Analisis Joyce
Analisis Joyce
Analisis Joyce
JAMES JOYCE Y LA
FRUSTRACIÓN DE LA REALIDAD
Gonzalo Contreras*
residía esa especie de fulgor que emergía de esas cortas narraciones que no
parecían ser más que un but de chemin de algún relato que no había querido
prolongarse por una especie de pereza de su autor. No se trataba más que de
unos fragmentos de vida atrapados al vuelo, sin mayor estructura
argumental y que, sin embargo, producían un efecto de curioso espesor
narrativo. Ese efecto, que en mi caso operó tal como el autor deseaba, no
era otro que el de la epifanía, ese encantamiento según el cual, al conjurarse
en un momento determinado y feliz los elementos del relato, la "realidad se
vuelve de pronto expresiva".
Los Dublineses eran algo así como un pequeño taller alquímico que
había servido a su dueño para probar la veracidad de una fórmula. Esa
detención en la epifanía, que a mi modo de ver se encuentra más nítidamente
reconocible en Dublineses, se debe sólo a la intuición que ese hallazgo
temprano de Joyce marcó toda su experiencia literaria futura, y, de ese
modo, la de los demás escritores. La epifanía es una pequeña explosión de
realidad en el texto, en la que ésta se nos hace tangible, y se nos revela
como poseedora de una verdad intrínseca que el escritor puede llegar a
desentrañar a través de la magia verbal. Por cierto que se trata de un efecto
presente, en un grado u otro, en toda literatura; sin embargo en Joyce
aparecía como un fin en sí mismo, como lo propio del quehacer literario.
Es tal vez un lugar común poner el punto en el realismo de Joyce, pero
interesa subrayar este aspecto más que como un rasgo, como una obsesión;
se podría afirmar que Joyce es el escritor más realista de cuantos ha habido,
en el sentido de que nadie como él llevó tan adelante la experiencia de la
exploración de la realidad por medio de la palabra escrita. Convengamos que
la sola palabra "realidad" es ambigua y controvertible. ¿Qué es la realidad?
Dado que una definición positiva parece imposible, digamos, al menos, lo
que no es realidad en los prados de la literatura. Desde los tiempos más
arcanos, en que los hombres se narraron unos a otros sucedidos de sus vidas
ordinarias, al solo traspaso de una imaginación a otra, de la que contaba y
del que escuchaba, se producía, se produce, el efecto relato, por así llamarlo,
según el cual determinadas economías, ahorros de escenas, pequeñas
digresiones, deliberadas minuciosidades en tal o cual episodio, énfasis y
olvidos, entusiasmos y elocuencias, que hacían, que hacen, que ese relato ya
no perteneciera al campo de lo real, sino al de la construcción voluntaria de
un objeto dramático. Toda la tradición literaria, desde la primera épica,
procede del mismo modo, aislando el gesto heroico, concentrando las cargas
dramáticas, echando a volar al viento las trivialidades, haciendo, en suma,
un apretado haz de hechos afortunados la peripecia de la historia. Se podrá
decir que se trata de una óptica absolutamente superada en la literatura
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