Poesía de Salvador Puig
Poesía de Salvador Puig
Poesía de Salvador Puig
Alfredo Fressia
Hay una estirpe de poetas cuya obra nace, según han dicho, “como Minerva
de la cabeza de Júpiter, ya perfecta”. La “interiorización de la Musa”, que suele
ocurrir junto al paso de los años, no les altera la vocación de unidad ni la perfecta
artesanía que esos poetas construyen desde su primera poesía hasta la última. De
hecho, la mejor lectura que se puede hacer de esas obras, raras, infrecuentes, no
debería detenerse en la cronología del friso espléndido, sino en su pensado
conjunto.
Algo parecido al cerebral nacimiento de Minerva ocurre en la obra del
uruguayo Salvador Puig (1939-2009), un estoico enamorado de las palabras, las
destinadas a girar en el tiempo, como planetas entre la luz y la oscuridad.
Ciertamente, el “friso” que construyó nada tiene de marmóreo. Una parte de su
complicidad con el lector reside justamente en los pedazos de vida acumulada, de
historia y de historias que su poesía sobreentiende, y con los que el lector se
solidariza. De las letras de tango a Petrarca, de Carlos Gardel al tenor Jussi Björling,
su poesía menciona un universo contextual vasto, paradójica y ciertamente
montevideano, porque es el universo que podía navegar por las conversaciones del
Montevideo de los ‘60, naufragadas tantas veces en café o alcohol, parte del arte
uruguayo de sentir y decirse.
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Sin duda ese Uruguay, urbano o no, ha cambiado y por eso las Historias
incluyen los panoramas destinados a bien “situar” a las generaciones venideras.
Pero también, la poesía de Puig, el friso que viene creando, no está en esos retazos
de vida, no surge en ningún caso de la crónica. Ni siquiera su poema más famoso,
“Al comandante Ernesto ‘Che’ Guevara”, escrito, como tantos otros poemas de
tantos otros poetas del Continente, bajo el impacto de la muerte imposible del Che,
ocurrida, dicen los libros de historia, un día de octubre de 1967. “Las palabras no
entienden lo que pasa” fue la primera respuesta del poeta, tal vez un documento de
su perplejidad como periodista que ya entonces trabajaba frente al teletipo de un
medio de comunicación, pero también esa respuesta ya apuntaba al friso creado por
su obra: la autonomía de las palabras y su significado, el tiempo y su enigma, la luz
nacida del trazo sombrío de la tinta. Puig pudo ser periodista, su obra poética no
quiso ser crónica.
Ese poema, aparecido en el número 46 de la Revista Casa de las Américas,
en 1967, sólo formó parte de un libro, es decir de una organización sistematizada del
sentido, en 1992, en el poemario Si tuviera que apostar. En plena década de los ’60,
y a partir de ella, Puig no construyó una obra-respuesta ni se propuso el rápido
testimonio de la historia. Es lo que explica la parsimoniosa lentitud de elaboración de
su poesía, la distancia que establece entre ella y el convencional, cronológico, urgido
paso del tiempo. Entre La luz entre nosotros, su primer libro, de 1963, y el segundo,
Apalabrar, de 1980, transcurrieron casi diecisiete años, un silencio apenas
interrumpido por la publicación en la prensa de un poema, el mencionado “Al
comandante Ernesto ‘Che’ Guevara”. Sin duda, sería pueril evaluar una obra poética
por la cantidad o la regularidad del ritmo de publicaciones, pero se puede entender
que diecisiete años de silencio hayan desconcertado al público e inquietado a la
crítica, que había recibido con entusiasmo el primer libro. Nada de esto inmutó al
poeta: lo sabemos hoy, cuando el friso está concluido.
Puig, además, casi no daba entrevistas, no quiso explicarse por ningún medio
que no fuera su propia poesía. Confió en ella. Por consejo, sabio, de Angel Rama, y
por decisión personal, eliminó de su firma poética el “Bécquer”, que es el nombre
con el que se lo conoce en su vida privada. Y como su nombre autoral (idéntico sin
embargo al del anarquista español), sus temas jamás son anecdóticos ni
autobiográficos. Cuando hay un yo, y amenaza volverse personalmente identificable,
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ese yo se hace casi colectivo, es el provisorio yo reconstruido por la lírica del siglo
XX después de la “implosión” que Fernando Pessoa le impusiera. En parte por eso
su obra fue relativamente corta y cargada de silencio. Porque hay en ella un silencio
secreto, el que viene después de las hipótesis frágiles que se puedan imaginar para
entender esa gran discreción personal. Es el silencio que enmarca, y también
contamina su poesía desde los bulliciosos años ’60, ese enigma en blanco y negro,
en tinta y en papel, siempre en colisión con el tiempo, apalabrado. Y es lo que
explica que el motivo más visible de su friso sea la palabra, asediada aquí como el
vuelo asedia al pájaro:
Al hoy restarle
ayer, ayeres,
mondar el hoy
de ruidos
Buído el hoy
agudo,
borrar con él
después, la muerte.
