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INTRODUCCIÓN
1. MARCO DOCTRINAL
3. Jn 1, 14.
4. Hb 4, 15.
5. Cfr. Gen 1, 26-28.
6. Ex 34, 6-7.
7. 2 Cro 30, 9; Neh 9, 17.31; Sal 103/102, 8; 111/110, 4; 145/144, 8; Jl 2, 13;
Jon 4, 2.
8. Sal 25/24, 10; 40/39, 11ss; 57/56,4; 61, 8; 86/85, 15; 115/114, 1; 138/137, 2.
9. Lc 15, 11.
10. Jn 14, 21.
11. Lc 2, 14. Es sabido que el texto ha recibido dos lecturas, según el término bene-
volencia (eudokías) se refiera a Dios o a los hombres. Parece más probable la primera,
pero ambas lecturas son complementarias, puesto que toda buena voluntad humana
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Pecado y redención
tiene como fuente la buena voluntad divina, como desarrollará después la doctrina cris-
tiana de la gracia.
12. Lc, 10, 21.
13. Hb 4, 15.
14. Mt 11, 29.
15. Mt 11, 29.
16. Gn 3, 14-19.
17. Gn 2, 25.
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18. Gn 3, 7.
19. Ovidio, Metam. 7, 20.
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más baja de la sensibilidad), pero, con San Pablo, defiende que el espíritu del
hombre convertido debe estar conducido por el impulso de la caridad. Esto
modifica bastante los planteamientos clásicos, con un dinamismo nuevo y unos
nuevos horizontes de conducta. La caridad, el amor que se entrega a Dios y al
prójimo, debe conducir a un heroísmo que pasa por encima de lo que es razona-
ble. Así lo formula el primer mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» 20. Y también se muestra en
las sorprendentes exigencias del amor que Cristo propone a los que le siguen:
«Nadie tiene amor más fuerte que el que da su vida por los amigos» 21; «Yo os
digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen y calumnian» 22.
El ideal clásico de sabio rechaza el ímpetu de los sentimientos capaces de per-
turbar la razón. Pero el cristianismo aspira al dominio del impulso de la caridad en
la conducta. Por eso mismo, califica positivamente la espontaneidad de las mani-
festaciones afectivas cuando se dirigen a Dios y al prójimo. Desde el principio, el
cristianismo considera como virtud la misericordia, y espera de los cristianos que
tengan «entrañas de misericordia», como Dios mismo las tiene. En Dios, que es
espíritu, se trata de una misteriosa metáfora con un alcance imposible de imaginar,
pero en el hombre se refiere a una experiencia afectiva perfectamente identificable.
La tradición sapiencial griega trataría la cuestión de la misericordia de
otro modo: alabaría la tendencia a ayudar (el altruismo), pero censuraría la con-
moción. El sabio es quien pone en todo la medida de la razón: no puede dejarse
dominar por sus sentimientos. Aunque se trate de un caso extremo, se recuerda
el escrúpulo de Aristóteles al no poder contener sus sentimientos y llorar por la
muerte de su hija. Hay una diferencia de planteamiento global. El cristiano
aspira a imitar las entrañas de un Dios misericordioso, Aristóteles, la serenidad
de un cosmos presidido por un motor inmóvil. Algo parecido resultaría en la
confrontación con los ideales budistas: el budismo propugna unos ideales prác-
ticos de benevolencia y misericordia universal, pero rechaza toda vehemencia
afectiva. El bello ideal de la serenidad, que tiene tantas resonancias cósmicas,
impide que el tema pueda ser tratado de otro modo.
