2 Lirael La Guardiana de La Memoria

LIRAEL
Triloga de Adhorsen 2
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LIRAEL
Garth Nix
Lirael
La guardiana de la memoria
Traduccin de Celia Filipetto
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LIRAEL
Esta publicacin ha sido subvencionada por Australia Council, el Consejo Asesor y Administrativo de las Artes del Gobierno Federal de
Australia.
Ttulo original: Lirael Autor: Garth Nix Traduccin: Celia Filipetto

2001, Garth Nix
de la traduccin: 2005, Celia Filipetto de esta edicin: 2005, RBA Libros, S.A. Prez Galds, 36 - 08012 Barcelona
Rba-libros@rba.es / www.rbalibros.com
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LIRAEL
Primera edicin: 2005

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicacin puede ser reproducida, almacenada o transmitida por
ningn medio sin permiso del editor.
Ref.: FI-124 / ISBN: 84-7871-256-9 Depsito legal: B-l.097-2004 Composicin: Anglofort, S.A. Impreso por Novagrfik,
SL. Pol. Ind. Foinvasa Vivaldi, 5 - 08110 Monteada i Reixac
Debo agradecer especialmente a Ginee Seo, mi editora de Harper Collins, sus consejos y, sobre todo,
que me animara a recuperar el personaje de Lirael y a contar su historia.
Para Anna, mi familia y mis amigos, y en recuerdo de Bytenix (1986-1999), el Perro Canalla original
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Al interior de Ancelstierre
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Prlogo
Aquel verano hizo un calor muy hmedo y los mosquitos pululaban por todas partes tras abandonar las
tierras donde se haban criado, en las orillas pobladas de juncos a los pies del monte Abed. Los pajarillos
de ojos brillantes descendan en picado entre las nubes de insectos y coman hasta hartarse. Ms arriba,
las aves de presa volaban en crculo para devorar, a su vez, a los pajarillos.
Haba un lugar cerca del lago Rojo donde no llegaban los mosquitos ni los pjaros, donde no creca la
hierba ni ningn ser vivo. Una colina baja, a poco ms de tres kilmetros de la orilla oriental. Un montculo de tierra y piedras compactadas, una zona inhspita y extraa, rodeada de pastizales y de los verdes
bosques que trepaban las colinas cercanas.
El montculo careca de nombre. Si en algn mapa del Reino Antiguo lo haba tenido, ese mapa ya no
exista. En otra poca, las granjas que haba por aquella zona siempre estaban separadas por una distancia
no menor a una legua. Y la gente que haba vivido all no osaba siquiera dirigir la vista hacia aquella
extraa colina y mucho menos hablar de ella. El pueblo ms cercano ahora era Borde, una precaria aldea
que, pese a no haber vivido das de fortuna, segua albergando la esperanza de que llegasen. La gente del
pueblo de Borde saba que lo ms sensato era no acercarse a la orilla oriental del lago Rojo. Hasta los
animales del bosque y la pradera evitaban acercarse al montculo, el instinto los mantena alejados de
cuantos se encaminaban hacia aquel lugar.
Como el hombre que estaba de pie en las lindes del bosque, donde las colinas se fundan con la lisa
orilla del lago. Un hombre delgado, de cabellos ralos, enfundado en un traje armadura de cuero que lo
cubra entero, de los tobillos a las muecas. Empuaba en la izquierda una espada desenvainada, la hoja
en equilibrio sobre el hombro. La mano derecha reposaba sobre la bandolera de cuero que llevaba cruzada
sobre el pecho. Siete morrales colgaban de la bandolera, el ms pequeo no mayor que un pastillero, el
ms grande, del tamao de su puo. De los morrales pendan unos mangos de madera. Mangos de negro
bano sobre los que los dedos del hombre se movan como araas por una pared.
Cualquiera que hubiese estado presente habra sabido que los siete mangos de bano correspondan a
otras tantas campanas y eso, a su vez, le habra permitido identificar al hombre por el oficio, pero no por
el nombre. Era un nigromante y llevaba las siete campanas de su oscuro arte.
El hombre baj la vista, contempl el montculo durante un rato y comprob que ese da no era l la
primera persona que haba estado all. Al menos dos se encontraban en la colina desnuda y en el aire
flotaba un calorcillo que sugera la presencia de otros seres menos visibles.
El hombre consider la posibilidad de aguardar hasta el anochecer, pero saba que no tena esa
alternativa. No era su primera visita al montculo. En lo ms profundo, aprisionado en las entraas de la
tierra, haba mucho poder. Haba acudido desde el otro extremo del Reino respondiendo a su llamada que
lo convocaba ese da del solsticio de verano. Segua llamndolo en ese preciso momento y no poda hacer
otra cosa que responder.
Conservaba algo de orgullo y voluntad como para no echar a correr el ltimo tramo que lo separaba del
montculo. Tuvo que emplear todas sus fuerzas, pero cuando sus botas rozaron la tierra desnuda, al pie de
la colina, lo hicieron con parsimonia, sin asomo de prisa.
Conoca a una de las personas que haba all, es ms, esperaba encontrarla. El anciano, ltimo del
linaje que haba servido a la cosa agazapada bajo el montculo, haca de puente entre el poder que la
ocultaba a las miradas de las brujas que, desde su cueva de hielo, todo lo vean. El hecho de que el
anciano fuese el ltimo y que a su lado no hubiese ningn aprendiz llorn resultaba tranquilizador.
Llegara el momento en que la cosa aquella ya no necesitara ocultarse bajo tierra.
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La otra persona all presente era desconocida. Se trataba de una mujer, o algo que en otros tiempos
haba sido una mujer. Llevaba una mscara de bronce deslustrado y las pesadas pieles de los brbaros del
Norte. Innecesarias e incmodas con el calor que haca... a menos que su propia piel no notara el sol, sino
otra cosa. Luca varios anillos de hueso en las manos cubiertas de guantes de seda.
-T eres Hedge -dijo la extraa.
El hombre se mostr sorprendido por la fuerza electrizante que desprenda la voz de aquella mujer. Tal
como haba sospechado, se trataba de una hechicera de la magia libre, pero era ms poderosa de lo que
haba imaginado. La mujer conoca su nombre, o al menos uno de ellos, el ms humilde, el nombre que en
los ltimos tiempos haba usado con mayor frecuencia. l tambin era un hechicero de la magia libre,
como todos los nigromantes.
-Un siervo de Kerrigor -prosigui la mujer-. Veo la marca que llevas en la frente, pese a que tu disfraz
destila ingenio.
Hedge se encogi de hombros y se toc la frente, donde llevaba lo que pareca ser una marca del
Gremio. sta se parti en dos y se le cay como una costra dejando al descubierto una fea cicatriz que
serpente debajo de su piel.
-Llevo la marca de Kerrigor -aclar l sin alterarse-. Pero Kerrigor no est. La Abhorsen lo at y ha
estado preso estos ltimos catorce aos.
-Ahora me servirs a m -dijo la mujer con un tono que disuada de toda protesta-. Dime cmo puedo
comulgar con el poder que yace debajo del montculo. l tambin se someter a mi voluntad.
Hedge hizo una reverencia para disimular la sonrisa. Acaso aquella situacin no recordaba la manera
en que l haba llegado al montculo en los das que precedieron a la cada de Kerrigor?
-Hay una piedra en el lado occidental -dijo l sealando con la espada-. Hazla girar y encontrars un
estrecho tnel subterrneo de abrupta cada. Sigue por el tnel hasta encontrarte con una pesada losa que
bloquea el paso. Notars que la base de la piedra rezuma agua. Prueba el agua y percibirs la fuerza de la
que hablas.
No mencion que el tnel era obra suya, producto de cinco aos de trabajo, ni que el agua que
rezumaba era la primera seal visible de una lucha por la libertad que llevaba ya ms de dos siglos.
La mujer asinti. La delgada lnea de plida piel que bordeaba la mscara no permita adivinar
expresin alguna, como si la cara que se ocultaba tras ella fuese tan fra como el metal. Se volvi
entonces para lanzar un hechizo y, por la abertura de la boca de la mscara, con cada palabra sali una
nube de humo blanco. Cuando termin, dos criaturas que haban estado tendidas a sus pies
confundindose casi con la tierra, se levantaron. Dos seres humanos de una delgadez extrema, cuyas
carnes y huesos de fuego azulado fluan como la bruma. Se trataba de seres elementales de la magia libre,
a los que los humanos llamaban siseantes.
Hedge los observ con atencin y se lami los labios. Poda ocuparse de uno de ellos, pero no de los
dos sin revelar unas fuerzas que, por el momento, prefera mantener ocultas. El anciano no le iba a servir
de nada. Segua ah sentado, murmurando, haciendo de conducto viviente de una parte de la fuerza oculta
bajo la colina.
-Si al anochecer no he vuelto -anunci la mujer-, mis siervos te despedazarn en cuerpo y alma, si
llegaras a buscar refugio en la Muerte.
-Esperar aqu -contest Hedge acomodndose sobre la tierra pelada.
Ahora que conoca las instrucciones de los siseantes, ya no representaban una amenaza. Dej la
espada, volvi la cabeza hacia el montculo y apoy la oreja contra el suelo. Alcanz a or el susurro
constante de la fuerza subterrnea que traspasaba todas las capas de tierra y piedra, pese a que sus propios
pensamientos y palabras no conseguan penetrar la prisin. Ms tarde, si fuera necesario, entrara en el
tnel, bebera del agua y abrira la mente para enviar sus pensamientos de vuelta al fondo, a travs del
hilillo de agua del ancho de un dedo, que haba conseguido traspasar las siete defensas mgicas lanzadas
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tres veces. A travs de la plata, el oro y el plomo; el serbal, el fresno y el roble y la sptima defensa de
hueso.
Hedge no se molest en ver cmo se alejaba la mujer, ni se movi cuando oy rodar la enorme piedra,
aunque se trataba de una hazaa que superaba las fuerzas de cualquier hombre normal o de varios
hombres normales.
Cuando la mujer regres, Hedge se encontraba de pie en el centro mismo del montculo mirando en
direccin al Sur. Los siseantes estaban cerca, pero no se movieron al ver que su ama volva a subir a lo
alto. El anciano segua sentado en el mismo sitio, farfullando hechizos o tonteras, Hedge no logr
precisarlo. No se trataba de ninguna magia que l conociera, aunque en la voz del viejo notaba la fuerza
de la colina.
-Os servir -dijo la mujer.
Su voz haba perdido todo vestigio de arrogancia aunque no de fuerza. Hedge vio tensarse los
msculos del cuello de la mujer cuando sta pronunci las palabras. l sonri y levant la mano.
-Se han alzado pilares de piedra del Gremio demasiado cerca de la colina. Los destruirs.
-Eso har -convino la mujer, bajando la cabeza.
-Eras una nigromante -prosigui Hedge.
En los aos pasados, Kerrigor haba atrado hacia l a todos los nigromantes del reino y los haba
convertido en sus subalternos. Algunos seguan vivos, pero esta mujer nunca haba sido sierva de
Kerrigor.
-Hace mucho de eso -dijo la mujer.
Hedge not el dbil aleteo de la vida en el interior de aquel cuerpo sepultado bajo las pieles encantadas
y la mscara de bronce. Aquella bruja era vieja, muy, pero muy vieja, lo cual no constitua una ventaja
para una nigromante que deba recorrer el reino de los muertos. El ro de fras aguas tena especial
predileccin por aquellos que tras eludir sus garras repetidamente haban sobrepasado el lmite de aos.
-Volvers a empuar las campanas, vas a necesitar muchos muertos para la tarea que te espera diciendo esto, Hedge se desabroch la bandolera y se la pas con cuidado, tratando de que las campanas
no sonaran.
l posea otro juego de siete, el que le haba arrebatado a un nigromante menor aprovechando el caos
generado tras la derrota de Kerrigor. Para recuperarlas hubo de correr ciertos riesgos porque estaban
guardadas en la zona principal del reino largo tiempo reclamada por el rey y su reina Abhorsen. Sin
embargo, no las necesitaba para sus planes inmediatos, adems, no poda llevarlas donde tena intencin
de ir.
La mujer acept las campanas pero no se puso la bandolera. Tendi la mano derecha con la palma
hacia arriba. En ella brillaba una chispita, una astilla metlica que despeda un fuego blanco. Hedge
tendi a su vez la mano y la astilla salt sobre ella para instalarse debajo de la piel sin hacerlo sangrar.
Hedge se la acerc a la cara y not la fuerza del metal. Luego cerr despacio los dedos y sonri.
Aquella esquirla de arcano metal no era para l. Era una semilla, una semilla que se poda sembrar en
muchos suelos. Hedge le tena reservado un lugar especial, una almciga frtil donde pudiera crecer y dar
frutos. Aunque tal vez sera preciso que pasaran muchos aos antes de que pudiese sembrarla donde ms
dao pudiera causar.
-Y t? -inquiri la mujer-. Qu haces?
-Voy al Sur, Chlorr de la Mscara -respondi Hedge, demostrndole as que saba su nombre y muchas
cosas ms-. Al sur de Ancelstierre, al otro lado del Muro. Al pas donde nac, aunque por espritu no soy
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hijo de esas tierras de impotentes. Tengo mucho que hacer all y en otros lugares. Tendrs noticias mas
cuando te necesite. O si recibo noticias que me disgusten.
Se dio media vuelta y se alej sin pronunciar ni una palabra ms. Los amos no suelen despedirse de sus
sirvientes.
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Primera parte
El Reino Antiguo
Decimocuarto ao de la restauracin
del rey Piedra de Toque I
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Un cumpleaos fastidioso
Desde lo ms profundo del sueo, Lirael sinti que alguien le acariciaba la frente. Una mano tierna y
suave recorra su piel afiebrada. Not que sus labios esbozaban una sonrisa. Aquel contacto le resultaba
delicioso. El sueo cambiaba entonces y la muchacha arrug la frente. El contacto de la mano ya no era
tierno y amoroso, sino spero y rudo. Ya no era fresco, sino caliente... La quemaba.
Despert. Tard un instante en darse cuenta de que se haba aferrado a la sbana y que haba estado
tumbada boca abajo sobre la colcha de tela basta. La lana era muy spera. La almohada estaba en el suelo.
La funda haba sido arrancada en el curso de alguna pesadilla y colgaba del respaldo de la silla.
Lirael ech un vistazo a la pequea alcoba pero no apreci otras seales de dao nocturno. La cmoda
sencilla de pino pulido estaba en su sitio y el pasador de acero opaco segua echado. El escritorio y la silla
continuaban en el otro rincn. Su espada de prcticas colgaba detrs de la puerta, metida en su vaina.
Seguramente aquella haba sido una noche relativamente tranquila. En ocasiones, en medio del sueo
cargado de pesadillas, Lirael se levantaba y echaba a andar, hablaba, sembraba el caos. Aunque nunca
sala de su alcoba. De su preciado cuarto. No quera ni pensar en lo que sera la vida si llegaban a
obligarla a regresar a las habitaciones colectivas.
Cerr otra vez los ojos y prest atencin. Reinaba el silencio, lo cual indicaba que deba de faltar
bastante para el toque de campana. Tocaba todos los das a la misma hora para que las clarvis se
levantaran de la cama y recibieran el nuevo da.
Lirael apret los ojos con ms fuerza e intent dormirse otra vez. Quera recobrar la agradable
sensacin que le haba producido aquella mano en la frente. Aquella caricia era lo nico que recordaba de
su madre. Haba olvidado su cara y su voz, pero conservaba vivo el recuerdo del fresco contacto de
aquella mano.
Hoy necesitaba aquel contacto con desesperacin. Sin embargo, la madre de Lirael se haba ido haca
mucho llevndose con ella el secreto de la paternidad de la muchacha. Se haba marchado cuando Lirael
tena cinco aos, sin decir una sola palabra, sin una sola explicacin. Tampoco hubo explicaciones
despus, slo las noticias de su muerte: un mensaje confuso procedente del lejano Norte, recibido tres
das antes de que Lirael cumpliera los diez.
En cuanto se pona a pensar en aquel asunto, ya no haba manera de que volviera a dormirse. Como
haca todas las madrugadas, Lirael ya no intent mantener los ojos cerrados. Los abri y mir el techo durante un rato. La piedra segua tal cual estaba la noche anterior, fra y gris, con algunas vetas rosadas.
La marca del Gremio correspondiente a la luz resplandeca clida y dorada en la piedra. Haba brillado
con mayor fuerza cuando Lirael despert y se aviv ms cuando la muchacha sac los pies de entre las
sbanas y tante el suelo con la punta de los dedos en busca de las chinelas. La residencia de las clarvis
contaba con la calefaccin de las fuentes termales y de la magia, pero el suelo de piedra estaba siempre
fro.
-Hoy cumplo catorce aos -susurr Lirael.
Ya tena puestas las chinelas, pero no hizo ademn de ir a levantarse. Desde que haba recibido el
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mensaje de la muerte de su madre pocos das antes de cumplir los diez, todos sus aniversarios posteriores
slo haban trado consigo el presagio de nuevas fatalidades.
-Catorce! -repiti Lirael no sin cierta angustia en la voz.
Cumpla catorce aos y, segn los cnones del mundo que haba ms all del Glaciar de las Clarvis, ya
era una mujer. No obstante, deba seguir llevando la tnica azul de las nias, porque las clarvis sealaban
el paso a la edad adulta no por los aos, sino por el don de la visin.
Lirael volvi a cerrar los ojos y los apret con fuerza mientras se obligaba a ver el futuro. Todas las
chicas de su edad tenan el don de la visin. Muchas nias ms pequeas vestan la tnica blanca y la
diadema de palos. Nunca se haba visto a nadie que, al cumplir los catorce aos, no le llegara el don de
la visin.
Lirael abri los ojos: de visiones, nada. Slo vea su sencilla alcoba, una imagen borrosa a causa de las
lgrimas. Las enjug de un manotazo y se levant.
-Sin madre, sin padre y sin don de la visin -dijo mientras abra el armario y sacaba una toalla.
Se trataba de una conocida letana. La repeta a menudo pese a que le produca siempre una terrible
punzada de pena en el estmago. Era como hurgar en una muela picada con la punta de la lengua. Dola,
pero era incapaz de contenerse. La herida formaba ya parte de ella.
Algn da, quiz, la portavoz de los nueve das la mandara llamar. Entonces despertara y dira: Sin
madre, sin padre, pero tengo el don de la visin.
-Tendr el don de la visin -mascull Lirael para sus adentros, abri la puerta y recorri de puntillas el
pasillo que llevaba a los baos.
Las marcas del Gremio fueron encendindose a su paso llevando el da all donde haba oscuridad. Las
dems puertas de la Residencia de Jvenes seguan cerradas. En otros tiempos, Lirael sola llamar entre
risas a todas ellas para invitar a las dems hurfanas que vivan all a que fueran a baarse.
De aquello haca muchos aos. Antes de que a todas les fuera dado el don de la visin. En la poca en
que Merell, tutora de las jvenes, haba dirigido a sus nias con mano blanda. Kirrith, la ta de Lirael, era
ahora la nueva tutora. En cuanto oa un ruido, sala de su habitacin con la bata de rayas blancas y granate
para ordenar silencio y respeto por los mayores que descansaban. No escatimaba reprimendas a Lirael por
el hecho de que fuese su sobrina. Al contrario. Kirrith era el polo opuesto de Arielle, la madre de Lirael.
Estaba a favor de las normas, la tradicin, la obediencia.
Kirrith nunca habra abandonado el glaciar para irse a quin sabe dnde y regresar siete meses ms
tarde con una hija. Lirael lanz una mirada iracunda a la puerta de Kirrith. En realidad, su ta nunca haba
hecho comentario alguno. De pequea, Lirael se fue enterando de detalles de la vida de su madre por las
conversaciones de sus primas ms cercanas. En aquellas conversaciones comentaban que no saban qu
hacer con una nia tan rara.
Lirael volvi a lanzar una mirada colrica al pensar en aquello. La rabia que llevaba dentro se negaba a
marcharse, sigui acompandola incluso despus de haberse frotado la cara con piedra pmez en la
baera llena de agua caliente. El choque del agua fra cuando se zambull en el estanque largo logr al fin
borrarle la expresin ceuda.
La frente de Lirael volvi a arrugarse cuando se pein delante del espejo comunitario del vestuario,
anexo al estanque largo. El espejo era un rectngulo de acero plateado, de ms de dos metros de alto y
tres de ancho, un tanto desazogado en los bordes. Promediada la maana, ante l iban a peinarse al mismo
tiempo hasta ocho de las catorce hurfanas que vivan en la Residencia de Jvenes.
Lirael detestaba compartir el espejo, porque no haca ms que destacar otra de las diferencias. La
mayora de las clarvis tenan el pelo rubio, los ojos claros y la piel morena que, tras la exposicin al sol en
las laderas del glaciar, adquira un tono castao intenso. En comparacin con ellas, Lirael se vea como un
hierbajo plido entre hermosas flores. Ella nunca se pona morena, la piel blanca se le quemaba al
contacto con el sol y tena los ojos negros y el pelo ms negro an.
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Estaba segura que se pareca a su padre, quienquiera que hubiese sido. Arielle nunca haba revelado su
nombre, una vergenza ms con la que su hija tuvo que cargar. Las clarvis solan quedarse preadas de
los hombres que las visitaban, pero no tenan por costumbre abandonar el glaciar para encontrarlos,
tampoco ocultaban sus nombres. No se saba por qu, pero casi siempre paran nias. Nias rubias, de piel
castaa y ojos azules o verdes.
Lirael era una excepcin.
Sola, delante del espejo, la muchacha se olvid de todo. Se concentr en la tarea de peinarse, cuarenta
y nueve cepilladas a cada lado. Se senta algo ms esperanzada. Quizs se sera el da. Un decimocuarto
cumpleaos marcado por el mejor de los regalos. El don de la visin.
Aun as, a Lirael no le apeteca desayunar en el refectorio central. La mayora de las clarvis coman
all, y ella tendra que compartir mesa con nias tres o cuatro aos menores, destacando como un cardo en
un parterre de flores primorosamente cuidadas. Un cardo vestido de azul. Todas las muchachas de su edad
iban de blanco y ocupaban las mesas destinadas a las clarvis coronadas y reconocidas.
Lirael atraves dos pasillos silenciosos, baj dos escaleras de caracol que descendan en direcciones
opuestas y lleg al refectorio inferior. Era el lugar donde coman los mercaderes y los suplicantes que
acudan a ver a las clarvis para que les predijeran el futuro. Las nicas clarvis all presentes eran las
encargadas del turno de cocina y las camareras.
O casi las nicas. Haba otra que Lirael esperaba encontrar. La portavoz de los nueve das. Al
descender los ltimos peldaos, Lirael se imagin la escena. La portavoz bajaba la escalinata principal,
golpeaba el gong y haca una pausa para anunciar que la guardia de los nueve das la haba visto a ella, a
Lirael, cuando la coronaban con la diadema de palos, la haba visto tras conseguir por fin el don de la
visin.
El refectorio inferior no estaba muy concurrido esa maana. Slo tres de las sesenta mesas estaban
ocupadas. Lirael se dirigi a la cuarta, lo ms lejos posible de las dems, y apart el banco. Prefera
sentarse sola, aunque no se encontrara entre clarvis.
Dos de las mesas estaban ocupadas por mercaderes, probablemente de Belisaere; hablaban a voz en
cuello de las importaciones de pimienta en grano, jengibre, nuez moscada y canela que haban trado del
extremo norte y esperaban vender a las clarvis. Era evidente que alababan sin recato la calidad de las
especias que anunciaban con el propsito de que sus comentarios llegasen a odos de las clarvis de la
cocina.
Lirael olisque el aire. Era posible incluso que lo que decan fuese cierto. El aroma del clavo y la nuez
moscada que despedan los sacos de los mercaderes era intenso, agradable. Lirael lo interpret como un
buen presagio.
La tercera mesa la ocupaban los guardias de los mercaderes. Aunque se encontraran en el interior del
Glaciar de las Clarvis, seguan llevando los coseletes compuestos de escamas entrelazadas y tenan las espadas envainadas debajo de los bancos. Seguramente pensaban que los bandidos, o algo peor, podan
seguir sin problemas el estrecho sendero que bordeaba el desfiladero del ro y derribar la puerta que daba
al vasto complejo de las clarvis.
No era menos cierto, sin embargo, que habran sido incapaces de ver la mayor parte de las defensas. El
sendero del ro estaba plagado de marcas del Gremio para ocultar y cegar, y debajo de las lajas se escondan los enviados de bestias y guerreros que, a la menor amenaza, se levantaran en armas. Por otra parte,
el sendero cruzaba el ro no menos de siete veces, por medio de puentes estrechos de antigua
construccin, en apariencia tallados en piedra. Puentes de fcil defensa, debajo de los cuales pasaba el ro
Renegado, que era lo bastante profundo y rpido para impedir el paso a los muertos.
En las paredes del refectorio menor tambin haba magia del Gremio en estado latente, y enviados que
dorman en la spera piedra labrada del suelo y el techo. Aunque las marcas del Gremio eran muy tenues,
Lirael alcanzaba a verlas y a desentraar los encantamientos que formaban. Los enviados eran los ms
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difciles de descifrar porque slo estaban claras las marcas que les daban origen. Evidentemente, tambin
haba marcas bien visibles, las que iluminaban la estancia y todos los rincones de los dominios
subterrneos de las clarvis estaban metidas en la piedra de la montaa, cerca de la masa helada del
glaciar.
Lirael escrut el rostro de los visitantes. Se haban quitado el yelmo y llevaban el cabello cortado casi
al cero, por lo que se poda comprobar que ninguno de ellos tena la marca del Gremio en la frente. Por lo
tanto, era casi seguro que no perciban la magia que los rodeaba. Siguiendo un impulso, Lirael se apart el
flequillo demasiado largo y se palp la marca. Al tocarla, lati levemente, y la invadi la sensacin de
estar conectada, de pertenecer al gran cdigo del Gremio que describa el mundo. Aunque careciera del
don de la visin, al menos era algo parecido a una maga del Gremio.
Los guardias de los mercaderes deberan confiar ms en las defensas de las clarvis, pens Lirael,
mientras volva a observar a hombres y mujeres armados. Uno de ellos la sorprendi observndolos; sus
miradas se cruzaron un momento y la muchacha apart la vista. En ese breve instante, vio a un joven con
la cabeza ms rapada que sus compaeros, en cuya calva reluciente se reflejaba la luz de las marcas del
Gremio del techo.
Pese a que intent no hacerle caso, Lirael comprob que el guardia se levantaba y se acercaba a ella, el
coselete de escamas demasiado grande para alguien que no completara su desarrollo hasta varios aos
ms tarde. Lirael arrug el entrecejo cuando lo vio acercarse e intent ocultar ms la cara. Por el mero
hecho de que de vez en cuando las clarvis eligieran pareja entre los visitantes, algunos pensaban que toda
aquella que bajara al refectorio inferior lo haca porque iba a la captura de un hombre. Era una idea
particularmente arraigada entre los jvenes de diecisis aos.
-Disculpa -dijo el guardia-. Me puedo sentar?
Lirael asinti de mala gana; el chico se sent y una infinidad de escamas tintinearon sobre su pecho
como una cascada de metal.
-Me llamo Barra -dijo l alegremente-. Es la primera vez que bajas?
-Cmo? -pregunt Lirael, intrigada y tmida-. Te refieres al refectorio?
-No -contest Barra rindose e indicando con un amplio ademn el espacio a su alrededor-. Me refiero
al Glaciar de las Clarvis. Es la segunda vez que vengo, de manera que si necesitas que alguien te gue...
Aunque supongo que tus padres vendrn a menudo a comprar y vender.
Lirael apart la mirada y not que las mejillas se le tean de rojo. Trat de pensar en una respuesta
cortante, pero lo nico que le vino a la cabeza fue que los forasteros saban que no era una verdadera
clarvi. Hasta los ms tontos, canijos y ataviados con trajes que parecan sonajeros como el que tena
enfrente.
-Cmo te llamas? -le pregunt Barra sin percatarse del sonrojo ni del terrible vaco que haba crecido
en el fuero interno de la muchacha.
Lirael trag saliva, se humedeci los labios, pero las palabras se resistieron a salir. Tena la impresin
de carecer de nombre y de identidad. Ni siquiera se atreva a mirar a Barra porque los ojos se le haban
llenado de lgrimas, y para disimular haba clavado la vista en la pera a medio comer que tena en el
plato.
-Yo slo quera saludarte -dijo Barra la mar de incmodo cuando el silencio se fue prolongando.
Lirael asinti; sobre la pera cayeron dos lagrimones. No levant la mirada ni intent enjugarse las
lgrimas. Sigui all sentada, con los brazos cados, intiles, como su voz.
-Lo siento -se disculp Barra al tiempo que se levantaba ruidosamente.
Escudada tras un mechn protector, Lirael lo vio regresar a su mesa. Cuando el chico estuvo a unos
metros de distancia, uno de los hombres hizo un comentario en voz baja, casi inaudible, Barra se encogi
de hombros y el resto de los hombres y algunas mujeres se echaron a rer.
-Es mi cumpleaos -susurr Lirael mirando el plato, con voz desconsolada-. No debo llorar el da de
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mi cumpleaos.
Se levant, pas por encima del banco con torpeza, recogi el plato y el tenedor y los llev al
ventanuco que comunicaba con la antecocina, poniendo mucho cuidado de no mirar a los ojos a ninguna
de sus primas que trabajaban all.
Segua con el plato en la mano cuando una de las clarvis baj la escalera principal y con la varita de
punta metlica golpe el primero de los siete gongs que haba al pie de los siete escalones. Lirael se
qued paralizada y cuantos se encontraban en el refectorio interrumpieron sus conversaciones al ver a la
clarvi descender y golpear uno por uno los gongs restantes arrancndoles distintas notas que se fundieron
en una sola antes de volver a quedar en silencio.
La clarvi se detuvo en el ltimo escaln y levant la varita. A Lirael le dio un vuelco el corazn y not
un nudo en el estmago. Era tal y como lo haba imaginado. Tan idntico a lo que haba imaginado que
tena la certeza de que no eran imaginaciones suyas, sino el inicio de la visin.
Tal como indicaba su varita, Sohrae era la actual portavoz de los nueve das, que anunciaba cundo la
guardia vea algo de inters pblico para las clarvis o el reino. Y lo ms importante era que la portavoz,
tambin anunciaba cundo la guardia haba visto a la nia que acababa de adquirir el don de la visin.
-Aqu y ahora proclamo -proclam Sohrae y su voz clara lleg hasta el ltimo rincn del refectorio y
las cocinas-, que la guardia de los nueve das tiene el placer de anunciar que el don de la visin ha despertado en nuestra hermana...
Sohrae inspir hondo antes de continuar; Lirael cerr los ojos porque saba que pronunciara su
nombre. Tengo que ser yo, tengo que ser yo -pens-. Dos aos ms tarde de lo habitual pero tengo que
ser yo porque hoy es mi cumpleaos. Tengo que ser... -Annisele -dijo Sohrae.
Se dio media vuelta y subi las escaleras golpeando ligeramente a su paso los gongs cuyos sonidos se
unieron al suave coro de voces de los visitantes.
Lirael abri los ojos. El mundo no haba cambiado. No tena el don de la visin. Todo continuara
como hasta ese momento. Lamentablemente.
-Me das el plato, por favor? -le pidi la prima invisible apostada detrs del ventanuco de la
antecocina-. Ah, pero si eres t, Lirael! Crea que era un visitante. Ser mejor que te des prisa y subas,
querida. En breve comenzar el despertar de Annisele. Ya sabes que sta es la ltima parada de la
portavoz. Cmo es que se te ha ocurrido venir a comer aqu?
Lirael no le contest. Solt el plato, cruz el refectorio como una sonmbula rozando con los dedos las
esquinas de las mesas al pasar. Como una letana, la voz de Sohrae le daba vueltas en la cabeza.
-El don de la visin ha despertado en nuestra hermana Annisele. Annisele. Annisele sera quien luciera
la tnica blanca y la diadema de plata y palos, mientras Lirael tendra que conformarse otra vez con
ponerse su mejor tnica azul, el uniforme de las nias. La tnica a la que ya no le quedaba dobladillo de
tantas veces como se la haban alargado. La tnica que todava le vena demasiado corta.
Annisele haba cumplido los once haca diez das. Pero el da de su cumpleaos no sera nada
comparado con ste, el de su despertar.
Los cumpleaos no significaban nada, pens Lirael, poniendo mecnicamente un pie delante de otro
mientras suba los seiscientos escalones que llevaban del refectorio inferior al camino del oeste, y que
continuaba por el sendero hasta llegar a los doscientos escalones que la separaban de la puerta trasera de
la Residencia de Jvenes. Cont todos los escalones sin mirar a nadie a los ojos. Lo nico que vio fue el
vaivn de las tnicas blancas y el brillo que desprendan las chinelas negras cuando todas las clarvis
entraron en tropel en el Gran Saln para rendir honores a la nia que acababa de unirse a las filas de
quienes vean el futuro.
Al llegar a su cuarto, Lirael se encontr con que no haba podido disfrutar de ninguna de las pequeas
alegras que suelen acompaar un cumpleaos. Todas se haban apagado como una vela. Era el da de
Annisele, pens Lirael. Deba hacer lo posible y alegrarse por su prima. Deba pasar por alto la pena
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LIRAEL
inmensa que le rompa el corazn.
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LIRAEL
2
Un futuro perdido
Lirael se dej caer en la cama y trat de sobreponerse a la desesperacin. Deba vestirse para asistir a
la ceremonia del despertar de Annisele. Pero cada vez que intentaba incorporarse, algo le impeda
continuar y volva a sentarse. En ese momento le resultaba imposible levantarse. Slo atinaba a revivir lo
ocurrido en el refectorio inferior, cuando no haba odo pronunciar su nombre. No obstante, logr apartar
la mente de aquellos pensamientos y concentrarse en el futuro inmediato en lugar del pasado. Lirael tom
una decisin. No asistira a la ceremonia del despertar de Annisele.
Era altamente improbable que la echasen de menos, aunque caba la posibilidad de que alguien fuera
en su busca. Esta idea le dio las fuerzas necesarias para levantarse de la cama y buscar lugares donde
ocultarse. Debajo de la cama era lo acostumbrado, pero en la parte inferior del catre de Lirael no haba
demasiado espacio, adems, estaba llena de polvo, puesto que llevaba varias semanas sin cumplir con las
normas de limpieza.
Pens un momento en el armario. Su forma de caja desnuda de madera de pino le recordaba un atad
puesto de pie. No era la primera vez que lo pensaba. Siempre haba tenido lo que sus primas consideraban
una imaginacin morbosa. Ya de pequea le gustaba interpretar dramticas escenas de muerte de relatos
famosos. Haca aos que haba dejado de hacer teatro, pero nunca haba dejado de pensar en la muerte.
Sobre todo en la suya.
-La muerte -musit Lirael, temblando al or la palabra.
La repiti en voz ms alta. Una palabra sencilla, una forma sencilla de evitar las cuestiones que la
acosaban. Quiz pudiera faltar a la ceremonia del despertar de Anniselle, pero seguramente le sera
imposible no asistir a las que vendran despus.
Si se suicidaba, pens Lirael, no se vera obligada a ver que las nias cada vez ms pequeas que ella
conseguan el don de la visin. Entonces no se vera obligada a estar entre un puado de cras vestidas
con tnicas azules. Nias que la miraban de reojo durante la ceremonia del despertar. Lirael haba visto
muchas veces aquella mirada y reconoca el miedo que haba en ella. Teman parecerse a Lirael, estar
condenadas a que les faltara lo nico que importaba de verdad.
Tampoco se vera obligada a aguantar a las clarvis que la miraban con cara de lstima. Las que
siempre la paraban para preguntarle cmo estaba. Como si las palabras pudiesen describir sus sentimientos. O como si aun disponiendo de palabras, Lirael pudiese contarles lo que se senta al tener catorce aos
sin haber recibido el don de la visin.
-La muerte -volvi a musitar Lirael, saboreando las palabras.
Qu otra salida le quedaba? Cuando era ms pequea siempre haba abrigado la esperanza de que un
da le llegase el don de la visin. Pero ya tena catorce aos. Dnde se haba visto nunca una clarvi de
catorce aos sin el don de la visin? La vida nunca le haba parecido tan desesperante como ese da.
-Es lo mejor que puedo hacer -declar Lirael, como si estuviese informando a una amiga de una
decisin vital.
Su voz sonaba confiada, pero en el fondo no estaba tan segura. El suicidio era algo impropio de las
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LIRAEL
clarvis. Si se quitaba la vida, sera como confirmar de manera irrefutable que no tena nada que ver con
aquel ambiente. Tal vez fuese la mejor solucin. Cmo iba a hacerlo? Lirael desvi la vista hacia donde
guardaba la espada de prcticas en su vaina, detrs de la puerta. Era de acero blando y estaba desafilada.
Poda dejarse caer sobre la punta, pero entonces sufrira una muerte lenta y dolorosa. Adems, oiran sus
gritos y acudiran en su auxilio.
Tal vez existiera un encantamiento que le cortara el aliento, le secara los pulmones y le cerrara la
garganta. Pero no lo encontrara en sus libros de texto, el cuaderno de ejercicios titulado Magia del
Gremio y el ndice de marcas del Gremio, que descansaban sobre la mesa, a unos pasos de distancia.
Tendra que investigar en la Gran Biblioteca para encontrar semejante encantamiento y adems, ese tipo
de magia estara cerrada a cal y canto por los hechizos.
Solo le quedaban dos medios razonablemente accesibles para acabar con todo: el fro y la altura.
-El glaciar -susurr Lirael.
Era la solucin. Subira por la escalera del monte Estrella cuando todo el mundo estuviera en la
ceremonia del despertar de Annisele y desde lo alto se arrojara al hielo. Con el tiempo, si alguien se
molestaba en buscarla, encontraran su cuerpo roto y congelado, entonces se daran cuenta de lo difcil
que era ser una clarvi sin el don de la visin. Los ojos se le llenaron de lgrimas al imaginar a la multitud
silenciosa presenciando el levantamiento de su cuerpo y su traslado al Gran Saln, el azul de su tnica
infantil convertido en blanco por el hielo y la nieve que lo cubran.
Alguien llam a la puerta e interrumpi su morbosa ensoacin. Aliviada, Lirael se puso en pie de un
salto. Daba la impresin de que, para variar, la guardia de los nueve das la haba visto. La haban visto
subir al glaciar y tirarse de cabeza, y por eso haban enviado a alguien para impedir ese futuro, para
decirle que algn da conseguira el don de la visin y que todo saldra bien.
Se abri la puerta antes de que Lirael pudiera decir pase. Ese detalle bast para que se diese cuenta
de que no se trataba de una guardiana de los nueve das, preocupada por su seguridad. Era la ta Krrith,
tutora de las jvenes. Ms tutora que ta, porque trataba a Lirael como a todas las dems, y porque nunca
le demostraba el afecto que poda esperarse de una ta.
-Por fin te encuentro! -atron Kirrith sin venir a cuento, con ese tono falsamente alegre que resultaba
tan irritante-. Te busqu a la hora del desayuno, pero era tal la aglomeracin que no di contigo. Feliz
cumpleaos, Lirael!
Lirael mir a Kirrith y el regalo que le ofreca. Un paquete grande y cuadrado, envuelto en papel azul y
rojo, espolvoreado de oro. Un papel precioso, la verdad. Era la primera vez que la ta Kirrith le haca un
regalo. Lirael lo achacaba a que ella tampoco aceptaba regalos, pero en el fondo, tena la sensacin de que
la cuestin era otra. La cuestin era dar, no recibir.
-Vamos, vamos, brelo -la invit Kirrith-. Falta poco para la ceremonia del despertar. Quin iba a
decir que le tocara a la pequea Annisele!
Lirael cogi el paquete. Era blando y bastante pesado. En un periquete, la idea de quitarse la vida
desapareci por completo, vencida por la curiosidad. Qu sera el regalo?
Cuando volvi a palpar el paquete, tuvo un terrible presentimiento. A todo correr hizo un agujero en
una esquina del papel y descubri el tono azul delator.
-Es una tnica -dijo Lirael, pero las palabras parecan provenir de otra persona muy lejana-. Una tnica
de nia.
-S -dijo Kirrith, esplendorosa con su tnica blanca y la diadema de plata y palos firmemente sujeta
sobre el pelo rubsimo-. Con el estirn que has pegado, la que llevas hace mucho que te viene corta y eso,
querida ma, es poco apropiado...
Sigui hablando, pero Lirael no la escuchaba. De repente, todo se volvi irreal. La tnica que sostena
en sus manos. La ta Kirrith que no paraba de cotorrear. Todo.
-Venga, vstete! -la anim Kirrith alisndose los pliegues de la tnica.
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LIRAEL
Era una mujer alta y corpulenta, una de las clarvis ms altas. A su lado, Lirael se senta muy pequeita
y sucia, comparada con los metros y metros de blanca tnica de su ta. Clav la vista en aquella blancura
y volvi a pensar en el hielo y la nieve.
Estaba sumida en sus pensamientos cuando Kirrith le dio una palmada en el hombro.
-Qu? -pregunt Lirael al darse cuenta de que no se haba enterado de lo que haba dicho Kirrith.
-Que te vistas! -repiti ta Kirrith. Arrug la frente y la diadema se le baj proyectando una sombra
sobre sus ojos-. Sera de muy mala educacin que llegsemos tarde.
Como una autmata, Lirael se quit la tnica vieja y se puso la nueva. Era de grueso lino, tan nueva
que estaba tiesa, de manera que tuvo dificultades para ponrsela y ta Kirrith tuvo que tirar de ella hacia
abajo. Cuando consigui meter los brazos por las mangas y acomodarse bien la prenda bien a la altura de
los hombros, comprob que le llegaba a los tobillos.
-El largo suficiente para que sigas creciendo -observ ta Kirrith, satisfecha-. Es hora de irnos.
Lirael mir desde arriba el vasto mar de tela azul que le cubra el cuerpo entero y pens que jams
llenara aquella prenda. Ta Kirrith deba de pensar que su sobrina nunca vestira de blanco para la ceremonia del despertar, porque tena tnica para treinta y cinco aos.
-Ve t, que enseguida te sigo -minti pensando en la escalera del monte Estrella, en los acantilados y
en el hielo que la esperaba-. Voy a ir al lavabo.
-Muy bien -dijo Kirrith y sali al pasillo-. Pero date prisa! Piensa en lo que dira tu madre!
Lirael la sigui y dobl a la izquierda, hacia el cuarto de bao ms cercano. Kirrith dobl a la derecha
dando palmas para meterles prisa a tres nias de ocho aos que, sofocando las risas, se iban poniendo las
tnicas por la cabeza sin dejar de caminar.
Lirael no tena idea de lo que habra dicho su madre sobre nada. Ya le haban dado mucho la lata con
Arielle cuando era pequea, antes de que acabara convertida en una extraa con la que nadie quera meterse. Las clarvis solan buscar amantes ocasionales entre los visitantes del glaciar y no era raro que a
veces los encontraran fuera. Pero jams haba dejado de inscribirse a los padres de los nios.
La madre de Lirael haba contribuido a que su hija fuera una extraa cuando, impulsada por alguna
visin de la que nada haba dicho a las dems clarvis, se march del glaciar abandonando a la pequea de
cinco aos. Aos ms tarde, ta Kirrith le cont a su sobrina que Arielle haba muerto sin darle nunca ms
detalles. A Lirael le haban llegado varias teoras, incluida la que sostena que Arielle haba sido envenenada por rivales celosas de la corte de algn seor de poca monta de las heladas tierras del Norte o
devorada por las fieras. Al parecer, trabajaba como vidente, un oficio que, segn las clarvis, estaba muy
por debajo de la gente de su sangre.
El dolor de la prdida de su madre qued encerrado en el corazn de Lirael, pero no tan
profundamente para que no aflorara a veces a la superficie. Ta Kirrith era experta en traerlo siempre a
colacin.
Cuando Kirrith y las tres nias amonestadas desaparecieron, Lirael regres a su cuarto y se puso la
ropa de calle: una abrigada chaqueta de lana grasienta por la lanolina, un gorro de doble fieltro con
orejeras, chanclos impermeables, guantes forrados de piel y anteojos de cuero con lentes ahumados de
cristal verde. Una vocecita en su interior le deca que era una tontera llevar tanta ropa para ir al encuentro
de su muerte, pero otra vocecita insista en que eso no era motivo para que no fuese vestida como estaba
mandado.
Como todas las zonas habitadas de los dominios de las clarvis tenan calefaccin de vapor transportado
por una tubera desde las fuentes termales, Lirael envolvi en el abrigo toda la ropa de lana y dems
complementos. Al subir la escalera del monte Estrella entrara en calor y no tendra necesidad de vestirse
tanto. Como ltimo gesto de desafo, se quit la tnica nueva y la tir al suelo. Decidi ponerse las
prendas ms neutras utilizadas por las clarvis cuando trabajaban en la cocina o la antecocina del refectorio
inferior, una camisa larga, de algodn gris, que le llegaba a las rodillas, sobre unas calzas de lana azul. El
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LIRAEL
conjunto se completaba con un mandil de loneta, pero la muchacha decidi dejarlo.

Se haca raro bajar con sigilo por el camino del Norte sin nadie a la vista. Normalmente, aquella va
tan transitada estaba llena de clarvis que iban o venan de la guardia de los nueve das o se ocupaban de
alguna de las infinitas tareas ms mundanas de la comunidad. El Glaciar de las Clarvis era en realidad una
pequea aldea, muy extraa, eso s, puesto que la actividad principal de sus habitantes era observar el
futuro. Mejor dicho, tal como las clarvis se vean obligadas a aclarar constantemente a los visitantes, los
numerosos futuros posibles.
En la encrucijada del camino del Norte con el Zigzag, Lirael se cercior de que nadie la observaba.
Dio unos cuantos pasos por la primera vuelta del Zigzag y busc un agujerito negro, a la altura de la
cintura. Cuando dio con l, de la cadena que le colgaba del cuello sac una llave. Todas las clarvis tenan
llaves como aquella para abrir la mayora de las puertas normales. La puerta del monte Estrella se usaba
muy de vez en cuando, pero Lirael crea que no precisaba de una llave especial.
Alrededor del agujero de la cerradura no haba seales de puerta alguna hasta que Lirael meti la llave
y le dio dos vueltas. Del suelo se elev una suave lnea plateada que poquito a poco fue dibujando en la
piedra una entrada con su puerta.
Lirael abri la puerta de par en par. La recibi una rfaga de aire fro que la oblig a cruzarla a toda
prisa. Si por ah cerca haba ms gente, lo primero que notaran sera la brisa helada. Las clarvis podan
vivir en una montaa medio oculta tras un glaciar, pero el fro no les haca una gracia especial.
La puerta se cerr en cuanto Lirael la hubo cruzado y las lneas plateadas que marcaban su contorno se
desdibujaron lentamente. Frente a ella parta una escalera que suba en lnea recta. Las marcas del Gremio
que haba en lo alto desprendan una luz ms dbil que la de los salones principales. Las contrahuellas
eran ms altas de lo habitual, detalle que Lirael no recordaba de la excursin que haba hecho con sus
compaeras de curso aos antes, cuando todos los escalones le haban parecido altsimos. Hizo una mueca
al empezar a subir pues saba que los msculos de las pantorrillas no tardaran en dolerle a causa de esos
quince centmetros de ms.
Una barandilla de bronce llegaba hasta los primeros cien escalones, donde la escalera continuaba en
vertical. Lirael se agarr con fuerza al subir y not el frescor del metal. Como tena por costumbre,
empez a contar los escalones; el ritmo regular borr momentneamente las imgenes mentales en las que
se vea precipitndose por una infinita ladera helada.
Apenas se dio cuenta de que la barandilla se interrumpa y de que los escalones se dirigan hacia
adentro, hacia la larga espiral que la conducira a la cima del monte Estrella. Frente a ste se alzaba su
hermano, el monte Ocaso, y entre los dos sostenan el glaciar. En otros tiempos, el glaciar haba tenido un
nombre propio que ya nadie recordaba. Durante siglos todos se referan a l con el nombre de las clarvis,
por ser ellas quienes vivan justo en lo alto, y en ocasiones, debajo de l. Con el paso de los aos, la
denominacin pas a designar tambin al Reino de las Clarvis, de manera que la enorme masa de hielo y
las residencias de piedra eran conocidos con el topnimo de Glaciar de las Clarvis, como si formaran una
unidad.
No era costumbre de las clarvis elegir sus moradas tan cerca del glaciar. Llevaban siglos viviendo en la
montaa, siguiendo los tneles dejados por las larvas taladradoras, una especie en extincin, o practicando sus propias excavaciones por medios fsicos o mgicos. Entretanto, el glaciar haba seguido su
inexorable deslizamiento valle abajo, en direccin a las montaas que sujetaban sus bordes. El hielo desgastaba y rompa la piedra y el glaciar se mostraba indiferente a la destruccin de los tneles de las clarvis
producida por su recorrido.
Lgicamente, las clarvis vean por dnde discurra el loco avance del glaciar, pero eso no haba servido
para poner freno a la ambicin de los constructores de otras pocas. Era evidente que haban calculado
que las extensiones excavadas por ellos duraran al menos tres o cuatro generaciones, tiempo suficiente
para que la obra mereciera la pena.
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LIRAEL
Lirael pens en todos aquellos constructores y se pregunt por qu habran edificado la escalera con
escalones tan incmodos y tan altos. A medida que iba avanzando, ni siquiera el recuento mecnico de
escalones logr mantener su fantasa a raya. Empez a imaginar el aspecto que tendra Annisele en ese
preciso instante. Tal vez estuviera de pie, en las primeras filas de los nios, en el Gran Saln, la nica
silueta blanca en medio de un mar azul. Echara a andar hacia el otro extremo percatndose apenas de las
infinitas filas de clarvis vestidas de blanco, sentadas en las veintiuna filas de bancos distribuidos a ambos
lados del saln durante metros y metros. Los bancos estaban hechos de caoba antigua, con cojines de seda
que se cambiaban cada cincuenta aos con bastante ceremonia.
En el extremo opuesto del Gran Saln se encontrara la portavoz de los nueve das, y quiz tambin
algunas de las guardianas, si sus obligaciones lo permitan. Estaran todas de pie, alrededor del pilar del
Gremio que se elevaba del suelo del saln como un solitario menhir surcado por todo tipo de marcas
cambiantes y refulgentes que formaban la carta en la que se describa cuanto exista en el mundo, lo visto
y lo no visto. Y en el pilar del Gremio, tan alto que nadie poda alcanzarla, salvo la portavoz con su varita
de punta metlica, estara la diadema de la nueva clarvi, la plata y los palos reflejaran las marcas del
Gremio del pilar de piedra.
Lirael pugn por levantar los pies y subir un escaln ms. Annisele no se cansara durante el paseo de
unos pocos cientos de pasos en los que estara flanqueada de caras sonrientes. Y cuando le colocaran la
diadema en la cabeza, se oiran el tumulto de las clarvis al ponerse de pie y los vtores cuyo eco se
propagara por todo el saln y ms all. El despertar de Annisele, autntica clarvi, seora de la Visin.
Por todos aclamada.
Qu diferencia con Lirael que, como de costumbre, se encontraba sola, sin que nadie reparara en ella.
Sinti ganas de llorar, pero se limpi las lgrimas de un manotazo. Cien escalones ms y llegara a la
puerta del monte Estrella. Despus de entrar por la puerta y cruzar la amplia terraza que haba enfrente,
Lirael se detendra en el borde del glaciar y mirara haca el fondo, donde se encontraba la helada muerte.
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LIRAEL
3
Papelonaves
Lirael se detuvo a descansar en lo alto de la escalera del monte Estrella hasta que ya no aguant ms el
fro de la piedra. Se puso entonces la ropa de abrigo y al colocarse los anteojos, el mundo se ti de color
verde. Por ltimo, sac una bufanda de seda del bolsillo del abrigo, se cubri con ella la nariz y la boca y
se baj las orejeras del gorro.
Vestida de esa guisa poda muy bien haber pasado por una de las clarvis. No se le vean ni la cara ni el
cabello ni los ojos. Tena exactamente el mismo aspecto que cualquiera de las clarvis. Cuando encontraran su cuerpo, no sabran de quin se trataba hasta que no le quitasen el gorro, la bufanda y los
anteojos.
Sera la ltima vez que Lirael tendra el mismo aspecto que las dems clarvis.
Delante de la entrada que llevaba de la escalera al hangar de las papelonaves y a la puerta del monte
Estrella, la nia vacil. Tal vez no fuese demasiado tarde para regresar, para poner como excusa que le
haba sentado mal el desayuno y que se haba visto obligada a quedarse en su cuarto. Si se daba prisa, era
casi seguro de que estara de regreso antes de que todas saliesen de la ceremonia del despertar.
El problema era que si regresaba, las cosas seguiran igual. All abajo no le quedaban esperanzas,
decidi Lirael, y ya que haba llegado hasta all, poda aprovechar para ver los acantilados. Ya tomara
una decisin cuando estuviese all.
Volvi a sacar la llave y con movimientos torpes, a causa de los guantes, abri la puerta. Esta vez se
trataba de una puerta visible, pero con custodias mgicas. Lirael not cmo flua la magia del Gremio y
pasaba a travs de la llave, de la piel de sus guantes y de ah a sus manos. Al principio se puso tensa, pero
cuando el efecto se le fue pasando, se relaj. No se saba qu era lo que custodiaba el encantamiento, aunque estaba claro que no senta inters alguno por ella.
Detrs de la puerta haca ms fro an, pese a que Lirael segua en el interior de la montaa. La amplia
estancia donde se encontraba era el hangar de las papelonaves, donde las clarvis guardaban sus aviones
mgicos. Tres de ellos dorman. Tenan ms bien aspecto de grciles canoas, con alas y colas de halcn.
Lirael sinti el impulso de tocar a uno, para ver si el tacto era realmente como el del papel, pero se
abstuvo de hacerlo. Las papelonaves estaban hechas materialmente de miles de hojas de papel reforzado.
En su fabricacin intervena una buena dosis de magia, por eso, esos vehculos areos tenan cierta
capacidad de sentir. Los ojos pintados en la parte frontal de la nave ms cercana, de tonos verdes y
plateados, podan parecer como dormidos, pero apenas alguien la tocara, se iluminaran. Lirael no tena ni
idea de cmo reaccionara la nave despus. Saba que se controlaban mediante marcas del Gremio
silbadas, y que ella saba silbar, aunque desconoca las marcas y las tcnicas especiales que stas
requeran.
Lirael pas de puntillas delante de las papelonaves y fue hasta la puerta del monte Estrella. Era
enorme: tena el ancho suficiente para dar paso a treinta personas y dos papelonaves, y casi cuadriplicaba
la altura de la muchacha. Por suerte, no tuvo que molestarse siquiera en abrirla, porque en el extremo
izquierdo de la puerta haba una portezuela. Tras una breve maniobra con la llave y unas cuantas caricias
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LIRAEL
al encantamiento de custodia, la portezuela se abri y Lirael sali.

El fro y el sol acudieron ambos a su encuentro, el primero era lo bastante intenso para traspasar todas
las capas de ropa que llevaba encima, y el ltimo, lo bastante resplandeciente para forzarla a entornar los
ojos, pese a la proteccin de los anteojos.
Era un hermoso da de verano. All abajo, en el valle, pasado el glaciar, hara calor. Donde ella se
encontraba haca mucho fro, sobre todo por la brisa que, tras recorrer el glaciar, segua montaa arriba.
Delante de Lirael haba una terraza ancha, anormalmente plana, tallada en la ladera de la montaa.
Meda unos cien metros de largo por cincuenta de ancho, y la nieve y el hielo en gruesos bloques se
amontonaban a su alrededor en profundos ventisqueros. Sin embargo, un leve manto de nieve cubra
apenas la terraza. Lirael saba que se mantena as por obra de los enviados del Gremio, sirvientes creados
por medios mgicos que, armados de palas y rastrillos, se ocupaban de limpiar aquella expansin durante
todo el ao, sin importarles el tiempo que hiciese. No haba ninguno a la vista, pero la magia del Gremio
que los pona en marcha acechaba debajo de las piedras que cubran el suelo. En el extremo ms alejado
de la terraza, la montaa acababa en un profundo precipicio. Lirael mir en esa direccin y slo vio el
cielo azul y las suaves volutas de algunas nubes. No le quedaba ms remedio que cruzar la terraza y mirar
hacia abajo para poder ver la mole del glaciar, trescientos metros ms abajo. Sin embargo, no la cruz. Se
limit a imaginar lo que ocurrira si saltaba. Si se lanzaba con el impulso suficiente, caera libremente
hacia el hielo que la estara esperando y encontrara as un rpido fin. Pero si el impulso no llegaba a ser
suficiente, golpeara contra los salientes de las rocas, nueve o diez metros ms abajo y, desde all, seguira
rodando la distancia que le quedaba y, a cada impacto, se rompera los huesos uno por uno.
Lirael se estremeci y apart la vista. Ahora que se encontraba all, y que slo una caminata a paso
vivo la separaba del precipicio, ya no estaba tan segura de que eso de quitarse la vida fuese tan buena
idea. Por desgracia, cada vez que intentaba pensar en un futuro posible, se senta dbil, paralizada, como
si todos los caminos que se le ofrecan estuviesen cerrados por muros altsimos, imposibles de escalar.
Se oblig a dar unos cuantos pasos por la terraza para echar aunque ms no fuera un vistazo al
precipicio. Sin embargo, las piernas no parecan obedecerla porque la llevaron a recorrer todo el largo de
la terraza sin acercarse del lado del precipicio.
Media hora ms tarde, regres a la puerta del monte Estrella, despus de haber recorrido cuatro veces
toda la longitud de la terraza sin el coraje de acercarse siquiera al precipicio que haba en el otro extremo.
Lo mximo que se atrevi a hacer fue acercarse a la abrupta cada situada al final de la terraza, desde
donde despegaban las papelonaves. Se trataba de una cada de apenas treinta metros, por una de las caras
menos escarpadas de la montaa que no llegaba al glaciar. Pese a ello, tampoco se haba atrevido a
acercarse ms que a varios metros del borde.
Lirael se pregunt cmo haran las papelonaves para lanzarse desde all. Nunca las haba visto
despegar ni aterrizar y durante un buen rato estuvo imaginando cmo sera. Evidentemente, se deslizaran
por el hielo y, en un punto determinado, se lanzaran hacia el cielo, pero dnde sera exactamente?
Necesitaran realizar una larga carrera, como los pelcanos azules del ro Renegado, o se elevaban raudas
como halcones?
Estas preguntas no hacan sino aumentar la curiosidad de Lirael por saber cmo funcionaban realmente
las papelonaves. Consideraba la posibilidad de observar ms de cerca una de las que descansaban en el
hangar cuando advirti que la motita negra que acababa de ver en lo alto del cielo no era producto de su
imaginacin ni una nubecilla que presagiara tormenta. Era una verdadera papelonave aprestndose a
aterrizar.
Al mismo tiempo oy el rugido profundo de la puerta del monte Estrella que comenzaba a abrirse. Se
volvi a mirar hacia la puerta y luego otra vez para ver la papelonave, sacudiendo la cabeza con desesperacin. Qu iba a hacer?
Poda cruzar la terraza a la carrera y lanzarse al precipicio, pero la idea ya no la seduca. Haba
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LIRAEL
superado el momento de ms negra desesperacin, al menos temporalmente.

Tambin poda retirarse a un lado de la terraza y ver cmo aterrizaba la papelonave, pero se arriesgaba
a recibir una severa reprimenda de ta Kirrith, por no mencionar los meses de trabajo extra en la cocina
que podan caerle. O cualquier otro castigo desconocido todava peor.
Otra posibilidad que le quedaba era esconderse y mirar. Al fin y al cabo, lo que quera era ver aterrizar
una papelonave.
Todas estas alternativas pasaron veloces por su mente y slo tard un instante en decidirse por la
ltima. Lirael corri hacia un montculo de nieve, se sent encima y empez a enterrarse como pudo. Al
cabo de poco, quedaron borrados los indicios de su presencia, salvo el camino de huellas que recorran la
nieve hasta su escondite.
Lirael visualiz la carta del Gremio, busc en su eterno fluir y sac las tres marcas que precisaba. Una
tras otra adquirieron brillo en su mente hasta llenarla por completo e impedirle pensar en otra cosa. Las
dibuj en la boca y luego las sopl en direccin a las huellas que haba en la nieve.
El hechizo parti de la muchacha en forma de bola de aliento helado que fue creciendo hasta alcanzar
el ancho de un brazo. Ech a rodar por el sendero borrando las huellas de Lirael. Concluida su misin, la
bola se dej arrastrar por el viento, y el aliento y las marcas del Gremio se esfumaron.
Lirael levant la vista con la esperanza de que quien viajara en la papelonave no hubiese notado la
extraa nubecita. La aeronave estaba ms cerca, la sombra de sus alas se proyect sobre la terraza cuando
vol una vez ms en crculo perdiendo altura en cada pasada.
Lirael entrecerr los ojos; lo vea todo ms oscuro a causa de los anteojos y la nieve le cubra casi toda
la cara. No alcanzaba a distinguir bien quin viajaba en la papelonave. El color de sta no era como el de
las clarvis sino rojo y dorado, los colores de la Casa Real. Sera un mensajero? Exista una comunicacin
fluida entre el rey de Belisaere y las clarvis; con frecuencia, Lirael haba visto mensajeros en el refectorio
inferior. Aunque habitualmente no llegaban en papelonave.
Unas notas silbadas, cargadas de fuerza, llegaron hasta Lirael. Durante un instante sinti nuseas y
tuvo la sensacin de que tambin estaba volando y que deba ponerse a favor del viento. Entonces vio
aproximarse otra vez la papelonave y virar en direccin al viento para terminar recorriendo la terraza y
detenerse envuelta en una nube de nieve, muy cerca del escondite de Lirael, tan cerca que la muchacha
temi lo peor.
Dos personas bajaron de la cabina de mando con movimientos cansados y estiraron brazos y piernas.
Iban envueltos en tantas pieles que Lirael no logr saber si eran hombres o mujeres. Por el tipo de ropa no
eran clarvis, eso estaba claro. Una llevaba un abrigo de marta negro y plateado; la otra, uno de una piel
color rojizo que Lirael no reconoci. Y los anteojos tenan lentes azules en vez de verdes.
La del abrigo rojizo busc en el interior de la cabina de mando y sac dos espadas. Lirael pens que l
-estaba casi segura de que era un hombre- entregara la otra, pero se at las dos al ancho cinturn de
cuero, una a cada costado.
Lirael lleg a la conclusin de que la otra persona, la del abrigo negro y plateado, era una mujer. Se lo
indicaba la forma en que se sacuda los guantes y apoyaba la palma de la mano en el morro de la
papelonave, como una madre que comprueba si su hijo tiene fiebre tocndole la frente.
La mujer busc entonces en la cabina de mando y sac una bandolera de cuero. Lirael alarg el cuello
para ver mejor e hizo caso omiso de la nieve que se le meta por el cuello. Al reconocer lo que haba en
los morrales de la bandolera, solt un grito ahogado que estuvo a punto de delatarla. Siete morrales, el
ms pequeo tena el tamao de un pastillero, y el ms grande meda como la mano de Lirael. Por cada
morral asomaba un mango de caoba. Los mangos de las campanas, las campanas cuyos badajos eran
silenciados por el cuero. Fuera quien fuese aquella mujer, llevaba las siete campanas de los nigromantes.
La mujer se cruz la bandolera sobre el pecho y sac la espada. Era ms larga que la utilizada por las
clarvis. Y ms antigua. Desde su escondite Lirael not la fuerza que despeda. Era la magia del Gremio
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LIRAEL
que irradiaban la espada y esas dos personas.

Y las campanas, advirti Lirael, porque gracias a ellas la muchacha supo quin era aquella persona. La
nigromancia era magia libre, y estaba prohibida en el reino, igual que las campanas utilizadas por los
nigromantes. Exceptuando las empleadas por una sola mujer. La encargada de deshacer las maldades
pergeadas por los nigromantes. La mujer que enviaba a los muertos al descanso definitivo. La mujer que
reuna en su persona la magia libre y la del Gremio.
Lirael se ech a temblar, y no era por el fro, cuando se dio cuenta de que se encontraba a escasos
metros de la Abhorsen. Haca aos, la legendaria Sabriel haba rescatado al prncipe Piedra de Toque,
convertido en piedra, y los dos juntos haban derrotado a Kerrigor, criatura perteneciente a los muertos
mayores, que haba estado a punto de destruir el reino. Y se haba casado con el prncipe cuando ste se
convirti en rey y juntos haban...
Lirael volvi a mirar al hombre y se fij en las espadas y en la forma en que se pona cerca de Sabriel.
Cuando se dio cuenta de que deba de ser el rey casi le da un desmayo. El rey Piedra de Toque y la
Abhorsen Sabriel estaban all, delante de ella! Y los tena tan cerca que poda incluso dirigirles la
palabras... si fuera lo bastante valiente.
No lo era. Se hundi ms en la nieve sin importarle el fro y la humedad y esper a ver qu ocurra.
Lirael desconoca las reglas del protocolo, no saba si tena que hacer una reverencia ni cmo dirigirse al
Rey y a la Abhorsen. Y lo peor de todo, no saba cmo explicar su presencia en ese lugar.
Una vez terminaron de equiparse, Sabriel y Piedra de Toque se acercaron y hablaron en voz baja, sus
caras casi se rozaban. Lirael aguz el odo, pero no oa nada. El viento se llevaba sus palabras en
direccin contraria. Sin embargo, estaba claro que esperaban algo... o a alguien.
No tuvieron que aguardar mucho. Lirael volvi despacio la cabeza hacia la puerta del monte Estrella
procurando no mover la nieve apretada a su alrededor. Un reducido grupo de clarvis sala por la puerta y
cruzaba la terraza a toda prisa. Estaba claro que venan directamente de la ceremonia del despertar,
porque casi todas se haban puesto la capa o el abrigo encima de las tnicas blancas, y casi todas lucan
todava las diademas.
Lirael reconoci a las dos que abran la comitiva, las gemelas Sanar y Ryelle, impecable paradigma de
la clarvi perfecta. Su visin era tan fuerte que casi siempre estaban en la guardia de los nueve das, de
manera que Lirael se cruzaba con ellas muy de vez en cuando. Las dos eran altas e increblemente
hermosas; el sol reflejado en sus rubias cabelleras arrancaba destellos ms brillantes que las diademas.
Las seguan otras cinco clarvis. Lirael las conoca vagamente y, si la apuraban, hasta poda recordar
cmo se llamaban y qu relacin de parentesco las una a ella. Como mnimo eran primas terceras, pero
saba que todas estaban dotadas de un fuerte sentido de la visin. Si todava no formaban parte de la
guardia de los nueve das, tal vez maana pasaran a engrosar sus filas, o tal vez ya lo haban hecho la
semana anterior.
En pocas palabras, eran siete de las clarvis ms importantes del glaciar. Todas ellas ocupaban cargos
corrientes, adems de encargarse de su trabajo visionario. La pequea Jasell, por ejemplo, que cerraba la
fila, era la administradora jefa, responsable de las finanzas internas de las clarvis y de su banco central.
Adems, eran las ltimas personas con las que Lirael deseaba encontrarse en un lugar donde le era
vedado estar.
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LIRAEL
4
Un destello en la nieve
Mientras Sanar y Ryelle dirigan del cortejo, Lirael pens que las vera hacer lo que se supona que
marcaba el protocolo cuando ests ante el rey y su reina, que a su ttulo de soberana sumaba el honor de
ser la Abhorsen.
Sin embargo, Sabriel y Piedra de Toque no esperaron a ser recibidos segn las normas protocolarias.
Salieron al encuentro de Sanar y Ryelle y, tras haberse calzado los anteojos en la frente y quitado las
bufandas, las abrazaron y las besaron en ambas mejilla. Una vez ms, Lirael se inclin hacia adelante para
escuchar mejor lo que decan. El viento segua soplando en direccin contraria, pero haba amainado un
poco, de manera que le llegaba parte de la conversacin.
-Dichosos los ojos que os ven, primas -dijeron Sabriel y Piedra de Toque con una sonrisa.
Ahora que al fin les vea las caras, a Lirael le pareci que estaban muy cansados.
-Os vimos anoche -dijo Sanar, o tal vez fuera Ryelle, Lirael no estaba segura-. Pero tuvimos que
adivinar la hora por el sol. Espero que no os hayamos hecho esperar mucho.
-Apenas unos minutos -coment Piedra de Toque-. Lo suficiente para estirar las piernas.
-Sigue sin gustarle mucho esto de volar -dijo Sabriel sonriendo a su marido-. No confa en el piloto.
Piedra de Toque se encogi de hombros, lanz una carcajada y respondi:
-Con la prctica vas mejorando.
Lirael tuvo la impresin de que no se refera nicamente a pilotar papelonaves. Era como si entre
Piedra de Toque y Sabriel hubiese una especie de lazo secreto. Compartan algo invisible, algo que
contribua a que los ojos de Sabriel estuvieran siempre risueos.
-En la visin que tuvimos no os quedabais -continu Sanar-. Supongo que no nos equivocamos,
verdad?
-En efecto -contest Sabriel y sus ojos se ensombrecieron de repente-. Hay problemas en el Oeste y no
podemos entretenernos. Slo lo suficiente para recibir vuestro consejo. Si es que tenis alguno que
darnos.
-Otra vez el Oeste? -pregunt Sanar dirigiendo una mirada preocupada a Ryelle, al tiempo que las
clarvis que iban detrs de ella daban muestras de inquietud-. No llegamos a ver todo el Oeste. Hay algn
poder que slo nos permite brevsimos atisbos. Sin embargo, sabemos que ser del Oeste de donde
partirn los problemas. De modo que muchos futuros muestran fragmentos de esos problemas, pero no los
suficientes para lograr una interpretacin til.
-Tambin hay muchos problemas en el presente -dijo el rey con un suspiro-. En los ltimos diez aos
he levantado seis pilares del Gremio alrededor de Borde y el lago Rojo. Slo quedan dos en pie, y ya no
dispongo de tiempo para reparar los otros. Iremos hacia all ahora e intentaremos poner fin al problema
actual, sea cual fuere, pero no abrigo demasiadas esperanzas de que lo consigamos. Sobre todo si es lo
bastante fuerte para sustraerse a la visin de las clarvis.
-No siempre es la fuerza la que oscurece nuestra visin -observ una de las clarvis, la mayor de las all
presentes-. Ni siquiera el mal. Hay poderes sutiles que desvan nuestra visin por motivos que slo
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LIRAEL
podemos adivinar; por otra parte, no olvidemos el hecho de que vemos demasiados futuros, durante
espacios brevsimos. Tal vez, lo que nos enceguece cerca del lago Rojo no sea ms que eso.
-Si lo es, entonces tambin rompe los pilares de piedra con la sangre de los magos del Gremio -dijo
Piedra de Toque-. Y atrae a los muertos y a la magia libre como nada en el mundo. En todo el reino, la
regin del lago Rojo y de las estribaciones del monte Abed es la que ms se resiste a nuestro gobierno.
Hace catorce aos Sabriel y yo prometimos reconstruir los pilares rotos y volver a fundar las aldeas para
que la gente pudiera continuar con sus vidas y sus oficios, sin temor a los muertos y a la magia libre. Lo
hemos conseguido desde el Muro hasta el desierto del Norte. Pero no conseguimos derrotar a lo que fuere
que se nos opone en el Oeste. Dejando de lado el propio pueblo de Borde, esa parte del Oeste continua
siendo el pramo en que Kerrigor la convirti hace doscientos aos.
-Las obligaciones del reino te dejan exhausto -dijo de repente la clarvi anciana y tanto Piedra de Toque
como Sabriel asintieron.
Sin embargo, mantenan las espaldas erguidas y, pese a que reconocan su cansancio, no daban seales
de rechazar la carga.
-No tenemos descanso -le coment Piedra de Toque-. Siempre surgen problemas, algn peligro que
slo el rey o la Abhorsen pueden resolver. A Sabriel le toca la peor parte, porque todava quedan muchos
muertos en el extranjero, y demasiados imbciles dispuestos a abrirle ms puertas a la muerte.
-Como el que est sembrando la confusin cerca de Borde -dijo Sabriel-. Al menos eso dicen los
mensajes. Una nigromante o hechicera de la magia libre, una que lleva una mscara de bronce. Porque se
trata de una mujer, segn nos informan, y en compaa de vivos y muertos arrasan las haciendas y granjas
desde Borde hacia el Este, y llegan incluso hasta el pueblo del Roble. Sin embargo, no hemos tenido
noticias vuestras. Seguramente lo habris visto, no?
-Rara vez vemos nada cerca del lago Rojo -contest Ryelle frunciendo el ceo con preocupacin-.
Aunque normalmente no tenemos problemas en las zonas ms alejadas de ese punto. En este caso,
lamento no haberte advertido de lo ocurrido, pero no puedo ofrecerte gua alguna para lo que vendr.
-Una compaa de la guardia parti a caballo desde Qyrre -dijo Piedra de Toque-. Tardarn al menos
tres das en llegar. Nosotros tenemos pensado estar en el pueblo del Roble por la maana.
-Con suerte, el cielo estar despejado -aadi Sabriel-. Si los informes son ciertos, esta nigromante
tiene bajo su control a muchos braceros muertos. Tal vez los suficientes para atacar un pueblo al abrigo de
la noche o en un da muy nublado.
-Creo que si fuera a producirse un ataque al pueblo del Roble, lo veramos, vamos, estoy casi segura dijo Ryelle-. Y no hemos visto nada.
-Es un alivio -dijo Piedra de Toque, aunque Lirael not que no las crea del todo.
Ella misma estaba asombrada, porque nunca haba odo comentar que el don de la visin pudiera
quedar bloqueado, ni que hubiese algn lugar que las clarvis no pudiesen ver. Exceptuando el otro lado
del Muro que rodeaba Ancelstierre, claro est, pero eso era distinto. En Ancelstierre no funcionaba
ningn tipo de magia, ni menos cuando te ibas muy al sur del Muro. Eso contaban las leyendas. Lirael no
conoca a nadie que hubiese estado en Ancelstierre, aunque se rumoreaba que Sabriel se haba criado all.
El viento comenz a soplar con ms fuerza mientras Lirael reflexionaba sobre lo que acababa de or,
de manera que se perdi parte del dilogo siguiente. Sin embargo, vio que las clarvis hacan una
reverencia y que Sabriel y Piedra de Toque les indicaban que se levantaran.
-No os pongis formales conmigo! -exclam Piedra de Toque-. Es imposible que lo veis todo, del
mismo modo que es imposible que nosotros lo abarquemos todo. De algn modo, hasta ahora nos hemos
arreglado y seguiremos hacindolo.
-Seguiremos hacindolo es el lema de este ao y de los precedentes -dijo Sabriel con un suspiro-.
Por cierto, ms nos vale que giremos la papelonave y volvamos a emprender vuelo. Quiero pasar por la
Casa Real de camino al pueblo del Roble.
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LIRAEL
-Para pedirle consejo a...? -inquiri Ryelle. Y el resto de su pregunta no lleg a odos de Lirael porque
una rfaga de viento se la llev lejos. La muchacha se inclin un poco ms procurando no mover la nieve
que le cubra el gorro.
Sabriel le contest algo, pero Lirael slo consigui enterarse de las ltimas palabras.
-... sigue durmiendo gran parte del ao gracias a Ratina... Se perdi las frases siguientes cuando todos
se arremolinaron alrededor de la papelonave y la giraron en sentido contrario. Lirael se estir lo ms
posible haciendo que la nieve cayera de su cara. La enfureca verlos y or palabras sueltas sin poder
entender el sentido general. Por un momento se sinti tentada de lanzar un encantamiento para mejorar su
sentido del odo. Haba visto referencias a este tipo de hechizos, pero no conoca las seales necesarias.
Adems, Sabriel y los dems advertiran casi con toda certeza la presencia de magia del Gremio. El viento
amain de pronto y Lirael volvi a or con claridad. -Siguen en la escuela, en Ancelstierre -deca Sabriel
respondiendo a una pregunta que le haba formulado Sanar-. Vendrn para las vacaciones. Dentro de
tres..., no, de cuatro semanas. Si logramos salir con bien de esta emergencia, es posible que lleguemos a
tiempo al Muro para recibirlos. Habamos planeado pasar unas semanas juntos en Belisaere. Aunque me
temo que se produzcan nuevos contratiempos que reclamen la presencia de al menos uno de nosotros y
entonces tendrn que regresar.
A Lirael le pareci que deca estas ltimas palabras con tristeza. Piedra de Toque debi de pensar lo
mismo, porque la tom de la mano para infundirle nimos.
-Al menos all estn a salvo -le dijo, y Sabriel asinti dejando entrever una vez ms el cansancio.
-Los hemos visto cruzar el Muro, aunque puede tratarse de la prxima vez, o de la siguiente -afirm
Ryelle-. Ellimere se parece... se parecer mucho a ti, Sabriel.
-Por suerte -observ Piedra de Toque echndose a rer-. Aunque a m se parece en otras cosas.
Lirael se dio cuenta de que hablaban de sus hijos. Saba que tenan dos. Una princesa ms o menos de
su misma edad y un prncipe algo menor, aunque no saba exactamente cuntos aos le llevaba. Se notaba
que Sabriel y Piedra de Toque se preocupaban mucho por ellos y que los echaban de menos. Eso la hizo
pensar en sus padres, que no se preocuparon demasiado por ella. Record otra vez el tacto fresco y suave
de aquella mano. No obstante, su madre la haba abandonado y a lo mejor su padre ni siquiera se haba
enterado de su nacimiento.
-Ser reina -dijo un voz muy gruesa que sac a Lirael de sus pensamientos-. No ser reina. Puede que
sea reina.
Era una de las otras clarvis, una anciana que hablaba con la voz de la profeca y vea algo muy distinto
del montn de hielo donde haba clavado la vista. Lanz un grito ahogado y dio un traspi tendiendo las
manos para amortiguar la cada.
Piedra de Toque reaccion de inmediato, la cogi antes de que tocara el suelo y volvi a ponerla en
pie. La mujer se balance algo insegura, la mirada enloquecida y soadora.
-Un futuro lejano -dijo con una voz a la que le faltaba el extrao timbre de la profeca-. Un futuro en el
que tu hija Ellimere era mayor que t ahora y reinaba como reina. Pero tambin vi muchos otros futuros
posibles, uno al lado del otro, en los que no hay ms que humo y cenizas y el mundo es pasto de las
llamas y la destruccin.
Un escalofro recorri a Lirael de pies a cabeza al or lo que la anciana clarvi predeca. Haba tanta
conviccin en su voz, que Lirael lleg incluso a ver las ruinas desoladas. Pero cmo poda el mundo ser
pasto de las llamas y la destruccin?
-Futuros posibles -intervino Sanar, aparentando calma-. Muchas veces recibimos atisbos de futuros que
jams sern. Esa es parte de la carga que supone tener el sentido de la visin.
-Pues entonces me alegro de no estar dotado de l -dijo Piedra de Toque, mientras dejaba que Sanar y
Ryelle se ocuparan de la temblorosa clarvi. Levant la vista hacia el sol y luego mir a Sabriel que le hizo
un gesto afirmativo con la cabeza-. Cunto lo siento, hemos de partir aprovechando el viento.
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LIRAEL
Sabriel y l sonrieron al percatarse de la rima espontnea; volvieron la cabeza para no delatarse y

desde su escondite, Lirael fue la nica que los vio. Piedra de Toque se quit las espadas y las guard en la
cabina de mando e hizo otro tanto con la de Sabriel. La Abhorsen se quit la bandolera con las campanas
y la deposit con suavidad, tratando de no agitarlas. Lirael se pregunt por qu se habran molestado en
sacarlas, si iban a quedarse tan poco tiempo. Cay entonces en la cuenta de que vivan tan inmersos en el
peligro que para ellos era como un acto reflejo tener las armas a mano. Igual que los guardias de los
mercaderes que haba visto esa maana en el refectorio. Saber que la Abhorsen y el rey no se fiaban de la
proteccin de las clarvis oblig a Lirael a pensar que ella tambin estaba desarmada. Qu iba a hacer si
llegaban a atacarla cuando todos se hubiesen marchado? No estaba segura de que su llave abriese desde
fuera la portezuela. Al subir, ni siquiera haba pensado en ese detalle.
Lirael apart la vista de la papelonave y se dej invadir por el pnico cuando imagin que pasaba la
noche ah fuera y una garra monstruosa la arrastraba por la nieve. La perspectiva de una muerte no deseada no la seduca nada. En ese instante, un movimiento brusco capt su atencin. Sabriel, ya instalada
en la papelonave, estaba sealando. Sealaba directamente hacia el escondite de Lirael en la nieve!
-Ser mejor que investiguis qu es ese destello verde -sugiri Sabriel. Sus palabras se oyeron bien
ntidas por primera vez-. Creo que lo que hay sepultado debajo es inofensivo, pero nunca se sabe. Adis,
primas de las clarvis. Espero que volvamos a vernos pronto y que podamos quedarnos un poco ms.
-Y nosotras esperamos ser de ms ayuda -dijo Sanar mirando hacia donde Sabriel le indicaba-. Y que
veamos con ms claridad, tanto en el Oeste como debajo de nuestras propias narices.
-Adis -se despidi Piedra de Toque agitando la mano desde la parte posterior de la papelonave.
Sabriel silb una nota pura cargada de magia. El silbido se elev en el viento hacindolo rolar y bajar
para que levantara la papelonave y la deslizara por la terraza. Sabriel y Piedra de Toque saludaron con la
mano; la nave roja y dorada sali despedida al final de la terraza, y se perdi de vista.
Lirael contuvo el aliento y luego inspir aliviada al comprobar que la papelonave surcaba el cielo.
Volando en crculos se fue elevando ms y mas, luego vir al Sur y sigui viaje a toda velocidad, cuando
Sabriel invit al viento a que soplara por la cola.
Lirael se qued mirando un segundo y luego trat de hundirse ms en la nieve. A lo mejor la tomaban
por una nutria de los hielos. Sin embargo, aunque desapareciera en el montn de nieve, saba que de nada
iba a servirle. Las siete clarvis avanzaban hacia su escondite con cara de pocos amigos.
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LIRAEL
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Una oportunidad inesperada
Lirael no supo muy bien cmo consiguieron regresar tan deprisa al hangar de las papelonaves. Saba
que la haban aferrado ms manos de las que correspondan a siete personas y que la hicieron recorrer la
nieve a empellones, con lo que el trayecto le result ms incmodo que si la hubiesen dejado caminar
sola. Durante unos instantes crey que estaban muy, pero que muy enfadadas con ella. Se dio cuenta
entonces de que en realidad tenan fro y queran meterse dentro de una vez por todas.
Una vez en el interior del hangar, qued claro que aunque las clarvis no estaban realmente furiosas,
tampoco se las vea encantadas de la vida. Le arrancaron el gorro, los anteojos y la bufanda sin
miramientos, tirndole del pelo si haca falta, y entonces se encontr con siete caras moradas de fro que
la miraban desde arriba.
-La hija de Arielle -dijo Sanar, como quien nombra una planta o una flor entresacada de una relacin-.
Lirael. No figura en la lista de turnos de la guardia. Por tanto, todava carece del don de la visin. Es as?
-Pu... pues... s -tartamude Lirael.
Nadie la haba mirado nunca con tanta fijeza; adems, siempre que poda, trataba de no hablar con
nadie, sobre todo con las clarvis hechas y derechas. Las clarvis importantes la ponan nerviosa incluso
cuando no haba hecho nada de lo que avergonzarse. Y ah delante tena a siete de ellas dedicndole toda
su atencin. Dese que la tierra se la tragara para reaparecer luego en su cuarto.
-Por qu te escondas ah fuera? -pregunt la clarvi anciana. Lirael record de pronto que se llamaba
Mirelle-. Por qu no ests en la ceremonia del despertar?
Su voz no tena ni una pizca de calidez, era fra y autoritaria. Lirael record algo tarde que aquella
anciana de cabellos grises y cara coricea era, adems, la comandante de las tropas de asalto de las
clarvis, encargadas de cazar y patrullar por los montes Estrella y Ocaso, el glaciar y el valle del ro. Se
encargaban de todo, desde viajeros perdidos hasta bandidos de pocas luces y fieras acechantes. Era mejor
no meterse con ellas.
Mirelle le repiti la pregunta; Lirael no atinaba a contestarle. Los ojos se le llenaron de lgrimas, pero
consigui que no rodaran por sus mejillas. Cuando crey que Mirelle estaba a punto de emprenderla a
sacudones con ella para arrancarle la respuesta y frenar las lgrimas, dijo lo primero que le vino a la
cabeza.
-Es mi cumpleaos. Hoy cumplo catorce aos.
No supo por qu extraa razn aquello era justamente lo que deba decir. Todas las clarvis se relajaron
y Mirelle dej de aferrarla por los hombros. Lirael dio un respingo. La anciana la haba apretado con
fuerza suficiente para dejarle morados.
-De manera que has cumplido catorce aos -dijo Sanar, mucho ms amable que Mirelle-. Y ests
preocupada porque la visin no ha despertado en ti?
Lirael asinti sin atreverse a hablar.
-A algunas nos llega tarde -prosigui Sanar mirndola con ojos clidos y comprensivos-. Ten en cuenta
que cuanto ms tarda, ms fuerte despierta. A Ryelle y a m no nos lleg hasta los diecisis. No te lo
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LIRAEL
haba dicho nadie?

Lirael abri los ojos como platos y por primera vez su mirada se encontr con la de la clarvi. Diecisis
aos! Imposible!
-No puede ser. -La sorpresa y el asombro se le notaban en la voz-. A los diecisis?
-S -dijo Ryelle sonriendo y prosiguiendo la conversacin donde Sanar la haba dejado-. A los diecisis
aos y medio, para ser exactas. Pensamos que nunca nos llegara. Pero lleg. Imagino que no podas
soportar el tener que asistir a otra ceremonia del despertar. Por eso subiste hasta aqu, verdad?
-S -contest Lirael esbozando una tmida sonrisa.
Diecisis aos! O sea que todava le quedaban esperanzas. Le entraron ganas de repartir abrazos entre
todas, incluida Mirelle, y de bajar la escalera del monte Estrella a todo correr, gritando de alegra.
De repente, su plan de quitarse la vida le pareci increblemente estpido, y su gestacin, algo del
pasado remoto.
-Gran parte de los problemas que tuvimos entonces se deban a que nos pasbamos todo el tiempo
pensando en que carecamos del don de la visin -coment Sanar, a quien no se le haban escapado las
seales de alivio reflejadas en el rostro de Lirael y en la postura de su cuerpo-, y por eso no formbamos
parte de la guardia y no recibamos adiestramiento en el uso de la visin. Y a nosotras tampoco nos
gustaba hacer turnos extra en la lista de tareas.
-No, la verdad -se apresur a decir Lirael. A quin iba a apetecerle limpiar lavabos o fregar platos
ms de lo necesario?
-No era habitual que se nos asignara un puesto antes de los dieciocho aos -prosigui Ryelle-. Pero lo
pedimos, y la guardia acord que desemperamos un trabajo adecuado. Pasamos a formar parte del
personal de vuelo de las papelonaves y aprendimos a pilotarlas. Ocurri en la poca que precedi el
regreso del rey, cuando todo era mucho ms peligroso e inestable, de manera que volamos con muchas
ms patrullas y llegamos mucho ms lejos que ahora.
A1 cabo de un ao de vuelos, la visin despert en nosotras. Poda haber sido un ao horrible, como
lo haba sido el anterior, en el que esperamos sentadas a que nos viniera el don, pero estbamos
demasiado ocupadas para pensar siquiera en ello. Crees que un trabajo adecuado podra ayudarte a ti
tambin?
-S! -contest Lirael con fervor.
Si le asignaban un trabajo fijo ya no se vera obligada a llevar la tnica infantil, podra vestirse con el
uniforme de las clarvis trabajadoras. Tambin podra alejarse de las nias ms pequeas y de ta Kirrith.
A lo mejor, dependiendo de la tarea que fuese, incluso caba la posibilidad de que la eximieran de
participar en las ceremonias del despertar.
-La cuestin es, qu trabajo se ajustara ms a ti? -cavil Sanar-. Creo que nunca has aparecido en
nuestras visiones, de manera que por ah no conseguiremos ninguna ayuda. Hay algn destino que te
interese especialmente? Las tropas de asalto? El personal de vuelo de las papelonaves? La oficina de
comercio? El banco? Obras pblicas? La enfermera? La central trmica?
-No tengo ni idea -dijo Lirael, repasando mentalmente la gran variedad de trabajos que hacan las
clarvis, adems de las tareas comunitarias.
-Qu se te da mejor? -pregunt Mirelle. Mir a Lirael de arriba abajo, midindola sin ningn
complejo, para comprobar si poda reclutarla para las tropas de asalto. Levant ligeramente la nariz en el
aire, en clara seal de que el potencial de Lirael no daba para grandes alegras-. Qu tal manejas la
espada y el arco?
-No muy bien -contest Lirael sintindose culpable y pensando en todas las prcticas a las que haba
faltado en los ltimos tiempos para encerrarse en su cuarto a lamerse las heridas-. Lo que mejor se me da,
creo yo, es la magia del Gremio. Y la msica.
-Tal vez las papelonaves seran la solucin -dijo Sanar. Frunci el ceo y mir a sus compaeras-.
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LIRAEL
Aunque me parece a m que todava eres demasiado joven. Las papelonaves pueden llegar a ser una mala
influencia.
Lirael observ de reojo a las papelonaves y no pudo contener un ligero estremecimiento. Le gustaba la
idea de volar, pero las papelonaves le daban un poco de miedo. Resultaba un tanto espeluznante que
estuviesen vivas y tuvieran su propia personalidad. Qu pasara si se vea obligada a hablar todo el
tiempo con una de ellas? Si ya le gustaba poco hablar con la gente, con las papelonaves, mucho menos
an. Tras sopesar ese detalle, Lirael dedujo cul sera el trabajo en el que tendra menos contacto con la
gente y dijo:
-Me gustara trabajar en la biblioteca.
-La biblioteca -repiti Sanar, un tanto contrariada-. Huy! Puede ser peligrosa para una chica de
catorce aos. Y bien mirado, tambin para una mujer de cuarenta.
-Slo en parte -adujo Ryelle-. Slo los niveles antiguos.
-No se puede trabajar en la biblioteca sin haber pasado por los niveles antiguos -coment Mirelle con
tono sombro-. Al menos una temporada. A m no me hara ninguna gracia recorrer ciertas zonas de la
biblioteca.
Lirael las escuchaba preguntndose por lo que estaran hablando. La Gran Biblioteca de las clarvis era
un lugar inmenso, pero nunca haba odo mencionar los niveles antiguos.
Conoca muy bien el plano general del edificio de la biblioteca. Tena forma de concha de nautilo, un
tnel continuo que descenda en una espiral cada vez ms cerrada hasta el corazn de la montaa. Esa
espiral principal era una rampa sinuosa muy larga que conduca desde las cimas ms altas de la montaa
hasta ms abajo del suelo del valle, a varios cientos de metros de profundidad.
De la espiral principal partan incontables corredores, habitaciones, vestbulos y extraas salas.
Muchas de ellas albergaban los registros escritos de las clarvis, en su mayora documentos con las
profecas y visiones de generaciones de videntes. Aunque tambin archivaban libros y documentos de
todos los rincones del reino. Libros de magia y misterio, sabiduras antiguas y modernas. Pergaminos,
mapas, hechizos, pcimas, inventarios, historias, cuentos reales y sabe el Gremio qu ms.
Adems de todas esas obras escritas, la Gran Biblioteca albergaba otras cosas. En ella haba antiguos
arsenales con armas y armaduras que llevaban siglos sin utilizarse, pero que conservaban el mismo brillo
y el mismo olor que si fueran nuevas. Haba salas llenas de extrasimos objetos que nadie saba cmo
utilizar. En algunas salas haba maniques completamente ataviados con las prendas que llevaban las
clarvis de antao y con los trajes ms diversos de los brbaros del Norte. Haba invernaderos atendidos
por los enviados, alumbrados con marcas del Gremio que lucan como soles. Haba habitaciones
completamente oscuras, que se tragaban la luz y a los incautos que osaban entrar en ellas sin preparacin
alguna.
Lirael haba visto algunas zonas de la biblioteca en compaa de sus compaeras de curso, durante
visitas cuidadosamente guiadas. Siempre haba anhelado trasponer aquellas misteriosas puertas, pasar
detrs de los rojos cordones que, a manera de barreras, impedan adentrarse en los corredores o tneles
donde slo se permita el paso a las bibliotecarias autorizadas.
-Por qu quieres trabajar all? -pregunt Sanar.
-Po... porque es interesante -tartamude Lirael, sin saber a ciencia cierta cmo deba contestar.
No quera reconocer que la biblioteca sera el mejor sitio donde ocultarse de las dems clarvis. Y en lo
ms recndito de su cabeza, no olvidaba que en la biblioteca podra encontrar un hechizo para poner fin a
su vida. Pero no para utilizarlo ahora, claro, porque saba que algn da recibira el don de la visin. Sino
para ms tarde, si los aos iban pasando sin que el don llegase, viendo crecer en su interior la ms negra
de las desesperaciones, como le haba ocurrido esa maana.
-Es interesante -repiti Sanar-. Aunque debes tener presente que la biblioteca encierra cosas peligrosas,
conocimientos nocivos. No te inquieta?
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LIRAEL
-No lo s -contest Lirael con toda franqueza-. Depende de qu se tratara. Pero me gustara mucho
trabajar all. -Tras una pausa, aadi en voz muy baja-: Quiero estar ocupada en algo, como dijiste, y
olvidarme de que no tengo la visin.
Las clarvis se apartaron de Lirael y formaron un corro apretado del que la muchacha qued excluida y
se pusieron todas a cuchichear. Lirael las observaba con creciente inquietud, consciente de que en su vida
estaba a punto de ocurrir algo trascendental. El da haba sido horrible, pero ahora volva a abrigar
esperanzas.
Las clarvis hicieron silencio. Lirael las mir a travs de la abundante cabellera, contenta de que le
cubriera la cara. No quera que notasen las ganas inmensas que tena de que la dejaran trabajar.
-Como hoy es tu cumpleaos -dijo Sanar-, y dado que consideramos que es lo mejor, hemos decidido
que, tal como pides, te pondremos a trabajar en la biblioteca. Maana por la maana, te presentars ante
Vancelle, la bibliotecaria jefa. Si ella no te considera inadecuada por algn motivo, pasars a
desempearte como auxiliar tercera de la bibliotecaria.
-Gracias! -exclam Lirael. La voz le sali como un ronquido, de manera que tuvo que repetir-:
Gracias.
-Una cosa ms -le dijo Sanar acercndose tanto que Lirael tuvo que levantar la vista para mirarla a los
ojos-. Hoy has odo conversaciones de las que no deberas haberte enterado. Es ms, has presenciado una
visita que nunca se produjo. La estabilidad de un reino es algo frgil, Lirael, algo que se pierde con
facilidad. En otros lugares, en otras circunstancias, Sabriel y Piedra de Toque no hablaran con tanta franqueza.
-No dir nada a nadie -prometi Lirael-. En realidad, hablo muy poco.
-No lo recordars -dijo Ryelle, que ya se haba situado detrs de la muchacha para realizar el
encantamiento que llevaba preparado en el hueco de la mano.
Antes de que Lirael pudiese pensar siquiera en contestarle, una cadena de brillantes marcas del Gremio
cay sobre su cabeza y se ci a su frente.
-Al menos hasta que no sea preciso que recuerdes -continu Ryelle-. Recordars todo lo que has hecho
hoy menos la visita de Sabriel y Piedra de Toque. Ese recuerdo quedar borrado y ser reemplazado por
el de un paseo en la terraza y un encuentro casual con nosotras. Como te vimos preocupada, conversamos
sobre la posibilidad de un trabajo y sobre cundo llega el don de la visin. As es como has conseguido el
nuevo puesto, Lirael. As lo recordars y de ningn otro modo.
-S. En la biblioteca -contest Lirael cuyas palabras se fueron desprendiendo de sus labios con mucha
lentitud, tanta que pareca borracha o muy, muy cansada-. Maana me presentar ante Vancelle.
- 33 -
LIRAEL
6
Auxiliar tercera de la bibliotecaria
La bibliotecaria jefa dispona de un amplio despacho revestido de roble, un escritorio muy largo
cubierto de libros, papeles y una gran bandeja de bronce con el desayuno de esa maana a medio
terminar. Sobre el escritorio haba tambin una larga espada desenvainada, con la hoja de plata y la
empuadura muy cerca de la mano de la bibliotecaria.
Lirael se plant delante del escritorio e inclin la cabeza mientras Vancelle lea la nota de Sanar y
Ryelle que le acababa de entregar la muchacha.
-Y bien -dijo la bibliotecaria, y su profunda voz de mando hizo que Lirael diera un brinco-. As que
quieres ser bibliotecaria?
-S...s -tartamude Lirael.
-Y das la talla? -pregunt la bibliotecaria.
Acarici la empuadura de la espada; por un instante, Lirael pens que Vancelle iba a empuarla y a
dar unos estoques al aire para comprobar si se asustaba.
Lo cierto era que Lirael ya estaba asustada. La bibliotecaria le daba miedo aunque no llevara espada.
Su rostro no dejaba entrever sentimiento alguno, y se mova economizando al mximo las fuerzas, como
si en el momento menos pensado fuera a estallar en una reaccin violenta.
-Das la talla? -pregunt la bibliotecaria.
-Pues... no... no lo s -susurr Lirael.
La bibliotecaria abandon su lado del escritorio con tanta rapidez que Lirael no supo bien si haba
pestaeado y se haba perdido el momento en que ocurri.
Aunque Vancelle era apenas ms alta que Lirael, daba la impresin de erguirse encima de ella con toda
su imponencia. Tena los ojos azules y brillantes y su pelo suave y reluciente era del color grisceo
habitual, como la ceniza ms fina que queda al enfriarse los leos del hogar. Llevaba los dedos llenos de
anillos y en la mueca izquierda luca una pulsera de plata con siete esmeraldas y nueve rubes
engarzados. Era imposible adivinar su edad.
Lirael tembl cuando la bibliotecaria le toc la marca del Gremio que llevaba en la frente. La not
brillar y sinti la piel ardiendo, luego vio su luz reflejarse en los anillos y la pulsera.
La bibliotecaria permaneci impasible cuando toc la marca del Gremio de Lirael. Apart la mano y
volvi a ocupar su sitio detrs del escritorio. Una vez ms, acarici la empuadura de la espada.
-Nunca hemos aceptado a una bibliotecaria que no hubiese aparecido como tal en nuestras visiones dijo, inclinando la cabeza, como quien est a punto de colgar un cuadro y no acaba de decidirse dnde-.
Aunque lo cierto es que t no has aparecido en las visiones de nadie, verdad?
A Lirael se le sec la boca. Incapaz de hablar, asinti con la cabeza. Not que la oportunidad que
acababan de darle se le escapaba de las manos. El perdn, la oportunidad de trabajar, de ser alguien...
-De manera que eres un misterio -prosigui la bibliotecaria-. Pero no hay mejor lugar para el misterio
que la Gran Biblioteca de las clarvis, y es mejor ser bibliotecaria que parte de la coleccin.
De entrada, Lirael no la entendi. Luego, la esperanza volvi a renacer en ella y, tras recuperar el
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LIRAEL
dominio de su voz, pregunt:

-Quieres decir que... que doy la talla?
-S -contest Vancelle, la bibliotecaria jefa de la Gran Biblioteca de las clarvis-. Das la talla y puedes
empezar ahora mismo. La bibliotecaria auxiliar Ness te dir lo que tienes que hacer.
Lirael se march envuelta en una nube de felicidad. Haba sobrevivido a la dura prueba. La haban
aceptado. Sera bibliotecaria!
La bibliotecaria auxiliar Ness se limit a recibir a Lirael con desdn y a remitirla a la bibliotecaria
auxiliar primera Roslin, que le dio un beso distrado en la mejilla y la mand a ver a la bibliotecaria
auxiliar segunda Imshi, de apenas veinte aos, a la que acababan de ascender, por lo que haba dejado de
llevar el chaleco de seda amarillo para lucir el rojo que corresponda a su nueva jerarqua.
Imshi se llev a Lirael al vestidor, una habitacin inmensa, llena de equipos, armas y objetos varios
utilizados por las bibliotecarias, desde cuerdas para escalar a bicheros. E incontables decenas de chalecos
de la biblioteca, de distintas tallas y colores.
-Las auxiliares terceras llevan el amarillo, las segundas, el rojo, las primeras, el azul, la suplente, el
blanco y la jefa, el negro -le explic Imshi mientras ayudaba a Lirael a ponerse el chaleco amarillo
nuevecito encima de la ropa de trabajo-. Pesa ms de lo que parece, verdad? Se debe a que est
confeccionado con lona forrada de seda. As dura ms. Este silbato va prendido a la solapa, aqu, de
manera que inclinando la cabeza puedas soplar por l, aunque te sujeten los brazos. Usars el silbato slo
si de verdad precisas ayuda. Si oyes que alguien lo ha utilizado, corre hacia el sonido y haz lo que est en
tu mano para ayudar.
Lirael cogi el silbato, un simple tubito de bronce y lo prendi con las presillas de la solapa destinadas
a tal fin. Tal como Imshi le haba explicado, para soplar por l no tena ms que inclinar la cabeza. Pero
a qu se referira Imshi? Qu era lo que poda sujetarla de los brazos?
-Claro que el silbato slo sirve si alguien lo oye -continu Imshi, entregndole a Lirael algo que, a
primera vista, tena aspecto de pelota plateada. Mediante seas le indic que lo guardara en el bolsillo
superior izquierdo de su nuevo chaleco-. Para eso tienes el ratn. Es automtico slo en parte, de manera
que debers acordarte de darle cuerda una vez al mes, y el hechizo debe renovarse todos los aos durante
el solsticio de verano.
Lirael ech un vistazo al pequeo objeto de plata. Era un ratn con patitas mecnicas, dos rubes
brillantsimos hacan de ojos y llevaba una llavecita en el lomo. Not el calorcillo producido por el
hechizo del Gremio que yaca en estado latente en su interior. Dedujo que el encantamiento se encargara
de activar el mecanismo automtico en el momento adecuado y enviarlo donde hiciera falta.
-Qu es lo que hace? -pregunt Lirael sorprendiendo un poco a Imshi.
La muchacha no haba abierto la boca desde que las haban presentado y se haba quedado all
plantificada, con el pelo tapndole la cara. Imshi ya la haba catalogado como una de las contrataciones
excntricas de la jefa, pero a lo mejor todava quedaban esperanzas. Lo cierto es que a la muchacha se la
notaba interesada.
-Consigue ayuda -contest Imshi-. Si ests en los niveles antiguos o en algn lugar donde te parezca
que nadie oir el silbato, echa el ratn al suelo y pronuncia o dibuja la marca activadora, que ahora mismo
te enseo. Cuando est activado, correr al saln de lectura y dar la alarma.
Lirael asinti y se apart el pelo de la cara para examinar el ratn ms de cerca, le pas el dedo por el
lomo plateado. Cuando Imshi se puso a hojear un ndice de marcas del Gremio, Lirael sacudi la cabeza y
guard el ratn en el bolsillo correspondiente.
- 35 -
LIRAEL
-Ya conozco la seal, gracias -dijo en voz baja-. La vi en el hechizo.

