el trabajo de la ciencia y la tcnica. Por eso hablamos de una Amrica no oriental ni totalmente occidental. La Amrica latina, hispnica, lusitana, indgena, africana, mestiza, es clave del nuevo humanismo que no podra crearse sobre la destruccin del Occidente, ni tampoco sobre el olvido del Oriente.
Se ha dicho en distintas ocasiones que la filosofa americana debe ser buscada en las grandes creaciones del arte. En efecto, la literatura hispanoamericana barroca, amalgamante, mitopoitica muestra, en nuevo ciclo temporal, signos inequvocos de pertenencia al antiguo tronco del humanismo, y los enriquece con nuevas lecturas, aportes e interpretaciones. Y ese humanismo encierra la valoracin racional y crtica del mito.
Recordemos que tanto la filosofa racionalista, como por su parte el positivismo, relegaron el mito a la condicin de ilustracin alegrica de verdades que podan ser demostradas directamente, restando validez a la imagen y los lenguajes metafricos. El mito fue considerado un pensamiento infantil, balbuceante y confuso: era la etapa prelgica de la humanidad. Pero es precisamente la filosofa moderna la que ha devuelto a la poesa, la ficcin y el mito su relacin con la verdad.
El siglo xx, a travs de lneas creativas y artsticas y de importantes aportes filosficos, ha acuado la reivindicacin de la razn potica, simblica, imaginaria, que haba sido defendida por los filsofos antiguos.
Aquellos pensadores que partieron del mito antes de proponer el ejercicio autnomo de la razn se plantearon tempranamente su relacin con las fuentes mticas de la cultura. Ya no es posible sostener el punto de vista de la Ilustracin europea, ni pensar que la ciencia despejara todas las incgnitas, relegando la funcionalidad del arte. Es precisamente en la esfera intelectual donde prospera la vigencia de un
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retorno a las fuentes, acompaada de una crtica acaso excesiva a la razn y la ciencia.
Hubo que esperar a la revolucin filosfica de la fenomenologa para alcanzar la plena revalidacin del mito que desde distintos ngulos realizaron, en el ltimo siglo, pensadores europeos de dismil formacin como Ernst Cassirer, Sigmund Freud, Carl G. Jung, Mircea Eliade, Johannes van der Leeuw, Martin Heidegger, Jos Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, Mara Zambrano, Paul Ricoeur, Hans-Georg Gadamer y asimismo escritores y filsofos americanos.
Por supuesto no es sta la nica posicin que toma la filosofa de la ltima mitad del siglo ante el mito. Partiendo de una parcial interpretacin de la epoj fenomenolgica y del concepto de destruccino deconstruccin utilizado por Heidegger, un grupo de filsofos que se titularon posmodernos auspiciaron la abolicin del mito, negando la cultura, el sentido y tambin el sujeto. Con ello inevitablemente cayeron en la negacin de la Historia como constructo de sustentacin tico-mtica. Su gesto se transform en clausura de un futuro posible para la humanidad, condenada a vivir el vaciamiento de los relatos-guas en un presente dominado por la ciberntica. Michel Foucault, Jacques Derrida, Jacques Lacan, Roland Barthes, Gilles Deleuze y otros intelectuales marcados, en los aos 60, por el descubrimiento del microchip, dieron por terminada la era del logos, la vigencia de los grandes relatos, en suma, el imperio del mito como ncleo semntico de la cultura y de la Historia.
Tal ha sido la posmodernidad europea y norteamericana que irradi en los ltimos cuarenta aos sobre nuestras universidades y medios intelectuales, en tanto una minora, representada en primer trmino por los escritores, sigui mostrando su fidelidad a la herencia humanista recibida, y a su propio contexto geocultural.
La razn potica ha prolongado el mito en nuevas instancias de esclarecimiento comprensivo e interpretativo, sin enajenarnos en su irradiacin afectiva y volitiva. El rumbo del desnudamiento y recuperacin del origen fue protagonizado por los grandes novelistas hispanoamericanos que a partir de los aos 30 postularon una revitalizacin de la esfera mtica, una reconciliacin de los opuestos y la creacin de un equilibrio humano que hiciera posible una nueva etapa de la humanidad. Estimo que ninguno de ellos ha alentado un camino regresivo, un fundamentalismo cerrado, pero tampoco un asentimiento irrestricto a la orientacin tecnocientfica de la civilizacin moderna.
La literatura hispanoamericana, expresin inequvoca de una madurez cultural propia y especfica, seal en el ltimo siglo un retorno al Origen, y no necesariamente un rechazo de la Historia, como lo indican las obras de Alejo Carpentier, Leopoldo Marechal y Jos Lezama Lima. Quin podra negar a sus obras la calidad de obras de pensamiento?
Eplogo 153
Nuevos tramos de la filosofa humanista revalidan los lenguajes metafricos y ficcionales, que han sido en esencia los portadores del mito. Para Ricoeur, tanto la poesa como la novela son discursos que guardan relacin con la verdad, y no lenguajes vueltos a su propia inmanencia. Si compartimos tal revalidacin, algo debe decirnos el llamativo giro de los novelistas hispanoamericanos del ltimo medio siglo hacia la esfera universal del mito.