No es que la antigüedad desconozca la importancia y la fuerza de los senti-
mientos, sobre todo superiores. Tanto Platón como Aristóteles creen que la buena
educación consiste principalmente en ayudar a que los jóvenes se enamoren de lo
que es noble, para que se convierta en el motor de su conducta. El cristianismo
comparte esta preocupación, pero su ideal de conducta no es elitista y no tiene un
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2. EL CORAZÓN 25
Corazón y conciencia
23. Le debemos a D. VON HILDEBRAND una interesante reflexión sobre este tema: Las
formas espirituales de la afectividad, Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense,
Madrid 1996; en su original alemán, se puede encontrar en el volumen VIII de sus
Gesammelte werke. Es una de sus tesis más importantes, que también aparece en otras
obras, como en los primeros capítulos de El corazón, Palabra, Madrid 1996. Pero encon-
tramos paralelos en la toda la tradición agustiniana. Ver, por ejemplo, el comentario de
SAN AGUSTÍN en De Civitate Dei, XIV, cap.3 donde se sitúa ante las ideas estoicas.
24. Se encontrará un precioso comentario sobre esto en el Tratado del amor de Dios,
de SAN FRANCISCO DE SALES, Libro I, cap. V y VII.
25. Es un término que tiene un lugar eminente en la Biblia y en la espiritualidad cris-
tiana, pero muy reducido en la teología. Cfr. Cor et cordis affectus en DS 2 (1953) 2278-
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El sentido moral
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El buen corazón
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categoría de las cosas (Dios, el prójimo, uno mismo), crea el ordo amoris, el
orden de los amores, en el que San Agustín compendiaba la perfección moral.
El cristianismo tiene experiencia del corazón que ama a Dios y a sus
cosas. Es la piedad o, en su sentido más fuerte, el celo por las cosas de Dios. La
palabra «piedad» existe ya en el vocabulario de la cultura clásica, especialmente
romana, referida a los amores familiares y patrios, además de la devoción por
los servicios religiosos tradicionales. En la cultura cristiana, que tiene una ima-
gen clara de Dios como Padre, se dirige personal y directamente a Él. La con-
ciencia cristiana reconoce la proximidad del Dios creador y redentor, que está
y actúa en todas las cosas y, en particular, en el fondo del hombre; precisamente
en su corazón, en el decir bíblico, o en el apex mentis, en el decir de algunos
místicos. Existe una conciencia, unida a la experiencia, de que en lo más íntimo
del hombre, se encuentra Dios. Esa conciencia funda una cercanía y un amor
permanente hacia Él.
Desiderium Dei
La tradición cristiana señala desde antiguo que las inclinaciones más pro-
fundas del hombre responden a que ha sido hecho por Dios y para Dios. Es el
sentido de la expresión de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro
corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti» 32. Pero este principio ha
adquirido un nuevo brillo con el desarrollo de la teología del siglo XX, y el
actual Catecismo de la Iglesia Católica defiende que el deseo de felicidad es, en
definitiva, una manifestación de este destino 33.
Santo Tomás de Aquino habla ya de un desiderium Dei, que se da en toda
criatura y que, en definitiva, tiene que ver con el orden objetivo de bienes que
hay en el universo. Al tender al bien, toda criatura, aún sin ser consciente, está
tendiendo a Dios, que es el Sumo Bien. Esta tendencia inconsciente que se da
en todo el universo, se manifiesta, en otro nivel, en la estructura del espíritu
humano. Su voluntad está orientada, por naturaleza, hacia el bien en cuanto
tal, en este sentido, en cuanto apertura y tendencia al Bien, es un verdadero
desiderium Dei, aun cuando no se alcance una conciencia explícita 34. Con la
32. Confesiones I, 1.
33. Cfr. nn. 27-30; 1.718-1.729.
34. Cfr. Contra Gentes, caps. 50 a 57 y 61 y 63; S. Th. I-II, qq. 2 a 5; I. q. 12, a.1.
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Nostalgias de plenitud
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Ansias de salvación
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37. Rm 7, 24.
38. Mt 5, 6.
39. «Nur noch ein Gott kann uns retten», en entrevista del 23.VI.1966, publicada
en Der Spiegel (31.V.1976), pp. 193-219, 213.
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CONCLUSIÓN
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