-Ah, s? -dijo Imshi, otra vez sorprendida-. Debes de ser buena. Yo apenas consigo encender una vela
o calentarme las manos cuando estoy ah fuera, en el glaciar.
Amiga -pens Lirael-, pero t tienes el don de la visin. Ya eres una clarvi.
-De todos modos, tienes el silbato y el ratn -dijo Imshi siguiendo con su trabajo-. Aqu tienes el
cinturn y la funda, y ahora ver cul de las dagas es la ms afilada. Ay! Con sta te valdr, creo yo.
Ahora debemos registrar el nmero en el libro y tienes que firmar por el material que acabo de entregarte.
Lirael se abroch el ancho cinturn de cuero y se at la funda a la cadera y el muslo. La daga que iba
dentro meda como su antebrazo y tena la hoja delgada y muy afilada. Era de acero con un bao de plata
y la hoja estaba cubierta de marcas del Gremio. La muchacha les pas el dedo suavemente para
comprobar cmo reaccionaban. Se calentaron al contacto de su dedo y Lirael las identific como las
seales para romper y desenmaraar, muy tiles contra las criaturas de la magia libre. Las haban puesto
all haca unos veinte aos, en sustitucin de las antiguas, que se haban gastado. Las actuales duraran
otros diez aos, pues al colocarlas no las haban dotado de grandes poderes ni habilidades. Lirael pens
que ella lo hara mejor, pese a no ser especialmente experta en realizar encantamientos sobre objetos no
animados.
La muchacha apart la vista de la daga y comprob que Imshi la esperaba expectante, con la pluma en
la mano, inclinada sobre el voluminoso libro diario encuadernado en cuero, atado con una cadena al
escritorio de la entrada del vestidor.
-El nmero -dijo Imshi-. Est en la hoja.
-Ah -dijo Lirael.
Coloc la hoja de lado hasta que las marcas del Gremio desaparecieron y vio el metal desnudo y la
letra y el nmero grabados por medios convencionales.
-L2711 -dijo Lirael y luego enfund la daga.
Imshi anot el nmero, moj la pluma en la tinta y se la pas a Lirael para que firmase.
En el diario, entre las lneas trazadas con tinta roja, constaban el nombre de Lirael, la fecha, su cargo
de bibliotecaria auxiliar tercera y una lista de todos los objetos que le haban entregado, claramente
asentados por Imshi. Lirael ley la lista pero no firm.
-Aqu pone una llave -dijo cautelosamente levantando la pluma para que la gota de tinta que
amenazaba con formarse no cayera sobre el papel.
-Ay, es verdad, la llave! -exclam Imshi-. La apunt pero luego se me ha olvidado!
Se fue hasta uno de los armarios de la pared, lo abri y hurg en su interior. Finalmente, sac una
ancha pulsera de plata con esmeraldas engarzadas, idntica a la que ella llevaba en la mueca. La abri y
se la coloc a Lirael en la mueca derecha.
-Tendrs que ver a la jefa para que despierte el hechizo que lleva dentro -le explic Imshi, y le indic a
Lirael cmo dos de las siete esmeraldas de su propia pulsera se llenaban de brillantes marcas del Gremio-.
Abrir entonces las puertas adecuadas en funcin de tu trabajo y tu cargo.
-Gracias -dijo Lirael lacnicamente.
Notaba el hechizo en la plata, las marcas del Gremio se ocultaban en las profundidades del metal a la
espera de fluir hacia el interior de las esmeraldas. Adivin que, en realidad, haba siete hechizos, uno por
cada esmeralda. Aunque ignoraba cmo sacarlos a la superficie y hacer que funcionaran. Ese tipo de
magia escapaba a sus conocimientos.
Diez minutos ms tarde, cuando Vancelle la tom de la mueca y lanz un encantamiento que no era
hablado ni ofreca otras marcas identificables, ni llevaba firma ni dibujo, tampoco logr salir de su ignorancia. Fuera lo que fuese, el encantamiento ilumin una sola esmeralda dejando las seis restantes en la
oscuridad. Eso, dijo Vancelle, bastaba para abrir las puertas ms corrientes, ms que suficiente para una
bibliotecaria auxiliar tercera.
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LIRAEL
Lirael tard tres meses en deducir cmo despertar los cuatro siguientes hechizos de su pulsera; los
correspondientes a la sexta y sptima esmeraldas se le resistieron y continuaron sumidos en el misterio.
Sin embargo, se cuid mucho de no despertar los hechizos adicionales de golpe, pues precis de un mes
ms para crear la ilusin de la pulsera tal como se supona que deba ser, para lucirla encima de la
verdadera y ocultar el brillo de las esmeraldas que, en realidad, no deban estar iluminadas. Fue por pura
curiosidad como se puso a elaborar los encantamientos de las llaves. Cuando se puso a investigar, no tena
intencin de activarlos, slo la impulsaba el afn averiguar su funcionamiento, no era ms que un mero
ejercicio intelectual. Sin embargo, eran tantas las puertas, las trampillas, los portales, las rejas y los
candados y tan interesantes, que le result imposible no preguntarse qu haba detrs. Una vez que los
hechizos de la pulsera quedaban activados, le result muy difcil no pensar en utilizarlos.
Su trabajo diario contribuy a hacerla caer en la tentacin. Gran parte de las tareas manuales recaan en
los enviados del Gremio que se ocupaban del transporte de materiales entre el saln de lectura principal y
los estudios de los eruditos, pero las comprobaciones, los registros y la catalogacin corran por cuenta de
personas como ella. En general, las bibliotecarias principiantes. Haba, adems, artculos muy especiales
o peligrosos que haba que ir a buscar en persona, muchas veces en grupos de bibliotecarias armadas. A
Lirael nunca le tocaba formar parte de estas estimulantes expediciones a los niveles antiguos. Ni le iba a
tocar hasta tanto no consiguiera el chaleco rojo de las auxiliares segundas, para lo cual deban pasar al
menos tres aos.
En el desempeo de sus atribuciones normales, recorra a menudo pasillos de aspecto interesante,
vetados a la entrada por la habitual cuerda roja, o puertas que la atraan, casi como si estuviesen
dicindole: Cmo puedes pasar delante de m todos los das sin sentir deseos de trasponerme?.
Toda entrada de aspecto vagamente interesante estaba cerrada sin excepcin y en ella no servan ni el
encantamiento de la llave original ni la nica esmeralda reluciente de la pulsera de Lirael.
Salvo la prohibicin de acceder a las zonas interesantes, la Gran Biblioteca responda a casi todas las
esperanzas de Lirael. Le asignaron un pequeo estudio propio. En l apenas haba espacio para estirar los
brazos y slo contena un estrecho escritorio, una silla y varios estantes. Pero era un refugio, un lugar
donde poda estar sola, al abrigo de las intromisiones de ta Kirrith. Estaba pensado para la concentracin
y el estudio, en el caso de Lirael, de libros de formacin para bibliotecarios principiantes: Las normas del
bibliotecario, Bibliografa esencial y El gran libro amarillo: encantamientos sencillos para auxiliares terceras.
Haba tardado un mes en aprender cuanto precisaba de esos volmenes.
De manera que, con gran disimulo, se dedic a tomar en prstamo cuantos libros caan en sus manos,
como El libro negro de la bibliomancia, que una bibliotecaria suplente olvid incluir en una lista de
devoluciones. Y dedic mucho tiempo a analizar los encantamientos de su pulsera, abrindose camino
poquito a poco a travs de las complejas cadenas de seales del Gremio hasta dar con los smbolos
activadores.
Al principio, a Lirael la haba guiado la curiosidad y la satisfaccin que le produca descifrar la magia
que, por su edad, no le corresponda conocer. Con el tiempo, comenz a darse cuenta de que disfrutaba
aprendiendo magia del Gremio por puro gusto. Y cuando estudiaba las seales y las combinaba para
formar hechizos, se olvidaba de sus problemas y del hecho de que no dispona an del don de la visin.
Aprender a ser una verdadera maga del Gremio tambin la mantena ocupada cuando las dems
bibliotecarias o sus compaeras de la Residencia de Jvenes se dedicaban a las actividades de tipo social.
Al principio, las dems bibliotecarias, en especial, la decena larga de auxiliares terceras, haban tratado
de mostrarse amables con ella. Pero todas eran mayores que Lirael y posean el don de la visin. Por
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LIRAEL
tanto, la muchacha crea no tener nada de qu hablar con ellas, por eso no abra la boca y procuraba
ocultarse detrs del mechn de cabello. Al cabo de un tiempo, dejaron de invitarla a que se sentara con
ellas durante el almuerzo, a las partidas vespertinas de tabore y a las reuniones nocturnas en las que se
dedicaban a criticar a sus mayores mientras tomaban una copa de vino dulce.
De manera que Lirael volvi a encontrarse sola pese a estar rodeada de gente. Se repeta para sus
adentros que lo prefera de ese modo, aunque le resultaba imposible negar la punzada de dolor que senta
en el corazn cuando vea pasar grupos risueos de jvenes clarvis y comprobaba con qu facilidad
conversaban y disfrutaban de la amistad.
Lo pasaba peor todava cuando mandaban llamar a grupos enteros para que se unieran a la guardia de
los nueve das, algo que comenz a ocurrir cada vez con mayor frecuencia durante los primeros meses de
trabajo de Lirael. La muchacha estaba de pronto en el saln de lectura, apilando libros, o escribiendo en
uno de los registros, cuando apareca una mensajera de la guardia con las fichas de marfil con las que se
convocaba a su receptor a acudir al observatorio. En algunas ocasiones, decenas de clarvis que en ese
momento se encontraban en el saln de lectura abovedado reciban una ficha. Sonrean, soltaban alguna
palabrota, hacan muecas o la aceptaban con estoicismo. Segua entonces una actividad frentica, todas
interrumpan su trabajo, echaban la silla hacia atrs, guardaban libros y papeles bajo llave en los cajones
de sus escritorios o los devolvan a los estantes y luego sorteaban las mesas antes de salir en tropel por las
puertas.
Al principio, Lirael se sorprendi de que convocasen a tantas, y se sorprendi an ms al ver que
algunas de ellas regresaban al cabo de horas o de pocos das, en lugar de los nueve acostumbrados que
daban nombre a la guardia. Pens que se deba a alguna peculiaridad de las bibliotecarias y que por eso
convocaban a tantas de golpe, aunque no para todo el perodo; la cuestin era que no le apeteca preguntar
a nadie para salir de dudas, de manera que tard un tiempo en conocer el verdadero motivo, cuando oy
por casualidad a dos auxiliares segundas que cuchicheaban en la sala de encuadernacin.
-Me parece bien que llamen a noventa y ocho. Pero de ah a convocar a ciento noventa y seis e ir
aumentando el nmero hasta llegar a las setecientas ochenta y cuatro de ayer es el colmo de la ridiculez dijo una de las auxiliares segundas-. Lo cierto es que en el observatorio cabamos todas. Pero ahora se
habla de que llamarn a mil quinientas sesenta y ocho! O sea casi todas, creo yo. Adems, no parece que
engrosar la guardia contribuya a mejorar ms las cosas que las habituales cuarenta y nueve. Yo no le veo
ninguna diferencia, la verdad.
-A m no me importa especialmente -contest la otra auxiliar segunda mientras encolaba
cuidadosamente la cubierta rota de un libro-. Cambiar de tercio viene bien, adems, cuando la guardia es
tan nutrida, la cosa acaba antes. Pero es un aburrimiento cuando tenemos que tratar de concentrarnos
hacia donde no vemos nada. Me pregunto por qu las altas instancias no reconocen que nadie es capaz de
ver nada alrededor de este estpido lago y sanseacab.
-Porque no es tan sencillo -la interrumpi una suplente de voz adusta echndoseles encima como un
enorme gato blanco sobre dos ratones regordetes-. Todos los futuros posibles estn conectados. El hecho
de no ver dnde comienzan los futuros constituye un problema importante. Deberais saberlo, y tambin
deberais saber que no se habla de lo que ocurre en la guardia!
Pronunci la ltima frase al mismo tiempo que echaba una mirada colrica a su alrededor. Pese a que
Lirael estaba medio oculta detrs de una enorme prensa, not que iba especialmente dirigida a ella. Al fin
y al cabo, todas las dems personas presentes en la sala eran clarvis hechas y derechas, y reunan todas las
condiciones para formar parte de la guardia de los nueve das.
Las mejillas se le enrojecieron de vergenza e incomodidad mientras reuna todas sus fuerzas para
girar las manivelas de bronce del tornillo con que se apretaba la prensa. Poco a poco, a su alrededor, la
conversacin prosigui su curso, pero ella no prest atencin y se concentr en la tarea que tena entre
manos.
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LIRAEL
Fue entonces cuando decidi despertar la magia latente en su pulsera y utilizar el encantamiento que
haba ideado para ocultar el brillo de las otras esmeraldas.
El hecho de que no pudiera formar parte de la guardia en el observatorio no le impeda explorar la
biblioteca.
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LIRAEL
7
Ms all de la puerta
del soy y la luna
Pese a haber despertado los encantamientos adicionales de su pulsera, a Lirael le resultaba difcil
explorar las zonas que antes le haban estado vedadas. Siempre haba demasiado trabajo o demasiadas
bibliotecarias pululando por ah. Despus de los primeros dos intentos en los que, con el corazn en la
boca, haba estado a punto de realizar un descubrimiento delante de puertas prohibidas, Lirael decidi
posponer su investigacin hasta el momento en que hubiese menos gente o pudiera escaparse con
facilidad del trabajo.
La primera oportunidad verdadera se le present casi cinco meses despus de haberse puesto el
chaleco amarillo de auxiliar tercera. Estaba en el saln de lectura, clasificando los libros que seran
devueltos por los enviados que formaban un corro a su alrededor, y de cuyas siluetas envueltas en la
oscuridad slo se vean las manos fantasmales, producto de la magia del Gremio. Se trataba de enviados
bastante sencillos, sin funciones superiores, que adoraban su trabajo. A Lirael tambin le caan bien,
porque con ellos no tena necesidad de hablar y porque no le hacan preguntas. La muchacha se limitaba a
entregar los libros adecuados al enviado que corresponda y ste se los llevaba para su zona donde los
colocaba en el anaquel asignado.
Lirael reconoca sin ningn esfuerzo a los enviados, habilidad muy valiosa puesto que los signos
bordados en sus cogullas solan quedar oscurecidos por el polvo o estaban tan descosidos que no haba
manera de descifrarlos. No tenan nombres oficiales, slo respondan a la descripcin de sus
responsabilidades. Aunque la mayora dispona de motes, como Pequeo, encargado de Cuentos de
Viajes, A-D, o Adoqun, que se ocupaba de la coleccin de geologa.
Lirael le estaba entregando a Pequeo un volumen especialmente grande, pesado y difcil de manejar,
encuadernado en cuero que llevaba repujado un camello de tres gibas, cuando lleg la mensajera de la
guardia. Lirael no le prest mucha atencin, porque saba que a ella no le iba a tocar ninguna ficha de
marfil. Despus advirti que la mensajera se detena delante de todos los escritorios y hablaba con todas,
y oy elevarse a sus espaldas el murmullo de las conversaciones. Con disimulo, Lirael se meti el pelo
detrs de las orejas y escuch con atencin. Al comienzo, el murmullo resultaba poco claro, pero a
medida que la mensajera se fue aproximando, Lirael capt las palabras mil quinientas sesenta y ocho y
se dio cuenta de que las repeta sin cesar.
Por un momento se sinti perpleja; acto seguido, cay en la cuenta de que deba de tratarse de lo que
las auxiliares segundas haban comentado. La convocatoria de mil quinientas sesenta y ocho clarvis a la
guardia, una concentracin del don de la visin sin precedentes.
Aquello exigira que marcharan casi todas las bibliotecarias en funciones, segn calcul Lirael, con lo
que ella gozara de una oportunidad de oro para emprender su excursin secreta. Fue la primera vez que
Lirael contemplaba a la mensajera repartir las fichas y en lugar de rendirse al desnimo y a la
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LIRAEL
autocompasin, como sola hacer, se sinti embargada por el entusiasmo. En ese momento deseaba que
convocaran a la guardia a absolutamente todas y cada una de sus compaeras. Procurando disimular su
alegra, Lirael se aventur a salir de detrs del escritorio para comprobar si la mensajera se haba olvidado
de alguien. Pues no, de ninguna. A Lirael le result extraamente difcil respirar mientras esperaba que
alguien se acordara de decirle lo que deba hacer... o no hacer. Ninguna de las bibliotecarias con las que
sola trabajar estaba all. Imshi brillaba por su ausencia. Lirael supuso que la mensajera se la habra
topado por el camino y haba aprovechado para entregarle una ficha.
Dese con todas sus fuerzas que se marcharan todas y se puso a clasificar los libros con concentrada
ferocidad, como si no le importara cuanto ocurra a su alrededor. Los enviados se mostraron encantados y
se movan ms deprisa; apenas uno acababa de recoger su pila de libros, el siguiente pasaba a ocupar el
primer lugar de la fila.
Finalmente, el ltimo chaleco reluciente brill en el hueco de la puerta y se perdi de vista. Ms de
cincuenta bibliotecarias despachadas en menos de cinco minutos. Lirael sonri y, al depositar el ltimo
libro con un golpe seco, decepcion al enviado que esperaba una pila entera.
Tras dejar diez minutos de margen, por si haba alguna rezagada, baj por la espiral principal. Ms o
menos a medio kilmetro de la superficie, en lo profundo de los niveles antiguos, se top con una puerta
que le inspiraba especial curiosidad y que quera investigar primero. La superficie de madera, que luca
un emblema con un sol radiante asomando entre las nubes, era bastante corriente, salvo por ese detalle. Se
trataba de un disco dorado del que partan los rayos de arriba a abajo. (Como era de esperar, una cuerda
roja, fijada a ambos extremos con sellos de cera en los que resaltaba el smbolo del libro y la espada de la
bibliotecaria jefa, impeda el paso.
Haca ya bastante tiempo que Lirael haba logrado averiguar cmo poner fin a aquel fastidio. Sac del
bolsillo del chaleco un trocito de alambre con dos mangos de madera y lo sostuvo cerca de la boca. Acto
seguido pronunci tres seas del Gremio, un encantamiento sencillo para calentar metal. Cuando el
alambre estuvo al rojo vivo, seccion rpidamente los sellos y los ocult junto con la cuerda en un
agujero que haba en la pared del corredor, lejos de la luz.
Lleg entonces la prueba definitiva. Lograra su pulsera abrir la puerta o seran necesarios los dos
encantamientos que faltaban y que ella no haba podido descifrar?
Sostuvo la pulsera tal como le haban enseado y la agit delante de la puerta. Las esmeraldas
comenzaron a emitir destellos, pasando a travs del hechizo enmascarador con que las haba cubierto y la
puerta se abri de par en par sin hacer ruido.
Lirael pas y la puerta se cerr despacio. Se vio en un pasillo corto y se sinti momentneamente
desorientada por la brillante luz de su extremo. Era imposible que aquel pasillo llevase al exterior. Se
encontraba en el centro de la montaa, a miles de metros bajo tierra. Pestae varias veces por efecto de
la luz y avanz aferrando la empuadura de la daga con una mano y el ratn mecnico de emergencia con
la otra.
El corredor no conduca al exterior, pero Lirael comprob cmo se haba dejado inducir a error. Se
abra a una amplia cmara, ms grande que el Gran Saln. En el techo altsimo, a decenas de metros del
suelo, las marcas del Gremio brillaban con la intensidad del sol. En el centro de la estancia se alzaba un
frondoso roble, con todo el follaje, como si fuera verano, y sus ramas proyectaban sombra sobre un
estanque sinuoso. La caverna entera estaba llena de flores. Flores rojas. Lirael se inclin y cort una, sin
estar del todo segura de que no se tratase de una ilusin. Pero no, era real. No vio magia alguna, slo el
tallo crujiente entre los dedos. Una margarita roja en plena floracin.
Lirael la oli y estornud cuando el polen se le meti en la nariz. En ese instante not el profundo
silencio reinante. La enorme caverna poda imitar el mundo exterior, pero el aire estaba demasiado en
calma. No soplaba la brisa y no se oa nada. Ni pjaros, ni abejas alegres y ajetreadas entre tanto polen.
Tampoco haba animalitos que se acercaran al estanque a beber. No se vea nada vivo, salvo las flores y el
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LIRAEL
rbol. A diferencia del sol, las luces del techo no despedan calor. En aquel lugar haba la misma
temperatura que en el resto del reino deshabitado de las clarvis, la misma humedad proveniente de la red
de tuberas que conducan el agua calentsima desde los giseres y los vapores acumulados en lo ms
profundo.
Por ms hermosa que le pareciera la caverna, no dejaba de decepcionarla. Lirael se pregunt si aquello
era cuanto iba a descubrir en su primera expedicin. Fue entonces cuando repar en otra puerta, ms bien
una especie de celosa, en el extremo opuesto de la caverna.
Tard diez minutos en llegar a ella, ms de lo que haba calculado. Intent no pisar demasiadas flores
en el trayecto y dio todo un rodeo para no acercarse al estanque ni al rbol. Por si acaso.
La celosa impeda el paso a otro corredor que iba hacia la oscuridad en lugar de hacia la luz. La
celosa, una simple reja metlica, portaba el emblema de una luna plateada en lugar de un sol. Un cuarto
creciente, con las puntas ms aguzadas y largas de lo habitual o de lo que poda considerarse
estticamente agradable.
Lirael mir a travs de la celosa y contempl el pasadizo que haba detrs. Sin saber por qu, le
record el silbato que llevaba en el chaleco y le hizo pensar en cosas que la agarraban de los brazos. De
todas maneras, en ese lugar el silbato iba a servirle de poco, y de inmediato, la muchacha se dio cuenta de
que el ratn le servira todava menos, porque en ese momento, en el saln de lectura no quedaba nadie
que pudiera or su chirrido de alarma.
Dejando de lado los peligros desconocidos, no haba motivos aparentes para no intentar abrir al menos
la celosa. Lirael agit el brazo y las esmeraldas volvieron a resplandecer, sin embargo, la celosa no se
abri. Dej caer la mano, se apart el cabello de los ojos y frunci el ceo. Estaba claro que aquella
celosa slo responda a hechizos superiores. A continuacin oy un clic y la hoja derecha de la celosa se
abri poco a poco, apenas lo suficiente para permitir que Lirael se colara. Para dificultar ms las cosas, la
luna en cuarto creciente asomaba por el espacio abierto y sus puntas quedaban a la altura del cuello y las
ingles de Lirael.
La muchacha mir la estrecha abertura y analiz la situacin. Y si del otro lado la esperaba algo
horrendo? Se repiti que no tena nada que perder. El miedo y la curiosidad pugnaron en su interior
durante un momento. Y gan la curiosidad.
Dejndose llevar por este ltimo impulso, Lirael sac el ratn del bolsillo y lo dej en el suelo, entre
las flores. Si algo llegaba a torcerse al otro lado de la celosa, le quedaba siempre el recurso de gritar la
seal del Gremio que lo activaba y el ratn empleara sus taimados y ratoniles recursos para llegar hasta
el saln de lectura. Aunque fuese demasiado tarde para salvar a Lirael, poda servir de advertencia a las
dems. Segn comentarios de sus superiores y compaeras de trabajo, no era infrecuente que las
bibliotecarias ofrecieran sus vidas en beneficio de todas las clarvis, ya fuese por exceso de trabajo o en el
curso de peligrosas investigaciones o en actos contra peligros desconocidos hasta entonces y descubiertos
en la coleccin de la biblioteca. Lirael consideraba que el principio de sacrificio se adaptaba a ella
perfectamente, porque las dems clarvis posean el don de la visin y por eso deban continuar con vida
mucho ms que ella.
Despus de dejar el ratn en el suelo, Lirael sac la daga y se col por la celosa entreabierta. Apenas
le quedaba espacio para pasar, y las puntas de la luna eran afiladas como cuchillas, pero consigui colarse
sin que su ropa y su persona sufrieran dao alguno. Ni se le ocurri pensar que un hombre o una mujer
completamente desarrollados habran sido incapaces de lograrlo.
El corredor estaba muy oscuro, de modo que Lirael pronunci un sencillo hechizo del Gremio para
producir luz y lo dej fluir en su daga. Levant sta ante ella a manera de linterna, aunque no alumbraba
demasiado. Una de dos, o el hechizo le haba salido algo torcido o haba algo que interfera con l.
Adems de oscuro, era evidente que el corredor no estaba conectado con las tuberas geotrmicas de
las clarvis, porque haca un fro que pelaba. El polvo se levantaba a cada paso y volaba en el aire
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LIRAEL
formando extraos dibujos. La muchacha crey que a lo mejor se trataba de seales del Gremio que ella
desconoca.
Al fondo del corredor se abra una pequea estancia rectangular. Sosteniendo bien alta la daga, Lirael
alcanz a ver sus rincones en sombra plagados de leves marcas del Gremio, marcas tan viejas que casi
haban perdido su luminosidad.
La magia flotaba por la estancia, magia del Gremio antiqusima y extraa que no comprenda y que le
causaba miedo. Las seales eran vestigios de un encantamiento increblemente antiguo, ya senil y roto.
Pese a ello, ahora estaba formado apenas por unos cuantos cientos de marcas inconexas dibujadas en el
polvo.
Sin embargo, de aquel hechizo se conservaba lo suficiente para que Lirael se inquietara an ms.
Flotaban en el aire seales para confeccionar ataduras y prisiones, para levantar protecciones y
advertencias. Pese a estar roto, el hechizo intentaba cumplir con su objetivo.
Peor an, Lirael se dio cuenta de que, no obstante las marcas fueran muy viejas, el encantamiento no
se haba apagado sin ms, tal como haba credo en un principio. Lo haban roto haca poco, algunas
semanas o quiz meses.
En el centro de la estancia haba una mesa baja de piedra negra y lustrosa, una losa que recordaba
vagamente un altar. sta tambin estaba cubierta de restos de algn encantamiento o hechizo poderoso.
Las marcas del Gremio fluan por su tersa superficie, buscando eternamente conectarse con alguna marca
maestra del Gremio que las uniera a todas. Pero la marca maestra ya no estaba all.
La mesa luca siete pequeos plintos, dispuestos en fila. Tallados en una especie de hueso blanco
luminoso, todos estaban vacos menos uno. El tercero por la izquierda tena en lo alto un pequeo modelo
o estatuilla.
Lirael vacil. No lograba descifrar qu era, pero no quera acercarse ms. Y mucho menos sin tener
ms datos sobre los hechizos que se haban roto all.
Se qued donde estaba un rato, observando las marcas y escuchando. Nada cambi, la estancia
continuaba sumida en el silencio. Un paso ms al frente, pens Lirael, no poda suponer una gran
diferencia, le permitira ver lo que haba en el tercer plinto y luego retrocedera.
Se acerc ms y levant la luz.
En cuanto puso el pie en el suelo, se dio cuenta de su error. Not el suelo raro, poco firme. Se abri
una raja tremenda y los dos pies traspasaron el panel de cristal oscuro que haba confundido con la continuacin del suelo.
Lirael se precipit hacia delante, asida firmemente a su daga. Su mano izquierda cay sobre la mesa e
instintivamente aferr la estatuilla. Golpe con las rodillas el borde donde se unan el cristal y la piedra y
un dolor punzante la recorri toda hasta llegarle a la coronilla. El cristal le haba dejado muchos cortes en
los pies y senta un fuerte escozor.
Baj la vista y vio algo peor que vidrios rotos y cortes en los pies, algo que la impuls a moverse al
instante sin reparar en el dao que los fragmentos de cristal podan causarle.
El vidrio era la tapa de una especie de trinchera larga, con forma de atad, que contena algo en su
interior. Algo que al principio pareca una mujer dormida y desnuda. Tras un momento de horror, Lirael
vio que sus antebrazos eran tan largos como sus piernas, curvados hacia atrs y rematados en grandes
garras, como los de las mantis religiosas. La cosa abri los ojos dejando ver el fuego plateado que arda
en su interior, unos ojos brillantes y terribles que Lirael jams haba imaginado.
Lo peor de todo era el hedor que flotaba en el aire. La delatora pestilencia metlica de la magia libre,
que le dej a Lirael un regusto agrio en la boca y la garganta y le revolvi el estmago.
La criatura y Lirael se movieron al mismo tiempo. La muchacha ech a correr hacia el corredor
mientras la cosa tenda sus horripilantes garras para atraparla. No lo consigui, y el monstruo solt un
chillido enfurecido, completamente inhumano, que impuls a Lirael a correr como si en ello le fuera el
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LIRAEL
alma, pese a tener cortes en los pies.

Antes de que el grito se hubiese apagado, Lirael inspir tan hondo a causa del miedo, que a pesar de lo
estrecho de la abertura, logr colarse por la celosa y todava le sobr sitio. Al llegar al otro lado, se
volvi y agit la pulsera gritando:
-Cirrate! Cirrate!
La celosa no se cerr y la criatura apareci de pronto ante ella y col una pierna y uno de sus
asquerosos brazos. Por un instante Lirael crey que el bicho no lograra superar las puntas afiladas de la
luna, pero de repente se adelgaz, se hizo ms largo, su cuerpo era maleable como la arcilla blanda. Sus
ojos plateados echaban chispas, abri la boca dejando ver hileras y ms hileras de dientes blancos y se
lami los labios con una lengua griscea cubierta de rayas amarillas, como una sanguijuela.
Lirael no se detuvo a mirarla. Se olvid del ratn de emergencia. Se olvid de no acercarse al estanque
y el rbol. Corri y corri en lnea recta, pisoteando las flores, haciendo saltar por los aires una nube de
ptalos de margarita.
Y corri y corri pensando que en cualquier momento una garra ganchuda caera sobre ella dejndola
fuera de combate. En el corredor exterior no aminor la marcha y fren justo a tiempo para no acabar
estampada contra la puerta. Agit la pulsera y, en cuanto la puerta se entreabri apenas, se col dejndose
todos los botones del chaleco.
Una vez al otro lado, agit la pulsera otra vez y contempl la abertura con los mismos ojos
desorbitados y enfermos de expectacin del ternerillo que ve acercarse al lobo.
La puerta dej de abrirse y, poco a poco, empez a cerrarse de nuevo. Lirael suspir y cay de rodillas
con la sensacin de que iba a vomitar. Cerr los ojos un instante y oy un golpecito que no se pareca en
nada al que hacan las puertas al cerrarse.
Abri los ojos y por una abertura de apenas un dedo de ancho vio asomar un garfio curvado, largo
como su mano, con aspecto de pertenecer a un insecto. Le sigui otro... y la puerta comenz a
entreabrirse. Lirael acerc la boca al silbato y el eco de su agudo silbido se oy a lo largo de toda la
espiral. Pero no haba nadie que lo oyera, y cuando meti la mano en el bolsillo donde guardaba el ratn,
encontr una extraa estatuilla de piedra suave en lugar del cuerpo plateado y conocido del ratn.
La puerta se agit y la abertura aument, la criatura estaba consiguiendo vencer el hechizo que
intentaba mantenerla cerrada. Lirael clav la vista en ella sin saber qu hacer. Mir nerviosamente a
ambos extremos del corredor, como si por ah fuera a llegar una ayuda inesperada.
No tuvo esa suerte y en lo nico que atin a pensar fue en que deba impedir que aquel engendro
llegase a la espiral principal. Le vinieron a la mente las palabras de las bibliotecarias sobre el sacrificio y
las imgenes de su triste ascenso por la escalera del monte Estrella de haca apenas unos meses. Ahora
que la muerte se converta en algo probable, se dio cuenta de que deseaba fervientemente seguir viva.
Pese a todo, Lirael saba lo que deba hacer. Se concentr y busc la ayuda del Gremio. De all, del
infinito fluir, extrajo todas las seales que conoca para romper y destruir, para quemar y hacer saltar por
los aires, para bloquear, impedir y cerrar. Le inundaron la mente, ms brillantes y cegadoras que cualquier
luz, tan fuertes que apenas lograba dominarlas para tejer con ellas un hechizo. No supo cmo, pero
consigui manejarlas a su antojo y juntarlas en una sola marca maestra, una seal muy poderosa que
nunca antes se haba atrevido a utilizar. Cuando el hechizo estuvo dispuesto, contenido apenas por su voluntad, Lirael tuvo el gesto ms valiente de su vida. Con una mano toc la puerta, con la otra, el garfio de
la criatura y pronunci la sea maestra del Gremio para lanzar el hechizo.
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LIRAEL
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Al pie de la quinta escalera trasera
Al pronunciar el hechizo, un aliento de fuego recorri la garganta de Lirael. De su mano derecha parti
una blanca llamarada que alcanz a la criatura; su izquierda liber una fuerza titnica que cerr la puerta
con estrpito. La muchacha sali despedida hacia atrs, empez a rodar y cay golpeando el suelo de
piedra con la cabeza, sigui un terrible sonido seco y luego todo fue oscuridad.
Cuando volvi en s, Lirael no tena ni idea de dnde se encontraba. Notaba como si le hubiesen
traspasado el crneo con un hierro candente. Adems, notaba la cabeza mojada y la garganta le dola
como si estuviese incubando una gripe monumental. Durante un momento pens que estaba enferma, en
cama, y que pronto vera a ta Kirrith o a una de las otras chicas inclinada sobre ella con una cuchara de
reconstituyente de hierbas. Entonces se dio cuenta de que lo que tena debajo era piedra fra y no un
colchn, y de que estaba completamente vestida.
Con mano vacilante se toc la cabeza y al mirarse los dedos descubri por qu la tena mojada.
Contempl la sangre brillante y se sinti recorrida por un escalofro y una nusea insoportable que parta
de los pies y le suba a la cabeza. Intent pedir ayuda, pero le dola demasiado la garganta. No lograba
articular ms sonido que una especie de zumbido entrecortado.
Record entonces lo que haba intentado hacer y le dio tal ataque de pnico que se olvid de la nusea.
Intent levantar la cabeza, pero le dola muchsimo, opt entonces por volverse de lado para ver la puerta.
Estaba cerrada y no se vea rastro alguno de la criatura. Lirael clav la vista en la puerta hasta que las
vetas de la madera se tornaron borrosas y dud de que estuviese realmente cerrada y de que la criatura
hubiese desaparecido. Cuando tuvo la plena certeza de que estaba cerrada, volvi la cabeza hacia el otro
lado y vomit, la bilis agria le quem todava ms la garganta dolorida.
Despus se qued tumbada, sin moverse, tratando de acompasar la respiracin y de calmar el corazn
desbocado. Tras otro examen cuidadoso comprob que la sangre de la cabeza comenzaba a coagularse, de
modo que dedujo que la herida no sera grave. La garganta le arda cada vez ms, daada por haber
pronunciado una sea del Gremio para la que careca de la fuerza y la experiencia necesarias. Intent
decir unas palabras, no consigui ms que emitir un susurro ronco.
Se mir entonces los pies y comprob que ms que cortes se haba hecho muchos rasguos y que los
zapatos tenan tantos agujeros que haban pasado a ser sandalias. En comparacin con la cabeza, los pies
estaban estupendamente, de modo que intent levantarse.
Tard unos cuantos minutos en conseguirlo pese a que se apoy en la pared. Necesit cinco minutos
ms para agacharse, recoger la daga e introducirla en su funda.
Despus de tanto movimiento, se qued de pie un rato, hasta que se sinti lo bastante firme para
examinar la puerta. Estaba bien cerrada, no se vea ninguna rendija. Lirael not que su hechizo, junto con
el candado mgico, la mantenan cerrada. Nadie podra entrar ni salir sin romper el encantamiento de
Lirael. Incluso la bibliotecaria jefa necesitara de su ayuda para levantar o romper el hechizo.
Al pensar en la jefa, Lirael empez a recoger todos los botones sueltos que logr encontrar y puso otra
vez la cuerda roja y los sellos que atravesaban la puerta, aunque le cost un triunfo lanzar el
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LIRAEL
encantamiento para calentar la cera. Cuando hubo terminado, avanz unos pasos hacia la espiral principal,
pero tuvo que sentarse porque se senta muy dbil y no logr seguir.
Se dej caer y entr en un estado de semiinconsciencia que le impidi pensar en nada, analizar la
situacin. Estuvo sentada durante mucho tiempo, tal vez una hora, al cabo de la cual, surgi en su interior
una especie de resistencia natural que le permiti percatarse del lugar y el estado en que se encontraba.
Ensangrentada, magullada, con el chaleco roto y sin botones, sin el ratn de emergencia. Para todo
aquello necesitaba una explicacin. La prdida del ratn le record la estatuilla. No atinaba a coordinar
los movimientos de las manos, se senta ms torpe que de costumbre, aunque tras insistir un poco,
consigui sacarse del bolsillo la figurita de piedra y colocrsela sobre el regazo.
Se trataba de un perro tallado en un trozo de esteatita gris azulada, agradable al tacto. Tena pinta de
tratarse de un perro bastante fiero, de orejas puntiagudas y hocico afilado. Al mismo tiempo intentaba
disimular una mueca afable y por la comisura de la boca le asomaba la lengua.
-Hola, perrito -susurr Lirael con voz tan dbil y ronca que ni ella misma se oy.
Le gustaban los perros, aunque en las alturas del glaciar no haba ninguno. Las tropas de asalto
disponan de perreras cerca de la gran puerta, donde guardaban sus perros de labor, y en ocasiones los
visitantes llevaban sus perros a las habitaciones de invitados y el refectorio inferior. Lirael siempre
saludaba a los canes que iban de visita, incluso cuando eran enormes perros lobos de pelaje manchado,
con collares de pas. Ellos siempre la aceptaban de buen grado, a veces incluso mejor que sus propios
amos, que se molestaban cuando Lirael hablaba con los chuchos y no con ellos.
Lirael asi con fuerza la estatuilla del perro y se pregunt qu deba hacer. Deba contarle a Imshi o a
alguna bibliotecaria de rango superior lo de la cosa que estaba suelta en la cmara del campo de flores?
Deba reconocer que haba despertado los otros hechizos de las llaves que contena su pulsera?
Sigui all sentada durante un tiempo que pareci un siglo mientras iba dndole vueltas a las ideas y le
rascaba la cabeza al perro como si se tratara de un animal de carne y hueso. Tal vez lo mejor era que
dijese la verdad, concluy, pero entonces, con toda seguridad, perdera su puesto... y la idea de regresar a
las clases de las nias y a la odiada tnica azul le result insoportable. Volvi a jugar con la idea de que la
muerte poda ofrecerle una salida, pero la realidad se impuso y, al recordar que haba estado a punto de
ser despedazada por los garfios de la criatura, el suicidio le pareci menos atractivo que antes.
No, no me voy a quitar la vida, decidi Lirael. Se haba metido en un buen lo y tendra que salir de
l. Averiguara qu era aquella criatura, aprendera cmo derrotarla y se empleara a fondo en
conseguirlo. Hasta que llegara ese momento, aquella cosa no podra escapar, o eso esperaba. Adems,
nadie lograra entrar en la cmara, de manera que no resultara un peligro para las dems bibliotecarias.
Slo le quedaba encontrarle una explicacin al corte de la cabeza, los pies plagados de araazos, el
ratn extraviado, la voz ronca y su aspecto catico. Conseguira solucionarlo todo con un nico y brillante
plan. Pero la muchacha no dispona de ese plan.
-Ya puestos, ser mejor que empiece a caminar, a ver si as se me ocurre algo -le susurr a la estatuilla
del perro.
Notaba un extrao alivio cuando le hablaba al perro y lo tena en la mano. Se fij en la forma en que
estaba sentado, con la cola enrollada alrededor de las patas traseras, la cabeza alta y las patas delanteras
estiradas, como si esperara a su ama.
-Ay, si pudiera tener un perro de verdad -aadi Lirael soltando un gruido, ponindose en pie y
echando a andar despacio hacia el corredor espiralado.
Tras unos cuantos pasos, se detuvo, mir la estatuilla y, de pronto, una idea alocada comenz a tomar
forma. Poda crear un enviado del Gremio en forma de perro, uno bien complejo que ladrara y todo. Slo
necesitaba consultar La creacin de enviados y tal vez Creacin y dominio de seres mgicos. Ambos
volmenes estaban guardados bajo llave, pero Lirael saba dnde encontrarlos. Poda incluso hacer que el
enviado tuviese el mismo aspecto que la preciosa estatuilla del perro.
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LIRAEL
Lirael sonri ante la idea de tener un perro todo para ella. Un verdadero amigo, alguien con quien
pudiera hablar y que no le hiciera preguntas ni le llevara la contraria. Un compaero adorable y carioso.
Se meti la estatuilla en el bolsillo del chaleco y avanz a trompicones.
Tras recorrer cien metros dej de pensar en cmo crear un enviado y empez a preocuparse por cmo
iba a averiguar la naturaleza de la criatura de la sala de las flores. En la biblioteca haba bestiarios, le
constaba, pero dar con ellos y obtenerlos en prstamo sera tarea complicada.
Sigui pensando en ello durante otros cientos de metros hasta que se dio cuenta de que tena un
problema ms urgente. Deba encontrar una explicacin para justificar sus heridas y la prdida del ratn
sin contar demasiadas mentiras. Lirael saba que le deba mucho a la biblioteca y no quera que su relato
fuera un completo embuste. Adems, se consideraba incapaz de mentir, sobre todo si la bibliotecaria jefa
la someta a un interrogatorio despiadado.
Lo ms complicado era justificar la prdida del ratn. Se detuvo en seco para poder pensar con ms
claridad y se sorprendi al comprobar que el cuerpo le exiga descansar. En circunstancias normales, se
pasaba todo el santo da dando vueltas por la biblioteca, subiendo y bajando la espiral y las escaleras,
entrando y saliendo de las salas. En ese momento apenas lograba moverse si no se empleaba a fondo y
pona toda su voluntad.
Para explicar la herida de la cabeza poda decir que se haba cado, pens Lirael mientras se tocaba otra
vez el corte. Ya no le sangraba, pero tena el pelo enredado y lleno de sangre reseca y notaba cmo le iba
aumentando el chichn.
Una cada interminable en la que haba gritado sin parar explicara por qu se haba quedado ronca.
Los botones se le haban saltado tambin durante la cada y cuando por fin dej de caer, descubri que el
ratn ya no estaba en su bolsillo.
Por una escalera, decidi Lirael. Una cada por una escalera lo explicara todo. Especialmente si
alguien la encontraba al pie de esa escalera, entonces no tendra que dar muchas ms explicaciones.
Al cabo de nada se le ocurri que la quinta escalera trasera que una la espiral principal y la Residencia
de Jvenes era el sitio ms adecuado para sufrir un accidente. De camino poda incluso coger un vaso de
agua de la fuente monumento en memoria de Zally. Lgicamente, tenan prohibido llevarse los vasos,
pero sera una ventaja adicional. Dara a ellas, especialmente a ta Kirrith, un motivo para regaarle y as,
nadie reparara en otras faltas ms graves. Y el vaso roto explicara por qu tena los pies llenos de
rasguos.
Slo le restaba llegar hasta all sin ser vista. Si haba que guiarse por las ltimas y nutridsimas
guardias, la de las mil quinientas sesenta y ocho estara a punto de terminar. Haba una relacin clara
entre el nmero de componentes de una determinada guardia y su duracin. La normal, formada por
cuarenta y nueve clarvis, duraba nueve das, de ah su nombre. Pero cuando participaba ms gente, las
clarvis regresaban mucho antes. En la guardia ms reciente, las clarvis se haban ausentado menos de un
da.
Cuanto ms se acercaba a la Residencia de Jvenes, mayor era el peligro de cruzarse con las pequeas,
que no formaban parte de la guardia. Lirael decidi que si se encontraba con alguien, se dejara caer,
fingira haberse desmayado y cruzara los dedos para no despertar demasiado la curiosidad de nadie.
No se top con nadie hasta abandonar la espiral, recogi el vaso de agua en la fuente de Zally, cruz
las puertas de piedra permanentemente abiertas del rellano de la quinta biblioteca y lleg a la quinta
escalera trasera. Era una estrecha escalera de caracol, no muy utilizada, pues slo comunicaba la
biblioteca con el lado occidental de la Residencia de Jvenes.
Lirael subi los primeros escalones con paso cansado y lleg hasta donde la escalera comenzaba a
girar hacia adentro. All tir el vaso y dio un respingo cuando se rompi. A continuacin tuvo que decidir
dnde echarse para que pareciera que haba dado un traspi de verdad. Se mare y tuvo que sentarse.
Cuando se vio sentada, consider bastante lgico apoyar la cabeza en el escaln de arriba protegindose
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LIRAEL
con el brazo.
Saba que deba colocarse artsticamente en el rellano de abajo para dar la impresin de que haba sido
vctima de una aparatosa cada, pero todo le resultaba muy difcil, la fuerza que la haba impulsado hasta
ese momento se haba esfumado. No lograba ponerse en pie. Le resultaba ms fcil rendirse al sueo, el
hermoso sueo donde los problemas no la atormentaran...
Lirael se despert al or que una voz la llamaba con insistencia y unos dedos le tocaban el cuello para
tomarle el pulso. En esta ocasin volvi en s bastante deprisa, con una mueca al notar otra vez el dolor.
-Lirael! Puedes hablar?
-S -susurr la muchacha, la voz muy dbil, extraamente ronca.
Estaba desorientada. Lo ltimo que recordaba era que se haba tumbado en los escalones y ahora
estaba tendida en el suelo. Descubri que se encontraba en el rellano y que daba la impresin de haber
sufrido una cada mucho ms convincente que la que ella haba programado. Al perder el conocimiento
deba de haber cado escaleras abajo.
Una bibliotecaria auxiliar primera, identificada por su chaleco azul, se inclinaba sobre ella y la miraba
fijamente. Lirael parpade y se pregunt por qu aquella mujer tan rara le agitaba la mano delante de los
ojos. Al final, no era una mujer rara. Se trataba de Amerane, con quien haba trabajado varios das en el
curso del ltimo mes.
-Qu ha pasado? -pregunt Amerane, con tono preocupado-. Te notas algo roto?
-Me he dado un golpe en la cabeza -musit Lirael llenndosele los ojos de lgrimas. Hasta ese
momento haba contenido el llanto, pero ahora no poda parar de llorar, el cuerpo se le estremeca todo
por ms que se esforzara en evitarlo.
-Te notas algo roto? -repiti Amerane-. Te duele algo ms aparte de la cabeza?
-N... no -solloz Lirael-. No me he roto nada.
Amerane no pareca fiarse de lo que Lirael le deca, porque le iba palpando los brazos y las piernas y le
presionaba las manos y los pies. Y como Lirael no grit y Amerane tampoco not crujidos raros de los
huesos ni chichones anormales, la ayud a levantarse.
-Venga -le dijo, amable-. Te llevar a la enfermera.
-Gracias -murmur Lirael al tiempo que rodeaba con el brazo los hombros de Amerane y apoyaba en
ella casi todo el peso.
Meti la otra mano en el bolsillo y aferr con fuerza el perrito de piedra buscando consuelo en la
suavidad de su tacto, mientras Amerane la llevaba a la enfermera.
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LIRAEL
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Criaturas de Nagg
Al principio, Lirael crey que en la enfermera le daran el alta al cabo de un da. Pero haban pasado
ya tres desde su cada y apenas atinaba a hablar, estaba completamente exhausta y sin ganas de levantarse.
Pese a que el dolor de cabeza y de garganta fue remitiendo, el miedo fue en aumento y le rest energas.
El miedo al monstruo de ojos plateados y garras ganchudas que imaginaba esperndola en medio de las
margaritas rojas. El miedo a que se enteraran de sus faltas y le quitaran el puesto en la biblioteca. El
miedo al miedo mismo, un crculo vicioso que la dejaba sin fuerzas y llenaba de pesadillas sus escasas
horas de sueo.
La maana del cuarto da, la curandera jefa rechin los dientes y frunci el ceo al comprobar que la
paciente no mejoraba. Convoc a otra curandera para que examinara a Lirael, que se dejaba hacer
pacientemente. Las dos mujeres decidieron en voz alta, para que Lirael se enterara, que no tendran ms
remedio que pedirle a Filris que bajara de su cuarto de los sueos.
Lirael se revolvi nerviosa al or el diagnstico. Filris era la enfermera y la clarvi viva ms anciana.
Desde que Lirael haba nacido, Filris se haba pasado casi todo el tiempo en su cuarto de los sueos y,
probablemente, trabajando en la enfermera, aunque Lirael nunca la haba visto en ninguna de las dos
ocasiones en que las enfermedades de la infancia la haban llevado a buscar ayuda mdica.
Jams haba visto a ninguna de las clarvis realmente viejas, las que alcanzaban la edad necesaria para
retirarse a un cuarto de los sueos propio. Deban recogerse en esas habitaciones porque con la edad, el
don de la visin se haca cada vez ms difcil y enviaba infinidad de imgenes en fragmentos cada vez
ms pequeos, imposibles de controlar, ni siquiera concentrando los poderes del hielo y de la guardia de
los nueve das. No era infrecuente que algunas de las clarvis ms ancianas percibieran nicamente estos
futuros fragmentados y fuesen incapaces de mantener el nexo con el presente.
Sin embargo, cuando Filris lleg una hora ms tarde, lo hizo sola y estaba claro que no necesitaba
ayuda alguna para moverse en el mundo corriente. Lirael la observ llena de desconfianza: ante ella vio
una mujer bajita y menuda, de cabello blanco como la nieve de las cumbres del monte Estrella, la piel
apergaminada de su rostro permita adivinar una delicada maraa de venas que se confundan con las
arrugas propias de la edad avanzada.
Examin a Lirael de pies a cabeza, sin abrir la boca, mientras sus manos enjutas le iban indicando que
se moviera como ella quera. Al final, se entretuvo un buen rato revisndole la garganta, mientras una
suave luz producto de la magia del Gremio flotaba a escasos centmetros de la boca abierta de Lirael.
Cuando Filris dio por concluida la revisin, mand a la curandera que se marchara y se sent junto a la
cama de la muchacha. El silencio las envolvi a ambas; en la sala no haba nadie ms. Las otras siete
camas estaban vacas.
Al cabo de un rato, Lirael hizo un ruido que no llegaba a parecerse ni a un sollozo ni a un carraspeo. Se
apart el pelo de la cara y su mirada se encontr con los ojos azules de Filris.
-As que t eres Lirael -dijo Filris-. La curandera me dice que te caste por las escaleras. Pero a m me
parece que lo que te hiciste en la garganta no fue gritando. Para ser sincera, me sorprende que sigas viva.
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LIRAEL
No conozco a ninguna clarvi de tu edad, y a muy pocas mayores que t, capaces de pronunciar semejante
marca sin ser consumidas por ella.
-Qu? -solt Lirael con voz ronca-. Cmo lo sabes?
-Por experiencia -contest Filris secamente-. Llevo ms de un siglo trabajando en esta enfermera. No
eres la primera clarvi a la que veo padecer los efectos producidos tras emplear magia que les viene
grande. Siento curiosidad por saber cmo te hiciste estas otras heridas al mismo tiempo, sobre todo
porque los restos que te extrajeron de los pies son cristal puro, y est claro que no pertenecen a los vasos
de la fuente de Zally.
Lirael trag saliva y no dijo palabra. El silencio volvi a instalarse entre ambas. Filris esper
pacientemente.
-Perder el puesto -murmur Lirael al fin-. Me mandarn de vuelta a la Residencia.
-No -dijo Filris tomndola de la mano-. Lo que me cuentes ahora no saldr de aqu.
-He sido una estpida -reconoci Lirael con un hilo de voz-. He dejado que escapara una cosa. Una
cosa peligrosa... peligrosa para todas las clarvis.
-Vamos! -exclam Filris-. No ser tan mala si en los ltimos cuatro das no ha hecho nada. Adems,
todas las clarvis son muy capaces de cuidar muy bien de la comunidad. Eres t la que me preocupa. Dejas
que el miedo te impida recuperar la salud. Vamos a ver, empieza por el principio y cuntamelo todo.
-Seguro que no le vas a decir nada a Kirrith? Ni a la jefa? -pregunt Lirael, desesperada. Si Filris
llegaba a contrselo a alguien, adis al trabajo en la biblioteca, se quedara sin nada. Sin nada de nada.
-Si te refieres a Vancelle, no le dir nada -contest Filris. Le dio una palmadita en la mano y aadi-:
No se lo contar a nadie. Sobre todo porque llego a la conclusin de que debera haber venido a verte
hace mucho, Lirael. No tena idea de que fueras algo ms que una nia... y ahora cuntame. Qu fue lo
que pas?
Poco a poco, con la voz tan dbil que Filris tuvo que acercarse ms, Lirael se sincer. Le habl de su
cumpleaos, de su incursin a la terraza, de su encuentro con Sanar y Ryelle, de cmo haba conseguido
el empleo y de cunto le haba ayudado el trabajo. Le habl a Filris de como haba despertado los
hechizos de la pulsera, de las puertas del sol y de la luna. Su voz se apag todava ms a medida que fue
describiendo el horror que haba encontrado en el atad con tapa de cristal. Y le habl tambin de la
estatuilla del perro. De cmo haba pugnado por subir la espiral y de los planes que haba trazado
mientras su mente deliraba. Y le cont tambin lo de su cada simulada.
Hablaron durante ms de una hora; Filris le hizo muchas preguntas que le permitieron sacar a relucir
todos los temores, las esperanzas y los sueos de Lirael. Al terminar su confesin, la muchacha se sinti
en paz, ya no tena miedo, se haba quitado de encima el dolor y la angustia acumulados que tanto la
haban oprimido.
Cuando Lirael se call, Filris le pidi que le ensaara la estatuilla del perro. La muchacha sac el
perrito de piedra de debajo de la almohada y se lo entreg de mala gana. Le haba tomado mucho cario,
era el nico objeto que le haba proporcionado cierto consuelo, y tema que Filris se lo quitara o le
ordenase devolverlo a la biblioteca.
La anciana cogi la estatuilla y la sostuvo en el hueco de ambas manos de modo que slo el morro del
perro asomaba entre los dedos marchitos. Lo mir fijamente durante largo rato, luego lanz un profundo
suspiro y se lo devolvi a la muchacha. Lirael lo cogi, sorprendida por el calor que haba absorbido la
piedra de las manos de la anciana. Filris sigui inmvil y callada hasta que Lirael se incorpor en la cama
y llam su atencin.
-Lo siento, Lirael. Te agradezco que me hayas dicho la verdad. Y que me hayas enseado la estatuilla
del perro. Ha tardado mucho en llegar, tanto que llegu a pensar que me haba perdido en el futuro y que
estaba demasiado loca para verla convertida en realidad.
-A qu te refieres? -pregunt Lirael, llena de inquietud.
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LIRAEL
-Vi tu perrito hace mucho tiempo -contest Filris-. Cuando mi don de la visin no se haba nublado.
Fue lo ltimo que vi de forma completa, sin fragmentarse. Vi una mujer muy, pero muy vieja que sostena
con fuerza un perrito de piedra entre las manos y lo miraba fijamente. Tard muchos aos en darme
cuenta de que esa anciana era yo.
-Y a m tambin me viste? -pregunt Lirael.
-Slo me vi a m -respondi Filris con toda calma-. Me temo que eso significa que no volveremos a
vernos. No sabes cmo me habra gustado a derrotar a la criatura que has liberado, con mis consejos,
aunque no con mis actos, porque me temo que ser necesario que te ocupes de ella lo antes posible. Los
seres de esa ralea no despiertan porque s o sin algn tipo de ayuda. Tambin me gustara ver a tu enviado
perro. Lamento que no sea posible. Y ms que nada lamento no haber vivido demasiado en el presente
estos ltimos quince aos. Deb haberte conocido antes, Lirael. Es un defecto de las clarvis, a veces
tendemos a olvidarnos de las personas, hacemos caso omiso de sus problemas, porque sabemos que todo
pasa.
-A qu te refieres? -pregunt Lirael.
Era la primera vez que se senta cmoda hablando con alguien sobre s misma, sobre su vida. Supo que
aquella charla tan fructfera era una muestra tentadora de la intimidad de la que disfrutaba todo el mundo
y que no se repetira, porque daba la impresin de que ella estaba predestinada a no tener nada de lo que
las dems clarvis daban por sentado.
-Todas las clarvis reciben el don de ver algn presagio de su propia muerte, aunque no la muerte en s,
nadie sera capaz de soportar esa carga. Hace casi veinte aos me vi a m misma y a tu perro y con el paso
del tiempo, descubr que se trataba de la visin que predeca el fin de mis das.
-Pero yo te necesito -dijo Lirael, implorante y llorosa, abrazndose a la mujer menuda-. Necesito a
alguien! No puedo continuar yo sola!
-Claro que puedes. Y lo hars -dijo Filris con fiereza-. Haz de tu perro un compaero, haz que sea el
amigo que necesitas. Debes aprender ms sobre la criatura que has liberado para derrotarla! Explora la
biblioteca. Recuerda que aunque las clarvis ven el futuro, son otros quienes lo construyen. Presiento que
sers una de sus artfices y no una vidente. Debes prometerme que ser as. Promteme que no te rendirs.
Promteme que nunca abandonars la esperanza. S la artfice de tu futuro, Lirael!
-Lo intentar -susurr Lirael notando fluir en su interior la fuerza feroz de Filris-. Lo intentar.
Filris la aferr de la mano con una fuerza que Lirael no crey posible en unos dedos tan delgados y
viejos. Bes a Lirael en la frente transmitindole el cosquilleo de la energa a travs de la marca del
Gremio, un cosquilleo que la recorri toda hasta abandonarla por la planta de los pies.
-Nunca intim demasiado con Arielle, ni con su madre -dijo Filris en voz baja-. Me pasa por ser
demasiado clarvi, por estar demasiado en el futuro. Me alegro de no haber perdido la oportunidad de
hablar contigo. Adis, tataranieta ma. Recuerda tu promesa!
Tras despedirse, se march de la sala con la espalda erguida, orgullosa, de manera que alguien que
desconociese su edad, jams habra adivinado que haba trabajado en esas salas durante ms de un siglo ni
que haba vivido casi medio siglo ms.
Lirael no volvi a ver a Filris. Como muchas otras, llor durante la ceremonia de despedida celebrada
en el saln, olvidndose del disgusto que le causaba la nueva tnica azul, apenas repar en que les llevaba
una cabeza a las dems nias y a muchas de las clarvis de blanco traje en las cuales el don haba
despertado haca muy poco.
No saba a ciencia cierta en qu medida lloraba por Filris o por ella misma, que haba vuelto a
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LIRAEL
quedarse sola. Pareca predestinada a no tener amigos ntimos. Slo incontables primas y una ta.
Sin embargo, Lirael no olvid las palabras de Filris; al da siguiente regres a su trabajo pese a que
todava no haba recuperado del todo la voz y cojeaba ligeramente. Una semana ms tarde, sin que nadie
se enterara, consigui hacer copias de La creacin de enviados y de Enviados ejemplares en setenta das,
pues le result muy difcil sacar de su vitrina cerrada con llave el ejemplar de Creacin y dominio de
seres mgicos. Con los bestiarios tambin tuvo problemas; todos los que logr encontrar estaban atados
con cadenas a los anaqueles. Los hojeaba cuando no haba nadie a la vista, pero sin xito inmediato.
Comenzaba a ser evidente que tardara cierto tiempo en averiguar con exactitud de qu criatura se trataba.
Siempre que poda, pasaba delante de la puerta del sol resplandeciente con el fin de comprobar si su
hechizo segua en pie, sujetando la puerta, los goznes y la cerradura a la piedra de alrededor. En esas
incursiones, el miedo despertaba siempre en su interior, y en ocasiones, crea oler el hedor corrosivo de la
magia libre, como si el monstruo esperase agazapado al otro lado de la puerta, separado de ella
nicamente por la delgada barrera de la madera y los hechizos.
Entonces recordaba las palabras de Filris y regresaba a toda prisa a su estudio, donde se pona a
trabajar en la transmisin del perro o a hojear el ltimo bestiario descubierto, para comprobar si en l se
describa una criatura con forma de mujer, ojos de fuego plateado y garras de mantis religiosa, una
criatura movida por la magia libre, la maldad y un hambre insaciable.
A veces se despertaba en plena noche, presa siempre de la misma pesadilla en la que vea abrirse la
puerta; la imagen se disipaba en cuanto comenzaba a luchar por abandonar los brazos del sueo. De
haberle sido posible, habra comprobado la puerta con mayor frecuencia, pero despus de la guardia de
las mil quinientas sesenta y ocho, la bibliotecaria jefa haba dado rdenes estrictas de que las
bibliotecarias bajaran a los niveles antiguos de dos en dos, de manera que resultaba ms complicado
colarse sin ser descubierta y regresar. La guardia no haba visto nada concluyente, segn oy decir Lirael,
pero las clarvis estaban visiblemente preocupadas por algo que ocurra cerca de sus dominios. La
biblioteca no fue el nico departamento que tom medidas de precaucin: se formaron ms patrullas con
las tropas de asalto para vigilar el glaciar y los puentes, los equipos de las tuberas de vapor tambin trabajaban en grupos de dos y, por primera vez desde la Restauracin, se cerraron con llave muchas de las
puertas y pasillos interiores.
Lirael examin la puerta que daba a la sala del campo de flores algo as como cuarenta y dos veces en
setenta y tres das antes de que pudiera dar con un bestiario en el que apareciera descrita la criatura. En
esas diez semanas de inquietud, estudio y preparacin, haba pasado revista a once bestiarios y realizado
gran parte del trabajo preliminar necesario para crear la transmisin del perro.
En realidad, tena en la cabeza esa transmisin cuando por fin encontr una mencin del monstruo.
Calculaba cundo iba a poder lanzar el siguiente conjunto de hechizos al tiempo que abra el librito
encuadernado en rojo titulado simplemente Criaturas de Nang. Lo hoje sin esperar nada y con el rabillo
del ojo descubri un grabado que reproduca justo lo que buscaba. El texto explicativo dejaba claro que
quienquiera que Nagg fuese o hubiese sido, se haba topado con el mismo monstruo que Lirael haba
liberado del atad con tapa de cristal.
Algo ms alto que un hombre de gran estatura, adopta en general la forma de una mujer bonita,
aunque su silueta tiene mucha gracia. Con frecuencia, en lugar de antebrazos, el stilken est dotado de
potentes garras o pinzas. La boca adopta casi siempre apariencia humana hasta que se abre y deja al
descubierto dobles filas de dientes finos y afilados como agujas. Estos dientes pueden ser de color
plateado brillante o negros como la noche. Los ojos del stilken tambin son plateados y en ellos arde un
extrao fuego.
Lirael se estremeci al leer la descripcin y la cadena que sujetaba el libro al anaquel se movi con ella
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LIRAEL
produciendo un sonido metlico. Mir velozmente a su alrededor para comprobar si alguien la haba odo
y acudira a inspeccionar los anaqueles. Slo percibi el ruido de su propia respiracin. Aquella sala se
usaba muy rara vez; en ella se guardaba una coleccin de oscuras memorias personales. Lirael haba ido
hasta all slo porque en el saln de lectura apareca una referencia cruzada a Criaturas de Nagg en la que
el libro estaba catalogado como una especie de bestiario.
Intentando reprimir los temblores, sigui leyendo, y las palabras fueron ocupando slo una parte de su
mente, porque la otra luchaba con la idea de que ahora que haba adquirido el conocimiento que buscaba,
debera enfrentarse al stilken y derrotarlo.
El stilken es un ser elemental de la magia libre por lo que los materiales terrenales como el acero no
pueden daarlo. Tampoco puede tocarlo la carne humana, pues la sustancia de la que est hecho es
contraria a la vida. Un stilken slo puede ser destruido con magia libre, por obra de un hechicero ms
poderoso que l mismo.
Lirael hizo una pausa, trag saliva nerviosamente y luego ley la ltima lnea. Slo puede ser destruido con
magia libre. Reley la frase una y otra vez. Pero ella no poda practicar la magia libre. No estaba permitido. La
magia libre era demasiado peligrosa.
Incapaz de que se le ocurriera nada, Lirael sigui leyendo y, al comprobar que el libro segua ofreciendo ms
datos, lanz un largo suspiro de alivio.
Sin embargo, pese a que su destruccin es competencia nica de la magia libre, es posible sojuzgar al stilken
con magia del Gremio y encerrarlo en un recipiente o botella de metal o cristal reforzado (el cristal corriente es
demasiado frgil para estos menesteres) o en el fondo de un pozo seco que luego habr de cubrirse con una
piedra.
Yo he emprendido esta tarea echando mano de los hechizos que indico ms adelante. Pero advierto a cuantos
lean estas pginas que estos hechizos vinculantes o de sojuzgamiento poseen una fuerza tremenda, pues se basan
en al menos tres de las marcas maestras del Gremio. Slo un gran adepto, algo que yo no soy, se atrevera a
utilizarlos sin la ayuda de una espada encantada o una varita de serbal, cargada con el primer crculo de siete
marcas para vincular los elementos y, en el caso del fuego y el aire, tambin el segundo crculo, todo ello unido
por la marca maestra...
Lirael volvi a tragar saliva y de repente not la garganta inflamada. La notacin empleada por Nagg
se refera a la misma marca maestra que la haba quemado a ella. Lo peor de todo era que no conoca el
segundo crculo de marcas para vincular el fuego y el aire, y no tena ni idea de cmo se podan meter en
una espada o una varita de serbal. Y si con eso no bastaba, tampoco saba dnde encontrar una planta de
serbal. Cerr el libro despacio y volvi a dejarlo en el anaquel tratando de no agitar la cadena. Por un
lado, se senta contrariada. Haba conseguido averiguar de qu criatura se trataba, pero todava le faltaba
mucho por aprender. Por el otro, senta alivio por no tener que enfrentarse al stilken. Al menos de
momento.
Dispondra de tiempo para crear la transmisin del perro. Entonces contara con algo... Tendra a
alguien con quien hablar de todo aquello. Aunque no pudiese contestarle ni ayudarla.
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LIRAEL
10
Da de perros
Se tardaba cuatro horas en lanzar el hechizo definitivo para crear la transmisin del perro, de modo que
Lirael tuvo que esperar otra oportunidad en que la mayora de las bibliotecarias estuviesen ausentes. Si la
interrumpan durante la elaboracin, el trabajo de los meses anteriores se ira al garete y la red de
encantamientos del Gremio, unidos por delicadas conexiones, se desintegrara en sus marcas
componentes en lugar de quedar unida por el hechizo definitivo.
La ocasin lleg antes de lo que Lirael esperaba, porque estaba claro que fuera lo que fuese que las
clarvis intentaban ver, continuaba negndoseles. Lirael oy a otras bibliotecarias cuchichear algo acerca
de las exigencias del observatorio, y estaba claro que la guardia de los nueve das volva a aumentar de
tamao y comenzaba con noventa y ocho. Ahora, cada vez que se convocaba una nueva guardia ms
amplia, Lirael se fijaba bien en la hora de la convocatoria y a qu hora regresaban las clarvis. Cuando
entre el considerable nmero de voces discordantes que se alzaron en el saln de lectura, convocaron a las
mil quinientas sesenta y ocho, calcul que dispondra al menos de seis horas. Tiempo suficiente para
acabar de conformar la transmisin.
En su estudio, la estatuilla del perro segua sentada en el escritorio y observaba con semblante benigno
los preparativos de Lirael.
La muchacha le habl mientras cerraba la puerta con un hechizo: su grado de veterana no le daba
derecho a disponer de llave que atrancara la entrada.
-Ha llegado el momento, perrito -dijo alegremente acariciando el morro de piedra del perro con la
punta del dedo.
Se sorprendi al or su propia voz, no por la ronquera que an persista, sino porque le son extraa y
desconocida. En ese momento cay en la cuenta de que llevaba dos das sin pronunciar palabra. Las
dems bibliotecarias ya se haban acostumbrado a sus silencios; en los ltimos das no se haba visto en la
necesidad de entablar conversaciones que no pudiera despachar con un movimiento afirmativo o negativo
de la cabeza o sencillamente cumpliendo al instante con la tarea que le encargaban. Guardaba la
transmisin del perro a medio hacer debajo de su escritorio, envuelta en un trozo de tela. Lirael la sac, le
quit la tela con cuidado, dejando al descubierto el marco que haba construido para iniciar el hechizo. Lo
acarici y not el calorcillo de las marcas del Gremio que fluan perezosas por los retorcidos alambres de
plata que formaban el armazn de un perro. Se trataba de un animal pequeo, de unos treinta centmetros
de altura; el tamao dependa de la cantidad de alambre de plata que Lirael poda conseguir sin despertar
sospechas. Adems, estaba convencida de que el envo pequeo sera algo ms sensato que uno grande.
Quera un amigo que le resultara cmodo, no un perro muy grande para ser un enviado guardin.
Adems del armazn de alambre de plata, la silueta del perro tena dos ojos hechos con botones de
azabache y una nariz de fieltro negro, todos ellos elementos ya imbuidos de marcas del Gremio. Tambin
dispona de una cola confeccionada con pelo de perro trenzado que ella misma se haba encargado de
cortar sin ser vista a los canes visitantes que encontraba en el refectorio inferior. La cola ya estaba
preparada con marcas del Gremio, marcas que definan en cierta medida cmo deba ser el animalito.
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LIRAEL
La ltima parte del hechizo exiga que se sumergiera en las cartas del Gremio y arrancara varios miles
de marcas dejndolas fluir a travs de su cuerpo para que de all pasaran al armazn de alambre de plata.
Marcas que describan un perro con pelos y seales, y marcas que le daran una apariencia de vida,
aunque no vida real.
Cuando el hechizo estuviese terminado, el alambre de plata, los botones de azabache y el pelo de perro
trenzado desapareceran para ser reemplazados por un perrito del tamao de un cachorro, un ser de carne
hechizada. Tendra aspecto de perro hasta que una se acercara lo bastante para ver las marcas del Gremio
que lo componan, pero no podra tocarlo. Cuando se tocaba a los enviados, era como hundir la mano en
agua: la piel ceda al tacto y envolva la mano de quien la tocaba hacindole sentir el hormigueo y el
calorcillo de las marcas del Gremio.
Lirael se sent con las piernas cruzadas cerca del modelo de alambre de plata, comenz a vaciar la
mente inspirando despacio e hinchando el vientre para que el aire le llegase hasta el fondo de los
pulmones.
Se dispona a sumergirse en las cartas del Gremio y a dar inicio al encantamiento, cuando vio por el
rabillo del ojo el perrito de piedra sentado encima de su escritorio. Tena un aspecto solitario, daba la impresin de sentirse excluido. Obedeciendo a un impulso, Lirael se levant y cuando volvi a sentarse lo
coloc sobre su regazo. La pequea talla se inclin un poco, pero permaneci erguida, mirando de frente
la copia de alambre de plata que la reproduca.
Lirael inspir unas cuantas veces ms y volvi a comenzar. Haba apuntado las marcas que necesitaba
con los caracteres taquigrficos empleados por todas las magas para escribir las marcas del Gremio. Esos
apuntes estaban junto a ella, en una pila ordenada. Comprob que las primeras marcas fluan con facilidad
y las siguientes acudan como si se eligiesen solas. Una tras otra, las marcas fueron abandonando la
corriente del Gremio para meterse en su cabeza, salir a toda velocidad, entrar en el perro de alambre de
plata y en forma de relmpago dorado.
A medida que las marcas iban surcando su cuerpo, Lirael se hundi ms y ms en un estado de trance
que slo le permita percibir las cartas del Gremio y las marcas que la llenaban. El relmpago dorado se
convirti en un puente de luz que parta de sus manos abiertas y llegaba hasta los alambres de plata
aumentando por momentos la intensidad de su brillo. Deslumbrada, Lirael cerr los ojos y se desliz
hacia la Frontera del sueo, la consciencia apenas despierta. Entre las marcas que le llenaban la mente, las
imgenes se movan incesantes. Imgenes de perros, muchos perros, de todas las razas, colores y
tamaos. Perros ladrando. Perros corriendo a buscar un palito. Perros que se negaban a correr.
Cachorrillos que daban los primeros pasos vacilantes. Perros viejos que temblaban al incorporarse. Perros
contentos. Perros tristes. Perros famlicos. Perros gordos, soolientos.
Las imgenes siguieron apareciendo hasta que Lirael tuvo la sensacin de que haba alcanzado a ver a
casi todos los perros que algn da haban sido. Las marcas del Gremio continuaban fluyendo por su mente con una fuerza arrolladora. Haca rato que haba perdido la nocin de adonde deba llegar, de qu
marcas seguan. La luz dorada era demasiado brillante para permitirle ver qu porcin del envo estaba
hecha.
Y las marcas seguan fluyendo. Lirael se dio cuenta de que no slo no saba hasta qu marca haba
llegado, sino que ni siquiera conoca las que le pasaban por la cabeza. Marcas extraas, abstrusas, que
salan de ella a raudales para entrar en el enviado. Marcas poderosas que sacudan su cuerpo al
abandonarlo, expulsando de su mente cuanto encontraban a su paso.
Desesperada, Lirael intent abrir los ojos para comprobar lo que hacan las marcas, pero el brillo era
cegador y quemaba. Intent ponerse de pie para dirigir el flujo de marcas hacia la pared o el techo. Sin
embargo, su cuerpo pareca haber quedado desconectado del cerebro. Lo senta todo, pero las piernas y
los brazos no la obedecan, como si intentara despertar de un sueo.
Las marcas continuaron fluyendo hasta que a Lirael le lleg el terrible e inconfundible hedor de la
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LIRAEL
magia libre y entonces supo que algo se haba torcido de la peor manera posible.
Intent gritar; de su boca no sali sonido alguno, slo marcas del Gremio que abandonaban sus labios
en direccin de la luz dorada. De la punta de sus dedos tambin partan al vuelo marcas del Gremio que
flotaban delante de sus ojos hacindole derramar lgrimas que al caer se transformaban en vapor.
De Lirael, de sus lgrimas y de su boca abierta en un grito emergieron ms y ms marcas. Eran como
enjambres de brillantes mariposas que, en un vuelo interminable, cruzasen la cancela de un jardn. Pese a
que miles y miles de marcas se lanzaron hacia el fulgor, el olor de la magia libre se intensific y en el
centro mismo del fulgor dorado se form una luz blanca y crepitante, tan intensa, que penetr los
prpados cerrados de Lirael hasta clavrsele en los ojos rebosantes de lgrimas. Inmovilizada por el
torrente de magia del Gremio, Lirael no pudo evitar que la luz blanca fuera cobrando fuerza y se
impusiera al fulgor dorado de las marcas en movimiento. Supo que haba llegado el fin. Ignoraba qu era
lo que haba hecho, pero era muchsimo peor que liberar un stilken, era tan grave que no alcanzaba a
comprenderlo. Lo nico que saba era que las marcas que pasaban ahora a travs de su cuerpo eran ms
antiguas y ms poderosas que nada de lo que haba visto en su vida. Aunque la magia libre que creca ante
ella le perdonara la vida, las marcas del Gremio la dejaran convertida en un montn de huesos chamuscados.
Cay entonces en la cuenta de que no le dola nada. Una de dos, o era presa de una conmocin y ya
haba empezado a morirse, o las marcas no le estaban haciendo dao. Cualquiera de ellas la habra dejado
seca si hubiese intentado utilizarla normalmente. Sin embargo, varios cientos de marcas la haban
traspasado en tropel y segua vivita y coleando. O no?
Asustada de la idea de no seguir con vida, Lirael concentr las pocas energas que le quedaban en la
respiracin y en ese mismo instante, el tremendo flujo de marcas se detuvo. Not que la conexin con el
Gremio se cortaba cuando la ltima marca salt en direccin de la masa hirviente de luz blanca y dorada
que haba sido su perro de alambre de plata. Recuper el aliento con una fuerza tan inusitada que perdi
el equilibrio y cay de espaldas. En el ltimo momento se aferr del borde del estante, que a punto estuvo
de carsele encima. Sin embargo, el estante aguant firme en su sitio y ella consigui volver a sentarse,
dispuesta a utilizar el aire de los pulmones para gritar.
Aquel grito estaba destinado a morir antes de nacer. All donde la magia libre y las marcas del Gremio
se haban enfrentado con sus fulgores destellantes y sus remolinos haba un globo de la negrura ms
profunda que ocupaba el espacio donde estaban antes el perro de alambre y el escritorio. El asqueroso
hedor de la magia libre haba desaparecido, reemplazado por una especie de olor animal hmedo que
Lirael no consigui identificar.
Una estrella diminuta apareci sobre la negra superficie del globo, seguida de otra y otra ms, hasta
que dej de ser negra para convertirse en una especie de cielo tachonado de estrellas. Lirael lo mir fijamente, cautivada por la multitud de astros. Se hicieron cada vez ms brillantes hasta que la muchacha
tuvo que parpadear.
En el instante en que cerr los ojos, el globo desapareci dejando un perro en su sitio. No se trataba del
enviado del Gremio de un cachorro simptico y adorable, sino de un chucho negro y marrn que le
llegaba hasta la cintura y pareca real como la vida misma, sobre todo por los dientes impresionantes. No
tena ninguna de las caractersticas de los enviados. La nica pista de su origen mgico era el grueso
collar que llevaba ceido al cuello: en l nadaban infinidad de marcas del Gremio que Lirael no haba
visto nunca.
El perro era una representacin exacta, en tamao natural, de la estatuilla de piedra. Lirael observ
primero al animal y luego se mir el regazo.
La estatuilla haba desaparecido.
Levant otra vez la vista. El perro segua all, rascndose la oreja con la pata trasera, concentradsimo,
con los ojos entornados. Estaba calado hasta los huesos, como si hubiese estado nadando.
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LIRAEL
De repente, dej de rascarse, se levant, se sacudi produciendo una lluvia de agua sucia que cubri a
Lirael y moj todo el estudio. Acto seguido, camin con paso tranquilo hasta la muchacha, petrificada de
miedo, y le lami la cara con una lengua que perteneca a un perro de verdad y no a una imitacin
fabricada con la magia del Gremio. Al no obtener respuesta alguna, el animal sonri y anunci: -Soy el
Perro Canalla. O la Perra Canalla, si te pones detallista. Cundo me sacas a pasear?
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LIRAEL
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La Marca de la espada adecuada
El paseo que Lirael y la Perra Canalla dieron ese da fue el primero de muchos, aunque la muchacha
nunca recordara con exactitud adonde iban ni las conversaciones que mantena con su mascota. Lo nico
que recordaba era que senta el mismo aturdimiento que cuando se haba golpeado la cabeza, aunque sin
hacerse dao.
Poco importaba que no lo recordase, porque la Perra Canalla nunca contestaba de verdad a sus
preguntas. Lirael repeta entonces las mismas preguntas en otras ocasiones y obtena otras respuestas
distintas aunque no menos evasivas. Las ms importantes, Qu eres? De dnde vienes?, tenan una
amplsima gama de contestaciones, algunas de las cuales eran Soy la Perra Canalla y de otro lugar,
y ocasionalmente otras tan elocuentes como Soy tu perra y Dmelo t... Al fin y al cabo, el hechizo
fue obra tuya.
La perra tampoco quera o no poda contestar a preguntas sobre su propia naturaleza. En muchos
sentidos se pareca a un perro de verdad, con la diferencia, eso s, de que hablaba. O al menos esa fue la
impresin que dio al principio.
Las dos primeras semanas estuvieron juntas, la perra dorma en el estudio de Lirael, debajo del
escritorio de recambio que la muchacha se haba visto obligada a sustraer de un estudio desocupado
cercano al suyo. Nunca supo qu haba ocurrido con el anterior, puesto que despus de la sbita aparicin
de la perra, se haba esfumado sin dejar rastros.
La perra coma lo que Lirael robaba del refectorio o de las cocinas. La sacaba a pasear cuatro veces al
da por los corredores y las habitaciones menos frecuentadas que consegua encontrar; el ejercicio era
enervante, aunque de un modo u otro, la perra siempre se las arreglaba para ocultarse a ltimo momento,
en cuanto se acercaba alguna clarvi. Tambin era discreta en otros sentidos, siempre escoga los rincones
oscuros y solitarios para hacer sus necesidades y nunca dejaba de avisar a Lirael que haba dejado por ah
sus regalitos, aunque su amiga humana se negara a olerlos.
De hecho, exceptuando el collar con marcas del Gremio y la peculiaridad de que hablaba, la Perra
Canalla tena todo el aspecto de ser un chucho mestizo, de gran tamao y orgenes extraos.
Aunque no lo era. Lirael regres sigilosamente a su estudio una noche, despus de cenar, y se encontr
a la perra leyendo en el suelo. Hojeaba un voluminoso libro gris, que Lirael no reconoci, con una pata,
una pata que se haba hecho ms larga y se haba dividido en tres dedos muy flexibles.
La perra levant la vista del libro y descubri a su supuesta ama petrificada en el umbral. Lirael slo
atin a recordar que el libro de Nagg deca que la forma del stilken era fluida y que la criatura de manos
ganchudas se haba estirado mucho hasta adelgazarse para poder pasar a travs de la puerta custodiada
por la luna en cuarto creciente.
-Eres un producto de la magia libre -le solt Lirael al tiempo que meta la mano en el bolsillo del
chaleco para sacar el ratn mecnico y buscaba con los labios el silbato prendido a la solapa.
Esta vez no cometera ningn error. Pedira ayuda de inmediato. -Pues nada de eso -protest la perra,
irguiendo las orejas enfurecida, mientras la pata volva a su tamao normal-. Y desde luego no soy
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LIRAEL
ningn producto! Formo parte del Gremio tanto como t, aunque tengo propiedades especiales. Fjate en
mi collar! Y desde luego no soy un stilken ni ninguno de sus varios centenares de variantes.
-Qu sabes de los stilkens? -pregunt Lirael sin entrar en el estudio, con el ratn preparado en la
mano-. Por qu los has mencionado justo a ellos?
-Leo mucho -contest la perra con un bostezo. Olisque el aire y sus ojos se encendieron, llenos de
expectacin-. Qu me has trado, un hueso de jamn?
Lirael no le contest, se limit a ensearle el paquete envuelto en papel que aferraba con la mano
izquierda y haba ocultado a su espalda hasta ese momento.
-Cmo has sabido que estaba pensando en un stilken? Y por cierto, todava no tengo la certeza de que
no seas uno de ellos, o algo peor.
-Tcame el collar! -protest la perra adelantndose relamindose el morro.
Era evidente que la conversacin no le resultaba tan interesante como la perspectiva de comer.
-Cmo has sabido que estaba pensando en un stilken? -repiti Lirael pronunciando cada palabra
despacio y con nfasis.
Levant el hueso de jamn por encima de la cabeza mientras hablaba y observ cmo la perra segua
el movimiento con la cabeza. Era evidente que una criatura producto de la magia libre no estara tan
interesada en un hueso de jamn.
-Lo adivin, porque ltimamente piensas mucho en los stilkens -contest la perra sealando con la pata
los libros que haba sobre el escritorio-. Ests estudiando todo lo que hace falta para sojuzgarlos. Adems,
ayer escribiste catorce veces la palabra stilken en una hoja que despus quemaste. Qued calcada en el
papel secante y de ah la le. Y he olido tu hechizo en la puerta de abajo y al stilken que acecha detrs ella.
-Has salido sola! -exclam Lirael.
Olvid entonces el temor que le inspiraba no conocer la naturaleza exacta de la perra y, hecha una
furia, entr y cerr de un portazo con tanto mpetu que se le cay el ratn, pero no el hueso de jamn.
El ratn rebot dos veces y fue a aterrizar cerca de las patas de la perra. Lirael contuvo el aliento,
consciente de que estando la puerta cerrada, el ratn tardara bastante en salir, en caso de que ella precisara ayuda. Pero la perra no pareca peligrosa, al contrario, resultaba ms fcil hablar con ella que con la
gente... exceptuando a Filris, que ya no estaba.
La Perra Canalla olisque el ratn con ahnco, luego lo apart empujndolo con el morro y se
concentr nuevamente en el hueso de jamn.
Lirael suspir, recogi el ratn y se lo guard en el bolsillo. Desenvolvi el hueso y se lo dio a la perra
que, de inmediato, lo aferr entre los dientes y lo deposit en un rincn, debajo del escritorio.
-sa es la cena -dijo Lirael frunciendo la nariz-. Ms vale que te la comas antes de que empiece a oler.
-Lo sacar ms tarde para enterrarlo en el hielo -contest la perra. Vacil un instante e inclin la
cabeza un poco antes de aadir-: Adems, aunque no tengo necesidad de comer, lo hago porque me gusta.
-Cmo? -dijo Lirael, enfadadsima-. O sea que he estado robando comida para nada? Si llegan a
pescarme me...
-Para nada, no! -la interrumpi la perra acercndose sigilosa a la muchacha, dndole un ligero
cabezazo en la cadera y mirndola con ojos suplicantes-. Para m. Y lo bien que me sabe. Anda, tcame el
collar. Comprobars que no soy un stilken, ni un margr, ni un siseante. Y ya que ests, aprovecha para
rascarme el cogote.
Lirael vacil, pero la perra se pareca tanto a los canes amistosos a los que acariciaba cuando visitaban
el refectorio, que su mano se movi casi automticamente hacia el lomo del animal. Not su calidez, la
suavidad de su pelambre y empez a rascarle la columna vertebral en direccin al cogote. La perra se
estremeci y murmur:
-Un poquito ms arriba. Ms a la izquierda. No, ms abajo. Aaah, qu gustito!
Lirael toc entonces el collar con dos dedos y por un instante sinti como si la hubieran lanzado fuera
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LIRAEL
del mundo. Slo vea, oa y perciba marcas del Gremio, estaba rodeada de ellas, como si hubiese cado
en el interior del Gremio mismo.
Acto seguido, volvi a verse dentro de s misma, mareada y temblorosa. Sin saber cmo, se dio cuenta
de que estaba rascando con ambas manos a la perra justo debajo de la mandbula.
-El collar -dijo Lirael al recuperar el equilibrio-. Tu collar es como un pilar del Gremio..., un medio
para entrar en el Gremio. Pero cuando te estabas formando vi magia libre. Tiene que estar en alguna
parte... o no?
Guard silencio, pero la perra no le contest hasta que Lirael dej de rascarla. Volvi la cabeza, se
levant de un salto y lami a Lirael en la boca abierta.
-Necesitabas una amiga -dijo la perra, mientras Lirael escupa y se limpiaba la boca primero en una
manga, luego en la otra-. Por eso vine. No te parece bastante? Sabes que mi collar es del Gremio y sea
yo lo que quiera que fuera, l se ocupar de poner freno a mis actos, aunque me empeara en hacerte
dao. Oye, t y yo no tenemos que acabar con un stilken?
-S -contest Lirael.
Obedeciendo a un impulso, se inclin y se abraz al cuello de la perra notando la calidez de su
pelambre; el suave hormigueo de las marcas del Gremio contenidas en el collar traspas la fina tela de su
camisa.
La Perra Canalla se dej hacer con paciencia, luego resopl y movi las patas en el sitio. Lirael la
entendi enseguida, era algo que haba visto hacer a los perros que iban de visita, y la solt.
-Ahora bien -anuncio la perra-. Hay que deshacerse del stilken lo antes posible, antes de que salga y se
dedique a soltar cosas peores o las deje entrar de fuera. Supongo que habrs conseguido lo necesario para
sojuzgarlo, no?
-No, al menos si te refieres a las cosas que Nagg menciona: una varita de serbal o una espada cubierta
de marcas del Gremio...
-S, s -se apresur a afirmar la perra, antes de que Lirael pudiera recitar la lista entera-. Ya lo s. Por
qu no has conseguido esos elementos?
-Pues porque no suelen estar tirados por los rincones -contest Lirael, a la defensiva-. Pens que poda
servirme una espada normal a la que le pusiramos las...
-Llevara meses! -la interrumpi la perra, que haba empezado a pasearse con aire pensativo-. Yo
calculo que ese stilken conseguir superar el hechizo que dejaste en la puerta dentro de unos das.
-Cmo? -grit Lirael. Y despus, en voz ms baja, repiti-: Cmo? Quieres decir que est
escapando?
-No tardar en hacerlo -le confirm la perra-. Crea que ya lo sabas. La magia libre es capaz de corroer
tanto las marcas del Gremio como la carne. Supongo que cabra la posibilidad de que renovases el
hechizo.
Lirael neg con la cabeza. La garganta no se le haba terminado de curar del todo tras haber utilizado
la marca maestra. Era demasiado arriesgado volver a pronunciarla sin haberse recuperado del todo. Y
menos sin la fuerza adicional de una espada mgica del Gremio... y eso la devolva al problema del
principio.
-Entonces tendrs que pedir prestada una espada -sentenci la Perra Canalla mirando seriamente a su
ama-. Imagino que nadie tendr la varita que hace falta. El serbal no es precisamente algo que abunde en
el mundo de las clarvis.
-Me parece que las espadas con hechizos de sojuzgamiento tampoco lo son -protest Lirael
encogindose en la silla-. Por qu no puedo yo ser una clarvi corriente y moliente? Si tuviera el don de la
visin, no estara dando vueltas por la biblioteca y metindome en los. Si alguna vez llego a adquirir el
don, juro por el Gremio que no volver a explorar en mi vida.
-Uh! -dijo la perra con una expresin que Lirael no entendi pese a tener toda la pinta de estar cargada
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LIRAEL
de sentido-. Puede ser. En cuanto a las espadas, ests equivocada. Dentro de estos muros hay unas cuantas
espadas cargadas de poder. La capitana de las tropas de asalto tiene una, la guardia del Observatorio tiene
tres..., mejor dicho, una es un hacha, pero su acero contiene los mismos encantamientos. Ms cerca de
casa, la bibliotecaria jefa tambin posee una. Se trata de una espada antiqusima y famosa cuyo nombre,
Sojuzgadora, describe muy bien su funcin. Nos vendr como anillo al dedo.
Lirael lanz a la perra una mirada tan perdida que el animal dej de pasearse, carraspe y dijo:
-Pon atencin, Lirael. He dicho que te equivocabas al decir que...
-Ya he odo lo que has dicho -le espet Lirael-. Te has vuelto completamente loca! No puedo robarle
la espada a la jefa! No se desprende de ella en ningn momento. Seguro que no se separa de ella ni para
dormir!
-En efecto -contest la perra con tono petulante-. Lo he comprobado.
-Ests como una regadera! -gimi Lirael, tratando de no respirar tan deprisa-. Por favor, te lo ruego,
ni se te ocurra meterte en las habitaciones de la bibliotecaria jefa! Ni en ninguna otra parte! Qu pasara
si te vieran?
-No me ha visto nadie -contest la perra alegremente-. Como iba dicindote, la jefa guarda la espada
en su dormitorio, pero no se mete en la cama con ella. La deja en un pedestal, bien a mano. Puedes tomarla prestada cuando est dormida.
-Ni hablar -respondi Lirael negando con la cabeza-. No pienso colarme en la habitacin de la jefa.
Prefiero enfrentarme al stilken sin espadas.
-Entonces morirs -dijo la Perra Canalla muy seria-. El stilken se beber tu sangre y as se har ms
fuerte. Se esconder en los niveles ms bajos de la biblioteca y luego se dedicar a salir de vez en cuando
para capturar bibliotecarias, se apoderar de ellas de una en una, se las zampar en algn rincn oscuro
donde nadie encontrar nunca los huesos. Se buscar aliados, criaturas atadas a los niveles ms subterrneos de la biblioteca y abrir las puertas para que entre el mal que acecha fuera. Debes sojuzgarlo, pero
no lo conseguirs sin la espada.
-Y si t me ayudaras? -pregunt Lirael.
Deba existir un modo de pasar por alto a la jefa, alguna forma de no utilizar las espadas. Sustraerle el
acero de Mirelle a los del Observatorio no sera empresa ms sencilla que quitrsela a la jefa. Ni siquiera
saba con exactitud dnde estaba el Observatorio.
-Ya me gustara -contest la perra-. Pero se trata de tu stilken. T lo dejaste salir. Eres t quien debe
afrontar las consecuencias.
-O sea que no me ayudars -concluy Lirael con tristeza. Por un momento haba abrigado la esperanza
de que la Perra Canalla entrara en accin y lo arreglara todo. Al fin y al cabo se trataba de una criatura
mgica dotada, tal vez, de ciertos poderes. Aunque, al parecer, no los suficientes para plantarle cara a un
stilken.
-Te aconsejar -dijo la perra-. Cuando haga falta. Ahora bien, debers encargarte t misma de tomar
prestada la espada y realizar el hechizo de sojuzgamiento. Posiblemente esta noche sea un momento tan
bueno como otro cualquiera.
-Esta noche? -pregunt Lirael con un hilo de voz.
-Esta noche -confirm la perra-. Cuando den las doce, la hora en que deberan dar comienzo las
aventuras de este tipo, entrars en la alcoba de la bibliotecaria jefa. La espada est a la izquierda, pasado
el armario que, cosa extraa, est lleno de chalecos negros. Si todo sale bien, podrs devolverla antes del
amanecer.
-Si todo sale bien -repiti Lirael sombramente recordando el fuego plateado que arda en los ojos del
stilken y aquellas garras temibles-. Crees que... crees que debera dejar una nota por si... por si no sale
todo bien?
-S -contest la perra borrando de un plumazo la ltima pizca de confianza que senta Lirael-. S.
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LIRAEL
Buena idea.
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12
Cmo entrar en la guarida de la
bibliotecaria jefa
Cuando el gran reloj hidrulico del refectorio central marcaba las doce menos cuarto de la noche,
Lirael abandon su escondite en el mostrador donde se serva el desayuno y trep por un conducto de
ventilacin hasta la Va Angosta, desde donde se acceda a la Vistasur y a las habitaciones de Vancelle, la
bibliotecaria jefa.
Por si llegaba a cruzarse con alguien, Lirael se puso el uniforme de bibliotecaria, y adems, llevaba un
sobre dirigido a la jefa. Un grupo reducido de bibliotecarias trabajaba toda la noche, aunque en ese turno
nunca recurran a auxiliares terceras como Lirael. Si la detenan, Lirael poda aducir que iba a entregar un
mensaje urgente. De hecho, en el sobre llevaba la nota que haba escrito por si acaso, en la que alertaba a
la jefa de la presencia del stilken.
No se encontr con nadie. Nadie baj por la Va Angosta, digna de su nombre, porque era tan estrecha
que en ella no caban dos personas una al lado de la otra. Se utilizaba muy rara vez, porque si alguien vena de frente, la clarvi ms joven deba volver sobre sus pasos, desandando a veces toda su extensin, de
ms de medio kilmetro.
La Vistasur era ms ancha y mucho ms arriesgada para Lirael porque muchas de las habitaciones de
las clarvis veteranas daban a esta amplia expansin. Por suerte, las marcas que la iluminaban con tanta
intensidad durante el da, por las noches se convertan en un dbil fulgor que proyectaba pesadas sombras
que la muchacha aprovechaba para ocultarse.
Sin embargo, la puerta que daba a las habitaciones de la jefa estaba brillantemente iluminada por una
especie de aro de marcas del Gremio distribuidas alrededor del emblema del libro y la espada tallada en la
piedra, junto a la entrada.
Lirael lanz una torva mirada a las luces. Por ensima vez se pregunt qu estaba haciendo. Tal vez lo
mejor que debera haber hecho meses atrs, cuando se haba metido en el atolladero en el que se encontraba, era confesarlo todo. Entonces, alguien se habra encargado del stilken...
Algo le roz la pierna impulsndola a dar un salto y a lanzar un grito aterrado. Se contuvo al constatar
que se trataba de la Perra Canalla. -Pens que no ibas a ayudarme -susurr cuando la perra se alz en las
patas traseras e intent lamerle la cara- Bjate, idiota!
-No voy a ayudarte -dijo la perra alegremente-. He venido a observar.
-Estupendo -buf Lirael, tratando de sonar sarcstica. En el fondo, se senta satisfecha. En cierto modo,
la presencia de la perra haca que la guarida de la bibliotecaria jefa le resultara menos amenazante.
-Cundo va a pasar algo? -pregunt la perra al cabo de un momento, al comprobar que Lirael segua
vigilando la puerta desde las sombras.
-Ahora -respondi Lirael con la esperanza de que pronunciando la palabra encontrara el valor para
empezar-. Ahora!
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LIRAEL
Cruz el corredor en diez grandes zancadas, aferr el pomo de bronce de la puerta y empuj. A las
clarvis no les haca falta cerrar con llave las puertas de sus alcobas, de manera que Lirael no esperaba encontrar resistencia alguna. La puerta se abri, Lirael entr y la perra se col delante de ella.
La muchacha cerr la puerta sin hacer ruido y se dio media vuelta para explorar el cuarto. Era como
una sala de estar, dominada por las estanteras distribuidas en tres paredes, y se vean varias butacas
cmodas y una escultura alta y delicada de una especie de caballo plano, tallado en piedra translcida.
A Lirael le llam la atencin la cuarta pared. Era un ventanal inmenso, del suelo al techo, del cristal
ms transparente y limpio que haba visto en su vida.
Por la ventana Lirael vea el valle del Renegado extenderse hacia el Sur; hacia el fondo, la cinta ancha
y plateada del ro brillaba bajo la luz de la luna.
Fuera la nieve caa blanda; los copos daban vueltas en el aire y descendan bailando de mil formas por
las laderas de la montaa. Y no se pegaban a la ventana ni dejaban en ella marca alguna.
Lirael dio un respingo y se apart al ver una sombra oscura pasar rauda en medio de la nieve que caa.
Se dio cuenta de que se trataba de una lechuza que volaba hacia el valle en busca de algn bocado.
-Hay mucho por hacer antes de que amanezca -susurr la perra, con ganas de charla, mientras Lirael
segua mirando por la ventana, paralizada por la cinta plateada que se alejaba serpenteando hacia el
horizonte y por el extrao paisaje baado de luna que se perda en la distancia.
Ms all del horizonte se extenda el reino propiamente dicho: la gran ciudad de Belisaere, con todas
sus maravillas, abierta al cielo y rodeada de mar. El mundo entero, el mundo que las dems clarvis vean
en el hielo del observatorio, estaba all fuera, pero de l slo saba lo que haba ledo en los libros o
aprendido de las ancdotas que contaban los viajeros en el refectorio inferior.
Por primera vez Lirael se pregunt qu trataban de ver las clarvis all fuera durante sus prolongadas
guardias. Dnde se encontrara el lugar que se resista a ser penetrado por la visin? Qu futuro se
estaba gestando all, incluso mientras ella contemplaba el paisaje?
En el fondo de su mente tuvo la sensacin de haber estado all antes, una especie de recuerdo fugaz.
Aunque no sac nada en limpio, continu como en trance, mirando el mundo exterior.
-Queda mucho por hacer! -repiti la perra en voz algo ms alta.
Lirael se apart a regaadientes de la ventana y se concentr en la tarea que tena entre manos. La
alcoba de la jefa tena que encontrarse despus de la sala. Pero dnde estara la puerta? No vea ms que
la ventana, la puerta exterior y los estantes...
Lirael sonri al descubrir que al final de un estante asomaba el picaporte de una puerta en lugar de
libros. Si a alguien poda ocurrrsele disimular una puerta detrs de un estante, ese alguien era la jefa.
-Encontrars la espada en el pedestal, a la izquierda -susurr la perra, que de repente se mostr un
tanto ansiosa-. No abras demasiado la puerta.
-Gracias -dijo Lirael tanteando con mucha delicadeza el picaporte para comprobar si la puerta cedera
tirando o empujando de l o girndolo-. Crea que no ibas a ayudarme.
La perra no contest, porque en cuanto la muchacha pos la mano en el picaporte, la estantera entera
se desplaz, dejando un hueco enorme. Lirael consigui a duras penas aferrar con firmeza el picaporte
para impedir que se desplazara del todo, y tuvo que tirar para dejar una rendija lo bastante amplia para
colarse.
El dormitorio estaba en penumbras, la nica parte iluminada por la luz de la luna era la alcoba exterior.
Lirael asom la cabeza despacio y esper un momento para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad,
mientras aguzaba el odo para captar ruidos o el movimiento repentino de alguien que despierta en mitad
de la noche.
Tras unos minutos, logr ver la mole desdibujada de la cama y percibi la respiracin acompasada de
alguien dormido, aunque no supo bien si la oa de verdad o se la imaginaba.
Tal como haba dicho la perra, junto a la puerta haba un pedestal. Una especie de jaula metlica
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LIRAEL
redonda, abierta por arriba. Pese a la escasa luz, Lirael alcanz a ver que Sojuzgadora estaba all, metida
en su vaina. La empuadura se encontraba a pocos centmetros del borde del pedestal, al alcance de la
mano, aunque debera situarse justo al lado de l para levantar la espada lo suficiente para sacarla de la
jaula. Se agach un poco y respir hondo. El aire del dormitorio pareca ms denso, ms oscuro,
empalagoso, como si conspirara contra ladrones como Lirael.
La perra la mir y le hizo un guio para darle coraje. Pese a todo, a Lirael empez a latirle el corazn
ms y ms deprisa a medida que cruzaba la puerta y empezaba a notar un fro cargado de misterio.
Tras dar unos cuantos pasos sigilosos se plant delante del pedestal. Lo toc con ambas manos y luego
avanz con suavidad para aferrar la espada debajo de la empuadura, justo donde empezaba la vaina.
Los dedos de Lirael tocaron apenas el metal, la espada lanz un silbido bajito y las marcas del Gremio
de la empuadura comenzaron a brillar. Lirael la solt de inmediato y se encorv encima del arma
tratando de ocultar la luz y amortiguar el sonido con el cuerpo. No se atrevi a darse la vuelta. No quera
ver a la jefa despierta y enfurecida.
No oy ningn arranque sbito de clera, ni su voz severa le exigi saber qu haca all. Despareci de
sus ojos la imagen borrosa y rojiza y logr ver otra vez en la oscuridad. Aguz el odo e intent or por
encima del tamborileo de su corazn.
Calcul entonces que el silbido y la luz no haban durado ni un segundo. Pese a ello, estaba claro que
Sojuzgadora elega quin poda o no poda empuarla.
Lirael reflexion un momento, luego se inclin hacia adelante y susurr tan despacito que casi, casi
ella tampoco se oy.
-Sojuzgadora, te tomar prestada por esta noche, necesito que me ayudes a someter a un stilken, una
criatura producto de la magia libre, prometo devolverte antes del amanecer. Lo juro por el Gremio cuya
marca llevo.
Se toc la marca del Gremio de la frente y dio un respingo al ver que se iluminaba de pronto
alumbrando el pedestal. Luego toc la guarda de Sojuzgadora con los dos dedos de antes.
No silb y las marcas de su empuadura se limitaron a desprender un leve fulgor. Lirael estuvo a punto
de dar un suspiro, pero lo reprimi para no delatarse.
La espada sali del pedestal sin hacer ruido y la muchacha tuvo que levantarla muy por encima de la
cabeza, para sacar la punta del interior de la jaula; pesaba mucho. No saba que fuese tan larga ni que
pesara casi el doble que su pequea espada de prcticas, adems, era tres veces ms larga. Demasiado
para atar la vaina al cinturn, a menos que se ajustara ste a la altura de las axilas, de lo contrario, la punta
rozara el suelo al caminar.
Aquella espada no haba sido forjada para una muchacha de catorce aos, concluy Lirael, mientras
sala y cerraba la puerta con mucho cuidado. En ese momento, la cabeza no le daba para pensar nada ms
elaborado.
No vio seales de la Perra Canalla. Lirael mir a su alrededor y no encontr nada lo bastante grande
para que la perra se ocultara, a menos que se hubiese encogido y metido debajo de una de las sillas. -Eh,
perrita! Ya la tengo! Vmonos! -sise Lirael. Nadie le respondi. La muchacha esper un minuto
entero, aunque a ella le pareci mucho ms tiempo. Fue hasta la puerta exterior, se asom y aguz el odo
para ver si oa pasos en el corredor. Regresar a la biblioteca con la espada sera la parte ms complicada
de la empresa. Si llegaba a cruzarse con alguna de las clarvis, le resultara imposible ofrecer una
explicacin creble.
Como no oa nada, sali con sigilo. Cuando la puerta se cerr con un chasquido, Lirael vio una sombra
larga surgir delante de ella y el miedo la recorri de pies a cabeza. Se trataba, una vez ms, de la Perra
Canalla.
-Me has dado un susto tremendo! -susurr Lirael mientras se ocultaba en las sombras y bajaba por la
segunda escalera trasera que la llevara directamente hasta la biblioteca-. Por qu no me esperaste?
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LIRAEL
-Porque no me gusta esperar -contest la perra, trotando detrs de su ama-. Adems, quera echar un
vistazo a las habitaciones de Mirelle.
-No! -exclam Lirael ms alto de lo que hubiera deseado. Se inclin sobre una rodilla, se meti la
espada debajo de la axila y agarr a la perra de la mandbula inferior-. Te dije que no entraras en las
habitaciones de la gente! Qu haremos si a alguien se le ocurre pensar que eres una amenaza?
-Soy una amenaza -farfull la perra-. Cuando quiero. Adems, ya saba que ella no estaba. Ol que no
estaba.
-Por favor, te lo suplico, no te metas en ningn sitio donde puedan verte -le pidi Lirael-.
Promtemelo.
La perra intent apartar la vista, pero Lirael la aferr con firmeza de la mandbula. Al final mascull
algo que quiz contuviese la palabra promesa. En vista de las circunstancias, la muchacha tuvo que
conformarse con eso.
Poco despus, al bajar a hurtadillas por la segunda escalera trasera, Lirael record la promesa que le
hiciera a Soguzgadora. Le haba jurado que la devolvera a la alcoba de Vancelle antes del amanecer. Y
si no lo consegua?
Abandonaron la escalera y bajaron por la espiral principal hasta llegar casi a la puerta de la habitacin
del campo de flores. Cuando la divis, Lirael se detuvo de golpe. La perra, que se encontraba a unos
cuantos metros detrs de ella, se le acerc al trote y le lanz una mirada interrogante.
-Perrita, s que no me ayudars a luchar contra el stilken -dijo Lirael con cuidado-. Pero si no logro
someterlo, quiero que cojas a Sojuzgadora y vuelvas a ponerla en la alcoba de Vancelle. Antes de que
amanezca.
-La llevars t misma, ama -dijo la perra llena de confianza, casi con un gruido. Luego vacil y, con
tono ms suave, aadi-: Pero si fuera necesario, har lo que me pides. Te lo prometo.
Lirael asinti en seal de agradecimiento, incapaz de articular palabra. Recorri los ltimos metros que
la separaban de la puerta. Al llegar, comprob que llevaba el ratn mecnico en el bolsillo derecho del
chaleco y la botellita plateada en el izquierdo. Desenvain a Sojuzgadora y, por primera vez, la blandi
como un arma, ponindose en guardia. Las marcas del Gremio de la hoja se encendieron como una brillante hoguera al percibir al enemigo, y Lirael not la fuerza latente de la magia que portaba la espada.
Sojuzgadora haba derrotado a muchas criaturas extraas, lo saba, y eso la llenaba de esperanza, hasta
que record que quizs era la primera vez que la esgrima una muchacha que no tena ni idea de lo que
haca.
Antes de que semejante pensamiento la paralizara, Lirael tendi la mano y rompi el hechizo que
mantena la puerta cerrada a cal y canto. Tal como haba dicho la perra, el encantamiento haba sufrido la
corrosin de la magia libre, una corrosin tan profunda que el hechizo se desmoron en cuanto la
muchacha lo toc y susurr una orden.
Y entonces hizo un movimiento de mueca. Las esmeraldas de la pulsera se encendieron y la puerta se
abri con un crujido. Lirael se dispuso a recibir el ataque violento del stilken... pero no ocurri nada.
Con paso vacilante, cruz el umbral frunciendo la nariz por si captaba el hedor de la magia libre, y
abri los ojos como platos tratando de buscar algn indicio que delatara la presencia de la criatura.
A diferencia de lo ocurrido en su visita anterior, al fondo del corredor no brillaba ninguna luz, slo se
perciba un fulgor fantasmagrico que tea todos los colores con distintos matices de gris. En alguna parte, el stilken acechaba en la penumbra. Lirael levant la espada bien alta y entr en la cmara haciendo
crujir las flores bajo sus pies.
La Perra Canalla la segua a diez pasos de distancia; los pelos del lomo erizados formaban una
cordillera en su espalda y del fondo del pecho le suba un gruido contenido. Encontraron all rastros del
stilken, aunque su olor estaba algo difuminado. Se ocultaba en alguna parte, dispuesto a atacar por
sorpresa. La perra estuvo a punto de decir algo. Pero entonces record que Lirael deba derrotar sola al
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LIRAEL
stilken. Se ech con la panza pegada al suelo y se qued mirando a su ama que avanzaba entre las flores
hacia el rbol y el estanque donde, sin duda, estara emboscado el stilken.
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LIRAEL
13
De stilkens y magias extraas
En la amplia cmara de las flores, el silencio recibi a Lirael con su misteriosa profundidad. Aparte del
suave crujido de sus pasos al pisar las margaritas, no se oa nada ms.
Poco a poco, dando vueltas en redondo cada tres o cuatro pasos para asegurarse de que nada la atacara
por la espalda, Lirael cruz la caverna y lleg a la puerta de la luna en cuarto creciente. Segua
entreabierta, pero la muchacha no os entrar por temor a que el stilken la encerrara dentro en caso de que
siguiese oculto en el campo.
El rbol es el escondite ms probable para la criatura, pens Lirael, y se imagin al stilken enroscado a
una rama como una serpiente. Oculto entre las verdes hojas, sus ojos plateados seguiran cada uno de sus
movimientos.
Bajo la extraa luz, el roble no era ms que una gran mancha en sombras. El stilken poda incluso
ocultarse detrs del tronco y dar vueltas a su alrededor para que el rbol se interpusiera entre l y la
muchacha. Lirael no apartaba la vista del roble y abri los ojos todo lo posible, como si as pudieran
captar ms luz. Nada se mova, de modo que comenz a caminar hacia el rbol, con pasos cada vez ms
cortos mientras el estmago se le iba encogiendo de miedo.
Tan concentrada estaba en el rbol que chapote en el borde del estanque antes de darse cuenta de que
haba llegado hasta l. Las ondas brillantes, que reflejaban la falsa luz de la luna, se expandieron un
momento y de inmediato el agua volvi a ser un espejo inmvil.
Lirael retrocedi, sacudi los pies y empez a bordear el estanque.
Empezaba a ver el roble con ms claridad, a distinguir las hojas y las ramas, aunque persistan grandes
manchas de sombra que podan ser cualquier cosa. Cada vez que apartaba la vista del roble, crea ver movimientos en la oscuridad.
Decidi que haba llegado el momento de alumbrarse, aunque al hacerlo, delatara dnde estaba. Se
zambull en el Gremio y las seales necesarias comenzaron a fluir en su mente y se perdieron en cuanto
el stilken surgi de improviso del estanque, a su lado, y atac con sus feroces garras.
De alguna forma, Sojuzgadora las recibi con una lluvia de blancas chispas envueltas en vapor y una
estocada que a punto estuvo de dislocarle el hombro a la muchacha. Retrocedi a trompicones lanzando
un grito de furia guerrera y de pnico, e instintivamente se puso en guardia. Volaron ms chispas y el
agua rebull cuando el stilken contraatac; sus garras fueron rechazadas apenas a tiempo por Lirael y
Sojuzgadora.
Sin detenerse a reflexionar, Lirael se repleg en direccin al roble. De su cabeza desaparecieron todos
sus conocimientos de hechizos para someter y vincular as como el contacto que la una al Gremio. Lo
nico que importaba en ese momento era sobrevivir, colocar la espada en el sitio adecuado para impedir
el asalto asesino del monstruo.
La bestia golpe bajo, a la altura de las piernas. Lirael ataj el golpe y se sorprendi al comprobar que
los msculos, no del todo adiestrados en esas lides, tomaban las riendas. Lanz una estocada directa al
torso de la criatura. La punta de Sojuzgadora dio en el blanco y le abri un tajo en el vientre del que
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LIRAEL
parti una nube de chispas que dejaron el chaleco de Lirael como un colador.
Pese a todo, el stilken no pareca malherido, slo furioso. Atac otra vez y cada embate de sus garras
obligaba a Lirael a retroceder varios pasos. La muchacha agitaba con desesperacin a Sojuzgadora, y con
cada estocada senta que se le sacudan todos los huesos del cuerpo. El peso de la espada comenzaba a
debilitarla. Nunca haba sido una buena espadachina y jams lo haba lamentado... hasta ese momento.
Retrocedi un poco ms, con el pie not una ligera resistencia, dio entonces un paso ms amplio de lo
necesario y acab metida en un agujero. Lirael perdi el equilibrio y cay de espaldas justo cuando una
garra afilada cortaba el aire a escasos centmetros de su garganta.
En la cada, el tiempo pareci detenerse. El golpe de parada que acababa de lanzar sali demasiado
abierto cuando empez a girar los brazos como un molino de viento para recuperar el equilibrio. Las
garras del stilken continuaron cortando el aire, cada vez ms cerca de la muchacha, a punto de alcanzarla
a la altura de la cintura.
Lirael cay con un golpe seco y apenas not el dolor. De inmediato volvi a rodar hacia un lado, y en
una fraccin de segundo descubri que acababa de tropezar en un hueco entre dos races y que el suelo
estaba plagado de ellas y se le hundan en el cuerpo.
A medida que rodaba y vea tierra, flores, el techo all en lo alto y sus luces del Gremio como estrellas
lejanas, ms tierra, ms flores, el cielo artificial, Lirael esperaba en todo momento captar los ojos plateados del stilken y sentir el dolor ardiente de sus garfios. Pero no los vio y el golpe mortal no lleg nunca. A
la sexta rodada se detuvo y se lanz hacia adelante, y los abdominales le dieron un tirn dolorossimo
cuando se puso en pie de un salto.
Sojuzgadora segua firme en su mano y el stilken trataba de sacar el garfio izquierdo de donde se le
haba enganchado, a bastante profundidad, en una de las races principales del roble. Lirael dedujo
enseguida que la garra haba errado el golpe y en lugar de clavarse en la presa, se haba hundido en la
raz.
El stilken la mir, los ojos plateados echaban chispas y del fondo de su garganta parti un horrible
glugluteo. Su cuerpo comenz a cambiar, el peso pas de la pata izquierda, atrapada en la raz, al lado
derecho del cuerpo. Se volvi ms rechoncho y los msculos se movieron debajo de la piel,
aparentemente humana, como babosas en una hoja en direccin de la pata atascada. Antes de que acabara
aquella operacin, comenz a tirar tratando de soltarse para ir tras Lirael.
La muchacha saba que aquella era su oportunidad y no deba desaprovechar esos pocos segundos. Las
marcas del Gremio refulgieron en la hoja de Sojuzgadora cuando Lirael las invoc para unirlas a otras
extradas de las cartas del Gremio. Necesitaba cuatro marcas maestras, pero para utilizarlas, antes deba
protegerse con marcas menores.
Sojuzgadora la ayud y, poco a poco, las marcas fueron formaron una cadena en su mente, mientras el
stilken glugluteaba y haciendo fuerza iba desenterrando el garfio centmetro a centmetro. El roble daba la
impresin de estar tratando de mantener atrapada a la criatura, al menos eso crey notar Lirael con
aquella parte de su cerebro no concentrada en el hechizo del Gremio. Le llegaron la crepitacin y los crujidos del rbol mientras pugnaba por mantener cerrado el corte de su raz principal y evitar que la garra se
liberara.
La ltima marca fluy en Lirael con gracia, sin esfuerzo. Dej que el hechizo saliera y not su fuerza
bullirle en la sangre y en la mdula de todos los huesos mientras se fortificaba contra las cuatro marcas
maestras que deba pronunciar.
La primera de estas marcas maestras floreci en su mente en el preciso instante en que el stilken
consigui arrancar el garfio atascado en medio de un descomunal gemido del roble y una lluvia de savia
blanco-verdosa. Pese a estar rodeada del encantamiento protector, Lirael no dej que la marca maestra se
demorara demasiado en su mente. La lanz fuera obligndola a recorrer la hoja de Sojuzgadora, donde se
extendi cual mancha de brillante aceite hasta que se encendi y la espada qued envuelta en doradas
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LIRAEL
llamas.
El stilken, que ya se dispona a atacar, intent apartarse. Demasiado tarde. Lirael dio un paso al frente
y Sojuzgadora sali impulsada en una brillante parada que atraves el cuello de la bestia. El fuego dorado
ardi lanzando por el aire estelas de chispas como la cola de un cohete; la criatura qued inmovilizada, a
escasa distancia de la muchacha, sus garras a punto de aferrarla de ambos lados.
Lirael invoc la segunda marca maestra que tambin recorri la espada. Al llegar al cogote del stilken,
desapareci. Poco despus, la piel de la criatura comenz a resquebrajarse y a arrugarse proyectando una
luz blanqusima y cegadora a medida que el cuerpo se le iba cayendo a pedazos. Poco despus, el stilken
haba perdido su apariencia semihumana para convertirse en una columna informe de intenssima luz
blanca traspasada por una espada.
La tercera marca maestra abandon a Sojuzgadora y penetr la columna. Al instante, lo que quedaba
del stilken fue menguando ms y ms hasta convertirse en una mancha de luz de pocos centmetros de
dimetro en la que Sojuzgadora qued clavada.
Lirael sac la botella de metal del bolsillo del chaleco, la puso en el suelo y utiliz la espada para
meter dentro los restos del stilken. Slo entonces retir el acero, lo dej a un lado y le puso el corcho a la
botella. Poco despus, la sell con la cuarta marca maestra que se enrosc al corcho y la botella con un
destello.
La botella dio unos cuantos brincos, se retorci en la mano de Lirael y luego se qued quieta. La
muchacha se la guard otra vez en el bolsillo y se sent al lado de Sojuzgadora con la respiracin
entrecortada. Todo haba terminado. Haba conseguido dominar al stilken. Ella slita.
Se ech hacia atrs y dio un respingo al notar infinidad de sitios doloridos en la espalda y los brazos.
Un breve fulgor en algn lugar cerca del rbol capt su atencin. Al instante volvi a estar alerta, la mano
se acerc rpida a Sojuzgadora y los dolores pasaron al olvido. Levant la espada y fue a investigar. No
poda tratarse de otro stilken. O acaso haba escapado en el ltimo momento? Revis la botella; estaba
completamente sellada. No habra parpadeado por una fraccin de segundo en el preciso momento en
que acuda a ella la cuarta marca?
La luz volvi a brillar suave y dorada cuando Lirael se acerc y suspir con alivio. Tena que tratarse
de magia del Gremio, de manera que estaba a salvo. El fulgor sala del agujero en el que haba tropezado.
Cautelosa, Lirael meti en l la punta de Sojuzgadora y apart un poco de tierra. Comprob que el
fulgor provena de un libro encuadernado en pieles o una especie de cuero peludo. Utilizando la espada
como palanca, sac el libro. Haba visto al rbol tratar de retener al stilken, no quera que la agarrara a
ella tambin.
Cuando logr separarlo de las races, levant el libro. Las marcas del Gremio de la cubierta le
resultaban familiares, un encantamiento lo mantena limpio y libre de lepismas y polillas. Lirael se meti
el grueso volumen debajo del brazo y en ese momento cay en la cuenta de que estaba empapada en
sudor, cubierta de tierra y ptalos de flores, completamente exhausta y llena de morados. El chaleco era el
nico con desperfectos permanentes: estaba tan lleno de agujeros all donde haban cado las chispas que
daba la impresin de haber sufrido el ataque de polillas incendiarias.
La perra se levant de entre las flores y sali al encuentro de su ama cuando sta se dirigi hacia la
salida. Llevaba la vaina de Sojuzgadora en la boca y no la solt cuando Lirael envain el acero.
-Lo he conseguido -dijo Lirael-. He sometido al stilken.
-Uy, Uy, Uy -dijo la perra levantndose sobre las patas traseras. Deposit la espada con cuidado y
aadi-: S, seora ma. Saba que lo conseguiras. Con razonable certeza.
-Ah, s? -Lirael se mir las manos, empezaban a temblarle. Y a continuacin le tembl todo el cuerpo
y tuvo que sentarse hasta que se le pasara. Apenas not el cuerpo caliente de la perra apoyado contra su
espalda ni los lametones en la oreja con que pretenda infundirle coraje.
-Yo devolver la espada -se ofreci la perra cuando Lirael dej de temblar-. Descansa aqu hasta que
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LIRAEL
vuelva. No tardar nada. Estars a salvo.

