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Spykman Antropologia

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Captulo II Antropologa II. 1.

Ubicacin Ventajosa Ahora nos volvemos al acto


de apertura de la historia humana. En este punto tambin, iniciamos nuestro
curso mediante la historia bblica de la creacin, cada, y redencin, camino a
la consumacin. Originalmente ocupbamos esa elevada posicin conocida
como "el estado de integridad." Este punto de partida teolgico est como una
seal caracterstica de la fe histrica cristiana. Es autnticamente catlica en el
ms pleno de los sentidos de la palabra. Su catolicidad es honrada en los
credos reformados, y entre ellos en la Confesin Belga, Artculo XIV, que la
establece en estas palabras: "Creemos que Dios cre al hombre del polvo de la
tierra, y que lo hizo y lo form segn su propia imagen y semejanza, bueno
justo, y santo, capacitado para querer agradar en todas las cosas a la voluntad
de Dios." As tambin con el Catecismo de Heidelberg, que, despus de
reconocer que ahora somos " dados por natura leza a odiar a Dios y a [nuestro]
semejante ," prosigue con el Da del Seor III para formular esta pregunta:
"Entonces cre Dios al hombre tan malvado y perverso? " Su respuesta es
inequvoca: " De ninguna manera; Dios cre al hombre bueno, y segn su
propia imagen, es decir, en verdadera justicia y santidad, para que pueda
conocer correctamente a Dios su Creador, amarlo de corazn, y vivir con l en
eterna bendicin para alabarlo y glorificarlo ." Entonces, para ser bblica y
confesionalmente fieles, un concepto reformado del hombre tiene que
comenzar donde comienza la Biblia. La humanidad fue investida de una
existencia originalmente recta, anterior y..aparte de nuestra cada en el pecado
y aparte de la gracia redentora de Dios. Es importante dedicar una buena
mirada, prolongada, severa, a nosotros mismos como criaturas, si vamos a
apreciar nuestro estado como pecadores y santos. Porque nuestro carcter de
criaturas es una realidad permanente. Nunca fuimos, ni podremos ser, otra
cosa de la que somos, es decir, criaturas que coronan la hechura de Dios.
Somos " esencialmente " criaturas. El carcter cado y la renovacin son
aspectos "accidentales" de nuestro ser. Ellos representan el extravo y el, re
encauzamiento de nuestro estado de criaturas. Para ser adecuadamente
impresionados por esta verdad tenemos que comenzar donde comienza la
Biblia: " en el principi o .... dijo Dios , 'Hagamos al hombre a nuestra
imagen'"( Gn. 1:1,26). Esta conviccin profundamente religiosa, el concepto
virtualmente unnime de todo el cristianismo a lo largo de dos milenios, ahora
es sacudido. Bajo el impacto de los sistemas de pensamiento existencialistas,
monistas y de proceso se est produciendo una revisin fundamental en las
principales teologas de nuestro da. Otto Weber, recurriendo a la tradicin
barthiana formula el caso en la siguiente forma dialctica: No existe una
antropologa teolgica que pudiera comenzar con otra tesis, sino que el
hombre es una criatura .... [Sin embargo] una sucesin temporal de estos dos
estados [de integridad y cada] est cerrada. Porque Dios tambin es el
Creador del hombre cado. (Fundamentos de Dogmtica, Vol. 1, pgs. 550,553).
Ha aparecido una " nueva hermenutica " que ya no lee la historia bblica en

orden secuencial. La pecaminosidad es considerada, en cambio, como un


factor dialctico dado con el primer aliento de vida del hombre. Desde el
principio mismo nuestro mundo de experiencia est ligado a una clase de
normalidad anormal. Estamos involucrados en una lucha incesante, cargada de
tensin para lograr los buenos propsitos de la creacin venciendo las
poderosas ataduras del pecado que la estrangulan. La justicia es una
potencialidad de la creacin. No es un presupuesto sino una meta. Se aplica al
ltimo Adn pero no al primero. No es el punto de partida de la historia sino su
punto final. La vida con Dios es el destino del hombre, una esperanza
escatolgica, nicamente realizable en Cristo. Estas corrientes de la actualidad
en las principales teologas contemporneas estn reflejadas en el siguiente
extracto intensamente dialctico de Hendrikus Berkhof: En el estudio de la fe,
el hombre como criatura y el hombre como pecador normalmente son tratados
en dos captulos separados. Esto tiene que ver con la manera en que durante
siglos Gnesis 2 y 3 fueron separados uno del otro. Gnesis 2 fue ledo como
conteniendo informacin sobre un perodo ms breve o ms largo de
perfeccin y dicha humana en el Paraso; la cada en el pecado de Gnesis 3
perturb rudamente esta situacin idlica, produciendo un cambio radical en el
hombre y su medio ambiente. Pero ni el propsito de las narraciones Yahwistas
del origen del hombre y del mundo, ni nuestro conocimiento de la historia
primitiva nos dan base para asumir dos fases sucesivas de esta clase en la
historia de la humanidad. Concretamente no conocemos a otro hombre que
aquel que es un pecador. Por eso [nuestro estudio del hombre como criatura]
no se refiere a una
condicin pasada de la humanidad, sino describe la estructura que Dios como
creador le ha dado al hombre ... Lo humanum como potencialidad demanda
actualizacin. Y nosotros no conocemos a otro hombre que aquel que
misteriosamente va en contra del propsito de su existencia ... Con ello
decimos que el pecado no fue simplemente un detestable paso en falso de
nuestros padres ms remotos, sino que est profundamente arraigado en la
estructura creada de ese ser imprudente llamado hombre .... [Sin embargo] la
creacin y el pecado no son coincidentes. Entre ellos est el salto de la libertad
(mal usada). El pecado no es un incidente, por eso es discutido en el mismo
captulo que el hombre. El pecado no es un hecho dado con la creacin, por eso
es discutido separadamente despus del hombre ... El autor (de Gnesis)
quiere decir dos cosas: el pecado es tan antiguo como la humanidad, y sin
embargo, no es parte inherente de la creacin ... (Fe Cristiana, pgs. 188-189)
Hendrikus Berkhofnos ofrece aqu un modelo dialcticamente mezclado del
hombre. Nuestra realidad presente, s imul justus et peccator , es
retroproyectado hacia el orden original de la creacin. De esa manera la
antropologa es basada no solo noticamente, sino tambin nticamente, en la
cristologa, resultando en una reversin del " correcto orden de enseanza " de
Calvino, es decir, que la integridad nticamente creacional adquiere prioridad

sobre las realidades de pecado y gracia. " El p e c a d o n o e s n u e s t r a n a t


u r ale z a , sin o s u e n a j e n a mie n t o " ( Instituciones , 11,1,10).
Consecuentemente Calvino habla de la "corrupcin 'natural' de la 'naturaleza'
creada por Dios" ( Instituciones , 1,1,11). Por lo tanto es errneo decir, "errar es
humano." El error no es intrnseco a la humanidad, sino que pertenece a la
humanidad pecadora. La humanidad no siempre estuvo manchada, y un da
volver a ser sin mancha. Precisamente porque no somos original e
inherentemente corrupto s, somos redimibles. No obstante, Berkouwer est
acertado al sostener que no podemos tratar con la humanidad pre-cada en
forma remota y abstracta. Nuestro estado original de integridad no es
meramente " un recuerdo de algo que fue una vez, pero que ahora se ha
perdido ," una realidad que " ahora vive so lamente en la memoria ." Nuestro
ser primordialmente creado aun define quienes somos. El pecado todava
puede distorcionar nuestra humanidad, y lo hace y lo har, pero no la puede
destruir. Implcito en este concepto est el reconocimiento de una distincin
acertada entre quienes somos estructuralmente y direccionalmente en virtud
de la creacin, y quienes somos ahora como pecadores extraviados. Por eso
Berkouwer tiene razn al plantear "la pregunta sobre la relacin entre horno
crea tus y horno peccator , el hombre antes y despus de la cada." Puede
aplicarse todava la idea de la imagen de Dios a la humanidad aun despus de
la cada, pregunta Berkouwer, o puede ella ser usada " signi ficativamente
solamente en relacin a l hombre como fue creado origi nalmente, y al hombre
despus de la restauracin de la imagen original por medio de la gracia ?" (El
Hombre: la Imagen de Dios, pg. 37). Estas preguntas implican claramente una
distincin entre un concepto pre y postlapsiano
del hombre. Una vez ms los motivos de creacin, cada y redencin se
destacan grandemente como consideraciones normativas en la formacin de
una doctrina bblica reformada del hombre. II. 2. Antropocentrismo O
Teocentrismo? Cmo vamos a desarrollar nuestra dogmtica? Desde un
punto de vista centrado en el hombre, o desde un punto de vista centrado en
Dios? Este antiguo problema de Dios/hombre nos retrotrae a la pregunta:
Cmo se relacionan el conocimiento de Dios y el auto-conocimiento? Acaso
son contradictorios? O complementarios? Se relacionan Dios y el hombre
como competidores o cooperadores? Repasando brevemente la historia de este
problema, cargado de tensin, podemos identificar por lo menos tres etapas en
su desarrollo. Hasta el siglo dieciocho prevaleca. un consenso general. La
realidad de un conocimiento de Dios evocaba una afirmacin prcticamente
inobjetada. Las inseguridades que pudieron haber perseguido a los anteriores
pensadores cristianos, no estaban dirigidas hacia Dios, sino hacia el hombre.
Sin embargo, la modernidad produjo una reversin radical. Hablaba
confiadamente de los potenciales casi ilimitados de la ciencia moderna para
expandir el conocimiento del hombre acerca de s mismo y de su mundo.
Armado con este espejismo utpico y con un-optimismo cultural desbordante,

casi irrestricto en cuanto al destino humano, la antigua y sentida necesidad de


una presencia divina en la vida se evapor paulatinamente en vista de una
cosmovisin secular-humanista de rpido crecimiento. El hombre: con toda
seguridad, s! Dios: tal vez! Difcilmente! Incluso, tal vez no! Pero una vez
declarada la " muerte " de Dios, el " polvo de la muerte " (Os Guinness)
rpidamente se asienta sobre la humanidad. Esto entonces conduce al actual
predicamento: Los signos de interrogacin no slo se aplican a la realidad y
posibilidad del conocimiento de Dios, sino tambin del hombre. Esta crisis de
identidad es un problema muy moderno. Los intereses antropocntricos de la
era post-Esclarecimiento, en lugar de crear claridad, solamente han aadido a
la confusin del hombre con respecto a s mismo. Es el hombre la respuesta a
los problemas del mundo? O acaso es l mismo el problema? Es la vida una
peregrinacin significativa o un teatro de lo absurdo? El agnosticismo y
pesimismo de este siglo estn en agudo contraste con la seguridad y el
optimismo del pasado reciente. Por supuesto, ni lo uno ni lo otro ofrecen una
imagen normativa del hombre. Porque ambos asumen que el hombre es capaz
de definirse a s mismo. Cmo vamos a enfocar entonces el asunto del
conocimiento propio, nuestra identidad e integridad como seres humanos, en lo
personal, en lo comunal y en lo csmico? Y cmo vamos a hacerlo de modo
que respete la metodologa de una dogmtica bblicamente reformada?
Debemos adoptar una teologa "desde abajo" o una teologa "desde arriba"?
O ser esto tal vez una formulacin equivocada del problema? Calvino
despedaza este falso dilema en las lneas inciales de las Instituciones donde
dice que " prcticame nte toda la sabidura que pose emos, es decir, s abidura
autntica y sana, consiste de dos partes: el co nocimiento de Dios y de
nosotros
mismos " (1,1;1). El pie de pgina correspondiente a ese pasaje agrega el
siguiente comentario: Esta afirmacin, tres veces revisada, est al comienzo
de cada edicin de las Instituciones. La versin francesa de 1560 expresa aun
ms vigorosamente la asociacin de los dos aspectos de sano conocimiento: "
E n c o n o c e r a Dio s , c a d a u n o d e n o s o t r o s t a m bi n s e c o n o c
e a s mismo ." Estas palabras decisivas establecen el lmite a la teologa de
Calvino y condicionan toda afirmacin subsecuente. (John T. McNeill, ed.,
Instituciones, 1,1,1, pie de pgina 1, pg. 36) Calvino se rehsa a dejarse
encerrar en el estril dilema de una teologa antropocntrica versus
teocntrica. Ataca vigorosamente a los pensadores escolsticos que comienzan
sus teologas preguntando Quin es Dios " e n s mismo "? Sin duda habra
sido igualmente crtico de humanistas posteriores que formulan la pregunta al
revs, Quin es el -. hombre " en s mismo "? De esa manera Calvino rechaza
tanto el conocimiento auto-contenido de Dios como el conocimiento autocontenido de nosotros mismos. Dirigidos hacia el conocimiento propio, tales
vanos esfuerzos conducen al "orgullo" y no a la "humildad." Dirigidos hacia el
conocimiento de Dios, esas especulaciones, conducen, en las palabras de

Pascal, al " Dios de los filsofos ," pero no al " Dios de Abraham, Isaac, y
Jacob ." Calvino ve a estos dos aspectos del verdadero conocimiento como
inextrincablemente entrelazados. La idea de " conocimiento " es, a grandes
rasgos, equivalente al de " revelacin ." Segn las palabras del editor de Las
Instituciones, " L a p ala b r a 'c o n o cimie n t o' e n el tt ulo , e s c o gid a e n
lu g a r d e 's e r' o 'e s e n cia' enfatiza la centralidad de la revelacin tanto en
la e structura como en el contenido de la teologa de Calvino " (pg. 35).
Consecuentemente, el lazo que une a nuestro conocimiento de Dios al
conocimiento propio en una serie de encuentros religiosos, inseparablemente
interrelacionados, contractualmente compactos, ininterrumpidos, entre el Dios
que se revela y una humanidad que responde, es la Palabra de Dios mediadora
en la creacin como en las Escrituras (Instituciones, 1,1-10, especialmente 6).
Este doble conocimiento es como las dos caras de una misma moneda.
Siempre es relacional: Dios que sale a nuestro encuentro ( ad extra ) en su
Palabra para encontramos donde estamos, y nosotros siendo atrados
irresistiblemente a una confrontacin viva con l. Este doble conocimiento
puede ser asemejado a una calle de doble mano. El trfico fluye en ambas
direcciones, pero con una diferencia. Visto desde el lado de Dios, el flujo del
trfico se puede describir mediante el concepto "comparacin." Solamente
comparndonos, a nosotros mismos con Dios, podemos llegar a conocer
verdaderamente quienes somos. En las palabras de Calvino: "Es cierto que el
hombre nunca logra un conocimiento claro de s mismo a menos que primero
haya mirado al rostro de Dios, y despus de contemplarlo a l descienda para
escudriarse a s mismo" (Instituciones 1,1,2). Visto desde nuestra perspectiva,
este movimiento se puede describir como "estmulo." El autntico
conocimiento propio nos estimula al conocimiento de Dios. Nuevamente,
Calvino lo expresa as:
"El conocimiento de nosotros mismos no solamente nos impulsa a buscar a
Dios, sino que tambin, por as decirlo, nos lleva de la mano para encontrarlo"
(Instituciones 1,1,1). De esta manera, toda afirmacin teolgica tiene un
correlato antropolgico, y toda afirmacin antropolgica tiene un correlato
teolgico. Sin embargo, esta correlacin realmente no es una co-relacin,
puesto que siempre es calificada por la inerradicable distincin de
Creador/criatura. No obstante, Dios puentea revelacionalmente su carcter de
"distinto" por el poder mediador, contactante, causante de fe, de su Palabra.
Por eso, toda teologa conlleva una antropologa. Ya sea en forma explcita o
implcita. Por eso, en cuanto al problema Dios/hombre, Calvino desafa los
intentos que tratan de sujetarlo a los cuernos del dilema uno-u-otro. La teologa
reformada sigue en sus pasos. Ella tambin resiste el falso dilema de
teocentrismo o antropocentrismo, como si se tratara de una eleccin
mutuamente excluyente. Dentro de las estructuras de la creacin, tal como son
iluminadas por la Escritura, el verdadero conocimiento propio nunca es
autnomo (normado por s mismo) sino siempre heteronomo (normado por

otro), y por ese hecho teonomo (divinamente normado). El verdadero


conocimiento de Dios, basado en la idea de Calvino del duplex cognit io Dei (el
" doble conocimiento de Dios " es decir, como Creador y como Redentor) es, en
consecuencia, siempre pro nobis (" para nosotros "). Por eso la pregunta no es,
"Quin es Dios en s mismo, en su ser interior ( ad intra )?", sino ms bien,
"Quin es Dios por nosotros ( ad extra )?" La revelacin siempre es referencial.
Siempre nos habla como a criaturas que responden. Sin embargo, esta
simultaneidad en la relacin revelacin/respuesta entre Dios y el hombre es
nodialctica. Se la describe mejor como dialogal, es decir, como un dilogo
continuo entre Dios el revelador, y el hombre, el que responde; esta
descripcin es simultneamente teocntrica y antropocntrica en el sentido de
respetar el carcter de profunda diferencia religiosa de las dos partes en esta
relacin contractual. El moderno dilema Dios/hombre es una forma equvoca de
formular el caso. Aceptarlo conduce, o bien a un concepto del hombre sin Dios,
o-bien en un concepto de Dios no-humano. Adems nuestra relacin con Dios
no es una capa de gracia agregada sobrenaturalmente a nuestra realidad
natural, en cambio, es intrnseca a nuestra propia manera de ser humanos,
seamos o no conscientes de ello. Esta idea de una plena relacionalidad crea la
posibilidad de una cosmovisin Cristocntrica con este nfasis concomitante,
concurrente, en Dios y el hombre como mantenidos en unin en una sociedad
contractual. Porque Cristo es la Palabra mediante la cual esta relatio entre
estos dos relata (Dios y hombre) fue primeramen te establecida y luego
restaurada. Tanto creacionalmente como redentoramente, l es el Mediador
entre el Creador y sus criaturas. Estas perspectivas, que se pueden retrotraer
hasta Calvino, y ms plenamente desarrolladas en la tradicin calvinista,
representan un avance marcado respecto del pensamiento del telogo antiguo
favorito de Calvino, Agustn. En sus Soliloquios 0,7) el Obispo de Hippona
formula la relacin Dios/hombre en los
siguientes trminos truncados: " Di os y el alma, eso es lo que quiero conocer.
Nada ms? Nada ms, sea lo qu e fuere ." Adems de asumir una teologa
bifactor, aqu el mensaje cristiano es forzado a entrar al molde del
pensamiento neoplatnico. El alma es considerada como el " verdader o "
hombre. La existencia corporal es eclipsada, dejndonos con una antropologa
doctica. La vida humana es " espiritualizada ." Con frecuencia tambin se
dejan objeciones similares a los pies del credo, ms atractivo y
ecumnicamente ms duradero, de la era de la Reforma, esto es el Catecismo
de Heidelberg. Acaso su pedagoga no es bsicamente antropocntrica a
expensas de ese nfasis teocntrico caracterstico de la tradicin reformada?
Despus de todo, el nfasis de Heidelberg nunca se cansa de presionar sus
demandas en una forma muy personalizada: "Qu debo saber yo?" "Cul es
tu nico consuelo?" "Qu provecho tiene para ti?" Es obvio, el texto de
Heidelberg no deja espacio para un conocimiento propio, religiosamente
separado. La revelacin siempre demanda una respuesta decisiva a la

pregunta: Quin soy yo personalmente? Y Quines somos nosotros,


comunalmente? La Palabra de Dios nunca viene como un aditivo a la autoconciencia natural. Ella nos confronta con una definicin radical y global acerca
de quines somos, primordialmente delante de Dios, y, a la luz de esta relacin
primordial, de quines somos en compaa de nuestros semejantes en toda la
rbita del contexto de la creacin. Repetida y vigorosamente el catecismo
subraya, en su singular manera, este conjunto de verdades. Pero al hacer esto,
no est inclinando la balanza, como muchas veces se ha objetado, hacia un
acento mono-facetico de intereses centrados en el hombre, a expensas del
mensaje centrado en Dios y Cristo que es el corazn mismo del evangelio? Esta
no es una conclusin auto-evidente. La objecin del desequilibrio antropolgico
solamente es defensible si el llamado de Heidelberg a la sola fide por parte del
hombre es puesta en contraposicin a su proclamacin de la sola gratia.
Reflejando las Escrituras, el Catecismo reafirma la Palabra del Dios personal
dirigida a todos los creyentes de manera altamente personal. Mediante el
formato de preguntas y respuestas, aplica la verdad teo y cristocntrica del
evangelio a la vida de la fe cristiana y lo hace con maestra pedaggica por
medio de su acento incisivamente antropocntrico. De esa manera expone un
feliz equilibrio entre revelacin como norma y nuestra respuesta normada.
Hendrikus Berkhoflo expresa de esta manera: El punto de partida del
discipulado cristiano no es un Dios abstracto, una verdad objetivista. Pero este
punto de partida tampoco debe ser buscado en un hombre abstracto, en una
religin subjetivista, o en un concepto presupuesto de la existencia. El punto de
partida es la unin del Dios real con un hombre real en un encuentro que es
real y relevante porque es el encuentro entre personas dismiles. Mi consuelo
es que pertenezco a mi fiel Salvador, Jesucristo. (Ensayos Sobre el Catecismo
de Heidelberg, pg. 94).
Ser humano es ser una criatura, y ser una criatura es ser un siervo del propio
Hacedor. Dentro de estos contornos creacionalmente establecidos de nuestra
existencia humana, el conocimientos de Dios y de nosotros mismos van de la
mano. No se puede tener uno sino tener el otro. Centrarse en uno no excluye,
al contrario, ms bien incluye al otro. En su estudio El conocimiento de Dios en
la Teologa de Cal v ino , Edward Dowey elabora este tema de relacionalidad
conforme a las siguientes lneas. Primero, existe el "carcter acomodado de
todo conocimiento de Dios." En la palabras de Calvino "Dios se acomoda
( attemperat ) a nuestra capacidad al dirigirse a nosotros" (Instituciones,
1,13,1). Segn explica Dowey esto implica un acomodamiento doble: primero
Dios trata con nuestro limitado entendimiento como criaturas, y luego con
nuestra humanidad pecaminosa. Seguidamente Dowey discute "el carcter
correlativo del conocimiento de Dios y el hombre." Porque: Dios nunca es una
abstraccin para ser relacionada a una humanidad concebida abstractamente,
sino que el Dios del hombre, cuyo rostro est dirigido ''hacia nosotros" y cuya
persona y voluntad son conocidos. Y, correspondientemente, el hombre

siempre es descrito en trminos de su relacin con este Dios conocido: como


creado por Dios, separado de Dios, o redimido por Dios. Tambin est " el
carcter existencial de todo nuestro conocimiento de Dios ." Con esto Dowey
quiere decir " c o n o cimie n t o q u e d e t e r min a la e xis t e n cia d e q uie n
conoce ." Esto lo describe como " un conocimiento prctico, involucrando a
toda la perso nalidad humana, requiriendo to das las energas de l a conciencia
y el corazn, poniendo en movimiento todas las facultades espirituales " pgs.
3-40). Conforme a ello no hay conflicto, contradiccin, ni tensin dialctica,
sino ms bien una relacin dialogal entre el conocimiento de Dios y de nosotros
mismos. Dowey apoya esta tesis ubicndose del lado Dios. Thomas Torrance,
por el otro lado, hace lo propio ubicndose del lado del hombre. Sin embargo,
ambos tienden a leer a Calvino a travs de los lentes barthianos del siglo
veinte. Pero tanto en Torrance como en Dowey nuestra principal tesis referida a
la simultaneidad y relacionalidad entre conocer a Dios y conocernos a nosotros
mismos permanece inclumne. Note la siguiente declaracin de Torrance: Este
es el hecho bsico acerca de todo verdadero conocimiento de Dios: es,
esencialmente, un reconocimiento, no una imaginacin. El pecado de los
hombres es querer intentar fundamentar su conocimiento de Dios sobre el
ejercicio de su propia imaginacin, sobre analogas que la mente humana
misma puede manipular, y de esa manera medir a Dios por su propia
capacidad, pero todo esto, dice Calvino, solamente conduce a un Dios fingido y
nuevo. Por otro lado, reconocimiento es el acto de conocer, acto en el que los
hombres rinden sus mentes al impacto de la Verdad divina, sometindose a la
actividad acomodadora de la Palabra. En vez de introducir a Dios a las
dimensiones de sus propias mentes, ellos admiten que "existe cierta medida
dentro de la
cual deberan mantenerse los hombres, puesto que es Dios quien aplica a
nuestra capacidad lo que l testifica de s mismo." "Por eso, no nos
corresponde atribuir nada a Dios, sino que le corresponde a l, expresarse, y
nosotros solamente tenemos que recibir lo que l nos revela, y ajustamos a
ello." (La Doctrina de Calvino sobre el Hombre, pgs. 148-149) Concluimos
entonces, que construir un teocentrismo y antropocentrismo, como polaridades
dialcticas es levantar una anttesis falsa. II. 3. "Qu Es El Hombre... ?" Esta
pregunta provocativa (Salmo 8:4) est en el mero centro de toda reflexin
antroplgica bblicamente dirigida. Con estas palabras el salmista no nos deja
con una pregunta abierta, sino con una exclamacin de asombro. Est
sobrecogido por la grandeza de la majestuosa obra de las manos de Dios,
brillantemente exhibida a travs de la vasta expansin del universo. Oh Dios,
entonces, comparativamente dnde estamos nosotros, endebles seres
humanos, para que nos prestes tanta cuidadosa atencin?! N os has puesto a
solamente un paso de las glorias de reino celestial. N os has coronado con
dominio sobre todas las criaturas hechas por tu mano. Debajo de Dios, y
encima de la creacin, esta es la alta y santa posicin de mayordoma asignada

a nosotros en el mundo. Qu condicin magnificentemente contextualizada es


la nuestra! El salmista define, tanto nuestra comparativa pequeez como
nuestra comparativa grandeza con referencia a nuestro Hacedor, abriendo y
cerrando este salmo con la siguiente doxologa "Oh Jehov, Seor nuestro,
cun glorioso es tu nombre en toda la tierra!" Francis Schaeffer capta este
concepto bblico paradjico del hombre argumentando que: ... el hombre es
maravilloso: realmente puede influenciar significativamente la historia. Puesto
que Dios hizo al hombre en su propia imagen, el hombre no est aprisionado
por las ruedas del determinismo. Es ms, el hombre es tan grande que puede
influenciar la historia para s mismo y para otros, para esta vida y la vida
venidera .... Una de las grandes debilidades en la predicacin evanglica
durante los ltimos aos es que hemos perdido de vista el hecho bblico de que
el hombre es maravilloso .... Ciertamente, el hombre est perdido, pero eso no
significa que no sea nada .... [Porque] aunque ahora es un pecador, es capaz
de hacer aquellas cosas que son tremendas .... En sntesis, el hombre no es un
diente en un engranaje; no es una pieza de teatro; puede influenciar realmente
la historia. Desde el punto de vista bblico el hombre est perdido, pero es
grande. (Muerte en la Ciudad, pgs. 80-81) Direccionalmente ahora
experimentamos ambas cosas, nuestra perdicin en Adn y nuestra renovacin
en Cristo. Pero a travs de todo ello estructuralmente todava somos las
maravillosas criaturas que coronan la obra de Dios.
Por eso la Escritura no permite una reflexin desinteresada, fra y
desapasionada de la existencia humana. Siempre tenemos que enfocar el
conocimiento propio con un profundo sentido de asombro y reverencia por la
santidad de la vida humana. Porque " Q u e s el h o m b r e ?" es un
interrogante religioso, profundamente conmovedor, que toca a nuestra vida en
su esencia misma y en todas sus ramificaciones. Dios mismo nos ha situado en
el escenario central y nos ha asignado roles cruciales en el desarrollo del
drama de la historia mundial. Pero, es realmente posible, clarificar a
conciencia nuestra identidad en la creacin? Despus de todo, existe una
misteriosa dimensin profunda en la vida humana que nunca podemos sondear
plenamente. Como dice el salmista, nuestra hechura es tremenda y
maravillosa (Sal. 139:13-16). Cmo vamos a vemos a nosotros mismos?
Adaptando una conocida expresin de Agustn: "Mientras nadie me pregunta
quin soy, tengo la respuesta totalmente clara; pero cuando se me pide que lo
explique, las palabras me fallan." Como personas nunca podemos salirnos
fuera de nosotros mismos, como para mantenernos, por as decirlo, a la
distancia de un brazo, para hacer una investigacin "objetiva." Cuntas veces
nos equivocamos acerca de nosotros mismos. Siempre parece ser ms fcil
enfocar con claridad a otra gente y a otras criaturas. Adems la reflexin
antropolgica parece ms fcil cuando se trata de considerar al/hombre en
general. All encontramos a una persona ms genrica. Y la reconocemos ms
rpidamente. Sin embargo, siempre seguir siendo un emprendimiento

misterioso llegar a un verdadero conocimiento de nuestra identidad concreta.