La “insignia” del poeta Vicente Basso Maglio, también uruguayo, de que habló
entonces Angel Rama, bajo la cual surge el poemario de Puig, sobreentiende las
ideas de Paul Valéry sobre el “arte difícil”, heredadas de Mallarmé, y del texto como
“partitura”. Por lo pronto, en La expresión heroica, Montevideo, Biblioteca Alfar,
1928, Basso Maglio da la pista, valéryana, para una lectura poética que valdrá, tres
décadas después, para la obra de Puig:
Ser difícilmente claro significa no reconocer en nosotros la placidez
obediente de las formas que se devuelven acariciadas y no desenvueltas, que
se devuelven "brillantes" y no "resplandecientes", de tal manera que esas
formas estarían tan recortadas de la realidad, que nos permitirían
superponerlas al nivel exterior para comprobar que fueron obtenidas con
quietud, eludiendo la depuración, porque lo fácil es eludir la expresión
verdadera y lo difícil es desengañarse frente al hacinamiento de las fórmulas.
Claridad fácil, maestría del cuerpo; claridad difícil, maestría del espíritu...!
En estas dos posiciones se colocan la simulación y la creación, la
"literatura" y el arte y, si hay una claridad difícil de gozar y una claridad fácil
de gozar y, si crear no es lo fácil sino lo difícil, es indudable que la creación no
tiene más que un principio: la claridad difícil; un principio de dolor, una aptitud
de sufrir porque nos quiebra las raíces ciegas y nos lleva entre el contacto
perdido y la libertad remota.
Y la deducción heroica que destruye la imitación de la realidad, la ficción
árida, el consuelo doméstico de los vestidos, es ésta: LA CLARIDAD DIFÍCIL
ES LA VERDAD; LA CLARIDAD FÁCIL ES LA MENTIRA.
(...) es mi palabra
la que mueve las copas de los álamos
Más que un Basso Maglio, uno se pregunta si no es Valéry, otra vez, el poeta
más cercano que resuena en estos versos. Y es la obra de Puig, como unidad, la
que responde. El poema “Al margen”, del año 2000, cita, con distancia, pero tal vez
no como una última vez, Le cimetière marin:
Y otro poema, del uruguayo y en el 2000, volvía a Zenón con esta “Aporía”
que no excluye el humor:
ya sé
que no se cansa de alcanzarme,
nunca
el talón que atenúa mis palabras
me deja ser sólo sonido,
alijar tu coraza,
hacerme risa al ver mis pies ligeros.
Por cierto, la obra de Puig también registra el “convencional” paso del tiempo,
el pleonásticamente cronológico, el de la obviedad que mata. Los poemarios
ulteriores a La luz entre nosotros, es decir, Apalabrar, de 1980, Lugar a dudas, de
1984, la selección Si tuviera que apostar, de 1992, Por así decirlo, del 2000, En un
lugar o en otro, de 2003, y Escritorio, del 2006, incluyeron una parte de sombra y de
duda que significó algo más que una respuesta a su locus de creación, un lugar y un
tiempo que incluían al Uruguay de la dictadura. La muerte y aun las sirenas del
suicidio crecen en esas obras como manchas del sol, o como la carrera inevitable
del eclipse en el ciclo de Saros. Contacara de la luz, la sombra comparecerá
siempre, creada por la palabra, ella entraña la mirada del poeta, lo guía, es la tinta
misma que explica el blanco de la hoja, y ambas, luz y sombra, se cruzan en el
enigma que crea esta poesía. En Si tuviera que apostar, el libro de 1992 que recoge
parte de su obra precedente, el poeta “apostaba” que “las palabras cargan/ usos
domésticos/ y oráculos, relaciones/ cambiantes”, y la poesía “modifica en algo/ las
ópticas, perturba/ el leve sentido de lo real”. (Ese juego de claroscuro, constitutivo
del sentido, reaparece en el Puig lector. En el Prólogo de Entretanto cuento, de Julio
César Castro (JUCECA), el autor de los cuentos de Don Verídico, 1era. edición de
julio 1992, dice el poeta: “Esa identidad [la de estos cuentos] está marcada por la
particular forma de proyectar una visión absurda sobre los objetos, los animalitos de
Dios, las sombras, las conductas, las obsesiones, los gestos y hasta los nombres de
los protagonistas. Ese absurdo no equivale a un "sin sentido", sino que nos traslada
a ‘un sentido diferente’ para ver las cosas.”)
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dispersión y tienda al suicidio (por ejemplo, un poema como “Gran Big”, del 2000,
uno de los que no logran fundar un universo).