Lirael asinti con la cabeza, incapaz de articular palabra. Le dio unas palmaditas en la cabeza a su
mascota, se ech encima de las flores y se dej envolver en su aroma al tiempo que notaba la suavidad de
los ptalos contra la mejilla. Su respiracin se fue haciendo ms acompasada, parpade dos o tres veces
y... cerr los ojos.
La perra esper hasta estar segura de que Lirael se haba dormido. Solt un ladrido breve. Sali de la
boca del can acompaado de una marca del Gremio que flot en el aire, encima de la muchacha dormida.
La perra inclin la cabeza y la mir con ojo experto. Satisfecha, levant la espada con sus poderosas
mandbulas y sali a paso vivo, rumbo a la espiral principal.
Cuando Lirael despert era de da, o al menos la luz de la caverna volva a ser brillantsima. Por un
instante tuvo la impresin de que haba una marca del Gremio encima de su cabeza, pero era evidente que
se trataba de un sueo, porque cuando despert del todo y se incorpor, no vio nada.
Se notaba muy entumecida y le dola todo el cuerpo, pero no se encontraba peor que al da siguiente de
uno de los exmenes anuales de esgrima y boxeo. El chaleco ya no tena arreglo, menos mal que dispona
de otros de repuesto; por lo dems, no vea ms signos fsicos de su combate con el stilken. Nada que
precisara de una visita a la enfermera. La enfermera... Filris. Lirael se sinti triste de no poder contarle a
su tatarabuela que haba logrado derrotar al stilken.
Adems, a Filris le habra gustado la Perra Canalla, pens Lirael, y ech un vistazo al animal que
descansaba cerca de ella. Estaba ovillada, la cola enroscada a las patas traseras le llegaba casi al hocico.
Roncaba con suavidad y de vez en cuando se mova espasmdicamente, como si soara que persegua
liebres.
Lirael iba a despertar a la perra cuando not que el libro le daba un toquecito. Con ms luz descubri
que no estaba encuadernado en pieles o cuero sino que la cubierta era una especie de entablillado unido
por un tejido de punto bien cerrado, algo muy extrao, la verdad.
Lo levant, lo abri por la cartula y antes de leer la primera palabra, adivin que se trataba de un libro
de poderes. Todo l estaba saturado de magia del Gremio. El papel estaba cubierto de marcas, lo mismo la
tinta y las puntadas del lomo.
La cartula rezaba simplemente Con piel de len. Lirael pas la pgina con la esperanza de encontrar
un ndice, pero comenzaba directamente en el primer captulo. Empez a leer despus de las palabras
Captulo uno, pero las letras se volvieron borrosas y brillantes. Parpade, se restreg los ojos, y cuando
volvi a mirar la pgina en ella se lea Prlogo, aunque estaba segura de no haber pasado la pgina.
Volvi hacia atrs y ah estaba otra vez la cartula.
Lirael frunci el ceo y sigui hojeando. Segua diciendo Prlogo. Antes de que la palabra volviera
a transformarse en otra, se puso a leer.
La confeccin de pieles del Gremio, ley:
... permite a las magas adquirir algo ms que la apariencia de una bestia o una planta. Una piel del Gremio
correctamente tejida, colocada de la forma estipulada, otorga a las magas la forma deseada, con todas las
peculiaridades, percepciones, limitaciones y ventajas de esa forma.
Este libro es un tratado terico del arte de confeccionar pieles del Gremio, un manual prctico para portadoras
de formas principiantes, un compendio completo de pieles del Gremio, incluidas las de len, caballo, sapo
saltimbanqui, paloma gris, fresno y gran variedad de otras formas utilsimas.
El estudio disciplinado y minucioso de este curso terico dotar a las magas aplicadas de los conocimientos
necesarios para confeccionar una primera piel del Gremio en un plazo de tres a cuatro aos.
-S que es til ese libro -dijo la perra que acababa de despertarse e interrumpi la lectura de su ama
metiendo el hocico entre las pginas y exigindole sin lugar a dudas que la rascara entre las orejas.
-Mucho -convino Lirael, tratando de seguir leyendo con la perra encima aunque sin ningn xito-.
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LIRAEL
Parece ser que si estudio este manual ordenadamente, dentro de tres o cuatro aos podr adoptar otra
forma.
-Dieciocho meses -bostez la perra, soolienta-. Dos aos si eres perezosa. Aunque lleves una piel del
Gremio, no cambias tu propia forma. Asegrate de empezar por una piel del Gremio que te sirva para
explorar. Ya sabes, una que te permita colarte por agujeritos y cosas as.
-Por qu? -pregunt Lirael.
-Por qu? -repiti la perra con incredulidad al tiempo que apartaba la cabeza de la mano de su ama-.
En este lugar hay montones de cosas para ver y oler! Niveles enteros de la biblioteca en los que nadie ha
puesto los pies desde hace siglos, milenios! Cuartos llenos de antiguos secretos cerrados con llave.
Tesoros! Conocimientos! Diversin! No querrs ser una auxiliar tercera de la bibliotecaria toda tu
vida?
-No exactamente -contest Lirael con frialdad-. Quiero ser una clarvi hecha y derecha. Quiero tener la
visin.
-Bueno, a lo mejor encontramos algo que despierte en ti el don -sentenci la perra-. S que tienes que
trabajar, pero quedan muchos ratos libres que no debemos desperdiciar. Qu podra ser mejor que caminar por sitios donde nadie ha pisado desde hace miles de aos?
-Supongo que puedo intentarlo -convino Lirael.
Su imaginacin ya se haba echado a volar tras or las palabras de la perra. Haba muchas puertas que
deseaba abrir. Estaba el extrao agujero en la piedra, por ejemplo, justo donde la espiral principal termina
abruptamente...
-Adems -aadi la perra interrumpiendo los pensamientos de Lirael-, en este lugar hay fuerzas que
quieren que utilices el libro. Algo liber al stilken y la presencia de la criatura ha despertado otros
embrujos. El roble no habra soltado el libro, si no hubieses estado decidida a tenerlo.
-No, supongo -admiti Lirael.
Le disgustaba la idea de que el stilken recibiera ayuda para escapar de su prisin. Eso significaba que
haba una fuerza superior del mal que estaba en los niveles antiguos o que algn poder venido de lejos
poda meterse en el Glaciar de las Clarvis, pese a las defensas mgicas.
Si en la biblioteca haba algo como el stilken, algn ente muy poderoso de la magia libre, Lirael
consideraba su deber encontrarlo. Tena la opinin de que al haber derrotado al stilken, sin quererlo haba
dado el primer paso para asumir la responsabilidad de destruir cualquier otra cosa como aquella criatura
que pudiese amenazar a las clarvis.
La exploracin llenara sus horas muertas y la distraera. Lirael se dio cuenta entonces de que en los
ltimos meses ya no pensaba tanto en las ceremonias del despertar, ni en el don de la visin. Crear a la
perra y descubrir cmo derrotar al stilken haban mantenido su mente muy ocupada.
-Aprender a hacer una piel del Gremio til -declar-. Y exploraremos, perrita!
-Estupendo! -dijo la perra; para celebrarlo solt un ladrido cuyo eco reson en toda la caverna-. Ser
mejor que te des prisa, que te laves y te cambies, antes de que Imshi se pregunte dnde ests.
-Que hora es? -pregunt Lirael, sorprendida.
Alejada de los inaplazables golpes de silbato de Kirrith en la Residencia de jvenes y de los toques del
reloj del saln de lectura, haba perdido la nocin de la hora. Calculaba que estaba a punto de amanecer
porque ya empezaba a tener sueo.
-Sern ms o menos las seis y media de la maana -contest la perra despus de levantar la oreja como
si estuviese escuchando un carrilln lejano-. Minuto ms, minuto menos...
Se qued con la palabra en la boca porque Lirael haba echado a correr a trompicones y ya estaba lejos.
La perra suspir y en cuatro saltos con los que estir el cuerpo entero, alcanz a su ama antes de que
llegara a la puerta.
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LIRAEL
Segunda parte
Ancelstierre
Ao Reino Antiguo
Decimoctavo ao de la Restauracin
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LIRAEL
14
Prncipe Sameth
A ms de mil kilmetros al sur del Glaciar de las Clarvis, veintids muchachos jugaban al crquet. En
el Reino Antiguo, al otro lado del Muro, situado a cincuenta kilmetros al Norte, estaban a finales del
otoo. Aqu, en Ancelstierre, el final del verano traa consigo das luminosos y clidos, perfectos para la
final del muy disputado Campeonato Juvenil por el Trofeo, en el que participaban los alumnos de los dos
ltimos cursos de dieciocho escuelas.
Era el ltimo over del partido, slo quedaba una pelota por lanzar y con tres carreras haba que ganar el
turno de lanzamiento, el partido y el campeonato.
Al bateador que le tocaba darle a la ltima pelota le faltaba un mes para cumplir los diecisiete aos y
un centmetro para pasar del metro ochenta. Tena el pelo castao oscuro lleno de rizos apretados y unas
caractersticas cejas negras. No era guapo, lo que se dice guapo, pero llamaba la atencin y los pantalones
de franela blancos le sentaban de maravilla. Claro que ya no estaban tan almidonados y planchados como
al empezar el partido, porque al cabo de setenta y cuatro carreras del equipo, sesenta de las cuales se
deban al bateador, haban quedado completamente empapados de sudor.
Un nutrido pblico llenaba las gradas del campo de crquet de Bain, un pblico ms nutrido de lo
normal para tratarse de un partido juvenil y viniendo uno de los equipos de la cercana Escuela Dormalan.
Casi todos los espectadores haban ido a ver al bateador alto y joven, no porque fuera ms habilidoso que
el resto del equipo, sino porque era un prncipe. Para ser ms exactos, era un prncipe del Reino Antiguo.
Bain no slo era el pueblo ms prximo al Muro que separaba Ancelstierre de aquella tierra de magia y
misterio, sino que haca diecinueve aos tambin haba padecido la incursin de los muertos, derrotados
con la ayuda de los padres del bateador, sobre todo de su madre.
El prncipe Sameth era consciente de la curiosidad que despertaba en los habitantes de Bain, pero no
permiti que eso lo distrajera. Concentr toda la atencin en el lanzador que se encontraba en el otro
extremo del punto de lanzamiento, un temible muchacho pelirrojo cuya fuerza al lanzar le haba permitido
ganar tres wickets. Aunque daba la impresin de estar un poco cansado, y su ltimo over haba sido algo
irregular, pues haba permitido que Sam y su bateador, Ted Hopkiss, bateara la pelota a la otra punta del
campo en su afn por conseguir las ltimas y vitales carreras. Si el lanzador no recuperaba las fuerzas y la
precisin del principio, pens Sameth, tena una oportunidad. Cuidado, el lanzador no pareca tener prisa,
flexionaba despacio el brazo con el que bateaba y miraba las nubes que surcaban el cielo.
El tiempo era un factor de distraccin, pero slo para Sameth. Haca unos minutos que se haba
levantado un viento. Soplaba directamente del Norte trayendo consigo la magia recogida en el Reino
Antiguo y el Muro. Como reaccin, la marca del Gremio que Sameth llevaba en la frente le produca un
cosquilleo y aumentaba su percepcin de la muerte. Desde luego, su fra presencia no se notaba con
excesiva intensidad donde l estaba. Pocos haban muerto en el punto de lanzamiento del campo de
crquet, al menos en poca reciente.
El lanzador emprendi por fin su carrera y la pelota rojo brillante sali aullando en direccin del punto
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LIRAEL
de lanzamiento y rebot hacia arriba cuando Sameth dio un paso al frente para recibirla. El bate de sauce
choc contra el cuero produciendo un potente crujido y la pelota sali disparada por encima del hombro
izquierdo de Sameth. Subi y subi formando un arco por encima de los fielders que corran, en direccin
a las gradas, donde un hombre de mediana edad salt del asiento en una exhibicin de su maa algo
olvidada para el crquet y la agarr. Seis tantos! Sameth not que la boca se le ensanchaba en una sonrisa
al or que el pblico de las gradas aplauda con fervor. Ted se le acerc a la carrera para estrecharle la
mano y balbuci algo, luego se vio estrechando la mano a los jugadores del equipo contrario y a un
montn de gente ms mientras se abra paso hacia las casetas. Entre un apretn de manos y el siguiente,
levant la vista para ver el marcador que continuaba cambiando. Haba conseguido sesenta y seis not out,
su mejor marca personal y un final apropiado para su trayectoria en el crquet escolar. Probablemente de
toda su trayectoria en el crquet, pens, al recordar que faltaban apenas dos meses para que regresara al
Reino Antiguo. Al norte del Muro no se jugaba al crquet.
Su amigo Nicholas fue el primero en felicitarlo cuando lleg al vestuario. Nick era fantstico como
lanzador con efecto, pero batear ya no se le daba tan bien y como fielder era un desastre. Con frecuencia
desconectaba, como si entrara en un sueo, y se pona a analizar un insecto del suelo o alguna nube con
forma rara en el cielo.
-Has estado genial, Sam! -exclam Nick estrechndole la mano con fuerza-. Otro trofeo ms para el
viejo Somersby.
-Muy pronto, Somersby ser tan viejo que pasar a la historia -contest Sam sentndose en un banco y
empezando a desatarse las espinilleras-. Tiene gracia, eh? Nos pasamos diez aos quejndonos del lugar
y cuando llega el momento de largarnos...
-S, ya lo s, ya lo s -dijo Nick-. Por eso deberas venir conmigo a Corvere, Sam. La universidad es
ms de lo mismo. Olvida tu miedo al futuro...
La frase qued interrumpida cuando el resto del equipo entr en tropel a estrecharle la mano a Sameth.
Hasta el seor Cochrane, entrenador y profesor de educacin fsica de Somersby famoso por su irascibilidad, se dign a darle una palmada en el hombro y a declarar:
-Magnfico espectculo, Sameth.
Una hora ms tarde, estaban todos en el autobs escolar, empapados por el chaparrn repentino que
haba trado consigo el viento del norte. Los chubascos se iban alternando con los claros que duraban pocos minutos. Por desgracia, el ltimo chubasco los haba pillado justo cuando cruzaban el camino hacia el
autobs.
El viaje a Somersby era en direccin sur por el camino de Bain y duraba tres horas. Por ello los
pasajeros del autobs se sorprendieron cuando, justo a las afueras de Bain, el conductor abandon el
camino principal y enfil por una carretera comarcal de un solo carril.
-Eh, chofer, pare! -exclam el seor Cochrane-. Dnde diablos cree que va?
-Por un desvo -contest brevemente el hombre, apenas sin mover los labios. Sustitua a Fred, el chfer
habitual de la escuela, que el da anterior se haba fracturado el brazo en una pelea por un polmico
campeonato de dardos-. El camino de Bain est inundado a la altura de Armas del Criquetista.
-Muy bien -dijo Cochrane; su ceo fruncido indicaba que no estaba tan de acuerdo como aparentaba-.
Qu cosa ms rara. Jurara que no ha llovido tanto. Est seguro de que conoce otro camino?
-S, jefe -afirm el hombre y en su cara de comadreja se vio algo parecido a una sonrisa-. El puente de
Beckton.
-En mi vida lo haba odo nombrar -dijo Cochrane con desdn-. En fin, supongo que sabr lo que hace.
Los muchachos no prestaron demasiada atencin a la conversacin ni al camino. Llevaban levantados
desde las cuatro de la maana para poder llegar a Bain a tiempo, y se haban pasado el da entero jugando
al crquet. La mayora de ellos, incluido Nick, se pusieron a dormir. Sameth se mantuvo despierto, todava
le duraba el entusiasmo por los seis tantos ganadores. Contemplaba por la ventanilla cmo caa la lluvia
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LIRAEL
sobre el campo. Dejaron atrs una serie de granjas colonizadas en cuyas ventanas se vea el clido fulgor
de la luz elctrica. Los postes del telgrafo, al costado del camino, pasaban raudos, como la cabina de telfono roja cuando cruzaron el pueblo a toda velocidad.
Pronto dejara atrs todo aquello. La tecnologa moderna como el telfono y la electricidad no
funcionaban al otro lado del Muro.
Diez minutos ms tarde, dejaron atrs un paisaje que Sameth tampoco vera al otro lado del Muro. Un
gran campo lleno de cientos de tiendas, la colada puesta a secar en todas las cuerdas tensoras disponibles
y un aire general de desorden. El autobs aminor la marcha al pasar y Sameth vio que en la puerta de la
mayora de las tiendas se amontonaban mujeres y nios contemplando tristemente la lluvia. Casi todos
ellos llevaban la cabeza cubierta con pauelos o sombreros azules, que los identificaban como refugiados
sureos. Ms de diez mil reciban cobijo temporal en lo que el Corvere Times describa como las lejanas
regiones norteas del pas, en clara referencia a su proximidad al Muro. Aquel deba de ser uno de los
campamentos de refugiados que haban surgido en los ltimos tres aos, dedujo Sameth, al reparar en la
triple alambrada de acorden que rodeaba el campo y en los policas que montaban guardia en la entrada
mientras la lluvia caa a raudales sobre sus yelmos y los chubasqueros azul oscuro.
Los sureos huan de una guerra que libraban cuatro estados del lejano Sur, al otro lado del Mar
Hendido que baaba Ancelstierre. La guerra haba comenzado tres aos antes, a raz de una pequea
rebelin en la Autarqua de Iskeria que, contra todo pronstico, result un xito. Aquella rebelin se haba
convertido en una guerra civil en cuyos bandos opuestos se vieron implicados los pases vecinos de
Kalarime, Iznenia y Korrovia. Sameth saba que haba por lo menos seis facciones en guerra, entre las
cuales estaban las fuerzas del autcrata iskeriano, los primeros rebeldes anarquistas, los tradicionalistas
apoyados por Kalarime y los imperialistas korrovianos.
Tradicionalmente, Ancelstierre se mantena neutral cuando el Continente Sur estaba en guerra y
confiaba a su marina de guerra y su cuerpo de aviacin la tarea de mantener los problemas al otro lado del
Mar Hendido. Sin embargo, la guerra haba alcanzado gran parte del continente y en ese momento, el
nico lugar seguro para los no combatientes era Ancelstierre.
Ancelstierre era as el destino elegido por los refugiados. A muchos les impedan la entrada en alta mar
o en los principales puertos, pero por cada barco que regresaba, una embarcacin menor recalaba en algn
punto de la costa ancelstierrana donde descargaba los doscientos o trescientos refugiados que haban
viajado en ella apretados como sardinas.
Muchos ms moran ahogados o de inanicin, pero eso no disuada a los dems.
A la larga, terminaban cayendo en las redadas que se organizaban para perseguirlos y eran conducidos
a los campamentos temporales. En teora, a partir de ese momento, reunan los requisitos para convertirse
en inmigrantes de la Mancomunidad de Ancelstierre, pero en la prctica, slo los que tenan dinero,
contactos o aptitudes tiles llegaban a obtener la ciudadana. Los dems se quedaban en los campamentos
de refugiados hasta tanto el gobierno ancelstierrano encontrara la manera de enviarlos de vuelta a sus
pases de origen. El recrudecimiento de la guerra y la confusin que traa aparejada no contribuan en
nada a que quienes haban huido regresaran voluntariamente. Los intentos de deportaciones masivas
culminaban siempre en huelgas de hambre, disturbios y todo tipo de protestas.
-To Edward dice que el tal Corolini quiere enviar a los sureos a tus pagos -coment Nicholas con voz
soolienta cuando, al disminuir la marcha el autobs, despert-. Al otro lado del Muro. Aqu no hay sitio
para ellos, dice, mientras que en el Reino Antiguo sobra.
-Corolini es un agitador populista -contest Sameth, citando el editorial del Times.
Su madre, que estaba al frente de gran parte de la diplomacia del Reino Antiguo con Ancelstierre, tena
una opinin todava ms dura sobre ese poltico que, desde los comienzos de la guerra del Sur haba
adquirido cada vez ms importancia. Lo consideraba un eglatra peligroso, capaz de cualquier cosa con
tal de conseguir el poder.
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LIRAEL
-No sabe de lo que habla. Moriran todos en las Tierras Fronterizas. No es seguro.
-Qu problema hay con que se vayan para all? pregunt Nick.
Saba que a su amigo no le haca gracia hablar del Reino Antiguo. Sam siempre deca que no se
pareca en nada a Ancelstierre y que Nick no lo entendera. Casi nadie conoca a fondo esa zona, y en las
bibliotecas exista poca informacin importante que Nick hubiera visto. El ejrcito mantena la Frontera
cerrada y eso era todo.
-Hay... animales y... y cosas peligrosas -le contest Sameth-. Ya te lo he dicho. Las armas, la
electricidad y esas cosas no funcionan. No se parece en nada a...
-Ancelstierre -lo interrumpi Nicholas con una sonrisa-. La verdad es que no me faltan ganas de ir a
verte en las vacaciones para comprobarlo con mis propios ojos.
-Ojal pudieras venir -dijo Sameth-. Me har falta ver una cara amiga despus de seis meses en
compaa de Ellimere.
-Y cmo sabes que no es a tu hermana a quien quiero ir a visitar? -pregunt Nick con una mirada
lasciva.
Sam nunca hablaba bien de su hermana mayor. Iba a comentar algo ms, pero las palabras se le
helaron en la boca cuando mir por la ventanilla. Nick tambin mir.
El campamento de refugiados haba quedado atrs haca rato para dar paso a un bosque bastante
cerrado. A lo lejos, la bola del sol, desdibujada por la lluvia, colgaba encima de las copas de los rboles.
Ellos eran los nicos asomados a las ventanillas del lado izquierdo del autobs y el sol debera haber
estado a la derecha. Iban en direccin norte, y ya llevaban un buen trecho. En direccin Norte, hacia el
Muro.
-Ser mejor que avise a Cockers -dijo Sameth, que ocupaba el asiento del pasillo.
Se haba levantado para dirigirse a la parte delantera del autobs cuando el motor comenz a resoplar y
el vehculo dio un bandazo que casi ech al suelo a Sam. El conductor lanz una maldicin y redujo las
marchas, pero el motor sigui resoplando. El conductor renov las maldiciones y entonces aceler con
tanto mpetu que el quejido del motor despert a cuantos seguan dormidos. Y entonces se apag. Las
luces interiores y los faros se apagaron y el autobs acab detenindose del todo.
-Seor Cochrane! -grit Sam imponindose al repentino alboroto que hicieron sus compaeros al
despertar-. Nos dirigimos al Norte! Creo que estamos cerca del Muro.
Cochrane, que escudriaba por su ventanilla, se volvi en el mismo instante en que Sam pronunci su
nombre, se plant en el pasillo y su imponente mole bast para hacer callar a los muchachos que tena
ms cerca.
-Calma! -orden-. Chorradas, Sameth. Volved a vuestros asientos. Ir a ver qu...
Se interrumpi bruscamente cuando oy al conductor cerrar de golpe la puerta tras haberse bajado del
autobs. Todos los muchachos se asomaron a las ventanillas pese al rugido de Cochrane, y comprobaron
que el conductor saltaba el murete que bordeaba el camino y echaba a correr entre los rboles como si lo
persiguiese un enemigo mortal.
-Pero qu diablos pasa aqu? -grit Cochrane volvindose para mirar por el parabrisas.
Estaba claro que lo que haba asustado al conductor a l no le pareca tan terrible, porque abri la
puerta de acceso de pasajeros y sali bajo la lluvia al tiempo que sacaba el paraguas.
En cuanto se ape del autobs, todos corrieron a la parte delantera. Desde el lugar que ocupaba en el
pasillo, Sam fue el primero en llegar. Se asom y lo primero que vio fue que una barrera atravesaba el
camino y junto a ella un enorme cartel rojo. No se lea bien a causa de la lluvia, pero de todas maneras
saba lo que pona. Todas las veces que haba vuelto al Reino Antiguo a pasar las vacaciones, haba visto
carteles idnticos. Los carteles rojos indicaban el comienzo de la Frontera, la zona militar que el ejrcito
ancelsterriano haba delimitado justo frente al Muro. Ms all de esos carteles, los bosques a ambos lados
del camino desaparecan para dar paso a una franja de algo menos de un kilmetro, plagada de plazas
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LIRAEL
fuertes, trincheras e interminables vallas de alambre espino que se extendan desde la costa este a la oeste.
Sam recordaba exactamente lo que deca el cartel. Fingiendo tener una vista de lince que le permita
ver a travs del parabrisas empaado, recit la advertencia desconocida por los dems, pero que l saba
de memoria. Era importante que ellos tambin la conocieran.
MANDO FRONTERIZO EJRCITO DEL NORTE
Queda terminantemente prohibido salir de la Zona Fronteriza.
Se disparar sin previo aviso a toda persona que intente cruzarla.
Los viajeros autorizados debern presentarse en el Cuartel General del Mando Fronterizo.
SE RECUERDA QUE SE DISPARAR SIN PREVIO AVISO
En el silencio que sigui a su fingida lectura, todos se pusieron muy serios. De inmediato surgi un
torrente de preguntas que Sam no contest. Crea que el conductor haba huido por el miedo que le
causaba estar tan cerca del Muro. Y si los hubiese llevado hasta all adrede? Y por qu haba huido de
los dos policas militares tocados con gorra roja que haban abandonado su garita para acercarse?
La familia de Sameth tena muchos enemigos en el Reino Antiguo. Algunos eran humanos, y en
Ancelstierre pasaban muy bien por inofensivos. Algunos no lo eran, y contaban con el poder suficiente
para cruzar el Muro y bajar hacia el Sur, hasta all mismo. Sobre todo en das en que el viento soplaba del
norte.
Sin molestarse en ponerse el impermeable, Sam se baj del autobs de un salto y corri hacia donde
los dos policas militares acababan de encontrarse con el seor Cochrane. O ms bien hasta donde el
sargento de la polica militar le chillaba a Cochrane.
-Haga bajar a todos del autobs y hgalos retroceder lo ms rpido posible -le grit el sargento-.
Corran lo ms lejos posible y luego caminen. Entendido?
-Por qu? -inquiri el seor Cochrane, irritado. Como la mayora de profesores y el personal de
Somersby, no era del Norte, y no saba nada del Muro, la Frontera o el Reino Antiguo. Siempre haba
tratado a Sameth como trababa al otro prncipe de la escuela, un albino del lejano pas de Karshmel, como
un nio adoptado que no acababa de pertenecer a la familia.
-Limtese a obedecer! -le orden el sargento. Sameth lo not nervioso. Llevaba la funda del revlver
abierta y no paraba de echar miradas furtivas hacia los rboles. Como la mayora de los soldados
apostados en la Frontera, aunque a diferencia de todas las dems unidades del ejrcito de Ancelstierre,
tambin llevaba una especie de espada larga, casi una bayoneta, colgada de la cadera izquierda y una cota
de malla cubra su traje de campaa color caqui, aunque luca la gorra roja de polica militar en lugar del
yelmo con proteccin de barrotes en nariz y cuello, propio de la plaza fuerte de la Frontera. Sam se dio
cuenta de que ninguno de ellos luca en la frente la marca del Gremio.
-Esa no es una explicacin vlida -protest Cochrane-. Insisto en hablar con un oficial. No permitir
que mis chicos vayan por ah corriendo bajo la lluvia!
-Ser mejor que obedezcamos al sargento -sugiri Sam, acercndose por detrs-. Hay algo en el
bosque... y se est acercando.
-Y t quin eres? -pregunt el sargento, desenfundando la espada.
El soldado de primera que estaba a su lado lo imit al instante y comenz a rodear al muchacho. Los
dos miraban la frente de Sam y la marca del Gremio que asomaba apenas debajo de su gorra con la inscripcin Crquet XI.
-El prncipe Sameth del Reino Antiguo -contest Sam-. Sugiero que llame al mayor Dwyer, de los
Exploradores o al general Tindall del Mando Central y les diga que estoy aqu... y que hay por lo menos
tres braceros muertos ocultos en el bosque.
-Por las barbas de mi abuelo! -exclam el sargento-. Sabamos que este viento no traera nada bueno.
Cmo habrn...? En fin, da igual. Harris, vuelva a toda prisa al puesto fronterizo y advierta al cuartel
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general. Avseles que tenemos aqu al prncipe Sameth, a un puado de colegiales y al menos tres intrusos
de categora A. Utilice una paloma y el cohete. Seguramente el telfono estar estropeado. Dse prisa!
El soldado de primera clase desapareci antes de que el sargento terminara de cerrar la boca y justo
cuando Cochrane intervino.
-Sameth! De qu ests hablando, si puede saberse?
-No tengo tiempo de explicrselo -contest Sam.
Perciba la presencia de braceros muertos, cuerpos dotados de espritus convocados entre los difuntos,
se movan en el bosque, paralelos al camino. No daban la impresin de haber notado la presencia de seres
vivos, en cuanto lo hicieran, los tendran encima.
-Hay que sacar de aqu a todo el mundo... y alejarnos del Muro lo ms posible.
-Pero....pero... -solt Cochrane.
La impertinencia de uno de sus muchachos, que se atreva a darle rdenes nada menos que a l, lo hizo
enrojecer de rabia y asombro. Habra dicho algo ms, si el sargento no hubiese empuado el revlver y le
hubiese mandado con toda calma:
-Squelos de aqu ahora mismo, seor, o le meto un disparo entre ceja y ceja.
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15
Los muertos son muchos
Cinco minutos ms tarde, todo el equipo estaba bajo la lluvia, en mitad del camino, corriendo en
direccin al Sur. Siguiendo el consejo de Sameth, se haban armado con bates de crquet, los palos con
punta metlica y las pelotas usadas en los partidos. El sargento de la polica militar corra con ellos, su
revlver desenfundado continuaba acallando las protestas de Cochrane.
Entre bravatas y jaleos, al principio, los muchachos se lo tomaron a broma. A medida que oscureca y
la lluvia caa ms tupida, se calmaron. Las bromas cesaron por completo cuando a sus espaldas oyeron
cuatro disparos en rpida sucesin, seguidos ms lejos de un grito angustiado.
Sameth y el sargento se lanzaron una mirada cargada de miedo, una mirada en la que se adivinaba que,
para su desgracia, saban qu estaba pasando. Los disparos y el grito deban de venir del soldado de
primera clase Harris, que haba vuelto al puesto fronterizo.
-Hay algn arroyo u otra corriente de agua por aqu cerca? -jade Sameth, consciente de la cantinela
de advertencia que, desde la infancia, vena oyendo sobre los muertos.
El sargento neg con la cabeza, sin pronunciar palabra. No dejaba de mirar por encima del hombro y
de correr, con el peligro de perder el equilibrio. Poco despus de haber odo el grito, vio lo que buscaba y
se lo indic a Sameth: tres bengalas con paracadas flotaban en direccin al suelo, pocos kilmetros ms
al Norte.
-Parece que Harris consigui al menos soltar la paloma -resopl-. O tal vez, el telfono funcionaba,
igual que la pistola. Pronto enviarn a la compaa de reserva y un pelotn de Exploradores, prncipe
Sameth.
-Eso espero -contest el muchacho.
Perciba a los muertos; los seguan por el camino y se acercaban rpidamente. Daba la impresin de
que all adelante no haba ni esperanza ni seguridad en ninguna parte. Ni una granja o granero de construccin slida, ni un arroyo cuya agua corriente los muertos no pudieran cruzar. El camino prosegua un
trecho e iba a terminar en un sendero hundido, ms oscuro y ms cerrado, el lugar perfecto para una
emboscada.
En el instante en que estos pensamientos pasaban por la cabeza de Sam, el muchacho advirti que el
sentido que le permita percibir a los muertos haba cambiado. Al principio se desorient, hasta que
descubri lo que pasaba. En algn lugar de la oscuridad que los rodeaba, en el camino flanqueado de altos
terraplenes, frente a ellos, acababa de alzarse el espritu de un muerto. Y peor an, se trataba de un
espritu reciente, escapado haca poco del Reino de la Muerte. No eran espritus de muertos obstinados
que haban conseguido cruzar la Frontera. Eran braceros muertos, resucitados en el lado ancelstierrano del
Muro por un nigromante. Eran controlados por la mente del nigromante, y por eso, resultaban mucho ms
peligrosos que los espritus delincuentes.
-Alto! -aull Sam; su grito se impuso al repiqueteo de la lluvia y de pasos en el asfalto-. Estn delante
de nosotros. Debemos abandonar el camino!
-Quienes estn delante de nosotros, muchacho? -grit Cochrane, perdiendo otra vez los estribos-. Ya
est bien de sandeces...
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Enmudeci al ver una silueta que sala a trompicones de las sombras, delante de ellos, y se plantaba en
mitad del camino. Era humana o lo haba sido, de sus brazos colgaban restos de carne y la cabeza era casi,
casi un crneo reseco, las cuencas de los ojos, dos negros y profundos hoyos y una hilera de dientes
brillantes. No caba duda alguna, estaba muerta; el olor a podrido que de ella se desprenda, mataba el
aroma suave de la lluvia. Al avanzar iba soltando terrones de tierra, prueba patente de que acababa de
salir de la sepultura.
-A la izquierda! -grit Sam-. Todos a la izquierda!
A su grito, los muchachos, hasta ese momento inmviles y silenciosos, brincaron por encima de la
tapia de piedra que flanqueaba el camino. Cochrane fue el primero, se precipit hacia ella lanzando el
paraguas a un lado.
La cosa muerta se movi tambin y ech a correr desmaadamente al notar la presencia de la vida que
tanto ansiaba. El sargento se apoy en la tapia y esper hasta tenerla a tres metros. Entonces, con el
pesado revlver calibre 455 apunt al torso de la criatura y descarg todas las bailas, cinco disparos en
rpida sucesin, acompaados de un suspiro de alivio al comprobar que el arma funcionaba.
La criatura se detuvo y cay de espaldas, pero el sargento no esper. Llevaba en la Frontera el tiempo
suficiente para saber que no tardara en levantarse. Las balas detenan a los braceros muertos, aunque slo
si las criaturas eran despedazadas. Las granadas de fsforo blanco resultaban ms efectivas, las dejaban
reducidas a cenizas, siempre y cuando funcionaran. Las pistolas, las granadas y otras armas corrientes de
la tecnologa militar ancelstierrana tendan a fallar cuanto ms cerca del Muro y del Reino Antiguo se
utilizaban.
-Subamos la colina! -grit Sam, sealando a una elevacin del terreno que tenan delante, donde el
bosque raleaba.
Si conseguan llegar hasta all, al menos tendran la ventaja de ver desde lo alto cualquier cosa que se
acercase.
Echaron a correr y a sus espaldas se elev un grito discordante, inhumano, un sonido como de fuelles
rotos pisoteados de repente por un montn de pies, ms chillido que grito. Sam saba que aquel grito parta de los pulmones resecos de un bracero muerto. Sin embargo, provena de algn lugar situado ms a la
derecha de donde se encontraba el muerto viviente que el sargento haba eliminado. Al mismo tiempo,
presenta a otros movindose a diestro y siniestro, rodeando la colina. -All abajo hay un nigromante -dijo
sin dejar de correr-. Y calculo que habr muchos cadveres, muertos no hace mucho.
-Un camin lleno de sureos... se sali del camino por esta zona har algo as como mes y medio -dijo
el sargento hablando a toda prisa en cuanto terminaba de tomar aliento-. Hubo diecinueve muertos. Todo
un misterio... adonde se dirigan..., en fin..., que el coadjutor de Archell no... no los quiso... en el
crematorio del Ejrcito, tampoco... as que los enterraron junto al camino.
-Estpidos! -grit Sameth-. Estamos demasiado cerca del Muro! Deberan haberlos incinerado!
-Malditos cagatintas burcratas -resopl el sargento agachndose con agilidad para evitar una rama-.
Las disposiciones prohben sepultar a nadie dentro de la... Frontera. Pero aqu estamos fuera... me
comprende?
Sameth no contest. Empezaron a subir la colina y haba que ahorrar aliento. Notaba la presencia de al
menos doce braceros muertos a sus espaldas, y tres o cuatro desplegados a ambos lados. Perciba tambin
algo, una presencia, probablemente un nigromante, en la zona donde los cuerpos estaban enterrados...,
mejor dicho, donde haban sido enterrados.
En la cima de la colina la arboleda desapareca, quedaban apenas unos cuantos arbolillos raquticos a
merced del viento. Faltaban pocos metros para llegar a lo alto y el sargento les orden que se detuvieran.
-Acercaos todos! Falta alguno? Cuntos...?
-Diecisis, incluido el seor Cochrane -dijo Nick, que era una luz para los clculos. Cochrane le lanz
una mirada colrica, pero no dijo nada, inclin la cabeza y trat de recuperar el aliento-. Estn todos.
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-Cunto tiempo tenemos, prncipe Sameth? -le pregunt el sargento a Sam al tiempo que ambos
miraban hacia los rboles de abajo.
La lluvia arreciaba y la noche caa veloz; apenas se vea.
-Tendremos a los dos o tres primeros encima dentro de pocos minutos -contest Sameth
sombramente-. La lluvia los demorar un poco. Habr que derribarlos y atravesarlos con palos para que
no se muevan. Nick, organiza a todos en grupos de tres. Dos bateadores y alguien que sujete los palos.
No, Hood..., ve con Asmer. Cuando vengan, yo los distraer con un... bueno, los distraer. Los bateadores
debern golpearlos con todas sus fuerzas y sin prdida de tiempo, a la altura de las rodillas, y despus,
clavarles palos en brazos y piernas.
Sameth call al ver que uno de sus compaeros observaba el palo de madera de setenta y cinco
centmetros de largo con el pincho metlico en la punta. Por la expresin del muchacho, quedaba claro
que era incapaz de verse clavando aquello a nada.
-No son personas! -grit Sam-. Estn todos muertos. Si no luchis contra ellos, nos matarn. Pensad
en ellos como en animales salvajes y no olvidis que luchamos por nuestras vidas!
Uno de los muchachos se ech a llorar, las lgrimas silenciosas rodaron por sus mejillas. Sam crey en
un primer instante que era lluvia, hasta que repar en la desesperacin y el terror ms absoluto que destilaba la mirada de su compaero.
Iba a decirle unas cuantas palabras para infundirle nimos cuando Nick seal colina abajo y grit:
-Ya vienen!
Tres braceros muertos salieron de entre los rboles, haciendo eses como borrachos, los brazos y las
piernas despendolados. El choque haba destrozado sus cuerpos, pens Sam, al tiempo que calculaba
cunta fuerza tendran, el que estuvieran tan maltrechos era una buena noticia: avanzaban con mucha
torpeza, medio descoyuntados.
-Nick, tu equipo se ocupar del que est a la izquierda -orden, hablando deprisa-. Ted, el tuyo se
encargar del que est en el medio, y el de Jack, del que est a la derecha. Apuntadles a las rodillas y
clavadles los palos en cuanto los tengis en el suelo. No dejis que os agarren, son mucho ms fuertes de
lo que parecen. Los dems, y por favor, tambin ustedes, sargento y seor Cochrane, mantnganse a
distancia y ayuden a los equipos que se vean en dificultades.
-A sus rdenes! -contest el sargento.
Cochrane se limit a asentir sin abrir la boca, la vista clavada en los braceros muertos que iban
acercndose. Era la primera vez, desde que Sam tena memoria, que el entrenador no se pona rojo como
un pimiento. Estaba plido, casi tanto como la asquerosa carne descolorida de los muertos que se
aproximaban.
-Esperad que os d la orden -grit Sam.
Buce en las profundidades en busca del Gremio. En casi todo el territorio de Ancelstierre era
imposible lograrlo, sin embargo, estando cerca del Muro, no sera imposible, le costara lo suyo, eso s,
como tratar de zambullirse en la parte ms honda de un ro.
Sameth dio con el Gremio y aquel contacto familiar lo reconfort; sinti que su permanencia y su
totalidad lo vinculaban a todo lo existente. Invoc las seales que necesitaba, las retuvo en la mente
mientras formaba sus nombres para pronunciarlos. Cuando todo estuvo dispuesto, estir el brazo derecho
separando tres dedos de la mano para sealar a las criaturas muertas que se aproximaban. -Anet! Calew!
Ferhan! -rugi Sam.
Las marcas del Gremio salieron de sus dedos en forma de relucientes cuchillas plateadas que cruzaron
silbando el aire a tanta velocidad que ningn ojo humano fue capaz de seguir su curso. Cada una de ellas
golpe a un bracero muerto abrindole en las carnes putrefactas un agujero del tamao de un puo. Los
tres se tambalearon, uno de ellos cay al suelo agitando brazos y piernas como un escarabajo patas arriba.
-Demonios! -exclam uno de los muchachos que estaba cerca de Sam.
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-Adelante! -grit Sam.

Los colegiales avanzaron lanzando un rugido de guerra y revoleando las improvisadas armas. Sam y el
sargento los siguieron, pero Cochrane atac en solitario, baj corriendo la colina en ngulo recto respecto
de los dems.
Todo fueron gritos, bates levantados en el aire y asestados con fuerza, el sonido amortiguado de los
palos al traspasar la carne muerta y clavarse en la tierra empapada.
Sam lo vivi todo en una especie de extrao frenes; los sonidos, las imgenes y las emociones se
amalgamaron de tal forma que no tuvo certeza de lo que realmente ocurra. Sali de la intensa furia y se
vio ayudando a Druitt el menor a clavar un palo en el antebrazo de una criatura que se revolva en el
suelo. Pese a tener ambas piernas sujetas, sigui luchando, rompi uno de los palos y a punto estuvo de
soltarse, hasta que los muchachos del equipo de reserva intervinieron certeramente colocndole una
piedra encima del brazo suelto.
Cuando retrocedi y se enjug la cara empapada de lluvia, Sam comprob que todos daban vivas.
Todos menos l, porque notaba la presencia de ms muertos que venan por el camino, por el otro lado de
la colina. Tras un rpido examen comprob que slo quedaban tres palos y que dos de los cinco bates se
haban roto.
-Retroceded! -orden, acallando los vtores-. Vienen otros. Mientras retrocedan, Nick y el sargento se
acercaron a Sam. Nick fue el primero en preguntar en voz baja:
-Y ahora qu hacemos, Sam? Esas cosas siguen movindose! Dentro de media hora se habrn
soltado.
-Ya habrn llegado las tropas de la Frontera -mascull Sam, al tiempo que echaba una rpida mirada al
sargento, que asinti con la cabeza-. Los que me preocupan son esos otros que estn subiendo ahora. Lo
nico que se me ocurre es...
-Qu? -inquiri Nick al comprobar que Sam se interrumpa en mitad de la frase.
-Son todos braceros, por tanto, carecen del libre albedro de los muertos de verdad -contest Sam-.
Adems, son de confeccin reciente. Los espritus que los albergan hacen lo que el nigromante les ordene,
de manera que no son ni poderosos ni listos. Si lograra dar con el nigromante que los controla, tal vez
podra hacer que se atacaran entre ellos o que dieran vueltas en crculos. Con un poco de suerte, incluso
consigo que algunos regresen al reino de los muertos.
-Pues entonces, a buscar al nigromante se! -pronunci Nick con firmeza. Pese a que la voz no le
tembl, no pudo evitar echar una mirada nerviosa colina abajo.
-No es tan sencillo -coment Sam, pensativo. Concetraba gran parte de su atencin en los braceros
muertos cuya presencia notaba por doquier. Habra unos diez en el camino y otros seis ocultos en el otro
lado de la colina. Ambos grupos comenzaron a formar en filas irregulares. Estaba claro que el nigromante
se dispona a lanzarlos a todos al ataque desde ambos flancos.
-No es tan sencillo -repiti Sam-. El nigromante est all abajo, en alguna parte, al menos fsicamente.
Aunque lo ms seguro es que en realidad se encuentre en el Reino de la Muerte, donde habr dejado su
cuerpo protegido por un hechizo o algn tipo de guardaespaldas. Para llegar a l, tendr que adentrarme
en el Reino de la Muerte... y no dispongo de espada, ni de campanas, ni de nada.
-Adentrarte en el Reino de la Muerte? -pregunt Nick elevando la voz media octava. Iba a decir algo
ms, pero baj la vista y contempl a los braceros empalados y se call.
-Ni siquiera tengo tiempo de levantar un escudo protector en forma de diamante -rezong Sam a media
voz.
En realidad nunca haba ido solo al Reino de la Muerte. Siempre lo haba hecho acompaado de su
madre, la Abhorsen. Dese con toda el alma que estuviera all para ayudarlo. Pero no estaba, y a l no se
le ocurra otra solucin. Poda salvarse solo, aunque jams se permitira dejar atrs a sus compaeros.
-Nick -dijo, tomando una decisin-. Voy a adentrarme en el Reino de la Muerte. Mientras est all, no
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ver ni sentir nada en este mundo. Mi cuerpo parecer congelado, de modo que necesito que t, con la
ayuda del sargento, me vigiles lo mejor posible. Pienso regresar antes de que los muertos hayan llegado
hasta aqu; si no lo consiguiera, tratad de detenerlos. Lanzadles pelotas de crquet, cualquier cosa que
tengis a mano. Si no consegus detenerlos, agarradme del hombro, pero no me toquis nada ms que el
hombro.
-De acuerdo -contest Nick.
Estaba intrigadsimo y tena miedo, pero le tendi la mano. Sam se la estrech mientras los dems
muchachos los miraban con curiosidad o contemplaban la lluvia. Slo el sargento se adelant y le entreg
a Sam su espada por la empuadura.
-Le har ms falta que a m, prncipe Sameth -dijo. Y como si le leyera el pensamiento al muchacho,
aadi-: Ojal estuviera aqu su seora madre. Buena suerte, mi seor.
-Gracias -dijo Sam devolvindole la espada-. Por desgracia, slo me sirve una espada encantada.
Qudesela.
El sargento asinti y recuper la espada. Sam adopt la postura de defensa de los boxeadores y cerr
los ojos. Tante en busca del lmite entre la vida y la muerte y lo encontr sin tropiezos; experiment la
extraa sensacin de la lluvia deslizndose por la nuca al tiempo que el fro tremendo del Reino de la
Muerte, donde nunca llova, le daba en la cara.
Concentrando toda su fuerza de voluntad, Sam empuj en direccin al fro para que su espritu se
adentrara en el reino de los muertos. A continuacin, sin previo aviso, se encontr all, y not el fro en
todo el cuerpo, no slo en la cara. Abri los ojos como platos, vio la luz griscea y montona del Reino
de la Muerte y not en las piernas que la corriente del ro tiraba de l. De lejos le lleg el rugido de la
Primera Puerta y se estremeci.
Entretanto, en el reino de los vivos, Nick y el sargento comprobaron de repente que el cuerpo de Sam
se pona rgido. De la nada surgi una niebla que, cual enredadera, se enrosc a sus piernas. Ante sus
ojos, vieron su cara y sus manos cubrirse de escarcha, una capa helada que la lluvia no consegua
disolver.
-No s si creer en lo que veo -susurr Nick apartando la vista de Sam para observar a los muertos que
se aproximaban.
-Ms te vale dar crdito a tus ojos -dijo el sargento sombramente-. Porque creas o no en ellos, te
matarn.
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En el Reino de la Muerte
Excepto por el rugido lejano de la cascada que indicaba dnde se encontraba la Primera Puerta, en el
Reino de la Muerte todo era silencio. Sam se qued quieto, muy cerca del lmite con la vida, escuchando
y mirando atentamente. La extraa luz griscea, que pareca achatar las figuras y distorsionar la
perspectiva, no permita ver a mucha distancia. Slo distingua el ro, de aguas negrsimas, salpicadas por
la blanca espuma de los remolinos que se formaban alrededor de sus rodillas.
Sam ech a andar con cautela por el borde de la muerte, luchando contra la corriente que intentaba
tragrselo y llevrselo lejos. Calcul que el nigromante tambin estara cerca de la Frontera con el reino
de los vivos, aunque el muchacho no tena ninguna duda de que estuviese yendo en la direccin correcta
para dar con l... o con ella. El muchacho careca de la habilidad necesaria para saber en qu lugar de
aquel vasto reino de los muertos se encontraba en relacin con la vida, lo nico que tena claro era dnde
estaba el punto que iba a permitirle regresar a su cuerpo.
Se mova con ms cautela que la ltima vez que haba estado all. Haba sido el ao anterior, en un
recorrido hecho con su madre, la Abhorsen. Ahora que iba solo y desarmado, la sensacin era
completamente distinta. Si bien era cierto que silbando y batiendo palmas poda ejercer cierto control
sobre los muertos, sin las campanas le sera casi imposible dominarlos y expulsarlos. Seguramente se
trataba de un mago del Gremio con unas habilidades ms que notables, pero el nigromante poda muy
bien ser un adepto de la magia libre, en cuyo caso, Sam se encontrara en franca desventaja.
La nica tctica posible era acercarse sigilosamente a su enemigo, pescarlo desprevenido, algo que
slo era posible si el nigromante estaba concentrado por completo en buscar y someter espritus muertos.
Sam se dio cuenta de que lo peor de todo era que al avanzar en ngulo recto contra la corriente haca
mucho ruido. Por ms que intentara ir despacio, le resultaba imposible silenciar el chapoteo. Adems, se
trataba de una tarea ardua, tanto fsica como mentalmente, pues el ro tiraba de l y le llenaba la cabeza de
sensaciones de cansancio y derrota. Qu fcil sera tumbarse y dejarse llevar por la corriente, no tena
ninguna posibilidad de vencer...
Sameth frunci el ceo y se oblig a seguir avanzando y a expulsar de su mente aquellos pensamientos
morbosos. Como segua sin encontrar seales del nigromante, comenz a preocuparse de que su enemigo
no estuviese en el Reino de la Muerte. A lo mejor estaba en el reino de los vivos, ordenando a los muertos
que atacaran. Sam tena la certeza de que Nick y el sargento haran lo imposible por proteger su cuerpo,
pero estaran indefensos frente a la magia libre del nigromante.
Por un instante, Sam pens en regresar, y fue entonces cuando un leve sonido lo oblig a centrarse en
la muerte. Oy una nota suave, pursima, que al principio pareca venir de muy lejos, pero que avanzaba a
toda velocidad hacia l. Vio entonces las ondas que acompaaban el sonido, ondas que se movan en
ngulo recto con respecto a la corriente del ro... e iban directamente hacia l!
Sam se tap las orejas con las manos y apret con fuerza. Conoca aquel llamado prolongado y
clarsimo. Provena de Kibeth, la tercera de las siete campanas. Kibeth, la caminante.
La nota solitaria se desliz entre los dedos de Sam y penetr en sus odos llenando su mente con su
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fuerza y su pureza. Luego cambi y se convirti en una serie de sonidos casi idnticos. Juntos formaron
un ritmo que recorri el cuerpo de Sam, lleg a sus miembros e hizo palpitar un msculo aqu, otro all,
impulsndolo hacia adelante, contra su voluntad.
Desesperado, Sam intent fruncir los labios para silbar un hechizo defensivo o producir incluso un
ruido al azar que pudiera interrumpir la llamada de la campana. Imposible, las mejillas no le respondan, y
las piernas comenzaron a chapotear en el agua llevndolo a toda prisa hacia el lugar de donde provena el
sonido, hacia quien taa la campana.
Demasiado deprisa, porque el ro tuvo as ocasin de aprovecharse de la sbita torpeza de Sam. La
corriente cobr fuerza enredndose entre los pies del muchacho, tir de una de sus piernas, lo hizo
tambalear tumbndolo como un bolo. El prncipe Sameth se hundi estrepitosamente en las aguas. Los
mil puales del fro atravesaron su cuerpo entero.
La llamada de Kibeth se interrumpi entonces, pero lo mantuvo sujeto, como un pez al anzuelo. Kibeth
intent llevarlo de vuelta pese a que la corriente pugnaba por retenerlo en sus garras. Sam luch por
mantener la cabeza despejada, por tomar aire antes de tragar agua. Los efectos de la campana y la
corriente eran demasiado fuertes, lo obligaron a enzarzarse en una pelea en la que haba perdido el control
de su cuerpo. Pese a que ya no oa a Kibeth, se estremeca de pies a cabeza, recorrido por la tremenda
fuerza de la Primera Puerta, la cascada que se lo tragaba llevndolo cada vez ms hacia lo hondo, cada
vez ms cerca.
Sam hizo un esfuerzo sobrehumano y consigui sacar la cabeza a la superficie y tomar aire. En ese
instante, oy que el rugido de la puerta se elevaba en un crescendo. Estaba demasiado cerca, lo saba, en
cuestin de instantes la corriente lo arrastrara hasta el otro lado de la puerta. Desprovisto de las
campanas, sera presa fcil de cualquiera de los habitantes del segundo recinto. Aunque lograra huir de
ellos, probablemente estaba ya demasiado dbil para resistirse a la corriente. Sera arrastrado hasta llegar
a la Novena Puerta, y al trasponerla, lo estara esperando la muerte definitiva.
Fue entonces cuando algo lo aferr de la mueca izquierda y not que se detena de repente mientras el
ro bulla y se arremolinaba imponente a su alrededor. Sam estuvo a punto de resistirse a quien lo rescataba, tema que se tratara de alguna extraa criatura, pero se impuso su temor al ro, adems era tal su
desesperacin por respirar que no pens en otra cosa. Patale hasta hacer pie y entonces tosi con fuerza
para expulsar el agua que se le haba metido en los pulmones.
Not entonces que de la manga le brotaba una nube de vapor y que la mueca le arda. Lanz un grito.
El miedo que le provocaba su captor volvi a apoderarse de l; no se atreva a mirar para comprobar de
quin... o de qu se trataba.
Sam levant la cabeza despacio. Estaba en poder del nigromante al que el muchacho haba planeado
pillar por sorpresa. Se trataba de un hombre enjuto, medio calvo, que vesta una armadura de cuero, reforzada con placas esmaltadas en rojo y, cruzada sobre el pecho, llevaba una bandolera con campanas.
En el Reino de la Muerte, la magia libre aumentaba su estatura, envolvindolo en un gran manto de
sombra y fuego y la oscuridad avanzaba cuando l lo haca, transformando su presencia en algo terrible y
cruel. Al tocar a Sam, aquella criatura le haba dejado un brazalete de ampollas; ahora lo miraba echando
llamas por las cuencas de sus ojos.
En la mano izquierda sujetaba una espada con la que apuntaba al cuello de Sam, la hoja afilada a
escasos centmetros de su garganta. Una serie de lenguas de fuego recorran el acero movindose como el
mercurio y cayendo a la superficie del ro, donde seguan ardiendo hasta acabar arrastradas por la
corriente.
Sam volvi a toser, no porque tuviera necesidad, sino para disimular su intento de recurrir al Gremio.
En cuanto estableci contacto, la espada se acerc ms y el humo acre del acero encantado lo oblig a
toser de verdad.
-No -dijo el nigromante con una voz que destilaba magia libre y un aliento que apestaba a sangre
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reseca.
Sam trat por todos los medios de buscar una salida. No poda establecer contacto con el Gremio ni
enfrentarse a puo limpio a la espada. Para colmo de males, estaba paralizado, como si su brazo hubiese
quedado inmovilizado para siempre en la garra ardiente del nigromante.
-Regresars a la vida y me buscars -le orden el nigromante, la voz queda y dura, llena de confianza.
Sam comprob que lo que oa no eran slo palabras. Sinti la obligacin de hacer exactamente lo que
el nigromante le peda. Se trataba de un hechizo de la magia libre, un hechizo que no estara completo
hasta que no quedara sellado con el poder de Saraneth, la sexta campana. Y en ese momento tendra Sam
su oportunidad, porque el nigromante se vera obligado a soltarlo o a envainar la espada para empuar la
campana.
Ay, que me suelte -dese Sam con todas sus fuerzas, tratando de no tensar demasiado los msculos
para no delatar sus intenciones-. Que me suelte, que me suelte.
El nigromante opt por envainar la espada y sacar con la mano derecha la segunda campana en
tamao. Saraneth, la que sojuzgaba. Con ella vinculara a Sam a su voluntad, aunque era muy raro que
quisiera que el muchacho regresara al mundo de los vivos. Los nigromantes no sentan un especial inters
por los siervos vivos.
La mano que sujetaba a Sam no se abri un pice. El dolor era intenso, tan intenso que se haca
insoportable y el muchacho decidi borrarlo de su mente. De estar vindose los dedos, habra credo que
le haba quemado la mano a la altura de la mueca hasta haberla separado del cuerpo.
El nigromante abri con cuidado la bolsa en la que guardaba a Saraneth. Antes de que sujetara la
campana por el badajo para sacarla, Sam se lanz hacia atrs y cruzando las piernas en tijera, enganch al
hombre por la cintura.
Cayeron los dos a las aguas heladas; el nigromante despidi una enorme nube de vapor en cuanto toc
el lquido elemento. Sam qued debajo y el agua le llen la boca y la nariz y lleg a sus pulmones. Pese al
fro, not un ardor en los muslos, pero no afloj la llave. El nigromante se retorca para soltarse; Sam
entreabri los ojos bajo el agua y comprob que el nigromante era una silueta de fuego y oscuridad, ms
monstruosa y mucho menos humana que antes.
Con la mano que le quedaba libre, Sam tir con fuerza de la bandolera del nigromante tratando de
coger una de las campanas. Al tocarlas, le resultaron extraas, los mangos de bano eran speros y
cortantes, muy distintos de la caoba suave, cargada de marcas del Gremio, con la que estaban hechos los
mangos de las campanas de su madre. Sus dedos no conseguan sujetar ni un solo mango, sus piernas iban
cediendo poco a poco ante la fuerza descomunal del nigromante, que segua asindolo sin piedad de la
mueca... Sam se haba quedado sin aliento.
La corriente se aviv envolvindolos a ambos en un vertiginoso torbellino hasta que Sam no supo ya
qu ms hacer para respirar. Fueron arrastrados hasta caer por la cascada de la Primera Puerta.
La cascada les dio mil vueltas y se encontraron en el segundo recinto donde Sam no consigui seguir
sujetando al nigromante. El hombre deshizo la llave de Sam y le dio un codazo en el estmago que le hizo
soltar el poco aire que le quedaba en los pulmones produciendo una explosin de burbujas.
Sam trat de devolver el golpe, pero estaba tragando agua en vez de aire y se haba quedado sin
fuerzas. El nigromante lo solt y se alej de l, movindose en el agua como una serpiente; a partir de ese
momento, el muchacho no tuvo ms meta que luchar por su vida.
Poco despus, Sam lleg a la superficie y tosi con furia tragando tanta agua como aire. Al mismo
tiempo y pese a la corriente, hizo lo imposible por mantener y por localizar a su enemigo. Abrig una
chispa de esperanza cuando comprob que no haba seales del nigromante y que se encontraba cerca de
la Primera Puerta. En el segundo recinto no era fcil calcular las distancias, pues la luz posea una
particularidad que impeda ver ms all de lo que tocabas.
No obstante, Sam distingua la espuma de la cascada y cuando avanz a trompicones, toc el agua
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corriente de la Primera Puerta y no le qued ms que recordar el hechizo que le permitira cruzarla.
Estaba escrito en El libro de los muertos, que haba empezado a estudiar el ao anterior. Pens en el
grueso volumen y ante sus ojos brillaron las pginas y las palabras del hechizo de la magia libre,
dispuestas para que l las pronunciara.
Abri la boca... y dos manos ardientes lo agarraron de los hombros lanzndolo de cabeza al ro. Esta
vez no tuvo ocasin de contener la respiracin; su grito, convertido en burbujas y espuma, apenas alter el
fluir del ro.
El dolor lo oblig a volver en s. El dolor en los tobillos, la extraa sensacin en la cabeza. Tard un
instante en darse cuenta de que segua en el Reino de la Muerte, aunque cerca de la Frontera con la vida.
Y de que el nigromante lo sujetaba cabeza abajo por los tobillos, mientras Sam segua soltando agua por
la nariz y las orejas.
El nigromante volva a hablar, pronunciaba palabras poderosas que se elevaban alrededor de Sam
como aros de acero. El muchacho not cmo lo aprisionaban y fue consciente de que deba resistirse. Era
intil. Apenas poda mantener los ojos abiertos, e incluso ese mnimo esfuerzo exiga de toda su energa y
su voluntad.
El nigromante segua hablando; sus palabras iban tejiendo una trama alrededor de Sam hasta que
comprendi al fin lo nico importante: el nigromante lo devolva a la vida y aquel hechizo vinculante
tena por finalidad que l hiciese lo que le ordenaban.
El hechizo vinculante careca de importancia. Nada importaba ms que regresar al reino de los vivos.
Le daba igual que, una vez estuviese de vuelta, tuviera que seguir los terribles designios del hechicero.
Estara otra vez en el reino de los vivos...
El nigromante le solt un tobillo y Sam se balance como un pndulo; su cabeza roz apenas la
superficie del agua. El hechicero pareca haberse vuelto muchsimo ms alto, porque no levantaba
demasiado el brazo. Aunque tal vez, pens Sam pese al embotamiento que le producan el dolor y el
asombro, caba la posibilidad de que l hubiera encogido.
-Me buscars en el reino de los vivos, all donde el camino se hunde y las tumbas yacen abiertas -le
orden el nigromante.
El hechizo se apoder de Sam con tanta firmeza que se sinti como una mosca atrapada en una
telaraa. Todava faltaba el sello de Saraneth. Sam se revolvi al ver aparecer la campana, pero su cuerpo
ya no lo obedeca. Intent invocar al Gremio y en lugar del agradable consuelo del flujo incesante de
marcas, se sinti envuelto en un inmenso torbellino de fuego, una vorgine que amenazaba con quemarle
la mente, tal como haba ocurrido con su cuerpo.
Saraneth son, profunda, clara, y Sam lanz un grito. El instinto lo ayud a dar con la nica nota que
desentonara con la campana. El grito se impuso al tono imperioso de Saraneth y la campana se quebr en
la mano del nigromante, su toque transformado en un sonido agudo y ronco. El nigromante lo solt de
inmediato y trat de sujetar el badajo con la mano, porque las campanas que taan desafinadas tenan
consecuencias desastrosas para quien las empuaba.
Cuando la campana call al fin, el nigromante se concentr otra vez en el muchacho. No lo encontr
por ninguna parte, y adems, era imposible que la corriente lo hubiese sustrado de su vista tan deprisa.
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17
Nicholas y el nigromante
Sam regres al reino de los vivos donde fue recibido por el seco tableteo de las ametralladoras y un
paisaje en blanco y negro teido por el brillo descarnado de las bengalas con paracadas que caan
lentamente en medio de la lluvia.
El hielo se resquebraj al primer movimiento del muchacho; en la escarcha que cubra su ropa se
formaron extraos dibujos. Sam dio un paso al frente y cay de rodillas, llorando de dolor y angustia,
mientras con los dedos araaba el barro en busca del reconfortante cobijo de la vida.
Poco a poco adquiri consciencia de los brazos que lo sostenan y de la gente que hablaba. No oa
bien, porque las palabras del nigromante continuaban repitindose en su mente, ordenndole lo que deba
hacer. Intent decir algo pese a que le castaeteban los dientes por el fro y, sin darse cuenta, imit el
ritmo de los disparos.
-Nigromante... El camino se... se hunde... cerca... cerca de las tumbas -murmur entrecortadamente, sin
saber bien a quin se diriga ni qu estaba diciendo.
Alguien lo agarr de la mueca y Sam solt un grito; el dolor lo encegueci mucho ms que las
bengalas que como flores seguan abrindose en lo alto del cielo. Y tras el brillo, se hizo la oscuridad.
Sam perdi el conocimiento.
-Est herido -dijo Nick al ver las marcas de dedos y las ampollas en la mueca de su amigo-. Se ha
quemado.
-Qu? -pregunt el sargento.
Un ese momento miraba ladera abajo, vea cmo la roja estela de las balas trazadoras describa arcos a
ras del suelo en la base de la colina y a lo largo del camino. De vez en cuando, una de estas estelas iba
seguida de un sbito estallido, una especie de soplo y la luz cegadora del fsforo blanco. No caba duda
de que las tropas de la Frontera se abran paso con bro hacia donde estaban el sargento y los muchachos.
Al sargento le preocupaba la forma en que los artilleros cruzaban el fuego a la derecha y a la izquierda del
camino.
-Sam se ha quemado -contest Nick, incapaz de apartar los ojos de las marcas moradas que su amigo
tena en la mueca-. Tenemos que hacer algo.
-Ya lo creo -dijo el sargento, como si de repente perdiera coraje al ver que la ltima bengala se
apagaba-. Los soldados de all abajo estn empujando hacia aqu a los muertos... Deben de pensar que ya
estamos acabados, porque no ponen ningn cuidado. Si no nos largamos, pronto nos dispararn a nosotros
tambin.
Como para corroborar el comentario, otra bengala describi un arco en lo alto y la rfaga repentina de
una trazadora cruz por encima de sus cabezas como un trallazo. Todos se agacharon y el sargento grit: Poneos a cubierto! A cubierto todos!
Bajo la luz de la nueva bengala, Nick vio unas negras siluetas salir de entre los rboles e iniciar el
ascenso de la colina; por el paso desgarbado no caba duda de lo que eran. Al mismo tiempo, uno de los
muchachos situado al otro lado de la colina grit: -Vienen por detrs! Un montn de...
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Sus palabras quedaron ahogadas por los disparos de las ametralladoras y los prolongados estallidos
rojizos de las trazadoras que hacan impacto en los muertos, traspasndolos muchas veces. Se retorcan,
se tambaleaban con cada disparo, pero no se detenan.
-Han conseguido enfilarlos hacia la colina -dijo el sargento-. Llegarn aqu antes de que las balas los
despedacen. Lo he visto otras veces. Las balas nos despedazarn a nosotros tambin.
Hablaba despacio, casi mecnicamente; Nick advirti que el sargento haba perdido la capacidad de
pensar, que tena el cerebro saturado por la situacin de peligro y que no saba cmo reaccionar.
-No podemos hacerles alguna seal a los soldados? -grit por encima de otra descarga.
Las negras siluetas de los muertos y las brillantes estelas de las trazadoras, hipntico instrumento del
destino, avanzaban hacia ellos a un ritmo inexorable, lentas, pero imparables.
La lnea de una trazadora se acerc peligrosamente a ellos y las balas rebotaron en las piedras y la
tierra, pasaron silbando por encima de la cabeza de Nick. Se agazap ms en el barro, tir de Sam para
acercarlo a l y cubrir con su cuerpo a su amigo inconsciente.
-No podemos hacerles seas? -repiti Nick desesperado, la voz amortiguada, la boca llena de tierra.
El sargento no le contest. Nick mir hacia donde estaba el hombre y lo vio tumbado, inmvil. Se le
haba cado la gorra ribeteada de rojo, su cabeza yaca en un charco de sangre, una masa negra bajo la luz
de las bengalas. Nick no supo bien si segua respirando.
Vacilante, tocando el barro, tendi la mano hacia el sargento mientras su mente se llenaba de imgenes
de balas incrustndosele en el hueso. Roz con los dedos algo metlico, la empuadura de la espada del
sargento. En otras circunstancias habra retirado la mano, pero en ese momento, alguien a su espalda
lanz un grito, un grito tan aterrado que aferr el acero con un movimiento convulsivo.
Se dio media vuelta y vio perfilarse a lo lejos a uno de sus compaeros; luchaba con una silueta mucho
ms grande. Lo tena agarrado por el cuello y lo agitaba como quien prepara un batido de leche.
Sin pensar en que poda alcanzarlo una bala, Nick se levant para ayudar. Al hacerlo, otros
compaeros lo imitaron y destrozaron al bracero muerto con bates, palos y piedras.
Segundos despus, lo tenan en el suelo y empalado, aunque no haban sido lo suficientemente rpidos
para salvar a su vctima. Harry Benlet tena el cuello roto y nunca ms volvera a conseguir tres metas en
un solo partido, ni a saltar, por el puro placer de hacerlo, los bancos de la sala de exmenes en Somersby.
La lucha con el bracero los haba llevado a lo alto de la colina, desde donde Nick vio que los muertos
avanzaban por ambos flancos. Slo los que venan por la ladera del frente eran derribados por los disparos. Vio desde dnde tiraban los soldados y logr distinguir algunos grupos. En la colina ms cercana
haba varias ametralladoras y al menos cien soldados caminaban entre los rboles a ambos flancos del
camino.
Nick contemplaba el panorama cuando una descarga de balas trazadoras se elev de pronto en
direccin a ellos. Lleg a trescientos metros de distancia y se interrumpi de repente. Con la lluvia que
caa, resultaba difcil ver con claridad a tanta distancia, pero Nick dedujo que quien disparaba haba
parado para recargar la ametralladora o cambiar el trpode de sitio, porque divis a varios soldados
movindose deprisa, era evidente que haban visto un blanco: las siluetas perfiladas en lo alto de la colina.
-Moveos! -grit, se agazap y se lanz colina abajo.
Deslizndose como un fardo por un tobogn, los dems lo siguieron como locos y se detuvieron
cuando varios de los muchachos chocaron haciendo caer a los dems.
Poco despus, una bala trazadora pas por encima de sus cabezas y la cima de la colina estall
provocando una ola expansiva cargada de agua, barro y balas que rebotaban.
Nick se agach instintivamente pese a haber llegado casi al final de la ladera. En ese mismo instante,
descubri tres hechos horripilantes: que haba dejado atrs a Sam, casi al otro lado de la colina, que no tena manera alguna de hacerles seales a los soldados para que no les disparasen, y que aunque siguiesen
en movimiento, los muertos les daran alcance antes de que los soldados hubiesen acabado con ellos.
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En cuanto Nick se dio cuenta de aquella terrible realidad, una energa y una determinacin inusitadas
se apoderaron de l y fue tal la claridad de su pensamiento que no daba crdito a su reaccin.
-Ted, dame las cerillas -orden, porque conoca el gusto de Ted por fumar en pipa, pese a que lo haca
fatal-. Los dems, traedme todo lo que est seco y arda. Papel, lo que sea!
Sus compaeros se apiaron a su alrededor, entusiasmados de poder hacer algo al fin. Aparecieron
cartas, barajas sobadas y, tras cierta vacilacin, las pginas arrancadas de un cuaderno que, hasta ese momento haba contenido lo que su propietario consideraba su prosa inmortal. Y como guinda del pastel, un
botelln de brandy aportado por el ms inesperado de todos, Cooke el menor, que respetaba las normas a
rajatabla.
Las tres primeras cerillas se apagaron con un ruido siseante en cuanto las toc la lluvia y la ansiedad
de todos se dispar hasta llegar a las nubes. Ted utiliz la gorra para cubrir la cuarta. Se encendi sin problemas y el papel empapado en brandy ardi la mar de bien. Una fogata de llamas anaranjadas, con los
toques azules del brandy, cobr vida tiendo de color el montono paisaje atravesado por una sucesin
aparentemente infinita de bengalas con paracadas.
-Estupendo -dijo bruscamente Nick-. Ted, por qu no vas con Mike hasta donde dejamos a Sam y lo
trais hasta aqu sin levantaros demasiado para que no os vean? No os acerquis a la cima. Y no le toquis
las muecas, que las tiene quemadas.
-Y t qu vas a hacer? -pregunt Ted tras cierta vacilacin, mientras las balas trazadoras seguan
volando sobre la colina y las granadas de fsforo blanco estallaban a lo lejos. Era evidente que tena
miedo de ir, aunque no pensaba reconocerlo.
-Intentar encontrar al nigromante, el hombre que controla todo lo que est pasando -contest Nick,
blandiendo la espada-. Sugiero que los dems os pongis a cantar, para que el ejrcito sepa que los que
estis junto a la fogata sois personas de verdad. Adems, tendris que mantener a raya a las criaturas,
entretanto, intentar que me sigan las que estn ms cerca.
-Que cantemos? -inquiri Cooke el menor. Pareca tranquilo, probablemente porque se haba tomado
la mitad del botelln antes de entregarlo-. Y qu vamos a cantar?
-La cancin del colegio -contest Nick por encima del hombro dirigindose colina abajo-. Es la nica
que se sabe todo el mundo.
Para mantenerse fuera del alcance de las ametralladoras, Nick rode la colina para descender en
direccin a los muertos, que se encontraban ahora detrs de su posicin original. Mientras corra, agit la
espada por encima de la cabeza y grit palabras sin sentido que quedaron ahogadas por el tableteo
constante de las ametralladoras.
Haba cubierto la mitad de la distancia que mediaba entre l y los braceros ms cercanos cuando los
muchachos empezaron a cantar lo bastante alto para imponerse al fragor de la batalla, con un volumen
mucho mayor de lo que el maestro de coro de Somersby jams hubiera soado.
A Nick le iban llegando frases sueltas de la letra mientras amagaba hacia la izquierda, delante de los
braceros, para acabar saliendo disparado hacia la derecha y dirigirse hacia los rboles y el camino.
Sigue el camino del honor...
Aminor el paso para no tropezar con un tronco. Entre los rboles haba una mayor oscuridad, la luz de
las bengalas que brillaba en lo alto quedaba oculta por el follaje. Nick se arriesg y ech un vistazo a sus
espaldas; se sinti aterrado y contento a la vez al comprobar que por lo menos algunos de los muertos
haban virado en redondo y lo seguan. El terror es la ms fuerte de las emociones; lo impulsaba a correr
entre los rboles ms deprisa de lo que el sentido comn aconsejaba.
Juega por el puro placer de jugar...
La letra de la cancin del colegio se interrumpi cuando Nick abandon el refugio de los rboles,
plant ambas manos en una pared de piedra, salt por encima, cay unos dos metros y se encontr en el
camino hundido. La espada sali disparada de su mano y l aterriz sobre el asfalto amortiguando la cada
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con las manos, que le quedaron en carne viva.

Se qued tumbado en el camino, para recuperarse y luego empez a incorporarse. Estaba a gatas
cuando not que alguien se encontraba ante l. Unas botas de cuero con rodilleras metlicas taconearon al
acercrsele.
-De modo que has venido como te he ordenado, aunque no traes a Saraneth para sellar la promesa -dijo
el hombre.
La voz de aquel hombre posea la extraa cualidad de apagar todos los dems sonidos que llenaban los
odos de Nick. Los disparos, las explosiones de las granadas, el canto..., todo desapareci. Slo se oa
aquella tremenda voz, una voz que le inspiraba un terror indescriptible. Nick haba empezado a levantar la
cabeza cuando el hombre le habl, pero enseguida tuvo miedo de mirarlo. Su instinto le deca que se
trataba del nigromante en cuya busca se haba lanzado de forma tan atolondrada. Se limit a fijar la vista
en el suelo, la visera de la gorra de criquet le ocultaba la cara impidindole ver una mirada que intua
terrible.
-Levanta la mano -le orden el nigromante. Las palabras atravesaron el cerebro de Nick como hierros
candentes. El muchacho se arrodill despacio, como si rezara con la cabeza inclinada, y tendi la mano
derecha ensangrentada.
El nigromante acerc la mano despacio, con la palma hacia fuera, y toc la del muchacho. Nick pens
que iban a darse un apretn de manos y en ese mismo instante le vino a la mente las marcas de las serias
quemaduras que tena Sam en las muecas. Eran marcas de dedos! Fue incapaz de reaccionar. Su cuerpo
estaba paralizado por la fuerza de las palabras del nigromante.
La mano del nigromante se detuvo a pocos centmetros, algo temblaba bajo la piel de la palma, como
un parsito que trataba de salir. Y qued libre. Era una fina lmina de metal plateado que, poco a poco, se
dirigi hacia la mano abierta de Nick. Qued suspendida en el aire un segundo y luego dio un brinco.
Nick not cmo le golpeaba la palma, penetraba en su piel y se perda en su torrente sanguneo. Lanz
un grito, su cuerpo se arque, presa de las convulsiones y, por primera vez, el nigromante le vio la cara.
-T no eres el prncipe! -aull el nigromante. Levant la espada cortando el aire y la baj hacia la
mueca de Nick. El acero se detuvo a menos de un centmetro de su blanco mientras las convulsiones
cesaban y el muchacho lo miraba con calma, sostenindose la mano contra el pecho.
En el interior de la mano, la lmina de arcano metal avanzaba por los complejos senderos de las venas
del muchacho. A este lado del Muro, no tena tanta fuerza, aunque la suficiente para llegar a su destino
final.
Alcanz el corazn de Nicholas Sayre un momento despus y all qued alojada. Al cabo de otro
momento, el muchacho comenz a despedir por la boca nubcillas de espeso humo blanco.
Hedge esper mientras observaba el humo. La nubecilla se disip repentinamente y Hedge sinti que
el viento rolaba al Este y que eso haca que sus fuerzas mermasen. Oy el taconeo de botas con tachuelas
avanzar por el camino y el zumbido de una bengala disparada al cielo.
Hedge tuvo un instante de vacilacin, salt el Muro de contencin con asombrosa destreza y se perdi
entre los rboles. Agazapado detrs de los troncos, observ a los soldados que se acercaban con cuidado
al muchacho desmayado. Algunos iban armados de fusiles con bayonetas y haba dos que portaban
ametralladoras ligeras Lewin. Esas armas no constituan peligro alguno para Hedge, sin embargo, otros
soldados del grupo llevaban espadas con las brillantes marcas del Gremio y escudos con el smbolo de los
Exploradores de la Frontera. Estos hombres lucan marcas del Gremio en la frente y eran magos
experimentados, pese a que el Ejrcito negaba su existencia.
Hedge lo saba, eran muchos, los suficientes para apresarlo. Casi todos sus braceros muertos haban
desaparecido, o bien inmovilizados de un modo que no acababa de comprender, o devueltos al Reino de
la Muerte cuando los cuerpos ocupados recientemente quedaban demasiado daados para seguir
albergndolos.
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Hedge parpade, mantuvo los ojos cerrados un brevsimo instante, nico gesto por el que reconoca
que su plan se haba ido al garete. No obstante, haba conseguido pasar cuatro aos en Ancelstierre y
poner en marcha otras tramas. Pronto volvera por el muchacho.
Hedge huy al abrigo de la oscuridad mientras los camilleros recogan a Nick; un joven oficial
convenci a los colegiales que seguan en la colina de que de verdad podan parar de cantar; Ted y Mike
procuraron contarle a Sam, que a duras penas se tena en pie, lo que haba ocurrido mientras un mdico
del ejrcito le revisaba las quemaduras de las muecas y las piernas y preparaba una inyeccin de
morfina.
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La mano de un padre todo lo cura
El hospital de Bain era relativamente nuevo, lo haban construido seis aos antes, cuando desde el Sur
haba llegado un aluvin de reformas del sistema hospitalario. En esos seis aos haba muerto mucha
gente en el hospital y se encontraba lo bastante cerca del Muro para que el sentido de la muerte de Sam
continuara alerta. Debilitado por el dolor y la morfina que le daban para calmarle los dolores, Sam era
incapaz de abstraerse de su sentido de la muerte. Estaba siempre presente, como una sombra, le meta en
los huesos su fro amargo haciendo que su cuerpo estuviera sumido en un estremecimiento perpetuo y que
los mdicos le aumentaran la medicacin.
Soaba con criaturas incorpreas que vendran del Reino de la Muerte para terminar lo que el
nigromante haba empezado y no consegua despertar de esos sueos. Cuando por fin lo lograba, muchas
veces vea a ese mismo nigromante acercarse a l y entonces se pona a gritar y no paraba hasta que la
enfermera, que era en realidad quien se le estaba acercando para ponerle otra inyeccin, le daba ms
morfina y as volva a empezar el ciclo de pesadillas.
Sam estuvo cuatro das en este estado, recuperando la conciencia para volver a perderla, sin llegar
nunca a despertar del todo ni perder su sentido de la muerte y el temor que llevaba aparejado. A veces,
alcanzaba la lucidez suficiente para reparar en que Nick estaba en la cama de al lado, con las manos
vendadas. En ocasiones se decan alguna cosa, pero no era una conversacin de verdad, porque Sam no
contestaba a lo que le preguntaban ni segua el hilo de lo que Nick le deca.
Al quinto da todo cambi. Sam volvi a caer en las garras de una pesadilla que tena lugar, una vez
ms, en el Reino de la Muerte; se vea frente a un nigromante que era muchas cosas a la vez, en el agua,
debajo del agua, encima del agua. Sam echaba a correr, se caa y se ahogaba, tal como haba ocurrido, y
entonces lo aferraban de la mueca... pero en esta ocasin no lo aferraban de la mueca, sino del hombro,
y notaba una sensacin fresca y reconfortante. Esa mano que lo asa lo ayudaba a salir de la pesadilla y lo
haca volar hasta un cielo lleno de sol y de marcas del Gremio.
Cuando Sam abri los ojos vio la luz por primera vez sin esa calidad nebulosa que le daba a todo la
morfina y la sensacin de vrtigo. Not unos dedos que le tomaban el pulso en el cuello; no tuvo necesidad de levantar la vista para saber que eran los dedos de su padre. Piedra de Toque se encontraba junto a
su cama, con los ojos cerrados, mientras pronunciaba un conjuro curativo sobre el cuerpo de su hijo; con
un destello, las marcas salan de sus dedos y entraban en Sam.
El muchacho mir a Piedra de Toque y agradeci que su padre tuviera los ojos cerrados y no viera la
trgica expresin de alivio reflejada en la cara de su hijo ni las lgrimas que el muchacho se apresur a
enjugar de un manotazo. La magia del Gremio le infunda calor por primera vez en muchos das. Sam
notaba cmo las marcas iban eliminando los medicamentos de su torrente sanguneo y se encargaban de
calmarle el dolor producido por las quemaduras. Sin embargo, para alejar el miedo a la muerte haba
bastado la presencia de su padre. El muchacho segua sintiendo el reino de los muertos aunque lejano y
amortiguado, y ya no tena miedo.
El rey Piedra de Toque I concluy el hechizo y abri los ojos. Unos ojos grises como los de su hijo,
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pero los del rey estaban llenos de preocupacin y en ellos se reflejaba el cansancio. Poco a poco apart la
mano del cuello de Sam.
Estuvieron a punto de abrazarse pero Sam vio que en la sala del hospital haba dos mdicos, cuatro
miembros de la guardia de Piedra de Toque y dos oficiales del ejrcito de Ancelstierre, adems de un
nutrido grupo de policas, soldados y oficiales ancelstierranos que, desde el corredor, espiaban por la
puerta. De modo que Sam y Piedra de Toque se limitaron a agarrarse de los brazos mientras el muchacho
se incorporaba en la cama. La fuerza con la que Sam se sujetaba y su renuencia a soltarlo indicaban
cunto se alegraba de volver a ver a su padre.
Los dos mdicos se quedaron de una pieza al ver que Sam haba vuelto en s; uno de ellos ech un
vistazo a la hoja clnica colgada a los pies de la cama, para confirmar que el paciente haba estado varios
das recibiendo inyecciones endovenosas de morfina.
-Francamente imposible! -comenz a decir el mdico hasta que la fra mirada de uno de los guardias
de Piedra de Toque lo convencieron de que su opinin no era imprescindible.
Un leve ademn lo convenci de que su presencia tampoco era imprescindible y retrocedi en
direccin a la puerta.
Al igual que el rey, los guardias lucan ternos de un sobrio gris oscuro, para no alarmar las delicadas
sensibilidades de los ancelstierranos. El efecto no acababa de quedar del todo logrado porque tambin
llevaban espadas, ocultas con poco disimulo entre las gabardinas enrolladas.
-El squito -dijo Piedra de Toque secamente, al ver que Sam miraba a la gente que ocupaba el
corredor-. Les dije que vena como un hombre ms, a ver a mi hijo, pero parece que hasta para eso
necesito escolta oficial. Espero que te sientas con fuerzas para cabalgar. Si nos quedamos mucho ms,
acabar arrinconado por alguna comisin o por los polticos, seguro.
-Cabalgar? -pregunt Sam. Repiti la pregunta dos veces, porque tena la garganta tan dbil que al
principio no le salan las palabras-. Voy a dejar el colegio antes de terminar el trimestre?
-S -contest Piedra de Toque en voz baja-. Te quiero en casa. Ancelstierre ya no es un refugio seguro.
La polica de aqu detuvo al conductor de tu autobs. Lo sobornaron con denarios de plata del Reino
Antiguo. Uno de nuestros enemigos ha encontrado la manera de trabajar a ambos lados del Muro. O al
menos ha encontrado la manera de gastar dinero en Ancelstierre.
-Creo que estoy en condiciones de cabalgar -dijo Sam, frunciendo el ceo-. Quiero decir, no s si me
queda alguna herida. La mueca me duele...
Se interrumpi y se mir la venda. Las marcas del Gremio continuaban movindose alrededor del
vendaje, rezumaban de sus poros como una especie de sudor dorado. Sam se dio cuenta de que lo estaban
curando, porque la mueca le dola muy poco, cuando antes el dolor haba sido insoportable, y las
quemaduras leves en muslos y tobillos haban desaparecido.
-Ya te podemos quitar la venda -dijo Piedra de Toque empezando a desenrollarla. Mientras lo haca,
inclin la cabeza hacia su hijo y le susurr-: No has sufrido daos fsicos graves, Sam. Aunque noto que
tienes una herida en el espritu que tardar en curarse, porque no est en mi mano sanarla.
-A qu te refieres? -pregunt Sam, preocupado. De repente volvi a sentirse nio, un nio muy
alejado del prncipe adulto que se supona que deba ser-. Y mam no podra curarme?
-No lo creo -contest Piedra de Toque, posando la mano en el hombro de Sam. Bajo la luz del hospital,
los nudillos le brillaron, plagados de las pequeas cicatrices blancas dejadas por aos de prctica con la
espada e incontables peleas-. Aunque no s decirte cul es su naturaleza, lo nico que puede decirse es
que est ah. Deduzco que por haberte internado en el reino de los muertos sin estar preparado y sin
contar con la proteccin adecuada, un fragmento de tu espritu te ha sido absorbido. No muy grande, pero
lo suficiente para que te sientas ms dbil o ms lento... en una palabra, menos t mismo. Con el tiempo
lo recuperars.
-No deb hacerlo, verdad? -murmur Sam, mirando a su padre a la cara en busca de alguna seal de
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severidad o de reproche-. Est mam enfadada conmigo?

-En absoluto -dijo Piedra de Toque, sorprendido-. Hiciste lo que consideraste necesario para salvar a
otros. Fue muy valiente por tu parte y al hacerlo, seguiste las mejores tradiciones de ambas ramas de la familia. A tu madre lo que ms le preocupa eres t.
-Entonces por qu no ha venido? -pregunt Sam sin poder contenerse.
Era una pregunta petulante y en cuanto cerr la boca, dese no haberla hecho.
-Al parecer, un mordacis se ha metido en el cuerpo de un barquero de Oldmond -le explic Piedra de
Toque pacientemente, igual que haba explicado tantas de las ausencias necesarias de Sabriel a lo largo de
la infancia de Sam-. Recibimos noticia de su presencia cuando estbamos llegando al Muro. Mont en la
papelonave y fue a enfrentarse a l. Se reunir con nosotros en Belisaere.
-Si es que no le sale un viaje a alguna otra parte -dijo Sam aun a sabiendas de que el tono empleado era
amargo y que se comportaba como un cro.
Pero poda haber muerto y, al parecer, eso no era motivo suficiente para que su madre fuera a verlo.
-A menos que reclamen su presencia en alguna otra parte -convino Piedra de Toque con toda la calma
de que fue capaz.
Sam saba que su padre estaba haciendo un gran esfuerzo por no perder los estribos, porque por sus
venas corra sangre de antiguo guerrero y Piedra de Toque tema dejarse llevar por ella. La nica muestra
de esa furia la tuvo Sam una vez, cuando un falso embajador de uno de los clanes del Norte intent
apualar a Sabriel con un tenedor de servir, durante una cena de gala en palacio. Rugiendo como una
bestia enfurecida, Piedra de Toque levant por los aires al brbaro, que meda metro ochenta, lo lanz por
encima de la mesa y lo hizo aterrizar sobre el cisne asado. Aquel arrebato asust ms a los all presentes
que el intento de asesinato, en especial, porque a continuacin, Piedra de Toque intent levantar el doble
trono y arrojrselo al hombre. Por suerte, no lo consigui y al final, Sabriel pudo calmarlo acaricindole
la frente mientras su marido tiraba con furia de la base de mrmol del trono.
Sam record aquel episodio justo cuando vio que su padre entornaba los prpados un segundo y en su
frente se dibujaba una arruga.
-Lo siento -murmur-. S que no le queda ms remedio porque es la Abhorsen.
-S -dijo Piedra de Toque, y Sam intuy los profundos sentimientos que le inspiraban a su padre las
muchas y frecuentes ausencias que exiga la lucha de Sabriel contra los muertos.
-Entonces ser mejor que me vista -sugiri Sam sacando las piernas de la cama. En ese momento
repar en que la cama de al lado estaba vaca y hecha.
-Dnde est Nick? -pregunt-. Estaba aqu internado, no? O tambin lo so?
-No lo s -respondi Piedra de Toque, que haba conocido al amigo de su hijo en sus anteriores visitas
a Ancelstierre-. Ya no estaba cuando yo llegu. Doctor! Ocupaba Nicholas Sayre esta cama?
El mdico se acerc a toda prisa. Ignoraba quin era aquel visitante extrao, pero era a todas luces
importante, ni quin era el paciente, puesto que el Ejrcito haba insistido en mantener el secreto y utilizar
slo los nombres de pila. Dese en ese momento no haber odo el apellido del otro paciente, puesto que
Sayre le sonaba. Sin embargo, el Ministro Supremo no tena un hijo de esa edad, de manera que poda
tratarse de algn pariente, lo cual era un alivio.
-El paciente Nicholas X -dijo, recalcando la X-, fue entregado ayer a los representantes de sus
padres. Slo haba sufrido una ligera conmocin y algunas escoriaciones.
-Dej algn mensaje? -pregunt Sam, sorprendido de que su amigo no hubiese intentado comunicarse
con l de algn modo.
-No lo creo... -comenz a decir el mdico, pero se vio interrumpido por una enfermera que se abri
paso entre las filas de uniformes de color azul, caqui y gris del corredor.
Era muy joven y bonita, tena una cabellera pelirroja que la cofia almidonada no consegua ocultar del
todo.
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LIRAEL
-Ha dejado una carta, majestad -dijo con el acento caracterstico del Norte.
La muchacha era oriunda de Bain, por eso saba bien quines eran Sam y Piedra de Toque, mal que le
pesara al mdico, que cogi la carta que la chica le tenda con un bufido y se la entreg a Sam, que la
abri inmediatamente.
Al principio, Sam no reconoci la letra, pero luego supo que perteneca a Nick, aunque el tamao era
mucho mayor de lo habitual y los trazos menos regulares. Tard un momento en deducir que se deba a
que Nick haba escrito la carta con las manos vendadas.
Querido Sam,
Espero que pronto ests recuperado y puedas leer estas lneas. Al parecer, yo me he recobrado casi del todo,
aunque debo reconocer que los acontecimientos de nuestra noche poco corriente estn envueltos en una nebulosa.
Imagino que no te habrs enterado de que se me meti en la cabeza que deba ir tras ese nigromante al que te
fuiste a perseguir no s dnde. Por desgracia, entre la oscuridad, la lluvia y el paso en exceso vivo, no consegu
otra cosa que caer al camino hundido y perder el conocimiento. Los mdicos dicen que fue una suerte que no me
rompiera los huesos, aunque me han salido unos morados la mar de interesantes. No guardo ninguna esperanza
de que las debutantes de Corvere estn tan dispuestas a echarles un vistazo como la enfermera Moulin!
Entiendo que el Ejrcito ha conseguido dar con tu padre y que vendr para llevarte a casa, as que no acabars
el trimestre. Dira que yo tampoco me voy a molestar en terminarlo, puesto que ya tengo plaza en Sunbere. No ser
lo mismo sin ti, ni sin el pobre Harry Benlet. Ni sin Cochrane, si me apuras. A la maana siguiente lo encontraron
a cinco kilmetros de donde nos pas todo, al parecer, murmuraba cosas ininteligibles y echaba espumarajos por
la boca. Me imagino que lo habrn internado en el Hospital Especial de Smithwen. Deberan haberlo hecho hace
aos, claro.
Por cierto, estaba pensando que podra ir a visitarte a tu misterioso Reino Antiguo antes de empezar la
universidad la primavera que viene. Debo reconocer que mi inters cientfico se vio azuzado por esos cadveres
aparentemente animados y la exhibicin de eso que hiciste, que no tengo la ms remota idea de lo que es. Estoy
seguro de que lo consideras magia, pero confo en que todo pueda explicarse aplicando correctamente el mtodo
cientfico. Espero ser yo quien encuentre esa explicacin, claro. Teora sobre la irrealidad de Sayre. O ley de la
explicacin mgica de Sayre.
El hospital es un aburrimiento, sobre todo si tu compaero de sala es incapaz de mantener una conversacin.
As que tendrs que perdonarme si me voy por las ramas. Por dnde iba? Ah, s, los experimentos en el Reino
Antiguo. Deduzco que el motivo por el que no se ha llevado a cabo antes una investigacin cientfica en toda regla
es por culpa del Ejrcito. Quieres creer que nada menos que un coronel y dos capitanes vinieron a verme ayer
para que les firmara una declaracin por la que admita conocer la Ley de Secretos Oficiales y por la que me
comprometa a no hablar ni escribir nada sobre los recientes y extraos acontecimientos ocurridos cerca de la
Frontera? Olvidaron prohibirme el uso de la lengua de los signos, de modo que, cuando vuelva, espero poder
informar a un periodista sordo.
No lo har, claro est. Al menos hasta que tenga algo mejor que contarle al mundo..., algn descubrimiento
realmente grande.
Los oficiales queran que t tambin firmaras, pero como no estabas para burocracias, se limitaron a esperar y
a pelearse entre ellos. Entonces les expliqu que ni siquiera eras ciudadano de Ancelstierre. Eso les dio que pensar
y se fueron al pasillo a conferenciar con el teniente al mando de la guardia. Algo me dice a m que la mano
derecha no se entera de lo que hace la izquierda, puesto que estos tipos eran del Departamento de Asuntos
Jurdicos de Corvere y los del corredor pertenecan al Cuerpo de Exploradores de la Frontera. Tuve ocasin de
comprobar algo muy interesante, que estos ltimos profesan esa peculiar religin tuya, y llevan la marca de casta
o lo que quiera que lleven en la frente. Me apresuro a advertirte, sin embargo, que la sociologa est entre mis
intereses.
Bueno, me despido ya. Los ancianos de mis padres han enviado a una especie de subsecretario privado del
supersecretario del chambeln, ms o menos uno de esos personajes que forman parte de la comisin asesora de
reconocido prestigio, para que viniera a recogerme y llevarme a la corte de Amberne. Al parecer, mi padre est
demasiado ocupado con el problema de los refugiados sureos, las cuestiones que le plantean en la Cmara y
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LIRAEL
dems, y to Edward necesita su apoyo... y bla bla bla... como de costumbre. Y mi madre, probablemente estaba
ocupadsima con sus cenas benficas o alguna otra actividad apasionante. Te escribir pronto para que
organicemos mi visita. Espero tenerlo todo a punto dentro de un par de meses, a lo sumo tres.
nimo!
Nick, el misterioso paciente X
Sam dobl la carta con una sonrisa. Al menos Nick haba pasado por la terrible experiencia de aquella
noche sin sufrir verdaderos daos y con el sentido del humor intacto. Era muy propio de l que los
muertos no hubiesen hecho ms que despertar su inters cientfico en lugar de azuzar sus miedos.
-Todo en orden? -pregunt Piedra de Toque, que esperaba pacientemente. Sam comprob que casi la
mitad de los all presentes haban perdido todo inters y se haban retirado al final del corredor, para no
ser vistos y charlar a sus anchas.
-Padre -dijo Sam-, me has trado ropa? Todo el equipo de la escuela estar destrozado.
-Dadme la bolsa, por favor -dijo Piedra de Toque-. Los dems podis salir, si no os importa.
Como dos rebaos de ovejas a los que les cuesta mezclarse, la gente que quedaba en la sala intent
salir al mismo tiempo que los del corredor intentaban ayudar complicndolo todo mucho ms. Al final,
todos acabaron fuera, salvo Damed, el principal guardaespaldas de Piedra de Toque, un hombrecito
delgado que se mova a una velocidad alarmante. Damed le entreg una maleta compacta antes de salir y
cerrar la puerta.
En la maleta haba ropa ancelstierrana obtenida, como la de Piedra de Toque y los guardias, en el
consulado del Reino Antiguo en Bain.
-Por ahora ponte esto -le sugiri Piedra de Toque-. En la Frontera nos cambiaremos. Llevaremos ropa
ms cmoda y prctica.
-Coselete y yelmo, botas y espada -dijo Sameth quitndose la bata del hospital por la cabeza.
-S -dijo Piedra de Toque. Tras una vacilacin, agreg-: Te molesta? Si te apetece, podras ir al Sur.
Yo tengo que volver al Reino. En Corvere podras estar a salvo...
-No! -grit Sam.
Quera estar con su padre. Deseaba llevar el peso del coselete, tocar el pomo de la espada con la palma
de la mano. Por encima de todo, quera estar con su madre en Belisaere. Porque slo entonces se sentira
verdaderamente a salvo de la muerte... y del nigromante que seguramente en ese mismo instante esperaba
en las fras aguas del ro a que Sam regresara.
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LIRAEL
19
Las ideas de Ellimere
sobre la educacin de un prncipe
Tras dos semanas de esforzada cabalgata, mal tiempo, comida no muy buena y dolores musculares
hasta volver a adaptarse a la montura, Sam lleg a la gran ciudad de Belisaere para encontrarse con que su
madre no estaba. Sabriel haba pasado y haba vuelto a marcharse, requerida para hacer frente a un
presunto hechicero de magia libre y jefe de unos bandidos, que atacaba a los viajeros en el extremo norte
del camino de Los Clavos.
Un da ms tarde, parti tambin Piedra de Toque a caballo, para asistir a una sesin del Tribunal
Supremo de Estwael, donde un antiguo y encendido enfrentamiento entre dos nobles familias haba
desembocado en asesinatos y secuestros.
En ausencia de Piedra de Toque, Ellimere, la hermana mayor de Sam, que le llevaba catorce meses,
actuaba en calidad de corregente junto con Jall Oren, el canciller. En realidad se trataba de un
formalismo, pues Piedra de Toque rara vez viajaba a ms distancia que la cubierta en un par de das por
un halcn mensajero, pero era un formalismo que afectara enormemente a Sam, porque Ellimere se
tomaba su responsabilidad muy a pecho. Y crea que uno de sus deberes como corregente era enmendar
los puntos flacos de su hermano menor.
Piedra de Toque llevaba apenas una hora fuera de casa cuando Ellimere fue en busca de Sam. Dado
que el rey se haba marchado al amanecer, Sam segua durmiendo. Se haba recuperado de sus heridas
fsicas, aunque todava no acababa de ser el de siempre. Se cansaba con mayor facilidad que antes y
buscaba la soledad de los pasillos. Las dos semanas que haba pasado levantndose antes del alba y
cabalgando hasta la cada del sol, acompaado por el humor bullanguero y campechano de los guardias,
no haban contribuido a que se sintiera menos exhausto ni ms sociable.
De manera que no le sent nada bien que, justo la primera maana que tena para dormir un rato ms,
Ellimere fuera a despertarlo abriendo de par en par la ventana y retirndole las mantas. En el Reino Antiguo el invierno haba comenzado varios das antes y haca francamente fresquito. La brisa del mar que
entraba a raudales por la ventana poda calificarse, sin temor a errores, como glida, y los dbiles rayos
del sol no hacan ms que deslumbrar a Sam.
-Despierta! Levntate! Arriba! -exclam alegre Ellimere, con su voz sorprendentemente profunda y
cantarina para ser mujer.
-Vete! -gru Sam, tratando de recuperar las mantas.
Sigui un breve tira y afloja del que Sam desisti cuando una de las mantas se rasg por la mitad.
-Mira lo que has hecho -dijo Sam con amargura.
Ellimere se encogi de hombros. Se supona que era guapa, algunos hasta la consideraban hermosa,
pero Sam no saba apreciarlo. Por lo que a l respectaba, Ellimere era la peste personificada. Al
nombrarla corregente, sus padres la haban elevado a la categora de monstruo.
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LIRAEL
-He venido a hablar de tu agenda -dijo Ellimere.

Se sent al pie de la cama, con la espalda erguida y las manos entrelazadas regiamente sobre el regazo.
Sam vio que llevaba un tabardo fino, con mangas acampanadas, de pao rojo y dorado, encima del
vestido de lino de estar por casa; una especie de diadema medio fastuosa le sujetaba la larga cabellera
negra peinada con esmero. Dado que su atuendo habitual eran las ropas de cuero para la caza y que
llevaba el pelo recogido de cualquier manera para que no le cayera en la cara, el aspecto que presentaba
en ese momento no era buen presagio para el deseo de informalidad de Sam.
-Mi qu? -pregunt Sam.
-Tu agenda -repiti Ellimere-. Seguro que tienes pensado pasar la mayor parte del tiempo trasteando en
ese pestilente taller tuyo, pero me temo que antes estn tus deberes para con el Reino.
-Qu? -pregunt Sam.
Se senta cansadsimo y no tena fuerzas para afrontar aquella conversacin. Sobre todo porque entre
sus planes figuraba pasar la mayor parte del tiempo en su taller de la torre. En los ltimos das, a medida
que se acercaba ms y ms a Belisaere, haban ido aumentando sus ansias de disfrutar de la soledad y la
paz de su taller, con las herramientas ordenadas en la pared, encima de la cmoda con cajoncitos llenos de
materiales tiles como alambre de plata o feldespato. Haba conseguido sobrevivir a la ltima parte del
viaje soando con los nuevos juguetitos y artilugios que construira en aquel remanso de calma y
recuperacin.
-El reino debe ser lo primero -reiter Ellimere-. La moral del pueblo es muy importante y todos los
miembros de la familia deben contribuir a mantenerla bien alta. Como nico prncipe, debes...
-No! -exclam Sam, dndose cuenta de repente de lo que su hermana se propona.
Salt de la cama, la camisa de dormir se le infl a la altura de las piernas, y mir con rabia a su
hermana, hasta que sta se puso en pie para contemplarlo con aire de suficiencia. No slo era ms alta que
l, sino que tena la ventaja de llevar zapatos.
-S-dijo Ellimere, severa-. Se celebra el Festival del Solsticio de Verano. Hars el papel de pjaro del
amanecer. Maana comienzan los ensayos.
-Pero si faltan todava cinco meses! -protest Sam-. Adems, no quiero ser el condenado pjaro del
amanecer. El traje debe de pesar como una tonelada y tendra que llevarlo durante una semana entera!
No te ha dicho pap que estoy enfermo?
-Me ha dicho que haba que mantenerte ocupado -dijo Ellimere-. Y como nunca has bailado en el papel
de pjaro, te harn falta cinco meses de prctica. Adems, tambin est la actuacin al final del Festival
de Invierno, y para eso faltan apenas seis semanas.
-No tengo piernas para ese papel -mascull Sameth pensando en las medias amarillas con ligas que
haba que llevar debajo del plumaje dorado del pjaro del amanecer-. Bscate a otro con dos piernas
como troncos de rbol.
-Sameth! Te guste o no, vas a bailar en el papel de pjaro -sentenci Ellimere-. Ya es hora de que
hagas algo til. Adems, todas las maanas, de diez a una, debers asistir junto a Jall a las sesiones del
Tribunal Inferior, y hars prcticas de esgrima dos veces al da con la guardia, y luego, tienes que venir a
almorzar... Nada de pedir que te suban la comida a ese taller rooso. Ah, y para que aprendas perspectiva,
trabajars con los galopillos los mircoles alternos.
Sam lanz un gemido y se tumb en la cama. Lo de las clases de perspectiva era idea de Sabriel. Un
da cada dos semanas, Ellimere y Sam deban trabajar en algn lugar de palacio, supuestamente como la
gente corriente. Aunque resultaba muy difcil que, pese a que fregaran platos y lustraran suelos como el
que ms, los sirvientes olvidaran que, al da siguiente, Sam y Ellimere volveran a ser el prncipe y la
princesa. La mayora de los sirvientes se enfrentaban a la situacin simulando que Sam y Ellimere no
estaban presentes; las nicas excepciones eran la seora Finney, la halconera, que les gritaba como a todo
el mundo. De manera que la clase de perspectiva consista en un da de trabajo muy montono, hecho en
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LIRAEL
un silencio y un aislamiento extraos.

