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El Castillo Kafka

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Suicidas

Guy de
Maupassant
(1850-1893)


SUICIDAS
Guy de Maupassant

No pasa un día sin que aparezca en los periódicos la relación de


algún suceso como éste:

"Anoche, los vecinos de la casa número tal de la calle tal


oyeron dos o tres detonaciones y, saliendo a la escalera para
saber lo que ocurría, entre todos pudieron comprobar que se
habían producido en el cuarto del señor X. Al abrir la puerta de
dicho cuarto —después de llamar inútilmente— vieron al
inquilino tendido en el suelo, sobre un charco de sangre y
empuñando aún el revólver con el cual se había ocasionado la
muerte.

"Se ignora la causa de tan funesta determinación, porque el


señor X vivía en posición desahogada y, teniendo ya cincuenta
y siete años, disfrutaba de bastante salud."

¿Qué angustiosos tormentos, qué ocultas desdichas, qué


horribles desencantos convierten a esas personas, al parecer
felices, en suicidas?

Indagamos, presumimos al punto, dramas pasionales,


misterios de amor, desastres de intereses, y como no se
descubre jamás una causa precisa, cubrimos con una palabra
esas muertes inexplicables: "Misterio, misterio".

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Una carta escrita poco antes de morir, por uno de los muchos
que "se suicidan sin motivo", cayó en mi poder. La juzgo
interesante. No descubre ningún derrumbamiento, ninguna
miseria espantosa, nada de lo extraordinario que se busca
siempre para justificar una catástrofe; pero pone de relieve la
sucesión de pequeños desencantos que desorganizan
fatalmente la existencia solitaria de un hombre que ha perdido
todas las ilusiones y acaso explique —a los nerviosos y a los
sensitivos, al menos— la tragedia inexplicable de "suicidios
inmotivados".

Leámosla:

"Son ya las doce de la noche. Cuando haya escrito esta carta, voy a
matarme. ¿Por qué? Trato de razonar mi determinación, para darme
cuenta yo mismo de que se impone fatalmente, de que no debo
aplazarla.

"Mis padres eran gentes muy sencillas y crédulas. Yo creí en todo,


como ellos.

"Mi engaño duró mucho. Hace poco, se desgarraron para mí los


últimos jirones que me velaban la verdad; pero hace ya bastantes años
que todos los acontecimientos de mi existencia palidecen. La
significación de lo más brillante y atractivo se me presenta en su torpe
realidad; la verdadera causa del amor llegó incluso a sustraerme de las
poéticas ternuras.

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"Nos engañan estúpidas y agradables ilusiones que se renuevan sin
cesar.

"Envejeciendo, me había resignado a la horrible miseria de las cosas,


a lo vano de todo esfuerzo, a lo inútil que resulta siempre la esperanza:
cuando una luz nueva inundó el vacío de mi vida esta noche, después
de comer.

"¡Antes yo era feliz! Todo me alegraba: las mujeres al pasar, las


calles, mi vivienda, y aun la hechura de mis ropas constituía para mí
una preocupación agradable. Pero las mismas ideas, los mismos actos
repetidos, monótonos, acabaron por sumergir mi alma en una laxitud
espantosa.

"Todos los días, a la misma hora, durante treinta años, me levanté


de la cama; y todos los días, en el mismo restaurante, durante treinta
años, a las mismas horas, me servían los mismos platos mozos
diferentes.

"Me propuse viajar. El aislamiento que sentimos en ciudades


nuevas, en residencias desconocidas, me asustó. Sentíame tan
abandonado sobre la tierra, tan insignificante, que volví a tomar el
camino de mi casa.

"Y, entonces, la inmutable fisonomía de los muebles, fijos en el


mismo lugar durante treinta años, las rozaduras de mis sillones, que
yo conocí nuevos, el olor de mi casa —cada casa que habitamos, con el
tiempo adquiere un olor especial— acabaron produciéndome náuseas y
la negra melancolía de vivir mecánicamente.

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"Todo se repite sin cesar y de un modo lamentable. Hasta la manera
de introducir —al volver cada noche— la llave en la cerradura; el sitio
donde siempre dejo las cerillas; la mirada que al entrar esparzo en
torno de mi habitación, mientras el fósforo se inflama. Y todo me
provoca —para verme libre de una existencia tan ruin— a tirarme por
el balcón.

"Mientras me afeito, cada mañana me seduce la idea de degollarme,


y mi rostro, el mismo siempre, que se refleja en el espejo con las
mejillas cubiertas de jabón, muchas veces me hizo llorar de tristeza.

"Ni siquiera me complace tropezar con personas a las cuales veía


con gusto hace tiempo; las conozco tanto que adivino lo que me dirán
y lo que les diré; a fuerza de razonar con las mismas, descubrimos la
ilación de sus ideas. Cada cerebro es como un circo donde un pobre
caballo da vueltas. Por mucho que nos empeñemos en buscar otros
caminos, por muchas cabriolas que hagamos, la pista no varía de
forma ni ofrece lances imprevistos ni abre puertas ignoradas. Hay que
dar vueltas y más vueltas, pasando siempre por las mismas
reflexiones, por los mismos chistes, por las mismas costumbres, por las
mismas creencias, por los mismos desencantos.

"Al retirarme hoy a mi casa, una insistente niebla invadía el


bulevar, oscureciendo los faroles de gas, que parecían candilejas.
Pesaba el ambiente húmedo sobre mis hombros como una carga.
Seguramente hago una digestión difícil.