Porque en el proceso siempre nos llevamos a nosotros mismos.
Epistemolgicamente estamos limitados al horizonte de nuestro propio mundo
de experiencias. No obstante ser criaturas tan singulares, parecera posible
pensar conscientemente en nosotros mismos, distanciados de nuestra
existencia particular, para proyectarnos, por as decirlo, sobre una pantalla
imaginaria y mirarnos ms de cerca. Recuerde el episodio del Rey David
confrontado por el profeta Natn. El impacto de la Palabra proftica ("T eres
el hombre!") llev a David a un honesto auto-reconocimiento (II Sam. 12:1-15).
A un nivel de discernimiento prctico, cotidiano, de sentido comn, todos
tenemos una medida de conocimiento propio inmediato. Porque el impactante
poder de la Palabra de Dios constantemente nos atraviesa. Nos confronta con
una respuesta de primera mano a la pregunta sobre la identidad propia. Este
conocimiento de primera clase en cuanto a nuestra identidad nos sirve como
base para su extensin hacia nuestras reflexiones tericas, de segunda mano,
referidas a nuestra naturaleza humana. Nuestro concepto primario del hombre
fundamenta nuestros mtodos secundarios de autoanlisis, aquellos que
funcionan en estudios antropolgicos, como, por ejemplo, en la dogmtica. Sin
embargo, a cada nivel del conocimiento propio, la vida humana nunca es autoexplicatoria o auto-justificatoria. Las claves ms profundas en cuanto al
significado de nuestra vida estn ms all de nosotros mismos. Para una
respuesta autntica a la pregunta "Qu es el hombre?" dependemos de una
Palabra del ms all. En las palabras de Dooyeweerd: "Cmo entonces
podemos llegar a un verdadero auto-conocimiento? Esta pregunta: Quin es el
hombre?
Contiene un misterio que no puede ser explicado por el hombre mismo." No
puede ser resuelto por el estudio racional. No obstante, no somos dejados a
oscuras. Porque la pregunta acerca de la auto-identidad ha sido contestada
por la revelacin de la Palabra de Dios, que descubre la raz y el centro
religioso de la naturaleza humana en su creacin, cada en el pecado, y
redencin por Jesucristo .... Es solamente la Palabra de Dios que por su fuerza
radical puede producir una verdadera reforma de nuestro concepto del hombre
y de nuestro concepto del mundo temporal. ... (En la Luz Crepuscular del
Pensamiento Occidental, pgs. 179,195) II. 4. Antropologa Teolgica La Biblia
no es un manual de antropologa, ya sea filosfica, cultural o teolgica. Por eso
tambin deberamos abstenernos de hablar de una "antropologa juanina" o de
una "antropologa paulina." La Biblia no es esa clase de libro. Ella no nos suple
de informacin terica. No es esa su intencin ni su propsito. N os habla a
nivel religioso, no teolgico; empricamente, no abstractamente, cada da en
forma prctica, no terica; en nuestra totalidad como seres humanos, no en los
muchos modos altamente diversificados de nuestra manera de ser humanos.
Consecuentemente, la Escritura nos confronta con un concepto del hombre, no
una teora del hombre. No ofrece una doctrina cientfica del hombre (o de Dios,

la tierra, o la iglesia, con referencia a ese tema). Pero destaca claramente los
indicadores revelacionales que definen quienes somos. Adems, lo que la Biblia
dice acerca de nosotros est abierto a la reflexin teolgica, y su luz tiene que
dirigir e iluminar nuestros estudios antropolgicos. Nos habla como a criaturas
sociales, econmicas y polticas, pero no lo hace trminos poltica, econmica o
socialmente calificados. Ms bien enfoca confesionalmente estos y otros
aspectos de la vida humana. Sin siquiera sugerir una antropologa teolgica
terminada, pone sus demandas sobre el "hombre entero" y lo hace de manera
profundamente religiosa, integralmente unificada y confesionalmente
enfocada. Solamente si usamos los "lentes" de la Escritura estamos equipados
como cristianos en entrar al campo de la antropologa teolgica. Por eso, en
este estudio dogmtico del hombre tenemos que respetar las limitaciones que
son comunes a todo emprendimiento terico. Porque, como toda ciencia, la
teologa es incapaz de tratar con el hombre en la totalidad de su ser. En cambio
enfoca el aspecto de la fe en su vida. As como otros eruditos investigan lo que
significa ser biticamente humano, o fsicamente, o lingualmente, as la
antropologa teolgica investiga al hombre confesionalmente. Estas
limitaciones forzosamente se ven reflejadas en las experiencias ms
personales y cruciales de todas las experiencias de la vida, el nacimiento y la
muerte. Ambos eventos que marcan un lmite personal son inaccesibles a la
auto-reflexin crtica. Estos misterios solamente los podemos investigar
vicariamente. Por eso el anlisis teolgico del conocimiento propio tiene que
confinarse a s mismo a una mirada disciplinada sobre la vida humana entre el
nacimiento y la muerte.
As que el conocimiento propio en su sentido ms profundo no depende del
discernimiento cientfico, ni siquiera del de los telogos. "Despus de todo"
como dice Berkouwer: ... la teologa como ciencia no comanda alguna especie
de metodologa capaz de alcanzar los que otras ciencias, que tratan con
aspectos de la naturaleza humana, no pueden alcanzar. Ni puede ser su
propsito repetir meramente lo que la filosofa y las ciencias especiales ya han
descubierto acerca del hombre. Ni podemos decir que la teologa, como reina
de las ciencias, trata con algn tipo arcano de conocimiento acerca del
hombre, o con la clave hacia ese conocimiento. (El Hombre: La Imagen de Dios,
pgs. 29-30) Por eso, para construir un modelo cristiano del hombre tenemos
que volvemos a las estructuras y funciones del comportamiento humano tal
como es normado y sostenido por el orden de la creacin. Sin embargo, en
reconocimiento de los efectos creacionalmente trastomantes y noticamente
distorsionantes, una antropologa cristiana tiene que permitir que la Escritura
pervada este empresa. Entonces, la Escritura es indispensable para devolver
el auto-conocimiento a su propia perspectiva. Nos habla en la totalidad de
nuestras muchas maneras de ser humanos, y lo hace as ante el rostro del
Seor. Su inters central no es informamos acerca del funcionamiento interior y
exterior de las diversas facetas de la conducta humana. Para esa informacin

tenemos que volvernos a un estudio de nuestros hbitos como criaturas. Lo


que la Escritura hace es exponernos al penetrante ojo de Dios en la totalidad
religiosa de nuestra existencia. En esa relacin contractual podemos comenzar
a discernir los principios subyacentes por los cuales modelar las
presuposiciones bsicas, metodologas y teoras para involucrarnos en una
atropologa teolgica. Citamos una vez ms a Berkouwer: " De las Escrituras se
desprende con demasiada clari dad que su inters es por el hombre completo,
el hombr e real tal como se encuentra ante la vista de Dios, en s u unin
religiosa entre la tota lidad de su ser y Dios " (El Hombre: La Imagen de Dios,
pg. 31). En la antropologa, no menos que en la cosmolga, es de suprema
importancia un entendimiento claro de la interrelacin entre revelacin
creacional y redentora. La antropologa teolgica puede ayudar a profundizar y
enriquecer el verdadero auto-conocimiento, pero no lo puede generar. De otra
manera, los escribas, fariseos y maestros de la ley, los expertos en teologa del
tiempo de Jess, tendran que haber guiado el camino. En cambio, el verdadero
auto-conocimiento, que vuelve nuestros corazones al Seor, surgi en los
pobres y humildes. Confiar para esto en la teologa nos lleva por camino
equivocado. Segn las palabras de Dooyeweerd: ... como una ciencia
dogmtica de los artculos de la fe cristiana, la teologa no tiene ms capacidad
para llevarnos a un conocimiento real de nosotros mismos y de Dios que la
filosofa y las ciencias especiales
que estn interesadas en el estudio del hombre. Este conocimiento central
solamente puede ser el resultado de la revelacin de la Palabra de Dios
operando en el corazn, el centro religioso de nuestra existencia, por el poder
del Espritu Santo. (En la Luz Crepuscular del Pensamiento Occidental, pgs.
184-85) La reflexin antropolgica recurre a ese auto-conocimiento centrado
en el corazn que es el fruto del cautivante poder de la Palabra de Dios,
acompaado por el convincente poder de su Espritu. El conocimiento religioso
es fundamento del conocimiento teolgico. Porque la Palabra de Dios nos habla
primordialmente como comunes criaturas humanas que somos, y en segundo
lugar como personas involucradas en la reflexin teolgica. La religin es
fundamento de la teologa. Ser humano tiene prioridad sobre ser telogo. La
manera en que respondemos a la Palabra de Dios establece el tono para la
tarea de hacer teologa. Una vez ms citamos de Dooyeweerd: En este sentido
central y radical, la Palabra de Dios, penetrando a la raz de nuestro ser, tiene
que convertirse en el poder y motivo central de toda nuestra vida cristiana
dentro del orden temporal con su rica diversidad de aspectos, esferas
ocupacionales, y tareas. Como tal, el tema central de creacin, cada en el
pecado, y redencin tambin debera ser el punto de partida cntrico y el
poder y motivo de nuestro pensamiento teolgico y filosfico. (En la Luz
Crepuscular del Pensamiento Occidental, pg. 187) Gilkey acenta, a su propia
manera, estas mismas ideas. Su argumento dice que: " p a r a el c ris tia n o el
m u n d o e s u n r ein o d e e s t r u c t u r a s d e finible s y r ela cio n e s r e

ale s , y p o r e s o es u n o b j e t o p o sible p a r a el e s t u dio t a n t o cie n


tfic o c o m o filosfico ." Sin embargo, tal estudio implica "intuiciones prefilosficas," "decisiones que son los fundamentos ms que las conclusiones" del
pensamiento cristiano. En vista de esto el cristiano "confiesa que es el receptor
de la revelacin, ms que el originador de discernimiento." Por eso "sabe que
tanto su propio ser total como el ser de las cosas finitas que encuentra son
reales y no obstante dependientes, ms all de s mismas, de un poder
trascendente." Consecuentemente "sabe que ahora mientras existe un orden
inherente a esta vida, . este es un orden que seala ms all de s mismo hacia
un significado ms profundo. La propia coherencia de su vida [prueba] que no
es autosuficiente .... Entonces, al mirar al mundo, sabe que si bien puede
encontrar orden en l, no obstante, la fuente final de significado trasciende
tanto a su ciencia como a su filosofa" (Hacedor del Cielo y la Tierra, pgs.
135,137). II. 5. Crisis de Identidad Aqu el foco es nuestra humanidad comn
dentro del contexto de la creacin. No obstante, a la luz de nuestra cada en el
pecado y nuestra redencin en Cristo, la anttesis espiritual tambin es una
realidad tan grande como la vida misma. Por eso para poner las cosas en claro,
tenemos que ponemos los "lentes" de la
Escritura. Pero qu de aquellos que deciden descartar estos lentes correctivo
s? Un resultado es la proliferacin de antropologas contemporneas
contradictorias cuyo efecto es confundir, expresando crisis de identidad para el
hombre moderno. El mercado contemporneo est abarrotado por una hueste
de modelos casuales pero muy reales del hombre. Unos pocos ejemplos sern
suficientes. 1) El hombre es una criatura poltica, un recibo de empeos para el
estado. 2) El hombre es un inters econmico en el complejo industrial, un
productor y consumidor, un blanco primordial para la manipulacin de los
medios de difusin. 3) El hombre es un dgito matemtico, un nmero serial
almacenado en la memoria de un centro de cmputos. 4) El hombre es un
organismo bioqumico cuyo fin principal es la gratificacin corporal: por eso,
cuide su dieta, puesto que "usted es lo que come!" Tales nociones de lo que
significa ser humano, estn orientadas mayormente hacia la prctica.
Reforzando estos conceptos populares existe un conjunto de modelos ms
tericos del hombre. Con unas pocas y rpidas pinceladas permtanos
presentar un cuadro de sus demandas competitivas dirigidas a nuestra lealtad.
a) El Concepto Liberalista del Hombre El liberalismo del Siglo XIX recurri
mucho a las antropologas que surgieron del Renacimiento y del
Esclarecimiento. Ubicado en esa tradicin, proclam el "evangelio social" con
su concepto utpico del hombre. Confiado en los mtodos crtico -histricos de
interpretacin bblica, el liberalismo desplaz el tradicional concepto hebreocristiano del hombre con un concepto de la historia y el destino humanos
basado en un concepto arminiano-pelagiano reconstruido. Orgullosamente
anunci la doctrina de la bondad inherente del hombre. Nuestro problema
bsico' no es el pecado, sino deficiencias que aun deben ser superadas.

Apelando a ideas darwinianas sostuvo que la humanidad ya haba progresado


mucho. El hombre est madurando constantemente. Con un poco ms de
tiempo y una oportunidad justa somos capaces de alcanzar todo nuestro
potencial. Siempre adelante y hacia arriba! Porque a fuerza de pura
determinacin de parte de toda persona razonable de buena voluntad el reino
de los cielos es posible aqu en la tierra. Muchos levantaron confiadamente el
estandarte de "el reino de Dios en Amrica en esta generacin." Esta clase de
cristianismo inculturado solo esperaba ser exportado a las regiones del mundo
que estaban en tinieblas con una especie de mesinico fervor evangelstico. La
misin de la iglesia en el mundo es la rehabilitacin social. Conforme a este
concepto el hombre es la medida de todas las cosas. En Europa este optimismo
cultural muri sofocado en las trincheras gasificadas de las lneas Siegfried y
Marginot entre 1914 y 1918. El estallido de esta Gran Guerra realmente marc
el final del siglo diecinueve, y con ello la muerte de las antropologas liberales.
Pero en Amrica del Norte el optimismo muere ms despacio. Ciertamente, la
Primera Guerra Mundial fue una amarga pldora para los liberales. Aunque el
sueo se mantuvo en pie - al menos por un tiempo. Porque en el fondo, se
deca, el avance evolucionario de la humanidad es irresistible. El espritu
humano es invencible. La marcha hacia adelante de la historia, con su tensin
dialctica entre avances y retrocesos, a veces puede poner a dura prueba la fe
del hombre en el futuro. Pero la esperanza brota eternamente en el pecho
humano. Armados con esta ideologa, los liberales consideraron aun a la Gran
Guerra como "la guerra que pona fin a todas las guerras." b) El Concepto
Humanista del Hombre Nuestro atribulado mundo no ha sido amable con los
manifiestos humanistas que proclaman las glorias del hombre. Incluso los
humanistas ms intrpidos son compelidos a conceder fallas al hombre, los
trgicos quebrantos de su vida, su conducta demnica. El drama humano con
frecuencia es una fuente de gran frustracin y vergenza. Sin embargo, aun los
ms castos humanistas se aferran religiosamente a su fe en el valor ltimo del
ser humano. Porque detrs del semblante ms oscuro de las apariencias
diarias, en las profundidades secretas del ser interior del hombre, all
encontramos al verdadero hombre, al hombre ideal. Aun contra los infortunios
ms avasallantes, la humanidad posee una reserva de inalienable bondad e
inviolable grandeza. Estas vertientes de esperanza tienen que ser destapadas.
Tenemos que extraer lo mejor que hay en cada hombre. Que la humanidad, al
madurar, cumpla con su propio destino. Sin embargo, en nuestros tiempos no
es fcil ser un humanista devoto. e) El Concepto Exietencialista del Hombre A
medida que el presente siglo entra a sus etapas finales, nos confronta una
escenario radicalmente alterado. Los cataclismos histricos que han marcado
el curso de los eventos durante el siglo veinte han dejado sus profundas
cicatrices en la auto-imagen del hombre moderno. En la estela de la Gran
Depresin, el Holocausto, la Segunda Guerra Mundial, Hiroshima, Kuwait,
incontables Viet Nams, Sowetos y Beiruts, en resumen, en las postrimeras de

ms guerras que aos en este siglo, las ilusiones liberalistas y humanistas del
hombre como parangn de virtud han quedado totalmente desacreditadas. El
mundo de sus sueos, reflejando un etreo castillo en el aire, yace
despedazado, en mil piezas irreparables, a sus pies. Estos dolos de nuestros
tiempos nos han fallado. El hombre no est en camino a la deificacin. Est
muy lejos de ser un santo, ni mucho menos angelical. El hombre es un demonio
con una impredecible e incalculable capacidad de cometer atrocidades
bestiales, incluso satnicas. Los titulares y las noticias de cada da recuerdan al
hombre la inhumanidad del hombre. Las antropologas surrealistas de
comentaristas existencialistas contemporneos pintan un cuadro de la
naturaleza humana que es ms grave que el ms aterrador de los antiguos
sermones sobre depravacin total. El futuro del hombre no es una paz y
prosperidad utpicas, sino un juicio universal nuclear. Los derechos humanos
proclamados tan audazmente por visionarios liberalistas y humanistas, son
diariamente pisoteados en el polvo. Lo ms universal acerca de los derechos
humanos universales es violacin prcticamente universal de ellos.
En efecto, una verdadera revolucin antropolgica ha tomado a nuestro
mundo. La humanidad ya no es vista como la corona de la creacin de Dios, ni
como el naciente milagro del proceso histrico, ni mucho menos como la
esperanza de un mundo mejor. Ser humano es un riesgo, no un capital. Ya no
podemos volvernos al hombre en busca de respuestas, porque en s l es un
problema. El es una amenaza a su propia existencia y el probable aniquilador
del cosmos. En las profundidades de su ser el hombre est afectado de una
enfermedad mortal, para la cual no se conoce remedio. Qu diferencia puede
haber entre un siglo y otro! Difcilmente se puede concebir una reversin ms
drstica en las perspectivas antropolgicas. d) El Concepto Evolutivo del
Hombre Cortando a travs de este conjunto de antropologas, y supliendo en
gran medida sus fundamentos ideolgicos, existe la fascinacin moderna con
las teoras evolutivas. Estos desarrollos son sintomticos de la disposicin
mental historicista que tuvo su impulso en el siglo diecinueve y que ahora
impone se demanda casi indiscutida sobre el hombre moderno. Cualesquiera
sean las normas para la vida humana, stas tienen que ser buscadas en las
relatividades del proceso histrico. Esta es la matriz de la que nacieron las
antropologas evolutivas. Desde la publicacin de Origen de las Especies de
Darwin, en 1859, el concepto de hombre que l ha proyectado ha conquistado
las mentes de ms y ms personas. Al principio slo se tenan modestas
esperanzas para estas ideas. La evolucin es una mera teora, que solo disfruta
de un estado hipottico. Sin embargo, ahora, un siglo y medio despus, estos
primeros descrditos han sido largamente olvidados. El evolucionismo ha sido
abrazado por crculos siempre crecientes como un dogma indisputado. Con
esto vino una aceptacin acrtica de la idea que ve a la raza humana como
emergiendo a lo largo de eones de tiempo desde las formas primitivas de
existencia inanimada y animada hasta su estado actual de desarrollo. Este

complejo proceso es explicado en trminos de mutaciones genticas,


adaptacin al medio ambiente, y seleccin natural con el resultado de la
supervivencia de los ms capaces. El evolucionismo no es un movimiento
aislado. Es un engendro del recorrido radical y global del cristianismo
occidental introducido por el Esclarecimiento. Con l vino una cosmovisin
secularizada, juntamente con un concepto dialctico de la historia,
desembocando en las antropologas naturalistas. Tanto el liberalismo como el
existencialismo basaron sus conceptos del hombre en el dogma de la
evolucin. El liberalismo apel a esta teora para apoyar su concepto optimista
del progreso humano. El existencialismo lleg a conclusiones muy opuestas
partiendo de las mismas premisas evolucionistas. El avance humano se ha
detenido en el nivel de una existencia animal altamente desarrollada. Lo
comprobamos diariamente por nuestro comportamiento brutal. Por eso,
nuestra odisea evolucionista, es ms una causa para la sobria reflexin que
para una feliz esperanza.
Durante las dcadas recientes estos dogmas evolucionistas han sido
incorporados a muchas de las cosmovisiones monistas que han llegado a
dominar a la teologa contempornea. Los pensadores monistas colocan un
indefinible y original punto alfa como la fuente primordial del proceso
evolucionario que ahora traza sus espirales hacia un futuro abierto. Tanto Dios
como el hombre se consideran como cautivos en este movimiento dialctico
evolucionario. Nuestra mayor esperanza es Dios, el futuro del hombre. Al final
el hombre quiz emerja en la cima. Pero tambin puede ser que se hunda. La
perspectiva que uno tenga de tales escatologas evolutivas depende de que
uno est inclinado en forma pesimista hacia un concepto existencialista
nihilista del hombre o, en forma optimista, hacia un concepto liberalistahumanista. e) El Concepto Tecnolgico del Hombre Nuestro siglo ha dado a luz
una nueva especie de seres humanos, el hombre tecnolgico. Fue concebido
durante la revolucin cientfica, alimentado durante los dolores de parto de la
Revolucin Industrial Y, finalmente, criado hasta la madurez por la revolucin
tecnolgica de nuestros tiempos. Este hombre muy moderno est dispuesto a
confiar sus fortunas a los resultados comprobados de la ciencia y la tecnologa.
El genio tecnolgico es el motor del progreso, y la continuada exploracin
cientfica es el combustible que mueve esta mquina. Este hombre
tecnocrtico confa mucho en el anlisis de sistemas. La computadora es la
herramienta verstil para controlar nuestro movimiento de avance hacia un
futuro cada vez ms eficientemente programado. El hombre funciona como un
factor en este sistema universal. La meta es una sociedad planificada, donde el
error humano, las variantes impredecibles, y las intervenciones incontrolables
son reducidas a un mnimo. La ciberntica capacita al hombre a reformarse a s
mismo, remodelar la sociedad, y, prediciendo los resultados de tendencias
actuales, de reconstruir nuestra villa global, actualmente astillada, en un orden
unificado para el mundo. Sombras del "bravo mundo nuevo" de Huxley y

"1984" de Orwell! Estas futurologas reducen al hombre a un diente


normalizado en la gran rueda del progreso. Lo que el humano aporta o quita es
gobernado por la probabilidad estadstica. Mediante la extrapolacin de las
lneas del desarrollo humano que del pasado llegan al presente, y
proyectndolas hacia el futuro, se puede elaborar en los tableros una
tecnocracia totalitaria predeterminada y colocarla en su lugar. El diseo de
tales planes maestros tiene que ser confiado a la experiencia de un liderazgo
cientfica y tecnolgicamente capacitado perteneciente a una lite de
planificadores, ellos son los nicos competentes para calcular el nmero de
planes viables, clasificarlos, seleccionarlos y luego implementarlos. Tal vez esto
pueda ser logrado mediante participacin voluntaria ms que por una
imposicin burocrtica. La participacin democrtica no es esencial para su
ejecucin. El fin justifica todos los medios necesarios. La meta escatolgica es
una sociedad bien ordenada, libre de intervencin exterior, donde el rol de la
gente es supeditado a la ingeniera de un orden eficiente para el mundo.
f) El Concepto Revolucionario para el Hombre En fuerte oposicin al concepto
tecnocrtico del hombre existe una escuela de antropologas revolucionarias.
Ambas contienen ciertas expectativas utpicas. Pero las utopas que enfocan
son radicalmente diferentes. En otro aspecto ms tambin son formalmente
similares. Tanto tecncratas como revolucionarios abrazan a su filosofa social
como la norma mediante la cual definir su concepto del hombre. Pero, con ello,
se terminan todas las similitudes. Los revolucionarios rechazan vigorosamente
la idea de una sociedad cientficamente planificada, con el hombre encerrado
en un sistema ajustadamente organizado y bajo el control de un liderazgo de
lite tecnocrtico. La antropologa de ellos no tiene lugar para una transicin
bien ordenada del pasado, a travs del presente avanzando hacia el futuro.
Para ellos el hombre es una criatura en constante revuelta. Acentan la
necesidad de rupturas y discontinuidades radicales en el curso histrico de los
eventos. El hombre solamente puede emanciparse y lograr sus potenciales
mediante desarrollos nuevos, sorpresivos, incontrolables, impredecibles. Por
eso llaman a la protesta, al conflicto y a la lucha. El proceso dialctico de
confrontacin, resolucin, y nueva confrontacin es la nica manera del
hombre para alcanzar madurez. Por eso la revolucin continua es la locomotora
de la historia, y el combustible que la mueve es el sueo utpico de liberacin.
El futuro no depende del anlisis lgico sino del poder herico de la
imaginacin. La gente oprimida tiene que dar un salto radical desde la realidad
presente hasta reino de la posibilidad futura. La verdadera humanidad nunca
puede estar bien en el "establecimiento" o en los intentos por eregir un mundo
nuevo sobre l. Porque el hombre est inherentemente involucrado en el
conflicto. Por eso las aspiraciones revolucionarias tienen que reemplazar el
orden existente. g) El Concepto Freudiano del Hombre "[Lo siento, eso fue un
lapso freudiano!" Este comentario, muy casual, usado como cubierta, se ha
abierto paso a nuestras conversaciones diarias. Ello indica la profundidad con

que las ideas freudianas se han infiltrado en la mente contempornea. Los


resultados del trabajo realizado por Freud durante toda su vida en psicologa
experimental, en efecto, han revolucionado el entendimiento que el hombre
moderno tiene de s mismo, trayendo consigo una distorsin radical del
concepto bblico de hombre. En efecto es como lo dice la Escritura, que todas
las cosas surgen del centro mismo de nuestro corazn (Prov. 4:23). Adems, al
estar bajo el pecado el corazn "ms engaoso es que todas las cosas, y
perverso" (Jer. 17:9). Nuevamente, como dice nuestro Seor: "Porque de
dentro, del corazn de los hombres, salen los malos pensamientos ... " (Mrc.
7:21). Sin embargo, en la ideologa freudiana este discernimiento bblico de la
dimensin profunda de la experiencia humana est radicalmente pervertida. Lo
que emerge, y emerge con una venganza, es una oscura y tenebrosa doctrina
psicologizada de la "depravacin humana." Puesto que Freud es un declarado
ateo, sus ideas sobre el comportamiento humano presuponen un concepto
totalmente secularizado, determinista, de lo-que significa ser humano. En los
pasos de la cosmovisin
darwiniana, toda realidad es reducida al emergente producto de la evolucin
natural. Nuestras actitudes y patrones ms profundos de comportamiento
surgen, conforme a este concepto, de instintos animales profundamente
arraigados. Por eso, la clave para descubrir el significado de la vida consiste en
una rigurosa introspeccin, penetrando las profundidades ocultas de nuestro
ser ms recndito. Ello demanda la aplicacin incansable de los mtodos
conocidos como psicoanlisis. Solamente esos sondeos pueden descubrir los
impulsos subyacentes, largamente suprimidos, que explican nuestra modalidad
y conducta del presente. En nuestros tiempos muchos han ungido a los
psiquiatras de esta clase como a los sumos sacerdotes de la sociedad
moderna. Cernidos sobre sus proverbiales camillas estos gures inducen a sus
clientes a recuperar de su pasado subconsciente, largamente olvidado, los
traumas que supuestamente explican sus desrdenes del presente. As el autoanlisis es la indicada ruta "revelacional" hacia la auto-comprensin. En
trminos freudiano s los seres humanos son comparables a un iceberg. Siete
octavos de nuestro atribulado ser se pueden rastrear a impulsos sexuales
agresivos profundamente sumergidos. Una conexin directa de causa-y-efecto
une las inhibiciones de estas experiencias de la infancia a los problemas de
personalidad en la edad madura. Esta es una condicin humana universal. Por
eso, es muy posible que la sociedad como un todo tambin est afligida por
esta neurosis. Profundamente incrustado en las presagiantes regiones bajas de
nuestra conciencia colectiva hay un complejo de edipo que tal vez encierre la
fuente ltima de los problemas del mundo, un predicamento del cual no hay
escapatoria. Porque sus fuentes y sus vertientes estn ms all de nuestro
control. Esta ominosa condicin no puede ser juzgada ni como buena ni como
mala, ni correcta ni equivocada. Carece de valor. Simplemente est all. y no
existe una Palabra liberadora del ms all. Mediante una especie de necesidad

mecnica estamos encerrados en nuestro propio universo auto-contenido de


experiencias. La nica esperanza de "liberacin" consiste en exponer estos
hbitos subterrneos y tratar abiertamente con los sueos que los traen a la
superficie. La religin no puede ayudar, porque la fe hebreo-cristiana es una
mera ilusin arraigada en nuestros complejos de padre/madre. Lo que los
creyentes llaman la voz perdonadora y sanadora de Dios no es sino el eco
subliminal de influencias parentales. No existen normas trascendentes que
sirvan para la vida humana, no hay razones reveladas para iniciar nuestro
curso, no hay creencias controladoras, ni decisiones morales que hagan una
verdadera diferencia. El hombre es la vctima psicolgica de su destin
hereditario. h) El Concepto Behaviorista del Hombre Igual que los freudiano s,
los behavioristas consideran a la raza humana como un producto del proceso
evolutivo. Tambin concuerdan en utilizar los mtodos cientficos de las
ciencias naturales, recurriendo mucho a la investigacin animal para la
creacin de sus modelos del hombre. Pero con ello cesan la similitudes. Aunque
la antropologa freudiana est profundamente arraigada en lo hereditario,
toma su forma de un molde profunda y pervasivamente "espiritualista." En
agudo contraste, la antropologa behaviorista es totalmente "materialista" en
su concepto del hombre. Ella une la conducta humana inexorablemente a los
efectos condicionantes de nuestro medio ambiente cultural. No hay impulsos
interiores, sino factores externos ejerciendo fuerzas coercitivas que determinan
la conducta humana. Por eso, el auto-entendimiento proviene no de mtodos
introspectivos del psicoanlisis sino por un anlisis rigurosamente controlado
de las presiones ejercidas por el medio ambiente. Porque los estados psquicos
de la mente no tienen una existencia real independiente. N o son sino efectos
colaterales de funciones psicolgicas. Los seres humanos son bsicamente
organismos bioqumicos que interactan con el estmulo exterior de nuestro
entorno cultural. El hombre es una mquina compleja condicionada y
controlada por su historia pasada y presente. Por eso la gente no tiene que ser
tratada como si fueran personas, sino corno productos de su cambiante
entorno. Entonces queda claro que el behaviorismo tambin conduce a un
eclipse total del concepto bblico del hombre. La fe hebreo-cristiana, en efecto,
cualquier fe religiosa, es reducida a un mito que tiene que ser relegado a una
edad precientfica del pasado. Por eso la iglesia tambin tiene que ser
descartada como un obsoleto mecanismo cultural. En el pasado ejerca sobre
las masas sus equivocados controles de entorno, manipulndolas a aferrarse a
los antiguos mitos. Pero ahora ese tiempo ha pasado para siempre. Este
concepto radicalmente secularizado del hombre va de la mano con una
cosmovisin igualmerite secularizada. Un determinismo absoluto define el
significado de toda la vida. N o tenemos otra opcin que la de renunciar a
nuestras ilusiones acerca de libertad personal o comunal, dignidad, memorias
vivas y compartidas, por medio de las cuales modelar nuestras esperanzas de
futuro, y un sentido de responsabilidad por nuestras acciones. Virtudes tales