-Y t qu hars para las clases de perspectiva? -pregunt Sam, pues sospechaba que ahora que
Ellimere era corregente, aprovechara para pasarlas por alto.
-Trabajar en los establos.
Sam resopl. El trabajo en los establos era muy fatigoso, sobre todo porque implicaba pasarse el da
entre montaas de estircol. Aunque a Ellimere le encantaban los caballos y todo lo relacionado con ellos,
de manera que era muy probable que no le importase.
-Mam dijo tambin que debas estudiar esto.
Ellimere se sac un paquete voluminoso de la manga. De inmediato no resultaba reconocible, estaba
envuelto en un hule y atado con un trozo de bramante grueso y peludo. Sam tendi la mano hacia l y en
cuanto sus dedos tocaron el envoltorio, not un fro tremendo y la repentina presencia de la muerte, pese a
los hechizos y encantamientos entretejidos en las piedras preciosas que llevaba incrustadas y que, segn
se supona, deban impedir todo intercambio con ese fro reino.
Sam apart la mano y se refugi en el otro extremo de la cama; el corazn le lata con fuerza y el sudor
le humedeci la cara y las manos.
Conoca el contenido de paquete en apariencia inofensivo. Era El libro de los muertos. Un pequeo
volumen, encuadernado en cuero verde, con broches de plata deslustrada. Cuero y plata cargados de
magia protectora. Marcas para someter y cegar, para cerrar y apresar. Slo quienes posean un talento
innato para la magia libre y la nigromancia eran capaces de abrir el libro, y slo un mago incorrupto del
Gremio poda cerrarlo. Era un compendio de todas las tradiciones de la nigromancia y la
contranigromancia reunida por cincuenta y tres Abhorsen a lo largo de un milenio y mucho ms, porque
su contenido no era nunca el mismo sino que cambiaba segn el capricho del propio libro. Sam haba
ledo algunas partes en compaa de su madre al lado.
-Qu te pasa? -pregunt Ellimere, llena de curiosidad, porque Sam se puso cada vez ms plido y
empez a castaetear los dientes.
Deposit el paquete al pie de la cama, se acerc a su hermano y le toc la frente.
-Ests fro -dijo, sorprendida-. Helado!
-Estoy enfermo -mascull Sam con un hilo de voz. El miedo le cerraba la garganta. El miedo a que el
libro lo lanzara al reino de los muertos, el miedo a verse otra vez bajo las aguas del fro ro, el miedo a ser
arrastrado ms all de la Primera Puerta...
-Mtete otra vez en cama -le orden Ellimere, en un arranque de amabilidad-. Llamar al doctor
Shemblis.
-No! -grit Sam, al recordar al mdico de la corte y sus mtodos inquisitivos y curiosos-. Se me
pasar. Djame solo un rato.
-Est bien -acept Ellimere, cerr la ventana y ayud a su hermano a remeter lo que quedaba de las
mantas-. Si piensas que as te vas a librar de interpretar al pjaro del amanecer, ests equivocado. Tendrs
que hacer el papel, a menos que el doctor Shemblis diga que ests gravsimamente enfermo.
-No lo estoy -dijo Sam-. Dentro de unas horas me habr recuperado.
-Y qu te ha pasado a ti, si puede saberse? -pregunt Ellimere-. Pap no me dio demasiados detalles;
tampoco tuvimos tiempo para conversar. Me coment que habas ido al reino de los muertos y que te
metiste en los.
-Ms o menos eso fue lo que pas -murmur Sam.
-Menos mal que no me ocurri a m. -Ellimere cogi el paquete, lo sopes con curiosidad y lo lanz
junto a Sam. -Me alegro de no tener aptitudes para eso. Imagnate que tuvieras que ser rey y yo la
Abhorsen! De todos modos, me alegro de que ya hayas empezado a pasearte por la muerte, porque en
estos momentos, a mam le vendra de perlas que la ayudaran, y le sers ms til as que perdiendo el
tiempo con tus trastos. Y ten en cuenta que pensaba pedirte que me hicieras dos raquetas de tenis, de
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LIRAEL
modo que a lo mejor no debera quejarme. No consigo que nadie entienda lo que quiero, y llevo sin jugar
un partido desde que dej Wyverley. Podras hacerme unas, verdad?
-S -contest Sam, aunque no pensaba en el tenis sino en el libro que estaba a su lado, y en el hecho de
que era el Abhorsen en ciernes.
Todo el mundo esperaba que sucediera a Sabriel. Tendra que estudiar El libro de los muertos. Tendra
que volver a recorrer el Reino de la Muerte y enfrentarse al nigromante... o a cosas peores, si es que las
haba.
-Seguro que no quieres que llame a Shemblis? -insisti Ellimere-. Ests ms blanco que un papel.
Har que te suban una manzanilla, y creo que no hace falta que empieces con el programa hasta maana.
Maana te sentirs mejor, no?
-Eso creo -dijo Sam.
La proximidad del libro lo dejaba petrificado. Ellimere le ech otra mirada que contena partes iguales
de preocupacin, aburrimiento e irritacin. Gir en redondo y sali dando un portazo.
Sam se qued en la cama tratando de respirar acompasadamente. Notaba la presencia del libro a su
lado, como si fuera un ser vivo. Una vbora enroscada, al acecho, esperando algn movimiento suyo para
atacar. Permaneci largo rato tumbado, escuchando los ruidos de palacio que suban flotando hasta su
alcoba en la torre, colndose incluso a travs de la ventana cerrada. El santo y sea que daban los guardias
en la muralla; la conversacin espontnea de quienes cruzaban el patio y se encontraban mientras iban a
sus ocupaciones; el entrechocar de las espadas en el campo de prcticas que estaba ms all del Muro
interior. Y por encima de todos aquellos ruidos, el estrpito constante de las olas del mar. Belisaere era
casi una isla, y el palacio estaba construido sobre una de sus cuatro colinas, en la porcin noreste. La
alcoba de Sam se encontraba en la torre del acantilado, ms o menos a media altura. Pese a la distancia
que separaba la torre de la costa, en el curso de las tempestades invernales ms enfurecidas, no era
infrecuente que el roco salobre mojara su ventana.
Un criado le llev una infusin de manzanilla e intercambiaron unas pocas palabras, aunque Sam no
tena ni idea de lo que le dijo. La infusin se enfri, el sol sigui su curso por el cielo hasta que cruz de
un extremo a otro de la ventana y el aire volvi a enfriarse.
Y al final, Sam se movi. Con manos temblorosas, se oblig a recoger el paquete. Cort el bramante
con el cuchillo que guardaba enfundado en la cabecera de la cama y le quit rpidamente el hule sabiendo
que, si se detena, sera incapaz de continuar.
All estaba, era El libro de los muertos, el cuero verde brillaba como si estuviese recubierto de sudor.
Los broches de plata que lo mantenan cerrado estaban empaados, haban perdido su lustre. Se aclararon
cuando Sam los mir y volvieron a empaarse, aunque l no les haba echado el aliento.
Haba una nota, una sola hoja de papel de bordes desiguales que llevaba una sola marca del Gremio y
el nombre de Sam, escrito con la caligrafa de trazos firmes e inconfundibles de Sabriel.
Sam cogi la nota y utiliz el hule a manera de guante para ocultar el libro debajo de la cama. No
soportaba verlo. Todava no.
Roz entonces la marca del Gremio del papel y la voz de Sabriel son en su mente. Le habl deprisa, y
por los dems sonidos de fondo, Sam dedujo que le haba escrito el mensaje inmediatamente antes de
partir en su papelonave para combatir a los muertos.
Sam,
Espero que te encuentres bien y que sepas perdonarme por no estar a tu lado en estos momentos. Por el ltimo
mensaje que tu padre me envi con un halcn, s que ests en condiciones de cabalgar de vuelta a casa, pero que
el encuentro que tuviste en el reino de los muertos, ha sido para ti una dursima prueba. S lo que significa. Y estoy
orgullosa de que te arriesgaras a adentrarte en el Reino de la Muerte para salvar a tus amigos. No s si yo me
atrevera a hacer lo mismo que t sin mis campanas. Ten por seguro que el paso del tiempo se encargar de
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LIRAEL
reparar el dao sufrido por tu espritu. Est en la naturaleza de la muerte el tomar, y en la de la vida, el dar.
Tu valenta me ha demostrado que ha llegado el momento de que inicies formalmente tu preparacin como
Abhorsen en ciernes. Es algo que me enorgullece y me entristece a la vez, porque significa que te has hecho mayor.
Son muchas las cargas del cargo de Abhorsen. Una de las ms pesadas de sobrellevar es el hecho de que estemos
condenados a perdernos gran parte de la vida de nuestros hijos..., de tu vida, Sam.
He ido retrasando tu aprendizaje porque quera que siguieses siendo el niito cuyo recuerdo surge tan
fcilmente en mi memoria. S que hace muchos aos que has dejado de ser ese nio, que ahora eres un muchacho
y que debo tratarte como a tal. Para ello, debo reconocer tu herencia y el papel esencial que vas a desempear en
el futuro de nuestro reino.
Gran parte de esa herencia se encuentra entre las pginas de El libro de los muertos, que ahora tienes en tus
manos. Has estudiado conmigo algunas de sus pginas, pero ha llegado el momento de que domines todo su
contenido, en la medida en que esto es posible. No cabe ninguna duda de que en estos das he necesitado de tu
ayuda, pues se ha producido un extrao renacer de los problemas, tanto por parte de los muertos como por parte
de los seguidores de la magia libre, y soy incapaz de dar con la fuente de ninguno de ellos.
A mi regreso, seguiremos hablando de este asunto, por ahora quiero que sepas que estoy orgullosa de ti,
Sameth. Tu padre tambin. Bienvenido a casa, hijo.
Con todo cario, Mam
Sam dej caer la hoja sobre la almohada. El futuro, tan brillante cuando aquella pelota de crquet haba
descrito un arco sobre las gradas permitindole anotar seis puntos, se presentaba ahora muy negro.
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LIRAEL
20
Una puerta con tres seales
Para celebrar su decimonoveno cumpleaos, Lirael y la Perra Canalla decidieron embarcarse en una
exploracin especial, aventurarse por el agujero irregular de la plida piedra verde donde la espiral
principal de la Gran Biblioteca se interrumpa abruptamente.
El agujero era demasiado pequeo para que Lirael pasara por l, de modo que la muchacha
confeccion para la ocasin una piel con marcas del Gremio. En los aos transcurridos desde que
encontrara el libro Con piel de len, haba aprendido a hacer tres pieles del Gremio. Las haba elegido con
sumo cuidado por sus ventajas naturales. La nutria de los hielos era pequea y gil, y le permita moverse
por lugares estrechos y cruzar fcilmente extensiones cubiertas de hielo y nieve. El oso bermejo era ms
grande y mucho ms fuerte que la forma natural de Lirael, y su grueso pelaje la protega del fro y de los
ataques. El bho bramador le permita volar y evitaba que la oscuridad fuese un obstculo, aunque
todava no haba ensayado el vuelo fuera de las grandes salas de la biblioteca, que nunca quedaban del
todo a oscuras.
Las pieles del Gremio tenan, sin embargo, ciertos inconvenientes. La nutria de los hielos vea slo en
tonos de gris, su perspectiva se mantena pegada al suelo e induca un gusto por el pescado que a Lirael le
duraba hasta varios das despus de haberse quitado la piel. El oso bermejo tena poca vista y llevar su
piel ejerca en la muchacha el efecto adverso de convertirla en un ser malhumorado y goloso, efecto que
le duraba incluso tras dejar de utilizarla. El bho bramador serva de poco a plena luz del da; cuando
Lirael se quitaba su piel, los ojos le lloraban por efecto de las brillantes luces del saln de lectura. No
obstante, estaba contenta con el resultado general de las pieles del Gremio, con la eleccin hecha, y se
senta orgullosa de haber aprendido a conjurar tres pieles del Gremio en menos tiempo del que indicaba
Con piel de len. El mayor inconveniente era el tiempo que llevaba prepararlas y ponrselas. En
circunstancias normales, Lirael tardaba cinco horas o ms en preparar una piel del Gremio, otra hora en
doblarla como deba para que le durara un par de das en el morral o el bolso, y por lo menos media hora
para ponrsela. En ocasiones, toda la operacin se prolongaba ms, en especial con la piel de la nutria de
los hielos, porque era mucho ms pequea que Lirael. Era como meter el pie en un calcetn en el que slo
caba el dedo gordo, con la ventaja de que el calcetn se iba estirando a medida que el pie se encoga.
Calibrar el procedimiento resultaba una operacin difcil; tanto cambiar y encogerse acababa por provocar
nuseas y mareos a la muchacha.
En el da de su cumpleaos, en vista de que el agujero de la piedra tena menos de sesenta centmetros
de dimetro, la nica forma que le servira era la de la nutria de los hielos. Lirael empez a ponrsela
mientras la Perra Canalla escarbaba el agujero. Al parecer, con eso consegua hacerse ms larga y ms
delgada hasta convertirse en un perro salchicha como los que las reinas de los pastores Rasseli llevaban
alrededor del cuello, tal como haba visto Lirael en su libro de viajes favorito.
Al cabo de varios minutos de frentica actividad con las patas traseras, la perra desapareci. Lirael
lanz un suspiro y sigui tratando de embutirse la piel del Gremio. La perra tena un serio problema con
las esperas, y a Lirael la ofendi un poco el hecho de que el can no aguardara siquiera el da de su
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LIRAEL
cumpleaos y que no la dejara entrar primero. En realidad, no esperaba que lo hiciese. Para Lirael, su
cumpleaos era la fecha ms detestada del ao, el da en que la obligaban a recordar todas las cosas malas
de su vida.
Ese ao, como haba ocurrido con todos sus aniversarios, se haba despertado sin el don de la visin.
Aquello se haba convertido en un viejo agravio, en una cicatriz imborrable, enterrada en lo ms hondo de
su corazn. Lirael haba aprendido a no mostrar el dolor que le causaba, ni siquiera a la Perra Canalla,
con la cual, por otra parte, comparta todos sus pensamientos y sus sueos.
Lirael tampoco pensaba suicidarse, como haba decidido al cumplir los catorce aos, y como haba
considerado, si bien fugazmente, a los diecisiete. Haba conseguido forjarse una vida que, aunque no
ideal, resultaba satisfactoria en muchos sentidos. Segua viviendo en la Residencia de Jvenes, y all
continuara hasta que, al cumplir los veintiuno, le asignaran su propia alcoba; sin embargo, como se
pasaba casi todas las horas del da en la biblioteca, consegua sustraerse en gran parte a las intromisiones
de Kirrith. Desde haca mucho tiempo, Lirael haba dejado de asistir a las ceremonias del despertar y a los
dems actos oficiales en los que el protocolo mandaba lucir la tnica azul, que ella tanto odiaba, smbolo
evidente de que no era una clarvi con todas las de la ley.
Se vesta con el uniforme de bibliotecaria, incluso para desayunar, y le haba dado por cubrirse la
cabeza con una bufanda blanca, como hacan algunas de las clarvis ms ancianas. De esa manera ocultaba
la cabellera negra y, con el uniforme, nadie dudaba de quin era, incluso entre los visitantes del refectorio
inferior.
La semana anterior a su cumpleaos, las prendas de trabajo se haban visto muy mejoradas cuando le
cambiaron el chaleco amarillo por otro rojo, orgulloso smbolo de que Lirael haba sido ascendida a auxiliar segunda de la bibliotecaria. El ascenso fue bien recibido, aunque no estuvo exento de dificultades,
pues la carta oficial con la cual se lo comunicaban, lleg de forma inesperada, a ltimas horas del da. En
la carta, Vancelle, la bibliotecaria jefa, felicitaba a Lirael y le indicaba que a la maana siguiente hara
una breve ceremonia en el curso de la cual despertaran otro hechizo de la llave que llevaba en la pulsera
y le ensearan ciertos encantamientos acordes con las responsabilidades y funciones de segunda auxiliar
de bibliotecaria en la Gran Biblioteca de las clarvis.
Por tanto, Lirael haba pasado la noche en su estudio, sin pegar ojo, para poner a dormir los hechizos
de las llaves que ella ya se haba encargado de despertar en su pulsera y evitar as que se descubriesen sus
incursiones prohibidas. Por desgracia, resultaba ms difcil ponerlos a dormir que despertarlos. Tras
muchas horas de intentos fallidos, a las cuatro de la madrugada, sus quejas desesperadas despertaron a la
perra, sta ech un poco de aliento a la pulsera, devolvi los hechizos extra a su estado latente y sumi a
Lirael en un sueo tan profundo que a punto estuvo de perderse la ceremonia.
El chaleco rojo era un regalo de cumpleaos por adelantado, al que seguiran otros cuando llegara la
fecha sealada. Imshi y las otras jvenes bibliotecarias que trabajaban ms estrechamente con Lirael le regalaron un portaplumas flamante, un bastoncillo de plata con cabezas de bhos grabadas en cuyo extremo
llevaba dos pequeas garras en las que se podan introducir todo tipo de plumines de acero. Iba en una
caja forrada de terciopelo que despeda un dulce aroma a sndalo y haca juego con un tintero antiguo de
cristal verde aluminio, con reborde de oro, adornado de runas que nadie saba leer.
Tanto el portaplumas como el tintero constituan un comentario tcito sobre el muy arraigado hbito de
Lirael de hablar lo menos posible. Siempre que poda, escriba una nota. En los ltimos aos, apenas
haba pronunciado ms de diez palabras seguidas y, con frecuencia, se pasaba das enteros sin hablar con
otros seres humanos.
Evidentemente, las dems clarvis ignoraban que Lirael se resarca de tanto silencio en sus largas
conversaciones con la Perra Canalla. En ocasiones, sus superiores le preguntaban por qu no le gustaba
hablar, a lo que Lirael no saba contestar. Lo nico que saba era que conversar con las clarvis le
recordaba todos aquellos asuntos que le estaban vedados. Las conversaciones de las clarvis estaban
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LIRAEL
plagadas de referencias a la visin, eje central de sus vidas. El silencio era para Lirael una forma de
protegerse del dolor, aunque no fuese consciente del motivo.
Durante el t organizado con motivo de su cumpleaos en la sala de reuniones para jvenes
bibliotecarias, una estancia informal en la que se solan entablar animadas conversaciones salpicadas de
risas, Lirael se limit a pronunciar un gracias y a sonrer, aunque fue una sonrisa acompaada de ojos
llorosos. Sus compaeras eran muy amables. Aun as eran primero clarvis y luego bibliotecarias.
El ltimo regalo lo recibi Lirael de la Perra Canalla, que le dio un beso enorme. Y como los besos
perrunos se componan de enrgicos lengetazos en la cara, la joven bibliotecaria se alegr de abreviar la
manifestacin de buenos deseos dndole la tarta que haba sobrado en el t.
-Es lo nico que recibo, un beso perruno -mascull Lirael. Ya se encontraba medio metida dentro de la
piel de nutria de los hielos y le faltaban todava diez minutos para poder correr tras su amiga. Lirael no lo
saba, pero haba muchas otras personas que habran deseado darle un beso de cumpleaos. A lo largo de
los aos, varios jvenes de la guardia y algunos mercaderes que visitaban con asiduidad a las clarvis se
haban fijado en ella con creciente inters. Ella les dejaba bien claro que se encontraba muy bien sola.
Estos admiradores tambin haban notado que la muchacha no hablaba, ni siquiera con las clarvis que
cubran el turno de cocina. De manera que se limitaban a observarla, y los ms romnticos soaban con el
da en que se les acercara y los invitara a subir a su alcoba. Otras clarvis lo hacan de vez en cuando, pero
Lirael no. Segua comiendo a solas y los soadores seguan soando.
Lirael casi nunca reflexionaba sobre el hecho de que a los diecinueve aos nadie la hubiera besado. Lo
saba todo sobre la teora del sexo, porque haba seguido las clases obligatorias de la Residencia de
Jvenes y haba ledo los libros de la biblioteca. Pero era demasiado tmida para acercarse a ninguno de
los visitantes, ni siquiera a los que vea con frecuencia en el refectorio inferior, y adems, haba pocos
clarvis del sexo opuesto.
Con frecuencia, oa de pasada a las otras jvenes bibliotecarias cuando hablaban sin tapujos de los
hombres, a veces incluso con lujo de detalles. No obstante, estaba claro que aquellas relaciones no eran
tan importantes para las clarvis como el don de la visin y su trabajo en el Observatorio, y Lirael juzgaba
las cosas con las mismas normas que sus compaeras. La visin era lo ms importante, lo que vena en
primer lugar. Cuando tuviese el don de la visin, ya pensara en hacer lo mismo que las dems clarvis,
invitar a un hombre a cenar en el refectorio superior y a dar un paseo por el jardn perfumado y despus...
tal vez a su cama.
En realidad, a Lirael ni se le pasaba por la cabeza que pudiera gustarle a ningn hombre como les
ocurra a las clarvis de verdad. Como en todo lo dems, la muchacha pensaba que una clarvi de verdad
siempre resultara ms interesante y atractiva que ella.
Fuera del trabajo, Lirael tambin segua un camino diferente al de otras jvenes clarvis. A las cuatro de
la tarde, finalizado el turno en la biblioteca, la mayora se marchaba a la Residencia de Jvenes o a sus
habitaciones, o a uno de los refectorios, o a las zonas de recreo donde se reunan las clarvis, como el
jardn perfumado o la escalinata del sol.
Lirael siempre iba en direccin opuesta, bajaba del saln de lectura hasta su estudio y despertaba a la
Perra Canalla. Con el ascenso le haban dado un nuevo estudio en el que dispona de una habitacin ms
grande con un pequeo cuarto de bao en el que haba un vter y lavabo con agua fra y caliente.
Cuando terminaba de despertar a la perra y de acomodar los distintos objetos que tiraban al suelo con
el efusivo saludo, Lirael y su mascota esperaban hasta la reunin del turno nocturno de guardia, cuando
todas las bibliotecarias de guardia se juntaban brevemente en el saln principal de lectura para el reparto
de tareas. Y as, libres de toda mirada indiscreta, Lirael y la Perra Canalla bajaban sigilosamente la
espiral principal y pasaban a los niveles antiguos, por donde las dems bibliotecarias rara vez aparecan.
A lo largo de los aos, Lirael haba conseguido conocer a fondo los niveles antiguos y muchos de sus
secretos y peligros. Tambin haba ayudado a otras bibliotecarias sin que ellas se enteraran. Al menos tres
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LIRAEL
de ellas habran muerto si Lirael y la Perra Canalla no se hubiesen ocupado de varias criaturas
desagradables que haban logrado colarse en la biblioteca.
-Vamos! -grit la perra, asomando la cabeza por el agujero.
Lirael ya tena puesta la piel de nutria, pero notaba la barriga rara. Tena un aspecto distinto y no
consegua saber por qu. Se volvi para mirarla y rod por el suelo.
-Ya veo que ests contenta con el nuevo chaleco -le dijo la perra con un bufido.
-Cmo? -pregunt Lirael.
Se sent e inclin la cabeza para mirarse la barriga peluda. Tena un tono de gris distinto del normal,
aunque ella no recordaba haberla cambiado.
-Las nutrias de los hielos no tienen la barriga rojiza, mi querida auxiliar segunda de bibliotecaria -le
inform la perra-. Vamos!
-Ah -dijo Lirael.
Nunca antes haba cambiado el color de su piel. Aunque haba que reconocer que aquello denotaba un
dominio inconsciente de la confeccin de pieles del Gremio. Sonri y sali corriendo detrs de la perra.
Siempre haban querido averiguar qu se ocultaba al fondo de aquel pasadizo, pero por un motivo u otro,
nunca haban tenido ocasin. Ahora iban a descubrir lo que se esconda en el otro extremo de la espiral
principal.
-El tnel se ha desmoronado -anunci la Perra Canalla, meneando la cola de una manera que restaba
importancia a la aparente seriedad de la noticia.
-Ya lo veo! -le solt Lirael.
Estaba irascible, sobre todo porque llevaba las dos ltimas horas embutida en la piel de nutria de los
hielos. La piel del Gremio empezaba a resultarle muy incmoda, como una prenda muy sudada que se te
pega donde no debe. No haba nada que le hiciera olvidar la incomodidad, porque el agujero situado en el
extremo de la espiral principal haba resultado muy aburrido. Al cabo de un trecho se ensanchaba, pero
por lo dems, se limitaba a seguir un curso zigzagueante, con avances y retrocesos carentes de
intersecciones, cmaras o puertas interesantes.
Descubrieron entonces que terminaba en una pared derruida de hielo que les impeda continuar.
-No hace falta que rezongues, mi ama -contest la perra-. Adems, hay una forma de cruzarla. El
glaciar ha proseguido su avance, no hay duda, pero seguro que alguna larva taladradora ha abierto un
paso. Si subimos, es muy probable que demos con uno de esos tneles por donde cruzar al otro lado.
-Perdona -se excus Lirael lanzando un suspiro al tiempo que encoga los hombros de nutria con un
movimiento que recorra el resto de su largo cuerpo cubierto de blanca piel-. A qu esperas, pues?
-Ya casi es la hora de comer -dijo la perra remilgadamente-. Te echarn de menos.
-Di ms bien que echas de menos la comida que robo para ti -protest Lirael-. Nadie me echar de
menos. Adems, no te hace falta comer.
-Pero tengo ganas -protest la perra, pasendose de un lado al otro y evitando con destreza los trozos
de hielo desprendidos del espoln del glaciar que les impedan seguir avanzando por el tnel.
-Limtate a encontrar el camino, por favor -le orden Lirael-. Utiliza tu famoso olfato.
-A la orden, mi capitana -dijo la perra, resignada. Empez a escalar la pared derruida de hielo
derritiendo las zonas donde clavaba las uas-. La larva taladradora est justo all arriba.
Lirael subi a saltos tras su perra, disfrutando de la gil sensacin de ser una nutria de los hielos.
Cuando se quitara la piel del Gremio, el recuerdo de aquella sensacin la hara tropezar y caminar
haciendo eses durante unos minutos, hasta que su mente volviera a conectar con unos msculos
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LIRAEL
diferentes.
La Perra Canalla se haba puesto a escarbar en el agujero de la larva taladradora, un hoyo
perfectamente cilndrico de casi un metro de dimetro que atravesaba el centro mismo de la barrera de
hielo. Se trataba de una perforacin de tamao medio. Las grandes medan ms de tres metros de
dimetro. Las larvas haban pasado a ser una rareza en todos sus tamaos. Lirael era probablemente uno
de los pocos habitantes del Glaciar de las Clarvis que haba visto una.
De hecho, haba visto dos, con un intervalo de varios aos. En ambas ocasiones, la perra las haba
olfateado primero, y eso les haba permitido a la muchacha y a su mascota apartarse a tiempo de su
camino. Las larvas no eran peligrosas, al menos de forma intencionada, pero eran de reacciones lentas y
sus mltiples mandbulas rotativas se tragaban cuanto encontraban a su paso: hielo, piedras, seres
humanos de reflejos lentos.
La perra dio un resbaln que no la hizo retroceder como le habra ocurrido a un can de verdad. Lirael
not que las uas de su mascota haban crecido el doble para permitirle agarrarse al hielo. Definitivamente algo que ningn chucho de verdad era capaz de hacer, pero haca tiempo que Lirael se haba resignado
a la idea de que no saba muy bien qu era su perra. No haba duda de que haba nacido de la combinacin
de marcas del Gremio y magia libre, sin embargo, Lirael no estaba dispuesta a meditar demasiado al
respecto. Fuera lo que fuese, la perra era la nica amiga fiel que tena, y a lo largo de los ltimos cuatro
aos le haba demostrado lealtad en cientos de ocasiones.
Pese a sus orgenes mgicos, el olor de su mascota era idntico al de un chucho de verdad, pens
Lirael, especialmente cuando la Perra Canalla estaba mojada. Como en ese momento, cuando la nariz
fruncida de nutria que luca Lirael iba pegada a las patas traseras y la cola de la mascota, mientras la
segua a travs de la perforacin. Por suerte, el tnel no era largo, y a Lirael se le olvid el tufillo de la
perra en cuanto comprob que faltaba poco trecho para que el tnel llegara a su fin. Vio el fulgor del
techo, producto de la magia del Gremio, y una especie de pared azulejada.
-La habitacin es antigua -anunci la perra, al salir disparadas de la perforacin y caer sobre las
baldosas azules y amarillas del suelo.
Las dos se quitaron el hielo con tres o cuatro sacudidas; Lirael imit a su perra y se mene de la cabeza
a los pies.
-Es cierto -reconoci Lirael, reprimiendo el impulso de rascarse con fuerza el cuello.
La piel del Gremio empezaba a perder pelo e iba a necesitarla para regresar a travs de la perforacin y
el tnel. Cerr con fuerza las garras de las patas delanteras e intent concentrarse en la sala, tarea harto difcil con vista de nutria porque su campo visual era diferente y no vea los colores.
Una serie de marcas del Gremio destinadas a crear luz iluminaban la estancia desde el techo, aunque
Lirael se dio cuenta en seguida de que estaban algo apagadas y que llevaban encendidas mucho ms
tiempo del habitual para las de ese estilo. En un rincn haba un escritorio de madera rojiza al que le
faltaba la silla. En una de las paredes, cubierta de estantes vacos, haba puertas de cristal cerradas. Las
marcas del Gremio para repeler el polvo se movan sin cesar en toda su superficie, como lustrosas
manchas de aceite en el agua.
En la pared ms alejada se vea una puerta de la misma madera rojiza, tachonada de estrellas y torres
de oro y llaves de plata. Las estrellas de oro tenan siete puntas, el emblema de las clarvis, y la torre era la
divisa del reino. Lirael ignoraba qu representaba la llave de plata, aunque no se trataba de un smbolo
infrecuente. Muchas ciudades y pueblos utilizaban la llave de plata como divisa en sus escudos de armas.
La muchacha notaba que la puerta desprenda un poder mgico considerable. Las marcas del Gremio
destinadas a cerrar y proteger corran parejas a las vetas de la madera, en la que haba otras marcas ms
que describan algo que Lirael no alcanzaba a comprender.
Olvidados los picores, empez a caminar hacia ella para comprobar de qu se trataba, pero la perra se
interpuso en su camino, como quien pone freno a un cachorrillo entusiasmado.
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LIRAEL
-Alto! -ga-. Est protegida por un guardin transmitido que vera en ti nicamente a una nutria de
los hielos y te matara. Debes aproximarte con tu aspecto normal y permitir que sienta que tu sangre es
pura.
-Ah -dijo Lirael, se ech en el suelo y dej reposar la delgada cabeza sobre las patas delanteras, los
ojos relucientes clavados en la puerta-. Si vuelvo a adoptar mi aspecto normal, tardar gran parte de la
noche en hacer una nueva piel del Gremio. Nos perderemos la cena... y las rondas de medianoche.
-Hay ciertas cosas por las que vale la pena perderse la cena -sentenci la perra con tono profetice
-Y las rondas, qu? -pregunt Lirael-. Ser la segunda vez esta semana. Aunque sea mi cumpleaos,
me caer doble turno en la cocina...
-A m me gusta que te den doble turno en la cocina -contest la perra, lamindose los belfos, tras lo
cual, le dio un lengetazo en la cara a su ama, por si acaso.
-Aaaj! -exclam Lirael.
No se decida; segua pensando no slo en el doble turno en la cocina, sino en el sermn que le soltara
su ta Kirrith.
Desde el fondo, la puerta de las estrellas, las torres y las llaves la llamaban...
Lirael cerr los ojos y pens en la secuencia de marcas del Gremio que le permitiran deshacerse de la
piel de nutria; su mente se zambull en el flujo del Gremio, donde se apoder de una marca por aqu, de
un smbolo por all, y con ellos teji un conjuro. Pocos minutos ms y volvera a ser la Lirael de siempre,
la de la larga melena negra y alborotada que tanto la diferenciaba de sus primas rubias y castaas, la del
mentn ms afilado que las redondas caras de sus parientes, la de la piel blanqusima que jams se
bronceaba, ni siquiera con la intensa luz del sol reflejada en el glaciar, la de los ojos castaos, tan
distintos de los azules o verdes de las clarvis...
La Perra Canalla contempl su transformacin; la piel de la nutria de los hielos brill recorrida por
marcas del Gremio que se enroscaron y reptaron hasta convertirse en un torbellino de luz que gir y gir,
cada vez ms reluciente y veloz, hasta desaparecer. En su lugar surgi una joven con el ceo fruncido y
los ojos cerrados con fuerza. Antes de abrirlos, se pas las manos por el cuerpo, para comprobar si llevaba
el chaleco rojo, la daga, el silbato y el ratn mecnico para las emergencias. Al quitarse alguna de sus
anteriores pieles del Gremio, las ropas de Lirael haban cado a trozos tras descoserse todas sus piezas
como por arte de birlibirloque.
-Bien -dijo la Perra Canalla-. Ahora veremos si podemos abrir la puerta.
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LIRAEL
21
Detrs de la puerta de madera y piedra
Lirael avanz dos pasos en direccin a la puerta de madera roja y se detuvo al comprobar que la magia
del Gremio llameaba y bulla ante ella y que el marco despeda una intensa luz amarilla que le oblig a
inclinar la cabeza y entrecerrar los ojos.
Cuando levant la vista, plantado delante de la puerta vio a un enviado del Gremio, una criatura de
carnes y huesos mgicos, conjurada para un fin especfico. No se trataba de uno de los ayudantes pasivos
de la biblioteca, sino de un guardin con forma humana, aunque mucho ms alto y corpulento que
cualquier hombre real, ataviado con una cota de malla plateada, un yelmo de acero con la visera baja, que
le ocultaba el rostro forjado por el hechizo. Inmvil como una estatua, estaba en guardia, con la espada
empuada apuntando a escasos centmetros del cuello de Lirael. A diferencia de la carne y los huesos
mgicos de los enviados, sus armas o herramientas siempre eran tangibles. En ocasiones, tal como
sospechaba Lirael en el caso de la espada que la apuntaba, eran incluso ms duras, ms afiladas y ms
peligrosas que si hubiesen sido forjadas en acero.
El enviado mantuvo la espada tendida unos segundos, sin un solo temblor. Acto seguido, con un
movimiento tan veloz que Lirael ni se percat, la punta del acero roz la garganta de la muchacha
causndole un corte diminuto del que recogi una sola gota de sangre.
Lirael reprimi un grito de asombro, pero no se movi por temor a que volviera a herirla. Conoca gran
parte de las tradiciones referidas a los enviados, pues haba seguido estudindolos incluso despus de
haber creado a la perra. Sin embargo, no lograba precisar con exactitud el verdadero fin de ste. Por
primera vez desde su enfrentamiento con el stilken, sinti mucho miedo, y el temor atvico a que la magia
del Gremio se hubiera torcido de algn modo le hel los huesos.
El enviado levant otra vez la espada y Lirael dio un respingo, incapaz de dominar el miedo. El
guardia no haca ms que permitir que la gota de sangre se deslizara poco a poco por el canal de la
espada, como un chorrito de aceite, sin dejar rastro en el acero producto del Gremio. Al cabo de un
tiempo que se hizo eterno, la gota lleg a la empuadura y se extendi por la guarda como la mantequilla
sobre las tostadas.
A espaldas de Lirael, la Perra Canalla solt una mezcla de suspiro y ladrido al ver que el enviado
haca la venia con la espada y se desintegraba, los smbolos del Gremio que le haban dado cuerpo se
transformaron en volutas que volaron por el aire y desaparecieron. Poco despus, del enviado no quedaba
rastro alguno.
Lirael se dio cuenta de que llevaba un rato conteniendo el aliento y solt el aire con un soplido. Se
palp el cuello esperando notar la desagradable humedad de la sangre. No encontr nada. Ni cortes, ni el
ms leve rasguo en la piel.
La perra le dio un golpecito con el morro a la altura de la rodilla. Pas a su lado, se volvi y le sonri.
-Muy bien, has pasado esa prueba -dijo-. Ahora puedes abrir la puerta.
-No estoy segura de querer hacerlo -respondi Lirael, pensativa, sin dejar de palparse el cuello-. Tal
vez deberamos regresar.
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LIRAEL
-Qu dices! -exclam la perra, irguiendo las orejas con incredulidad-. Y no ver lo que hay detrs?
Desde cundo has adoptado la filosofa del yo no me meto en esto?
-Poda haberme rebanado el cuello -dijo Lirael con la voz temblona-. Estuvo a punto.
La Perra Canalla puso los ojos en blanco y, exasperada, se dej caer sobre las patas delanteras.
-Estaba ponindote a prueba, para asegurarme de que en tus venas fluye la sangre adecuada. Eres hija
de las clarvis, ninguna criatura producto del Gremio podra hacerte dao. No obstante, como el gran mundo est lleno de peligros, ser mejor que vayas hacindote a la idea de que no debes rendirte ante lo
primero que te d un susto.
-Soy hija de las clarvis? -susurr Lirael con los ojos llenos de lgrimas. Llevaba todo el ao
conteniendo la pena, pero el da de su cumpleaos le costaba mucho ms. Ya no poda reprimirla. Se
agach y abraz a la perra haciendo caso omiso del tufo a humedad que despeda su pelambre-. He
cumplido diecinueve aos y todava no tengo el don de la visin. No me parezco al resto de las clarvis.
Cuando ese enviado sac la espada, de pronto me di cuenta de que lo saba. Saba que no soy una clarvi y
por eso iba a matarme.
-Pero no lo hizo, porque eres una clarvi, so tonta -contest la perra con el mejor de los tonos-. Ya sabes
lo que les pasa a los perros de caza, de vez en cuando, en alguna carnada sale uno con las orejas cadas o
el lomo marrn en vez de dorado. Pero siguen formando parte de la jaura. Lo que te pasa a ti es que has
salido con las orejas cadas.
-Pero soy incapaz de ver el futuro! -grit Lirael-. Aceptara la jaura al perro sin olfato?
-T tienes olfato -dijo la Perra Canalla lamiendo la mejilla de la muchacha-. Adems tienes otros
dones. Como magas del Gremio, las dems no te llegan ni a la altura del zapato, a que no.
-No -musit Lirael-. Pero la magia del Gremio no cuenta. Lo que cuenta para una clarvi es la visin.
Sin ella, no soy nada.
-Bueno, a lo mejor puedes aprender otras cosas -la anim la perra-. Podras pensar en algo distinto...
-Como qu? Las labores de bordado? -pronunci Lirael con tono montono y deprimido apoyando la
cabeza en los brazos mojados de lgrimas-. Ya puesta, por qu no me sugieres que me dedique a la
talabartera?
-Te ests compadeciendo de ti misma -sentenci la perra sin asomo de lstima en la voz-, y slo hay
una manera de lidiar con eso.
-Cul? -pregunt Lirael con resentimiento.
-sta -dijo la perra y le dio un mordisco en la pierna.
-Ay! -chill Lirael ponindose en pie de un salto y tropezando con la puerta-. Por qu me has
mordido?
-Porque das pena -dijo la perra mientras Lirael se frotaba la pantorrilla donde se notaban las marcas de
los dientes en las calzas de lana-. Ahora ests enfadada. Vamos mejorando.
Lirael le ech una torva mirada a su perra pero no le contest, porque no se le ocurra nada que decir
que no pudiera interpretarse como una reaccin malhumorada. Adems, se acord de que cuando haba
cumplido los diecisiete, otro perro le haba obsequiado un mordisco y no tena ningn deseo de aadir
otra cicatriz a su haber.
La perra la miraba fijamente, con la cabeza ladeada y las orejas tiesas; esperaba una respuesta. Lirael
saba por experiencia que, si haca falta, su perra era capaz de quedarse horas as sentada, y decidi que
era mejor dejar de compadecerse. Estaba claro que su mascota no tena la menor idea de lo importante
que era para su ama tener el don de la visin.
-Bueno... cmo la abro? -pregunt Lirael.
Sin darse cuenta, se haba quedado apoyada en la puerta para mantener el equilibrio despus del salto
provocado por el mordisco. Notaba la magia del Gremio fluir por la madera, clida y rtmica bajo la
palma de la mano, se mova despacio, en contrapunto con el pulso que le lata en la mueca y el cuello.
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LIRAEL
-Empuja -sugiri la perra acercndose para oler la rendija que haba entre la puerta y el suelo-.
Probablemente el enviado ha descorrido el cerrojo.
Lirael se encogi de hombros, puso las palmas de las manos sobre la puerta y, por extrao que parezca,
en un momento de distraccin, los remaches metlicos se haban movido. Antes estaban mezclados, y
ahora se haban distribuido siguiendo tres esquemas clarsimos, aunque no tenan un significado especial.
Lirael no estaba segura de cules eran los smbolos que cubran las palmas de sus manos, aunque notaba
que le dejaban una marca en la piel.
La muchacha not que los remaches metlicos tambin estaban impregnados de smbolos del Gremio.
Ignoraba qu representaban exactamente, pero era evidente que la puerta era una obra maestra de la
magia, resultado de largos meses de encantamientos de alto vuelo, combinados con el trabajo magistral de
artesanos del metal y la madera.
Empuj una vez y la puerta cruji. Empuj con ms fuerza y, de repente, se pleg como un acorden
separndose en siete paneles diferentes. Lirael no se dio cuenta de que mientras suceda todo esto, uno de
los tres smbolos desapareci por completo dejando slo dos tipos de remaches. La puerta despidi de
pronto una descarga de magia del Gremio que fluy a travs de Lirael. La muchacha la not en su
interior, sinti una felicidad embriagadora que no conoca desde que la Perra Canalla haba llegado para
poner remedio a su gran soledad. Inund cada poro de su piel, brill en su aliento y... desapareci
dejndola dbil y palpitante, apoyada contra el marco. Las seales dejadas por los remaches en sus manos
desaparecieron antes de que Lirael las viera y dedujese qu significaban. -Uf! -resopl, sacudiendo la
cabeza mientras con una mano buscaba distradamente el reconfortante corpachn de su perra-. Qu ha
pasado?
-Pues... que la puerta te ha saludado -contest la perra, se apart de su ama y la precedi, decidida,
golpeteando con las uas los primeros escalones de un tramo de escaleras que se hunda en la montaa.
-Cmo que me ha saludado? -pregunt Lirael. La cola levantada de la perra se perdi de vista en una
vuelta de la escalera de caracol-. Cmo es posible que una puerta sea capaz de saludar a nadie? Esprame! Que me esperes te digo!
La Perra Canalla se caracterizaba por su pertinaz desobediencia, no ceda nunca, ni siquiera a las
splicas, pero se detuvo veinte escalones ms abajo. Haba muy pocas marcas del Gremio para la
iluminacin y los escalones estaban cubiertos de un musgo renegrido. Era evidente que haca mucho
tiempo que por all no pasaba nadie.
Mir a Lirael en cuanto la vio llegar, continu el descenso y volvi a dejar entre ambas una distancia
de veinte escalones y a perderse de vista, aunque Lirael segua oyendo el golpeteo de sus patas contra el
suelo.
La muchacha suspir y fue bajando ms despacio, pues no se fiaba de aquellas escaleras cubiertas de
musgo. Ms adelante haba algo que no le haca ni pizca de gracia y notaba un desasosiego que le oprima
y que no lograba precisar del todo. Era como una desagradable presin que se haca ms insoportable a
medida que bajaba.
La perra la esper, al menos un instante, en ocho ocasiones ms antes de que llegaran al final de las
profundas escaleras. Lirael calcul que estaran como a cuatrocientos metros por debajo de la montaa,
una profundidad a la que no haban llegado antes. No haba all intrusiones de hielo, y ese detalle no hizo
ms que aumentar su sensacin de extraeza. Aquel lugar no se pareca a ningn otro del dominio de las
clarvis.
Adems, cada vez estaba ms oscuro; cuanto ms descendan, las marcas del Gremio para la
iluminacin se iban apagando hasta convertirse en puntitos que titilaban aqu y all. Tras observar las
marcas, la muchacha dedujo que quienes haban construido aquella escalera haban empezado desde
abajo. Las marcas situadas en lo ms hondo eran ms antiguas, llevaban siglos sin ser sustituidas.
Normalmente, la oscuridad no le supona problema alguno, pero ah abajo, en las profundidades de la
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LIRAEL
montaa, era diferente. Lirael invoc una luz, dos brillantes marcas del Gremio para la iluminacin que se
prendieron en el pelo, y sus dos haces temblorosos alumbraron el descenso.
Al final de las escaleras, la perra la esperaba rascndose la oreja delante de otra puerta producto de la
magia del Gremio. En este caso era de piedra y llevaba unas letras esculpidas, letras grandes, talladas con
pericia, pertenecientes al alfabeto medio, as como los smbolos slo visibles para un mago del Gremio.
Lirael se acerc ms para leerlas, retrocedi, volvi a la escalera y quiso salir corriendo. La perra se
enred entre sus piernas y le hizo tropezar. La muchacha cay y perdi el control del hechizo de la luz,
las brillantes marcas se apagaron y volvieron a penetrar en el eterno fluir del Gremio.
Aterrorizada, tante la oscuridad hacia donde crea que se encontraban los escalones. Sus manos
tocaron entonces la nariz hmeda y blanda de la perra y percibi un dbil fulgor espectral que delineaba
la silueta de su mascota.
-Vaya, qu lista eres -dijo la perra en la oscuridad acercndose a su ama para ladrarle bajito en la oreja. Supongo que no te habrs acordado ahora mismo de que te dejaste un pastel en el horno, eh?
-La puerta -susurr Lirael sin hacer el menor esfuerzo por incorporarse-. Es de una sepultura. De una
cripta.
-No me digas.
-Tiene mi nombre escrito -aadi la muchacha entre dientes.
Sigui una larga pausa tras la cual la Perra Canalla dijo:
-Me ests sugiriendo que alguien se tom la molestia de construirte una cripta hace cosa de mil aos
por si a ti se te ocurra algn da pasarte por aqu a que te diera un oportuno ataque al corazn?
-No...
Otra larga pausa tras la cual la perra dijo:
-Suponiendo que se trate de verdad de la puerta de una cripta, me permites que te pregunte si el
nombre Lirael es tan poco comn?
-Bueno, creo que a m me llamaron as en recuerdo de una ta abuela ma y antes que ella hubo otra...
-De manera que si se trata de una cripta, probablemente pertenezca a una Lirael que existi hace
mucho -sugiri la perra con amabilidad-. Ahora bien, qu te hace pensar que se trata de la puerta de una
cripta? Si no recuerdo mal, en la puerta haba dos palabras. Y la segunda no tena nada que ver con
sepultura ni con cripta.
-Cul era esa segunda palabra entonces? -pregunt Lirael levantndose con esfuerzo al tiempo que,
con las manos tendidas para dibujarlas en el aire, buscaba las marcas del Gremio que le daran luz.
No recordaba haber visto la segunda palabra, aunque no quera reconocer ante la perra que no lo haba
hecho a causa de la fuerte impresin que se haba llevado al descubrir que se trataba de una cripta. Esa
sensacin, unida al hecho de que haba ledo su nombre, le hicieron sentir un pnico tal que no atin a
hacer ms que buscar el modo de salir, de regresar a la seguridad de la biblioteca.
-Algo muy distinto -contest la perra, satisfecha, cuando la luz surgi de la punta de los dedos de
Lirael y cay limpiamente sobre la puerta.
En esta ocasin, Lirael observ atentamente las letras talladas mientras pasaba la mano por los huecos
profundos de la piedra. Ley y reley las palabras con el ceo fruncido, como si no consiguiera unir las
letras y darles un sentido.
-No lo entiendo -dijo al fin-. La segunda palabra pone sendero. El sendero de Lirael!
-Bueno, en ese caso deberas trasponer la puerta -dijo la perra sin inmutarse ante aquellos signos-.
Aunque no seas la Lirael duea del sendero, eres una Lirael, lo cual, segn mis normas, es una excusa
bastante buena...
-Cllate ya, Perra Canalla -le orden Lirael mientras pensaba.
Si aquella puerta era el inicio de un sendero que llevaba su nombre, deban de haberla construido miles
de aos antes. Algo no del todo imposible, porque las clarvis solan tener visiones de futuros tan lejanos.
- 113 -
LIRAEL
O posibles futuros, como ellas mismas los llamaban, puesto que el futuro era, en apariencia, como un
arroyo con muchos ramales que se separaban y convergan para volver a separarse. Gran parte del
adiestramiento de las clarvis, al menos por lo que Lirael saba, consista en deducir cul de los futuros era
el ms probable... o deseable.
Sin embargo, la idea de que las clarvis de haca mucho tiempo haban visto a Lirael no acababa de
resultar aceptable, porque las clarvis del presente no podan ver el futuro de Lirael y nunca haban podido
verlo. Sanar y Ryelle le haban contado que incluso cuando la guardia de los nueve das intentaba verla,
no reciba seal alguna. El futuro de Lirael era impenetrable, igual que su presente. Ninguna clarvi haba
conseguido nunca tener una visin de ella, ni siquiera por casualidad y de refiln, en la que apareciera en
la biblioteca, o dormida en su cama a un mes vista. Otra diferencia ms, era incapaz de ver y de ser vista.
Si ni siquiera la guardia de los nueve das poda verla, pens Lirael, cmo era posible que las clarvis
de haca mil aos supieran que un da ella iba a llegar hasta all? Y por qu iban a construir no slo la
puerta sino la escalera? Lo ms probable era que ese sendero hubiese recibido el nombre de algn
antepasado suyo, alguna otra Lirael de haca mucho, mucho tiempo.
Y as pensando, ya no se sinti tan mal por tener que abrir la puerta. Se inclin hacia adelante y
empuj con ambas manos la piedra fra. La magia del Gremio flua tambin por aquella puerta, pero no
entr en ella, si no que se limit a latir contra su piel. Era como un perro viejo tumbado junto al fuego del
hogar, contento de que lo acaricien sin tener que manifestar su alegra.
La puerta cedi poco a poco, se resista a que la empujaran, el roce de piedra sobre piedra produjo un
sonoro chirrido. La rfaga de aire fro que sali del otro lado agit el pelo de Lirael e hizo bailar las luces
del Gremio. Lirael percibi tambin un olor a humedad y la extraa y opresiva sensacin que la haba
asaltado en las escaleras cobr ms fuerza, como esa molestia sorda que precede el futuro y lancinante
dolor de muelas.
Detrs de la puerta se abra una amplia sala que se extenda hacia arriba y hacia afuera dando la
sensacin a quienes en ella entraban de encontrarse ante un espacio infinito, ms all del halo de luz que
la rodeaba. Una caverna inconmensurable en la oscuridad.
Lirael entr y mir hacia lo alto, hacia la oscuridad, hasta que le dio tortcolis y sus ojos se
acostumbraron poquito a poco a la penumbra. Una extraa luminiscencia, que no provena de las luces
mgicas del Gremio, brillaba formando charcos desperdigados y llegaba tan alto, que el fulgor ms lejano
era como la bruma distante y envolvente de los cielos estrellados. Lirael sigui mirando hacia arriba y se
dio cuenta de que se encontraba en el fondo de una grieta profunda que llegaba casi hasta la cumbre del
monte Estrella. Mir hacia ambos lados y comprob que estaba parada en una ancha cornisa y que la
grieta continuaba hundindose ms y ms en la oscuridad ms negra, tal vez llegara incluso hasta las
mismas races del mundo. Entonces fue cuando reconoci el lugar, porque slo saba de un abismo tan
estrecho y tan hondo. All arriba, muy alto, se extendan varios puentes cubiertos. En muchas ocasiones,
Lirael haba cruzado el abismo casi sin saberlo y nunca haba notado su terrible profundidad.
-Conozco este lugar -dijo Lirael con un hilo de voz que, no obstante, emiti un eco-. Estamos en el
fondo de la Sima, no? -Tras una vacilacin, agreg-: El lugar donde entierran a las clarvis.
La Perra Canalla asinti sin pronunciar palabra.
-T lo sabas, no? -prosigui Lirael, sin bajar la cabeza.
No las vea, pero saba que la parte ms alta de las paredes de la Sima estaban plagadas de cuevas y
que cada una de ellas albergaba los restos mortales de una clarvi desaparecida. Generaciones de difuntas
cuidadosamente guardadas en aquel cementerio vertical. Por extrao que pudiera parecer, notaba la
presencia de las sepulturas o de los muertos que las ocupaban... o algo.
Su madre no estaba all, porque haba muerto sola en algn pas del extranjero, lejos de las clarvis,
demasiado lejos para que pudiesen devolver su cuerpo. Sin embargo, Filris s que descansaba all, como
las dems clarvis que Lirael haba conocido.
- 114 -
LIRAEL
-Es una cripta -dijo la muchacha mirando a la perra con aire severo-. Lo saba.
-En realidad es ms bien un osario -la corrigi la perra-. Entiendo que cuando una clarvi ve su propia
muerte, la bajan con una cuerda hasta la cornisa que le toca, la depositan all y ella misma cava su
propia...
-Imposible! -la interrumpi ella, horrorizada-. Slo saben cundo les sobrevendr la muerte hasta
cierto punto. Y Pallimor y los jardineros son quienes suelen ocuparse de preparar las cuevas. Ta Kirrith
dice que es de muy mala educacin cavar tu propia cueva...
Se interrumpi de repente y susurr:
-Perrita? Estoy aqu porque me han visto morir y tengo que cavar mi propia cueva porque soy una
maleducada?
-Tendr que pegarte un mordisco descomunal si continas con esas tonteras -gru la perra-. A qu
viene esa repentina preocupacin por morirte?
-Porque es algo que noto, me rodea -mascull Lirael-. Sobre todo en este lugar.
-Eso se debe a que las puertas que conducen al Reino de la Muerte se encuentran entreabiertas
precisamente donde han fallecido muchos, o donde hay muchos enterrados -le explic la perra con aire
ausente-. La sangre se mezcla un poco, de manera que siempre hay clarvis con una percepcin especial de
la muerte. Es lo que t sientes. No debes asustarte por ello.
-No estoy asustada, de verdad -dijo Lirael, intrigada-. Es como un dolor o los picores, siempre me
impulsan a hacer algo. A rascarme. A buscar el modo de que se me pase.
-Por casualidad no sabrs algo de nigromancia?
-Claro que no! Eso es magia libre. Est prohibida.
-No necesariamente. En el pasado, las clarvis han tenido sus escarceos con la magia libre y algunas
siguen tenindolos -dijo la perra distradamente. Haba encontrado el rastro de algo y estaba olisqueando
con vigor alrededor de los pies de su ama.
-Quin ha tenido sus escarceos con la magia libre? -pregunt Lirael. La perra no le contest y sigui
oliendo alrededor de los pies de Lirael-. Qu hueles?
-Magia -dijo la perra, levantando la cabeza un instante y volviendo a olisquear alejndose en un crculo
cada vez mayor-. Magia muy, pero muy antigua. Aqu, oculta en las profundidades del mundo. Es muy,
pero muy... aaay!
Sus ltimas palabras concluyeron en un gaido cuando una llama repentina salt de la Sima llenndolo
todo de luz y calor. A Lirael la cogi totalmente desprevenida, retrocedi de un salto y cay en la abertura
de la puerta. Al cabo de un instante, la perra cay encima de su ama desprendiendo un perceptible olor a
chamuscado.
Dentro de la pared de fuego comenzaron a percibirse unas formas, siluetas humanoides que
flexionaban brazos y piernas en medio de las llamas. Las marcas del Gremio rugan y fluan en el infierno
rojo, azul y amarillo a tal velocidad que Lirael no podr descifrarlas. Las siluetas salieron entonces de las
llamas; eran guerreros hechos de fuego que blandan espadas relucientes, al rojo vivo. -Haz algo! -ladr
la perra.
Lirael se qued all, viendo avanzar a los guerreros, hechizada por las llamas que despedan sus
cuerpos. Todos ellos formaban parte de un gran conjuro del Gremio, segn pudo comprobar, se trataba de
un enviado poderossimo formado por muchas partes. Un guardin transmitido, como el que haba en la
puerta de madera roja...
Lirael se levant, le dio una palmadita en la cabeza a su mascota y sali andando en direccin del
fuego atroz y los guardianes con sus espadas llameantes.
-Soy Lirael -dijo, dotando a sus palabras de las marcas del Gremio destinadas a la verdad y la
elocuencia-. Una hija de las clarvis.
Sus palabras flotaron un momento en el aire, cortando el crepitar de los abrasadores enviados.
- 115 -
LIRAEL
Entonces, los guardianes levantaron las espadas a manera de saludo y una oleada de calor an ms intenso
parti de ellos privando de aire a los pulmones de Lirael. La muchacha se ahog, tosi, retrocedi y...
perdi el conocimiento.
Cuando volvi en s, la Perra Canalla se dispona a lamerle la cara. Por ensima vez, a juzgar por el
grosor de la capa de saliva acumulado en la mejilla de Lirael.
-Qu ha pasado? -pregunt mirando a su alrededor.
Ya no haba fuego, ni guardianes llameantes, sino pequeas marcas del Gremio destinadas a la luz que
titilaban alrededor de ella como estrellitas.
-Que cuando te saludaron te dejaron sin aire. Creo que quienquiera que haya creado a esos enviados
esperaba que la gente se identificara desde la puerta -sugiri la perra, probando a darle otro lametazo que
fue prudentemente frenado-. Aunque tambin cabe la posibilidad de que se tratara de enviados tontos de
remate. Sea como fuere, al menos uno de ellos tuvo la deferencia de soltar este puado de lucecitas. Ah,
por cierto, se te ha quemado parte del pelo.
-Maldita sea! -exclam Lirael mientras se examinaba las puntas chamuscadas de los cabellos que
asomaban debajo de la bufanda-. Ta Kirrith lo notar, seguro. Tendr que decirle que me inclin encima
de una vela o algo as. Hablando de Kirrith, ser mejor que volvamos.
-Todava no! -protest la perra-. Y menos despus de tanto esfuerzo. Adems, las luces sealan un
sendero. Mira! Por ah debe de ser. El Sendero de Lirael!
Lirael se incorpor y mir hacia donde sealaba la perra en su clsica postura: una pata delantera en el
aire y el hocico apuntando al frente. No caba duda, ah delante haba un sendero de titilantes lucecitas del
Gremio, a lo largo de la cornisa que conduca hasta el lugar donde la Sima se estrechaba en una oscuridad
de muy mal agero.
-Deberamos regresar -dijo sin mucho entusiasmo.
El sendero de luces segua all, llamndola. Los enviados la haban dejado pasar. Del otro lado deba
de haber algo que mereca la pena descubrir. A lo mejor hasta poda tratarse de algo que la ayudara a
conseguir el don de la visin, pens, sintindose impotente ante aquel anhelo, ante la dbil esperanza que
segua latiendo en su corazn. Los aos que haba pasado investigando en la biblioteca no le haban servido de mucho. A lo mejor, all, en el antiguo centro del Reino de las Clarvis, eso poda cambiar.
-Andando, vamos -dijo levantndose con esfuerzo y soltando un gemido. De momento, slo haba
conseguido una cabellera chamuscada y una coleccin de morados-. Qu esperas?
-Ve t adelante -le respondi la perra-. Me sigue doliendo el hocico por culpa de esos estpidos
guardianes llameantes.
El sendero de luces se internaba por la cornisa, la Sima se estrechaba y las paredes de piedra se
cerraban sobre ella, hasta que bast con que Lirael estirara la mano para pasar los dedos por la piedra
hmeda y fra que se alzaba a ambos lados. Dej de tocarla cuando descubri que la luminiscencia era
producto de un hongo hmedo que haca brillar la punta de sus dedos y ola a coles podridas.
A medida que la cornisa se iba estrechando, comenz tambin a descender hacia el interior de la
montaa y un fro hmedo acab con la quemazn de la cara de Lirael. Se oa tambin un sonido, como
un rugido profundo que haca vibrar el suelo, le penetraba por los pies y cobraba intensidad a cada paso.
Al principio, Lirael pens que se lo imaginaba, que tal vez formara parte de aquello que la perra llamaba
su percepcin de la muerte. Entonces se dio cuenta de qu se trataba: era el rugido incesante de aguas
impetuosas.
-Debemos de estar cerca de un ro subterrneo o algo as -sugiri la muchacha, elevando la voz para
- 116 -
LIRAEL
hacerse or por encima del ruido del agua.

Como la mayora de las clarvis, apenas saba nadar, y su experiencia con los ros se limitaba a los
impresionantes torrentes del deshielo que todas las primaveras recorran el glaciar.
-Estamos a punto de llegar -dijo la perra que, gracias al fulgor del sendero flanqueado de estrellas,
alcanzaba a ver hasta muy lejos-. Como dijo el poeta:
Ro veloz que naces en la noche profunda,
y avanzas para captar la luz de este mundo.
Tus ropajes son fra escarcha y negrura
los enemigos del Reino sentirn su mordedura.
Hasta que el Renegado a su fuerza d rienda suelta
en todos y cada uno de los recovecos del delta.
-Humm... me parece que se me ha olvidado un verso. A ver, a ver... Ro veloz...
-El nacimiento del Renegado est por all? -pregunt Lirael sealando el frente-. Yo crea que no era
ms que agua del deshielo. No saba que tuviera un nacimiento.
-Hay un manantial -contest la perra tras una pausa-. Un manantial ms viejo que Matusaln. En el
centro mismo de la montaa, en la oscuridad ms profunda. Detente!
Lirael obedeci y con una mano se agarr instintivamente al pliegue de piel suelta que tena su perra
justo detrs del collar.
Al principio no entendi por qu la Perra Canalla le haba pedido que se detuviera, hasta que le oblig
a dar unos cuantos pasos cautelosos. Tras recorrer esa corta distancia, el sonido del ro se convirti como
por arte de encanto en un rugido atronador y el roco fro cay sobre su cara como una bofetada.
Haban llegado a la orilla, el sendero segua estrechndose hasta convertirse en un puente resbaladizo
de piedra mojada que se extenda veinte pasos o ms, hasta acabar en otra puerta. El puente careca de
barandillas y tena poco ms de medio metro de ancho. Su estrechez y las aguas veloces que fluan all
abajo indicaban claramente que haba sido construido como barrera contra los difuntos. Nada que
estuviese muerto cruzara por all.
Lirael mir el puente, la puerta y la corriente oscura e impetuosa y sinti una mezcla de pnico y
fascinacin. El movimiento constante del agua y el rugido incesante ejercan un efecto hipntico, pero al
final consigui apartar la vista. Mir a la perra y pese a que el estruendo del ro casi ahog sus palabras,
logr exclamar:
-No pienso cruzar por ah!
La perra no le hizo ni caso y Lirael quiso repetir lo que acababa de decir, pero las palabras se negaron
a salir de su boca cuando comprob que las patas de la perra haban crecido casi al doble de su tamao y
se haban aplanado. Al mismo tiempo, el can haba adoptado un aire petulante.
-Slo falta que te hayan salido ventosas -grit la muchacha estremecindose de asco ante aquella idea-.
Como un pulpo.
-Ni ms ni menos -le grit la perra y al levantar una pata produjo un ruido de succin tan fuerte que
Lirael lo oy pese al rugido del ro-. Este puente tiene una pinta de lo ms traicionera.
-Ni que lo digas -se desgait ella volviendo a mirar el puente.
Estaba claro que la perra tena toda la intencin de cruzar; con la ayuda de sus patas dotadas de
ventosas, recorrer el puente pasara de ser imposible a algo meramente peligroso, segn dedujo Lirael.
Lanz un suspiro, se inclin, se quit los zapatos sin dejar de pestaear a causa del abundante roco que
flotaba en el aire. Se at los cordones de las botas de cuero suave al cinturn y pis con decisin la piedra.
Estaba muy fra; Lirael se sinti ms tranquila al notar que la superficie era bastante rugosa, detalle que se
le haba escapado por la falta de luz suficiente y que le permitira agarrarse mejor.
- 117 -
LIRAEL
-Me pregunto a quin querran impedir el paso los que construyeron este puente -coment, y pasando
los dedos por debajo del collar de su mascota not el cosquilleo reconfortante de la magia del Gremio y el
cuerpo firme y seguro de la perra.
Apenas haban dado el primer paso cuando Lirael expres su segundo pensamiento, aunque sus
palabras no pudieron orse a causa del fragor del ro.
-O la salida.
22
- 118 -
LIRAEL
El poder de un rey
La puerta situada al final del puente se abri en cuanto Lirael la toc. Una vez ms, comprob que la
magia del Gremio flua por su cuerpo, pero el tacto no era amable como el de la puerta superior, tampoco
se trataba del reconocimiento tranquilo del portal de piedra que daba entrada a la Sima. Esta puerta
procedi a efectuar ms bien un precavido examen, seguido del reconocimiento inmediato, no
necesariamente amable.
En cuanto la puerta se abri, Lirael sinti temblar a la perra y se pregunt por qu hasta que percibi el
caracterstico olor corrosivo de la magia libre. Provena de all adelante y estaba recubierto de magia del
Gremio que la contena y la frenaba.
-Magia libre -susurr Lirael, titubeante.
La perra sigui avanzando y arrastrando a su ama. Lirael la sigui muy a su pesar y cruzaron la puerta.
En cuanto Lirael traspuso el umbral, la puerta se cerr con un ruido seco. El rugido del ro se
interrumpi al instante. Y se apag la luz del sendero con marcas del Gremio. Estaba oscuro, ms oscuro
que ninguna oscuridad de las que Lirael haba conocido hasta ese momento, una oscuridad genuina en la
que de golpe resultaba difcil incluso imaginar la luz. La negrura se cerni sobre Lirael y le hizo dudar de
sus sentidos. Slo la piel tibia de la perra bajo su mano le deca que segua de pie, que la estancia no haba
cambiado y que el suelo no se haba inclinado.
-No te muevas -susurr la perra y Lirael not que un hocico le rozaba rpidamente la pierna, como si la
advertencia hablada no bastase.
El olor de la magia libre se hizo ms potente. Lirael se tap la nariz con una mano e intent no
respirar, mientras con la otra buscaba en el bolsillo del chaleco el ratn mecnico para emergencias, y no
precisamente porque ese dispositivo tan ingenioso fuese capaz de encontrar la forma de salir de all y
regresar a la biblioteca.
La muchacha not tambin que la magia del Gremio comenzaba a formarse: unas potentes marcas
flotaban en el aire como motas de polen, su luz interior algo apagada. Sinti que la magia libre y la del
Gremio trabajaban juntas, se enroscaban a su alrededor tejiendo algn encantamiento que no lograba
identificar.
El miedo se le instal en el estmago y comenz a subir desde all hasta paralizarle los pulmones.
Quera respirar, tomar aire y soltarlo para calmarse con el ritmo acompasado de su propio aliento. Mas el
aire estaba denso de extraa magia, magia que ella no poda, o no quera respirar.
Y entonces un montn de luces chisporrotearon en el aire, pequeas bolas luminosas y frgiles
formadas por cientos de espinas relucientes, como los frutos sedosos y brillantes del diente de len,
danzaron al comps de una brisa que Lirael no lograba sentir. Con las luces, el efecto venenoso de la
magia libre disminuy permitiendo que la magia del Gremio adquiriese ms fuerza, momento en el que
Lirael aprovech para inspirar con cautela.
Bajo la luz de extraos colores y cambios constantes, Lirael vio que se encontraba en una estancia
octogonal. Una habitacin amplia, pero no de fra piedra tallada, como era lgico esperar en aquel lugar
del corazn de la montaa. Las paredes estaban tapizadas con un delicado dibujo de estrellas doradas,
torres y llaves de plata. El techo era de yeso y reproduca un cielo nocturno, preado de gruesos
nubarrones tormentosos que avanzaban hacia siete estrellas brillantsimas. Lirael not que bajo sus pies
- 119 -
LIRAEL
desnudos haba una alfombra azul, suave y clida, tras la humedad y el fro del puente.
En el centro de la habitacin, una mesa de madera de secuoya y patas rematadas en pies de tres dedos
luca en solitario esplendor. Sobre su superficie pulida haba tres artculos alineados: una cajita metlica
del tamao de la palma de la mano, algo que pareca una zampona metlica y un libro de cuero azul
oscuro con broches plateados. La mesa o quiz los artculos que haba sobre ella eran el centro de
atraccin de la magia, porque las luces proyectadas por los frutos de diente de len eran all ms
abundantes y creaban el efecto de una niebla luminosa.
-Pues venga, vete ya -dijo la perra, sentndose sobre las patas traseras-. Parece que por fin
encontramos lo que estbamos buscando.
-A qu te refieres? -pregunt Lirael con recelo e inspirando profundamente varias veces para
calmarse.
Ya se senta bastante segura, pero en aquella habitacin haba mucha magia que le resultaba
desconocida y no tena ni la ms remota idea de para qu serva ni de dnde vena. Y todava notaba en la
boca y en la lengua el sabor de la magia libre, como un regusto a hierro que no acababa de marcharse.
-Las puertas se han abierto a ti. El sendero se ha iluminado para ti. Los guardianes de este lugar no han
acabado contigo - dijo la perra acariciando con el hocico fro y hmedo la palma de su ama. Mir a Lirael
con aire cmplice y aadi-: Lo que ves en esa mesa debe de estar destinado a ti. Lo cual significa
tambin que no est pensado para m. As que me quedar aqu sentada. No, mejor me tumbar.
Despirtame cuando sea hora de marcharnos.
Dicho lo cual, la perra se estir a sus anchas, bostez y se tumb en la alfombra. Cmodamente
acostada de lado, agit la cola varias veces y despus, segn todos los indicios, se qued profundamente
dormida.
-Perra Canalla! -exclam Lirael-. No puedes dormirte ahora. Qu hago si ocurre algo malo?
La perra abri un ojo y moviendo apenas la mandbula, contest: -Me despiertas, claro.
Lirael contempl a la perra dormida y luego se acerc a la mesa. El stilken era lo peor que se haba
encontrado en la biblioteca. Sin embargo, en los ltimos aos haba hallado otros seres peligrosos, criaturas malignas, antiguos encantamientos del Gremio que se haban deshecho o se haban vuelto
impredecibles, trampas mecnicas e incluso encuadernaciones de libros envenenadas. Todos ellos
formaban parte de los gajes del oficio de una bibliotecaria, pero no eran nada comparados con lo que tena
delante en ese momento. Fueran lo que fuesen aquellos artculos, estaban dotados de una frrea
proteccin y de magia mucho ms fuerte y poderosa que la que Lirael haba visto jams.
Lirael percibi tambin que, fuera cual fuese la magia concentrada en aquel lugar, era muy antigua.
Las paredes, el suelo, el techo, la alfombra, la mesa, incluso el aire de la estancia estaban saturados con
capa sobre capa de marcas del Gremio, algunas de ellas con una antigedad de mil aos. Las notaba
moverse por todas partes, mezclarse, cambiar. Cuando cerr los ojos un momento, la estancia le pareci
casi, casi un pilar de piedra del Gremio, una fuente de magia del Gremio ms que un lugar sobre el que
haban echado muchos hechizos.
Aquello no era posible, al menos por lo que ella saba...
De slo pensarlo not que se mareaba y por eso, Lirael abri los ojos. Las marcas del Gremio fluan
sobre su piel, se metan en su aliento, navegaban por sus venas. La magia libre flotaba entre las marcas.
Las luces de los frutos del diente de len se dirigieron hacia ella como zarcillos, se enroscaron
suavemente alrededor de su cintura y tiraron y tiraron de ella hasta llevarla a la mesa.
La magia y las luces le provocaron mareos, la aturdieron, como si acabara de despertar de un sueo.
Lirael luch por mantenerse serena, pero la sensacin era agradable, no encerraba amenaza alguna. Dej
dormir a la perra y despacio, muy despacio, avanz envuelta en luz.
De repente se encontr ante la mesa, sin recordar haber cruzado el espacio que antes la separaba de
ella. Tena las manos apoyadas sobre su superficie fresca y pulida. Como caba esperar de una auxiliar se- 120 -
LIRAEL
gunda de bibliotecaria, lo primero que hizo fue coger el libro, acariciar el broche de plata que lo mantena
cerrado y leer el ttulo estampado en relieve en letras plateadas sobre el lomo: Libro del recuerdo y el
olvido.
Lirael abri el broche, not tambin la magia del Gremio de la que estaba hecho y las marcas que se
perseguan por la superficie plateada para hundirse en el metal. Marcas para vincular, marcas para cerrar,
marcas para quemar y destruir.
El broche estaba ya abierto cuando descifr lo que significaban las marcas y comprob que nada le
haba ocurrido, que segua indemne. Con cuidado, abri la cubierta y pas la portada, el papel crujiente y
finsimo tena un tacto fantstico y las hojas pasaban fcilmente. En las pginas haba marcas del Gremio
puestas all en el momento de fabricar el papel. Y haba magia libre, canalizada y obligada a guardar su
lugar. En el cartn y el cuero de la cubierta haba magia de los dos tipos, e incluso en la cola y las
puntadas del lomo.
Sin embargo, eran las letras mismas las que contenan ms magia, las ms poderosas. Lirael haba
visto libros parecidos, aunque menos poderosos, libros como Con piel de len. Era una obra que nunca se
terminaba de leer, porque su contenido variaba segn las necesidades, a capricho de su hacedor original, o
para adaptarse a las fases de la luna o a los cambios de estaciones. El contenido de algunos libros era
imposible de recordar hasta que no ocurran ciertos hechos. Invariablemente, se trataba de un acto de
amabilidad por parte del creador del libro, porque ese contenido trataba casi siempre de cosas cuyo
recuerdo poda llegar a convertirse en una verdadera carga.
Las luces bailaron alrededor de la cabeza de Lirael cuando se puso a leer y la sombra de su pelo se
movi sobre las hojas. Ley la primera pgina, luego la siguiente, y la que vena despus. Lirael no tard
en terminar el primer captulo mientras con la mano iba pasando las pginas cada pocos minutos. A sus
espaldas, el aliento pesado y sooliento de la perra serva de contrapunto al ritmo lento con que volva las
pginas. Horas ms tarde o incluso das, porque Lirael haba perdido la nocin del tiempo, pas la que
pareca ser la ltima pgina y cerr el libro. En realidad, se cerr solo con un chasquido del broche.
Lirael se apart al or el chasquido, pero no se alej de la mesa. Cogi la zampona, siete tubitos de
plata de diferentes tamaos: el ms pequeo como su propio meique, el ms grande como su mano. Se
llev la zampona a los labios pero no sopl. No eran lo que parecan. En el libro estaba escrito cmo la
haban hecho, y cmo se utilizaba; Lirael haba aprendido, adems, que las marcas del Gremio que se
movan en la plata no eran ms que una capa que ocultaba la magia libre agazapada en su interior.
Toc las flautas, una por una, de la menor a la mayor, y susurr sus nombres hasta que volvi a dejar
el instrumento sobre la mesa. Cogi entonces el ltimo artculo, la cajita metlica. Tambin era de plata y
llevaba unos bonitos grabados as como las marcas del Gremio. Estas ltimas se parecan a las del libro y
amenazaban con toda suerte de desgracias a quien se atreviera a abrirla sin contar con sangre autntica.
No daba ms detalles sobre cmo tena que ser la sangre, pero Lirael pens que si el libro se haba abierto
para ella, la caja tambin lo hara. Roz el pasador y retrocedi un poco al notar el calor de la magia libre
que arda en su interior. La caja sigui cerrada. Le cruz por la cabeza la idea de que a lo mejor el libro
estaba equivocado o que haba ledo mal las marcas o que por sus venas no corra sangre autntica. Cerr
los ojos y presion con fuerza el pasador.
Nada terrible sucedi, pero la caja se estremeci bajo su mano. Lirael abri los ojos. La caja se haba
abierto en dos mitades unidas por una bisagra. Una especie de espejito de mesa.
Lirael lo abri del todo y lo coloc en forma de uve invertida sobre la mesa. Por un lado era de plata y
por el otro llevaba algo que la muchacha no logr describir. All donde los espejos muestran una superficie brillante, se vea un rectngulo opaco... como un vaco. Un trozo de la oscuridad ms negra, un retal
hecho con la ausencia total de luz.
En El libro del recuerdo y el olvido haba ledo que se denominaba espejo oscuro y una somera
descripcin de cmo se usaba. Sin embargo, el espejo oscuro no funcionaba en esa habitacin, ni en
- 121 -
LIRAEL
ninguna parte del mundo de los vivos. Slo se utilizaba en el reino de los muertos y Lirael no tena
ninguna intencin de visitarlo, aunque en el libro contuviese una explicacin detallada para poder
regresar. El Reino de la Muerte era terreno de los Abhorsen y no de las clarvis, pese a que el uso peculiar
del espejo oscuro estuviese probablemente relacionado con el don de la visin de estas ltimas.
Lirael cerr el espejo oscuro con un chasquido y lo dej sobre la mesa, sin retirar la mano de l.
Permaneci inmvil durante un buen rato, pensando. Luego lo cogi y se lo meti en el bolsillo izquierdo
del chaleco, junto con un plumn, un trozo de bramante encerado y un lpiz enano a fuerza de sacarle
punta. Tras un instante ms de vacilacin, cogi la zampona y la guard en el bolsillo derecho, donde
tena el ratn mecnico. Por ltimo cogi El libro del recuerdo y el olvido y se lo meti debajo del
chaleco.
Fue hasta donde dorma la Perra Canalla. Era hora de que ambas hablaran muy en serio sobre lo que
estaba ocurriendo. El libro, el espejo oscuro y la zampona llevaban all mil aos o ms, esperando en la
oscuridad a que llegase alguien que las antiguas clarvis saban que llegara.
Esperando en la oscuridad a que llegase una mujer llamada Lirael.
Esperndola a ella.
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LIRAEL
Una estacin turbulenta

El prncipe Sameth temblaba en la estrecha plataforma defensiva situada en la segunda torre ms alta
de palacio. Pese a que vesta su capa de pieles ms gruesa, el viento consegua penetrarla, pero l no
estaba de humor para lanzar un hechizo del Gremio destinado a darle abrigo. En el fondo, le apeteca
pillar un resfriado, porque as conseguira eludir el programa de adiestramiento que Ellimere le haba
impuesto.
Estaba en la plataforma de defensa por dos motivos. El primero, porque quera vigilar, pues tena la
esperanza de ver regresar a su padre o a su madre. El segundo, porque quera evitar a Ellimere y a cuantos
se empeaban en organizarle la vida.
Sam echaba de menos a sus padres no slo porque podan librarlo de la tirana de Ellimere. La cuestin
era que siempre surgan asuntos que requeran la atencin de Sabriel y que la llevaban a recorrer el reino
de un extremo al otro en su papelonave roja y dorada. Aqul era un mal invierno, segn haba odo Sam
comentar a ms de uno, con mucha actividad de los muertos y de las criaturas de la magia libre. Sam
siempre se estremeca al or estos comentarios, porque era consciente no slo de que la gente clavaba en
l la vista sino de que deba estudiar El libro de los muertos para prepararse a ayudar a su madre.
Debera estar estudiando en ese preciso instante, pens sombramente, pero sigui con la vista clavada
en la lejana, ms all de los tejados llenos de escarcha y del humo que sala de miles de chimeneas
acogedoras.
No haba abierto el libro ni una sola vez desde que Ellimere se lo entregara. El tomo verde y plateado
segua a buen recaudo en un armario de su taller. Pensaba en l todos los das, y lo miraba, pero no
consegua armarse de valor para leerlo. De hecho, se pasaba las horas, que en teora deba dedicar al
estudio, tratando de encontrar el modo de contarle a su madre que no poda hacerlo. No poda leer el libro
ni enfrentarse a otro viaje al Reino de la Muerte.
El programa de Ellimere dedicaba dos horas al estudio del libro, o al Preparatorio para Abhorsen,
como lo llamaba su hermana, pero Sam no lea nada. Empleaba ese tiempo en escribir un discurso tras
otro en los que intentaba explicar sus sentimientos y sus temores. Cartas a Sabriel. Cartas a Piedra de
Toque. Cartas a ambos. Cartas que acababan, indefectiblemente, en la chimenea.
-Se lo contar a mi madre -anunci Sam al viento.
Lo dijo en voz baja por si el centinela que ocupaba el otro extremo de la torre lo oa. Los guardias ya
pensaban que como prncipe dejaba mucho que desear. No quera que, adems, lo tuvieran por un
prncipe loco.
-No, mejor se lo cuento a mi padre y as l puede decrselo a mi madre -aadi tras una breve
reflexin.
Por desgracia, Piedra de Toque haba regresado de Estwael y no llevaba en palacio ms que unas horas
cuando tuvo que volver a cabalgar hacia el Sur, al fuerte de la guardia del monte Barhedrin, al norte del
Muro. Haban llegado noticias de que los ancelstierranos dejaban a los grupos de refugiados sureos
cruzar el Muro y establecerse en el Reino Antiguo, o en realidad, dejaban que los mataran las criaturas o
la gente salvaje que merodeaba por las Tierras Fronterizas. Piedra de Toque haba ido a investigar si
aquellas noticias eran ciertas, a comprobar qu tramaban los ancelstierranos y a salvar a los sureos que
siguieran con vida.
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LIRAEL
-Estpidos ancelstierranos -mascull Sam pegndole una patada al Muro, con tan mala sombra que
resbal en la piedra helada, perdi pie y se golpe el codo en la pared.
-Aaay! -exclam agarrndose el brazo-. Maldita sea!
-Se ha hecho dao, mi seor? -pregunt el guardia, que acudi a la carrera sin caerse, pues sus botas
con tachuelas se agarraban mejor al suelo que las zapatillas de piel de conejo de Sam-. No querr usted
romperse una pierna, verdad?
Sam lo mir ceudo. Saba que el hecho de que tuviese que interpretar al pjaro del amanecer en el
baile constitua una fuente interminable de diversin para los guardias. Las risitas mal disimuladas de los
guardias y la facilidad con la que Ellimere practicaba su futuro papel de corregente con gracia y
autoridad, al menos delante de todos menos de su hermano, no contribuan a reforzar la autoestima de
Sam.
La torpeza del muchacho en los ensayos del papel del pjaro del amanecer para el Festival de Invierno
y el del Solsticio de Verano era uno de los muchos aspectos en los que demostraba que como miembro de
la realeza estaba muy por debajo de su hermana. En los bailes le resultaba imposible fingir entusiasmo;
con frecuencia, en las sesiones del Tribunal Inferior se quedaba dormido y aunque saba que era un
espadachn competente, no se senta lo bastante seguro para aumentar su destreza midindose con los
guardias.
Tampoco le iba demasiado bien en las clases de perspectiva. Ellimere siempre se lanzaba a la tarea
asignada con todas sus fuerzas y trabajaba como una fiera. Sam haca justo lo contrario, se quedaba
embobado mirando el aire y preocupndose por su confuso futuro y, con frecuencia, se quedaba tan
absorto que dejaba de hacer lo que le haban mandado.
-Se ha hecho dao, mi seor? -repiti el guardia.
Sam pestae. Otra vez en las mismas. Se haba quedado embobado mirando el aire.
-No, no me he hecho dao, gracias -contest flexionando los dedos enguantados-. He resbalado y me
he dado un golpe en el codo.
-Ha visto algo interesante ah fuera? -pregunt el guardia.
Sam se acord de su nombre, se llamaba Brel. Era un guardia bastante amable, no era de los que
reprima una sonrisa cada vez que Sam pasaba con el traje del pjaro del amanecer.
-No -contest Sam.
Y volvi a mirar el interior de la ciudad. El Festival de Invierno comenzara al cabo de pocos das. La
construccin de la Feria de la Escarcha se encontraba en pleno apogeo. La Feria de la Escarcha consista
en una inmensa carpa, del tamao de una ciudad, montada sobre la superficie helada del lago Loesare,
donde se organizaban desfiles de carrozas, y haba actores, bufones y malabaristas, msicos y magos, exposiciones y todo tipo de juegos, por no mencionar los puestos con manjares de todos los rincones del
Reino Antiguo y de ms all. El lago Loesare abarcaba ms de treinta hectreas del valle central de
Belisaere, pero la Feria de la Escarcha lo superaba, pues se extenda incluso a los jardines pblicos de las
orillas.
A Sam siempre le haba gustado la Feria de la Escarcha, sin embargo, esta vez no le haca mucha
ilusin. No lograba desprenderse de la sensacin fra y depresiva que lo embargaba.
-Lo divertido es la feria -dijo Brel, dando palmas-. Parece que este ao el festival ser estupendo.
-Ah s? -coment Sam sombramente.
El ltimo da del festival tena que bailar y hacer de pjaro del amanecer. Le tocaba portar el ramito
verde de la primavera y desfilar en ltimo lugar en la procesin del Invierno, detrs de Nieve, Granizo,
Aguanieve, Niebla, Tormenta y Escarcha. Eran todos bailarines profesionales montados en zancos, de
manera que no slo se alzaban amenazantes por encima del pjaro del amanecer, sino que contribuan a
resaltar la falta de experiencia de Sam.
La danza invernal era larga y complicada, recorra los casi tres kilmetros de tortuosos senderos de la
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LIRAEL
feria. Pero era mucho ms larga, porque haba que retroceder constantemente mientras los seis espritus
del invierno se ocultaban del pjaro e intentaban prolongar su estacin quitndole el ramito de la
primavera que Sam llevaba debajo del ala dorada o ponerle la zancadilla con los zancos.
De momento llevaban dos ensayos generales. Se supona que los espritus del invierno no deban
conseguir que el pjaro tropezara, pero aunque lo desearan con toda el alma, no podan impedir que ste
tropezara solo. Al final del primer ensayo, el pjaro se haba cado tres veces, se haba doblado el pico en
dos ocasiones y llevaba las plumas muy alborotadas. El segundo ensayo haba sido an peor, el pjaro
haba chocado con Aguanieve hacindole caer de los zancos. La nueva Aguanieve segua sin dirigirle la
palabra.
-Dicen que cuanto ms duras sean las prcticas, mejor sale el baile -coment Brel.
Sam asinti y apart la vista del guardia. En el cielo no haba seales de que se aproximara ninguna
papelonave ni de que un escuadrn de jinetes llegara por el camino del sur portando el estandarte real. Era
una prdida de tiempo buscar a sus padres.
Brel se llev la mano enguantada a la boca y tosi. Sam volvi a observar al guardia cuando ste lo
salud con una inclinacin de cabeza y reanud su paseo por la plataforma defensiva mientras la trompeta
colgada de su correa le golpeaba suavemente la espalda.
Sam baj. Llegaba tarde al siguiente ensayo.
Brel se equivocaba cuando coment que los ensayos fallidos anunciaban un baile bien ejecutado.
Cuando lleg el da, Sam no dej de trastabillar y tropezar en ningn momento, y slo gracias a la
profesionalidad y la energa de los seis espritus, la danza no result un completo desastre.
Tradicionalmente, despus del baile, todos los bailarines del festival cenaban con la familia real en el
palacio, pero Sam prefiri no compartir mantel con ellos. Haban hecho bastante por su prncipe, y su
prncipe haba hecho lo suficiente, como probaba su coleccin de morados. Tena la certeza de que
Aguanieve le haba golpeado adrede con el zanco. Era la hermana de la muchacha que haba derribado
durante el ensayo.
En vez de asistir a la cena, Sam se retir a su taller, donde intent olvidar sus problemas dedicndose a
construir un juguete mgico-mecnico especialmente complicado e interesante. Ellimere lo mand a
buscar con un paje, pero el muchacho consigui desembarazarse de l y que lo dejaran en paz, al menos
por esa noche.
No tendra tanta suerte al da siguiente ni en los sucesivos. Ellimere no poda o no quera ver que la
tristeza de su hermano se deba a problemas reales. De modo que la chica se limit a buscarle ms tareas.
Algo peor an, con la clara intencin de una buena muchacha que iba a ser capaz de averiguar qu males
aquejaban al prncipe, comenz a endilgarle a las hermanas pequeas de sus amigos. Naturalmente, a Sam
le caan fatal todas las chicas que Ellimere le sentaba al lado durante la cena o que, por esas casualidades
de la vida, pasaban por su taller a ensearle el cierre roto de un brazalete para que lo arreglase. La
preocupacin constante de Sam por el libro y el regreso de su madre le dejaba muy pocas fuerzas para
cultivar amistades y mucho menos amoros.
De manera que se gan la reputacin de estirado y distante, no slo entre las jovencitas que Ellimere le
presentaba, sino entre todas las personas de su edad que vivan en palacio. Incluso de aquellas con las que
haba hecho amistad en aos anteriores, cuando regresaba a casa por vacaciones, descubrieron que ya no
disfrutaban con su compaa. Atribulado por sus problemas y ocupado con sus deberes oficiales, Sam
apenas cay en la cuenta de que los chicos de su edad lo eludan.
Hablaba un poco con Brel, porque los dos se encontraban en la segunda torre ms alta, a las mismas
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LIRAEL
horas. Por suerte, el guardia no era muy conversador y no daba la impresin de que le molestaran los silencios de Sam ni su tendencia a detenerse y quedarse mirando la ciudad y el mar.
-Hoy es su cumpleaos -dijo Brel, a primeras horas de una maana clara y fra.
La luna segua en el cielo y luca un halo a su alrededor, algo que solo ocurra en las noches ms fras
de invierno.
Sam asinti. Como su cumpleaos caa dos semanas despus del Festival de Invierno no pasaba de ser
un acontecimiento menor. Ese ao seria todava menos espectacular a raz de la continua ausencia de
Sabriel y Piedra de Toque, que slo podan enviar mensajes y regalos que, aunque elegidos con cuidado,
no contribuan a que Sam se animara. En especial porque uno de ellos era una sobrevesta con las llaves
plateadas del Abhorsen estampadas sobre un campo azul, cuartelado con el castillo dorado de la lnea real
sobre campo rojo, y el otro era un libro titulado Merchane y el sometimiento de los seres elementales de
la magia libre.
-Le han hecho buenos regalos? -pregunt Brel.
-Una sobrevesta -contest Sam-. Y un libro.
-Ah -dijo Brel. Bati palmas para ayudar a que le circulase mejor la sangre-. Nada de espadas, ni de
perros, entonces.
Sam neg con la cabeza. No quera ni una espada ni un perro, pero habra recibido mucho mejor esos
regalos que los que le haban hecho.
-Seguro que la princesa Ellimere le har uno bueno -sugiri Brel tras meditarlo un buen rato.
-Lo dudo -dijo Sam-. Lo ms probable es que me organice alguna clase de algo.
Brel volvi a batir palmas, se qued quieto y luego ote el horizonte de sur a norte.
-Feliz cumpleaos -dijo una vez concluy el lento movimiento de cabeza-. Cuntos cumple?
Dieciocho?
-Diecisiete -contest Sam.
-Ah -dijo Brel, y camin hasta el otro extremo de la torre donde volvi a otear el horizonte.
Sam se fue para abajo.
Ellimere le haba organizado una fiesta de cumpleaos en el Gran Saln, pero result algo deslucida,
sobre todo por el nimo tristn de Sam. No quiso bailar, porque era el nico da que poda negarse a
hacerlo, y como se trataba de su fiesta, eso significaba que nadie ms poda bailar. Se neg a abrir los
regalos delante de todo el mundo porque no le apeteca, y se limit a jugar con la comida que le sirvieron:
pez espada con salsa de lima y pan con mantequilla, en otros tiempos su plato preferido. De hecho, se
comport como un mocoso malcriado de siete aos ms que como un muchacho de diecisiete. Sam lo
saba, pero no poda evitarlo. Era la primera vez en varias semanas que consegua desobedecer las
rdenes de Ellimere o, como ella las llamaba, sus firmes sugerencias.
La fiesta termin temprano y todos se marcharon enfadados y de malhumor. Sam se retir a su taller
haciendo caso omiso de los cuchicheos y las miradas de soslayo que lo acompaaron al salir del saln. Le
importaba un bledo lo que pensaran de l, pese a que se sinti muy incmodo al notar que Jall Oren
observaba su salida con los ojos entornados. Al regreso de sus padres, Jall se encargara de informarles de
los puntos flacos del prncipe, si es que no decida antes hacerles una de sus temidas recapitulaciones
sobre el comportamiento del joven prncipe.
Los sermones de Jall se convertiran en algo sin importancia alguna cuando su madre se enterara de la
verdad sobre su hijo. Sam no se atreva a pensar qu ocurrira despus. No consegua imaginar lo que
poda pasar ni cul podra ser su futuro. El reino deba contar con un Abhorsen en ciernes y un heredero
real. Ellimere haba dado muestras de ser la heredera real perfecta, de manera que Sam deba ocupar el
cargo de Abhorsen en ciernes. La cuestin era que no poda. No es que no quisiera, como todos pensaban.
No poda.
Esa noche, tal como haba hecho en cientos de ocasiones, Sam abri el armario situado a la izquierda
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de su banco de trabajo y se arm de valor para mirar El libro de los muertos. Ah estaba, en su estante,
brillando con su luz verde, cargada de malos presagios, hacindole sombra al suave fulgor de las luces del
Gremio del techo.
Tendi la mano como el cazador que intenta acariciar al lobo con la vana esperanza de que sea un
perro fiel. Roz el broche de plata y las marcas del Gremio que en l haba, pero antes de que pudiera
hacer algo ms, empez a temblar con violencia y la piel se le puso fra como el hielo. El prncipe Sameth
trat de contener los temblores y hacer caso omiso del fro, sin conseguirlo. Apart la mano, se acerc a
la chimenea, se sent en el suelo y se abraz las rodillas, embargado por la tristeza.
Al cabo de una semana de haber cumplido aos, Sam recibi una carta de Nick. O ms bien los restos
de una carta, porque haba sido escrita en papel elaborado a mquina. Como la gran mayora de los
productos de la tecnologa ancelstierrana, el papel haba empezado a deteriorarse al cruzar el Muro, y en
ese momento, iba camino de transformarse en sus fibras originales. Sam le haba dicho muchas veces a
Nick que utilizara papel hecho a mano, pero su amigo no se daba por aludido.
Sin embargo, de la carta quedaba lo suficiente para deducir que Nick le solicitaba que le expidiese
visados con destino al Reino Antiguo para l y un sirviente. Tena intencin de cruzar el Muro en el
solsticio de invierno y le peda a Sam que se reuniese con l en el paso fronterizo.
Sam se alegr. Nick siempre consegua infundirle nimos. Consult el almanaque para ver a qu poca
de Ancelstierre corresponda el solsticio de invierno del Reino Antiguo. En general, el Reino Antiguo iba
una estacin adelantado con respecto a Ancelstierre, pero como se producan extraas fluctuaciones, se
haca necesario comprobarlo bien con un almanaque, sobre todo en el perodo de los solsticios y los cambios de estaciones.
En otros tiempos, los almanaques comparativos del Reino Antiguo y Ancelstierre, como el que Sam
tena delante, eran muy difciles de conseguir, pero haca unos diez aos, Sabriel le haba prestado el suyo
al impresor de la Casa Real, que haba vuelto a componerlo para incorporar todos los comentarios
manuscritos y las notas al margen puestas por Sabriel y los anteriores Abhorsen. Haba sido una tarea
larga y laboriosa. El resultado final era estticamente agradable, el tipo de letra, claro, y el texto se
distribua ordenadamente sobre el crujiente papel de lino, pero el coste era ruinoso. Sabriel y Piedra de
Toque seleccionaban con cuidado a quin regalaban estos almanaques. Sameth se sinti muy orgulloso
cuando le entregaron uno el da en que cumpli los doce aos.
Por suerte, el almanaque traa una correspondencia exacta para el solsticio de invierno, en lugar de una
ecuacin que permita hacer los clculos tras ver la posicin de la luna en el cielo y realizar otras observaciones. Esa fecha en Ancelstierre corresponda al da de los barcos en el Reino Antiguo, y a la tercera
semana de la primavera. Todava faltaban muchos das, pero al menos Sam tena un motivo para esperar
con ilusin que llegara ese momento.
Despus de leer lo que quedaba de la carta de Nick, el prncipe se sinti algo ms animado y empez a
llevarse mejor con todos en palacio, menos con Ellimere. Lo que restaba del invierno transcurri sin que
sus padres regresaran y sin que se produjesen tormentas especialmente terribles ni las olas de fro
paralizante que a veces venan del noreste, acompaadas de grupos de ballenas extraviadas que no haban
sabido encontrar el mar de Saere.
Desde el punto de vista del tiempo, aquel era un invierno especialmente benigno, pero en la corte y en
la ciudad, la gente segua diciendo que estaba siendo bastante crudo. En aquella estacin surgieron por
todo el reino ms problemas que en los ltimos diez inviernos, problemas como no se conocan desde los
inicios del reinado de Piedra de Toque. Los halcones mensajeros partan constantemente de la torre de las
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LIRAEL
caballerizas y a la seora Finney se le pusieron los ojos colorados, incluso ms irritables que lo habitual,
porque sus pequeuelos, los halcones, se vean en apuros para atender tanta demanda de comunicaciones.
Muchos de los mensajes transportados por los halcones hablaban de los muertos y de criaturas de la
magia libre. Buena parte de esos mensajes resultaban ser falsos, pero por desgracia otros eran ciertos y
exigan la presencia de Sabriel.
A Sam le inquietaban otras noticias. Una carta de su padre le record demasiado el terrible da que
haba tenido en la Frontera, cuando los sureos muertos haban atacado a su equipo de crquet y l haba
tenido que enfrentarse al nigromante en el Reino de la Muerte.
Sam se llev la carta a la segunda torre ms alta para leerla y meditar sobre su contenido, mientras Brel
se paseaba a su alrededor. Ley hasta tres veces varios de los prrafos:
El ejrcito ancelstierrano, supuestamente bajo las rdenes del gobierno, ha permitido que un grupo de
voluntarios sureos entren en el Reino Antiguo por uno de los viejos pasos fronterizos del Muro, infringiendo as
todos los acuerdos firmados y todas las reglas dictadas por el sentido comn. Evidentemente, Corolini ha
conseguido ms apoyos, y sta sera una puesta a prueba de su plan de enviar a todos los sureos al reino.
He impedido lo mejor que he podido que se produzcan ms cruces de la Frontera y he reforzado la guardia en
Barhedrin. Por desgracia, no hay garantas de que los ancelstierranos dejen de enviarnos ms sureos, aunque el
general Tindall ha manifestado que tardar en poner en marcha las rdenes oportunas y que nos avisar en
cuanto le sea posible.
En cualquier caso, ya han cruzado algo ms de mil sureos y nos llevan al menos cuatro das de ventaja. Al
parecer, fueron recibidos por guas locales, pero como al Cuerpo de Exploradores de la Frontera le estaba
prohibido escoltar refugiados, ni siquiera s si se trataba de hombres de verdad.
Seguiremos en la brecha, claro est, pero todo este asunto me huele mal. Estoy seguro de que al menos un
hechicero de la magia libre est implicado en nuestro lado del Muro, y el paso fronterizo utilizado por los sureos
es el ms cercano al lugar donde t sufriste la emboscada, Sameth.
El nigromante, pens Sam mientras doblaba la carta. Se alegr de que el sol brillara en el cielo y de
estar en palacio, protegido por guardias y agua corriente.
-Malas noticias? -inquiri Brel.
-Noticias, a secas -contest Sam sin poder contener un escalofro.
-Nada que el rey y la Abhorsen no puedan solucionar -dijo Brel, con plena confianza.
-Dondequiera que estn -musit Sam.
Guard la carta en el bolsillo del abrigo y se fue para abajo, a su taller, para enfrascarse en mil tareas y
detalles que exigan toda su atencin y la destreza de sus manos.
Y a cada paso que daba se repeta que deba abrir El libro de los muertos.
Para variar, la Abhorsen y Piedra de Toque regresaron una magnfica tarde de primavera, mucho
despus de que Sam hubiera bajado de la torre y de que la guardia de Brel hubiese terminado. El viento
haba rolado al Este, el mar de Saere cambiaba de color, del negro invernal al turquesa estival, el sol
segua calentando pese a hundirse en el Oeste y las golondrinas que vivan en los acantilados robaban lana
para sus nidos de la manta rota de Sam.
Sabriel fue la primera en llegar, su papelonave pas volando bajito sobre el patio de prctica donde
Sam sudaba la gota gorda repasando en compaa de Cynel, una de las mejores guardias, los cuarenta y
ocho movimientos de ataque y defensa. La sombra de la papelonave los sobresalt a ambos y le permiti
a Cynel, que se recuper rpidamente mientras Sam se qued como un pasmarote, hacerse con el punto
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definitivo.
Al muchacho le haba llegado el da decisivo, y todos los discursos y cartas que haba preparado se le
filtraron del cerebro, como si su contrincante le hubiera perforado la cabeza en lugar de asestarle una
estocada triunfal y sonora con la espada de madera en el casco acolchado. Sam sali corriendo para
quitarse la armadura de prcticas justo cuando las trompetas sonaban en la Puerta Sur. Al principio pens
que anunciaban la llegada de su madre, hasta que oy otras trompetas ms lejanas, en el Patio Occidental,
donde deba de haber aterrizado la papelonave. Por tanto, las trompetas de la Puerta Sur deban de estar
anunciando la llegada del rey, el nico recibido con una fanfarria.
En efecto, se trataba de Piedra de Toque. Sam se reuni con su padre veinte minutos despus en las
dependencias privadas de la familia, una amplia estancia situada tres plantas ms arriba del Gran Saln,
con una nica ventana alargada que daba a la ciudad en lugar de al mar.
Sam entr y encontr a Piedra de Toque asomado a la ventana, contemplando cmo se encendan las
luces de su ciudad. Brillantes luces del Gremio, luces suaves de las lmparas de aceite, temblorosas
llamas de velas y fuegos. Era el mejor momento para estar en Belisaere, una clida tarde de primavera, a
la hora en que se encienden todas las luces.
Como de costumbre, Piedra de Toque tena aspecto cansado, aunque le haba dado tiempo a lavarse y
quitarse la armadura y la ropa de jinete. Vesta una bata de bao al estilo de Ancelstierre y llevaba el
cabello ensortijado todava hmedo tras el rpido bao. Al ver entrar a Sam le sonri y le estrech la
mano.
-Tienes mejor aspecto, Sam -dijo Piedra de Toque, al notar los colores que luca su hijo tras la prctica
de esgrima-. Aunque me hubiera gustado que este invierno te hubieses convertido tambin en un buen
escritor de cartas.
-Hum -dijo Sam.
En todo el invierno slo le haba enviado a su padre dos cartas y unas cuantas notas aadidas al final
de algunas remitidas por Ellimere, que era una corresponsal mucho ms fiable. Ni las cartas ni las notas
decan nada demasiado interesante ni demasiado personal. Sam haba escrito algunos borradores ms
profundos, pero al igual que los dirigidos a su madre, haban ido a parar a la chimenea.
-Pap, yo... -comenz a decir Sam, vacilante, y not una profunda sensacin de alivio por atreverse al
fin a sacar el tema al que haba estado dndole vueltas todo el invierno-. Pap, no puedo...
Antes de que pudiese continuar, la puerta se abri de par en par y Ellimere entr como un vendaval.
Sam cerr la boca y la mir ceudo, pero ella no le hizo el menor caso, fue directa hasta Piedra de Toque
y lo abraz con ostensible alivio.
-Pap! No sabes cmo me alegro de que hayas vuelto -dijo-. Y mam tambin!
-La familia feliz y unida -mascull Sam entre dientes.
-Cmo dices? -pregunt Piedra de Toque con tono severo.
-Nada -contest Sam-. Dnde est mam?
-En el embalse -contest su padre. Enlaz por la cintura a Ellimere con un brazo y con el otro agarr a
su hijo-. Vamos a ver, no quiero que os preocupis, pero ha tenido que ir a los Pilares Mayores porque la
han herido...
-La han herido! -exclamaron Ellimere y Sam al unsono volvindose hacia su padre hasta que los tres
formaron un apretado crculo.
-No es grave -se apresur a aclarar Piedra de Toque-. La mordi en la pierna una especie de cosa
muerta, no pudo curarse cuando ocurri y ahora se le ha infectado la herida.
-Va a... va a...? -pregunt Ellimere presa de ansiedad mientras se miraba consternada una pierna.
Por la cara que puso, estaba claro que le resultaba difcil imaginar a Sabriel herida y no del todo duea
de s misma y de cuanto la rodeaba.
-No, no va a perder la pierna -afirm, decidido, el rey Piedra de Toque-. Ha tenido que bajar hasta los
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Pilares Mayores del Gremio porque los dos estbamos demasiado cansados para realizar los encantamientos curativos. Pero podemos acompaarla all abajo. Adems, es el mejor lugar para que podamos
hablar tranquilamente y celebrar una conferencia familiar.
El embalse donde se alzaban los seis Pilares Mayores del Gremio constitua, en muchos sentidos, el
corazn del Reino Antiguo. Era posible acceder al Gremio, la fuente misma de la magia, desde cualquier
punto del Reino Antiguo, pero la presencia de los pilares corrientes facilitaba mucho la operacin, como
si fuesen los conductos que llevaban al Gremio mismo. Sin embargo, daba la impresin de que los Pilares
Mayores del Gremio formaban parte de ste, adems de estar relacionados con l. El Gremio contena y
describa a todos los seres vivos y todas las posibilidades, exista en todas partes, pero su presencia se
concentraba mucho ms en los Pilares Mayores, el Muro y los linajes de la familia real, as como en los
Abhorsen y las clarvis. Cuando dos de los grandes pilares fueron rotos por obra de Kerrigor, y la familia
real sufri una aparente dispersin, el Gremio qued debilitado y as, la magia libre y los muertos
camparon por sus respetos.
-No sera mejor celebrar la conferencia aqu arriba, cuando mam haya realizado el hechizo? -sugiri
Sam.
Pese a la importancia que tena para el reino, el embalse nunca haba sido uno de sus sitios predilectos,
ni siquiera antes de que le tuviera tanto miedo a la muerte. Los pilares de piedra mismos ejercan un
efecto reconfortante, llegaban incluso a calentar el agua que los rodeaba, pero el resto del embalse era fro
y horrendo. La madre y las hermanas de Piedra de Toque haban sido asesinadas all por Kerrigor, y mucho ms tarde, en ese mismo lugar, el padre de Sabriel haba encontrado la muerte. Sam no quera ni
pensar en lo que haba sido el mundo en la poca en que hubo dos pilares rotos y Kerrigor acechaba all
dentro, envuelto en la oscuridad, acompaado de sus bestias nigromnticas y sus siervos muertos.
-No -contest Piedra de Toque que tena ms motivos que su hijo para temerle al embalse, pero lo
haba perdido haca aos, durante su prolongado esfuerzo por reparar los pilares rotos con su propia
sangre y fragmentos de magia recordados a duras penas-. Es el nico lugar donde nadie nos oir, adems,
son demasiadas las cosas que debis saber, de las que nadie ms debe enterarse. Trae el vino, Sameth. Lo
necesitaremos.
-Vas a ir as? -pregunt Ellimere cuando Piedra de Toque se dirigi al banco de la izquierda de la
chimenea.
Se volvi mientras su hija le hablaba y se mir la bata y las dos espadas que colgaban del cinturn, se
encogi de hombros y sigui su camino. Ellimere lanz un suspiro, fue tras l y ambos desaparecieron en
la oscuridad detrs del fuego.
Sam frunci el ceo, cogi la jarra de barro llena con ponche de vino y especias colocada cerca de la
chimenea para que se mantuviera caliente. Sigui a su padre y a su hermana, con la mano presion la
parte trasera del banco y las marcas del Gremio llamearon cuando el hechizo de defensa le permiti abrir
la puerta secreta. En cuanto la hubo franqueado, oy a su padre y a su hermana bajar ruidosamente los
ciento cincuenta y seis escalones que conducan al embalse, a los Pilares Mayores del Gremio y a Sabriel.
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Agua pura, piedra antigua

El embalse era una amplia estancia silenciosa, de piedra fra y aguas glidas. Los Pilares Mayores se
alzaban en su centro, envueltos en la oscuridad, invisibles desde el descansillo, donde la escalera de
palacio se hunda en el agua. Por el borde del embalse se vean haces de luz provenientes de las aberturas
enrejadas que haba en lo alto proyectndose por la superficie del agua lisa como un espejo. Entre los
haces luminosos se elevaban altas columnas de mrmol blanco que, cual mudos centinelas, aguantaban el
peso del techo, situado a casi veinte metros del suelo.
Como siempre, el agua era transparente. Sam meti la mano para ayudar a su padre a desatar la
barcaza amarrada al final de la escalera de palacio. Mientras el agua se escurra entre sus dedos,
comprob que las marcas del Gremio destellaban brevemente. Toda el agua del embalse absorba magia
de los Pilares Mayores del Gremio. Ms cerca del centro, el lquido elemento se compona de magia ms
que de otra cosa y ya no estaba fro... ni siquiera hmedo.
La barcaza era poco ms que una balsa con pomos dorados en cada esquina. Haba dos en el embalse:
evidentemente, Sabriel se haba llevado la otra. Estara subida a ella, en el centro, donde no llegaba la luz
del sol. Los Pilares Mayores brillaban con millones de marcas del Gremio que se movan sobre su
superficie y en su interior, aunque casi todo el tiempo se trataba de un dbil fulgor que no llegaba a
rivalizar con la luz filtrada del sol. Por lo tanto, no veran el fulgor hasta haberse acercado del todo y
alejado del borde baado en luz, ms all de la tercera fila de columnas.
Piedra de Toque desat las amarras de su lado, puso la mano en la tabla y susurr una sola palabra. Las
ondas encresparon la superficie tranquila del agua cuando l habl y la barcaza comenz a alejarse del
descansillo. En el embalse no haba corrientes, pero la barcaza se mova como si la hubiera, o como si
unas manos invisibles la empujasen por el agua. Piedra de Toque, Sam y Ellimere se acurrucaron en el
centro, movindose de vez en cuando con el balanceo.
Sam se acord de que sus tas y su abuela, desaparecidas haca mucho tiempo, haban viajado al
encuentro de sus muertes del mismo modo. Tal vez incluso en aquella misma barcaza, ahora rescatada,
reparada y remozada; haban ido confiadas, hasta que sufrieron la emboscada de Kerrigor. Aquel ser
despreciable les haba rebanado el cuello para recoger su sangre en un cliz dorado. Sangre de la realeza.
Sangre para romper los Pilares Mayores del Gremio.
Sangre para destruir, sangre para construir. Con sangre de la realeza haban destruido los pilares y con
sangre de la realeza, la de su padre, haban vuelto a construirlos. Sam mir a Piedra de Toque y se pregunt cmo lo habra hecho. Haba pasado muchas semanas de duro trabajo en aquel lugar, l solo, y
todas las maanas tomaba un cuchillo de plata, producto de un hechizo del Gremio, para volver a abrirse
las heridas en las palmas de las manos, las mismas que el da anterior haban cicatrizado. Heridas que
haban dejado unas lneas blancas y finas que iban desde el meique hasta la yema del pulgar. Se cortaba
las manos y formulaba encantamientos de los que apenas estaba seguro, encantamientos terriblemente
peligrosos para quien los formulaba incluso cuando no exista la carga y el riesgo adicional de los pilares
rotos.
A Sam le intrigaba especialmente el uso de la sangre, la misma sangre que corra por sus venas. Le
pareca extrao que su corazn palpitante estuviese ntimamente relacionado con los Pilares Mayores que
se alzaban all adelante. Qu ignorante se senta, en especial, en todo lo relacionado con los grandes
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secretos del Gremio. Por qu se consideraba que la sangre de la realeza, de los Abhorsen y las clarvis,
era distinta de la de las personas normales, incluso de la de otros magos del Gremio, y que bastaba para
reparar o estropear otros pilares menores? Los tres linajes se conocan como grandes cartas del Gremio,
como los Pilares Mayores que se alzaban all adelante, y el Muro. Pero por qu? Por qu su sangre
contena magia del Gremio, magia que las marcas extradas del Gremio, generalmente accesible, no
podan imitar?
A Sam siempre le haba fascinado la magia del Gremio, sobre todo le encantaba hacer cosas con ella,
pero cuanto ms la utilizaba, ms se daba cuenta de lo poco que saba. En los doscientos aos de
interregno se haban perdido muchos conocimientos. Piedra de Toque haba transmitido a su hijo cuanto
saba, sin embargo, su padre estaba especializado en magia guerrera, no en hacer cosas ni en los misterios
ms profundos. En el momento de fallecer la reina, su padre era guardia real, prncipe bastardo, no mago.
Despus, pas siglos prisionero en forma de mascarn de proa de un barco, mientras el reino se hunda en
el caos ms absoluto.
Piedra de Toque consigui reparar los Pilares Mayores porque, segn dijo, ellos mismos quisieron que
los rehiciesen. Al principio se haba equivocado muchas veces y haba sobrevivido por obra y gracia del
apoyo y la fuerza de los pilares, nada ms. Aun as, el esfuerzo le haba llevado varios meses y le haba
quitado varios aos de vida. Antes de proceder a la reparacin, el cabello de Piedra de Toque no tena
hebras de plata.
La barcaza pas entre dos columnas; Sam se fue acostumbrando a la extraa penumbra. Divis a lo
lejos seis Pilares Mayores, altos monolitos de color gris oscuro, sus formas irregulares eran muy distintas
de las columnas suaves de mampostera y slo tenan un tercio de su altura. Vio tambin la otra barcaza,
flotando en el centro del crculo formado por los pilares. Dnde estaba Sabriel?
El miedo le oprimi el pecho. Sam no vea a su madre y en lo nico que atinaba a pensar era en que el
difunto Kerrigor haba recuperado su forma humana para engaar a su abuela, la reina, y conducirla a una
muerte oscura y sangrienta. Caba la posibilidad de que Piedra de Toque no fuera de veras Piedra de
Toque sino otra cosa que haba adoptado su aspecto...
Algo se movi en la barcaza, all adelante. Sam, que haba contenido el aliento de forma inconsciente,
lanz un grito ahogado al pensar que todos sus temores se estaban haciendo realidad. Aquella cosa no tena aspecto humano, le llegaba ms o menos a la cintura y no tena brazos, ni cabeza ni forma
reconocible. Donde deba haber estado su madre se vea un trozo de oscuridad cambiante...
Piedra de Toque le dio una fuerte palmada en la espalda. Inspir hondo y aquella cosa de la barcaza
despidi una tenue luz del Gremio y destell en el aire como una estrella permitindole ver que, despus
de todo, se trataba de Sabriel. Se haba quedado tumbada, envuelta en su capa azul y acababa de
incorporarse. La luz le brillaba sobre la cara y comprobaron que los reciba con una sonrisa. Sin embargo,
no era la sonrisa despreocupada y plena de la felicidad completa; Sam la vio ms cansada y ajada que
nunca. Su piel, siempre plida, se presentaba casi translcida bajo la luz del Gremio, y la cubra una capa
brillante de sudor. Se notaba que sufra mucho. Por primera vez, Sam descubri canas en la cabellera de
su madre y la idea de que no era eterna, de que un da envejecera, cay sobre l como una losa. Su madre
no llevaba puesta la bandolera, sino que la haba depositado a su lado: los mangos de caoba de las
campanas se encontraban a prudente distancia, igual que la espada y la mochila. La barcaza de Sam flot
entre dos de los pilares y entr en el crculo. Los tres pasajeros se estremecieron. Notaron una sbita
descarga de energa y la fuerza de los Pilares Mayores. Acto seguido, notaron tambin que haban perdido
parte del cansancio. Sam se dio cuenta de que el miedo y la culpa que lo haban perseguido durante todo
el invierno eran slo un vago recuerdo. Se sinti ms confiado, casi casi como el que haba sido siempre.
Era una sensacin que no experimentaba desde aquel da en que se haba dirigido al punto de lanzamiento
para disputar el ltimo partido de crquet del Campeonato Juvenil.
Las dos embarcaciones se encontraron. Sabriel no se levant, se limit a tender los brazos. Un segundo
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despus, abrazaba a Ellimere y a Sam con tanto entusiasmo que las barcazas estuvieron a punto de hundirse con el movimiento.
-Ellimere! Sameth! Cmo me alegra veros, no sabis cunto lamento haber estado ausente todo este
tiempo -dijo Sabriel, aflojando el abrazo.
-Tranquilzate, mam -dijo Ellimere como si ella fuera la madre y Sabriel la hija-. T eres la que nos
preocupa. Anda, deja que le eche un vistazo a esa pierna.
Iba a levantar la capa, pero Sabriel la detuvo en el mismo instante en que a Sam le llegaba un horrendo
tufillo a carne podrida.
-No tiene buen aspecto todava -se apresur a aclarar Sabriel-. Las heridas causadas por los muertos se
infectan muy deprisa, por desgracia. Con la ayuda de los Pilares Mayores he lanzado sobre ella varios
encantamientos curativos y le he puesto una cataplasma de feliac. No tardar en mejorar.
-Esta vez -dijo Piedra de Toque.
Se haba mantenido alejado del ovillo formado por Sabriel, Ellimere y Sam, y miraba a su esposa
desde lo alto.
-Vuestro padre est enfadado conmigo porque cree que estuve a punto de perder la vida -dijo Sabriel
con una sonrisa forzada-. Y la verdad es que no entiendo su postura, sobre todo porque creo que debera
alegrarse de que no fuera as.
Su comentario fue recibido en el ms absoluto de los silencios, hasta que Sam pregunt tmidamente:
-Es muy grave la herida que te hicieron?
-Mucho -contest Sabriel dando un respingo al mover la pierna.
Debajo de la capa, las marcas del Gremio refulgieron y fueron visibles a travs de la gruesa lana. Tras
un momento de vacilacin, Sabriel agreg-: Si no me hubiera encontrado con tu padre al regreso, tal vez
no habra llegado hasta aqu.
Sam y Ellimere se miraron horrorizados. Durante toda la vida haban odo contar historias de las
batallas y las victorias conseguidas con gran esfuerzo por Sabriel. La haban herido en otras ocasiones,
pero nunca la haban odo reconocer que podan haberla matado; tampoco haban considerado nunca que
esa posibilidad existiera, que era real. Se trataba de la Abhorsen, capaz de entrar en el Reino de la Muerte
a su antojo.
-Pero he conseguido llegar y voy a ponerme bien -dijo Sabriel con firmeza-. De manera que no hay
necesidad de tantas alharacas.
-Te refieres a m, supongo -dijo Piedra de Toque. Se sent soltando un suspiro y en seguida volvi a
levantarse de mal humor para acomodarse las espadas y la bata y se sent de nuevo.
-El motivo por el cual hago tantas alharacas -aclar-, es que me preocupa que durante todo este
invierno alguien o algo pueda haber estado organizando de forma deliberada y astuta una serie de
situaciones para ponerte en peligro. Analiza los lugares a los que tuviste que acudir, siempre haba ms
muertos de los que hablaban los informes y criaturas mucho ms peligrosas...
-Piedra de Toque -lo interrumpi Sabriel tomndolo de la mano-. Tranquilzate. Estoy de acuerdo
contigo. Y t lo sabes.
-Bah! -mascull Piedra de Toque, pero no dijo nada ms.
-Es cierto -prosigui Sabriel mirando a los ojos a Sam y a Ellimere-. Existe un plan claro y no slo en
los muertos sacados de sus tumbas con el nico propsito de tenderme emboscadas. Creo que el nmero
creciente de seres elementales producidos por la magia libre est relacionado con lo mismo y con los
problemas que vuestro padre ha tenido con los refugiados sureos.
-Casi seguro que es as -acot Piedra de Toque con un suspiro-. El general Tindall cree que Corolini y
su Partido Nuestro Pas reciben subvenciones en oro desde el Reino Antiguo, aunque carece de pruebas
concretas. Dado que Corolini y su partido mantienen ahora un equilibrio de poderes en la Asamblea de
Ancelstierre, han conseguido que se traslade a los sureos cada vez ms al Norte. Tambin han dejado
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claro que su objetivo ltimo es que todos los refugiados sureos acaben instalados al otro lado del Muro,
en nuestro reino.
-Por qu? -pregunt Sam-. Quiero decir, para qu? Al fin y al cabo, la zona norte de Ancelstierre no
se caracteriza precisamente por estar superpoblada.
-No lo s bien -contest Piedra de Toque-. Las explicaciones que se oyen en Ancelstierre son pura
basura populista que apelan al miedo del campesinado. De todos modos, tiene que haber un motivo que
impulse a alguien de aqu a pagarles en oro, el suficiente para comprar doce escaos en la Asamblea. Me
temo que ese motivo tiene algo que ver con el hecho de que no hemos conseguido encontrar ms que una
veintena de las miles de personas a las que obligaron a cruzar el mes pasado y ninguna de ellas con vida.
Las dems se esfumaron...
-Cmo es posible que desaparezca tanta gente? Seguramente dejaran algn rastro -lo interrumpi
Ellimere-. Tal vez debera ir a...
-No -dijo Piedra de Toque con una sonrisa, divertido por la conviccin de su hija de que era capaz de
hacer mejor papel que l cuando se trataba de buscar algo. La sonrisa se le borr de los labios cuando sigui diciendo-: Esto no es lo que parece, Ellimere. Esto es cosa de la brujera. Tu madre cree que los
encontraremos cuando menos lo deseemos y que cuando lo hagamos, no estarn vivos.
-Ah est el quid de la cuestin -dijo Sabriel sombramente-. Antes de que sigamos analizando el
problema, creo que deberamos tomar ms precauciones para que nadie nos oiga. Piedra de Toque?
Piedra de Toque asinti y se puso en pie. Desenvain una de sus espadas y se concentr. Las marcas
del Gremio de su espada comenzaron a brillar y a moverse, hasta que toda la hoja se llen de luz dorada.
El rey levant la espada y las marcas del Gremio saltaron hasta el pilar mayor ms cercano y se
esparcieron sobre l como fuego lquido.
Nada ocurri durante un instante. A continuacin, otras marcas captaron la luz, y las llamas doradas se
extendieron hasta cubrir todo el pilar y ardieron como un incendio desbocado. Otras marcas saltaron al
pilar siguiente hasta que prendi fuego tambin y lo mismo ocurri con el siguiente hasta que los seis
Pilares Mayores quedaron envueltos en llamas y de ellos salieron torrentes de brillantes marcas del
Gremio que fueron a entretejer una tracera de luces en forma de domo que cay sobre las dos barcazas.
Sam se asom por la borda y comprob que el fuego dorado se haba esparcido incluso por debajo del
agua para formar un enloquecido laberinto de marcas que cubran el suelo del embalse. Los cuatro
quedaron envueltos por una barrera mgica alimentada por la fuerza de los Pilares Mayores. Se sinti
tentado de preguntar cmo se haca el encantamiento y cul era su naturaleza, pero su madre ya haba
empezado a hablar.
-Ahora podemos hablar sin temor a que nos escuchen, ni odos humanos ni de otro tipo -dijo Sabriel.
Tom en las suyas las manos de Sam y Ellimere y las apret con fuerza, tanto, que sus hijos notaron
los callos de los dedos y las palmas, resultado de tantos aos de empuar la espada y las campanas.
-Vuestro padre y yo tenemos la certeza de que los sureos han sido desplazados hasta el otro lado del
Muro para hallar la muerte a manos tic... a manos de un nigromante que ha utilizado sus cuerpos para albergar en ellos espritus muertos que le deben lealtad. Slo la brujera producto de la magia libre explica
cmo los cuerpos y los dems rastros han desaparecido sin ser vistos por nuestras patrullas ni por la
visin de las clarvis.
-Yo crea que las clarvis lo vean todo -dijo Ellimere-. Bueno, casi siempre se equivocan de fecha, pero
ven el futuro. O no?
-En los ltimos cuatro o cinco aos las clarvis vienen comprobando que su visin est nublada y que
probablemente siempre ha estado nublada en la zona que rodea las costas orientales del lago Rojo y el
monte Abed -dijo Piedra de Toque con tono grave-. Se trata de una zona amplia en la cual, no por
casualidad, nuestro mandato real no se sostiene. Existe all cierto poder que se opone tanto a las clarvis
como a nuestra autoridad, bloqueando la visin y rompiendo los pilares del Gremio que he erigido all.
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-No deberamos convocar a las bandas adiestradas y llevarlas, junto con la guardia, hasta all para
solucionar el asunto de una vez por todas? -protest Ellimere en el mismo tono que Sam imagin que haba empleado cuando estaba al frente del equipo de hockey del Colegio Wyverley en Ancelstierre.
-No sabes dnde est ni qu es -contest Sabriel-. Cada vez que nos disponemos a rastrear la zona en
busca de la fuente del problema, siempre ocurre algo en otra parte. Har unos cinco aos cremos haber
encontrado la raz de este enojoso asunto en la batalla del pueblo de Roble...
-La nigromante -la interrumpi Sam, que se acordaba bien del episodio. En los ltimos meses haba
dedicado mucho tiempo a meditar sobre los nigromantes-. La de la mscara de bronce.
-S. Chlorr de la Mscara -aclar Sabriel clavando la vista en la barrera dorada; era evidente que le
traa malos recuerdos-. Era muy vieja y poderosa, por ello supuse que las dificultades con las que nos
encontramos all haban sido obra suya. Aunque ahora no estoy segura. Est claro que alguien ms sigue
haciendo lo posible por ofuscar a las clarvis y causar problemas a lo largo y a lo ancho del reino. En
Ancelstierre hay alguien que apoya a Corolini y es posible que incluso las guerras de los sureos. Una
posibilidad es que se trate del hombre que encontraste en el reino de los muertos, Sam.
-El... el nigromante? -inquiri Sam.
Su voz son como un pattico pitido; el muchacho se restreg inconscientemente las muecas y al
hacerlo, las mangas se le subieron dejando ver las cicatrices de las quemaduras.
-Debe de tener un poder inmenso si es capaz de levantar a tantos braceros muertos al otro lado del
Muro -contest Sabriel-. Y si tiene tanto poder, yo debera haber odo hablar de l, pero no es as. Cmo
habr hecho para mantenerse oculto durante todos estos aos? Cmo se ocult Chlorr cuando
organizamos batidas en todo el Reino entero tras la cada de Kerrigor y por qu se mostr para atacar el
pueblo de Roble? Empiezo a preguntarme si no habr subestimado a Chlorr. Incluso es posible que
consiguiera eludirme la ltima vez que nos enfrentamos. La obligu a cruzar la Sexta Puerta, pero yo
estaba tan exhausta que no la segu todo el trayecto hasta la Novena. Debera haberlo hecho. Tena un no
s qu de extrao, algo ms que la mcula habitual que dejan la magia libre o la nigromancia...
Se interrumpi, sus ojos recorrieron el vaco con aire ausente. Tras parpadear, aadi:
-Chlorr era vieja, lo bastante vieja para que otros Abhorsen se hayan cruzado con ella en el pasado y
sospecho que ese otro nigromante tambin tiene muchsimos aos. Sin embargo, en la Casa Real no he
encontrado ningn registro que se refiera a ellos. Cuntos datos se perdieron en el incendio del palacio, y
muchos ms con el simple paso del tiempo. Y aunque las clarvis lo guardan todo en esa Gran Biblioteca
suya, rara vez encuentran algo til en ella. Tienen la mente muy fija en el futuro.
Me encantara echar un vistazo a m tambin, pero se trata de una tarea que llevara meses, incluso
aos. Creo que Chlorr y ese otro nigromante estaban conchabados y puede que todava sigan estndolo, si
Chlorr ha sobrevivido. No queda claro quin manda y quin obedece. Temo tambin que descubramos
que no estn solos. Sea quien fuere o lo que quiera que acta en contra de nosotros, debemos asegurarnos
de que sus planes acaben en agua de borrajas.
La luz fue mermando a medida que Sabriel hablaba y el agua se lleno de ondas como si una brisa
indeseada hubiese conseguido saltarse la proteccin del dorado fulgor que despedan los pilares.
-Qu planes? -pregunt Ellimere-. Qu es lo que esos seres... o esas cosas... se proponen hacer?
Sabriel intercambi con Piedra de Toque una mirada cargada de incertidumbre antes de contestar.
-Creemos que tienen pensado traer a los doscientos mil refugiados sureos al Reino Antiguo para...
para matarlos -susurr Sabriel como si temiera que, pese a las precauciones tomadas, alguien pudiera
orla-. Doscientas mil muertes por envenenamiento en un solo minuto con el fin de construir una avenida
hacia el reino de los muertos que permita llegar a todos los espritus que vagan all, desde el primer
recinto hasta el precipicio de la Novena Puerta. Y as, reunir las huestes de muertos ms numerosas que
jams han hollado el reino de los vivos. Unas huestes a las que nos resultar imposible derrotar aunque
fuera posible que a ellas se opusieran todos los Abhorsen que han sido.
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Una asamblea familiar

Las palabras de Sabriel fueron recibidas por el silencio, un silencio que no terminaba nunca, mientras
todos imaginaban las huestes de doscientos mil muertos y Sam haca lo imposible por quitrselas de la
cabeza. Unas hordas de difuntos, un enorme mar de cadveres tambaleantes, sedientos de vida, que
abarcaban todo el horizonte, y marchaban inexorables hacia ellos...
-No ser as, claro -dijo Piedra de Toque interrumpiendo las terribles imaginaciones de Sam-. Nos
aseguraremos de que nada de eso ocurra, de que los refugiados no crucen el Muro. Sin embargo, no podemos detenerlos desde nuestro lado. El Muro es demasiado largo y en l hay demasiadas puertas rotas y
muchos pasos fronterizos antiguos en el otro lado. Deberemos asegurarnos de que los ancelstierranos no
los enven hacia aqu. Por tanto, vuestra madre y yo hemos decidido viajar a Ancelstierre. Iremos en
secreto para no despertar sospechas, para no provocar alarmas. Nos dirigiremos a Corvere y
negociaremos con su gobierno; se trata de una misin que seguramente llevar varios meses. Eso significa
que dejaremos el reino en vuestras manos.
La revelacin fue recibida por otro prolongado silencio. Ellimere se mostr muy pensativa aunque
tranquila. Sam trag saliva varias veces y dijo:
-A qu... a qu te refieres exactamente?
-Por lo que respecta a nuestros amigos y enemigos, me habr marchado a una misin diplomtica con
los jefes brbaros en su Parada Sur, y Sabriel se dedicar a sus asuntos de la misma forma misteriosa a la
que nos tiene acostumbrados -contest Piedra de Toque-. En nuestra ausencia, Ellimere seguir ejerciendo
de corregente junto con Jall Oren... Al parecer todo el mundo parece haberse acostumbrado a ellos.
Sameth, t la ayudars. Lo ms importante de todo es que debers continuar estudiando El libro de los
muertos.
-A propsito, tengo algo para ti -agreg Sabriel antes de que Sam pudiera intervenir. Empuj la
mochila hacia l haciendo un esfuerzo evidente-. Mira en lo alto.
Sam la abri despacio. De pronto se sinti muy mal; saba que deba hablar en ese momento o callar
para siempre. La mochila contena un paquete envuelto en hule. Sameth lo sac con parsimonia porque se
le haban helado las manos y las notaba insensibles. Se le nubl la vista y oa a Sabriel como si le hablara
desde otra habitacin.
-Las encontr en la Casa Real... o mejor dicho, los enviados las dejaron all. No s de dnde las habrn
sacado ni por qu lo han hecho ahora. Son muy, muy antiguas. Tan antiguas que no dispongo de datos
sobre quin fue su primer usuario. Se lo habra preguntado a Zapirn, pero contina durmiendo...
-Menos cuando pesqu ese salmn el ao pasado -intervino Piedra de Toque, enfadado.
Zapirn era el espritu protector de la Abhorsen que tena forma de gato y estaba sometido al hechizo
vinculante de Ranna, la adormecedora, la primera de las siete campanas. Haba despertado apenas cinco o
seis minutos en casi veinte aos, en tres ocasiones, para robar y comer el pescado que Piedra de Toque
haba capturado.
-Zapirn no va a despertarse -prosigui Sabriel-. Pero como yo tengo las mas, est claro que stas son
para el Abhorsen en ciernes. Enhorabuena, Sam.
Sam asinti sin decir palabra; el paquete segua sin abrir sobre su regazo. No le haca falta ver su
contenido para saber que el hule arrullado envolva las siete campanas con el hechizo del Gremio que
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todo Abhorsen deba llevar.