"Y una buena digestión lo es todo en la vida. Ofrece inspiraciones al


artista, deseos a los jóvenes enamorados, luminosas ideas a los
pensadores, alegría de vivir a todo el mundo, y permite comer con

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abundancia —lo cual es también una dicha. Un estómago enfermo
conduce al escepticismo, a la incredulidad, engendra sueños terribles y
ansias de muerte. Lo he notado con frecuencia. Es posible que no me
matara esta noche, haciendo una buena digestión.

"Después de haberme acomodado en el sillón donde me siento hace


treinta años todos los días, miré alrededor, creyéndome víctima de un
desaliento espantoso.

"¿De qué medio valerme para escapar a mi razón macilenta, más


horrible aún que la desordenada locura? Cualquier empleo, cualquier
trabajo me parece más odioso que la acción en que vivo. Quise poner
en orden mis papeles.

"Hacía tiempo que deseaba registrar los cajones de mi escritorio,


porque durante los treinta últimos años había metido allí, al azar, las
cartas y las cuentas. Aquel desorden llegó a preocuparme algunas
veces; pero me sobrecoge una fatiga tal en cuanto me propongo un
trabajo metódico y ordenado, que nunca me atreví a empezar.

"Esta noche me senté junto a mi escritorio y abrí, resuelto a


preservar algunos papeles y romper la mayor parte.

"Quedéme de pronto pensativo ante aquel hacinamiento de hojas


amarillentas; luego cogí una.

"¡Oh! Si aprecian en algo su vida, no toquen jamás las cartas viejas


que guardan los cajones de su escritorio. Y si no pueden resistir la
tentación de abrirlos, cojan a granel, con los ojos cerrados, los
paquetes de cartas para tirarlos al fuego; no lean ni una sola frase,

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porque sólo ver la escritura olvidada y de pronto reconocida, los lanza
en un océano de recuerdos; quemen esos papeles que matan; cuando
estén hechos pavesas, pisotéenlos para convertirlos en impalpables
cenizas... Y si no lo hacen así, los anonadarán como acaban de
anonadarme y destruirme.

"¡Ah! Las primeras cartas no me han interesado; eran de fechas


recientes y de personas que viven y a las que veo, sin gusto, con
alguna frecuencia. Pero, de pronto, la vista de un sobre me ha
estremecido. Al reconocer los rasgos de la escritura se han cubierto
mis ojos de lágrimas. Era la letra de mi mejor amigo, del compañero de
mi juventud, del confidente de mis esperanzas. Y se me apareció tan
claramente, con su bondadosa sonrisa, tendiéndome las manos, que
sentí un escalofrío penetrante; hasta mis huesos vibraron. Sí, sí; los
muertos vuelven. ¡Lo he visto! Nuestra memoria es un mundo más
acabado aún que el universo; ¡puede hacer vivir hasta lo que no existe!

"Con la mano temblorosa y los ojos turbios, recorrí toda su carta, y


en mi pobre corazón angustiado, he sentido un desgarramiento
espantoso. Mis lamentaciones eran tan lastimosas, como si me
hubiesen magullado las carnes.

"Así he ido remontándome a través de mi vida, como remontamos


un río, luchando contra la corriente. Aparecieron personas olvidadas,
cuyos nombres no puedo recordar; pero su rostro sí lo recuerdo. En las
cartas de mi madre, resucitan criados antiguos, el aspecto de nuestra
casa y mil detalles nimios que una inteligencia infantil recoge.

"Sí; he visto de pronto los vestidos que usó mi madre en distintas


épocas y, según la moda y según el tocado, mostraba una fisonomía

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diferente. Sobre todo me obsesionaba con un traje de seda rameado, y
recuerdo que un día, llevando aquel traje, me amonestó dulcemente:
'Roberto, hijo mío, si no procuras erguirte un poco, serás jorobado
toda tu vida'.

"Luego, al abrir otro cajón, aparecieron las prendas marchitas de mis


amores: un zapatito de baile, un pañuelo desgarrado, una liga de seda,
trencitas de pelo, flores... Y las novelas de mi vida sentimental me
sumergieron más en la triste melancolía de lo que no vuelve. ¡Ah! ¡Las
frentes juveniles orladas con rubios cabellos, las manos acariciadoras,
los ojos insinuantes, la sonrisa que promete un beso, el beso que
asegura un paraíso!... Y ¡el primer beso!... Aquel beso delicioso,
interminable, que ofusca la mirada, que abate la imaginación, que nos
posee y nos glorifica, ofreciéndonos a la vez un goce ideal y la promesa
de otros goces deseados.

"Cogiendo con ambas manos aquellas prendas tristes de lejanas


ternuras, las cubrí de caricias furiosas y en mi corazón desolado por
los recuerdos sentía resonar cada hora de abandono, sufriendo un
suplicio más cruel que las monstruosas leyendas infernales. ¡Ah! ¿Por
qué las abandoné o por qué me abandonaron?

"Quedaba por ver una carta fechada hacía medio siglo. Me la dictó el
maestro de escritura:

'Mamita de mi alma:
hoy cumplo siete años.
A esa edad ya se discurre; ya sé lo que te debo.
Te juro emplear bien la vida que me has dado.
'Tu hijo que te adora, Roberto'.

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"Me había remontado hasta el origen. El recuerdo era desconsolador.
¿Y el porvenir? Quise profundizar en lo que me faltaba de vida, y se
me apareció la vejez espantosa y solitaria, con su cortejo de achaques y
dolencias... ¡Todo acabado para mí! ¡Nadie junto a mí!

"El revólver está sobre la mesa... Es tentador... "¡No lean nunca las
cartas de otros tiempos! ¡No recuerden viejas memorias!..."

Así es como se matan muchos hombres en cuya plácida


existencia no hallamos el verdadero motivo de su fatal
resolución.

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FIN

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