como religin, moralidad, amor entre prjimos, y lealtad a las tradiciones son
productos secundarios, productos que se desvanecen, de esa frrea lgica que
gobierna el proceso evolutivo. Valores nuevos, cientficamente formulados,
tienen que tomar el lugar de ellos. Este concepto mecanicista de la realidad
plantea una hueste de interrogantes. Qu conjunto de valores recientemente
producidos por la evolucin puede responder a las clamorosas necesidades de
la sociedad moderna? Quin los define? Puesto que la conducta humana es
condicionada totalmente por nuestro entorno cultural, qu culturas tienen que
ser preservadas? O es preciso crear nuevos entorno s? Quin decide asuntos
tan cruciales? Y en base a qu normas? Son buenas o malas las normas
disponibles, o son todas ellas amoral es? Si la sobre-vivencia de las especies es
la meta ltima, por qu asignarle importancia a esto? Segn este concepto la
nica forma de resolver los problemas de la humanidad, de reformar una
sociedad obsoleta, de crear una cultura ms utpica, es mediante la aplicacin
rigurosa de mtodos cientficos. Por eso, el propsito de las ciencias
behavioristas es recondicionar todas las instituciones sociales, educacionales y
polticas existentes. Puesto que la conducta humana solamente puede ser
cambiada cambiando la cultura que la condiciona. Esto demanda una
economa resueltamente planificada, imponiendo controles firmes sobre los
efectos condicionantes del medio ambiente, logrando as que sus resultados
sean ms predecibles. Tales reformas demandan una tecnologa de la conducta
humana. Mediante un sistema de estmulos, recompensas, y tcnicas
manipulativas, es posible modificar la conducta humana. Entonces la gente
puede ser inducida a actuar de "maneras socialmente ms aceptables." Pero
quin decide lo que es conducta "aceptable"? Y qu controles se necesitan
para alcanzar esta meta? Quin designa los elementos de control? Y, acaso
no son sus decisiones tambin condicionadas culturalmente? Por eso, al final
parece que estamos encerrados en un crculo vicioso sin salida. * * * Este
repaso del colaje de modelos contemporneos del hombre destaca la crisis de
identidad de nuestras modernas sociedades occidentales. En su conjunto
representan un abandono, a veces consciente de s mismo, a veces
inconsciente, del concepto bblico del hombre. Desde que el Esclarecimiento
declar su independencia respecto del cristianismo histrico, las antropologas
modernas han basado su caso en el hecho de asumir que " ... es la conciencia
de s mismo lo que constituye al hombre como hombre, y es este hombre autoconsciente quien hace y constituye la realidad de la historia" (Ronald G. Smith,
El Hombre Total: Estudios en Antropologa Cristiana, pg. 25). Las preguntas
contemporneas referidas a la identidad propia degeneran en muchas facetas
de la auto-decepcin del hombre moderno. El hombre se recrea a s mismo a la
imagen de la propia semejanza de sus mltiples mscaras. Pero esta incesante
bsqueda tambin implica algunas reas notables de superposicin. Esto no
debe ser una sorpresa. Pues, aunque los modelos del hombre son legin,
solamente existe una humanidad. En virtud de la creacin todos compartimos

constitucionalmente ciertas caractersticas comunes. Y el penetrante poder de


la Palabra de Dios todava rige para todas sus criaturas. Con ella sustenta a la
naturaleza humana, mantenindola intacta, de manera que ciertos hechos
comunes se imponen a s mismos a la consideracin de toda persona pensante,
a pesar incluso, de los conceptos ms contrapuestos del hombre. Pasando a
travs de todas estas antropologas, marcadamente divergentes, se encuentra
la dialctica bipolar que ha atormentado a nuestro mundo occidental durante
~s siglos del reciente pasado, es decir, el dualismo kantiano entre la frrea
racionalidad de la mente cientfica, por un lado, y la moralidad, con su urgencia
de libertad, por el otro. Consecuentemente, algunos conceptos explotan el
ideal de la ciencia que pertenece al polo de la racionalidad, mientras que otros
apelan al ideal de la personalidad, perteneciente al polo de la moralidad y
libertad. La vida del hombre moderno est cautiva en un tensionado forcejeo
entre las demandas de estas dos fuerzas poderosamente magnticas. Cmo
podemos
reconciliar este compromiso bipolar? Ponemos nuestro nfasis en la ciencia,
para crear un tipo de vida bien ordenado, crecimiento garantido e
ininterrumpida prosperidad por medio de las bendiciones de la tecnologa.
Apreciamos la seguridad de las estructuras sociales racionalmente planificadas,
estructuras muy predecibles y libres de factores incontrolables. Sin embargo, al
mismo tiempo surge la necesidad incontenible de "escapar de la razn"
(Schaeffer) y dar el salto liberador hacia el reino de experiencias sorprendentes
y desbordantes en las que nuestras personalidades se puedan elevar a nuevas
alturas. Ambas visiones ofrecen la promesa de un "mundo mejor," pero
siguiendo rutas muy diferentes. El ideal de la ciencia tiende a canonizar lo que
est establecido. La gente tiene la necesidad de mantener el curso, de
construir sobre logros pasados y presentes y de proyectarlos al futuro como el
sueo utpico de la humanidad. Este concepto de la perspectiva humana acalla
el muy necesitado poder sanador de la Palabra de Dios con sus desafos de
renovacin interior y el re encauzamiento religioso. El ideal de la personalidad
demanda una reconstruccin radical del orden establecido para que el espritu
humano pueda disfrutar sus impulsos ms intuitivos, estticos y elevantes.
Esta perspectiva de la odisea humana tiene poca sensibilidad para el poder
sustentador de la Palabra de Dios, recordndonos que para ella jams ninguna
situacin es totalmente irredimible. Puesto que ambas ideas siguen firmemente
arraigadas en la conciencia humana, el hombre moderno est condenado a ser
una criatura en "eterno conflicto" (Bonhoeffer). El panten contemporneo de
auto-imgenes confirma la enseanza bblica de que "semejantes a ellos [los
dolos] son los que los hacen" (Sal. 115:8). Todos estos auto-retratos, aunque
apstatas, surgen de un sentido profundamente arraigado, aunque
radicalmente distorsionado, de la realidad de Dios y el hombre y de su relacin
mutua; Porque el hombre nunca queda libre de Dios, ni siquiera cuando se
inclina ante otro Dios. Estos son presupuestos incorporados al orden de la

creacin. Por eso estn ms all de la verificacin y falsificacin. Porque detrs


de toda antropologa hay un profundo concepto religioso, sostenido por la
prctica o cientficamente formulado, de nuestra comn humanidad. Por eso,
nuestra crisis contempornea de identidad refleja la crisis fundamentalmente
religiosa de nuestros tiempos. Como cristianos no somos inmunes a estos
vientos contrarios de doctrina. Por eso la amonestacin pastoral no ha perdido
nada de su relevancia: " Amados, no creis a todo espritu, sino probad los
espritus si son de Dios ... " (1 Jn. 4:1). Por eso, con mentes que disciernen y
discriminan tenemos que seguir la indicacin "Examinad lo todo, retened lo
bueno" (1 Tes. 5:21). Porque en cierta medida todos somos culpables de hacer
sntesis. Comprometemos nuestro concepto de hombre, que defendemos como
bblico, permitiendo que motivos antropolgicos no bblicos se introduzcan en
nuestros patrones de pensamiento y conducta. Consciente o
inconscientemente todos toleramos y a veces apoyamos ideas acerca de
nosotros mismos que son ajenas al evangelio. Absorbidos como estamos en las
corrientes principales de la cultura occidental, nunca podemos escapar
totalmente a tales
ideas acomodativas. Por eso tenemos que estar crticamente atentos a esos
espritus religiosos, mal encaminados, que penetran los modelos tradicionales
y contemporneos del hombre, permaneciendo al mismo tiempo sensibles a los
discernimientos correctos, aunque borrosos, de otros pensadores. Porque el
poder sustentador de la Palabra de Dios, y la presencia mandatoria del orden
de la creacin controla incluso la resistente atencin de pensadores no
cristianos. II. 6. "El Corazn" como Unidad Religiosa Las dcadas recientes
han sido testigos de una cuidadosa reafirmacin de la forma en que funcionan
muchos conceptos claves en las Escrituras. Entre ellos est la idea de. corazn.
A lo largo de las pginas de la revelacin bblica la palabra "corazn" se refiere
consistentemente a la totalidad del hombre. En cambio, durante las eras
tempranas y medievales del cristianismo occidental, y bajo la influencia de
antropologas helenistas, este concepto holista se haba perdido en su mayor
parte. El corazn era reducido generalmente a alguna parte de la respuesta
humana a la revelacin. Can la Reforma se redescubri, tanto con Lutero como
con Calvino, su significado original y bblico. Quiz la mejor manera de
epitomizarlo sea mediante el smbolo visual del pensamiento de Calvino, es
decir, el corazn ardiente en la mano extendida, con su familiar comentario:
Cor meum tibi offero, D o min e , p r o m p t e e t sin c e r e ("Mi corazn te
ofrezco, Seor, presta y sinceramente"), o su variante menos familiar, Cor
meum quasi immolatUm tibi offero, Domine (" Mi corazn te ofrezco Seor,
como un sacrificio ardiente "). Tales expresiones no estn ausentes en los
escritos de pensadores pre-reformados tales como Aquino, " ... pero los
paralelos con frecuencia son ms verbales que substanciales" (compare J. T.
McN eill, ed., Instituciones, III, 1,3; pie de pgina 6). Con el resurgimiento de la
teologa escolstica protestante durante el perodo moderno nuevamente

qued en gran parte eclipsada, la rearticulacin reformada de un concepto


holista del corazn. Sin embargo, en forma reciente, renovados estudios
bblicos conforman el enfoque ms holista de la tradicin reformada en
contraste con la idea ms racionalista que tuvieron las tradiciones escolsticas.
Como lo expresa Calvino, somos llamados a tener un conocimiento de Dios que
no se "contenta con una especulacin vaca," que no "revolotea meramente en
el cerebro," sino a un conocimiento "sano y fructfero si lo percibimos
debidamente, y si echa races en el corazn" (Instituciones I,5,9). El editor de la
obra de Calvino agrega este comentario: "Aqu Calvino distingue entre
cerebrum y cor, entre cerebro y corazn, referidos al conocimiento de Dios; y
como es tpico en Calvno le da importancia al ltimo" (Instituciones, I,5,9; pie
de pgina 29). Calvino seala el mismo punto cuando afirma que dar
asentimiento al evangelio "es algo ms del corazn que de la mente, y algo
ms de la disposicin que del entendimiento" (Instituciones, III,2,8). El nfasis
de Calvino sobre la centralidad del corazn no est completamente exento de
algunas ambigedades. Pero se mueve claramente en direccin de un
concepto holista. Estudios recientes han actualizado sus discernimientos, Note
esta lnea, frecuentemente repetida, de la Dogmtica de la Iglesia de Barth: El
corazn representa "al hombre en una cscara de nuez, al
hombre total; no solamente el centro de su actividad, sino la suma de todo"
(I1V2). Regin Prenter seala el mismo punto diciendo que as como alma es "un
sinnimo de persona" (compare Romanos 12:1), as "el corazn es el centro del
alma, el punto del cual proviene la vida del alma" (Creacin y Redencin, pgs.
27374). Ms de 800 referencias al corazn se hallan entretejidas en la tela de
la revelacin bblica. Un repaso de estos pasajes refleja un patrn claro. Todas
ellas sealan consistentemente hacia una sola y simple verdad: El corazn
representa el centro unificador de toda la existencia del hombre, el punto de
concentracin espiritual de todo nuestro ser, el aspecto interior reflexivo que
establece la direccin a todas las relaciones de nuestra vida. Es la vertiente de
todos nuestros deseos, pensamientos, sentimientos, de nuestro actuar, y de
toda otra expresin de vida. Es la fuente principal de la que fluye todo
movimiento del intelecto del hombre, de sus emociones, y de su voluntad,
como tambin toda otra "facultad" o modo de nuestra existencia. En resumen,
el corazn es el mini-yo. El que tiene mi corazn me tiene a m, pero
totalmente. De all la urgencia del llamamiento divino: " Dam e hijo mo [hija
ma], tu cora zn " (Prov. 23:26). La Palabra de Dios, al dirigirse a nosotros, le
habla directamente al corazn, estableciendo la direccin espiritual de todas
nuestras actividades corporales. Por eso el corazn es el punto focal de la
religin, es decir, de la vida. Porque vida es religin. La religin, asentada en el
corazn, no es determinado talento que algunos poseen, y otros no. Ni es una
cualidad de la vida que- pueda ser perdida y recuperada. Segn las palabras de
Gilkey: Quiera o no, como criatura libre el hombre tiene que modelar su vida
conforme a algunos fines escogidos, de carcter ltimo, tiene que centrar su

vida en algunas lealtades ltimas que haya escogido, y tiene que depositar su
seguridad en algn poder de confianza. De manera que el hombre es,
esencialmente, no accidentalmente, religioso, porque su estructura bsica
como dependiente y, sin embargo libre, inevitablemente arraiga su vida en
algo de carcter ltimo. (Hacedor del Cielo y de la Tierra, pg. 193) La religin,
centrada en el corazn, es el aspecto responsivo de nuestra relacin
contractual con Dios. Consecuentemente, la religin de corazn, involucra todo
aspecto del hombre global desde su ser ms ntimo hasta sus extremidades
ms remotas. Porque "del corazn mana la vida" . (Prov. 4:23). De acuerdo a
ello -el corazn se refiere al hombre como un todo. Esta perspectiva holista
tambin tiene validez para otras ideas antropolgicas en las Escrituras, tales
como "alma" "espritu" "hombre interior," y tambin el "cuerpo." Todos ellos
'son conceptos holistas. Cada uno se refiere, en su forma nica, al hombre
total. Ello refleja el tipo de libro que es la Biblia. Como Palabra de Dios siempre
nos confronta como personas completas, vistas, por momentos, desde una
perspectiva, luego desde otra.
Este concepto bblicamente fundamentado se evidencia con inconfundible
claridad en los siguientes ejemplos, tomados al azar, de las centenares de
referencias que la Biblia hace al " corazn ." a) El profeta Samuel es enviado a
Betlehem para ungir de entre los hijos de Isa un sucesor del antiteocrtico Rey
Sal. Uno por uno, los jvenes asumieron una apariencia. Samuel se fija en
Eliab. Ajuzgar por su estatura y conducta, la realeza estaba hecha a su medida.
Pero no, "Jehov no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que
est delante de sus ojos, pero Jehov mira el corazn" (1 Sam. 16:1-7). El
corazn es la clave en cuanto a lo que una persona realmente es ante el rostro
de Dios. Siete hijos de Isa pasaron sin ser aprobados. En el momento preciso,
cuando la misin de Samuel pareca haber fracasado, fue llamado desde el
campo el menos probable de todos los candidatos. "Levntate y ngelo" viene
el mandato. Porque David es un "hombre conforme a su corazn" (1 Sam. 13:
14). De modo que Dios tambin tiene "corazn"! Desde ese momento en
adelante, a lo largo de la historia israelita, David es considerado como un
paradigma de reinado teocrtico. Los reyes futuros son juzgados por la entrega
de su corazn. Leemos de un rey tras otro, "Pero su corazn no fue conforme al
Seor su Dios, como lo fue el de su padre David." No es la valenta militar ni el
genio diplomtico, sino el corazn recto lo que decide la aprobacin divina. b)
Vaya ahora a los profetas posteriores. Repetidamente, a travs de ellos, Dios se
queja de la dureza del corazn de Israel. La obstinacin de Israel ofrece
abundantes evidencias de que es " e n g a o s o el c o r a z n m s q u e t o
d a s la s cosas... " (Jer. 17:9). Pero en su misericordia Dios anuncia: "Y os dar
pastores segn mi corazn, que os apacienten con ciencia y con inteligencia"
(Jet. 3: 15). En medio del bien merecido juicio Dios todava ofrece un mensaje
de esperanza: "os dar un corazn nuevo, y pondr espritu nuevo dentro de
vosotros; y quitar de vuestra carne el corazn de piedra, y os dar un corazn

de carne," es decir, una disposicin flexible y dcil (Ezeq. 36:26). Sin embargo,
Israel no abandon su doble nimo. Aunque mi pueblo "me honre de labios"
lamenta Dios "su corazn est lejos de m" (Isaas 29:13). Con el cumplimiento
de los tiempos Cristo reiter esta protesta proftica: "Hipcritas, bien profetiz
de vosotros Isaas, cuando dijo: 'Este pueblo de labios me honra; mas su
corazn est lejos de m'" (Mt. 15:7-8). c) Con esta Palabra de Jess, Palabra
que seala el cumplimiento, nos introducimos en el Nuevo Testamento. Sus
escritos tambin testifican pervasivamente de que Dios nos trata como a seres
humanos en nuestro carcter holista. En Cristo Dios nos habla en el lenguaje
del corazn, cuyas lealtades revelan los intereses ltimos de nuestras vidas.
Nuestro Seor acenta esta verdad cuando dice: "Porque donde est vuestro
tesoro, all estar tambin vuestro corazn" (Mt. 6:21). As como un buen rbol
lleva buen fruto, y un rbol malo, fruto malo, as es con el corazn del hombre.
El corazn es decisivo en establecer el curso de accin para la vida como un
todo. Cristo lo expres de
esta manera: "El hombre bueno, del buen tesoro de su corazn saca lo bueno;
y el hombre malo, del mal tesoro de su corazn saca 10 malo; porque de la
abundancia del corazn habla la boca" (Lc. 6:45; Mt. 12:34). Entonces; el
corazn es el pivote sobre el cual gira la totalidad de la vida. Es el cubo donde
convergen todos los rayos que mantienen unida la rueda de la vida. All la vida
halla su punto de anclaje de unidad religiosa en todas sus manifestaciones
ricamente diversas. El corazn es la vertiente de la que provienen todas las
corrientes de la vida, para bien "Del corazn [del creyente] corrern ros de
agua viva" (Jn. 7:38), o para mal "Porque de dentro, del corazn de los
hombres, salen los malos pensamientos ... " (Mrc, 7:21). La fe, como el acto
espiritual de un compromiso plenamente corporizado del hombre en su
totalidad hacia Dios y los caminos de Dios, yace en el corazn, como dice
Pablo: "Porque con el corazn se cree para justicia, pero con la boca se confiese
para salvacin" (Rm. 10:10). Jess, desafiado por sus crticos a sealar el
principal mandamiento, volvi hacia el pasado, a la ley de Moiss
(Deuteronomio 6:5) y la resumi en estas palabras: "Y amars al Seor tu Dios
con todo tu corazn, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas" (Mrc. 12:30). Qu vamos a hacer nosotros con este cudruple
acento? En cuanto al concepto bblico del hombre hemos de concluir que
estamos compuestos, no de dos partes (la posicin dicotomista, es decir,
"cuerpo" y "alma"), ni de meramente tres partes (la posicin tricotomista, es
decir "cuerpo" y "alma" y "espritu"), sino de cuatro partes ("corazn" y "alma"
y "mente" y "fuerza")? Todas esas interpretaciones hacen una lectura
equivocada de las intenciones y el propsito del mensaje bblico. "Corazn"
junto con estas otras avenidas de la respuesta humana, refleja la totalidad del
hombre visto desde ngulos diferentes. La Escritura es de orientacin prctica.
Habla del hombre en lenguaje confesional. Sobre la base de estos indicadores
revelacionales los pensadores cristianos desarrollan un modelo antropolgico

como la elaboracin terica de ciertas creencias fundamentales referidas a lo


que significa ser humano. Tales convicciones bsicas yacen ms all de la
verificacin o falsificacin racional. Funcionan como la ltima validacin de
todas las teoras antropolgicas. Por eso, un cambio fundamental en la
antropologa que uno sostiene, implica una especie de "conversin." Si fijamos
nuestros corazones en algn aspecto de la realidad creada y no en el Creador,
entonces nos hemos vendido a un dolo. En su concepto operativo del hombre,
una comunidad da expresin a la ms profunda lealtad de su corazn colectivo.
A la luz de estas perspectivas bblicas, es harto tiempo de poner de lado
algunas caricaturas antropolgicas que son muy populares en los crculos
cristianos. Tenemos que recordar que la obra redentora de Dios no viola su
obra creadora. Su forma de salvar al hombre honra el modo unificado en que
hizo al hombre. La redencin es" a medida" de la creacin. Por eso hay que
borrar de nuestro vocabulario cristiano algunos conceptos muy apreciados,
pero equivocados. En la
predicacin y la enseanza es muy comn discutir la vida cristiana en trminos
de "cabeza," "corazn" y "mano." Estas categoras son una versin popular de
los conceptos de la facultad de psicologa, que divide al ser humano segn las
lneas de intelecto, emociones y voluntad. Estas tres facultades son
consideradas como las tres partes que, unidas, constituyen la totalidad del
hombre. En base a esta teora la "cabeza" es identificada con el intelecto, el
"corazn" con las emociones, y la "mano" con la volicin. Entonces se eleva
repetidamente este clamor: Lo que necesitamos es menos conocimiento de
"cabeza" y ms conocimiento de "corazn," queriendo decir, menos
predicacin y enseanza doctrinal y ms predicacin y enseanza
inspiracional. Luego, con frecuencia se afirma que mientras algunos cristianos
acentan la "cabeza" (intelectualismo), y otros el "corazn" (emocionalismo), y
aun otros la "mano" (activismo), nosotros los calvinista s nos distinguimos por
un nfasis balanceado en los tres. Todo suena tan prolijo, ntido y claro! Sin
embargo, en el proceso hemos socavado efectivamente el concepto unificador
de la Escritura de todo el hombre. Al poner estas tres "partes" en mutua
oposicin, manipulamos a modo escolstico, el mensaje bblico dirigido al
hombre en su unidad, plenitud y totalidad ante el rostro de Dios. Resulta
entonces que el "corazn" equivale a una parte, y no a la totalidad de nuestra
existencia. Cuando ocurre esto es harto tiempo de recordar la oracin del
salmista: "Oh Jehov ... afirma mi corazn para que tema tu nombre" (Sal. 86:
11). Berkouwer ofrece un buen resumen de la idea bblica de corazn. En su
captulo sobre "todo el hombre" afirma que todas las estructuras y funciones
ricamente diversificadas de la naturaleza humana alcanzan su unidad
religiosamente focalizada en el corazn. Refirindose a Proverbios 4:23: "Sobre
toda cosa guardada, guarda tu corazn; porque de l mana la vida" Berkouwer
hace el siguiente comentario: Tales palabras tienen como propsito, no el
arrojar luz sobre la estructura que compone al hombre, sino ms bien, tratar

con todo el hombre, en la totalidad de sus complejas funciones; no el tratar con


una parte del hombre, distinguidas de otras partes, sino a tratar con el hombre
en su existencia total, que yace abierta ante el ojo examinador de Dios ....
[Porque] en el corazn la vida toda del hombre est abierta delante de Dios,
quien es el conocedor de los corazones, de todos los corazones .... [Por eso] el
corazn expresa los aspectos ms profundos de toda la naturaleza humana del
hombre, no alguna localizacin funcional en una parte que supuestamente es
la ms importante. El trmino "corazn" trata con la orientacin total,
direccin, y concentracin del hombre, con su dimensin profunda, desde la
cual es dirigida y formada su existencia plenamente humana. Aquel que
entrega su corazn al Seor, le entrega toda su vida (compare Prov. 23:26). (El
Hombre: La Imagen de Dios, pgs. 202-3)
Este punto de vista holista es expresado de manera similar en el ms
ecumnico de todos los credos Reformados. En las palabras de Howard
Hageman: ... Es una indicacin de la verdadera grandeza del Catecismo de
Heidelberg el hecho de reconocer la totalidad de la necesidad humana, desde
el comienzo hasta el fin. El tema se toca en la primera de todas las preguntas,
aunque tal vez nunca lo hayamos visto tan tranquilamente. "Yo pertenezco
-cuerpo y alma- a Jesucristo." Aqu no hay una abdicacin de tipo pietista de
parte de la existencia humana a otros poderes, como despus la religin
evanglica lo ha hecho tantas veces. Aqu no hay una reduccin del inters a
los asuntos del alma, algo caracterstico de la piedad popular contempornea.
Aqu, en las palabras iniciales del catecismo est el reconocimiento franco de
que la totalidad de la vida humana pertenece a Jesucristo, de que en el ms
profundo sentido de la palabra lo que un hombre come, sus relaciones
sexuales, la forma de ganarse la vida y de pagar sus cuentas son tan
importantes para Jesucristo como la manera en que dice sus oraciones o la
manera de escuchar al pastor predicar un sermn .... [Por eso] el catecismo no
est hablando a esa abstraccin religiosa llamada mi alma, sino que me habla
a m, una persona entera. (En D. Bruggink, ed., Culpa, Gracia, y Gratitud, pgs.
14-15) En el espritu y estilo del perodo barroco, Bach inmortaliz
musicalmente la idea bblica de corazn en el siguiente coral de su "Oratorio de
Navidad":
Oh! Queridsimo Jess, nio santo, Hazte una cuna, blanda, inmaculada,
Dentro de mi corazn, y all reposa, y para siempre sea tuya esa cmara.
II. 7. El Hombre la Imagen de Dios La confesin cristiana referida a la imagen
de Dios capta el corazn mismo del concepto bblico del hombre. Por eso es
comprensible que los telogos de la tradicin cristiana, pasada y presente,
hayan sido inducidos por el testimonio bblico a tratar con esta crucial idea. La
literatura antropolgica que ha resultado como consecuencia es voluminosa.
Adems, las interpretaciones del imago Dei son tan diversas como las muchas
escuelas de teologa que las producen. Porque los conceptos acerca del hombre

estn integralmente relacionados a las cosmovisiones que representan, y son


igualmente variadas. A pesar de la intensa y sostenida atencin al tema de la
creacin del hombre a la imagen de Dios, su significado pleno y preciso aun
sigue sumergido en el misterio mismo que constituye el hecho de que seamos
seres humanos (compare Sal. 139:13-18). Tal vez esta reflexin concertada en
la idea de imago Dei sea impulsada por las relativamente escasas referencias
directas a ella en la Escritura. Aparte de las enseanzas del Nuevo Testamento
en cuanto a la restauracin de la
imagen de Dios en Cristo (Rm. 8:29; 1 Coro 15:49; Col. 1:15; 3:10),
bsicamente, las nicas referencias al hombre creado a la imagen de Dios se
encuentra en los captulos inciales del Gnesis (1:26-27;5:1; 9:6; compare
Santiago 3:9). Sin embargo, a lo largo de toda la Escritura hay claras seales
referidas a esa imagen (compare Sal. 8); Sin embargo, consecuente con su
intencin y propsito revelacional, la Escritura no ofrece en ninguna parte una
teora sistemtica acerca del hombre. Esto lleva a Bavinck a decir que "en
ninguna parte [de la Escritura] se despliega el contenido pleno de la imagen de
Dios" (Dogmtica Reformada, Vol. II, pg. 494). Sin embargo, la Biblia no deja de
arrojar luz, en forma existencial, sobre lo que significa que seamos creados
como imgenes de Dios " somos los poemas d e Dio s " dice Pablo, " el p o e m
a d e Dio s , c r e a d o e n C ris t o J e s s p a r a b u e nas obras... " (Ef. 2:10).
En efecto, la Biblia no pierde tiempo en clarificar el tema de la identidad
humana. Como clmax en la obra creadora de Dios leemos que " E n t o n c e s
dij o Dio s , 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza .... 'Y cre Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo cre;
varn y hembra los cre (Gn. 1:26-27). El " lib r o d e la s g e n e r a cio n e s d
e A d n " comienza con una reiteracin de esta verdad: " El da en que Dios
cre al hombre, a semejanza de Dios lo hizo " (Gn, 5: 1). Ms tarde, cuando
Dios pronunci su justo juicio sobre el crimen, bas su declaracin de la
santidad de la vida humana en la realidad fundamental de la creacin: " Porque
a imagen de Dios es hecho el hombre " (Gn. 9:6). A lo largo de los siglos, los
pensadores cristianos han sido tentados repetidas veces a introducir una
disyuncin entre los conceptos bblicos de "imagen" y "semejanza." Con
frecuencia afirman que "imagen" se refiere al estado divino concedido al
hombre tdatum), mientras que "semejanza" seala a una meta ms elevada de
santidad que el hombre debe alcanzar (mandatum). Esto resulta en una
especie de imagen dual, es decir, una mayor y otra menor. Tales
interpretaciones se adaptan bien a una antropologa dualista con dones
naturales y aspiraciones sobrenaturales. Sin embargo, estas no soportan la
prueba del uso bblico. En la Escritura estos dos conceptos tienen un
significado mayormente equivalente. Por lo tanto, esta distincin, que tiende a
hacer reconstrucciones dualistas del concepto bblico del hombre, aunque se la
encuentre en pensadores tales como Agustn y Aquino, en trminos generales
los reformadores la abandonaron. Como lo expresa Calvino: "Adems, no hay

