Vampiro de Emilia Pardo Bazan
Vampiro de Emilia Pardo Bazan
Vampiro de Emilia Pardo Bazan
-¿No le bastarían a ese viejo chocho siete pies de tierra? -preguntaban entre
burlones e indignos los concurrentes al Casino.
¡Asistir al viejecito! Vaya: eso sí que lo haría de muy buen grado Inés. Día
y noche -la noche sobre todo, porque era cuando necesitaba a su lado,
pegado a su cuerpo, un abrigo dulce- se comprometía a atenderle, a no
abandonarle un minuto. ¡Pobre señor! ¡Era tan simpático y tenía ya tan
metido el pie derecho en la sepultura! El corazón de Inesiña se conmovió:
no habiendo conocido padre, se figuró que Dios le deparaba uno. Se
portaría como hija, y aún más, porque las hijas no prestan cuidados tan
íntimos, no ofrecen su calor juvenil, los tibios efluvios de su cuerpo; y en
eso justamente creía don Fortunato encontrar algún remedio a la
decrepitud. «Lo que tengo es frío -repetía-, mucho frío, querida; la nieve de
tantos años cuajada ya en las venas. Te he buscado como se busca el sol;
me arrimo a ti como si me arrimase a la llama bienhechora en mitad del
invierno. Acércate, échame los brazos; si no, tiritaré y me quedaré helado
inmediatamente. Por Dios, abrígame; no te pido más».
FIN