-No vas a abrir el paquete? -le pregunt Ellimere.
-Luego - contest Sam con voz ronca.
Intent sonrer pero slo le sali una mueca forzada. Saba que Sabriel lo miraba aunque no se atrevi
a levantar la vista.
-Me alegra de que hayan llegado las campanas -dijo Sabriel-. La mayora de los Abhorsen que me
precedieron trabajaron con sus sucesores, a veces durante aos, y espero que t y yo podamos hacerlo.
Segn Zapirn, mi padre le ense a su ta durante casi un decenio. No sabes la de veces que habr
deseado haber tenido la misma oportunidad.
Hizo una nueva pausa tras la cual se apresur a agregar:
-A decir verdad, necesitar que me ayudes, Sam.
Sam asinti, incapaz de hablar, las palabras de la confesin que tena preparada se le secaron en la
boca. El cargo le corresponda por derecho de nacimiento, tena el libro y las campanas. Evidentemente,
no le restaba ms que poner empeo y leer el libro, se dijo, tratando de superar el terror que le anudaba el
estmago. Se convertira en el Abhorsen en ciernes hecho y derecho que todos esperaban y necesitaban.
No le quedaba otra alternativa.
-Har todo lo posible -dijo atrevindose finalmente a mirar a los ojos a Sabriel.
Su madre le sonri con tanta satisfaccin que se le ilumin la cara y luego lo abraz.
-Tengo que marchar a Ancelstierre porque conozco sus costumbres mejor que tu padre -dijo Sabriel-.
Buena parte de mis antiguas amigas de la escuela son ahora influyentes o se han casado con hombres que
lo son. No quera partir sin saber que aqu hay un Abhorsen para proteger a la gente del ataque de los
muertos. Gracias, Sam.
-Pero yo no... -grit Sam sin poder contenerse-. No estoy preparado. No he terminado el libro y
adems...
-Estoy segura de que sabes ms de lo que crees -lo anim Sabriel-. En cualquier caso, ahora que la
primavera est en su apogeo, habr pocos problemas. Los arroyos y los ros llevan toda el agua del
deshielo y de las lluvias propias de la estacin. Los das se alargan. En esta poca de la primavera y
durante el verano nunca se producen amenazas importantes por parte de los muertos. Como mucho
tendrs que ocuparte de algn bracero delincuente o tal vez de algn mordacis. Tengo total confianza en
ti, sabrs arreglrtelas.
-Qu me dices de los sureos desaparecidos? -pregunt Ellimere con una mirada muy elocuente que
no dejaba dudas sobre la confianza que le tena a Sam-. Novecientos muertos constituyen una amenaza
importante.
-Deben de haber desaparecido en la zona del lago Rojo, de lo contrario, las clarvis los habran visto dijo Sabriel-. De manera que seguirn confinados all por las riadas primaverales. Ira hasta all a
ocuparme de ellos en primer lugar, pero la situacin realmente peligrosa est en Ancelstierre, donde se
encuentran los dems sureos. Habr que confiar en las crecidas de los ros y en ti, Sam.
-Pero... -comenz a protestar el muchacho.
-Te advierto que el nigromante o los nigromantes que se oponen a nosotros no deben tomarse a la
ligera -prosigui Sabriel-. Si se atreven a enfrentarse a ti, debes luchar contra ellos en el mundo de los
vivos. No vuelvas a pelear contra ninguno de ellos en el reino de los muertos, Sam. Fuiste muy valiente
cuando lo hiciste, y muy afortunado. Tambin debers poner especial cuidado al usar las campanas.
Como sabrs, te pueden obligar a internarte en el reino de los muertos o engaarte para que lo hagas.
Utilzalas slo cuando ests seguro de que has aprendido bien las lecciones del libro. Me lo prometes?
-S -contest Sam.
Apenas le quedaba aliento para pronunciar esa nica palabra. Sin embargo, cuando lo hizo, estaba
cargada de alivio porque en cierta manera acababan de concederle una especie de aplazamiento. Con toda
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probabilidad conseguira vencer a los muertos menores slo con magia del Gremio. Su determinacin de
convertirse en un Abhorsen hecho y derecho no haba logrado ahuyentar el miedo que segua anidado en
su corazn; cuando toc el envoltorio con las campanas, sus dedos seguan helados.
-Muy bien -dijo Piedra de Toque-. Me pregunto si vosotros, que habis estudiado all, tenis alguna
idea sobre cmo tratar a los ancelstierranos. El tal Corolini, por ejemplo, el jefe del Partido Nuestro Pas.
Podra ser oriundo del Reino Antiguo? Qu opinis?
-No es de mi poca -contest Ellimere, que haba terminado sus estudios haca un ao y daba la
impresin de considerar que su estancia en Ancelstierre era historia pasada.
-No tengo ni idea -respondi Sam-. Sala mucho en los diarios, antes de que yo me fuera, pero no
decan nada de sus orgenes. Mi amigo Nicholas tal vez sepa algo, y creo que podra echarnos una mano.
Como ya sabrs, su to es el Ministro Supremo Edward Sayre. Nick vendr a visitarme el mes que viene
aunque es posible que consigas verlo antes de que emprenda el viaje.
-Va a venir? -pregunt Piedra de Toque-. Me sorprende que lo autoricen. El ejrcito lleva aos sin
expedir permisos, exceptuando los de los refugiados, que fueron un montaje poltico en el que el ejrcito
no tuvo voz ni voto.
-Nick sabe ser muy convincente -dijo Sam recordando los diversos apuros en los que Nick haba
conseguido meterlo en la escuela y de los que muy pocas veces haba conseguido sacarlo despus-. Le
ped a Ellimere que le sellara un visado por nuestra parte.
-Lo envi hace siglos -aclar Ellimere lanzndole una mirada insidiosa a su hermano-. Todava quedan
personas eficientes en el reino.
-Bien -dijo Piedra de Toque-. Resultar un contacto til. Ser importante que una de las familias
ancelstierranas que ocupa el gobierno compruebe que no nos inventamos las historias que circulan sobre
el reino. Me asegurar de que el puesto de la Guardia de Barhedrin le proporcione una escolta desde el
Muro. Las negociaciones se veran seriamente afectadas si perdiramos al sobrino del Ministro Supremo.
-Con quin estamos negociando? -pregunt Ellimere-. Al fin y al cabo, a los de Corvere les encanta
fingir que no existimos. Siempre me vi en la necesidad de convencer a las estiradas chicas de ciudad de
que el reino no era un invento mo.
-Dos cosas -contest Sabriel-. El oro y el miedo. Disponemos de una modesta dotacin de oro que, sin
embargo, podra alcanzar para inclinar la balanza, si va a parar a los bolsillos adecuados. Y hay muchos
norteos que se acuerdan de cuando Kerrigor cruz el Muro. Intentaremos convencerlos de que volver a
ocurrir si mandan a los refugiados sureos hacia el Norte.
-No podra ser Kerrigor? -pregunt Sam-. Quiero decir, no podra ser l quien est detrs de todo?
-No -contestaron Sabriel y Piedra de Toque al unsono. Se miraron; era evidente que recordaban el
terrible pasado y lo que Kerrigor haba intentado hacer, tanto en el Reino Antiguo como en Ancelstierre.
-No -repiti Sabriel-. Fui a verlo cuando visit la Casa Real. Est dormido para siempre bajo el
hechizo de Ratina, encerrado en el stano ms hondo, sometido por todas las marcas de defensa mgicas
que tu padre y yo conocemos. No se trata de Kerrigor.
-Sea quien sea o lo que sea, nos ocuparemos de ellos -dijo Piedra de Toque con tono potente y regio-.
Los cuatro nos encargaremos de que as sea. Por ahora, sugiero que bebamos vino caliente con especias y
hablemos de asuntos mejores. Qu tal ha ido el Festival de Invierno? Sam, te haba contado que bail el
papel del pjaro del amanecer cuando tena tu edad? Qu tal te fue?
-Me he dejado las copas -dijo Sam entregndole la jarra todava tibia.
-Beberemos de la jarra -dijo Sabriel poco despus al ver que nadie contestaba la pregunta de Piedra de
Toque. Cogi la jarra y, con mano diestra, se ech un chorro de vino al gollete-. Ah, qu delicioso.
Cuntame, Sam, qu tal tu cumpleaos? Pasaste un buen da?
Sam contest mecnicamente, sin percatarse casi de las intervenciones mordaces de Ellimere. Estaba
claro que sus padres no haban hablado todava con Jall, de lo contrario, las preguntas habran sido muy
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distintas. Sinti alivio cuando sus padres se centraron en Ellimere y la hicieron rabiar con sus comentarios
sobre su habilidad para el tenis y la cantidad de jovencitos interesados en aprender ese nuevo deporte.
Estaba claro que los cotilleos sobre su hermana haban viajado ms deprisa que las nuevas sobre los
puntos flacos de Sam. Volvi a ser el centro de la conversacin cuando Ellimere lo acus de negarse a
fabricar ms raquetas, una verdadera pena, porque no haba nadie que las hiciera tan bien como l; Sam
aprovech la ocasin para prometerle que le hara una docena y con eso consigui escurrir el bulto otra
vez.
Los dems siguieron charlando, pero el negro futuro pesaba sobre ellos como una losa. Sameth no
dejaba de pensar en el libro y en las campanas. Qu hara si llegaban a convocarlo de verdad para
rechazar una incursin de los muertos? Qu hara si al frente de esa incursin estaba el nigromante que
lo haba torturado en el Reino de la Muerte? Peor an, qu pasara si se trataba de un enemigo ms poderoso, tal como Sabriel tema? De repente se atrevi a soltar:
-Y si... y si este enemigo no estuviera detrs de Corolini? Y si tramara algo ms en vuestra ausencia?
Sus padres y su hermana, que comentaban el episodio ocurrido en el curso de una recepcin vespertina
en honor del alcalde de Sindle, en el que Heria se haba pisado el vestido y, al tropezar, haba cado en
brazos de Jall Oren, lo miraron llenos de asombro.
-Si as fuera, estaremos a una semana de viaje de aqu, a lo sumo diez das -contest Sabriel-. Un
halcn mensajero a Barhedrin, un jinete hasta la Frontera, un telegrama desde all o desde Bain a Corvere
y un trayecto en tren de vuelta a Bain... tal vez menos de una semana. Creemos que sea lo que sea lo que
trame este enemigo, como t muy bien lo has llamado, debe de implicar a gran nmero de muertos. Las
clarvis han visto muchos futuros posibles en los que todo nuestro reino queda reducido a un desierto,
habitado nicamente por muertos. Qu otra cosa sera capaz de producir ese efecto sino la concentracin
que sospechamos? Slo sera posible matando a todos esos pobres refugiados desprotegidos. Nuestra
gente est demasiado bien protegida. En cualquier caso, exceptuando Belisaere, en todo el reino no hay
doscientas mil personas en un solo lugar. Y mucho menos doscientas mil sin una sola marca del Gremio.
-No s qu otra cosa podra ser -dijo Sam resoplando-. Lo que s me gustara es que no te marcharas.
-El cargo de Abhorsen constituye una gran responsabilidad -coment Sabriel en voz baja-. Comprendo
que te cueste afrontarla, incluso compartindola conmigo. Pero es tu destino, Sam. Es el caminante quien
escoge el camino, o el camino el que escoge al caminante? Tengo la plena certeza de que lo hars bien.
Pronto volveremos a estar juntos y a hablar de tiempos ms felices.
-Cundo partes? -pregunt Sam, incapaz de disimular que abrigaba la esperanza de que surgiese
alguna demora que le permitiera hablar con Sabriel al da siguiente, conseguir que lo ayudara con El libro
de los muertos, a superar el miedo que lo paralizaba.
-Maana al amanecer -contest Sabriel de mala gana-. Siempre y cuando la herida haya cicatrizado lo
suficiente. Tu padre cabalgar con la embajada real a las tierras de los brbaros del Norte y yo volar al
Oeste. Maana por la noche har el camino inverso para recogerlo y volaremos al Sur, hasta la Casa Real,
para tratar de consultar otra vez con Zapirn, y desde all iremos a Barhedrin y al Muro. Con suerte, este
itinerario nos permitir confundir a los espas que puedan estar siguindonos.
-Nos gustara quedarnos ms tiempo -dijo Piedra de Toque con tristeza mientras contemplaba a su
pequea familia, a la que consegua reunir en contadas ocasiones-. Pero como de costumbre, el deber nos
llama... y debemos acudir.
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Una carta de Nicholas

Esa noche, Sam abandon el embalse con la jarra de vino vaca, una bandolera de campanas, el
corazn apesadumbrado y mucho que meditar. Ellimere fue con l, pero Sabriel se qued porque deba
permanecer hasta el amanecer dentro del crculo de los Pilares Mayores del Gremio y as acelerar su
curacin. Piedra de Toque tambin se qued; los dos jovencitos comprendieron que sus padres deseaban
estar a solas. Tal vez para hablar de los puntos flacos de su hijo, pens Sam mientras suba las escaleras
con dificultad llevando el paquete de campanas en la mano.
Cuando estuvieron ante los aposentos de Ellimere, su hermana le dio las buenas noches en tono
amistoso, pero Sam no se fue a la cama. Subi otro tramo de escaleras hasta su taller de la torre y
pronunci la palabra que hizo encender las luces del Gremio. Coloc las campanas en otro armario
distinto del que contena el libro y cerr la puerta para no verlas ms, aunque no consigui quitrselas de
la cabeza. Despus, sin mucho entusiasmo, trat de continuar trabajando en el jugador de crquet,
combinacin de mecnica y magia del Gremio, un bateador de quince centmetros de alto. Tena pensado
confeccionar dos equipos para hacerlos competir, sin embargo, ni la magia ni la mecnica acababan de
satisfacerlo.
Alguien llam a la puerta. Sam no contest. Si se trataba de un sirviente, insistira o acabara
marchndose. Si se trataba de Ellimere, entrara como un vendaval.
Volvieron a llamar, se oy un bisbiseo y, acto seguido, Sam sinti que deslizaban algo debajo de la
puerta y unos pasos que bajaban la escalera, en el suelo haba una bandeja de plata y en ella una carta
completamente arrugada. A juzgar por el estado en que se hallaba, deba de venir de Ancelstierre y
seguramente sera de Nicholas.
Sam suspir, se puso los guantes de algodn blancos y cogi unas pinzas. Abrir una de las cartas de
Nick tena ms de ejercicio forense que de otra cosa. Recogi la bandeja, la llev a su mesa donde las
marcas del Gremio brillaban con ms intensidad y se puso a despegar el papel y a colocar los trozos
podridos en orden.
Media hora ms tarde, cuando el reloj de la Torre Gris daba las doce campanadas de medianoche, la
carta estaba lista para ser leda. Sam se inclin sobre ella y el ceo se le fue frunciendo a medida que lea.
Querido Sam,
Gracias por conseguirme el visado para el Reino Antiguo. No s por qu vuestro cnsul en Bain se mostr tan
reticente a otorgrmelo. Menos mal que eres prncipe y consigues lo que te propones. De este lado no he tenido
problema alguno. Mi padre llam a to Edward y ste utiliz todas sus influencias. Prcticamente nadie de
Corvere saba que se poda obtener un permiso para cruzar la Frontera. En fin, supongo que esto viene a
demostrar que Ancelstierre y el Reino Antiguo no son tan diferentes. Todo es cuestin de tener los contactos
adecuados.
En cualquier caso, mi intencin es partir maana desde Awengate, y si los trasbordos de trenes no fallan,
llegar a Bain el sbado y cruzar el Muro el da 15. S que me anticipo a la fecha convenida, de manera que no
podrs ir a recibirme, pero no ir solo. He contratado a un gua, un ex explorador del Paso Fronterizo con quien
me top en Bain. Y lo digo literalmente. l cruzaba el camino para evitar una manifestacin de los seguidores del
Partido Nuestro Pas, chocamos y casi me voltea. Fue un encuentro casual, la verdad, el hombre conoce el Reino
Antiguo como la palma de su mano. Me confirm tambin algo que he ledo sobre el curioso fenmeno
denominado celada de rayos. l lo ha visto y no me cabe duda de que es digno de ser estudiado.
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De manera que creo que iremos a echarle un vistazo a esa celada de rayos de camino a tu indudablemente
encantadora capital de Belisaere. Por cierto, a mi gua no pareci sorprenderle lo ms mnimo que yo te conociera. Tal vez la realeza lo deje tan fro como a algunos de nuestros ex compaeros de estudios!
En cualquier caso, la celada de rayos se produce, aparentemente, cerca de un pueblo llamado Borde que, si no
me equivoco, se encuentra cerca de la ruta al Norte que seguiremos para llegar a ti. Sera de agradecer que en tu
tierra confiaran en los mapas normales y no en la memoria casi mstica ayudada por papeles en blanco!
Tengo muchas ganas de verte en tu entorno natal, casi tantas como de investigar las curiosas anomalas de tu
Reino Antiguo. Por sorprendente que parezca, es muy poco lo que se ha escrito sobre este asunto. La biblioteca del
colegio slo dispone de unos pocos textos antiguos, altamente supersticiosos, y en la de Radford tampoco disponen
de mucho ms. En los peridicos tampoco se habla de este asunto, salvo de pasada, cuando Corolini desvara en
las reuniones de la Asamblea sobre la posibilidad de enviar a indeseables y sureos a lo que l llama el
extremo Norte. Espero ser la avanzadilla de lo que, segn sus trminos, es un indeseable!
Todo lo referido al Reino Antiguo parece estar rodeado por una conspiracin de silencio, de modo que estoy
seguro de que un joven y ambicioso cientfico como yo, encontrar muchas cosas por descubrir y revelar al
mundo.
Espero que te hayas recuperado por completo. Yo no acabo de estar fino, he tenido dolores en el pecho, segn
parece, debidos a una especie de bronquitis. Y aunque resulte increble, se agudizan cuando me encuentro ms al
Sur, en Corvere no haba modo de soportarlos, probablemente se debe a que all el aire es pura suciedad. He
pasado este ltimo mes en Bain y casi no los he notado. Sin duda, tendr ocasin de mejorar todava ms en tu
Reino Antiguo, donde el aire debe de ser absolutamente impoluto.
En cualquier caso, espero verte pronto, un abrazo de tu fiel amigo,
Nicholas Sayre
P.D. No me creo que Ellimere mida casi dos metros y pese ciento veinte kilos. Me lo habras comentado antes.
Sameth dej la carta sobre la mesa poniendo cuidado de no romper lo poco que quedaba de ella.
Cuando termin de acomodarla, volvi a leerla con la esperanza de que las palabras hubiesen
cambiado. No poda ser que Nick cruzara hacia el Reino Antiguo acompaado de un solo gua que,
seguramente, sera de poco fiar. Acaso no se daba cuenta de lo peligrosas que eran las Tierras
Fronterizas que rodeaban el Muro? Sobre todo para un ancelstierrano que careca de marca del Gremio y
de dones para la magia. Nick ni siquiera podra comprobar si su gua era un hombre de verdad, un
portador contaminado del Gremio o un engendro de la magia libre con poderes suficientes para cruzar la
Frontera sin que lo detectasen.
Sam se mordi los labios mientras meditaba sobre todo aquello, visiblemente preocupado y, tras
consultar su almanaque, comprob que el quince haba sido haca tres das, de manera que Nick ya deba
de haber cruzado el Muro. Por tanto, era demasiado tarde para ir a recibirlo, incluso en papelonave, y para
buscar un halcn mensajero y enviarlo con ordenes para la guardia. Nick dispona de un visado para l y
un sirviente, de manera que no lo detendran en el puesto de Barliedrin. En esos momentos deba de estar
en las Tierras Fronterizas, en direccin a Borde.
Borde! Sam se mordi el labio con ms fuerza. El pueblo de Borde se encontraba demasiado cerca del
lago Rojo y se trataba de la regin donde la nigromante Chlorr haba destruido los pilares y donde en ese
momento se ocultaba el enemigo para pergear sus planes contra el reino. Era el peor lugar al que Nick
poda haberse dirigido!
En ese instante llamaron a la puerta. Sam interrumpi sus pensamientos y se mordi el labio con tanta
fuerza que not el sabor de la sangre. Irritado, grit:
-S! Quin es?
-Yo! -contest Ellimere entrando como una tromba-. Espero no interrumpir alguno de tus procesos
creativos.
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-No -contest Sameth con cautela.

Seal con un leve ademn su banco de trabajo y se encogi de hombros para darle a entender a su
hermana que no haba avanzado nada en sus inventos.
Ellimere mir a su alrededor con inters, pues Sam tena por costumbre echarla en cuanto intentaba
entrar. Sameth haba recibido la pequea habitacin de la torre al cumplir los diecisis y desde entonces la
utilizaba con frecuencia. En ese momento, los dos bancos de trabajo estaban repletos de herramientas de
joyero y muchos otros tiles que a la muchacha le resultaban desconocidos. Tambin vio dos figuritas de
jugadores de crquet, delgados lingotes de oro y plata, rollos de alambre de bronce, unos cuantos zafiros
desperdigados y una pequea fragua humeante construida en lo que haba sido el hogar de la habitacin.
Todo el cuarto estaba impregnado de magia del Gremio. Las imgenes diluidas que dejaban las marcas
del Gremio en el aire brillaban por todas partes, se deslizaban lentas por las paredes y el techo y se apelotonaban al lado de la chimenea. Era evidente que Sameth no estaba creando joyas para adornar trajes, ni
las raquetas de tenis prometidas.
-Qu ests haciendo? -inquiri Ellimere, llena de curiosidad.
Algunos de los smbolos del Gremio, o mejor dicho, los plidos reflejos que de ellos quedaban, eran
sumamente poderosos. Se trataba de marcas que ella misma no se habra atrevido a utilizar.
-Cosas -contest Sameth-. Nada que pueda interesarte.
-Cmo lo sabes? -pregunt Ellimere. Surgi entre ambos la consabida oleada de resentimiento.
-Juguetes -le solt Sam, levantando el pequeo bateador que, de repente, revole el bate diminuto y
luego volvi a su inmovilidad de antes-. Estoy construyendo juguetes. S que no se trata de una
ocupacin a la altura de un prncipe y que debera dormir para poder maana enfrentarme descansado a
mis clases de baile y las sesiones del Tribunal Inferior, pero... no logro conciliar el sueo -concluy con
tono cansado.
-Yo tampoco -dijo Ellimere, ms amable. Se sent en la otra silla y aadi-: Estoy preocupada por
mam.
-Dijo que se pondra bien. Los Pilares Mayores la sanarn.
-Esta vez. Necesita que la ayuden con su trabajo, Sam, y t eres el nico que puede hacerlo.
-Ya lo s -dijo Sam. Apart la vista y contempl la carta de Nick-. Ya lo s.
-En fin -prosigui Ellimere, incmoda-, slo quera decirte que estudiar para ser el Abhorsen es lo ms
importante, Sam. Si necesitas ms tiempo, no tienes ms que decrmelo y te reorganizo enseguida los
horarios.
Sam la mir con cara de sorpresa.
-Quieres decir que no dedicaramos tantas horas al pjaro del amanecer y a esas fiestas vespertinas
con las tontas de las hermanas de tus amigos?
-Oye, que no son... -comenz a protestar Ellimere, se lo pens mejor, inspir hondo y dijo-. S. Ahora
las cosas han cambiado. Ahora sabemos lo que est pasando. Yo tambin dedicar ms tiempo a la
guardia. Y a prepararme.
-Prepararte? -pregunt Sam con nerviosismo-. Tan pronto?
-S -contest Ellimere-. Aunque mam y pap salgan airosos en la misin de Ancelstierre, habr
problemas. Quien est detrs de todo esto no esperar sentado a que nosotros desbaratemos sus planes.
Algo pasar y debemos estar preparados. T debes estar preparado, Sam. Es cuanto quera decirte.
Se levant y se march. Sam se qued mirando el vaco. No tena a quien recurrir. Se haba convertido
en un verdadero Abhorsen en ciernes. Deba contribuir a luchar contra el enemigo, fuera quien fuese. Es
lo que todos esperaban de l. Todos dependan de l.
Incluido Nicholas. Deba ir en busca de Nicholas, salvar a su amigo antes de que se metiera en los,
porque nadie ms podra hacerlo.
Y en un abrir y cerrar de ojos, Sam sinti una gran determinacin, una valenta que no quiso analizar a
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fondo. Su amigo estaba en peligro y l deba salvarlo. Estara alejado de El libro de los muertos y de sus
deberes principescos durante pocas semanas. Tal vez consiguiera encontrar a Nick rpidamente y ponerlo
a salvo, en especial, si lo autorizaban a llevar consigo a una decena de hombres de la Guardia Real. Como
haba dicho Sabriel, no haba demasiadas posibilidades de que los muertos hicieran mucho con los
deshielos en curso.
En su fuero interno, una vocecilla le deca que en realidad estaba huyendo. Pero l se encarg de
acallarla con otros pensamientos ms importantes y ni se molest en buscar en los armarios donde estaban
guardados el libro y las campanas.
Una vez tomada la decisin, Sam slo se dedic a pensar en cmo lograr lo que se propona. Ellimere
nunca lo dejara marchar, estaba seguro. De manera que deba pedirle permiso a su padre, lo cual implicaba levantarse antes del amanecer para ver a Piedra de Toque en sus aposentos.
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Sam se decide
Pese a sus buenas intenciones, Sam se qued dormido y no pudo ver a Piedra de Toque antes de que
ste emprendiera su viaje. Con la intencin de encontrarlo en la Puerta Sur, baj a la carrera la Colina de
Palacio y recorri la ancha Avenida de las Estrellas flanqueada de rboles, as denominada por los
pequeos soles incrustados en los adoquines. Dos guardias corran a su lado, sin perder el ritmo no
obstante llevaran el peso de los plaquines de cota de malla, los yelmos y las botas.
Sam acababa de ver a los ltimos componentes de la escolta de su padre cuando oy las aclamaciones
de la multitud y un repentino toque de trompetas. Subi de un salto a un carro detenido en la calle y mir
por encima de las cabezas. Lleg justo a tiempo para ver a su padre cruzar la gran puerta de Belisaere, la
capa roja y dorada se agit a su espalda, sobre la grupa del caballo, el sol del amanecer se reflej en su
yelmo con coronas grabadas antes de que se perdiera en la oscuridad de la puerta.
El rey iba precedido y seguido de guardias reales a caballo, ochenta hombres y mujeres altsimos,
cuyas brillantes cotas de malla asomaban por los cortes verticales de las sobrevestas rojas y doradas. Sam
saba que al da siguiente los guardias continuaran viaje hacia el Norte y que alguno de ellos se
disfrazara de Piedra de Toque, Entretanto, el rey volara hacia el Sur, a Ancelstierre, en compaa de
Sabriel para tratar de impedir la matanza de doscientos mil inocentes.
Sameth sigui contemplando la escena incluso despus de que el ltimo guardia hubiera cruzado la
puerta y que el trfico hubiese recuperado la normalidad; incontables personas, caballos, carromatos,
burros, carretillas de mano, mendigos, pasaron ante el sin que notaran su presencia.
No haba alcanzado a Piedra de Toque y ahora debera decidir por su cuenta.
Cuando dio media vuelta, fue al centro del camino y empez a caminar en direccin contraria al tropel
que sala de la ciudad; iba con la mirada ausente. Gracias al espacio creado a su alrededor por dos guardias corpulentos evit chocar con varios viandantes.
En cuanto Sameth tuvo la idea de ir en busca de Nicholas, not que ya no poda detenerse. Estaba
seguro de que la carta era real. Sam era el nico que conoca a Nick lo suficiente para seguirle el rastro, el
nico que tena con l un vnculo de amistad que permitira el libre fluir de la magia investigadora. El
nico capaz de salvarlo de los problemas que se estaban gestando alrededor del lago Rojo.
Sin embargo, eso implicaba que Sam deba abandonar Belisaere y sus deberes. Saba que Ellimere
jams iba a darle permiso.
Estos pensamientos con sus mltiples variaciones bullan en su mente mientras l y sus guardias
pasaron debajo de uno de los inmensos acueductos que abastecan la ciudad de agua pura del deshielo.
Los acueductos haban demostrado su utilidad no slo para ese fin. Sus aguas caudalosas constituan una
defensa contra los muertos, en especial, durante los dos siglos de interregno.
Sameth pensaba tambin en eso al or el bramido profundo del acueducto que discurra encima de su
cabeza, sinti un sbito remordimiento de conciencia. Entre sus deberes estaba el de defender a su pueblo
de los muertos.
Abandon la fresca sombra del acueducto y enfil la Avenida de las Estrellas antes de emprender el
empinado ascenso del Camino del Rey, lleno de cambios de rasantes, que conduca a la Colina de Palacio.
Seguramente Ellimere estara esperndolo en palacio; esa maana ambos deban asistir a una audiencia
del Tribunal Inferior. Su hermana lucira una tranquilidad y un temple pasmosos con su toga blanquinegra
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y el cetro de marfil y la varita de azabache utilizados en el hechizo de comprobacin de la verdad. Se

mostrara disgustada al ver que Sam se presentaba sudoroso, sucio, sin el traje adecuado ni los
instrumentos necesarios, pues sus varitas haban desaparecido, aunque el muchacho recordaba vagamente
haberlas visto rodar debajo de su cama.
El Tribunal Inferior. Los deberes del festival de Belisaere. Las raquetas de tenis. El libro de los
muertos. Todo esto se agolp dentro de l como una inmensa y negra ola que amenazaba con tragrselo.
-No -susurr y se detuvo tan de sopetn que los dos guardias estuvieron a punto de chocar con l-. Ir,
ir esta noche.
-Cmo ha dicho, mi seor? -pregunt Tonin, la ms joven de los dos guardias.
Tena la edad de Ellimere y eran amigas desde el primer da en que jugaron juntas cuando eran nias.
Siempre formaba parte de su escolta en las raras incursiones a la ciudad, y Sameth tena la certeza de que
informaba a su hermana de todos los movimientos del prncipe.
-Eeh... Nada, nada, Tonin -contest Sameth sacudiendo la cabeza-. Estaba pensando en voz alta.
Supongo que esto de levantarme antes del amanecer no es para m.
Tonin y el otro guardia se lanzaron una mirada tolerante a espaldas del muchacho y continuaron
avanzando. Ellos siempre se levantaban antes del amanecer.
Sameth ignoraba lo que pensaban sus guardias, entretanto, terminaron de ascender la colina y entraron
en el patio fresco en cuyo centro haba una fuente, y desde el cual se acceda al ala oeste de palacio. No
obstante, haba visto la mirada que haban intercambiado e intuy que consideraban que no reuna las
condiciones necesarias para ser prncipe. Sospechaba que gran parte de los habitantes de la ciudad
pensaban igual. Resultaba irritante para alguien que haba sido la estrella de la escuela en Ancelsteirre.
All haba destacado en todo lo importante. En crquet en verano; en rugby en invierno. Y haba sido el
primero de la clase en qumica y uno de los mejores alumnos en las dems asignaturas. Sin embargo, en
su propia tierra no consegua hacer nada bien.
Los guardias lo dejaron delante de sus aposentos, pero Sam no se puso enseguida la toga de juez ni
hizo ademn de utilizar el lavamanos y el aguamanil dispuestos en una especie de nicho embaldosado que
le serva de cuarto de bao. El palacio, reconstruido con austeridad tras haber quedado devastado en un
incendio, no contaba con tuberas de vapor ni sistema de agua caliente como la Casa del Abhorsen. Sam
haba diseado una instalacin de este tipo y algunas de las obras originales seguan sepultadas bajo la
Colina de Palacio, pero no tena tiempo para investigar los principios mgicos y de ingeniera necesarios
para que funcionaran.
-Ir -declar una vez ms ante el cuadro de la pared que representaba una agradable escena de la siega.
Los segadores y los campesinos que empuaban las horquillas no reaccionaron cuando aadi-: La
cuestin es... cmo?
Se pase por la habitacin. No era demasiado grande, de manera que hubo de recorrerla unas veinte
veces antes de tomar una decisin, al llegar ante el espejo de plata que colgaba en la pared, a la derecha
de su cama de armazn de hierro.
-Ser otra persona -dijo-. El prncipe Sameth se quedar aqu. Ser Sam el viajero que vuelve para
reunirse con su banda despus de buscar tratamiento mdico para su enfermedad en Belisaere.
Sonri al decirlo y se mir en el espejo. La imagen del prncipe Sameth lo mir a su vez,
resplandeciente con su jubn rojo y dorado, la blanca camisa de lino mojada de sudor, los pantalones de
cabritilla color tostado y las botas de caa alta y suelas doradas. Y coronando el fino traje regio, una cara
agradable que en el futuro alcanzara una hermosura estatuaria, aunque Sameth no era conciente de ello.
Demasiado joven y franco, decidi. A su cara le faltaban los rasgos que da la experiencia. Precisaba una
cicatriz o el puente de la nariz roto o algo por el estilo.
Mientras se miraba, buscaba en el infinito fluir del Gremio y recoga una marca aqu, un smbolo ms
all, para unirlos en una cadena que forj mentalmente. As los mantuvo hasta elegir, sealndola con el
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ndice, la marca del Gremio definitiva que flotaba ante sus ojos; todas las marcas salieron a borbotones
para quedar suspendidas en el aire y formar una reluciente constelacin de smbolos mgicos.
Sameth los observ atentamente y comprob el encantamiento antes de dar un paso al frente y meterse
en el dibujo brillante. El hechizo reluci con fuerza al tocar su piel y la marca del Gremio de su frente
chisporrote despidiendo lenguas de fuego dorado que surcaron su cara.
Cerr los ojos mientras el fuego envolva los smbolos del hechizo e hizo caso omiso del cosquilleo
que senta debajo de los prpados y de la urgente necesidad de estornudar. Permaneci as varios minutos
hasta que el cosquilleo desapareci. Lanz un estornudo explosivo, inhal con mucha fuerza y abri los
ojos.
El espejo le devolvi el reflejo de las mismas ropas y de un hombre con una corpulencia parecida. Pero
la cara haba cambiado. Quien lo miraba era Sam el viajero, un hombre que recordaba al prncipe Sameth
pero que era varios aos mayor que l, con un bigote bien cortado y una perilla. El color del cabello
tambin era distinto, ms claro, ms lacio y ms largo en la nuca.
Mejor. Mucho mejor. Sameth... mejor dicho, Sam le hizo un guio a su reflejo y empez a desvestirse.
Lo ms sensato era llevar la vieja ropa de caza y algunas camisas y calzones sencillos. Se comprara una
capa en la ciudad. Y un caballo. Y una espada, pues no convena que llevase el acero producto de la
magia del Gremio que su madre le haba regalado al cumplir los diecisis. No le aadira atractivo y
resultaba demasiado reconocible.
Sin embargo, s poda llevar algunas de las cosas de su propia creacin, pens mientras se quitaba las
botas de una patada y desenterraba del armario otras de caa altsima, de cuero negro bastante gastado,
pero en buenas condiciones.
Al pensar en su taller de la torre le result imposible no recordar El libro de los muertos. Tena
clarsimo que no se lo llevara. Slo le restaba subir corriendo las escaleras, recoger unas cuantas cosas,
incluida la pequea reserva de nobles de oro y denarios de plata y entonces podra partir.
El problema radicaba en que no poda subir al taller con el aspecto que tena en ese momento. Deba,
adems, hacer algo que disipara las sospechas de Ellimere, de lo contrario, lo perseguiran y lo obligaran
a regresar. Lo obligara a regresar por la fuerza, imagin, pues los guardias no tendran problema alguno
en obedecer las rdenes de la princesa Ellimere en lugar de las del prncipe.
Suspir y se sent en la cama con las botas en la mano. Empezaba a comprender que aquella huida, o
mejor dicho, aquella operacin de rescate iba a exigir ms preparacin de la que haba calculado. No le
quedaba ms remedio que construir un enviado temporal del Gremio que fuese un doble razonable de l
mismo e inventarse alguna situacin especial de manera que Ellimere no se fijara en l demasiado de
cerca.
Poda decir que deba estudiar un pasaje especialmente difcil de El libro de los muertos que lo
obligaba a encerrarse en su taller durante tres das o algo por el estilo, para contar as con cierto margen
para su misin. Con eso no quera decir que fuera a abandonar los estudios para convertirse en Abhorsen.
Simplemente necesitaba un respiro, y era ms importante dedicar tres semanas a rescatar a Nicholas que
emplearlas en el estudio; de todas maneras, cuando regresara poda recuperar el tiempo perdido.
Incluso si Ellimere le peda a las clarvis que investigaran sobre su paradero, un margen de tres das
sera suficiente. Suponiendo que su hermana dedujera lo ocurrido al tercer da y enviara un halcn
mensajero a las clarvis, pasaran al menos dos das antes de que stas contestaran. En total cinco das.
Para entonces habra cubierto la mitad del camino que lo separaba del pueblo de Borde. O la cuarta
parte, supuso, tratando de recordar con exactitud a qu distancia se encontraba el pueblecito del lago
Rojo. Deba hacerse con un mapa y echarle un vistazo a la ltima edicin de la Gua utilsima para
comprobar dnde poda hacer una parada en el camino.
Vaya, antes de escapar deba realizar al menos una decena de cosas, pens Sam dejando caer las botas
y ponindose otra vez en pie delante del espejo. Para empezar, deba deshacerse de su atractivo si no
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quera que sus propios guardias lo detuvieran.

Quin iba a pensar que emprender una aventura iba a resultar tan complicado?
Desanimado, comenz a deshacer el encantamiento del Gremio con el que se haba disfrazado, dej
que las marcas que lo constituan se disolvieran y regresaran al lugar de donde haban salido. En cuanto
terminara, subira a la habitacin de la torre y comenzara a organizarse. Siempre y cuando Ellimere no lo
interceptara y se lo llevara al Tribunal Inferior.
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Sam el viajero
Ellimere intercept a Sam, de modo que perdi el resto del da en el Tribunal Inferior: sentenciaron a
un ladrn que intent mentir pese a que el hechizo de la verdad le tea la cara de amarillo brillante cada
vez que de su boca sala una mendacidad; actuaron de rbitros en la disputa por unos inmuebles en la que
se ponan a prueba las verdades absolutas, pues todas las partes implicadas haban muerto, y en el juicio
rpido a una serie de delincuentes menores que confesaron de inmediato con la esperanza de que el hecho
de no tener que ser sometidos a hechizo alguno mejorara el punto de vista del tribunal y, finalmente,
asistieron al largo y aburrido alegato de un abogado que, al final, no result relevante, pues se basaba en
un fundamento de derecho anulado haca ms de diez aos por una de las reformas de Piedra de Toque.
Sin embargo, durante la noche ningn deber oficial exigi su presencia, pese a que en la cena, Ellimere
se las ingeni, una vez ms, para sentar al lado de Sam a la hermana menor de uno de sus miles de amigos. Para sorpresa de la princesa, Sam se mostr conversador y afable, detalle que contribuy a que
durante unos das, Ellimere defendiera a su hermano cada vez que otras muchachas se quejaban de su
frialdad.
Tras la cena, Sam le dijo a Ellimere que se encerrara durante tres das a estudiar un encantamiento que
exiga total concentracin. Le coment que se llevara agua y provisiones de las cocinas, que estara en
sus aposentos y que nadie deba molestarlo. Ellimere recibi la noticia sorprendentemente bien, lo cual
hizo que Sam se sintiera fatal. Pero ni siquiera eso consigui frenar su entusiasmo; las largas horas que
dedic a la creacin de un enviado muy simple de si mismo no disminuyeron la expectacin que lo
embargaba. Pasada la medianoche, cuando lo termin, visto desde la puerta, el enviado se le pareca
bastante, aunque desde otros ngulos careca de profundidad. Y si se le hablaba, slo gritaba Vete! y
Estoy muy ocupado imitando bastante bien su voz. Concluida la creacin del enviado, Sam fue a su
taller y recogi su dinero en efectivo y algunas de las cosas que haba hecho y que podran resultarle
tiles durante el viaje. No mir en los armarios, que se alzaban como guardianes y lo miraban con
desaprobacin desde los rincones de su cuarto.
Sin embargo, so con ellos cuando por fin se meti en la cama. So que volva a subir las escaleras,
que abra los armarios, que se pona la bandolera con las campanas, que abra el libro y lea palabras que
se incendiaban para despus apoderarse de l y transportarlo al Reino de la Muerte, donde lo sumergan
en el ro helado y no poda respirar... Despert dando manotazos y patadas, las sbanas enrolladas al
cuello le cortaban la respiracin. El pnico se apoder de l y luch hasta que se dio cuenta de donde
estaba y el corazn dej de latirle frenticamente. A lo lejos, un reloj dio la hora y a continuacin se
oyeron los gritos del sereno, que anunciaba que todo estaba en orden. Eran las cuatro. Apenas haba
dormido tres horas y saba que no volvera a conciliar el sueo. Haba llegado el momento de lanzar sobre
s mismo el hechizo del atractivo. El momento de que Sam el viajero se marchara. Todo estaba oscuro
cuando Sam sali a hurtadillas de palacio en los momentos frescos que preceden el amanecer. Protegido
por los encantamientos del silencio y la invisibilidad, baj las escaleras, pas delante del puesto de la
guardia del Patio Suroeste y recorri el corredor que bajaba en pendiente a los jardines. Eludi a los
guardias que marchaban entre los rosales de la terraza inferior y sali por un portn cerrado a cal y canto
mediante hechizos y refuerzos de acero. Por suerte, haba robado la llave del candado y el portn lo
reconoci por su marca del Gremio. Fuera, en el sendero que conduca al Camino del Rey, se ech las al-
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LIRAEL
forjas al hombro y, al notarlas tan pesadas, se pregunt sobre la conveniencia de repasar otra vez su
contenido para desprenderse de algunos objetos, porque las pobres estaban llenas a reventar. No se le
ocurri nada que pudiera dejar atrs, adems, llevaba slo lo esencial: una capa, camisas limpias,
pantalones y calzones, un costurero pequeo, una bolsa con jabn, artculos de tocador y una navaja que
apenas usara, un ejemplar de la Gua utilsima, fsforos, zapatillas, dos lingotes de oro, un trozo de tela
impermeable con el que improvisar una tienda, una botella de coac, una buena racin de cecina, una
hogaza de pan, tres tortas de jengibre y unos cuantos dispositivos de creacin propia. Adems de lo que
cargaba en las alforjas, llevaba un sombrero de ala ancha, un bolsito atado al cinturn y una daga bastante
anodina. La primera parada la hara en el mercado central para hacerse con una espada y luego pasara por
la Feria Equina, en el Campo de Anstyr, donde comprara un caballo.
Al salir del sendero y enfilar el Camino del Rey para unirse al nutrido tropel de hombres, mujeres,
nios, perros, caballos, mulas, carros, mendigos y dems cosas que avanzaban por l, Sam sinti que se
animaba de un modo increble, algo que llevaba aos sin ocurrirle. La misma sensacin de alegra y
expectacin que haba tenido de nio cuando le daban vacaciones imprevistas. Libre de
responsabilidades, con permiso para divertirse, correr, gritar, rer.
Y Sam ri, ensay una carcajada grave ms acorde con su nueva personalidad. Le sali forzada, una
especie de gorjeo, pero no le import. Se retorci el bigote creado con los hechizos del Gremio y apur el
paso. A la aventura y a rescatar a Nicholas.
Tres horas ms tarde haba perdido gran parte de su euforia del amanecer. Su disfraz de viajero
contribua a que no lo reconocieran, pero no lo ayudaba para llamar la atencin de los mercaderes y los
vendedores de caballos. Los viajeros no tenan fama de buenos clientes, pues rara vez comerciaban con
dinero, preferan el trueque de bienes y servicios.
Adems haca un calor inusual para esa poca de la primavera, con lo cual la compra de la espada en el
mercado atestado se convirti en una operacin desagradable y sudorosa en la que cada segundo pareca
durar una hora.
El regateo para conseguir montura fue peor an; enjambres de moscas por todas partes que se posaban
en los ojos y las bocas de hombres y bestias sin distincin. Con razn, pens Sameth, el rey Anstyr haba
mandado, siglos atrs, que la Feria Equina se montara a cinco kilmetros de la ciudad. La feria haba
dejado de organizarse durante el interregno, para volver a florecer en el reinado de Piedra de Toque. Las
cuadras permanentes, los corrales y los ruedos de subasta ocupaban algo ms de dos kilmetros
cuadrados, y en los pastizales que rodeaban la Feria Equina propiamente dicha haba siempre lotes de
caballos. Naturalmente, encontrar el caballo que queras comprar entre una oferta tan variada llevaba un
tiempo considerable y las pujas por los mejores caballos se disparaban hasta las estrellas. A la feria acuda
gente de todos los rincones del reino e incluso brbaros del Norte, sobre todo en esa poca del ao.
Pese al amontonamiento, las moscas y la pugna permanente, Sameth sali bastante airoso de sus dos
ajetreadas compras. De su cadera colgaba una larga espada, sencilla pero prctica, con el dedo rozaba la
spera empuadura de piel de tiburn. Una yegua zaina algo nerviosa lo segua; la rienda impeda que el
animal se rindiera a la neurosis. No obstante, pareca bastante sana y fuerte, no llamaba demasiado la
atencin y no haba resultado demasiado cara. Sam le daba vueltas a la idea de llamarla Tonin, como su
guardia menos apreciada, pero lleg a la conclusin de que aquello era una chiquillada vengativa. El
dueo anterior le haba puesto el enigmtico nombre de Retoo y con eso bastaba.
Tras abandonar el hedor y la multitud de la Feria Equina, Sam mont y condujo a Retoo a travs del
tropel, abrindose paso entre carros y buhoneros, asnos con alforjas de mimbre vacas que salan de la
ciudad y otros con las alforjas llenas que se dirigan a ella, grupos de obreros que iban a sustituir a los que
colocaban adoquines en el camino, as como todos los viandantes anodinos que pululaban por ah. No se
haba alejado mucho de la ciudad cuando lo adelant un mensajero del rey montado en un purasangre
negro que en las pujas habra alentado a los compradores a licitar como posesos, y ms tarde, pasaron
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cuatro guardias a una velocidad que slo poda mantenerse si se contaba con monturas frescas en alguna
posada del camino. En ambas ocasiones, Sam se encogi en la silla y se cal el sombrero hasta las cejas
para que le tapara la cara, pese a que el atractivo mgico no haba desaparecido.
Con la ayuda de la Gua utilsima, Sam haba decidido ya cul iba a ser su primera parada. Haba
tomado ya la Va Angosta, la que cruzaba el istmo y una Belisaere con tierra firme pues no haba otra
manera de ir. Despus proseguira por el camino en direccin sur, hacia Orquire. Haba sopesado la
posibilidad de dirigirse hacia el Oeste, a Sindle, y de all al ro Renegado, donde poda tomar una barca
hasta Qyrre. Sin embargo, la Gua utilsima mencionaba una posada muy buena en Orquire donde servan
la famosa gelatina de anguila. Y Sam tena debilidad por la gelatina de anguila y no vea por qu no poda
llegar al pueblo de Borde por la ruta ms agradable.
A partir de Orquire no tena demasiado claro cul sera la ruta ms agradable. El Gran Camino del Sur
segua la costa este durante buena parte de su recorrido, pero para llegar al pueblo de Borde haba que dirigirse hacia la costa oeste. De manera que tarde o temprano deba desviarse hacia all. Tal vez le
convendra incluso dejar los caminos reales, como los llamaban, y desde Orquire desviarse a campo
traviesa, confiando en hallar caminos y sendas menos transitados que lo llevaran en la direccin correcta.
El peligro de esa ruta radicaba en las riadas de primavera. Los caminos reales contaban en su mayora con
buenos puentes, pero las rutas rurales carecan de ellos y en esa poca algunos vados podan resultar
impracticables.
En cualquier caso, todava le quedaba tiempo para decidirlo y no deba preocuparse hasta salir de
Orquire. El pueblo se encontraba a dos das a caballo, poda dedicarse a pensar qu hara durante el
trayecto o bien esa noche, cuando se hospedara en alguna posada.
Sin embargo, la planificacin de la siguiente etapa del viaje fue lo ltimo en lo que pens Sameth
cuando por fin lleg a una aldea y a una posada que poda considerarse lo bastante alejada de Belisaere
para detenerse en ella. Haba cabalgado slo siete leguas, el sol ya se pona y l estaba exhausto. La noche
anterior haba dormido muy poco y el dolor de espalda y de muslos le recordaba que ese invierno apenas
se haba dedicado a la equitacin.
Cuando vio el cartel oscilante que proclamaba que la posada se denominaba El perro risueo, slo
atin a darle una propina al mozo de cuadra para que cuidase de Retoo y a dejarse caer en la cama de la
mejor habitacin.
Se despert varias veces en el curso de la noche, la primera para quitarse las botas y la segunda para
vaciar la vejiga en el orinal con la tapa rota que la posada le haba proporcionado con esmero. En la
tercera ocasin, despert cuando alguien llamaba insistentemente a la puerta y los primeros rayos de sol
se colaban por las persianas.
-Quin es? -rezong Sameth levantndose de la cama para ponerse las botas. Tena las articulaciones
entumecidas y se senta fatal, sobre todo porque haba dormido con la ropa puesta y apestaba a caballo-.
Es el desayuno?
Por toda respuesta siguieron llamando. Sin dejar de refunfuar, Sameth fue a la puerta esperando
encontrarse con el tonto del pueblo sonrindole y sosteniendo la bandeja del desayuno. Mas no fue eso lo
que vio sino dos hombres corpulentos que, sobre las corazas de cuero, lucan el fajn rojo y dorado tpico
del cuerpo de polica rural.
A uno de ellos, a todas luces el ms veterano, se le notaba la autoridad en el gesto adusto y en la plata
del cabello mal cortado. Tambin llevaba una marca del Gremio en la frente, de la que careca el joven
ayudante que lo acompaaba.
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LIRAEL
-Soy el sargento Kuke y ste es el agente Tep -anunci el hombre del cabello de plata rozando a
Sameth con brusquedad al entrar.
Su acompaante lo imit, cerr la puerta y la atranc.
-Qu queris? -pregunt Sam con un bostezo.
No era su intencin ser grosero, pero ignoraba por completo que aquellos hombres estuvieran
interesados en l y haban llamado a su puerta por decisin propia y no por azar. Su nica experiencia
anterior con el cuerpo de polica rural la haba tenido al ver desfilar a sus agentes o al pasar revista con su
padre en alguna comisara.
-Queremos algunos datos -dijo el sargento Kuke tan cerca de Sam que ste se percat de que el aliento
le ola a ajos y de las marcas que le haban quedado tras afeitarse recientemente la barba que le cubra el
mentn-. Empezando por su nombre y su condicin.
-Me llamo Sam y soy viajero -contest Sameth sin quitarle la vista al agente que se haba retirado a un
rincn del cuarto para examinar la espada del muchacho, apoyada en las alforjas.
Por primera vez, Sameth not la punzada de la aprensin. Tal vez esos agentes no fueran tan zoquetes
como l crea. Tal vez descubrieran quin era.
-No es frecuente que un viajero se hospede en una posada del camino. Y mucho menos en la mejor de
sus habitaciones -seal el agente apartndose de la espada y las alforjas de Sam-. Tampoco es frecuente
que d al mozo de cuadra un denario de plata.
-Tampoco es frecuente que el caballo de un viajero no lleve marcas ni smbolos del clan en las crines aadi el sargento, hablando como si Sam no estuviera all-. Y sera mucho menos frecuente toparse con
un viajero que no llevase un tatuaje de su clan. Le encontraremos uno a este muchachito si lo revisamos?
Aunque quiz sea mejor que empecemos a mirar en esas bolsas, Tep. Fjate si encontramos algo que nos
indique ante quin estamos.
-No podis revisar mis cosas! -exclam Sam, indignado.
Avanz hacia el agente y se par en seco al notar el pinchazo del acero a travs de la camisa de lino,
justo encima del ombligo. Baj la vista y comprob que el sargento Kuke empuaba con firmeza una
daga.
-Podra decirnos quin es en realidad y qu trama -dijo el sargento.
-No es asunto tuyo! -exclam Sam echando la cabeza hacia atrs con franco desdn.
Al hacerlo, el mechn que le cubra la frente se movi dejando ver la marca del Gremio.
Kuke lanz una advertencia, apunt la daga al cuello de Sam y con el brazo derecho lo inmoviliz. De
todos los temores que podan preocupar a los agentes, el portador de una marca del Gremio falsa o
corrupta era el peor, porque slo poda tratarse de un brujo de la magia libre, de un nigromante que
hubiera adoptado forma humana.
Casi al mismo tiempo, Tep abri una de las alforjas y sac una bandolera de cuero oscuro, una
bandolera con siete morrales tubulares con tamaos que oscilaban entre el de un pastillero a un bote
grande. Por los morrales asomaban los mangos de caoba oscura: no caba ninguna duda sobre el
contenido de la bandolera. Eran las campanas que Sabriel le haba enviado a Sameth. Las campanas que
l haba cerrado bajo llave en su taller y que no haba metido en el equipaje.
-Campanas! -exclam Tep, y fue tal el susto que se llev que salt hacia atrs y las dej caer, como si
acabara de meter la mano en un nido de serpientes.
No se percat de las marcas del Gremio que se amontonaban sobre la bandolera y los mangos.
-Un nigromante -murmur Kuke.
Y Sam percibi el terror en su voz; not que el sargento ya no lo sujetaba con tanta fuerza y que la
daga se alejaba de su garganta al temblar repentinamente la mano que la sujetaba.
En ese mismo instante, Sameth imagin dos marcas del Gremio, las extrajo del flujo incesante como
un pescador experto escoge su pieza del cardumen reluciente. Dej que las marcas impregnaran su aliento
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LIRAEL
y las sopl al tiempo que se lanzaba al suelo.

Una marca dio en el blanco, dejando ciego a Tep. Sin embargo, Kuke deba de ser un mago menor del
Gremio, porque contrarrest el hechizo con un encantamiento de proteccin general; al encontrarse las
dos marcas del Gremio, el aire se llen de chispas y destellos.
Antes de que Sam pudiera levantarse, Kuke lanz una estocada y la llaga se hundi en la pierna del
muchacho, justo encima de la rodilla.
El grito de Sam se uni a la bulla organizada por Tep que, desesperado, tanteaba el aire en busca de
asidero, y a los bramidos de Kuke, que no cesaba de repetir a voz en cuello nigromante y socorro.
Con eso acudiran todos los agentes en kilmetros a la redonda y cuantos guardias estuvieran en el
camino. E incluso los ciudadanos de a pie, aunque slo los ms valientes, pues se trataba de un
nigromante.
Tras la primera sorpresa producida por el dolor, cuando tuvo la impresin de que la cabeza iba a
partrsele, Sam hizo lo que le haban enseado para salvar la vida en caso de un intento de asesinato.
Dibuj mentalmente varias marcas del Gremio, dej que crecieran en su garganta y como un rugido,
lanz un hechizo mortal contra cuanto ser vivo y desprotegido hubiera en el cuarto.
Las marcas abandonaron su boca en forma de chispa incandescente, saltaron sobre los dos agentes con
fuerza descomunal. Se hizo un silencio instantneo porque Kuke y Tep cayeron al suelo, cual marionetas
sin hilos.
Sam se incorpor con dificultad y la atrocidad de lo que acababa de hacer se hizo patente por encima
del dolor. Haba dado muerte a dos hombres de su padre..., a sus propios hombres. Ellos se haban
limitado a cumplir con su trabajo. El trabajo que l tema realizar. Proteger a la gente de los nigromantes
y de la magia libre y de todo lo que...
No quiso pensar ms. El dolor volva a recorrerle la pierna y saba que deba alejarse. Aterrorizado,
recogi sus cosas, meti las malditas campanas en las alforjas, se colg la espada al cinto y sali.
Sin saber cmo, consigui bajar las escaleras y, un momento despus, se vio en la sala, rodeado de
gente que lo miraba fijamente al tiempo que se arrimaba a las paredes. Sostuvo aquellas miradas, con
firmeza enloquecida, sali cojeando y dejando huellas ensangrentadas en el suelo.
Al llegar a la cuadra, ensill a Retoo. La yegua respiraba agitadamente, con los ollares muy abiertos y
los ojos blancos de miedo tras haber olido sangre humana. La acarici con gesto mecnico para calmarla,
sus manos se movan sin tener l conciencia alguna de lo que haca.
Despus, en un tiempo que poda haber sido de un ao o de unos pocos minutos, Sam mont, espole a
Retoo, pas del trote al medio galope y, mientras ocurra todo esto, notaba que la sangre le bajaba por la
pierna como agua tibia llenndole la bota hasta rebosar por el borde superior de la caa. En el fondo de su
mente, una voz le gritaba que se detuviera para curarse la herida, pero haba otra ms poderosa que la
haca callar y lo impulsaba a seguir huyendo, huyendo de la escena del crimen.
Instintivamente se dirigi al Oeste, con el sol naciente a su espalda. Durante un buen trecho fue
zigzagueando para dejar una pista falsa, luego enfil un sendero recto, campo traviesa, en direccin a la
negra extensin del bosque que tena enfrente, a poca distancia. No le quedaba ms que alcanzarlo y all
podra ocultarse, ocultarse y curarse la herida.
Sam lleg al fin a la sombra reconfortante de los rboles. Se adentr en el bosque cuanto pudo y se
dej caer del caballo. Una punzada le recorri toda la pierna. Los rboles comenzaron a dar vueltas ante
sus ojos y sinti nuseas. La luz de la maana haba virado del amarillo al gris, como un huevo cocido en
exceso. No lograba concentrarse en el hechizo curativo. Las marcas del Gremio se le escurran de la
cabeza. Se resistan a alinearse como deban.
Todo resultaba muy arduo. Era ms fcil dejarse llevar. Caer en un dulce sueo, dejarse llevar, a la
deriva hasta la muerte.
Lstima que l conoca la muerte, conoca sus fros dominios. Comenzaba a caer en la helada corriente
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LIRAEL
del ro. De haber tenido la certeza de que la corriente iba a tragrselo y arrastrarlo hasta la cascada de la
Primera Puerta y de all hasta las siguientes, se habra dado por vencido. Mas saba que el nigromante que
lo haba quemado lo estaba esperando en el Reino de la Muerte, esperaba a un Abhorsen en ciernes
demasiado incompetente para gobernar su propio fin. El nigromante se apoderara de l, de su espritu, y
lo sometera a su voluntad, lo utilizara contra su familia, contra su reino...
El miedo creci en Sam mucho ms angustiante que el dolor. Busc otra vez las marcas del Gremio
para la curacin... y las encontr. Un calorcillo delicioso creci en sus manos debilitadas y de ellas pas a
la pierna filtrndose por el pantaln negro y mugriento. Not cmo se difunda el calor hasta llegar al
hueso, sinti que la piel y los vasos sanguneos se iban reparando mientras la magia lo devolva todo a su
debido estado.
Sin embargo, haba perdido demasiada sangre en poco tiempo, por lo que el encantamiento no
consigui sanarlo del todo. Intent incorporarse y no pudo. Reclin la cabeza y el lecho de hojas le hizo
de almohada. Hizo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos. No lo consigui. El bosque comenz a dar
vueltas y ms vueltas hasta que todo fue oscuridad.
29
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LIRAEL
El Observatorio de las clarvis

La Perra Canalla se despert de mala gana y dedic unos cuantos minutos a estirar las patas
entumecidas, a bostezar y a abrir y cerrar los ojos. Como broche de oro del ceremonial, se sacudi y fue
hasta la puerta. Lirael se qued donde estaba, con los brazos cruzados sobre el pecho y el gesto severo.
-Perra Canalla! Tengo que hablar contigo!
La perra se mostr sorprendida, ech las orejas hacia atrs con un movimiento sbito.
-No deberamos volver a casa a toda prisa? Es ms de medianoche. Las tres de la madrugada, para ser
exactos.
-No puede ser! -exclam Lirael olvidando al instante su necesidad de conversar-. Imposible! Ser
mejor que nos demos prisa!
-Aunque si quieres que hablemos -aclar la perra sentndose sobre las patas traseras e inclinando la
cabeza en la actitud perfecta de quien est dispuesto a escuchar-, como yo digo siempre, no hay mejor
momento que el momento presente.
Lirael no le contest. Corri a la puerta y al pasar al lado de la perra la agarr del collar obligndola a
levantarse.
-Aay! -ga la perra-. Estaba de broma! Me dar prisa!
-Vamos, vamos! -exclam la muchacha, y primero empuj la puerta y luego tir de ella, operacin
harto difcil porque no tena picaporte ni pomo-. Cmo se abrir, si puede saberse?
-Pdeselo -contest la perra sin inmutarse-. No tiene sentido que empujes.
Lirael solt un bufido frustrado, inspir hondo y haciendo un gran esfuerzo dijo:
-Por favor, brete, puerta.
La puerta dio la impresin de pensrselo un rato y luego, muy despacio, comenz a entreabrirse hacia
la muchacha dndole apenas tiempo para apartarse. El rugido del ro entr por la rendija acompaado de
una brisa helada que alborot el cabello chamuscado de Lirael. El viento llevaba consigo algo ms, algo
que llam la atencin de la perra, aunque Lirael no supo de qu se trataba.
-Hum -dijo la perra irguiendo una oreja hacia la puerta y el puente iluminado por obra de la magia del
Gremio que estaba ms all-. Gente. Clarvis. Posiblemente alguna ta.
-La ta Kirrith! -exclam Lirael, y el miedo le hizo dar un brinco.
Mir en derredor buscando afanosamente una salida. No la haba, slo podra regresar por el puente
resbaladizo baado por las aguas del ro. En ese preciso momento vio en el precipicio brillantes luces del
Gremio, luces opacadas por la niebla y el roco producidos por las aguas impetuosas.
-Qu vamos a hacer? -pregunt.
Y el eco de su pregunta se propag por la estancia ocupando el espacio donde deba estar la respuesta.
Lirael se volvi rpidamente pero no vio seales de la Perra Canalla. Haba desaparecido.
-Perrita? -susurr Lirael; sus ojos buscaban en vano, anegados en lgrimas-. Perrita? No me
abandones ahora.
No era la primera vez que la perra se esfumaba en cuanto aparecan testigos; cada vez que lo haca,
Lirael tema en secreto que su nica amiga no regresara nunca ms. Ese mismo miedo se apoder de ella,
se sum al terror que le provocaba lo que acababa de saber y not que se le cerraba el estmago. Tema
los conocimientos secretos que senta bullir y retorcerse dentro del libro que llevaba debajo del brazo.
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LIRAEL
Eran conocimientos que no deseaba poseer porque no eran propios de las clarvis.
Una lgrima solitaria resbal por su mejilla y la enjug de un manotazo. No iba a darle a su ta Kirrith
el gusto de que la viera llorar e inclin la cabeza para contener el llanto. La ta Kirrith siempre pona cara
de esperar lo peor de Lirael, como si en el fondo deseara que cometiese el peor de los delitos y pensara
que su sobrina jams llegara a nada. Lirael crea que la actitud de su ta obedeca al hecho de que ella no
era una clarvi normal, aunque una voz en su interior le recordaba que la ta Kirrith trataba as a cuantos no
encajaban en sus estpidas normas.
Lirael mantuvo la cabeza orgullosamente inclinada hacia atrs hasta haber puesto un pie en el puente;
entonces tuvo que mirar abajo, hacia la niebla densa y turbia y las aguas caudalosas. Sin la tranquilizadora
compaa de su perra y de sus prodigiosas patas con ventosa, el puente se extenda ante ella como la peor
de sus pesadillas. Lirael dio un paso, trastabill y comenz a balancearse. Por un instante, crey que iba a
caer y el miedo le hizo ponerse a cuatro patas. El libro del recuerdo y el olvido cambi de posicin al
moverse ella y a punto estuvo de salrsele de la camisa, donde lo llevaba metido. Lirael lo acomod otra
vez y sigui gateando por la estrecha pasarela.
Ir a gatas exiga toda su concentracin, de modo que no levant la vista hasta haber llegado casi al otro
lado. En ese momento tuvo plena conciencia de que llevaba el pelo chamuscado y la ropa empapada por
el roco, que continuaba cayendo sobre el puente. Y de que iba descalza.
Cuando por fin levant la cabeza, sofoc un grito y salt como un conejillo asustado. Las manos
providenciales de dos de las clarvis ms prximas a ella la salvaron de una cada potencialmente nefasta
en las caudalosas y fras aguas del ro Renegado.
Esas manos pertenecan, adems, a las personas que la haban asustado y de quienes Lirael jams
habra imaginado que fueran en su busca: Sanar y Ryelle. Como de costumbre, se las vea tranquilas,
hermosas y sofisticadas. Llevaban el uniforme de la guardia de los nueve das, las largas cabelleras rubias
recogidas en elegantes redecillas de pedrera y los largos vestidos blancos salpicados de estrellitas
doradas. Tambin portaban varitas de marfil y acero, indicativas de que eran la voz conjunta de la
guardia. Ninguna de las dos pareca haber envejecido un solo da desde que, al cumplir catorce aos,
Lirael las haba conocido por primera vez en la terraza. Seguan siendo cuanto Lirael crea que deba ser
una clarvi.
Todo lo que ella no era.
Ms atrs haba un tropel de clarvis. Algunas de rango, incluida Vancelle, la bibliotecaria jefa y otras
componentes de la guardia de los nueve das. Lirael las cont rpidamente y se dio cuenta de que se encontraba ante todas las componentes de la guardia de los nueve das. Cuarenta y siete, colocadas en
formacin, detrs de Sanar y Ryelle, blancas siluetas en la oscuridad del precipicio.
La ausencia de ta Kirrith era el peor de los augurios. Significaba que lo que la muchacha acababa de
hacer era digno de un castigo mucho peor que trabajo extra en la cocina. Lirael no lograba imaginar
siquiera qu tipo de castigo poda exigir la presencia de toda la guardia. Nunca haba odo comentar que
hubiesen abandonado alguna vez el Observatorio, y mucho menos todas juntas.
-Levntate, Lirael -le orden una de las gemelas.
Lirael se dio cuenta entonces de que segua a gatas, sostenida por las dos clarvis. Se levant con
cuidado, tratando de no mirar a nadie a los ojos, a esos ojos azules y verdes que, con toda certeza,
reparaban en lo pardo que eran los de Lirael.
Las palabras se le agolparon en la cabeza, pero la garganta se le cerr en cuanto fue a pronunciarlas.
Tosi, tartamude y por fin consigui susurrar:
-Yo... yo no pretenda venir aqu. Pero... ocurri. Y ya s que me salt la cena... y las rondas de
medianoche. Lo compensar de alguna manera...
Se interrumpi al ver que Sanar y Ryelle se miraban y se echaban a rer. La carcajada tena un sonido
amable, sorprendido incluso, pero ni una pizca de sorna, tal como ella haba temido.
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LIRAEL
-Al parecer hemos iniciado la tradicin de encontrarte en sitios raros el da de tu cumpleaos -dijo
Ryelle, o tal vez fuera Sanar, mientras miraba el libro que Lirael haba ocultado en la camisa y la zampona plateada que asomaba brillante por el bolsillo de su chaleco-. No te preocupes por las rondas ni por la
cena. Al parecer, esta noche has reclamado una especie de derecho de nacimiento, uno que llevaba mucho
tiempo esperando tu llegada. Todo lo dems carece de importancia.
-A qu derecho de nacimiento te refieres? -pregunt Lirael.
El derecho de nacimiento de toda clarvi era el don de la visin, y no un tro de extraos dispositivos
mgicos.
-Sabes que nunca sola entre las clarvis has aparecido en las visiones -comenz a decir la otra gemela-.
Ni por asomo, al menos hasta ahora. Mas hace una hora, nosotras, es decir, la guardia de los nueve das,
vimos que estaras aqu y tambin en otro lugar. Ninguna de nosotras sospechaba siquiera la existencia de
este puente y de la habitacin que hay ms all. Sin embargo, est claro que mientras las clarvis de hoy no
te hemos visto en las visiones, las clarvis de hace mucho te vieron lo suficiente para preparar este lugar y
los objetos que llevas. De hecho, para iniciarte.
-Iniciarme en qu? -pregunt Lirael, asustada por ser de pronto el centro de atencin-. Yo no quiero
nada! Lo nico que quiero es... es ser normal. Tener el don de la visin.
Sanar, porque fue Sanar quien haba hablado en ltimo lugar, mir a la jovencita y not su dolor.
Desde el ltimo encuentro, cinco aos antes, tanto ella como su hermana haban vigilado de cerca a Lirael
y saban ms de su vida de lo que su joven prima sospechaba. Escogi muy bien las palabras.
-Lirael, el don de la visin puede llegarte en el futuro y puede que cuanto ms tarde te llegue ms
fuerte sea. Sin embargo, por ahora te han sido dados otros dones, dones que estoy segura son
urgentemente necesarios en el reino. Y como cuantas pertenecemos a este linaje recibimos dones, tambin
cargamos con la responsabilidad de utilizarlos bien y con sabidura. Cuentas con el potencial de un gran
poder, Lirael, pero me temo que tambin te vers sometida a duras pruebas.
Hizo una pausa, contempl la densa nube de niebla que suba a espaldas de Lirael y la vista se le
nubl, al tiempo que la voz se le tornaba ms profunda, menos amistosa, ms impersonal y extraa.
-Te enfrentars a muchas pruebas en un sendero que permanece oculto, pero jams olvidars que eres
hija de las clarvis. No tendrs el don de la visin, pero recordars. Y al recordar, vers el pasado oculto, el
que encierra los secretos del futuro.
Lirael se estremeci al or aquellas palabras, pues Sanar haba hablado con la verdad de la profeca y
sus ojos brillaban con una luz extraa y fra.
-A qu te refieres con eso de duras pruebas? -pregunt Lirael, cuando los ltimos ecos de las palabras
de Sanar quedaron ahogados por el rugido del ro.
Sanar sacudi la cabeza y sonri, la visin acababa de terminar. Incapaz de hablar, mir a su hermana,
que sigui diciendo:
-Cuando te vimos aqu esta noche, tambin te vimos en otro lugar, en un sitio que llevamos aos y
aos intentando ver sin conseguirlo -dijo Ryelle-. En el lago Rojo, en una barca de juncos. El sol brillaba
alto en el cielo, por tanto sabemos que ser en verano. Te vimos bastante parecida a como eres ahora, de
manera que sabemos que estars all el verano prximo.
Contigo habr un muchacho -prosigui Sanar-. Un hombre enfermo o herido, un hombre que nos
pidieron que buscsemos para el rey. No sabemos bien dnde est ahora, ni cmo ni cundo ir al lago
Rojo. Est rodeado de fuerzas que impiden nuestra visin, y su futuro est envuelto en tinieblas. Lo que s
sabemos es que se encuentra en el centro mismo de un terrible peligro. Un peligro que lo afecta no slo a
l, sino a todas nosotras y al reino. Y estar all contigo, en la barca de juncos, en pleno verano.
-No entiendo -musit Lirael-. Qu tiene eso que ver conmigo? Me refiero al lago Rojo, a ese hombre
y a todo lo dems. Slo soy auxiliar segunda de la bibliotecaria! Qu tengo yo que ver con todo eso?
-No lo sabemos -contest Sanar-. Las visiones son fragmentarias, y una nube negra se extiende como
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LIRAEL
tinta derramada sobre las pginas de los posibles futuros. Lo nico que sabemos es que ese hombre es
importante, para bien y para mal, y que te hemos visto con l. Creemos que debes marcharte del glaciar.
Debes viajar hacia el Sur y buscar la barca de juncos en el lago Rojo y a ese hombre.
Lirael se qued mirando a Sanar, que segua moviendo los labios, pero no oa lo que le estaba
diciendo, slo le llegaba el rugido del ro. El sonido del agua cuyos torrentes indmitos pugnaban por
abandonar la montaa, por alejarse, por llegar a tierras lejanas, desconocidas.
Me echan -pens-. No tengo el don de la visin, y como ya soy mayor, me echan...
-Tambin hemos tenido otra visin en la que aparece ese mismo hombre -deca Sanar cuando Lirael
volvi a prestarle atencin-. Ven, te lo ensearemos para que lo conozcas cuando llegue el momento y
para que sepas el peligro que se cierne sobre l. Aunque no aqu... Debemos subir al Observatorio.
-El Observatorio! -exclam Lirael-. Pero si yo no... si todava no he pasado el despertar...
-Ya lo s -dijo Ryelle, conducindola de la mano-. Te resulta difcil atisbar los deseos de tu corazn
cuando no eres duea de ellos. Si el peligro no fuera tan grave o si alguna otra pudiera llevar la carga, no
insistiramos tanto. Si la visin no tuviese que ver con ese lugar que tanto se nos resiste, probablemente
podramos mostrrtelo en otro sitio. En este momento, sin embargo, necesitamos del poder del Observatorio y de la fuerza de la guardia entera.
Retrocedieron a lo largo del precipicio; Lirael iba sin protestar, flanqueada de Sanar y Ryelle. La
muchacha se percat de lo que la perra haba llamado su sentido de la muerte, una especie de presin de
todas las clarvis fallecidas y enterradas en toda la extensin del precipicio, pero le hizo mayor caso. Era
como si alguien que estuviese muy, pero muy lejos, te llamara. La pobre Lirael slo atinaba a pensar que
la estaban echando. Que volvera a quedarse sola, porque la Perra Canalla no la acompaara. Incluso
caba la posibilidad de que la perra no pudiese existir fuera del Glaciar de las Clarvis, como les ocurra a
los enviados, que eran incapaces de huir de sus ataduras.
A mitad del camino que bordeaba el precipicio, en direccin a la puerta por la que haba salido, Lirael
se sorprendi de ver un largo puente de hielo tendido sobre las profundidades. Las clarvis regresaban por
l y se metan en la profunda cueva cuya entrada se abra al otro extremo como una boca inmensa. Ryelle
se percat de que la muchacha la miraba y le explic:
-Hay muchos caminos que permiten entrar y salir del Observatorio cuando es preciso. Este puente se
disolver en cuanto hayamos cruzado todas.
Lirael asinti con aire ausente. Siempre se haba preguntado dnde se encontraba realmente el
Observatorio y muchas veces haba tratado de dar con l. En incontables ocasiones haba fantaseado con
llegar hasta l y encontrar all el don de la visin. Todas sus fantasas quedaban ahora destruidas.
Al otro lado del puente, la boca de la cueva las condujo hacia un tnel bastante empinado, construido a
golpe de pico y pala. Recorrerlo era tarea ardua y cuando al fin dej de subir, Lirael estaba acalorada y sin
aliento. Ryelle y Sanar se detuvieron y la muchacha se sec el sudor de los prpados antes de mirar a su
alrededor. Haban dejado atrs la piedra y estaban rodeadas slo de hielo, hielo azul donde se reflejaban
las luces del Gremio que portaban las clarvis. Haban llegado al centro mismo del glaciar.
Tallada en el hielo se abra una puerta, flanqueada por dos guardias vestidas con cotas de malla y
protegidas por escudos que lucan la estrella dorada de las clarvis. Las caras adustas se vean a travs de
los yelmos abiertos. Una de ellas llevaba un hacha brillante, cubierta de marcas del Gremio; la otra, una
espada que reluca ms que las luces proyectando sobre el hielo diminutos reflejos. Lirael clav la vista
en las guardias, porque era evidente que se trataba de clarvis, pero no las conoca, algo que le pareci
imposible. En el glaciar vivan menos de tres mil clarvis y ella no haba salido de all en toda su vida.
-Te veo, portavoz de los nueve das -dijo la mujer del hacha, en un tono extrao y formal-. Puedes
entrar. Mas la que va contigo no ha pasado por el despertar. Segn nuestras antiguas leyes, le est vedado
presenciar las costumbres secretas.
-No seas tonta, Erimael -la rega Sanar-. De qu antiguas leyes me ests hablando? Esta es Lirael, la
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LIRAEL
hija de Arielle.
-Erimael? -susurr Lirael escudriando el rostro severo, enmarcado por los ntidos bordes del yelmo.
Erimael se haba alistado en las tropas de asalto haca seis aos y desde entonces no se la haba vuelto
a ver. Lirael lleg a la conclusin de que haba muerto en un accidente y que se haba perdido su
despedida, del mismo modo que se haba perdido tantas otras ceremonias en las que era obligado llevar la
tnica azul.
-Las leyes son claras -insisti Erimael con la misma voz severa, aunque Lirael vio que tragaba saliva
nerviosamente-. Soy la guardia del hacha. Deber ir con los ojos vendados si quieres que pase. Sanar buf
y se volvi hacia la otra mujer para preguntarle: -Y qu opina la guardia de la espada? No me dirs que
ests de acuerdo?
-Por desgracia, s -contest la otra mujer. Lirael se haba dado cuenta de que era mucho mayor-. La
letra de la ley es estricta. Los invitados deben llevar los ojos vendados. Se considera invitado a todo aquel
que no sea una clarvi que ha pasado por el despertar.
Sanar suspir y se volvi hacia Lirael. La muchacha ya haba inclinado la cabeza para esconder su
humillacin. Poco a poco, se desat el pauelo que le cubra la cabeza, lo dobl en una banda estrecha, se
cubri los ojos y se lo at. Detrs de la suave oscuridad de la tela, llor en silencio y la venda se empap
con sus lgrimas.
Sanar y Ryelle la cogieron otra vez de la mano y Lirael not su compasin en cuanto la tocaron. No le
importaba. Aquello era peor que lo que le haba ocurrido a los catorce aos, cuando se qued sola ah de
pie, con la tnica azul, sufriendo la vergenza pblica de no ser una clarvi. Ahora la identificaban de
manera irrevocable como una extraa. Ni siquiera como una clarvi en potencia. Apenas una invitada.
Slo hizo dos preguntas mientras Ryelle y Sanar la conducan a travs de lo que pareca un pasadizo
complicado, una especie de ddalo.
-Cundo debo partir?
-Hoy -contest Ryelle mientras haca detener a Lirael y la preparaba para otra curva pronunciada
empujndola suavemente por el codo hasta enfilarla en la direccin correcta-. Es decir, lo antes posible.
Te estn preparando una barca. La hechizarn para que te lleve corriente abajo por el Renegado hasta
Qyrre. Desde all podrs conseguir que algunos agentes de polica o incluso la guardia te escolten hasta
Borde, un pueblo situado sobre el mismo lago Rojo. Debera ser un viaje rpido y sin incidentes, aunque
desearamos poder ver parte de l antes.
-Debo ir sola?
Lirael no vea nada, pese a ello not que Sanar y Ryelle se miraban mientras acordaban en silencio
quin iba a hablar. Al final, Sanar dijo:
-As has sido vista, de manera que temo que as es como tendrs que ir. Ojal fuera de otro modo.
Nosotras te llevaramos volando, pero todas las papelonaves han sido vistas en otra parte, de manera que
tendrs que ir por el ro.
Sola. Sin la compaa de su nica amiga, la Perra Canalla. Ya no le importaba nada de nada lo que
pudiera pasarle.
-Cuidado, que vienen unos escalones -le advirti Ryelle parando otra vez a Lirael-. Son unos treinta,
creo. Y luego estaremos en el Observatorio y podrs quitarte la venda.
Lirael baj mecnicamente los escalones junto con las gemelas. Causaba una gran desazn no poder
ver por dnde caminabas y algunos de los escalones parecan ms bajos que otros. Para colmo de males,
por todas partes se oa un ruido extrao, una especie de crujido, y de vez en cuando, como unos
murmullos o conversaciones amortiguadas.
Al fin llegaron a la planta baja y avanzaron una decena de pasos. Sanar la ayud a quitarse la venda.
Lo primero que not Lirael fue la luz y el espacio, luego las filas apretadas de clarvis, silenciosas,
erguidas, con sus blancas tnicas que provocaban aquel crujido tan inquietante. Se encontraba en el centro
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LIRAEL
de una inmensa cmara tallada en el hielo, una inmensa cueva casi de la misma dimensin que el Gran
Saln, tan conocido y tan odiado. Las luces de la magia del Gremio brillaban por todas partes, arrancando
destellos a las infinitas facetas del hielo de manera que no haba un solo punto oscuro.
Lirael baj la vista instintivamente en cuanto estuvo ante las dems clarvis para no tener que verles las
caras. Al espiar disimuladamente detrs del largo flequillo chamuscado, comprob que no se fijaban en
ella. Todas miraban hacia arriba. Las imit y descubri que el techo en ngulo era una inmensa y nica
plancha de hielo claro como si se tratara de una enorme ventana opaca.
-S -dijo Sanar al comprobar que Lirael miraba atentamente-. Ah es donde concentramos nuestra
visin para que todas las visiones fragmentadas se unan en una sola y todas podamos ver.
-Creo que podemos empezar -anunci Ryelle echando una mirada a las apretadas y silenciosas filas de
clarvis.
Estaban presentes casi todas las clarvis que haban pasado por el despertar, unidas en una guardia de
mil quinientas sesenta y ocho. Se dispusieron en series de crculos cada vez ms amplios, alrededor de la
pequea zona central ocupada por Lirael, Sanar y Ryelle, como un extrao huerto concntrico de rboles
blancos que dieran frutos de plata y palo.
-Comencemos! -gritaron Sanar y Ryelle, levantaron las varitas y las entrechocaron como espadas.
Lirael dio un salto cuando todas las clarvis all reunidas lanzaron un grito al unsono que se le meti en
los huesos.
-Comencemos!
Todas a una, las clarvis de los crculos ms prximos se tomaron de las manos, como en un ejercicio
de instruccin militar. Y as fueron haciendo todos los crculos, como una onda expansiva que parta del
centro hasta la ltima fila del Observatorio; despus volvieron a la inmovilidad primitiva.
-Veamos! -gritaron Sanar y Ryelle, entrechocando otra vez las varitas.
En esta ocasin, Lirael ya estaba preparada para el grito que sigui, pero no para el encantamiento que
vino despus. Las marcas del Gremio brotaron del suelo de hielo, subieron y pasaron a travs de las
clarvis del primer crculo en tal cantidad que, cuando comenzaron a rebosar, fluyeron hacia el crculo
siguiente y as hasta llegar al ltimo. Fluan como una espesa niebla dorada por los cuerpos y los brazos
de las clarvis.
Lirael contemplaba embobada cmo la magia iba creciendo y pasando de un crculo a otro, la vio
enroscarse a los cuerpos de sus primas. Vea las marcas del Gremio, senta la magia en su corazn
galopante, estaba sedienta de ella, aunque la notaba ajena, fuera de su alcance, como si no hubiese
existido antes ninguna otra magia del Gremio.
Las clarvis del crculo ms exterior se soltaron de las manos y levantaron los brazos hacia el techo
helado y altsimo. Las marcas salieron flotando de ellas y saltaron hacia arriba como polvo dorado
atrapado en un haz de luz. Al tocar el hielo, se extendieron como si fueran una esplndida pintura y el
hielo una tela en blanco, ansiosa por cobrar vida.
Los restantes crculos hicieron lo propio hasta que la magia conjurada cubri el inmenso techo de
infinitos remolinos cargados de marcas del Gremio. Todas clavaron all la vista, extasiadas; Lirael
comprob que movan los ojos, como si estuviesen viendo algo. Por ms que se esforzara, ella no vea
nada, nada ms que el remolino de magia del que no entenda una sola marca.
-Mira -le dijo Ryelle en voz baja, y la varita que tena en la mano se convirti de pronto en una botella
de brillante cristal verde.
-Aprende -dijo Sanar, y con la varita dibuj algo en el aire, sobre la cabeza de Lirael.
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LIRAEL
Acto seguido, Ryelle verti el contenido de la botella sobre Lirael. Al menos en apariencia. Sin
embargo, mientras el lquido se extenda sobre su cabeza, la varita de Sanar lo transform en hielo. Una
plancha de hielo puro y transparente, que colgaba horizontalmente en el aire, sobre la cabeza de Lirael.
Sanar dio unos golpecitos con su varita sobre la plancha de hielo y de ella brot un fulgor de un tono
azul profundo muy tranquilizador. Otro golpecito, y el azul se dirigi a los bordes. Lirael mir a travs de
l y mientras miraba, comprendi que aquella extraa plancha de vidrio suspendida en el aire la ayudaba
a ver lo que las clarvis vean. Los dibujos carentes de sentido que se haban formado en el techo de hielo
comenzaban a adquirir un significado. Cientos, tal vez miles de pequeas imgenes se unan para formar
una mayor, como los rompecabezas con los que jugaba de pequea.
La imagen resultante era la de un hombre erguido con un pie sobre una piedra. Eso fue lo que Lirael
empez a ver. El hombre miraba algo que estaba ms abajo.
Llena de curiosidad, Lirael estir el cuello para ver mejor. Not un leve mareo y a continuacin le
pareci que caa hacia arriba, a travs de la plancha de hielo azul y que llegaba al techo y entraba en la
visin. Siguieron destellos azules, not algo fro al tacto que la hizo estremecer y... se vio en el lugar de
la imagen!
Estaba junto al hombre. Oa la respiracin entrecortada y ruidosa, como de asmtico, de aquel hombre,
ola su sudor, notaba el calor y la humedad del da estival.
Y notaba el sabor venenoso de la magia libre, ms fuerte y ms abominable de lo que jams haba
imaginado, ms fuerte incluso que el que recordaba de su encuentro con el stilken. Tan fuerte, que sinti
un regusto a bilis en la garganta y tuvo que tragar saliva para no vomitar. Tan fuerte, que vio bailar ante
sus ojos una serie de puntitos.
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LIRAEL
Nicholas y la fosa
Era joven. Lirael calcul que tendra ms o menos su misma edad. Diecinueve o veinte aos. Y estaba
enfermo. Era alto; iba encorvado, como si el dolor le clavara los dientes en el centro mismo del cuerpo. El
pelo rubio, mal cortado y limpio, le formaba mechones hmedos. Rojas las mejillas, gris el contorno de
los ojos y los labios. Los ojos azules, sin brillo. En una mano sostena unos anteojos oscuros con las
patillas sujetas con alambre y uno de los cristales verdes rajados.
Estaba de pie sobre una especie de montculo de tierra suelta, los ojos miopes miraban hacia abajo,
hacia una fosa honda, un agujero enorme en el suelo. De la fosa abierta, o de lo que en ella haba, irradiaba la magia libre que provocaba la nusea de Lirael. Notaba las ondas que partan de la tierra abierta,
fras, tremendas, senta que se le metan en los huesos, le hacan rechinar los dientes.
Era evidente que la fosa haba sido cavada haca poco. Era casi tan ancha como el refectorio inferior,
en el que caban cuatrocientas personas. Por sus bordes reptaba un sendero que se perda en las negras
profundidades. Lirael no consegua calcular cuan honda era, pero pudo ver que haba gente que suba
cargada de cestas llenas de tierra y piedras y volva a bajar de vaco. Eran personas lerdas, cansadas, que a
Lirael le resultaron raras. Vestan ropas sucias y hechas jirones; pese a ello, Lirael comprob, tanto por el
corte como por el color, que no se parecan a nada de lo que haba visto. Y todos llevaban sombreros
azules o restos anudados de pauelos azules.
Lirael se pregunt cmo diablos lograban trabajar entre los efectos corrosivos y contaminantes de la
magia libre; fue entonces cuando los mir con ms atencin. Reprimi un grito de asombro e intent
retroceder, pero la visin la mantuvo en su sitio.
No eran personas. Eran muertos. Los senta ahora, senta el fro de la muerte muy cerca. Esos
trabajadores eran braceros muertos, sometidos a la esclavitud por voluntad de un nigromante. Los
sombreros azules ocultaban las cuencas vacas de los ojos, los pauelos azules impedan que las cabezas
en descomposicin se cayeran a pedazos.
Lirael contuvo el asco y las arcadas y desvi la vista hacia el joven que estaba a su lado, temerosa de
que pudiese ser el nigromante y de que la viera. Mas no llevaba marca del Gremio en la frente, ni ntegra
ni envilecida por la magia libre. Tena la frente despejada, cubierta de gotas de sudor, sucias por haberse
mezclado con el polvo que flotaba en el aire, y no vea que llevase campanas.
El muchacho levantaba la cabeza, miraba al cielo y sacuda un objeto metlico que tena en la mueca.
Una especie de ritual, pens Lirael. Y enseguida sinti pena por l y unas ganas irreprimibles de
acariciarle el cuello, justo debajo de la oreja, con la punta de los dedos. Tendi la mano pero record
dnde estaba cuando el chico habl. -Maldita sea! -mascull-. Por qu no funciona nada? Baj el brazo
pero sigui mirando hacia arriba. Lirael tambin mir y vio las nubes tormentosas que comenzaban a
amontonarse en el cielo. Siguieron algunos relmpagos, pero ni soplaba brisa fresca ni ola a lluvia. Calor
y relmpagos.
Y sin previo aviso, un rayo cegador cay en la fosa e ilumin las negras profundidades con un destello
incandescente. En ese instante, Lirael vio a cientos de braceros muertos que cavaban, cavaban con
herramientas si las tenan, y si no, con las manos putrefactas. No reaccionaron ante la cada del rayo, que
carboniz a varios, ni ante los truenos ensordecedores que siguieron casi de inmediato.
Al cabo de unos segundos, sigui otro rayo que, en apariencia, cay en el mismo lugar. Y luego otro, y
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LIRAEL
otro ms, con profusin de truenos que sacudieron la tierra bajo los pies de la muchacha.
-Cuatro en aproximadamente cincuenta segundos -dijo el hombre para s-. Aumenta la frecuencia.
Hedge!
Lirael no entendi la ltima palabra hasta que un hombre sali con paso majestuoso de la fosa y
salud. Un hombre delgado y medio calvo, ataviado con armadura de cuero y placas protectoras de acero,
lacado en rojo y oro en cuello, codos y rodillas. Una espada penda de su costado y una bandolera con
campanas le cruzaba el pecho, los mangos de negro bano asomaban por los morrales rojos. En la madera
y el cuero se movan marcas del Gremio pervertidas que dejaban a su paso un espejismo de fuego.
Pese a la distancia, heda a sangre y a metal candente. Deba de ser el nigromante al que servan los
braceros muertos, o uno de los nigromantes, porque haba muchsimos muertos. Sin embargo, no era l la
fuente de magia libre que quemaba los labios y la lengua de Lirael. Algo mucho peor que l yaca oculto
en las profundidades de la fosa.
-S, amo Nicholas? -contest el hombre.
Lirael comprob que con un ademn despeda a los dos braceros muertos que lo seguan y los
mandaba regresar a las sombras, como si no deseara que nadie los viese muy de cerca.
-Los rayos caen ms seguidos -observ el muchacho.
Y Lirael supo entonces que era Nicholas. Qu clase de hombre sera? Cmo era posible que el
nigromante lo llamara amo pese a no llevar marca del Gremio?
-Debemos de estar cerca -agreg con voz ronca-. Pregunta a los hombres si esta noche harn un turno
extra.
-Claro que lo harn! -grit el nigromante rindose de algo que slo a l le haca gracia-. Quieres
bajar?
Nicholas neg con la cabeza. Tuvo que carraspear varias veces antes de contestar a gritos:
-Me siento... me siento mal otra vez, Hedge. Me voy a echar en mi tienda. Ir despus. Pero debers
llamarme si encuentras algo. Ser metlico, creo. S, metlico y reluciente -continu con los ojos clavados
en un punto frente a l, como si lo estuviera viendo-. Dos hemisferios metlicos y brillantes, ms altos
que un hombre. Debemos encontrarlos pronto. Muy pronto!
Hedge hizo una leve reverencia, pero no contest. Sali del todo de la fosa y se dirigi a la montaa de
escombros en la que estaba Nicholas.
-Quin est a tu lado? -pregunt Hedge sealando.
Nicholas mir hacia donde sealaba, pero slo vio la luminiscencia de los relmpagos y la imagen de
los hemisferios brillantes, la imagen que vea cuando estaba despierto, como si la llevara marcada a fuego
en el cerebro.
-Nadie -murmur clavando la vista en Lirael-. Nadie. Qu cansado estoy. Pero ser un gran
descubrimiento...
-Espa! Arders a los pies de mi amo!
De las manos del nigromante saltaron miles de llamas que cubrieron el suelo, llamas rojas que
despedan un humo negro y asfixiante.
Subieron veloces la montaa de escombros como un incendio incontrolado, en direccin a Lirael.
Al mismo tiempo, la muchacha vio que Nicholas clavaba en ella la vista. Tendi la mano a manera de
saludo y dijo: -Hola! Supongo que sers otra alucinacin. La muchacha not entonces que unas manos
tiraban de ella y la devolvan al Observatorio en el instante preciso en que el fuego llegaba al sito donde
haba estado y se elevaba como una estrecha columna destructiva despidiendo un humo negrsimo.
El hielo se rompi y Lirael parpade varias veces. Cuando abri los ojos, se vio de pie, entre Ryelle y
Sanar, rodeada de fragmentos rotos, la cabeza y los hombros cubiertos de trocitos de hielo azul. -Has
visto -dijo Ryelle. No era una pregunta.
-S -contest Lirael, tremendamente inquieta tanto por la experiencia de la visin como por lo que
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LIRAEL
haba visto-. Es eso lo que se siente cuando tienes el don de la visin?