poca disputa en cuanto a 'imagen' y 'semejanza' cuando los intrpretes buscan


una diferencia inexistente entre estas dos palabras, excepto que' semejanza'
ha sido agregado a modo de explicacin" (Instituciones, I, 15, 3). Siguiendo la
misma lnea Bavinck sostiene que mientras 'imagen' y 'semejanza' son
"ciertamente no idnticas, sin embargo, no se puede sealar una diferencia
esencial, sustancial entre ellas. Son trminos que se usan promiscuamente y
en forma intercambiable sin razn aparente alguna" (Dogmtica Reformada,
Vol. 11, Pg. 492).
Esta imagen/semejanza divina es parte integral de nuestra manera de ser
humanos. El hombre no es, en primer lugar, una criatura singular, a la que
luego se agregan, como medida oportuna, estas cualidades de imagen, espejo,
eco. La imagen de Dios no es un donum supperadditum, es decir, un don
sobrenatural que suplementa o complementa nuestro ser que de otra manera
es totalmente natural. No es un detalle, agregado luego, a una naturaleza
humana ya existente. Ms bien, ser humano es ser la imagen de Dios. Por lo
tanto imago Dei describe nuestro estado normal. N o seala algo que est
dentro de nosotros, o a algo acerca de nosotros, sino a nuestra humanidad.
Expresndolo en forma precisa, se puede decir que Dios imagin al hombre a
existir. Por eso es errneo decir que tenemos la imagen divina. Ni tampoco
somos meramente portadores de imagen. Esta forma convencional de hablar
tiene connotaciones demasiado externas a nuestra naturaleza de ser humanos.
Sugiere la posibilidad de eleccin, como si fuera posible llevar o no la imagen.
Esta imagen no es una opcin, sino un hecho. Somos imgenes de Dios. Ser
imgenes de Dios representa nuestra hechura, nuestra constitucin, nuestra
gloria, y al mismo tiempo nuestro alto y santo llamado en el mundo de Dios.
Estos discernimientos fundamentales pertenecen al hombre total, sin exclusin
de nada. La idea de imago Dei cubre a la naturaleza humana en su extensin
total y en todas sus partes. Abarca a todo lo que somos y tenemos y hacemos.
Segn las enfticas palabras de Bavinck: ... El hombre todo es la imagen de la
plena Deidad .... Y lo es en forma completa, alma y cuerpo, en todas sus
capacidades y poderes, en cada situacin y relacin. El hombre es la imagen
de Dios por ser autntico hombre y en esa medida. es imagen de Dios; y es
hombre, autntica y esencialmente hombre, por causa de y en la medida en
que es la imagen de Dios .... Por eso el hombre todo es la imagen y semejanza
de Dios. Lo es en alma y cuerpo, de acuerdo con todas sus habilidades, fuerzas
y dones. No hay nada en el hombre excluido de la imagen de Dios. Su alcance
es tan extenso como nuestra humanidad misma. Ella es lo humano de nuestra
humanidad. (Dogmtica Reformada, Vol. II, pgs. 493,516,523) Con inequvoca
claridad Bavinck contradice la tendencia recurrente de limitar la imago Dei a
algunos aspectos mayores o menores de la naturaleza humana, para
identificarla con alguna facultad primordial de nuestro ser a expensas de otras.
En este sentido no existe un "asiento": de la imagen de Dios en el hombre,
como si una faceta de la naturaleza humana estuviera ubicada encima de otra,

con precedencia y control sobre otras facetas. El concepto bblico del hombre
resiste todos los reduccionismos de ese tipo. La imagen de Dios es holista.
Somos pervasivamente imgenes de Dios. Esta perspectiva antropolgica lleva
a Berkouwer a decir: El nfasis que la Escritura da al hombre como imagen de
Dios ha triunfado una y otra vez sobre todas las objeciones y principios
opositores. La Escritura nunca hace distincin entre los atributos espirituales y
corporales del hombre limitando la imagen de Dios a lo espiritual, como
proveyendo as la nica analoga posible entre el hombre y Dios. (El Hombre:
La Imagen de Dios, pg. 77) No obstante, se ha invertido una enormidad de
especulacin antropolgica sobre el tema: Adnde, dentro de la constitucin
humana, hemos de localizar el as llamado "asiento" de la imagen de Dios. En
qu aspecto de la naturaleza humana est tan entronada la imagen de Dios
para poder gobernar sobre todos los otros aspectos? Este enfoque
reduccionista generalmente asume que existen ciertas cualidades nticas en el
hombre correspondientes a cualidades nticas similares aunque superiores de
Dios. Una de estas cualidades nticas, sea racionalidad, habilidad lingual,
creatividad, o alguna otra virtud, es consecuentemente considerada como
central y definitiva respecto de otras cualidades menores. Luego el debate se
acalora: Cul tiene el rol lid eran te? Cules de estos atributos son
comunicables" (propiedades que Dios comparte con el hombre), y cules son
"incomunicables" (propiedades que solamente posee Dios)? Este mtodo
escolstico ha demostrado ser un emprendimiento totalmente estril; una
bsqueda del tesoro sin claves bblicas. Porque presupone una cosmovisin
errnea, una "analoga del ser" ( analoga entis ) entre Dios y el hombre. De
esa manera eclipsa, o al menos empaa, la distincin esencial y cualitativa
entre el Creador y su creacin, incluyendo a su criatura humana. Pierde de
vista la Palabra de Dios en su funcin mediadora, como el lmite fijado que
simultneamente tambin es el puente de comunicacin entre los dos socios
de este compaerismo contractual. Porque el hombre no es una "copia" ntica
de Dios, ni tampoco un "duplicado" substancial, ni tampoco un "otro ego." Sino
ms bien, como imgenes de Dios somos llamados a reflejar a un nivel de
criatura, a ser espejo y eco de la voluntad de Dios en la vida que vivimos juntos
en el mundo de Dios. Mirando a la Palabra encarnada en Jesucristo es como
mejor aprendemos lo que significa ser imagen de Dios, porque Jesucristo se
hizo semejante a nosotros en todas las cosas, vino para hacer la voluntad del
Padre, otorgando, mediante su Espritu una perspectiva escatolgica a todos
los que intentan ser imgenes fructferas de Dios. Por eso somos criaturas
nicas, es decir, "otras" respecto de Dios y "otras" respecto del resto de la
creacin. Las dems criaturas son hechas "segn su especie," pero al hombre
Dios lo cre "a su imagen y semejanza." Esta orientacin vertical establece la
direccin para todas las otras relaciones de la vida, y es contraria a la visin
horizontalista de las teoras evolucionistas. La vida humana es definida por
Dios y primordialmente relacionada a Dios. No obstante, incontables cristianos

han sido seducidos por conceptos del hombre que empaan la cercana y
tambin el carcter distinto de Dios, reduciendo as la imagen de Dios a alguna
parte supuestamente principal del hombre. Tales nociones no soportan la
prueba de la Escritura ni de la experiencia diaria. Sin embargo, siguen
ejerciendo un poder magnticamente atractivo sobre la forma en que la gente
piensa y habla y escribe, o sobre la forma en que acta, tanto en asuntos
prcticos como tericos. Por ejemplo, es comn definir al hombre como a
un ser racional y moral. Entonces, presumiblemente, en base a la teora de la
correspondencia de la realidad, la racionalidad y moralidad humana
corresponden de alguna manera a cualidades, atributos o propiedades
similares en Dios. Entonces surge en esta errnea cosmovisin, el siguiente
interrogante: Adnde hemos de ubicar el "asiento" de la imagen de Dios? En
nuestra racionalidad? Despus de todo, no es Dios el gran pensador? Y acaso
no somos llamados nosotros a "pensar sus pensamientos despus de l"? Con
este planteo difcilmente se puede escapar al dogma de la primaca del
intelecto. Sin embargo, tal intelectualismo no satisface las ms profundas
necesidades del corazn humano. Luego la gente busca un "escape de la
razn" (Schaeffer) con su ortodoxia muerta. Entonces, una vez definido el
hombre como criatura racional-moral, si falla la racionalidad, no hay otra
alternativa que volvemos a la moralidad. Entonces, ese seguramente es el
significado ltimo de la vida, es decir, el "asiento" de la imagen divina en
nosotros. Despus de todo, Dios es el autor de la moralidad, el mundo es un
orden moral, y el hombre es un agente moral. La Escritura lo "prueba," segn
afirman ellos, y el clsico argumento moral para la existencia de Dios lo
confirma. Pero qu pasa cuando el hombre moderno, abrumado por las
inmoralidades del Holocausto, las brutalidades del subterrneo, las luchas
raciales, y el inminente apocalipsis, ya no comparte la conviccin tradicional
referida a la realidad de un orden moral en el universo? y as contina la
bsqueda reduccionista del "asiento" de la imagen de Dios en el hombre. Quiz
est en el espritu elevado del hombre, como sostienen los humanistas. O
quiz, imitando a los hedonistas, en la gratificacin corporal. Y otra vez, si no
es en el intelecto, el alma racional del hombre (concepto de los escolsticos),
vamos a buscarlo en sus sentimientos ms profundos (seguidores de
Schleiermacher), o en el poder de la voluntad (activistas sociales)? En crculos
cristianos ms ortodoxos encontramos la distincin entre la imagen en su
sentido "ms estrecho" y en otro "ms amplio." Todas estas ponderaciones
antropolgicas, mal encaminadas, oscurecen la enseanza bblica de que la
imago Dei abarca la totalidad de nuestro ser en todas sus variadas funciones,
centradas y unificadas en el corazn. Por eso tenemos que aprender muy
concretamente "a considerar el comer y beber como una forma de expresar
nuestro amor a Dios, no por medio de acompaar palabras de gracia, sino por
el hecho de comer y beber en s; saber cmo una carrera comercial puede ser
una experiencia tan rica de servicio a Dios como una carrera en teologa; de

experimentar una visita al excusado como un acto tan santo como la oracin"
(Stuart Fowler, Sobre Ser Humano, pg. 7). Etimolgicamente, parece ser que el
concepto de imago Dei es derivado de la forma en que las monedas
funcionaban en las sociedades antiguas. En las monedas se estampaba la
imagen y semejanza del monarca gobernante (una idea no totalmente ajena a
la prctica moderna). De esa manera la imagen de un rey en una moneda
representa su presencia, autoridad e intereses en todo su dominio. (Recuerde
el incidente referido al pago de tributos en el relato del evangelio, donde Jess
responde a sus crticos sobre el tema de los impuestos imperiales
preguntndoles: "De quin es esta imagen, y esta inscripcin?" (Mt. 22:15-22)
Dondequiera que vaya la moneda, va el Csar). As es tambin con el hombre
como imagen de Dios: Dondequiera que el hombre se mueva en la creacin de
Dios, all representa la presencia, la soberana, y el cuidado de su Hacedor en y
por su mundo. Ser imgenes significa que "representamos a Dios, como un
embajador de un pas extranjero, ... [representando] la autoridad de Dios, ...
[ tratando de] avanzar el programa de Dios para el mundo. . . . [y de] promover
lo que Dos promueve" (Anthony Hoekema, Creado a la Imagen de Dios, pgs. 67
-68). Precisamente porque nosotros, humanos, somos singularmente la imagen
de Dios, es que Dios prohbe tan insistentemente la hechura de otras imgenes
(Ex. 20:46). La prerrogativa de establecer una imagen de s mismo pertenece
exclusivamente a Dios. Y l ha ejercitado esta prerrogativa de una vez para
siempre al crear a la humanidad. Todo intento de "jugar a ser Dios" haciendo
imgenes de l en cualquier forma diferente a la que l ha querido, tiene que
ser enrgicamente resistido. Porque l est lleno de un santo celo en cuanto a
su proyecto de hacer imgenes, y se disgusta ante todo intento de controlar
arbitrariamente o manipular su presencia, su gobierno, sus propsitos en su
mundo. En las palabras de Berkouwer: El segundo mandamiento trata de la
prohibicin dirigida contra 'la arbitrariedad con que el hombre intenta tener a
Dios a sus rdenes .... [porque] en todo intento humano de hacer una imagen
de Dios, hay un intento de controlar a Dios, de acercarlo. Y es esto lo que se
prohbe en el segundo mandamiento .... [Intentar esto] es, en su origen mismo,
un acto de inequvoca alienacin de Dios. Y es, simultneamente, un acto de
extrema auto-alienacin, puesto que con ello el hombre trata de construir una
"imagen de Dios" cuando, l mismo, en comunin con Dios, debe ser esa
imagen en la totalidad de su ser .... Solamente cuando se rompe la
comunicacin del hombre con Dios pueden surgir intentos tan confusos y
carentes de propsito por intentar el encuentro de la "imagen" llenando el
vaco con una "presencia" divina de construccin artificial. (El Hombre: La
imagen de Dios, pgs. 79 - 82) Por eso la idea de imago Dei es un concepto
relacional, referencial. No debe ser buscada en alguna cualidad ntica dentro
de nosotros. Tiene ms bien un significado dinmico, activo, funcional. "Dios
nos ha creado a su imagen de manera que podamos ejecutar una tarea,
cumplir una misin, seguir un llamado" (Anthony Hoekema, Creado a la Imagen

de Dios, pg. 73). Como es con Dios as tambin es con el hombre, la definicin
de la Biblia no es ad intra , sino ad extra . Descubrimos el significado de ser
imgenes de Dios, no por mirar a nuestro propio interior, o por escudriar
nuestro ser ntimo. En cambio, el significado de ser imgenes de Dios se
descubre cuando miramos fuera de nosotros mismos. La imago Dei no crea
personas introvertidas, sino extrovertidas. No es una idea estructural sino
direccional. Se refiere a esa red de relaciones religiosas que constituyen el
marco para la obediencia contractual, es decir, nuestra relacin con Dios que
es decisiva para las relaciones normadas que tienen vigencia para nuestras
vidas personales, para la vida que vivimos juntos en las comunidades
humanas, y tambin para nuestros tratos con las otras criaturas de Dios,
grandes y chicas dentro del cosmos como un todo. La idea de imagen se refiere
a nuestro estado y tarea: No somos divinos, pero somos sagrados. La vida
humana es totalmente sagrada, porque es vivida ante el rostro de Dios.
Tambin es totalmente secular en el sentido de que es vivida en ningn otro
lugar sino aqu en este siglo (saeculum). El hecho creacional de ser imagen de
Dios y su llamado concomitante de ser imgenes de Dios coinciden con el
llamado a la obediencia contractual y al servicio en el reino. Llevar la imagen
de Dios es hacer su voluntad. Es un asunto de or y guardar la Palabra de Dios,
nuestra tarea y nuestro llamado. No es "esttico, sino dinmico"; por eso
debemos imaginarlo " n o c o m o u n sustantivo, s ino como un verbo "
(Hoekema, Creado a la Imagen de Dios, pg. 28). En las palabras de Weber: " Sie
n d o s e r e s s e m e j a n t e s a Dio s , s e s u p o n e q u e hagamos algo "
(Fundamentos de Teologa, Vol. 1, pg. 560). Porque la vida es religin; religin
es servicio; y llevar la imagen de Dios es servirle a l y a nuestro prjimo. Por
eso, el llamado a la conversin es el llamado a un renovado servicio, de
manera que " quien estaba usando sus poderes de imagen - de - Dios de
manera equivocada, ahora [puede ser] capacitado otra vez p ara usar
correctamente esos poderes " (Hoekema, Creado en la Imagen de Dios, pg. 86).
II. 8. El Hombre en su Oficio Por ser el mensaje de redencin, la Escritura
asume y construye renovadamente sobre los hechos de la creacin.
Consecuentemente presupone tanto la idea del hombre como imagen de Dios y
la idea del hombre en su oficio. Adems seala una estrecha conexin entre
estas dos formas de describir y prescribir nuestro llamamiento singular y
comprehensivo como seres humanos: Debemos llevar la imagen de Dios en la
forma de ejercer nuestro oficio(s). La clsica idea cristiana del hombre
ejerciendo su oficio ha pasado por tiempos difciles. Bajo el impacto de usos
contemporneos humanistas y seculares sufre de desuso, abuso y mal uso. Los
resultados estn a la vista: Quin piensa todava en la vida humana cotidiana
como el ejercicio de un oficio dado por Dios? Muy pocos, y con ello todos
perdemos. Para recuperar este terreno perdido es importante reclamar y
rehabilitar este sano concepto bblico mirando en forma renovada a una idea
vieja. El trmino "oficio" referido al lugar ya la tarea del hombre en la creacin

mayormente no se encuentra en la Escritura. Sin embargo, la idea del oficio


est implcitamente presente en la estela global de la revelacin bblica. Est
integral mente entretejida en el drama de la salvacin. Piense, por ejemplo, en
la designacin de los sacerdotes, reyes, y profetas en el Antiguo Testamento, y
de los apstoles, dicono s, ancianos, ministros y evangelistas en el Nuevo
Testamento. En forma subyacente a estos oficios especiales est la designacin
oficial de toda la compaa de los creyentes cristianos como "linaje escogido,
real sacerdocio, nacin santa, pueblo adquirido por Dios" (1 Pe. 2:9).
Sin embargo, hasta los tiempos de la Reforma, la iglesia cristiana no lleg a
aprovechar plenamente esta idea bblica del hombre en su oficio. Como en la
iglesia primitiva los roles de liderazgo eran moldeados gradualmente conforme
a los patrones del cristianismo medieval, el significado bblico de oficio,
abarcando a todo el orbe, fue desplazado de manera creciente por una nocin
elitista de oficialismo. El cuerpo como un todo de quienes confesaban a Cristo
fue privado de sus derechos. Los creyentes comunes fueron privados del
sentido fundamental de investir un oficio universal. En cambio, se reserv la
idea del ejercicio de un oficio cristiano principalmente a las autoridades de la
iglesia y el estado. El oficio fue identificado con el estado burocrtico de
prncipes en el reino de la naturaleza y de sacerdotes en el reino de la gracia.
De esa manera los gobernantes seculares podan apelar a una exencin de sus
responsabilidades polticas apelando al "derecho divino de los reyes" en tanto
que los lderes espirituales afirmaban pretensiones an ms audaces en cuanto
a autoridad suprema, reclamando que al fin de cuentas "ambas espadas
[autoridad temporal tanto como sacra] descanse en una sola mano," es decir,
en la jerarqua. A la luz de estas tendencias severamente reduccionistas,
profundamente arraigadas en el cristianismo occidental, uno tiene que apreciar
profundamente la dramtica contribucin de los reformadores del siglo
diecisis en cuanto a la recuperacin de la idea bblica del oficio. Lutero, como
pionero en este movimiento de reforma, puso en agudo relieve la verdad del
sacerdocio universal de todos los creyentes. Calvino, como reformador de la
segunda generacin, desarroll en forma an ms plena una teologa referida
al oficio. Relacion el triple oficio de Cristo como Mediador al correspondiente
triple oficio de su cuerpo, la iglesia. Cristo ejerci su oficio real con el propsito
de capacitar a su pueblo para la perseverancia. Porque "tal es la naturaleza de
su gobierno, que el comparte con nosotros todo lo que ha recibido de su Padre"
(Instituciones, II, 15,4). Por eso, toda vez que omos de Cristo como armado
con poder eterno, recordemos que la perpetuidad de la iglesia est segura en
esta proteccin. Por lo tanto, en medio de la violenta agitacin con la que es
continuamente atribulada, en medio de las tormentas terribles y peligrosas que
la amenaza con innumerables calamidades, ella an sigue firme (Instituciones,
II, 15,3). Calvino expresa un acento similar en su tratamiento del oficio
proftico de Cristo. Porque: ... Recibi uncin no solamente para s mismo,
para poder ejecutar su oficio de enseanza, sino para todo su cuerpo para que

el poder del Espritu pueda estar presente en la continuacin de la predicacin


del evangelio. (Instituciones, 11,15,2) Consistente con esta lnea de
pensamiento, Calvino concluye su discusin del oficio mediador de Cristo
diciendo:
... Cristo cumple el rol sacerdotal, no solamente para que el Padre sea
favorable y propicio hacia nosotros mediante una ley eterna de reconciliacin,
sino tambin para recibirnos corno sus compaeros en este gran oficio (Ap.
1:6). Porque nosotros, que en nosotros mismos estamos contaminado, no
obstante, en l somos sacerdotes, ofrecindonos a nosotros mismos y todo
nuestro ser a Dios, entrando libremente al santuario celestial para que los
sacrificios de oraciones y alabanzas que traemos sean aceptables y de olor
fragante delante de Dios. (Instituciones, 11,15,6) A lo largo de todo un captulo
(Instituciones, II, 12) que Calvino dedica a la pregunta Cur Deus horno? ("Por
qu se hizo hombre Dios?"), Cristo aparece corno el "ltimo Adn" nicamente
"para tornar el lugar de Adn." Al sostener de esa manera que Cristo restaura
al hombre en su triple oficio, Calvino afirma reflexivamente el estado original
del hombre corno oficial en el mundo de Dios. Esta teologa del oficio,
inaugurada por Calvino, fue desarrollada luego en el movimiento neo-calvinista
ocurrido alrededor de principios de este siglo. En sus conferencias de Princeton
en 1898 Kuyper expone las perspectivas de cosmovisin de nuestro oficio
universal discutiendo "las tres relaciones fundamentales de toda la vida
humana." Segn Kuyper el oficio implica relacionalidad. Las tres relaciones
bsicas que otorgan estructura y contexto al oficio que nos ha sido otorgado en
la creacin corno seres humanos (ahora cados y redimidos) pueden ser
definidos teolgica, sociolgica y cosmolgicamente. Antes que nada somos
siervos de Dios; en segundo lugar, somos guardianes de nuestra comn
humanidad (incluyendo nuestras propias vidas); finalmente, tambin somos
mayordomos de las multiformes riquezas del resto del cosmos. Por eso,
teolgicamente, oficio implica servicio a Dios; sociolgicamente implica el
cuidado propio de guardianes; y cosmolgicamente implica mayordoma
(Conferencias sobre Calvinismo, pgs. 19 ss.). La Escritura ofrece una amplia
variedad de trminos mayormente intercambiables que, tomados en su
conjunto, forman la base de la idea bblica de oficio. Entre ellos, tal vez
oikonomos ("mayordomo," literalmente "persona encargada de la casa")
ofrezca la mejor suma de los diversos usos equivalentes en hebreo y griego
(compare Lc. 16:2, donde se ordena al "mayordomo infiel": "Da cuenta de tu
mayordoma," literalmente "de tu administracin de la casa," ver tambin Lc.
12:42). Corno lo expresa Paul Schrotenboer: En el sentido ms amplio, la idea
de oficio se refiere a la administracin por parte del hombre de. todo el mundo
que Dios le ha dado para su administracin. El relato de la creacin afirma
claramente que Dios puso al hombre sobre el mundo para gobernarlo en
obediencia a su Hacedor. Que el hombre, como vice-regente de Dios, sea el

administrador del mundo no es una mera nocin de la gente antao, de gente


ms primitiva; este concepto fue la esencia de la fe del pueblo hebreo de
Dios que tom la idea de la revelacin divina. (El Hombre en el Mundo de Dios,
pg. 4) Estar en el oficio es algo intrnseco al hecho de ser humano. Es ms que
una mera funcin. Es un asunto de identidad personal y comunal. El oficio no
es asunto de eleccin. Es un hecho que define nuestra humanidad misma.
Tener un oficio en el mundo de Dios es algo intrnsecamente nuestro. Cuando
se trata de la diferenciacin entre este oficio genrico y la variedad de oficios
vocacionales, obviamente se involucran decisiones (por ejemplo, si ejercer el
oficio de "cuidar ovejas" como en el caso de Abel, o de "labrar la tierra," como
en el caso de Can). Adems hay una cierta diferenciacin de tareas
incorporada en el mismo orden ntico de la creacin (por ejemplo, ser madre y
ser padre respectivamente, como en el caso de Eva y Adn). Pero subyacente a
estas diferencias de llamado hay una solidaridad fundamental de oficio que
rige genricamente para toda la humanidad. Porque corporativamente todos
estamos colocados bajo la obligacin de ser siervos, guardianes, y
mayordomos. Estructuralmente el carcter de nuestro oficio comn humano
(dado en Adn, restaurado en Cristo) implica un rol mediador. Estar en el oficio
significa ocupar una posicin intermedia, una posicin en relacin. Estamos
ubicados tanto debajo como encima, es decir, debajo de Dios y encima del
resto de la creacin. Consecuentemente somos responsables tanto ante como
de, es decir, responsables ante Dios, y responsables de las cosas que han sido
confiadas a nuestro cuidado. Como personas en oficio somos vicarios y
representantes de nuestro Hacedor, llamados a cuidar la tierra, protegerla,
abrazar nuestro mandato cultural y manejar los asuntos del mundo de Dios en
favor de l. Expresado de manera diferente, la idea bblica del oficio abre
nuestros ojos a las tres perspectivas bsicas referidas a la vida. Primero, todo
ejercicio del oficio se apoya en la autoridad divinamente delegada. Esto tiene
vigencia para nuestro oficio comn, genrico como seres humanos. Adems
rige en la misma medida para toda la gama de diferentes avenidas de servicio
por las que nuestro oficio corporativo toma una hueste de expresiones
concretas, tales como ser padres, cultivar, atender el hogar, negociar, estudiar,
legislar, ser periodista, y todo lo dems. En ninguno de los oficios podemos
actuar por cuenta propia. Porque el oficio no es un derecho sino una tarea
encomendada, algo que nos ha sido otorgado. No debemos actuar
autnomamente, sino como representantes del Dador de cada tarea
perteneciente al oficio. Aqu, como siempre, es cierto que "nada hemos
obtenido, sino lo que hemos recibido." Lo que Jess dijo a Pilato rige para todo
oficio en la vida: No tendras autoridad alguna sino te fuere dada desde arriba
(Jn. 19:10-11). Consecuentemente, todo oficio terrenal solamente tiene
autoridad limitada, primeramente por la soberana de Dios que lo abarca todo,
y limitada tambin por la jurisdiccin coexistente y proexistente de otros oficios
en la sociedad. Segundo, la idea bblica de oficio involucra responsabilidad.

Como criaturas responsivas somos responsables de la manera en que


administramos nuestro
oficio(s). Ante quin se debe esta responsabilidad? Por supuesto, existen
autoridades terrenales, a quienes debemos responder en ciertas y
circunscriptas maneras; pero la responsabilidad ltima es para con el Rey de
reyes y Seor de seores. Tercero, el oficio es para servir. Usar el oficio para
prestigio o promocin personal, para auto-gratificacin o autoengrandecimiento, es una distorsin de la idea bblica de oficio. Malas prcticas
de esa clase son una afrenta a nuestros semejantes como imgenes de Dios.
Rompe el tejido divinamente establecido de las relaciones humanas. Por eso,
quienes estn investidos de autoridad deben demostrar sus calificaciones para
ejercer el oficio. Esa confianza tiene que ser ganada. Pero cuando el oficio
resulta en prejuicio, el oficial a cargo niega su derecho de ejercer autoridad. En
tal caso es tiempo de hacer imputaciones, remocin del cargo, o despidos.
Porque brindar un servicio obediente, los padres en bien de sus hijos, los
pastores en bien de los miembros de la congregacin, los gobernantes en bien
de los ciudadanos, es esencial al ejercicio del oficio. Este concepto bblico de
oficio sirve como fuente de incontables bendiciones. Tambin ayuda a evitar
serios daos en la sociedad. Por un lado acta como contencin de tendencias
totalitarias, sean polticas, econmicas o eclesisticas. El mensaje bblico de
autoridad, libertad, y servicio desafa a todo poder tirano que intenta oprimir la
libre expresin de otros legtimos oficios humanos. Por otro lado tambin ayuda
a evitar las tendencias que procuran igualar a todos. En contra de modernos
movimientos democratizantes que tratan de borrar patrones divinamente
ordenados de rango y orden en las comunidades humanas (tales como padres
e hijos, maestros y estudiantes) el concepto bblico de oficio honra la
diversidad de dones y llamados que Dios ha distribuido entre los hombres, sin
dejar de afirmar la igualdad fundamental de todos los hombres ante el rostro
del Seor. II. 9. El Hombre Total: Cuerpo/Alma Cmo fuimos constituidos por
la mano de Dios? Cul es nuestra constitucin? Aparentemente, tarde o
temprano, toda discusin seria de la naturaleza humana gravita en direccin a
este tema crucial. La eleccin que encaramos bsicamente est entre un
concepto holista y un concepto dualista del hombre. Somos cuerpo y alma? O
cuerpo, alma y espritu? O existe una manera mejor de entender la unidad en
la diversidad que hace de nosotros lo que somos? Existe una unidad esencial
referida a nuestras vidas? Y si es as es la totalidad simple, igual a la suma de
sus partes, o acaso es de alguna manera mayor que todas sus partes? Durante
casi 2,000 aos estos problemas han perseguido a la comunidad cristiana, con
consecuencias muy desestabilizantes. Las influencias deformantes de la
filosofa griega sobre la religin cristiana y su teologa en ninguna parte han
cobrado impuestos tan pesados como en el rea de la antropologa. A partir de
la funesta sntesis greco-romana del segundo siglo, las teoras dicotomistas
han dominado el pensamiento y la prctica cristiana, surgiendo la tricotoma

como versin ms refinada de la dicotoma. Con Fowler tenemos que reconocer


que "la teora de dos componentes de la persona humana es una idea ajena a
la Biblia,
que la tradicin cristiana introdujo a la Escritura .... Es una intrusin corruptora
de filosofa pagana en el pensamiento cristiano y un serio impedimento para
experimentar la plena riqueza del evangelio" (Sobre Ser Humano, pgs. 3-4).
Una versin melodramtica de tales antropologas bipartitas nos llega a travs
de una historia de Thomas Mann en su libro Jos el Proveedor. En el comienzo,
segn dice su relato mitolgico, Dios cre dos clases distintas de existencia
para lo creado, es decir, seres espirituales, los ngeles, y el reino material de la
creacin no humana. Y todo iba bien. Porque lo espiritual y lo material gozaba
de una coexistencia pacfica en un estado de cosas con separacin entre lo uno
y lo otro, nada mezclado y nada diluido. Pero entonces, conforme a la leyenda
de Mann, Dios decidi crear un tercer tipo de ser, el hombre. El hombre sera la
combinacin de un alma espiritual y un cuerpo material. Los ngeles lo miraron
con espanto. Pasmados ante este extrao proyecto expresaron su vigorosa
desaprobacin. Semejante ser hbrido de alma y cuerpo estara destinado al
desastre. No era factible. Constitua una mezcla inestable. Pero, segn se
desarrolla el drama, Dios siempre tiene razn, de modo que procedi
resueltamente con su absurdo plan. El hombre apareci sobre la escena, una
criatura divina, parcialmente cuerpo y parcialmente alma. Como una profeca
que se cumple en s misma no tard mucho en producirse la inevitable
calamidad, tal como los ngeles lo haban predicho. El hombre no logr pasar la
prueba. Su naturaleza hbrida se descompuso. Ante esto los ngeles se
dirigieron a Dios en actitud de "te lo dijimos antes." Pero aun entonces, Dios,
tozudamente se rehus abandonar este imposible experimento. Se dispuso
entonces a restaurar esta monstruosidad cada llamada hombre. Indignados
ante tal obstinacin divina los ngeles finalmente se rebelaron y as el pecado
y el mal descendieron al mundo. Por supuesto, la historia del hombre es un
trozo increble de ficcin metahistrica. Corporiza, tal vez en una medida
mayor a la que estemos dispuestos a admitir, motivos dudosos que en forma
muy adecuada exponen los conceptos dualistas de la humanidad tan
prevalecientes en el cristianismo occidental. Los pensadores cristianos tomaron
prestado de sus antepasados griegos la nocin de la superioridad de lo
espiritual sobre lo fsico, de la mente sobre la materia. Las funciones corporales
pertenecen a un orden inferior de la realidad, inferior a los pos ejercicios del
alma. Muchos pensadores cristianos (entre ellos Calvino) sucumben ante la
idea helenista de que el cuerpo es la "prisin" del alma. Siguiendo este modelo
esquizoide del hombre, los cristianos conscientes fueron exhortados a
subyugar el cuerpo, rechazando la alimentacin, el matrimonio, la proteccin y
las alegras normales de la vida en sociedad en favor de disciplinas espirituales
tales como la auto-negacin asctica, el celibato, y las privaciones del orden
monstico y de la vida ermitaa. No solamente se usaron tales conceptos