Es ms, mientras en la Europa tecnificada y ciberntica surgan la negacin de los grandes relatos, la desmitificacin y la destruccin del logos,la omisin del sujeto histrico, la era de la gramatologa, Amrica Latina, adems de protagonizar sucesos significativos desde el punto de vista de su historia social, viva una intensa renovacin y reafirmacin de su propia identidad humanista, mitos, tradiciones.
Destaco el hecho de que tal revitalizacin no fue en modo alguno una instancia folclrica o repetitiva sino que configur una etapa singularmente lcida y autoconsciente. De esta conciencia de identidad han emergido tambin, en sucesivas oleadas de expansin, una filosofa latinoamericana, una teoray una crtica literarialatinoamericanas, que, para ser tales, deban necesariamente hacerse cargo del ethos humanista del subcontinente.
Cabe hoy formularse la siguiente pregunta: es Amrica una utopa cancelada? Debemos fatalmente compartir el pesimismo de fin de la Historia que naturalmente se desprende del deterioro actual de las instituciones, ideales, modelos y actores del escenario mundial y nacional?
Ciertamente, no es fcil visualizar la continuidad eutpica en una Amrica condenada al abandono y la exclusin, empobrecida y castigada, tensionada por sus problemas internos, donde da a da se multiplica el mensaje fragmentador de los centros del poder poltico mundial. En este cuadro se impone el deber tico del intelectual, mucho ms urgente y necesario en momentos de crisis y agona. Se trata de una responsabilidad profunda que tiene que ver con la rponse o respuesta de todo ser pensante resuelto a superar su personal implicancia en la agona americana por el ejercicio de un pensamiento constructivo. A esa tarea heroica somos llamados.
Tenemos un compromiso con Amrica, y para su total cumplimiento no ser ocioso retomar la frecuentacin de aquellos maestros que nos sealaron el destino de Amrica. Nombro aqu tanto a creadores como Jos Mart, Rubn Daro, Jos Enrique Rod, Miguel ngel Asturias, Arturo Uslar Pietri, Alfonso Reyes, Pedro Henrquez Urea, Manuel Ugarte, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, Jos Lezama Lima, Leopoldo Marechal, Ernesto Sbato, Juan Larrea, como a filsofos y estudiosos de distintas disciplinas, como Ernesto Mayz Vallenilla, Fernando Ortiz, Gilberto Freyre, Germn Arciniegas, Manuel Gonzalo Casas, Carlos
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Astrada, Rodolfo Kusch, Hctor A. Murena, Vctor Massuh, Eduardo Azcuy, Mauricio Prelooker, Washington Reyes Abadie, Alberto Methol Ferr, Leopoldo Zea, Silvio Zavala, Flix Schwartzmann y Otto Morales Bentez, entre muchos otros que han vivido y transmitido la pasin americana. Sus voces no son voces aisladas, han trabajado sobre el fondo de la cultura popular, imbuida de mensajes salvficos, han reinterpretado las tradiciones que conforman la cultura mestiza hispano-latino- americana, han proyectado un futuro digno para nuestros pueblos.
Quiero recordar que estos maestros no nos han guiado hacia la veneracin irrestricta de una ciencia sin valores o hacia la mecanizacin de la vida, pero tampoco hacia el otro extremo, que podra engendrar la enajenacin por un autismo mtico o un fanatismo religioso. Este pensamiento no es una fantasa sobre una realidad inexistente; es en s mismo una realidad espiritual capaz de conformar y reconducir la spera realidad social y econmica americana de la actualidad. El tema de la degradacin de los tiempos, con la consecuente prdida de la memoria y la opacidad del mito, no debe inducirnos a desdear la posibilidad de una reactivacin simblica a partir de la mitopoiesis imaginaria. La incertidumbre que se apodera de los hombres en este tiempo de oscuridad hace comprensible y necesaria la escucha del lenguaje del poeta, a la luz del valor ontolgico y epifnico de la palabra.
Cabe preguntarse: es ste el tiempo apropiado, el kairs que per- mite la aplicacin de la palabra del poeta a la concreta realidad que vivimos?
El Apocalipsisde Juan de Patmos, texto intensamente reledo por los creadores de la segunda mitad del siglo xx, afirma: Porque el tiempo (kairs) est cerca. En este sentido kairs se relaciona con el tiempo del cumplimiento o krigma, el pleroma, la parusa. Ms al fondo de la cuestin, para el cristiano todo tiempo es kairs, desde la venida de Cristo, y en la espera de su segunda venida
La equilibrada actitud del humanismo latinoamericano, mediador entre Oriente y Occidente, se ofrece hoy ante nosotros como un camino transitable, vitalizado por el mito de Amrica que, como todo mito, ofrece su irradiacin afectiva y volitiva sin exigirnos por ello el abandono de una razn justa, atenta al desenvolvimiento de los tiempos. El mito es inherente a la vida humana, al desarrollo personal y colectivo de los hombres sobre la tierra. Rememorar nuestros mitos no es tarea ociosa ni inconducente.
Amrica nos convoca a pensar, desde la comprensin de nuestra propia identidad, que somos capaces de construir una nueva etapa de la Historia.
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