Puig brilla más bien en el minimalismo, cuando va más allá de las
paronomasias para crear la coexistencia de varios niveles de lectura. Los poemas
“Del amor”, por ejemplo, se niegan a una única lectura “amatoria” y la pretarquiana
“Laura” es también el continente de “l’aura sparsi”, un segmento probablemente
extraído del primer verso del soneto XC del Canzoniere de Petrarca (“Erano i capei
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d’oro a l’aura sparsi”, con la variante frecuente “al’ aura sparsi”). La puesta en
abismo de una segunda persona que pasa por el “Laura” retórico, que no es “cosa
mortale”, y que se disuelve (“se esparce”) en el aire, “l’aura”, suscita una secuencia
de poemas de lectura inagotable. San Benito decía que el Mundo se encuentra entre
los dos montantes de la escalera de Jacob (Regla, VII, De humilitate). En la obra de
Puig, la repetida “escalera” (o “escala”), la de las palabras que “suben la escalera del
insomne”, según rezaba el poema de 1967, o la escala que también cierra el libro del
2000 (“la escala espera/ colgada, balanceándose, afuera”), enmarca el mundo (y su
recelo) creado por la palabra poética. Es por eso que la palabra, memoria y profecía,
“arma” (en el doble sentido de dotar de un arma y de dar estructura) y su contrario
no es el silencio, el que engendra poemas, sino la música, que pesa como una
nostalgia: “La música desarma al pobre hombre/ la palabra lo arma de palabras”
(“Soplo”).
La obra de Puig se aproxima a un monumento sincrónico, donde las partes
dialogan como los frisos, mínimos, de un templo: entre reflejos y penumbra surgen
siempre iluminaciones antiguas e inesperadas (a veces nostálgicas de Dios, ese otro
1 Un segmento tan breve podría ciertamente constar en otros versos petrarquianos, pero ese soneto
contiene una estructura de pregunta y respuesta que tenía todo para serle cara a Puig:
Erano i capei d’oro a l’aura sparsi,
che ’n mille dolci nodi gli avolgea;
e ’l vago lume oltra misura ardea
di quei begli occhi, ch’or ne son sì scarsi;
e ’l viso di pietosi color farsi,
non so se vero o falso, mi parea:
i’ che l’ésca amorosa al petto avea,
qual meraviglia se di sùbito arsi?
Non era l’andar suo cosa mortale,
ma d’angelica forma; e le parole
sonavan altro che pur voce umana:
uno spirto celeste, un vivo sole
fu quel ch’i’ vidi; e se non fosse or tale,
piaga per allentar d’arco non sana.
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CAMINATA
El sol
Una página en blanco
(Un verso ilegible)
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Dios
(Una línea borroneada)
La oreja de Van Gogh
Y el día en que nací por última vez
(Un verso inacabado)
Y el día en que no escriba más
TANGO INFINITO
Volverás
Hoy fue la noche quien lo dijo
Hoy la noche cayó del caballete
y la ventana entró pintando
lunas azules en mi cuarto
Volverás
Aunque
la noche mienta
Porque
la noche inventa
POÉTICA
Un canto se hace
de quemazones, humo, chispas:
el papel que quemaste quedó intacto.
Espera nuevas letras,
recortes de sonido.
MENOS
No sería grave si
hubieras aprendido a hablar de menos,
a estar menos vivo,
menos aún
si tu padre y tu madre
en lugar de una ráfaga
de amor o de ternura o simpatía
de conmiseración o búsqueda o
cualquier otra cosa —son tantas las variables—
en el momento justo hubieran distraídose,
mirado una película
o tomado un café
decir salgamos, vamos a tomar aire
cambiar de tema —son tantas las variables—
por no nombrar la gracia
de hacer lo que la vida
más tarde o más temprano se encarga
de hacer contigo.
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ENCUENTROS
(In memoriam)
Laura:
déjate de salar las sábanas.
Te beso Laura
del lado de tu nombre
del nombre equivocado,
del lado equivocado de tu nombre.
Laura:
te imagino entre góndolas
en un supermercado transparente
comprando cantidades eternas de manjares
a l’aura sparsi.
MUERTE DRIBLEADA
(a Eduardo Darnauchans)
No me compliques la vida,
dice la muerte.
Y el niño se le ríe en la cara.
EL AMO
El amo
percibe siempre al otro como amo.
No puede retirarle
su condición de semejante,
lo cual explica muchas efemérides
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Amortiguar al amo es
una tarea imposible
como salir a cazar mariposas
con redes de pescar,
estrellas no nacidas o muertes apagadas.
DISTANCIAS
No puedo imaginarme
oyendo solamente “Ojos Negros”
o sin mirar el mundo
en la TV de colores.