dualistas de la realidad como base para las antropologas, sino tambin para
dar rango a las instituciones y vocaciones dentro de la comunidad cristiana. La
iglesia, dedicada al cuidado espiritual y destino eterno de las almas, supera al
estado, que solamente atiende los intereses terrenales y temporales de la
existencia corporal. Dentro de la iglesia misma el clero representa el alma y el
laica do el cuerpo de los
creyentes. Un llamado al seminario es ms santo que procurar una carrera
poltica. Las universidades bblicas tienen un elemento espiritual que es
superior al de las universidades cristianas de arte liberal. El evangelismo es un
claro mandato cristiano, mientras que la accin social cristiana es, en el mejor
de los casos, una opcin. Inclusive los dos enemigos mortales,
fundamentalismo y liberalismo, concordaron en aceptar este dualismo de
cuerpo/alma como punto de partida, aunque, despus de ese origen se
movieron en direcciones diametralmente opuestas. En efecto, Acaso hay
alguna tradicin cristiana que haya permanecido inmune a estos conceptos no
bblicos del hombre? Como un hijo de su tiempo, educado en la tradicin
humanista de su da, Calvino, igual que sus contemporneos, fue incapaz de
librarse completamente de las cadenas que prevalecan las antropologas de la
Edad Media. Platn era una parte demasiado importante de su mundo de
pensamiento. Por eso el concepto que Calvino tena del hombre representa el
elemento menos reformado en su teologa. En efecto, Calvino rompe con la
nocin medieval de una cada parcial, y por eso tambin de una redencin
parcial. En cambio, sostena que todo el hombre es creado bueno, que el
hombre todo es vencido por el pecado, y que, consecuentemente, todo el
hombre tambin es redimido en Cristo. Por eso, direccionalmente, su
antropologa es reformada, pero estructuralmente sigue siendo no reformada.
Porque al referirse a las cuestiones del cuerpo y del alma, y de las facultades
del alma, expone su dependencia de las filosofas helenistas, tomando
prestados sus conceptos del hombre a quien considera un "microcosmos"
dentro del mundo, en el cual el cuerpo es "la prisin" del alma. Esas
construcciones dicotomistas fueron aceptadas luego como dogma en las
teologas de la moderna tradicin escolstica protestante. Al combatir un
tomismo resurgente, los pensadores post-reformados decidieron atacar al
enemigo con sus propias armas, es decir, con los conceptos y categoras de
anlisis tomados del arsenal greco-romano tan familiar al cristianismo
medieval. Por eso, metodolgicamente, esas antropologas representan
intentos de echar vino protestante en botas catlico-romanas. En crculos
contemporneos reformados Luis Berkhof se destaca como un exponente
maduro de esta venerable tradicin en la ortodoxia protestante. Su
antropologa refleja claramente esta tradicin escolstica. En ella lucha con el
problema de cmo hacer justicia tanto a la unidad como a la dicotoma que
definen al hombre. Berkhof sostiene que la Escritura "mientras indica que hay
dos elementos en el hombre, no obstante, acenta la unidad orgnica del

hombre." Adems, "sta es reconocida a lo largo de la Biblia." Resaltando


nuevamente la unidad de la naturaleza humana, afirma: Mientras reconoce la
naturaleza compleja del hombre, (La Escritura) nunca lo representa como algo
que resulte en un doble tema respecto del hombre. Todo acto del hombre es
visto como acto del hombre todo. N o es el alma, sino el hombre quien peca; no
es el cuerpo, sino el
hombre quien muere; y no es meramente el alma, sino el hombre, cuerpo y
alma, quien es redimido por Cristo. Al mismo tiempo Berkhof afirma que "la
representacin prevaleciente de la naturaleza del hombre en la Escritura es
dicotomista." Comentando sobre la relacin entre almay espritu, rechaza la
distincin tricotomista entre los dos, puesto que "un estudio cuidadoso de la
Escritura muestra claramente que hace un us intercambiable de las palabras.
Ambos trminos denotan el elemento superior o espiritual en el hombre, pero
contemplndolo desde diferentes puntos de vista." Por eso Berkhof concluye
afirmando que "se puede decir que el hombre tiene espritu, pero es alma. Por
eso la Biblia seala a dos, y solamente a dos, elementos constitutivos en la
naturaleza del hombre, es decir, cuerpo y espritu o alma. Esta representacin
escritural tambin est en armona con la conciencia que el hombre tiene de s
mismo" (Teologa Sistemtica, pgs. 191-96). Este anlisis antropolgico
tradicional, pero en gran manera ambivalente, ya no es aceptado como autoevidente. Porque desde mediados del siglo ha surgido un nuevo consenso.
Basando sus conceptos en renovados estudios bblicos como en el trabajo
hecho en filosofa cristiana y las ciencias humanas, los pensadores cristianos
comenzaron a enfocar, como nunca antes, la idea de la globalidad del hombre.
Paulatinamente fue creciendo el reconocimiento de que las Escrituras no nos
presentan un concepto dualista (o tricotomista) del hombre. En cambio, nos
vemos a nosotros mismos reflejados all como seres humanos de una pieza.
Este discernimiento es corroborado por descubrimientos de estudios
antropolgicos en diversas ramas del aprendizaje. La conciencia humana, la
experiencia diaria, y muchas otras reflexiones referidas a nuestra naturaleza
creada testifican de la unidad fundamental que pervade todas nuestras formas
de ser humanos. Los conceptos holistas reemplazaron gradualmente los
conceptos dualistas ms antiguos. Los trminos convencionales, usados
durante mucho tiempo para designar las partes supuestamente superiores e
inferiores del hombre, aunque eran tomados de las Escrituras, fueron
moldeados, no obstante, por el pensamiento helenista. Adems no logran
demostrar en forma convincentes que hombre consiste de dos partes. Porque
todo este cuerpo de conceptos bblicos, es decir, "cuerpo," "alma," "hombre
interior," "hombre exterior," "carne," "corazn," "espritu," seala al hombre
total visto desde diferentes puntos de vista. Este reconocimiento de la unidad
de todo el hombre, centrada en el corazn, en toda la rica diversidad de sus
muchas relaciones vitales no est totalmente ausente de las antropologas ms
tradicionales. Porque ninguna persona, de ninguna era, puede conformarse

totalmente con una auto-imagen dualista, o una teora de personalidad


dividida. Todos los hombres anhelan algn sentido de totalidad, integridad y
coherencia en la vida. Generalmente, como en Louis Berkhof, esto conduce a
una afirmacin de la unidad-en-la-dualidad. Pero el mero decirlo, no hace que
as sea. Porque los puntos de partida dualistas (cuerpo y alma) resisten las
conclusiones unificadas (el humano como un todo).
A pesar de sus buenas intenciones, el resultado es lo que Berkouwer llama una
"unidad ficticia." Lo que sigue es su manera de presentar el caso: La forma
ms controvertida de dicotoma en la teologa es aquella que presenta al
hombre como compuesto por dos sustancias, cuerpo y alma. Esta idea, de la
que se afirma que hay apoyo en la Escritura, no implica de mnima manera un
dualismo, una tensin polar. Ms bien, la intencin es mostrar la unidad del
hombre a pesar de, o mejor dicho, en, esta dualidad, llamando la atencin a
alguna relacin que, cualquiera sea la forma de describirla ms precisa y
definidamente, une a alma y cuerpo. Pero afirmar meramente tal dualidad-enla unidad no significa que realmente tengamos una unidad. Siempre sigue en
pie la pregunta si esta dualidad en la unidad no es construida as para que la
tensin entre ambos trminos, la imposibilidad de unirlos, se haga
inequvocamente clara; y si en realidad, los dos trminos, que al principio estn
separados por un dualismo no son unidos en forma ilegtima en una unidad
ficticia. (El Hombre: La Imagen de Dios, pgs. 212) Para aquellos de nosotros
que en virtud de toda una vida de entrenamiento nos hemos acostumbrado a
vivir nuestras vidas en trminos del concepto tradicional dicotomista del
hombre, este concepto bblico reformulado del hombre total, al principio nos
puede parecer desconcertante. Parece ser tan indiscutidamente natural
entender las referencias bblicas al alma como significando la parte superior,
espiritual, de nosotros, y el cuerpo como la parte inferior, ms mundana. De
qu otra forma sera posible leerlas? Por supuesto, esa forma de leer tiene
sentido para una cosmovisin dualista. Pero es esta la nica o mejor manera
de leer la Escritura? Realmente hace justicia el modelo dicotomista del
hombre a lo mejor de las hermenuticas bblicas dentro de la tradicin
reformada? Quiz hemos ledo la Escritura con lentes bifocales. Esa prctica
insana forzosamente tiene que producir imgenes visuales de tipo dualista. Sin
embargo, esas impresiones distorsionadas residen en la visin del que observa,
no en el texto. Una vez que comprendamos esto podemos dejar atrs esos
conceptos dualistas convencionales como ilusiones pticas. Despus seremos
libres para reemplazar estos lentes bifocales, gastados por lentes de un foco.
La Escritura ciertamente est abierta a esta posibilidad. Hernian Ridderbos es
de gran ayuda en abrir este terreno nuevo mediante su cuidadoso estudio de
las epstolas paulinas. Su conclusin es que el "hombre es en la totalidad de su
existencia, 'cuerpo. Al tratar las relaciones entre "cuerpo" y "carne," sostiene
que si bien el lector "no debe perder de vista los diferentes puntos de vista
desde los que ambas descripciones consideran al hombre en su modo de

existencia terrenal," debe recordar que esos trminos "son usados


sinnimamente para describir la totalidad del hombre en su existencia
temporal corporal." "Cuerpo," en un uso paralelo a "alma" y "espritu" se refiere
al "modo concreto de existencia, coexistencia del hombre con el hombre
mismo." Adems
enfatizando esta perspectiva antropolgica unitaria, Ridderbos afirma que un
examen minucioso del uso paulino revela que "cuerpo" y "carne" no son vistos
como "las partes 'constitutivas' externas del hombre, como la caja material del
hombre real, interior, sino ms bien para denotar al hombre mismo conforme a
ciertos modos de su existencia." Adems, "el hombre no solamente 'tiene' un
lado exterior y otro interior, sino que es, como hombre, tanto 'exterior' e
'interior'; [el hombre] existe tanto de una manera como de la otra." Est claro,
entonces, que "cuerpo" no debe ser entendido como separado del hombre en
s, como si fuera solamente el rgano material/sensorial: el hombre no
solamente 'tiene' un cuerpo, sino que es un cuerpo" (Pablo: Un Bosquejo de su
Teologa, pgs. 115-18). Acentuando el mismo concepto holista del hombre
desde otro punto de vista, F.H. von Meyenfeldt dice: Cada pulgada del hombre
es "alma"; y cada pulgada de "alma" es hombre. Esto significa que el "alma" no
es un algo vago y sombro, sino que el "alma" es la sangre y necesita el
espacio vital de nuestra buena tierra. Denota nuestra existencia terrenal
concreta y emocional. ("El significado del Antiguo Testamento de Corazn y
Alma," en Hacia un Concepto btblico del Hombre, Arnold De Graaff y James H.
Olthius, pg. 74) Consecuentemente un concepto dicotomista del hombre se
contradice con nuestra experiencia de la vida puesta a la luz de la Escritura.
"Cuerpo" no es algn "equipaje animal" que hemos trado desde un pasado
primitivo. No somos meramente "almas incorporadas" ni "cadveres
animados." La naturaleza humana no est compuesta de un cuerpo mundano,
de alguna manera unido a un espritu superior. Ms bien, todas nuestras
maneras de ser humanos son totalmente corporales y al mismo tiempo
totalmente espirituales. Es imposible decir donde termina la vida corporal y
comienza la vida espiritual. Porque no solamente conducir un automvil y
tipear una carta son expresiones corporales, sino que soar, reflexionar
racionalmente, imaginar creativamente tambin involuera impulsos corporales.
Una risa estridente proviene de la alegra interior. Las lgrimas saladas brotan
de un alma en angustia. Pensamientos pecaminosos pueden contaminar a una
persona tan concretamente como los hechos de fornicacin (Mt. 5:28).
Actitudes de odio pueden matar con tanta seguridad como balas y gas metano
(Mt. 5:22). Una educacin humanista-secular puede destruir la vida en forma
tan definitiva como el conductor que embiste y escapa. Toda la conducta
humana, en sus dimensiones ms profundas como en espectro total de sus
manifestaciones externas, es, en todas partes, y siempre, totalmente corporal
y plenamente espiritual. En las palabras de Bavinck: la naturaleza de la unin
de alma y cuerpo es incomprensible; pero es ms integral de lo que suponen

las teoras del ocasionalismo, de armona preestablecida, o interpretaciones


sistemticas; no es moral, sino substantivo; es tan ntima que una sola
naturaleza, un solo yo, es
el sujeto de ambos en todas sus actividades. (Gereformeerde Dogmatiek, Vol.
11, pg. 521) Gilkey tambin acenta la integralidad de la naturaleza humana
dentro de la perspectiva cristiana, contrastando esto con ambas perspectivas,
el concepto moderno naturalista/secularista del hombre y el concepto clsico
pagano del mundo antiguo. As es como expone su caso: En la religin
bblica ... la existencia no es vista como una divisin por la mitad entre un
principio ordenador significativo y un principio dinmico y material carente de
sentido. Ms bien, conforme a la idea cristiana de la creacin, cada ser finito
fue llamado a existir en todos sus aspectos por la voluntad de Dios llena de
propsito. De esa manera toda faceta de una entidad y todo factor significativo
en la vida del hombre, es potencialmente creativo y est esencialmente
involucrado en todo cuanto implique la vida humana realizndose. Lo divino ya
no est relacionado a uno de los elementos de la existencia, reduciendo as el
valor de los otros. Ms bien, lo divino es la fuente de todos los aspectos del ser,
de manera que todos comparten su valor .... As que, como opuestos a los
escritores paganos contemporneos, los cristianos insistieron en que el hombre
todo incluye cuerpo y tambin alma, y solamente sera "salvado" dentro del
cuerpo y no por la prdida del mismo .... Por eso, el problema bsico de la vida
ya no fue lograr la victoria de un factor de la naturaleza humana sobre el
otro .... Como resultado de la reinterpretacin de la existencia, la unidad, la
realidad, y el significado de cada existencia individual, son afirmados por
primera vez en forma plena y poderosa. (Hacedor del Cielo y de la Tierra, pgs.
168-69) Consecuentemente el hombre no es "parcialmente esto" y
"parcialmente aquello," es decir, parcialmente cuerpo y parcialmente espritu,
segn sostienen los dicotomistas. La tricotoma solamente agrega al problema
insertando un tercer factor, en este caso el alma, a efectos de establecer una
medida de armona entre los otros dos factores mutuamente enemistados,
espritu y cuerpo. Ningn anlisis de partes referido a nuestra humanidad
suena veraz ante nuestra experiencia cotidiana. La aoranza, que en el fondo
es una desorientacin interior, puede tener devastadoras consecuencias
corporales. De igual manera, un dolor de muela puede desencadenar una
severa depresin. Jams ninguna de las alegras o de los pesares de la vida han
sido puramente espirituales o puramente corporales. Esta realidad creacional
es reconocida en forma creciente en la prctica de la medicina holista. Y un
anlisis de la naturaleza humana enfocada com parte/parte tampoco
concuerda con el concepto, bblicamente enfocado, del hombre. Tales
discernimientos pueden dar reposo, de una vez para siempre, a todos los
estriles dilemas que nos han sido impuestos por antropologas dicotomistas y
tricotomistas. Porque el hombre es una unidad en diversidad, no una coleccin

de partes. Existe un carcter integral de totalidad en el ser humano que va


ms
profundo que la suma de nuestras pocas o muchas partes. Como dice E. Ladd,
cuerpo, alma, y espritu son "diferentes formas de ver al hombre todo" (Una
Teologia del Nuevo Testamento, pg. 457). Antropologas tradicionales bipartitas
y tripartitas, violan este carcter fundamental de unidad de la naturaleza
humana, como que tampoco hacen justicia a nuestras formas ricamente
diversificadas de ser humanos. Funcionamos en ms que dos o tres, o incluso
cuatro formas ("corazn y alma, y mente y fuerza"). Tales conceptos bblicos no
proveen categoras para partir a la naturaleza humana en compartmentos.
Ms bien son puntos de vista misteriosamente variados, del hombre todo, que
enriquecen la vida. Toda vez que esta perspectiva unificada es eclipsada, la
vida de la comunidad cristiana sufre heridas profundas y duraderas. Tal es el
caso con la teora de la inmortalidad del alma. Esta doctrina contradice el
concepto bblico del hombre todo en su relacin con Dios, el prjimo, y el
cosmos. Es ms griego que cristiano. Porque una vez ms presupone una
antinomia esencial entre alma y cuerpo. Esta teora helenista, importada a la
teologa cristiana, representa un ataque a la integridad de la obra de nuestro
Hacedor al crear al hombre como un todo, tanto corporal como
espiritualmente, bueno y recto en su imagen. Porque implica una denigracin
del cuerpo mientras sugiere un estado semideificado para el alma. Aboga por
la mortalidad natural del cuerpo y la inmortalidad espiritual del alma. Lo que
est en juego no es la continuacin de la vida humana, sino cmo explicarla. El
enfoque bblico es radicalmente diferente. Porque la Escritura habla de vida
eterna para el hombre todo, no de la supervivencia de un alma que dura para
siempre. y no habla de un cuerpo mortal y de un alma inmortal, sino de una
restauracin escatolgica de todo el hombre resucitado a gloria. Oscar
Cullmann lo expresa bien: ... La doctrina griega de la inmortalidad y la
esperanza cristiana en la resurreccin difieren tanto porque el pensamiento
cristiano tiene una interpretacin tan radicalmente distinta de la creacin. La
interpretacin juda y cristiana de la creacin excluye todo el dualismo griego
de cuerpo y alma .... Para los conceptos de cuerpo, alma, carne, y espritu
(para mencionar solamente stos), el Nuevo Testamento ciertamente usa las
mismas palabras que los filsofos griegos. Pero ellas significan algo totalmente
distinto .... Por cierto, el Nuevo Testamento conoce las diferencias entre cuerpo
y alma, o ms precisamente, entre el hombre interior y el exterior. Sin
embargo, esta distincin no implica oposicin, como si por naturaleza uno
fuese bueno y el otro, por naturaleza, malo. Ambos van juntos, ambos son
creados por Dios. El hombre interior sin el exterior no tiene una existencia
propia, plena .... [De modo que] ambos, cuerpo y alma, son originalmente
buenos, en el sentido de haber sido creados por Dios; ambos son malos en el
sentido de que el poder mortal de la carne tiene control sobre ellos.

("Inmortalidad del alma, o resurreccin del cuerpo? El Testimonio del Nuevo


Testamento," en Cristo y el Tiempo, pgs. 66-71)
Regin Prenter agrega ms apoyo a esta antropologa holista afirmando a modo
de resumen que, "las palabras bblicas 'alma' (espritu) y 'cuerpo' cubren,
juntos y separadamente, todo aquello que hemos descrito como la naturaleza
del hombre." En los siguientes trminos presenta su caso: El alma es una
forma del ser total del hombre, incluyendo su cuerpo, en efecto, uno casi
podra decir que incluye especialmente al cuerpo. La semejanza y las acciones
del hombre constituyen sobre todo lo dems el cuadro de su alma. El alma no
es una facultad formal en el hombre, por ejemplo, la capacidad de conocer,
sentir, tener voluntad. Sino el alma es el contenido concreto del hombre, su ser
factual que se expresa a s mismo en todo lo que es y dice y hace .... Por eso el
cuerpo no es otra parte o rea en el hombre adems de su alma. El cuerpo o
corporalidad es la naturaleza peculiar del alma humana. El alma humano se
manifiesta a s misma en el cuerpo. Refirindose a los trminos antropolgicos
claves del Nuevo Testamento, Prenter prosigue para decir que "Pablo un
israelita tan acabado que en sus patrones de pensamiento las diversas
expresiones que usa para describir al hombre, es decir, cuerpo, alma, espritu,
no designan otras tantas partes o substancias existentes en el hombre, sino al
hombre en su totalidad, visto desde diferentes puntos de vista" (Creacin y
Redencin, pgs. 272-74). Este concepto integralmente coherente en cuanto a
la unidad dentro de la diversidad que es el hombre tambin puede servir para
poner un fin a la prolongada controversia referida al origen del alma. Desde los
tiempos antiguos en adelante los pensadores, cristianos rechazaron
prcticamente en forma unnime la teora griega de la preexistencia. Segn
este concepto, en la versin adoptada por los cristianos, Dios en el comienzo
cre, por as decirlo, un depsito de almas. Luego, a lo largo de la historia, de
generacin en generacin, y con la procreacin de cada nueva persona, Dios
toma de esta provisin preexistente de almas un alma adecuada para cada
nuevo ser humano que se forma para implantarlo en el respectivo cuerpo a
medida que este se va haciendo. Este concepto es tan extremadamente
especulativo, tan crasamente dualista, tan ajeno a las sensibilidades cristianas
que nunca logr un nmero considerable de seguidores. Por eso el conflicto se
centr en otros dos conceptos, presumiblemente ms compatibles con la fe
cristiana. Por un lado est la teora conocida como traducianismo. Conforme a
los traducianistas las almas tanto como los cuerpos son pasados de padres a
hijos en el proceso de procreacin mediante una especie de divisin de
substancias. De acuerdo a este concepto horizontalista, hereditario de la
historia humana, los padres imparten a sus hijos tanto cuerpo como alma,
otorgando credibilidad a antiguo adagio "como el padre, as el hijo." En
contraste con este concepto est la teora creacionista que intenta explicar el
origen del alma apelando a un serie ininterrumpida de actos creadores por
parte de Dios. Conforme a este concepto verticalista, en algn punto del

proceso entre la concepcin y el nacimiento Dios interviene para crear un alma


nuevo para cada
persona nueva, implantando esta alma en el cuerpo durante el proceso de
formacin. A partir del segundo siglo los pensadores cristianos se pusieron de
uno y otro lado de esta constante controversia. El debate contina an en
nuestros tiempos, es decir, al menos hasta recientemente, con pocas
perspectivas de apaciguarse. El traducianismo es considerado como de
orientacin hacia el hombre, el creacionismo como orientado hacia Dios.
Tradicionalmente el luteranismo se ha inclinado hacia el primero, el catolicismo
y calvinismo hacia el segundo. Louis Berkhof, por ejemplo, discute
prolongadamente los muchos e intrincados argumentos a favor y en contra de
ambas posiciones. En su conclusin afirma que si bien "los argumentos de
ambas partes son bien balanceados," y que por eso muchos han tenido
"dificultad en escoger entre los dos" puesto que la evidencia escritural
difcilmente puede ser tildada de conclusiva en ninguna de las partes"
obligando por ese motivo a "hablar con cautela del tema," no obstante, "nos
parece a nosotros que el creacionismo merece la preferencia ... "(Teologa
Sistemtica, pgs. 200-201). Mirando hacia atrs a siglos pasados de acalorado
debate sobre este tema, tal vez este sea un tiempo apropiado para tomar
distancia y preguntar si realmente existen razones ineludibles para participar
de la querella, o incluso para aceptar este problema heredado como una
afirmacin legtima del tema cuerpo y alma. Como lo expresa Berkouwer:
"Acaso es necesario que una crtica del antiguo creacionismo conduzca
ineludiblemente a la aceptacin del traducianismo? Es el dilema, as
formulado, un autntico dilema? Es imprescindible escoger una u otra
posicin, sin que se abra una tercera posibilidad ante nosotros?" El, junto con
otros, sostiene que existe una autntica alternativa, es decir, un concepto
bblicamente holista del hombre, a cuya luz un "rechazo del dilema
[mencionado arriba] no es una prdida, sino una ganancia. Porque "dados los
conceptos dualistas, compartidos ambos, resultaba imposible que uno
convenciera al otro" y mucho menos apelando a la Escritura. Porque en ella
leemos de un carcter de totalidad constitucional que marca tanto nuestro.
origen como la continuacin de nuestra existencia, un carcter de totalidad
que encuentra su fuente en la relacin profundamente religiosa de una total
dependencia del Dios por quien somos "hechos asombrosa y
maravillosamente" (Sal. 139: 14). "No hay ciencia ni teologa," sigue diciendo
Berkouwer, "que pueda develar para nosotros este misterio del hombre."
Tenemos que aprender a pensar ms bibliolgicamente con referencia a lo que
somos. En este sentido tanto los creacionistas como los traducianistas estn en
deuda. Porque ambos falllan en honrar la unidad de cuerpo-y-alma que marca a
la vida humana desde la concepcin, a travs del nacimiento, y despus desde
la cuna hasta el sepulcro. Un esmerado examen del traducianismo revela que
en realidad parte de las mismas presuposiciones que el creacionismo. Esto

queda demostrado por el hecho que el traducianismo, tanto como el


creacionismo, se concentraron en el origen del alma como una entidad
separada, presuponiendo as, como su oponente, una dualidad ntica de
cuerpo y alma. Porque, dice Berkouwer, en realidad,
... el creacionismo y el traducianismo en realidad estaban ms cerca uno del
otro de lo que antes se pensaba. Quiz fue precisamente por ese motivo que
cada posicin le resultaba tan difcil convencer a la otra. Una posicin no
hallaba el camino a la otra porque ambas vean el problema del origen del
alma desde el mismo punto de vista: el origen del alma como sustancia
espiritual - que de alguna manera coexiste con el cuerpo como una substancia
material independiente. (El Hombre: La Imagen de Dios, pgs.305-307) Los
conceptos dualistas de la naturaleza humana, tambin crean dilemas
insuperables, sin mencionar las innecesarias complicaciones, de referirse al
urgente interrogante contemporneo sobre el aborto. Si se asigna una
separacin de alguna clase entre cuerpo y alma, si adems se considera a la
personalidad humana como impensable aparte de una existencia espiritual,
entonces surge el interrogante Cundo se convierte el feto en una persona?
En qu momento se une el alma con un el cuerpo? Durante el primer
trimestre, o el segundo, o el tercero? Nos quedamos entonces con dilemas
antropolgicos que no tienen solucin. Y lo que es peor, quedamos como
horrendamente culpables delante del Dador de la vida humana a causa de
imperdonables violaciones al derecho de nacer de los no nacidos. Porque desde
un punto de vista bblico del hombre la vida humana, en su unidad
integralmente coherente de totalidad corporal- espiritual, comienza
embrionariamente en el instante de la concepcin. Todas las racionalizaciones
referidas al aborto en demanda, apoyado con argumentos en cuanto a la
disyuncin de cuerpo (feto) y alma (personalidad), son condenadas como
despiadados ataques al concepto bblicamente iluminado, que ve al humano
como ser creado. Porque el concepto bblico insina una santidad otorgada a la
totalidad de la vida humana, desde su ocaso hasta el instante de su inicio. En
estas discusiones antropolgicas Romanos 12:1-2 es un pasaje clave.
Leerpasajes como este con lentes bifocales conduce a distorciones dualistas.
Por otra parte, el uso de lentes monofocales, abre la posibilidad de una
interpretacin ms unificada. Pablo habla all de ser "transformados por la
renovacin de vuestra mente" (es decir, alma, espritu), en conjuncin con el
llamado a "presentar vuestros cuerpos como un sacrificio vivo." Este mandato
paulino no debe ser entendido, a estilo dualista, como diciendo que nuestra
"parte alma" tenga que ser transformada y que nuestra "parte cuerpo" tenga
que ser sacrificada en servicio a Dios. Ambos conceptos, es decir, "mente" y
"cuerpo" tienen un carcter holista. El cuerpo es la forma existencial exterior
del alma, y el alma es el modo interior de existencia del cuerpo. Por lo tanto,
una lectura mejor de este pasaje en Romanos sera: Que por la transformacin
de vuestra personalidad total todas vuestras expresiones corporales sean