-No exactamente -contest Sanar-. En general, vemos como breves fogonazos, fragmentos mezclados
que pertenecen a muchos futuros diferentes. Se unen durante la guardia. Slo aqu, en el Observatorio,
conseguimos unificar la visin. E incluso entonces, la nica persona que lo ve todo es la que ocupa el
lugar donde ests t ahora.
Lirael pens en lo que acababa de escuchar, estir otra vez el cuello y el hielo se le col por la camisa.
El techo alto volva a ser una extensin de hielo. Volvi a mirar hacia abajo y vio que todas las clarvis se
marchaban sin pronunciar palabra ni mirar atrs. Las del crculo ms externo haban desaparecido sin que
ella se percatara, y en ese momento, las que seguan en orden salan en fila india por otra puerta. El
Observatorio parece contar con muchas salidas -pens Lirael-, muy pronto saldr yo por una de ellas y no
volver jams.
-Qu se espera de m? -pregunt Lirael obligndose a pensar en la visin.
-No lo sabemos -dijo Ryelle-. Llevamos aos intentando ver las inmediaciones del lago Rojo sin xito
alguno. Y as, de repente, te hemos visto a ti en la habitacin de abajo, la visin que te hemos mostrado y
despus, un pequesimo atisbo en el que aparecas en una barca, en medio del lago, acompaada de ese
hombre. Todas esas visiones guardan relacin entre s, est claro, pero no hemos visto nada ms.
-Ese hombre llamado Nicholas es la clave -dijo Sanar-. Y en cuanto des con l creemos que sabrs lo
que debes hacer.
-Pero est con un nigromante! -exclam Lirael-. Estn desenterrando algo terrible! No deberamos
contrselo a la Abhorsen?
-Le hemos enviado mensajes, pero la Abhorsen y el rey se encuentran en Ancelstierre, donde confan
en poder impedir un problema que probablemente tambin guarde relacin con eso que has visto en la
losa. Tambin hemos dado parte a Ellimere y a su corregente, y es posible que tomen medidas, auxiliados
por el prncipe Sameth, el Abhorsen en ciernes. Hagan lo que hagan, lo que s sabemos es que a ti te ha
tocado buscar a Nicholas. Ya s que la reunin de dos personas en un lago te parecer poca cosa. Pero es
el nico futuro que veo en este momento. Todo lo dems se nos resiste, permanece oculto, de modo que
sta es nuestra nica esperanza de evitar el desastre.
Lirael asinti, plida como un papel. Eran demasiadas cosas, estaba exhausta y ya no poda aceptar
ms emociones. Lo que s estaba claro era que, al parecer, no la echaban, sino que deba hacer algo
importante, no slo por el bien de las clarvis, sino por el del reino entero.
-Ahora deberemos prepararte para el viaje -agreg Sanar cuando not lo fatigada que estaba Lirael-.
Hay algo personal que desees llevar contigo o algo especial que podamos ofrecerte?
Lirael neg con la cabeza. Quera a la Perra Canalla aunque, al parecer, eso no era posible puesto que
las clarvis no la haban visto. A lo mejor su amiga se haba esfumado para siempre cuando el
encantamiento que le haba dado origen se encontr con algn contratiempo y desencaden su fin.
-Mi equipo para salir, supongo -murmur tras pensrselo mucho-. Y unos cuantos libros. Supongo que
tambin debo llevarme las cosas que encontr.
-En efecto -dijo Sanar, curiosa por saber exactamente de qu se trataba.
Pero no se lo pregunt porque Lirael no tena ganas de hablar de esas tres cosas porque suponan una
complicacin ms. Por qu se las haban dejado? Para qu le serviran en el mundo exterior?
-Tambin debemos equiparte con arco y espada -dijo Ryelle-. Como corresponde a la hija de una clarvi
que emprende un viaje.
-La esgrima no se me da muy bien -coment Lirael con un hilo de voz, atragantndose al or que la
llamaban hija de una clarvi. Llevaba tanto tiempo deseando or aquellas palabras que ahora le sonaban
huecas-. Pero manejo bien el arco.
Se cuid mucho de contarles que su destreza en el manejo del pequeo arco laminado utilizado por las
clarvis se deba a que practicaba disparando a las ratas de la biblioteca con flechas desmochadas para no
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LIRAEL
daar los libros. A la Perra Canalla le encantaba ir a buscar las flechas, pero las ratas no eran plato de su
devocin, a menos que Lirael se las preparara en salsa con hierbas aromticas, cosa a que la muchacha,
evidentemente, se negaba.
-Espero que no te hagan falta las armas -dijo Sanar. Sus palabras resonaron con fuerza en la enorme
caverna de hielo. Lirael se estremeci. Tuvo la impresin de que la esperanza que abrigaba Sanar sera del
todo intil. De repente haca fro. Casi todas las clarvis se haban marchado; las mil quinientas en bloque,
en pocos minutos, como si jams hubiesen estado all. Slo quedaban las dos guardias armadas que
vigilaban desde el fondo del Observatorio. Una portaba una lanza; la otra, un arco. A Lirael no le hizo
falta acercarse para saber que aqullas tambin eran armas poderosas impregnadas de magia del Gremio.
Saba que se haban quedado para asegurarse de que le vendaran otra vez los ojos. Apart la vista, se
quit la bufanda, la dobl despacio, como midiendo cada movimiento. Se la coloc sobre los ojos, se la
at a la cabeza y esper muy tiesa a que Sanar y Ryelle la cogieran de los brazos.
-Lo sentimos -dijeron Sanar y Ryelle al unsono.
Daba la impresin de que se disculpaban no slo por la venda sino por toda la vida de Lirael.
Cuando llegaron a su pequea habitacin, cerca de la Residencia de Jvenes, Lirael llevaba ms de

dieciocho horas sin dormir ni probar bocado. Se caa de cansancio, de modo que Sanar y Ryelle siguieron
sostenindola. Estaba tan exhausta que ni siquiera se dio cuenta de la presencia de ta Kirrith hasta que
sta no la recibi con un abrazo inesperado, repentino, muy apretado.
-Lirael! Qu has hecho ahora? -exclam ta Kirrith, y su voz retumb encima de la cabeza de su
sobrina, firmemente asida al cuello de su ta-. Eres demasiado joven para salir al mundo!
-Ta! -protest Lirael, tratando de soltarse, incmoda de que la tratasen como a una nia delante de
Ryelle y Sanar.
Era muy propio de ta Kirrith intentar abrazarla cuando a ella no le apeteca y no hacerlo cuando
necesitaba una demostracin de afecto.
-La historia de tu madre vuelve a repetirse -deca Kirrith, al parecer dirigindose tanto a las gemelas
como a Lirael-. Se marchar a saber dnde y se meter en todo tipo de los con vete a saber quien. I hasta
es posible que vuelvas...
-Basta ya, Kirrith! -le orden Sanar, sorprendiendo a Lirael.
Jams haba odo a nadie hablarle a Kirrith en ese tono. Su ta se mostr francamente sorprendida,
porque solt a Lirael e inspir muy hondo, con cara de ofendida.
-No puedes hablarme en ese tono, San..., Ry..., quienquiera que seas -dijo al fin ta Kirrith, tras inspirar
hondo varias veces-. Soy tutora de las jvenes y soy la que lleva aqu la voz cantante!
-Y nosotras, de momento, somos la voz de las clarvis -contestaron Sanar y Ryelle al unsono,
levantando las varitas que llevaban en la mano. Nos han conferido los poderes de la guardia de los nueve
das. Acaso pones en tela de juicio nuestro derecho, Kirrith?
Kirrith las mir, trat de inspirar ms hondo an sin conseguirlo y solt un sonoro resuello como el
sapo al que aplastan de un pisotn, que delataba, a todas luces, de una manera de reconocer la autoridad
de las gemelas, aunque no fuera suficientemente digna.
-Busca las cosas que quieres llevarte, Lirael -sugiri Sanar, dndole un toquecito en el hombro-. Pronto
deberemos bajar a la barca. Kirrith, qu te parece si hablamos un momento fuera?
Lirael asinti con gesto cansado y se dirigi al arcn donde guardaba la ropa, mientras las otras salan
y cerraban la puerta. Sin mirar, meti la mano en el interior. Toc algo duro y con los dedos lo aferr
antes de haber echado un vistazo a lo que era; cuando lo hizo, lanz un grito de sorpresa al reconocerlo.
- 165 -
LIRAEL
Se trataba de una figura de la perra tallada en esteatita, la que haba encontrado en la cmara del stilken,
la que haba desaparecido al materializarse la Perra Canalla.
Lirael la apret contra su pecho un instante y una luz de esperanza se abri paso a pesar del cansancio.
No era la perra, pero era una seal de que poda volver a invocarla. Sonriendo meti la estatuilla en el
bolsillo de un chaleco limpio y se asegur de que el hocico de esteatita no asomara por ningn lado.
Meti el espejo oscuro en el mismo bolsillo, la zampona en el otro y pas El libro del recuerdo y el olvido
a un bolsito para llevar al hombro que pareca hecho a medida para contenerlo. Guard el ratn mecnico
de emergencia en un rincn del arcn y meti tambin el silbato. Donde iba a ir no le serviran de nada.
Mientras se desvesta y se lavaba a toda prisa, dando gracias de que al cumplir los dieciocho le
hubieran asignado un cuarto ms amplio y un lavabo sencillo, Lirael consider la posibilidad de
cambiarse por completo de ropas y llevar algo que no la identificara como clarvi. Sin embargo, cuando
lleg el momento de vestirse, volvi a ponerse el uniforme de trabajo de auxiliar segunda de la
bibliotecaria. Al fin y al cabo eso es lo que era. Se haba ganado el derecho a lucir el chaleco rojo. Nadie
poda quitrselo, aunque no fuese una clarvi hecha y derecha.
Acababa de doblar alguna ropa limpia y de envolverla en la capa y estaba sopesando la utilidad que
poda tener, a finales de primavera, el grueso abrigo de lana, cuando llamaron a la puerta y enseguida
apareci Kirrith.
-No quera decir nada desagradable sobre tu madre -se explic Kirrith desde la puerta, algo ms
contenida-. Arielle era mi hermana pequea y le tena mucho cario. Pero era extravagante, no s si me
explico. Adems, tena una tendencia increble a meterse en los. Si no era una cosa, era otra... En fin... no
ha sido fcil, con mi puesto de tutora y la obligacin de meter a todas en cintura. A lo mejor no te he
demostrado... En fin, resulta difcil cuando no puedes ver cmo se sienten o cmo se sentirn los dems
con respecto a ti. Lo que quiero decirte es que yo quera a tu madre... y que tambin te quiero a ti.
-Ya lo s, ta -contest Lirael, y sin mirar atrs lanz el abrigo dentro del arcn.
Apenas un ao antes habra dado lo que fuese por escuchar esas palabras, por sentir que encajaba en
aquel ambiente. Ahora era demasiado tarde. Se marchaba del glaciar, lo dejaba como haba hecho su
madre haca aos, cuando abandon a su hija, al parecer, sin pensrselo dos veces.
Aquello era ya cosa del pasado, pens Lirael. Me lo echar a la espalda, empezar mi historia de cero.
No me hace falta saber por qu mi madre se fue ni quin era mi padre. No me hace falta saberlo, se
repiti. No me hace falta saberlo.
Al mismo tiempo que murmuraba esas palabras entre dientes, no consegua sacarse de la cabeza El
libro del recuerdo y el olvido, guardado en el bolso que penda de su hombro, ni la zampona y el espejo
oscuro, ocultos en los bolsillos del chaleco.
No le haca falta saber qu haba ocurrido en el pasado. Siempre haba estado sola entre las clarvis por
culpa de su incapacidad para ver el futuro, y ahora estaba sola tambin en otro sentido. A raz de una
perversa inversin de todas sus esperanzas y de todos sus sueos, le haba sido concedido exactamente lo
opuesto de lo que haba deseado con todo su corazn.
Porque con el espejo oscuro y los conocimientos recientemente adquiridos era capaz de ver el pasado.
31
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LIRAEL
Una voz entre los rboles

Oculto a unos pocos cientos de metros de las lindes del bosque, el prncipe Sameth yaca, tendido
como un muerto, despatarrado, all donde haba cado del caballo. Llevaba una pierna cubierta de sangre
reseca y en algunas hojas de los arbustos que se mecan al comps de la brisa se apreciaban manchas de
sangre renegrida. Slo acercndose mucho a l se notaba que segua respirando.
Mostrndose menos neurtica de lo esperado, Retoo pastaba pacficamente en las inmediaciones. De
tanto en tanto ergua las orejas y levantaba la cabeza, pero a lo largo de todo el da sigui masticando imperturbable.
Al final de la tarde, cuando las sombras comenzaron a descender de los rboles hasta extenderse y
juntarse en el suelo, la brisa se aviv aliviando los efectos del caluroso da de primavera. Acarici a Sam
cubrindolo en parte de hojas, ramitas, telaraas viajeras, cuerpos de escarabajos muertos, hierbas ligeras
como plumas.
Una hoja de hierba qued prendida a su nariz hacindole cosquillas. Lo acariciaba primero de un lado,
luego del otro, sin desprenderse. Como resultado de estos movimientos, a Sameth empez a picarle tanto
la nariz que al final solt un estornudo.
Sam se despert. Al principio crey estar padeciendo la resaca de una tremenda borrachera. Tena la
boca reseca y el aliento le ola fatal. La cabeza se le parta de dolor y las piernas le dolan todava ms.
Crey entonces que deba de haber perdido el sentido en el jardn de vete a saber quin; una situacin de
lo ms penosa. Slo se haba emborrachado de aquella manera en una ocasin anterior y entonces haba
jurado que jams repetira la experiencia.
Se dispona a dar voces, y en el mismo instante en que el graznido reseco y pattico abandonaba sus
labios, record lo ocurrido.
Haba matado a dos agentes de polica. Hombres que intentaban cumplir con su deber. Hombres con
familia y esposas. Con padres, hermanos e hijos. Esa maana seguramente haban salido de sus casas sin
la perspectiva de una muerte repentina. En ese mismo instante, sus esposas estaran esperando que
regresaran a tiempo para la cena.
No, pens Sameth, incorporndose para mirar sombramente la luz roja del sol poniente que se filtraba
entre el follaje. La pelea haba sido a primeras horas de ese da. Las esposas ya sabran que sus maridos
no regresaran nunca ms.
Poco a poco, se irgui cuanto pudo y se sacudi las hojas y las ramitas de la ropa. Tambin tuvo que
tragarse la culpa, al menos de momento. La supervivencia as lo exiga.
En primer lugar, deba cortarse la pernera del pantaln para examinar la herida. Record vagamente
haber lanzado el encantamiento que, sin duda, le haba salvado la vida, pero la herida segua fresca y
poda abrirse otra vez. Deba vendrsela, porque careca de la fuerza necesaria para lanzar otro hechizo
curativo.
Despus, se incorporara como fuese. Se pondra de pie, cogera a la fiel Retoo y se adentrara an
ms en el bosque. Le sorprenda que la polica local an no hubiese descubierto su paradero. A menos que
hubiese conseguido dejar un rastro ms confuso de lo que crea o que estuviesen esperando la llegada de
refuerzos para iniciar la bsqueda de quien consideraban un nigromante asesino.
Si los agentes de polica, o lo que era mucho peor, la guardia, llegaban a encontrarlo en ese momento,
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LIRAEL
tendra que decirles quin era, decidi Sam. Eso supondra regresar a Belisaere cubierto de oprobio y ser
juzgado por Ellimere y Jall Oren. Slo le quedaba por recorrer la senda de la vergenza y la infamia. La
otra alternativa que tena ante s era ocultar de forma deshonrosa su terrible crimen.
Ambas situaciones eran intolerables. Imaginaba la decepcin reflejada en las caras de sus padres y no
poda soportarlo. Sin duda, sacaran a relucir su incapacidad para ser el Abhorsen en ciernes y eso los
volvera locos.
Lo mejor era desaparecer. Internarse en el bosque y esconderse hasta completar su recuperacin para
proseguir luego camino al pueblo de Borde con una nueva fisonoma creada por medios mgicos, porque
estaba seguro de que Nick segua necesitando su ayuda. Al menos eso s poda hacerlo. Era imposible que
Nick estuviese en un brete peor del que l mismo se encontraba.
Result ms fcil tomar las decisiones que ponerlas en prctica. Retoo se apart de l con los ollares
dilatados en cuanto intent sujetarlo por las riendas. No le gustaban el olor a sangre ni los gruidos de
dolor que soltaba Sam de vez en cuando al apoyar sin querer todo el peso del cuerpo en la pierna herida.
Al final consigui llevarla hasta una especie de rincn sin salida, donde tres rboles le impidieron
continuar reculando. Montar fue otra odisea. En cuanto subi la pierna not una punzada de dolor que lo
hizo boquear.
Sam se enfrentaba a un nuevo problema. Oscureca raudamente y no tena idea de adonde ir. La
civilizacin y cuanto sta ofreca estaban hacia el Este, el Norte y el Sur, pero no se atreva a enfilar hacia
all sus pasos hasta no haber recuperado fuerzas suficientes para elaborar otro encantamiento con el que
cambiar su aspecto y el de Retoo. Hacia el Oeste, el bosque se presentaba lleno de senderos de dudoso
uso y destino. Tal vez encontrara en el corazn del bosque algn poblado o casas solitarias, pero no era
prudente acercarse a ellos.
Lo ms preocupante era que slo llevaba una cantimplora con agua del da anterior, un mendrugo de
pan y un trozo de cecina, las provisiones para emergencias en caso de que entre posada y posada se le
despertara el apetito. Haba dado buena cuenta de las tortas de jengibre durante el viaje.
Se puso a llover; el viento haba empujado las nubes desde el mar y caa un chaparrn breve que hizo
maldecir a Sam. El muchacho se afan con las alforjas tratando de sacar la capa. Si encima de las heridas
que tena, llegaba a pillar un resfriado, no habra manera de predecir cmo acabara. Seguramente en una
sepultura del bosque, pens con amargura, y ni siquiera cavada por manos humanas. Apenas un montn
de desechos arrastrados por el viento, entrelazados por la hierba que crecera alrededor de sus lastimosos
huesos.
Imaginaba este futuro tan deprimente cuando, al tirar de la capa, en lugar de lana, sus dedos tocaron
cuero y fro metal. Retir la mano al instante, la punta de los dedos se le haba congelado y teido de azul.
Al darse cuenta de lo que era se dobl sobre la perilla de la silla de montar y solt un sollozo cargado de
miedo y desesperacin.
El libro de los muertos. Lo haba dejado en su taller, pero se haba negado a quedarse all. Como las
campanas. Jams conseguira deshacerse de ellos, ni siquiera estando herido y solo en ese bosque
tenebroso. Lo seguiran para siempre, hasta el mismo Reino de la Muerte.
Iba a rendirse a la desesperacin cuando de la oscuridad de los rboles surgi una voz.
-Un principito perdido llorando en el bosque? Vaya, te supona con muchas ms agallas, prncipe
Sameth. Aunque cierto es que a veces me equivoco.
La voz ejerci en Sameth y en Retoo un efecto electrizante. El prncipe se irgui en la silla, lanz un
grito de dolor e intent desenfundar la espada. Retoo, tan sorprendida como su amo, emprendi un
medio galope zigzagueante entre los rboles, sin detenerse ante las ramas bajas ni pensar en su amo.
Caballo y jinete avanzaron en medio del ruido de ramas partidas, gritos y relinchos. Cubrieron as unos
quinientos metros hasta que Sameth consigui dominar a Retoo y dirigirla hacia el lugar de donde
provena la voz.
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LIRAEL
Pese a todo, logr desenfundar la espada. Ya casi se haba puesto el sol; en la oscuridad creciente, los
troncos de los rboles parecan manchas cenicientas que aguantaban las ramas de las que colgaban las
hojas como pesados racimos negros. La persona... o la cosa que haba hablado poda muy bien acercrsele
con sigilo, pero prefera enfrentarse a ella antes que acabar despedido de la silla a golpe de ramas.
La voz tena un timbre poco natural. El prncipe Sameth notaba en la boca un regusto a magia libre y
mucho se tema que fuera obra de aquella voz. Y notaba tambin algo ms. No se trataba de una criatura
muerta..., no, no era eso. Aunque poda ser un stilken o un margr, seres elementales, hijos de la magia
libre que de tanto en tanto, sedientos de vida, salan en su busca. Dese haber ledo el libro que le haban
regalado por su ltimo cumpleaos, el de Merchane, un tratado sobre sometimiento de estos seres.
Se oy un crujido de hojas en el rbol ms cercano y Sam dio un brinco y levant la espada
ponindose en guardia. Retoo piafaba, no se descontrolaba de milagro, porque su amo la presionaba
fuertemente con las rodillas. Era tanto el esfuerzo, que las punzadas de dolor le subieron a Sam por el
costado, pero no afloj.
Algo se mova, no caba duda, suba por el tronco... All estaba..., no, por all no, ms all. Saltaba de
rama en rama, a sus espaldas. Tal vez fueran ms de uno...
Desesperado, Sam intent bucear en el Gremio para extraer las seales necesarias con las que urdir un
ataque mgico. Estaba demasiado dbil, la herida era demasiado reciente, el dolor, demasiado agudo. No
consegua mantener unidas mentalmente las seales. No recordaba el hechizo que quera evocar.
Tal vez con las campanas, pens en el colmo de la desesperacin, intentar nuevos movimientos. Por
desgracia, ignoraba cmo utilizar las campanas contra los muertos, por no mencionar a los seres de la
magia libre. Le tembl la mano slo de pensar en la posibilidad de usarlas y se acord de la muerte. Al
mismo tiempo, naci en l una fiera determinacin. Por ms que la mala suerte se hubiese ensaado con
el, no tirara la toalla ni se dejara morir. Tena miedo, no lo negaba, pero era prncipe de la familia real,
hijo de Piedra de Toque y Sabriel, vendera su vida al precio ms alto que le permitieran sus fuerzas.
-Quin se dirige al prncipe Sameth? -grit; las palabras resonaron speras en el bosque sumido en la
penumbra-. Djate ver antes de que te lance un hechizo que te destruya por completo!
-Resrvate el teatro para los que se dejan amendrentar por las fantasmadas -contest la voz, esta vez
acompaada del destello de dos brillantes ojos verdes que, desde lo alto de una rama, encima de la cabeza
de Sam, captaron los ltimos rayos de sol-. Y puedes considerarte afortunado de que no sea ms que yo.
Has ido dejando detrs de ti sangre suficiente para convocar a un par de hormagantes.
Tras pronunciar el discursillo, un gatito blanco salt del rbol, se impuls desde una rama baja y
aterriz a prudente distancia de las pezuas de Retoo.
-Zapirn! -exclam Sam, mirndolo de reojo, con mareante incredulidad-. Qu haces t aqu?
-Buscarte -dijo el gato-. Debera resultarle claro como el agua incluso al ms zopenco de los prncipes.
El leal siervo de la Abhorsen, ese soy yo. Dispuesto a hacer de canguro sin previo aviso. En donde sea.
Sin ningn problema. Anda, baja de ese caballo y prepara una fogata, no sea que de veras haya
hormagantes rondando por aqu. Supongo que no habrs tenido la previsin de traer algo que comer,
verdad?
Sameth neg con la cabeza y se sinti recorrido por una corriente que no poda considerar lo bastante
positiva para calificarla de alivio. Zapirn era un siervo de la Abhorsen, pero tambin era un ser producto
de la magia libre, dotado de un antiguo poder. El collar rojo que llevaba, incrustado de marcas del
Gremio, y la campana en miniatura que de l colgaba, eran los signos visibles del poder que lo haba
engendrado. En otros tiempos haba sido Saraneth, la sojuzgadora, la que taa en ese collar. Desde que
Kerrigor fuera derrotado, la campana que mantena sometido a Zapirn era una pequea Ranna. Ranna la
adormecedora, la primera de las siete campanas.
Sameth prcticamente no haba hablado nunca con Zapirn, puesto que el extrao felino slo haba
estado despierto en una ocasin cuando el prncipe visit la Casa de la Abhorsen y de eso haca diez aos.
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LIRAEL
Como hizo en la ocasin ms reciente, el gato se haba despertado el tiempo suficiente para robarle a
Piedra de Toque el salmn que acababa de pescar y le haba dirigido unas cuantas palabras al nio de
siete aos que contemplaba atnito cmo el gato eternamente durmiente se apoderaba de un pescado
tan grande como l, dispuesto en una bandeja de plata.
-No lo entiendo -murmur Sameth desmontando de su yegua con mucho cuidado-. Te ha enviado mi
madre a buscarme? Cmo consigui despertarte?
-La Abhorsen -contest Zapirn cuando por fin dej de limpiarse la pata a lametazos con aire
majestuoso- no tuvo que ver directamente en ello. Como llevo tanto tiempo unido a esta familia,
sencillamente me entero de cundo se requieren mis servicios. Por ejemplo, cuando aparece un nuevo
juego de campanas, sugestivo de que un Abhorsen en ciernes est listo para heredarlas. Tras despertarme,
me limit a seguir las campanas.
Mas no fue el regreso de las campanas de Cassiel lo que me arranc del sueo -prosigui Zapirn,
pasando a limpiarse la otra pata-. Ya estaba despierto. Algo ocurre en el reino. Se estn desvelando cosas
que llevaban mucho tiempo dormidas, o las estn desvelando y las olas provocadas por su despertar han
llegado hasta la Casa de la Abhorsen, porque todo lo que despierta, amenaza a la Abhorsen...
-De qu se trata exactamente? -lo interrumpi Sam, presa de ansiedad-. Mi madre dijo que tema que
algn mal antiguo planeara cosas terribles. Pens que poda tratarse de Kerrigor.
-Tu to Rogir? -inquiri Zapirn, como si acabaran de mencionarle a un pariente excntrico y no al
temible adepto y muerto mayor en el que Kerrigor haba acabado convirtindose-. Ranna lo tiene mucho
mejor atado que a m. Duerme en las profundidades del ms profundo stano de la Casa de la Abhorsen.
Y all seguir durmiendo hasta el final de los tiempos.
-Ah -suspir Sam, aliviado.
-A menos que lo que se est desperezando lo despierte tambin -aadi Zapirn, pensativo-. Y ahora
explcame por qu mi viaje de placer a Belisaere y mi visita a sus justamente famosas lonjas de pescado
se han visto de pronto interrumpidos por la excursin hasta este bosque. Dnde crees que vas y por qu
vas hacia all?
-Voy en busca de mi amigo Nicholas -le explic Sam notando que los verdes ojos de Zapirn lo
traspasaban en busca de las razones ms profundas que el muchacho se empeaba en ocultarse a s
mismo.
Desvi la vista y con unas ramas y varios puados de hojarasca form un montoncito al que prendi
fuego frotando contra la bota uno de los fsforos que llevaba.
-Y quin es Nicholas? -pregunt Zapirn.
-Un ancelstierrano, amigo mo del colegio. Me tiene preocupado porque el pobre no tiene ni idea de lo
que es esto. Ni siquiera cree en la magia del Gremio, ni en ningn otro tipo de magia, por cierto -coment
Sam mientras echaba ramas ms gruesas al fuego-. Piensa que todo tiene una explicacin cientfica, como
en Ancelstierre. Pese a que los muertos nos atacaron cerca de la Frontera, se neg a aceptar que no hay
ms explicacin que la magia. Es muy tozudo. Cuando se le mete una idea entre ceja y ceja, no cambia de
parecer hasta que no se lo pruebas mediante las matemticas o algo que considere aceptable. Y en
Ancelstierre es importante, porque se trata del sobrino del Ministro Supremo. Lo digo porque tal vez
sepas que mis padres se disponen a negociar...
-Y dnde est el tal Nicholas? -lo interrumpi Zapirn entrecerrando los ojos.
Sameth vio un instante las llamas reflejadas en ellos antes de que el gato entornara los prpados y se
estremeci. En los ojos de algunas criaturas muertas, esas llamas no se perciban como un reflejo.
-Deba esperarme para que me reuniera con l en el Muro, pero ya lo ha cruzado. Al menos es lo que
me deca en su carta. Contrat a un gua y de camino a Belisaere pensaba ir en busca de una antigua
leyenda llamada celada de rayos -prosigui Sameth echando un tronco al fuego-. No s de qu se trata
ni cmo se enter de su existencia; al parecer, se encuentra del pueblo de Borde. Y, como no poda ser de
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LIRAEL
otra manera, es justo donde mis padres piensan que se encuentra el enemigo.
Su voz se fue apagando poco a poco cuando se dio cuenta de Zapirn no daba muestras de estar
escuchndolo.
-La celada de rayos, cerca del lago Rojo -mascull Zapirn entrecerrando los ojos-. El rey y la
Abhorsen estn en Ancelstierre, tratando de impedir que una gran multitud encuentre la muerte. Un amigo
del Abhorsen en ciernes, un prncipe, si as puede llamrsele, al otro lado del Muro. Las clarvis ciegas
slo ven visiones en las que la ruina es completa... Esto no presagia nada bueno; tantas relaciones no
pueden ser mera coincidencia. La celada de rayos. No he odo precisamente ese nombre, pero algo se
mueve... El sueo se apodera de mi memoria y la embota...
A medida que Zapirn hablaba, su voz se iba suavizando, se transformaba en una especie de ronroneo.
Sam esper a que el gato dijera algo ms y entonces cay en la cuenta de que el ronroneo se haba
convertido en ronquido. Zapirn se haba quedado dormido.
Sam se estremeci, aunque no de fro, y ech ms lea al fuego, porque su calor lo reconfortaba. Haba
dejado de llover, o en realidad nunca se haba puesto a llover del todo. Cuatro gotas y un ligero descenso
de la temperatura. No eran buenas noticias para Sam, que habra preferido encontrarse bajo una lluvia
torrencial. Los ltimos das haba hecho un calor fuera de lo comn para esa poca del ao, un calor de
pleno verano a finales de la primavera, y chaparrones aislados que no llegaban nunca a ser tormentas de
verdad. Aquello significaba que los torrentes de primavera se quedaran secos antes de tiempo. Y que los
muertos podan viajar a su antojo a lugares distantes al no verse confinados por las corrientes de agua.
Mir otra vez a Zapirn y peg un salto al comprobar que un ojo brillante lo vigilaba y en l se
reflejaba la luz del fuego, mientras el otro segua firmemente cerrado.
-Cmo te has hecho la herida? -ronrone el gato en voz baja, y sus palabras se confundieron con el
crepitar del fuego.
Hablaba como si ya conociera la respuesta pero quisiera, no obstante, confirmar algn aspecto.
Sam se puso rojo, agach la cabeza y entrelaz las manos en actitud de plegaria.
-Me pele con dos agentes de polica. Me tomaron por un nigromante. Las campanas... -su voz se
apag, trag saliva.
Zapirn sigui mirndolo fijamente con aquel ojo sardnico, era evidente que quera or ms.
-Los mat -susurr Sam-. Con un hechizo mortal.
Se hizo un largo silencio. Zapirn abri el otro ojo y bostez; la boca rosada dej al descubierto unos
dientes blanqusimos y afilados.
-Idiota. Eres peor que tu padre. La culpa, la culpa, otra vez la culpa -dijo reprimiendo a duras penas el
bostezo-. No los mataste.
-Cmo! -exclam Sam.
-No puedes haberlos matado -insisti Zapirn dando varias vueltas sobre s mismo para aplastar las
hojas y hacerse una yacija ms cmoda-. Tratndose de siervos que han prestado juramento a la Corona,
un encantamiento especial del monarca los protege incluso de los hijos dscolos de ste. Pero ojo, de
haberse tratado de cualquier otro inocente, lo habras fulminado. Qu torpeza la tuya, mira que usar ese
hechizo...
-No lo pens -dijo Sam, inexpresivo.
Sinti un alivio enorme de no ser un asesino. Ahora poda enfadarse sin problemas con Zapirn por
tratarlo como a un colegial atolondrado.
-No hace falta que lo digas, porque se nota a la legua -convino Zapirn-. Adems, todava no has
empezado a pensar. Si hubiesen muerto, lo habras notado. Eres el Abhorsen en ciernes, que el Gremio
nos ampare.
Sam se trag la respuesta airada al darse cuenta de que el gato tena toda la razn. No haba sentido la
muerte de los policas. Zapirn segua observndolo con los ojos entrecerrados, como si no le tuviese
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LIRAEL
ninguna confianza.
-Una espiral tras otra -murmur el gato-. Una pulga tras otra, los idiotas traen al mundo ms idiotas...
-Qu?
-Hum, estoy pensando -murmur Zapirn-. Deberas intentarlo t tambin, para variar. Despirtame
por la maana. Es posible que te cueste un triunfo.
-S, mi seor -dijo Sam con todo el sarcasmo de que fue capaz.
Zapirn ni se inmut, pareca profundamente dormido.
-Siempre me he preguntado por qu pap deca que a ti las botas te venan pequeas -agreg Sam,
estirando la pierna para comprobar si el vendaje estaba bien.
No aadi que a los siete aos, al llegar a la escuela de Ancelstierre, haba sealado un dibujo de El
gato con botas y en voz alta haba repetido algo que haba odo a su padre decirle a Sabriel: A tu
puetero gato las botas le vienen pequeas. Aquella haba sido tambin la primera vez que le pusieron el
gorro de burro y lo mandaron al rincn. Puetero era una palabra vulgar, desterrada del vocabulario
tenido por aceptable para los jvenes caballeritos del Colegio de Estudios Primarios Thorne.
Zapirn no se molest en contestar. Sam le sac la lengua y, saltando sobre la pierna sana, arrastr un
pedazo de tocn medio podrido y lo ech al fuego. El tocn ardera hasta el amanecer, aunque por las dudas, rompi algunas ramas de las que haba tiradas por el suelo y las amonton a su lado.
Se acost, con la espada a mano y la silla de Retoo a manera de almohada. Haca una noche clida, no
precis taparse con la capa ni con el maloliente sudadero de Retoo. La yegua dormitaba no lejos de su
improvisada cama; la haba maneado para impedir que emprendiera alguna de sus nerviosas aventuras.
Zapirn dorma junto a Sam, con ms aspecto de perro de caza que de gato.
Por unos instantes, Sam pens en velar y montar guardia, pero tenan tan pocas fuerzas que ni siquiera
poda mantener los ojos abiertos. Adems, se encontraban en el corazn del reino, cerca de Belisaere. Al
menos en los ltimos diez aos, aquellos parajes haban sido seguros. Por ventura, qu podra alterar esa
calma?
Muchas cosas, pens Sam, mientras el sueo libraba una batalla contra su percepcin de los sonidos
ms sutiles que flotaban en el bosque nocturno. Las palabras enigmticas de Zapirn lo haban dejado
muy preocupado, y segua catalogando potenciales horrores y asocindolos a los ruidos cuando el
cansancio se apoder de l y se qued dormido.
Lo despert la caricia del sol que se filtraba a travs del espeso dosel de los rboles. El fuego segua
ardiendo y el humo se elevaba en el aire dibujando volutas hasta que Sam se incorpor, entonces cambi
de direccin y le fue directo a la cara.
Zapirn segua dormido, enroscado en una apretada bola blanca, casi sepultado en las hojas.
Sam bostez e intent ponerse en pie. Se haba olvidado de la herida de la pierna, que ahora notaba tan
agarrotada que se dej caer al suelo soltando un grito de dolor. Al orlo, Retoo dio un brinco hasta donde
se lo permitieron las maniotas y puso los ojos en blanco. Sam comenz a murmurarle palabras cariosas
para calmarla al tiempo que se apoyaba en un robusto arbolito para ponerse de pie.
Zapirn no se despert ni en ese momento ni ms tarde, sigui durmiendo plcidamente hasta que Sam
hubo terminado de vendarse la herida y lanzar un pequeo hechizo del Gremio para calmar el dolor y
mantener a raya la infeccin. El gato sigui durmiendo incluso cuando Sam sac algo de pan y cecina con
los que desayun frugalmente.
Cuando termin de comer, Sam cepill a Retoo y luego la ensill. Slo le quedaba tapar los restos de
la fogata, por lo que decidi que haba llegado la hora de soportar otra dosis de insultos del mordaz felino.
-Zapirn! Despierta!
El gato ni se movi. Sam se acerc un poco y volvi a gritar: -Despierta!
Pero a Zapirn no se le movi ni un pelo del bigote.
Al final, cogi al gato del collar y lo sacudi despacio. Aparte de notar el zumbido y la interaccin de
- 172 -
LIRAEL
la magia libre y la del Gremio, nada ocurri. Zapirn sigui durmiendo.

-Qu tengo que hacer para que te levantes? -pregunt Sam, mirndolo desde arriba.
Esta aventura, o este rescate, para ser ms precisos, se le estaba yendo de las manos. Apenas llevaba
tres das fuera de Belisaere y ah estaba, apartado del camino principal, herido y en compaa de un ser
producto de la magia libre que poda llegar a convertirse en muy peligroso. Su pregunta le plante otra
que haba tratado de evitar: Qu iba a hacer ahora?
No esperaba respuesta a ninguna de las dos preguntas, pero al cabo de mi momento, el gato, en
apariencia dormido, solt una contestacin apagada:
-Ponme en la silla de montar. Despirtame cuando encuentres algo decente para comer. A ser posible,
pescado.
-De acuerdo -contest Sam encogindose de hombros.
Levantar al gato sin mover la pierna herida result tarea difcil, pero al final lo consigui. Acun a
Zapirn en el hueco del antebrazo y con delicadeza lo deposit en la alforja izquierda, despus de
comprobar que no fuera la que contena las campanas y El libro de los muertos. No le haca gracia la idea
de que los tres estuvieran juntos, aunque no conoca ningn impedimento para que se reunieran.
Al final, Zapirn qued cmodamente instalado, asomando apenas la cabeza.
-Cabalgar con rumbo al Oeste por este bosque, luego a campo traviesa hasta el bosque de Sindle -le
explic Sam acomodando el estribo y metiendo en l el pie, listo para montar-. Cruzaremos el bosque de
Sindle hasta el ro Renegado. Seguiremos su curso hacia el Sur hasta que consigamos una barca que nos
lleve a Qyrre. Desde all no deberamos tardar mucho en alcanzar el pueblo de Borde y, con un poco de
suerte, encontraremos a Nick enseguida. Te parece buen plan?
Zapirn no le contest.
-De modo que nos pasaremos uno o dos das en este bosque -continu Sam mientras reuna fuerzas
para tomar impulso y montar. Le gustaba hablar en voz alta de sus planes, de esa manera se le hacan ms
reales y sensatos. Sobre todo cuando Zapirn dorma y no poda criticrselos-. Cuando abandonemos el
bosque, seguro que encontramos una aldea o un campamento de carboneros o algo as. Nos vendern lo
que necesitemos hasta cruzar el bosque de Sindle. Probablemente, una vez all, nos encontremos con
leadores o gente por el estilo.
Dej de hablar para montar y tuvo que reprimir un grito de dolor. La herida de la pierna no le
molestaba tanto como el da anterior, pero segua dando la lata. Y estaba un poco mareado, como si
tuviese la cabeza en una nube. Tendra que ir con cuidado.
-Por cierto -dijo, azuzando a Retoo para que echara a andar-, anoche me diste la impresin de que
sabas algo sobre la celada de rayos que Nick fue a buscar. No te hizo ni pizca de gracia orla nombrar,
pero te quedaste dormido antes de contarme nada ms. Me preguntaba si tiene algo que ver con el
nigromante...
-Un nigromante? -fue la respuesta inmediata que maull Zapirn saltando de la alforja y
acurrucndose delante de Sam mirando en todas las direcciones mientras se le erizaban los pelos del
lomo.
-Que no est aqu. Deca que empezaste a hablar de la celada de rayos y que me preguntaba si tena
que ver con Chlorr de la Mscara o el otro nigromante, el que... bueno, el otro al que me enfrent.
-Uff! -le solt Zapirn con aire sombro volviendo a meterse en la alforja.
-Dime algo, pues! -exigi Sam-. No puedes pasarte el da durmiendo!
-Ah, no? -pregunt Zapirn-. Puedo pasarme un ao entero durmiendo. Sobre todo cuando no hay
pescado, un detalle del que has olvidado ocuparte.
-Qu es la celada de rayos? -exigi saber Sam, tirando suavemente de las riendas para que Retoo se
desviara ms hacia el Oeste, por un sendero bien trillado.
-Ni idea -contest Zapirn en voz baja-. Pero no me gusta nada como suena. Una celada de rayos.
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LIRAEL
Una cosechadora de rayos? Es imposible que se trate de...

-De qu? -pregunt Sam.
-Probablemente no sea ms que una coincidencia -dijo Zapirn medio amodorrado mientras los ojos se
le volvan a cerrar-. A lo mejor tu amigo slo va a ver un sitio donde los rayos caen con ms frecuencia de
la debida. Aunque aqu hay en juego ciertos poderes, poderes que detestan cuanto est relacionado con el
Gremio, los linajes y los pilares. Barrunto confabulaciones y planes pergeados desde tiempos
inmemoriales, Sameth. No me gusta nada. No me gusta nada de nada.
-Y entonces qu hacemos? -inquiri Sam, presa de la ansiedad.
-Buscar a tu amigo Nick -susurr Zapirn con voz cada vez ms apagada, muy amodorrado-. Antes de
que tu amigo encuentre... lo que quiera que busque.
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LIRAEL
Cuando el muerto echa a andar,

corrientes de agua has de buscar
Impulsado por el alarmante presentimiento de Zapirn, Sam espole a Retoo con todas sus fuerzas y
abandon el bosquecillo sin nombre antes de lo calculado, la noche del primer da; a continuacin, cruz
las verdes colinas y los campos labrados. Aquella regin formaba parte de las Tierras del Centro del
Reino Antiguo, un ancho cinturn salpicado de pequeas aldeas, granjas y rebaos de ovejas, que se
extenda hacia el Oeste casi hasta llegar a Estwael y Olmond. Aparte de Sindle, en el Norte no haba ms
poblados hasta Yanyl, a veinte leguas de la margen derecha del Renegado. Aquella regin, mayormente
despoblada durante el interregno, haba conseguido recuperarse con rapidez bajo el reinado de Piedra de
Toque, pero segua contando con muchos menos habitantes que en el perodo de apogeo del reino.
Dado que su anterior disfraz le resultaba ms bien una carga, Sam deshizo el hechizo del Gremio con
el que se haba convertido en viajero y recuper su apariencia normal. Retoo estaba bien como iba, las
palas cubiertas de barro y un aspecto de lo ms corriente. El joven prncipe distaba mucho de parecer lo
que era dado con la ropa sucia y mojada de sudor, y resultaba difcil ver en l al Sam al que todos estaban
habituados. Se haba inventado una historia en caso de que le preguntaran algo. Dira que era el hijo
menor de un capitn de la guardia mercante de Belisaere, en viaje desde el Norte, para visitar a un primo
cerca de Chasel, que iba a emplearlo como criado.
Se cambi otra vez la venda y consigui calzarse los pantalones de recambio, para que las manchas de
sangre no delataran que lo haban herido. No consigui disimular la cojera, aunque con el sombrero tuvo
mejor suerte, porque haba sufrido la humillacin de que le cortaran el ala por la mitad, con lo cual tapaba
menos la cara y llamaba menos la atencin.
Nada ms salir del bosque, llegaron a un pueblo, o ms bien un casero, porque slo contaba con siete
casas. No obstante, cerca de all haba un pilar del Gremio. Sam notaba su presencia, en algn punto,
detrs de las casas. Sinti la tentacin de acercarse y utilizarlo para que lo ayudara a preparar otro hechizo
curativo ms potente, pero de ese modo llamara la atencin de los habitantes del casero.
No haba posadas. Y pese a que conseguir una cama mullida era vana esperanza, se las arregl para
comprar algo de pan casi fresco, un conejo recin guisado y varias manzanas dulces a una mujer que
llevaba un carro lleno de provisiones a su granja.
Zapirn durmi todo el tiempo que dur el regateo, oculto debajo de la solapa de la alforja, atada con
un nudo flojo, lo cual era un alivio. Sam no tena la ms remota idea de por qu el gato blanco viajaba con
l. Lo mejor era no preguntrselo siquiera.
El prncipe Sameth sigui cabalgando hasta que se hizo de noche y Retoo comenz a meterse en el
barro que cubra los lados de lo que, al parecer, era un camino. No se vea nada. Ech mano de la magia
del Gremio para confeccionar una luz y encontraron un almiar con un hueco en un lado y lo usaron como
refugio. Zapirn sigui durmiendo, ajeno al hecho de que Sam quitara las alforjas y parte del barro de sus
botas y de su cabalgadura.
El muchacho intent despertarlo para preguntarle ms cosas sobre la celada de rayos. La campana que
mantena hechizado a Zapirn funcionaba a las mil maravillas y su taido sooliento se oa cada vez que
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LIRAEL
el gato se mova como si fuera a despertarse. La miniatura de Ranna consegua incluso que a Sam le
entrara modorra cuando se acercaba demasiado a ella, as que se ech al lado del gato, se acomod lo
mejor que pudo y se qued dormido.
El da siguiente fue ms o menos como el primero. Como era lgico, teniendo en cuenta la delgada
yacija de paja en la que haba dormido, a Sam no le cost nada levantarse antes del amanecer y obligar a
Retoo a cabalgar a un ritmo ms rpido de lo que a la yegua le agradaba.
Poca gente se cruz en el camino de Sam, si es que a aquello poda llamrsele camino, porque apenas
alcanzaba la categora de sendero de tierra batida; el muchacho habl poco con esas personas aunque lo
hizo con amabilidad y dulzura, por temor a que lo descubriesen. Deca lo suficiente para no llamar la
atencin cuando compraba comida o preguntaba cul era la mejor manera de cruzar el bosque de Sindle y
llegar al Renegado.
Se llev un susto maysculo en una aldea, donde se haba detenido a comprar algo de grano para
Retoo y una bolsa de cebollas y pastinacas para l. Dos agentes de polica se acercaron a caballo sin
aminorar el paso, lo saludaron y enfilaron hacia el Este. Al parecer, no haba comenzado a correr la
noticia de que un peligroso nigromante anduviera suelto ni de que un prncipe hubiera desaparecido, o
eso, o l no tena aspecto de ser ni lo uno ni lo otro. Fuera cual fuese el motivo, Sam se sinti agradecido.
A rasgos generales, fue un viaje sin incidentes, aunque muy cansado. Sam pasaba gran parte del
tiempo pensando en Nick, en sus padres v en sus propios defectos. Y esos pensamientos lo llevaban
siempre al enemigo. Cuanto ms pensaba, ms se convenca de que el nigromante que le haba causado
las quemaduras era el artfice de los problemas que aquejaban al reino. Aquel nigromante tena poderes
suficientes, lo haba demostrado al tratar de atrapar y dominar a Sam.
Sobre todo, Sameth no dejaba de darle vueltas a lo que deba hacer y a lo que poda ocurrir. Imagin
varias situaciones horrendas y, por ms que se estrujaba los sesos, no se le ocurra cul poda ser la mejor
manera de solucionarlas si llegaban a hacerse realidad. A medida que transcurran los das, imaginaba
cosas peores y aumentaba su conviccin de que Nicholas deba de haberse topado con algo maligno en la
celada de rayos. Tal vez con la muerte.
A los cuatro das de su encuentro con los policas, Sam lleg a lo alto de una colina desde donde divis
las verdes lindes umbras del antiguo bosque conocido con el nombre de Sindle. Pareca ms grande, ms
sombro y ms abandonado que el bosquecillo donde haba encontrado a Zapirn. Los rboles eran ms
altos, al menos los que l vea en las lindes, y no alcanzaba a distinguir sendero alguno.
Sam contemplaba el bosque pero sus pensamientos estaban muy lejos de all. La situacin de Nick le
pesaba como una losa, lo mismo que la presencia de El libro de los muertos y las campanas. Se trataba de
cosas que ahora estaban ntimamente relacionadas, porque la cuestin era que si Sam quera rescatar a
Nick, si su amigo se encontraba en aprietos, la nica esperanza que le quedaba era convertirse en un hbil
Abhorsen. Si el enemigo se haba apoderado de Nick, probablemente lo utilizara para chantajear al
Ministro Supremo de Ancelstierre y poner trabas al plan con que Sabriel y Piedra de Toque queran
impedir la matanza de los sureos, la consiguiente invasin de los muertos y la posible cada del Reino
Antiguo y...
Sam lanz un suspiro y volvi la mirada hacia las alforjas. Su imaginacin estaba desbocada. Fuera
cual fuese la situacin, deba hacer un esfuerzo supremo para leer el libro y ser un salvador y no un
simple idiota que cabalgaba derechito hacia el desastre, la muerte o la esclavitud.
Caba siempre la posibilidad de que Zapirn mintiera. Sam sospechaba del gato y recordaba
vagamente que el felino jams abandonaba la Casa de la Abhorsen sin la Abhorsen. Cierto era que Sabriel
no poda habrselo llevado a Ancelstierre en su misin diplomtica y caba la posibilidad de que le
hubiera otorgado la libertad de salir de la casa. Por otra parte, Sabriel guardaba el anillo con que poda
controlar al ser de la magia libre en que Zapirn poda convertirse en caso de que fallara el hechizo
vinculante que lo dominaba. Si la criatura que Zapirn llevaba dentro llegaba a soltarse, matara a cuanto
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LIRAEL
Abhorsen se cruzara en su camino. En este caso, a Sam. Sabriel no habra dejado salir al gato sin
asegurarse al mismo tiempo de que le llevara el anillo a Sam.
A lo mejor, el hecho de que su madre no estuviese en Ancelstierre, al otro lado del Muro, haba
permitido a Zapirn hacer lo que le vena en gana.
O tal vez Zapirn haba sido sobornado por el enemigo con el fin de guiar a Sameth hacia la muerte...
Concentrado como iba en sus amargos pensamientos y en manejar a Retoo lo mejor posible a medida
que bajaban la colina, el fro estremecimiento que le recorri la espina dorsal lo pill por completo
desprevenido. En ese mismo instante, sinti que lo vigilaban. Algo muerto lo vigilaba.
Raudo acudi a su memoria el antiguo poemita que tantas veces le haban hecho repetir cuando era
nio:
Cuando los muertos echan a andar
corrientes de agua has de buscar.
Porque del agua el muerto huye
sea ancho ro o cazo que bulle.
A falta de agua, busca el fuego.
Si ambos fallan, se acab el juego.
Y mientras iba repitiendo mentalmente los versos, Sam mir el sol. Le quedaba algo ms de una hora
de luz. Acto seguido, busc agua corriente, un arroyo o un ro, y vio un reflejo plateando entre las
sombras, cerca de las lindes del bosque. A mayor distancia de la que hubiera deseado.
Espole a Retoo en esa direccin y not que el miedo creca en sus entraas recorrindole hasta el
ltimo msculo. No vea a la criatura muerta, pero estaba cerca. Notaba su espritu como quien siente la
palma de una mano hmeda y pegajosa. Para colmo, deba de tener mucha fuerza, de lo contrario no se
habra arriesgado a salir antes de ponerse el sol.
A Sam se le doblaron las rodillas, reflejo de la urgente necesidad de atizar a Retoo para que echara a
galopar. Por desgracia, hubo de contenerse, porque seguan bajando la colina por terreno accidentado. Si
Retoo llegaba a caer sobre l, quedara atrapado y sera presa fcil del muerto...
No. Lo mejor era no pensar en eso. Volvi a observar los alrededores y entrecerr los ojos cuando su
mirada top con la bola rojiza y amarilla del sol en el horizonte. La criatura se encontraba en algn lugar
a sus espaldas..., no..., a su derecha.
Sam estaba al borde de la histeria cuando constat que las criaturas eran dos, tal vez ms. Deban de
ser los braceros fantasmas que se escabullan entre las piedras, al amparo de las sombras, y lo hacan con
tanto sigilo que era imposible verlos hasta que se lanzaban al ataque.
Tante la alforja y la abri. Si no lograba llegar a tiempo hasta una corriente de agua, las campanas
seran su nica defensa contra los braceros fantasmas. Ridcula defensa, puesto que no saba cmo usarlas
correctamente y podan volverse en su contra.
Not otro muerto que se mova; el corazn le dio un vuelco al comprobar la velocidad de aquella cosa.
Se plant a su lado y Sam segua sin verlo. Se plant a su lado a plena luz del sol!
Levant la vista. Una mancha negra rondaba el aire, encima de su cabeza, imposible que las flechas la
alcanzaran. Detrs de ella haba otra y ms arriba, otras ms.
No se trataba de braceros fantasmas. Sino de cuervos sanguinarios. Y donde haba dos, haba muchos
ms. Los cuervos sanguinarios se creaban siempre en bandadas; eran cuervos corrientes y molientes a los
que se mataba en una ceremonia ritual y se les infunda fragmentos de un nico espritu muerto. Guiados
por esa nica inteligencia rota, aquellas bolas de carne podrida y plumas volaban impulsadas por la fuerza
de la magia libre... y mataban por obra y gracia de su nmero.
Sam ote el horizonte con detenimiento y no vio a ms de dos. Era evidente que ningn nigromante
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iba a malgastar su poder para crear slo un par de cuervos sanguinarios. Eran fciles de eliminar siempre
que no atacaran en bandada. Una estocada acabara con un solo cuervo, pero hasta el ms hbil de los
guerreros poda ser derrotado por cien de ellos si atacaban a la vez porque sus picos buscaban los ojos y el
cuello. No tenan la costumbre de salir cuando haca sol. El hechizo que les daba vida sufra la erosin del
calor y la luz, del mismo modo que el viento haca pedazos su forma fsica.
A menos que, pens Sam, en lugar de utilizar la vitalidad de un solo espritu muerto para crear una
bandada de cien, se hubiesen limitado a repartirla nada ms entre dos y se tratara, efectivamente, slo de
dos cuervos sanguinarios. Si era as, duraran mucho ms y seran ms fuertes pese al sol. Tambin
podan ser utilizados para hacer algo ms que atacar.
Como vigilar, pens con tristeza, al comprobar que los dos pajarracos evitaban acercrsele. Se
mantenan encima de l, volando en crculos lentos, probablemente marcando su posicin para que al caer
la noche los muertos se abalanzaran sobre l.
Como confirmacin de sus pensamientos, uno de los cuervos sanguinarios, el que estaba ms lejos,
solt un graznido burln y ronco, e impulsado ms bien por la magia que por el batir de las alas, sali volando hacia el Sur dejando caer plumas podridas.
Con toda seguridad se trataba del mensajero y estaba claro que el otro era el vigilante, encargado de
seguirle el rastro al prncipe desde lo alto del cielo.
Por un momento consider la posibilidad de lanzarle un hechizo destructivo, pero estaba demasiado
lejos y seguramente los cuervos deban de contar con instrucciones precisas para eludirlos. Adems, Sam
segua debilitado por la herida de la pierna. Saba que deba conservar los poderes cuando cayera la
noche.
Sin despegar los ojos de aquella negra mancha, el prncipe espole a Retoo para que continuara
avanzando. Desde donde se encontraba, el arroyo no pareca llevar mucha agua, pero le ofrecera cierta
proteccin. Tras una breve vacilacin, sac la bandolera con las campanas y se la coloc. El peso de las
campanas y su poder le pesaban sobre el pecho causndole una enorme fatiga, quitndole el aliento. Si
ocurra lo peor, procurara utilizar las menores, echando mano de las lecciones recibidas de su madre.
Aquellas lecciones haban sido apenas una introduccin a los estudios que haba abandonado. A Ranna, al
menos, la poda sacar sin temor a verse arrastrado contra su voluntad al reino de los muertos.
Una voz rezongona no dejaba de repetirle en su fuero interno que era demasiado tarde para sacar El
libro de los muertos y aprender algo ms sobre el derecho que haba heredado al nacer y que ahora poda
salvarle la vida. Pese a todo, el miedo a ser atacado por los muertos no era lo bastante profundo para
imponerse al que le inspiraba el libro. Si lo lea, poda muy bien darse el caso de que acabara en el Reino
de la Muerte. Era mejor luchar contra los muertos en el reino de los vivos, con sus escasos conocimientos,
que enfrentarse a ellos en el pas de los muertos.
Sam crey or una risita burlona a sus espaldas que no se pareca a la de Zapirn. Se volvi, la mano
instintivamente cogi la espada, pero no vio nada. Slo al gato que segua durmiendo en una alforja y El
libro de los muertos en la otra. Sam solt la empuadura, humedecida por el sudor de sus dedos
temblorosos, y volvi a mirar en direccin del arroyo. Si el lecho era liso, cabalgara siguiendo la
corriente hasta donde pudiera. Con suerte, lo llevara en direccin oeste hasta el Renegado, un ro
caudaloso que ni siquiera los muertos mayores se atrevan a cruzar.
Desde all, le dijo una voz cobarde en su interior, podra llegar en barca hasta la Casa de la Abhorsen.
Donde estara a salvo. A salvo de los muertos, a salvo de todo. Qu sera entonces, le preguntaba otra
voz, del pobrecito Nick, de sus padres, del reino? Ambas voces callaron cuando Sam se concentr en
cabalgar colina abajo, a lomos de Retoo, hacia la prometida seguridad del arroyo.
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Sam perdi de vista al cuervo sanguinario cuando las sombras de los rboles y la noche engulleron los
ltimos rayos de luz. Segua notando la presencia del espritu muerto que haba bajado un poco,
envalentonado por la oscuridad.
Aunque no tanto para acercarse al agua corriente que borboteaba a ambos lados del improvisado
campamento de Sam. El arroyo haba resultado un pequeo chasco y una prueba patente de que los
deshielos de la primavera comenzaban a mermar. Apenas tena diez metros de ancho y era tan poco
profundo que permita vadearlo. No obstante, menos daba una piedra y Sam haba encontrado un pequeo
islote, apenas una estrecha franja de arena, por cuyos costados el agua discurra veloz.
Ya haba encendido una fogata, puesto que no tena sentido ocultarse con el cuervo sanguinario
volando en crculos en lo alto del cielo. Para que su campamento fuese lo ms seguro posible slo le
quedaba conjurar un rombo protector del tamao suficiente para contenerlo a l, a su caballo y la fogata.
Si las fuerzas le bastaban, pens Sam, mientras obligaba a Retoo a no moverse. Despus de
pensrselo mejor, se quit la bandolera con las campanas, que cada vez se le haca ms pesado llevar.
Luego, cojeando un poco se plant delante de Retoo, adopt la postura para lanzar el hechizo,
desenvain la espada y la extendi al frente. Manteniendo as la pose, inspir hondo cuatro veces para
oxigenar al mximo su cuerpo cansado.
Busc entonces las cuatro marcas cardinales del Gremio con las cuales crear los vrtices del rombo
protector. En su mente tomaron cuerpo los smbolos necesarios, extrados del flujo incesante del Gremio.
Para que no cambiasen, se concentr en ellos conteniendo el aliento, y sobre la arena, frente a l, traz
el perfil de la primera marca, la marca del este. Cuando hubo terminado, la marca del este grabada en su
mente baj por su acero en forma de lengua de fuego dorado y llen de luz el perfil depositado sobre la
arena.
Sam fue cojeando hasta situarse detrs de Retoo, ms all de la fogata, y dibuj la marca del sur.
Cuando sta cobr vida, de la marca del este parti una lnea de fuego amarillo en direccin a ella y se
form una barrera impenetrable para los muertos y el peligro fsico. Como todo su afn era proseguir con
el hechizo, Sam no mir su obra. Si llegaba a fallar en ese momento, el rombo quedara incompleto.
Sameth haba conjurado muchos rombos protectores en su vida, pero nunca estando herido y exhausto.
Cuando se encendi la ltima marca, la correspondiente al Norte, el muchacho solt la espada y se dej
caer sin resuello sobre la arena mojada.
Impulsada por la curiosidad, Retoo volvi la cabeza para mirar a su amo, pero no se movi. El
prncipe pens en la posibilidad de inmovilizarla con un hechizo para impedir que se saliera sin querer del
rombo, pero la yegua se qued quieta. A lo mejor era porque ola al cuervo sanguinario.
-Por lo visto estamos en peligro -le dijo al odo a Sam una voz soolienta.
El muchacho se incorpor y vio que Zapirn sala, no sin grandes esfuerzos, de la alforja, depositada al
lado del fuego y de una pila, quizs insuficiente, de lea hmeda.
Sam contest que s con la cabeza porque se haba quedado momentneamente mudo. Apunt al cielo,
en el que empezaba a titilar alguna que otra estrella solitaria y la enorme franja blanca dejada por un cirro
en forma de cola de caballo. Altas en el cielo, hacia el Sur, tambin se vean nubes negras en las que
crepitaban los relmpagos, pese a que no haba seales de lluvia.
Del cuervo sanguinario no se vea ni una sola pluma putrefacta, pero Zapirn pareca saber lo que Sam
le indicaba con el dedo. El gato se incorpor sobre los cuartos traseros, olisque el aire y con una pata
caz distradamente un mosquito gigante que, con toda seguridad, acababa de darse un festn con Sam.
-Un cuervo sanguinario -dijo-. Slo uno. S que es raro.
-Ha estado siguindonos -dijo Sam aplastando de un manotazo varios mosquitos que le haban
aterrizado en la frente-. Haba dos, pero el otro se fue volando. Hacia el Sur. Seguro que para recibir
rdenes. Malditos insectos!
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-Esto es obra de un nigromante -convino Zapirn olisqueando otra vez el aire-. Me pregunto si l... o
ella... estar buscndote a ti en concreto. O si es pura mala suerte de un viajero dscolo.
-Podra tratarse del mismo que me atrap antes, no? -pregunt Sam-. No s... Saba dnde estbamos
mi equipo de crquet y yo...
-Es posible -respondi Zapirn siguiendo con la vista clavada en el cielo-. Es bastante extrao que por
aqu haya cuervos sanguinarios o que un nigromante menor se atreviera a atacarte, a menos que actuase
con el apoyo de una fuerza rectora. No cabe duda de que estos cuervos son ms atrevidos de lo que les
corresponde por naturaleza. Has pescado algo para m?
-No -contest Sam, sorprendido por la manera sbita en que el gato haba cambiado de tema.
-Qu desconsiderado -apunt Zapirn olisqueando el aire-. No me quedar ms remedio que
pescrmelo yo mismo.
-No! -grit Sam incorporndose-. Rompers el rombo! No tengo fuerzas para volver a conjurarlo.
Aay! Que el Gremio maldiga a estos mosquitos!
-No lo romper -dijo Zapirn, fue hacia la marca del oeste y con cuidado sac la lengua. La marca
solt un fogonazo blanco que deslumbr a Sam.
Cuando por fin consigui ver, Zapirn estaba del otro lado, inclinado sobre el agua, atento, con una
pata levantada como un oso pescador.
-Ser fanfarrn -mascull Sam.
Se pregunt cmo lo habra conseguido el gato. El rombo segua intacto, las lneas de fuego mgico
ardan sin pausa entre el brillo de las marcas cardinales. Slo faltaba que el rombo ahuyentara tambin a
los mosquitos, pens el muchacho, y de un manotazo estamp a los que se le haban posado en el cuello
convirtindolos en manchas sangrientas. Estaba claro que en la lista de daos fsicos contra los que
protega el hechizo no se incluan sus picaduras. Sonri de pronto al recordar algo que haba metido en su
bolsa.
Estaba sacando ese objeto de la alforja cuando la marca del oeste volvi a soltar un fogonazo; era
Zapirn que regresaba al interior del rombo. El gato llevaba en la boca dos truchas pequeas; la luz de la
fogata y el fulgor del Gremio se reflejaban en las escamas de los pescados arrancndoles destellos
irisados.
-ste lo puedes asar -dijo Zapirn, depositando el pescado ms pequeo al lado del fuego-. Qu es
eso?
-Un regalo para mi madre -contest Sam, orgulloso, y luego deposit en el suelo una rana mecnica
con piedras preciosas incrustadas, dotada de un interesante detalle anatmico: unas alas de bronce cubiertas de delicadsimas plumas-. Una rana voladora.
Zapirn miraba con inters mientras Sam acariciaba el lomo de la rana y sta comenzaba a brillar por
obra de la magia del Gremio, al tiempo que el enviado encerrado en el cuerpo mecnico despertaba del
sueo. Abri un ojo turquesa, luego el otro, los prpados de oro, finos como el papel, se retiraron hacia
atrs. Acto seguido, bati las alas; las plumas descaradas chocaron entre s.
-Muy bonito -dijo Zapirn-. Hace algo ms? La rana voladora se encarg de contestar la pregunta.
Salt de pronto en el aire, sac una lengua roja, larga y vibrtil, con la que atrap varios mosquitos
desprevenidos. Batiendo con furia las alas y describiendo una espiral, persigui a otros insectos, dio
buena cuenta de ellos y aterriz satisfecha a los pies de Sam.
-Coge insectos -explic Sam no sin cierta satisfaccin-. Se me ocurri que a mi madre podra serle til,
dado que se pasa mucho tiempo en las cinagas persiguiendo muertos.
-La has hecho t -dijo Zapirn, mientras observaba a la rana voladora que, dando otra vez saltos y
haciendo mil piruetas, volva a perseguir a sus presas-. El invento es todo tuyo?
-S -contest Sam, cortante, y esper alguna crtica a su trabajo.
El felino no abri la boca, se limit a observar las acrobacias areas de la rana: sus ojos verdes no se
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perdan un solo movimiento. Luego clav la vista en Sam y el muchacho se puso nervioso. Intent
sostenerle la mirada, pero tuvo que apartarla... Fue entonces cuando de pronto cay en la cuenta de que
haba muertos por ah cerca. Muchos muertos que se acercaban a ojos vistas.
Zapirn tambin not su presencia, evidentemente, porque se levant de un salto, sise y los pelos del
lomo se le erizaron formando una cresta. Retoo tambin los oli y se estremeci. La rana voladora se
meti volando en las alforjas.
Sam escudri la oscuridad, haciendo visera con la mano porque le molestaba la luz del fuego. La luna
se haba ocultado detrs de una nube, pero el agua reflejaba el fulgor de las estrellas. Senta la presencia
de los muertos pululando en el bosque, pero la oscuridad entre las ramas de los aosos rboles era muy
profunda. No se vea nada.
Slo se oan el murmullo de las hojas, el chasquido de las ramas y, de vez, en cuando, alguna pisada,
mientras incesante, como msica de fondo, sonaba el borboteo constante del arroyo. Fuera lo que fuese
que estuviese acercndose, al menos tenan forma fsica. Poda tratarse de braceros fantasma. O de glims,
o de mordacis, o de cualquiera de las muchas especies de muertos menores. No perciba nada ms
poderoso, al menos por el momento.
Su naturaleza era desconocida, pero estaba claro que haba al menos una docena a ambos lados del
arroyo. Sam se olvid del cansancio y la cojera y recorri el rombo para comprobar las marcas. El agua
corriente no era lo bastante profunda y caudalosa, por tanto, apenas conseguira disuadir a los muertos. El
rombo sera su verdadera proteccin.
-Tal vez haya que renovar las marcas antes del amanecer -coment Zapirn viendo que el muchacho
inspeccionaba el rombo-. No las has conjurado muy bien que digamos. Deberas dormir un poco antes de
volver a intentarlo.
-Cmo voy a dormir? -susurr Sam, bajando instintivamente la voz, como si evitar que los muertos lo
oyeran fuera a cambiar algo.
Ya saban dnde estaba. Y l ya perciba su olor, el hedor a carne putrefacta, a moho de sepulcro.
-No son ms que braceros -dijo Zapirn mirando hacia el exterior del rombo-. Es probable que no
ataquen mientras dure el rombo.
-Y t cmo lo sabes? -pregunt Sam, secndose el sudor de la frente y, de paso, quitndose varios
mosquitos aplastados.
Le pareci ver a los muertos..., altas formas entre los troncos oscuros de los rboles. Cadveres
horribles, destrozados, obligados a regresar a la vida, sometidos a los caprichos de un nigromante.
Despojados de su inteligencia, perdida toda humanidad, dotados slo de una fuerza descomunal,
impulsados por un ansia insaciable de la vida que ya no tenan. De la vida de Sam.
-Podras ir a su encuentro y enviarlos de vuelta al reino de los muertos -sugiri Zapirn y empez a
comerse el segundo pescado por la cola. Sam no lo haba visto zamparse el primero-. Tu madre lo hara aadi el gato con malicia al ver que Sam no responda.
-Yo no soy mi madre -repuso Sam con la boca reseca. No hizo ademn de recoger las campanas, pese
a que notaba su presencia all, depositadas sobre la arena, y senta su llamada. Queran que las utilizaran
para luchar contra los muertos. Casi todas podan convertirse en un peligro para quien las taera, eran
potencialmente traicioneras. Tendra que usar a Kibeth para conseguir que los cadveres dirigieran sus
pasos de regreso al reino de los muertos, y no era nada improbable que el resultado fuera justamente el
contrario y quien acabara all fuera l.
-Es el caminante quien escoge el camino, o el camino el que escoge al caminante? -pregunt Zapirn
de pronto, los ojos fijos otra vez en la cara sudorosa de Sameth.
-Qu? -pregunt el prncipe, distrado. Esa misma frase se la haba odo a su madre, pero ni entonces
ni ahora le encontraba sentido-. Y eso qu significa?
-Significa que no has terminado de leer El libro de los muertos -contest Zapirn con un tono rarsimo.
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-Bueno, no, todava no -contest Sam, desconsolado-. Voy a terminarlo, lo que pasa es que yo...
-Tambin significa que estamos en un brete -lo interrumpi Zapirn mirando ahora la oscuridad
circundante-. Yo crea que a estas alturas sabras lo suficiente para protegerte!
-Qu ves? -pregunt Sam.
Oy que algo se mova corriente arriba, ramas que se rompan, piedras que caan al agua.
-Aqu llegan los braceros fantasmas -contest Zapirn sombramente-. Dos de ellos se escudan detrs
de los rboles. Dirigen a los braceros para que construyan un dique en el arroyo. Supongo que atacarn en
cuanto el agua deje de correr.
-Ojal... ojal fuera un Abhorsen como est mandado -susurr Sam.
-A tu edad deberas serlo! -exclam Zapirn-. Supongo que habr que arreglarse con lo que sabes, Por
cierto, dnde est tu espada? Con un acero que no est encantado no podrs atravesar ni cortar la materia
de la que estn hechos los braceros fantasmas.
-La dej en Belisaere -contest Sam, tras una vacilacin-. No cre que... No saba lo que haca. Pens
que a lo mejor Nick estaba metido en un lo, pero no en algo tan gordo.
-se es el problema de criarse como un prncipe -gru Zapirn-. Siempre esperas que los dems te
saquen las castaas del fuego. O te vuelves como tu hermana, y te piensas que sin tu intervencin nada
funciona. Es un milagro que sirvis para algo.
-Qu puedo hacer ahora? -pregunt Sam humildemente.
-Nos queda cierto margen antes de que el caudal del agua disminuya -contest Zapirn-. Debes
intentar dotar de magia a tu espada. Si eres capaz de hacer una rana como sa, estoy seguro de que no te
resultar complicado.
-S -dijo Sam, desanimado-. Eso s hacerlo. Se concentr en la espada, hurg una vez ms en las cartas
del Gremio en busca de las marcas correspondientes al filo y la disolucin, magia que hara estragos en la
carne de los muertos y en los espritus.
Con gran esfuerzo oblig a las marcas a meterse en la hoja y las vio escurrirse sobre el metal,
despacio, como un chorro de aceite que lo empapa todo.
-Eres hbil -observ el gato-. Muy hbil. Me recuerdas a... No consigui terminar la frase; un grito
terrible surc la noche, acompaado de un frentico chapoteo.
-Qu ha sido eso? -pregunt Sam dirigindose hacia la marca del norte, con la espada ya encantada en
alto.
-Un bracero -contest Zapirn rindose entre dientes-. Se ha cado en el agua. Quien controla a estos
muertos est muy lejos, mi seor. Y estos braceros fantasmas son dbiles y muy torpes.
-Entonces no todo est perdido -susurr Sam. El curso del arroyo no pareci verse muy afectado por el
dique que iban construyendo corriente arriba, y el rombo segua brillando con fuerza. Tal vez no ocurriera
nada antes del amanecer.
-Al contrario -dijo Zapirn-. Al menos esta noche. Pero maana la noche volver a caer, y pasado
tambin, y as hasta que lleguemos al ro Renegado. Qu hars entonces?
Sam segua sin saber qu contestar cuando el primer bracero fantasma ech a correr gritando como un
poseso, se meti en el agua y fue directo hacia el rombo soltando chispas plateadas en la noche.
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LIRAEL
A la carrera hacia el ro
El amanecer lleg despacio por las lindes del bosque de Sindle; la luz ti primero las copas de los
rboles y tard lo suyo en colarse entre las ramas e iluminar las sombras oscuras del suelo. Se abri paso
al fin tras perder en el camino todo su calor y convertirse en un fulgor verdoso y diluido, que slo
consigui hacer retroceder las sombras sin eliminarlas por completo.
El sol alcanz el islote de Sameth y su proteccin mgica mucho ms tarde de lo que el muchacho
habra deseado. El fuego se haba apagado haca rato y, tal como Zapirn haba presagiado, mucho antes
de que comenzara a clarear, Sam se haba visto obligado a renovar el rombo protector, echando mano de
unas reservas de energa que ignoraba poseer.
Y con la luz lleg la prueba fehaciente de lo ocurrido durante la noche. El lecho del arroyo estaba casi
seco, el dique construido por los muertos corriente arriba segua en pie. Alrededor del islote haba seis
cadveres destruidos por obra y gracia de la magia del Gremio: cascarones abandonados por los muertos
cuando la proteccin mgica del rombo haba quemado tantos nervios y msculos que los cuerpos quedaban inservibles.
Receloso, Sam clav en ellos los ojos hinchados y enrojecidos y observ cmo los rayos de sol iban
reptando por los hediondos restos. Se haba fijado especialmente en la manera en que los espritus
muertos abandonaban los cuerpos, como las serpientes al mudar la piel, pero en medio de la confusin de
sus ataques suicidas, no supo a ciencia cierta si se haban ido todos. Todava poda quedar alguno
merodeando por all, dosificando sus fuerzas, soportando el sol, con la esperanza de que Sam se confiara
demasiado y saliera de los lmites del rombo.
El prncipe Sameth notaba la presencia de algunos muertos, pero con toda probabilidad se trataba de
braceros fantasmas, refugiados durante el da en las madrigueras de los conejos o las nutrias, ocultos en la
tierra negra, debajo de las piedras, donde deban estar.
Finalmente, el sol sali en todo su esplendor iluminando el lecho del arroyo y entonces Sam dej de
sentir la presencia de los muertos, aunque el cuervo sanguinario segua firme en su puesto de vigilancia,
volando en crculos all en el cielo. Suspir aliviado, se estir tratando de que se le pasara el calambre del
brazo en que empuaba la espada y el dolor de la pierna herida. Estaba exhausto, pero vivo. Al menos
durante un da ms.
-Ser mejor que prosigamos viaje -sugiri Zapirn, que haba dormido gran parte de la noche, ajeno al
alboroto producido por los braceros fantasmas al intentar romper el rombo.
Tena pinta de volver a quedarse dormido en cualquier momento.
-Si el cuervo sanguinario es tan tonto como para acercarse ms, mtalo -aadi con un bostezo-. Eso
nos dar ocasin de escapar. -Y con qu quieres que lo mate? -pregunt Sam, agobiado. Aunque el
cuervo sanguinario se acercara ms, Sam estaba demasiado cansado para lanzar un hechizo del Gremio,
para colmo, no llevaba arco ni flechas.
Zapirn no le contest. Haba vuelto a dormirse, ovillado dentro de la alforja, listo para que lo pusieran
a lomos de Retoo. Sam suspir y se oblig a continuar ensillando su cabalgadura. Entretanto, le daba
vueltas al problema que representaba el cuervo sanguinario. Tal como Zapirn haba dicho, si continuaba
siguindolos, otros muertos sabran dnde encontrarlos. Y entonces, tal vez tendra que enfrentarse a uno
de los muertos mayores, o a un mordicante, o a una legin de muertos menores. Sam deba pasar al menos
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LIRAEL
las dos noches siguientes en el bosque y, a medida que transcurrieran las horas, estara ms y ms cansado
y sin fuerzas para conjurar un rombo protector...
Sin embargo -pens, mirando el lecho seco del arroyo y los cientos de guijarros maravillosamente
redondeados-, tengo fuerzas para poner la marca de la puntera en una piedra y hacerme una honda con la
camisa de recambio que llevo. Incluso saba cmo utilizarla. Jall Oren se haba empeado siempre en
adiestrar a los herederos del trono en el manejo de todo tipo de armas.
Por primera vez en muchos das, una sonrisa asom al rostro de Sam borrando el cansancio. Levant la
vista. Ah estaba, el cuervo sanguinario volaba en crculos aunque ms bajo que el da anterior, envalentonado porque Sam no dispona de arco ni flechas y por su evidente incapacidad de hacer nada bien.
La posibilidad era bastante remota, pero una piedra con un encantamiento del Gremio podra salvar la distancia.
Sin dejar de sonrer, Sam se arrodill, disimuladamente cogi varias piedras y arranc las mangas a la
camisa de recambio. Decidi que dejara que el cuervo sanguinario los siguiera un buen rato, para que
fuera animndose ms. Y entonces pagara por espiar a un descendiente del Reino Antiguo.
Sam condujo a Retoo en direccin oeste, por el lecho del arroyo, hasta llegar a otro curso de agua ms
grande, donde tuvo que elegir hacia dnde seguir viaje. Corriente arriba, hacia el noreste o corriente
abajo, hacia el Suroeste.
En el cruce tuvo un momento de vacilacin, se ocult detrs de Retoo para que no lo viesen mientras
lanzaba una marca sobre la piedra y la colocaba en la honda improvisada. Al ver que Sam titubeaba, el
cuervo sanguinario vol en crculos ms bajos para ver bien qu rumbo tomaba. El agua corriente del
arroyo ms caudaloso disuadi al pajarraco y se vea que esperaba a que el muchacho regresara sobre sus
pasos.
Sam esper a tenerlo lo ms cerca posible. Entonces se apart de Retoo y la honda zumb encima de
su cabeza. En el momento justo grit un Aaah! y solt la piedra.
El cuervo sanguinario slo tuvo un instante para reaccionar, pero como era torpe, el sol lo deslumbraba
y, adems, era un muerto viviente, vol derechito en direccin de la piedra y cuando sta hizo impacto, en
el cielo se produjo una explosin de plumas, huesos resecos y trocitos de carne putrefacta.
Con gran satisfaccin primero, e inmensa alegra despus, Sam contempl la cada de la asquerosa
criatura. El amasijo de plumas se esparci por el arroyo salpicando agua a diestro y siniestro, y el
fragmento del espritu muerto que iba dentro fue raudamente desterrado al lugar de donde haba salido. Y
cuando esto ocurra, los dems fragmentos del mismo espritu eran arrastrados de vuelta al reino de los
muertos. De modo que los cuervos sanguinarios que lo compartan caeran en picado, inexplicablemente,
all donde estuvieran.
Tras el desplome del cuervo sanguinario, el prncipe Sameth no sinti ya la presencia de ms muertos
en las inmediaciones. A esas alturas del da, los braceros fantasmas estaran bien escondidos. La
inteligencia que los gobernaba a distancia poda adivinar que Sam enfilara por el arroyo que flua hacia el
Suroeste, en direccin al Renegado, pero no lo sabra con certeza, por lo que caba la posibilidad de que
se viese en la necesidad de dividir sus fuerzas, en cuyo caso, aumentaran las posibilidades de huir del
muchacho.
- Tenemos una posibilidad, Retoo -anunci Sam alegremente conduciendo a su yegua hacia una senda
utilizada por los animales, que corra paralela al arroyo-. Est claro que tenemos una posibilidad.
Sin embargo, a medida que avanzaba el da, la esperanza se fue mostrando esquiva con Sam, y cuando
la marcha se hizo ms lenta y difcil, se vio obligado a desmontar y seguir a pie. El arroyo se haba hecho
mucho ms profundo y rpido, pero tambin ms estrecho, apenas tres o cuatro zancadas de ancho, por lo
que resultaba imposible recorrerlo ni levantar un campamento protegido por ambos lados.
El sendero tambin se haba estrechado y estaba lleno de maleza. Para avanzar, Sam tuvo que cortar
ramas bajas, arbustos y zarzamoras. Las manos se le llenaron de rasguos y heridas sangrantes que atraan
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LIRAEL
a las moscas sedientas. Y por la noche, seran un reclamo para los muertos. Olan la sangre a kilmetros
de distancia, y si era fresca, llegaban ms deprisa.
A ltima hora de la tarde, Sam empez a desesperarse. Estaba completamente exhausto. Esa noche, la
construccin del rombo protector iba a quedar descartada. En cuanto intentara visualizar las marcas, se
dormira, y los muertos encontraran su cuerpo indefenso tendido en el suelo.
Era tanto su cansancio que tena los sentidos embotados, se le cerraban los ojos, lo vea todo borroso y
el ruido de los cascos de Retoo le llegaba amortiguado, era apenas un suave susurro que la yegua
arrancaba al suelo indulgente del bosque.
Sumido en esa especie de letargo, tard varios segundos en darse cuenta de que los cascos de Retoo
producan, de repente, un sonido ms fuerte, y que la fresca luz verde del bosque haba dado paso a algo
ms brillante, ms intenso. Mir hacia arriba, parpade y comprob que haban llegado a un amplio claro.
El claro tendra, sin exagerar, unos cien pasos de ancho, se abra en el bosque de sureste a noroeste y
continuaba en ambos sentidos hasta donde alcanzaba la vista. En sus bordes crecan arbolitos jvenes,
pero el centro estaba desnudo y un camino adoquinado lo divida en dos.
Sameth ech una mirada al camino y luego hacia el sol, que haba quedado prcticamente oculto a la
vista bajo el umbroso techo del bosque.
-Faltan dos, tal vez tres horas para que anochezca -mascull dirigindose a Retoo, mientras ajustaba
el estribo y montaba-. Hoy has tomado tu buena racin de avena, no es as, Retoo? Por no hablar de lo
ligera que has ido, al no tener que cargar conmigo. Ahora tendrs que devolverme el favor, porque vamos
a cabalgar.
Le entr la risa al pensar en una expresin que haba visto en las sesiones de cinematgrafo del
Somersby Orpheum de Ancelstierre.
-Vamos a cabalgar, Retoo! -repiti-. A cabalgar como el viento!
Una hora y media ms tarde, Retoo ya no corra como el viento, sino que iba al paso, le temblaban las
patas, tena los flancos empapados en sudor y echaba espuma por la boca. Sam no estaba en mejor forma,
volva a andar, para permitirle a su yegua que se recobrara. No saba a ciencia cierta si le dola ms la
pierna o el trasero.
Pese a todo, y gracias a la presencia providencial de aquel camino, haban recorrido seis o siete leguas.
No se trataba de uno de los caminos reales, sino que haba sido construido y convenientemente drenado
haca mucho tiempo, por lo que resultaba bastante practicable. Subieron una cima empinada por la que el
camino discurra en lnea recta, sin curvas. Cuando llegaron a lo alto, Sam levant la cabeza, con la esperanza de divisar el ro Renegado antes de que el da tocara a su fin. Segn sus clculos, la cabalgata le
haba permitido ahorrar un da de viaje a pie por el bosque, de manera que deban de estar cerca del ro.
Deban de estar cerca del ro...
Se puso un momento de puntillas, pero no vio nada. Aquella cima era un incordio, pues estaba plagada
de alturas engaosas y molestas hondonadas. Seguramente vera el Renegado de un momento a otro!
Patatac! Patatac! Los cascos de Retoo resonaron al golpear el camino, con tanta fuerza como el
corazn desbocado de Sam, pero mucho ms despacio. Impulsado por una mezcla de miedo y esperanza,
el corazn de Sameth lata veloz.
Ms adelante se alzaba la cima propiamente dicha. Sam avanz un poco ms, tratando de ver, pero el
sol, aquella enorme bola roja que se hunda por el Oeste, se pona justo enfrente de l deslumbrndolo.
Entorn los prpados, casi cerr los ojos e hizo visera con la mano para volver a mirar... y all, debajo
del sol, divis la gruesa cinta azul, que soltaba destellos anaranjados hacia el cielo.
-El Renegado! Ay! -exclam Sam cuando se golpe el dedo gordo del pie al tratar de superar la cima.
Hizo caso omiso del dolor momentneo. All estaba el ro caudaloso cuyas aguas mantendran alejados a
los muertos. El ro que sera su salvacin! El nico inconveniente, pens entonces, presa del pnico, era
que todava se encontraba a media legua de distancia y que ya caa la noche. Y con ella haban llegado los
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LIRAEL
habitantes del Hades. No muy lejos, tal vez delante de l, haba tres muertos vivientes. El camino por el
que transitaba se juntaba con el camino de sirga del Renegado; desde all lo estaran vigilando.
Lo peor de todo, pens, mirando el ro, era que no haba planificado estrategia alguna para cuando lo
hubiese alcanzado. Y si no encontraba all ni barcas ni balsas?
-Date prisa -le dijo Zapirn, a sus espaldas, desde su refugio en el interior de la alforja. Fue tal la
sorpresa de Sam que dio un brinco y asust a Retoo-. Debemos ir hacia el molino y buscar cobijo all.
-Yo no veo ningn molino -dijo Sam dubitativo, y volvi a hacer visera con la mano.
No divisaba ninguno de los detalles que rodeaban el ro. Le ardan los ojos por la falta de sueo,
notaba en ellos como una arenilla y se senta tan torpe como un bracero muerto.
-Claro que hay un molino -le contest Zapirn, cortante.
Dando un brinco que sobresalt al prncipe, sali de la alforja para subirse al hombro de su compaero
de viaje y aadi:
-La rueda no da vueltas... Con suerte estar abandonado.
-Por qu? -pregunt Sam, medio adormilado-. No sera mejor que hubiera gente? Conseguiramos
comida y agua...
-Y que los muertos se dieran un banquete con el molinero y su familia? -lo interrumpi Zapirn-. No
tardarn en dar con nosotros... si no lo han hecho ya.
Sam no contest, se limit a animar a Retoo con una palmada en el cogote. Pens que a lo mejor no la
cansaba tanto si se levantaba apoyndose en los estribos. Rog en silencio porque su yegua consiguiera
cubrir aquella distancia, pues si se vea obligado a andar el resto del trayecto, dudaba mucho que pudiera
llegar.
Como de costumbre, Zapirn estaba en lo cierto. Sameth not la proximidad de los muertos; al
levantar la mirada vio en lo alto del cielo dos motitas negras surgiendo de la noche que avanzaba por el
Este, el nigromante que los diriga contaba con un buen surtido de cuervos sanguinarios. Y siempre que
apareca un cuervo, no tardaban en llegar otros desde el hades, enviados por su amo en busca de su presa.
Zapirn tambin vio a los cuervos sanguinarios y le susurr a San al odo:
-Ahora ya no hay duda. Esto es obra de un nigromante que te tiene especial ojeriza, prncipe Sameth.
Sus sirvientes te seguirn dondequiera que vayas, y ese malvado utilizar a todas las criaturas del reino de
los muertos para conducirte a tu fin.
Sam trag saliva. El eco de aquel funesto presagio reson en sus odos, vena cargado de la magia libre
contenida en la silueta del gato posado sobre su hombro. Palme con fuerza en la grupa a su yegua para
que se lanzara al galope. Acto seguido, dijo lo primero que se le cruz por la cabeza:
-Zapirn, cierra la boca.
Retoo se desplom a menos de un cuarto de legua del molino, consumida por el ltimo trecho
cubierto al galope y el peso muerto de Sam, de pie en los estribos. El muchacho consigui bajarse a
tiempo para no quedar aplastado debajo de su cabalgadura. Zapirn salt de su hombro y se alej lo ms
posible.
-Reventada -dijo Zapirn con bro, sin mirarla, sus ojos verdes escrutaban con insistencia la noche-. Se
estn acercando.
-Ya lo s! -grit Sam apresurndose a retirar las alforjas de su cabalgadura y a echrselas al hombro.
Se inclin para acariciar la cabeza de Retoo, pero el animal no respondi. Tena los ojos en blanco,
vueltos casi por completo hacia atrs. Sam empu las riendas y trat de hacerla levantar, pero la yegua
no hizo nada por colaborar y el muchacho estaba demasiado dbil para obligarla.
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-Date prisa! -le rog Zapirn, pasendose alrededor-. Ya sabes lo que debes hacer.
Sam asinti y volvi la vista atrs, hacia donde estaban los muertos vivientes. Eran muchos. Una
legin de muertos, siluetas oscuras que se movan torpemente, agolpndose en la oscuridad. Sus amos los
haban sacado a la fuerza de algn osario lejano y los haban obligado a caminar incluso bajo el sol.
Avanzaban lentos, pero implacables. Si el prncipe Sameth se entretena un minuto ms, caeran sobre l
como ratas sobre un perro extenuado.
Sac la daga y palp el cuello de Retoo. El pulso de la arteria principal lati dbil e irregular bajo sus
dedos. Pos la punta de la daga en la arteria, pero no la hundi.
No puedo -murmur-. Podra recuperarse.
-Los muertos se bebern su sangre y se darn un banquete con su carne! -exclam Zapirn-. Este
animal te ha servido fielmente, no debes hacerle eso. Clvale la daga!
-No puedo arrebatar una vida. Aunque se trate la de una yegua, ni siquiera por piedad -dijo Sam
levantndose vacilante-. Me di cuenta despus de... despus de lo ocurrido con los agentes de polica.
Esperaremos juntos.
Zapirn sise y dando un salto, se plant sobre el cogote de Retoo y con una pata traz una lnea de
fuego blanco que lo recorri de lado a lado. Durante un momento, nada ocurri. Luego, la sangre
comenz a manar a borbotones salpicando las botas de Sam y cayendo en olas calientes sobre su cara.
Retoo dio los ltimos estertores... y muri.
Sam la sinti morir y apart la cabeza, incapaz de mirar el oscuro charco que se fue formando debajo
del animal.
Algo le roz las espinillas. Zapirn, que lo incitaba a ponerse en marcha. Cegado, el muchacho se dio
la vuelta y camin con dificultad hacia el molino. Retoo estaba muerta y Sam saba que Zapirn
haba hecho lo nico que era posible. Aun as, le pareca mal.
-Deprisa! -insisti el gato, bailando alrededor de los pies de Sameth, una mancha blanca en la
oscuridad.
El prncipe Sameth oa a los muertos a sus espaldas, el entrechocar de huesos, el rechinar de las secas
rodillas dobladas en ngulos imposibles. El miedo se encarg de borrar el cansancio de un plumazo
impulsndolo a moverse, pero el molino pareca muy, muy lejos.
Tropez y a punto estuvo de caer, sin saber cmo, recuper el equilibrio y sigui adelante. La herida
de la pierna le daba unos pinchazos que le llegaban a la cabeza, ayudndolo a despejarse. Aunque su
yegua ya no existiera, no haba motivos para que l la siguiera al Reino de la Muerte. El cansancio le
haba hecho acariciar por un momento la idea de dejarse estar.
All adelante se alzaba el molino, construido en el poderoso ro Renegado, con el saetn, la compuerta
y la rueda enclavados en la orilla. No tena ms que llegar al saetn, abrir la compuerta y el molino contara con la defensa perfecta del agua corriente desviada desde el ro.
Se arriesg y ech una mirada por encima del hombro y volvi a tropezar, sorprendido por la negrura,
la proximidad y el nmero de los muertos. Eran ms que una legin, avanzaban en filas desde todas las
direcciones, los ms prximos se encontraban a poco ms de quinientos pasos. Sus caras cadavricas
parecan bandadas de polillas flotando espectrales bajo la luz de las estrellas.
Muchos muertos lucan restos de bufandas y sombreros azules. Sam se los qued mirando. Eran
cadveres de sureos! Probablemente se tratara de los que su padre haba intentado encontrar.
-Corre, idiota! -grit Zapirn lanzndose a la carrera delante de l.
Los muertos que venan detrs se dieron cuenta, al fin, de que su presa poda escapar. Los msculos
chirriaron, sbitamente obligados a cobrar velocidad, y las gargantas sin vida lanzaron extraos y secos
gritos de guerra.
Sam no mir ms. Oa sus pesados pasos, el ruido de succin de la carne podrida, forzada a superar
incluso sus lmites mgicos. Sam ech a correr, el aliento le quemaba la garganta y los pulmones, notaba
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fuertes pinchazos por todo el cuerpo.

Consigui llegar al saetn, un canal estrecho y profundo, con los muertos pisndole los talones. Cuatro
pasos ms y cruz las tablas del sencillo puente; una vez del otro lado, le dio una patada y lo lanz al saetn. Pero el canal estaba seco, de modo que los primeros braceros muertos se tiraron de cabeza y
empezaron a trepar por el otro lado. Detrs venan ms braceros, fila tras fila, una marea de muertos,
imposible de contener.
Desesperado, Sam corri a la compuerta y la rueda que la subira para dejar entrar las aguas rugientes
del Renegado en el saetn, donde cubriran a los muertos que haban conseguido colarse.
La rueda estaba herrumbrada y la compuerta, atascada. Sam empuj la rueda de hierro con todo el peso
de su cuerpo, hasta que se parti dejndole en la mano un trozo de la estructura herrumbrada.
El primer bracero muerto consigui izarse por el saetn y fue hacia l. Estaba oscuro, muy oscuro, pero
Sam alcanzaba a distinguirlo. En otro tiempo fue humano, pero la magia que lo haba devuelto a la vida le
haba contorsionado el cuerpo como siguiendo los caprichos de un artista enloquecido. Los brazos le
colgaban por debajo de las rodillas, la cabeza ya no estaba a continuacin del cuello sino que reposaba sobre los hombros, y la boca se abra hacia arriba ocupando el sitio donde antes estaba la nariz. Detrs de
ese horror venan ms, otras siluetas deformes que salan del saetn subiendo la escalera formada por las
palas de la rueda del molino.
Por aqu! -orden Zapirn, dando un coletazo, y entr de un salto por la puerta del molino.
Sam intent imitarlo, pero el bracero muerto le impeda el paso, la boca esqueltica sonrea burlona y
llena de dientes, sus largas manos extendidas, los dedos esquelticos arqueados, listos para aferrado.
Sam sac la espada y lo atraves con un hbil movimiento. Las marcas del Gremio grabadas en la hoja
refulgieron, una nube de chispas prpuras surgi en plena noche a medida que el metal encantado se
introduca en la carne muerta.
El bracero retrocedi, quebrado aunque no derrotado, con un brazo colgando de una fina articulacin.
Sin sacar la espada, Sam lo empuj para apartarlo de s y, acto seguido, asest dos estocadas a otros
tantos muertos que se le haban acercado. Se dio la vuelta, fren de un tajo limpio al que intentaba
sorprenderlo por la espalda y se retir al interior del molino.
-La puerta! -escupi Zapirn desde algn lugar a sus pies.
Sam tante la madera y con desesperacin aferr el borde de la puerta y la cerr con fuerza en las
narices de los muertos. Zapirn salt hacia arriba, su pelambre roz la mano de Sam, y un golpe seco le
indic al muchacho que el felino acababa de bajar la tranca. La puerta estaba cerrada, de momento.
No se vea nada. La oscuridad era total, sofocante. Sam ni siquiera alcanzaba a divisar el blanco y
brillante pelaje de Zapirn.
-Zapirn! -grit el muchacho. Su voz destilaba pnico.
Aquella palabra se vio de pronto ahogada por un gran estrpito: los braceros muertos se abalanzaban
contra la puerta. Eran demasiado lerdos para buscar un tronco y usarlo de ariete.
-Aqu estoy -contest el gato, ms tranquilo que nunca-. Tantea el suelo.
Sam obedeci ms deprisa de lo que le hubiese gustado reconocer; sus dedos aferraron a Zapirn por
el collar, obra de la magia del Gremio. Tuvo un momento de duda atroz, pens que sin querer le haba
arrancado el collar. Luego, el gato se movi, la miniatura de Ranna tintine y el chico supo que el collar
segua en su sitio. El sonido de Ranna desencaden una ola de somnolencia que envolvi a Sam, pero
aquello no fue nada comparado con el alivio de saber que el collar segua firmemente ceido al cogote del
gato. Estando los muertos tan cerca como estaban, y con la puerta a punto de ceder a los constantes
embates, hara falta algo ms que una miniatura de Ranna para que le entrara sueo.
-Por aqu -orden Zapirn, una voz incorprea en la oscuridad.
Sam not que se mova y lo sigui rpidamente, con todos los sentidos concentrados en la puerta que
dejaban atrs.
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Zapirn se dio media vuelta de repente; Sam continu andando y su espada golpe contra algo duro,
rebot y no le dio en toda la cara porque consigui reaccionar a tiempo; envain y a punto estuvo de
cortarse. Tendi la mano para palpar con qu haba chocado.
Descubri otra puerta, una puerta que deba conducir al ro. Le llegaba el rumor del agua corriente,
apenas audible en medio de los golpes de los braceros muertos al lanzarse contra la entrada. El ruido
reverberaba hasta alcanzar la parte alta del molino. Pese al alboroto, no haban conseguido pasar; Sam
agradeci en silencio al molinero por haber hecho una construccin tan slida.
Con manos temblorosas dio con la tranca y la levant; busc luego la argolla con que se abra el
candado. Le dio una vuelta, se resisti, le dio otra vuelta, presa del pnico. No estara la puerta cerrada
por fuera?
A sus espaldas, los goznes chirriaron, cedieron al fin y la otra puerta cay hacia adentro. Los braceros
muertos se precipitaron hacia el interior, soltando gritos roncos, ecos inhumanos de los gritos de triunfo
de los vivos.
Sam le dio otra vuelta a la argolla y la puerta se abri de pronto. Y l cay despatarrado hacia adelante
por unas escaleras que daban a un estrecho embarcadero. Aterriz sobre ste con un golpe seco y not un
dolor agudo en la pierna herida, pero no le hizo caso. Por fin haba llegado al Renegado!
Y otra vez vea, no muy bien, pero vea gracias a las estrellas y su reflejo en el agua. Delante de l, a
pocos pasos, flua el ro caudaloso. Vio una baera de latn, era enorme, de las utilizadas para baar a
varios nios de una tacada, lo bastante espaciosa como para que un adulto cupiese en ella bien
repantigado. Nada ms verla, Sam fue hacia ella, la empuj hasta el ro y la sujet con una mano para que
no se la llevara la corriente mientras echaba dentro la espada y las alforjas.
-Retiro lo dicho -coment Zapirn metindose en la baera de un salto-. No eres tan tonto como
pareces.
Sam quiso contestarle, sus labios se negaron a obedecerlo. Se meti en la baera sin soltarse del ltimo
escaln en que acababa el embarcadero. La baera se hundi de forma alarmante, pero una vez sentado
dentro, quedaban unos cuantos centmetros de obra muerta.
Cuando dio un impulso para enfilarla hacia el centro de la corriente, un ramillete de muertos asom
por la puerta. El primero retrocedi espantado ante la proximidad de tanta agua corriente, los que venan
detrs, sin embargo, continuaron empujando y el bracero cay hacia la improvisada embarcacin.
La criatura muerta lanz un grito agnico al tiempo que intentaba subir las escaleras a saltos; por un
instante aquel grito son como si proviniera de un vivo. Tratando de encontrar asidero, agit las manos
mientras caa; lo nico que consigui fue cambiar de direccin y acabar zambullndose en las aguas del
Renegado. Los gritos se perdieron en la distancia, envueltos en un fulgor de chispas plateadas y fuego
dorado.
No termin dentro de la improvisada embarcacin por un margen escaso de dos palmos. La ola del
impacto estuvo a punto de llenar la baera. Sam contempl los momentos finales de la criatura, se fij en
los muertos que haban quedado como congelados en la puerta, en lo alto de las escaleras, y not en su
interior un alivio enorme.
-Asombroso -dijo Zapirn-. Hemos conseguido escapar. Qu haces?
Sam dej de retorcerse y en silencio le ense el trozo de jabn arrucado y reseco por el sol sobre el
que acababa de sentarse. Apoy la cabeza y se agarr de los bordes para disfrutar del dulce ro que los
haba salvado.
-De hecho -aadi Zapirn-, creo que hasta podra felicitarte.
Sam no le contest. Se haba quedado dormido.
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Tercera parte
El Reino Antiguo
Decimoctavo ao de la restauracin
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LIRAEL
34
La Exploradora
La barca se encontraba amarrada a un muelle subterrneo que Lirael conoca, aunque slo lo haba
visitado una vez, haca muchos aos. Estaba construido en uno de los extremos de una amplia caverna;
por el opuesto, abierto al mundo, entraba el sol a raudales. Debajo del muelle, las aguas del Renegado
bullan vigorosas. Una fila de carmbanos atravesaba la boca de la caverna y daban testimonio de la
presencia del glaciar, un poco ms arriba, igual que los trozos de hielo y la nieve que cruja de vez en
cuando.
Haba varias barcas amarradas; el instinto le dijo a Lirael que la embarcacin curvada y estrecha, de un
slo mstil, era la suya. Llevaba grabada en la popa una paloma colipava y luca un mascarn de proa
arqueado que representaba a una mujer con los ojos desmesuradamente abiertos. Aquellos ojos parecan
apuntar en direccin a Lirael, como si la barca supiera quin iba a ser su siguiente pasajero. La muchacha
crey por un momento que el mascarn de proa le haba guiado un ojo.
Sanar seal hacia la embarcacin y le dijo:
-sa de ah es la Exploradora. Te llevar sin tropiezos hasta Qyrre, ro abajo. Ha hecho ese viaje en
mil ocasiones o ms, de ida y vuelta, a favor o en contra de la corriente. Conoce bien el ro.
-No s navegar -dijo Lirael, nerviosa, al notar que las marcas del Gremio se movan silenciosas por el
casco, el mstil y las jarcias. Se sinti pequea y tonta. Estaba fatigada y ver el mundo exterior que se
extenda ms all de la boca de la caverna le produjo unas ganas inmensas de ocultarse en un rincn y
echarse a dormir-. Qu tendr que hacer?
-Son pocas las cosas de las que debers ocuparte -respondi Sanar-. La Exploradora lo har casi todo
sola. T tendrs que izar y arriar la vela y timonear un poco. Te ensear a hacerlo.
-Gracias -dijo Lirael.
Subi a la barca detrs de Sanar y se agarr de la borda porque la Exploradora se meca bajo sus pies.
Ryelle les pas la mochila, el arco y la espada de Lirael, y Sanar le ense dnde guardarlo todo: un
arcn forrado de tela impermeable en la bodega de proa de la embarcacin. La espada y el arco iban
metidos en unas cajas estancas situadas a ambos lados del mstil, para que estuvieran ms a mano.
Sanar le ense entonces a Lirael cmo izar y arriar la nica vela mayor triangular de la embarcacin y
cmo se mova la botavara. La Exploradora se ocupara de orientar la vela, le explic Sanar, y guiara la
mano de Lirael cuando la posara en la caa del timn. Lirael poda incluso dejar que se gobernara sola en
caso de emergencia, pero la barca prefera notar el contacto humano.
-Esperamos que no encuentres ningn peligro durante el viaje -dijo Ryelle, cuando por fin terminaron
de mostrarle a Lirael la barca-. Normalmente, el camino del ro es bastante seguro hasta Qyrre. Aunque
no estamos ahora seguras de nada. Desconocemos la naturaleza de lo que se oculta en la fosa que viste y
sus poderes. Por si acaso, lo mejor ser que por la noche eches el ancla en el ro en lugar de bajar a tierra
o que amarres en una isla. Ro abajo hay muchas. De Qyrre en adelante, debers buscar la ayuda que
puedan prestarte los agentes de la Polica Real. Aqu tienes una carta que les mandamos en calidad de
portavoz. Con suerte, tambin estarn presentes algunos miembros de la guardia, y a lo mejor la Abhorsen
- 191 -
LIRAEL
habr regresado de Ancelstierre. Hagas lo que hagas, debes asegurarte de viajar desde Qyrre a Borde
acompaada de un nutrido grupo, armado hasta los dientes. Lamento decirte que no tenemos ms
consejos que darte para el resto del trayecto. El futuro est nublado; a ti slo te vemos en el Lago Rojo, no
vemos ms imgenes, ni antes, ni despus.
-Resumiendo, eso significa que debes tener mucho cuidado -dijo Sanar. Sonri sin poder disimular el
ceo fruncido por la preocupacin-. Recuerda que ste es slo uno de los posibles futuros que vemos.
-Tendr cuidado -prometi Lirael.
Instalada ya en la barca y a punto de partir, estaba que se la coman los nervios. Por primera vez iba a
salir a un mundo no delimitado por el hielo y la piedra, y tendra que ver a muchos forasteros y hablar con
ellos. Peor an, iba a enfrentarse al peligro, a un enemigo del que no saba nada, casi sin preparacin
alguna. Ni siquiera su misin estaba clara. Deba encontrar a un joven, en medio de algn lago, un da de
ese verano. Y si consegua encontrar a Nicholas y sobrevivir a todos los peligros inminentes? La
admitiran las clarvis de vuelta al glaciar? Y si no le permitan regresar nunca ms?
Al mismo tiempo, Lirael estaba llena de entusiasmo, notaba una sensacin de liberacin ante la
posibilidad de alejarse de una vida que le resultaba agobiante, aunque le costara reconocerlo. Ah tena a
la Exploradora y el sol que brillaba ms all, y el Renegado que flua hacia aguas que ella slo conoca a
travs de los libros. Llevaba consigo la estatuilla de la perra y la esperanza de que su mascota regresara. Y
estaba en misin oficial, se dispona a hacer algo importante. Casi como una verdadera hija de las clarvis.
-Ser mejor que te lleves esto, quiz te haga falta -dijo Ryelle envegndole un monedero de cuero,
repleto de dinero-. Al administrador le gustara que trajeras los recibos, pero yo creo que ya bastantes
preocupaciones tienes como para acordarte de eso.
-Antes de despedirnos, veamos si sabes izar la vela t sola -prosigui Sanar. Sus ojos azules parecan
llegar a lo ms profundo de Lirael y percibir los temores que la muchacha ni siquiera se haba atrevido a
mencionar-. El don de la visin no me permite percibir imgenes futuras, pero estoy segura de que
volveremos a vernos. Y recuerda que, tengas o no el don de la visin, eres una hija de las clarvis. No lo
olvides! Que la suerte est de tu parte, Lirael.
La joven asinti, incapaz de articular palabra, y hal de la driza para levantar la vela, que colg lacia,
pues el muelle de la caverna estaba demasiado resguardado y no llegaban all los vientos.
Ryelle y Sanar le hicieron una reverencia y luego soltaron las amarras de la Exploradora. La veloz
corriente del Renegado acogi la barca y la barra del timn se movi bajo la mano de Lirael, incitndola a
gobernar a la impaciente embarcacin y conducirla hacia ro abierto, al mundo soleado.
Lirael volvi la vista atrs una vez, y cuando pasaron de la sombra de la caverna al sol, los carmbanos
tintinearon por encima de su cabeza. Sanar y Ryelle seguan de pie en el muelle. La saludaban con la
mano; entretanto, el viento hinch la vela de la Exploradora y despein la cabellera de Lirael.
Me he ido, pens Lirael. Ya no poda regresar, y menos con la corriente en contra. La corriente del
ro mantena a flote la barca, y la corriente del destino mantena a flote a Lirael. Ambas la llevaban a
lugares desconocidos.
El ro se ensanchaba en el punto donde la fuente subterrnea se una a l, alimentado por los lagos de
montaa formados por el deshielo, y los cientos de arroyuelos que fluan zigzagueantes como capilares
recorriendo todo el Glaciar de las Clarvis. Sin embargo, slo en el canal central, de unos quinientos
metros de ancho, haba calado suficiente para navegar, porque a ambos lados de la zona navegable, el
Renegado perda profundidad, y se contentaba con cubrir apenas millones de guijarros, redondeados por
la paciente labor del agua.
Lirael inspir el aire clido, con olor a ro, y sonri al notar que el sol le calentaba la piel. Segn lo
prometido, la Exploradora avanzaba hacia la parte ms rpida del ro, mientras la escota mayor se
aflojaba imperceptiblemente hasta que se encontraron con el viento del norte a popa. Lirael se tranquiliz
un poco al comprobar que la Exploradora saba cuidarse sola. Si hasta resultaba divertido, correr
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LIRAEL
impulsadas por la brisa, mientras la proa levantaba una fina nube de roco al cortar el oleaje provocado
por el viento y la corriente. Lo nico que necesitaba la muchacha para que aquel momento fuese perfecto
era la presencia de su mejor amiga, la Perra Canalla.
Busc la estatuilla de esteatita en el bolsillo del chaleco. Encontrara consuelo con slo tenerla en la
mano, porque era imposible realizar el hechizo antes de llegar a Qyrre donde deba conseguir el alambre
de plata y los dems materiales.
En lugar del tacto fresco y suave de la piedra palp tibia pelambre de perro y lo que sac del bolsillo
fue una oreja puntiaguda que le resultaba muy familiar, seguida por un trozo redondeado de crneo y la
otra oreja. A todo esto sigui de inmediato la cabeza entera de la Perra Canalla, demasiado voluminosa
para caber en el bolsillo... como no habra cabido tampoco el resto del cuerpo.
-Aay! Qu apreturas! -gru la perra, sacando con esfuerzo una de las patas delanteras y
contonendose como una loca.
Por increble que pudiera ser, apareci luego otra pata, y a continuacin sali el can entero y, tras
dejarle a Lirael las calzas cubiertas de pelos, se dio la vuelta y la obsequi con un lengetazo
entusiasmado. -Por fin estamos en camino! -ladr alegre, la boca abierta para aspirar la brisa, la lengua
colgando-. Iba siendo hora. Adonde vamos?
Lirael tard en contestar. Se limit a abrazar con fuerza a la perra y a inspirar dos o tres veces
profunda y rpidamente para no echarse a llorar. Su mascota esperaba impaciente, ni se le ocurri lamer
la oreja que tena ms cerca. Cuando la muchacha consigui calmarse, la perra repiti la pregunta.
-Mejor pregunta para qu vamos adonde vamos -aclar Lirael, mientras meta la mano en el bolsillo
del chaleco y comprobaba que al salir, la perra no se hubiera llevado el espejo oscuro. Lo raro era que el
bolsillo ni siquiera haba cedido, ni pareca haberse ensanchado.
-Acaso importa? -inquiri la perra-. Nuevos olores, nuevos sitios, nuevos lugares en los que mear...
Con perdn de sus castos odos, capitana.
-Perra Canalla! Deja ya de alborotar de esa manera -le orden Lirael.
La perra no obedeci del todo, se sent a los pies de su ama, pero sigui moviendo la cola y a cada
ratito lanzaba mordiscos al aire.
-Esta no es otra de nuestra expediciones normales, como las que tuvimos en el glaciar -le explic
Lirael-. Tengo que encontrar a un hombre...
-Bien! -la interrumpi la Perra Canalla, dando un salto y cubrindola de lametazos-. Ya era hora de
que te quedaras preada.
-Perra Canalla! -protest Lirael, obligndola a sentarse otra vez. No se trata de eso! El hombre es de
Ancelstierre e intenta... pues intenta desenterrar algo antiqusimo, creo. Cerca del lago Rojo. Se trata de
algo de la magia libre y es tan poderoso que consigue que me entren ganas de vomitar incluso cuando
Ryelle y Sanar se limitaron a ensermelo a travs de una visin. Y haba un nigromante que me vio y los
relmpagos no dejaban de caer en el agujero del suelo...
-No me gusta nada eso que me cuentas -dijo la perra, ponindose seria de repente. Dej de menear la
cola, mir a Lirael a los ojos y se puso a olisquear el aire-. Ser mejor que me lo expliques todo. Empieza
por el principio, desde el momento en que las clarvis fueron a buscarte all abajo.
Lirael asinti; le ofreci un repaso de cuanto las gemelas le haban dicho y le describi la visin que
haban compartido con ella.
Cuando hubo terminado, el Renegado se haba convertido en el ro poderoso conocido por todos en el
reino. Tena ms de ochocientos metros de ancho y era muy profundo. En el centro, el agua era clara, de
un azul tan intenso que permita ver los peces plateados del fondo.
La perra se sent, pos la cabeza en las patas delanteras y se puso a reflexionar muy concentrada.
Lirael observaba sus ojos castaos, fijos en un punto lejano.
-No me gusta -dijo el can al cabo de un rato-. Te envan a enfrentarte al peligro y nadie sabe a ciencia
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LIRAEL
cierta lo que est pasando. Las clarvis no ven claramente, el rey y la Abhorsen ni siquiera estn en el
reino. El agujero del suelo que se traga los relmpagos me recuerda a algo muy, pero muy malo... y por si
eso fuera poco, est el nigromante se.
-Supongo que podramos ir a otro lugar distinto -coment Lirael no sin cierto asomo de duda, inquieta
por la fuerte reaccin de su mascota.
La perra la mir sorprendida y exclam:
-Ni se te ocurra! Tienes un deber que cumplir. No me gusta, pero habr que apechugar. Yo no he
dicho nada de abandonar.
-No -convino Lirael queriendo aclarar que ella no haba sugerido siquiera que abandonaran. Slo
estaba expresando una posibilidad.
Pero prefiri olvidarse del tema.
-Esas cosas que te dejaron en la habitacin -dijo la perra tras un largo silencio-, sabes cmo usarlas?
-Es posible que no estuvieran siquiera destinadas a m -adujo Lirael-. Las encontr por casualidad.
Adems, no las quiero.
-Los mendigos podrn elegir el da que quieran dejar de pedir -dijo la perra.
-Y eso qu quiere decir?
-No tengo ni idea -contest la perra-. Sabes o no usar las cosas que te dejaron?
-Vers, he ledo El libro del recuerdo y el olvido -contest Lirael sin excesivo entusiasmo-. De manera
que supongo que la teora me la s...
-Deberas practicar -sentenci la perra-. Nunca se sabe, a lo mejor se requiere mucha pericia.
-Pero tendr que internarme en el reino de los muertos -protesto Lirael-. No lo he hecho nunca. Ni
siquiera estoy segura si debera hacerlo. Soy una clarvi. Debera ver el futuro, no el pasado.
-Lo que deberas hacer es utilizar esos regalos que te han dado -dijo la perra-. Imagnate cmo te
sentiras si me regalaras un hueso y yo no me lo comiera.
-Sorprendida -contest Lirael-. Lo cierto es que a veces los entierras en el hielo.
-Pero tarde o temprano acabo comindomelos -dijo la perra-. Cuando me llega la hora.
-Cmo sabes que ha llegado mi hora? -pregunt Lirael con suspicacia-. Es ms, cmo sabes siquiera
para qu sirven mis regalos?
-Te lo he dicho, verdad? He ledo mucho. Es lo que pasa cuando vives en una biblioteca -dijo la perra
contestando en primer lugar a la segunda pregunta-. All, ms adelante hay un montn de islas. Una de
esas islas podra ser el lugar perfecto para hacer una parada. Puedes usar el espejo oscuro cuando
lleguemos a una de ellas. Si algo te siguiera al salir del Reino de la Muerte, podemos subir a la barca y
alejarnos.
-Si algo muerto me ataca, querrs decir -aclar Lirael. Era el verdadero peligro. En el fondo, tena
ganas de pasar revista al libro. Lo que no le apeteca nada era internarse en el reino de los muertos para
poder hacerlo. El libro del recuerdo y el olvido enseaba a ir y aseguraba que poda regresar. Pero... y si
estaba equivocado? La zampona estaba muy bien, a su manera, porque poda utilizarse por si misma para
protegerse de los muertos. Al fin y al cabo constaba de flautas que respondan a los mismos nombres que
las siete campanas empleadas por los nigromantes. Tenan un solo inconveniente: no eran tan poderosas
como las campanas y en cierto pasaje del libro se deca que aunque suelen ser el instrumento propio de
los recordadores, Abhorsen en ciernes las utilizan con cierta frecuencia hasta tanto puedan dominar las
campanas. Ese simple comentario bastaba para quitarle a las zamponas el encanto que pudieran tener.
Aunque este instrumento no fuese tan poderoso como las campanas el libro daba a entender en cierto
modo que su poder bastaba para velar por su seguridad. Siempre y cuando supiera utilizarlo
adecuadamente, claro, porque ella slo se saba la teora. No obstante, haba una cosa que le interesaba
ver especialmente...
-Debemos llegar a Borde lo antes posible -dijo con parsimonia-. Aunque imagino que podramos
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LIRAEL
tomarnos unas horas libres. Antes necesito dormir un rato. Cuando despierte, atracaremos en una isla, si
hay alguna cerca. Luego... luego me internar en el reino de los muertos y rebuscar en el pasado.
-As me gusta -aprob la perra-. Me vendr bien un paseo.
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LIRAEL
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Recordadora
Lirael se encontraba junto a la Perra Canalla, en el centro de una isleta, rodeada de rboles y arbustos
raquticos que no crecan ms por culpa del suelo rocoso. El mstil de la Exploradora se alzaba detrs de
ellas, a apenas treinta pasos de distancia, indicndoles donde estaba el refugio si se vean obligadas a huir
de algo que saliera del reino de los muertos. Con el fin de prepararse para entrar en ese helado reino,
Lirael se colg al cinto la espada que las clarvis le haban dado. Se le hizo extrao notar su peso en la
cadera. Llevaba el ancho cinto de cuero firmemente apretado a la parte baja de la barriga, y la espada, si
bien ms larga y pesada que la de prcticas, le pareci familiar, aunque era la primera vez que la tocaba.
De haberla visto antes, habra recordado la elegante empuadura de plata y el pomo de bronce con una
piedra verde incrustada.
Lirael llevaba la zampona en la mano izquierda; observ que las marcas del Gremio se movan por los
tubos de plata, entrelazndose con la magia libre oculta en ellos. Analiz cada una de las flautas y record
lo que deca el libro sobre ellas. Su vida poda depender de que supiera cul de las flautas usar.
Respirando con dificultad, recit los nombres en voz alta para fijarlos en la mente y demorar lo ms
posible su entrada en el reino de los muertos.
-La primera y la ms dbil es Ranna -comenz a recitar Lirael como si tuviera la pgina
correspondiente de El libro del recuerdo y el olvido grabada con claridad en la mente-. Ranna, la
adormecedora, har dormir a cuantos la oigan.
-La segunda es Mosrael, la despertadora. Una de las campanas ms peligrosas, transmite ese peligro a
cualquier cosa. Su sonido de sierra hace que el flautista se interne ms en el reino de los muertos al
tiempo que conduce a quien la escucha al mundo de los vivos.
-La tercera es Kibeth, la caminante. Kibeth ofrece libertad de movimientos a los muertos o bien los
obliga a ir por donde quiera el flautista, pero Kibeth suele llevar la contraria y puede conseguir que el
flautista camine hacia donde no quiere ir.
-La cuarta es Dyrim, la habladora, de melodioso tono. Dyrim devuelve el habla a los muertos que hace
mucho se han quedado mudos, sin voz, o bien dota de sentido a las palabras olvidadas. Dyrim tambin
suele hacer callar a quienes hablan por hablar.
-La quinta es Belgaer, la pensadora, capaz de devolver el raciocinio y la memoria, as como todas las
pautas utilizadas en vida. Mas si cae en manos irresponsables, lo que har es borrarlas. Belgaer es una
fuente problemas. Siempre intenta sonar a su antojo.
-La sexta es Saraneth, conocida tambin como la sojuzgadora. Saraneth habla con la voz profunda de
la fuerza y encadena a los muertos a la voluntad de quien la usa.
Lirael hizo una pausa antes de recitar el nombre de la sptima y ltima flauta, la ms larga. Al tocarla,
su superficie plateada desprenda un ro eterno que meta el miedo en el cuerpo.
-Astarael, la afligida -susurr Lirael-. Si se toca como es debido, Astarael enviar a cuantos la oigan a
lo ms profundo de la muerte. Incluido al flautista. Echa mano de Astarael slo cuando no te quede otro
recurso.
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LIRAEL
-Adormecedora, despertadora, caminante, habladora, pensadora, sojuzgadora y plaidera -repiti la

