1947 MT 18-21-19-1
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Varios teólogos identifican al Espíritu con el Resucitado, pues lo encarnado
fue el “logos” (verbo, palabra) que esparce sus semillas en todo ser humano.
Ciertamente, si pudieran no igualarse, con la Resurrección el Resucitado es el
Espíritu enriquecido con nuevos contenidos.
Cruzadas, expulsión de Europa y otras. Los judíos concebían
a Elohím (un nombre de Dios como justicia) a menudo en
conflicto con Yahvéh (un nombre de Dios como
misericordia). El solo perdón no pasaba de mantener el
estatus quo, el presente pero la misericordia permitía que el
futuro fuera aún mejor que el presente. Por esto, el
misericordioso Yahvéh perdonaba a todo el pueblo en la
fiesta del Yom-Kippur o expiación, con la esperanza de que el
pueblo se convirtiera. Jesús, perdona con extrema facilidad,
aún sin que se lo pidan, como en el caso del paralítico de la
camilla. En la parábola del Padre Misericordioso (hijo
pródigo o de los dos hermanos) ni siquiera hay confesión.
Igual en el caso de la “pecadora pública” (según el anfitrión
Simón) como en el caso del “buen ladrón”. El cristianismo no
se agota en perdonar sino en hacer hombres nuevos. Cristo
ofrece no solamente perdón de los pecados sino una nueva
vida que la resurrección prefigura para todas la creación.
La parábola, que aparece ya alegorizada con el rey, los
siervos, los talentos y los denarios, apela a la exageración de
los montos, el precio económico con el que se tasa el siervo,
la mujer y los hijos en algo que hoy nos resultaría aberrante.
Aún en el siglo XIII, Antonio de Padua luchaba por el derecho
a la libertad de los deudores encarcelados y la consiguiente
miseria de sus familias. El siervo no es menos cruel con su
congénere deudor y el rey del final simplemente revierte su
perdón en un giro impensable en la divinidad. Un Dios que se
arrepiente de perdonar no tiene cabida con Jesús. Menos,
cuando el ejemplo de perdón es de deudas económicas. En la
versión de Mateo del Padrenuestro, pedimos ser capaces de
perdonar las deudas (ofelímata, en griego) que tienen el
sentido precisamente económico. En Lucas se suaviza el
pedido utilizando ofensas. En algunas intervenciones de
Pablo VI se pedía a la banca mundial perdonar las deudas de
los países pobres, precisamente para que hubiera futuro
para todos los países en desarrollo y no solamente para las
multinacionales financieras. Aunque con un sentido más
amplio que el perdón, dice Pablo que la reconciliación
realizada por Dios a través de la cruz de Cristo, abarca
pueblos, naciones y tribus. Hoy nos tocaría añadir que
incluye igualmente dejarse reconciliar por la naturaleza, ante
la crisis ecológica en nuestra casa común.
La primitiva comunidad cristiana, ante las persecuciones,
no respondió con violencia sino con perdón y martirio frente
a sus perseguidores. Se sentían siguiendo los ejemplos de
Jesús y del protomártir Esteban. Con la paz de Constantino,
los más radicales no luchan contra el no-cristiano sino que
emigran al desierto a llevar una vida austera de oración y
dominio de sí mismos: los monjes del desierto.
En la época de la Reforma, el perdón disociado entre la
pena y la culpa, había llevado a un sistema complejo y
escandaloso del perdón de la pena (indulgencias, jubileos,
peregrinaciones, austeridades, misas, méritos, purgatorio,
donaciones, etc.) que con justa razón mostraban un Dios
banquero y contabilista más que un Dios misericordioso.
Lutero enfatiza el perdón gratuito (justificación) aunque no
pone igual énfasis en la resurrección y el obrar del hombre
nuevo2. Si el perdón es la gracia, por tanto algo gratis, que
Dios da, el bien hecho a los demás es la manifestación propia
de la gracia recibida. Sin la segunda, la primera apenas es
infatuación. No se puede ser perdonado sin perdonar; no
existe el santo sin santificar a los demás; no existe el perfecto
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Aunque no hace justicia a todo su pensamiento, se ha visto la justificación
protestante como la no imputación del pecado en sentido jurídico, forense,
imputativo. Dios sabría de nuestro pecado pero se hace el de “la vista gorda”.
sin perfeccionar a los demás; no existe el salvado sin salvar a
los demás; no existe el sabio sin enseñar a los demás; y, así
una larga lista de “buenas obras”.
En la parábola alegorizada de hoy todos salen más
librados: el rey, el siervo deudor de los diez mil talentos y a
su vez acreedor de los cien denarios y el deudor maltratado
de los mismos. Casi que podríamos variar la presentación:
“El reinado de los cielos NO se parece a lo siguiente”. Sería
una alegoría edificante por contraste. Igual sucede con la
conclusión final: «Así también mi Padre celestial hará con
vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro
hermano». Más lógico es decir que Dios no se cansa de
perdonar con la esperanza de desencadenar la conversión. El
perdón se recibe de Dios para compartirlo con los demás. Sin
perdón quedan pocas alternativas: el cinismo, la neurosis o
la locura, dependiendo del sentido de culpa. Con perdón
renace la esperanza. En el caso de la mujer que unge a Jesús
en casa de Simón, se expresa el perdón proporcional a la
capacidad de amar. Con Jesús el amor llegó al límite
precisamente porque no hay un Dios mayor que el que
muere por amor.
Como imagen terrenal que la Eucaristía está llamada a
reflejar del reinado de Dios, bien expresa que la conversión
implica el paso de la muerte a la vida, de la injusticia a la
justicia, de la violencia a la paz, del odio al amor, de la
venganza al perdón, del egoísmo al compartir, de la división
a la unidad. Una lectura alegórica inaceptable de este texto es
la que hace Rábano Mauro en el siglo IX quien hace de los 10
mil talentos diez mandamientos quebrantados por los judíos
y el pueblo vendido por Yahvéh a Babilonia. Liberados,
habrían maltratado a los cristianos por lo cual los romanos
los destruyeron junto con su Templo. Justifica la violencia.