dedicadas a "tal adoracin espiritual" como la que es "santa y aceptable a


Dios." De esta manera la Escritura llama a una renovacin interior total del
hombre, una transformacin que se traduzca en la reforma de las expresiones
corporales de todas nuestras actividades histricas.
Hasta aqu nuestra discusin ha sido confinada al lapso de vida en el mundo de
Dios que va desde la cuna hasta la tumba. Este concepto holista del hombre
ofrece un certificado liberador a la vida. Pero cmo hemos de considerar al
"ltimo de los enemigos" a quien tarde o temprano todos tenemos que
enfrentar en tres veintenas de aos y una dcada ms? El concepto dualista
referido a la muerte temporal es familiar. En base a este concepto de
parte/parte uno es llevado a decir que la parte que es nuestro cuerpo muere y
es sepultada, mientras que la parte que es nuestra alma va para estar con el
Seor. El resultado es una clase de teologa "escapista." La Escritura ensea
queja "paga del pecado es muerte" (Rm. 6:23). Sin embargo, segn el
concepto dualista, es el cuerpo quien termina llevando el peso completo de
esta pena de muerte divinamente establecida, mientras que el alma escapa al
pago de esta horrenda deuda. La parte de categora inferior de nosotros muere,
mientras que "la verdadera persona" es recibida en gloria. Este concepto est
obviamente cargado de enormes anomalas y problemas. Un concepto holista
del hombre abre perspectivas dramticas y distintivamente diferentes, aunque
no menos misteriosas, en cuanto al significado de la muerte y del morir. Tome,
por ejemplo, las palabras de Jess de que "el que cree en m, aunque muera
vivir" (Jn. 11:25). Una lectura dualista de este pasaje nos obliga a decir que
morimos en parte (el cuerpo) y que en parte seguimos viviendo (el alma). Pero
esto es imponer una dicotoma cuerpo/alma preconcebida al texto. Pero Jess
habla aqu de "aquel" (la persona total) singular; afirma que "aquel" muere y
vive. Por eso, a la luz de analoga Scripturae con su mensaje coherente dirigido
al hombre en su totalidad, estas palabras pueden ser entendidas como
diciendo que, aunque una persona muera corporalmente, espiritualmente
vivir. Desde el punto de vista de la vida corporal, la persona en su totalidad
muere. Todas sus expresiones corporales expiran. Todas sus formas de
existencia histrica dejan de funcionar. La persona ya no ve, no siente, no
piensa, no habla, no re ni tampoco llora. Pero en el mismo instante el Seor
enfatiza este punto, que espiritualmente la persona en su totalidad sigue viva y
sigue bien con el Seor. Esta forma misteriosa de reflexionar bibliolgicamente
en nuestra peregrinacin requiere un reajuste radical en nuestra manera de
pensar en nuestro xodo de esta vida a la vida despus. Aprimera vista este
cambio puede parecer tan chocante como para despertar una dura resistencia.
Despus de todo, el tradicional concepto dualista parece ser tan natural,
mucho ms fcil de captar, y racionalmente ms explicable. Se adeca
prolijamente a una frmula matemtica: Una mitad, el cuerpo (que muere), y
otra mitad, el alma (que vive) equivale a la totalidad del hombre. En contraste
con esto el concepto holista involucra profundidades misteriosas y dimensiones

que desafan a nuestra capacidad de anlisis racional. El hombre muere


corporalmente en su totalidad. El hombre vive espiritualmente en su totalidad.
Expresado en esos trminos matemticos un hombre en su totalidad ms un
hombre en su totalidad equivale tambin a un hombre en su totalidad! Este
misterio bibliolgico es suficiente para burlar a la mejor de las mentes, Pero al
final de cuentas este concepto holista puede soportar
la luz de la Escritura y pasar la prueba del Poder de la Palabra de Dios que se
impone a la vida creacional, mejor que su alternativa. Tal vez ocurre que
siempre la posicin ms veraz pocas veces resulte ser la ms fcil de captar y
clarificar? Dar cuentas de la experiencia de la vida es una cosa. Un concepto
holista del hombre ofrece perspectivas ms prometedoras para la reflexin
bblicamente canalizada, creacionalmente responsable en la vida humana, que
su con traparte dualista. Sin embargo, la muerte constituye una historia
diferente. Ella sigue siendo un rompecabezas. Con la llegada de este extrao
intruso el complot antropolgico se agrava. Porque la muerte desafa
literalmente todo intento de realizar un satisfactorio anlisis terico. Pero tal
vez este fracaso en la comprensin racional no debe impactarnos como
extrao o inesperado. N o debera sorprendemos que estemos tan
obsesionados por llegar a conclusiones normativas de un estado cosas
antinormativo tal como lo es la muerte. La muerte es un enigma espantoso, y
lo es en tal medida que dada la idea profundamente arraigada de una
disyuncin entre cuerpo y alma la reflexin en ella puede llevar a distorciones
radicales incluso entre aquellos que usan un lenguaje holista. Tome, por un
lado, al materialista que considera que el hombre no es sino cuerpo. El epitafio
en su sepulcro podra decir: "Esta persona est del todo muerta .... No ha
quedado nada ... La vida se fue completamente .... Este es el final de todo ....
Porque todo lo que hay es el cuerpo. " Note que este materialista est usando
un lenguaje holista. Sin embargo, est fatalmente equivocado. Porque su
comentario repudia el otro punto de vista bblico en cuanto a la historia total
del hombre. Por otra parte, el espiritualista, es culpable de un error similar pero
opuesto, sosteniendo que el hombre no es sino alma. Su elogio sonara ms o
menos as: "La persona en s sigue viviendo ... Nada esencial ha ocurrido ....
Todo sigue fundamentalmente igual... Unicamente se ha dejado atrs una
cscara. . . . Porque la corporalidad no tiene nada que ver con lo que realmente
somos .... No tiene valor real. " Note que el espiritualista tambin utiliza
trminos holistas. Pero su parcialidad es' igualmente errada por echar sombras
sobre el pleno y autntico significado de la resurreccin del cuerpo. Estos dos
comen taristas son, como consoladores, miserables. Ellenguaje bblico de la fe
es asombrosamente diferente: "Sea que vivamos, o sea que muramos, del
Seor somos" (Rm.14:7-9). El uso del plural se refiere aqu a nuestras muchas
maneras humanas de ser en su totalidad. Al "nosotros" vivimos corporalmente
y espiritualmente; eventualmente' "nosotros" morimos corporalmente, pero
seguimos viviendo espiritualmente; en la resurreccin "nosotros"

experimentamos la renovacin total de la vida, tanto corporal como


espiritualmente. II. 10. El Hombre en la Comunidad Los seres humanos no son
una suma de individuos (concepto dominante de occidente); ni somos una
masa colectiva (concepto dominante en oriente). Estas dos filosofas sociales,
individualismo y colectivismo, con sus respectivas antropologas individualistas
y colectivistas, las dos principales ideologas que hoy contienden por el corazn
y la vida de la gente. Ambas filosofas reflejan un
alejamiento radical de la tradicin judeo-cristiana tal como est arraigada en el
testimonio bblico referido al lugar y al rol del hombre en el orden de la
creacin. Porque la Escritura representa a la humanidad cono a un pueblo.
Vivimos como comunidades en comunidad. En virtud de la creacin hallamos el
significado para nuestras vidas en una pluralidad de asociaciones. Participamos
de una red divinamente ordenada de relaciones vitales. Las antropologas
individualistas proceden de asumir que los seres humanos son esencialmente
entidades personales discretas, atomatizadas, independientes. Los individuos
son la unidades bsicas y bloques de construccin de la sociedad. Un concepto
de tal naturaleza no puede hacer justicia a la solidaridad de la raza humana, ni
a la idea de un pueblo orgnico. Las estructuras sociales tales como el
matrimonio, la familia, nacionalidad, iglesia y escuela son reducidas a
medioambientes secundarios y artificiales que los individuos libres y soberanos
quisieron crear por medio de contratos sociales. Las antropologas colectivistas,
reducen, por el otro lado, reducen a la gente a ser meros dientes en un
engranaje mayor que es la sociedad. Las superinstituciones tales como el gran
gobierno, el gran comercio, o el gran trabajo proveen los principios
ordenadores para establecer y mantener la unidad organizacional dentro de las
comunidades humanas. Como Kuyper afirm tan perceptivamente a principios
del siglo, en el fondo el individualismo yel colectivismo exhiben un espritu
decididamente anti-cristiano. Por eso rechaz vigorosamente a estas dos
teoras prevalecientes. Porque ambas exponen la posicin no bblica del
Esclarecimiento y de la Revolucin Francesa. Y con ello ambas desafan el buen
orden de la creacin designado a que vivamos juntos en el mundo de Dios.
Esto llev a Kuyper a rechazar ambas construcciones: "la de la soberana
popular tal como fue proclamada en tono ateo en Pars en 1789; y la de la
soberana del estado tal como ha sido desarrollada ltimamente por la escuela
histrico-panteista de Alemania. Estas dos teoras" sostena Kuyper, "son
,esencialmente idnticas," puesto que ambas reemplazan a la soberana
voluntad del Creador con algn tipo de autonoma humana. En oposicin al
tosco individualismo, Kuyper sostena que "Dios pudo haber creado a los
hombres como individuos desconectados; ... pero no lo hizo as. El hombre es
hecho del hombre, y por virtud de su nacimiento est orgnicamente unido a la
totalidad de la raza" (Conferencias sobre Calvinismo, pgs.85,79). Reflexionando
en la rebelin radical contra el cristianismo histrico, que surgi durante los
siglos dieciocho y diecinueve, Kuyper sostiene que "la raz de sus principios es

esa actitud que provoca a Dios afirmando: 'No hay Dios, no hay seor' o, si
usted quiere, esa afirmacin de una humanidad emancipada de Dios y de su
orden establecido. Partiendo de ese principio no se desarrolla una lnea, sino
dos." La primera viola el orden de la creacin "no dejando que permanezca
nada sino el individuo con su propia libre voluntad y supremaca imaginaria."
Contradiciendo esta ideologa dentro del contexto de su propio pas nativo,
Kuyper sostiene que
... nuestra sociedad nacional es, como dijo De Costa, "no un montn de almas
sobre un lote de terreno," sino, ms bien, una comunidad establecida por
voluntad de Dios, un organismo viviente, humano. No un mecanismo
ensamblado con diversas piezas separadas; no un mosico, como dice Beets,
compuesto de piezas diversas semejante a un piso de confrontadas baldosas;
sino un cuerpo con miembros, sujeto a las leyes de la vida; de manera que
somos miembros los unos de los otros, y de manera que el ojo no puede estar
sin el pie, ni el pie sin -el ojo. Es esta verdad humana, esta verdad cristiana, la
que fue apreciada tan equivocadamente por la Revolucin Francesa, tan
resueltamente negada, y tan gravemente atacada. (El Cristianismo y las
Luchas de Clases, pgs. 47,41) Subrayando esta crtica, Dooyeweerd escribe:
Conforme a las ordenanzas divinas de la creacin nuestro orden social
temporal no est constituido de individuos atomizados, unidos en una
construccin, pero autnomos. El nacimiento mismo de cada nio producido
por la unin de un par de padres es incompatible con una teora individualista.
(Christelijke Perspectief, Nro. 1 pg. 211) Kuyper critica igualmente al
colectivismo y la antropologa que lo sostiene. Contradiciendo conceptos
individualistas del hombre, el colectivismo es correcto en su afirmacin de que
las comunidades humanas no son "la suma total de individuos," porque "ha
visto correctamente que un pueblo no es un agregado, sino un todo orgnico."
Pero esta segunda lnea en el desarrollo del Esclarecimiento tambin es
destructiva de un estilo cristiano de vida. Porque siguiendo esa lnea el hombre
es "tentado a apartar no solamente a Dios y su orden, sino tambin a deificarse
[a s mismo], a ir y sentarse en el trono de Dios, como dijo el profeta, y crear un
nuevo orden de cosas conforme a [su] propia mente" (El Cristianismo y la
Lucha de Clases, pg. 47). La alternativa bblica tanto para el individualismo
como para el colectivismo es un concepto pluralista.de vida en comunidad.
Nadie es una isla. Ni son las personas meros componentes en un sistema de
sociedad totalitaria. En virtud del buen orden establecido por Dios para la
creacin, la vida humana es integrada a una red coherente de relaciones
familiares, sociales, polticas, econmicas, acadmicas, clticas y otras. De mil
maneras nos pertenecemos unos a otros. Porque "el hombre no puede ser
verdaderamente humano separado de los dems" (Hoekema, Creado a Imagen
de Dios, pg. 77). En una pluralidad de "asociaciones en consociaciones"
(Johannes Althusius) somos llamados a ser los "guardas de nuestro hermano"
mediante el amor y el servicio al prjimo. Nuestra identidad comn al ser

creados a imagen de Dios establece un fundamento permanente para esa


solidaridad humana que subyace incluso al quebrantamiento proveniente de
las anttesis espirituales entre los hombres. Puesto que Dios mismo "les da a
todos vida y aliento y todas las cosas," puesto que l "de una sangre ha hecho
todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra"
(Hch. 17
:25-26). N uestrahumanidad universalmente compartida, arraigada en la
creacin, constituye la base de la permanente demanda de Dios sobre todos
nosotros. Desde el comienzo somos totalmente suyos. Esta demanda divina
sobre la humanidad creada tambin constituye la base permanente para la
demanda que ejerce el evangelio. Porque al final Dios avisora una humanidad
renovada sobre una tierra renovada. El significado de la identidad personal
est inextrincablemente unido a las relaciones en comunidad que nos atan a
los otros. Como dice Dooyeweerd: No me puedo conocer a m mismo sin tener
en cuenta que mi ego est relacionado al ego de mis semejantes. Y no puedo
tener realmente un encuentro con otro ego sin amor. Es solamente mediante
ese tipo de encuentro en amor que puedo arribar a un autntico conocimiento
propio y conocimiento de mis semejantes. (En el Crepsculo del Pensamiento
Occidental, pg. 178) Esta forma de entender nuestra cohumanidad es el
antdoto, biblicamente animado, para todas las nociones individualistas de los
derechos humanos como tambin para toda forma de ideologa racial,
arrogancia tnica y complejo de superioridad nacional. El derecho de ambos,
tanto de Alguien (Dios) y de alguien ms (el no nacido) tambin es
radicalmente negado por un sistema legal que define al aborto en trminos
individualistas, como en el caso del derecho de una adolescente de ser "duea
de su propio vientre," cuando dicho sistema est divorciado de los intereses
familiares y comunitarios. El sentido bblico de la responsabilidad comunitaria
tambin pone una pesada carga de culpa corporativa sobre comunidades que
asumen una actitud de indiferencia ante holocausto s y genocidios. La
verdadera solidaridad est arraigada en la creacin por parte de Dios del
hombre original, el primer Adn, y de todos nosotros en l. La humanidad
renovada est adems arraigada en el postrer Adn, Jesucristo. Esta
perspectiva redentora de la comunidad es reflejada en las palabras de
Berkouwer, cuando dice que ... Esta comunidad es tan profunda que no surge
de hombres que, habiendo sido renovados individualmente, ahora van en
busca los unos de los otros; es una paz que es proclamada y que en Cristo es
realidad, por medio de la cruz. En esta novedad, se quitan las barreras, al ser
hechos dos en uno. En esta comunidad y en esta paz es manifestada la
maravillosa novedad de la humanidad del hombre .... [Entonces] el hombre
alcanza su verdadera naturaleza, su naturaleza- como Dios quiso que fuera,
una naturaleza en la que la autntica comunidad ya no es amenazada, en la
que una persona ya no es un peligro para la otra. (El Hombre: La Imagen de

Dios, pgs. 98-99) As entonces, al avanzar la historia, Dios afirma la comunidad


humana, la juzga por su quebranto, y la restaura en Cristo.
Los orgenes de esta solidaridad dada en la creacin de la raza humana se
remontan a la comunidad nuclear establecida con Adn y Eva. Al principio Adn
estaba solo C'soledad" Incluso en el paraso!). El reino animal disfrutaba su
forma de comunidad. Pero para el hombre no haba ayuda ni compaero.
Entonces Dios puso fin a la existencia individual del hombre: "No es bueno que
el hombre est solo ... " (Gn. 2:18). En forma embrionaria todas las relaciones
de la vida estn incorporadas a esta primitiva comunidad humana. Con el
tiempo, estas potencialidades, dadas por Dios para formas diferenciadas de
vida comunitaria, se desarrollaran hasta alcanzar ms plenamente su meta.
Barth est acertado al destacar la comunidad original nuclear corporizada en la
relacin Adn-y-Eva como el prototipo de todos los desarrollos comunitarios
posteriores. Comentando sobre la imago Dei, Barth dice: ... por semejanza
divina de Gnesis 1:27 Ss. se entiende el hecho de que Dios los cre masculino
y femenino, correspondiendo al hecho de que Dios mismo existe en relacin
(Deus triunius, no Deus solitarius), no en aislamiento .... La esfera primaria y
tpica del compaerismo humano, la diferenciacin y relacin primaria y tpica
entre hombre y hombre, es [por eso] la que hay entre hombre y mujer ....
[Porque] el hombre nunca existe como tal, sino siempre como el hombre
humano y la mujer humana. Por lo tanto, en la humanidad, y por eso, en el
compaerismo humano, el tema decisivo fundamental, y tpico, normativo para
todas las otras relaciones' es la de relacin en esta distincin. (Dogmtica de la
Iglesia, III /4, Nro. 54, pgs. 116-17) Sin embargo, no se justifica, por parte de
Barth, limitar la imago Dei a tales relaciones comunitarias "horizontales,"
separadas de sus dimensiones "verticales." Kuyper est ms cerca de la verdad
al afirmar que nuestras relaciones recprocas y con el cosmos encuentran su ...
punto de partida en una interpretacin especial de nuestra relacin con Dios ....
Cul es nuestra relacin para con Dios, es el primer interrogante principal, y el
segundo es, cul es nuestra relacin hacia el hombre; estos interrogante s
deciden la tendencia y construccin de nuestra vida .... Primero mirando a Dios
y luego al prjimo, fue el impulso, la mente y el uso espiritual al que el
Calvinismo dio entrada.' ... [ Entonces] si el calvinismo coloca la totalidad de
nuestra vida humana inmediatamente delante de Dios, se deduce que todos
los hombres y mujeres, ricos o 'pobre, dbiles o fuertes, con pocos o muchos
talentos, como criaturas de Dios y como pecadores perdidos, no tienen derecho
alguno para seorear unos sobre otros, y tambin se deduce que somos
iguales delante de Dios, y consecuentemente, iguales el hombre ante el
hombre: Por lo tanto, no podemos reconocer ninguna distincin entre hombres,
excepto aquellas que han sido impuestas por Dios mismo, al darle a uno
autoridad sobre otros, o de enriquecer a uno con ms talentos que a otro, para
que el hombre de mayores talentos sirva al

hombre con menos talentos, y en l servirle a Dios. (Conferencias sobre


Calvinismo, pgs. 20, 28) La idea bblica de la comunidad humana se basa en la
confesin de que todos los pueblos viven coram Deo. Todo intento de forjar un
plan de solidaridad orgnica, organizacional, entre los habitantes de nuestra
"villa global" o "ciudad secular" basado en hechos estrictamente horizontales,
histricos, lleva en s mismo la semilla de su propia destruccin. Una apertura
trascendente al poder unificador de la Palabra de Dios es esencial a la
verdadera comunidad humana. Como lo expresa Weber: ... la unidad de la
humanidad est arraigada en la unidad de Dios como la unidad viviente, triuna
en la que Dios se revela a s mismo al hombre .... [Por eso] la implementacin
de la proclamacin que busca convertir a "todas las naciones" en discpulos
(Mt. 28:19) es una declaracin de guerra contra todos los politesmo s
nacionales y pantesmos internacionales. Las naciones reciben su honor y
dignidad, pero tambin su relativizacin y abnegacin de su autoimportancia
religiosa mediante la proclamacin del Hijo de Dios, que es el rey de Israel.
(Fundamentos de Dogmtica, Vol. pg. 537) II. 11. La Libertad Humana como
Responsabilidad y Servicio Ser una criatura significa ser un siervo en el mundo
de Dios. Como dice el Salmista "Todas ellas [las cosas] te sirven" (Sal. 119:19).
Esto tiene vigencia para toda criatura "segn su especie." Respondiendo a la
Palabra de Dios, cada una desempea su rol de sierva el drama csmico.
Ninguna criatura es muda. Cada una agrega su "gozoso sonido" a esta sinfona
de alabanza: Brame el mar en su plenitud, El mundo y los que en l habitan;
Los ros batan las manos, Los montes todos hagan regocijo .... (Sal. 98:7-8)
Todas las criaturas, grandes y pequeas, son dotadas, ya sea que pertenezcan
al reino de las plantas, de los animales o de las cosas, cada una de acuerdo a
su propia naturaleza. La lila como una lila, el len como len; igualmente las
estrellas, la luna, yel sol ("que en sus rbitas obedecen a su Hacedor").
Tambin aquellas criaturas que solamente pueden estarse quietas y esperar,
de buena gana o no, en las leyes fijas de la creacin, cumplen, sin posibilidad
de eleccin, tales como: rocas que caen, estrellas fugaces, rboles que brotan,
aves migratorias y animales que invernan. Estas criaturas han sido confiadas a
nuestro cuidado para ayudamos, como mayordomos de la tierra, a ser mejores
siervos del Seor (Gn. 1:29-31; 9: 1-3). Nosotros, como administradores
responsables somos libres de domesticar sus instintos, cultivar su uso, y frenar
su poder, pero siempre con tierno y amoroso cuidado. Porque el rol de siervos
que desmpean es parte integral de nuestro ser y de nuestro bienestar.
Excediendo a todas las otras criaturas, nosotros los humanos aparecemos
como las ms dotadas de todas ellas. Pertenecemos a una clase aparte. El
nuestro es un
servicio muy especial. Mucho nos ha sido dado, mucho se nos pedir. Con toda
nuestra potencialidad, es decir, racionalidad, imaginacin, sentimientos y
actividades culturales, somos llamados a desempear nuestro rol de siervos en
la creacin. Esto rige tambin para nuestras tareas estructuradas en la

sociedad: amistad, matrimonio, sostn de la familia, educacin, adoracin y


gobierno. Estas tareas tambin contribuyen al buen orden de la creacin.
Dentro de este contexto debemos servir a Dios, a nuestro semejante, y al
cosmos como un todo, como agentes libres y responsables. Ese es nuestro
oficio. Es eso lo que significa ser imgenes de nuestro Hacedor, y es eso lo que
nos aparta de todas las dems criaturas. Ellas no poseen tal libertad de tomar
decisiones. Ellas no llevan responsabilidad por otras criaturas. No tienen una
eleccin responsiva en cuanto a cmo actuar y reaccionar. Se comportan
involuntariamente, instintivamente, intuitivamente. Los tomos, gotas de
lluvia, chispas, sistemas solares, mojarritas y osos polares estn atados a las
leyes ordenadas en la creacin, a las as llamadas "leyes naturales" que dictan
su conducta. Qu diferente es con las normas para la conducta humana!
Somos. confrontados con el tema del comportamiento normativo y
antinormativo. Somos libres, incluso estamos obligados, a tomar decisiones. Y
somos responsables de ellas. Somos criaturas que hacen decisiones, sea para
mejor o para peor (recuerde Gnesis 3! Tambin a Josu 24:15: " ... escogeos
hoya quin sirvis ... "). Esa libertad de eleccin refleja el enorme "riesgo"
divino involucrado en la creacin del hombre. Como dice la voz popular "A
mayor tamao mayor la rotura." Solo una criatura de proporciones tan grandes
poda caer tan bajo. El tremendo peso de la responsabilidad humana tambin
se evidencia en esto, que nuestra eleccin original (en Adn) y nuestras
elecciones subsiguientes (por ejemplo, en la ecologa) afectan a todas las otras
criaturas. Por los arreglosestablecidos contractualmente por Dios, actuamos
por ellas, en forma destructiva en el primer Adn (G. 3:14-19). Pero,
afortunadamente, en el postrer Adn "la gloriosa libertad de los hijos de Dios"
sealar la renovacin de todas las criaturas (compare Romanos 8: 19- 23). La
nuestra no es una libertad iniciadora, sino responsivay responsable. "Somos
responsables a Dios y responsables de sus otras criaturas, debemos rendir
cuentas a nuestro Hacedor de su cosmos. Esta forma de entender la libertad
humana, basada en la creacin e iluminada por las Escrituras est muy lejos de
la moderna y secularizada versin de libertad, de la pretendida autonoma de
la razn humana. Porque la autntica libertad se basa en una sumisin
voluntaria a la Palabra de Dios, no en una emancipacin de ella. Dentro del
contexo legtimo y normado de la creacin, somos libres, capaces, y llamados a
utilizar los ricos recursos creacionales que estn a nuestra disposicin, para
descubrirlos, pero no para destruirlos; para emplearlos, pero no para
explotarlos. Tenemos libertad para cumplir nuestro mandato cultural en la
arquitectura y la agronoma, en la mecnica y el periodismo, en el sustento de
la familia y las funciones de estadista,en las relaciones personales y las
asociaciones comunales. El marco permanente para la libertad humana es la fe
en Dios, amor hacia nuestro prjimo y cuidado de la
tierra. Esta perspectiva bblica excluye la as llamada libertad de la eleccin
contraria, como si el hombre recin fuese totalmente libre al estar igualmente

dispuesto para el bien como para el mal, como su tuviese una eleccin abierta
entre bien y mal. Tal libertad nunca ha existido, ni siquiera en Adn, y
ciertamente no desde entonces. Una presumida libertad de eleccin contraria
es ajena a la buena creacin de Dios. Porque escoger el mal no es libertad sino
esclavitud. Por designio divino nunca somos libres para desobedecr. La
obediencia a la Palabra de Dios es la nica puerta hacia una vida lieberada y
liberadora. II. 12. Derechos Humanos La doctrina bblica de la creacin es el
comienzo.original y permanente de los derechos humanos. Por supuesto, uno
escudria en vano las Escrituras buscando un mensaje explcito referido al
tema de los derechos humanos segn las complicadas formas en que los
hallamos actualmente en nuestras sociedades altamente industrializadas y
tecnolgicas. Este reconocimiento nos recuerda una vez ms el tipo de libro
que es la Biblia. Es una republicacin redentora, en forma lingual, de la
revelacin original y permanente de Dios en la creacin. A pesar de nuestras
respuestas terriblemente mezcladas a esa revelacin, la misma no ha perdido
nada de su actualidad. Todava est en total vigencia. Al decidir lo que
significan los derechos humanos ella rige para nosotros hoy con tanta
autoridad y tan normativamente como para todas las generaciones pasadas y
futuras. Sin embargo, para contrarrestar los efectos del pecado, y para abrimos
de nuevo el autntico significado de esa Palabra creacional, ahora tenemos que
usar los "lentes" de la Escritura. Porque su mensaje es la rearticulacin
liberadora de la Palabra original y permanente de Dios en cuanto a los
derechos humanos. Aunque su exposicin de la voluntad de Dios en cuanto a la
rectitud, la justicia y la paz en los asuntos humanos, es colocada dentro del
marco histrico-redentor de la peregrinacin de Israel y del nacimiento de la
iglesia primitiva, aunque sus normas estn incorporadas a las diversas formas
literarias de los sesenta y seis libros compuestos a lo largo de muchos siglos, y
aunque esta "biblioteca de libros" nos llega desde un pasado de dos mil aos y
(para muchos de nosotros) desde la otra mitad del mundo, no obstante, las
directivas que contiene siguen estableciendo sus demandas transhistricas y
transculturales sobre nosotros con urgencia no atenuada al referirse al
peremne problema de los derechos humanos. A la luz de la historia pasada y
presente, aparece la indiscutible tesis de que lo ms universal en cuanto a los
as llamados derechos humanos (tal como fueron formulados, por ejemplo, en
la "Declaracin Universal de los Derechos Humanos" por las Naciones Unidas
en 1948) es su violacin prcticamente universal. Cun fundamental es el
derecho a la vida? El derecho al trabajo? El derecho a una pacfica vida
familiar? El derecho a un trato justo bajo la ley? El derecho de participar
equitativamente en el proceso poltico? El derecho a una parte justa en las
abundancias de la creacin? El derecho a la asociacin voluntaria? El derecho
a la libertad de adoracin? El derecho a la libertad religiosa en la arena
pblica? Estos no son asuntos primordialmente socialeseconmicos-polticos.
Son asuntos

que plantean interrogantes profuridamente antropolgicos. En el fondo est en


juego el concepto bblico del hombre. Los temas de los derechos humanos
tocan la vida de la persona en su totalidad y la subsistencia de comunidades
humanas completas. Son tan holistas como las ideas bblicas del hombre como
imagen de Dios, como el hombre cumpliendo su funcin, como el hombre que
es corazn y cuerpo y alma. Una antropologa bblicamente encauzada
cuestiona la ideologa de dominio y dependencia mediante la cual un "mundo"
queda sujeto al poder mayor de otro "mundo." Ella enjuicia a las inquisiciones
catlico-romanas, a los juegos de poder protestantes, a la esclavitud negra, al
antisimetismo, a la discriminacin racial, a la arrogancia tnica, al imperialismo
capitalista, a la agresin comunista, a las actividades terroristas, y las guerras
de pandillas. El concepto bblico del hombre, basado en el orden de la creacin,
es la norma divina para pesar estos y otros temas referidos a los derechos
humanos. Esa es la norma por la cual somos llamados a honrar el
requerimiento universal que nos dirige la Palabra de Dios de ''hacer justicia, y
amar' misericordia, y humillarte ante tu Dios" (Miq.6:8). Nuestra relacin
(''vertical'') de respuesta a Dios es determinante y lo abarca todo. Ella define
todas nuestras relaciones (''horizontales") con nuestros semejantes. Amar a
Dios sobre todas las cosas y de todo corazn, lo cual es el "primer y gran
mandamiento," otorga significado y sentido al "segundo mandamiento, que es
semejante a l," y que es "amar a tu prjimo como a ti mismo" (Mt. 22:39).
Pero quin es nuestro prjimo? A esa pregunta Jess responde en forma
inequvoca (Le. 10: 27-37), diciendo que es todo aquel que en la providencia de
Dios se cruza por nuestros caminos y necesita nuestra ayuda. Cada momento
histrico-humano de nuestra vida est cargado del mandato divino ("vertical").
Consecuentemente cada cuestin referida a los derechos humanos est ligada
inseparablementea nuestra responsabilidad para con nuestro Hacedor. La
Palabra contractual de Dios es la constante referencia normativa para un
mayor "discernimiento de lo que significa nuestro deber para con nuestros
semejantes, y de las demandas que ellos pueden hacer justificadamente sobre
nosotros. De esta manera la Escritura levanta nuestros ojos muy por encima de
los llamados humanistas a la "hermandad de todos los hombres" y de llamados
seculares al destino del proceso histrico. La ley de Dios es la norma para
salvaguardar los derechos humanos. Al renovar, profundizar y enriquecer
nuestra sensibilidad en cuanto a correctas relaciones entre la gente, la
Escritura nos abre una perspectiva tridimensional, es decir: 1) nuestra
responsabilidad hacia otros, 2) la responsabilidad de ellos hacia nosotros, y, 3)
ambas relaciones sometidas a nuestra responsabilidad conjunta delante de
Dios. .Dicho de otra manera, la Escritura subraya: 1) las demandasjustificadas
de otros dirigidas a nosotros, 2) nuestras demandas justificadas dirigidas a
ellos, y, 3) todas las demandas de los derechos humanos sometidos a la
demanda incluyente que Dios dirige a todos nosotros. En esta luz vemos que
los derechos humanos siempre estn calificados por deberes humanos,
responsabilidades, obligaciones, y mandatos, y de igual manera por las