perra haciendo una pausa en la operacin de rascado profundo de una oreja-. Aunque las campanas
estaran mejor. Esas flautas de la zampona son para que los nios practiquen.
-Chsss! -orden Lirael-. Me estoy concentrando.
Saba que no le convena preguntarle a la Perra Canalla cmo haba aprendido los nombres de las
flautas. Con toda probabilidad, aquel can increble haba ledo a escondidas El libro del recuerdo y el
olvido, mientras Lirael dorma.
Una vez se hubo preparado mentalmente para usar la zampona, o al menos algunas de las flautas que la
componan, Lirael desenvain la espada y vio dos cosas: que las marcas del Gremio se movan por la hoja
plateada y que sta llevaba una inscripcin. Levant la espada para que le diese la luz y ley en voz alta:
Las clarvis me vieron, los constructores del Muro me hicieron, mis enemigos me recuerdan.
-Se trata de la espada hermana de Sojuzgadora -observ la perra y, llena de inters, la toc con el
hocico-. No saba que la tuvieran. Cmo se llama?
Lirael movi la espada para comprobar si haba algo escrito en el otro lado de la hoja, pero al hacerlo,
la primera inscripcin cambi, las letras brillaron y se dispusieron de otra manera.
-Nebima -ley Lirael-. Qu significa?
-Es un nombre -fue la insulsa respuesta de la perra. Al ver la expresin de Lirael, inclin la cabeza a un
lado y aadi-: Viene a significar algo as como no me olvides. Lo irnico es que Nebima lleva mucho
tiempo relegada al olvido. De todos modos, mejor una espada que un bloque de piedra. Se trata, sin duda,
de una de las reliquias de la familia. Me sorprende que te la hayan dado.
Lirael hizo que s con la cabeza, sin pronunciar palabra porque sus pensamientos regresaban otra vez al
glaciar y a las clarvis. Ryelle y Sanar le haban entregado la espada sin demasiada ceremonia. Los constructores del Muro la haban forjado, de modo que deba de tratarse de uno de los tesoros ms importantes
de sus hermanas.
Un golpecito en la pierna le record el asunto que tena entre manos, parpade para contener las
lgrimas y se concentr con toda el alma, tal como indicaban las instrucciones de El libro del recuerdo y
el olvido. Supuestamente deba sentir la muerte y luego ingenirselas para entrar en su reino. Resultaba
ms sencillo en los sitios donde haba muerto mucha gente, o donde la haban enterrado, pero en teora,
deba funcionar en cualquier parte.
Lirael cerr los ojos para concentrarse mejor y se le arrug el ceo. Sinti la presencia de la muerte
como una presin helada en el rostro. Empuj en esa direccin y not que el fro le traspasaba los
pmulos y los labios, y se le filtraba en las manos extendidas. El efecto era muy extrao porque segua
notando el calorcillo del sol en el cuello.
Y el fro aument ms y ms a medida que iba subindole por los pies y las piernas. Not que le daban
unos golpecitos en las rodillas, unos golpecitos que no tenan nada que ver con esos otros, los suaves con
los que la Perra Canalla la sacaba de algn despiste. Era como si una corriente la aferrara, una corriente
fuerte que quera arrastrarla y hundirla.
Abri los ojos. Las aguas de un ro fluan entre sus piernas, pero no se trataba del Renegado. Era un ro
negro y opaco, y en l no haba seales ni de la isla, ni del cielo azul, ni del sol. La luz era griscea,
griscea y apagada hasta donde alcanzaba a ver, un horizonte completamente plano.
Lirael se estremeci y no era slo por obra del fro: haba conseguido penetrar en el reino de los
muertos. Lejos, en la distancia, se oa el ruido de una cascada. Segn haba ledo en el libro deba de
tratarse de la Primera Puerta.
El ro tir de ella otra vez y, sin pensarlo dos veces, se dej llevar unos cuantos pasos. Las aguas la
arrastraron con ms fuerza y el fro le cal hasta el ltimo hueso. Qu fcil sera dejar que aquel helor se
difundiera por todo su cuerpo, qu fcil sera tumbarse y dejarse llevar por la corriente...
-No! -grit dando un paso atrs.
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LIRAEL
El libro adverta contra este fenmeno. La fuerza del ro no estaba solo en la corriente. Lirael deba
luchar contra el impulso de echarse a nadar y adentrarse en el Reino de la Muerte, contra las ganas
irresistibles de tumbarse y dejarse llevar por la corriente.
Por suerte, el libro tambin estaba en lo cierto respecto de otro aspecto ms ventajoso: notaba el
camino de regreso a la vida, su instinto le deca exactamente hacia dnde dirigir sus pasos para regresar,
lo cual no dejaba de ser un alivio.
Aparte del rugido lejano de la Primera Puerta, Lirael no perciba que en el ro hubiese ms actividad.
Escuch con atencin, tensa, el cuerpo vigilante, dispuesto a retroceder de inmediato. Nada, ni un leve
oleaje.
El sentido que le permita detectar la muerte le envi una llamada de atencin, y ech un rpido
vistazo a ambas mrgenes del ro. Por un instante crey ver que algo se mova en la superficie; debajo del
agua, una delgada lnea oscura se adentraba en el reino de los muertos. Y tal como vino, se march; la
muchacha no vio ni sinti nada. Un minuto ms tarde, ni siquiera estaba segura de haberla visto.
Lanz un suspiro y envain la espada con cuidado, guard la zampona en el bolsillo del chaleco y sac
el espejo oscuro. All, en el primer recinto de la muerte, alcanzaba a atisbar una mnima parte del pasado.
Para abarcar mucho ms, tendra que seguir andando, cruzar la Primera Puerta, e incluso era posible que
tuviese que internarse ms all. Sin embargo, en ese momento, su plan era hacer un repaso a los ltimos
veinte aos.
El clic que sigui al abrir el espejo son como un estruendo y su eco se propag por las negras aguas.
Al orlo, Lirael dio un respingo. Le sigui un sonoro chapoteo, a espaldas de la muchacha, que la hizo
lanzar un grito.
Salt instintivamente adentrndose en el Reino de la Muerte, cambi el espejo a la mano izquierda y
desenvain la espada, todo antes de que tuviera conciencia siquiera de lo que haca.
-Soy yo -dijo la Perra Canalla golpeando el agua con la cola-. Me aburra de esperar.
-Cmo has llegado hasta aqu? -susurr Lirael, envainando la espada con mano temblorosa-. Me has
dado un susto de muerte!
-Te he seguido -contest la perra-. No es ms que un paseo algo distinto.
Lirael se pregunt por ensima vez cul era la naturaleza exacta de la Perra Canalla y hasta dnde
llegaban sus poderes. Y como no haba tiempo para conjeturas, sigui adelante, porque El libro del
recuerdo y el olvido adverta que en el reino de los muertos no haba que permanecer mucho tiempo en el
mismo sitio pues eso poda llamar la atencin de las cosas que pululaban por ah. Cosas con las que Lirael
no deseaba encontrarse.
-Quin vigilar mi cuerpo si ests aqu? -pregunt Lirael con tono de reproche.
Si en el mundo de los vivos llegaba a ocurrirle algo a su cuerpo, no le quedara ms remedio que seguir
el curso del ro o convertirse en una especie de espritu muerto que vaga por toda la eternidad y trata de
regresar a la vida en el interior de un cuerpo ajeno. O transformarse en una sombra que para mantenerse
alejada del reino de los muertos se ve obligada a beber la sangre y la vida de otros.
-Ya sabr si alguien intenta acercarse a l -le contest la perra oliendo el ro-. Y si nos adentramos un
poco ms?
-Ni hablar! -le solt Lirael-. Utilizar el espejo oscuro aqu mismo. Y t te vuelves ahora mismo!
Estamos en el reino de los muertos, Perra Canalla, no en el glaciar!
-Cierto -mascull la perra. Mir a su ama con ojos suplicantes y agreg-: Pero nos encontramos nada
ms que en la Frontera de la muerte...
-Te vuelves ahora mismo! -le orden Lirael indicndole el camino.
La perra abandon la mirada suplicante, puso los ojos en blanco para mostrar su desaprobacin y se
march con el rabo entre las patas. Un segundo despus, desapareci y regres otra vez al mundo de los
vivos.
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LIRAEL
Lirael no le prest ms atencin; abri el espejo y lo levant a la altura del ojo derecho. Concntrate
en el espejo con un ojo solo -deca el libro, y contempla el mundo de los muertos con el otro, no vaya a
ser que la desgracia caiga sobre ti.
Comentario atinado, donde los hubiera, pero nada prctico, pens Lirael, mientras intentaba fijar la
vista en dos cosas distintas a la vez. Despus de un momento, la superficie opaca del espejo comenz a
aclararse y la oscuridad se ilumin. En lugar de verse reflejada, Lirael comprob que miraba a travs del
espejo y que lo que vea no era el fro ro de la muerte, sino ms all. Vio un remolino de luces, luces que
de Lirael identific como el paso del sol por el cielo; el astro rey pasaba a tal velocidad que apenas se
perciba como un trazo luminoso, adems, realizaba un recorrido inverso al habitual.
Presa del entusiasmo, comprob que as era como comenzaba la visin. A continuacin deba pensar
en lo que quera ver. Empez a hacerse una imagen mental de su madre; para ello, ms que de sus propios
recuerdos, mezcla de imgenes borrosas de la infancia y sentimientos sitos en lo ms recndito del alma,
ech mano del dibujo a carbn que su ta Kirrith le haba dado haca muchos aos.
Sin apartar de la mente la imagen de su madre, habl infundiendo a su voz las marcas del Gremio
aprendidas en el libro, smbolos de influencia y dominio que obligaran al espejo oscuro a mostrarle lo
que deseaba.
-A mi madre la conoc poco -dijo Lirael, levantando la voz para imponerse al murmullo del ro-. A mi
padre no lo vi nunca y me gustara conocerlo a travs del velo del tiempo. Ahora mismo.
El paso veloz de los soles en sentido contrario al habitual se fue haciendo ms lento mientras hablaba,
y Lirael not que algo la empujaba hacia la imagen del espejo hasta que, ante sus ojos, un solo sol cobr
forma y la encegueci. Y entonces la luz desapareci y lleg la oscuridad.
Poco a poco, la oscuridad fue menguando y Lirael vio la imagen de un cuarto superpuesta a la del ro
de la muerte que perciba con el otro ojo. Ambas imgenes eran borrosas, como vistas a travs de las lgrimas, pero no estaba llorando. La muchacha parpade varias veces sin conseguir ver con mayor
claridad.
Ante sus ojos se presentaba un cuarto amplio, en realidad se trataba de un saln con un ventanal en un
extremo, cuyo cristal no era transparente, sino una mancha borrosa multicolor. Lirael percibi que la
ventana irradiaba una especie de magia, pues los colores y dibujos mutaban, aunque no alcanzaba a verlos
con toda claridad.
Una mesa larga, de madera clara y brillantsima, ocupaba el largo de la sala. Sobre ella haba todo tipo
de objetos de plata: candelabros con velas de cera de abeja de ntidas llamas amarillas, saleros y
molinillos de pimienta, salseras y soperas y muchos ornamentos que Lirael no haba visto en su vida. En
una bandeja haba un pato asado, a medio trinchar, y todo alrededor, infinidad de platos con otros
manjares.
A las cabeceras haba dos personas, de modo que Lirael tuvo que entrecerrar los ojos para verlas
mejor. Una de esas personas era un hombre; estaba sentado en una silla de respaldo alto, como una especie de trono. Pese a que vesta una sencilla camisa blanca y no llevaba joya alguna, tena el porte y las
maneras de alguien de autoridad. Lirael frunci el ceo y movi un poco el espejo oscuro por si consegua
ver algo mejor. La estancia se llen de arco iris y, aparte de eso, nada cambi.
Existan encantamientos especficos para afinar la visin, sin embargo, Lirael no quera utilizarlos an
por temor a que saliesen mal y la imagen desapareciera del todo. Se concentr entonces en la otra
persona. La vea con ms claridad que al hombre.
Era Arielle, su madre, la hermana menor de Kirrith. Su hermosura se destacaba bajo la suave luz de las
velas; la larga cabellera, rubia y brillante, le caa cual cascada sobre la espalda del vestido de exquisita
tela azul salpicado de estrellas doradas. Sobre el profundo escote luca un collar de zafiros y diamantes.
Lirael se concentr y la visin del pasado se hizo ms clara cerca de las dos personas y ms borrosa en
el resto, como si el color y la luz aumentaran all donde ella clavaba el ojo. Al mismo tiempo, la imagen
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LIRAEL
del ro de la muerte se fue nublando. Comenz a percibir sonidos, como si escuchara a dos personas que
conversaban a medida que iban acercndose a ella. Hablaban utilizando giros distinguidos que en el
glaciar no se oan nunca. Era evidente que no se conocan bien.
-Bajo este techo he odo infinidad de cosas extraas, seora -deca el hombre mientras se serva ms
vino y despeda con un ademn a un enviado sirviente que haba empezado a atenderlo-. Mas ninguna tan
extraa como sta.
-No es algo que yo haya buscado -replic la mujer
Aquella voz le son extraamente familiar a Lirael. Cmo era posible que la recordara? Apenas tena
cinco aos cuando Arielle la abandon. Entonces se dio cuenta de que aquella voz le recordaba la de
Kirrith. Aunque era mucho ms dulce que la de su ta.
-Y ninguna de vuestras hermanas en la visin ha visto lo que decs de m? -pregunt el hombre-.
Ninguna de las que forman la Guardia de los nueve das?
-Ninguna -contest Arielle, inclinando la cabeza para ocultar el rubor que le suba por el cuello.
Lirael observaba la escena llena de asombro. Su madre estaba avergonzada! La Arielle de su visin no
era mucho mayor que ella. Pareca incluso ms joven.
El hombre dio muestras de estar pensando lo mismo, porque dijo:
-Mi esposa muri hace dieciocho aos y mi hija debe de tener vuestra edad. No me son desconocidas
las... las...
-Imaginaciones de las jovencitas? Los caprichos pasajeros de la juventud? -lo interrumpi Arielle
mirndolo a los ojos, enfadada-. Tengo veinticinco primaveras, mi seor, no soy una ingenua virgen que
lucha por su caballero. Soy una hija de las clarvis y no habra venido hasta aqu para yacer con un
hombre que podra ser mi padre de no haberlo visto en una visin!
El hombre dej la copa sobre la mesa y sonri, arrepentido, pero la risa no alegr su mirada cansada.
-Os pido que me disculpis, seora. En realidad, he odo el sonido de la profeca cuando me hablasteis
por vez primera, pero la apart de mi mente. Maana debo marcharme de aqu para arrostrar infinidad de
peligros. No dispongo de tiempo para pensar en el amor y es de todos sabido que no soy un padre
perfecto. Y aunque maana no tuviera que marcharme y pudiera entretenerme aqu con vos, el hijo que de
esa unin saldra vera a su padre en contadas ocasiones.
-No se trata de amor -dijo Arielle en voz baja, mirndolo a los ojos-.Y para engendrar a una hija basta
una noche sola, no hace falta un ao con todas sus noches. Y as ocurrir, porque la he visto. En cuanto a
vuestra ausencia, me temo que durante mucho tiempo no tendr ni padre ni madre.
-Hablis de una certeza -dijo el hombre-. Sin embargo, las clarvis suelen ver muchos hilos que el
futuro tal vez teja de uno u otro modo.
-En este caso slo veo un hilo, mi seor -dijo Arielle tomando la blanca mano del hombre entre las
suyas, muy morenas-. He venido hasta aqu, impulsada por las visiones que me han sido dadas por un
linaje, del mismo modo que a vos os impulsa el vuestro. As est escrito, primo. Tal vez podamos al
menos disfrutar de nuestra nica noche prescindiendo de otras razones. Retirmonos a vuestros aposentos.
El hombre vacil, su mano descansaba abierta sobre la mesa. Entonces ri, se llev la mano de Arielle
a los labios y la bes con suavidad.
-Disfrutaremos de nuestra noche -dijo levantndose de la silla- No s qu significa ni qu futuro
estaremos atando aqu con firmeza Estoy cansado de responsabilidades y preocupaciones! Como vos
decs, mi querida prima, retirmonos a mis aposentos!
Se abrazaron y Lirael cerr el ojo derecho; la embarg una gran incomodidad, rayana en la vergenza.
Si segua mirando, tal vez viera el momento en que fue concebida, la sola idea la haca sonrojar. Pese a
haber cerrado el ojo, la visin continu all hasta que se diluy con las lgrimas de la muchacha.
En el fondo de su corazn haba abrigado la secreta esperanza de que la visin le mostrara algo ms,
alguna indicacin de que sus padres haban compartido un amor secreto, de que ella era producto de un
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LIRAEL
vnculo inquebrantable. Al parecer no era as, ella no era ms que el producto de una nica y fugaz unin,
una unin que estaba predestinada o que era el resultado de las locas fantasas de su madre. Lirael no
saba qu era peor. Por otra parte, segua sin tener una idea clara de quin era su padre, aunque algunas de
las cosas que haba visto y odo resultaban muy sugestivas y exigan mayor reflexin.
Cerr el espejo con un golpe seco y lo guard en el morral que llevaba colgado del cinto. Fue entonces
cuando se dio cuenta de que el rumor de la Primera Puerta haba cesado. Algo estaba atravesando la cascada, algo proveniente de las profundidades del reino de los muertos.
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LIRAEL
36
Un morador de la Muerte
Segundos despus de que Lirael se percatara del silencio de la Primera Puerta, se reanud el sonido de
la cada del agua. Aquello que la haba acallado, haba cruzado ya la cascada y se encontraba en el primer
recinto del Reino de la Muerte. Con Lirael.
La muchacha escudri la lejana sin ver nada que se moviera. La luz griscea y lo plano del ro
dificultaba mucho calcular las distancias y no tena la ms remota idea de si la Primera Puerta estaba tan
cerca como sonaba. Saba, sin embargo, que el velo de neblina en que iba siempre envuelta serva para
distinguirla, pero la muchacha no lo vea.
Para curarse en salud, Lirael desenvain la espada, sac la zampona y avanz varios pasos en direccin
al reino de los vivos, hasta que estuvo lo bastante cerca del lmite para notar su calor en la espalda. Deba
cruzar ya la Frontera, lo saba, pero una curiosidad temeraria la mantena atenazada e inmvil donde
estaba: senta el loco impulso de ver, aunque fuese brevemente, a un morador de la Muerte.
Cuando por fin contempl sus primeras seales, su curiosidad se esfum como por arte de encanto para
dar paso al pavor. Algo se acercaba bajo el agua, no sobre ella; el oleaje formaba una uve cuyo vrtice se
diriga hacia ella, velozmente contra la corriente. Algo grande y oculto, trataba de sustraerse a los sentidos
de Lirael. No haba notado su presencia y repar en el oleaje de casualidad, por su exceso de celo.
De inmediato, volvi a tantear en busca de la vida, pero en ese mismo momento, la uve estall dando
paso a una silueta envuelta en llamas y oscuridad. Sostena una campana, una campana que taa
destilando poder, un poder que la clavaba en la Frontera misma entre la vida y la muerte.
Lirael supo que aquella campana era Saraneth, la reconoci cuando su sonido le traspas los huesos y
luch contra los msculos palpitantes de la muchacha. Se trataba, sin embargo, de una versin
rudimentaria de Saraneth, no ligada a la magia del Gremio, como ocurra con la zampona de Lirael o las
campanas de la Abhorsen. En aquel instrumento haba ms poder que arte. Deba de tratarse de la
campana de un brujo practicante de la magia libre. De un nigromante!
La muchacha percibi la voluntad de quien taa la campana, supo que intentaba dominar su espritu;
era una fuerza implacable, llena de odio, que consegua derrotar la intil resistencia de la muchacha.
Lirael vio entonces a quien taa la campana, lo vio con toda claridad, pese al vapor que lo envolva,
como si se tratara de un hierro candente lanza do al ro.
Se trataba de Hedge, el nigromante aparecido en la visin que las gemelas le haban enseado. La
magia libre le permita emitir un calor abrasador, capaz de acabar incluso con el fro de la muerte.
-Arrodllate ante tu amo! -le orden Hedge avanzando hacia ella a grandes zancadas, con la campana
en una mano y una espada negra que despeda llamas lquidas en la otra.
Su voz era ronca y cruel y sus palabras despedan fuego y humo.
La orden del nigromante golpe a Lirael como un azote; not que las rodillas se le doblaban, que las
piernas no la sostenan. Hedge la tena bajo su dominio, el tono profundo y dominante de Saraneth segua
resonando en sus odos, el eco se propagaba en su mente, era un sonido que no lograba quitarse de la
mente.
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LIRAEL
Hedge se acerc ms, la espada levantada por encima de la cabeza; Lirael saba que no tardara en caer
sobre su cuello desprotegido. Ella tambin empuaba la espada, las marcas del Gremio ardieron como
soles dorados cuando Nehima reaccion con rabia ante el inminente ataque de la magia libre. Pero el
brazo con el que empuaba la espada, trabado a la altura del codo por obra del enemigo, haba quedado
inmovilizado por la fuerza terrible de la campana.
Lirael intent desesperadamente infundirle movimiento a su brazo, mas no lo consigui. Trat
entonces de bucear en el fluir del Gremio, sacar de l un hechizo para derribar al nigromante con dardos
de plata o fuego dorado.
-De rodillas! -le orden otra vez el nigromante.
La muchacha se arrodill y las fras aguas del ro la golpearon en el estmago y el pecho, dndole la
bienvenida con su abrazo que pronto sera eterno. Los msculos del cuello se movieron con una serie de
estmulos y se tensaron como cuerdas mientras se resista al impulso de inclinar la cabeza.
Descubri entonces que si ceda un poco, podra bajar la cabeza lo suficiente para acercar los labios a
la zampona que segua sosteniendo entre los dedos helados de la mano izquierda. Se dej llevar a toda
prisa, los labios tocaron la plata con increble fuerza; la muchacha no supo siquiera cul de las flautas
sonara. En el peor de los casos sera Astarael, pero daba igual, porque se llevara consigo al nigromante
hasta las profundidades de la muerte.
Sopl con todas sus fuerzas, haciendo acopio de la poca voluntad que le quedaba, procur que la nota
sonara clara y que su eco obligase a batir en retirada el taido de la campana del nigromante.
Fue Kibeth la que son y su voz golpe a Hedge justo cuando se dispona a asestar la estocada para
decapitar a la muchacha. Le envolvi los pies con un ardid lleno de picarda, hacindolo girar en redondo.
La estocada se perdi en el aire, por encima de Lirael, y a partir de ese momento, Kibeth hizo que Hedge
caminara y bailara como un borracho perdido y se dirigiera retozando hacia la Primera Puerta.
Aunque sorprendido por la intervencin de Kibeth, la voluntad de Hedge y la intervencin de Saraneth
consiguieron mantener inmovilizada a Lirael pese a que la muchacha intentaba lanzarse de vuelta al reino
de los vivos. Notaba los brazos y las piernas pesadas como fardos, el ro quera tragrsela como si de
arenas movedizas se tratara. Empuj y tir para soltarse y avanzar hacia el mundo de los vivos, pens en
su pasado, en la perra Canalla, en todo lo que amaba.
Al final, como si la cuerda invisible que la mantena atada se hubiera roto, Lirael sali despedida hacia
adelante, hacia la luz del sol y la brisa fresca, aunque antes de que eso ocurriera, el nigromante se
despidi de ella con unas palabras tan fras y amenazantes como el mismo ro de la Muerte.
-S quin eres! No podrs ocultarte! Te voy a...!
No lleg a terminar de proferir su amenaza; sus ltimas palabras se perdieron cuando Lirael volvi a
tomar plena posesin de su cuerpo y sus sentidos se reacomodaron al mundo de los vivos. Tal como
adverta el libro, llevaba hielo y escarcha hasta en el ltimo pliegue de su ropa. Y de la nariz le colgaba
incluso un carmbano. Al arrancrselo sinti un dao tremendo y estornud.
-Qu era eso? -ladr la perra, prcticamente bajo los pies de Lirael. Estaba claro que haba percibido
el ataque a su ama.
-Un... un nigromante -contest Lirael estremecindose de los pies a la cabeza-. El mismo... el de la
visin... que las clarvis me mostraron. Hedge. Ha... ha estado a punto de matarme!
La perra gru desde el fondo de la garganta y Lirael not entonces que su mascota haba crecido, le
llegaba hasta el hombro y tena unos dientes mucho ms grandes y afilados.
-Saba que deba haberme quedado contigo, amita!
-S, s -farfull Lirael.
Segua sin poder hablar apenas, respiraba entrecortadamente, atenazada por el miedo. Saba que el
nigromante no poda seguirla, porque para ello deba regresar al cuerpo que haba dejado en el reino de
los vivos. Por desgracia, la pequea flauta Kibeth no conseguira hacerlo llegar muy lejos. Aquel ser
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LIRAEL
dispona de la fuerza necesaria para regresar y enviar espritus muertos en busca de la muchacha. A los
llamados si cuerpo.
-Enviar algo a buscarme. Debemos marcharnos de aqu!
^
La perra volvi a gruir pero no opuso resistencia y fue tras su ama cuando sta recorri la isla
pedregosa, sin otra idea en mente que regresar de inmediato a la Exploradora. Se coloc a espaldas de
Lirael, de modo que cada vez que la muchacha se volva para mirar nerviosamente, ah estaba la Perra
Canalla, interponindose entre su ama y el peligro.
Poco despus, a salvo en las rpidas aguas del Renegado, Lirael se desplom en el fondo de la barca,
abrumada por la reciente experiencia, con una mano posada sobre el timn. La Exploradora era de fiar,
saba encontrar el rumbo.
-Con qu gusto le habra arrancado el cuello a mordiscos a ese nigromante -dijo la perra despus de
permitir que su ama suspirara y temblara durante varios minutos-. As se habra acordado de mis dientes!
-Creo yo que no se habra dado cuenta si le hubieses arrancado el cuello a mordiscos -dijo Lirael,
temblorosa-. Pareca ms muerto que vivo. S quin eres, me dijo -aadi la muchacha en voz muy
baja, mirando el cielo, para que el sol le diera en toda la cara, notando su bendito calor en los labios y la
nariz helados-. Cmo es posible que me conozca?
-La magia libre carcome a los nigromantes -dijo la perra al tiempo que encoga para adoptar un tamao
menos beligerante, ms a pie para la conversacin-. El poder que intentan ejercer, la magia libre que
quieren dominar, acaba devorndolos. Ese poder reconoce tu linaje. l se refera a eso cuando te dijo que
saba quin eras.
-No me gusta nada la idea de que me conozcan fuera del glaciar -dijo Lirael estremecindose otra vez-.
Que sepan quin soy. Es posible que ese nigromante est ahora con Nicholas, en el reino de los vivos, de
manera que cuando por fin localice a Nicholas, encontrar al nigromante. Como el insecto que se acerca a
la araa para encontrar a la mosca.
-Esos son problemas de maana -dijo la perra, tratando de tranquilizarla sin conseguirlo demasiado-.
Al menos hemos conseguido salir con bien de los de hoy. Aqu, en el ro, estamos a salvo.
Lirael asinti y sigui pensando. Tras un momento se incorpor y toc a su perra debajo de la quijada
y alrededor de las orejas.
-Oye, Perra Canalla -comenz a decir, sin saber cmo continuar-, t ests hecha de magia libre, puede
que en mayor proporcin que la magia del Gremio de tu collar. Por qu no te... por qu no eres... por qu
no eres como el nigromante?
La perra suspir a su manera, lanzando un sustancioso buuf que hizo a Lirael a fruncir el ceo. La
perra inclin la cabeza hacia un gesto para meditar la contestacin.
-En el principio, todo era magia libre, espontnea, en estado puro, sin canalizar. Despus se cre el
Gremio, que tom gran parte de la magia libre y puso en ella orden, la sujet a estructuras, la at a los
smbolos. La magia libre que se mantuvo separada del Gremio es la correspondiente a la nigromancia, los
stilkens, margrs, siseantes, analems y dems criaturas malignas, engendros y espritus protectores de los
brujos. Es la magia aleatoria que persiste fuera del Gremio. Tambin existe la magia libre que contribuy
a crear el Gremio sin ser insumida por ste -prosigui la perra-. Esa magia libre difiere por completo la
otra que se neg a participar en la creacin del Gremio.
-Hablas del principio -dijo Lirael, que no estaba del todo segura de haber entendido bien-. Cmo pudo
ocurrir antes del Gremio, si no tiene principio ni fin?
-El Gremio tiene un principio -contest la Perra Canalla-. Incluido el Gremio. Te lo digo de buena
fuente, porque yo estaba cuando naci, cuando los Siete decidieron crear el Gremio y las Cinco se
entregaron a su creacin. En cierto modo, t tambin estuviste presente, mi ama. Eres descendiente de las
Cinco.
-De las cinco grandes marcas del Gremio? -pregunt Lirael, fascinada por esta informacin-.
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LIRAEL
Recuerdo que haba un poema al respecto. Tal vez uno de los primeros que memorizbamos de pequeas.
Se acomod mejor, entrelaz las manos a la espalda, adoptando sin darse cuenta la postura del recitado
aprendida en la infancia.
Cinco marcas del Gremio cien la tierra.
Grandes son los misterios que ellas encierran.
La primera est en la gente que lleva corona.
La segunda, en quienes a los muertos no perdonan.
La tercera y la quinta son piedra y argamasa.
La cuarta lo ve todo en el agua fra que pasa.
-S -dijo la perra-. Buen poema para que lo aprendan los cachorrillos. Las grandes marcas constituyen
la piedra angular del Gremio. Tanto los linajes, como el Muro y los pilares del Gremio provienen del
sacrificio original de las Cinco, que infundieron su poder a los hombres y mujeres que fueron tus
antepasados. Algunos de ellos, a su vez, transmitieron ese poder a la piedra y a la argamasa, cuando se
consider que la sangre, por s sola, se dilua con demasiada facilidad o poda pervertirse.
-Vamos a ver, si las Cinco se... digamos que se disolvieron en el Gremio, qu pas con los otros dos?
-pregunt Lirael, asimilando la informacin con el ceo fruncido. En todos los libros que haba ledo se
deca que el Gremio haba existido siempre y siempre existira-. Dijiste que fueron Siete quienes
decidieron crear el Gremio.
-Comenz con los Nueve -contest la Perra Canalla en voz baja-. Nueve que eran los ms poderosos,
que posean el raciocinio y la providencia que los colocaba por encima de las decenas de miles de seres de
la magia libre que pugnaban por existir sobre la faz de la tierra. Sin embargo, de esos Nueve, slo Siete
estuvieron de acuerdo en crear el Gremio. Uno decidi hacer caso omiso de la obra de los Siete, pero al
final acab siendo sometido para que sirviera al Gremio. El Noveno se resisti y fue derrotado a duras
penas.
-O sea, el nmero ocho y el nmero nueve -dijo Lirael contando con los dedos-. Sera ms fcil de
entender si tuvieran nombres en lugar de nmeros. De todos modos, todava no me has explicado lo que
ocurri con..., a ver..., con el seis y el siete. Por qu no pasaron a formar parte de las grandes marcas o
cartas del Gremio?
-Contribuyeron con gran parte de su poder a la formacin de los linajes, pero no pusieron en ello todo
su ser -contest la perra-. Sospecho que porque a lo mejor estaban menos cansados de la existencia
consciente, de la existencia individual. Queran continuar, de un modo u otro queran continuar. Creo que
deseaban ver lo que pasaba. Y los Siete si tenan nombres. Se los recuerda con las campanas y las flautas
como la que llevas en tu cinto. Cada una de esas campanas y las flautas de la zampoa que llevas en tu
cinto. Cada una de esas campanas contiene parte del poder original de los Siete, el poder que exista antes
de la creacin del Gremio.
-No sers t... no sers t uno de los Siete, verdad? pregunt tras un silencio cargado de ansiedad.
No consegua hacerse a la idea de que uno de los creadores del Gremio que ms poder que hubiese
entregado, se hubiese rebajado a ser su amiga. Ni que siguiera siendo su amiga una vez revelado su
altsimo rango.
-Soy la Perra Canalla -contest el can lamiendo la cara de su ama-. Una pizca, un resto que qued del
principio, regalado al Gremio. Y siempre ser tu amiga, Lirael. Lo sabes de sobra.
-Supongo -contest Lirael, dubitativa. Abraz con fuerza a la perra y apret la cara contra su cuello
clido-. Yo tambin ser siempre amiga tuya.
La perra dej que Lirael siguiera abrazndola, pero tena las orejas levantadas y escuchaba lo que
ocurra en el mundo que las rodeaba. El hocico no dejaba de olisquear el aire, tratando de captar parte del
- 205 -
LIRAEL
olor que haba salido del reino de los muertos junto con Lirael. Un olor inquietante, que la perra esperaba
se debiera a su imaginacin y sus recuerdos de antao, porque no se trataba slo del olor de un
nigromante humano, por poderoso que fuera. Era mucho, pero mucho ms antiguo y ms aterrador.
Lirael dej de abrazar a su mascota cuando ya no aguant ms el tufo a humedad que desprenda, y
entonces, regres junto a la caa del timn. La Exploradora segua gobernndose sola, pero Lirael not la
reaccin de bienvenida y reconocimiento cuando las marcas del Gremio florecieron en su mano, clidas y
reconfortantes despus del fro de la muerte.
-Es probable que dentro de unas horas veamos el trasbordador Sindle -coment Lirael con el ceo
fruncido, mientras recordaba los mapas que haba enrollado, desenrollado, catalogado y reparado en
biblioteca-. Vamos a buen ritmo..., hemos recorrido al menos veinte leguas!
-Hacia el peligro -aclar la perra yendo hasta la popa para tenderse a los pies de Lirael-. No lo
olvidemos, amita.
Lirael asinti y otra vez se puso a pensar en el nigromante y en el reino de los muertos. En ese
momento, bajo aquel sol delicioso, a bordo de la barca que navegaba alegremente ro abajo, aquello le
pareca irreal. Sin embargo, cuando ocurri haba sido ms que real. Y si las palabras del nigromante eran
ciertas, no slo la conoca, sino que tal vez supiera donde iba. En cuanto abandonara el curso del
Renegado, se convertira en una presa relativamente fcil de los sirvientes muertos del nigromante.
-Tal vez debera confeccionarme una piel con la magia del Gremio -dijo-. La de un bho bramador,
por si acaso.
-Buena idea -contest la perra arrastrando las palabras. Tena la mandbula apoyada sobre el pie de
Lirael y babeaba muchsimo-. Por cierto, viste algo en el espejo oscuro?
Lirael vacil. Lo haba olvidado. Por un instante, el ataque del nigromante haba borrado de su mente
la visin del pasado.
-S.
La perra esper que su ama siguiera hablando, pero la muchacha guard silencio. Al final, levant la
cabeza y dijo:
-O sea que ahora eres una recordadora. La primera en los ltimos quinientos aos, si no me equivoco.
-Supongo que s -dijo Lirael, sin mirar a los ojos a la Perra Canalla. No quera ser una recordadora, el
nombre que en el libro se daba a quien vea el pasado. Ella quera ver el futuro.
-Y qu es lo que viste? -inquiri la perra.
-A mis padres. -La muchacha se sonroj al recordar lo cerca que haba estado de ver a sus padres
haciendo el amor-. A mi padre.
-Quin era?
-No lo s -respondi Lirael, con aire preocupado-. Creo que si viera un retrato suyo, lo reconocera. O
si viera la estancia donde se me apareci. De todas maneras carece de importancia.
La perra buf para darle a entender que a ella no la engaaban as como as. Claro que tena
importancia, y mucha, pero Lirael no quera hablar del asunto.
-Mi familia eres t -dijo Lirael rpidamente al tiempo que abrazaba brevemente a su mascota.
A continuacin, fij la vista en la distancia, en las aguas brillantes del Renegado. La perra era, en
realidad, su nica familia, incluso ms que las clarvis con las que haba pasado toda su vida.
Le haban demostrado que nunca llegara a ser una de ellas, pens mientras se ajustaba el pauelo a la
cabeza, y record entonces el tacto de la seda sobre los ojos. Si alguien es de tu familia, no vendes los
ojos a tus hijos.
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LIRAEL
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Un bao en el ro
Lirael sigui el consejo de Sanar y Ryelle y pas la primera noche fuera del glaciar de las Clarvis
anclada al abrigo de una isla larga y estrecha, en el centro del Renegado, rodeada de ms de cuatrocientos
metros de aguas profundas y caudalosas.
En cuanto amaneci, despus de desayunar avena, una manzana, una torta canela ms bien dura y
varios tragos de agua clara del ro, Lirael levant el ancla, la guard y llam a la perra con un silbido. Se
volvi a nado desde la isla, donde haba dejado su canino en recuerdo de los perros que pudieran visitarla
algn da.
Acababan de levar el ancla y comenzaban a ponerse a favor del viento cuando de repente la Perra
Canalla se puso tiesa y seal hacia la orilla al tiempo que soltaba un aullido de advertencia.
Lirael agach la cabeza para ver por debajo de la botavara y con la vista sigui la direccin que
sealaba con la pata la Perra Canalla hasta un objeto situado a trescientos metros corriente abajo. Al
principio, la muchacha no distingui de qu se trataba, pareca algo metlico sobre la superficie del ro y
reflejaba el sol de la maana. Cuando por fin lo reconoci, con ms atencin para confirmar su conclusin
inicial.
-Parece una baera -dijo despacio-. Y dentro va un hombre.
-A todas luces se trata de una baera -convino la Perra Canalla-. Y de un hombre. Hay algo ms...
Ser mejor que tengas una flecha preparada, amita.
-Da la impresin de estar desmayado. O muerto -contest Lirael-. No deberamos seguir navegando y
dejarlos atrs?
Se limit a dejar el timn al mando de la Exploradora, sac el arco y lo tens. Envain a Nehima y
extrajo una flecha del carcaj.
La Exploradora pareca compartir el deseo de cautela de la Perra Canalla, porque se mantuvo a
distancia de aquel objeto. La baera navegaba mucho ms despacio que ellas, impulsada slo por la
corriente. Pero con el viento dndole de lleno en la manga, la Exploradora era bastante ms rpida y
podra adelantar a la extraa embarcacin si pasaba por su lado describiendo un arco y prosegua su
rumbo.
Seguir su rumbo era lo que Lirael deseaba. No quera tener nada que ver con extraos, si no era
absolutamente necesario. Aunque tarde o temprano, se vera obligada a tratar con otras personas y el
pobre hombre pareca en dificultades. Seguramente si se haba aventurado a navegar por el Renegado en
aquella baera metlica tan poco fiable no haba sido por voluntad propia.
Lirael frunci el entrecejo y se cal el pauelo casi hasta los ojos, para que la cara no le quedara tan al
descubierto. Cuando se encontraban a cincuenta metros escasos y a punto de rebasar la baera, coloco una
flecha en el arco pero no la dispar. El hombre no se haba dado cuenta de la aproximacin de la
Exploradora, porque no se haba movido siquiera. Estaba tumbado de espaldas en la baera, los brazos le
colgaban de los costados y tena las rodillas flexionadas. Lirael vio junto a l la empuadura de una
espada y en el pecho llevaba algo...
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LIRAEL
-Campanas! Es un nigromante! -exclam Lirael, tensando el arco.

Aquel hombre no se pareca a Hedge, pero un nigromante era un nigromante y estaba claro que eran
peligrosos. Atravesarlo con una flecha supona ganar en tranquilidad. A diferencia de los siervos muertos,
los nigromantes no tenan pavor al agua corriente. Con toda seguridad, ste finga estar herido para
hacerla caer en la trampa.
Se dispona a disparar la flecha cuando la perra ladr de repente:
-Espera! No huele como los nigromantes!
Sorprendida, Lirael dio un brinco y al dispararse, la flecha surc el aire pasando a menos de un palmo
por encima de la cabeza del hombre. De haberse incorporado, le habra dado en la garganta o en un ojo,
matndolo al instante.
La flecha describi un arco descendente y cay al agua, lejos de la baera, justo cuando un pequeo
gato blanco asomaba entre las piernas del hombre, se suba a su pecho y bostezaba.
Aquello provoc la inmediata reaccin de la Perra Canalla, que se puso a ladrar como una posesa e
intent lanzarse al agua. Lirael apenas atin a bajar el arco y a aferrar a su mascota por la cola antes de
que se lanzara por la borda.
La Perra Canalla meneaba la cola con tanta alegra y a una velocidad tal que Lirael se las vio y se las
dese para que no se le escurriera de las manos. La muchacha no consigui determinar si aquello era una
nuestra de amistad o de entusiasmo ante la perspectiva de perseguir al gato..
Con tanto barullo, el hombre de la baera acab por despertar. Se incorpor despacio, medio
adormilado, mientras el gato avanzaba con paso inseguro para instalarse sobre su hombro. Al principio el
hombre miraba hacia el lado opuesto de donde venan los ladridos; luego se volvi hacia la barca y, de
inmediato, ech mano de la espada.
Lirael cogi otra vez el arco y prepar otra flecha. La Exploradora puso proa al viento de modo que
aminoraron la marcha, con lo que Lirael cont con la estabilidad necesaria para disparar.
El gato habl entonces, alternando las palabras con los bostezos.
-Qu haces aqu?
Lirael dio un brinco de sorpresa pero consigui que no se le cayera la flecha. Se dispona a contestar
cuando advirti que el gato se diriga a la Perra Canalla.
-Put! -contest la perra-. Yo jurara que alguien tan taimado sabra la respuesta a esa pregunta. Cmo
te llamas ahora? Y quin es ese golfillo de aspecto lamentable que va contigo?
-Me llaman Zapirn -contest el gato-. Casi todo el tiempo. Y a ti qu nombre...?
-Este golfillo de aspecto lamentable sabe hablar por s mismo -lo interrumpi el hombre, airado-.
Quin o qu eres t? Y t, muchacha! sa es una de las barcas de las clarvis, no? La has robado?
La Exploradora dio un bandazo al or el insulto y Lirael apret con fuerza el arco, mientras suba
despacio la mano derecha a la cuerda. Se trataba de un golfillo arrogante que, para colmo, era ms joven
que ella Y llevaba campanas de nigromante! Aparte de ese detalle, era bastante apuesto, otro punto en
contra, por lo que a ella respectaba. Los hombres apuestos siempre eran los que se le acercaban en el
refectorio, seguros de que ella no se atrevera a rechazar sus atenciones.
-Yo soy la Perra Canalla -contest el chucho con toda tranquilidad-. Compaera de Lirael, hija de las
clarvis.
-As que te ha robado a ti tambin -gru Sam, sin pensar siquiera en lo que deca. Le dola todo el
cuerpo, y llevar a Zapirn montado en el hombro era sumamente incmodo e irritante.
-Yo soy Lirael, hija de las clarvis -anunci Lirael, muy solemne, la rabia se impuso a su habitual
sentimiento de ser una impostora-. Y t quin eres o qu eres, aparte de un grosero insoportable?
El hombre, en realidad, el muchacho, la mir fijamente hasta que a Lirael se le subieron los colores y
tuvo que agachar la cabeza y ocultarse tras el flequillo y el pauelo. Saba muy bien lo que estaba
pensando de ella.
- 208 -
LIRAEL
Era imposible que fuese hija de las clarvis. Las clarvis eran altas, rubias y elegantes. Aquella
muchacha... en realidad, aquella mujer... tena el cabello oscuro y llevaba un atuendo raro. Su chaleco
rojo brillante no se pareca en nada a las blancas tnicas salpicadas de estrellas que distinguan a las
clarvis y que l haba visto en Belisaere. Tampoco haca gala de aquella confianza distante de las videntes
que siempre lo haban puesto nervioso cuando se las encontraba por casualidad por los pasillos de palacio.
-No tienes aspecto de ser hija de las clarvis -dijo remando en la baera para acercarse ms. La corriente
estaba alejndolo de la Exploradora y tuvo que hacer un esfuerzo por mantenerse en el sitio-. Pero
supongo que aceptar lo que me dices.
-Detente! -le orden Lirael levantando el arco-. Quin eres? Y por qu llevas campanas de
nigromante?
Sam se mir el pecho. Se haba olvidado de que llevaba puesta la bandolera. Se dio cuenta entonces de
lo fra que estaba y de la fuerte presin que ejerca contra su pecho dificultndole la respiracin.
Se desabroch la bandolera mientras intentaba inventarse una respuesta nada concluyente, pero
Zapirn se le adelant.
-Bienhallada, seora Lirael. Este golfillo, tal como lo ha definido tu sirviente con tan buen tino, es su
majestad el prncipe Sameth, el Abhorsen en ciernes. Por eso lleva las campanas. Pasemos ahora a
asuntos ms serios. Podras tener la bondad de rescatarnos? La embarcacin personal del prncipe
Sameth no es de las que tengo por costumbre utilizar, y s que l est ms que dispuesto a conseguirme
un pescado antes de mi siesta de la maana.
Lirael mir a la Perra Canalla con aire inquisitivo. Saba quin era el prncipe Sameth. Pero por qu
diablos estaba el segundo hijo del rey Piedra de Toque y de la Abhorsen Sabriel flotando en una baera en
medio del Renegado, a leguas de la civilizacin?
-Es un prncipe real, sin duda -sentenci la Perra Canalla olisqueando el aire-. Huelo su linaje.
Adems est herido... eso lo vuelve irritable. No es ms que un muchacho impetuoso. Pero del otro, de
Zapiron, debieras cuidarte. Lo conozco desde hace mucho tiempo. Es el siervo de los Abhorsen, es
verdad, pero es producto de la magia libre, a los que es preciso someter a algn vnculo. No sirve por
voluntad propia ni se te ocurra nunca quitarle el collar.
-Supongo que tendremos que recogerlos -dijo Lirael en voz baja, con la esperanza de que la Perra
Canalla le llevara la contraria. Pero la perra se limit a mirarla con aire divertido, y Exploradora haba
decidido por ellas moviendo un poco la caa del timn y la barca empez a dirigirse muy despacio hacia
la baera. Lirael lanz un suspiro y guard el arco y sac la espada, por si la Perra Canalla se haba
equivocado. Y si el prncipe Sameth fuese en realidad un nigromante y no el Abhorsen en ciernes?
-Deja la espada a un lado -le grit Lirael-. Y t, Zapirn, sintate debajo de las piernas del prncipe.
Cuando nos pongamos a vuestro costado, no os movis hasta que os lo ordene, Sam no contest
enseguida. Lirael vio que le susurraba algo al gato y se dio cuenta de que mantena una conversacin
similar a la que ella acababa de tener con la Perra Canalla.
- De acuerdo! -grit Sam despus de escuchar al gato y dejando la espada en el fondo de la baera,
junto con las campanas.
Cuando se acercaron, Lirael se dio cuenta de que estaba afiebrado; las mejillas encendidas, los ojos
hundidos, as lo indicaban. Zapirn se lanz con elegancia de los hombros del prncipe y desapareci
debajo del burile de la baera. La improvisada embarcacin sigui su rumbo girando en la corriente. La
Exploradora tambin avanz, cortando el viento para poder colocarse de lado.
Barca y baera chocaron con un fortsimo sonido metlico. Lirael se sorprendi de comprobar lo
hundida que iba, desde lejos no pareca tan sumergida. El prncipe la mir ceudo, pero fue fiel a su
palabra y no se movi.
Lirael tendi la mano izquierda y le toc la marca del Gremio que llevaba en la frente, con la espada
dispuesta para lanzar una estocada en caso de que la marca fuera falsa o estuviera corrupta. Sin embargo,
- 209 -
LIRAEL
sus dedos notaron el conocido calorcillo que desprendan las genuinas marcas del Gremio cuando
brillaban con fuerza. Pese a lo que la Perra Canalla le haba contado, el Gremio pareca ser eterno, no
tener principio ni fin. Tras un momento de duda, Sam alarg el brazo y estando la punta de la espada tan
cerca, esper a que le diesen autorizacin. Lirael asinti y entonces el muchacho le toc la frente con dos
dedos, y la marca del Gremio se encendi con una luz muy intensa, ms brillante que la del sol reflejado
en el ro.
-Supongo que puedes salir de la baera -dijo Lirael, rompiendo el silencio.
Volva a estar muy nerviosa ante la perspectiva de tener que compartir la barca con un extrao. Qu
iba a hacer si le daba por hablar todo el rato o si intentaba besarla o algo as? La verdad era que no pareca
estar en condiciones de intentar nada. Baj la espada y lo agarr de la mano para ayudarlo a levantarse al
tiempo que frunca la nariz. Desprenda un tufo a sangre, suciedad y miedo; era evidente que haca tiempo
que no se lavaba.
-Gracias -mascull Sam deslizndose por la borda como pudo, pues tena las piernas tan entumecidas
que apenas le respondan. Lirael vio que aguantaba el dolor estoicamente mordindose los labios. Cuando
pas las piernas por encima de la borda, inspir hondo y dijo-: Me... me hars el favor de coger mi
espada, las campanas y las alforjas? Me temo que apenas puedo moverme.
Lirael lo hizo al instante. Recogi en ltimo lugar las alforjas. Cuando las tuvo en la mano, la baera
se lade y uno de los extremos qued un instante bajo el agua. Se enderez un poco y sigui flotando en
el ro aunque un poco ms hundida. Una ola pequea choc con cierta fuerza contra un extremo y la
baera ya no consigui mantenerse a flote, se dio la vuelta y, como un extrao pez plateado, se hundi en
las aguas claras.
-Adis, mi brava embarcacin -murmur Sam mientras la vea descender hacia las oscuras
profundidades.
Se dej caer y solt un suspiro, mezcla de dolor y de alivio. Zapirn haba saltado justo cuando la
baera comenz a llenarse y en ese momento estaba frente a la Perra Canalla, tan cerca que sus hocicos
casi se rozaban. As siguieron, mirndose fijamente, pero Lirael sospechaba que estaban comunicndose
de una manera desconocida para sus amos humanos. Y esa manera no era del todo cordial. Los dos tenan
los pelos erizados y la Perra Canalla grua por lo bajo con un sonido que le sala del fondo del pecho.
Lirael se ocup de las maniobras de la Exploradora para volver a colocarla corriente abajo,
agachndose debajo de la botavara cuando sta se movi. La barca casi no precisaba de ayuda, pero era
mejor dedicarse a gobernarla que hablar. Cuando hubo terminado, el silencio se hizo opresivo. Los dos
animales seguan hocico contra hocico. Al final, Lirael se vio en la obligacin de decir algo. Dese con
todas sus fuerzas encontrarse de vuelta en la biblioteca para poder escribir una nota en lugar de hablar.
-Qu... hum..., qu fue lo que te pas? -le pregunt a Sam, que se haba tendido cuan largo era en el
fondo de la embarcacin-. Por qu estabas en esa baera?
-Es largo de contar -dijo Sam dbilmente. Intent sentarse para verla mejor, pero la cabeza no le
respondi y fue a golpear contra un banco de bogar-. Aay! Pero resumiendo mucho, podra decirse que
hua de las atenciones de los muertos, y la baera era la nica embarcacin disponible.
-De los muertos? Cerca de aqu? -pregunt Lirael estremecindose al recordar su encuentro con la
muerte. Con el nigromante Hedge. Haba calculado que aquel ser despreciable estara cerca del lago Rojo,
en el reino de los vivos, como indicaba la visin. Aunque aquello tal vez no hubiese ocurrido an. Era
posible que en ese momento Hedge se encontrara muy cerca de all...
-A varias leguas ro arriba, anoche -contest Sam, palpndose alrededor de la herida con la punta de un
dedo.
Segua tierna y se notaba tensa contra la pernera del pantaln, sntoma evidente de que, debido a su
cansancio extremo, el hechizo para contener la infeccin haba fallado.
-Tiene mal aspecto -coment Lirael, mirando la mancha oscura que haba dejado la sangre al secarse
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LIRAEL
en la pernera del pantaln-. Te la hizo el nigromante?

-Mmm? -inquiri Sam, notando que estaba a punto de perder otra vez el conocimiento. Apretar la
herida no haba sido buena idea-. Por suerte, el nigromante no tuvo nada que ver. Los muertos obedecan
rdenes prefijadas y la verdad es que no lo hicieron con demasiada eficacia. Esta pualada es de antes.
Lirael pens un momento, sin saber bien qu decirle. Se senta intimidada, al fin y al cabo, estaba ante
un prncipe real y un Abhorsen en ciernes.
-Lo digo porque ayer luch contra un nigromante -dijo al fin.
-Cmo? -dijo Sam, incrdulo, y se sent del todo pese a las nuseas-. Un nigromante? Aqu?
-No exactamente -dijo Lirael-. Estbamos en el reino de los muertos. No s dnde se encontraba l
fsicamente.
Sam lanz un gemido y cay otra vez hacia atrs. Esta vez Lirael lo not a tiempo y consigui
sostenerle la cabeza.
-Gracias -mascull Sam-. Era... era flaco, calvo y llevaba refuerzos metlicos rojos en los codos?
-S-susurr Lirael-. Se llama Hedge. Quera cortarme la cabeza.
Sam tosi y se volvi hacia la borda, tena los msculos del cuello muy tensos. Lirael consigui
apartar las manos a tiempo antes de que vomitara. El muchacho se qued un rato con la cabeza fuera de la
borda y luego se ech agua en la cara.
-Perdona -dijo-. Son los nervios. Y dices que luchaste contra ese nigromante en el reino de los
muertos? Pero t eres una clarvi. Las clarvis no se internan en el reino de los muertos. Quiero decir, nadie
lo hace, salvo los nigromantes y mi madre.
-Yo s -farfull Lirael y volvi a sonrojarse-. Porque... porque soy una recordadora. Tuve que ir hasta
all para encontrar algo en el pasado.
-Qu es una recordadora? Qu tiene que ver el pasado con la muerte? -pregunt Sam.
Senta que deliraba. Una de dos, o Lirael estaba como una cabra o l no consegua entender lo que le
deca.
-Me parece a m -dijo la Perra Canalla interrumpiendo su comunicacin hocico a hocico con el gato-,
que mi ama debe curarte la herida, joven prncipe. Despus, podremos empezar por el principio.
-Eso puede llevar un buen rato -dijo Zapirn, asomado por la borda, mientras buscaba peces sin mucha
conviccin.
La forma en que los dos animales se movan indicaba que durante la muda conversacin que haban
mantenido el gato haba quedado en segunda posicin.
-A ti tambin te quem el nigromante? -susurr Sam.
-No -respondi Lirael, sorprendida-. Por qu, a quin quem?
Ahora la confundida era ella. Sam no contest. Parpade una vez y luego cerr los ojos.
-Ser mejor que le cures la herida, amita -sugiri la Perra Canalla.
Lirael suspir, exasperada, sac el cuchillo y cort la pernera del pantaln. Al mismo tiempo, buce en
el flujo del Gremio y rescat las marcas de un hechizo que limpiara la herida y reparara el tejido.
Las explicaciones tendran que esperar.
- 211 -
LIRAEL
38
El libro de los muertos
Las explicaciones tuvieron que esperar casi todo el da, porque Sam no despert hasta que la
Exploradora var sola en un banco de arena y Lirael levant campamento en la isla que haba al lado.
Mientras cenaban pescado asado, tomates secos y galletas, se contaron sus respectivas historias. Lirael se
sorprendi de lo fcil que le resultaba hablar con l. Era casi, casi como conversar con la Perra Canalla.
A lo mejor se deba al hecho de que no era una clarvi, pens.
-De manera que has visto a Nicholas -dijo Sam resoplando-. Y se encuentra en compaa de ese
nigromante, el tal Hedge. Estn desenterrando un terrible objeto de la magia libre. Imagino que debe de
tratarse de la celada de rayos de la que me hablaba en su carta. Esperaba, tonto de m, que todo fuese
producto de una coincidencia. Que Nick no tuviera nada que ver con el enemigo, que su viaje al lago Rojo
estuviese motivado realmente por algo interesante de lo que se haba enterado.
-No, no lo vi por m misma -aclar Lirael de mala gana, no fuera ser que le pidiera luego que utilizara
su supuesto don de la visin para averiguar ms cosas-. Sino que me mostraron la visin. Fue precisa una
guardia de ms de mil quinientas clarvis para ver los alrededores de la fosa. No supieron precisar cundo
fue... o cundo ser. A lo mejor todava no ha ocurrido.
-Calculo que no debe de llevar mucho tiempo en el reino -coment Sam con poca conviccin-. Aunque
yo dira que en este momento ha llegado ya al lago Rojo. Y la excavacin que viste pudo empezar sin l.
Los muertos que llevan gorros y pauelos azules deben de ser los refugiados sureos, los que cruzaron
el Muro hace ms de un mes.
-Segn la otra visin de las clarvis, dentro de muy poco encontrar a Nicholas en el lago Rojo -aclar
Lirael-. Pero no quiero llegar sin estar preparada. Y menos si Hedge lo acompaa.
-La situacin se agrava por momentos -dijo Sam quejumbroso mientras se agarraba la cabeza con
ambas manos-. Habr que mandarle un mensaje a Ellimere. Y... no s..., conseguir que mis padres
regresen de Ancelstierre. Aunque ah todava tienen que solucionar el problema de los sureos. A lo
mejor podra viajar mi madre y dejar que mi padre se ocupara de eso...
-Creo que las clarvis ya han enviado mensajes -dijo Lirael-. La cuestin es que no saben tanto como
nosotros, de modo que ser mejor que las avisemos. Entretanto, algo tendremos que hacer, no? El rey y
la Abhorsen tardarn todava en enterarse de la situacin y ms en regresar.
-Supongo -dijo Sam, sin entusiasmo-. Ojal Nick me hubiese esperado en el Muro.
-Es probable que no le quedara ms remedio -dijo la Perra Canalla que escuchaba atentamente
ovillada a los pies de su ama.
Zapirn estaba cerca, con las patitas extendidas cerca de los restos del fuego en el que haban hecho la
comida, rodeado de espinas de pescado. En cuanto termin de dar cuenta de la cena, se durmi sin prestar
la menor atencin a la conversacin de Sam y Lirael.
-Es probable -convino Sam mientras se miraba distradamente las cicatrices de las muecas-. Ese
nigromante, el tal Hedge, debe... debe de haberse apoderado de l cuando estuvimos en la Frontera. Despus de aquel incidente no volv a ver a Nick. Slo nos escribimos. No me queda ms que seguir
- 212 -
LIRAEL
buscando a ese tonto redomado.

-Tena cara de enfermo -dijo Lirael sorprendida de que el recuerdo hubiera trado tanta preocupacin.
Nick le haba tendido la mano y la haba saludado...-. Enfermo y confundido. Yo creo que estaba afectado
por la magia libre, pero que no saba lo que estaba pasndole.
-Nick nunca entendi nada de lo que pasa aqu, ni acept jams la idea de que la magia funciona -dijo
Sam con la vista clavada en las brasas.
Con los aos, las ideas de Nick respecto de la magia se haban hecho ms firmes, si cabe, y no
terminaba nunca de cuestionar los conceptos nacidos de ella ni de preguntar por qu las cosas eran como
eran. Nunca haba aceptado nada que estuviese en abierta contradiccin con su comprensin de las
fuerzas de la naturaleza y la mecnica que haca funcionar el mundo.
-Yo no entiendo Ancelstierre -coment Lirael-. He ledo cosas, es muy posible que se trate de otro
mundo.
-A m siempre me pareci menos real que ste -dijo Sam, sin apartar la vista del fuego, como si no
estuviera escuchando. Contemplaba las chispas que salan volando y trataba de contar cuntas se elevaban
con cada rfaga-. Como un sueo muy vivido, aunque algo deslavazado y desteido, como una acuarela
de colores muy diluidos, ms suaves, pese a que tienen luz elctrica, mquinas y todo lo dems. Supongo
que era debido a que en la escuela casi no haba magia, porque estbamos demasiado lejos del Muro. A
veces consegua tejer sombras y hacer algunos trucos con la luz, pero slo cuando soplaba viento del
norte. Muchas veces, al no poder bucear en las marcas del Gremio, senta como si una parte de m
estuviera dormida.
Qued en silencio, los ojos clavados en las brasas. Al cabo de un momento, Lirael dijo:
-Volviendo a lo que tenemos que hacer. Yo voy a Qyrre, donde debera reunir a un grupo de agentes
de polica o de la Guardia Real para que me escolten hasta el pueblo de Borde. Lo que pasa es que parece
que Hedge ya sabe que existo... que existimos..., de manera que no parece que sea la mejor idea del
mundo. Tengo que ir al lago Rojo, pero no tan a la vista de todos. Sera muy tonto de mi parte amarrar en
el embarcadero de Qyrre y desembarcar, no?
-Sin duda -convino la Perra Canalla, mirando fijamente a su ama, orgullosa de las conclusiones que
acababa de sacar-. Hedge desprenda un tufo, un olor a poder lo bastante fuerte para que yo lo captara
cuando Lirael logr huir de l. Creo que es algo ms que un nigromante. Da igual lo que sea, lo que est
claro es que es muy listo y que hace mucho que se prepara para atacar el reino. Contar con secuaces
tanto entre los vivos como entre los muertos.
Sameth sigui callado. Apart la vista del fuego y frunci el ceo al ver que Zapirn segua
durmiendo. Ahora que estaba claro que Nicholas se encontraba en las garras del enemigo, Sam no saba
qu hacer. En la seguridad de su cuarto de la torre, acudir al rescate de Nicholas le haba parecido una
buena idea, pero ms simple, sin tantas complicaciones.
-No podemos ir a Qyrre -dijo Sam-. Se me ocurre que podramos ir a la Casa... la Casa de la Abhorsen.
Desde all puedo enviar halcones mensajeros y podemos... bueno, conseguir cosas para el viaje.
Camisones. Una espada mejor para m.
-Y all estaramos a salvo -dijo la perra lanzndole a Sam una penetrante mirada.
El muchacho apart la vista, incapaz de sostener la mirada de la Perra Canalla. Era como si le leyera
el pensamiento, como si conociera sus secretos ms ntimos. En su fuero interno se produca una dura
batalla entre dos voces: una le deca que siguiera adelante; la otra le deca que no sera capaz de
continuar. Era tanta la tensin del momento que le entraron ganas de vomitar. Fuera donde fuese, no
poda huir de sus deberes de Abhorsen en ciernes, y muy pronto, se descubrira que no era ms que un
impostor.
-Me parece una buena idea -dijo Lirael-. Est en los Despeaderos Largos, verdad? Desde all iremos
hacia el Oeste, mantenindonos alejados de los caminos. Hay caballos en la Casa? Yo no s montar, pero
- 213 -
LIRAEL
podra ponerme una piel del Gremio y t...

-Mi yegua ha muerto -la interrumpi Sam y se puso plido de repente-. No quiero otro caballo!
Se levant con bro; se intern cojeando en la oscuridad, lleg a orillas del Renegado y se puso a
observar sus olas plateadas y su vasta extensin oscura. Alcanzaba a or a Lirael y a esa criatura con
forma de perro, tan parecida a Zapirn que resultaba inquietante; hablaban de l en voz muy baja y no
entenda nada, aunque saba que l era el tema de conversacin; sinti vergenza.
-Es un malcriado! -susurr Lirael, enfadada. No estaba acostumbrada a ese tipo de comportamientos.
En sus exploraciones haba hecho lo que quera, sin embargo, en la biblioteca, se haba sometido a la
estricta disciplina y a la cadena de mando. Era cierto que Sam le haba dado informacin muy til, pero
por lo dems, era un incordio-. Intentaba idear algn tipo de plan. A lo mejor deberamos dejarlo por aqu.
-Est atribulado -reconoci la Perra Canalla-. Adems, se ha visto sometido a unas pruebas dursimas
que han superado todo lo imaginable... Est dolido y tiene miedo. Ir mejorando conforme pasen los das.
-Eso espero -dijo Lirael.
Ahora que saba ms sobre Nicholas, la celada de rayos y los ataques sufridos por Sam a manos de los
muertos, se dio cuenta de que toda ayuda era poca. Tanto para ella como para el reino.
-Al fin y al cabo, es su trabajo -aadi la muchacha-. El es el Abhorsen en ciernes. Yo tendra que
estar en el glaciar, tan ricamente, mientras l se ocupa de Hedge o lo que quiera que pulule por ah!
-Si el palpito de la Abhorsen y el rey sobre los planes de Hedge resultara ser cierto, nadie podr estarse
tan ricamente, como dices t le hizo notar la Perra Canalla-. Y cuantos pertenecen al linaje, deben
defender el Gremio.
-Ay, perrita ma! -exclam Lirael con tono plaidero, abrazndose a su mascota-. Por qu todo tiene
que ser tan difcil?
-Porque s -dijo la Perra Canalla ladrndole en la oreja-. Descansa, el sueo te ayudar a no ver las
cosas tan complicadas. El nuevo da traer nuevas experiencias, nuevos olores.
-Imposible que el sueo ayude en nada -protest Lirael, no obstante, se acomod en el suelo y arrastr
la mochila para usarla de almohada.
Haca demasiado calor para taparse con la manta y pese a que soplaba la leve brisa del ro, vena
cargada de humedad, de mosquitos y jejenes. El verano no haba empezado an, al menos segn marcaba
el calendario del reino, pero el tiempo haca y deshaca a su antojo, sin hacer caso de las mediciones del
hombre. Y no haba seales de que la lluvia refrescante fuera a llegar.
Lirael aplast un mosquito y se volvi al comprobar que Sam regresaba y hurgaba en sus alforjas.
Sacaba algo, un objeto destellante. La muchacha se incorpor al ver que se trataba de una rana con
piedras preciosas incrustadas. Una rana alada.
-Disclpame por haberme comportado mal -murmur Sam depositando la rana alada en el suelo-. Ella
se encargar de ahuyentar a los mosquitos.
A Lirael no le hizo falta preguntar cmo lo haca. Porque la rana salt acrobticamente hacia atrs y
utiliz la lengua para zamparse dos mosquitos muy grandes y repletos de sangre.
-Ingenioso -dijo la Perra Canalla medio adormilada al tiempo que asomaba la cabeza del cmodo
agujero que haba excavado para dormir.
-La hice para mi madre -dijo Sam con tono de compadecerse a s mismo-. Es lo nico que se me da
bien. Construir cosas.
Lirael asinti mientras vea cmo la rana causaba estragos en la poblacin de insectos del lugar. Se
mova con agilidad, las alas de bronce batan tan deprisa como las de un colibr, produciendo un sonido
suave, como el del viento al agitar unos postigos cerrados a cal y canto.
-Zapirn tuvo que matarla -dijo Sam de pronto, mirando el fuego-. Me refiero a Retoo, mi yegua. La
hice correr tanto que revent. No fui capaz de asestarle el golpe de gracia. Zapirn tuvo que cortarle el
cogote para asegurarse de que los muertos no la mataran y se hicieran ms fuertes.
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LIRAEL
-No da la impresin de que hubiera otra salida -coment Lirael, incmoda-. No s, lo digo porque t
no podas hacer nada ms.
Sam guard silencio y sigui contemplando las pocas brasas rojas que quedaban e iban cambiando de
forma y de color pasando del naranja al negro, del negro al rojo. Le llegaba el murmullo amortiguado del
Renegado y la respiracin jadeante de la Perra Canalla. La presencia de Lirael, all sentada, a tres palmos
de distancia, a la espera de que dijese algo, era algo palpable.
-Debera haberla matado yo -susurr Sam-. Pero tuve miedo. Miedo de la muerte. Siempre le he tenido
miedo a la muerte.
Lirael call, cada vez ms incmoda. Nadie le haba hecho nunca una confesin tan personal, y menos
en esas circunstancias. Se trataba del hijo de la Abhorsen, del Abhorsen en ciernes. Era imposible que temiera a la muerte. Era como si una clarvi tuviera miedo del don de la visin. Le resultaba imposible
imaginar algo semejante.
-Ests cansado y herido -dijo al fin-. Deberas dormir. Maana te sentirs mejor.
Sam se volvi y la mir, pero no levant la cabeza, no se atreva.
-T entraste en el reino de los muertos -mascull Sam-. Tuviste miedo?
-S - reconoci Lirael-. Pero me limit a hacer lo que deca el libro.
-Qu libro? -pregunt Sam y se estremeci pese al calor-. El libro de los muertos?
-No -contest Lirael. Era la primera vez que oa mencionar El libro de los muertos-. Me refiero a El
libro del recuerdo y el olvido. Trata del reino de los muertos slo porque las recordadoras se ven
obligadas a adentrarse en l para ver el pasado.
-Primera noticia que tengo de l -farfull Sam. Mir sus alforjas como si se tratara de sacos llenos de
veneno, a punto de reventar-. Se supone que debo estudiar El libro de los muertos, pero ni siquiera
soporto tenerlo ante mi vista. Intent dejarlo en mi cuarto, pero me sigui. Igual que las campanas. Me es
imposible alejarme de l, pero tampoco me atrevo a mirarlo. Y tal como estn las cosas, seguro que voy a
necesitar el libro y las campanas para salvar a Nick. Qu injusto es todo! Yo nunca ped ser el Abhorsen
en ciernes!
Yo tampoco ped que mi madre me abandonara a los cinco aos, tampoco ped ser una clarvi sin el
don de la visin, pens Lirael. El prncipe Sameth era algo inmaduro para sus aos y, como la Perra
Canalla haba dicho, estaba cansado y herido. Que tuviera el ataque de autocompasin en paz. Si a la
maana siguiente segua hundido, la Perra Canalla poda pegarle un buen mordisco. Con Lirael haba
funcionado.
En lugar de decir lo que pensaba, Lirael toc la bandolera que estaba junto a Sam.
-Te importa si les echo un vistazo a las campanas? -pregunt, notaba la fuerza que destilaban pese a
encontrarse inactivas- Cmo se usan?
-Lo explica El libro de los muertos -contest de mala gana-. Lo que ocurre es que no se puede
practicar. Hay que utilizarlas de verdad, cuando llega el momento. No! Por favor..., no las saques.
-Tendr cuidado -dijo Lirael, sorprendida de su reaccin. Haba palidecido, en la oscuridad, su cara
pareca ms blanca, y temblaba-. Ya se algo sobre ellas, porque se parecen a las flautas de mi zampona.
Sam retrocedi unos pasos, presa del pnico. Si a la muchacha llegaba a carsele una campana, o si
taa alguna sin querer, los dos acabaran siendo arrojados al reino de los muertos. La sola idea le
produca Terror. Por otra parte, algo en su interior lo impulsaba a dejar que la chica cogiera las campanas,
como si al hacerlo se rompiera el vnculo que lo ataba a ellas.
-Bueno, creo que puedes echarles un vistazo -dijo-. Si te apetece.
Lirael asinti, pensativa, mientras acariciaba los suaves mangos de caoba y el cuero fino, cubierto por
una capa de cera de abeja. Not un sbito impulso de ponerse la bandolera y adentrarse en la muerte para
probar las campanas. En comparacin, las flautas de su zampona eran de juguete.
Sam la observaba acariciar las campanas y tembl de pies a cabeza, al recordar lo fras y pesadas que
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LIRAEL
le haban parecido cuando se las haba colocado sobre el pecho. El pauelo que cubra la cabeza de Lirael
se desliz hacia atrs dejando al descubierto su larga cabellera negra. Al ver aquella cara iluminada por el
fuego y la luz reflejada en aquellos ojos, Sam se sinti la mar de raro. Tuvo la sensacin de que la haba
visto antes. Pero era imposible, porque l nunca haba visitado el glaciar y ella nunca haba salido de all
hasta ese momento.
-Me dejas que le eche un vistazo a El libro de los muertos? -pregunt Lirael, incapaz de disimular el
entusiasmo.
Sam la mir con fijeza, como si se hubiese quedado con la mente en blanco.
-El libro de los muertos podra de... de... destruirte. -Ya estaba, los nervios lo traicionaban, volva a
tartamudear-. No hay que tomrselo a la ligera.
-Ya lo s. No s explicrtelo, pero siento que debo leerlo.
Sam reflexion. Las clarvis eran primas de la familia real y de la Abhorsen, por tanto, supona que
Lirael tena todo el derecho a hacerlo por pertenecer al linaje. Al menos eso bastaba para que no los
destruyera a los dos en un abrir y cerrar de ojos. Adems, haba estudiado El libro del recuerdo y el
olvido, aunque l no tena ni idea de qu trataba, pero quedaba claro que tras su lectura, se haba
convertido en una especie de nigromante, al menos en lo referente a viajar al Reino de la Muerte.
-Lo tienes ah -dijo bruscamente sealando la alforja correspondiente.
Sam se qued un instante en suspenso, luego retrocedi hasta situarse a ms de diez pasos de la fogata,
ms cerca del ro; la Perra Canalla y Zapirn quedaron entre l y Lirael... y el libro. Se acost y, muy
resuelto, mir para otro lado. No quera ver el libro. Su rana voladora fue tras l y en un periquete limpi
de mosquitos la zona donde estaba su yacija. Oy a sus espaldas el ruido que hicieron las correas de la
alforja cuando las desabrocharon. Se vio luego el brillo suave de la luz del Gremio, seguido del chasquido
de los broches de plata... y el susurro de las pginas. No hubo explosiones, ni llamas destructivas.
Sam dej de contener el aliento, cerr los ojos y trat de dormirse. Al cabo de pocos das llegaran a la
Casa de la Abhorsen. Estara a salvo. Se quedara all. Lirael poda seguir sola.
Lo que pasa -le dijo su conciencia antes de que se durmiera del todo-, es que Nicholas es amigo tuyo.
A ti te corresponde ocuparte de los nigromantes. Tus padres esperan que seas t quien se enfrente al
enemigo.
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LIRAEL
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Puente de Arriba
A la maana siguiente, Sam se senta mucho mejor. Al menos fsicamente. La magia curativa de Lirael
haba contribuido en gran medida a esa mejora. Sin embargo, segua con el nimo por los suelos,
nervioso por el peso de las responsabilidades.
Por su parte, Lirael senta el cuerpo cansado, pero la mente muy despierta. Se haba pasado la noche
leyendo El libro de los muertos; amaneca cuando lleg a la ltima pgina y no se dio cuenta porque el
calor que despeda el antiguo volumen contribuy a que las fras horas nocturnas pasaran veloces.
Haba olvidado ya gran parte del libro. La muchacha saba que lo haba ledo entero, al menos haba
ledo todas las pginas que haba vuelto. Sin embargo, no tena una idea exacta del texto en su conjunto.
El libro de los muertos exiga muchas relecturas, pues con cada una de ellas ofreca algo nuevo. En cierto
sentido, era consciente de que aquella obra reconoca la ignorancia de la lectora y le haba dejado entrever
lo mnimo para que pudiera comprenderlo. Adems, el libro le haba planteado ms preguntas sobre la
muerte y los muertos que las que le haba respondido. O tal vez haba respondido a muchas de ellas, pero
no recordara la respuesta hasta que no llegara el momento.
Lo nico que le qued grabado en la mente fue la ltima pgina. Contena una sola pregunta.
Es el caminante quien escoge el camino,
o el camino el que escoge al caminante?
Pens en aquella pregunta mientras hunda la cabeza en el ro para tratar de despejarse, se ataba el
pauelo y se alisaba el chaleco sin dejar de pensar en ella. Le cost separarse de las campanas y El libro
de los muertos. Al final los guard otra vez en las alforjas de Sam aprovechando que l terminaba de
hacer sus abluciones en otro lugar del ro, detrs de los arbustos ralos que crecan en un islote.
Cargaron todo en la barca sin decirse una sola palabra, sin hacer ningn comentario sobre el libro o las
campanas, y por supuesto, tampoco hablaron de la confesin que Sam le hiciera la noche anterior. Lirael
iz la vela de la Exploradora y emprendieron viaje, ro abajo; los acompa el ruido de fondo producido
por el golpeteo de la lona cuando la muchacha recogi la escota mayor, unido al rumor de la corriente al
rozar la quilla. Todos parecan coincidir en que era demasiado temprano para conversar. En especial
Zapirn, que ni siquiera se haba molestado en despertarse y que fue llevado a bordo.
Cuando navegaban a buen ritmo, Lirael parti en trozos ms pequeos algunas de sus tortas de canela,
grandes como un plato, y las reparti. La Perra Canalla se comi su racin de un bocado y medio, pero
Sam se qued mirando la suya con recelo.
-Me arriesgo a partirme un diente o me limito a chupar mi trozo hasta que me sobrevenga la muerte? pregunt al tiempo que intentaba sonrer.
Era evidente que se senta mejor, pens Lirael. Mejor esa actitud que el recital plaidero de la noche
anterior.
-La tercera posibilidad es que me la des a m -sugiri la Perra Canalla sin apartar la vista de la mano
que sostena la torta.
- 217 -
LIRAEL
-Ni hablar -dijo Sam, le dio un mordisco e intent masticarlo. Luego tendi la mitad sin comer y con la
boca llena dijo-: Pero te doy lo que me queda si me dejas echarle un vistazo a tu collar.
No termin la frase y la Perra Canalla ya haba dado un salto al frente, se haba tragado la torta y
haba apoyado la mandbula sobre el regazo de Sam para que ste pudiera ver lo que quera.
-Para qu quieres ver el collar de la Perra Canalla? -pregunt Lirael.
-Lleva marcas del Gremio que no haba visto en mi vida -contest Sam cuando se dispona a tocar el
objeto de su curiosidad.
Pareca hecho de cuero y llevaba grabadas las marcas del Gremio. Cuando lo roz con los dedos, Sam
se dio cuenta de que no era de cuero, ni mucho menos. Estaba hecho exclusivamente de marcas del
Gremio, un mar de marcas en eterno fluir. Tuvo la sensacin de que si hiciera presin, la mano entera se
le hundira en el collar y, llegado el caso, acabara zambullndose en l. En aquella inmensa balsa de
magia encontr muy pocas marcas del Gremio conocidas.
De mala gana, apart la mano y, siguiendo un impulso, le rasc la oreja a la Perra Canalla. Al tacto
pareca un can como todos, de la misma manera que Zapirn pareca un gato. Sin embargo, los dos eran
seres cargados de magia. En el caso de Zapirn, llevaba un collar en el cual haba un hechizo vinculante
de enorme potencia; el collar de la Perra Canalla era diferente, era casi, casi como si formara parte del
propio Gremio. Al tacto se pareca mucho a un pilar del Gremio.
-Qu gustito! -suspir la perra mientras la rascaba-. Un poquito ms abajo, en el lomo, ah, ah. Qu
gustito!
Sam obedeci y la Perra Canalla se estir mientras la rascaban, demostrando su deleite. Lirael se
qued mirndolos; de repente cay en la cuenta de que era la primera vez que vea a la perra en compaa
de otra persona, porque siempre desapareca cuando apareca alguien.
-Algunas de las marcas del Gremio que llevas en el collar me resultan conocidas -dijo Sam por
comentar algo, mientras rascaba a la perra y contemplaba los juegos de luz del sol de la maana sobre el
agua.
Iba a hacer otro da caluroso, y l no tena sombrero. Debi de perderlo al caer por las escaleras del
molino que llevaban al embarcadero.
La perra no le contest, se limit a retorcerse para guiar la mano de Sam a los sitios donde le picaba.
-Aunque no recuerdo dnde las he visto -continu Sam dejando de rascar a la perra para concentrarse.
No saba para qu servan, pero los haba visto en alguna parte. No era en un gromorio ni en un pilar del
Gremio, sino en algn objeto, en algo slido-. No fue en el collar de Zapirn, porque sas son distintas.
-Piensas demasiado -gru la Perra Canalla-. Sigue rascndome. Debajo de la mandbula tambin.
-Para ser una sierva de las clarvis, eres una perra muy exigente -observ Sam. Mir a Lirael y aadi-:
Siempre se porta as?
-Cmo? -pregunt Lirael a su vez distradamente.
Se haba puesto a pensar otra vez en El libro de los muertos. Le costaba un enorme esfuerzo prestar
atencin a lo que Sam le deca. Por un momento dese encontrarse de vuelta en la Gran Biblioteca, donde
nadie le diriga la palabra a menos que fuera estrictamente indispensable.
Sam repiti la pregunta; antes de contestar, Lirael le ech un vistazo a la perra.
-Normalmente es mucho peor. Si no da la lata para pedir comida, la da para que la rasques. Es
incorregible.
-Por algo me llaman la Perra Canalla -observ la mascota de Lirael con aire petulante al tiempo que
meneaba el rabo-. Y no perra a secas. Ser mejor que dejes de rascarme, prncipe Sameth.
-Por qu?
-Porque huelo gente -contest la perra y, con un esfuerzo inmenso, se incorpor-. Hay gente detrs de
esa curva.
Sam y Lirael miraron en esa direccin sin apreciar seales de que hubiera asentamientos ni
- 218 -
LIRAEL
embarcaciones en el ro. El Renegado describa en ese punto una amplia curva y las riberas formaban
altos riscos de piedra rosada que impedan ver con claridad.
-Y tambin oigo como un rugido -aadi la perra, temblorosa, con las orejas erguidas, desde su puesto
en la proa.
-Como un rugido de cascadas? -pregunt Lirael, nerviosa. Confiaba en la Exploradora pero no le
haca ninguna gracia tener que sortear cascadas en su barca, ni en ninguna otra.
Sam se puso a su lado, se sujet de la botavara para no perder el equilibrio e intent ver el horizonte.
Si haba algo, estaba oculto detrs de la curva. Observ otra vez las riberas y not que se elevaban hasta
formar verdaderos acantilados; el ro se estrechaba y ms adelante tendra apenas unos pocos cientos de
metros de ancho.
-Vale, no pasa nada! -dijo, y al ver la cara de asombro de Lirael tras or la expresin ancelstierrana,
aclar-: No te preocupes, est todo en orden. Llegamos al Can de Puente de Arriba. El ro se estrecha
mucho y se vuelve muy torrentoso, aunque no tanto como para impedir la navegacin. En esta poca del
ao, baja menos caudaloso, de modo que no iremos a mucha velocidad.
-Ah, Puente de Arriba -dijo Lirael, con gran alivio. Haba ledo acerca del pueblo y haba visto un
aguafuerte coloreado a mano-. En realidad navegaremos debajo del pueblo, no?
Sam asinti, pensativo. Haba estado en el pueblo de Puente de Arriba una sola vez, haca ms de diez
aos, con sus padres. Entonces haban viajado por tierra, no por el Renegado, pero recordaba que Piedra
de Toque le haba indicado dnde estaban los guardacostas que patrullaban ro arriba, y la balsa que
flotaba ms all de Puente de Arriba, donde el ro volva a ensancharse. No slo mantenan esa parte del
Renegado libre de piratas sino que cobraban peaje a los comerciantes. Con toda certeza, Ellimere ya
habra dado rdenes a los guardacostas de que lo escoltaran hasta el puerto y lo devolvieran a Belisaere.
Sera una manera de ponerse a salvo, pens, y entonces la responsabilidad de lo que ocurriera luego
recaera en Ellimere. El problema era que tendra que enfrentarse a la discusin con los agentes de polica
y eso demorara todo intento de rescatar a Nick. Por otra parte, estaba seguro de que si eso ocurra, Lirael
seguira sin l.
-Pasamos por debajo, no? -repiti Lirael.
-Cmo? -pregunt Sam, que segua sin saber qu hacer-. S... claro. Ser mejor que me acueste y me
tape con una manta antes de que avistemos el pueblo.
-Por qu? -preguntaron Lirael y la Perra Canalla al unsono.
-Porque es un prncipe que ha hecho novillos -bostez Zapirn avanzando unos pasos y levantndose
sobre las patas traseras para ver el horizonte-. Se escap y su hermana quiere que vuelva para asistir al
Festival de Belisaere a interpretar el papel de tonto del verano o algo por el estilo.
-El pjaro del amanecer -lo corrigi Sam, muerto de vergenza, mientras se ocultaba por debajo de los
imbornales.
-Cuando me dijiste que habas partido de Belisaere en busca de Nicholas, pens que era porque tus
padres te haban mandado! -exclam Lirael adoptando, sin querer, el mismo tono que empleaba cuando
regaaba a la Perra Canalla-. Igual que las clarvis me enviaron a m. Quieres decir que no tienen ni idea
de lo que ests haciendo?
-Pues... no -contest Sam, manso como un corderito-. Aunque es muy probable que mi padre haya
adivinado que he ido a encontrarme con Nick. Si es que se han enterado de que me he ido. Depende del
lugar de Ancelstierre en donde estn. Pero pienso explicrselo todo cuando le enviemos mensajes. El
nico problema es que cabe la posibilidad de que Ellimere haya ordenado a la guardia y a la polica que,
si pueden, me devuelvan a Belisaere.
-Lo que faltaba -dijo Lirael-. Contaba con que me seras de utilidad si necesitbamos pedir ayuda por
el camino. Pens que un prncipe real...
-Todava puedo ser de utilidad... -aventur Sam, pero en ese momento doblaron la curva y la Perra
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LIRAEL
Canalla solt un ladrido de advertencia.

En mitad del ro, un guardacostas estaba amarrado a una boya de considerable tamao; se trataba de
una galera de gran eslora, con treinta y dos remos y vela con aparejo en cruz. En cuanto la Exploradora
asom por la curva del ro, un marinero solt amarras y otros izaron la vela roja que luca la torre dorada
del servicio real.
Sam se agach todava ms y se tap la cara con la manta. Algo le roz la mejilla cuando se acomod
y empez a pensar que a lo mejor haba sido una rata. Acto seguido vio que Zapirn tambin se haba
metido debajo de la manta.
-No tiene sentido que les demos motivos para que se pregunten qu hace un gato aristocrtico
compartiendo la cubierta con una perra sarnosa -susurr Zapirn al odo de Sam, bajo el calor sofocante
de la manta-. T crees que harn lo mismo que los guardias de las ciudades cuando revisan los
carromatos cargados de paja para ver si hay contrabando oculto?
-Qu es lo que hacen? -murmur Sam, a su vez, aunque tena la sensacin de que prefera no saberlo.
-Traspasarlo todo con lanzas para asegurarse de que entre la paja no haya nada... o nadie -contest
Zapirn, con aire ausente-. Te importa si me meto debajo de tu brazo?
-No harn nada as -dijo Sam, convencido-. Porque vern que sta es una embarcacin de las clarvis.
-Ests seguro? Todo es posible... Al fin y al cabo, Lirael no tiene pinta de clarvi, o t le ves pinta de
clarvi? Si t mismo sospechaste que haba robado la barca.
-Callaos de una vez -ladr la Perra Canalla muy cerca del odo de Sam.
A continuacin, el muchacho not que se acomodaba a su lado, encima de la manta. Volvi a moverse
cuando Lirael alis la manta para que parecieran equipaje en lugar de cuerpos.
Transcurrieron diez minutos sin que nada pasara. Zapirn se durmi otra vez y la Perra Canalla se
apoy con ms fuerza contra Sam. El muchacho descubri que aunque slo vea el revs de la manta, oa
todo tipo de sonidos en los que antes no haba reparado: el crujido del casco hecho de tablas, el chapoteo
de las olas cuando la proa las cortaba, el leve murmullo de las jarcias, el traqueteo de la botavara cuando
pusieron proa al viento y se detuvieron.
Entonces oy otro ruido, el sonoro chapaleteo de muchos remos que bogaban al comps y una voz que
gritaba:
-Con tesn, sin cesar, a bogar y a cantar, con tesn, sin cesar... remos arriba y adentro!
Sigui un grito tan fuerte y cercano que Sam estuvo a punto de dar un brinco.
-Ah, del barco! Identifique la embarcacin y el puerto de destino!
-La Exploradora, barca de las clarvis -contest Lirael, pero el ruido de la corriente ahog su voz. La
muchacha grit entonces y se sorprendi de la fuerza de sus pulmones-. La Exploradora, barca de las
Clarvis. Vamos a Qyrre.
-Ah, s, conozco la Exploradora -dijo la voz, en un tono menos formal-. Y es evidente que ella conoce
la mano de quien la gobierna, seora..., de manera que puede pasar. Har un alto para subir al pueblo?
-No -contest Lirael-. Vengo en representacin de las clarvis y me urge seguir viaje.
-Sin duda, sin duda -dijo el capitn del guardacostas hacindole una reverencia a Lirael desde su
embarcacin, separada de la Exploradora por un corredor de agua de apenas doce metros-. Se avecinan
problemas, seguro. Ser mejor que se mantenga lejos de las riberas, pues hemos recibido noticias de la
presencia de criaturas muertas. Como en los viejos tiempos, antes del regreso del rey.
-Tendr cuidado -grit Lirael-. Gracias por la advertencia, capitn. Puedo seguir viaje?
-Pase, amiga ma -grit el guardia hacindole seas con el brazo.
Con ese movimiento, los remos volvieron a caer en el agua y los hombres comenzaron a bogar con
fuerza desde sus bancos. La timonel orient el timn y el guardacostas se alej cortando la corriente con
la proa. Lirael vio brillar algo metlico debajo del agua cuando la galera se alz; comprob que se trataba
de un largo ariete de acero. El guardacostas contaba con los medios necesarios para hundir cualquier
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LIRAEL
embarcacin que no se detuviera tras recibir la correspondiente advertencia.

Cuando pasaron, uno de los guardias mir a Lirael con cara rara, y la muchacha vio que llevaba la
mano a la cuerda del arco. Los dems ni se molestaron en echarle un vistazo, y al cabo de un rato, el
guardia de aspecto extrao se alej dejando en la muchacha una sensacin de incomodidad. Por un
instante crey haber percibido el olor metlico de la magia libre. Mir a la perra y comprob que su
mascota tambin se haba fijado en el mismo guardia y tena el pelo del lomo erizado.
Sam escuchaba el rtmico susurro producido por los remos al alelarse la galera y la voz, cada vez ms
amortiguada, del cmitre.
-Se han ido?
-S -contest Lirael, con calma-. Pero mejor que sigas escondido. Todava no los hemos perdido de
vista y estamos llegando a Puente de Arriba. Uno de ellos me ha dado mala espina. Y me lleg el olor de
la magia libre, como si no se tratara de un hombre de verdad.
-No puede tratarse de alguien producto de la magia libre -adujo Sam-. El ro baja con mucha agua.
-A diferencia de los muertos, no todos los seres producidos por la magia libre sienten aversin al agua
-dijo Zapirn-. Slo los que tienen sentido comn.
-El gato est en lo cierto -aadi la perra-. El agua corriente no constituye impedimento alguno para
aquellos que pertenecen a la Tercera Lnea o para cualquier ser dotado de la esencia de los Nueve. No
espero que haya nada de eso por aqu, pero s que ol algo de esa ralea a bordo del guardacostas, prncipe
Sameth. Algo que de hombre tena slo la apariencia. Por fortuna, no se atrevi a revelar su presencia
ante tanta gente. No obstante, debemos mantenernos alerta.
Sam suspir y logr resistir a la tentacin de apartar un poco la manta. Ante la inminencia del peligro,
le resultaba difcil seguir tumbado en la oscuridad. Adems, nunca haba visto Puente de Arriba desde el
agua y, segn decan, se trataba de uno de los espectculos ms maravillosos del reino.
Lirael as lo crea. Pese a que la corriente se haca cada vez ms fuerte, se alegr de que la
Exploradora se gobernara sola para que ella pudiera contemplar el paisaje con la boca abierta.
Puente de Arriba fue en sus orgenes un inmenso puente natural de piedra, apoyado en lo alto de las
paredes del can, y al fondo, a ms de ciento cuarenta metros de profundidad, discurran las aguas
impetuosas del Renegado. A lo largo de los siglos, el esplendor natural del puente se vio complementado
por las construcciones del hombre. El primero de los edificios erigidos all fue un castillo, edificado
aprovechando la ventaja de la proteccin ofrecida por las profundas aguas que fluan all debajo. No
haba criatura muerta capaz de acercarse a sus murallas, pues para ello, deban cruzar la veloz correntada.
Aquel lugar result una gran atraccin en los aos que dur el interregno, cuando la mayora de los
pilares del Gremio, erigidos en el reino, haban sido rotos, y las aldeas que dependan de ellos para su
proteccin, arrasadas, con lo cual los muertos y sus seguidores tuvieron las manos libres para hacer y
deshacer a su antojo. En pocos aos, el castillo primigenio se rode de casas, posadas, almacenes,
molinos, forjas, talleres, establos, tabernas y todo tipo de edificios. Gran parte de estas nuevas
construcciones se cavaron en el mismo puente, pues la piedra tena decenas de metros de espesor. El
puente, por su parte, meda ms de kilmetro y medio de borde a borde, aunque no era muy largo; segn
la leyenda, una flecha disparada por el famoso arquero Aylward Pelonerni haba conseguido cubrir la
distancia que mediaba entre los acantilados oriental y occidental.
Lirael contemplaba extasiada aquella extraa metrpolis cuando oy un grito de mujer que,
aparentemente, provena del mascarn de proa de la barca. En ese mismo instante, se le escap de la
mano la barra del timn y la Exploradora se desvi a babor. Acto seguido, la botavara se
desliz con un movimiento violento, la barca se escor tanto, que por estribor, el alczar se hundi casi
del todo en el ro y la cubierta se llen de agua.
Sam acab lanzado contra la barandilla de estribor. Sin saberse como, Zapirn y la Perra Canalla
acabaron encima de l junto con un montn de bultos ms: el agua le caa copiosamente.
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LIRAEL
El muchacho sac las manos de debajo de la manta, tante desesperado la borda e intent agarrarse de
la barandilla, pero sus manos slo se encontraron con agua a raudales. Entonces, Sam se dio cuenta de
que la Exploradora se haba escorado tanto que estaba a punto de volcar. Luch denodadamente para
desembarazarse de Zapirn, la Perra Canalla, los bultos y la manta, al tiempo que gritaba:
-Lirael! Lirael! Qu ocurre?
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LIRAEL
40
Debajo del puente
Lirael estaba demasiado ocupada tratando de subirse otra vez a la barca y no pudo contestar. La
botavara le haba dado de lleno en el hombro lanzndola por la borda antes de que tuviera siquiera
ocasin de enterarse de lo que ocurra. Por fortuna, haba logrado agarrarse de la barandilla y, sin soltarse,
contempl con pavor cmo el casco de la Exploradora se alzaba sobre ella a tal altura que, con toda
certeza, la embarcacin acabara dando una vuelta de campana y atrapando a Lirael debajo.
Con la misma rapidez con la que se haba escorado, la Exploradora se enderez y el bandazo repentino
catapult a Lirael de vuelta a bordo, donde aterriz encima de la maraa formada por la manta, Sam, la
Perra Canalla, Zapirn, un variado surtido de bultos y mucha agua.
Al mismo tiempo, la Exploradora pasaba debajo de Puente de Arriba, dejando atrs la luz del sol e
internndose en la extraa y suave penumbra, mientras el Renegado entraba caudaloso en el inmenso
tnel formado por el puente de piedra, all en lo alto.
-Qu pasa? -barbot Sam desembarazndose de la manta.
Lirael ya estaba al timn, completamente mojada, y con una mano aferraba algo que sobresala de la
popa.
-Cre que la Exploradora se haba vuelto loca -dijo Lirael-. Hasta que vi esto.
Sam dio unos pasos hacia atrs echando maldiciones contra la manta que segua enredada a sus
piernas. Debajo de Puente de Arriba no reinaba la oscuridad propiamente dicha, porque la luz entraba por
ambos extremos, pero se trataba de una luz rara, como la del sol cuando penetra despacio la niebla suave
y difuminada por el agua. La Perra Canalla se abalanz hacia su ama para ver de qu se trataba; tras olisquear el aire, Zapirn se dirigi con paso silencioso hacia la popa, donde comenz la larga y ardua tarea
de secarse a lengetazos.
La perra vio lo que Lirael sostena antes que Sam y se puso a gruir, en el costado de babor de la popa
haba un agujero astillado, justo por debajo de la regala, donde Lirael estaba sentada antes de que la
Explotadora la derribara con la botavara. La muchacha sostena en la mano una flecha de ballesta,
causante del agujero. La varilla estaba pintada de blanco y en el extremo llevaba plumas de cuervo.
-Un poco ms y te alcanza! -exclam Sam al tiempo que meta los dedos por el agujero.
-No me ha dado gracias a la Exploradora -dijo Lirael acariciando con ternura la caa del timn-. Fjate
lo que le ha hecho a mi pobre embarcacin.
-Te habra atravesado de lado a lado aunque llevases armadura -dijo Sam sombramente-. Es una
flecha de guerra, no un dardo de punta cuadrada de los utilizados en cacera. El disparo, muy bueno.
Demasiado bueno para considerarse natural.
-Probablemente vuelvan a intentarlo cuando hayamos cruzado... o antes -dijo Lirael y, alarmada, mir
hacia arriba y vio la mole de piedra-. Sabes si hay alguna abertura all en lo alto?
-No tengo ni idea -respondi Sam.
Sigui la mirada de la muchacha y lo nico que vio fue una superficie uniforme de piedra amarilla. Sin
embargo, el puente se encontraba a cientos de metros encima de sus cabezas y haba poca luz. Era posible
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LIRAEL
que existiera cierto nmero de oscuras aberturas que l no alcanzaba a distinguir.

-No veo ninguna, amita -gru la perra estirando el cogote-. Pero con esta corriente habremos cruzado
en pocos minutos.
-Sabes cmo proyectar una defensa mgica contra flechas? -le pregunt Sam a la muchacha.
La corriente los impulsaba a gran velocidad y el arco brillante y soleado del otro extremo del puente se
aproximaba raudamente.
-No -contest Lirael, nerviosa-. Tal vez debera saberlo. Lo cierto es que falt a muchas clases sobre el
arte de la lucha.
-De acuerdo -dijo Sam-. Qu tal si cambiamos de sitio? Yo me sentar aqu y timonear con una
defensa contra flechas a la espalda. T espera con el arco preparado para responder al ataque. Zapirn...,
t eres el que tiene mejor vista..., vigila a Lirael.
-De eso puede ocuparse la Sabuesa Siniestra o como se llame -declar Zapirn desde la popa-. Yo
tengo que seguir durmiendo.
-Y si la defensa no funciona? -protest Lirael-. Ya te han herido...
-Funcionar -dijo Sam avanzando hacia Lirael, de manera que la muchacha no tuvo ms remedio que
dejarlo pasar-. Practicaba todos los das con los guardias. Slo una flecha o dardo encantados pueden
atravesarla.
-Y si estuviera encantada? -dijo Lirael al tiempo que con diestros movimientos cambiaba la cuerda
mojada del arco por otra que guardaba en un paquete impermeable.
La flecha blanca y negra no despeda aroma de magia, aunque eso no significaba que la siguiente no
estuviese encantada.
-Tendra que ser ms fuerte que la defensa -dijo Sam, confiado, mucho ms confiado de lo que se
senta en realidad.
Haba levantado defensas contra flechas en muchas ocasiones, pero nunca en el curso de un
enfrentamiento real. Piedra de Toque le haba enseado el hechizo cuando Sameth contaba apenas seis
aos y las flechas utilizadas para comprobar la solidez de la defensa eran casi de juguete y las puntas iban
acolchadas con tiras de tela hechas con pijamas viejos. Ms tarde, haba pasado la prueba con flechas de
punta roma. Sus defensas nunca se haban visto sometidas a dardos de guerra capaces de perforar una
plancha de acero de tres centmetros.
Sam se sent al timn y se puso de cara a la popa. Busc entonces las marcas del Gremio que
precisaba. Casi siempre usaba la espada para dibujar la defensa en el aire, pero le haban enseado que,
llegado el caso, las manos tambin servan.
Lirael observaba cmo mova con destreza las manos y los dedos mientras las marcas del Gremio
comenzaban a brillar en el aire. Quedaron all suspendidas, reluciendo, a poca distancia del arco descrito
por la punta de los dedos. Tal vez en otras cosas Sam no supiera desenvolverse muy bien, pens la
muchacha, pero estaba claro que se trataba de un mago del Gremio muy poderoso. Tema a los muertos y
al Reino de la Muerte, pero no era cobarde. A ella no le habra hecho ninguna gracia sentarse all, con la
sola proteccin de un hechizo, a esperar que llegase la afilada punta de un dardo de ballesta disparado a
una velocidad letal. Se estremeci. De no haber sido por la Exploradora, probablemente estara muerta o
desangrndose debajo de los imbornales.
A Lirael se le contrajo el estmago de slo pensarlo y puso especial atencin al ajustar la flecha en la
cuerda del arco. Fuera quien fuese el asesino oculto, Lirael hara todo lo posible por que no hiciese ms
que un disparo.
Sam termin de describir el crculo completo de la defensa contra flechas pero sigui acurrucado en la
popa. Mova las manos y trazaba marcas del Gremio que salan volando de sus dedos para unirse al
crculo luminoso que se alzaba detrs de l, por encima de su cabeza.
-No puedo parar, tengo que seguir invocndolo -dijo, jadeante-. Es una desventaja. Preprate!
- 224 -
LIRAEL
Saldremos en menos que...