libertades humanas y las demandas mutuas. Dentro de esta perspectiva todas


las personas tienen el derecho, fundamentado en
la creacin, de ser imgenes de Dios, de ejercer los oficios recibidos de Dios,
de cumplir el mandato cultural, y de compartir equitativamente, como buenos
administradores, los ricos recursos de la buena tierra de Dios. Esta
cosmovisin bblica tridimensional desinfla la nocin arrogante segn la cual
practicar justicia en las relaciones humanas es una obra de caridad digna de
una meritoria aclamacin. La defensa de los derechos humanos no es un acto
de buena voluntad o generosidad. Es un asunto de simple justicia que otros
pueden dejar sin apologas ante nuestra puerta, y nosotros ante la de ellos.
Porque, habiendo hecho "todo lo que nos haba sido ordenado" seguimos
siendo "siervos intiles" que "lo que debamos hacer, hicimos" (Le. 17:7-10).
Adems, el mandato bblico de tratar rectamente con nuestro semejante no
est basado en alguna cualidad humanitaria natural e inalienable de dignidad y
nobleza que supuestamente reside inherentemente en la humanidad. Esta
moderna teora humanista de los derechos humanos seculariza el concepto
bblico del hombre, eclipsando la dimensin, dirigida fundamentalmente hacia
Dios Cverfical"), de toda existencia creada. Solo el imperativo divino constituye
el fundamento firme para la implementacin de los derechos humanos.
Ciertamente, "los pobres y necesitados" siempre estn con nosotros (Mateo 26:
11). Esta afirmacin, proveniente de nuestro Seor, sin embargo, es una
descripcin, no una prescripcin. Por eso no es una excusa para el quietismo,
sino un llamado para la reforma social. "Yo te mando" dice el Seor: "Abrirs tu
mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra" (Deut. 15: 11). Este
es un asunto de justicia, no de caridad. Est basado no en alguna supuesta
bondad humana, sino en un mandamiento divino. Adems, la promocin de los
derechos humanos no depende de la evaluacin de lo que alguna gente,
merece, comparada con otra, sino, una vez ms, de las demandas de la
Palabra de Dios. Porque usualmente esas comparaciones son hipcritas, con
frecuencia mal encauzadas, y casi siempre ofensivas para los otros. Cuando la
Escritura declara que Dios "defiende el derecho" de los oprimidos, no es por
juzgar su mayor dignidad o valor moral. Ms bien Dios est defendiendo la
"causa" de ellos. Cualquiera sea el estado de ellos, hacer justicia a otros est
basado, no en mritos humanos, sino en la Voluntad de Dios, Voluntad que ha
sido revelada. Y, finalmente, no hemos de exonerarnos a nosotros mismos del
llamado a sanar las heridas de gente que ha sufrido dao negando nuestra
culpa en dicho sufrimiento. Los requerimientos de los derechos humanos no
estn basados en una culpa implcita que algunos tienen por la condicin de
otros. Por ejemplo, era el buen samaritano de alguna manera ms culpable
que el sacerdote o el levita por la calamidad que sobrevino al viajero de Jeric?
La base permanente de los derechos dados por Dios a los seres humanos no
reside en un juicio subjetivo de algunas personas tocante otras, sino en la
permanente demanda del mandamiento de amor incluyente dirigido a todos

nosotros. Los derechos humanos no pueden ser proyectados hacia el futuro


como metas teleolgicas hacia las que la creacin se est moviendo, y cuya
realizacin es el clmax anticipado de un proceso escatolgico, tal como lo
sostienen los telogos
futuristas. Por ejemplo, Jrgen Moltmann, afirma repetidamente que "ser
creado en la imagen de Dios es la base de los derechos humanos." Sin
embargo, esta idea bblica es referida consistentemente no al estado original
del hombre, sino a su "destino original." Con este concepto la creacin del
hombre y su pecaminosidad funcionan como originales, como hechos
existenciales. La verdadera historia de la restauracin de "la imagen de Dios
como destino," en la que se basan los derechos humanos, comienza con la
"liberacin de Israel de la esclavitud en Egipto, el pacto del Dios liberador con
la comunidad liberada .... " La teologa de Moltmann referida a los derechos
humanos incorpora claramente los elementos bsicos de la historia bblica
(creacin, pecado, redencin, consumacin). Sin embargo, todo ellos se
enroscan en el molde dialctico de una teologa de proceso en la que el
proceso emerge de un pasado indefinible y se mueve hacia una norma futura.
Moltmann lo expresa de la siguiente manera: El propsito universal de la
particular experiencia de Dios que tuvieron Israel y el cristianismo, se
encuentra en la realidad de que el Dios que los libera y redime es quien cumple
la historia del mundo, quien aplicar su demanda sobre su creacin para que
se cumpla en su reino. De esa manera su accin liberadora y redentora en la
historia revela el verdadero futuro de los seres humanos; la imagen de Dios es
su verdadero futuro. En todas sus relaciones de la vida [los seres humanos]
tienen un "derecho" a un futuro .... [De esa manera] el reconocimiento poltico
y el cumplimiento de los derechos humanos, cobran su significado ltimo en
esta perspectiva del futuro. Los seres humanos llegan a ser libres y afirman sus
derechos y deberes en la medida en que su verdadero y eterno futuro cobra
poder sobre ellos en esperanza, condicionando su presente. ("Base Teolgica
de los Derechos Humanos," pgs.8-13) En este punto surge una hueste de
interrogantes. Podemos, delante de Dios y con buena conciencia, pedir que los
millones que sufren en nuestro mundo esperen hasta la llegada de ese futuro
abierto? Acaso la demanda de Dios de obrar con justicia entre los hombres no
est sobre nosotros en forma permanente y desde el comienzo? Y si
eclipsamos la justicia normada de ese comienzo, existe alguna esperanza de
recuperarla al final? Al perder de vista el orden de la creacin, no estamos
condenados a perder tambin nuestro sostn en una esperanza escatolgica
ordenada con justicia ? Acaso la E scritura no represen ta la consumacin de
todas las cosas como la restauracin de los potenciales plenos de lo que Dios
declar ser "muy bueno" en el principio? Hemos de esperar el futuro para
agregar algo esencialmente nuevo ms all y por encima de lo que fue dado
originalmente con el orden justo de la creacin? Acaso no implica un
paradigma de la historia del mundo, delineada por telegos futuristas jales

como Moltmann, una inversin radical de la cosmovisin bblica? Si una


tensin dialctica entre bien y mal es retrotrada al marco original de la
creacin, en qu trminos vamos a explicar entonces la enseanza bblica del
pecado como un desafo a la Palabra de Dios ejecutado libremente? Si la
creacin estaba fundamentalmente contaminada desde el mismo principio
acaso aun puede ser creble el llamado a la reforma personal de la sociedad?
Si el pecado es un ingrediente necesario y esencial de nuestra naturaleza de
criaturas todava podemos ser tenidos responsabilizados de las violaciones a
los derechos humanos? En ese caso no somos compelidos a abrazar la
opresin como un aliado inevitable en vez de considerarlo un enemigo que
debe ser vencido? Acaso no conduce este concepto a una resignacin fatalista
ante la injusticia, en: vez de producir un compromiso profundamente bblico
por la reforma? Puede semejante teologa de proceso ofrecer algo ms que un
utpico sueo en constante receso? En respuesta a este torrente de
interrogante s, la Escritura seala las normas referidas a los derechos
humanos, fuertemente ancladas en el buen orden de la creacin. Estas no
pueden ser desplazadas impunemente a un futuro escatolgico abierto, para
volver desde all al presente. Por eso el concepto histrico cristiano de los
derechos humanos es modelado por la historia bblica de la creacin, en su
secuencia de cada, y redencin, en camino a la consumacin. Mientras estos
derechos ahora estn dirigidos cristolgicamente hacia su cumplimiento final
en la nueva tierra "donde no hay injusticia" sus normas ya funcionan aqu y
ahora como requerimientos divinos que desde el principio estn
permanentemente dirigidos hacia todos nosotros. Esto demanda una
apasionada defensa de los derechos humanos, requieren tener "hambre y sed
de justicia" (Mt. 5:6). Tenemos que trabajar para que el orden de nuestra
sociedad responda obedientemente al orden creacional establecido para las
relaciones humanas estructura das con justicia. En la medida en que
comencemos a captar esta visin el derecho de uno se convierte en el deber
del otro, y el deber de uno se convierte en el derecho del otro (compare Snodo
Ecumnico Reformado, Testimonio sobre Derechos Humanos, pgs. 94-125,
especialmente pgs. 96-101). II. 13. Mandato Cultural La primera Palabra de
Dios que se registra como dirigida al hombre (Gn. 1: 28-30), ha llegado a ser
conocida como mantado cultural. Dentro del drama en desarrollo de la
narracin del Gnesis toma la forma de una creatio tertia. Creatio prima se
refiere al acto primario de Dios de crear el universo a partir de nada. Esto es
seguido por parte de Dios mediante el proceso de ordenamiento, llamado
creatio secunda. Luego, como una fase de prosecucin, terciaria, en la vida de
la creacin, Dios manda a la humanidad, como "socios menores" a unirse a l
como colaboradores en la tarea de proseguir la obra en el mundo. La creacin
original era buena, pero todava no era perfecta. All estaba donosa en el
umbral de su desarrollo histrico. La obra creadora de Dios estaba terminada.
Nada bueno le faltaba. Tanto estructural como direccionalmente todo estaba

dispuesto, cargado de potencialidad. Todos estos potenciales promisorios


estaban esperando ansiosamente el cumplimiento que les fue asignado. A este
efecto Dios incorpora los servicios de sus imgenes, masculino y femenino,
como colaboradores suyos. Hechos a semejanza divina, fuimos llamados a
ejercer nuestro oficio continuando
la obra suya en medio de su mundo. Este mandato original todava permanece
como una seal cultural, destinada a establecer la direccin, junto a la ruta de
la historia del mundo. Queda claro que el Dios del Gnesis no es como los
dioses de la mitologa griega, que, habitando en etrea lejana, guardaban
celosamente su postura remota en cuanto a los asuntos terrenales a efectos de
servir a sus propios intereses. El Dios de la Escritura es el "gran Trabajador."
Est ms que dispuesto a "ensuciarse las manos" con las cosas mundanas.
Pero tambin est dispuesto a delegar responsabilidad. Es aqu donde aparece
nuestro mandato cultural, es decir, en el mandato de representar la obra de
Dios para el mundo asumiendo nuestro trabajo en l. Por designio soberano el
huerto estaba destinado a convertirse en ciudad. A este efecto nuestro
Hacedor promulga mandatos para utilizar los talentos del pueblo de Dios rico
en dones. En Gnesis este mandato cultural, refractado en un
resp1andesciente conjunto de mandatos, es descrito en trminos agrarios,
pastoriles, apropiados a sus lectores originales. Pero no es menos normativo
para una sociedad altamente cientfica, industrializada, tecnolgica,
computarizada como lo es la nuestra. Una hermenutica de esta clase reflej a
el ti po de libro que es la Biblia. En la obediencia de nuestras respuestas a este
mandato cultural est nuestra bendicin, nuestra delicia, nuestro profundo
sentido de satisfaccin y servicio. Al elucidar este mandato cultural, la Escritura
habla de ejercer "dominio" sobre la tierra y de "subyugarla." Demasiadas
veces se han citado estas palabras como excusas para saquear
desenfrenadamente los recursos creacionales de la tierra y el cielo y el mar.
Pero, mal hecho, porque la nuestra es una autoridad supeditada, que debe ser
expresada en proteger y cuidar la tierra. No debe-mos ser avaros potentados,
sino fieles mayordomos de la buena tierra de Dios, tratando a otras criaturas
con tierno cuidado al querer satisfacer las necesidades que nos han sido
establecidas. De manera que fuimos hechos criaturas que silban
espontneamente mientras trabajan, libres de la maldicin de pecado, del
crnico desempleo, de la explotacin ambiental, de la adiccin al trabajo, de un
obsesivo anhelo dejubilacin. Libres para representar a Dios en nuestras tareas
diarias. Libres tambin de esa falsa piedad que intenta negar al . mundo
buscando una experiencia espiritual superior. Libres para deleitarnos en
nuestro mandato cultural. Ojal fuera as! Ahora ya puede ser as! Y algn
da volver a ser as, perfectamente! II. 14. PactolReino Existen muchas
entradas a la casa llamada dogmtica reformada, es decir, puertas delanteras,
puertas traseras, puertas laterales. Cada puerta da acceso a muchas
habitaciones interiores. Por el momento le estamos dedicando tiempo a esa

habitacin llamada antropologa. Ya hemos examinado, desde varios puntos de


vista, los contenidos de esta habitacin. Ahora nos dirigimos a su objeto
central, las enseanzas bblicas sobre el pacto/reino. La idea dual de
pacto/reino no es un
tema ocasional que se mencioneespordicamente en las pginas de la
Escritura. Es un tema que palpita con cada latido del corazn de la revelacin
bblica. Es la matriz misma y el contexto permanente de nuestra vida en el
mundo de Dios. Mediante su Palabra real/contractual para la creacin el triuno
Dios nos hace sus socios contractuales y ciudadanos de su reino. Aunque las
ideas de pacto y reino son diferenciables para los propsitos del anlisis
teolgico, nunca son realmente distintas. Quiz podamos pensar en ellas en
forma separada a efectos de una mayor claridad. Pero nunca las
experimentamos en forma separada. Antes de ocuparnos delpacto/reino como
realidades diferenciables, considermoslas primero en su unidad. A. La Biunidad de Pacto-y-Reino La idea bblica de pacto-y-reino es un ndice biunitario hacia el significado de la creacin. En este enfoque del tipo dos-en-uno
Dios sale a nuestro encuentro, soberanamente y involucradamente,
relacionndose a s mismo en forma concreta con nuestra vida en el mundo.
Por eso pacto-y-reino no son dos temas independientes. Se parecen ms bien a
las dos caras de una misma moneda. Lo que es vlido para una tambin es
vlido para la otra. Ellas comparten los mismos puntos de partida. Son
similares en la profundidad de su significacin y colindantes en su alcance
csmico. Ambas siguen un curso concurrente a lo largo de la historia del
mundo. Juntas avanzan hacia una misma meta escatolgica. Por eso notamos
con Ridderbos "cun estrechamente relacionadas estn las ideas de pacto y
reino." Porque en "la venida del reino, Dios se revela a s mismo,
primordialmente como el Creador y Rey que no deja el mundo abandonado a
los poderes destructivos, y como Preservador y Garante de su pueblo, con
quien se ha comprometido solemnemente para salvacin" (La Venida del Reino,
pgs. 38-39). En el pacto el Creador se revela primordialmente como Padre, en
el reino, como Seor. Este tema biunitario tambin alcanza clara expresin en
las lneas de Meredith Kline: El pacto de Dios con el hombre puede ser definido
como una administracin del seoro de Dios, consagrndose, para s mismo un
pueblo bajo sanciones de la ley divina. En trminos ms generales, es una
administracin soberana del reino de Dios. Administracin del pacto es
administracin del reino. Los tratados [del pacto] son los instrumentos legales
con los cuales Dios ejerce el reinado sobre sus criaturas. (Suscripto Bajo
Juramento, pg. 36) Dada esta inquebrantable coherencia entre pacto-y-reino,
cmo vamos a distinguirlos en su carcter de dos formas confluentes de
entender la relacin Creador-criatura? Quiz podamos ponerlo de esta manera:
Pacto. sugiere la idea de una permanente carta, mientras que reino sugiere la
idea de un programa continuo. Pacto. tiene ms orientacin de fundamento;
reino. tiene un mayor sentido. de meta. Por eso., el pacto' puede ser concebido

como. el reino. mirando hacia al pasado, a sus orgenes, pero con significacin
permanente. Y el reino puede ser concebido como el pacto mirando. hacia
adelante con creciente acento' en su cumplimiento. final. Vistos aS, en detalle,
el pacto y el reino son realidades
intercambiables. Tienen un Origen comn. Cubren el mismo terreno, Involucran
a la misma gente, sea que slas considere como el pueblo del pacto' O. como
ciudadanos del reino. Consecuentemente, toda historia puede ser definida, ya
sea como historia del pacto o como historia del reino. En el Antiguo Testamento
Dios se ata a s mismo a su pueblo tanto en su carcter de Yahweh (el Dios fiel
que guarda el pacto) y como Adonai (el soberano Seor). De la misma manera
en el Nuevo Testamento Dios se revela en Cristo tanto como Pater (Padre) y
como Kyrios (Seor). Esta bi-unidad es tan ntima que podemos decir que en el
principio. Dios, mediante el pacto, hizo existir el reino. De la misma manera
tambin podemos decir que con autoridad real Dios proclama su demanda
contractual ante sus criaturas. De acuerdo con esto., el pacto' y el reino no son
realidades estructurales contrapuestas, o ms all, o juntas a realidades
estructuradas de la creacin. Son realidades direccionales. Ellas son
direccionales para la fidelidad infantil y para la servidumbre obediente dentro
de los buenos rdenes de la creacin. Dada nuestra cada en el pecado, ahora
sirven como poder reencauzador que opera redentivamente dentro de las
estructuras de la criatura cada, de la misma manera en que el calificativo
"cristiano" indica una renovada orientacin direccional en la vida en familia, la
educacin, enla manera de hacer poltica o de conducir un negocio. Lo que
Ridderbos dice del "reino de los cielos" sealando que est "a la mano"
tambin se aplica al pacto. El reino no debe ser considerado como "una entidad
espacial o esttica, que est descendiendo del cielo; sino ms bien como el
gobierno real, divino, iniciando concreta y eficazmente sus operaciones, ...
como accin divina del rey" (La Venida del Reino, pg. 25). El pacto es, de igual
manera, una realidad dinmica. B. El Pacto Perpetuo La reflexin teolgica en
la idea bblica de pacto ofrece una rica cosecha de tiles discernimientos. Note
las siguientes seis tesis. 1. Todos los tratos de-Dios con la creacin son de
carcter contractual. Nuestra vida en el mundo de Dios est puesta
pervasivamente en un contexto contractual. Ser una criatura significa tener un
lugar contraetualmente definido para ser, y un rol para desempear dentro del
cosmos. En el corazn del pacto est la promesa divina (Wort) y la adecuada
respuesta humana (Antwort): Yo soy tu Dios, t eres mi pueblo. La creacin
toda est firmemente anclada en la Palabra contractual, mediadora, con la cual
dio existencia al mundo, y mediante la cual tambin la llama continuamente (a
volver) al orden. Esto otorga una consistencia slida, incluso cierto carcter
predecible, a los asuntos de la experiencia diaria: Mientras la tierra
permanezca, no cesarn la sementera y la siega, el fro y el calor, el verano y
el invierno, y el da y la noche .... [Porque] establecer mi pacto con vosotros ...

[De modo que] estar el arco en las nubes, y lo ver, y me acordar del pacto
perpetuo entre Dios y todo
ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra. (Gn. 8:22; 9:11,16) En un
contexto diferente Pablo agrega este severo recordatorio de la constancia
contractual del trato deDios con el mundo: "No os engais; Dios no puede ser
burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso tambin segar" (Gl. 6:7).
Por lo tanto existen realidades en la vida con las que podemos contar con
certeza, y para las cuales tambin podemos ofrecer una explicacin. No hemos
sido entregados a sorpresas arbitrarias. La cosmovisin bblica no se rige por
un voluntarismo caprichoso. De manera que podemos transitar nuestro camino
con la firme certeza de que Dios permanece fiel a su palabra del pacto as
como es fiel a nosotros. Por eso, fundamentalmente, todos obtenemos de la
vida lo que ms queremos de ella, es decir, la bendicin que viene d guardar
el pacto, o la maldicin que viene de quebrantar el pacto. Esta alternativa ya
es dada con la primera declaracin contractual de Dios: Srvanme, de lo
contrario ... (Gn. 2:1517). Ahora sabemos cual fue el resultado universal: "Mas
ellos [Israel], cual Adn, traspasaron el pacto ... (Oseas 6:7). 2. El pacto est
arraigado en la obra de Dios en la creacin. Por su pacto Dios hizo existir al
mundo. Las relaciones contractuales son dadas en, con, y para toda la realidad
creada. Desde el principio la creacin es impensable como separada de su
relacin contractual de dependencia y respuesta coram Deo. Aunque la
palabra" pacto" (berith) no aparece en el relato de la creacin (Gnesis 1-2),
los elementos clsicos para hacer un pacto estn claramente presentes. Ellos
se evidencian en: (a) el prembulo con su prlogo, introduciendo al Soberano
en su relacin con la segunda parte, (b) las promesas y obligaciones que
definen la comunidad establecida por el pacto del tratados (e) la frmula
bendicin-ymaldicin con su condicin establecida para la fidelidad y la
penalidad establecida para la infidelidad (compare D. J. McCarthy, El Pacto del
Antiguo Testamento, pgs.1-10). Este entendimiento del pacto basado en la
creacin refleja la tradicional perspectiva reformada. Sin embargo,
ltimamente este concepto ha sido desafiado. Los comienzos del pacto son
desplazados desde Adn como cabeza original del pacto con la raza humana y
llevados al tiempo de No y/o Abraham. Quienes proponen este concepto del
pacto, perteneciente a los tiempos recientes, reconocen que desde el principio
Dios tuvo una relacin especial con su creacin. Sin embargo, esta relacin
queda mayormente sin definir, lo cual plantea los siguientes interrogantes: Si
Adn no fue la cabeza del pacto para con la humanidad, de qu fue entonces
cabeza? y si no fue un pacto lo que quebrant cmo vamos a describir la
relacin que l quebrant? El apoyo para estos conceptos que asignan fecha
tarda al comienzo del pacto se basa mayormente en un argumento de silencio,
es decir, en la ausencia de una referencia explcita a la palabra hebrea usada
para "pacto" (berith) en las primeras narraciones del Gnesis. Los crticos
sealan, . en cambio, al comienzo de su uso en los relatos referidos aNo (Gn.

6-9)y Abraham(Gn. 12 ss.). Meredith Kline toca estos argumentos cuando cita a
Eichrodt en el sentido de
que "el punto crucial no es -como aparentemente tiende a pensar un cri ticismo
demasiado ingenuo- la presencia o ausencia de la palabra hebrea berith"
puesto que "esta ltima 'solamente es la palabra-cdigo' para algo de alcance
ms vasto que la palabra en s" tSuscripto Por Juramento, pg.27). Los
abogados del concepto ms reciente afirman que "la palabra comprometida
por un juramento," aspecto posterior en el establecimiento de pactos, es un
elemento esencial de todo pacto. Luego sealan, como argumento decisivo, la
ausencia del mismo en el contexto de la creacin. Pero no se est
introduciendo aqu, mediante la lectura, una faceta ms explcita, propia a
posteriores renovaciones del pacto redentor, de modo que aparezca en el
pacto pre-redentor dado con la creacin? Esta demolicin de Gnesis 1-3
parece socavar adems la enseanza paulina concerniente a los "dos Adanes"
en Romanos 5. Adems corre el riesgo de desplazar la norma para la
interpretacin bblica desde la analogia Scripturae a una exagerada confianza
en las fuentes arqueolgicas (por ejemplo, los "tratados de soberana" hititas).
Adems tambin corta la estrecha conexin bblica entre creacin y redencin
reduciendo la idea del pacto a una realidad exclusivamente salvfica. En
consecuencia uno se siente presionado fuertemente a evitar una cosmovisin
dualista, estructurada segn lineamientos naturalezacreacin/gracia-pacto.
Adems este enfoque apoya la tendencia actual de encontrar en los primeros
relatoa de Gnesis cada vez menos asuntos de importancia substancial para la
vida de fe y la teologa de la comunidad cristiana (destacando por ejemplo, una
aversin a la idea de la creacin a partir de nada, al orden de la creacin, al
sbado, y al pacto ahora). Interrumpe seriamente el flujo de la continuidad de
pacto-reino como tema unificante a travs de la revelacin bblica. Pero, en
contraste, la Escritura sigue garantizando la conclusin de que los "nuevos
comienzos" de Dios con No, Abraham, Moiss y David representan sucesivas
renovaciones del pacto nico, reclamado despus de la cada, pero dado
originalmente y una vez por todas con la creacin. En un pasaje muy
elocuente el profeta Jeremas reasegura a los hebreos cautivos la fidelidad de
Dios en su pacto apelando para ello al orden de la creacin. Traza un
paralelismo entre las perspectivas creacionales y redentoras del pacto. La
confiabilidad de ste es confirmada por la de aquel. Este es su mensaje: As ha
dicho J ehov: si pudiereis invalidar mi pacto con el da y mi pacto con la
noche, de tal manera que no haya da ni noche a su tiempo, podr tambin
invalidarse mi pacto con mi siervo David .... Si no permanece mi pacto con el
day la noche, si yo no he puesto las leyes del cielo y la tierra" tambin
desechar la descendencia de Jacob, y de David mi siervo .... (33:20-21, 25-26)
Comentando este pasaje Calvino nota que el profeta introduce aqu una
"similitud": Porque muestra que el pacto de Dios con el pueblo de Israel no
sera menos firme que el orden establecido de la naturaleza, ... no menos fijo

e invariable de lo que es con la humanidad concerniente al gobierno del mundo


.... Porque yo soy el mismo Dios que he creado los cielos y la tierra, que ha
fijado las leyes de la naturaleza de modo que permanecen inalterables, y quien
tambin hice un pacto con mi iglesia. (Comentario sobre Jeremas, pgs. 261,
266) El nfasis claro de este pasaje de Jeremas se refleja adems en los
comentarios de G. C. Aalders. Afirma que la fidelidad de Dios al reinado de
David y al sacerdocio levtico es ... confirmado aqu al sealar al orden de la
naturaleza: la continuidad de ambos es tan segura como la sucesin del da y
la noche.... Al sealar la constancia del da y la noche como el pacto de Dios
con el da y la noche, [el profeta] acenta la inviolabilidad de este orden divino.
Es como si hubiera un acuerdo mandatorio hecho por Dios con el da y con la
noche. (Jeremas, Vol. II en "Korte Verk- laring," pgs. 118-19) Por eso podemos
concluir con Kline diciendo que: La mera ausencia de la palabra "pacto" en
Gnesis 1 y 2 no impide una formulacin sistemtica del material de estos
captulos en trminos de pacto, de la misma manera como la ausencia de la
palabra "pacto" de la revelacin redentora en la parte posterior de Gnesis 3
no impide a la teologa sistemtica a analizar ese pasaje como la primera
manifestacin del "Pacto de Gracia." Obviamente la realidad que denota una
palabra puede ser hallada en contextos bblicos en los que esa palabra est
ausente. As ocurre en este caso. Porque la administracin divina en cuanto a
Adn en el comienzo corresponde plenamente con el pacto tipo ley tal como
aparece en la parte posterior de la historia. En efecto, el telogo bblico
descubre que las facetas normales de los antiguos tratados del tipo ley-pacto y
administracin ofrecen las ms satisfactorias categoras para el anlisis global
de la informacin pertinente de Gnesis 1 y 2 .... Existen otras perspectivas
bblicas favorables a la formulacin del orden de la creacin como un pacto. El
ordenamiento post-diluviano del mundo revelado en las declaraciones divinas
hechas a No (Gn, 8:21-9:17) en realidad fueunareinstitucin del orden
original de la creacin, y como tal se lo designa con el nombre de "pacto." ... La
ntima; amplia y bsica correspondencia que hay entre este orden posterior,
llamado especficamente "pacto," yel orden original que Dios estableci en la
creacin, favorece la construccin tipo pacto de este orden. . . . Evidentemente
Isaas consideraba (en Cap. 43) que en el principio el establecimiento del
reinado de Dios sobre el hombre era un prototipo de su pacto posterior con
Israel. Ciertamente los principales elementos de la estructura ley-pacto estn
presentes al administrar su soberana sobre Adn en Edn .... El hecho de no
desarrollar el concepto del pacto preredentor como base para la administracin
del pacto redentor, privar, se puede agregar, a las
dogmticas del aparato conceptual requerido para una sntesis satisfactoria de
la obra de Cristo y el pacto redentor. (Suscripto Por Juramento, pgs. 26-29) En
apoyo adicional a esta teologa reformada del pacto O. Palmer Robertson
afirma que "por el mismo hecho de crear al hombre a su propia imagen y
semejanza, Dios estableci una relacin nica entre s mismo y la creacin."

Esta relacin especial no se basa solamente en su "soberano acto creador,"


sino tambin en el hecho de que "Dios habl a los hombres." As que "por
medio de esta relacin de crear/hablar, Dios estableci soberanamente una
unin que es para la vida y para despus de la vida. E sta unin original entre
Dios y el hombre puede ser llamada el pacto de la creacin." En la medida en
que desacreditemos esta realidad contractual, original y permanente,
estaremos sufriendo serias prdidas. Porque "al pensar con men talidad
demasiado estrecha en el pacto de la creacin, la iglesia cristiana ha llegado a
cultivar una deficiencia en su concepto global del mundo y de la vida. En vezde
estar orientados hacia reino, como lo estuvo Cristo, nuestra orientacin es
dirigida exclusivamente hacia la iglesia" (El Cristo de los Pactos, pgs. 67-68). El
concepto de Kline, Robertson y otros refleja la posicin tomada anteriormente
en este siglo por la siempre actual teologa de Bavinck, quien hace el siguiente
comentario: Aunque la palabra "pacto" no aparezca nunca en la Escritura para
describir la relacin religiosa de Adn hacia Dios, ni siquiera en Oseas 6:7, en la
vida religiosa del hombre antes de la cada se encuentran las marcas de un
pacto. El pueblo reformado nunca fue de mentalidad tan cerrada para insistir
en la palabra, con tal que el tema en s fuese firme .... Pero, por lo general, la
resistencia a la palabra ocultaba una resistencia a la idea. Pero nosotros no
queremos, ni podemos, abandonar este punto, puesto que el pacto es la
esencia de la autntica religin .... [Porque] cuando la religin es llamada
pacto, por ese hecho es designada, como religin autntica y verdadera. Nunca
ninguna otra religin ha entendido esto: todos los pueblos o bien bajan a Dios a
modo pantesta y lo incorporan a la realidad creada, o 10 elevan a modo desta
muy por encima de la creacin. En ninguno de los casos esto resulta en
verdadero compaerismo, ni en autntico pacto, ni en verdadera religin. En
cambio la Escritura mantiene ambas verdades: Dios es infinitamente grande y
condescendientemente bueno. El es el soberano, pero tambin el Padre. El es
Creador, pero tambin arquetipo. En una palabra, l es el Dios del pacto ....
Esto caracteriza a la religin, tanto antes como despus de la cada. Porque la
religin es singular, as como la ley moral y el destino del hombre. El pacto de
obras y el pacto de gracia no difieren en su meta final sino nicamente en el
camino que conduce a ella. En ambos no hay sino un mediador, en aquel
entonces para la comunin, ahora para la reconciliacin .... La [verdadera]
religin siempre es esencialmente la misma; solo difiere en forma.
(Gereformeerde Dogmatiek, Vol. 11, pgs. 530-32)
Por eso la verdadera religin se centra contractual mente en la Palabra
mediadora de Dios, dicha en la creacin, escrita en la Biblia, y encarnada en
Jesucristo. 3. En su origen el pacto consta de una sola parte, pero de dos en su
continuacin. El Dios Creador actu por soberana iniciativa para establecer su
pacto con sus criaturas. Por lo tanto no es un convenio tipo cincuentacincuenta, un contrato entre partes iguales, donde cada parte recorre una
mitad de la distancia, encontrndose ambas a mitad del camino, y negociando

ambas en trminos mutuamente aceptables. En cambio, Dios sali a nuestro


encuentro en la creacin y mediante su Palabra del pacto para encontramos
donde estbamos y para introducirnos a una unin de compaerismo consigo
mismo. El dio el primer paso y lo sigue dando. As es como todo comenz. Dios
pronunci la primera palabra. Y tambin se reserva la Palabra final. Sin
embargo, una vez inaugurado el pacto, desde entonces este funciona, y
funcionar a lo largo de todo el camino, bilateralmente. Nosotros, como seres
humanos ahora somos llamados irresistiblemente a desempear nuestros roles
decisivos. Somos llamados a ser socios responsables, siendo Dios el "Socio
Mayor" y nosotros los "socios menores." El pacto sirve como calle de dos
manos, con un movimiento de trfico de la comunin contractual y una
comunicacin que fluye libremente en ambas direcciones. Dios "conduce el
pacto" no nosotros, porque es obra suya. Pero nosotros tenemos que
"permanecer en contacto" con l. As es como fue en el principio, as es como
todava debe ser, y as es como algn da volver a ser. 4. Desde el comienzo
hasta el final la historia del pacto revela una continuidad bsica. Dios se
mantiene siempre fiel a sus buenos comienzos. Nunca anula la demanda del
pacto respecto de sus criaturas. De su parte el pacto sigue inclume. Dios
entra repetidamente al escenario para contrarrestar los efectos perennes del
pecado sobre el mundo. En su gracia vuelve una y otra vez para renovar el
pacto. Las secuencias de la historia bblica revelan una serie de "nuevos
comienzos," que son las fases' que se despliegan en el nico plan que tiene
para sus tratos contractuales con la humanidad. Encontramos a Dios
anunciando un protoevangelio a nuestros primeros padres, purificando a la
tierra en los das de No, dando nacimiento a un pueblo escogido en Abraham,
creando una nacin nueva bajo Moiss, reclamando la tierra prometida bajo
Josu, estableciendo la monarqua bajo David, manteniendo viva una lnea
mesinic a lo largo de las enredadas historias de Israel y Jud, haciendo
regresar un remanente de la cautividad. Y luego, en la plenitud de los tiempos
aparece Cristo, el ltimo Adn, la Cabeza de una renovada comunidad del
pacto, proclamando el "nuevo pacto en mi sangre." Esta larga serie de pactos
"nuevos" que recorre las edades, en el fondo es sino un solo pacto que es
repetidamente "renovado." 5. Todas las personas o bien guardan o bien
quebrantan el pacto. En Adn hemos muerto bajo la maldicin del pacto
quebrantado. En Cristo somos restaurados a participar en una sociedad
contractual y de compaerismo. En principio esto
"ya" es as. En su perfeccin "todava no." Porque la realidad de la promesa del
pacto todava nos hace seas para que avancemos hacia una esperanza
escatolgica. Pero incluso en su consumacin futura el pacto sigue siendo una
forma de volver atrs para reafirmar su principio, para reunir sus movimientos
a travs de la historia, y para restauramos de esa manera, y restaurar a
nuestro mundo a ese compaerismo del pacto que Dios orden originalmente
para la creacin. 6. El pacto es una forma de vida totalmente corporizada a la

que somos llamados a vivir ante el rostro de Dios y en medio de su mundo. En


el huerto ya haba sido sacramentalmente sellado en la seal de ese rbol tan
especial, el rbol de la vida. Pero esa seal iba ms all de la observancia del
smbolo. Implicaba algo ms que "caminar con Dios en el fresco del da."
Abarcaba el alcance total del mandato cultural del hombre. Los profetas
declararon incansablemente que vivir conforme ms que la adhesin a los ritos
del culto. Hacer justicia, amar misericordia, cuidar de los pobres y
menesterosos, y recordar eljubileo, eran todas formas de caminar
humildemente con el Dios del pacto. As tambin en nuestra era del Nuevo
Testamento, guardar el pacto se extiende ms all de conmemorar las seales
y sellos sacramentales del bautismo y de la cena del Seor. Incluye tanto una
sociedad contractual, con Dios y con otros, en el comercio, la agricultura, la
poltica, y la fbrica, como el sostn contractual del hogar, la iglesia y la
escuela. Porque guardar el pacto es una forma de vida que lo abarca todo.
Iluminada por la Escritura y arraigada en la creacin, abarca la gama completa
de nuestras relaciones y actividades de la vida. c. El Reino que Viene En el
principio Dios cre ... [su reino! Mediante el pacto puso a su reino en su lugar.
El concepto "los cielos y la tierra" abarca la totalidad de la creacin. Es de
alcance universal, incluyendo las criaturas, pequeas y grandes. Toma esas
dimensiones csmicas para circunscribir los parmetros del reino de Dios,
Porque el reino es la totalidad del mbito gobernado por Dios -con el Padre
como Iniciador, el Hijo como Mediador, y la dinmica vivificante del Espritu que
se mueve a lo largo y ancho de la creacin. De esta manera la idea bblica del
reino fija nuestra vista en el Creador como el Gobernador sabio y bueno que
rige todas las cosas; fija nuestra vista en la naturaleza amante de su reino, y
en el reino sobre el cual se extiende su autoridad de Rey. Todas las criaturas
son siervas reales de Dios. Esta visin real nos deSIDIa en por lo menos dos
sentidos. Primero, como gente moderna, porque estas demandas totalitarias
nos parecen intimidatorias, nos saben a amenaza. Nada podra ser ms
antidemocrtico. Nos jactamos de pertenecer a un "mundo libre." Vivimos bajo
un gobierno de formas republicanas. Nosotros elegimos a nuestros propios
gobernantes. Todo impulso (egalitario) de nuestro interior reacciona
violentamente contra la idea bblica de una monarqua divina. Entonces cmo
manejamos esto? Con frecuencia adoptamos una hermenutica de
acomodamiento, domesticando la doctrina de la soberana divina
para adapatarla a nuestras nociones de soberana popular. As como los reyes y
las reinas contemporneos "reinan" pero no "gobiernan," as como ellos sirven
como smbolos tradicionales y nostlgicos del pasado, como cabezas
meramente figurativas de la vida nacional, pero no como jefes de estado, as
tambin es con Dios. Tratamos de recortar su omnipotencia hasta un tamao
que nos resulte manejable. La idea de un reino de Dios es, por supuesto, un
concepto antropomorfo y mundano; habla de una realidad transhistrica
usando trminos muy terrenales. Sin embargo, conlleva ms peso

trascendental y substancia de lo que muchas de nuestras modernas nociones


democrticas pueden tolerar. Segundo, la idea bblica del reino de Dios se
opone a la tendencia de muchos cristianos evanglicos de reducir su reino aproporciones muy personales. Muchos confinan el gobierno de Dios a "los
corazones y a las vidas" de los creyentes. Tales nociones truncas del reino no
pasan la prueba de la Escritura. Los Salmos, como la Escritura toda, estn
repletos de inequvocas referencias al soberano gobierno de Dios sobre toda
realidad creada. "El Dios de dioses, Jehov, ha hablado, y convocado la tierra,
desde el nacimiento del sol hasta donde se pone .... Porque ma es toda bestia
del bosque, y los millares de animales en los collados" (Salmo 50:1,10).
Volvindonos a otra esfera de la vida, en Proverbios 8: 15-16 se encuentra una
nota similar: "Por m reinan los reyes, y los prncipes determinan justicia. Por m
dominan los prncipes, y todos los gobernadores juzgan la tierra. No debe
asombramos entonces que el "Mesas" de Haendel se levante en un poderoso
crescendo aclamando a Dios como "Seor de seores, y Rey de reyes por
siempre y siempre," El reino de Dios es expuesto pblicamente. Esto debiera
poner fin a toda inclinacin privatizad ora que pueda quedar en nosotros. La
obediencia en el reino no solamente establece los asuntos de la devocin
personal, de la asistencia a la iglesia y de los himnos favoritos, sino tambin
los asuntos referidos al estilo de vida, preferencias educacionales, decisiones
en cuanto a la carrera, las organizaciones a que nos unimos, y las causas que
apoyamos. Los asuntos del reino nunca son una ocupacin para despus de
hora. Ellos implican la totalidad de la agenda. Por eso es totalmente falaz la
distincin entre siervos del reino con dedicacin de tiempo completo y los
siervos con dedicacin parcial. La totalidad de nuestra vida es llamada a servir
en el reino. El reino, ciertamente no es de "este mundo." Ello fue cierto cuando
Jess pronunci estas palabras (Jn. 18:36). Y hoy sigue siendo cierto, y desde el
comienzo ha sido as. Como el mundo no pudo crearse a s mismo tampoco
poda establecerse a s mismo como reino de Dios. El reino es "de arriba." Sin
embargo est "en" el mundo, como parte integral de nuestra vida en l. Por
eso se puede decir que nada importa, sino el reino, pero por causa del reino,
todo importa. El reino define nuestro lugar y nuestra tarea en el mundo. Esto
queda claramente reflejado en el aspecto real de nuestro triple oficio. Somos
siervos (Antiguo Testamento) y ciudadanos (Nuevo Testamento) en el reino de
Dios. A travs de la Escritura las ideas del reino son trminos cotidianamente
familiares entre e. pueblo de Dios. Las mismas tambin tienen su eco en el
pensamiento y la vida de la comunidad cristiana a lo largo de los siglos,
aunque no siempre en forma tan
prominente como en la Escritura. Otros temas, tales como la salvacin de
almas, la iglesia, las misiones, y la piedad personal a veces eclipsan la
perspectiva del reino. Esto tambin ha ocurrido en la tradicin reformada.
Como lo expresa Ridderbos: En lo que concierne a la tradicin de la teologa
reformada, uno puede observar que en ella la iglesia ha' ocupado una posicin

ms cntrica que el reino de Dios. En las confesiones reformadas el reino de


Dios es tratado en forma muy incluyente; tampoco podemos decir que ocupe
un lugar dominante en la estructura de estas confesiones .... El significado
central que tiene el reino de Dios, por ejemplo, en la predicacin de Jess, [no]
se muestra aqu en plenitud ni en el catecismo como un todo. Hayotros temas
que gobiernan la estructura de estas confesiones Reformadas. Pero con el
resurgimiento del neo-calvinismo a principios de este siglo, se ha producido un
cambio. Porque "en el avivamiento de la teologa reformada, particularmente
con autores tales como Kuyper y Bavinck, la idea del reino de Dios ocupa
unaposicin ms cntrica." Contrarrestando la supremaca liberalista del siglo
diecinueve, Ridderbos sigue diciendo que ... con la intuicin del genio y una
poderosa fe [Kuyper] recurrio a la idea del reino de Dios, y as lleg a la famosa
declaracin de que "no existe una sola pulgada en todo el ancho terreno de la
vida humana, a la que Cristo no extienda su demanda." Hasta donde concierne
a la esencia del asunto, Kuyper poda afiliarse a Calvino para quien tambin,
con seguridad, no solamente el alma, no solamente la iglesia, sino tambin la
vida pblica, es el lugar donde el reino de Cristo tiene que encontrar
reconocimiento. (" La Iglesia y el Reino de Dios," Bolettn Reformado
Internacional, Nro. 27, pg. 9)
III. 4. El Estado Intermedio En todas partes del mundo innumerables lpidas
llevan grabadas las palabras "duerme en Jess" y "en paz descansa." Un
misterio casi impenetrable rodea a esas piedras memoriales. Principalmente
son un testimonio de la vida vivida, pero tambin a la esperanza que se
extiende ms all de "tres veintenas de aos y diez." Hay una inscripcin
lapidaria que da testimonio reflexivo a la fe viva de un hombre con esta
confesin elocuentemente simple pero profunda: "Perdonado." Una cosa est
clara, donde el rbol cae, queda. Pero lo que hay ms all de la muerte nos
confronta como una realidad paradgica. En esta transaccin que a todos nos
toca hacemos la ltima entrega de la "paga del pecado" (Rom. 6:23). El severo
segador es nuestro "ltimo enemigo" (1 Cor. 15:26). Pero esta historia
tambin tiene una cara luminosa. " Para nosotros que estamos en Cristo la
muerte no es una satisfaccin por el pecado; lo fue para Cristo, pero no para
nosotros. ... Porque la muerte de Cristo fue parte de la maldicin; pa ra
nosotros la muerte es u n a f u e n t e d e b e n dici n " (Hoekema, L a Biblia y
el F u t u r o , pg. 84). Por eso miramos a la muerte como la transicin de un
destino aparentemente irrevocable a la victoria en la compaa dlos "espritus
de los justos hechos perfectos" (Heb. 12:23). Esta perspectiva hace que Pablo
declare que "vivir es Cristo, y morir es ganancia" (Fil. 1:21). Pero transcurrido el
funeral, concluidos los discursos de despedida, cuando las flores se
marchitaron y se secaron las saladas lgrimas, entonces qu? Acaso
podemos decir alguna cosa significativa respecto del inmediato despus? La
Escritura solamente habla en "susurros" (Ber-kouwer) de ese estado de
existencia. Ya en Calvino encontramos una limitacin hermenutica similar.

"Conformmonos con los lmites divinamente establecidos para nosotros" dice


Calvino, y no los "transgredamos"; abstengmonos de "investigaciones
superfinas," en cambio "estemos satisfechos con el 'espejo' y su imagen
'borrosa' hasta que veamos a [Dios] cara a cara (1 Cor. 13:12) (Instituciones,
III, 25, 6, 11). Por eso, muchas preguntas podrn quedar sin respuesta. Pero no
estamos totalmente a oscuras. Porque en la muerte como en la vida estamos
"con Cristo" - " esto es todo lo que Pablo sabe acerca del estado intermedio"
(Hoekema, La Biblia y el Futuro, pg. 104). Esta seguridad es lo que al final de
cuentas ms importa, es decir, "la promesa de una comunin continua " con
Cristo (Berkouwer, El Retorno de Cristo, pg. 52). Como dice Calvino:
"LaEscritura no va ms all de decir que Cristo est con ellos y los recibe en el
paraso" (Instituciones, III, 26, 6). Aunque la Escritura no ofrece "explicaciones
tericas del estado intermedio" (Berkouwer, El Retorno de Cristo, pg. 51), ni
ningn anlisis detallado del mismo, su realidad es una presuposicin bsica de
la Biblia. Con la clase de claridad acumulativa que tipifica su desarrollo de la
historia, la Escritura establece como premisa fundamental la continuidad de
nuestra existencia como criaturas humanas. Nunca se detiene para "probarla,"
como, a otro nivel, tampoco ofrece argumentos racionales para la existencia
del Dios Creador. Una vida despus como realidad posterior a esta vida es un
axioma inquestionable del drama teleolgicamente dirigido de la historia
escatolgica. El aqu y ahora no es un callejn sin salida. En su lejano extremo
hay un portal que se abre a una misteriosa continuidad, pero tambin a una
discontinuidad que es, simultneamente, ms y menos, que nuestra vida
actual. Como lo expresa Calvino, la lucha contra el pecado y el mal habr
terminado. Pero la corona eterna todava espera. En el estado intermedio
todava hay una anticipacin de cosas mayores por venir. Tiene un carcter
precursor, marcado por una gloria provisional, esperando la parousia
(Instituciones, III, 25, 6). Para Calvino "la totalidad del estado intermedio est
enfocado en la expectativa de lo por venir - de la venida de Cristo." Por eso,
puesto que la esperanza cristiana "se extiende ms all de la tumba y por
ltimo hasta la parousia misma,... la tensin entre el 'ya' y el 'todava no' aun
tiene que permanecer para aquellos que, en la muerte, esperan la venida
del Seor" (Berkouwer,
El Retorno de Cristo, pgs. 49, 34). De modo que, esta forma de estar con Cristo
no disminuye sino intensifica la esperanza escatolgica de aquellos que
exclaman: "Hasta cundo!" Cunto falta para la resurreccin final? Por eso,
desde donde estamos ahora, no debemos mirar al estado intermedio y a la
parousia como esperanzas separadas, sino como dos fases de un solo
movimiento escatolgico. "La muerte no es el escatn en un sentido absoluto,
pero es un escatn" (Weber, Fundamentos de Dogmtica, Vol. II, pg. 665). La
muerte no es la entrada a una sala de espera geritrica, donde se interrumpe
la vida y todo queda en suspenso. Nuestro "traslado" no nos obliga a un estado
de adormecimiento, a un sueo del alma, o a una existencia inconsciente, y por

cierto no a la extincin o aniquilacin. Porque para Pablo "partir y estar con el


Seor" difcilmente podra haber sido una perspectiva personal "mucho mejor"
bajo circunstancias tan poco auspiciosas (Fil. 1:23-24). Aunque "no hay dudas
en cuanto a la realidad de los creyentes en presencia de Cristo
inmediatamente despus de la muerte," no obstante, "el significado de esta
realidad y el lugar que ocupa en la totalidad de la salvacin" es mucho menos
clara (Ridderbos, Pa blo . pg. 506). Pero este es "nuestro consuelo en la vida y
en la muerte" que an las disrupciones producidas por la muerte no pueden
cortar los lazos que unen a Cristo con su cuerpo. Porque "si vivimos, para el
Seor vivimos; y si morimos, para el Seor morimos. As pues, sea que
vivamos, o que muramos, del Seor somos. Porque Cristo para esto muri y
resucit, y volvi a vivir, para ser Seor as de los muertos como de los que
viven" (Rom. 14:8-9). La vida de Cristo es la garanta segura de la nuestra. As
como nuestra vida antes de la muerte est centrada en Cristo, as tambin lo
est despus de la muerte. No hay nada en toda la creacin que pueda romper
esta unin (Rom. 8:39). Por eso, la vida en el estado intermedio no tiene una
"existencia independiente." Ni ofrece una "base separada de consuelo." Es
"totalmente absorbida por la esperanza de la resurreccin y sin ella no
existira" (Ridderbos, Pablo, pg. 506). No obstante, lo que significa estar
espiritualmente vivos, separados de nuestra actual existencia histrica, es algo
que nos deja atnitos. Vivir ms all de la vida corporal, pero todava no en el
estado de gloria es " un modo inconcebible de existencia" (Ridderbos, Pablo,
pg. 507). En todo intento por describirlo estructural y fimcionalmente, las
palabras nos fallan. No contamos con claves antropolgicas. Sin embargo, la
direccin no est oculta. La vida despus de la muerte no es un volver atrs. Al
mismo tiempo "todava no" es todo lo que estamos designados a ser y a llegar
a ser. Es un estado "provisional e incompleto" (Bavinck, Magnalia Dei, pg. 634).
Pero es el siguiente paso en nuestra peregrinacin escatolgica. En medio de
las muchas ambigedades que cruzan el aqu al ms all, siempre estamos en
"buenas manos." Y por ahora, eso basta. III. 5. La Vida de Resurreccin
Domingo tras domingo, innumerables adoradores, tanto en catedrales como en
iglesias subterrneas, recitan el artculo de fe: Creemos en la "resurreccin del
cuerpo." Esta es una confesin singularmente cristiana. Los filsofos griegos
(Hech. 17:30-32) y pensadores del Esclarecimiento abogan por teoras de la
"inmortalidad del alma." Basaron esta doctrina en una cualidad de durabilidad
que supuestamente es inherentemente invencible en el espritu humano.
Desafortunadamente esta nocin dudosa, ajena, tambin se ha abierto camino
para entrar al cristianismo histrico. Sin embargo, en el mejor de los casos, es
un "artculo de fe mezclado" (Bavinck, D o g m tic a R e f o r m a d a , V ol. IV,
pg. 567). Porque, como dice Hoekema, " el concepto de la inmortalidad del
alma no es una doctrina distintivamente cristiana. En cambio, lo que es
cntrico al cristianismo bblico es la doctrina de la resurreccin del cuerpo" ( La
Biblia y el Futuro, pg. 91). Por eso, en agudo contraste con tradiciones

helenistas, gnsticas y algunas humanistas, la Escritura acenta la integridad


de la vida corporal. Su importancia como creacin y su importancia redentora
es manifiesta sobre todo en la encarnacin, "el Verbo se hizo carne yhabit
entre nosotros,... semejante a nosotros en todas las cosas." Esta enseanza
bblica nos compromete ya ahora a promover el bienestar totalmente corporal
de toda vida humana y de otras realidades creadas. Adems, ms all de
nuestra historia actual, nos ofrece la firme promesa escatolgica de una
completa restauracin a novedad de vida, esto es, de nuestra resurreccin y de
la restauracin de toda la creacin. Porque la escatologa personal va de la
mano con la escatologa csmica (Rom. 8:18-25). En la Escritura "una
expectativa no se opone a la otra" (Berkouwer, El Retorno de Cristo, pg. 36). La
muerte sigue siendo un intruso extrao, antinormativo, en la vida de la
creacin. La resurreccin seala a la restauracin final de todas las cosas a un
estado de normalidad. Ella enfoca nuestra vista ms all de la perspectiva
nebulosa de un estado intermedio a un futuro mucho ms reconocible. El
mundo de la resurreccin suena a algo mucho ms familiar y terrenal. Porque "
en mi carne he de ver a Dios" (Job 19:26) en una " nueva tierra donde mora la
justicia" (2 Pe. 3:13). Ciertamente, el escatn resultar en cambios
dramticos. Un " cuerpo glorificado" se levantar del sepulcro (Fil. 3:21).
Aparecer un mundo renovado, purgado por fuego (2 Pe. 3:10-13). Sin
embargo, estas discontinuidades escatolgicas presuponen una continuidad
igualmente real con nuestra actual vida terrenal. Como dice Hoekema, ahora
vivimos " en un estado de unidad psicosomtica. As fuimos creados, as somos
ahora, y as seremos despus de la resurreccin del cuerpo" (Creados a Imagen
de Dios, pg. 218). Tal vez en este punto nos ayude el lenguaje de la fe de la
iglesia. Nuestros antepasados frecuentemente vieron la resurreccin como
nuestro "traslado" a la gloria. Imagneselo como un libro, fielmente traducido,
por ejemplo, del alemn al ingls; al leerlo encontramos continuidad en el tema
al mismo tiempo que seguimos el flujo de la discontinuidad idiomtica. La
Escritura regularmente describe la vida resucitada en trminos negativos:
cuerpos sin dolor, ojos sin lgrimas de sufrimiento, vida sin influencias de
corrupcin. Pero cmo podemos dar expresin positiva a estas esperanzas
seductoras? Lo hacemos a sabiendas, pero con una previsin limitada. Es una
hermenutica limitada de fe que agudiza nuestra visin del futuro. Anticipamos
la "perfeccin que viene" despus que lo imperfecto haya pasado" (1 Cor.
13:10), por fe no por vista. Nosabemos a ciencia cierta "lo que seremos"; pero
sabemos que " cuando aparezca [Cristo] seremos como l porque le veremos
como l es" (1 Jn. 3:2). Por eso, la santa ignorancia es propia a las
expectativas de la comunidad cristiana. Esto queda claro en la analoga usada
por Pablo de la semilla y la planta (1 Cor. 15:35-50). Porque " as como hay
continuidad entre la semilla y la planta, as habr continuidad entre el cuerpo
actual y el cuerpo de resurreccin ." Pero " as como del aspecto de la semilla
no se puede predecir el aspecto futuro de la pla n t a , a s n o p o d e m o s d e

cir , o b s e r v a n d o al c u e r p o a c t u al, c m o s e r exactamente el


cuerpo de resurreccin" (Hoekema, La Biblia y el Futuro, pg. 248). La realidad
de nuestra esperanza de resurreccin, como toda otra esperanza, est
centrada en Cristo. Aparte de l, como afirma Calvino, "es demasiado difcil
para la mente humana comprender." Reconociendo que "es difcil creer que los
cuerpos, una vez consumidos por la descomposicin, finalmente y a su tiempo,
sern levantados," Calvino sostiene que "una de las ayudas con las que la fe
puede superar este gran obstculo" es el "paralelo de la resurreccin de Cristo"
(Instituciones, III, 25,3). La realidad de nuestra vida "todava no" resucitada
est firmemente anclada en la realidad potenciadora de la resurreccin de
Cristo "ya" ocurrida (Rom. 8:11; 1 Cor. 6:14; 2 Cor. 4:14). Nuestra resurreccin
est incorporada a la suya, y su resurreccin autentifica la nuestra. La obra
renovadora del Espritu en nuestras vidas ahora ya es un comienzo
escatolgico de nuestra futura vida resucitada (2 Cor. 3:18; 4:10-11; Fil. 3:1011). Puesto que nosotros como " personas genuinamente nuevas" algn da
seremos " totalmente nuevos ," podemos abrazar las bendiciones soteriolgicas que recibimos en esta vida" como " un anticipo de bendiciones
mayores, bendiciones que esperamos en una era por venir" (Hoekema, La
Biblia y el Futuro, pg. 9). Este anticipo de la renovacin definitiva que " viene
del Seor que es Espritu" es la promesa y garanta de su consumacin final.
Por eso el aqu, y el ms all de nuestra historia corporal " no estn
mutuamente opuestos como lo inferior a lo superior en el sentido de una
antropologa dualista, sino como dos modos de e xis t e n cia c o r p o r al, d e
la q u e la r e s u r r e c ci n d e C ris t o c o n s tit u y e el p u n t o decisivo"
(Ridderbos, Pablo, pg. 543). Mientras esperamos el sonido de la trompeta
podemos anticipar una identidad antropolgica real. La apertura de los
sepulcros indicar una restauracin de los diversos aspectos de nuestra
manera de ser humanos. "Conoceremos plenamente" as como somos
"plenamente conocidos." Al movernos del "ahora" al "entonces" Pablo dice
"permanecen lafe, la esperanza y el amor" (1 Cor. 13:12-13). Esto presupone
que seguiremos teniendo fe, esperanza y amor. Jesucristo es el arquetipo. El
que resucit fue el mismo que muri y que fue sepultado. "Vean mis manos y
mis pies"; con estas desafiantes palabras de invitacin reanima a sus
descorazonados discpulos. " Mir a d mis m a n o s y mis pie s , q u e y o mis m
osoy;
palpad y ved; porque un espritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo
tengo" (Lc. 24:39). En otra aparicin leemos que "ninguno de sus discpulos se
atreva a preguntarle: T, quin eres? Sabiendo que era el Seor" (Jn. 21:12).
Pero en su cuerpo glorificado las puertas cerradas y trabadas eran incapaces
de impedir su entrada. Quiz nos ayude una cruda analoga de la ciencias
fsicas a imaginar esta espectcular transformacin: un objeto determinado,
operando bajo una frecuencia inusual, exhibe patrones extraordinarios de
comportamiento. De todos modos, seguimos viendo a travs de un vidrio,

borrosamente. Sin embargo, esto podemos afirmar: El artculo de fe


concerniente a "la resurreccin del cuerpo" se refiere al " hombre como fue
creado por Dios, para la gloria de Dios, y para su servicio, e igualmente a su
resurreccin de los muertos y a su salvacin por Dios" (Ridderbos, Pablo, pgs.
548-49). Por eso podemos afirmar de todo corazn que somos, y seguimos
siendo, nosotros los que resucitamos.... No es otro ser humano que comienza a
existir; es este cuerpo humano que es cambiado" (Hendrikus Berkhof, La Fe
Cristiana, pg. 527).
SPYKMAN

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