De repente se encontraron bajo la luz del sol y Sam se encogi instintivamente para no ser un blanco
tan evidente.
Arrodillada junto al mstil, la vista clavada en lo alto, Lirael se qued deslumbrada durante un
instante. El asesino aprovech ese segundo para disparar. El dardo vol certero. Lirael dio el grito de alarma, pero el sonido no haba salido todava del fondo de su garganta cuando el dardo de negras plumas se
estrell contra la defensa... y desapareci.
-Deprisa! -exclam Sam con un hilo de voz; el esfuerzo de mantener la defensa mgica se le notaba
en la cara y el pecho agitado.
Lirael buscaba al de la ballesta. All arriba haba muchas ventanas y aberturas, tanto en la piedra del
puente como en los edificios consumidos encima de l. Y gente en todas partes, en las ventanas, en los
balcones, acodadas en las barandillas, de pie en plataformas atadas con cabos a las paredes de yeso...
Imposible encontrar al autor del disparo.
Entonces la perra se acerc a Lirael, levant la cabeza y aull. Fue un aullido espectral y agudo cuyo
eco surc el agua, subi por las paredes del paso y recorri el pueblo entero.
En todas partes, la gente par en seco y se puso a observar con atencin. Excepto en una ventana
situada a media altura. Lirael vio que alguien abra de par en par el postigo y con una mano aferraba una
ballesta.
Estir la cuerda y dispar justo cuando el hombre se pona en pie, pero una leve brisa desvi la flecha
hacindola describir un arco ms abierto y clavarse en la pared, justo encima de la cabeza de su enemigo.
Mientras Lirael preparaba otra flecha, el asesino se mont sobre el alfizar de la ventana donde a duras
penas mantena el equilibrio.
La perra inspir hondo y aull otra vez. El asesino solt la ballesta para taparse los odos con los
dedos, pese a lo cual, el sonido sigui perforndole los sesos y, sin darse cuenta, avanz un paso y perdi
por completo el equilibrio. Desesperado, intent inclinar el cuerpo hacia el interior de la habitacin, pero
las piernas no le respondieron. Poco despus, caa como un blido detrs de la ballesta y en un santiamn
cubri los ciento cuarenta metros que lo separaban del agua. Mientras bajaba, continuaba tapndose los
odos con los dedos y moviendo las piernas pese a que bajo los pies no hubiera ms que aire.
La perra dej de aullar cuando el cuerpo del asesino golpe el agua con estruendo; Sam y Lirael dieron
un respingo al notar su muerte. Observaron cmo las ondas se fueron alejando del lugar del impacto hasta
tocar la quilla de la Exploradora y desaparecer.
-Qu has hecho? -pregunt Lirael mientras guardaba con cuidado el arco.
Era la primera vez que vea y senta morir a alguien. Slo haba asistido a las ceremonias del adis en
las que la muerte era algo distante, disimulado por la tradicin y los ritos.
-Lo obligu a caminar -gru la perra, sentndose en las patas traseras, la pelambre del lomo erizada-.
Te habra matado, amita.
Lirael asinti y le dio un rpido abrazo a la perra. Sam las observaba cauteloso. El aullido era un
compendio de magia libre, sin una pizca de magia del Gremio. La perra pareca mansa y fiel a su duea,
pero a l no se le olvidaba lo peligrosa que poda llegar a ser. Adems, haba algo en el aullido que le
resultaba familiar, cierta magia con la que haba estado en contacto pero que no lograba definir.
Al menos el caso de Zapirn era simple. Era una criatura producto de la magia libre, vinculada y
contenida mientras llevara el collar. La perra, en cambio, era una mezcla de las dos magias, dotada de
libre albedro, y eso era algo de lo que Sam no haba odo hablar en su vida. Por ensima vez dese que su
madre estuviera all. Sabriel conocera con exactitud la naturaleza de la perra, estaba seguro.
-Ser mejor que volvamos a cambiar de sitio -sugiri Lirael con urgencia-. All delante hay otro
guardacostas.
Sam se ocult veloz enfrente de la perra, que lo mir y le sonri dejando al descubierto unos dientes
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LIRAEL
largos, afilados y muy blancos. El muchacho hizo el esfuerzo de retribuir la sonrisa y record el consejo
que le dieran cuando era nio: nunca dejes que los perros se enteren de que les tienes miedo...
-Aagh! Cunta agua hay aqu! -protest, y con un sonoro chapoteo se acost y se tap con la manta
empapada-. Debera haber achicado cuando estbamos en el tnel.
Se dispona a cubrirse la cara con la manta cuando vio a Zapirn que segua sentado en la proa
concentrado en su aseo.
-Zapirn! -le orden-. Escndete t tambin.
El gato le ech una elocuente mirada al agua que se agitaba alrededor de las piernas de Sam y sac la
lengua rosada.
-Est muy mojado para mi gusto -dijo-. Adems, el guardacostas nos detendr, seguro. Habr recibido
el aviso desde el pueblo despus de la canina y fanfarrona demostracin de talento vocal... aunque con un
poco de suerte, a lo mejor no se enteran de lo que ha sido. De manera que ya puedes ir sentndote.
Sam lanz un gruido y se incorpor en medio de ms chapoteo.
-Haber avisado antes de que me echara -dijo con amargura, cociendo una taza de latn y empezando a
achicar.
-Sera conveniente que pasramos sin que nos detuvieran -coment la Perra Canalla, olisqueando el
aire-. Es posible que en este guardacostas haya ms enemigos ocultos.
-All delante hay ms sitio para maniobras -coment Lirael-. Lo que no s es si bastar para evadir el
guardacostas.
En la ribera izquierda del ro se encontraba el puerto principal de Puente de Arriba. Doce
embarcaderos de distinta longitud se internaban en el ro, en su mayora llenos de barcos mercantes cuyos
mstiles formaban una selva de palos desnudos. Detrs de los embarcaderos haba un muelle excavado en
la piedra del can, una larga terraza atestada de bultos, a la espera de ser trasladados a las bodegas de los
barcos o al pueblo. Detrs del muelle se vean varias escaleras que suban por la cara del acantilado hasta
llegar al pueblo entre los cables de las gras que utilizaban para subir infinidad de cajas y cofres, barriles
y balas.
La orilla derecha del ro estaba despejada, a excepcin de algunos barcos mercantes que los precedan,
corriente abajo, y el guardacostas, que ya iniciaba la maniobra de desatraque. Si conseguan adelantar el
guardacostas y mantenerse delante, nada los detendra.
-Llevan al menos veinte arqueros en ese barco -dijo Sam con cierta reserva-. Crees que nos dejarn
adelantarlos sin ms?
-Supongo que depende de cuntos agentes del enemigo vayan a bordo, si es que llevan alguno contest Lirael izando la vela maestra y orientndola para que la barca tomara ms velocidad-. Si son
guardias de verdad, no van a dispararles a un prncipe real ni a una hija de las clarvis, no te parece?
-Habr que comprobarlo, supongo -mascull Sam, al que no se le ocurra ningn plan alternativo. Si
los guardias eran verdaderos guardias, lo peor que poda ocurrir era que a l lo devolviesen a Belisaere. Si
no lo eran, lo mejor era mantenerse lo ms lejos posible de ellos-. Y si el viento deja de soplar?
-Haremos que sople otro silbando -dijo Lirael-. Se te dan bien los hechizos meteorolgicos?
-No estn a la altura de las exigencias de mi madre -contest l. Los hechizos meteorolgicos se hacan
silbando las marcas del Gremio, y l era un silbador mediocre-. Aunque es posible que consiga que el
viento sople.
-Un plan nada brillante, incluso para las exigencias de tu madre -coment Zapirn, que observaba
cmo el guardacostas izaba la vela disponindose a interceptarlos-. Lirael no tiene aspecto de hija de las
clarvis. Sameth parece un espantajo, no un prncipe real. Y el capitn de ese guardacostas tal vez no
reconozca la Exploradora. De manera que aunque sean guardias de verdad, es altamente probable que nos
obsequien con una lluvia de flechas si intentamos adelantarlos. Personalmente, no tengo ningn inters en
convertirme en acerico.
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LIRAEL
-No nos queda otra salida -dijo Sam en voz baja-. Aunque dos o tres de ellos sean enemigos, nos
atacarn. Si logramos conjurar el viento suficiente, quiz logremos mantenernos fuera del alcance de sus
arcos.
-Fantstico! -rezong Zapirn-. Mojado, helado y lleno de agujeros. Otro da de diversin en el ro.
Lirael y Sam se miraron. La muchacha inspir hondo. Las marcas del Gremio llenaron su mente y dej
que le fluyeran hasta los pulmones y la garganta donde describieron crculos. Y entonces silb y las notas
puras saltaron al cielo.
En respuesta al silbido, el ro se oscureci a sus espaldas. El agua se llen de olas y espuma blanca que
empujaron a la Exploradora y su vela expectante.
Segundos despus, el viento les dio de lleno. La barca se escor un poco y adquiri velocidad, las
jarcias sumaron su silbido ante la sbita presin. Zapirn manifest su desdn con un siseo y abandon la
proa de un salto cuando una nube de roco envolvi el sitio que haba ocupado un momento antes.
Lirael sigui silbando y Sam la secund; el hechizo meteorolgico de ambos consigui que el viento
soplara detrs de la aleta de la Exploradora alejndola del guardacostas, cuya vela segua mustia y
desinflada.
El guardacostas, sin embargo, estaba dotado de remos y expertos bogantes. El cmitre apur el ritmo,
los remos se hundieron a mayor velocidad, la galera se lanz a interceptar la Exploradora y, antes de que
su proa se hundiera en el agua espumosa, el brillante metal de su ariete destell bajo el sol.
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LIRAEL
41
Magia libre y carne de verraco
-Estarn a tiro de flecha dentro de unos instantes -les advirti lgubremente Zapirn calculando con
cierta dosis de cinismo primero la distancia de la galera y luego la proximidad de la orilla derecha-. Nos
veremos obligados a nadar para salvar la vida.
Lirael y Sam se miraron preocupados, reacios a reconocer en voz alta que el gato tena razn. Pese al
viento conjurado por el hechizo y a que su embarcacin cruzaba rauda el ro, la galera era ms veloz. Se
acercaron a la costa hasta donde se atrevieron y lo malo era que se estaban quedando sin espacio para
maniobrar.
-Ser mejor que nos quedemos al pairo y nos arriesguemos a que entre los guardias haya enemigos dijo Sam recordando vivamente que haba herido a dos agentes de polica-. No quiero que nos disparen
porque nos tomen por contrabandistas o algo as, y desde luego que no deseo hacer dao a ningn
guardia. Cuando se enteren de quin soy, les ordenar que te suelten. Quin sabe, a lo mejor tengo
suerte! Es posible que Ellimere no haya ordenado mi detencin.
-No lo s.... -comenz a decir Lirael, carcomida por la desazn. Exista una ligera posibilidad de que
lograsen escapar. Pero cuando se dispona a concluir la frase, la perra ladr interrumpindola.
-No! Llevan a bordo al menos tres o cuatro criaturas producto de la magia libre! No debemos
detenernos!
-A m me huele bien -dijo Zapirn estremecindose cuando otra nube de roco cubri la proa-. Aunque
claro, yo no tengo un olfato tan fino como el tuyo. Sin embargo, como veo que media docena de arqueros
se aprestan a disparar, es posible que hayas olido algo despus de todo.
Sam comprob que Zapirn estaba en lo cierto. El guardacostas iniciaba la maniobra para cruzarse en
su camino y seis arqueros formaban en la cubierta de proa con las flechas dispuestas. Era evidente que
pensaban disparar primero y hacer las averiguaciones pertinentes despus. -Son humanos los arqueros? pregunt Sam a toda prisa. La Perra Canalla olisque el aire otra vez y contest: -No lo s. Creo que la
mayora lo son. Pero el capitn, el del sombrero de plumas, slo tiene apariencia de hombre. Es un
engendro, hecho de magia libre y carne de verraco. Su olor es inconfundible.
-Debemos mostrarles a los arqueros humanos a quin estn disparando! -exclam Sam-. Deb haber
trado un escudo con el blasn real. De tenerlo aqu conmigo, no se atreveran a dispararnos, aunque les
dieran la orden de hacerlo.
-Cmo no se me ocurri antes? -grit Lirael dndose una palmada en la frente-. Anda, coge!
-Qu! -aull Sam, abalanzndose hacia adelante para aferrar la caa del timn que Lirael acababa de
soltar-. Qu hago? No s gobernar un barco!
-No te preocupes, la barca se gobierna sola -le contest Lirael a voz en cuello al tiempo que se
arrastraba hacia el arcn situado en la bodega de proa.
Deba recorrer algo ms de diez metros, pero a la muchacha le costaba un triunfo avanzar, porque la
Exploradora estaba escorada en un ngulo imposible y la barca no dejaba de elevarse y de caer con un
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LIRAEL
estrpito enervante a intervalos regulares. -Ests segura? -volvi a gritar Sam.

Notaba la presin de la caa y tuvo el convencimiento de que slo la firmeza con que la empuaba
impeda que la embarcacin virase de golpe y fuera a parar a la orilla. Hizo la prueba de separar los dedos
un segundo, dispuesto a tomar otra vez la caa de inmediato. Nada ocurri. La Exploradora segua su
rumbo, la caa del timn apenas se mova. Sam lanz un suspiro de alivio que se convirti en una tos
ahogada cuando vio que del guardacostas parta una serie de flechas que se dirigan a l. -Todava estn
muy lejos -coment la Perra Canalla observando con ojo experto el vuelo descrito por las flechas hasta
que stas acabaron hundindose en el agua a cuarenta metros de distancia.
-Pronto los tendremos encima -mascull Zapirn. Volvi a saltar para encontrar un lugar ms seco.
Cuando por fin lo haba encontrado cerca del mstil, un ligero desvo de la caa del timn,
cooperacin de Sam, hizo que la embarcacin creara una ola que ba al felino de pies a cabeza.
-Te detesto -sise Zapirn dirigindose al mascarn de proa de la barca mientras el agua se escurra
entre sus patas-. Al menos ese barco de remos parece seco. Por qu no dejamos que nos capturen? Al fin
y al cabo, slo a la Perra Canalla le huele a engendro ese capitn.
-Estn disparndonos, Zapirn! -grit Sam, que no saba a ciencia cierta si el gato estaba de guasa.
-Adems del capitn, a bordo van otros dos engendros -gru la perra, cuya nariz segua oliendo el aire
con vigor.
Sam comprob que la Perra Canalla aumentaba de tamao y adquira un aspecto ms fiero. Se
preparaba para luchar sin tener en cuenta lo que Lirael haca en la proa.
-Ya lo veo! -exclam la muchacha al tiempo que otra lluvia de flechas iba en direccin a ellos.
En esta ocasin se hundieron en el ro a poco ms de cuatro palmos de distancia.
-Qu? -grit Sam al tiempo que buscaba entre las marcas del Gremio las necesarias para construir
defensa contra las flechas, aunque no fuese efectiva contra seis arqueros a la vez, y menos cuando se
senta tan dbil.
Lirael levant un trapo negro y dej que ondeara al viento para que se viera la brillante estrella
plateada puesta en el centro. El viento estuvo a punto de arrancrselo de la mano, pero lo apret contra el
pecho y regres arrastrndose al mstil.
-Es la bandera de la Exploradora -grit al tiempo que tiraba de la driza y desenroscaba el pasador para
meterlo por el ojal que tena la bandera-. Estar izada en un periquete.
-No tenemos tanto tiempo! -chill Sam al ver que los arqueros iban a disparar otra vez-. Olvdate de
izarla y despligala!
Lirael no le prest atencin. Fij la bandera a los puntos de sujecin, enrosc los tornillos a una
velocidad que a Sam se le antoj eterna. El muchacho estaba a punto de lanzarse a agarrar la maldita bandera cuando Lirael la solt de repente y tir de la driza en el mismo instante en que otras cinco flechas
partan del guardacostas en direccin a ellos.
La Exploradora reaccion primero: movi la caa del timn y puso proa al viento. Perdi velocidad al
instante; la vela se agitaba y palmoteaba como si estuviese aplaudiendo. Sam se agach como reaccin y
la caa del timn le dio en la mandbula con fuerza suficiente para hacerle pensar que haba sido
alcanzado por una flecha del enemigo. La caa del timn volvi a su sitio y a punto estuvo de darle otra
vez al muchacho cuando la barca retom el curso original.
Esos pocos segundos en que la velocidad disminuy resultaron de vital importancia, segn dedujo
Sam, pues las flechas que iban a darles de lleno cayeron al agua a unos palmos de distancia.
La gran estrella plateada de las clarvis ondeaba en lo alto del mstil reluciendo al sol. Ya no caba duda
de quin era el propietario de la embarcacin, pues la bandera no era simplemente un trozo de pao sino
que, al igual que la Exploradora, estaba saturada de magia del Gremio. Incluso en la noche ms negra, la
insignia estrellada de las clarvis destacaba con brillo fulgurante. Y all, a plena luz del da, su efecto era
cegador.
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LIRAEL
-Han dejado de bogar -anunci la Perra Canalla alegremente, cuando el guardacostas fue perdiendo
impulso y se oy un confuso entrechocar de remos.
Sam se relaj, permiti que los bordes de la defensa contra las flechas se desdibujaran; quera
comprobar cuntos dientes haba perdido.
-Pero dos arqueros se disponen a disparar -prosigui la perra.
Sam lanz un gemido y busc apresuradamente las marcas del Gremio que acababa de soltar.
-S..., no... no, me he equivocado... Otros cuatro los estn maniatando. El capitn grita y... ha revelado
quin es!
Sam y Lirael miraron en direccin del guardacostas. Vieron una maraa de cuerpos en lucha, oyeron
un gritero y el entrechocar de armas. En el centro del enredo surgi de pronto una blanca columna de
fuego; lanz un rugido tan fuerte que hizo que a la perra se le arrugaran las orejas y que los dems dieran
un respingo. La columna se elev ms de tres metros, se extendi hacia los lados describiendo un arco y
salt por la borda.
Por un instante, Sam y Lirael pensaron que se hundira en el agua y desaparecera, pero en realidad
comenz a rebotar sobre la superficie del ro como si el agua fuese una mullida alfombra de csped. La
columna avanz hacia ellos y, a medida que lo haca, se transformaba en otra cosa. Dej de ser un largo
haz de fuego blanco para convertirse en un verraco gigantesco y llameante con colmillos incluidos. Corri
en pos de la Exploradora dando inmensos saltos que levantaban una nube de agua, soltando chillidos
agudos, un sonido que provocaba las nuseas de cuantos lo oan.
Sam fue el primero en reaccionar. Cogi el arco de Lirael y, en rpida sucesin, dispar cuatro flechas
a la cosa que se les acercaba rauda. Todas dieron en el blanco, con el nico efecto de arrancar una lluvia
de chispas. Las flechas ardieron y quedaron reducidas a cenizas.
Sam se dispona a sacar otra flecha cuando Lirael levant la mano y grit un hechizo al viento. De los
dedos de la muchacha parti una red dorada que se extendi ms y ms hasta cubrir el agua. Se top con
el verraco justo cuando iba a saltar y lo at con cuerdas de fuego dorado y rojo que apagaron parte del
brillo que despeda aquella criatura.
El verraco y la red se desplomaron y, al desaparecer bajo la superficie del ro, el terrible chillido se
interrumpi. Las aguas del Renegado se cerraron sobre el verraco; una nube de blanco vapor se elev con
fuerza a una altura de treinta metros. Al disiparse, no quedaron seales ni de la red ni de la criatura de la
magia libre, slo unos restos pequeos de algo que pareca carne podrida, bocados que no resultaban
apetecibles ni siquiera a las gaviotas famlicas que volaban en lo alto del cielo.
-Gracias -dijo Sam, cuando qued claro que ni guardacostas ni las profundidades iban a soltar nada
daino.
Conoca el hechizo de la red mgica utilizado por Lirael, pero no crey que funcionara contra algo tan
poderoso.
-Me lo sugiri Zapirn -dijo Lirael, sorprendida por la gratitud del muchacho y por el hecho de que el
hechizo hubiese funcionado tan bien.
-Esos engendros son capaces de moverse por el agua corriente, pero no resisten la inmersin total explic Zapirn-. Bast con frenarlo apenas un instante.
Ech una mirada picara a la perra y aadi:
-Ahora sabis que esta cnida no es la nica que conoce esas cosas. Y ahora s que tengo que echar una
siestecilla. Puedo esperar que cuando despierte me tengis preparados unos cuantos pescados?
Sam asinti con cara de cansado, aunque no tena ni idea de cmo iba a conseguirlos. A punto estuvo
de acariciar a Zapirn, como haca Lirael con la perra. Algo en los verdes ojos del felino hizo que su
mano se detuviera antes de haberse movido.
-Lamento que no se me ocurriera antes lo de la bandera -dijo Lirael mientras avanzaban a toda
velocidad. El hechizo del viento continuaba soplando a popa aunque con menor fuerza-. Ah dentro hay
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LIRAEL
un montn de cosas a las que apenas les ech un vistazo cuando partimos del glaciar.
-Me alegro de que te acordaras cuando lo hiciste -dijo Sam; sus palabras sonaron algo amortiguadas
porque las pronunci moviendo la mandbula para comprobar su estado. La notaba entumecida, pero
conservaba todos los dientes-. El viento nos vendr muy bien. Deberamos llegar a la Casa maana por la
maana.
-La Casa de la Abhorsen est construida en una isla, no? -pregunt Lirael, pensativa-. Y est justo
antes de la cascada donde el Renegado salta los Despeaderos Largos?
-S -contest Sam mientras pensaba en la estruendosa cascada y en la gratitud que sentira al poder
contar con su proteccin.
Entonces se le ocurri que en lugar de pensar en la cascada como un elemento protector, Lirael se
estara preguntando cmo llegar a la Casa sin peligro de que la barca se precipitara por ella.
-No te preocupes por la cascada -le explic-. Hay una especie de canal detrs de la isla, donde la
corriente no es tan fuerte. Tiene por lo menos una legua, lo nico que debemos hacer es tener la
precaucin de entrar en l en el lugar adecuado y no abandonarlo. No habr problemas. Lo hicieron los
constructores del Muro. Igual que la Casa. Se trata de una obra maestra... Me refiero al canal. Intent
hacer una maqueta utilizando la cascada y los estanques de la segunda terraza de palacio. Pero no me
funcion el encantamiento para dividir la corriente...
Dej de hablar al darse cuenta de que Lirael no le prestaba atencin. Tena una expresin abstrada y
sus ojos estaban clavados en un punto, por encima del hombro de Sam.
-No saba que fuera tan aburrido -dijo el muchacho con una sonrisa de compromiso.
Sam no estaba acostumbrado a que las muchachas bellas hicieran caso omiso de l. De repente se dio
cuenta de que Lirael era guapa, potencialmente hermosa. No haba reparado en ese detalle hasta ese
momento.
Lirael dio un respingo, parpade y dijo:
-Perdona. No estoy acostumbrada a... All, en mi casa, la gente casi nunca suele hablar conmigo.
-Por cierto, estaras mucho mejor sin ese pauelo -sugiri Sam. Era realmente atractiva, aunque su cara
tena algo que lo inquietaba. Dnde la haba visto? A lo mejor se pareca a alguna de las chicas que
Ellimere le haba obligado a frecuentar en Belisaere-. Me recuerdas a alguien. Es posible que haya
conocido a alguna de tus hermanas? Aunque no recuerdo haber visto nunca a una clarvi morena.
-No tengo hermanas -contest Lirael distradamente-. Slo primas. Montones de primas. Y una ta.
-En la Casa podrs cambiarte. Mi hermana tiene muchos vestidos.
As tendrs ocasin de quitarte ese chaleco -dijo Sam-. Lirael, te importa si te pregunto cuntos aos
tienes?
Lirael lo mir, intrigada por la pregunta, hasta que capt el destello de sus ojos. Conoca esa mirada
porque la haba visto en el refectorio inferior. Apart la vista y se subi el pauelo mientras pensaba en
qu iba a decirle. Ojal Sam pudiera ser como la perra, pens la muchacha. Un amigo fiel, sin las
complicaciones del inters romntico. Tena que existir una manera de cortar de raz todas sus
expectativas sin necesidad de recurrir a algo tan desagradable como vomitar o mostrarse fea y poco
atractiva.
-Treinta y cinco -contest al fin.
-Treinta y cinco! -exclam Sam-. Vaya, perdona, quera decir que no los aparentas... Pareces mucho
ms joven...
-Ungentos -dijo la perra con una media sonrisa irnica que slo Lirael capt-. Afeites. Aceites del
Norte. Encantamientos de la apariencia. Mi ama trabaja con ahnco para mantener su juventud, prncipe
Sameth.
-Ah -dijo Sam apoyado en la barandilla de popa.
Espi disimuladamente a Lirael tratando de descubrir alguna arruga, algo que indicara su edad, sin
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LIRAEL
ningn xito: pareca tener los mismos aos que Ellimere. Tampoco se comportaba como una mujer tan
mayor. Careca de la confianza y la extraversin necesarias. Eso, para empezar. A lo mejor la clave estaba
en el hecho de que fuera bibliotecaria, pens Sam, al tiempo que intentaba adivinar lo que intua como
una silueta llena de curvas debajo del ancho chaleco.
-Calla de una vez, Perra Canalla! -orden Lirael, volviendo la cabeza para que Sam no descubriera su
sonrisa-. Haz algo til y ponte a vigilar que no aceche ningn peligro. Yo tambin har algo de utilidad,
preparar una piel del Gremio.
-A la orden, amita -gru la perra-. Ahora mismo me pongo a vigilar.
La perra se estir, bostez y luego, de un salto, se fue a la proa donde se sent justo debajo de la fina
lluvia de roco con la boca abierta y la lengua colgando. Era un misterio cmo consegua mantenerse
erguida y firme, pens Lirael, aunque intua, no sin cierto repeluzno, que a lo mejor a la Perra Canalla le
haban salido ventosas en el trasero.
-Loca. Completamente loca -dijo Zapirn mientras observaba cmo se empapaba la perra. El felino
haba vuelto a ocupar su puesto, cerca del mstil, donde haba retomado la delicada labor de secarse a
lengetazos-. Claro que nunca tuvo un pice de cordura.
-Te he odo! -ladr la perra, sin volverse a mirar atrs.
-Ya, ya, me lo figuraba -dijo Zapirn, con un suspiro y sigui lamindose el collar. Levant la cabeza,
clav en Lirael los ojos verdes, de malvado brillo y aadi-: Supongo que no puedo esperar que me quites
el collar para que me seque como es debido, verdad?
Lirael neg con la cabeza.
-En fin, imagino que si el idiota del pueblo que ves aqu se neg a hacerlo, no haba ninguna
posibilidad de que t accedieras -gru Zapirn, inclinando la cabeza hacia Sameth-. Si hasta me entran
ganas de haberme ofrecido yo mismo. As no me vera obligado a emprender siempre estos brbaros
viajes en barco.
-Y qu es lo que no te ofreciste a hacer? -pregunt Lirael llena de curiosidad.
El gato se limit a sonrer. Una sonrisa que reuna demasiadas caractersticas del cazador carnvoro,
pens Lirael. Luego movi la cabeza, Ranna tintine y se qued dormido, despatarrado al sol del
medioda.
-Ten cuidado con Zapirn -le advirti Sam, al ver que Lirael sucumba a la tentacin de rascar la
blanca barriga del gato-. En su forma libre, no contenida por el collar, estuvo a punto de matar a mi madre. En tres ocasiones, para ser exacto, desde que es la Abhorsen.
Lirael apart la mano justo en el instante en que Zapirn abra un ojo y, con las garras al descubierto,
haca un rpido movimiento con la pata, un movimiento engaosamente juguetn.
-Durmete otra vez -dijo la perra desde la proa, sin volverse a mirar, convencida de que Zapirn la
obedecera.
Zapirn le hizo un guio a Lirael y durante un momento sus miradas se encontraron. Despus, cerr el
verde ojo de aguda vista y, en apariencia, se durmi del todo mientras Ranna tintineaba.
-Bien, ha llegado el momento de confeccionarme una piel encantada -dijo Lirael.
-Te importa si miro? -pregunt Sam, entusiasmado-. He ledo sobre las pieles del Gremio, pero crea
que se trataba de un arte olvidado. Ni siquiera mi madre sabe cmo hacerlas. Qu formas conoces?
-S hacer una nutria de los hielos, un oso bermejo o un bho bramador -contest Lirael, ms tranquila
al comprobar que a Sam se le haba pasado la vena romntica-. Si te apetece, mira, pero no s cunto
alcanzars ver. En esencia, se trata de largas y complejas cadenas de marcas del Gremio y combinaciones
de hechizos que es preciso retener en la cabeza todos a la vez. De manera que no podr hablar ni
explicarte nada. Es posible que tarde hasta que se ponga el sol. A continuacin tendr que doblarla de la
forma exacta para poder utilizarla despus.
-Fascinante -dijo Sam-. Una vez completado el hechizo, no has intentado meterlo en un objeto para
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LIRAEL
que la cadena de marcas est a tu disposicin cuando la necesites, sin tener que volver a empezar desde
cero?
-No -respondi Lirael-. No saba que fuera posible.
-Es difcil, pero no imposible -le explic Sam, entusiasmado-. Es algo as como reparar un pilar del
Gremio. Es decir que tienes que usar un poco de tu propia sangre para preparar lo que vaya a contener el
hechizo. Sangre real, claro, aunque la sangre de las clarvis o de la Abhorsen funciona igualmente. Debes
poner mucho cuidado porque si te equivocas... En fin, veamos antes tu piel del Gremio. Cul vas a
hacer?
-Un bho bramador -respondi Lirael con un mal presentimiento. No le haca falta disponer del don de
la visin para saber que Sameth tena ganas de hacerle infinidad de preguntas-. Tardar aproximadamente
cuatro horas -aadi-. Y no debe interrumprseme.
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LIRAEL
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Sureos con un nigromante
El sol se pona y su roja luz tea la ancha superficie del ro. Pese al hechizo meteorolgico realizado
momentos antes por Sam y Lirael, se haba levantado viento y ahora soplaba con fuerza desde el Sur.
Pese a navegar con el viento en contra, la Exploradora continuaba a buen ritmo virando en largas
diagonales entre la ribera derecha e izquierda.
Tal como Lirael haba vaticinado, Sam se dedic a hacer preguntas sin parar. Pese a sus interrupciones,
la muchacha haba conseguido crear la piel del Gremio de un bho bramador y doblarla de la forma
adecuada para su posterior uso.
-Es fascinante -coment Sam-. Me gustara aprender a hacer una.
-Me dej Con piel de len en el glaciar -respondi Lirael-. Pero puedo prestrtelo si alguna vez vas a
verme. Es de la biblioteca, aunque imagino que te permitirn tomarlo prestado.
Sam asinti. La perspectiva de visitar el Glaciar de las Clarvis le pareca muy remota. Formaba parte
de otra porcin de un futuro que no se imaginaba. Slo pensaba en llegar al refugio de la Casa.
-Podemos navegar de noche? -pregunt.
-S -contest Lirael-. Si la Perra Canalla est dispuesta a pasarse la noche en vela y montar guardia
para ayudar a la Exploradora.
-Muy dispuesta -ladr la perra. No se haba movido de su puesto en la proa-. Cuanto antes lleguemos,
mejor. Este viento trae un hedor insoportable y el ro se ha quedado tan vaco que no parece normal.
Sam y Lirael miraron a su alrededor. Haban estado tan ensimismados en preparar la piel del Gremio
que ni siquiera haban reparado en la total ausencia de embarcaciones, aunque se vean algunas amarradas
cerca de la orilla izquierda.
-No nos ha seguido nadie de Puente de Arriba, y slo nos hemos cruzado con cuatro naves que venan
del sur -inform la perra-. No puede ser normal en el Renegado.
-No -convino Sam-. Las veces que navegu por este ro siempre haba muchas embarcaciones. Incluso
en invierno. Deberamos haber visto algunas barcazas cargadas de madera con direccin al Norte.
-Yo he visto una sola embarcacin en todo el da -dijo la perra-. Lo cual significa que se han detenido
y han buscado refugio en alguna parte. Y las barcas que he visto estaban amarradas en los embarcaderos o
a las boyas. Lo ms lejos posible de tierra.
-Debe de haber ms muertos o de esos engendros de la magia libre a lo largo del ro -dijo Lirael.
-Ya deca yo que mis padres no deberan haberse marchado -coment Sam-. Si hubiesen sabido...
-Se habran marchado de todos modos -lo interrumpi Zapirn con un bostezo. Se estir y sac la
delicada lengua rosada para saborear el viento-. Como de costumbre, los problemas vienen de todas
partes, todos a la vez. Algunos se dirigen hacia nosotros, me temo que la cnida tiene razn. Esta brisa
hiede mucho. Despertadme si estuviese a punto de ocurrir algo desagradable.
Dicho lo cual, volvi a acostarse y a ovillarse hasta formar una bola blanca.
-Me pregunto qu considerar l desagradable -mascull Sam muy nervioso.
Cogi la espada y la desenvain a medias para comprobar que seguan vivas las marcas del Gremio
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LIRAEL
que haba puesto en ella.

La perra volvi a olisquear el aire mientras la barca cea por babor. Le tembl el hocico y lo levant
ms al notar que el olor se haca ms fuerte.
-Magia libre -dijo al fin-. Viene de la orilla derecha.
-De dnde exactamente? -pregunt Lirael, haciendo visera con la mano.
Con la puesta de sol resultaba difcil distinguir nada hacia el Oeste. Lo nico que vea eran saucedales
enmaraados entre campos vacos, unos cuantos espigones improvisados y paredes de piedra medio hundidas de las que colgaban algunas nasas.
-No veo nada -contest la perra-. Slo me llega el olor. Viene de all, ro abajo.
-Yo tampoco veo nada -aadi Sam-. Pero si la magia libre no est en el ro, podemos seguir
navegando.
-Tambin huelo gente -inform la perra-. Gente asustada.
Sam no hizo comentarios. Lirael lo mir y comprob que se morda los labios.
-Podra tratarse del nigromante? -le pregunt Lirael-. Podra tratarse de Hedge?
-Desde aqu no lo distingo -contest la perra-. El olor de la magia libre es muy fuerte, por lo tanto,
podra tratarse de un nigromante. O tal vez de un stilken o un siseante.
Lirael trag saliva. Saba cmo someter a un stilken, puesto que contaba con la ayuda de Nehima. Y
tambin de Sam, de la Perra Canalla y de Zapirn. La idea, sin embargo, no le haca gracia alguna.
-Ya saba yo que tendra que haber ledo ese libro -farfull Sam. No especific de qu libro se trataba.
Siguieron callados un rato, mientras la Exploradora continuaba avanzando hacia la orilla derecha. El
sol se ocultaba rpidamente, apenas se vea la mitad de su rojo disco. A medida que la oscuridad se apoderaba de todo, las estrellas comenzaron a titilar con fuerza en el cielo.
-Ser mejor... ser mejor que echemos un vistazo -dijo Sam al fin, tras un esfuerzo evidente.
Se ajust la espada al cinto pero no hizo ademn de colocarse la bandolera con las campanas. Lirael les
ech un rpido vistazo y dese poder utilizarlas, pero no le pertenecan. Era Sam quien deba decidir qu
hacer con ellas.
-Si amarramos en ese embarcadero de ah, estaremos cerca? -le pregunt Lirael a la perra.
La mascota asinti. La Exploradora vir hacia el embarcadero sin necesidad de recibir rdenes.
-Despierta, Zapirn! -dijo Sam en voz baja. Con la oscuridad haba llegado tambin un profundo
silencio. No quera que el eco de su voz se impusiera al borboteo de la corriente.
Zapirn no se movi. Sam insisti y le rasc la cabeza.
-Se despertar cuando sea necesario -dijo la perra. Ella tambin hablaba en voz baja-. Preparaos!
La Exploradora se desliz con movimiento experto hacia el embarcadero al tiempo que Lirael arriaba
la vela. Sam desembarc de un salto, la espada en la mano, seguido de cerca por la Perra Canalla.
Lirael fue tras ellos poco despus. Llevaba a Nehima desenvainada; las marcas del Gremio de la hoja
brillaban en la penumbra.
La perra olisque el aire otra vez y levant una oreja. Los tres se quedaron inmviles. Escuchando.
Esperando.
Hasta las hambrientas gaviotas haban dejado de chillar. No se oa ms ruido que el de sus propias
respiraciones y el chapoteo del ro contra el embarcadero.
Y entonces un grito desgarrador quebr el silencio. Como si se tratara de la seal para que comenzara
el alboroto, siguieron aullidos ahogados, ms gritos. En ese mismo instante, Lirael y Sam sintieron la
muerte de varias personas. Los hechos ocurran lejos de all, pese a ello, los dos se estremecieron ante la
sorpresa de aquellas muertes que comenzaron a producirse en cadena. Perciban tambin algo ms. Una
especie de fuerza que dominaba la muerte.
-Un nigromante! -solt Sam retrocediendo.
-Las campanas -dijo Lirael echando un vistazo a la barca.
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LIRAEL
Zapirn se haba despertado; sus verdes ojos brillaban en la oscuridad. Esperaba junto a la bandolera
con las campanas.
-Vienen hacia aqu -anunci la perra sin inmutarse.
El concierto de gritos y chillidos fue acercndose. Lirael y Sam seguan sin ver nada detrs de los
saucedales. Y entonces, a quinientos metros, ro abajo, un hombre surgi de repente de los rboles y cay
al agua. Se hundi de inmediato para volver flotando a la superficie un poco ms all. Nad unas cuantas
brazadas, se volvi de espaldas para flotar, tal vez porque estuviera demasiado cansado o muy herido para
continuar nadando.
Detrs de l, un cadver chamuscado y ennegrecido avanz con movimientos desmaados hasta la
orilla, se detuvo y solt un aullido horrendo, como el glugluteo de un pavo, al ver que se le escapaba la
presa. El pavor que le provocaba la rpida corriente del ro contribuy a que el bracero muerto
retrocediera y buscara el refugio de los rboles.
-Vamos -dijo Lirael haciendo un esfuerzo increble para hablar.
Sac la zampona y ech a andar. La perra la sigu. Sam vacil, se qued mirando fijamente la
oscuridad.
Se oyeron ms gritos entre los rboles. Las palabras no se comprendan, pero Sam saba que estaban
desesperados y que eran gritos de socorro. Se volvi y contempl las campanas. Se encontr con los ojos
de Zapirn que lo miraban sin pestaear.
-Qu esperas? -pregunt el gato-. Que yo te d permiso?
Sam neg con la cabeza. Estaba paralizado; no atinaba a coger las campanas ni a seguir a Lirael. La
muchacha y la Perra Canalla se encontraban ya casi al final del embarcadero. Sam senta la presencia de
los muertos muy cerca, a menos de cien metros; iban acompaados del nigromante. Deba hacer algo. Era
preciso que actuara. Deba probarse a s mismo que no era un cobarde.
-Las campanas no me hacen falta! -grit echando a correr por el embarcadero.
El golpeteo de sus botas sobre las maderas se propag en el silencio. Pas como una exhalacin ante la
sorprendida Lirael y la perra y entr como una tromba por el agujero abierto en el saucedal.
En un instante dej atrs los rboles y se encontr en un cercado en penumbras. Un bracero muerto se
abalanz sobre l. Le cort las piernas con un tajo certero y lo apart de una patada. Antes de que volviese a levantarse, le salt por encima y sigui corriendo.
El nigromante. Tena que matar al nigromante antes de que lo arrastrase al mundo de los muertos.
Tena que matarlo inmediatamente.
Not en su interior que el calor ardiente de la rabia acababa con el miedo. Sam lanz un grito
enfurecido y sigui corriendo.
Lirael y la Perra Canalla salieron del saucedal a tiempo para presenciar la carga de Sam. El bracero
muerto que el prncipe haba partido en dos avanz hacia ellas, pero Lirael ya se haba llevado la zampona
a los labios. Escogi a Saraneth y sopl con fuerza una nota pursima cuyos tonos imperiosos detuvieron
en seco al bracero. Lirael pas a Kibeth, un trino de notas danzarinas lanz hacia atrs al cadver y el
espritu que lo habitaba se vio obligado a regresar al reino de los muertos.
-Se ha ido -dijo la perra, y sali trotando.
Lirael ech a correr tambin, aunque no con el temerario abandono de Sam.
Todava quedaba luz suficiente para ver que treinta o cuarenta braceros muertos haban rodeado a un
grupo de hombres, mujeres y nios. Era evidente que los atacados haban intentado refugiarse en el ro y
que no haban conseguido llegar a destino. Haban formado una rueda en cuyo centro estaban los nios;
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LIRAEL
era una ltima y desesperada defensa.

Lirael senta la presencia de los braceros muertos... y de algo ms, algo extrao, mucho ms poderoso.
Slo cuando vio a Sam salir disparado dejando atrs a los braceros y lanzando un grito de guerra se dio
cuenta de que deba de tratarse del nigromante.
La gente tambin se puso a chillar y a llorar a gritos. Dando gritos y alaridos estremecedores, los
muertos se lanzaron sobre sus vctimas para destrozar sus cuellos y arrancarles los miembros uno por uno.
Los garrotes y las ramas afiladas golpeaban a los muertos, pero quienes empuaban tan improvisadas
armas no saban cmo sacarles el mejor partido, y adems, el enemigo los superaba en nmero.
Lirael vio que el nigromante enfrentaba a Sam. Levant las manos y el olor a metal caliente de la
magia libre flot en el aire inundndolo todo. De la punta de aquellos dedos parti un destello azul y
blanco, cegador, que estall con fuerza y fue a golpear al muchacho.
En ese mismo instante, los braceros muertos soltaron un aullido triunfante y se abrieron paso entre las
filas de valientes hombres y mujeres hasta entrar en el crculo interior donde estaban los nios.
Lirael ech a correr como si en ello le fuera la vida. No saba quines eran aquellas personas a las que
intentaba salvar, pero era posible que llegara demasiado tarde.
Sam vio que el nigromante levantaba las manos y vio tambin el bronce que le cubra la cara. Se lanz
al suelo mientras las ideas le pasaban en tropel por la cabeza. Un rostro de bronce! No se trataba de
Hedge, sino de Chlorr de la Mscara, la criatura contra la que su madre haba luchado aos atrs!
El rayo estall muy cerca y no le dio de lleno por escasos centmetros. El calor que despeda era como
una bofetada; la hierba que haba a sus espaldas comenz a arder.
Sam se detuvo para buscar en el flujo del Gremio y extraer cuatro marcas. Las dibuj con la mano que
tena libre, moviendo los dedos con tanta rapidez que era imposible seguirlos. Un acero triangular y
plateado apareci de pronto en su mano. Antes de que acabara de adoptar forma completa, Sam lo lanz.
El acero surc el aire dando vueltas. Chlorr lo esquiv sin esfuerzo alguno; el acero continu girando
un poco ms all pero luego dio la vuelta y volvi a la carga.
Sam avanz en el preciso instante en que el acero golpeaba a la nigromante en el brazo. El muchacho
esperaba que la estocada consiguiera cercenrselo. No fue as. Slo logr arrancar una llamarada intensa,
una nube de chispas y chamuscar una manga.
-Idiota -grit Chlorr levantando la espada. El sonido de aquella voz hizo que al prncipe Sameth se le
erizara toda la piel. El aliento de aquella mujer heda a muerte y a magia libre-. No llevas las campanas.
En ese preciso instante Sam cay en la cuenta de que Chlorr tampoco llevaba campanas. Tras la
mscara tampoco haba ojos humanos. En las cuencas arda un fuego abrasador y por el agujero de la
boca sala una nube de humo.
Chlorr haba dejado de ser una nigromante para convertirse en uno de los muertos mayores. Sabriel
haba conseguido acabar con su condicin de ser vivo.
Sin embargo, alguien la haba trado de vuelta.
-Corred! -grit Lirael-. Corred!

Se encontraba entre los ltimos cuatro supervivientes y los braceros muertos que haban logrado
resistir al sonido de la zampona. Lirael haba soplado usando a Saraneth hasta ponerse morada, pero eran
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LIRAEL
demasiados y la fuerza de la zampona no bastaba. Los muertos que seguan en pie se mostraban
inmutables.
Lo peor de todo: los nios no echaban a correr. Estaban tan asustados que eran incapaces de
reaccionar, ni siquiera comprendan que los gritos de Lirael iban dirigidos a ellos.
Un bracero muerto embisti y Lirael le lanz una estocada. La perra salt sobre otro y lo derrib. Pero
un tercero, una cosa bajita de mandbulas alargadas, consigui burlar las defensas de ambas. Se tir encima de un nio que gritaba sin cesar. Las mandbulas se cerraron y el grito ces de inmediato.
Llorando de asco y rabia, Lirael se volvi y le cort la cabeza; Nehima solt un reguero de chispas
plateadas cuando entr en contacto con aquel engendro. Pese a ello, el bracero muerto continu adelante,
el espritu que llevaba dentro se mostraba indiferente al dao fsico. Lirael le asest una estocada tras otra,
pero los dedos muertos seguan aferrando a su vctima y los dientes no dejaban de rechinar.
Sam par otro golpe de la cosa que en otros tiempos haba sido Chlorr. Tena una fuerza descomunal y
el muchacho estuvo a punto de perder la espada. Se le entumecieron la mano y la mueca y las marcas del
Gremio que haba inscrito con tanto esfuerzo en el acero fueron desdibujndose poco a poco ante el poder
de Chlorr. Cuando desaparecieran del todo, el acero caera con estrpito...
El prncipe Sameth retrocedi con paso inseguro y ech una rpida mirada a su alrededor. A lo lejos
distingui apenas a Lirael y la Perra Canalla; ambas luchaban contra por lo menos media docena de
braceros muertos. Haba odo antes el sonido de las flautas de la zampona, las voces de Saraneth y
Kibeth, aunque su sonido era extrao y muy distinto del de las campanas que l conoca. Haban
conseguido que gran parte de los espritus que animaban a los braceros regresaran al reino de los muertos,
pero no ejercan efecto alguno en Chlorr.
Chlorr volvi a atacar soltando sonoros siseos. Sam se agach. Con desesperacin intentaba pensar en
lo que poda hacer. Tena que existir algn hechizo, algo que la contuviera lo suficiente para permitirle
escapar
Lirael y la perra atacaron a la vez y derribaron al ltimo bracero muerto. Antes de que volviera a
levantarse, la Perra Canalla le ladr en la cara. Al instante, perdi las pocas fuerzas que le quedaban y
qued convertido en un cadver horrendo y deforme, despojado de su espritu.
-Gracias -jade Lirael.
Mir a su alrededor, a las grotescas formas de los braceros muertos, a los patticos cuerpos de sus
vctimas. Busc afanosamente entre los cados, con la esperanza de ver al menos a uno de los nios. No
haba sobrevivido nadie. Las nicas que seguan en pie eran ella misma y la Perra Canalla. Cuerpos
sembrados por todas partes, despatarrados en medio de charcos de sangre. Los restos abandonados de los
braceros muertos se apilaban junto con los cadveres humanos.
Lirael cerr los ojos; el sentido que le permita percibir la muerte la aturda. Le confirmaba lo que sus
ojos ya le haban indicado.
No haba supervivientes.
Se sinti enferma, la nusea le suba por la garganta. Al inclinarse para vomitar, oy gritar a Sam. Se
incorpor, abri los ojos y mir a su alrededor. No vea a Sam, pero a lo lejos se elevaba una hoguera de
doradas llamas que despeda una lluvia de chispas blanquecinas. Poda haberse tratado de fuegos
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LIRAEL
artificiales, pero Lirael no se dej engaar. Aun as, tard unos segundos en deducir desde dnde vena el
grito de Sam.
Cuando por fin su mente obnubilada se hizo cargo de la situacin, se le pasaron las ganas de vomitar.
Salt por encima de los braceros muertos y sus vctimas y ech a correr.
-Socorro! Lirael! Perra Canalla! Zapirn! Que alguien me ayude! -gritaba Sam.
La espada de Sam se rompi en el ltimo embate. Se haba partido cerca de la empuadura dejndolo
con un peso muerto e intil, despojado de todo encantamiento.
Chlorr rea. Una risa extraa y distante que sala del fondo de su mscara, como si su eco resonara en
el interior de un pasillo lejano.
Se haba hecho ms alta y era evidente que bajo los jirones de sus ropajes lo que acechaba a Sam era
un ser oscuro y vil. Se acerc al muchacho echando humo blanco por la boca y, desde su altura descomunal, levant otra vez la espada. La hoja de su acero despeda rojas lenguas de fuego que dejaban caer
gotas ardientes sobre el csped.
Sam le lanz a la cara la empuadura de la espada, retrocedi de un salto y grit:
-Socorro! Lirael! Perra Canalla!
La espada cay. Chlorr dio un salto adelante que la llev ms lejos de lo que Sam esperaba. La espada
le roz la nariz. Asombrado, volvi a gritar:
-Zapirn! Que alguien me ayude!
Lirael vio caer la espada de fuego de la nigromante. Sam sucumbi al golpe y el fuego rojo deslumbr
a Lirael.
-Sam! -grit la muchacha.
De inmediato, la Perra Canalla ech a correr dando grandes saltos en direccin a Sam y la
nigromante.
El pnico se apoder momentneamente de Lirael cuando crey que Sam haba muerto. Entonces lo
vio rodar a un lado, sano y salvo. La nigromante volvi a levantar la espada y a Lirael casi le estallan los
pulmones al tratar de acercarse a tiempo para hacer algo. Pero no pudo. Se encontraba an a ms de
doscientos metros y de la mente se le haban borrado todos los encantamientos capaces de recorrer
aquella distancia y distraer al enemigo.
-Muere! -susurr Chlorr, levantando la espada con ambas manos por encima de la cabeza y
apuntndola directa hacia abajo.
Sam levant la vista hacia el acero y supo que no conseguira apartarse a tiempo. La nigromante era
demasiado rpida, demasiado fuerte. Alz la mano y trat de pronunciar una marca del Gremio. La nica
que le vino a la mente result del todo intil, pues se trataba de una marca que empleaba para hacer
juguetes.
La espada cay.
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LIRAEL
Sam lanz un grito.

La Perra Canalla ladr.
El ladrido llevaba dentro de s una marca del Gremio que golpe a Chlorr justo cuando bajaba la
espada. Sus brazos despidieron destellos dolados y comenzaron a crepitar al tiempo que infinidad de
nubecillas de blanco humo salan por otros tantos agujeritos. La estocada que debera haber atravesado a
Sam se desvi y la espada se hundi en la Tierra, tan cerca del muchacho que las llamas lo quemaron a la
altura de la cadera.
La fuerza sobrenatural de Chlorr se agot con la estocada. La nigromante pugnaba por desenterrar su
acero mientras la perra avanzaba hacia ella gruendo. La mascota de Lirael haba crecido hasta a1canzar
el tamao de un len del desierto, con dientes y garras a juego. Su collar se llen de llamas doradas, las
marcas del Gremio encerradas en el cambiaron de forma y comenzaron a moverse en una danza
enloquecida.
La criatura muerta solt la espada y retrocedi. Sam se incorpor con mucho esfuerzo justo cuando
Chlorr se retiraba. Apret los puos, miento recuperar la compostura y prepararse para lanzar un conjuro.
Lirael lleg un segundo despus, sin aliento. Respirando entrecortadamente, se coloc detrs de la
perra.
Chlorr levant una mano fantasmal y sus uas proyectaron finsimas dagas negras. Segua despidiendo
humo blanco, pero los agujeros de su brazo se haban cerrado. Dio un paso adelante y la perra ladr otra
vez.
Aquel ladrido llevaba dentro el poder de la magia libre reforzado con hechizos del Gremio. El collar de
la perra brill con tanta fuerza que Sam y Lirael tuvieron que cerrar los ojos.
Chlorr se estremeci y levant las manos para protegerse la cara. De su mscara sali ms humo
blanco; bajo el abrigo de pieles, su cuerpo comenz a transformarse. Se fue desmoronando y sus ropajes
comenzaron a caer a medida que sus carnes fantasmales desaparecan.
-Maldita seas! -chill.
Las pieles cayeron al suelo y la mscara de bronce se precipit sobre ellas. Una sombra oscura y densa
como la tinta se alej de la perra y Lirael, movindose ms deprisa que ningn lquido derramado.
Lirael iba a avanzar pero la perra se interpuso en su camino.
-No -le dijo-. Djala ir. Slo la he obligado a abandonar su cuerpo. Es demasiado poderosa y no cuento
con la fuerza suficiente para enviarla de regreso al reino de los muertos o destruirla.
-Era Chlorr -dijo Sam, plido y tembloroso-. Chlorr de la Mscara. Una nigromante a la que mi madre
se enfrent hace aos.
-Ahora forma parte de los muertos mayores -aclar Zapirn-. De los que regresan de la Sptima o de la
Octava Puerta.
Sam dio un salto que lo impuls a varios metros del suelo. Mir hacia abajo y vio a Zapirn sentado
mansamente junto a la espada de Chlorr, como si hubiese estado all todo el tiempo.
-Dnde te habas metido? -le pregunt Sam.
-Estaba por ah, investigando, mientras t tomabas las riendas -le explic Zapirn-. Chlorr ha huido,
pero regresar. Hay ms braceros muertos a menos de dos leguas al Oeste. Sern unos cien; los dirigen
braceros fantasmas.
-Cien! -exclam Sam.
-Braceros fantasma! -dijo Lirael.
-Ser mejor que regresemos a la barca -sugiri el muchacho.
Observ la espada de Chlorr que segua vibrando, clavada en la tierra. Las llamas ya no la recorran, el
acero se haba vuelto negro como el bano y en l se vean grabadas extraas runas que se agitaban con
movimientos convulsos provocndole unas nauseas tremendas.
-Deberamos destruirla -sugiri. Notaba la cabeza embotada y le costaba mucho ordenar las ideas-.
- 240 -
LIRAEL
Aunque... no s... no s cmo hacerlo deprisa.

-Qu hacemos con toda esta gente? -pregunt Lirael.
No se atreva a llamarlos cadveres. Se resista a creer que estuvieran todos muertos. Haba ocurrido de
forma tan sbita, en tan pocos minutos...
Sam contempl el campo y el cielo. Haba ms estrellas y una luna en cuarto creciente delgadsima.
Bajo la fra luz vio que muchos de los muertos llevaban sombreros y pauelos azules. Entre las garras de
uno de los muertos que Lirael consigui neutralizar con su zampona haba jirones de tela azul.
-Son sureos -observ, no sin sorpresa.
Se acerc para ver de cerca uno de los cadveres, el de un muchacho rubio que no tendra ms de
diecisis aos. Los ojos de Sam reflejaron ms asombro que temor, como si no consiguiese creer lo que
vea.
-Son refugiados sureos. Supongo que intentaban escapar.
-Escapar de qu? -pregunt Lirael.
Antes de que nadie pudiese contestar, una criatura muerta aull en la distancia. Poco despus, cientos
de gargantas en descomposicin repitieron el grito hasta formar un coro.
-Chlorr ha llegado donde estaban los braceros -dijo Zapirn con tono urgente-. Debemos marcharnos
ya mismo!
El felino se alej. Sam se dispona a ir tras l, pero Lirael lo aferr del brazo.
-No podemos marcharnos! -protest la muchacha-. Si los dejamos aqu tirados, alguien utilizar sus
cuerpos...
-No podemos quedarnos! -adujo Sam-. Ya has odo a Zapirn. Son demasiados para enfrentarnos a
ellos. Para colmo, Chlorr va a regresar!
-Debemos hacer algo! -exclam Lirael.
Mir a la perra. Seguramente ella la ayudara. Tenan que someter aquellos cuerpos al rito de
purificacin o vincularlos para que no pudiesen ser utilizados con el fin de albergar espritus provenientes
del reino de los muertos.
La perra neg con la cabeza y dijo con tristeza:
-No tenemos tiempo.
-Sam puede usar las campanas! -protest Lirael-. Debemos...
La perra le dio un empujoncito a Lirael a la altura de las rodillas. La muchacha dio un paso al frente,
los ojos se le llenaron de lgrimas. Sam y Zapirn ya les llevaban bastante ventaja, estaban cerca de los
sauces.
-Date prisa! -le pidi la perra, presa de la ansiedad, despus de mirar atrs.
Oa el entrechocar de huesos y perciba el hedor de la carne en descomposicin. Los muertos se
acercaban a toda prisa.
Lirael comenz a llorar desconsoladamente al tiempo que echaba a correr. Cmo habra deseado ser
capaz de correr ms deprisa o de utilizar mejor la zampona para salvar al menos a uno de los refugiados.
Uno de los refugiados. Uno de ellos haba conseguido huir del acoso de los muertos.
-El hombre! -exclam Lirael al tiempo que echaba a correr-. El hombre del ro! Tenemos que
rescatarlo!
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LIRAEL
43
Adis a la Exploradora
A pesar de contar con la ayuda del finsimo olfato de la Perra Canalla y de la visin nocturna sin par
de Zapirn, tardaron casi una hora en dar con el sureo que haba conseguido llegar al ro.
Segua flotando sobre la espalda, con la cara apenas asomada a la superficie; no pareca estar
respirando. Cuando Sam y Lirael lo acercaron a la barca, abri los ojos y solt un quejido de dolor.
-No, no -susurr-. No.
-Agrralo -le pidi Lirael a Sam.
A toda prisa busc en el Gremio y extrajo varias marcas de las que curaban. Pronunci sus nombres y
las atrap en el hueco de las manos. Quedaron all encerradas, brillando y despidiendo un reconfortante
calorcillo, mientras la muchacha buscaba las heridas del hombre donde colocarlas para que surtieran
efecto inmediato. Cuando el encantamiento qued completo, consiguieron sacar al hombre del agua.
Tena en el cuello una gran mancha oscura de sangre reseca. Cuando Lirael acerc la mano, el hombre
se puso a gritar y quiso soltarse, pero Sam lo mantuvo firmemente asido.
-No! Cunta maldad!
Lirael apart la mano, intrigada. El hechizo que se dispona a lanzar era a todas luces magia del
Gremio. La luz dorada brillaba con gran intensidad, no despeda el hedor tpico de la magia libre.
-Es sureo -susurr Sam-. No creen en la magia, ni siquiera en las supersticiones en las que creen los
ancelstierranos y mucho menos en nuestra magia. Para ellos debe de haber sido una experiencia terrible
cruzar el Muro.
-Tierras al otro lado del Muro -solloz el hombre-. l nos prometi tierras. Dijo que podramos
construir granjas, que tendramos un lugar propio...
Lirael trat de imponer otra vez el hechizo, pero el hombre se puso chillar y a forcejear para soltarse.
El agua que levantaba le cubri varias veces la cabeza, hasta que Lirael tuvo que apartar la mano y dejar
que el hechizo se disolviera en la noche.
-Se est muriendo -dijo Sam.
Notaba cmo se escapaba la vida de aquel hombre, senta las fras manos tratando de aferrarlo.
-Qu podemos hacer? -pregunt Lirael-. Qu...?
-Estn todos muertos -dijo el hombre tosiendo. La brillante luz de la luna les permiti ver que con el
agua de ro escupa sangre-. En la losa. Estaban muertos... y pese a ello hacan lo que l les mandaba. Y el
veneno... Les dije a Hral y a Mortin que no bebieran... Cuatro familias...
-Clmate -le pidi Sam con dulzura, aunque la voz estaba a punto de quebrrsele-. Han logrado... han
logrado escapar.
-Corrimos y los muertos nos seguan -susurr el sureo. Le brillaban mucho los ojos al ver algo muy
diferente de lo que vean Sam y Lirael-. Corrimos da y noche. No les gusta el sol. Torbel se torci el
tobillo y yo no... no pude cargar con l.
Lirael le acarici la cabeza. Al principio, el hombre dio un respingo, luego se relaj al ver que en las
manos de la muchacha no haba ninguna luz extraa.
- 242 -
LIRAEL
-El granjero dijo que furamos al ro -prosigui el moribundo.

-Lo has conseguido -dijo Sam-. Ests en el ro. Los muertos no cruzan las corrientes de agua.
-Aaah -suspir el hombre y, tras expirar, se sumergi en ese otro ro, el que lo llevara hasta la Novena
Puerta y al ms all.
Sam lo solt poco a poco. Lirael levant la mano. El agua cubri la cara del hombre y la Exploradora
se alej.
-No hemos conseguido salvar ni a uno solo -murmur Lirael-. Ni a uno solo.
Sam no contest. Sigui sentado en su sitio, con la mirada perdida fija en el ro iluminado por la luna.
-Ven aqu, Lirael -orden la Perra Canalla con suavidad, desde su puesto en la proa-. Aydame a
montar guardia.
Lirael obedeci; hizo un gran esfuerzo por contener el llanto y le temblaron los labios. Pas por
encima de las bancadas, se dej caer cerca de la perra y la abraz con fuerza. La Perra Canalla aguant
sin decir nada al notar que las lgrimas le mojaban la pelambre.
Al cabo de un rato, Lirael afloj el abrazo y se qued al lado de su mascota. El sueo se apoder de
ella, un sueo como los que te entran cuando, al final de la batalla, has agotado todas las fuerzas.
La perra se apart un poquitn para que Lirael estuviera ms cmoda y volvi la cabeza para mirar
atrs, torciendo el cogote de un modo en que ningn otro can lo habra hecho. Sam tambin estaba
dormido, acurrucando en la popa, mientras la caa del timn se mova ligeramente por encima de su
cabeza.
Zapirn pareca dormido, en su sitio habitual, cerca del mstil. En cuanto la perra lo mir, abri uno
ojo verde brillante.
-Yo tambin lo vi -dijo Zapirn-. En la muerta mayor, esa tal Chlorr.
-As es -dijo la perra, muy preocupada-. Confo en que no tengas problemas a la hora de recordar a
quin debes lealtad.
Zapirn no contest. Cerr el ojo despacio y en su boca se dibuj una sonrisa contenida, misteriosa.
La Perra Canalla se pas toda la noche sentada en la proa, mientras Lirael se revolva inquieta, a su
lado. En las primeras horas silenciosas de la madrugada dejaron atrs Qyrre, un blanco puntito en la
distancia. Pese a que haba sido su primer destino, la Exploradora no intent atracar.
Lirael tuvo un ligero ataque de pnico al despertar y or una cascada. A esa distancia, sonaba como el
zumbido de infinidad de insectos; tard un buen rato en adivinar de qu se trataba. Cuando lo hizo, el
susto no se le pas hasta que se dio cuenta de que la Exploradora se desplazaba muy despacio en
comparacin con las ramas, las hojas y dems restos flotantes arrastrados a toda velocidad por la
corriente.
-Estamos en el canal, nos aproximamos a la Casa de la Abhorsen -le explic la perra mientras la
muchacha se restregaba los ojos y se estiraba en un vano intento por desentumecerse.
Las muertes ocurridas la noche anterior parecan cosa de un pasado lejano. Aunque no tenan las
cualidades de los sueos. Lirael saba que la cara del ltimo sureo, la mirada de alivio de sus ojos
cuando por fin tuvo la certeza de que haba escapado de los muertos, la acompaaran por el resto de sus
das.
Estir las piernas y aprovech para contemplar la inmensa masa de roco que se elevaba al caer el
Renegado por los Despeaderos Largos. El ro daba la impresin de desaparecer envuelto en una nube
que envolva los despeaderos y las tierras colindantes en un gigantesco y ondulante manto blanco. Por
un instante, la niebla se abri permitindole atisbar una torre brillante y su tejado cnico de rojas tejas en
las que se reflejaba el sol. Pareca un espejismo rielando en medio de aquella nube, pero Lirael supo que
haba llegado al fin a la Casa de la Abhorsen.
A medida que se acercaban, Lirael vio surgir en medio de la nube otros tejados rojos pertenecientes a
otros edificios agrupados alrededor de la torre. Y ya no vio ms, porque toda la isla donde estaba
- 243 -
LIRAEL
construida la casa se encontraba rodeada de una tapia encalada de ms de diez metros de altura por la que
asomaban nicamente los tejados rojos y las copas de algunos rboles.
Sam se le acerc desde la proa y se qued a su lado, mirando al frente. Un acuerdo tcito les impeda
hablar de lo ocurrido; el silencio entre ambos era una pesada losa. Impaciente por decir algo, Sam asumi
el papel de gua.
-No lo parece, pero la isla es ms grande que un campo de ftbol. Vers, se trata de un deporte que se
practicaba en la escuela, en Ancelstierre. Para que te hagas una idea, la isla tiene casi trescientos metros
de largo por cien de ancho. Hay un jardn, un huerto y la casa misma. A la derecha se ven los
melocotoneros en flor. Por desgracia, todava no es tiempo de que den frutos. Los melocotones de aqu
son exquisitos, sabe el Gremio por qu. Comparada con palacio, la casa no es gran cosa, pero es ms
grande de lo que parece, y contiene infinidad de instrumentos. Es muy distinta de tu glaciar, supongo.
-Por lo poco que he visto, me gusta -dijo Lirael, sonriente, sin dejar de mirar al frente.
Vio en la nube un tenue arco iris cuyo arco se proyectaba por encima de las blancas paredes y rodeaba
la Casa con un marco multicolor.
-Menos mal -mascull Zapirn tras aparecer de repente junto a Lirael-. Aunque debera advertirte
sobre la comida.
-Y la comida? -pregunt la Perra Canalla lamindose el morro-. Qu pasa con la comida?
-Nada -se apresur a responder Sam, con aire severo-. Los enviados son muy buenos cocineros.
-Tenis enviados que os hacen de sirvientes? -pregunt Lirael, movida por la curiosidad de conocer
mejor las diferencias entre la vida de la Abhorsen y la de las clarvis-. En el glaciar, nosotras nos
ocupamos de casi todo el trabajo. Nos turnamos con las tareas, sobre todo las de la cocina, aunque
algunas se especializan.
-Aqu no viene nadie ms que mi familia -contest Sam-. Quiero decir que no vienen los parientes
lejanos, los que pertenecen al linaje, como las clarvis. En realidad nadie tiene que hacer nada porque los
enviados son muchos y siempre se muestran ansiosos por ayudar. Yo creo que se aburren cuando la casa
est vaca. Todos los Abhorsen crean nuevos enviados por lo que tienden a multiplicarse. Algunos de
ellos tienen cientos de aos.
-Miles -rectific Zapirn-. La mayora est senil.
-Dnde desembarcamos? -inquiri Lirael haciendo caso omiso de los refunfuos de Zapirn. En la
pared norte no vea puertas ni embarcaderos.
-En el lado oeste -dijo Sam, levantando la voz para imponerse al creciente rugido de la cascada-.
Rodearemos la isla y llegaremos casi hasta la cascada. Hay un muelle que lleva a la Casa y una serie de
pasaderas conducen al tnel occidental. Fjate, ah se ve la entrada del tnel, en la orilla.
Seal una estrecha cornisa situada en mitad de la ribera occidental, un afloramiento de roca gris, casi
de la misma altura que la Casa. Si haba all la entrada a un tnel, Lirael no la vio a causa de la niebla,
adems se encontraban a una distancia peligrosa de la cascada.
-Me ests diciendo que las pasaderas cruzan por ah? -pregunt Lirael, extraada, mientras sealaba
una amplia extensin por la que la corriente flua impetuosa, en una zona que se adivinaba muy profunda.
Lo peor de todo era que Sam le haba dicho que la cascada tena ms de trescientos metros de altura. Si
la correntada llegaba a sacarlos del canal, la Exploradora ira a parar a la cascada en pocos segundos y la
cada sera mortal.
-S, las hay a ambos lados -grit Sam-. Conducen a las orillas y desde ah hay tneles que llevan al pie
de los despeaderos. Tambin puedes ir a parar a las riberas del ro y quedarte en el llano, si lo prefieres.
Lirael trag saliva y se qued mirando con cara de asombro el lugar donde las pasaderas cruzaban de
la Casa a la orilla occidental. A duras penas alcanzaba a verlas en medio del roco y los remolinos del
agua. Dese con todas sus fuerzas no tener que utilizarlas y se acord de la piel mgica que llevaba
doblada en la bolsa donde guardaba El Libro del recuerdo y el olvido. Estaba lista para ser utilizada, por
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LIRAEL
lo tanto, poda ponrsela y volar transformada en bho bramador, aullando todo el trayecto.
Poco despus, la Exploradora lleg a las tapias encaladas. Lirael las mir; traz una lnea imaginaria
que iba del palo de la embarcacin hasta lo alto de las tapias. No saba cmo, pero vistas de cerca
parecan mucho ms altas y en ellas haba unas curiosas marcas que la cal recin aplicada no lograba
ocultar. Se trataba de las manchas tpicas dejadas por el agua al subir de nivel hasta llegar casi a lo alto de
aquellas paredes.
Y en eso llegaron al embarcadero de madera. La Exploradora top suavemente contra las defensas de
gruesa lona que haba all colgadas; el sonido del topetazo, si lo hubo, qued ahogado por el estruendo de
la cascada, un estruendo tan ensordecedor que pona nervioso. Sam y Lirael descargaron todos los
pertrechos; mientras lo hacan, se hablaban mediante gestos para poder entenderse. El ruido atronador de
la cascada impeda toda comunicacin y Sam se vio obligado a gritarle a Lirael al odo hasta dejarla casi
sorda.
Cuando todo estuvo apilado en el embarcadero, Zapirn se instal encima de la mochila de Lirael y la
Perra Canalla, alegre como una castauela, se dedicaba a beber el roco con la boca abierta. La
muchacha le dio un beso en la mejilla al mascarn de proa de la Exploradora y le dio un empelln para
alejarla del embarcadero. Le pareci ver que la cara tallada de la mujer le guiaba el ojo y que sus labios
esbozaban una sonrisa.
-Gracias -dijo mientras Sam, a su lado, haca una reverencia en seal de respeto.
La Exploradora respondi agitando la vela, dio media vuelta y empez a navegar ro arriba. Sam, que
observaba con atencin toda la maniobra, not que la corriente del canal haba cambiado y se diriga
hacia el Norte, en sentido contrario al fluir del ro. Una vez ms, se pregunt cmo era posible e intent
idear la manera de ver los pilares del Gremio hundidos en el fondo del ro. A lo mejor, si Lirael le
enseaba cmo hacer una piel de nutria de los hielos usando la magia del Gremio...
Not que le daban una palmada en el hombro y dej de soar despierto; dio media vuelta y se puso a
recoger las alforjas y la espada. Se dirigi hacia la puerta y la abri. En cuanto la cruzaron, el ruido de la
cascada ces casi por completo; Lirael hubo de escuchar con suma atencin para captar un rugido leve y
lejano. Oy entonces el canto de los pjaros y el zumbido de infinidad de abejas que, muy atareadas,
volaban hacia el melocotonero en flor. La bruma dej de envolver la Casa de la Abhorsen, el sol brillaba
intensamente y secaba a toda prisa el roco que haba mojado la cara y las ropas de la muchacha.
Ante ella arrancaba un sendero de ladrillo rojo, flanqueado de un prado verde y un seto de arbustos con
ramilletes de flores amarillas de extraas formas. El sendero llevaba a la puerta principal de la Casa que,
pintada en un alegre azul cielo, destacaba contra la piedra encalada que la rodeaba. La propia Casa tena
un aspecto de lo ms corriente. Se trataba de un edificio amplio, de tres o cuatro plantas, ms la torre.
Dispona tambin de un patio interior, pues Lirael comprob que los pjaros entraban y salan de l. La
casa contaba con muchas ventanas, todas ellas bastante amplias, pareca cmoda y acogedora. Era
evidente que la Casa de la Abhorsen no era una fortaleza y que su defensa haba sido confiada a otros
medios que nada tenan que ver con la arquitectura.
Lirael levant los brazos hacia el sol y aspir el aire puro y el leve perfume de los jardines mezclado
con el aroma de las flores, la tierra frtil y la hierba verde. Se sinti invadida por una sensacin de paz y
como si estuviera en su propia casa, aunque aquello nada tena que ver con los tneles y las salas cerradas
del glaciar. Ni siquiera los jardines de las amplias cmaras de su hogar, con sus techos pintados y sus
soles plagados de marcas del Gremio, eran capaces de reproducir la inmensidad del cielo azul y el sol de
verdad.
Espir despacio y se dispona a dejar caer los brazos cuando not en lo algo del cielo una motita
oscura. Poco despus, la motita se vea rodeada de una nube negra formada por cosas ms grandes. Lirael
tard unos instantes en percatarse de que la motita era un pjaro que volaba en picado hacia ella y que las
motas ms grandes tambin eran pjaros, o cosas que volaban como aves. En ese mismo instante, su
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LIRAEL
sentido para percibir la muerte le dio un toque de atencin y Sam lanz un grito.
-Cuervos sanguinarios! Persiguen a un halcn mensajero!
-Estn justo debajo de l -observ la Perra Canalla estirando el cuello-. Intenta esquivarlos!
Observaron llenos de inquietud al halcn mensajero mientras caa, zigzagueando levemente para
esquivar a los cuervos sanguinarios. Pero eran miles, y abarcaban una amplia zona, de modo que el
halcn no tuvo ms remedio que pasar por donde no estaban tan apiados. Pleg las alas y cay ms
deprisa, como una piedra lanzada desde lo alto del cielo.
-Si consigue pasar, no se atrevern a seguirlo -dijo Sam-. El ro y la Casa estn demasiado cerca.
-Fuerza! -susurr Lirael y sin apartar la mirada del pjaro, dese con toda el alma que fuera ms
deprisa.
La cada pareca eterna por lo que dedujo que deba de estar muy, pero muy alto. Y de repente, choc
contra la nube negra, se produjo una explosin de plumas y los cuervos sanguinarios salieron despedidos
en todas direcciones, mientras otros volvan a aparecer para cerrar los huecos que iban dejando. Lirael
contuvo la respiracin. El halcn no volvi a aparecer. Siguieron llegando ms cuervos sanguinarios hasta
que quedaron tan apretados que empezaron a chocar entre s y sus cuerpos rotos fueron cayendo como
meteoros.
-Lo han cazado -dijo Sam en voz baja. Luego grit.
El pequeo pjaro pardo apareci de repente entre la masa compacta de cuervos sanguinarios. Y esta
vez caa, en apariencia, sin el control ni la determinacin que haban visto antes. Unos cuantos cuervos
sanguinarios salieron del montn para perseguirlo; tras recorrer una corta distancia dieron media vuelta y
comenzaron a ascender en lnea recta, repelidos por la fuerza del ro y la protectora magia de la Casa.
El halcn continu su cada libre, como si estuviese muerto o atontado. Diez o quince metros antes de
llegar al jardn, despleg de pronto las alas interrumpiendo la cada el tiempo justo para acabar posado a
los pies de Lirael. Se qued all tirado, el pecho le suba y le bajaba agitadamente, y el plumaje revuelto y
la cabeza ensangrentada eran prueba evidente del ataque de los cuervos sanguinarios. Sin embargo, sus
ojos dorados seguan llenos de vida; el halcn salt sin dificultad al brazo de Sam cuando ste se inclin
para ofrecrselo de percha.
-Mensaje para el prncipe Sameth -dijo con una voz que no era de ave-. Mensaje.
-S, s -dijo Sam con dulzura, acaricindolo para que se tranquilizara y atesando las plumas-. Soy el
prncipe Sameth. Habla.
El pjaro torci la cabeza hacia un lado y abri el pico. Lirael vio entonces un atisbo de las marcas del
Gremio, y entonces comprendi que el halcn llevaba un hechizo en el cuerpo, un hechizo lanzado
cuando todava no haba salido del cascarn, para que fuera creciendo con l.
-Sameth, eres un idiota, espero que al llegar este mensaje ests en la Casa -dijo el halcn mensajero, y
su voz volvi a cambiar. Pareca la de una mujer.
Por el tono y la expresin de Sam, Lirael supuso que se trataba de Ellimere, la hermana del prncipe.
-Pap y mam siguen en Ancelstierre. All se han encontrado con problemas mucho ms graves de lo
que teman. Ya no existe ninguna duda de que Corolini est bajo la influencia de alguien del Reino Antiguo, su Partido Nuestro Pas se ha hecho fuerte en la Asamblea. Los traslados de refugiados a zonas
cercanas al Muro van en aumento. Se comenta que hay muchas criaturas muertas a lo largo de la orilla
derecha del ro Renegado. Dentro de dos semanas, convocar a las bandas adiestradas y marcharemos
hacia el Sur, en direccin a Barhedrin, junto con la Guardia, para tratar de impedir que se pasen al otro
lado. No s dnde ests, pero pap dice que es de vital importancia que encuentres a Nicholas Sayre y lo
devuelvas de inmediato a Ancelstierre, porque Corolini asegura que lo hemos secuestrado para utilizarlo
como rehn e influir as en el Ministro Supremo. Mam te enva todo su cario. Espero que puedas hacer
algo realmente til, para variar...
La voz call de repente, pues haba agotado la capacidad de la pequea mente del halcn mensajero. El
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LIRAEL
ave pi suavemente y comenz a arreglarse las plumas con el pico.

-Bueno, vamos a entrar y a lavarnos -dijo Sam con cautela, aunque segua con la vista clavada en el
halcn, como si ste fuera a hablar otra vez-. Los enviados te atendern, Lirael. Si te parece, hablaremos
de todo esto durante la cena.
-La cena! -exclam Lirael-. Cmo se te ocurre que podemos esperar hasta la cena? Yo creo que
deberamos hablar ahora mismo y que la situacin exige que partamos de inmediato.
-Pero si acabamos de llegar...
-Cierto -convino Lirael-. Pero los sureos y tu amigo Nicholas estn en peligro. El tiempo es un factor
de vital importancia.
-Sobre todo porque quien controla a Chlorr y a los otros muertos sabe que estamos aqu -gru la
Perra Canalla-. Debemos actuar de inmediato antes de que quedemos sitiados.
Sam guard silencio durante un momento.
-De acuerdo -dijo brevemente-. Nos reuniremos dentro de una hora para almorzar y entonces... eh...
decidiremos lo que vamos a hacer.
Se fue sin ms palabra, y al andar, coje perceptiblemente, lleg a la puerta y la abri de un empelln.
Lirael lo sigui con ms parsimonia, caminaba con la mano posada en el lomo de la perra. Zapirn
avanz al lado de ambas durante un corto trecho y luego, usando el lomo de la perra como trampoln,
salt sobre el hombro de Lirael. La muchacha dio un respingo cuando el felino aterriz, pero se
tranquiliz al comprobar que no haba sacado las uas. El gatito se le enrosc con sumo cuidado al cuello
y se qued dormido.
-Estoy muy cansada -coment Lirael al trasponer el umbral-. Pero no podemos esperar, verdad que
no?
-No -gru la perra.
Al entrar en el vestbulo, ech un vistazo a su alrededor y olisque el aire. No haba seales de Sam,
pero un enviado se retiraba en ese momento portando el halcn mensajero en la mano enguantada, y otros
dos enviados esperaban al pie de la escalinata principal. Vestan largas tnicas color crema, las cabezas
cubiertas por amplias capuchas que ocultaban ante los ojos del mundo que carecan de caras. Slo se les
vean las manos, manos plidas, fantasmales, formadas por marcas del Gremio que resplandecan de vez
en cuando al moverse.
Uno de ellos se adelant, le hizo una gran reverencia a Lirael y mediante seas le indic que lo
siguiera. El otro se fue derechito hasta la Perra Canalla y la agarr del collar. Nadie habl, pero tanto la
perra como Zapirn parecieron adivinar las intenciones del enviado. El felino, pese a hacerse el dormido,
fue el primero en reaccionar. Salt del cuello de Lirael y se col por la gatera que haba en la escalinata,
dando muestras de una agilidad y una rapidez de reflejos que Lirael no le haba visto nunca. La perra
tard ms en reaccionar, bien porque era muy lenta, bien porque era menos experta en evitar las
atenciones de los enviados de la Casa de la Abhorsen.
-Un bao! -ga indignada-. No pienso darme un bao! Ayer, sin ir ms lejos, nad en el ro. No me
hace falta baarme!
-Claro que s -dijo Lirael, frunciendo la nariz. Mir al enviado y aadi-: Por favor, asegrate de que la
laven bien. Con jabn. Y que froten a conciencia.
-Espero que al menos me obsequies con un hueso cuando terminen de lavarme -coment la perra,
abatida, y se volvi a mirar a su ama con ojos suplicantes cuando el enviado se la llevaba.
Cualquiera hubiera dicho que la llevaban a la crcel, o a un sitio peor, pens Lirael. Pero le dio lstima
y corri a darle un beso en el hocico.
-Claro que te dar un hueso, y un almuerzo abundante. Yo tambin tomar un bao.
-Pero para los perros no es lo mismo -protest la Perra Canalla, quejumbrosa, al tiempo que el
enviado abra la puerta que daba al palio interior-. A nosotros no nos gusta baarnos!
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LIRAEL
-A m s me gusta -susurr Lirael, mirndose la ropa empapada de sudor y pasndose los dedos por las
greas sucias. Por primera vez se dio cuenta de que tena manchas de sangre. La sangre de inocentes-. Un
bao y ropa limpia. Lo que me hace falta.
El enviado volvi a hacerle una reverencia y la condujo hasta la escalinata. Lirael lo sigui, obediente,
disfrutando de cmo sonaban los distintos chirridos que se producan a medida que iban subiendo. En la
prxima hora -pens-, voy a olvidarme de todo.
Pese a este firme propsito, mientras segua al enviado, iba pensando en los sureos que haban
intentado escapar con tanto ahnco. Escapar de la fosa donde sus compaeros haban sido muertos y
sometidos a la servidumbre. La fosa que ella haba visto, con Nicholas de pie en lo alto de una montaa
de escombros, mientras un nigromante y sus cadveres vivientes, ennegrecidos por el rayo, se afanaban
por desenterrar algo que Lirael tena la certeza de que jams debera ver la luz del da.
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LIRAEL
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La Casa de la Abhorsen
Cuando Lirael volvi a bajar, estaba limpia como una patena. El enviado result ser un fervoroso
adepto de la esponja y el agua caliente a raudales, proveniente de las termas cercanas, supuso Lirael,
porque las primeras palanganas llegaron acompaadas de un pestilente tufillo a azufre, tal como ocurra a
veces en el glaciar.
El enviado le haba preparado a Lirael un traje muy elegante, pero la muchacha no quiso ponrselo.
Prefiri utilizar el uniforme de bibliotecaria que llevaba de recambio. Lo haba llevado durante tanto
tiempo que sin l se senta rara. El chaleco rojo le daba al menos la sensacin de sentirse como una clarvi
de verdad.
El enviado continuaba detrs de ella con una sobrevesta doblada sobre el brazo. Le insisti muchsimo
para que se la probara, y Lirael tuvo que emplearse a fondo para explicarle que los chalecos no
combinaban nada bien con las sobrevestas.
Otro enviado abri la puerta de dos hojas situadas a la derecha de la escalinata justo cuando la
muchacha bajaba las escaleras. Unas manos plidas, obra de la magia, giraron los pomos de bronce, y por
un instante, destacaron sobre el fondo oscuro de roble cuando el enviado empuj la puerta. Acto seguido,
el enviado se coloc a un lado e inclin la cabeza encapuchada; Lirael vio entonces el saln principal.
Ocupaba por lo menos la mitad de la planta baja, pero lo que primero le llam la atencin no fue sus
dimensiones. Al recorrer con la mirada la habitacin hasta la ventana de vitrales con escenas de la
construccin del Muro, tuvo una fuerte sensacin de haberla visto antes. Vio entonces la larga mesa
pulida y brillante, la cubertera de plata y la silla de alto respaldo.
Lirael ya haba visto aquella sala en el espejo oscuro. Y en aquella ocasin, en la silla estaba sentado el
hombre que haba sido su padre.
-Ya ests aqu -dijo San a sus espaldas-. Lamento haber llegado tarde. No consegu que los enviados
me dieran la sobrevesta que yo quera... Me han trado una prenda de lo ms rara. Deben de estar volvindose seniles, como dijo Zapirn.
Lirael se dio media vuelta y contempl la sobrevesta del muchacho. Llevaba bordados los escudos con
las torres doradas del linaje real, pero estaban cuartelados con un extrao dispositivo que nunca haba visto: una especie de llana o pala, en hilos de plata.
-Es la llana de los constructores del Muro -le explic Sam-. Hace siglos que han desaparecido. Al
menos mil aos... Oye, qu bonito pelo tienes -aadi al comprobar que Lirael lo observaba fijamente.
La muchacha no se haba cubierto la cabeza con el pauelo. El pelo negro, recin cepillado, le brillaba
mucho y el chaleco no llegaba a ocultar sus bonitas formas. Era muy atractiva, aunque Sam notaba en ella
algo que lo intimidaba. A quin le recordaba?
El muchacho pas junto al enviado que le abra la puerta y estaba a punto de llegar a la mesa cuando
repar en que Lirael no se haba movido. Segua de pie, en la entrada, mirando la mesa.
-Qu ocurre? -inquiri Sam.
Lirael no poda articular palabra. Le hizo una sea al enviado que llevaba su sobrevesta. Lirael la cogi
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LIRAEL
y la despleg para ver los bordados.

Volvi a doblar la sobrevesta, cerr los ojos, cont hasta diez en silencio, la despleg otra vez y volvi
a mirarla.
-Qu ocurre? -quiso saber Sam-. Te encuentras bien?
-Es que... es que no s cmo decirlo -coment Lirael mientras se desabrochaba el chaleco, se lo
quitaba y se lo entregaba al enviado que esperaba a su lado.
Sam se sinti la mar de incmodo al comprobar que la muchacha empezaba a desvestirse, pero su
asombro fue maysculo cuando vio que se pona la sobrevesta y la alisaba con las manos.
Sobre un fondo cuartelado, la prenda luca las estrellas doradas de las clarvis combinadas con las
llaves plateadas de la Abhorsen.
-Debo de ser medio Abhorsen -dijo Lirael con un tono que indicaba claramente que apenas poda creer
lo que estaba diciendo-. De hecho, me parece que soy hermanastra de tu madre. Mi padre es tu abuelo. O
sea que yo soy tu ta. Bueno, al menos por parte de padre. Lo siento.
Sam cerr los ojos unos instantes. Luego los abri, avanz como un sonmbulo hasta una silla y se
sent. Al cabo de un momento, Lirael se sent frente a l. Y entonces el muchacho habl.
-Eres mi ta? Eres hermanastra de mi madre? -Hizo una pausa-. Y ella lo sabe?
-Creo que no -murmur Lirael, otra vez presa de la inquietud.
Todava no haba tenido tiempo de pensar sobre todas las repercusiones de su nacimiento. Cmo se
sentira la famosa Sabriel al enterarse de un da para el otro de que tena una hermana? Y tras una pausa,
aadi:
-Seguro que no, o me habra buscado hace tiempo. Yo lo deduje utilizando el espejo oscuro. Quera
saber quin haba sido mi padre. Viaj hacia atrs en el tiempo y vi a mis padres en esta misma sala. Mi
padre estaba sentado en esa silla. Slo pasaron una noche juntos, antes de que l se marchara. Supongo
que fue el ao en que muri.
-Es imposible -dijo Sam, negando con la cabeza-. Eso fue hace veinte aos.
-Vaya -dijo Lirael sonrojndose-. Te ment... Slo tengo diecinueve.
Sam la mir como dndole a entender que si llegaba a hacerle una revelacin ms, empezara a darle
vueltas la cabeza.
-Cmo supieron los enviados que deban darte esa sobrevesta? -le pregunt.
-Yo se lo dije -contest Zapirn, levantando la cabeza desde una silla cercana. Era evidente que haba
estado durmiendo, porque en uno de sus costados tena la pelambre toda aplastada.
-Cmo lo supiste? -inquiri Sam.
-Llevo siglos al servicio de los Abhorsen -contest Zapirn mientras se acicalaba-. De manera que
estoy al tanto de todo. En cuanto me di cuenta de que Sam no era el Abhorsen en ciernes, mantuve los
ojos abiertos para ver si apareca otra de verdad, porque las campanas no se habran materializado a
menos que la llegada de la Abhorsen fuese inminente. Y yo estaba aqu cuando la madre de Lirael vino a
ver a Terciel, es decir, la anterior Abhorsen. Por lo tanto, no tuve ms que atar cabos. Estaba claro que
Lirael era la hija de la anterior Abhorsen y la Abhorsen en ciernes para quien estaban destinadas las
campanas.
-Quieres decir que ella es la Abhorsen en ciernes y no yo? -pregunt Sam.
-No puede ser! -exclam Lirael-. Yo no quiero serlo. Soy una clarvi. Supongo que tambin soy una
recordadora, pero... pero bsicamente soy una hija de las clarvis!
La muchacha grit las ltimas palabras cuyo eco se propag por el saln.
-Protesta todo lo que te apetezca, pero el linaje no miente -dijo Zapirn cuando el eco se hubo callado-.
Eres la Abhorsen en ciernes, y debes recoger las campanas.
-Gracias al Gremio! -suspir Sam. Lirael vio que el chico tena los ojos llenos de lgrimas-. Al fin y al
cabo, no iba a saber utilizarlas como es debido. T sers una Abhorsen en ciernes mucho ms adecuada,
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LIRAEL
Lirael. Piensa en la forma en que te adentraste en el Reino de la Muerte armada de una simple zampona.
Te enfrentaste a Hedge y saliste triunfante. Yo slo consegu una buena quemadura y permit que
secuestrara a Nicholas.
-Soy hija de las clarvis -insisti Lirael, con una voz que hasta a ella le pareci poco convincente.
La muchacha slo haba querido averiguar quin era su padre. Ser la Abhorsen en ciernes, y algn da,
ojal lejano, la futura Abhorsen, era algo mucho ms difcil de digerir. Se vera obligada a dedicar la vida
entera a perseguir y a destruir o enviar al destierro a los muertos. Y a viajar por todo el reino, con lo cual
ya no iba a poder llevar la vida de las clarvis, dentro de las fronteras del glaciar.
-Es el caminante quien escoge el camino, o el camino el que escoge al caminante? -musit en cuanto
la ltima pgina de El libro de los muertos surgi con gran nitidez en su mente. Entonces cay en la
cuenta de otro detalle y palideci-. Entonces jams tendr el don de la visin? -pregunt en voz baja.
Lirael era medio clarvi, pero en sus venas predominaba la sangre de los Abhorsen. El don que con
tantas ansias haba ansiado poseer, le quedaba definitivamente vedado.
-No, jams lo tendrs, mi ama -dijo la Perra Canalla con toda tranquilidad tras acercarse a la
muchacha y apoyar la cabeza en su regazo-. Sin embargo, gracias a tu herencia clarvi, posees el don del
recuerdo, pues slo los descendientes de los Abhorsen y las clarvis tienen la capacidad de ver el pasado.
Debers aumentar y perfeccionar esos poderes, por ti, por el reino y por el Gremio.
-Nunca tendr el don de la visin -murmur Lirael pronunciando despacio cada palabra-. Nunca tendr
el don de la visin...
Se abraz al cuello de la perra extraamente limpia, ni siquiera not que su mascota ola a jabn, tal
vez por primera y nica vez. No llor. Tena los ojos secos. Slo senta fro; abrazar a su perra no le daba
el calor que tanto ansiaba.
Sam la vio temblar, pero no se movi de su asiento. Sinti el impulso de acercarse y consolarla, pero
no saba cmo. Y como no se trataba de una muchacha, ni de una nia, sino de su ta, no tena idea de
cmo comportarse. Se ofendera si intentaba darle un abrazo?
-Tan importante es para ti el don de la visin? -pregunt-. Vers... -prosigui retorciendo la servilleta
de hilo-, siento... siento un alivio enorme de no tener que ser el Abhorsen en ciernes. Nunca quise estar
dotado del sentido de percibir la muerte, como tampoco quise nunca adentrarme en el Reino de la Muerte.
Y aquella vez en que lo hice, cuando el nigromante... cuando me atrap... quise morirme, porque sent que
si me mora, habra acabado mi suplicio. No s cmo lo consegu, pero super esa prueba, y nada ms
superarla, supe que jams podra regresar al Reino de la Muerte. Todos esperaban que siguiera los pasos
de mi madre, porque est claro que Ellimere va a ser reina. Se me ocurri pensar que a ti te pasa lo
mismo. Todas las dems clarvis tienen el don de la visin, de modo que eso es lo nico que importa,
aunque t no lo quieras. Sera la nica manera de cumplir con las expectativas de los dems, como en mi
caso, ser el Abhorsen en ciernes. La diferencia, en mi caso, radica en que yo no quera ser lo que ellos me
tenan destinado y t s... Bueno, me parece que estoy desvariando. Perdona.
-Vaya, ms de cien palabras seguidas -observ Zapirn-. Y casi todas tenan sentido. Prncipe Sameth,
todava no eres un caso perdido. Sobre todo porque tienes mucha razn. Es tan evidente que Lirael es una
Abhorsen que el hecho de que quiera tener el don de la visin debe considerarse nada ms como una
peculiaridad de su crianza en esa montaa ridculamente fra donde viven las clarvis.
-Quera tener la sensacin de encajar en alguna parte -dijo Lirael en voz baja, acomodndose en el
asiento.
Se senta mal por la sorpresa de haber perdido para siempre un sueo de su niez. Aunque en cierto
modo, lo saba desde que le haban tapado los ojos antes de permitirle entrar en el Observatorio, o quiz
desde que Sanar y Ryelle se haban despedido de ella. Haba tenido el presentimiento de que su vida iba a
cambiar, de que nunca iba a gozar del don de la visin, de que jams iba a ser una clarvi de verdad. Trat
de convencerse de que al menos haba adquirido otro don, y aunque puso todo su empeo, no consegua
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LIRAEL
deshacerse de un terrible sentimiento de prdida. Era mucho mejor ser la Abhorsen en ciernes que una
clarvi sin visin, un monstruo. Dese con toda el alma sentir con el corazn lo que la mente le dictaba.
-Aqu encajas a la perfeccin -le dijo Zapirn con toda franqueza, al tiempo que con la patita blanca y
rosada indicaba todo el saln-. Soy el sirviente ms antiguo de los Abhorsen, y me lo dicen las tripas. Los
enviados opinan igual. Fjate cmo se amontonan ah, slo para verte. Fjate en las luces del Gremio, toda
vez que se colocan encima de tu cabeza, brillan con ms fuerza. Esta casa y todos sus sirvientes te dan la
bienvenida, Lirael. Igual que la Abhorsen, el rey y tu sobrina Ellimere.
Lirael mir a su alrededor y, efectivamente, vio que en la puerta que conduca a la cocina se haba
amontonado una multitud de enviados. Eran al menos cien, algunos tan viejos y desvados, que apenas se
les vean las manos pues no eran ms que un tmido fulgor de luces y sombras. Mientras la muchacha los
miraba, todos ellos le hicieron una reverencia. Lirael respondi a su vez con otra reverencia y not que las
lgrimas, pese a sus esfuerzos por no llorar, las lgrimas le bajaban por las mejillas.
-Zapirn est en lo cierto -ladr la perra, apoyando con fuerza la quijada en el muslo de su ama-. Eres
quien eres gracias a tu linaje, pero has de recordar que no slo has ganado el alto cargo de Abhorsen en
ciernes. Has encontrado una familia que te acoger con todo el cario.
-Sin duda! -exclam Sam y, dominado por el nerviosismo, se puso en pie de un salto-. No veo la hora
de ver la cara que pondr Ellimere cuando le diga que he encontrado a nuestra ta! A mi madre le
encantar. Tengo la impresin de que siempre se sinti un tanto decepcionada de que yo fuese el
Abhorsen en ciernes. Y a mi padre no le queda ningn pariente vivo, porque se pas un montn de aos
aprisionado como mascarn de proa en Hoyo Sagrado. Ser magnfico! Te organizaremos una fiesta de
bienvenida...
-No se te olvida algo? -lo interrumpi Zapirn con un sarcstico maullido. Tras lo cual sigui
diciendo-: Queda por solucionar el problemilla de tu amigo Nicholas, los refugiados sureos, el
nigromante Hedge y el de la excavacin que estn haciendo cerca del lago Rojo para extraer vete t a
saber qu.
Sam se call, como si hubiera perdido el habla, y se dej caer en la silla, perdido todo el entusiasmo.
-As es -dijo Lirael casi sin aliento-. De eso mismo deberamos ocuparnos ahora. Hay que pensar cmo
vamos a solucionarlo. Eso es lo ms importante.
-Despus del almuerzo, porque nadie puede pensar ni planificar nada con el estmago vaco interrumpi Zapirn, secundado por un ruidoso y hambriento ladrido de la Perra Canalla.
-Bueno, supongo que no habr ms remedio que comer -convino Sam haciendo una seal a los
enviados para que comenzaran a servir el almuerzo.
-No convendra que antes enviramos los mensajes a tus padres y a Ellimere? -sugiri Lirael, aunque
al oler el delicioso aroma que vena de la cocina, la comida adquiri una importancia capital.
-S, convendra -convino Sam-. Aunque no s muy bien qu decirles.
-Cuanto sea preciso, supongo -dijo Lirael. Le costaba mucho ordenar los pensamientos. Le resultaba
imposible mirar las llaves plateadas bordadas en su sobrevesta sin experimentar un mareo y una ligera
nusea-. Debemos asegurarnos de que la princesa Ellimere y tus padres sepan lo que nosotros sabemos,
especialmente que Hedge est tratando de desenterrar algo que ms valdra que continuara donde est,
algo de la magia libre, y que Nick es su prisionero, y que Chlorr ha vuelto como espritu de los muertos
mayores. Y deberamos decirles que vamos a buscar a Nick para rescatarlo e impedir que el enemigo haga
lo que quiera que est planeando.
-Supongo -convino Sam con poca conviccin. Baj la vista hasta el plato que el enviado acababa de
ponerle delante, pero era evidente que el objeto de su atencin no era el salmn escalfado-. Es que... si no
soy el Abhorsen en ciernes, no voy a servir de mucho. Y por eso estoy pensando si no convendr que me
quede.
Sus palabras fueron recibidas por un profundo silencio. Lirael lo mir de hito en hito, pero el
- 252 -
LIRAEL
muchacho no levant la vista del plato. Zapirn sigui comiendo con toda la tranquilidad del mundo,
mientras que la perra, sentada junto a su ama, solt un suave gruido que vibr a travs de la pierna de
sta. Lirael sigui observando a Sam y preguntndose qu deba decirle. Para ella habra sido un gran
alivio poder escribir una nota, entregrsela y salir del saln. Pero ya no era la auxiliar segunda de la
bibliotecaria de la Gran Biblioteca de las clarvis. Esa etapa haba pasado, se haba esfumado junto con
todo lo que haba definido su existencia y su identidad anteriores. Los enviados se haban ocupado incluso
de hacer desaparecer su chaleco de bibliotecaria.
Era ahora la Abhorsen en ciernes. Esa sera su tarea, pens Lirael, y deba llevarla a cabo
adecuadamente. En el futuro no volvera a fallar, como les haba fallado a los sureos en la ribera del
Renegado.
-No puedes quedarte, Sameth. No se trata slo de rescatar a tu amigo Nicholas. Piensa en lo que Hedge
intenta hacer. Planea matar a doscientas mil personas y liberar a todos los espritus del reino de los
muertos para que se abatan sobre el reino. Eso que est desenterrando ha de formar parte de su plan. Me
resultar imposible enfrentarme a l yo sola, Sam. Necesito tu ayuda. El reino necesita de tu ayuda. Tal
vez ya no seas el Abhorsen en ciernes, pero sigues siendo un prncipe del reino. No puedes quedarte ah,
de brazos cruzados.
-Es que... es que tengo miedo a la muerte -solloz Sam levantando las muecas quemadas para que
Lirael viera las cicatrices rojizas que destacaban sobre la piel plida-. Hedge me da pavor... No puedo
enfrentarme a l.
-Yo tambin tengo miedo -dijo Lirael en voz baja-. Yo tambin temo a la muerte y a Hedge y a miles
de cosas ms. Pero prefiero tener miedo y hacer algo antes que quedarme sentada a esperar que ocurran
cosas terribles.
-Atiende bien -dijo la perra, levantando la cabeza-. La accin siempre es lo mejor, prncipe Sameth.
Adems, no hueles a cobarde, de manera que no debes de serlo.
-En Puente de Arriba no te escondiste del hombre de la ballesta -aadi Lirael-. Ni del engendro que
lleg cruzando las aguas. Fuiste muy valiente. Y estoy segura de que sea lo que sea a lo que nos enfrentamos, no ser tan terrible como temes.
-Probablemente ser mucho peor -dijo Zapirn alegremente. Pareca regodearse ante la humillacin de
Sam-. Piensa que sera mucho peor quedarte aqu sentado sin saber qu ocurre. Hasta que el Renegado se
llene de muertos y Hedge venga andando por el lecho seco del ro a derribar la puerta de esta casa.
Sam neg con la cabeza y murmur algo acerca de sus padres. Era obvio que no deseaba dar crdito a
las negrsimas predicciones de Zapirn y que se aferraba a la ltima esperanza.
-El enemigo ha puesto en movimiento diversas piezas -coment Zapirn-. El rey y la Abhorsen
intentan contrarrestar lo que se cuece en Ancelstierre. Deben conseguir a toda costa impedir que los
sureos crucen el Muro, pero casi con toda seguridad, eso slo es uno de los tantos planes del enemigo, y
como es el ms evidente, seguro que se trata del menos importante.
Sam clav la vista en la mesa. Se haba quedado sin apetito. Al final, levant los ojos y le dijo a Lirael:
-T me consideras cobarde?
-No.
-Entonces, supongo que no lo soy -dijo Sam, el tono ms decidido-. Aunque sigo teniendo miedo.
-Entonces me acompaars? Vendrs conmigo a buscar a Nicholas y a Hedge?
Sam asinti. No se atreva a hablar.
En el saln se hizo el silencio mientras todos pensaban en lo que les esperaba. Las circunstancias
haban cambiado transformadas por la historia, el destino y la verdad. Ni Sam ni Lirael eran los mismos
de apenas minutos antes. Los dos se preguntaron qu significara todo aquello y adonde los conduciran
sus nuevas vidas.
Los dos se preguntaron dnde y cundo acabaran esas nuevas vidas.
- 253 -
LIRAEL
Eplogo
Querido Sam,
Te escribo siguiendo la costumbre de aqu, con una pluma de oca, en un papel grueso, de psima calidad, que
chupa tinta como una esponja. Mi estilogrfica est tan atascada que tendr que tirarla. Y el papel que he trado
se ha estropeado. Creo que ha sufrido el ataque de una especie de hongo.
Tu Reino Antiguo es, sin ninguna duda, enemigo de los productos de Ancelstierre. Es evidente que el nivel de
humedad del aire y la proliferacin de hongos locales tienen unos efectos tan abrasivos como en los climas
tropicales, aunque jams habra esperado nada parecido en estas latitudes.
He tenido que cancelar gran parte de los experimentos que haba pensado hacer a raz de los problemas con el
equipo y ciertos errores alarmantes en mis planteamientos cientficos que habran invalidado los resultados. Lo
achaco a la enfermedad que vengo padeciendo desde que cruc el Muro. Una especie de fiebre consume gran
parte de mis fuerzas y ha dado lugar a las alucinaciones.
Hedge, el hombre que contrat en Bain, ha resultado ser un gran acierto. No slo me ha ayudado a establecer
con precisin el lugar donde se encuentra la celada de rayos tras un atento anlisis de los rumores y las divagaciones supersticiosas que circulan por estas zonas, sino que ha supervisado la excavacin con un celo digno
de encomio.
Al principio, nos cost bastante contratar mano de obra local, hasta que Hedge tuvo la brillante idea de
recurrir a los internos de una especie de lazareto o colonia de leprosos. Los trabajadores de all estn bastante capacitados para llevar a cabo sus tareas, pero sufren de unas desfiguraciones asombrosas y despiden un hedor
insoportable. Durante el da, van completamente envueltos en capas y harapos, y parecen encontrarse mucho ms
a gusto al caer el sol. Hedge los llama la cuadrilla nocturna, y debo confesar que el nombre resulta de lo ms
adecuado. Me asegura que la enfermedad que padece no es fcilmente contagiosa, pero yo evito todo contacto
fsico, por si acaso. Resulta interesante sealar que estos trabajadores comparten con los sureos la aficin por
los sombreros y las bufandas azules.
La celada de rayos es tan fascinante como esperaba. Cuando dimos con ella la primera vez, observ que los
rayos iban a incidir en una pequea loma o montculo con una frecuencia superior a las dos veces por hora,
durante varias horas, y que en lo alto se producan tormentas elctricas casi todos los das. Ahora, a medida que
nos acercamos al verdadero objeto enterrado debajo, los rayos son todava ms frecuentes y en lo alto, la tormenta
es casi constante.
Por lo que he ledo -y seguro que te reirs de m, porque resulta inusual en m- por lo que he soado, creo que
la celada de rayos misma se compone de dos hemisferios de un metal desconocido, enterrada unas veinte o treinta
brazas debajo del montculo que, dicho sea de paso, era completamente artificial y muy difcil de excavar, pues
haba sido construido con todo tipo de materiales. Hasta con huesos, imagnate t. Ahora las excavaciones
avanzan mucho ms deprisa y espero que dentro de unos das podamos realizar nuestro descubrimiento.
Tena pensado seguir viaje hasta Belisaere para reunirme contigo y suspender el experimento unas cuantas
semanas. Pero mi salud est tan deteriorada que lo ms prudente es regresar a Ancelstierre, lejos de este aire inclemente.
Llevar conmigo los hemisferios; he conseguido ya que to Edward me tramitara los oportunos permisos de
importacin. Creo que son inusitadamente densos y pesados, pero espero poder transportarlos desde el lago Rojo
hasta el mar navegando ro abajo, y de all, proceder a un pueblecito al Norte de Nolhaven, en la costa
occidental. Hay un aserradero abandonado con el que me he hecho para usarlo como estacin experimental.
Timothy Wallach, uno de mis compaeros de estudios de Sunbere, aunque l cursa cuarto, ya debera estar all,
preparando la Central Productora de Rayos que he diseado para abastecer de electricidad los hemisferios.
Resulta muy agradable, sin duda, contar con medios propios y parientes poderosos, no te parece? Sin ellos,
sera dificilsimo conseguir nada. Te adelanto, sin embargo, que estoy seguro de que mi padre se enfadar mucho
cuando descubra que me he gastado la paga de todo un trimestre en adquirir cientos de pararrayos y kilmetros de
alambre grueso de cobre.
Pero habr valido la pena cuando lleve la celada de rayos a mi estacin experimental. Estoy seguro de que en
- 254 -
LIRAEL
poco tiempo conseguir probar que los hemisferios pueden almacenar cantidades incalculables de energa
elctrica extrada de las tormentas. En cuanto haya resuelto el enigma de cmo extraer otra vez la energa, slo
me quedar reproducirlos a menor escala v entonces contaremos con una nueva fuente de energa barata e
inagotable. Las superbateras de Sayre suministrarn electricidad a las ciudades e industrias del futuro!
Como habrs podido comprobar, mis sueos son imparables y fluyen de una manera desbordante. Es preciso
que vengas a frenarme un poco, Sam, con tus criticas a mi persona y mis habilidades.
De hecho, espero que puedas venir a visitar mi Central Productora de Rayos cuando est en pleno
funcionamiento. Anda, haz un esfuerzo, si es posible, aunque ya s cunto te disgusta cruzar el Muro. Deduzco por
mi ltima conversacin con to Edward que tus padres ya estn en Ancelstierre para discutir los planes de Corolini
destinados a asentar a los refugiados sureos en las tierras desiertas de vuestro reino, cerca del Muro. Crees que
te seria posible, cuando los visites, organizar un viajecito para ver mi trabajo?
En cualquier caso, espero verte pronto. Te saluda, tu leal amigo,
Nicholas Sayre
Nick dej la pluma y sopl el papel. No era necesario, pens, mirando las lneas borrosas por las que la
tinta se haba extendido convirtiendo su caligrafa en una burla.
-Hedge! -grit, incorporndose para contener el mareo y las nuseas que lo asaltaron.
ltimamente, reaccionaba as con mayor frecuencia, sobre todo despus de concentrarse en algo.
Estaba quedndose sin pelo y tena las encas hinchadas. No poda tratarse de escorbuto, porque su dieta
era variada y todos los das tomaba zumo fresco de lima.
Se dispona a llamar otra vez a Hedge cuando el hombre asom por la puerta de la tienda. Muy mal
vestido, como de costumbre, pero era muy eficiente, como se poda esperar de un ex sargento del Cuerpo
de Exploradores del Paso Fronterizo.
-Tengo una carta para enviar a mi amigo, el prncipe Sameth -dijo Nick doblando el papel varias veces
y sellndolo con una gota de cera de la vela y la huella del pulgar-. Puedes ocuparte de que se despache
por mensajero o por cualquier otro de los medios utilizados aqu? Enva a alguien al pueblo de Edge, si
fuera preciso.
-No te preocupes, mi amo -contest Hedge, con una sonrisa enigmtica-. Ya me ocupar de todo.
-Bien -murmur Nick.
Volva a hacer calor, y el repelente de insectos que haba llevado no serva de nada. No le quedara
otro remedio que pedirle otra vez a Hedge que se ocupara de mantenerlos a raya... aunque antes deba
resolver otro asunto siempre presente: el estado de la fosa.
-Cmo marcha la excavacin? -pregunt Nck-. A qu profundidad hemos llegado?
-Segn mis clculos, veintids brazas -contest Hedge entusiasmado-. Pronto llegaremos.
-Ya est preparada la barcaza? -pregunt Nick, incorporndose con esfuerzo.
En realidad, tena ganas de acostarse, porque la tienda comenz a dar vueltas y la luz adquiri un
extrao tono rojizo, efecto que se deba, sin duda, a sus propios ojos.
-Tengo que contratar a algunos marineros -le dijo Hedge- porque la brigada nocturna le teme al agua
debido a... a la enfermedad que la aqueja. Aunque espero que pronto llegue la nueva dotacin. Todo est
bajo control, mi amo -aadi al ver que Nick no le contestaba.
Sin embargo, en lugar de mirar a los ojos al joven, tena la vista clavada en su pecho. Nick le sostuvo
la mirada pero sin ver y respiraba con mucha dificultad. En el fondo saba que iba a desmayarse, tal como
le ocurra a menudo delante de Hedge. Lo invada una tremenda debilidad que no lograba controlar.
Hedge esper lamindose los labios con nerviosismo. A Nick le dio vueltas la cabeza. Lanz un
gemido y parpade con fuerza. Se sent en la silla, muy erguido.
Nick estaba inconsciente y en el fondo de sus ojos haba algo ms, otra inteligencia que haba
permanecido en estado latente. De repente se puso a cantar, acompaada por nubes de humo blanco y acre
que le iban saliendo por la nariz y la garganta.
- 255 -
LIRAEL
Antigua es la cancin que canto,

siete los diamantes del encanto.
Qu hicieron los siete con apremio?
El delicado tejido del Gremio!
De principio a fin en la urdimbre cinco.
Dos en la trama para sanar con ahnco.
Eso hacen siete, qu fue de los nueve?
Y de los dos que brillar no quieren?
El octavo en lo hondo se ocult,
y presa de los siete acab,
que le hicieron pagar lo que hizo.
El noveno era fuerte, y el destino
quiso que luchara a brazo partido.
Entonces Oranns, el retrado,
de toda luz fue despojado,
dividido en dos y enterrado
en la colina que es un yermo
donde nos desea el mal eterno.
Al terminar la cancin se hizo el silencio; la voz enton entonces los tres ltimos versos.
-En dos dividido y enterrado, en la colina que es un yermo, donde nos desea el mal eterno... Pero no es
mi cancin, Hedge. El mundo sigue girando sin mi cancin. La vida que no ha probado mi ltigo se
mueve libre como el viento. La creacin hace estragos sin el contrapeso de la destruccin... y mis sueos
de fuego son slo eso, sueos. Mas no tardar el mundo en dormirse y entonces no podr soar ms sueo
que el mo ni or ms cancin que la ma. No es as, mi fiel Hedge?
Fuera lo que fuese el ser que haba hablado, no esper a que Hedge le respondiera. Prosigui su
soliloquio adoptando un tono diferente, ms ronco, y ya no cantaba.
-Destruye esa carta. Enva ms muertos a Chlorr y asegrate de que eliminen al prncipe. No debe
llegar hasta aqu. Intrnate en el Reino de la Muerte y vigila a esa espa, hija de las clarvis. Si vuelve a ser
vista, mtala. Cava ms deprisa... porque yo... yo debo volver a estar entero!
Las ltimas palabras fueron pronunciadas con tanta fuerza que Hedge sali lanzado contra la lona
hecha jirones de la tienda y se encontr en medio de la oscuridad. Temiendo algo peor, se asom entonces
por la lona rasgada, pero quienquiera que fuese aquel ser que haba hablado a travs de Nick ya se haba
marchado. Slo quedaba un muchacho enfermo e inconsciente que sangraba por la nariz.
-Te he odo, mi seor -musit Hedge-. Y como de costumbre, te obedezco.
FIN
La historia continuar en Abhorsen: La novena puerta.
- 256 -

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LIRAEL

Traduccin de Celia Filipetto

Ttulo original: Lirael Autor: Garth Nix Traduccin: Celia Filipetto

Primera edicin: 2005

inmensa que le rompa el corazn.

conjunto se completaba con un mandil de loneta, pero la muchacha decidi dejarlo.

al encantamiento de custodia, la portezuela se abri y Lirael sali.

superado el momento de ms negra desesperacin, al menos temporalmente.

que irradiaban la espada y esas dos personas.

Sabriel y l sonrieron al percatarse de la rima espontnea; volvieron la cabeza para no delatarse y

haba dicho nadie?

dominio de su voz, pregunt:

-Ya conozco la seal, gracias -dijo en voz baja-. La vi en el hechizo.

alma, pese a tener cortes en los pies.

vuelva. No tardar nada. Estars a salvo.

-Adelante! -grit Sam.

con las manos, que le quedaron en carne viva.

severidad o de reproche-. Est mam enfadada conmigo?

-He venido a hablar de tu agenda -dijo Ellimere.

un silencio y un aislamiento extraos.

hacerse or por encima del ruido del agua.

Una estacin turbulenta

Agua pura, piedra antigua

Una asamblea familiar

todo Abhorsen deba llevar.

Una carta de Nicholas

-No -contest Sameth con cautela.

y el cetro de marfil y la varita de azabache utilizados en el hechizo de comprobacin de la verdad. Se

quera que sus propios guardias lo detuvieran.

y las sopl al tiempo que se lanzaba al suelo.

El Observatorio de las clarvis

haba visto-. Es eso lo que se siente cuando tienes el don de la visin?

Cuando llegaron a su pequea habitacin, cerca de la Residencia de Jvenes, Lirael llevaba ms de

Una voz entre los rboles

la magia libre y la del Gremio, nada ocurri. Zapirn sigui durmiendo.

Una cosechadora de rayos? Es imposible que se trate de...

Cuando el muerto echa a andar,

fuertes pinchazos por todo el cuerpo.

-Adormecedora, despertadora, caminante, habladora, pensadora, sojuzgadora y plaidera -repiti la

-Campanas! Es un nigromante! -exclam Lirael, tensando el arco.

en la pernera del pantaln-. Te la hizo el nigromante?

buscando a ese tonto redomado.

podra ponerme una piel del Gremio y t...

Canalla solt un ladrido de advertencia.

embarcacin que no se detuviera tras recibir la correspondiente advertencia.

que existiera cierto nmero de oscuras aberturas que l no alcanzaba a distinguir.

Saldremos en menos que...

estrpito enervante a intervalos regulares. -Ests segura? -volvi a gritar Sam.

que haba puesto en ella.

era una ltima y desesperada defensa.

-Corred! -grit Lirael-. Corred!

Sam lanz un grito.

Aunque... no s... no s cmo hacerlo deprisa.

-El granjero dijo que furamos al ro -prosigui el moribundo.

ave pi suavemente y comenz a arreglarse las plumas con el pico.

y la despleg para ver los bordados.

Antigua es la cancin que canto,

La historia continuar en Abhorsen: La novena puerta.

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